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EL COMIENZO DE UNA NUEVA VIDA
El sol se colaba por la ventana y Noreen perezoso se esforzaba para levantarse.
Le había tocado vivir en una de las realidades más duras de Nueva Delhi. Su padre
Hakeem, un frutero que trabajaba calle, había muerto atropellado y ahora él era el
encargado de traer la comida a su casa donde le esperaba su madre y otros 4 hermanos.
Por desgracia para Noreen, era todavía joven para llevar una carreta y demasiado
viejo para dar pena a turistas, que con cara de asco y pena pasaban por las partes más
concurridas de la ciudad. Aunque la situación no invitara al optimismo, se había
propuesto no ceder y salir a buscar algo de fortuna, aunque fueran solo unas rupias que
consiguieran calmar el hambre de sus hermanos más pequeños. No quería oir a su
hermanito pequeño llorar, no podía soportar el llanto hermanos y rogaba a Ganesh para
que su suerte cambiara.
Salió a la calle y la suerte hizo que se encontrara con Rukarh, un amigo de su
padre. Aquel hombre había tenido mucho dinero de joven pero ahora era un hombre
santo, que vivía de lo que le daban otros. El hombre saludó al chico, pero este que
estaba absorto en sus pensamientos no le correspondió con otro saludo. Preocupado por
el chico, Rukarh paró a Noreen.
Noreen se asustó al sentir la mano en su hombro, pero rápidamente reconoció al
hombre. El chico le explicó escuetamente lo que les ocurría y el hombre apenado se
desprendió del poco dinero que le habían dado. Quería negarse a recibir el dinero en un
principio pero aquel hombre grandote, bonachón y sonriente le dijo que él ahora era un
hombre santo y que no necesitaba de dinero y posesiones mundanas. Agradecido
Noreen besó la mano del hombre y despidiéndose se lanzó a la carrera para llegar
cuanto antes a la zona del fuerte rojo, allí buscaría una oportunidad para salir adelante.
Mientras caminaba por la acera se quedó mirando el intenso tráfico de Delhi. Era
su ciudad, pero en su joven mente sabía que algo andaba mal. Tenía 10 años, pero veía
aquellos vehículos y deseaba poder ordenar aquel caos y hacer de su ciudad un lugar
más seguro y amable no sólo para el viajero sino para todo el mundo.
Deseaba que llegara el día en que gobernara sobre sus compatriotas para poder
arreglar los problemas que veía todos los días. Pero también era realista y sabía que un
niño sin educación ni dinero jamás llegaría a ser nadie importante. Tendría que
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sobrevivir además al peligro que eran las mafias que raptaban niños, a la competición
encarnizada por el trabajo con gente ya adulta y a una familia que no le podía ayudar en
nada para que pudiera salir adelante. Unas lágrimas amargas le surgieron de los ojos,
lágrimas amargas del que se sabe condenado.
Llegó a la plaza frente al fuerte rojo y se acercó al lugar donde solía ponerse a
vender su padre. Algunos vendedores le saludaron y otros le dieron codazos para que se
apartara. Con todo el trajín se cayó varias veces al suelo y se rozó las rodillas. Con los
ojos llorosos se apartó y se sentó contra la valla del fuerte. La vida en Delhi sonreía al
más fuerte y el más débil se encontraba con dos opciones, morir o robar.
Eligió una víctima para un robo, algo sencillo. Era un turista de pelo blanco, con
ropa holgada que parecía ir tranquilamente a ver el fuerte. Se irguió y se lanzó detrás del
turista. Sólo unos pasos más y podría robarle la cartera. Estaba justo al lado cuando
metió la mano en el bolsillo. Tuvo la mala suerte de toparse justo al lado con un policía
que vio lo que hacía y lo detuvo al instante.
Llegó a la comisaría y lo metieron en una celda maloliente. Se maldijo por haber
intentado robar y empezó a llorar. Otro preso lo agarró del cuello y le dijo que se callara
o lo ahogaba ahí mismo. Al rato un policía apareció, iba seguido del turista y de su
propia familia que lo miraba con vergüenza. Se lo llevaron a una sala y allí sucedió un
pequeño milagro. El turista resultó no serlo del todo, aquel hombre era un filántropo
millonario que se había apiadado de él y había pagado a los policías para que no
apareciera nada en su ficha policial.
Al salir el hombre se puso a Noreen delante y le miró a los ojos. Con voz grave
le dijo:
-Hijo, me llamo Ken Bursworth y a partir de ahora yo te ayudaré a ti y a tu
familia y tendrás todas las oportunidades. Noreen, no tendrás que robar y serás aquello
que tu desees.
Aquellas palabras eran el comienzo de una nueva vida. Noreen empezaría a ir al
colegio y sería un estudiante ejemplar y aplicado. Con los años podría ingresar en la
academia de policía y gracias a aquel buen hombre quizás algún día podría hacer de
Delhi el lugar seguro que hubiera deseado para su padre.
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