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CONMEMORACIÓN DE ANDRÉS BELLO EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU MUERTE

CONMEMORACIÓN DE ANDRÉS BELLO · en las páginas de Menéndez Pelayo había aprendido a conocer a Andrés Bello. Pero me faltaba la prueba directa, el contacto, el sabor, el saboreo

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  • CONMEMORACIÓN DE ANDRÉS BELLO

    EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU MUERTE

  • BOLETÍN DE LA

    REAL ACADEMIA ESPAÑOLA ARo Llll.- ToMo XLV.- SEPTIEMBRE- DICIEMBRE I96 5.- CuAD. CLXXVI

    La Poesía de Andrés Bello (I)

    Tengo en mi mano un librito, una de mis joyas, más que por su valor bibliográfico por su precio sentimental para mí mismo. Lleva pintada en la cubierta una mujer helénica que pulsa las cuerdas de una especie de lira que se prolonga modernista en una ornamentación con rosas entretejidas. Arriba, en tinta roja, "75 c." ¿Céntimos de peseta? No consta el pie de imprenta, pero sí el edi-tor, Gowans & Gray, Ltd. (London & Glasgow). Y la fecha, 1908. Mi ejemplar es de una reimpresión de la tercera edición, en ene-ro, 191 I. Aún sus páginas guardan el leve perfume del delgado papel, un perfume muy de libro inglés, que es uno de los aromas más exquisitos del mundo. Su tono ahuesado se ha venido tor-nando con el tiempo más otoñal, con manchas de hoja seca de plátano de paseo ciudadano.

    El título del primoroso librito es "Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana". Tengo también otros libros de la misma colección en otras lenguas europeas.

    En las cartas de Menéndez Pelayo se alude al encargo de este librito y se ve lo absurdo que le pareció a D. Marcelino y su deseo de desentenderse de un problema sin solución que le roba-ba el tiempo para su tarea más seria. Por ello sabemos todos los que tratamos a Enrique Menéndez que no fue su hermano, sino él mismo, el inolvidable poeta de la vida quieta, quien, sin duda

    (r) Discurso leído en el Instituto de Cultura Hispánica el 10 de no-viembre de I9Ó5·

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    consultándole en algún caso, escogió la centena lírica. En algunas poesías puede verse el gusto particular del elegíaco e íntimo poe-ta. No así en la que sin disputa el propio maestro hnbiera sin va-cilación apartado para el florilegio: la "Agricultura de la Zona Tórrida", de Andrés Bello.

    Cuando yo compré el libro era un estudiante de Instituto y asistía a las magistrales y amenísimas lecciones de D. Narciso Alonso Cortés. Ya para entonces -aún vivía D. Marcelino--venía yo concurriendo tarde tras tarde a la Biblioteca Municipal, y en las páginas de Menéndez Pelayo había aprendido a conocer a Andrés Bello. Pero me faltaba la prueba directa, el contacto, el sabor, el saboreo de una poesía gustada en su cuenco más legítimo, en la levedad de un librito de bolsillo, y no citada fragmentaria-mente en volúmenes de tomo y lomo. Desde el día en que yo me embelesé en la lectura de un verso de música y terciopelo en el que se daban quintaesenciados los intensos aromas del trópico y de sus plantas, regalo y sugestión para un niño que aún no pensaba en componer versos, desde aquel día data mi admiración por el gramático poeta y mi deseo anhelante de viajar como cualquier español de mi tierra y provincia a las latitudes de la zona tórrida para embriagarme de sus aromas y deslumbrarme con sus luces y colores.

    "¡ Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz, concibes!"

    Aromas de papel inglés de finísima filatilra. Aromas fabulosos del cacao, del café, del flamboyán, de la palta, mezclados con sa-litre -aroma intensísimo-- del mar tropical. Veintitrés años des-pués, mi llegada, mejor dicho, el prenuncio de mi arribada a la islita de Sabang, adelantada del Extremo Oriente en el Océano índico, prenuncio que me llegaba a la proa del barco y me tras-cendía a un mundo novísimo y a una naturaleza de infinito sor-tilegio. Pero acallemos la voz íntima, ahora inoportuna. Y volva-mos a la Silva de Andrés Betlo.

    A Andrés Bello como poeta no se le puede juzgar por sólo este admirable poema, sin duda su obra maestra. Hay que tener en

  • LA POESfA DE ANDRÉS BELLO

    cuenta toda su labor, sus otros poemas tropicales, hispánicos o eu-ropeos. Sus elegías y romancillos de iniciación, sus versiones del latín, del italiano y del francés en recreaciones, fieles en lo esen-cial, pero procurando realzar su verso castellano a la altura del original dentro de su ritmo natural y propio. Tampoco hay que olvidar su "Alocución a la Poesía", que dentro de su plan general de "Silvas Americanas" constituye su primer canto a la natura-leza de su inmenso continente. Ya para entonces Bello vivía en Londres, y el contraste de la vegetación británica con las memo-rias de su huerto familiar y de las plantaciones agrícolas que el es-fuerzo aunado de españoles y criollos y de las otras razas incorpo-radas a la vida cívica virreina! y grancolombiana, y la visión en su retina fielmente guardada de los bosques vírgenes y de las faldas del Avila con su bravía flora trepadora, le impulsan a componer con hondo sentimiento de auténtico poeta y de desterrado de su patria, pero a un tiempo con primor y paciencia de delicado artí-fice, las variadas cláusulas rítmicas de sus silvas. La silva era, en efecto, la estrofa, o mejor dicho, la serie más adecuada para la grandiosa flora y la esforzada agricultura tropical. Silva, después de todo, no es más que selva en latín. Y la naturaleza en aquellas tierras de privilegio, aun sometida al yugo del cultivo humano, siempre es selvática y se derrama sin moldes.

    Muchas cosas hay que admirar en "La Agricultura de la Zona Tórrida", pero de momento no quiero más que señalar su colori-do y su aroma. Y en este sentido nada más incitador que com-parar dos fragmentos, uno de la "Alocución a la Poesía", poema que data de r823, y otro del segundo poema, fechado o publicado tres años más tarde. Veamos el trozo de la "Alocución".

    "Tiempo vendrá cuando de ti inspirado algún Marón americano ¡ oh diosa ! también las mieses, los rebaños cante, el rico suelo al hombre avasallado, y las dádivas mil con que la zona de Febo amada al labrador corona; donde cándida miel llevan las cañas, y animado carmín la tuna cría, donde tremola el algodón su nieve, y el ananás sazona su ambrosía ; de sus racimos la variada copia

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    rinde el palmar, da azucarados globos el zapotillo, su manteca ofrece la verde palta, da el añil su tinta, bajo su dulce carga desfallece el banano, el café el aroma acendra de sus albos jazmines, y el cacao cuaja en urnas de púrpura su almendra."

    Ahora el paisaje paralelo en la "Agricultura de la Zona

    Tórrida".

    Tú das la caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien desdeña el mundo los panales; tú en urnas de coral cuajas la almendra que en la espumante jícara rebosa; bulle carmín viviente en tus nopales, que afrenta fuera al múrice de Tiro; y de tu añil la tinta generosa émula es de la lumbre del zafiro. El vino es tuyo que la herida agave para los hijos vierte del Anahuac feliz; y la hoja es tuya, que, cuando de süave humo en espiras vagorosas huya, solazará el fastidio al ocio inerte. Tú vistes de jazmines el arbusto sabeo, y el perfume le das, que en los festines la fiebre insana templará a Lieo. Para tus hijos la procera palma su vario feudo cría, y el ananás sazona su ambrosía; su blanco pan la yuca ; sus rubias pomas la patata educa; y el algodón despliega al aura leve las rosas de oro y el vellón de nieve.

    El pasaje es demasiado largo para incluirle íntegro. Basta el fragmento para apreciar la sensibilidad delicadísima de color, de aroma y sabor que el poeta despliega en elegantísimos versos. Es la elegancia, la justeza, la esbeltez del verso prenda calificadísima de la poesía de Andrés Bello. Y el contraste entre su vocación clásica, virgiliana, y el tiempo en que le tocó vivir, por un lado,

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO

    y por otro también entre la naturaleza gigante de América y su afición a la cultura exacta y al cultivo cabal son los que explican su poesía y el drama íntimo que esconde.

    BELLO y 1iENÉNDEZ PELAYO

    Drama íntimo hay en toda la poesía de Bello como lo hay en toda su vida. Dejemos ahora a ésta, puesto que no me toca a mí estudiarla y juzgarla. Baste decir que la estimo nobilísima y que en esto, acalladas las pasiones explicables de su siglo, de sus si-glos, todos sus biógrafos y críticos están hace tiempo conformes. Pero hay también drama, lucha, contradicción en la misma poesía de Andrés Bello. Y como consecuencia hay disparidad en su apre-cio, y polémica siempre posible. Para estimarla con justicia es preciso sobreponerse a nuestra propia sensibilidad, a nuestro am-biente, es indispensable elevarse sobre la contingencia temporal, sobre la veleidad de las poéticas sucesivas que turnan en la histo-ria e intentar comprenderlo todo, justificarlo todo. Pero, ¿es ello posible?

    He citado a D. Marcelino. A él debemos el mejor estudio, la más generosa y comprensiva semblanza del hombre, del huma-nista, del polígrafo, del poeta Andrés Bello. Milagrosamente no han marchitado los años las páginas excelsas que le dedica -y han pasado más de setenta años- en su "Antología de Poetas Bispa-noamericanos". Qué maravilloso, qué increíble es el genio de Me-néndez Pelayo. Cómo abarca lo máximo sin dejar de precisar con palabra, con adjetivo justísimo e insustituible, el más mínimo ma-tiz definidor. Hablando de Bello, su estilo se anima y se levanta. y por momentos, como en sus más inspiradas páginas sobre sus clásicos más amados, su prosa se colorea del mismo color del verso de Bello y acierta a dar en síntesis prodigiosa una equivalencia de su más excelso poema, la "Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida".

    Por fortuna para mí, no sólo D. 1iarcelino, sino antes Miguel Antonio Caro y después otros críticos eminentes han seguido estudiando la poesía de Bello y han confirmado en lo esencial el juicio del santanderino o disentido en éste o en el otro punto, lle-

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    vados a ello ya por un conocimiento más completo, con los hallaz-gos de los manuscritos y de la tradición de los discípulos de Bello, ya por una simpática pasión patriótica o simplemente por una situación geográfica más privilegiada para apreciar determinadas poesías y entenderlas mejor en su intención original. Y así me creo autorizado a prP.scindir en estas impresiones de lectura --que eso va a ser este mo

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO 297

    inmortalidad. Por eso el poeta de Londres alterna el estudio rigu-roso y la reflexión conceptual con el arrebato poético. Y el edu-cador de Chile sigue trabajando y puliendo y realzando con un esmero digno de un poeta lírico exclusivo, de esos que no compo-nen más que algunas centenas de versos, sigue dedicando muchas horas a la poesía propia y a la apropiación y recreación de la ajena, que es una manera de poder trabajar cotidianamente cuan-do la fiebre lírica de espontáneo impulso no encuentra resquicio por el que atacar aJ filólogo, al profesor, al legislador, al gramático, al ortólogo, al hombre de ciencia entregado sin descanso a su for-midable tarea especulativa y didáctica.

    Pues si estoy obligado a ser sincero. y a ensayar algunas pala-bras que no se limiten a sumarse al juicio de Menéndez Pelayo y de otros críticos de Bello, he de intentar resumir mis impresiones de lectura, sin ánimo de imponer mi gusto, que ha de ser falible . Pero tampoco debo eludir lo que pienso, y en aquello que - inevi-tablemente hombre de mi tiempo y voluntario aprendiz de poeta con ideas o, si se quiere, manías propias, sin contar las que bebe-mos en el aire que respiramos--, en aquello que disienta de in-signes maestros no debo ocultar mi disentimiento.

    Me parece un método bastante juicioso el empezar procedien-do por comparaciones. ¿Toda comparación es odiosa? Lo será la comparación cuantitativa, si acaso. La cualitativa es, o debe ser, no odiosa, sino amorosa.

    CoMPARACIONEs .

    J avellanos y Bello.-A Bello se le ha comparado con muchos hombres insignes de su tiempo. Con Goethe, con Quintana, con Alejandro Humboldt, con varios prohombres de la Liberación de América que alternaron armas y letras, con Lista. También algu-na vez se ha citado junto a su nombre el de Jovellanos. Un para-lelo entre los dos patricios, aunque pertenezcan en rigor a gene-raciones distintas, puesto que D. Andrés era mozo cuando don Gaspar moría envejecido, puede resultar tan justo como expresi-vo. A ambos los une el gusto por la lengua y la cultura inglesa; uno y otro se sienten atraídos por su filosofía pragmática y su

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    hondo contenido moral y jurídico, tan arraigado en la ley como en la costumbre. Leen a los pensadores escoceses, a los poetas bri-tánicos del xvn y del .XVIII, a quienes traducen y admiran. Hasta hay un lazo personal que los ata. Jovellanos sostiene una copiosa correspondencia con Lord Holland. Bello, en Londres, le trata, y es seguro que más de una vez afloraría en sus labios el nombre del humanista gijonés.

    Porque J avellanos y Bello son verdaderos humanistas, tal como se podía y se debía ser humanista en tiempos de la Revolución Francesa o de la Independencia de las dos Américas. La mirada de Bello, como la de Jovellanos, es amplia, curiosa y comprensi-va. Nada se escapa, ningún aspecto de la vida y del pensamiento, a su consideración y examen. Los dos son escritores natos, poetas desde su adolescencia más temprana y hasta su vejez. Y, sin em-bargo, no es su poesía en verso lo que más les califica, aunque valga por sí sola mucho más de lo que generalmente se les con-cede, y sobre todo en el caso del asturiano. El cual, no solo cultiva -y qué bien se aplica ahora este verbo cuidadoso, agrícola- la poesía lírica y didáctico-moral, sino también el teatro clásico y el sentimental. Y lo que hoy llamaríamos el poema en prosa, en tantas páginas de sus diarios, no menos que en sus ya románticas descripciones y estampas como la de su nocturno de Mallorca, dig-no parangón del otro, en verso, del Paular. O en sus paisajes, ob-servados con ojo economista, es cierto, pero a la vez sentidos como pintor y poeta, de Gijón y Asturias y la Montaña y Vizcaya y León. Sensibilidad que culminará en una de sus mejores poesías, de ambiente leonés, la vega del Bernesga.

    Y además es el autor del "Informe sobre la Ley Agraria''. ¿Y cómo no acordarse de "La Agricultura de la .Zona Tórrida" ? También el alma y la mirada de Andrés Bello penetra en la cor-teza de color y línea, y, a la vez que se deja seducir por las fra-gancias y matices de un suelo feraz y de sus ricos frutos, sueña en

    la mejora del hombre que lo habita y no tiene empacho en reco-mendar talas y desmoches y remociones para abrir campo a las nuevas y más técnicas plantaciones y cultivos, para dar paso a los beneficios de la industria derivada. Así también J avellanos, ro-mántico ya en sus paisajes líricos en verso y prosa, es clásico y virgiliano y geórgico en el utilitarismo y hasta en la legislación del

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO

    cultivo y de la facienda o hacienda con que la encallecida mano del hombre ha de laborar y mejorar su predio.

    En J ovellanos ocupa relativamente más área su poesía y lite-ratura de intención principal estética que en Bello. Pero, en cambio, en el venezolano su autoexigencia de perfección y de dic-ción y ritmo le ocupa verosímilmente muchas más horas y preside toda su labor poética y hasta condiciona su prosa más didáctica. Y todavía queda, sin referirme ya a las vidas de uno y otro, y a las persecuciones injustas de que fueron víctimas y a su común timidez y como rubor ante el ímpetu terrible de lo vital, aún queda otra vocación esencial en los dos : la del ejercicio de la enseñanza, de la más auténtica maestría. Jovellanos traza el plan de ense-ñanza de educación moral, humanista y técnica de su "Real Ins-tituto Asturiano", que él funda y es el primero de España. Bello funda la Universidad Nacional de Santiago de Chile y la orienta con rumbo seguro. Y de verdad explican y dan clase, a pesar de la tremenda pesadumbre de sus otras horas de trabajo. Los dos poetas, patricios, maestros.

    Bello y Arriaza.-Ahora la otra cara. Acercar a D. Andrés y a D. Juan Bautista, el marino, que tan poco se parecen en su modo de entender el arte, la política y la vida, podría parecer ca-pricho si no supiéramos por el mismo Bello la impresión que el oficial de marina y seductor poeta le causara en Caracas, allá por 18o6. Tengo desde siempre debilidad por Arriaza. Reconozco que no llega a las aguileñas alturas de Quintana, ni alcanza la colo-reada perfección retórico-poética de Gallego, ni el prodigioso decir de Moratín. Pero, a cambio de esas minusvalías, les aventa-ja, así como a todos los poetas de su época, en naturalidad, sen-sibilidad delicadísima y gracia rítmica. El poema "Emilia o las Artes" y sobre todo sus canciones a la italiana, prodigios de mú-sica de palabras que ya no necesitan la música, la melodía de un canto que llevan en sí mismas, y su poema realmente maravilloso "Terpsícore o las gracias del Baile" le sitúan en altísima cima dentro de la rica orografía poética de la época prerromántica. Cuánto gozaría Bello, puesto que luego en Londres se encontra-ría con ediciones allí impresas de Arriaza, con la silva de "Terp-sícore". Y en ella, lo que él, sólo con lento estudio y pacientes

  • JOO BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

    ejercicios y borrones de variante sobre variante, alcanzaba: esa su dulcísima y opulenta sintaxis poética, tan elegante y culta como evitadora de todo demasiado visible artificio retórico. Y sabría de memoria estrofas de tan exaltada y briosa plasticidad y musicalidad coreográfica y poética como cualquiera de las que se suceden en la milagrosa oda. Como cuando dirigiéndose a la Musa de la Danza, le dice :

    Tu imperio ya no luce, aunque se extiende sobre la airosa espalda, el alto pecho, y el talle a torno hecho, que un envidioso velo lo defiende: en vez de aquella ingenuidad amable, pródiga de las gracias que atesora, nos vino la modestia encubridora. No es lícito a los ojos gozar tanto; mas el alma sensible ¿cómo es dable que no halle en la modestia un nuevo encanto? Más interesa en el jardín ameno la rosa que naciendo se sonroja, que cuando abierto el seno va dando a cada céfiro una hoja.

    O aquellos otros versos en que logra lo que parece imposible, ha-cernos ver los giros y mudanzas de la bailarina, "de la espuma del Sena concebida". O en que traslada la fórmula quintanesca y ca-ra! belicosa al plano estético y escénico, logrando una mayor efi-cacia y sinceridad.

    ¿Dónde vas?, ¿dónde estás? la flauta gime; y ella como en un presto sobresalto se alza en súbito salto, y elévase de frente. La sublime orquesta resonando la saluda; cual relámpago vivo, el entusiasmo rompe y deshace el silencioso pasmo : entre el espeso rebatir de palmas no hay una voz, no hay una lengua muela : Viva, suspiran las ardientes palmas : viva, suena en las filas inferiores: viva, en los palcos relumbrantes de oro: viva, en los corredores : viva, repite el artesón sonoro.

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO 301

    Pero algo había que forzosamente tenía que alejar al austero Bello del hedonista Arriaza. (Digamos, de paso, que Arriaza, cantor de cámara del Rey Deseado, se ha visto por su sumisión vilipendiado, pero antes había demostrado su heroico patriotismo en acciones de guerra y en su posición antinapoleónica cuando la francesada.) Y ese algo es su declaración, su "compromiso", di-rían algunos hoy, de que "el poeta, entregándose a un estro in-deliberado, es siempre responsable de sus versos, pero no de sus asuntos". Declaración ciertamente valiente si las hay, pero en la que no le acompañaría Andrés Bello. No sería oportuno ahora comentarla en toda su miga y en todo lo que tiene de verdad, que no es poco, si se sabe entenderla bien. Baste decir que si el autor es responsable de sus versos, como en sus versos está tam-bién su asunto, resulta, quiera o no, responsable de él, o mejor dicho, del modo de tratarlo. O lo que es lo mismo, que no se puede, sino en pura abstracción, separar al poeta del hombre. Así lo entendió Bello toda su vida. Bello, como Arriaza, escribió poesía ligera y hasta de burla, y también, como Arriaza, cantó motivos patrios y morales. Pero difieren mucho en el modo de enfocarlos.

    Cienfuegos y Bello.-Otro cotejo interesante. Ahora es el pro-pio Bello el que nos lo brinda al ocuparse con cierto detenimiento en el examen de la poesía de Nicasio Álvarez Cienfuegos, con motivo de su edición póstuma de 1816. Nada más diametralmente opuesto que el temperamento del poeta de Caracas al del poeta de linaje astur. Cienfuegos, como si su apellido le predestinara, es un poeta arrebatado, incorrecto hasta el ridículo, agudamente ad-vertido y puesto en solfa por Moratín. Pero Cienfuegos era un hombre bueno, un alma tierna, un romántico y sentimental ade-lantado, y, a pesar de todo, era un poeta. Esto lo supo ver muy bien Bello, juzgándole con indulgencia y precisión. Vale la pena de reproducir algún párrafo. Después de sentar que en los anti-guos había· más naturaleza y en los modernos más arte, dice de estos últimos: "Unos, a cuya cabeza está el mismo Luzán, son correctos, pero sin nervio ; otros, entre quienes descuella Melén-dez, tienen un estilo rico, florido, animado, pero con cierto aire de estudio y esfuerzo y con bastantes resabios de afectación. N os ceñiremos particularmente a los de esta seg).lnda escuela, que es a

  • 302 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPA J\'OL\

    la que pertenece Cienfuegos. Hay en ellos copia de 1magenes, moralidades bellamente amplificadas, y sensibilidad a la francesa, que consiste más bien en analizar filosóficamente los afectos, que en hacerles hablar el lenguaje de la naturaleza; pero no hay aquel vigor nativo, aquella tácita majestad que un escritor latino aplica a la elocuencia de Homero, y que es propia, si no nos engaña-mos, de la verdadera inspiración poética: al contrario, se percibe que están forcejeando continuamente por elevarse; el tono es ponderativo, la expresión enfática. El lenguaje tampoco está exento de graves defectos; h~ ciertas terminaciones, ciertos vo-cablos favoritos que le dan una no lejana afinidad con el cultera-nismo de los sectarios de Góngora; hay un prurito de emplear modos de decir anticuados, que hacen. muy mal efecto al lado de los galicismos (digamos, de pasada, que Bello comete otro en su misma censura con lo de que "hacen muy mal efecto") que no po-cas veces lo acompañan; en fin, por ennoblecer el estilo, se han desterrado una multitud de locuciones naturales y expresivas, y se ha empobrecido la lengua poética".

    Después pasa revista a las distintas especies y modelos de poesía de Cienfuegos, señalando palabras inadmisibles, pero re-conociendo superiores aciertos. Aún más revelador de lo que era Bello como poeta y de cómo sentía que debía ser y se esforzó por lograrlo en la suya es este otro párrafo: "Pero los sujetos más predilectos de esta escuela son los morales y filosóficos. Los poe-mas castellanos de los siglos xvr y xvu los rilan·ejaron• también, ya bajo la forma de la epístola; ya, como Fray Luis de León, en odas a la manera de Eoracio, donde el poeta se ciñe a la efu-sión rápida y animada de algún afecto, sin explayarse en racio-cinios y meditaciones ; ya en canciones, silvas, romances, etc. N un-ca, sin embargo, han sido tan socorridos estos asuntos como de algunos años a esta parte. Poemas filosóficos, decorados con las pompas del lenguaje lírico, y principalmente en silvas, romances endecasílabos o verso suelto, forman una parte muy considerable de los frutos del Parnaso castellano moderno. Varias causas han contribuido a ponerlos en boga. El hábito de discusión y análisis que se ha apoderado de los entendimientos, el anhelo de refor-mas que ha agitado todas las sociedades y llamado la atención general a temas morales y políticos, el ejemplo de los extranjeros,

  • l:.A POESÍA DE ANDRÉS BEt.LO 303

    1;-;. imposibilidad de escribir epopeyas, lo cansadas que han llegado a semos las pastorales, y lo exhaustos que se hallan casi todos los ramos de poesía en que se ejercitaron los antiguos, eran razones poderosas a favor de un género que ofrece abundante pábulo al espíritu raciocinador, al mismo tiempo que abre nuevas y opulen-tas vetas al ingenio. Muchos censuran ésta que . llaman manía de filosofar poéticamente y de escribir sermones en verso. Pero nos-otros estamos por la regla de que tous les genres sont bons, hors le genre ennuyeux, y por tanto pensamos que la cuestión se reduce a saber si este género es, o no, capaz de interesarnos y divertir-nos. Las obras de Lucrecio, Pope, Thomson, Gray, Goldsmith, Delille, nos hacen creer que sí, y en nuestra lengua, aun dejando aparte los divinos rasgos con que la enriquecieron los Manriques, los Riojas, los Lopes, y juzgando por las mejores obras de Quin-tana, Cienfuegos, Arriaza, y sobre todo Meléndez, nos sentiría-mos inclinados a decidir por la afirmativa." Más adelante resume: "Los principales defectos de este escritor son : en el estilo sublime, un entusiasmo forzado ; en el patético, una como melindrosa y femenil ternura. Este último es, en nuestra opinión, el más grave, y ha plagado hasta su prosa. Lo poco natural, ya de los pensa-mientos, ya del lenguaje, perjudica mucho al efecto de las belle-zas, a veces grandes, que encontramos en sus obras. Mas en me-dio de esta misma afectación se descubre un fondo de candor y bondad, un amor a la virtud y a las gracias de la naturaleza cam-pestre, que acaban granjeándole la estimación del lector".

    Esta justísima y simpática semblanza retrata tanto como a Cienfuegos a su retratista. La mayor parte de los escollos que le señala, supo Bello evitarlos en su poesía. Algunas notas favora-bles de entre las que le concede le caen a él mismo como anillo al dedo. Lo que nos parece un tanto paradójico es que si las epo-peyas cansan en .su tiempo, en el 18oo o 1830, él dedique tanto t.sfuerzo a traducir y a revisar y corregir con variantes y más va-riantes el "Orlando" de Boyardo. E incluso escriba un largo poe-ma, si no precisamente una epopeya seria, "El Proscrito".

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    "EL PROSCRITO".

    "El Proscrito'' a mí particularmente no me cansa nada, pero a él le debió de ocupar muchas horas de fatiga y terminó por de-jarlo inconcluso. Sólo se explica por la que podríamos llamar deformación profesional del versificador, por la costumbre de la gimnasia cotidiana o poco menos, a lo Lope o a lo Víctor Hugo, que le lanza y le hace seguir apenas sin esfuerzo en una especie de campeonato consigo mismo, en cuya carrera, la ancianidad, final-mente, le dejará rendido sin llegar a la meta. La leyenda de "El Proscrito" la comenzó a escribir a los sesenta y tres o sesenta y cuatro años y los 2.144 endecasílabos que alcanza en sus cinco Cantos, en virtuosas octavas reales, adonde pudo llegar su esfuer-zo, son admirables de perfección, de aparente naturalidad y de gra-cia. Volveremos con este poema a lo que dije al principio, al drama íntimo del poeta Andrés Bello. Este poema es un poema a la vez clásico y romántico. Sin el ejemplo, sin el aliciente de los extensos poemas legendarios y novelescos de Walter Scott, de Lord Byron, del Duque de Rivas y de Zorrilla, probablemente no se le hubiera ocurrido al poeta americano, ya reposado en la antártica Chile y entregado en alma y vida a la ciencia y a la enseñanza, acome-ter tan juvenil empeño.

    Y ya que estamos hablando de su última obra, faltando con ello al más elemental método profesora! y crítico, pero fieles a nuestro propósito de seguir también en el género de la disertación el bello desorden permitido al poético, añadiré que no estoy con-forme con el juicio de Menéndez Pelayo cuando coloca por enci-ma de "El Proscrito" la versión del "Orlando", a su parecer, obra maestra de Bello como hablista y versificador. Como tampoco en su severidad con el "Esvero y Almedora", el singularísimo poema de Maury y de su "escabroso y sistemático aliño" - la adjetiva-ción, como de D. Marcelino, es admirable--, poema "de tan ás-pero acceso". Hoy sentimos de otra manera, y la dificultad del ver-so de Maury, al que el crítico montañés elogia sin reservas en "La agresión británica", menos atrevida que el "Esvero", ya no nos puede hacer retroceder, sino justamente atraernos. Maury, di-cho sea de pasada, el poeta malagueño que está esperando un

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO

    estudio y una revalorización, es algo así como el Mallarmé de la poesía española de su tiempo.

    Pues Maury, y a precisarlo viene su recuerdo en la prosa de D. Marcelino, inicia los cantos de su poema fantástico del héroe del "Paso honroso" con unos prologuillos arbitrarios y siempre de-liciosos, a la manera de Ariosto, que es también la que sigue Bello en su leyenda. Pero, por mucho mérito que tengan las octavas del "Orlando", siguiendo con más fidelidad que en otras traducciones o imitaciones suyas el texto italiano, no desmerecen en nada jun-to a ellas, y aun las superan, las de la divertida leyenda, sin contar con la originalidad y el auténtico sabor americano que las realzan. Dice Menéndez Pela yo: "Este ensayo no pasó del canto quinto, y aunque las octavas son generalmente magistrales y la narración corre fácil e interesante con bellos rasgos en la parte seria, hay que confesar que la parte cómica está muy lejana del donaire de Batres, con quien ningún poeta americano puede competir en esto". Yo admiro mucho al poeta de Guatemala y me solazo con sus picantes cuentos en verso, de tan depurado aticismo. Pero no creo que valgan poéticamente lo que "El Proscrito", ni tampoco que Bello se propusiese extremar la dosis cómica, maliciosa y chispeante como Batres. Bello sigue fiel a su principio vital, es-tético y moral, de equilibrio y de moderación en esta fábula encantadora.

    Sí que es verdad que hay bellos rasgos en los pasajes serios. Alguno tan hiriente para un español, incluso de hoy, como el que ocupa buena parte del canto quinto, "La derrota de Rancagua". Menéndez Pelayo se dolía de las injurias que a España infiere la musa de Bello en su "Alocución a la Poesía". Pero el tema las justificaba y a mí particularmente sólo me molesta que en su ver-so 275 desprecie a "la hispana gente advenediza", porque después de todo tan advenedizos como los de Pizarro habían sido poco antes en el imperio del sol los incas. Por fortuna, estamos ya en otros tiempos y hoy todo se puede comprender y, cuando no, jus-tificar, explicar y disculpar. Menéndez Pelayo se ensaña con los versos malos de la "Alocución" y destaca con ojos de l"ince fiscal algunos, que efectivamente no pueden sonar peor. Y o prefiero de-jar todo esto como agua pasada y atenerme a otra confesión donde alienta el alma generosa y pacífica de Bello, incapaz de cantar a

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    los guerreros si no es apoyándose en retóricas y alegorías, pero naturalmente propenso a exaltar la paz, como lo hace, de modo rayano en lo sublime, dentro de la tersura y ternura exquisita de su dicción, en la silva de la zona tórrida.

    Podría citar por extenso fragmentos tan primorosamente trabajados como el del elogio del fumar, del que sólo voy a re-cordar la primera octava.

    Mientras que así discurre el caballero, y el vaporoso espíritu refresca dulce esperanza, desvolvió el yesquero; suena la piedra herida, arde la yesca ; y ya ondeante nube de ligero humo el cigarro esparce, que la gresca de pensamientos agitados calma, y en deliciosa paz aduerme el alma.

    Verdadero valor poético atesora el principio del canto III, "La Chacra", paisaje chilenísimo y fragante donde vemos volar a la diuca y al jilguero y caer envuelta en iris trémulos la cascada, y el rayar de la aurora que descubre a lo lejos la ciudad nebulosa y en torno de ella florecer -estamos en el austral genial octu-bre-- el campo, en tanto que el poeta se pinta a sí mismo "salien-do envuelto en poncho campesino/ a respirar el soplo matutino". Y sigue:

    A la animada trilla y al rodeo, de fuerza y de valor muestra bizarra ; del pensamiento al vago devaneo bajo el toldo frondoso de la parra; al bullicioso rancho, al vapuleo, al canto alegre, a la locuaz guitarra, cuando chocan caballos pecho a pecho y en los horcones se estremece el techo.

    Pláceme ver en la llanura al guazo, que, al hombro el poncho, rápido galopa; o con certero pulso arroja el lazo sobre la res que elige de la tropa. Pláceme ver paciendo en el ribazo que una niebla sutil tal vez arropa, la grey lanuda, y por los valles huecos, de su ronco balido oir los ecos.

  • LA POESÍA . DE ANDRÉS BELLO

    Bien se ve que estas primorosas estrofas y otras no menos afortunadas que le siguen pertenecen al género de poesía descrip-tiva que el propio Bello juzgaba inferior a la más elevada de integridad humana, moral y física, tal como la enaltece en su mejor Silva americana, donde iguala y aun supera a Virgilio en concisión, esencialidad y elasticidad de forma modulada. Más bien sigue el camino iniciado en las literaturas modernas por los poetas del siglo xvn -Lope, por ejemplo, en España, aunque Lope fue capaz muchas veces de cantar a la naturaleza sintética-mente, rivalizando con Fray Luis de León-. A Bello este proce-dimiento le era fácil después de ejercitarse en las versiones del Abate Delille, al que sin duda mejora gracias a su recreación castellana. El pasaje concluye con una emocionada evocación "en dulce desvarío" de aquellos días de su niñez y juventud en su Venezuela nativa. Y magníficamente compara su desvanecimiento con el aéreo iris o con las tintas del crepúsculo sobre el blanco vellón de las nubes. Para terminar con estremecida verdad de desterrado :

    "selvas que el sol no agosta, a que las frías escarchas nunca embotan la fragancia; cielo ... ¿más claro acaso? ... N o, sombrío, nebuloso tal vez ... mas era el mío. ( r)

    De pasada anotaré que el adverbio "tal vez" casi siempre significa en Bello, al modo antiguo, "alguna vez" y no "acaso".

    Naturaleza da una madre sola, y da una sola patria... En vano, en vano se adopta nueva tierra ; no se enrola el corazón más que una vez; la mano ajenos estandartes enarbola; te llama extraña gente ciudadano ... ¿ Qué importa? ¡N o prescriben los derechos del patrio nido en los humanos pechos !

    (1) No comento aquí otros versos de Bello, publicados ahora con mo-tivo de la edición de sus Borradores de Poesía ("Obras Completas", II, Caracas, 1962), finísimamente preparada y estudiada por el P. Pedro P. Barnola, porque quiero comentarlos en un artículo especial.

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    ¡ Al campo ! ¡ Al campo ! Allí la peregrina planta que, floreciendo en el destierro, suspira por el valle o su colina, simpatiza conmigo; el río, el cerro me engaña un breve instante y me alucina; y no me avisa ingrata voz que yerro, ni disipando el lisonjero hechizo oigo decir a nadie: ¡ advPnedizo!

    Otra vez el mismo adjetivo que él aplicaba a los españoles y ahora se aplica a sí mismo o piensa que se lo aplican en la ciudad Jos otros. Y cómo le duele al que, a pesar de todo, halló en la noble república chilena verdadera segunda patria y recibió allí la vene-ración que su virtud y su trabajo merecían. Otro drama íntimo de Andrés Bello desgarrado entre contrarios imanes y, como vieJO que se acerca al sepulcro, cada día más cercano a su infancia añorada y a la tierra que le vio nacer.

    OTRAS POESÍAS.

    Al lado de esta auténtica poesía, tan moderna, tan de hoy en su confesión sin rebozo, en su proximidad al lenguaje colo-quial, de cuya vulgaridad le salva su finísimo sentido de la dig-nidad poética y su no menos delicado oído para los matices in-finitesimales del ritmo, palidecen hasta desaparecer sus poesías venezolanas iniciales. Es natural que los críticos y exégetas de su patria y de nuestro siglo intenten salvar en ellas lo ingenuo y vernáculo, pero hay que decir, porque es la verdad, que valen poquísimo, ni siquiera cuando canta al samán, retoño de otro grandioso y legendario. Como valen poquísimo sus otras poesías de entonces, tales como el soneto, pura retórica de escuela, "A la victoria de Bailén". En cambio, y otra vez contra el parecer de D. Marcelino, yo estimo muy aceptable el romance endecasílabo "A la Vacuna". Cierto que no se le puede comparar con la es-pléndida oda o canción de Quintana, que desde su primer verso levanta y bate sus poderosas alas "¡Virgen del mundo, América inocente!". Pero Quintana, que escribe en diciembre de I8o6, tenía ya treinta y cuatro años y compone su poema después que

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO 309

    Bello, el joven Bello de veintitrés, el que había de ser Secretario de la Junta para la distribución de la vacuna, se atreve a ·un tema dificilísimo dos años antes que Quintana. Admirable expe-dición que nuestro Gregario Marañón reivindicaba como una de las más altas glorias de la colonización española, no intentada con tan temprana y caritativa urgencia por países más prósperos, ni por la patria de Jenner ni por la del futuro Pasteur para sus territorios de ultramar.

    En otras poesías, ya de madurez, hay también algo que ad-mirar, aunque mi querido D. Marcelino, junto al cual soy un pigmeo, no lo apreciase así. A mí me parece que "El incendio de la compañía" abunda en versos felices y que la gradación descriptiva, que se podría comparar con la del Duque de Rivas en el incendio de "Un castellano leal", está magistralmente lle-vada. Las quintillas de Bello no son clásicas, pero sí románticas al modo del poeta cordobés y aún más al de Zorrilla.

    En gran parte se debe la excelencia de la mejor poesía de Bello a su sentido del idioma, que tan a conciencia poseía, y a su educa-ción completa grecolatina y castellana, equilibrada luego, para com-pensar el posible gusto arqueológico, con las modernidades del francés y sobre todo del inglés, sin olvidar la inagotable riqueza de la lengua y del verso italiano. Únase a todo ello la suavidad del hc.bla venezolana, la miel de una dulzura enteramente acorde con la paz interior de un alma buena y apacible y tendremos algo del secreto. No basta todavía. Es preciso reconocer en Andrés Bello un oído privilegiado, una naturaleza rítmica como pocas veces 8e da, sólo en algunos de los más altos poetas. El que supo ser maestro de ortología y de métrica y supo analizar delicadísima-mente el silabeo del verso castellano y demostrar con penetración verdaderamente genial la prelación de los cantares de gesta y su derivación en los romances viejos, tenía que triunfar en la poesía, manteniéndose en su nivel, distinto según el tema y la ocasión, pero remontándose muy alto, pese a su tono nunca enfático, cuando la inspiración rítmico-sintáctica le era propicia. Ritmo sintáctico en primer término. Redondeo y flexibilidad de las cláusulas y el'trofas, jugando la autonomía de la unidad sintáctica frente a la unidad métrica para que no coincidan enteramente, sino gracio-samente se unan y se separen. Pausas, inflexiones, transiciones de

  • JIO BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

    tonalidad . y color, se suceden magistrales y deliciosas en su obra maestra, la silva "A la Agricultura de la Zona Tórrida". En ella está sin duda lo mejor, lo más puro y logrado de su obra poética. Y sobre todo, desde este punto de vista del ritmo y de la fonética, aunque el número y cadencia no es nada sino diciendo, expresan-do también la sustancia de lo que canta tan hermosamente.

    VERSIONES POÉTICAS.

    Recordaré otros poemas en los que el ritmo despliega sus on-das felicísimas e incluso se traduce alguna vez en innovación métrica. De las preciosas traducciones e imitaciones que Andrés Bello hizo de otras lenguas, son las más interesantes para este aspecto de su poesía las francesas, justamente porque la len-gua francesa es tan distinta de la nuestra en sus supuestos pro-sódicos y métricos. Famosa es entre ellas "La oración por todos", a la que habría que considerar, junto al texto de Víctor Hugo, para admirar cómo Bello no parafrasea, sino, por el contrario, acendra y resume, y, consciente del peligro de la difusión, reduce a cuatro cantos los diez del orignal, tomándose de paso todas las libertades que juzga oportunas para la adaptación a la religiosa moral hispánica y a nuestro sistema estrófico.

    Me voy a referir, por menos comentada, a la versión de "Les Lutins", "Los Duendes". Es en Bello, como en el poema del Hugo, una escala métrica, ni más ni menos que las celebradas de Espron-ceda y de Zorrilla o la de Tula Avellaneda. Bello sube dtsde los trisílabos hasta solamente los endecasílabos, sin llegar como la poetisa cubana a Jos complicados y bien resueltos versos de 17 sílabas. Escuchémosle en la serie final en la que ha vuelto el em-budo doble o reloj de arena invertido hasta adelgazarse en las tres sílabas. "¡ Qué calma 1 tranquila ! 1 Tras leve 1 cortina 1 de gasa 1 pajiza, la luna 1 dormita. 1 A! sueño 1 rendidas, 1 las flo-res 1 se inclinan. 1 El viento 1 no silba, 1 ni el aura 1 suspira. 1 Tú sola 1 vigilas; 1 tú siempre 1 caminas, 1 y al centro 1 gravitas, ¡oh fuente 1 querida! 1 ya turbia, 1 ya limpia ; / ya en calles, 1 que li-las 1 y adelfas tapizan 1 ya en zarzas 1 y espinas 1 ¡ Tal corre 1 la vida!"

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO 3II

    La suavísima fluencia del romancillo en la cristalina rima í-a se desliza con la mayor livianidad. Cualquiera de los breves can-tos es magistral y bellamente musical. Y si no alcanza el colorido y el impulso de poeta nato, mago del verso, aunque tantas veces tópico, como lo fue Hugo, consigue con nuestro idioma, que tan poco se presta a ello, una ligereza fantástica. Por ejemplo, los bien españoles heptasílabos del Canto V: "A casa me recojo; 1 echemos el cerrojo. 1 ¡Qué triste y amarilla 1 arde mi lamparilla! 1 ¡Oh, Virgen del Carmelo, 1 aleja, aleja el vuelo 1 de estos desoladores 1 ángeles enemigos; 1 que no talen mis flores 1 ni atizonen mis tri-gos. 1 Ahuyenta, madre, ahuyenta 1 la chusma turbulenta; 1 y te pondré en la falda 1 olorosa guirnalda 1 de rosa, nardo y lirio; 1 y haré que tu sagrario 1 alumbre un claro cirio j por todo un octa-vario."

    Delicioso es asimismo el ritmo en el verso aéreo de las dos versiones de "La Cometa" o "El Volantín", poesía original. Y lo mismo digo de la silva "La Moda", también original, eutrapelia que demuestra el talento de Bello para la poesía festiva, costum-brista y satírica. Y qué de actualidad -olvidemos por un instante que estábamos estudiando el ritmo-- esta broma sobre la poesía social-política de entonces:

    Tras un cuadro de vívidos colores en que retrates lúbricos amores, encaja bellamente una homilía contra la corrupción social ; y luego que a la ya inaguantable tiranía de este gobierno jesuita, godo, que lo inficiona y lo agangrena todo, lances una filípica de fuego, llora la servidumbre de la prensa, que prohíbe decir lo que se piensa, y por ninguna hendrija permite que respire una siquiera (sábenlo los lectores demasiado), útil verdad, de tantas que cobija en sus profundidades tu mollera; es el cuadro encantado que se descubre en más dichosa era. Leyendo tan espléndida bambolla,

  • JI2 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

    habrá mil que suspiren por el día en que eches a volar la fantasía que tu medula cerebral empolla.

    (Fecha probablemente apenas posterior a 1846.) Otra de sus imitaciones de Víctor Rugo inaugura, según pien-

    so, en nuestra métrica la más atrevida novedad, que yo creía original de otra poetisa -las mujeres en materia de ritmo son más valientes que los hombres-, de Rosalía. Es la combinación de los dos ritmos esenciales y antagónicos del verso español: el octasílabo y el endecasílabo. Verdad es que Bello no los entrelaza y alterna, pero sí los hace suceder en la misma estrofa. Cuatro octosílabos seguidos de dos endecasílabos italianos. El poema es el de "Los Fantasmas".

    Y hay que tener en cuenta que en el texto de Víctor Rugo no existe nada parecido. Su estrofa es totalmente distinta: cuatro ale-jandrinos y un octosílabo. Y aunque Bello hubiera hallado en ti poeta de las "Orientales" o en otro poeta francés el precedente, s:empre resultaría que la combinación de eptasílabos y decasílabos, según la cuenta de la métrica francesa, es algo que para la rítnuca df nuestros vecinos no es en modo alguno equiparable a la de nuestros dos metros nacionales. Veamos algún ejemplo. Y de paso comparemos dos estrofas de la "oriental" de "l'ange, la jeunc espagnole" muerta a los quince años, con su transformación en tres de admirable ritmo, que obtienen el máximo partido tras el vér-tigo de los octosílabos con la amplitud del giro final de los endeca-sílabos, verdadera vuelta de vals.

    1\ilais elle, par la valse ou la ronde emportéc, volait, et revenait, et ne respirait pas, et s'énivrait des sons de la flute vantée, des fleurs, des lustres d'or, de la fete enchantée,

    du bruit de voix, du bruit des pas.

    Que! bonheur de bondir, éperdue, en la foule, de sentir par le bai ses sens multipliés, et de ne pas savoir si dans la nue on roule, si !'on chasse en fuyant la terre, ou si l'on foule

    un flot tournoyant sous ses pieds!

  • LA POESÍA DE ANDRÉS BELLO

    Lola, en la festiva tropa, va, viene, revuelve, gira: ¡valse ! ¡ cuadrilla ! ¡ galopa ! no descansa, no respira; seguir no es dado el fugitivo vuelo del lindo pie, que apenas toca el suelo.

    Flautas, violines, violones, alegre canto, reflejos de arañas y de blandones, de lámparas y de espejos; flores, perfumes, joyas, tules, rasos, grato rumor de voces y de pasos.

    Todo la exalta; la sala multiplica los sentidos. No sabe el pie si resbala sobre cristales pulidos, o sobre nube rápida se empine, o en agitadas olas remoline.

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    Con pena nos despedimos de Andrés Bello, artista y artífice del verso más acicalado y también del más solemne y anchuroso, excelso poeta en un canto perfecto e inspirado que vale él solo, síntesis apretada y jugosa, por todo un poema mayor americano.

    GERARDO DIEGO.