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manual teorico teologia social
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TEOLOGÍA SOCIAL
Instituto Bíblico Integral
CASA SOBRE LA ROCA Iglesia Cristiana Integral
Teología Social
Instituto Bíblico Integral - IBLI
2
TEOLOGÍA SOCIAL
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN 4
PRIMERA UNIDAD: LA RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE 5
La noción de responsabilidad
a. La crisis de la responsabilidad
b. El equilibrio entre derechos y deberes
Reflexionemos 10
A. La representación de Adán B. La solidaridad C. Nuestra solidaria condición humana
SEGUNDA UNIDAD: RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE EN EL A.T. 13
a. La responsabilidad del hombre y las Escrituras
b. La responsabilidad del hombre en el Génesis
La responsabilidad en la Caída (Adán y Eva)
c. La responsabilidad colectiva e individual del hombre
d. La relación entre responsabilidad colectiva e individual
Reflexionemos 27
A. Somos insustituibles y necesarios B. El pecado de omisión C. La singularidad de Cristo
TERCERA UNIDAD: RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE EN EL PENTATEUCO 30
La Ley
a. La ley moral
b. La ley ceremonial o ritual
c. La ley civil
Reflexionemos 37
A. Pecado y culpabilidad B. El aprendizaje por imitación C. Redimidos del poder del pecado
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CUARTA UNIDAD: RESPONSABILIDAD EN LOS LIBROS DEL A.T. 41
a. La responsabilidad del hombre en los libros históricos
El arrepentimiento divino
b. La responsabilidad del hombre en los libros proféticos
La responsabilidad del Centinela
c. La responsabilidad del hombre en los libros poéticos
Reflexionemos 46
A. La comunión de los santos B. La comunión y el consejo C. Permaneciendo visibles en el mundo QUINTA UNIDAD: LA RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE EN EL N.T. 50
a. La responsabilidad del hombre en los evangelios
La Gran Comisión
b. Los Hechos de los apóstoles y la Gran Comisión
Reflexionemos 59
A. Cristianismo: el verdadero humanismo B. Exclusiones y favoritismos en la iglesia C. La verdadera libertad SEXTA UNIDAD: RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE EN LAS EPÍSTOLAS 62
a. La responsabilidad del hombre en las epístolas paulinas
b. La responsabilidad del hombre en las epístolas universales
Reflexionemos 66
A. La exclusividad e inclusividad cristiana B. Dividiendo para unir C. Beneficios generalizados del cristianismo CONCLUSIÓN 69
Reflexionemos 70
A. Shalom B. Igualdad y fraternidad C. Miopía espiritual
BIBLIOGRAFIA
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INTRODUCCIÓN
Como aspiramos a dejarlo establecido en el curso de Teología Social, la responsabilidad es
algo ineludible para todos y cada uno de los seres humanos, siendo ésta, sin lugar a dudas, la
razón por la cual todos nosotros en lo profundo de nuestro fuero interno estamos intentando
siempre, desde la Caída de nuestros primeros padres Adán y Eva, justificarnos a como de
lugar1. Este hecho universal pone de manifiesto que todos nos sabemos responsables de
nuestros actos así no tengamos claridad de ante quien y con arreglo a que criterio lo somos.
Por lo anterior, si no tenemos una referencia clara, objetiva y veraz de estos cruciales asuntos
todos nuestros intentos por justificarnos pueden dar al traste y ser completamente estériles a
pesar de nuestro esfuerzo e intenciones.
En el propósito de justificarnos y asumir nuestra responsabilidad la humanidad se puede
dividir entre los que salvan su responsabilidad y los que la evaden o eluden. Y en este
esquema pueden darse incluso los que creen sinceramente estar salvando su responsabilidad
cuando lo único que están haciendo es evadirla momentáneamente difiriéndola, sólo para tener
que afrontarla finalmente y de manera definitiva cuando ya no haya esperanza, en condiciones
por demás desventajosas e irreversibles2.
El asunto entonces se reduce a saber si estamos eludiendo nuestra responsabilidad lavándonos
las manos como Pilato3 o la estamos salvando sacudiendo el polvo de nuestros pies según la
instrucción del Señor Jesucristo a sus apóstoles4. Ayudar a dilucidar esta disyuntiva es el
propósito del autor, brindando de manera sistemática elementos de juicio extraídos de las
Sagradas Escrituras catalogadas como la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien
en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día
esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. 5
1 Génesis 3:9-13 RVR 2 Lucas 16:29-31; Hebreos 4:13; 9:27 RVR 3 Mateo 27:24 RVR 4 Lucas 9:5; 10:10-12 RVR 5 2 Pedro 1:19 RVR
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5
PRIMERA UNIDAD: LA RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE
La noción de responsabilidad
Responsabilidad es un vocablo que alude en su raíz etimológica tanto a la facultad como a la
obligación que alguien tiene para responder o dar cuenta de sus actos, justificándolos por
medio de razonamientos coherentes con arreglo a un sistema de valores generalmente
aceptado. Tal y como lo plantea Tillich en su teología sistemática, la responsabilidad es la
manera plena en que se experimenta la libertad, siendo esta última uno de los elementos
ontológicos constitutivos del hombre junto con el destino, en la polaridad libertad/destino
propia de todos los seres, pero con especialidad del hombre, que “es el único ser que es libre
en el sentido de deliberación, decisión y responsabilidad”6.
Tillich no considera en este contexto a los ángeles debido al sentido mítico que les atribuye a
éstos seres, despojándolos de una realidad concreta. Pero en virtud de la naturaleza racional y
el carácter personal que la Biblia atribuye a estos personajes7, tanto hombres como ángeles
son seres responsables, pero para efectos prácticos es necesario dejar de lado la
responsabilidad que atañe a los ángeles, sean estos caídos o no, y concentrarnos en la
responsabilidad que concierne al género humano desde sus albores hasta nuestros días,
teniendo como marco de referencia la revelación bíblica en su desarrollo histórico.
Hechas las aclaraciones y salvedades anteriores cabe preguntarse si es posible que el hombre
deje de ser en algún momento responsable, como parece indicarlo la frecuente acusación de
irresponsabilidad que se le suele endilgar. Esta posibilidad implicaría que el hombre pudiera
perder uno de sus elementos ontológicos esenciales y por lo tanto sería menos hombre o,
mejor, sería menos que hombre. Aunque la acusación de irresponsabilidad puede dar pie, de
manera consecuente y en los casos más extremos, a acusaciones de inhumanidad (v.g. epítetos
ofensivos y peyorativos como “animal”, “monstruo”, “bestia”, “salvaje” etc.) por las cuales se
quiere dar a entender que determinada persona no esta actuando como tal; con esto no se
pretende decir literalmente que la persona en mención pierde o queda despojada en algún
momento de su carácter humano personal mas que en sentido figurado, pues es evidente que
no es así.
Ninguna persona puede dejar de ser responsable en ningún momento de su vida, con
excepción tal vez de los enfermos mentales y los niños que aún no tienen uso de razón debido
a que no han llegado todavía a la llamada “edad de la responsabilidad”, ya que los primeros
están permanentemente incapacitados, mientras que los segundos lo están temporalmente,
para ejercer en plenitud las facultades necesarias para ser responsable. Lo que sucede en los
demás casos a los que sí aplica la acusación de irresponsabilidad no es que la persona
irresponsable deje de justificar sus actos, pues esto es algo que inevitablemente hará todo ser
6 Tillich, Paul. Teología sistemática I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1982, 241 p. 7 2 Samuel 14:17, 20 RVR
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de carácter personal; sino que lo hace con arreglo a un sistema de valores equivocado y no
aceptado de manera general. A esto se refiere el apóstol Pablo cuando afirma que Dios
“entrega” a los hombres que no lo han tenido en cuenta a la inmundicia, a pasiones
vergonzosas y a una mente reprobada, para hacer lo que no conviene8. Dios permite de este
modo que los hombres cambien el sistema de valores que se deriva de Él como valor absoluto
y supremo, por otros sistemas decadentes y que conllevan en sí mismos el germen de su
propia destrucción9.
La responsabilidad es, por lo tanto, una noción ineludible de marcada índole ética que obedece
a la posición privilegiada que Dios ha otorgado al hombre sobre todo el resto de sus criaturas
al concederle libre albedrío y la posibilidad de transformar mediante el ejercicio del mismo,
para bien o para mal, el entorno en que ha sido colocado.
Un entorno que, valga la aclaración, no le pertenece al hombre en propiedad pero que se la he
permitido usufructuar de manera temporal y providencial hasta que Dios, quien es su dueño en
propiedad, venga a pedir cuentas de lo suyo y “cada uno... dará a Dios cuenta de sí”10
, es decir
que cada uno será responsable ante Dios finalmente. El grado de responsabilidad es
directamente proporcional al privilegio concedido11
de tal modo que cada persona debe rendir
cuentas solamente de lo recibido, ya sean talentos, habilidades adquiridas, posiciones, cargos,
poder, etc.; y puesto que ningún hombre recibe exactamente lo mismo que otro, se establece
así un criterio diferencial de responsabilidad de individuo a individuo.
Con todo, este criterio diferencial visto desde la más amplia perspectiva de todos los seres
creados es absolutamente imperceptible e irrelevante para nuestro propósito inicial de
establecer la responsabilidad genérica del hombre en la creación, de donde se sigue que el
hombre es, entre todas los seres creados, el que ostenta el mayor grado de responsabilidad
entre todos al punto de que “responsabilidad” en el sentido estricto de la palabra es una
característica exclusiva del hombre entre todas las criaturas terrenales.
Resta decir ahora que el equilibrio y la relación directamente proporcional entre privilegios y
responsabilidades también se puede plantear en términos de derechos y deberes,
correspondiendo éstos en su orden a los privilegios y las responsabilidades ya mencionados.
Este enfoque nos permitirá abordar de manera más simplificada y clara los temas que a
continuación trataremos
a. La crisis de la responsabilidad
Una vez que se ha planteado la responsabilidad en términos de derechos y deberes es evidente
que la humanidad está afrontando en nuestros tiempos una crisis de responsabilidad. El énfasis
se hace hoy en los derechos y no en los deberes. A partir de la Ilustración, las guerras
Napoleónicas y la Revolución francesa con su declaración de los derechos universales del
hombre sin querer con esto negarles su legítima y necesaria validez, éste último ha tenido
8 Romanos 1:24, 26 y 28 RVR 9 Romanos 1:27 RVR 10 Romanos 14:12 RVR 11 Lucas 12:48 RVR
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7
la tendencia a conceder un valor desmedido al concepto de “derecho” en detrimento de su
contraparte conceptual que no es otra que el “deber”.
Es así como, por ejemplo, vivimos en una “sociedad de derecho” donde el principal de los
derechos consagrados en ella es el “derecho a la vida”. Se ha vuelto tan común ésta expresión
que hemos llegado a creer verdaderamente que la vida y todo lo bueno que ella conlleva, es un
derecho inalienable que podemos exigir legítimamente. En el prefacio a su hermosa canción
“Por la vida”, compuesta en el marco de la primera “Marcha por la vida” en la Plaza Mayor de
Madrid, llevada a cabo en protesta por la despenalización del aborto en ese país; el pastor
español Marcos Vidal, pianista, intérprete y compositor cristiano afirma que:
Cada vez que oigo hablar del “derecho a la vida” no puedo evitar pensar que, en realidad,
la vida no es ningún derecho que hayamos adquirido. Lo que la hace tan única y preciosa
es su carácter de regalo inmerecido. Nadie tiene el derecho de quitar la vida porque
tampoco nadie se ganó nunca el derecho de adquirirla. Dios nos la dio porque Él quiso.
No la merecíamos. 12
En el mismo contexto de la polémica sobre el aborto escuchamos a las personas pro-abortistas,
hombres y mujeres, reivindicando el “derecho a la libertad de elección”, el “derecho sobre su
cuerpo” y el “derecho a la privacidad”, entre otros13
. Hoy ya no se habla de lo que debo hacer
sino de lo que puedo hacer. Ya no respondemos, sino que nos quejamos; no rendimos
informes, sino que formulamos pliegos de peticiones; no nos preocupamos de que clase de
hijos le vamos a dejar al mundo, sino de que mundo le vamos a dejar a nuestros hijos.
Daríamos un gran paso para resolver la actual crisis de responsabilidad si comenzáramos por
reconocer de corazón que “no puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo”14
y
que “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces,...”15
,
comenzando por la vida y todos los recursos necesarios para su sostenimiento como el agua, el
aire y la luz, que siguen siendo gratuitos, razón por la que tal vez hemos llegado a dar por
sentado que constituyen un derecho inalienable de la humanidad, despojándolos de su calidad
de regalos divinos que Dios obsequia generosamente sin que en ello incida ningún mérito de
nuestra parte16
.
La distinción entre relaciones verticales (con Dios) y relaciones horizontales (con los demás
hombres) y la forma en que éstas se entremezclan es pues necesaria para un correcto
entendimiento de la responsabilidad que nos compete. Es así como, en el primer sentido, al
hombre no le asiste ningún derecho. Dios no está obligado con nadie17
. No podemos hacer
ningún tipo de exigencia a Dios pues en este caso Dios tendría que dar cuenta de sus actos al
hombre, idea que es a todas luces desatinada. Si algo – y mucho – obtenemos de él es simple y
llanamente por gracia, amor y misericordia unilateral de su parte para con sus criaturas.
12 Marcos Vidal. Mi regalo. Brentwood: Sparrow, 1997 13 Sproul, R.C. El aborto. Miami: Unilit, 1993 14 Juan 3:27 RVR 15 Santiago 1:17 RVR 16 Mateo 5:45 RVR 17 Romanos 11:35 RVR
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8
Pero al mismo tiempo aquellos dones, facultades o privilegios que Dios ha otorgado en su
gracia a todos los hombres por igual y sin excepción sí son exigibles en el plano horizontal, es
decir en el contexto de las relaciones sociales que los seres humanos establecen entre sí, en las
cuales todos nos debemos respeto y consideración mutua conforme a la dignidad que toda
persona ostenta – derivada de la imagen de Dios plasmada en cada individuo18
, al margen de
su nivel social, posición, cargo o condición.
El Señor Jesucristo sintetizó de manera magistral la responsabilidad del hombre en los dos
aspectos enunciados cuando respondió al intérprete de la ley que indagaba por el gran
mandamiento19
. En el plano horizontal, entonces, si tiene plena validez hablar de derechos
legítimos, aquellos que en nuestra Constitución Nacional se designan como derechos
fundamentales20
, sólo que, en aras de superar la crisis de responsabilidad actual, es
conveniente enfocar primero nuestro deber de respetar los derechos de nuestro prójimo antes
que demandar los propios21
.
Para terminar no podemos dejar de mencionar como factor preponderante en la crisis de
responsabilidad actual la igualmente lamentable crisis de valores que vivimos como resultado
del relativismo en boga en nuestro mundo secularizado. Como lo expresó con lucidez Michael
Green en el prefacio al libro “Creo en la Gran Comisión” de Max Warren, Secretario General
del Departamento Misionero de la Iglesia Anglicana por varios años:
Vivimos en una era en la cual todo es relativo y nada es absoluto; en la cual nada es
blanco ni negro y predomina el gris en sus diversos tonos. Hoy en día resulta totalmente
impopular sostener que el cristianismo es la verdad, que Jesús es el único camino a Dios,...
Tiene un sabor a intolerancia y arrogancia.22
Todo esto genera una atmósfera moral enrarecida en la cual la ambigüedad es la norma y la
irresponsabilidad anda rampante ya que todos pueden “justificar” las más desquiciadas
decisiones y conductas en el marco de cualquiera de los muchos y particulares sistemas de
valores vigentes. Y como alguien lo expresara con mucha perspicacia: “La perversión y la
corrupción se disfrazan de ambigüedad”. Hoy si que ajusta como anillo al dedo el poema de
Campoamor que dice “Que en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira; todo es según
el color del cristal con que se mira”23
b. El equilibrio entre derechos y deberes
La recomendación de enfocar primero los deberes mencionada en la parte final del anterior
literal es muy pertinente para lograr equilibrar de manera adecuada el peso del deber con el
ejercicio de nuestros derechos. El logro de este propósito determinará un nivel de
responsabilidad satisfactorio, cuando no sobresaliente. Es el cumplimiento del deber lo que
me concede derechos y no lo contrario. No hay necesidad de exigir derechos cuando estos se
ganan mediante el cumplimiento del deber, de donde se puede inferir que la persona que deba
18 Génesis 1:27 RVR 19 Mateo 22:37-40 RVR 20 Constitución Nacional de Colombia 21 Filipenses 2:4 RVR 22 Warren, Max. Creo en la Gran Comisión. Miami: Caribe, 1978, 5 p. 23 Pumarega, Manuel. Frases célebres de hombres célebres. México D.F.: Cia. Gral. de ediciones, 1959, 194 p.
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de continuo recurrir al reclamo o a la exigencia para hacer valer sus derechos es muy probable
que no esté cumpliendo con sus obligaciones.
La formulación de este principio la encontramos en la conocida parábola de los talentos, en la
cual se nos informa que el señor de esta ilustración recompensó por iniciativa propia la
fidelidad que los dos primeros siervos demostraron al administrar sabiamente lo recibido
inicialmente, prometiendo entregarles una cantidad mayor confiando implícitamente en que, a
la par que la disfruten, también la administren con el mismo criterio24
.
En este caso el término fidelidad puede ser intercambiado por el de responsabilidad sin alterar
en lo más mínimo el sentido del pasaje pudiendo afirmar, por lo tanto, que a mayor
responsabilidad mayores privilegios que a su vez traerán aparejada una mayor responsabilidad
en una secuencia ascendente y sin fin.
Sin embargo esta secuencia puede terminar abrupta y prematuramente si se es irresponsable
desde un comienzo con los privilegios recibidos, como pudo comprobarlo el tercero de los
siervos de la historia y se ratifica de manera sentenciosa en la porción concluyente del pasaje:
Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aún lo que tiene le será
quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de
dientes.25
Por otra parte, no debemos olvidar que el cumplimiento del deber trae de manera inherente su
propia recompensa, comúnmente conocida como “la satisfacción del deber cumplido” o como
lo dijera el político, orador y escritor romano, Cicerón: “La virtud encuentra su recompensa en
sí misma”26
. No se percibe ningún rictus de amargura en la exhortación del Señor a declarar
nuestra inutilidad en la enseñanza sobre el deber del siervo, por el contrario, lo que se puede
entrever es la satisfacción de haber hecho lo que nos corresponde.27
Además, es apenas obvio y se cae de su peso el hecho de que la responsabilidad es un
requisito indispensable para que alguien confíe sus bienes a otra persona en administración,28
puesto que el beneficio obtenido es mutuo. Si no he demostrado ser confiable, responsable y
fiel en las pocas ocasiones en que he tenido la oportunidad de serlo, no puedo esperar que
estas oportunidades se sigan presentando a boca de jarro sino que, por el contrario, se tornarán
cada vez más elusivas y escasas hasta cesar del todo.29
Si esto es cierto en lo concerniente a
las relaciones interpersonales, con mucha mayor razón lo será en lo que hace a nuestra
relación con Dios.
Finalmente hay otra consideración, ampliamente ilustrada en la Biblia, que reitera lo dicho:
Las promesas de Dios. Toda promesa de Dios registrada en las Escrituras ya sea al pueblo de
24 Mateo 25:21, 23 RVR 25 Mateo 25:29-30 RVR 26 Pumarega, Manuel. Frases célebres de hombres célebres. México D.F.: Cia. Gral. de ediciones, 1959, 41 p. 27 Lucas 17:10 RVR 28 1 Corintios 4:2 RVR 29 Lucas 16:10-12 RVR
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10
Israel o a la Iglesia, se puede descomponer en dos elementos que la conforman: Condiciones y
bendiciones, en ese orden. La bendición está supeditada al cumplimiento de la condición y
esta última siempre está presente en toda promesa de manera explícita o sobreentendida. En
otras palabras, tal y como lo hemos venido afirmando, el ejercicio del derecho está
condicionado al cumplimiento del deber o lo que es lo mismo, la responsabilidad debe
anteceder siempre al privilegio.
REFLEXIONEMOS 30 A. La representación de Adán “ADÁN deja de ser aquel primer ancestro contra el que todos nos indignamos a causa de su pecado, para convertirse en el personaje que todos encarnamos”
Antonio Salas
En conexión con el racionalismo y el naturalismo propios de la ciencia moderna así como el surgimiento del existencialismo; en el campo teológico ganó fuerza la creencia en que Adán, más que un personaje histórico como tal, es un personaje mítico o mitológico que simboliza nuestro trágico y universal drama existencial del pecado, al punto que podría decirse que “todos somos Adán”.
Y aunque tal vez sea acertado afirmar que todos los seres humanos sin excepción encarnamos de algún modo a Adán, −dejando en buena hora sin fundamento la indignación que solemos sentir hacia él por el hecho de que su caída en pecado nos afecte de manera tan drástica y radical a todos sus descendientes y haciendo improcedentes nuestras protestas al respecto−; no podemos tampoco llegar a negarle su carácter histórico como el ancestro común de toda la humanidad, pues no es sólo que nosotros hoy encarnemos a Adán, sino que antes de ello Adán también nos encarnó a nosotros.
De hecho, la ortodoxia cristiana sostiene que Adán hace algo más que simplemente simbolizar a todos y cada uno de los seres humanos. Él nos representó a todos en el jardín del Edén de manera efectiva y perfecta como cabeza federal de la humanidad.
Las referencias bíblicas a Adán posteriores al Génesis (1 Cr. 1:1; Job 15:7; 31:33; Ose. 6:7; Lc. 3:38, 1 Tim. 2.13-14, Jud. 14), no dan pie a la idea de que él es un mero símbolo, e interpretarlo de este modo únicamente para conciliar la Biblia con cuestionables teorías científicas o ideas filosóficas en boga es incurrir en una deficiente y condenable exégesis que en últimas pondría también en entredicho lo hecho por Cristo a nuestro favor, habida cuenta de los contrastantes paralelismos bíblicos entre Adán y Cristo (Rom. 5:12-19, 1 Cor. 15:45-49).
Dio en el punto Sproul cuando, comentando Ezequiel 18:20: “… ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo…”, concluye: “El principio de Ezequiel permite dos excepciones: la Cruz y la Caída. De alguna manera no nos importa la excepción de la Cruz. Es la Caída la que nos irrita”. Porque lo cierto es que, en lo que tiene que ver con los redimidos:
30 Todas las reflexiones presentadas en este escrito han sido extractadas del libro Razones para la Fe. Reflexiones diarias para un cristianismo integral, escrito por el pastor Arturo Rojas, y publicado por Editorial Vida, 2008.
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11
“Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir” 1 Corintios 15:22;
Romanos 5:19 NVI B. La solidaridad “LA SOLIDARIDAD de los destinos espirituales no es solamente un hecho: es una necesidad... El verdadero lazo social del mundo moderno es la solidaridad... la solidaridad hace nacer la conciencia colectiva”.
Ignace Lepp
El hombre es responsable ante Dios de dos modos diferentes: como individuo y en su condición de miembro de una colectividad. En el Antiguo Testamento la nación de Israel es en muchos casos responsable ante Dios como un todo, o mejor; “como un solo hombre” (Jc. 20:1, 8, 11; 1 S. 11:7; Neh. 8:1). De cualquier modo la responsabilidad individual ya se encontraba suficientemente documentada en el Antiguo Testamento, quitando toda excusa a quien pretendiera eludirla escudándose en la responsabilidad colectiva: “… −Sólo borraré de mi libro a quien haya pecado contra mí… Todo el que peque merece la muerte, pero ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo: al justo se le pagará con justicia y al malvado se le pagará con maldad” (Éxo. 32:33; Eze. 18:2-4, 20).
Sin embargo, por efecto de la solidaridad, toda decisión individual ya sea buena o mala afecta de algún modo a los demás. Hoy en día estamos adquiriendo mayor conciencia de esto pues, a comienzos del siglo XXI es mucho más fácil entender, por ejemplo, por qué las crisis económicas de los países asiáticos afectan la vida cotidiana de un latinoamericano. Todos estamos vinculados los unos con los otros de una y mil maneras en el seno de la colectividad, conformando así una enmarañada e infinita red de relaciones entre los hombres de todo el orbe, en la cual no se puede halar un extremo de la red en un lugar sin que la tensión se perciba en las antípodas y sin que los cambios generados afecten de algún modo a las futuras generaciones.
Paul Tillich dijo acertadamente que aunque los hombres no son culpables de los crímenes de que se acusa a su grupo, si lo son de haber contribuido al destino en el que estos tuvieron lugar y Albert Camus lo sentencia afirmando que: “El hombre no es enteramente culpable, pues no comenzó la historia; ni enteramente inocente, pues la continúa”. Pero esto también nos permite estar seguros de que toda buena obra que llevemos a cabo, por efecto de la solidaridad, afectará favorablemente a la sociedad en su momento:
“No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos, si no nos damos por vencidos”. Gálatas 6:9 NVI
C. Nuestra solidaria condición humana “LA ESPECIALIZACIÓN trae muchos beneficios... Pero también va eliminando esos denominadores comunes... gracias a los cuales podemos coexistir, comunicarnos y sentirnos solidarios... confina en aquel particularismo contra el que nos alertaba el refrán: no concentrarse tanto en la hoja como para olvidar que es parte de un árbol... nada defiende mejor contra la estupidez de los prejuicios, del
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racismo, de la xenofobia, del sectarismo religioso o político, o de los nacionalismos excluyentes, como esta comprobación incesante... la igualdad esencial de todos los hombres” Mario Vargas Llosa
En el breve pero profundo, elocuente y soberbio discurso de Pablo a los atenienses (Hc. 17:22-31), sobresale de manera especialmente sugerente la revelación acerca del origen común de todos los hombres y el consecuente vínculo esencial que nos une a todas las personas del mundo: nuestra universalmente compartida condición humana.
Si bien, por efecto de numerosas y muy diversas afinidades, existen otros vínculos más estrechos y particulares en los variados grupos humanos sobre la tierra; éstos no pueden hacernos perder de vista al primero y más esencial de todos estos vínculos, pues en este caso el carácter particular de cada grupo termina dando lugar al prejuicio, al segregacionismo y la discriminación injustificada.
Los creyentes también deben tomar nota de ello, puesto que la fraternidad especial que se da en la iglesia entre todos aquellos que llegan a ser hijos de Dios por la fe en Jesucristo (Jn. 1:12; 1 Jn. 3:1-2), no debe ser un obstáculo, sino más bien un incentivo, para apreciar la variedad y fomentar también la solidaridad y fraternidad general que debe existir entre todos los seres humanos.
De otro modo, las alusiones favorables al prójimo y las gráficas enseñanzas contenidas en la parábola del buen samaritano (Lc. 10:25-37), no tendrían razón de ser en la iglesia. Pablo advierte contra el particularismo discriminatorio de los cristianos respecto de los judíos (comúnmente llamado “antisemitismo”), recordándonos que somos ramas unidas a la misma raíz (Rom. 11:16-21).
Porque definitivamente, la mejor manera de conciliar y sobrellevar con éxito las diversas particularidades individuales que nos caracterizan es, como lo afirma Julio Frenk Mora: “Encontrando el elemento profundo que nos hace a todos humanos”.
“De un solo hombre hizo todas las naciones...” Hechos 17:26 NVI
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SEGUNDA UNIDAD: RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE EN EL A.T.
a. La responsabilidad del hombre y las Escrituras
La naturaleza del hombre está diseñada para aprender de dos formas diferentes: Por
experiencia propia o a través de la instrucción y experiencia de terceros. En el primer caso
aprendemos por el “método de prueba y error” en el cual el maquiavélico lema de que el fin
justifica los medios es el que marca la pauta, reflejando así una ética cuya principal directriz
es “si funciona es correcto”, sin reparar en que este es un criterio engañoso y peligroso en
extremo31
y que, aún en el caso de optar por la experiencia e instrucción de terceros, esto no
constituye garantía alguna si estos terceros han obtenido la instrucción que imparten bajo los
mismos parámetros anteriores. Digerir esta verdad puede ocasionar algo de desazón como la
que se percibe en la siguiente reflexión de Milán Kundera:
La inexperiencia es algo inherente a la condición humana. Nacemos una sola vez; jamás
empezamos una vida nueva equipados con la experiencia de otra anterior. Salimos de la
infancia sin saber lo que es la juventud; nos casamos ignorando lo que significa el
matrimonio, e incluso al llegar a la vejez, desconocemos hacia donde encaminamos
nuestros pasos: los ancianos son los niños inocentes de su propia vejez. En ese sentido el
mundo de los hombres es el planeta de la inexperiencia.32
Puede que desde una perspectiva netamente secular el anterior diagnóstico sea sentencioso y
concluyente. Pero desde la perspectiva divina es cuando menos incompleto ya que Dios nos ha
otorgado una norma y una instrucción para suplir nuestra inexperiencia. La Biblia es al
hombre lo que el manual del fabricante es al artículo fabricado. Definitivamente no tenemos
que forjar nuestra experiencia por el doloroso e incierto método de prueba y error, sino
“Escudriñar las Escrituras”33
que es lo mismo que la sabiduría popular ha acuñado bajo el
buen consejo que dice “cuando todo falla, lee las instrucciones”.
Deducimos así un primer presupuesto necesario para poder responder por nuestros actos a
Dios que no es otro que unas reglas de juego claras y ampliamente divulgadas y conocidas por
la humanidad de modo que no tengamos excusa34
. Este cometido se logra ampliamente a
través de la Biblia, de lejos el best seller de la historia. Este punto va a ser muy importante en
el posterior desarrollo del tema ya que en cada uno de los periodos que se tratarán para
obtener en últimas el panorama completo de la responsabilidad del hombre en la Biblia
conforme Dios lo ha ido revelando de manera progresiva; hemos de verificar que este primer
requisito se cumpla, descartando así una potencial excusa que se utiliza con frecuencia: la
ignorancia. Sin embargo la ignorancia no se podrá en ningún caso esgrimir como excusa
31 Proverbios 14:12; 16:25 RVR 32 Reader’s Digest, Selecciones 33 Juan 5:39 RVR 34 Romanos 1:20 RVR
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válida, pues es nuestro deber inquirir e indagar por estos asuntos ya que, de no hacerlo,
podemos ser inculpados de desinterés y apatía, fallando por omisión35
, además de que existen
otros medios divinos paralelos a la Biblia, expuestos en su momento en este escrito, por los
cuales todos sin excepción podemos conocer la información que necesitamos saber de parte de
Dios para salvar nuestra responsabilidad.
La ignorancia en el mejor de los casos es un simple atenuante36
pues es un hecho que, por
ejemplo, quien ocasiona por ignorancia la muerte de alguien, en lo que en derecho recibe el
nombre de “homicidio culposo”, es condenado al igual que el que asesina con alevosía y
premeditación, con el dudoso paliativo para el inculpado y condenado de que la magnitud de
la condena es mayor en el último caso que en el primero.
El segundo presupuesto que debemos verificar en cada caso es que al mismo tiempo que se
plantea una norma que hay que cumplir, con sus respectivas demandas; se nos provea
igualmente de los medios necesarios para alcanzarla pues en caso contrario Dios se convertiría
en una especie de tirano que hace exigencias que el hombre no está en condiciones de cumplir
debido a su inherente incapacidad e incompetencia para lograrlo al no poseer las facultades
necesarias para tener éxito en el intento.
El adjetivo calificativo “antiguo” adosado a lo que nosotros llamamos, precisamente, el
“Antiguo Testamento” conocido a su vez de manera genérica entre los judíos como “La Ley
y los profetas” significa de manera escueta que en contraste con el Nuevo, aquel no tiene actualmente vigencia
37 pero, aunque puede parecer contradictorio, esto no significa que haya
sido abrogado o que sea caduco38
.
Para comprender como puede ser esto posible comencemos por establecer que la Biblia llama
“justo” a todo ser humano que ha logrado salvar su responsabilidad ante Dios de manera plena
y completa, es decir, que ha cumplido cabalmente la norma establecida por Dios para
declararnos justos o responsables.
Hecha esta aclaración podemos, entonces, afirmar que aquello que no caduca ni se abroga del
A.T. es, en efecto, la norma que hay que cumplir para salvar nuestra responsabilidad y obtener
por consiguiente la salvación prometida a los justos. Esta norma debe mantenerse incólume
pues es una expresión del propio carácter divino que nunca cambia39
y por lo tanto no puede
ser negociada, reducida ni mitigada.
De otro lado, lo que no tiene ya vigencia es el medio, los recursos y la manera en que estos se
combinan para permitirle al hombre alcanzar la norma exigida. La queja expresada por el
apóstol Pablo en relación con sus compatriotas40
adquiere así su sentido, pudiendo
parafrasearse afirmando que éstos (los israelitas) comprenden y desean cumplir la norma de
Dios pero sus intentos son estériles debido a que se empecinan en hacerlo acudiendo a medios
35 Oseas 4:6 RVR 36 Lucas 12:47 RVR 37 Romanos 7:4, 6 RVR 38 Mateo 5:17-18; Lucas 16:17 RVR 39 Hebreos 13:8; Santiago 1:17 RVR 40 Romanos 10:2 RVR
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y recursos equivocados, caducos y anacrónicos, cuyo fracaso ya ha quedado demostrado sin
lugar a dudas.
A la luz de lo anterior se hace entonces necesario estudiar el A.T. ya que es en éste en donde
se revela la norma que el hombre debe alcanzar, aprendiendo de paso de los fracasos
históricos anteriores registrados allí para no volver a incurrir en ellos, puesto que ya estamos
notificados en el sentido de que la ignorancia nunca será una excusa válida.
b. La responsabilidad del hombre en el Génesis
El libro del Génesis es el libro de los principios. En él se establece el marco general de la
responsabilidad del hombre, destacándose algunas pautas que mantienen su vigencia a través
de todos los tiempos. Estas pautas son de obligatoria observancia siempre y están por encima
de otras surgidas con posterioridad como lo hace notar el propio Señor Jesucristo en su
enseñanza sobre al matrimonio al desvirtuar las opiniones que, acerca del tema, promovían las
dos escuelas rabínicas de su tiempo, colocando lo dicho en el Génesis por encima de lo
declarado en el Deuteronomio en relación con éste asunto41
. Podríamos decir que allí (en el
Génesis) se encuentra registrada, en términos sencillos, lo que la Biblia llama “la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta” para el hombre42
, pero que en vista de la Caída han
tenido que hacerse arreglos provisionales (en reemplazo de los primeros) y de carácter
temporal (no definitivo) con miras a mantener abierta la posibilidad del cumplimiento final y
voluntario por parte del hombre de la norma divina.
Uno de estos arreglos es lo que en teología se conoce como “la voluntad permisiva de Dios”
que sin representar la norma ideal, constituye un margen de error tolerado por Dios como una
forma de conceder un respiro a la naturaleza Caída del hombre, imposibilitada para cumplir la
norma de Dios por sí misma. En esta categoría caen prácticas como el divorcio llevado a cabo
según las causales bíblicas43
, la monarquía dentro del pueblo de Israel44
y la poligamia45
, entre
otras, a pesar de que Dios hace que éstas concurran finalmente a sus propósitos como en el
caso de la monarquía que cumple un papel destacado en sus propósitos redentores46
.
En estos casos la persona no es inculpada de pecado pero de cualquier modo debe asumir
consecuencias no gratas que hubieran podido evitarse de permanecer en la voluntad perfecta
de Dios47
. Veamos, pues, cuales son las pautas dadas al comienzo de la historia del hombre
que mantienen con todo su actualidad para efectos de salvar nuestra responsabilidad hoy.
41 Mateo 19:4-8; Deuteronomio 24:1-2 RVR 42 Romanos 12:2; Génesis 1:28-30 RVR 43 Mateo 19:8 RVR 44 Deuteronomio 17:14-20; 1 Samuel 8:5-7, 22 RVR 45 Deuteronomio 21:15-16 RVR 46 Apocalipsis 1:6; 19:16 RVR 47 1 Samuel 8:9-18 RVR
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La responsabilidad en la Caída (Adán y Eva)
Lo primero que llama la atención en el relato de la creación registrado en el Génesis es el
hecho de que el hombre es el punto culminante del proceso. Además la narración incluye un
detalle de gran significación: el hombre fue creado a la imagen de Dios48
. El valor del hombre,
su dignidad especial y única, proviene directamente del Valor Absoluto: Dios. Como lo
expresó con mucha fuerza y precisión el teólogo R.C. Sproul:
Si no hay gloria divina, no hay dignidad humana. Podemos intentar tener una sin la otra,
pero al hacerlo así doblamos la rodilla ante la demencia de la esquizofrenia intelectual49
.
Añade más adelante:
Cuando tomamos en cuenta la dignidad humana no podemos ignorar las cuestiones de
origen y destino, ya que nuestro pasado y nuestro futuro definen nuestro presente... la
teoría de la evolución... es una píldora amarga difícil de tragar, y uno no necesita ser un
filósofo para sentir el peso de sus implicaciones. Si vengo de la nada y termino en la nada,
¿Cómo puedo tener valor verdadero ahora?... Detrás de la dignidad humana hay una
teología que no puede ser minimizada... La dignidad del hombre descansa en Dios, quien
asigna un valor inestimable a cada persona50
.
El hombre, entonces, no es una pasión inútil como llegó a proclamarlo el filósofo
existencialista Jean Paul Sartre. Y esta dignidad presente en la humanidad desde sus mismos
orígenes es una de las pautas que se mantiene siempre:
El mal puede desfigurar la imagen divina y empañar su brillo, pero no puede destruirla.
La imagen puede estropearse, pero nunca podrá borrarse51
Esta perspectiva impone al hombre elevadas y serias responsabilidades acordes con los
privilegios recibidos sin perjuicio de las consecuencias y los cambios que la Caída haya
acarreado, entre los cuales el más relevante para el propósito de determinar el grado de
responsabilidad que recae sobre todas y cada una de las personas en el mundo haciendo
abstracción de todos los demás, es la capacidad de tomar decisiones de índole moral. Dios es libre y autónomo y en el ejercicio de su libertad hace siempre buenas decisiones
52. El hombre
es libre, aunque no autónomo, y en Edén tenía la posibilidad real de tomar también buenas
decisiones siempre. Pero como lo dijo el filósofo Nicolai Hartmann:
No hay, en absoluto, libertad sólo para el bien; únicamente quien es capaz del mal es
capaz también del bien en sentido moral53
48 Génesis 1:27 49 Sproul, R.C. La dignidad del hombre. Miami: Unilit, 1994, 103 p. 50 Ibíd, 105 , 106, 109 p. 51 Ibíd, 111 p. 52 Génesis 1:31; Eclesiastés 3:11 RVR 53 Alvarado Rivera, Martín. Pensamientos de grandes filósofos. México D.F.: Editorial Diana, 1988, 199 p.
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Esta es la razón por la cual Dios decidió poner a prueba al hombre. No para presionar la Caída
sino para que éste adquiriera conciencia del privilegio que ostentaba y que lo distinguía y
separaba del resto de seres creados, asemejándolo al mismo tiempo con Dios mismo. El
privilegio era en sí mismo un riesgo. Pero es un riesgo calculado pues a pesar de éste, ningún
hombre está dispuesto a renunciar a este privilegio obtenido en la creación. El fracaso del
comunismo, que coartaba en grado intolerable la libertad de las personas, hunde sus raíces en
este hecho. Dios conocía el riesgo pero sabía que sería menos magnánimo al eliminar el riesgo
y junto con él el privilegio que al permitirle al hombre asumirlo dándole la posibilidad de
retener el privilegio. Se verifica entonces el cumplimiento del segundo de los presupuestos
que ha de darse para que podamos ser responsables ante Dios.
A esta altura es inevitable la entrada en escena del asunto de la deliberación y la decisión54
. La
capacidad de tomar decisiones haciendo elecciones morales, previa la reflexión y deliberación,
es al mismo tiempo un derecho y un deber de todo hombre en virtud del ejercicio del
privilegio recibido. En razón de lo anterior, nunca ha sido fácil tomar decisiones pues el peso
de la responsabilidad que acompaña toda decisión no se puede desestimar. Hay una anécdota
que ilustra esta dificultad:
Se cuenta que un vagabundo tocó a la puerta de un granjero... para preguntar... si había
empleo como peón. El granjero lo puso a prueba para medir su destreza. La primera tarea
fue cortar leña para el fuego, cosa que el forastero ejecutó en breve tiempo. La siguiente
tarea fue arar los campos, lo que hizo en unas pocas horas. El granjero estaba
agradablemente admirado; parecía que había dado con un Hércules moderno. La tercera
tarea fue menos ardua. Llevó al forastero al granero y le mostró un gran montón de papas
que éste debía separar en dos: las papas de primera calidad, en un receptáculo y las de
inferior calidad, en otro. Se despertó la curiosidad del granjero cuando su prodigioso
trabajador no había terminado tan prestamente como lo había hecho con las otras tareas.
Al cabo de varias horas, fue al granero a averiguar. La pila de papas no mostraba cambio
perceptible. Un receptáculo contenía tres papas y el otro solamente dos. El granjero le
preguntó: “¿Qué sucede, hay algún problema? ¿Por qué se demora tanto?” La derrota se
dibujaba en la cara del forastero quien levantando las manos en alto, exclamó diciendo:
“en la vida lo más difícil es tomar decisiones”55
La ventaja que tenían Adán y Eva era que, entre todas las decisiones posibles en el jardín del
Edén, sólo una era mala o moralmente incorrecta. Y esto estaba claro desde un comienzo56
,
verificándose así también el primer presupuesto para poder ser plenamente responsables:
información o reglas del juego claras y ampliamente divulgadas. El concepto agustiniano de la
libertad distingue cuatro diferentes posibilidades del hombre en relación con el pecado a
saber: 1. Capacidad de pecar; 2. Capacidad de no pecar; 3. Incapacidad de pecar y 4.
Incapacidad de no pecar. La incapacidad de pecar o sea la imposibilidad de cometer pecado es
exclusiva de Dios57
fundamentada, “no en una impotencia interior de Dios para hacer lo que
54 Tillich Paul, Op. cit. 55 Sproul, R.C. Siguiendo a Cristo. Miami: Unilit, 1997, 15 p. 56 Génesis 2:17 RVR 57 Hebreos 4:15; 1 Juan 3:5 RVR
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Él quiere, sino, más bien, en el hecho de que Dios carece del deseo interior de pecar”58
En lo
que concierne a los hombres esta posibilidad o imposibilidad para ser más exactos ha sido
prometida por Dios únicamente a los redimidos, pero sólo hasta que se dé la instauración de su
Reino y a partir de este momento por toda la eternidad.
En el caso de Adán y Eva, éstos poseían tanto la capacidad de no pecar como la capacidad de
pecar. Mientras que la primera de ellas se concretaba en infinitas posibilidades expresadas por
Dios al informarle que “... de todo árbol del huerto podrás comer”;59
la segunda sólo incluía
una opción: comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Evidentemente la deliberación con la intención de tomar decisiones moralmente correctas era
mucho más sencilla para nuestros primeros padres que para nosotros hoy puesto que en
cuestiones diferentes a la relativa al árbol de la ciencia del bien y del mal Adán y Eva
disfrutaban de manera real de la incapacidad de pecar, pero en lo que hace referencia a ese
asunto en particular ellos podían pecar o no pecar. Dios se reservó para sí la prerrogativa de
decidir que era bueno o malo en el resto de asuntos en los cuales permitió a Adán escoger
entre variadísimas posibilidades, todas ellas moralmente buenas, restringiéndole y limitando la
posibilidad real de pecar sólo al árbol de la ciencia del bien y del mal. Esto lo hizo, no por
egoísmo hacia el hombre, sino como una manera de aligerar y reducir al mínimo necesario el
peso de la responsabilidad que éste debía asumir para poder ejercer su privilegio.
Pero el hombre eligió pecar. La pregunta es ¿por qué? Al margen de la incitación de Eva y de
la serpiente a hacerlo, débil excusa ya esgrimida y desestimada por Dios, parece ser que lo que
motivó el pecado fue la posibilidad de ser como Dios, sabiendo el bien y el mal60
. Es decir que
el hombre se sintió tentado por la posibilidad de tomar para sí una prerrogativa que en el
sentido pleno era hasta ese momento exclusiva de Dios y que a él sólo se le había concedido
en lo concerniente al árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios no había ocultado esta
posibilidad al hombre ya que estaba implícita en el nombre asignado en la prohibición al árbol
en cuestión. Como lo dice León Chestov:
Se ha querido explicar la Caída como una desobediencia a la voluntad divina: como la
concupiscencia de la carne. Pero nadie ha querido admitir que la raíz del pecado, es decir,
el pecado original, consistiera en el conocimiento, y que la facultad de discernir entre el
bien y el mal fuera una Caída61
En efecto, el hombre obtuvo esta prerrogativa pero del peor modo, incurriendo precisamente
en aquello que presumiblemente se buscaba evitar mediante el conocimiento del bien y del
mal y de este modo asumió una responsabilidad para sí y sus descendientes demasiado pesada
para ser sobrellevada con éxito. Y con esa mala decisión hizo aparición una de las
manifestaciones psicológicas más indeseables y universales: la agobiante culpa y la vergüenza
58 Sproul R.C., Op. cit. Página 188; Santiago 1:13 RVR 59 Génesis 2:16 RVR 60 Génesis 3:5 RVR 61 Alvarado Rivera, Martín. Pensamientos de grandes filósofos. México D.F.: Editorial Diana, 1988, 205 p.
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que la acompaña62
como muestra fehaciente de que no hemos cumplido con nuestra
responsabilidad.
Las consecuencias inmediatas de esta irresponsable decisión deben ser consideradas con
atención en lo que toca a la sentencia emitida por Dios antes de la Caída expresada de manera
categórica: “ciertamente morirás”63
. “Ciertamente” significa aquí “sin lugar a dudas”, “con
toda seguridad”. Un buen número de teólogos y comentaristas bíblicos han tratado de atenuar
el alcance de esta sentencia diciendo que se refiere a “muerte espiritual”, “pérdida de la
comunión con Dios” y otros conceptos similares que sin ser errados sí son incompletos. La
sentencia inicial era muerte. Escuetamente y sin matices de ninguna especie64
. La ejecución
debía ser sumaria e inmediata y el hecho de que Adán finalmente muriera a muy avanzada
edad y todos los hombres también a partir de él, no es una explicación convincente
considerando los términos inequívocos en que se expresa la sentencia. Con mayor razón si
tenemos en cuenta que, como lo señala Tillich65
, el hombre nunca ha poseído la inmortalidad,
ni siquiera en el Edén antes de la Caída ya que de otro modo no tendría sentido la decisión
tomada por Dios después de la Caída para impedir que Adán tuviera acceso al árbol de la vida
obteniendo así la inmortalidad66
a menos que el hombre careciera de ella previamente.
Lo que vemos aquí, entonces, es una muestra de la misericordia de Dios al no ejecutar la
sentencia de la manera prevista en principio. La sentencia no se ha cancelado, solamente se ha
diferido, se ha pospuesto indefinidamente la fecha de ejecución, se ha concedido un periodo
de gracia en el cual debe irse incubando en el hombre un profundo anhelo de que suceda algo
que lo libre de su justa condenación, preparando así el terreno para la revelación progresiva de
las nuevas pautas que rigen para cumplir la norma de Dios y poder ser declarados justos o
responsables. La voluntad perfecta de Dios desde el Edén siempre ha sido que el hombre no
peque y tenga que morir por ello sino que por el contrario pueda vivir a plenitud y
eventualmente llegue a hacerlo eternamente67
.
Pero a causa del pecado la voluntad perfecta tiene que dar paso a la permisiva que se concreta
en este caso en particular en el hecho de no morir en el acto a pesar de estar estipulado así
desde el comienzo. El profeta Jeremías tenía una diáfana comprensión de esta concesión de la
gracia divina según lo leemos en el libro de las Lamentaciones68
. Esta es una razón más para
afirmar que la vida no es un derecho, sino un don; una gracia para la que no habíamos hecho
ningún mérito en el Edén y absolutamente inmerecida después del Edén.
Resumiendo, las pautas reveladas en el Génesis que son de obligatoria observancia hoy son las
siguientes: La dignidad del hombre que impone a éste una responsabilidad acorde con aquella
y el libre albedrío como elemento fundamental de esta dignidad que nos capacita para saber,
por lo menos, que toda decisión humana contiene implicaciones de índole moral que debemos
justificar ante Dios. Las consecuencias lamentables también son universales y actuales:
62 Génesis 3:7-8, 10 63 Génesis 2:17 64 Romanos 6:23 RVR 65 Tillich, Paul Teología Sistemática II. Salamanca: Ediciones Sígueme, 66 Génesis 3:22 RVR 67 Ezequiel 18:32; 33:11 RVR 68 Lamentaciones 3:22-23 RVR
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psicológica y subjetivamente la culpa y la vergüenza; y espiritual, histórica y objetivamente la
muerte.
c. La responsabilidad colectiva e individual del hombre
La Caída y particularmente la manera en que ésta ha afectado a todo el género humano suscita
acalorados cuestionamientos y debates que ponen sobre la mesa un aspecto derivado de
aquella que merece tratamiento aparte. Nos referimos a la responsabilidad colectiva y la
responsabilidad individual del hombre. Para comenzar hay que decir que ambas no son
mutuamente excluyentes de manera que se dan interrelacionadas en la historia, pero para
efectos de su análisis hay que establecer distinciones claras entre ellas. En la Biblia ambas
están lo suficientemente definidas y diferenciadas para que podamos emprender la labor de
abordarlas sin confundirlas.
En el A.T. Dios se relaciona con los hombres mayormente en términos de la responsabilidad
colectiva, corporativa o de grupo sin que esto signifique que la responsabilidad individual no
tenga lugar en él. Este énfasis se traduce en el hecho significativo de que la doctrina bíblica
fomenta el bien de la comunidad antes que el del individuo, sin que por ello llegue a
desentenderse del bienestar individual de la persona. Ni el judaísmo ni el cristianismo son
individualismo sino colectivismo y si se quiere socialismo y comunismo en la mejor de sus
formas.
En el A.T. Dios escoge una nación por sobre las demás, dándose así un tratamiento individual
desde la perspectiva de las naciones. Pero al mismo tiempo esta nación esta formada por
tribus, clanes, familias e individuos, siendo entonces una colectividad. Este último enfoque es
el que impera en el A.T. al punto de que toda la nación es responsable ante Dios como un
todo, o mejor; “como un solo hombre”69
. Se explican de este modo los juicios divinos sobre
toda la nación porque era la nación la que había sido escogida, no sus individuos. Esta
elección era un privilegio inmerecido70
que ponía sobre la nación responsabilidades del mismo
orden71
. Sin mencionar, además, que la nación no fue escogida cuando ya estaba plenamente
formada sino en virtud de las promesas dadas a un individuo escogido: Abraham. Y Dios se
encargó de recordárselo a la nación con insistencia al referirse a sí mismo como el Dios de
Abraham, Isaac y Jacob72
.
Sin embargo esto no debe llevarnos a conclusiones apresuradas y engañosas como aquella
ampliamente divulgada por la sabiduría popular por la cual se afirma que hay justos que pagan
por pecadores. Si con esto se quiere dar a entender que Dios sentencia y castiga a los justos
junto con los impíos y que la ejecución de la sentencia se aplica de manera indiscriminada a
ambos, poniendo así una sombra de duda sobre el carácter justo de Dios; hemos errado
totalmente la interpretación. Comenzando porque en sentido estricto “No hay justo, ni aún
69 Números 14:15; Jueces 20:1, 8, 11; 1 Samuel 11:7; 2 Samuel 19:14; Esdras 2:64; 3:1; Nehemías 8:1 RVR 70 Deuteronomio 7:6-7; 9:4-5 RVR 71 Romanos 2:17-24; 9:4-5 RVR 72 Éxodo 2:24; 3:6 RVR
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uno”73
por lo que cualquier juicio de Dios podrá ser calificado en el peor de los casos como
inmisericorde pero no como injusto.
Recordemos que justicia es dar a cada cual estrictamente lo que se merece, mientras que
misericordia es cancelar el castigo al cual alguien se ha hecho justamente merecedor. Si no
hay ni un justo, entonces todos merecemos un juicio condenatorio, luego en sentido estricto y
cabal no hay tal cosa como justos que paguen por pecadores. Ahora, si lo que queremos
transmitir con este refrán popular es el hecho de que frecuentemente se dan situaciones en las
cuales personas que no tienen ninguna responsabilidad en un asunto en particular se ven
afectadas, involucradas y aún arrastradas a éste debido a su cercanía o sus relaciones con los
directamente responsables, entonces estaremos más cerca de la realidad. Pero aún en estos
casos puede existir algún grado de responsabilidad en la parte inocente, pues se puede haber
hecho caso omiso de las amonestaciones bíblicas a no andar con personas de bajo perfil moral
comparativamente hablando apartándose de ellas74
. Encaja muy bien en este punto el
adagio popular que advierte que “el que con niños se acuesta amanece mojado”. Este aspecto
será tratado más ampliamente cuando se plantee la relación bíblica entre ambas formas de
responsabilidad en la parte final del siguiente numeral.
Por otra parte, el concepto del “remanente” es en cierto modo una muestra de que, a pesar de
que ambos aspectos de la responsabilidad no se pueden separar en la práctica, desde la
perspectiva divina no hay confusión al respecto. A pesar de lo abigarrada y homogénea que se
vea la humanidad desde nuestro punto de vista, “el fundamento de Dios está firme, teniendo
este sello: Conoce el Señor a los que son suyos”75
. Puede que estemos juntos, pero eso no
significa que estemos revueltos. El término “remanente”76
se refiere a uno de los actos más
representativos de la misericordia de Dios por el cual, aún en los momentos de mayor
infidelidad, desobediencia y pecado en la historia del pueblo de Israel, Dios no permitió que
fueran destruidos completamente por sus enemigos en los juicios decretados por el propio
Dios; sino que cuidó de que siempre permaneciera siquiera un pequeño resto de judíos fieles
que garantizara la posteridad del pueblo escogido por Dios77
. Esto constituye evidencia
adicional de que Dios no castiga indiscriminadamente a los justos con los pecadores.
Por otra parte, aunque la responsabilidad individual es enfatizada mayormente en el N.T.
cuando la nación de Israel ya ha cumplido, con todo y sus deficiencias, el cometido para el
cual fue escogida; de cualquier modo ya se encontraba lo suficientemente documentada en el
A.T. Y del mismo modo que en éste, el énfasis en uno de los dos aspectos no excluye al otro,
como se puede apreciar en el hecho de que Dios no ha desechado a la nación de Israel como
tal78
y que los creyentes siguen formando parte de la colectividad llamada Iglesia (asamblea).
Se podría decir que lo que el N.T. hace es reducir la perspectiva pasando de la nación
individual a la persona individual; es decir que al creyente se le pueden aplicar, guardadas las
73 Romanos 3:10 RVR 74 Génesis 19:14; Números 16: 21, 24, 26, 45; 1 Samuel 15:6; Esdras 10:11; Proverbios 1:15; Isaías 52:11; 2 Corintios 6:17; Apocalipsis 18:4 RVR 75 2 Timoteo 2:19, compárese con Nahum 1:7 RVR 76 2 Crónicas 34:9, 21; Esdras 9:8, 13-15; Nehemías 1:3 RVR 77 1 Reyes 19:18 RVR 78 Romanos 11:25-26 RVR
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obvias proporciones, las mismas situaciones y ciclos espirituales que afrontó la nación como
un todo79
.
Si bien es cierto que el énfasis en la responsabilidad individual es propio del N.T.; es en el
Antiguo donde su formulación aparece con mayor claridad y fuerza. Ya en el éxodo se
comienza a insinuar de manera explícita80
, pero es el profeta Ezequiel quien la define con
mayor precisión81
al tener que impugnar un refrán común entre el pueblo de Israel en aquel
tiempo82
que pretendía eludir la responsabilidad personal escudándose en la responsabilidad
colectiva en un intento tan antiguo como el mismo hombre, consistente en culpar a los demás
la colectividad en este caso de nuestras faltas individuales, dando lugar así a toda una
filosofía de la responsabilidad muy de nuestros tiempos, formulada por Juan Jacobo Rousseau
en su famosa frase que dice “el hombre nace puro y la sociedad lo corrompe”. A causa de lo
anterior es menester ver más en detalle, hasta donde nos sea posible, como se relacionan la
responsabilidad colectiva e individual del hombre.
d. La relación entre responsabilidad colectiva e individual
Una vez que hemos hecho una descripción de ambos aspectos de la responsabilidad en el
numeral anterior, indicando a grosso modo las formas equivocadas en que se plantea su
relación; hemos de intentar definir ahora como se ve afectada la una por la otra o lo que es lo
mismo, hasta donde llega el alcance de una en relación con la otra. Para ello hay que volver al
momento de la Caída, pues es en este punto donde convergen y se funden de manera
indisoluble la responsabilidad individual con la colectiva.
En la Caída Adán y Eva son responsables en el ámbito individual, pero al mismo tiempo la
humanidad entera se ve afectada siendo al mismo tiempo responsable de este acto83
. El pecado
de Adán afecta igualmente a toda la colectividad conformada por el género humano.
¿Cómo es esto posible? ¿Puedo ser inculpado de un pecado que no cometí? Si la respuesta es
afirmativa entonces la responsabilidad individual se ve seriamente violentada y estaría
dándose la razón al refrán impugnado por Ezequiel ya mencionado en la anterior sección y
somos, en efecto, víctimas inocentes de un sino trágico determinado de antemano y del cual
no se puede escapar, por lo cual todo intento en este sentido es vano e inútil dejándonos como
única opción viable y realista la que encontramos en Isaías, citada con sorna por el apóstol
Pablo en estos términos: “comamos y bebamos, porque mañana moriremos”84
. Si es negativa,
surge la protesta ¿por qué, entonces, debo sufrir el castigo, o lo que es lo mismo, asumir las
consecuencias de un acto del cual no soy responsable? Difícil dilema.
Para comenzar a resolverlo hay que precisar que no es lo mismo ser acusado e inculpado por
un acto determinado que sufrir las consecuencias de ese acto. A pesar de que por lo general se
79 1 Corintios 10:1-11 RVR 80 Éxodo 32:33 RVR 81 Ezequiel 18:20 RVR 82 Ezequiel 18:2 RVR 83 Romanos 5:12, 19 RVR 84 Isaías 22:23; 1 Corintios 15:32 RVR
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dan juntas y se confunden; hay que de cualquier modo diferenciarlas. Aquel que es hallado
culpable de una falta debe sufrir, además de la culpa y su consecuente castigo, las
consecuencias que esta falta ocasione, que no se limitan únicamente a la culpa y el castigo.
Éstas últimas son consecuencias del pecado que deben recibir tratamiento especial, pero las
consecuencias del pecado abarcan mucho más que la culpa y el castigo.
Un reo que ha pagado ya su condena, asumiendo de este modo su culpa y su castigo, puede
como consecuencia de su crimen afrontar más adelante dificultades para encontrar trabajo a
causa de sus antecedentes. Por otra parte, podemos ser alcanzados por las consecuencias de
los pecados de otros aunque no tengamos responsabilidad directa en ellos, esto es, que no
seamos culpables y por lo tanto no merezcamos castigo. Y finalmente, puede darse el caso de
personas que a pesar de ser culpables y merecer un castigo, viven en impunidad mientras otros
sufren las consecuencias de sus malas acciones. Estas diversas posibilidades evidencian el
sentido de colectividad al cual nadie puede sustraerse y que es en últimas el fundamento de la
responsabilidad colectiva. Toda decisión personal e individual ya sea buena o mala en el
sentido moral, afecta de algún modo a los demás.
Hoy en día estamos adquiriendo mucha mayor conciencia de ello. En el marco de la “aldea
global” propuesta por Herbert Marcuse es mucho más fácil entender por que las crisis
económicas de los países asiáticos afectan la vida cotidiana de un colombiano. “Integración”
es la palabra de moda. Todos los individuos están relacionados entre sí de una y mil maneras,
integrados los unos a los otros, en el seno de la colectividad. Todo esto conforma una
enmarañada e infinita red de relaciones entre los hombres de todo el orbe. No se puede halar
un cabo de la red en un lugar sin que la tensión se perciba en las antípodas y sin que los
cambios generados afecten de algún modo a las futuras generaciones.
Es por eso que en el sentido ya enunciado arriba y en lo que atañe a las consecuencias de
nuestros actos, siempre es posible que paguen justos por pecadores puesto que nadie puede
apartarse o aislarse de manera absoluta85
. Del mismo modo nadie toma decisiones morales en
el vacío. El intérprete y cantante de salsa panameño Rubén Blades logró, de manera
incidental, expresar esta idea muy acertadamente en el coro de su canción “Decisiones”:
Decisiones, cada día, alguien pierde, alguien gana, Ave María; Decisiones, todo cuesta,
salgan y hagan sus apuestas ciudadanía86
.
A esto se refiere la Biblia en el segundo de los mandamientos del Decálogo al afirmar que
Dios visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los
que le aborrecen87
. Son las consecuencias de los pecados de los padres las que inevitablemente
terminan afectando a sus futuras generaciones, aunque éstas no puedan ser inculpadas ni
castigadas en justicia por los pecados de sus padres. Prácticas como el alcoholismo, la
drogadicción, el adulterio, el abuso sexual y la conducta violenta, entre las más notorias; se
verifican con mucha frecuencia de generación en generación sin que sus protagonistas puedan
excusar su responsabilidad señalando el ejemplo de sus padres como intentaron sin éxito
85 1 Corintios 5:9-10 RVR 86 Blades Rubén, Decisiones 87 Éxodo 20:5 RVR
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hacerlo los judíos de la época de Ezequiel aludiendo con su refrán, con mucha probabilidad y
de forma amañada, al citado pasaje del Éxodo a pesar de que sin lugar a dudas este ejemplo
determina en buena parte la repetición de estos mismos actos por sucesivas generaciones.
Es por eso que alguien dijo que la verdadera educación de un hombre comienza varias
generaciones atrás. Es oportuno considerar aquí la siguiente reflexión de William Raspberry:
Lo bien o lo mal que nos vaya en la vida no está determinado tan solo por nuestros dones y
fortaleza de espíritu, sino también por nuestro ambiente social, nuestras relaciones, las de
nuestra familia y, de manera fundamental por cómo les haya ido a nuestros padres. La
vida es una carrera de relevos. Cuenta mucho cuanta ventaja lleva el corredor anterior en
el momento de entregarnos la estafeta88
.
Tillich nos brinda la perspectiva adecuada al respecto al concluir que en sentido estricto no
puede existir ninguna culpabilidad colectiva, sino más bien un destino universal de la
humanidad. En este orden de ideas la culpa individual participa en la creación del destino
universal de la humanidad y en la creación del destino particular del grupo social al que
pertenece una persona. De este modo los hombres son culpables, no de haber cometido los
crímenes de que se acusa a su grupo, sino de haber contribuido al destino en el que acaecieron
tales crímenes89
.
Salta a la vista, entonces, que el hombre no se encuentra atrapado en un destino inmodificable,
sino que puede romper los esquemas que se le han impuesto a pesar del poder determinante
que éstos tengan en su vida. Al fin y al cabo, el todo (la sociedad) no es mayor que la suma de
sus partes (los individuos). La filosofía de Rousseau no tiene piso porque la misma sociedad
que supuestamente corrompe al individuo está formada simultáneamente por individuos, cada
uno de los cuales ha debido a su vez ser corrompido por una sociedad previa en una secuencia
sin fin que suscita el viejo dilema de qué fue primero, ¿el huevo o la gallina? Esto no es óbice
para reconocer que la pluralidad de individuos presente en la sociedad facilita que las pasiones
se inflamen por simpatía y que el temor al castigo y el sentido de la vergüenza disminuyan al
ser compartidos, como lo manifestó Macaulay90
o que los individuos reunidos en una
muchedumbre adquieran por su número un sentimiento de poder que da rienda suelta a
instintos que, de hallarse solos, hubieran tenido que mantenerse refrenados, según lo plantea
Gustavo Lebon91
.
En este caso lo que sucede es que la sociedad ofrece un camuflaje ideal para que el individuo
mimetize su responsabilidad en el anonimato. Sin embargo hay varios ejemplos
representativos en el A.T. de hombres que rompieron con éxito los esquemas que se les
quisieron imponer, entre los cuales podemos mencionar a los hijos de Coré, reivindicando el
tristemente célebre nombre de su padre92
consagrándose con solicitud y por entero al servicio
del Templo, destacándose como músicos y cantores del mismo93
; el rey Josías
88 Selecciones del Reader’s Digest 89 Tillich, Paul. Teología Sistemática II. Salamanca: Ediciones Sígueme, 90 Pumarega, Manuel. Op. Cit., 255 p. 91 Ibíd. 92 Deuteronomio 11:6 RVR 93 1 Crónicas 9:19; 26:1; 2 Crónicas 20:19 RVR
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sobreponiéndose al legado de su padre Amón y su abuelo Manasés94
, tomando como mentor
tal vez a su bisabuelo Ezequías quien a su vez hizo lo propio en relación con el legado de su
padre Acaz95
, remontándose en su búsqueda de un ejemplo digno de imitar hasta su antecesor
el rey David96
; demostrando así el principio indiscutible de que, aunque no podamos escoger a
nuestros padres si podemos escoger a nuestros mentores y erigiéndose al mismo tiempo como
precedentes esperanzadores para sobreponernos a cualquier legado trágico o estigma
vergonzoso heredado de nuestros padres.
Pero subsiste el problema planteado por la Caída. No se necesita ser teólogo para darse cuenta
de que lo que el pecado de Adán acarreó para el género humano no son simplemente
consecuencias que nos afectan de manera tangencial y fortuita, sino que todos estamos en el
centro mismo de la sentencia97
como culpables al mismo nivel de Adán. Aparentemente el
principio de responsabilidad individual establecido por Ezequiel por el cual los hombres no
han de ser considerados responsables por los pecados de otros es vulnerado aquí
flagrantemente. Pero mejor leamos lo que dice al respecto R.C. Sproul:
Sin duda, se establece ese principio general en Ezequiel. Es un gran principio de la justicia
de Dios. Sin embargo, no nos atrevemos a convertirlo en un principio absoluto. Si lo
hacemos, entonces el texto de Ezequiel probaría... que la expiación de Cristo está fuera de
lugar. Si es imposible que una persona pueda jamás ser castigada por los pecados de otra,
entonces no tenemos Salvador alguno. Jesús fue castigado por nuestros pecados. Esa es la
esencia misma del Evangelio. No sólo Jesús fue castigado por nuestros pecados, sino que
su justicia es la base meritoria de nuestra justificación. Somos justificados por una justicia
ajena, una justicia que no es nuestra. Si presionamos la afirmación de Ezequiel hasta un
límite absoluto cuando leemos: “La justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío
será sobre él”, entonces se nos deja como pecadores que deben justificarse a sí mismos.
Eso nos pone a todos en un grave problema... El principio de Ezequiel permite dos
excepciones: La Cruz y la Caída. De alguna manera no nos importa la excepción de la
Cruz. Es la Caída la que nos irrita.98
La idea más popular y que mejor armoniza todas las variables presentes en la Caída es la idea
federal o representativa de la misma que afirma que Adán actuó como representante de toda la
raza humana. Es decir que Dios no estaba probando a Adán sino a toda la humanidad, de
manera análoga al modo como las decisiones tomadas por un gobierno federal a través de su
portavoz legítimo afectan y comprometen a toda la nación representada. La controversia surge
al cuestionar esta representación sugiriendo o asegurando que no ha sido ni justa ni exacta de
modo que Adán no nos haya representado perfectamente. Después de todo argumentamos
no se solicitó mi voto para elegirlo como mi representante y de haber podido votar mi
candidato hubiera sido otro (en asunto tan delicado probablemente nos hubiéramos postulado
personalmente).
94 2 Reyes 21:1-2, 19-20; 22:1-2; 23:25 RVR 95 2 Reyes 16:2-4; 96 2 Reyes 18:1-7 RVR 97 Génesis 6:16-19 RVR 98 Sproul, R.C. Escogido por Dios. Miami: Unilit, 1993, 61-62 p.
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Pero ¿acaso constituye garantía alguna de plena y perfecta representatividad el triunfo de mi
candidato? ¿No hemos sido embaucados con frecuencia aún por nuestros propios candidatos
que se supone representarían nuestros mejores intereses, muchas veces aún en detrimento de
los de otros a quienes también pretenden representar en una elección a todas luces
parcializada? ¿No muestra esto que nuestro interés por elegir personalmente a nuestro propio
representante no es tanto que la elección sea justa como que sea favorable a nosotros, así a la
postre no sea tan justa?
Es probable que, en consideración de estas cosas, Dios haya decidido elegir por nosotros a
nuestro representante. ¿Podemos en derecho impugnar la justicia de la elección de Dios por el
simple hecho de que no nos lo haya consultado?, ¿Será más justa nuestra elección que la de
Dios? Podemos argüir diciendo que no fue justa su elección porque la decisión tomada por
Adán no nos favoreció, pero éste es un argumento subjetivo que no tiene ningún fundamento
racional. ¿Qué diríamos si la decisión de Adán hubiera sido favorable a nosotros?
Seguramente no objetaríamos la elección de Dios. Pero el hecho es que al elegir a nuestro
representante Dios obra con la justicia e infalibilidad que caracteriza todos sus actos99
.
Citemos de nuevo a Sproul para concluir este asunto:
Cuando Dios escoge a nuestro representante lo hace perfectamente. Su elección es una
elección infalible. Cuando yo escojo a mis propios representantes lo hago faliblemente...
Adán me representó infaliblemente no porque él fuera infalible, sino porque Dios es
infalible. Dada la infalibilidad de Dios, nunca podré argumentar que Adán fuese una mala
elección para representarme... Si conocemos algo en absoluto acerca del carácter de Dios,
entonces sabemos que él no es un tirano y que nunca es injusto. Su estructuración de las
condiciones para poner a prueba a la humanidad satisfizo la propia justicia de Dios. Esto
debiera ser suficiente para satisfacernos100
Además, se necesita ser muy obtuso, malicioso y torcido para creer que un artista (Dios) tome
conscientemente una decisión parcializada y desfavorable hacia su obra maestra (el hombre)
para tener así “oportunidad” de entregar la vida de su propio hijo (Jesucristo) con el fin de
modificar su decisión inicial. Quien conciba a Dios de esta manera definitivamente no tiene en
mente al Dios de la Biblia. Sería incluso más lógico, en vista de lo que Dios ha hecho en
Jesucristo, que si su decisión pudiera ser en algún modo parcializada, lo fuera a nuestro favor.
En síntesis, somos tan culpables como Adán porque de haber estado en su lugar ninguno de
nosotros lo hubiéramos hecho mejor.
Un argumento final a favor de la buena disposición que Dios muestra hacia el hombre en
relación con estos aspectos de la responsabilidad lo encontramos en algunos de los
acontecimientos narrados en el A.T., como por ejemplo la ocasión en que Dios estuvo
dispuesto a cancelar, o por lo menos a diferir el castigo sobre Sodoma y Gomorra, merced a la
intercesión de Abraham y con la condición de que hubiera allí por lo menos diez justos101
, o
aquella otra en que le informó a Jeremías que si hallaba a un justo en Jerusalén, ésta sería
99 Romanos 9:14 RVR 100 Sproul R.C. Op. Cit., 65 p. 101 Génesis 18:24-32 RVR
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perdonada102
, o aún el caso referido en el libro de Ezequiel en el cual se le notificó al profeta
que a pesar de que en esa coyuntura particular los pecadores no serían perdonados ni siquiera
por el hecho hipotético de que se encontraran entre ellos tres justos de la talla de Noé, Daniel
y Job, de cualquier modo estos tres justos si serían librados del juicio inminente103
. Se
desprende de esto que Dios en su misericordia esta dispuesto a perdonar a la colectividad en
virtud de la justicia de unos pocos individuos, pero nunca lo contrario, es decir castigar al
individuo inocente junto con la colectividad culpable.
REFLEXIONEMOS A. Somos insustituibles y necesarios
“CADA hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve la otra. Somos insustituibles, somos necesarios” José Ortega y Gasset
La singularidad e individualidad de cada ser humano permite afirmar que, no obstante el hecho de que nadie sea indispensable, de cualquier modo todos somos insustituibles y necesarios. En relación con lo primero, no hay nadie que sea indispensable para que Dios pueda llevar a feliz término sus propósitos soberanos debido a que por más que nos equivoquemos u opongamos, ninguno de nosotros tiene la capacidad para obstaculizar o echar a perder de manera absoluta o definitiva los planes divinos. Todo lo que sucede, sea bueno o malo, termina tarde o temprano concurriendo con la voluntad de Dios. Sin embargo, Dios ha determinado igualmente que nosotros podamos colaborar y concurrir voluntariamente con sus propósitos, participando activa y conscientemente en la realización de los mismos: “En efecto, nosotros somos colaboradores al servicio de Dios…” (1 Cor. 3:9). Y en este sentido cada creyente es insustituible y necesario. Porque no podemos olvidar que la posibilidad de hacer aportes favorables a los propósitos divinos en este mundo es un privilegio concedido por el Señor de manera especial y plena a los creyentes que forman su Iglesia, asimilada por el apóstol Pablo a un “cuerpo” del cual Cristo es la cabeza (1 Cor. 12: 13-27; Efe. 4: 11-15), y en el cual cada uno de los miembros tiene una función específica necesaria e insustituible para hacer un aporte a la monumental obra de Dios; aporte que a pesar de dar la impresión de ser poco significativo desde la perspectiva humana, es siempre importante desde la perspectiva divina: “Porque Dios no es injusto como para olvidarse de las obras y del amor que, para su gloria, ustedes han mostrado sirviendo a los santos, como lo siguen haciendo” (Heb. 6:10). Por lo tanto, el Señor espera que seamos conscientes de esta inapreciable concesión divina y valoremos así el hecho de poder contribuir de una manera única desde nuestra perspectiva y circunstancia particular al cumplimiento de sus propósitos, como personas necesarias e insustituibles dentro de sus planes para la humanidad.
“Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos,
según la actividad propia de cada miembro”. Efesios 4:16 NVI
102 Jeremías 5:1 RVR 103 Ezequiel 14:12-20 RVR
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B. El pecado de omisión
“CON LA HUIDA de la discusión pública, este o aquel alcanzan el refugio de la práctica privada de la virtud… Sólo a costa de engañarse a sí mismo puede conservar su intachabilidad privada de la
contaminación que produce una conducta responsable en el mundo. Todo lo que hace, jamás le compensará de lo que omite”
Dietrich Bonhoeffer Se ha hecho común hoy pensar que la fe, la piedad y las convicciones religiosas son algo que concierne estrictamente al fuero íntimo y a la esfera privada del individuo y que es ahí a donde debe restringirse o limitarse, pues la vida pública debe dirigirse con criterios diferentes. Esta idea se ha impuesto de tal modo que ha terminado promoviendo una sospechosa “tolerancia” secularista hacia la religión que está dispuesta, de manera condescendiente, a hacer la vista gorda ante ella siempre y cuando su práctica se circunscriba al ámbito rigurosamente personal o, a lo sumo y como gran cosa, al reducto eclesiástico del templo y sus instalaciones. De exceder estos delimitados linderos la fe corre el riesgo de ser atacada y descalificada. La ética social y pública se concibe así desligada, separada y sin ninguna relación con su matriz religiosa. El censurable secularismo triunfa así sobre la sana secularización.
Lo triste es que un gran número de creyentes han terminado creyendo esta mentira, con una
condenable actitud crédula y facilista, engañándose a sí mismos, pretendiendo conservar su supuesta “intachabilidad privada” al mismo tiempo que eluden su responsabilidad pública en el mundo (Mt. 7:21; Lc. 6:46; 11:28; Jn. 13:17; Rom. 2:13; 1 Jn. 3:7; St. 1:22-25; 2:14-18). Pero estos malabares son inadmisibles para un cristiano auténtico, pues no son más que peligrosos actos de equilibrismo sobre una cuerda demasiado floja para podernos sostener. Lo público y lo privado no pueden, pues, desvincularse impunemente en la vida cristiana. Y en conexión con ello el pecado de omisión, aquel que “no le hace mal”, pero tampoco ningún bien a nadie, no puede seguirse justificando al amparo de este equivocado esquema que termina legitimando “la inanidad religiosa”: “Si alguien se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada…” (St. 1:26-27), que como bien lo señala el autor sagrado, no es otra cosa que una religiosidad pueril e insubstancial. En síntesis, tanto en lo público como en lo privado:
“… comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace” Santiago 4:17 NVI
C. La singularidad de Cristo
“NO HAY universalidad alguna si no existe un evento único” Visser’t Hooft
Vivimos en un mundo globalizado que promueve abiertamente el pluralismo, el multiculturalismo, la tolerancia sin criterio y los nuevos sincretismos que parten de la creencia de que no hay ninguna revelación de carácter único en la historia y que por eso, como lo describe muy bien Visser’t Hooft: “es necesario armonizar hasta donde sea posible todas las ideas y experiencias religiosas con el fin de crear una religión universal para la humanidad”. En este contexto, afirmar entonces que algo es único e
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irrepetible se juzga como arrogancia inaceptable y se ve como el reflejo de una actitud elitista y exclusivista de intolerable superioridad.
Pero a despecho de los que así piensen y sin dejar de reconocer la necesidad de una armonía global, de una actitud respetuosa hacia las creencias de los demás y de que, ciertamente, la iglesia de Cristo ha mostrado en ocasiones censurables actitudes de arrogante superioridad; no podemos dejar de afirmar que, sea como fuere, la verdad es superior a la falsedad. Y el hecho contundente es que el carácter único del Dios revelado en la Biblia y de sus actuaciones en la historia hablan por sí mismos a favor de su veracidad y legitimidad, tal como la iglesia lo ha creído y proclamado desde hace dos mil años.
En efecto, el Señor nuestro Dios es el único Dios verdadero (Jn. 17:3; Sal. 96:4-6; Isa. 42:8); el único Todopoderoso (Gén. 17:1; Sal. 72:18; 136:4; Lc. 1:37); el único Soberano (1 Tim. 6:15; Judas 4); y el único bueno (Mt. 19:17; Mr. 10:18; Rom. 3:10, 12, 23). Asimismo, Jesucristo es el único Señor, nuestro Dios (1 Cor. 8:4-6; Col. 2:9); el único (unigénito) Hijo de Dios que se encarnó como hombre (Jn. 1:14, 18; 1 Jn. 4:9); el único que murió una única vez por nuestros pecados (Heb. 9:28; 10:12; 1 P. 3:18); el único que, por lo pronto, ha resucitado de los muertos (1 Cor. 15:20, 22-23; Apo. 1:17-18); el único que ascendió al cielo (Jn. 3.13; Fil. 2:5-11); y el único que volverá a poner orden en este mundo (Hc. 1:10-11; Heb. 9:28).
La iglesia es, por lo tanto, un pueblo único (Dt. 14:2), que debe seguir sosteniendo y proclamando el carácter único de nuestro Dios y su consecuente validez universal, puesto que, como lo ha venido afirmando el judaísmo desde el Antiguo Testamento y lo suscribe la Iglesia en el Nuevo:
“Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor”
Deuteronomio 6:4 NVI Hechos 17:26 NVI
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TERCERA UNIDAD: RESPONSABILIDAD HUMANA EN EL PENTATEUCO
En el canon judío el Pentateuco recibe el nombre de “La Torah”, vocablo hebreo que se
traduce como La Ley. Dejando por ahora de lado el Génesis y sin que esto implique
menoscabo del tratamiento de la responsabilidad que la Ley plantea, toda vez que ésta no se
menciona en el primer libro de la Biblia; acometeremos el análisis de la responsabilidad que
recae sobre el hombre como consecuencia de la promulgación de la Ley, dejando para tratar
bajo el enfoque dispensacionalista otros aspectos de la responsabilidad que median entre la
Caída y la Ley.
La Ley
Este término incluye todas las instrucciones específicas, codificadas y ordenadas que Dios
reveló, por intermedio de Moisés, a la naciente nación de Israel durante el éxodo por el
desierto y que eran de obligatorio cumplimiento para todos los individuos. Por lo tanto, La
Ley es en el contexto de la economía de Dios la que mejor cumple el segundo presupuesto
necesario para poder ser plenamente responsables. Precisamente se llegó a esta enunciación
tan clara de la voluntad de Dios ante el fracaso de otras instancias que, por lo visto en la
historia subsecuente a la Caída, no habían sido suficientes para dejar en claro lo que Dios
esperaba del hombre. Si bien esto último era una más de la larga lista de excusas sin
fundamento que la humanidad ha elaborado para evadir su responsabilidad ante Dios; Él quiso
eliminar esta excusa del repertorio del hombre y en particular del de la nación hebrea que
había sido beneficiaria de un tratamiento especial por parte de Jehová, otorgándoles un código
de conducta tan preciso que lograra erradicar de manera definitiva la vieja excusa de la
ignorancia.
El problema que la Ley no pudo resolver fue el que tiene que ver con el primer presupuesto
para asumir plenamente la responsabilidad: las facultades o la capacidad funcional para
cumplirla íntegramente. Esto estaba calculado al detalle desde la perspectiva divina pero el
hombre debía descubrirlo por sí mismo mediante su propia experiencia. La revelación dada al
apóstol Pablo tal como se encuentra en las epístolas a los Romanos y a los Gálatas descubre la
intención que Dios perseguía al promulgar la Ley104
. En teoría, cumplirla minuciosamente; en
la práctica, tratar de cumplirla sin éxito, reconociendo en el intento el estruendoso fracaso sin
atenuantes ni excusas que lo mitiguen, aceptando en consecuencia nuestra miserable y
menesterosa condición espiritual.
Sólo así apreciaría el hombre en su verdadera dimensión la revelación manifestada en el N.T.
El A.T. es en todo sentido preparatorio para el Nuevo de manera análoga al modo en que
guardadas las obvias proporciones una campaña publicitaria de expectativa pretende
despertar el interés y el deseo del consumidor por un determinado producto que aún no
conoce. En los cálculos de Dios 1.400 años eran suficientes para haber logrado este
104 Romanos 3:20; 5:20; 7:7; Gálatas 3:19, 24 RVR
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propósito105
. Pero con todo y ello para muchos no lo fue. El hombre siguió así “mostrando el
cobre” de su endurecido corazón106
.
Además de lo ya dicho, la Ley también tenía el propósito de revelar el carácter santo, justo y
misericordioso de Dios ya que ella misma no es más que una extensión de este carácter. Pero
antes de examinar por qué medios se pretende alcanzar este objetivo es necesario distinguir
tres formas diferentes que la Ley asume y estudiarlas una por una por separado.
a. La ley moral
El Decálogo o los diez mandamientos son conocidos como la ley moral de aplicación
universal. Su ámbito sobrepasa con mucho el del pueblo hebreo y a ella es a la que se refiere
el apóstol Pablo cuando dice que “los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que
es de la ley,... mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones...”107
de donde se sigue que
para conocerlos y practicarlos no es estrictamente necesario recibirlos de manera detallada y
codificada, sino que también se pueden conocer de manera intuitiva. Son mandamientos
generales dados con el fin de regular mayormente la conducta del hombre estableciendo así un
pacto de obras bilateral y condicionado. Se expresan en términos de “hacer” y “no hacer” pero
también toman en consideración las intenciones108
al igual que las motivaciones que se hallan
incluidas de manera tácita en el primero de los mandamientos comúnmente formulado como
“amar a Dios sobre todas las cosas”.
El pueblo de Israel y con posterioridad a él tanto los gentiles como buena parte de la
iglesia han creído erróneamente que pueden cumplirlos a cabalidad y que en recompensa deben recibir el favor de Dios en el plano temporal y posteriormente en el eterno. Si bien es
cierto que externamente es posible ceñirse a ellos como lo declaró sincera y presuntuosamente
el joven rico109
, el problema surge cuando Dios examina nuestras motivaciones e intenciones.
Además no basta con cumplir con la mayoría de ellos pues aquí si que Dios no hace
concesiones de ninguna especie: es todo o nada110
. Es apenas obvio que así sea pues si la Ley
refleja el carácter perfecto de Dios, admitir una sola transgresión puede desdibujar este
carácter; algo que Dios no puede ni está dispuesto a permitir.
Comencemos entonces por definir mejor lo relativo a las motivaciones y las intenciones. Dios
juzga básicamente tres cosas en toda acción humana: la motivación, la intención y la conducta
en sí misma111
. La motivación es el por qué de cada acción, la intención es el para qué y la
conducta es el cómo. Dicho de otro modo, la motivación es el origen de una acción, la
intención es el fin y la conducta es el medio que sirve de puente entre ambos. Es así como la
motivación me mueve, la intención me guía y la conducta me lleva.
105 Gálatas 4:4 RVR 106 Génesis 6:5; 8:21 RVR 107 Romanos 2:14-15 RVR 108 Éxodo 20:17 RVR 109 Mateo 19:20 RVR 110 Gálatas 3:10; Santiago 2:10 RVR 111 1 Crónicas 28:9; Apocalipsis 2:23 RVR
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Contrario a la creencia popular el criterio prioritario por el cual Dios nos evalúa no es la
conducta sino la motivación y la intención, pues estas dos son las que determinan la conducta.
En la Biblia encontramos que Amasías, rey de Judá “Hizo lo recto... ante los ojos de Jehová,
aunque no de perfecto corazón”112
, mientras que de su antecesor Asa se dice que, aunque en
su condición de rey no derribó los lugares altos de Judá, “Con todo el corazón de Asa fue
perfecto para con Jehová toda su vida”113
. Un juicio negativo a pesar de hacer las cosas bien y
un juicio favorable con todo y las deficiencias en la factura. Con esto se quiere señalar que
aunque la conducta del primero fue correcta, sus motivaciones e intenciones no lo fueron;
mientras que a pesar de las acciones defectuosas del último, su motivación si fue la correcta.
Sin embargo no podemos sacar conclusiones apresuradas puesto que el hombre bien
intencionado y motivado debe observar también una conducta adecuada y acorde con
aquellos. El rey David tuvo que aprender esta lección de manera amarga cuando, bien
motivado e intencionado, quiso trasladar el Arca del Pacto a Jerusalén por primera vez sin
tomar la precaución de hacerlo de la manera correcta, pagando el costo de su descuido con la
muerte de Uza114
. Sólo cuando siguió las instrucciones divinas en la ejecución del proyecto
pudo llevar a feliz término esta iniciativa115
.
Eventualmente, si la motivación e intención son correctas Dios puede excusar una conducta
deficiente116
. Sin embargo haríamos bien en tener siempre presentes las palabras del rey David
cuando dijo: “Jehová nuestro Dios nos quebrantó, por cuanto no le buscamos según su
ordenanza”117
. La motivación ideal y correcta es el amor118
. Por eso Agustín decía “ama y haz
lo que quieras”119
. La intención correspondiente es buscar la gloria de Dios120
. Y en el
cumplimiento del decálogo aquí es donde todos tropezamos. Aún haciendo las cosas
correctamente nuestras motivaciones e intenciones obedecen a intereses egoístas.
Queremos servirnos de la ley para nuestra propia conveniencia y no honrar a Dios mediante
ella. El hombre natural, a pesar de lo correcto de su conducta, no hace nada por amor a Dios ni
para la gloria de Dios. Estas también son consecuencias de nuestra condición caída. San
Agustín decía que el hombre caído conserva el libre albedrío pero carece de libertad. Es decir
que:
El hombre caído no ha perdido su capacidad para hacer elecciones. El pecador es capaz
aún de escoger lo que quiere, puede actuar aún según sus deseos. Sin embargo, debido a
que sus deseos son corruptos, no tiene la libertad real de los que son liberados para
justicia. El hombre caído se halla en un grave estado de esclavitud moral.121
112 2 Crónicas 25:2 RVR 113 1 Reyes 15:14 RVR 114 1 Crónicas 13:5-13 RVR 115 1 Crónicas 15:1-15 RVR 116 2 Crónicas 30:18-20 RVR 117 1 Crónicas 15:13 RVR 118 1 Corintios 13 RVR 119 120 1 Corintios 10:31 RVR 121 Sproul, R.C. Op. Cit., 43 p.
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El hombre caído ha perdido la capacidad de no pecar que Adán poseyó durante el tiempo
previo a su caída y se encuentra, por lo tanto, incapacitado para no pecar. No puede hacer
nada más que pecar, no siempre en razón de su conducta, pero sí en razón de sus motivaciones
e intenciones. No hay en rigor ningún hombre que cumpla con el decálogo. Martín Lutero lo
sabía con una certeza que lo abrumó durante varios años de su vida:
Lutero examinó el gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu mente, y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a tí mismo”. Después se
preguntó a sí mismo: “¿Cuál es la gran transgresión?”. Algunos responden esta pregunta
diciendo que el gran pecado es el homicidio, el adulterio, la blasfemia o la incredulidad.
Lutero estaba en desacuerdo. Su conclusión fue que si el gran mandamiento era amar a
Dios con todo el corazón, entonces la gran transgresión era no amar a Dios con todo el
corazón. El vio un balance entre grandes obligaciones y grandes pecados... si
reflexionamos por un momento, es claro que ninguno de nosotros ama a Dios con todo su
corazón y con toda su mente o con todas sus fuerzas. Nadie ama a su prójimo como se ama
a sí mismo.”122
El fracaso es de nuevo patente en lo que concierne a la ley moral. El terreno está abonado y
listo para la revelación plena de la gracia en el N.T. a pesar de la insistencia estéril de los
fariseos, escribas e intérpretes de la ley de la época del Señor Jesús para justificarse por medio
de la ley. La ley moral es terapéutica, se añade para que nos demos cuenta de que estamos
enfermos, para evaluar los síntomas y formular el diagnóstico “Porque Dios sujetó a todos en
desobediencia, para tener misericordia de todos”123
y para que “toda boca se cierre y todo el
mundo quede bajo el juicio de Dios.”124
b. La ley ceremonial o ritual
La ley ceremonial o ritual es la encargada de mostrar los patrones y las pautas para el acceso a
Dios y la adoración. El ámbito estricto y directo de aplicación de ésta es el pueblo de Israel,
pero el propósito pedagógico que persigue hace de ella uno de los recursos didácticos más
efectivos en la economía divina, cuyas enseñanzas siguen siendo de gran relevancia en el N.T.
Comencemos por decir que todo el elaborado y minucioso ritual de sacrificios, holocaustos y
ofrendas asociado con el sacerdocio y el Templo todo ello reglamentado por esta forma de
la ley halla total cumplimiento en la persona y el sacrificio de Jesús de Nazaret. Él es el perfecto sacerdote y la perfecta ofrenda prefigurada en todas las prácticas y tipos
veterotestamentarios de la ley ritual. Refiriéndose a Cristo Gino Iafrancesco Villegas escribe:
Él es el legislador verdadero perfeccionando a Moisés. Él es el verdadero Aarón, el sumo
sacerdote perfecto; Él es la ofrenda sacrificada, el holocausto; Él es el verdadero pan, el
trigo molido cual harina, molido por nuestros pecados y ungido con el aceite del Espíritu
Santo. Él es el arca de madera de acacia cubierta de oro, la naturaleza humana y la divina
en su sola persona... Él es la Pascua, el Cordero expiatorio... el precio del rescate, el
122 Sproul, R.C. La santidad de Dios. Miami: Unilit, 1991, 93-94 p. 123 Romanos 11:32 RVR 124 Romanos 3:19 RVR
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tabernáculo henchido de la gloria de Jehová. Él es el descanso, el sábado y el jubileo; las
fiestas solemnes sombra de Cristo son.125
Esta es la idea que transmite con claridad la epístola a los Hebreos126
y que fue sancionada por
Dios con la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. a manos de los romanos
dirigidos por el general Tito, impidiendo que se continuara con el sistema de sacrificios
vigente hasta ese momento debido a su obsolescencia y anacronismo en contraste con la obra
consumada de Cristo127
.
Sin embargo no se pueden desdeñar las verdades reveladas acerca del carácter de Dios que
descubrimos en la ley ritual, sobre todo porque están adaptadas de manera magistral a la
naturaleza humana acudiendo, como lo hace, a las impresiones sensibles percibidas por los
sentidos, para en el N.T. hacer abstracción de estos conceptos espiritualizándolos, del mismo
modo en que para enseñar la noción de cantidad a un niño se debe hacer recurriendo a objetos
visibles y palpables que el pequeño pueda contar, prescindiendo de ellos una vez que el niño
ha hecho abstracción del concepto y puede evocarlo en su mente sin necesidad de ayudas
visibles y palpables.
La principal noción relativa a su carácter que Dios transmitió al pueblo fue la de santidad128
.
Esta incluye otras ideas como separación, pureza moral y justicia. Para que el pueblo
adquiriera el entendimiento que precisaba sobre estos asuntos Dios puso delante de los
sentidos de los israelitas una muy variada y heterogénea cantidad de objetos, animales y
personas combinados y agrupados en imágenes cuidadosamente elaboradas siguiendo tres
criterios diferentes y simultáneos: Selección, separación y comparación. El pueblo de Israel,
por ejemplo, fue seleccionado por Dios de entre otros pueblos y debía permanecer separado de
éstos porque Dios es santo, separado absolutamente de todo lo demás. El “absolutamente
Otro” de que habló Barth. Además de esto Dios es también moralmente puro y apartado del
mal, pudiendo inferirse ambas ideas observando las diversas gradaciones ascendentes y
excluyentes ordenadas por Dios como la que tenía lugar con los animales, divididos entre
impuros y puros; subdivididos a su vez en defectuosos y perfectos o aptos para el sacrificio.
Igualmente el pueblo se hallaba dividido entre tribus, una de las cuales la de los levitas fue
apartada para servir en el Tabernáculo y de la que a su vez se separó a una familia la de
Aarón para desempeñar el sacerdocio, estando sólo un miembro de la familia habilitado para
desempeñar el oficio superlativo de sumo sacerdote. El plano del Tabernáculo también
cumplía este propósito al dividirse entre atrio, lugar santo y lugar santísimo; cada uno de ellos
con un acceso progresivamente más excluyente y restringido. Finalmente los elaborados
rituales de purificación mediante lavamientos y abluciones que se hacían forzosos a causa de
la cantidad de situaciones cotidianas que podían contaminar a las personas y los cruentos
sacrificios expiatorios y sustitutivos que evocaban la justicia divina y la sentencia original
sobre el pecado, todo ello combinado de manera precisa y exacta; impresionaba los sentidos
de los judíos de tal manera que quedaba clara la insalvable distancia que separaba a un Dios
125 Villegas, Gino Iafrancesco. Opúsculo de Cristología. Bogotá: Buena Semilla, 1982, 41-42 p. 126 Hebreos 7:1-10:22 RVR 127 Juan 19:30 RVR 128 Levítico 11:44-45; 19:2; 20:26 RVR
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Santo de los hombres pecadores, así fueran éstos miembros del pueblo elegido por Él.
Rematamos este punto con el siguiente párrafo del libro “Filosofía del plan de la salvación”,
de autor anónimo:
El plan de instrucción que de esto resulta es, que los actos y ceremonias de la economía
levítica eran tipos, dirigidos a los sentidos, de las cosas invisibles celestiales, y que la
purificación de estos tipos indicaba la pureza espiritual de las cosas espirituales que
representaban.129
c. La ley civil
La ley civil, al igual que la ritual, encuentra su ámbito de aplicación en el pueblo de Israel. Su
promulgación busca establecer pautas para la convivencia social que sirvan de base práctica
para la consolidación de la nación. El principio que la sustenta es la necesidad de justicia
social. Podríamos decir que es la misma ley moral desarrollada y aplicada en un contexto
social determinado. Describe muchas situaciones posibles que, sin ser exhaustivas si tienen
una representatividad manifiesta, y la forma de resolver los conflictos que se presentan en una
comunidad de hombres y mujeres caídos. Constituye en muchos aspectos la base del derecho
positivo incorporado en las legislaciones de muchas naciones de hoy.
Se ocupa de reglamentar y delimitar fronteras comunes en las relaciones humanas y del
respeto del derecho ajeno la responsabilidad del hombre en las relaciones de tipo
horizontal. Contempla la pena de muerte para el homicida intencional, entre otros, restringiendo los excesos en cualquier sentido por medio de la llamada “ley del Talión”
130.
Instituye jueces y tribunales legítimos para emitir y ejecutar las sentencias131
, además de
procedimientos básicos para fallar en derecho132
. Promueven el respeto y la sujeción a la línea
de autoridad, tanto en el contexto de la familia como en el de la jurisdicción civil. Determina
los montos de las indemnizaciones y las sanciones pecuniarias que se aplican en caso de hurto
o defraudación. Y legisla también en favor de los grupos minoritarios y desprotegidos como
los extranjeros, los huérfanos y las viudas. Además reglamenta lo concerniente a las fiestas
solemnes de los judíos y el sentido que cada una de ellas tiene y muchos otros aspectos
ligados a la vida en sociedad.
La incapacidad para discernir su ámbito de aplicación ha llevado a muchas iglesias,
especialmente del área latinoamericana, a promover legalismos anacrónicos y perjudiciales
para la propagación del mensaje cristiano. Con todo, contiene principios generales de gran
utilidad para cualquier sociedad en todo tiempo de tal modo que es pertinente descubrir en ella
lo que Montesquieu llamó “El Espíritu de las Leyes”.
Existen, sin embargo, algunas leyes que pueden sonar extrañas y carecer de sentido en
sociedades diferentes a la cananea como aquella de no cocer al cabrito en la leche de su
129 Anónimo. Filosofía del plan de la salvación.Barcelona: CLIE, 69-70 p. 130 Éxodo 21:23-25 RVR 131 Éxodo 22:9; Deuteronomio 1:13-17 RVR 132 Números 35:30; Deuteronomio 17:6-7; 19:15 RVR
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madre133
, cuyo propósito era afirmar la separación entre hebreos y cananeos ya que estos
últimos llevaban a cabo prácticas de esta índole con propósitos mágicos. La manera en que los
principios subyacentes bajo la letra de la ley pueden ser útiles hoy también, se puede apreciar
en los siguientes casos ilustrativos: La instrucción alusiva a la siembra, el yugo y las
vestiduras134
advierte sobre el peligro e inconveniencia de las mezclas, sobre todo de índole
ideológico y doctrinal señalada con mayor claridad en el N.T135
.
Este principio fue el que impidió que tanto el judaísmo como el cristianismo fueran
incorporados a la religión sincretista de los romanos como de hecho se intentó que tenía
como política mezclar indiscriminadamente las religiones de todas las provincias conquistadas
desdibujándolas en el proceso y, en el caso del judaísmo y el cristianismo, despojándolas de su
singularidad. Este principio sigue en vigencia hoy ante el moderno movimiento ecuménico
estableciendo límites necesarios al alcance que éste pretende lograr.
Además parece ser que el apóstol Pablo tenía en mente la cláusula referente al yugo cuando
amonesta a los Corintios acerca del “yugo desigual con los incrédulos”136
indicando la
incongruencia e inconveniencia de entrar en asociaciones con los incrédulos que generen
compromisos de carácter obligatorio y prioritario para el creyente. Por otro lado, la
prohibición de vestir trajes característicos del sexo opuesto137
no tiene como propósito de
fondo condenar el travestismo de hoy ni de ayer, aunque a la sazón lo incluya; ni tampoco,
como lo acostumbran algunas iglesias legalistas, reprobar a ultranza a la mujer que vista
pantalón o al hombre que use falda, siempre y cuando el pantalón sea de mujer y la falda de
hombre (como en Escocia, por ejemplo), pues estos son usos que obedecen a los cambios
culturales inherentes al paso de los tiempos (en la época de Moisés los hombres vestían
túnicas que no era otra cosa que faldas largas); sino evitar la confusión de los roles asignados
por Dios a cada sexo, reiterados con más detalle en las epístolas paulinas138
.
Finalicemos este tópico haciendo algunas observaciones a la legitimidad de la pena capital,
que en el Pentateuco se reservaba para más de treinta ofensas diferentes, algunas tan
aparentemente triviales o que por lo menos no revisten tanta gravedad desde nuestro punto de
vista, como violar el día de reposo139
, blasfemar140
, maldecir a los padres141
o practicar la
idolatría142
. A raíz de esto muchos piensan hoy que el A.T. es demasiado severo y que Jehová
es un Dios explosivo y de mal carácter, pero leamos de nuevo lo que al respecto dice el
teólogo R.C. Sproul:
No podemos negar que el Nuevo Testamento parece reducir el número de ofensas
capitales. Por comparación el A.T. parece radicalmente severo. Lo que parece que no
133 Éxodo 23:19; 34:26; Deuteronomio 14:21 RVR 134 Levítico 19:19; Deuteronomio 22:9-11 RVR 135 Efesios 4:11; Colosenses 2:8 RVR 136 2 Corintios 6:14-16 RVR 137 Deuteronomio 22:5 RVR 138 1 Corintios 11:3-10; Efesios 5:22-33; Colosenses 3:18-19; 1 Timoteo 2:11-15 RVR 139 Éxodo 31:14 RVR 140 Levítico 24:16 RVR 141 Éxodo 21:17; Levítico 20:9 RVR 142 Deuteronomio 13:6-10 RVR
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recordamos, no obstante, es que la lista del Antiguo Testamento representa una reducción
masiva de la lista original en materia de delitos capitales. El código del Antiguo
Testamento representa un repliegue de parte de Dios como expresión de su paciencia e
indulgencia divinas. La ley del Antiguo Testamento es de una gracia sorprendente... para
encontrarle sentido a mis palabras extrañas debemos volver al principio, a las leyes
originales del universo. ¿Cuál era la pena para el pecado en el orden creado
originalmente? “El alma que pecare esa morirá”. En la creación todo pecado es
considerado como merecedor de muerte. Todo pecado es una ofensa capital.143
Las ocasiones en que la ley civil prescribe la pena capital son, entonces, recordatorios de la
misericordia de Dios a la luz de la sentencia original sobre el pecado; y aquellos casos
particulares en que se hacía necesario aplicarla se constituían en gráficos precedentes para que
el hombre no olvide que además de misericordioso, Dios también es justo.
Sobre la manera de administrarla Pat Robertson nos dice lo siguiente:
En los Diez Mandamientos se incluye la prohibición: “No matarás”. Cuando se
administraban con justicia, las ejecuciones judiciales no se consideraban como crímenes y,
por tanto, no las prohibían los Diez Mandamientos. En realidad la misma ley que incluía
los Diez Mandamientos tenía disposiciones claras de aplicación de pena capital para
delitos específicos.144
Las ciudades de refugio145
ameritan mención especial no sólo como evidencia adicional de la
misericordia de Dios al establecer excepciones a la pena capital en caso de homicidio; ni
siquiera por su valor tipológico al prefigurar la persona y la obra de Jesucristo al absolver
automáticamente al homicida mediante la muerte del sumo sacerdote asociada a estos
casos146
; sino a que toma en consideración la intención del acto al distinguir entre el crimen
premeditado y el que no lo es, constituyéndose ésta en conformidad con lo ya expuesto en
relación con la ley moral en un factor determinante para la absolución a pesar del acto en sí o, en el peor de los casos, en un atenuante del mismo.
REFLEXIONEMOS A. Pecado y culpabilidad
“SER CULPABLE no es el resultado de un acto culpable, sino a la inversa, el acto es posible sólo porque hay un ‘ser culpable’ original” Martin Heidegger
El viejo dilema expresado en la coloquial, gráfica y conocida frase que plantea: “¿qué fue primero: el huevo o la gallina?”, se suscita también en el marco de la existencia humana en la relación de causa que se da entre nuestra condición y nuestros actos. Esto es: ¿somos culpables por causa de nuestras
143 Sproul, R.C. La Santidad de Dios. Op. Cit., 120 p. 144 Robertson, Pat. Pat Robertson responde. Miami: Vida, 1984, 180 p. 145 Números 35:9-27; Deuteronomio 19:1-13 RVR 146 Números 35:28; Hebreos 3:1 RVR
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acciones pecaminosas o son éstas simple consecuencia de nuestra previa condición de culpables? Y no obstante su ateísmo, el análisis de Heidegger de la experiencia humana en la existencia confirma la revelación que la Biblia hace de nuestra naturaleza al sostener que nuestra culpabilidad no procede tan sólo de nuestros pecados (en plural), sino del pecado original (en singular). En efecto, todos somos culpables (Rom. 3:10-12, 23), por causa de nuestra solidaridad de género con nuestros primeros padres, Adán y Eva, quienes obraron en representación de toda la especie humana (Rom. 5:12). Pero del mismo modo la iglesia, el conjunto de los redimidos y justificados por Dios, estuvo también solidariamente representada por partida doble en el juicio de Cristo. Por un lado, en Barrabás, el delincuente que al igual que todos nosotros merecía la muerte por sus múltiples crímenes y pecados, pero que fue indultado por gracia de la pena capital (Mt. 27:16-26; Mr. 15:7-15; Lc. 23:18-25; Jn. 18:40); y por el otro, en Jesucristo, el inocente que asumió sobre sí mismo los pecados de todos los hombres, creyentes con especialidad, y la pena de muerte que correspondía a éstos, que no llega entonces a hacerse efectiva en los verdaderos culpables (Rom. 5:15-19). Contra esta interpretación algunos esgrimen el principio bíblico de que: “ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo” (Eze. 18:20). Pero como lo dice Sproul: “El principio de Ezequiel permite dos excepciones: la Cruz y la Caída”, añadiendo: “De alguna manera no nos importa la excepción de la Cruz. Es la Caída la que nos irrita”, sesgo que pone aún más de manifiesto nuestra culpabilidad. Sea como fuere, el ofrecimiento sigue en pie para los que aceptan humildemente su culpa y se acogen a Cristo con arrepentimiento y fe.
“Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios”
2 Corintios 5:21; 1 Pedro 3:18 NVI B. El aprendizaje por imitación
“EL APRENDIZAJE por imitación es fundamental en muchas especies, incluida la humana. Cuando llegamos a adultos, tenemos una ventaja única: podemos escoger a quien imitar. También podemos
elegir modelos nuevos que sustituyan a los que hemos dejado atrás”. Michael Gelb
La Biblia nos notifica que las consecuencias de los pecados de los padres terminan afectando a sus futuras generaciones: “… Cuando los padres son malvados y me odian, yo castigo a sus hijos hasta la tercera y cuarta generación… así quedan implicados ustedes al declararse descendientes de los que asesinaron a los profetas. ¡Completen de una vez por todas lo que sus antepasados comenzaron!” (Éxo. 20:5; Mt. 23:32).
Es así como muchas prácticas moralmente censurables se repiten con mucha frecuencia de generación en generación. Pero a pesar de que, sin lugar a dudas, este ejemplo determina en buena medida la repetición de estos mismos actos por sucesivas generaciones; no por eso sus protagonistas pueden excusarse señalando el ejemplo de sus padres, escudándose en una mal entendida solidaridad de familia, como intentaron sin éxito hacerlo los judíos de la época de Ezequiel con un popular, amañado y engañoso refrán que, aludiendo probablemente al citado pasaje del Éxodo, pretendía eximirlos de
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cualquier responsabilidad personal. Refrán que el Señor se apresuró a desvirtuar y echar por tierra (Eze. 18:2-4, 18-20).
Porque lo cierto es que el ser humano no se encuentra atrapado en un destino inmodificable, sino que puede romper los esquemas que se le han impuesto a pesar del poder determinante que estos tengan en su vida tal y como lo hicieron, entre otros, los hijos de Coré, reivindicando el tristemente célebre nombre de su padre (Nm. 16:31-33; 1 Cr. 9:19; 26:1; 2 Cr. 20:19); el rey Josías sobreponiéndose al legado de su padre Amón y su abuelo Manasés (2 R. 21:1-2, 19-20; 22.1-2; 23:25); su bisabuelo Ezequías haciendo lo propio en relación con el legado de su padre Acaz (2 R. 16:2-4), y hallando un ejemplo digno de imitar en su antecesor el rey David (2 R. 18:1-7), demostrando así el principio de que, aunque no podamos escoger a nuestros padres, si podemos escoger a nuestros mentores, estableciendo de paso esperanzadores precedentes para sobreponernos a cualquier legado trágico o estigma vergonzoso heredado de nuestros padres.
“... la maldad del impío no le será motivo de tropiezo si se convierte”. Ezequiel 33:12 NVI
C. Redimidos del poder del pecado
“EL PECADO original se llama así porque existe en el origen de cada persona” Anselmo de Canterbury
“EL PECADO original no pertenece a nuestro estado natural, sino a nuestro estado existencial: desde que
nacemos nos inclinamos hacia tesoros ilusorios, hacia lo que no es” Juan Escoto Erigena
El “pecado original” no hace referencia a un pecado específico del cual todos sin excepción seamos personal e individualmente culpables desde que nacemos. Tampoco señala necesariamente al primer pecado de la humanidad, pues aunque existe una relación de causa entre ellos, el pecado original alude más bien a la corrupción de nuestra naturaleza humana primordial. Es decir que, más que a la desobediencia de Adán y Eva, el pecado original se refiere a las consecuencias que este hecho tiene en todos y cada uno de los hombres: un estado de permanente propensión a la desobediencia, una originaria y radical inclinación al pecado. Observar a un niño basta para dejar constancia de ello (Pr. 22:15). Pero si bien esta es una condición que nos afecta desde que nacemos, heredada solidariamente de nuestros primeros padres por toda la humanidad (Rom. 5:12), esto no significa que la inclinación al pecado, con todo y su universalidad, sea algo inseparable de nuestra condición humana como tal. En otras palabras, el pecado original no es un requisito forzoso para ostentar la condición humana. Cristo fue hombre verdadero (Heb. 2:14, 17-18), sin participar del pecado original, resistiendo además la tentación cuando ésta hizo aparición en su camino (Heb. 4:15; 1 P. 1:19; 2:22). Pero su solidaridad con nosotros fue tal que no le bastó compartir nuestra condición humana, sino que asumió sobre sí todos nuestros actos pecaminosos, tomando voluntariamente nuestro lugar para recibir el castigo que justamente merecíamos (Isa. 53:5-6; 2 Cor. 5:21; 1 P. 3:18).
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Al hacerlo así hizo posible también que todos los que creemos en él seamos solidarios con él participando y compartiendo su victoria sobre el pecado (Rom. 3:26; 5:17-19; 1 Cor. 15:21-22), restaurando en cada uno de nosotros el potencial original que caracterizó a Adán antes de pecar, en virtud de lo cual puede dirigirse a los suyos en estos términos:
“no permitan... que el pecado reine en su cuerpo mortal... el pecado no tendrá dominio sobre ustedes” Romanos 6:12-14 NVI
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CUARTA UNIDAD: RESPONSABILIDAD EN LOS DEMÁS LIBROS DEL A.T.
a. La responsabilidad del hombre en los libros históricos
Los libros históricos no incluyen ninguna pauta que no haya sido ya sancionada anteriormente
y de manera expresa, ya sea positiva o negativamente, en la Ley de Moisés. El criterio para
determinar la responsabilidad del hombre sigue siendo pues el mismo que se reveló en el
Pentateuco. El valor de los libros históricos reside entonces en que en ellos podemos apreciar
como asumió esta responsabilidad el pueblo de Israel y por extensión, el resto de los hombres.
Y la verdad es que el panorama que nos ofrecen es en términos generales desalentador. Si,
como ya lo dijimos, el propósito que Dios buscaba al revelar la Ley era no tanto su
cumplimiento sino más bien el intento de hacerlo por parte del hombre, llevándolo a admitir
finalmente su incapacidad para lograrlo; en tal caso este cometido se cumplió a medias. Por
una parte el fracaso es estruendoso habida cuenta, entre otros, de cuadros tan lamentables
como los ciclos espirituales de la época de los Jueces, caracterizados por una decadencia,
anarquía y caos generalizado147
al punto de registrar conductas tan deplorables y aberrantes
como las de las ciudades de Sodoma y Gomorra148
que fueron destruidas por Dios a causa de
ello. Los momentos de virtud, piedad verdadera y justicia social son más bien esporádicos y
breves, aún en el periodo de los reyes donde ni siquiera David y Salomón, tal vez los dos más
conspicuos en la historia de Israel, salen bien librados al ser confrontados con la Ley divina.
Durante el periodo correspondiente al reino dividido hubo una sucesión de 19 reyes en el
Reino del Norte, todos ellos señalados en la Biblia desde el punto de vista moral como “malos
reyes”, mientras que en el Reino del Sur el número de reyes ascendió a 20 de los cuales sólo 8
ostentan el calificativo de “buenos reyes” a saber: Asa149
, Josafat150
, Joás151
, Amasías152
,
Azarías153
, Jotam154
, Ezequías155
y Josías156
. Sin embargo se expresan ciertas reservas acerca
de Joás, Amasías, Azarías y Jotam en cuanto a sus motivaciones y conductas que quitan algo
de brillo al elogio inicial. De los restantes es Josías el que recibe el calificativo más honroso157
pero ni siquiera bajo su reinado y al amparo de la gran reforma que promovió que superó a la
llevada a cabo por su bisabuelo Ezequías, el pueblo se volvió a Dios de corazón, es decir con
la motivación e intención correctas, sino sólo de manera externa y superficial como lo
147 Jueces 17:6; 18:1; 19:1; 21:25 RVR 148 Génesis 19:5; Jueces 19:22 RVR 149 2 Crónicas 14:2 RVR 150 2 Crónicas 17:3-6 RVR 151 2 Crónicas 24:2 RVR 152 2 Crónicas 25:2 RVR 153 2 Crónicas 26:4-5 RVR 154 2 Crónicas 27:2 RVR 155 2 Crónicas 29:2 RVR 156 2 Crónicas 34:2 RVR 157 2 Reyes 23:25 RVR
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denunciaron en su momento los profetas. Pero por otra parte, aunque el fracaso sea a todas
luces patente e innegable, lo más trágico es que el pueblo de Israel se negó a reconocerlo ya
sea por una muy defectuosa y superficial comprensión de la ley, sin alcanzar a entender las
verdaderas demandas contenidas en ella de manera implícita; o por simple presunción y
soberbia.
El juicio divino cayó de manera sucesiva sobre ambos reinos por intermedio de los imperios
Asirio y Caldeo y las sendas derrotas y consecuentes destierros infringidos a los primeros,
pero aún así el pueblo de Israel se siguió aferrando a su pretendida justicia. Sin embargo, una
significativa cantidad de espíritus sensibles tuvieron la lucidez, humildad y sensatez
suficientes para aceptar el fracaso y aún el grueso de la nación lo hizo de manera ocasional y
efímera, cuando las sombrías y sórdidas circunstancias que vivían los forzaban a adquirir
conciencia de su miseria y del bajo nivel espiritual del pueblo a la luz de su responsabilidad.
Esto introduce tal vez el único elemento novedoso que los libros históricos aportan a la
responsabilidad del hombre.
El arrepentimiento divino
Ya Moisés y Abraham antes de él habían podido comprobar por sí mismos la eficacia y los
beneficios de la oración intercesora158
. En el caso de Abraham, Dios no le negó su petición
sino que por el contrario le informó que esta tendría efecto en los términos solicitados por
aquel, siempre y cuando se cumpliera la condición de que hubiera por lo menos 10 justos en
Sodoma y Gomorra. Como esta condición no se dio, la intercesión de Abraham en este caso
era improcedente, lo cual no fue obstáculo para que Dios librara al justo Lot y a su familia del
juicio ejecutado sobre las mencionadas ciudades159
.
En el caso de Moisés hay por lo menos tres oportunidades en las que él intercede por el pueblo
de Israel: Con ocasión del pecado de idolatría y conducta licenciosa alrededor del becerro de
oro;160
a la llegada a la tierra prometida a causa de la rebelión del pueblo instigada por los diez
espías161
y en la coyuntura originada por la sublevación de Coré, Datán y Abiram162
. Además
de éstas situaciones, Abraham también intercedió por Abimelec, su familia y sus siervas para
que la esterilidad que padecían como consecuencia del juicio divino sobre ellos a causa de
Sara fuera sanada163
. Moisés también lo hizo en circunstancias similares por su hermana
María164
. Con la excepción de Abraham ya referida, todas las demás fueron respondidas
positivamente. Pero no es sino a partir de los sucesos narrados en los libros históricos que todo
el pueblo adquiere conciencia de este privilegio que Dios en su misericordia concede a los
hombres para, precisamente, acceder a su misericordia.
158 Santiago 5:16 RVR 159 Génesis 19:12-13 RVR 160 Éxodo 32:9-14 RVR 161 Números 14:11-20 RVR 162 Números 16:21-24, 45 RVR 163 Génesis 20:17-18 RVR 164 Números 12:13 RVR
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Aunque, como lo veremos en su momento, los libros proféticos añaden un criterio más a la
responsabilidad del hombre; no podemos olvidar que los profetas vivieron en el periodo
comprendido por los libros históricos y que por lo tanto ellos también hicieron eco de la
responsabilidad de la oración intercesora165
. El pasaje clásico al respecto lo encontramos en el
segundo libro de Crónicas166
y podemos presumir que fue en virtud de lo dicho allí que reyes
piadosos como Josafat , Ezequías y Josías, al hallarse a las puertas de juicios inminentes,
proclamaron ayuno y oración convocando a todo el pueblo para sortear la crisis167
y
promovieron reformas que fueron decisivas para posponer o diferir el juicio divino sobre el
Reino del Sur que merced a ello prolongó su permanencia casi un siglo y medio más que el
Reino del Norte.
La intercesión del pueblo opera sobre la base del “arrepentimiento” divino. Al usar el término
“arrepentimiento” aplicado a Dios se utiliza lo que los teólogos han llamado lenguaje
antropomórfico, sin querer con esto decir que Dios se arrepiente a la manera de los hombres.
La primera aparición de este vocablo aplicado a Dios la encontramos en el Génesis168
en la
versión Reina Valera; cuyo significado es más claro al considerar otras traducciones posibles
como “lamentó” o “le pesó” que encontramos en la Biblia de Jerusalén y en la paráfrasis
“Dios habla hoy”.
En este caso el arrepentimiento divino no fue favorable a la humanidad, pues a causa del
mismo sobrevino el diluvio. Y es aquí donde surge una dificultad que hay que resolver antes
de continuar adelante. Parece haber contradicción entre los pasajes que atribuyen a Dios
alguna forma de “arrepentimiento”169
y lo dicho por el profeta mercenario Balaam en el libro
de los Números: “Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se
arrepienta. Él dijo, ¿Y no hará? Habló, ¿Y no lo ejecutará?”170
. La dificultad es aparente y se
resuelve considerando el contexto en el cual se pronunció esta frase. Balaam pretendía
maldecir a un pueblo (el hebreo) que ya había sido bendecido previamente por Dios en la
persona de Abraham con muchas ratificaciones posteriores de esta misma bendición. Por lo
tanto lo que aquí se quiere dar a entender es la imposibilidad de que Dios se retracte acerca de
una bendición o una promesa que ya ha concedido, a diferencia de los hombres.
En efecto, Dios no ha desechado a su pueblo Israel a pesar de su infidelidad y desobediencia
como lo corrobora el apóstol Pablo en su epístola a los Romanos171
. Pero, al mismo tiempo,
mientras esta elección y consecuente bendición se consuma plenamente; el pueblo de Israel es
susceptible de ser disciplinado y castigado si se hace necesario172
. Antes de hacerlo Dios suele
hacer advertencias a su pueblo, anunciadas en el A.T. por intermedio de los profetas,173
en las
cuales manifiesta su intención de castigar al pueblo si éste no se vuelve a Él en
arrepentimiento. Y son las intenciones en este sentido las que ponen sobre la mesa la
165 Isaías 50:2; 62:6-7; Ezequiel 22:30; Habacuc 1:2, 2:1 RVR 166 2 Crónicas 7:14 RVR 167 2 Crónicas 20:2-12; 2 Reyes 19:1-5; 2 Crónicas 32:20-21 RVR 168 Génesis 6:6 RVR 169 Éxodo 32:14; Amos 7:3, 6 RVR 170 Números 23:19 RVR 171 Romanos 12:25-29; Hebreos 6:17-19 RVR 172 2 Samuel 7:13-16; 1 Pedro 4:17 RVR 173 Amos 3:7 RVR
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posibilidad del arrepentimiento divino. El rango comprendido entre el momento en que la
“intención” divina hace aparición y aquel en el cual se convierte en una “decisión” divina
brinda la oportunidad al pueblo para ejercer su derecho y su deber de interceder.
Dentro de estos límites la oración alcanza su máximo nivel de eficacia y halla ocasión única
para obrar. Obviamente, la intercesión debe cumplir las condiciones relacionadas en el pasaje
de Crónicas ya citado, a saber: Humillación, invocación, oración, devoción y conversión pues
no se puede acudir a ella como un ejercicio mecánico que no involucre el corazón del pueblo y
sus individuos, pues de lo contrario se convierte en un simple clamor al mejor estilo del libro
de los Jueces, trayendo en el mejor de los casos sólo un alivio pasajero y superficial llamado
por los profetas “lodo suelto” o “curar con liviandad la herida” 174
y no cambios de fondo. En el caso de Saúl, por ejemplo, su destitución del trono ya era una decisión tomada
175 en vista de
su reiterado fracaso como rey, pero en el caso de David, Ezequías y los ninivitas176
Dios
revocó su intención original en consideración a la oración intercesora del pueblo y sus líderes.
La responsabilidad de la oración intercesora en los términos expuestos es una herencia
transmitida desde el antiguo pacto hasta el nuevo y, por consiguiente, es un derecho
irrenunciable y un deber ineludible de la iglesia de todos los tiempos.
b. La responsabilidad del hombre en los libros proféticos
Los profetas son una institución de la religión bíblica que alcanzó gran auge en el A.T. debido
al fracaso de los hombres elegidos para asumir las responsabilidades propias de otras dos
instituciones veterotestamentarias: El sacerdocio y la monarquía. En términos generales tanto
los unos como los otros se corrompieron y no estuvieron a la altura que su alta dignidad les
imponía, generando un vacío de poder en Israel que fue suplido por el profeta. El levita
Samuel, llamado con justicia “el último de los jueces y el primero de los profetas”, es quien da
inicio a este auge. Así como el rey debía gobernar en el nombre de Dios y el sacerdote debía
mediar entre los hombres y Dios; el profeta tenía la misión de hablar a todo el pueblo
incluyendo reyes y sacerdotes en el nombre de Dios, exhortándolos y amonestándolos a
corregir el rumbo y “mejorar sus caminos y sus obras”177
.
Es apenas natural, entonces, que el profeta estuviera continuamente reiterando los términos
vigentes de la responsabilidad del hombre ante Dios como ya pudimos apreciarlo en relación
con el arrepentimiento divino. Y en este encargo debía ocuparse de recordar al pueblo que,
contrario a la opinión popular, la ley no era un asunto externo de ritos vacíos y de prácticas
mecánicas y minuciosas que, para comenzar, estaban lejos de cumplir de manera íntegra; sino
que era una cuestión del corazón, anticipando con sus palabras la concertación de un nuevo
pacto que supliría precisamente estas deficiencias del primero178
que habían contribuido
decisivamente al fracaso del pueblo en el propósito de salvar su responsabilidad. Sin embargo
174 Ezequiel 13:10-15; 22:28; Jeremías 6:14; 8:11 RVR 175 1 Samuel 15:29 RVR 176 2 Samuel 24:16; 1 Crónicas 21:15; Jeremías 26:19; Jonás 3:5-10 RVR 177 Jeremías 7:3; 26:13 RVR 178 Jeremías 31:31-34; 32:38-40; Ezequiel 11:19-20; 36:26-27 RVR
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45
la institución profética trae aparejada también una nueva pauta de responsabilidad formulada
de manera muy excluyente en el A.T. ya que por lo pronto sólo concierne a los profetas, pero
que en el N.T. va a adquirir su forma definitiva.
La responsabilidad del centinela
El profeta estaba obligado a cumplir la responsabilidad que le correspondía a todo miembro
del pueblo de Israel por partida doble: en su condición de israelita; y para ser consecuente con
el mensaje que anunciaba, manteniendo la credibilidad y prestigio de su ministerio. El recibir
directamente el mensaje de Dios colocaba sobre él una muy delicada responsabilidad. Por una
parte el hecho de que debido a su conocimiento directo y superior de la voluntad divina sería
evaluado con un criterio más exigente que el de los demás179
.
Y por otra parte la responsabilidad de divulgar este mensaje con voz fuerte y clara a todo el
pueblo a pesar de las dificultades que esto le ocasionara y de la mala disposición del pueblo
para escucharlo. El profeta Ezequiel es quien mejor registró esta obligación que pesaba sobre
él y todos sus colegas anteriores, contemporáneos y posteriores, a la cual llamaremos “la
responsabilidad del centinela”180
.
Con contadas excepciones casi todos los profetas del A.T. tuvieron que afrontar en el ejercicio
de su deber la indiferencia, apatía, escepticismo y hostilidad por parte del pueblo cuando
divulgaban el mensaje de Dios. Y con frecuencia la hostilidad dio curso libre a la agresión
directa181
. La tradición judía cuenta que el profeta Isaías fue aserrado dentro de un tronco
hueco por el malvado rey Manasés182
. Por otra parte, el profeta Jeremías fue uno de los que
más padeció ataques contra su integridad física durante su ministerio al punto de que llegó a
considerar dejar de anunciar el mensaje recibido de lo alto,183
pero el peso de la
responsabilidad fue mayor que su deseo.
El apóstol Juan, cuyo ministerio fue de marcada inclinación profética, expresó de manera
brillante la paradoja del profeta: “Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y
era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre”184
. El
privilegio de la comunión y la comunicación directa con Dios es dulce, pero el peso del deber
y la responsabilidad de comunicar su mensaje al pueblo puede llegar a ser amargo. Pero hay
que hacerlo. Esa es la responsabilidad del centinela. El silencio oportuno puede ser la más
elocuente y convincente de las expresiones en ciertos momentos críticos185
, pero en muchos
casos puede implicar una actitud cómplice. Bien dice el refranero popular que “el que calla
otorga” de donde el centinela que calla peca por omisión. Volveremos sobre este punto más
adelante.
179 Santiago 3:1 RVR 180 Ezequiel 33:1-9 RVR 181 Mateo 5:12; Lucas 11:50; 13:33; Hechos 7:52 RVR 182 Hebreos 11:37 RVR 183 Jeremías 20:9 RVR 184 Apocalipsis 12:10 RVR 185 Amos 5:13 RVR
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c. La responsabilidad del hombre en los libros poéticos
Los libros poéticos han sido a través de la historia una de las vertientes bíblicas que mayor
consolación ha brindado a los creyentes de todos los tiempos. La experiencia humana
atestigua que una de las porciones más apreciadas de las Escrituras es la que está dada en
forma de poesía, en especial los Salmos y los Proverbios. Aún las personas apáticas e
ignorantes de otras porciones escriturales manifiestan interés cuando se lee la poesía bíblica.
Debido al hecho de que la fe es un asunto más del corazón que de la razón, la Providencia
Divina determinó que una parte de su revelación a los hombres fuera dada en forma de poesía.
Ésta tiene la virtud de armonizar de manera especial el lenguaje de la mente y el corazón.
Parece apelar a aquellas “razones del corazón que la razón no conoce” mencionadas por Blas
Pascal186
.
Los libros poéticos no añaden nada a las pautas ya conocidas de la responsabilidad del hombre
pero en cambio si son los que mejor plasman las más profundas impresiones sicológicas y
emotivas que experimentaron los hombres que vivieron bajo esas pautas, brindando
oportunidad a los seres humanos de todas las épocas de identificarse y ser consolados por ellas
y entender que “los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo
el mundo”187
.
En particular en los Salmos, Job, y los Proverbios el fracaso, la frustración, el desamparo, la
confianza inquebrantable, la derrota, la victoria, la culpa, el temor, la depresión, la angustia, la
esperanza, el amor, la amistad y otras impresiones emocionales y afectivas propias de la
humanidad desde sus comienzos; cobran vida con un colorido conmovedor. En ellos se hace
patente como en ningún otro libro de la Biblia la conciencia agónica que tiene el hombre
sensible y piadoso del A.T. de la insuficiencia de recursos a su disposición para cumplir la
norma de Dios y salvar así su responsabilidad. Y este aporte es crucial para poder apreciar y
recibir en el N.T. la gracia de Dios que suple con creces esta insuficiencia, anticipada por el
rey David en dos de los salmos más conocidos del salterio188
.
REFLEXIONEMOS A. La comunión de los santos
“LA ALTERNATIVA a la pobreza no es la propiedad. La alternativa a la pobreza y a la propiedad es la comunidad”
Jürgen Moltmann Vida en comunidad se llamó una de las obras del teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, mártir del régimen nazi, quien, paradójicamente, durante sus últimos años en los campos de concentración antes de ser ejecutado, no pudo experimentar esa forma de vida de la que escribió con tanta propiedad, razón
186 Salmo 45:1 RVR 187 1 Pedro 5:9 RVR 188 Salmo 32 y Salmo 51 RVR
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por la cual tal vez aprendió a valorarla más que nadie. En efecto, la vida en comunidad es característica esencial e inseparable del cristianismo. La comunión cristiana sólo es posible dentro de la comunidad (1 Jn. 1:3). La llamada “iglesia virtual” es inviable pues la posibilidad de que se termine imponiendo sobre las formas congregacionales tradicionales en el cristianismo es remota, ya que: “nada hace presumir que las reuniones congregacionales tiendan a desaparecer, porque la sicología de las masas no ha variado, ya que el hombre -animal social por excelencia- necesita comunión con sus semejantes. Somos rebaño de ovejas, seres gregarios. Por lo tanto, el templo será insustituible hasta el final” (Silva-Silva). La comunión cristiana se expresa ciertamente en esa vida en comunidad caracterizada por una solidaridad fraterna, que es alternativa tanto a la pobreza como a la propiedad, como lo demostró la iglesia primitiva con su práctica de “tener todo en común” (Hc. 2:41-47; 4:32-36); iniciativa cuya motivación será siempre digna de encomio, aunque la forma de instrumentarla tal vez no haya sido la mejor, considerando sus resultados (la iglesia de Jerusalén quedó empobrecida y requirió colectas sucesivas entre las iglesias gentiles, dos de las cuales estuvieron a cargo del apóstol Pablo). Por eso, hoy por hoy, la iglesia debe buscar nuevas formas, más eficaces, de actualizar este espíritu solidario en el seno de la comunidad cristiana; propósito en el cual el cooperativismo o “economía solidaria” deberá desempeñar un papel central. Mientras tanto los deberes mutuos de unos hacia otros (Rom. 12:10, 16; 15:7, 14; Gál. 5:13; Efe. 4:2, 32; 5:21; Fil. 2:3; Col. 3:9; 1 Tes. 5:11, 13-15; St. 5:16; 1 P. 4:8-10), seguirán siendo la pauta a seguir para disfrutar de la comunión entre creyentes y la comunión con Dios de todos y cada uno de los miembros de la comunidad cristiana.
“Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación”
Romanos 14:19 NVI B. La comunión y el consejo
“ES INÚTIL aceptar consejo de quienes siguen un camino distinto” Confucio
La ruta emprendida por los creyentes, descrita en la Biblia como un peregrinaje por el mundo sin llegar nunca a apegarse a él (Heb. 11:13), sigue un itinerario diferente al de la gran masa de inconversos y se rige por criterios, valores, expectativas, aspiraciones y esperanzas muy diferentes y opuestos a los del mundo. Por lo tanto, la solidaridad y el apoyo mutuo que debe caracterizar a los hermanos en la fe está determinado en gran medida por el hecho de compartir todos estos elementos comunes a ese camino que todo cristiano comienza a recorrer a conciencia desde el momento de su conversión a Cristo. Y aunque el consejo es un recurso recomendado en la Biblia con miras a la acertada toma de decisiones (Pr. 11:14; 12:15; 15:22; 19:20), los personajes bíblicos reputados como sabios se abstuvieron de pedir o aceptar consejo de quienes recorrían un camino manifiestamente distinto al de ellos (Job 21:16; Sal. 1:1; Pr. 12:5; Pr. 11:14; 15:22), pues aunque no sea mal intencionado, este tipo de consejo es inútil en el mejor de los casos, cuando no perjudicial y engañoso, extraviando al aconsejado del camino correcto. El acuerdo básico alrededor de esa visión de la existencia humana
que cada uno de ellos, aconsejado y consejero, comparten entre sí como patrimonio común de vida
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centrado en Dios y su revelación en Cristo, es condición previa para considerar siquiera el solicitar consejo del otro y sin este telón de fondo es muy difícil que el consejo fructifique de la manera esperada. Únicamente quienes se ponen de acuerdo para honrar con su vida y como se debe el nombre de Cristo podrán llegar a acuerdos en otros frentes de la existencia cotidiana en línea con la voluntad de Dios y con la garantía divina de ver llegar a feliz término los acuerdos suscritos en la presencia y con la aprobación y complacencia de Dios en el acto de la oración (Mt. 18:19-20). El apóstol Pablo fue categórico en cuanto a no establecer acuerdos comprometedores con aquellos que no recorren nuestro mismo camino diciendo: “... ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad… ¿Qué tiene en común un creyente con un incrédulo?...” (2 Cor. 6:14-15). Pero el profeta Amos fue quien tal vez lo expresó de la manera más gráfica y concluyente:
“¿Pueden dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo?” Amos 3:3 NVI
C. Permaneciendo visibles en el mundo
“EL CRISTIANO no ha de abandonar propiamente nada, pues al nacer en Cristo, al nacer por Cristo, arrastra y transforma su entera condición”
María Zambrano
El término “mundano” se ha utilizado tradicionalmente para pronunciar una tácita condenación sobre todo lo que tenga que ver con el mundo. De ahí que muchos cristianos traten infructuosamente de abandonar el mundo aislándose del mismo (1 Cor. 6:9-11), cual ermitaños modernos, enclaustrándose dentro de los muros de la iglesia y constituyendo lo que el pastor Darío Silva-Silva llama “la iglesia como gueto”. Es debido a ello que teólogos como Bonhoeffer abogaron por un “cristianismo sin religión”, dando a entender con ello la posibilidad de un cristianismo secularizado que ya no pensaría ni actuaría únicamente en términos de lo religioso como algo apartado y sin relación con todos los demás aspectos de la vida humana, puesto que ser cristiano significa participar en la vida del mundo para servir a Dios en el mundo, y no sólo en algún santuario religioso y estéril o en el aislamiento y protección brindado por un grupo cristiano, sin que esto signifique que ser un creyente “del mundo” sea una licencia para un estilo de vida inmoral, laxo y permisivo. Examinar, pues, los diversos sentidos que la Biblia atribuye al vocablo “mundo” nos ayuda a establecer los términos en los que el cristiano debe permanecer en el mundo sin abandonarlo, sino más bien transformando para bien las condiciones imperantes en el mundo. Por eso, así como “mundo” alude, en efecto, a un sistema de valores caracterizado por los principios cósmicos de fuerza, orgullo, egoísmo, codicia y placer bajo el cual Satanás ha organizado a la humanidad incrédula en oposición a Dios, justificando la connotación negativa del término “mundano” (Jn. 8:23; 12:31; St. 4:4; 1 Jn. 2:15-17; 5:19); también puede significar la buena creación de Dios, los cielos y la tierra (Jn. 17:24; Efe. 1:4; 1 P. 1:20); y en particular a la humanidad que habita el mundo, amada por Dios y llamada por Él al evangelio (Jn. 3:16; 2 Cor. 5:19).
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Visto así es perfectamente comprensible la paradójica afirmación del Señor en el sentido de que los creyentes “… no son del mundo…” a pesar de lo cual “… están todavía en el mundo,…” (Jn. 17:16, 11)
“Ustedes son la luz del mundo...que no se enciende... para cubrirla con un cajón...” Mateo 5:14 NVI
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QUINTA UNIDAD: LA RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE EN EL N.T.
El Nuevo Testamento trae las “buenas nuevas” tan esperadas y deseadas en el Antiguo. Si éste
fue en esencia un largo y previo periodo de preparación, los evangelios son la manifestación,
las epístolas la explicación y el Apocalipsis la consumación del “misterio... oculto desde los
siglos... que ahora ha sido manifestado... Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”189
. Como
se dijo en un comienzo, el N.T. no revoca la norma ya revelada en el A.T., sino que provee
otro camino para cumplirla, ante la incapacidad de hacerlo por los medios hasta ese momento
disponibles en el A.T.
En esto radica la “novedad” del Nuevo Testamento, pero es una novedad tan deslumbrante y
transformadora que es suficiente para calificar como nuevo todo el cuadro ya conocido del
A.T. El apóstol Pablo, que en su condición de fariseo celoso de la ley190
experimentó como
nadie la insuficiencia de la ley para acallar la culpa interior191
, es quien sintetiza el aporte
indispensable que el N.T. hace al Antiguo al exclamar: “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece”192
en notorio contraste con la otra cara de la moneda expresada por el propio Cristo:
“separados de mí nada podéis hacer”193
.
Si antes del N.T. la excusa que hacía honor a la verdad era “no puedo”; en el N.T. ésta queda
descartada y se pone en evidencia otra que había podido hasta ese momento permanecer
oculta bajo la anterior, expresada también en los sencillos términos de “no quiero”. Es decir
que si en el A.T. el problema era la física incapacidad para cumplir todo lo que la ley
demandaba,194
bajo el N.T. el asunto se reduce a la falta de disposición. Cristo, el postrer
Adán,195
restaura en los hombres la capacidad de no pecar que el primer Adán había perdido,
heredando esta deficiencia a todos sus descendientes. El creyente posee hoy nuevamente la
capacidad de pecar y la capacidad de no pecar. Ambas. Mediante la disposición continua a
tomar decisiones sin pecado va erradicando poco a poco el pecado de su vida. Como lo dice el
apóstol Juan en su primera epístola: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el
pecado... no puede pecar, porque es nacido de Dios”196
, pero igualmente afirma que “Si
decimos que no tenemos pecado... la verdad no está en nosotros.”197
No hay contradicción; el
creyente no hace ya del pecado la práctica continua de su vida, pero incidentalmente sigue
pecando en un proceso de perfeccionamiento o “santificación” permanente198
.
189 Colosenses 1:26-27 RVR 190 Filipenses 3:5-6 RVR 191 Romanos 7:24 RVR 192 Filipenses 4:13 RVR 193 Juan 15:5 RVR 194 Romanos 8:3, 7 RVR 195 1 Corintios 15:45 RVR 196 1 Juan 3:9 RVR 197 1 Juan 1:8 RVR 198 Filipenses 3:13-14 RVR
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Surge aquí la inquietud de cómo es posible que el hombre se justifique ante Dios si, por una
parte, la norma de perfección sigue vigente y por otra es evidente que el creyente, con todo y
las grandiosas ventajas a su disposición, aún no es perfecto. Para responder a esto hay que
recordar lo que ya se había dicho en el sentido de que el N.T. provee un camino diferente para
cumplir la norma. Este camino no es otro que el mismo Jesucristo199
, el único hombre que ha
logrado cumplir la norma de manera perfecta200
y que en virtud de sus méritos nos justifica
ante Dios Padre. Lo que Cristo logra es llevarnos hasta la meta por un camino diferente al
tradicional para que nosotros comencemos después a recorrer el camino tradicional, ya no
para alcanzar la meta, sino como consecuencia de haberla alcanzado.
La misma meta que en el A.T. se intentaba alcanzar mediante el cumplimiento de la ley es en
el N.T. el punto de partida para el cumplimiento de la ley. Los hombres del A.T. deseaban ser
declarados justos cumpliendo la ley, mientras que los creyentes del N.T. son declarados justos
para que en esta nueva condición cumplan la ley de manera consecuente y natural. En esto
consiste la misericordia concedida, el don inmerecido, el regalo prometido, el amor
manifestado, la gracia de Dios revelada y declarada en el N.T.; aquella que los profetas
desearon ver201
y en la cual “anhelan mirar los ángeles”202
y que explica por que el Señor
Jesucristo dijo que el más pequeño en el reino de los cielos era mayor que el mismo Juan
Bautista,203
el más grande de los profetas del A.T. Para entender cómo es esto posible
consideremos ahora algunos puntos que se constituyen en hitos para poder salvar nuestra
responsabilidad a la luz de la nueva pauta revelada en el N.T.
a. La responsabilidad del hombre en los evangelios
Si todo lo que hemos descrito arriba y mucho más es posible únicamente en virtud de la
persona y la obra de Jesús de Nazaret, entonces la gran decisión que determina la
responsabilidad de los hombres a partir del N.T. está formulada de manera punzante en la
pregunta de Pilato a la excitada turba que presenciaba expectante el desenlace del juicio al
Señor Jesús: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?204
. Esta es la pregunta más
importante en la vida de un hombre y que urge una respuesta de manera apremiante. Es, literal
y virtualmente, asunto de vida o muerte205
. Hay que asumir una posición, no se puede ser
indiferente, no se puede permanecer neutral. El que no es con Cristo, contra él es206
.
El Señor Jesucristo impartió abundantes enseñanzas a grandes multitudes de personas entre las
cuales una de las más recordadas es la que está contenida en el Sermón del Monte, al cual
podríamos llamar “La Constitución Nacional del Reino de los Cielos”. En él encontramos la
ética del Reino de Dios que, lejos de suavizar las exigencias del A.T., las hace más severas e
inalcanzables, tomando como criterio para evaluar a los hombres las motivaciones y las
199 Juan 14:6 RVR 200 Hebreos 4:15 RVR 201 Mateo 13:16-17; Lucas 10:23-24 RVR 202 1 Pedro 1:12 RVR 203 Mateo 11:11; Lucas 7:28 RVR 204 Mateo 27:22 RVR 205 1 Juan 5:11-12 RVR 206 Mateo 12:30; Lucas 11:23 RVR
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intenciones de manera mucho más abierta y explícita que en el A.T. Una de las frases más
características de este sermón es “oísteis que fue dicho... pero yo os digo...”207
, donde en
primer lugar se cita la norma revelada en la ley y en segundo término la exigencia superior de
Cristo.
Toda persona que intente vivir de acuerdo a estos patrones sin haber tomado primero una
decisión acerca de Cristo está perdiendo su tiempo, puesto que estas pautas son dirigidas a los
que ya han hecho una elección a favor de Cristo en sus vidas. Solo él puede capacitarnos para
cumplirlas, no solo externamente, sino también en lo atinente a las motivaciones y las
intenciones. Rechazar a Cristo es, entonces, rechazar el más grandioso ofrecimiento hecho
jamás a ser humano alguno. Es un acto superlativo de necedad, soberbia y autosuficiencia. Es
un acto por el cual debemos ser condenados sin contemplaciones.208
He aquí la responsabilidad que tenemos en el N.T. Cristo no vino a maquillar externamente la
pecaminosidad del hombre para hacerla tolerable y menos desagradable a la vista, no vino a
“dorarle la píldora” a nadie ni a poner paños de agua tibia a nuestra naturaleza caída. Él no se
anda por las ramas endulzando el oído del hombre con lisonjas y zalamerías. Él vino a operar
una transformación radical en la vida de todo el que con humildad admite su impotencia para
alcanzar la norma divina por sí mismo, reconociendo y confesando su fracaso a la par que
confía y cree en Cristo, rindiéndole su vida sin reservas y de corazón. El que está en Cristo es
una nueva creación.209
Lo que cambia no es simplemente nuestra conducta externa sino
nuestra misma forma de pensar que es la que determina nuestro actuar.210
En los evangelios hay tres o cuatro versículos que son centrales en el propósito de asumir y
salvar esta responsabilidad. Tres de ellos se encuentran en el evangelio de Juan y uno más en
el de Mateo. El primero que viene al caso es el referente al nuevo nacimiento,211
requisito
indispensable para tener acceso al reino de Dios, tanto en sentido escatológico, como en
sentido actual. Recordemos que el reino de Dios no es una realidad futura solamente sino que
en varios aspectos es ya una realidad presente.212
Es una especie de esfera de influencia sin ubicación espacial definida en donde el poder de
Dios y la autoridad de Cristo es real y eficaz en conformidad con las expectativas de sus hijos.
Sólo el que ingresa a esta esfera puede comenzar a cumplir con éxito las demandas de la ley y
la ética del Reino. El nuevo nacimiento es condición sine qua non para acceder a él. Si como
lo dice Pablo, el creyente es una nueva creación; entonces es apenas natural que esta nueva
creación que tiene lugar en el creyente tenga un comienzo, un nacimiento; el nuevo
nacimiento.
El Señor le aclara a Nicodemo que este nacimiento es de índole espiritual y por lo tanto
depende de la iniciativa y la voluntad de Dios y no del hombre,213
confiriéndonos, además,
207 Mateo 5:21-22, 27-28, 38-39, 43-44 RVR 208 Juan 3:19-21 RVR 209 2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15 NVI 210 Romanos 12:2; Efesios 4:23; Filipenses 4:8 RVR 211 Juan 3:3-8 RVR 212 Lucas 17:21 RVR 213 Juan 1:13 RVR
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una nueva identidad: la de hijos de Dios.214
En el plano natural la filiación familiar se obtiene
por medio de una de dos posibles alternativas: al nacer en el seno de una familia o al ser
adoptado legalmente por esa familia. En el plano celestial se obtiene de ambos modos:
naciendo de nuevo en el seno de la iglesia, la familia espiritual de Dios; y por adopción215
.
El nuevo nacimiento confirma lo dicho previamente en cuanto a la obra radical que Cristo
viene a realizar en el hombre. Cuando los judíos, obsesionados por cumplir con las obras de la
ley, preguntaron al Señor Jesús: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de
Dios?”, él les respondió: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.”216
La fe
entonces es vital y prioritaria. Sin haber creído primero no vale ni siquiera la pena intentar
hacer. Jesucristo les estaba tratando de decir que no se enredaran en el cumplimiento de las
obras de la ley sino que comenzaran por el principio: creer.
La fe y el nuevo nacimiento que nos convierte en hijos de Dios están indisolublemente
relacionados217
. No entraremos aquí a definir el orden y la relación de causalidad entre ambos
para no caer en la vieja controversia entre calvinistas y arminianos. Pero la importancia de la
fe no se puede soslayar. Una fe del corazón, no sólo del intelecto y además una fe confesada,
declarada, profesada con la boca en palabras articuladas, entendidas y emitidas
voluntariamente y sin presión.218
Esto es lo que hace de Pedro el primer creyente. El primero
que confesó con su boca la convicción que había en su corazón. La confesión de Cesarea es
por eso un punto culminante de la narración evangélica.219
Es sobre la base provista por esta
confesión que millones de creyentes han pronunciado después de Pedro que la iglesia se
sostiene o cae. Pero pasemos a otro aspecto de la responsabilidad ya esbozado en el A.T. pero
que sólo en el Nuevo adquiere su forma definitiva.
La Gran Comisión
La responsabilidad del atalaya que parecía ya relegada a la época de los profetas
veterotestamentarios irrumpe con fuerza en el N.T. ampliando drásticamente su ámbito de
aplicación y adquiriendo su forma definitiva en el mandato dado por el Señor Jesucristo
conocido como la Gran Comisión en sus dos versiones complementarias.220
El ámbito de
aplicación abarca ahora no solamente a los profetas divinamente designados como en el A.T.;
sino a todos los creyentes sin excepción los cuales deben ejecutar este mandato “hasta lo
último de la tierra”.221
El Señor Jesucristo fue transmitiendo gradualmente este imperativo a
sus discípulos mientras se encargaba de prepararlos para el mismo. Con este fin consideró
apropiado “enviarlos” en una misión previa registrada por los tres evangelios sinópticos222
, a
214 Juan 1:12 RVR 215 Romanos 8:15; Gálatas 4:5; Efesios 1:5 RVR 216 Juan 6:28-29 RVR 217 Juan 1:12 RVR 218 Lucas 6:45; Romanos 10:9-10 RVR 219 Mateo 16:15-18 RVR 220 Mateo 28:18-20; Marcos 16:15-16 RVR 221 Hechos 1:8 RVR 222 Mateo 10:1-42; Marcos 6:7-13; Lucas 9:1-5 RVR
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los cuales Lucas añade la misión encomendada a los setenta,223
impartiéndoles instrucciones
precisas y detalladas, introduciendo entre líneas el fundamento teológico de este mandato con
las palabras “de gracia recibisteis, dad de gracia”.224
En efecto, a diferencia del atalaya en el A.T., no hay en el mensaje anunciado mediante la
Gran Comisión una alusión condenatoria directa y explícita ya que ésta es la proclamación de
la gracia de Dios en toda su plenitud;225
las buenas nuevas del evangelio. No obstante esto no
significa que no se halle presente de manera implícita en el mensaje,226
como ya lo hemos
dicho al introducir la responsabilidad del hombre en el N.T.
Hay un suceso del A.T. que puede pasar desapercibido, en el cual vemos como el no “dar de
gracia” cuando hemos “recibido de gracia” es señal clara de poseer un corazón mezquino,
indolente y egoísta. Me refiero al episodio de los cuatro leprosos que tomaron el riesgo de
salir de Samaria cuando ésta se hallaba sitiada por el ejército sirio del rey Ben-adad,
ocasionando tal escasez de alimentos dentro de los muros de la misma que los residentes en
ella llegaron a extremos tan aberrantes para mitigar el hambre como el canibalismo, agravado
por el hecho de que las víctimas de esta conducta eran niños de brazos,227
en conformidad con
las consecuencias de la desobediencia acerca de las cuales había advertido Moisés en el
Deuteronomio.228
Superando sus expectativas más optimistas estos leprosos encontraron el
campamento de los sirios totalmente desierto, abandonado a disposición de ellos cuatro, que
comenzaron con avidez a tomar del abundante botín incluyendo una copiosa provisión de
víveres, cuando cayeron en cuenta de que en la ciudad todos morían de hambre ignorando lo
que estaba sucediendo afuera mientras ellos derrochaban a manos llenas, formulando entonces
la reflexión que se aplica a nuestro tema:
No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si
esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos, pues, ahora,
entremos y demos la nueva en casa del rey.229
Este es pues el pecado de omisión que cometemos si no tomamos en serio el mandato de la
gran comisión. Pero hay otra instrucción dada por el Señor Jesucristo a los discípulos que
también debemos analizar más detenidamente y que tiene en mente la resistencia y
dificultades que, al igual que el atalaya del A.T, enfrentarían los apóstoles como resultado de
su obediencia a este precepto.
Ya el Señor había hecho algunas sutiles advertencias al respecto.230
Se trata de aquella extraña
orden de sacudir el polvo de los pies al abandonar una ciudad en la cual no se hubiere recibido
acogida.231
El significado de este gesto no era del todo nuevo para los discípulos puesto que
223 Lucas 10:1-12 RVR 224 Mateo 10:8 RVR 225 Juan 1:14, 17 RVR 226 Juan 3:17-18 RVR 227 2 Reyes 6:28-29 RVR 228 Deuteronomio 28:53 RVR 229 2 Reyes 7:3-9 RVR 230 Mateo 13:57; Marcos 6:4; Juan 4:44 RVR 231 Mateo 10:14; Marcos 6:11; Lucas 9:5 RVR
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los fariseos lo hacían de este modo cuando pasaban de tierra extranjera a tierra judía,
expresando así un acto de protesta para proclamar la separación del pueblo verdadero de Dios.
El sentido que Cristo atribuyó a este gesto simbolizaba que la responsabilidad personal estaba
salvada en relación con la condenación de esa ciudad por no haber recibido el mensaje del
evangelio.
En el A.T. se hizo común una expresión utilizada por cualquiera que consideraba salvada su
responsabilidad en relación con lo acontecido a otra persona y que daba a entender lo mismo
que el gesto de los discípulos en el N.T. Esta expresión era: “Su sangre sea sobre su
cabeza”,232
de donde afirmar lo contrario, como lo hizo la turba reunida alrededor del juicio
del Señor Jesús,233
era declararse personalmente responsable por lo sucedido a un tercero.
Por otra parte, en la perspectiva de los evangelios la Gran Comisión no se llevaba a cabo
solamente mediante la proclamación verbal del mensaje, sino también de manera simultánea
y consecuente por medio de una conducta que reflejara los principios de la ética del Reino. Los pasajes que se refieren a los creyentes de manera figurada como la “sal de la tierra” y la
“luz del mundo”,234
tienen en mente esta forma de testificar de Cristo, al igual que aquellos
del evangelio de Juan que hablan acerca del amor y la unidad que debemos manifestar.235
La
presencia de esta conducta en el que cumple la comisión refuerza el poder de la verdad
contenida en el mensaje, mientras que su ausencia le resta credibilidad llegando a hacerlo
ineficaz.
Se cuenta una anécdota de Francisco de Asís que ilustra este punto y según la cual se afirma
que, en cierta ocasión el piadoso monje invitó a uno de sus discípulos para que lo acompañara
a predicar a lo cual el joven accedió gustoso y con muchas expectativas. Francisco lo llevó
durante todo el día a realizar labores cotidianas en las que tuvieron contacto con muchas
personas a las que el monje saludaba y trataba con gran cordialidad, consideración y respeto.
Finalmente el sol se puso y el joven aprendiz se volvió a su maestro con expresión inquieta y
extrañada preguntándole: “Maestro, ¿no ibamos a predicar?”, a lo cual el monje le respondió
con voz presta y firme: “Si, ya lo hicimos”.
Examinemos ahora la historia posterior a los evangelios para verificar la obediencia de los
discípulos y creyentes a este mandato que se erige como el patrón de responsabilidad más
elevado en la revelación de Dios a los hombres y que, en los que tienen un llamado de tiempo
completo al ministerio de la Palabra, ha llegado a designarse como el “ministerio regio”. A
pesar de los periodos más oscuros y aún vergonzosos de la historia de la iglesia, siempre hubo
hombres que lo entendieron así como, por ejemplo, el “príncipe de los predicadores” del siglo
diecinueve, Charles Spurgeon quien ante la solicitud de consejo por parte de un noble inglés
que tenía conflictos para decidirse entre una promisoria carrera en la política de la corte
inglesa y su llamado y vocación al ministerio le dijo las siguientes palabras: “Si el Señor te ha
llamado a su servicio, no te rebajes a ser el rey de Inglaterra.”
232 Josué 2:19; 2 Samuel 1:16; 1 Reyes 2:32-33, 37; Ezequiel 33:4 RVR 233 Mateo 27:25 RVR 234 Mateo 5:13-16 RVR 235 Juan 13:34-35; 17:21 RVR
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De igual modo y ya en nuestro siglo, el evangelista norteamericano Billy Graham declinó así
la postulación que, como candidato a la presidencia de los Estados Unidos, le planteó un
grupo de personas en vista de su rectitud e integridad: “Dios me ha llamado a más altos
designios que la Casa Blanca”. Consideremos pues a algunos de los que conforman “tan
grande nube de testigos”.236
b. Los Hechos de los apóstoles y la Gran Comisión
La iglesia de Jerusalén no sintió el peso de la responsabilidad del atalaya en lo que hace a la
Gran Comisión sino a partir de Pentecostés. Entre la resurrección y Pentecostés la situación
era como la describe de manera sucinta Max Warren: “El pasado era algo real. El futuro,
totalmente oscuro. Pero al menos esperaban algo, si bien no sabían qué.”237
Esa espera tenía
fundamento en las instrucciones finales dadas por el Señor en el mismo aposento alto donde
ésta tenía lugar.238
El propósito de la espera era, precisamente, recibir la dotación de poder
suministrada por el Espíritu Santo que los capacitaría para cumplir la Gran Comisión con
éxito, anunciando básicamente aquello de lo cual ellos mismos habían sido testigos de
excepción.239
Si bien es cierto que después de Pentecostés Pedro, Juan y los demás apóstoles y discípulos
comenzaron a llevar a cabo este encargo con gran pasión y celo, también lo es el hecho de que
no comprendieron el alcance del mismo. Aunque estaba claro que la misión debía
emprenderse en círculos cada vez más amplios e inclusivos comenzando desde Jerusalén,
pasando por Judea y Samaria hasta llegar a los confines más remotos del mundo conocido,
parece ser que los apóstoles y creyentes de Jerusalén entendieron simplemente que era
necesario anunciar este mensaje a todos los judíos de la dispersión.
Pentecostés ofreció una oportunidad única para empezar a hacerlo así, aprovechando la
elevada población flotante de judíos que se concentraba en Jerusalén en esta fecha procedente
de los lugares más variados, disímiles y distantes del imperio.240
Fueron estos judíos de la
dispersión, helenizantes o “griegos”,241
los que de manera providencial comprendieron mejor,
así fuera sólo intuitivamente, el alcance de la Gran Comisión ya que debido al hecho de
convivir entre gentiles eran más tolerantes hacia ellos y menos rígidos en su estricta
separación de los pueblos paganos que los judíos de Palestina y por lo tanto no mostraban los
mismos prejuicios raciales que éstos tenían y que llegaron a convertirse, sin proponérselo, en
obstáculos para anunciar el evangelio a los gentiles. Es muy acertado el diagnóstico de la
condición espiritual de la iglesia de Jerusalén dado por Hurlbut, Narro y Flower:
La iglesia... no tenía faltas. Era poderosa en la fe y en el testimonio, pura en su carácter, y
abundante en el amor. Pero su singular defecto era la falta de celo misionero. Permaneció
236 Hebreos 12:1 RVR 237 Op. Cit., 26 p. 238 Lucas 24:49 RVR 239 Lucas 24:48; Hechos 1:8 RVR 240 Hechos 2:5, 9-11 RVR 241 Hechos 6:1 RVR
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en su propio territorio cuando debió haber salido con el evangelio a otras tierras y a otros
pueblos. Necesitaba el estímulo de la severa persecución para que la hiciera salir a
desempeñar su misión mundial; y verdaderamente recibió tal estimulo.242
Esta persecución fue más severa con los cristianos provenientes de la colonia judía de la
dispersión que con los de Palestina, como deja verse en el hecho de que fueron aquellos los
que tuvieron que huir mientras los apóstoles permanecían en Jerusalén sin que hubiera
amenaza inminente para su vida.243
La persecución dio a la iglesia de Jerusalén el impulso
necesario para que saliera de sus estrechos límites y comenzara a llevar a cabo, aún sin tener
plena conciencia de ello, la Gran Comisión en unos términos más acordes con la instrucción
del Señor. Podemos presumir que un buen número de los no menos de tres mil judíos
convertidos mediante la predicación del apóstol Pedro con ocasión de Pentecostés244
procedían de la dispersión y que al regresar a sus respectivos lugares de origen comenzaron de
un modo u otro a sembrar la semilla del evangelio entre sus familias y hasta es posible que,
merced a su menor prevención hacia los gentiles, se aventuraran a hacerlos partícipes de las
buenas nuevas.
De lo que si estamos seguros es que el evangelio llegó a Samaria a través de Felipe, uno de los
convertidos de la dispersión que estaba dentro del grupo de los que fueron esparcidos a causa
de la persecución245
y al mismo tiempo uno de los siete diáconos elegidos precisamente para
dar representatividad a los judíos de la dispersión en el gobierno de la iglesia de Jerusalén,
conocido más adelante como “el evangelista” en reconocimiento a su gran celo misionero246
.
Estos habían sido nombrados para que los apóstoles no tuvieran que dedicarse a labores
administrativas y pudieran concentrarse con exclusividad “en la oración y en el ministerio de
la palabra”,247
es decir, en la predicación. Pero el hecho es que, en cierto modo, estos diáconos
estaban mejor adaptados para cumplir con la Gran Comisión “hasta lo último de la tierra”,
pues no fue únicamente Felipe quien se destacó en este propósito sino que ya antes de él otro
diácono, Esteban, a quien correspondió la gran honra de ser el primer mártir de la Iglesia
Cristiana, había sobresalido por su denuedo, vehemencia y elocuencia para predicar.
Parece ser que una de las cosas que más molestó a los judíos que disputaron con él
calumniándolo y acusándolo mediante falso testimonio era el énfasis universalista de su
predicación que despojaba al Templo del lugar central que hasta ese momento ocupaba en la
religión judía,248
característica que por razones obvias hallaría lugar con mucha menor
resistencia en el judaísmo de la dispersión y en la cual se perciben resonancias de lo dicho por
el Señor en los evangelios.249
La elección de los diáconos también nos permite corroborar de manera muy rápida la
importancia que tenía para los apóstoles la conducta del candidato pues uno de los requisitos
242 Hurlbut, Narro, Flower. La Historia de la Iglesia Cristiana. Miami: Vida, 1979, 22-23 p. 243 Hechos 8:1 RVR 244 Hechos 2:41 RVR 245 Hechos 8:4 RVR 246 Hechos 21:8 RVR 247 Hechos 6:4 RVR 248 Hechos 6:13-14, 7:48-49 RVR 249 Mateo 24:2; Marcos 13:2; Lucas 21:6; Juan 2:19-21; 4:20-24 RVR
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era que éstos fueran “de buen testimonio.”250
Volviendo a Felipe, el hecho de que les hubiera
predicado a los samaritanos demuestra que en cierta medida se había liberado de los prejuicios
de su raza, pues aunque éstos no eran propiamente gentiles, tampoco se les puede catalogar
como judíos sino más bien como una raza mixta por demás despreciada por los judíos. Hay
que reconocer de todos modos que después de este contacto inicial los apóstoles sancionaron
favorablemente esta primera incursión del evangelio en territorio samaritano, acudiendo en
persona a confirmar lo logrado por Felipe,251
no pudiendo evitar asociar lo que estaba
sucediendo con lo dicho por el Señor en cuanto a ser testigos en Samaria; región donde no
habitaban judíos por lo que sus palabras no podían interpretarse de otra forma que como una
orden para predicar a los samaritanos.
Felipe tiene posteriormente un encuentro evangelístico con un etíope quien a pesar de ser de
origen netamente gentil, no puede considerarse como gentil en sentido estricto pues el hecho
de que voluntariamente subiera a Jerusalén para adorar y leyera en el trayecto el rollo del
profeta Isaías indica con mucha probabilidad que ya era un prosélito del judaísmo252
. La
aceptación formal de los gentiles en el seno de la iglesia le correspondió al apóstol Pedro no
sin que antes el Señor tuviera que derribar sus prejuicios por medio de una sucesión de hechos
sobrenaturales muy bien coordinados y que no admitían discusión alguna, cuya explicación no
podía ser otra que la expresada por Pedro en casa del centurión Cornelio que, junto con su
familia, posee el honor de ser el primer gentil en ser aceptado oficialmente en la iglesia: “En
verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada
del que le teme y hace justicia”.253
Las explicaciones de Pedro a los dirigentes de la iglesia de Jerusalén puede que no hayan sido
tan satisfactorias como éstos lo hubieran deseado, pero de todos modos parece que, por lo
menos por el momento, aceptaron las implicaciones de lo ocurrido.254
En este punto viene al
caso la apreciación de Max Warren sobre el rumbo que siguió Pedro a partir de este momento:
En la inspiración de ese momento Pedro ve el futuro abierto. Tendrá luego sus momentos
de vacilaciones, de dudas, aún de transigencias... Al igual que a todos nosotros, la visión
maravillosa puede tornarse extrañamente opaca. Mas Pedro nunca la perdió del todo. El
futuro estaba abierto.255
Sin embargo Dios estaba preparando a un hombre para quien esta visión sería tan clara y
brillante como el sol del mediodía: Saulo de Tarso, conocido posteriormente como san Pablo,
el “Apóstol de los gentiles”.256
Fue él quien primero entendió la Gran Comisión y todo lo que
involucraba. Como consecuencia de esto se convirtió tal vez en el más grande evangelista de
la historia de la iglesia pues a través de sus viajes misioneros llevó el evangelio al continente
Europeo y no contento con ello se aventuró finalmente hasta España que era desde la
perspectiva del imperio romano prácticamente “lo último de la tierra”.
250 Hechos 6:3 RVR 251 Hechos 8:14-15 RVR 252 Hechos 8:27-28 RVR 253 Hechos 10:34-35 RVR 254 Hechos 11:18 RVR 255 Op. Cit., 27 p. 256 1 Timoteo 2:7; 2 Timoteo 1:11 RVR
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Y en este propósito de nuevo los judíos de la dispersión le dieron la mano, pues fueron ellos
los encargados de colocar en Antioquía de Siria la semilla de la que llegaría a ser por muchos
años la principal de las iglesias gentiles del Imperio, sobrepujando en muchos aspectos a la
iglesia madre de Jerusalén257
. Esta iglesia le sirvió a Pablo de “cuartel general” para sus viajes
misioneros y fue en ella donde comenzó la parte realmente productiva de su ministerio.258
No obstante Pablo siempre procuró salvar su responsabilidad, no sólo con los gentiles259
, sino
también para con sus compatriotas; pues no podemos atribuir su costumbre de acudir a la
sinagoga de toda ciudad a la que arribaba simplemente a la conveniencia surgida de la
posibilidad siempre real de encontrar en éstas a gentiles convertidos al judaísmo o prosélitos,
al igual que simpatizantes llamados devotos o temerosos de Dios, sino a su genuino interés
por los de su nación, aún sabiendo que su ministerio no estaba destinado a llevar entre ellos el
fruto que daría entre los gentiles260
. Pero dejemos el resto para lo que sigue.
REFLEXIONEMOS A. Cristianismo: el verdadero humanismo
“HOMBRE SOY: nada de lo humano me es ajeno”
Terencio El humanismo no es un concepto unívoco (con un solo significado), razón por la cual puede ser utilizado tanto a favor del cristianismo como en contra de él. Existe, pues, un “humanismo secular” y un “humanismo cristiano”, o mejor aún: un “humanismo ateo” y un “humanismo teísta”. El primero de ellos es antropocéntrico (centrado por completo en el hombre), mientras que el segundo es teocéntrico (centrado en Dios).
Se puede uno preguntar ¿cómo un humanismo, en el cual por simple definición el ser humano debería
ser lo importante, puede, no obstante estar centrado en Dios, seguir abogando por el ser humano como su principal interés práctico? El cristianismo responde a este interrogante de manera escueta y puntual. Simple: porque Dios se hizo hombre (Jn. 1:14). Efectivamente, es la doctrina de la encarnación la que le otorga toda su coherencia, riqueza y plenitud al humanismo cristiano y lo coloca en mejor posición que el humanismo secular, el cual adolece en último término de un fundamento sólido, razón por la cual se viene al piso cuando se intenta llevar hasta sus últimas conclusiones tanto teóricas como prácticas. Como lo dijera R. C. Sproul en frase memorable: “Si no hay gloria divina, no hay dignidad humana”. Porque la verdadera dignidad del hombre procede de la imagen y semejanza divina plasmadas en él (Gén. 1:26-27), y la Biblia
demuestra de manera concluyente en la persona de Jesucristo, Dios y hombre al mismo tiempo, que
257 Hechos 11:19-24 RVR 258 Hechos 11:25-26 RVR 259 Hechos 20:26-27 RVR 260 Hechos 18:6; 28:17-28 RVR
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el principal y verdadero “humanista” de la historia es Dios mismo, pues la frase de Terencio en el encabezado únicamente halla su sentido cabal en la boca del Señor Jesús.
A Dios, y por ende al creyente también, nada de lo humano le es ajeno y la prueba de ello es que, contra todo pronóstico, decidió hacerse hombre e identificarse de lleno con nosotros en nuestra condición humana para que ningún hombre pueda declararse incomprendido por Dios (Heb. 2:14-18; 4:15), y pueda también, gracias a la fe en Cristo y en su obra en la cruz, ver en sí mismo la restauración de la imagen y semejanza divinas malogradas por el pecado, tomando a Cristo como modelo (Col. 1:15; Heb. 1:3)
“Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu”
2 Corintios 3:18; Colosenses 3:9-10 NVI B. Exclusiones y favoritismos en la iglesia
“LO QUE me duele de veras es que la Corte Suprema esté haciendo que los paganos sean más cristianos de lo que la Biblia está haciendo que los cristianos sean más cristianos… las protestas de
personas sentadas en sitios específicos no habrían sido necesarias si en todos estos años los cristianos se hubieran sentado juntos en la iglesia y en la mesa de Cristo” Clarence Jordan
Deja una sensación amarga en el corazón observar que a veces las cortes civiles son más sensibles a los intereses del reino de Dios que la misma iglesia, de tal modo que implementan en nuestras sociedades leyes que promueven un trato más humano, justo e igualitario entre las personas; trato que honestamente no se verifica como sería de desear y de esperarse en las iglesias, entre hermanos en la fe. Es así como la discriminación y segregación racial se dio por igual tanto en medios religiosos (iglesias) como seculares (sociedad civil), estableciendo sitios específicos para que pudieran sentarse los de raza negra, separados por supuesto de los de raza blanca. Y aunque fueron personas cristianas como W. Wilberforce, A. Lincoln y, de manera más reciente, M. Luther King, los que lideraron las iniciativas que se concretaron en leyes que echaron finalmente por tierra la esclavitud de los negros y la consecuente discriminación a esta raza, ambas manifiestamente antibíblicas; estas iniciativas fueron más el producto de los esfuerzos individuales y aislados de comprometidos cristianos, que de la iglesia como institución. Porque en realidad el problema no está ni en la Biblia ni en el cristianismo, sino en los ministros encargados de estudiarla, vivirla y predicarla con fidelidad. En ella los favoritismos arbitrarios y discriminatorios entre los hombres basados en criterios humanos prejuiciados están por completo fuera de lugar (1 S. 16:7; 2 Cor. 5:16-17; Gál. 2:6), no sólo porque todos descendemos de un padre común (Hc. 17:26), sino porque Dios actúa de manera justa, con imparcialidad y sin favoritismos (Rom. 2:11; Gál. 3:8; Col. 3:25; St. 2:1-9; 1 P. 1:17), y los creyentes debemos imitarlo en la iglesia (Rom. 15:7), pues en ella cualquier discriminación producto de los convencionalismos o la cultura humana queda sin efecto, según lo revela el Señor en su palabra (Gál. 3:28; Col. 3:11). Hagamos, pues, nuestras las palabras del apóstol:
“Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos…” Hechos 10:34-35 NVI
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C. La verdadera libertad
“NO EXISTE libertad. Existe liberación” Paul La Cour
Dios ha provisto para las criaturas inanimadas e irracionales las leyes de la naturaleza y el instinto para guiar los procesos cósmicos y vitales de tal manera que confluyan en el bien de todo el universo, pero con el ser humano no hace lo mismo puesto que éste fue creado con capacidad de decisión. Y Dios respeta la libre voluntad humana. Pero el ser humano no es siempre igualmente libre, pues para que haya libertad es necesario que se den las siguientes condiciones: 1. La libertad de contradicción (poder decir “si” o “no”); 2. La libertad de especificación (especificar de qué manera “si” y de que manera “no”); 3. La ausencia de
coacción; 4. La dotación de medios. Los hombres de hoy que claman por libertad y particularmente los
teólogos de la liberación, han concentrado su atención en las últimas dos condiciones para justificar así el uso del término “liberación” por encima del de “libertad”. La diferencia entre ambas nociones radica en que la última hace tan sólo referencia al hecho de que el hombre es libre para materializar a voluntad las posibilidades que tiene por delante, mientras que la primera enfatiza que antes de eso el hombre debe ser libre de los condicionamientos que coartan e impiden la realización de estas posibilidades. Y si bien la Biblia está en principio de acuerdo con esto, pues de otro modo no se explican las hazañas liberadoras que Dios emprendió en el Antiguo Testamento a favor de Israel, lo cierto es que a la luz del evangelio lo que coarta e impide la realización de las potencialidades del hombre no son fundamentalmente los condicionamientos externos; sino las fuerzas internas, tales como las tendencias y los malos hábitos personales, las conductas egoístas reafirmadas desde el mismo núcleo familiar, los comportamientos sociales generalizados injustos e insolidarios, o en síntesis lo que la Biblia llama “pecado”, de tal modo que los condicionamientos externos de índole político, económico y social no son sino consecuencias y únicamente cederán de manera consistente cuando seamos liberados por Dios de la tiranía del pecado a nivel individual. Es por eso que Agustín sostenía que, sin la gracia de Dios, el hombre tiene libre albedrío, pero no tiene libertad, porque puede elegir, pero elige siempre mal. Pero fue para romper este sino trágico que Cristo se encarnó como hombre y proclamó a los cuatro vientos:
“... si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” Juan 8:36 NVI
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SEXTA UNIDAD: RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE EN LAS EPÍSTOLAS
a. La responsabilidad del hombre en las epístolas paulinas
El apóstol Pablo, gran sistematizador de la doctrina cristiana, se ocupa en sus epístolas de dar
la explicación de lo que tiene lugar en el creyente en virtud de la persona y la obra de Cristo.
Su epístola a los Romanos es la más grandiosa exposición doctrinal del cristianismo, motivada
por la obligación que el mandato de la Gran Comisión imponía en la conciencia del apóstol,
aún contrariando una de las directrices de su ministerio como era la de “no edificar sobre
fundamento ajeno”.261
Su motivación para obrar de este modo en este caso particular la
expone claramente el apóstol Pablo en la apertura de la epístola262
, complementando su
explicación al informar cuales son sus intenciones en el cierre de la misma.263
Se destaca en el
primero de estos pasajes la frase “a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”
que sintetizan el carácter imperativo y universal que la Gran Comisión tenía para el apóstol.
Era natural que Pablo quisiera visitar Roma a pesar de ya hubiera una iglesia establecida allí,
pues como “Apóstol de los gentiles” es apenas obvio que quisiera pasar por la ciudad gentil por excelencia: la capital del imperio gentil. Además, también encontramos en esta epístola las
razones por las que Pablo procuraba siempre salvar su responsabilidad para con su pueblo
puesto que el evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío
primeramente, y también al griego”,264
argumento tratado con mayor amplitud en los capítulos
9 al 11 de la epístola.
Existe, sin embargo, un pasaje que es el que afirma mejor que ningún otro la necesidad de
llevar a cabo la Gran Comisión con la mayor responsabilidad y dedicación y el privilegio que
se nos ha concedido a nosotros al delegarnos este encargo, independiente de la mayor o menor
acogida que éste tenga.265
La secuencia allí descrita es normativa para todos los tiempos en el
cumplimiento de la responsabilidad del atalaya para el creyente del N.T.
La conducta que el creyente debe manifestar para ser consecuente con el mensaje que
proclama recibe también la atención del apóstol en la porción comprendida por los capítulos
12 al 15 hasta el versículo 14. No es simplemente una conducta externa sino un cambio de
pensamiento como consecuencia obvia de lo logrado por el Señor en la cruz según se registra
igualmente en los capítulos 6 al 8 del escrito en mención.
La epístola a los Gálatas y las dos a los Corintios muestran en el primer caso a una
congregación que no había comprendido completamente la novedad liberadora y
transformadora operada por Cristo y corría el peligro de retroceder a la pauta de
261 Romanos 15:20-21; 2 Corintios 10:13-16 RVR 262 Romanos 1:10-15 RVR 263 Romanos 15:23-24 RVR 264 Romanos 1:16 RVR 265 Romanos 10:14-16 RVR
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responsabilidad del A.T. que ya había mostrado su insuficiencia haciendo patente su fracaso.
En el segundo caso era una congregación que confundía la libertad en Cristo con el libertinaje
y que así mismo no había logrado superar la etapa inicial de la vida cristiana, no sólo en el
aspecto doctrinal sino también en el práctico, deformando completamente la ética del Reino
revelada a través de toda la Biblia.
En ambos casos Pablo debe actuar con firmeza para corregir ambas tendencias perniciosas
viéndose forzado en el interín a hacer una defensa de su ministerio que nos descubre de nuevo,
en pasajes representativos de estas porciones, su profundo compromiso con la Gran Comisión
hasta el extremo de la abnegación, el sacrificio y el riesgo de su propia integridad física.266
Se
considera a sí mismo un colaborador de Dios cuya competencia en el ministerio proviene
directamente del Señor.267
Debido a su propósito eminentemente práctico, en estas epístolas el
fundamento doctrinal se encuentra entremezclado con las instrucciones del apóstol,
mayormente en las de los Corintios, a pesar de lo cual se destaca el capítulo sobre la
preeminencia del amor como motivación principal de la conducta del cristiano268
.
También es evidente el elevado carácter moral del apóstol que le permite colocarse con toda
tranquilidad como un ejemplo a imitar269
. Sobresale en la epístola a los Gálatas el catálogo de
las obras de la carne en contraste con el fruto del Espíritu que es en últimas la credencial de
autenticidad que brinda credibilidad al mensaje cristiano.270
En este sentido aún la conducta de
los Corintios respalda o perjudica el ministerio de Pablo.271
En las epístolas de la prisión, especialmente en la de los Efesios, es donde Pablo se remonta a
las más elevadas alturas para que sus destinatarios adquieran una comprensión profunda de su
nueva condición espiritual. Los términos de la oración intercesora de Pablo por los Efesios
reflejan este anhelo íntimo del apóstol y dando por sentado que la iglesia comprende lo
declarado al respecto, considera que es imperativo que se comporten entonces como es digno
del Señor.272
Este comportamiento debe ser acorde con su nueva identidad de hijos de luz273
llamados a resplandecer como luminares en el mundo274
en clara alusión a la enseñanza del
Señor acerca de los creyentes como luz del mundo.
Se reitera que este comportamiento debe ser consecuencia de una renovación de la mente y las
actitudes,275
y que debe establecer una diferencia tan notoria en relación con la conducta
anterior a la conversión que se pueda aludir al creyente como un “nuevo hombre” en marcado
contraste con el viejo.276
Se menciona además la unidad de la iglesia como característica de un
266 1 Corintios 2:1-5; 9:16-17, 19-23; Gálatas 1:8-12 RVR 267 1 Corintios 3:4; 2 Corintios 3:5 268 1 Corintios 13; 2 Corintios 5:14; Romanos 5:5 RVR 269 1 Corintios 11:1; Filipenses 4:9 RVR 270 Gálatas 5:19-23 RVR 271 2 Corintios 3:1-2 RVR 272 Efesios 4:1; Filipenses 1:27; Colosenses 1:10; 1 Tesalonicenses 2:12 RVR 273 Efesios 5:8; 1 Tesalonicenses 5:5-6 RVR 274 Filipenses 2:15 RVR 275 Efesios 4:23; Filipenses 2:1-2; 4:8 276 Efesios 2:15; 4:22-24; Colosenses 3:9-10 RVR
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andar digno en el Señor277
y hace aparición explícita un deber del atalaya veterotestamentario:
la reprensión del pecado.278
En Filipenses se comprueba de nuevo la conciencia que tenía el apóstol de su misión cuando
afirma que a pesar de que para él “morir es ganancia”, prefiere “vivir en la carne” si esto
resulta en beneficio de la obra. 279
En esta misma epístola también hay una declaración
sorprendente en cuanto al lugar prioritario que tiene la predicación pues Pablo afirma que, así
no se predique por los motivos correctos, de todos modos debe hacerse.280
Finalmente no se
puede menospreciar la enseñanza sobre la ciudadanía del creyente,281
pues sólo a la luz de ésta
se comprende la condición del creyente como “peregrino y extranjero”282
a la vez que como
“embajador” en el mundo283
en concordancia con la oración sumo sacerdotal del Señor Jesús
cuando dijo: “no son del mundo” pero también: “no ruego que los quites del mundo, sino que
los guardes del mal”.284
En Colosenses hay igualmente una referencia a aquella analogía de Cristo que asimila al
creyente con la sal de la tierra.285
La responsabilidad de la oración intercesora también aparece
en las epístolas paulinas pues el apóstol la solicita de sus destinatarios a favor de su
ministerio286
, a la vez que les informa que cuentan igualmente con su oración intercesora en
favor de las iglesias287
.
Finalmente las epístolas pastorales y la de Filemón, dirigidas a una persona en particular a
diferencia de las anteriores; retoman los mismos patrones de responsabilidad de éstas últimas
aplicándolos a Timoteo y Tito,288
instruyéndolos sobre la manera de gobernar sabia y
ordenadamente las iglesias locales, evaluando a su vez a los líderes de las mismas, obispos y
diáconos, bajo elevados criterios de responsabilidad que incluyen, naturalmente, la capacidad
de predicar con miras al cumplimiento de la Gran Comisión.289
La oración tampoco es
desatendida en estas epístolas sino que, por el contrario, se torna mucho más amplias en su
cobertura ya que en este caso se nos exhorta a hacerlo por todos los hombres y en todo lugar
para que “todos los hombres sean salvos, y vengan al conocimiento de la verdad”.290
Como se
ve, la Gran Comisión sigue siendo la columna vertebral alrededor de la cual gira la
responsabilidad de la vida cristiana.
277 Efesios 4:3-6, 12-16 RVR 278 Efesios 5:11 RVR 279 Filipenses 1:21-22 RVR 280 Filipenses 1:15-18 RVR 281 Filipenses 3:20 RVR 282 Hebreos 11:12-16 RVR 283 2 Corintios 5:20; Efesios 6:20 RVR 284 Juan 17:14-15 RVR 285 Colosenses 4:6 RVR 286 2 Corintios 1:11; Colosenses 4:2-3; 1 Tesalonicenses 5:17; 2 Tesalonicenses 3:1-2 RVR 287 Romanos 1:9; Efesios 3:14-16; Filipenses 1:9-11; Colosenses 1:3, 9-13; 1 Tesalonicenses 1:2-3; 3:10; 2 Tesalonicenses 3:1-2 RVR 288 1 Timoteo 4:12-16; 2 Timoteo 2:15; Tito 2:7-8 RVR 289 1 Timoteo 5:17; 2 Timoteo 2:2 290 1 Timoteo 2:1-4, 8 RVR
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b. La responsabilidad del hombre en las epístolas universales
El análisis de las epístolas universales puede llevarse a cabo agrupándolas por autores. La
identificación aceptada de los mismos incluye a los apóstoles Pedro y Juan y los hermanos en
la carne del Señor Jesucristo, Santiago y Judas; además del desconocido autor de la epístola a
los Hebreos.
En la epístola del maestro Santiago las referencias a la Gran Comisión son más bien veladas e
indirectas, enfocadas más que en la proclamación verbal, en la conducta del creyente;
evocando con su énfasis en las obras lo dicho por el Señor en el Sermón del Monte: “Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro padre que está en los cielos.”291
Santiago tiene conciencia clara de la
correspondencia directa entre privilegios y responsabilidades.292
Del mismo modo en su
formulación del pecado de omisión293
pueden vislumbrarse reminiscencias de la ya citada
frase del Señor: “de gracia recibisteis, dad de gracia”. Y por último la oración intercesora
también ocupa un lugar importante en la misma garantizando su eficacia en términos
inequívocos.294
Las dos epístolas atribuidas al apóstol Pedro nos hablan de nuevo al igual que Pablo en
Efesios de nuestra herencia espiritual295
por la cual Dios nos ha constituido como real sacerdocio asociando este privilegio con la obligación de proclamar el mensaje del
evangelio.296
En este marco nuestra responsabilidad es del tipo invocado por la conocida
máxima del duque francés Gaston Pierre Marc: “Nobleza obliga”.297
Para que esta
proclamación sea más eficaz hemos de estar siempre preparados para argumentar en defensa
del evangelio,298
no dando ocasión para que nuestra conducta sea cuestionada y desvirtúe de
paso nuestro mensaje.299
En la segunda de las epístolas hay una descripción magistral del carácter cristiano por su
sencillez, brevedad y profundidad300
La epístola de Judas también nos exhorta a contender
ardientemente por la fe301
hallándose así mismo en ella una tácita mención a la predicación del
evangelio.302
El apóstol Juan en cambio es casi monotemático con su insistente y reiterativo énfasis en el
amor como motivación de todos nuestros actos303
, dando por sentado que, de hacer esto una
realidad en nuestras vidas, no hay testimonio más elocuente para dar a conocer las bondades
291 Mateo 5:16; Santiago 2:14-26 RVR 292 Santiago 3:1 RVR 293 Santiago 4:17 RVR 294 Santiago 5:13-18 RVR 295 1 Pedro 1:4 RVR 296 1 Pedro 2:9 RVR 297 Robertson, Pat. El reino secreto. Miami: Vida, 1985, 173 p. 298 1 Pedro 3:15 RVR 299 1 Pedro 3:13-16 RVR 300 2 Pedro 1:5-8 RVR 301 Judas 3 RVR 302 Judas 22-23 RVR 303 1 Juan 1:7-10; 3:10-11, 14-18; 4:7-8, 11-12, 16, 20-21; 5:1-4; 2 Juan 5-6; 3 Juan 6-7 RVR
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del evangelio como también lo reconoció el apóstol Pedro en aquella porción de su primera
epístola donde propone a las esposas ganar a sus maridos sin palabra “por la conducta de sus
esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa”.304
La epístola a los Hebreos contiene muy pocas alusiones a la responsabilidad del creyente tal
como se ha emprendido en los anteriores casos. Esto obedece al propósito que persigue y a los
destinatarios a los que se dirige: hebreos convertidos al cristianismo que están en peligro de
apostatar de su nueva fe; por lo cual la epístola es una especie de homilía extensa cuyo
propósito es exhortar a sus lectores a perseverar en la fe, argumentando para ello la evidente
superioridad del mensaje del N.T. en relación con la Ley Mosaica, por lo cual su contenido es
eminentemente doctrinal, reinterpretando el Pentateuco a la luz del acontecimiento cristiano.
Sin embargo podemos rescatar algunos versículos que tocan tangencialmente nuestro tema
como aquel que nos anima a “estimularnos al amor y a las buenas obras”305
y otros similares
que se refieren a la conducta del creyente, aunque no encontramos ninguno que encaje dentro
de la responsabilidad de anunciar las buenas nuevas en el contexto de la Gran Comisión.
REFLEXIONEMOS A. La exclusividad e inclusividad cristiana
“CUANTO más exclusivamente reconozcamos a Jesucristo como nuestro Señor y lo proclamemos así, tanto más ampliamente se nos manifiesta la extensión del ámbito de su dominio”
Dietrich Bonhoeffer Reconocer a Cristo como único Señor es la forma correcta de responder a sus justificadas demandas de exclusividad (Dt. 4:35, 39; 5:6-7; 6:4; Hc. 4:12). Pero este reconocimiento exclusivo, lejos de restringir el ámbito de su dominio a los estrechos límites de la iglesia como institución, lo que hace más bien es ampliarlos para llevarnos a reconocer su dominio sobre el mundo y todo lo que existe. Paradójicamente, la exclusividad propia del cristianismo no excluye a ultranza a nadie de su círculo de influencia, sino que por el contrario, amplia este círculo para incluirlo todo dentro de él.
Luis F. Cano Gutierrez lo ha expresado muy bien al afirmar que: “rechazamos a los teólogos que se creen poseedores exclusivos de la verdad, y aborrecemos a las iglesias que se creen únicas… Debemos rechazar la tendencia a reducir y no la de ampliar, no estar mirando hacia dentro para ver a quien quitar, sino hacia fuera, para ver quien falta” (Cano Gutierrez). Después de todo: “no ha habido teólogo en la Historia que no estuviera equivocado en algo” (íbid), a lo cual podría añadirse que no ha habido pensador pagano o incrédulo que no hubiera acertado en algo, lo cual lo coloca, aún a su pesar, bajo el dominio de la verdad, que no es otra que Cristo mismo (Jn. 14:6). Solemos citar con frecuencia Mateo 12:30: “El que no está de mi parte, está contra mi…” para excluir, pasando por alto el elemento de inclusividad que podemos encontrar en él en las versiones de Marcos y Lucas: “El que no está contra nosotros está a favor de nosotros” (Mr. 9:40; cf. Lc. 9:50).
304 1 Pedro 3:1-2 RVR 305 Hebreos 10:24 RVR
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Es decir que, al margen de que profesen o no el cristianismo, todos los que de algún modo defienden, promueven e incluso sufren por la justicia, el derecho, la verdad, la libertad, la compasión, la responsabilidad, o en síntesis, la dignidad humana, están aún sin saberlo sirviendo a los intereses de Jesucristo, aunque lo hagan finalmente en perjuicio propio, pues sabemos que estas obras por sí solas no les garantizan el favor de Dios con miras a la salvación, sino que esto sólo se obtiene por medio de la fe en Él (Efe. 2:8-9). Al fin y al cabo:
“… nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad” 2 Corintios 13:8 NVI
B. Dividiendo para unir
“SERÍA necio buscar la unidad a expensas de la verdad… Cristo inevitablemente divide y a la vez une a la gente” John R. W. Stott
La unidad a expensas de la verdad es lo que parecen pretender proyectos actuales de gran envergadura, englobados en iniciativas peligrosamente sincréticas y eclécticas tales como el sospechoso ecumenismo al interior de la iglesia, el universalismo de esa pseudo religión llamada “La Nueva Era” y los muy divulgados conceptos y actitudes “pluralistas” y “multiculturalistas” de nuestra globalizada sociedad secular. Ahora bien, Cristo vino a promover la fraternidad de todo el género humano por encima de diferencias nacionales, culturales, étnicas e incluso ideológicas sobre la base de la reconciliación por él provista (2 Cor. 5:18-20; Gál. 3:28). Pero esta unidad fraternal de todos los seres humanos no es posible si no se apoya en la verdad revelada en el evangelio. De hecho, el Señor nos advirtió sobre la paradoja de que Él, anunciado como “El Príncipe de paz” (Isa. 9:6), no vino a traer paz, sino espada (Mt. 10:34-36; Lc. 12:51-53), puesto que la fidelidad a Dios y a la verdad tiene prioridad sobre cualquier otra, aún sobre aquella que tiene que ver con los afectos y los vínculos de consanguinidad, de modo que si existen conflictos de intereses entre ambas, se debe dar prelación a la primera. Al hablar de unidad la Biblia implica una común y veraz base doctrinaria (Efe. 4:3-6; 13-16), como de hecho la poseen todas las denominaciones protestantes en torno a los lemas de la Reforma de “sola escritura, sola gracia, sola fe y solo Gloria de Dios”, y en un marco más amplio la poseen también las tres vertientes de la cristiandad a saber: católicos, ortodoxos y protestantes. Pero a la hora de defender la verdadera unidad cristiana no podemos sacrificar las diferencias doctrinales que, en conciencia, nos separan y debemos debatirlas más que discutirlas, en un espíritu de amor y de respeto mutuo, exento de sectarismos de parte y parte, por la vía del argumento y de la persuasión que apele de manera consistente a las Escrituras y a la tradición histórica de la iglesia que armonice con ellas, de conformidad con la verdad revelada en la Palabra de Dios (2 Tim. 2:23-26). Únicamente así halla sentido la emotiva oración de Cristo en vísperas de su muerte:
“… Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno” Juan 17:11, 20-23 NVI
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C. Beneficios generalizados del cristianismo
“HIJOS de esta misma ciudad son los enemigos contra quienes hemos de defender la Ciudad de Dios… la mayor parte le manifiestan un odio tan inexorable y eficaz, mostrándose tan ingratos y desconocidos
a los evidentes beneficios del Redentor… ¿no persiguen el nombre de Cristo los mismos romanos, a quienes, por respeto y reverencia a este gran Dios, perdonaron la vida los bárbaros?”
Agustín de Hipona
Los beneficios históricos que el judeocristianismo ha producido en toda sociedad o cultura que lo ha acogido son innegables y están a la vista de todos, aún de los paganos que lo combaten (Sal. 103:2). Las libertades ejercidas hoy contra el cristianismo por sus detractores son posibles gracias al mismo cristianismo al que atacan. A su pesar, los contradictores del cristianismo pueden hoy impugnarlo abierta y públicamente apoyados en avances que han sido producto en mayor o menor medida de la gradual y a veces imperceptible influencia e implementación práctica y concreta de la doctrina y la ética cristianas en el ordenamiento social (Mt. 13:33; Lc. 13:21).
Los que se oponen sistemáticamente al cristianismo desde el interior de sociedades nominalmente cristianas, trabajan de cualquier modo con capital cristiano, así lo nieguen y no quieran reconocerlo. Que en el proceso histórico para llegar a ello la iglesia haya tenido muchas salidas en falso para comprender y aplicar lo que ella misma debería y pretendía predicar, no nos debe impedir apreciar que los más preciados logros de las sociedades modernas de occidente se han alcanzado debido al mismo poder de atracción inherente al contenido de la revelación bíblica, aunque no siempre gracias a la iglesia oficial ni necesariamente por su intermedio, sino incluso en oposición a ella, por vías seculares que se rinden al peso que los principios bíblicos poseen en sí mismos.
Los actuales pensadores posmodernos llamados “deconstruccionistas” proclaman en la superficie el supuesto valor del ateísmo, de la anarquía, de la libertad sin restricciones, del caos, y de la ausencia de valores absolutos pero el fundamento en que se apoyan para hacer estos pronunciamientos es cristiano, pues tal vez intuyen que, de otro modo, pueden terminar como el apóstol Pablo cuando se oponía al cristianismo, dándose “cabezazos contra la pared” (Hc. 26:14). Después de todo:
“… su Padre que está en el cielo… hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos” Mateo 5:45 NVI
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CONCLUSIÓN
La crisis de responsabilidad que vivimos en nuestro tiempo pasa por todos nosotros y para
resolverla, o por lo menos para ser parte de la solución y no del problema, hemos entonces de
mirar la viga en nuestro propio ojo antes de detenernos en la paja del ojo ajeno. A veces
creemos que podemos justificarnos delante de Dios comparándonos con los demás con la
secreta intención de desviar la vista divina de nosotros mismos para dirigirla a otro cuya
irresponsabilidad es más notoria. Somos como los niños pequeños que al ser sorprendidos
comiendo las galletas de lo alto del estante señalan y culpan al que sostiene el recipiente de
galletas en sus manos, olvidando que sus propios rostros están llenos de migas de galleta.
El hecho es que Dios no se deja enredar en estos sofismas de distracción que el hombre urde
ingenua, necia e infantilmente para justificarse. El no evalúa por comparación, curvas ni
promedios, pues de este modo tendría que nivelar a la humanidad por lo bajo; sino que
establece la norma absoluta y superlativa a la luz de la cual debemos evaluarnos si queremos
hacernos merecedores de su aprobación y su favor. No son solamente los grandes y
publicitados casos de irresponsabilidad personal los que violan esta norma, sino también los
casos anónimos y cotidianos de irresponsabilidad que todos cometemos y que llegamos a
trivializar en nuestro afán por restarle importancia.
Nos escandalizamos y rasgamos nuestras vestiduras ante los grandes y desvergonzados casos
de corrupción y conducta sexual inapropiada de los hombres públicos, así como la rampante
violencia e injusticia social que vemos a diario en nuestro entorno sin reparar en que nosotros
también estamos contribuyendo con nuestra indiferencia y mediocridad a abonar el terreno
para que estas conductas sigan germinando. Estamos tal vez dispuestos a admitir que no
somos perfectos pero invertimos la perspectiva imaginando que nuestra irresponsabilidad es
“la paja” mientras que la de los demás es “la viga”. Lo nuestro son pequeñeces; lo de los
demás son fallas monumentales.
Y en este estado de cosas la frase “No te preocupes por pequeñeces” parece ser la filosofía de
la vida de muchos; frase que en efecto puede ser un buen consejo si por ello entendemos no
ahogarnos en un vaso de agua o evitar reacciones desproporcionadas para las circunstancias,
pero que al ser puesta en práctica de manera irreflexiva deja de ser una pauta para vivir de
manera racional y se convierte en una justificación para nuestra irresponsabilidad. Alguien
dijo acertadamente que cuando esto sucede, lo más probable es que nos parezca una pequeñez
llevarnos las perchas y las toallas de un hotel, o la papelería de la oficina y no veamos estos
actos como lo que son: casos cotidianos de corrupción e irresponsabilidad.
Finalmente, no podemos olvidar que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de
aquel a quien tenemos que dar cuenta”,306
por lo cual la alternativa más inteligente a la que
debemos optar es lanzarnos resueltamente a salvar nuestra responsabilidad en esta vida
sacudiendo con firmeza el polvo de nuestros pies.
306 Hebreos 4:13 RVR
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REFLEXIONEMOS
A. Shalom “LOS SOCIÓLOGOS… descubrieron que si una ventana rota en un edificio no se reparaba, pronto todas las
ventanas quedarían destrozadas. ¿Por qué?... Una sola ventana rota pronto atrae a la clase de gente que romperá más ventanas… hay una gran relación entre controlar delitos menores y refrenar delitos mayores… el pueblo judío ya había captado la idea en el concepto de shalom… Shalom se refiere a
paz en un sentido positivo, el resultado de una comunidad correctamente ordenada” Charles Colson
El vocablo shalom, que se traduce como paz, es el saludo usual entre el pueblo judío y evoca un estado de cosas muy bien descrito por Ma. C. Guarino con esta definición: “La paz no es el silencio que queda al terminar la guerra, sino la fraternidad que nos impide iniciarla”. Fraternidad que sólo es posible en una comunidad fundamentada en la justicia. Una justicia que, a su vez, se manifieste no sólo en el comportamiento individual de sus miembros, sino también en el ordenamiento jurídico y en la capacidad del estado para hacerlo respetar. La impunidad en todas sus formas, desde la que ampara a la corrupción y al desgreño administrativo en las altas esferas de gobierno, hasta la que hace la vista gorda ante infracciones menores, es uno de los mayores alicientes para el delito (Ecl. 8:11). Razón de más para prestarles la debida atención a esas faltas o “zorras pequeñas” (Cnt. 2:15), que terminan echando a perder todo el fruto y que, de no resolverse satisfactoriamente, llegan pronto a engendrar acciones delictivas mayores y grandes males sociales (Ecl. 10:1; 1 Cor. 5:6; Gál. 5:9). El pastor Darío Silva-Silva ponía el dedo en la llaga al advertir que: “ya es hora de preguntarnos menos por qué hay guerrillas y más por qué hay injusticia social. En la raíz de toda subversión subyace la desigualdad flagrante como generadora de la inconformidad”. Desigualdad que, por cierto, no es siempre producto del desperdicio de las legítimas oportunidades concedidas por Dios a cada persona; sino que con mucha mayor frecuencia es el resultado de la opresión de los débiles y del aprovechamiento ventajoso que los fuertes hacen de aquellos y que tarde o temprano se vuelve contra éstos. Haríamos bien, pues, en atender a lo dicho por el profeta:
“El producto de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto” Isaías 32:17; Santiago 3:18 NVI
B. Igualdad y fraternidad
“LA NATURALEZA ha hecho a los hombres tan iguales... que... la diferencia entre hombre y hombre no es tan considerable, de modo que no hay ventaja que alguno de ellos pueda pretender para sí”.
Thomas Hobbes “GENÉTICAMENTE hablando, la raza no existe. Los estudios que se han realizado del ADN humano dejan
en claro que la variabilidad genética es mucho mayor entre individuos que pertenecen a determinado grupo social que entre dos grupos raciales distintos”.
Dawn Stover
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La decodificación del genoma humano representa, sin duda, un gran avance científico por las nuevas posibilidades que ofrece, pero también un riesgo por sus implicaciones éticas y las apresuradas inferencias que de él se han sacado. Lo cierto es que no debería causar tanto revuelo la similitud general entre el ADN de todos los seres vivos, incluyendo al hombre, pues además de que la misma Biblia parece indicar que la composición material de todos es la misma: la tierra (Gén. 1:24; 2:7a), también es de esperar que Dios, como buen diseñador, acuda a la mayor economía en el diseño. La proporción en que el ADN humano difiere del de los animales no es lo importante, pues la diferencia real entre ambos no es cuantitativa sino cualitativa (Gén. 1:27; 2:7b).
El hecho es que, de cualquier modo, existe una diferencia genética cuantificable y significativa que confirma la diferencia cualitativa que se puede apreciar en el hombre con respecto a los demás seres vivos. Pero además, la genética ha descubierto que no existen en la humanidad diferencias individuales o étnicas sustanciales que justifiquen el orgullo de raza o las pretensiones de superioridad de un individuo respecto de otro. La Biblia lo ha dicho: todos los hombres somos iguales. Dios no tiene favoritos ni discrimina basado en criterios nacionalistas (Hc. 10:34-35), laborales (Efe. 6:9), o por convencionalismos (Gál. 2:6), o clases sociales (St. 2:1-9). Por el contrario, evalúa con completa imparcialidad a todos los hombres (Rom. 2:11; Col. 3:25; 1 P. 1:17). Y en esto el cristianismo es por excelencia el mejor promotor de la igualdad, dignidad y fraternidad universal de la humanidad.
“Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer... todos ustedes son uno solo en Cristo
Jesús”. Gálatas 3:28; Colosenses 3:11 NVI
C. Miopía espiritual
“VUESTRO amor al prójimo es un mal amor a vosotros mismos. Vosotros huís de vosotros mismos hacia
el prójimo… os aconsejo que huyáis del prójimo y améis a los lejanos” Friedrich Nietzsche
Existen dos actitudes extremas igualmente inconvenientes y censurables en cuanto a la forma en que los creyentes suelen ver al prójimo y relacionarse con él. Estas actitudes podrían designarse como “hipermetropía” y “miopía” social respectivamente. La primera se caracteriza porque no ve al prójimo
como alguien cercano y con nombre propio, sino lo concibe siempre por medio de abstracciones y generalizaciones grandilocuentes y ambiguas tales como: “la humanidad”, “el hombre”, “el género humano”, “la sociedad”, “la comunidad” etc., olvidando a las personas consideradas de manera individual. Esta deficiencia no nos permite, pues, “enfocar” al prójimo como alguien cercano sino como alguien cómodamente lejano.
Pero por otro lado tenemos la “miopía” social que hace lo opuesto y de manera simplista y facilista
enfoca a algunos pocos prójimos que se encuentran al alcance inmediato para ofrecerles ayuda, lo
cual hay que hacer, pero después de favorecerlos acallando así la conciencia propia, se desentiende por completo de los graves problemas que aquejan a los grandes grupos o sociedades humanas
Contrariando así la misma etimología del término que proviene del latín proximus y se refiere a aquel que está próximo a nosotros.
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propias o ajenas, como si se encontrara más allá del alcance de éstos y pudiera así automarginarse de ellos con una actitud de indiferencia o de voluntaria ignorancia. Pero lo cierto es que los problemas que afectan a la humanidad nos afectan a todos y cada uno de nosotros en algún grado, puesto que todos sin excepción somos parte de ella y no podemos por tanto ser indiferentes a aquellos.
El pecado es una tragedia universal (Rom. 3:10, 23) que el creyente no puede circunscribir a unos pocos a nuestro alrededor. El amor propio es requisito bíblico indispensable para poder amar también de la manera correcta al prójimo (Mt. 22:39), sin sesgos en ningún sentido sino balanceando adecuadamente a los individuos particulares y a los grandes grupos en general. El desequilibrio denunciado por Nietzsche denota pues un “mal amor” hacia nosotros mismos que debe corregirse ampliando nuestra perspectiva como lo indica el apóstol Pedro:
“… sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos” 1 Pedro 5:9 NVI
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BIBLIOGRAFIA
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