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Conciencia Cósmica ( Una experiencia) Ocurrió en un viaje de Bucke a Londres en 1872. En aquel tiempo él ejercía de médico en Canadá y estaba casado con Jessie Gurd desde el 1865, con quien llegaría a tener ocho hijos. Posiblemente por motivos profesionales le encontramos en Londres. Una noche visitó a unos amigos, al parecer también amantes de la poesía. La velada estará marcada por la lectura de poemas: de Keats, de Shelley y, sobre todo, de Walt Whitman. Que Bucke se hallaba inspirado y con una notable elevación de espíritu cuando se despidió, parece evidente. Pero no suficiente para justificar lo que a los pocos minutos le sucedió. Estaba en el coche de caballos que le llevaba de vuelta a su habitación. Se sentía muy distendido mientras recordaba momentos dichosos de aquel encuentro con amigos y versos. Él contó así lo que al poco le sobrevino: De súbito, sin aviso de tipo alguno, me encontré envuelto en una nube del color de las llamas. Por un momento pensé que había fuego, una inmensa fogata en algún lugar cerca de la ciudad; más tarde pensé que el fuego estaba dentro de mí. Inmediatamente me sobrevino un sentimiento de alegría, de 1

Conciencia Cósmica ( una experiencia de Richard Maurice Bucke) ampliado

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Conciencia Cósmica

( Una experiencia)

Ocurrió en un viaje de Bucke a Londres en 1872. En aquel tiempo él ejercía de médico en Canadá  y estaba casado con Jessie Gurd desde el 1865, con quien llegaría a tener ocho hijos. Posiblemente por motivos profesionales le encontramos en Londres. Una noche visitó a unos amigos, al parecer también amantes de la poesía. La velada estará marcada por la lectura de poemas: de Keats, de Shelley y, sobre todo, de Walt Whitman. Que Bucke se hallaba inspirado y con una notable elevación de espíritu cuando se despidió, parece evidente. Pero no suficiente para justificar lo que a los pocos minutos le sucedió. Estaba en el coche de caballos que le llevaba de vuelta a su habitación. Se sentía muy distendido mientras recordaba momentos dichosos de aquel encuentro con  amigos y versos. Él contó así lo que al poco le sobrevino:

         De súbito, sin aviso de tipo alguno, me encontré envuelto en una nube del color de las llamas. Por un momento pensé que había fuego, una inmensa fogata en algún lugar cerca de la ciudad; más tarde pensé que el fuego estaba dentro de mí. Inmediatamente me sobrevino un sentimiento de alegría, de felicidad inmensa acompañada o seguida de una iluminación intelectual imposible de describir. Entre otras cosas, no llegué simplemente a creer sino que vi que el universo no está compuesto de materia muerta, sino que por el contrario constituye una presencia viva; me hice así consciente de la vida eterna. No era la convicción de que alcanzaría la vida eterna, sino la consciencia de que ya la poseía; vi que todos los seres humanos son inmortales, que el orden cósmico es tal que, sin duda, todas las cosas trabajaban juntas por el bien de todas y cada una de ellas; que el principio básico del mundo, de todos los mundos, es el que llamamos amor; y que la felicidad de cada uno y de todos es, a largo plazo, absolutamente segura.

      

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   Lo que Richard Bucke  vivió sería el mayor regalo que  podrían recibir tantos buscadores que se han preguntado por el misterio de la vida. Principalmente porque no fue obra de su pensamiento. Bucke bien se encargó de aclarar que vio, que supo de una manera profunda, irrebatible, el alcance último de la existencia de todo. La iluminación se produjo, o le fue concedida, pero no la creó su mente individual. Y tuvo esa visión total en pocos segundos, según afirmó. Es momento de sostener en una mano las palabras de Bucke y en la otra las de Whitman. Lo que dejó escrito, muy en esencia, el psiquiatra fue:

         (…)que el orden cósmico es tal que, sin duda, todas las cosas trabajaban juntas por el bien de todas y cada una de ellas; que el principio básico del mundo, de todos los mundos, es el que llamamos amor; y que la felicidad de cada uno y de todos es, a largo plazo, absolutamente segura.

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  Y Whitman había escrito:

Con rapidez eleváronse y extendiéronse en torno a mí la paz yel conocimiento que están más allá de toda discusión en la tierra.Y sé que la mano de Dios es mi propia promesay se que el espíritu de Dios es hermano del míoy que todos los hombres que han existido son también mis hermanosy las mujeres, mis hermanas y amantes,y que uno de los pilares de la creación es el amor,y que no tienen fin las hojas de los campos, rígidas o lánguidas,y que tampoco lo tienen las hormigas morenas

 en sus pequeños pozos subterráneos,ni las costras mohosas del seto, las piedras amontonadas, el saúco,         el pasto y la cizaña.

         Bucke y Whitman crearon una profunda amistad  a partir de su encuentro en 1877. Aquél se convirtió también en su médico y en una de sus personas de confianza. Con los años incluso escribió una biografía del poeta y colaboró en la edición de sus obras completas. Pero hay más.

         Bucke quedó ciertamente marcado por su experiencia de aquella noche. No era para menos. Y le dio un nombre: “conciencia cósmica”. Durante años se dedicó a estudiarla y en 1901 apareció su libro con el mismo título, hoy un clásico sobre la evolución de la consciencia humana.

                            

      

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   Dos de sus conclusiones es imprescindible subrayarlas. Una, que tal experiencia de visión iluminada la habían tenido, entre otros, algunos nombres conocidos de la historia: Buda, Jesús, San Pablo, Plotino, Mahoma, Dante, San Juan de la Cruz, Ramakrishna, William Blake…y Walt  Whitman.  La otra, que la conciencia cósmica era el siguiente estadio de evolución de la humanidad. La primera etapa había sido la de la “conciencia simple”, el registro de las sensaciones. La segunda, en la que la humanidad se mueve hoy, sería la conciencia individual. En sus palabras: (el ser humano) “ se da cuenta  de que es una criatura  separada o autoexistente dentro de un mundo del que se encuentra aparte”.  La conciencia cósmica, experimentada de forma creciente cada vez por más individuos, sería ese mundo (interior), ese fulgor de sabiduría y amor, que nos estaría esperando  en algún recodo de nuestro camino evolutivo. Bucke lo vivió en unos segundos de luz imborrable y escribió un ensayo decisivo sobre ello. Según él, Whitman ya estaba impregnado de tal vivencia y sus versos irradiaban esa fusión con todo, alimentada de amor por todo. La pasión que los primeros poemas de Whitman habían despertado en Bucke, el impacto que le produjo conocerlo personalmente, la lectura de sus versos en la noche en que tuvo su iluminación, o la gran confianza que Whitman depositó en él, colaborando en la escritura de su primera biografía que Bucke escribió, viajando a Canadá y hospedándose un tiempo en su casa, confiándole la edición de su obra póstuma…todo parecía estar llevado por un hilo que les unía : el mismo descubrimiento de la grandeza de corazón y la profundidad de comprensión a las que el ser humano está llamado.

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