CONCILIÁBULO

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  • 8/14/2019 CONCILIBULO

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    CONCILIB

    ULO

    P.J. RUIZ 2009

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    La anciana se incorpor cuanto pudo y se pregunt por qu de repente se

    encontraba sola. Marisa deba haber salido a la compra, y Jaime seguro que estaba

    trabajando, slo poda ser eso, pero lo cierto es que alguien llamaba a la puerta y ella no

    tena ms recurso que su voz, enganchada como estaba a aquel armatoste de tubos y

    cables que emita sus molestos ruiditos cada instante. No deba alterarse, pero se alter,

    aunque tampoco le preocupaba demasiado importunar a la maquina que la mantena con

    vida.

    - Quin es?

    - Mara, soy yo.

    La mujer se qued en silencio un instante. Aquella voz que le contest con su

    nombre le era inconfundible pese a no haberla odo jams. Pareca no haber sonado

    desde el otro lado de la puerta, sino en su misma cabeza, y en medio del

    desconocimiento le pareci que estaba ah desde siempre. Se le erizaron los pelillos de

    la nuca. Aquella era, sin duda, La gran Voz.

    - Tu? Tan Pronto? le grit con un toque de nerviosismo.

    - Es hora, Mara. Hay mucho que hacer.

    - No, no. Estoy sola y no puedo dejarte entrar aunque lo quisiera, cosa que

    dudo, lo siento. Un silencio corto, tensa espera de respuesta.

    - Ya estoy dentro, mujer.

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    Efectivamente. Cuando la mujer entorn el cuello l estaba junto al paragero.

    Era alto, muy apuesto. Vesta un elegante traje azul oscuro, impecable, con pasadores

    dorados en los puos y camisa celeste sobre la que corra una corbata oscura de seda, las

    conoca bien. Su tez era morena, estirada, y mostraba una sonrisa conciliadoramente

    irresistible por debajo de dos ojos profundos que enganchaban. S, la vieja pens que

    aquel moreno, a fin de cuentas, estaba bien hecho para cumplir con su tarea.

    - Seguro que sabes bien mi nombre y muchas cosas, lo supongo, pero ya que has

    entrado en mi casa sin permiso al menos dime Cul es el tuyo?

    - De veras quieres saberlo, reina?

    - Si, ya que al fin te veo me gustara, si.

    - Mi nombre es raro, casi no tiene resonancia en tu lengua, pero sera algo as

    como.. Izdaiblis.

    - Si es raro, si! Te llamar Izda.

    - Puedes llamarme como quieras, reina. Carece de importancia. el hombre se

    movi pasando por delante de la tele, y se detuvo al frente de la cama

    medicalizada de Mara Ramos. Ella lo miraba, abstrada por su notable encanto,

    y en el silencio reflexionaba. No haba escuchado pasos, a pesar de que saba

    que el hombre tena unos magnficos zapatos de piel de suela dura. Era lo

    preceptivo.

    - Sabes? Me he llevado toda la vida temiendo tu llegada, y sin embargo, ahora

    que te tengo delante, no guardo temor alguno en m.

    - Eso es porque ests satisfecha con tu camino, Mara. Algo muy bueno y que sin

    duda ayuda cuando espera el paso final.

    - Si, eso es verdad. Mis das han sido buenos, si.

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    - Has hecho muchas cosas magnficas, y ya toca el descanso.

    - Y dime, Izda, es este tu verdadero aspecto? Siempre as de apuesto? Porque

    sin duda ests de muerte. Coges el chiste?

    - Ja, ja, ja, ja. Eres muy lista, mujer. No, no lo es. Pero es el ms adecuado para

    visitarte. Tu merecas algo entraable.

    - Y siempre es as?

    - No, en absoluto. Raras veces la gente afronta mi llegada con paz y con

    frecuencia no merecen el menor esfuerzo.

    - eres tu quien decide eso?

    - S.

    - Una cosa ms.

    - Dime. No tengo prisa.

    - Doler?

    - Doler? El hombre se qued pensando y termin por acercarse a la mujer. La

    miraba con cario mientras se reduca la distancia. Estir una mano y agarr la

    izquierda de ella, mientras la otra la puso en su cabello canoso limpiamente

    peinado con olor a rosas frescas. El sol entraba suave a travs de las cortinas, y

    un reflujo de aire fresco se filtraba a travs de ellas aquella maana de Abril. A

    veces le resultaba entraable hallarse con personas tan sencillas y hacerles ms

    fcil el trnsito. - Nunca duelo tanto como vivir, reina. Nunca tanto. El hombre

    mir hacia el lateral, que se torn muy luminoso y entonces la vieja vio como

    por la ventana entraba Pablo, su esposo amado que la dej hace tanto. Tambin

    vena Nuria, su hermana, as como pap y mam. Todos eran bellos y tenan

    expresiones de felicidad transparentndose por la habitacin y atravesando los

    muebles sin dejar sombras. Los pequeos gemelos, Toms y Rafael tambin

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    jugaban en la alfombra, igual que haca casi cincuenta aos. Los miraba y se

    dej llevar por la belleza del amor.

    Cuando Marisa volvi la unidad mdica emita un sonido continuo. La mujer

    descansaba con una amplia sonrisa y los ojos cerrados, pero su expresin era de paz. La

    bes en la frente. Aun ola a rosas.