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CONTENIDO - una · 2005. 8. 26. · haciendo “agricultura para la vida” Deborah Leal y Oscar Bonilla Capra, contestación posmoderna y paradigma ecológico Gerardo Morales Especies

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C O N T E N I D O

[ D O S S I E R ]

[ O T R O S T E M A S ]

Revista semestral de la Escuela de Ciencias Ambientales

de la Universidad NacionalApdo. postal: 86-3000, Costa Rica

Tel.: 277-3688fax: 277-3289, [email protected]

www.ambientales.una.ac.cr

Director y editorEduardo Mora

Comité editorialMarielos Alfaro

Gerardo BudowskiEnrique Lahmann

Enrique LeffRodia Romero

Rodrigo Zeledón

Diagramación e impresiónLitografía e Imprenta Segura Hermanos S.A.

(tel. 279-9759)

Esta publicación fue aprobadapor el Consejo de la Editorial Funa

(Apdo. postal 86-3000 Costa RicaTel.: 262-0505)

Reservados todos los derechos conforme a la ley de Derechos de Autor y

Derechos Conexos.Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento por

escrito de Efuna.

Esta publicacióncontó con

el apoyofinanciero de

Ciencias Ambientales/Escuelade Ciencias Ambientales.--No. 29 (2005) - Heredia, C.R.:EFUNA, 2005.

Semestral

1. Ecología -Publicaciones periódicas.I. Universidad NacionalEscuela de Ciencias Ambientales.

634.9C569C

Ilustración de portada: Giger

Número 29,junio de 2005

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Editorial

El pueblo que se come el dosel del bosque húmedo premontanoGerardo Alfaro

Indígenas y campesinos americanos haciendo “agricultura para la vida”Deborah Leal y Oscar Bonilla

Capra, contestación posmoderna y paradigma ecológicoGerardo Morales

Especies acuáticas invasoras en Latinoamérica: ¿nuevos indicadores de viejos problemas?Ernesto Brugnoli y Lucía Boccardi

Rastrojos, materia orgánica y nitrógeno en un arrozal inundadoRodolfo Quirós y Carlos Ramírez

Contaminación por metales pesados en sedimentos de quebrada AzulRolando Mora y Raúl Mora

Diferencias volumétricas en cuatro sistemas de medición de trozas de maderaOrlando Chinchilla y Marianela Gómez

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E l movimiento ambientalista nació al final de la década de los años sesenta en medio de un creciente hastío social por el modo, imperante desde varios siglos atrás, de enfrentar y con-cebir el mundo; hastío principalmente experimentado en el medio académico de los países

desarrollados de Occidente. Ese modo de tratar el mundo está caracterizado por considerar las cosas y los seres vivos aislados entre sí, como si fueran islas flotantes; está caracterizado por ver la naturaleza como una suma de partes, en vez de cómo un todo integrado indisolublemente, y a la humanidad como abismalmente separada de ella, y está caracterizado por tratar el medio natural como un stock de recursos existentes solo para ser explotados por la humanidad en un proceso ascendente e infini-to. El nacimiento del ambientalismo se debió a la naciente repugnancia por ese modo de considerar las cosas (y por sus consecuencias) y, a la vez, ese movimiento social potenció esa repugnancia. Repugnancia que, teniendo su sustento principal en el seno del medio académico, irradió a toda la sociedad -especialmente en el Occidente desarrollado- a través de la juventud estudiantil inconfor-me.

Aquel viejo modo, aún vigente, de encarar la realidad se originó en Europa hace unos cuatro-cientos años, junto con los primeros despuntes de la ciencia moderna, aunque tiene bases lejanas en el judeocristianismo. Y ese modo -que es el modo de nuestra civilización actual- de enfrentar la realidad trajo aparejado el sentamiento de las bases de lo que sería el colosal desarrollo de la industria y el capitalismo actuales, que vendrían a barrer pueblos y culturas y, junto con éstas, arrinconarían y devaluarían hasta el extremo saberes y prácticas con los que la humanidad se había venido batiendo y coexistiendo con la naturaleza por milenios.

Lo que empezó a fines de los sesenta, pues, como un movimiento contracultural, reivindicando la idea de que seres humanos y seres vivos inhumanos están integrados en un tejido indestructible que debiéramos respetar, es ahora ya no solo seguido por grupúsculos académicos y jóvenes díscolos, sino por cúpulas académicas, por facultades universitarias, por orientaciones terapéuticas prestigiosas, por corrientes y escuelas artísticas económicamente bien establecidas, etcétera. Las que hace unas décadas eran ideas de iluminados que movían a burla, de ecologistas airados, de “hipis” que se iban a Oriente y a nuestras comunidades indígenas de la selva a convivir y aprender de ellas, ahora no es rechazado ad portas por nadie que se precie de culto, ahora es aceptado intelectualmente incluso por aquéllos que en su vida laboral diaria lo desafían, ahora es reconocido en programas guberna-mentales… Así, nuestros indígenas sobrevivientes empiezan hoy a recibir crédito por esos saberes y prácticas con los que se han mantenido en relativa armonía con la naturaleza y consigo mismos. Su cosmovisión es cada día más respetada y estudiada, y sus lecciones tratan de ser asimiladas por multi-tudes que consideran que las fórmulas occidentales para remediar los actuales problemas ambientales, de salud y de convivencia, son fórmulas contranatura, fórmulas que precisamente son parte de la orientación civilizatoria que los genera.

En esta edición centralmente presentamos tres escritos en los que se contrastan y explican dos modos de enfrentar cognitiva y prácticamente la naturaleza y el mundo: el occidental: mecanicista y cientificista, y el premoderno: el de nuestros indígenas y, en general, de los pueblos de antes de la Modernidad, en cuya visión la realidad (naturaleza y humanidad) está integrada y cuya práctica es consecuente.

E D I T O R I A L

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Alter establishing that the ‘güetar’ indigen culture, settled in the Central Valley of Costa Rica, was –besides being displaced and dislocated-used by the Spanish conquerors for the domain of other peripheral peoples over which the ‘güetars’ had control, two areas of ‘güetar’ settlement survivors of extermination, Zapatón and Quitirrisí, are ecogeographically and ethnographically described. It’s argued that this culture always knew that the nutrient wealth is not in the ground but in the forest canopy, that’s why their farming was focalized in it through genetic manipulation, domestication of certain species and the development of vegetative farming practices like itinerant farming of field burning and grave, of ploughing and systems of policulture, in which the high protein and mineral content of canopy vegetation is used as it falls to the ground and decomposes after field burning. Finally, 66 botanical species used by the ‘güetars’ are accounted.

EL PUEBLO QUE SE COME EL DOSELDEL BOSQUE HÚMEDO PREMONTANO

por GERARDO ALFAROLuego de establecer que la cultura indígena güetar, asen-tada en el Valle Central de Costa Rica, fue -además de desalojada y desarticulada- utilizada por los conquistado-res españoles para el dominio de otros pueblos periféricos sobre los que los güetares tenían control, se describe eco-geográfica y etnográficamente dos áreas de asentamiento güetar supervivientes del exterminio: Zapatón y Quitirrisí. Se argumenta que esa cultura siempre supo que la riqueza de nutrientes no está en el suelo sino en el dosel del bos-que, por lo que su agricultura se focalizó en éste a través de la manipulación genética, la domesticación de ciertas espe-cies y el desarrollo de prácticas agrícolas vegetativas como la agricultura itinerante de roza y tumba, la de barbecho y los sistemas de policultivo, en los que se aprovecha los altos contenidos de proteínas y minerales de la vegetación del dosel que cae al suelo y se descompone después de la roza. Finalmente, se da cuenta de 66 especies botánicas aprovechadas por los güetares.

R E S U M E N

Gerardo Alfaro es antropólogo.

L a invasión europea de hace 500 años en las tierras altas centrales de Costa Rica cortó un diálogo ancestral entre la población güetar

y su ecosistema del bosque húmedo premontano, diálogo a través del que las familias comprendían los ciclos de las fuerzas de la tierra, trabajando a favor de corriente con ellas y no en su contra, como tra-baja y vive en la actualidad la población campesina mestiza vallecentraleña; diálogo, aquél, basado en el intercambio ritual con el bosque, en la ofrenda de productos para los espíritus protectores del bosque o en los sacrificios.

La cultura europea, en su estrategia de domina-ción y explotación, persiguió: (1) desestructurar los ciclos vitales de funcionamiento del ecosistema de bosque húmedo premontano para apropiarse de sus recursos naturales extractivamente, y (2) romper ese diálogo e intercambio de energía entre la población güetar y su ecosistema. Estos dos procesos, cuyo obje-tivo era la integración de los güetares –destruyéndo-los en tanto tales- a la naciente economía capitalista europea del siglo XVI, estaban basados en la lógica tanatológica y sacrificial propia de la cosmovisión antropocéntrica judeocristina que se perpetúa hasta nuestros días en toda América Latina, como lo señala Franz Hinkelammert (2000: 8).

Se rompió así la columna vertebral de esa con-versación milenaria a través de la que los güetares habían logrado descifrar las palabras de la Tierra, los “códigos ecológicos” del bosque húmedo premonta-no, para incorporarlos a su estrategia de superviven-cia: la llamada estrategia indígeno-campesina del uso múltiple de los recursos naturales (Toledo 1991: 19), la cual descubre que la clave de supervivencia en el bosque es imitar la diversidad del bosque en sus componentes y procesos ecológicos. Es decir, ante el impredecible mundo natural y sus cambios catastrófi-cos la estrategia es apostar a la diversidad siempre en

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el espacio y en el tiempo como forma de amor-tiguar esos cambios repentinos. Estrategia que también apuesta a la diversidad ante los cambios repentinos del mercado capitalista que sometió a los indígenas a partir del siglo XVI, ante el que éstos estaban a merced en cuanto a fijación de precios de productos e insumos. Es como una estrategia-red en la que esas poblaciones apos-taron a la diversidad de prácticas: son, a la vez, cultivadores de semillas y tubérculos, recolecto-res de frutos, fibras y leña del bosque, cazadores, pescadores, artesanos, pastores y jornaleros, con la idea de asegurar, a pesar de los cambios repen-tinos, el paso continuo de energía y materia del ecosistema boscoso a sus estómagos. Se promueve así una diversidad genéti-ca de especies cultivadas, recolectadas o cazadas y una diversidad de prác-ticas. El espacio de la finca y los predios natu-rales se transforman en un mosaico diverso de zonas con pastos, cha-rrales, bosques, áreas de diversos policultivos, ríos y lagunas.

La invasión europea impuso economías mono-cultivistas y cortó el pro-ceso de experimentación del güetar con su mundo natural basado en la prueba y el error durante cada jornada, cada mes, cada calendario agrícola anual y durante su vida; intercambiando con el vecino las sabidurías y prácticas descubiertas como efectivas, o transmitiéndolas del padre al hijo. Ahora, como consecuencia del corte lleva-do a cabo por la invasión europea, cada anciano se lleva a la tumba el bagaje de saberes y expe-riencias aprendidas. Los códigos ecológicos secretos encerrados en las toponimias de ríos, quebradas, cerros y lagunas del Valle Central, que describen los recursos naturales (plantas, suelos, animales, insectos, peces) que abundan en tal o cual lugar y que hasta nos indican en qué épocas del año, y de qué forma recolectarlos y prepararlos, deja-ron de tener significado, pues la lengua güetar desapareció. El Valle Central y sus territorios

periféricos de San Carlos (norte), Turrialba (este), Acosta (sur), Puriscal (suroeste), Parrita (oeste), Turrubares (oeste) y Orotina (oeste), están plagados de tales toponimias güetares. Su mensaje o claves de significación ecológica para la supervivencia nos las arrebató a las actua-les generaciones costarricenses aquella invasión europea y hoy son solo palabras muertas, vacías de la magia de sus significados naturales… El nombre del pueblo, del río, de la quebrada, del cerro, del volcán, de la laguna, del animal y de la planta hoy están mudos, no nos dicen nada. Son los casos de nombres de pueblos como Turrúcares de Alajuela, que en lengua güetar

-siguiendo a los maes-tros Luis Poveda (2000: 666) y Miguel Ángel Quesada (1998)- signi-ficaría: Donde abundan los árboles de turrú, pues turrú en güetar es: árbol de frutillas comestibles moradas de sabor agridul-ce (Eugenia costaricensis y Eugenia acapulensis), y cares deriva de cris o gris que es el abundanticio de algún recurso natural. O el caso del nombre del río y del poblado Tacares de Grecia, que deriva de taca (Sechium pittieri: cucurbitácea conocida como tacaco cimarrón) y de ri, que significa río,

o sea: El río donde hay plantas de tacaco cimarrón. O el caso de Tacacorí de Alajuela, que proviene de tacaco (Sechium tacaco, curbitácea) y también de ri, entonces: El río donde hay tacaco. O el caso del nombre del volcán Irazú, que proviene de ira, que en lengua güetar es el nombre del árbol Ocotea austinii (laurácea), y de K’zú, que es cerro: El cerro de las iras. O el caso del río y poblado Cuarros en Orotina, que proviene de cua, que es mariposa, y de arros, que es grande (posi-blemente para referirse a la mariposa Morpho peleides). O el caso de la localidad Ayarco, cerca de la capital, que proviene de ayar, que significa palmerita (Chamaedorea tepejilote, Arecacea), y de co, que es hoja. Etcétera.

Estos significados o claves ecológicas dentro de su economía de subsistencia en el bosque, y

Hérber Pérez en el Rodeo. (G. Alfaro)

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los saberes y destrezas güetares que los acompa-ñaban, empezaron a erosionarse ante el avance occidental. La lengua se dejó de hablar activa-mente en el siglo XVIII, luego de haber sido la segunda lengua oficial del país, junto al español, y haber sido utilizada por los conquistadores en el sometimiento de otros pueblos. Sus descen-dientes hoy día a duras penas logran sobrevivir desterrados en las sierras montañosas marginales al sur del Valle Central, en las reservas indígenas de Quitirrisí y de Zapatón, y en poblados como Bocana, Bajo Quivel, Polca, Candelarita, Teruel, Bajo El Rey, Cot, Quirtcot, Barva, Tucurrique, Cerro Nene, San Gerardo de Parrita, etcétera.

La estrategia de los invasores europeos fue destruir el ecosistema del bosque húmedo premontano para eliminar la base material o matriz de donde se alimentaba la cultura güetar. Durante los siglos XVI y XVII se taló el bosque para dar paso a potreros para pastoreo de ganado y a zonas de cultivos de granos como maíz, fríjo-les, trigo y de tubérculos; luego, en el siglo XVIII a cultivos comerciales como el del tabaco, y en el siglo XIX al del café, siendo la población güetar arrinconada en las sierras.

¿Por qué el invasor europeo escogió las tierras altas centrales, sus bosques húmedos premon-tanos y a esta población güetar como punto de partida de su infeliz aventura? No es, como ha dicho el historicismo oficial hasta hace poco, que se debió al parecido de estos valles de montaña, con su clima templado y “gentes naturales pací-ficas”, con las tierras gallegas de donde venían algunos de los conquistadores. La verdad es que escogieron esta zona y población porque, por un lado, es uno de los ecosistemas más ricos flo-rística y faunísticamente debido a su condición de ser la transición entre los ecosistemas de tierras costeras muy húmedas y tierras templadas montanas, por poseer suelos andisoles de origen volcánico y dos estaciones climáticas: una seca y otra lluviosa. Y, por otro lado, porque era ahí donde se asentaba la nación indígena más pode-rosa de la zona y que había logrado uno de las más exquisitas sabidurías sobre el bosque húme-do premontano, traducida en diversas prácticas de agricultura migratoria de roza con quema y en crudo (la técnica de fríjol tapado), de caza, de recolección y pesca y de control y usufructo de ecosistemas desde el bosque seco de la costa

pacífica central (península y golfo de Nicoya) hasta los ecosistemas de bosque muy húmedo tropical de la costa atlántica (llanuras aluvia-les del río Suerre, hoy Reventazón). Esto les había permitido el acopio de una impresionante diversidad de productos: pescado y moluscos de ambas costas, sal, pescado y camarones de río, carne de animales silvestres y de aves de bosques húmedos (Tayasu pecari, Tapirus bair-dii, Mazama americana, Agouti paca, Dasyprocta punctata, Tinamus major, Penélope purpurecens) y de bosques secos (Odocoileus virginianus, Tayasu tajacu, Nasua narica, Dasypus novemcintus, Odontophorus sp., Crax rubra), frutos, semillas, retoños y raíces, hojas y bejucos para empajado y confección de ranchos (Calyptrogyne ghies-breghtiana, Attalea butyracea, Socratea durísima, Smilax sp.)… Productos que eran comerciados de costa a costa por una impresionante red de calzadas de piedra que salían del Valle Central atravesando las faldas del volcán Irazú hasta la ciudad precolombina de Guayabo y de ahí hacia las llanuras del Atlántico; mientras que por una red de trillos o canjorros que salían del Valle Central hacia la costa pacífica, pasando por Puriscal y Turrubares, la nación güetar había logrado, a través de sus dos cacicazgos prin-cipales, el de Oriente liderado por el cacique Guarco y el de Occidente liderado por Garabito, un control de otras poblaciones indígenas como bribris, cabécares, suerres, votos, tices, catapas, chorotegas y quepos, al punto de que la lengua güetar era lingua franca comprendida en casi todo el territorio nacional. Por eso para los con-quistadores europeos controlar la nación güetar y los ecosistemas que usufructuaba era tener la llave de entrada y control de toda esta región de América Central, por esa razón la escogieron.

Sin embargo, el güetar sobrevive obstinada-mente en los rasgos fenotípicos del campesino vallecentraleño, en sus costumbres, en sus cono-cimientos y prácticas de agricultura vegetativa (asociación de huerto o policultivo, siembra de granos en tapado, barbecho y cultivo) y en el uso de las lunaciones para al mínimo esfuerzo sacar el mayor sustento en prácticas de chapias del monte en luna creciente o de siembra de granos en luna menguante. Sobrevive también en cos-tumbres alimentarias como el comer retoños o “chases”, semillas, frutos y palmitos del dosel del

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bosque húmedo premontano que todavía hoy recuerdan o comen los abuelos de la Reserva Indígena Zapatón o de la de Quitirrisí, de las pocas áreas de bosque húmedo premontano frag-mentado que sobreviven en el Parque Nacional La Cangreja, en los Cerros de Escazú, en la Zona Protectora El Rodeo, en la Zona Protectora La Carpintera y en bosquecillos riparios disemina-dos por todo el Valle Central.

¿Por qué es importante entonces, para la sociedad costarricense, emprender estudios sobre las sabidurías y prácticas agrícolas, ali-menticias, de recolec-ción, artesanales, de caza y pesca de los güetares? Porque tales sabidurías y prácticas constituyen una respuesta a la crisis ambiental, económica y social en que se debate nuestra sociedad ahora. En la actual encrucijada, debiéramos retomar la senda de la cosmovisión espiritual biocéntrica, despreciada y ocultada por el invasor europeo hace 500 años, recupe-rándola de la mente de los abuelos güetares: que se nos devuelva la calidad de vida en lo alimenta-rio, en lo espiritual, en la salud, en la independen-cia política. De acuerdo a estudios recientes del Ministerio de Salud, la dieta del costarricense está recargada de almido-nes, acarreando esto problemas de salud como obesidad, azúcar en la sangre, enfermedades gás-tricas, cáncer, etcétera; en contraste, los güetares entendieron que la riqueza nutritiva proteínica se concentraba no en el suelo –como sí sucede en los ecosistemas templados europeos- sino en el dosel. La población costarricense ha sido lle-vada a la ignorancia del valor del bosque húme-do premontano en cuanto a nutrición, recursos medicinales y control biológico de plagas, por eso lo ha destruido tratándolo como “maleza” que estorba al “progreso” y el “desarrollo”.

Contexto ecogeográfico de Quitirrisí y Zapatón

De acuerdo a la división de Costa Rica en regiones geográficas realizado por Henry Pittier (1908) y adaptada por Werklé (1909) y Standley (1937), los territorios güetares de Quitirrisí y Zapatón se podrían clasificar de la siguiente manera: Quitirrisí se encuentra en la región de tierra templada y presenta estas características: se ubica en la fila o divisoria de aguas de dos cuencas hidrográficas: la del río Tabarcia, hacia

el sureste, y la del río Jaris, hacia el noroeste, ambas toponimias de origen güetar: la prime-ra de significado des-conocido y, la segunda: jak = piedra y ri = río, debido a su lecho pedregoso (Sánchez 2005). La topografía es abrupta, con relieves muy inclinados (lade-ras) y pocas planicies (Rodríguez 1996: 12). Los suelos son de tipo inceptisol, pedrego-sos y con baja fertili-dad para uso agrícola intensivo debido a la ausencia de una capa de humus profunda (Rodríguez 1996: 12). El territorio está a una altitud de 1.100-1.200 msnm, con una pre-cipitación que fluctúa entre 1.500 y 2.800

mm anuales, una temperatura que varía entre 17 y 28 grados de acuerdo a la estación del año. Presenta una estación lluviosa y otra seca bien marcadas, la primera se extiende durante los meses de diciembre a abril y la segunda de los meses de mayo a noviembre. De acuerdo al sistema de clasificación de zonas de vida pro-puesto por Holdridge (Tosi 1969), pertenece al bosque húmedo premontano, zona de transición entre los ecosistemas costeros y las zonas frías cordilleranas, con cuatro niveles vegetacionales y una amplia biodiversidad de especies florísticas y faunísticas.

Rubén Mena, Quitirrisí. (G. Alfaro)

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Originalmente, y hasta finales del siglo XIX, la zona estuvo cubierta de bosques con algunas zonas abiertas de agricultura itinerante de roza y quema para siembra de maíz y fríjol. Luego empezó a ser deforestada ampliamente dando paso a pastos para ganadería y a algunos culti-vos permanentes como café y caña de azúcar, sobre todo desde mediados del siglo XX. En la actualidad, de los bosques originales solo se conserva un área de 150 hectáreas, declarada zona protectora, y otras áreas boscosas colin-dantes que corresponden a la Zona Protectora El Rodeo. La región presenta una gran variedad de especies de árboles característicos de esta zona de vida, como moráceas (quiubras, izarcos, berbas e higuerones) y lauráceas (quizarras, aguacatillos), y una serie de especies faunísti-cas cuyos nombres en lengua güetar son tacuá (Agouti paca), capasurí (Odocoileus virginianus), siringo (Cebus capusinus), naulaco (Alowatta palliata), sopete (Tamandua mexicana), archú (Myrmecophaga tridáctila), saíno (Tayasu tajacu) y serpientes como la terciopelo (Botrops asper), cascabel (Crotalus durisus), coral (Micrurus nigrocintus), toboba (Phortidium ofiomegas) y bequer (Boa constrictor). Presenta algunas aves como la chachalaca (Ortalis tiliceleio), codor-niz (Colinus leucopogon), chirrascua (Dendrortyx leucophrys), turrubaria (Odontophorus guttatus), yerre (Crypturellus boucardi), cocobravo o coco-vado (Odontophorus gujanensis), curré o tucán pico arcoiris (Ramphastus sulfuratus) y kioro (Ramphastus swainsonii).

Por su parte, el territorio de Zapatón está ubicado en las estribaciones medias de los cerros La Cangreja (fila Zapatón), divisoria de aguas de la microcuenca hidrográfica de quebrada Lajas y la cuenca del río Candelaria, a una altitud de 400 msnm. Se ubica en la región geográfica del Pacífico húmedo. Presenta las siguientes características: su precipitación lluviosa fluctúa entre 2.500 y 6.500 mm., con una temperatura que oscila entre 27 y 32 grados y una estación seca menos marcada sobre todo hacia la franja costera. Corresponde a la zona de vida de bos-que húmedo tropical, que se caracteriza por presentar hasta cinco niveles vegetacionales, con una mayor presencia de vegetación de pal-máceas y epifitas que la del bosque de la zona de Quitirrisí.

La zona de Zapatón originalmente estaba cubierta de bosques hasta principios de siglo XX. Luego empezó a ser deforestada, debido a la inmigración de oleadas de familias indí-genas güetares que huyeron de zonas como Guayabo de Mora, Morado, Matinilla, Tabarcia y Quitirrisí, entre otras. Se asientan así familias de apellidos Pérez, Hernández, Parra, Sánchez y Zárate, entre otras. Las causas de su inmigración fueron la usurpación de tierras en sus lugares de origen por parte de los “blancos”, el hostiga-miento físico y psicológico y su proletarización (Quesada 1996). Posteriormente ha recibido inmigración de población campesina mestiza de algunos distritos de Puriscal.

En la actualidad, la zona solo presenta un área importante de bosques ubicada a cuatro kilómetros del centro del poblado de Zapatón, actualmente declarada como Parque Nacional La Cangreja (2.500 ha) y otras zonas boscosas como la finca Vindas y el Pochotal. Es una zona con un alto endemismo botánico, por lo que justificó la declaración como parque nacional. Por ejemplo, en la zona se encontró el espé-cimen del árbol Plinia puriscalensis, único en el país. El área presenta todavía especies de fauna como león (Puma concolor), manigordo (Leopardus pardalis), caucel (Leopardus wiedii), cabro (Mazama americana), tacuá (Cuniculus paca), capasurí (Odocoileus virginianus), siringo (Cebus capusinus), sopete (Tamandua mexicana), archú (Myrmecophaga tridáctila) y saíno (Tayasu tajacu); y serpientes como terciopelo (Botrops asper), castellana (Agkistrodon sp.), matabuey (Lachesis muta), cascabel (Crotalus durisus), coral (Micrurus nigrocintus) y bequer (Boa constrictor); y aves como turrubaria (Odontophorus guttatus), cocobravo (Odontophorus gujanensis), chirrascua (Dendrortyx leucophrys), pavón (Crax rubra), pava (Phenelope purpurascens), gongolona o galli-na de monte (Tinamus major), yerre (Crypturellus boucardi), lora (Amazona autumallis), guacamaya (Ara macao) y kioro (Ramphastus swansonii).

Etnografía güetar de Quitirrisí y ZapatónEl territorio de la Reserva Indígena de

Quitirrisí pertenece a dos distritos del cantón de Mora, provincia de San José. Una parte está en el distrito Colón y la otra en Tabarcia. El case-río principal, Quitirrisí centro, está a 15 km de Ciudad Colón, carretera a Puriscal. Los límites

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territoriales de la Reserva son: al norte el río Quebrada Honda, al sur la Quebrada Mata, al este la intersección entre Guayabo y Tabarcia y al oeste Cedral de Santa Ana y Ciudad Colón. Su población es de 1.262 personas (611 mujeres y 651 hombres) (Análisis Situacional de Salud del Cantón de Mora 2004).

El territorio de Quitirrisí fue declarado reser-va indígena en 1979 luego de que la Comisión Nacional de Asuntos Indígenas expropiara varias fincas de no indígenas. (Una de las expropiacio-nes mayores fue a una familia canadiense [Pérez 2005] que había cortado la vegetación original y reforestado con pino [Pinus caribaea]). De las 963 ha originales, la Reserva fue ampliada recientemente a 2.660 (Ibid.). De esta área, en manos de indígenas hay 239 ha (9 por ciento), y en manos de no indígenas hay 2.421 ha (91 por ciento), según datos de la Paniagua (2003).

Es una comunidad con un patrón de asenta-miento humano disperso, característico de los asentamientos indígenas, y se ubica a orillas de la carretera que comunica Ciudad Colón con Puriscal (ruta 239), al suroeste de la capital San José.

La estructura socioeconómica de Quitirrisí presenta las siguientes características: La pobla-ción económicamente activa, 380 personas, está empleada en: sector secundario (asalariados en industrias): 43 por ciento; sector primario (agricultura, jornaleo, artesanía, recolección de productos silvestres y cacería): 35 por ciento, y sector terciario (servicios domésticos, comercio, turismo, empleados públicos, construcción, segu-ridad y curanderos): 22 por ciento. El índice de desempleo es bastante alto: 11,23 por ciento del total de la población económicamente activa.

Cuenta con una escuela primaria con una directora y siete maestros; una plaza de deportes; un templo católico; varios centros evangélicos; dos comercios, y varios puestos de venta de arte-sanías. Los colegiales asisten a los colegios téc-nicos y académicos de Puriscal y Ciudad Colón. Para la salud se asiste a la Clínica de Ciudad Colón y, también, hay visitadores domiciliares para prevención en salud del Ebais (equipo bási-co de atención en salud). Las emergencias son atendidas los fines de semana en la Clínica de Puriscal y los casos de hospitalización se atien-den en el Hospital San Juan de Dios, en San

José. La seguridad pública es cubierta por dos puestos de policía de proximidad: el de Guayabo y el de Ciudad Colón. Las emergencias son cubiertas por el puesto de Cruz Roja de Ciudad Colón y el puesto de Bomberos de Puriscal.

La comunidad cuenta con nueve organiza-ciones comunales: Asociación de Desarrollo Comunal (gobierno local oficial), Asociación Pro Rescate de la Cultura Huetar, Asociación de Mujeres Indígenas, Grupo de Jóvenes, Asociación Administradora del Acueducto Comunal, Asociación de Artesanos de Quitirrisí, Comité de Deportes, Junta de Educación, Patronato Escolar. Hay tres facciones de poder que pugnan por el control político-económico de fondos que canaliza el Gobierno Central a través de entida-des como la Dirección Nacional de Desarrollo Comunal y la Comisión Nacional de Asuntos Indígenas, entre otras. Toda la comunidad está recorrida por una red intrincada de caminos de lastre y trillos de tierra en regular estado que conectan una casa con otra por un lado y otro.

Se trata de una comunidad de origen indíge-na güetar según documentos coloniales citados por Bozzolli (1986: 76-75). Los indígenas actua-les se asentaban originalmente en la reducción indígena de Pacaca, hoy conocida como Ciudad Colón, que fue establecida por decreto colonial en el siglo XVIII. El nombre original, según el líder local Juan Sánchez, era Pacacari, que sig-nifica río donde abunda la pacá (planta de uso artesanal, Carludovica palmata). Según Sánchez (en Rodríguez 1996: 19-20), esta reducción indí-gena fue abolida producto de las nuevas leyes republicanas sobrevenidas con la independencia de España, siendo cedida en arriendo, en 1850, a la señora Anita de Gómez, quien transformó los campos de cultivo indígenas y bosques ori-ginales en repastos para ganadería, llegando a tener 950 reses, 100 mulas y 100 caballos. Esta introducción de ganado fue motivo de roces con las familias indígenas, pues las bestias se metían a los ranchos y campos de cultivo y se los comían, por lo que algunas familias indígenas paulatina-mente se trasladaron, alrededor de 1880, al otro lado del río Ticufres (hoy Quebrada Honda), pues su cauce hondo impedía el paso del ganado, terminando por asentarse en un sitio conocido como El Guaco, muy cerca del actual centro de Quitirrisí. Con la construcción de la actual ruta

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de la carretera Ciudad Colón-Puriscal en los cin-cuenta, el caserío disperso se volcó a la carretera y a sus facilidades de transporte, pues anterior-mente el traslado y comercio de productos era a pie, a caballo y en carreta por la antigua trocha El Guaco-Villa Colón-San José. Del patrón de poblamiento disperso tipo indígena se pasó a uno de asentamiento lineal alrededor de la carretera, que desencadenó profundos procesos de cambio cultural y socioeconómico.

Originalmente, esta población practicaba una economía de subsistencia basada en el culti-vo de granos como maíz, fríjol y arroz en las par-tes más bajas; también tubérculos como yuca, tiquizque y ñampí; asi-mismo banano, guineo, plátano; además se criaba animales menores y se tenía ganadería en baja escala, combinando con la recolección de reto-ños, semillas, frutos de los bosques remanentes, fibras y hojas para ces-tería y otras artesanías, y con cacería y pesca. Esta economía de sub-sistencia era combinada con el trabajo asalariado -como jornaleros- en fin-cas cafetaleras y de caña de azúcar de no indígenas localizadas en las cercanías (Guayabo, La Fila, Jaris, El Rodeo). Pero con la construcción de la citada carretera y la vinculación consecuente de su economía de subsistencia a la capital San José, con el conco-mitante aceleramiento del cambio cultural, la población pasó de ser indígena (siglo XIX) a ser campesina (siglo XX), y a partir de los ochenta, con las políticas neoliberales que desmantelaron el sector agropecuario, a sufrir una acelerada proletarización. Esto esta convirtiendo poco a poco a esta comunidad en un pueblo dormitorio. Otras familias se han dedicado a actividades informales como la elaboración y venta de arte-sanías en puestos a orillas de la carretera, venta y curación con plantas medicinales y al etnoeco-turismo, que en la actualidad impulsa la familia Sánchez. Sin embargo, los niveles de desempleo

son bastante altos sobre todo entre la población joven, y son importantes los problemas ligados a estos: alcoholismo, prostitución, drogadicción.

A pesar de estos procesos, esta población mantiene algunos rasgos de origen güetar: fiestas familiares donde se toma chicha de maíz; ali-mentos de origen indígena; conocimientos sobre plantas y animales en lengua güetar; cuentos y mitos tradicionales; confección de artesanías de bejuco y palma (canastos, petates, sombreros, hamacas, cerámica); curación con plantas y extractos animales originarios de bosques cer-

canos (cerro Cedral, El Guaco y Zona Protectora El Rodeo), y cacería en baja escala.

Por su parte, la comuni-dad de Zapatón, que per-tenece al distrito Chires del cantón de Puriscal, tiene una población de 1.500 habitantes y fue declarada reserva indí-gena en 1979. Zapatón presenta un típico patrón indígena de asentamiento disperso, pues no cuen-ta con la distribución del cuadrante español con la iglesia católica al este y la escuela al norte. Es un caserío que se ubica a lo largo de un camino de

lastre en mal estado, que en la estación lluviosa solo es transitable para vehículos de doble trac-ción, que comunica con la carretera Puriscal-Parrita, a ocho kilómetros de Salitrales. Cuenta con una escuela, una plaza de deportes, dos comercios, una iglesia católica, una miniplanta procesadora de arroz y un puesto de salud aten-dido por un médico y una enfermera una vez al mes. Los jóvenes asisten al Colegio de la Gloria.

La actividad económica principal en la zona es la ganadería de engorde, combinada con la explotación maderera y la agricultura de sub-sistencia de granos como arroz, fríjol y maíz, en pequeñas parcelas de entre 10 y 50 ha. Se da el jornaleo en las fincas más grandes aledañas. Existen algunas plantaciones de cacao de tipo híbrido abandonadas por su baja productividad.

Vitorino Hernández, Zapatón. G. Alfaro

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Al contrario de Quitirrisí, Zapatón es un asentamiento güetar de más reciente existencia y obedece a una proceso de inmigración, de finales del siglo XIX y principios del XX, de familias sin tierra de origen güetar provenientes de comu-nidades como Guayabo, Morado, Quitirrisí, La Fila y Tabarcia (Quesada 1996: 210). Al igual que Quitirrisí, vive una retoma de conciencia de su identidad güetar a partir de procesos más de carácter político-oficial, comandados por burócratas de origen indígena que laboran en la Comisión Nacional de Asuntos Indígenas (Conai), que a procesos internos de redefinición de identidad cultural (en 1993, por ejemplo, se construyó la Casa de la Cultura promovida por Conai). Sin embargo, esta comunidad presen-ta algunos rasgos culturales güetares, como la celebración de fiestas con toma de chicha; la creencia en espíritus protectores de la natura-leza -como el de la Cangreja, en ese cerro hoy parque nacional, o el del Dueño del Monte, que extravía a perros de caza y cazadores; el consumo de alimentos indígenas como picadillos de hojas de chicasquil, suara, flor de tirro, uta y turín, y la elaboración de implementos domésticos y agrícolas como jícaros, cuchumbos de caparazón de armadillo, petates y canastos. Se mantienen prácticas agrícolas de origen indígena como la siembra en tapado de fríjol y maíz, y la milpa (policultivo donde se asocia maíz, fríjol y ayote); también la cacería en zonas boscosas aledañas y la pesca en el río Candelaria.

Follaje comestible del bosque húmedo premontano

El güetar comprendió que en el bosque húmedo premontano la forma de sobrevivir era alimen-tándose de los retoños, frutas, nueces y semillas que se ubican arriba en el dosel del bosque, donde se concentra un alto nivel de proteína, como lo han demostrado estudios de Vargas Carranza y del agroecólogo colombiano Jairo Restrepo (1988). Por ejemplo, Vargas (1990: 7-9) dice: “Casi todos los seres vivientes de la Tierra necesitan proteínas, materia prima de tejidos y enzimas. Las proteínas se forman de los aminoácidos fabricados por las plantas mediante la combinación de nitrógeno extraído de nitratos del suelo, con el carbono, el hidrógeno y el oxígeno del aire. Como los animales no fabrican aminoáci-dos deben procurárselo comiendo plantas u otros

animales herbívoros. Sin embargo, la mayor parte de las materias de las plantas, sobre todo adultas, están compuestas por hidrato de carbono pero son pobres en proteínas. Por lo tanto, éstas se con-centran sobre todo en las frutas, semillas, retoños de hojas nuevas y células que viven del cambium. / Lo interesante de los ecosistemas del bosque tropical es que sus árboles y plantas no pueden producir grandes cantidades de proteínas, puesto que los nitratos contenidos en las hojas muertas se descomponen rápido por el calor o son lavadas generalmente antes de que las plantas se hallan podido apropiar de ellos. En vista de estos grandes esfuerzos que hacen estos árboles y plantas tropi-cales para desarrollarse, han usado mecanismos de defensa de sus retoños y frutos ante la voracidad de insectos, aves y mamíferos del bosque tropical, cubriéndose de espinas, de picantes o sustancias tóxicas, produciendo frutos con venenos mortales, retoñando lentamente (una hoja diaria, para no exponerlas), floreciendo en épocas e intervalos diferentes, aun siendo árboles de la misma especie. La competencia por los retoños jóvenes, frutos y hojas, obliga a las plantas tropicales a diversificarse y dispersarse, como queriendo `distinguirse` unas de otras, pues si una especie se vuelve dominan-te los predadores ubican el grupo y los arrasan. Igualmente, como las proteínas vegetales son escasas y los trucos de las plantas muy complejos, termina existiendo una alta competencia entre los mamíferos y aves del bosque tropical, lo que los obliga a su vez a diversificarse y dispersarse. En este hilo tan delgado que une a estos ecosistemas precisamente es donde reside la fragilidad de los mismos, pues la desaparición de un eslabón dentro de esta cadena necesariamente va a repercutir en todo el sistema”.

Restrepo ha demostrado que el concepto de agricultura que se practica en toda América Latina y que fue introducido por los invasores españoles hace 500 años es un concepto equi-vocado de agricultura, pues es un concepto que mira hacia abajo, hacia el suelo y le da suma importancia al arado, al aporcado, a la desyerba, al abonado y la irrigación; y no ve hacia arriba: hacia el dosel del bosque tropical, donde se concentra su riqueza de nutrientes. A partir de numerosas entrevistas, observaciones de campo con agricultores mestizos e indígenas del Chocó colombiano y de países de América Central, Restrepo llega a la conclusión de que la agricul-

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tura eficiente ecológicamente en estas zonas es la vegetativa o itinerante practicada por estas poblaciones tradicionales nativas, pues mien-tras en los ecosistemas templados de Europa una hoja o semilla al caer al suelo dura muchos meses en descomponerse debido a las tempera-turas frías, la poca humedad y la radiación solar poco intensa -por lo que los nutrientes se van acumulando en el suelo formando grandes y pro-fundos horizontes de suelos-, mientras, sí, en un ecosistema tropical ocurre lo contrario: esa hoja o semilla se descompone en cuestión de horas debido a las altas temperaturas, excesiva hume-dad y fuerte radiación solar; siendo reabsorbida por las raíces de los árboles del bosque tropical y llevando sus nutrientes hacia el dosel, donde se concentran por mucho tiempo. En otras pala-bras, dice Restrepo, mientras el flujo de energía y materia en un bosque templado es lento y se acumula en el suelo en profundos horizontes, por lo que ahí sí tiene sentido una agricultura de suelo (arado, abonado, etcétera), en un bosque tropical el flujo de energía y materia es aceleradí-simo concentrándose más en el follaje del dosel del bosque que en los pobres suelos, por lo que aquí no tienen sentido técnicas de agricultura del suelo sino más bien de las de tipo vegetativo o solar, como las practicadas por las tribus bribris y cabécares todavía hoy en las partes altas de la cordillera de Talamanca, o como lo hacen algu-nos campesinos mestizos del Valle Central como herencia de las prácticas güetares.

Si examinamos las conclusiones de Restrepo y de Vargas en relación con las prácticas alimen-ticias güetares que aquí se investigan, compren-demos que esta población ya sabía hace 500 años que la riqueza en nutrientes para alimentarse bien está en el dosel del bosque y por eso pri-vilegiaron la manipulación genética, la domes-ticación de especies como el Sechium tacaco y el desarrollo de prácticas agrícolas vegetativas como la agricultura itinerante de roza y tumba, la agricultura de barbecho como el sistema de fríjol tapado y los sistemas de policultivos, como el bosque cafetalero, en las que se aprovecha los altos contenidos de proteínas y minerales de la vegetación del dosel que cae al suelo y se descompone después de la roza. Estos sistemas son la forma de agricultura más eficiente eco-lógicamente y que requiere menor inversión de energía de trabajo (adenosina trifosfato); amén

de que guardan un complejo equilibrio demo-gráfico-ecológico entre las poblaciones humanas y la capacidad de carga del ecosistema boscoso tropical para sostenerlas. Estudios recientes han demostrado, a través de cálculos de capacidad de carga, cómo 90 ha de bosque tropical cultivado con prácticas de agricultura itinerante de tumba y roza indígenas pueden sostener indefinidamen-te y en equilibrio ecológico un grupo familiar de seis miembros con altos niveles de calidad de vida (alimentaria y espiritualmente). Esto quiere decir que la ciencia occidental, y sus disciplinas agroecología y ecogeografía, apenas ahora com-prenden lo que la praxis güetar había alcanzado hace miles de años a través de la observación y la prueba y error.

Plantas autóctonas aprovechadas

La población güetar de Quitirrisí y Zapatón, y también mestizos de ascendencia güetar de otras localidades del país, aún cultivan o recolectan -o por lo menos recuerdan que eso se hacía- 66 plantas del bosque húmedo premontano usadas con fines alimenticios y a veces también medici-nales. De cada una de esas plantas a continua-ción se dice en qué época, en qué sitio y de qué forma se le recolecta, cómo se le prepara para consumirla y quién fue el informante, y además se brinda su imagen (véanse cuadros 3 y 4). De las 66 especies, 44 (66,6 por ciento) son del dosel del bosque y de ellas se come los frutos, las semillas y las hojas tiernas y guías, lo que con-firma nuestra hipótesis de que la estrategia de subsistencia alimenticia güetar valora altamente el valor alimenticio (proteínico) contenido en ese follaje, al igual que lo demuestran Vargas y Restrepo. Otras 20 plantas son del sotobosque: de ellas se come los frutos, las hojas tiernas y los palmitos (30,3 por ciento). Y, por último, hay dos plantas de estratos intermedios (3 por ciento).

De las 44 especies del dosel usadas, a dos (4,5 por ciento) se les come las flores o inflorescen-cias; a 12 (27,3 por ciento) se les come las hojas tiernas o chases; a dos se les come sus corazones o palmitos (4,5 por ciento), y a 28 (63,6 por ciento) árboles, bejucos y arbustos se les come sus frutos verdes o maduros. O sea, del total de productos del dosel del bosque una mayoría son frutos y semillas que los güetares recolectan y consumen, seguido de las hojas tiernas, puntos de crecimiento y guías vegetativas, estando en

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tercer lugar las flores o inflorescencias y los pal-mitos de palmas.

Cuadro 1: Vegetales del dosel del bosque húmedo premontano más consumidos por los güetares.

Tipo de vegetalNo. de

especies%

Frutos 28 63,6 %

Hojas tiernas y retoños 12 27,3 %

Flores e inflorescencias 2 4,5 %

Palmitos 2 4,3 %

Esta evidencia concuerda con los datos de los estudios de Vargas y Restrepo en cuanto al valor nutritivo proteínico concentrado en el follaje del dosel del bosque tropical. Podríamos agregar que el recurso alimenticio más valorado y usado en este patrón de subsistencia güetar serían los frutos, que son los que contienen más proteína concentrada, seguido de las hojas tiernas y reto-ños, flores y palmitos, teniendo estos dos últimos bajos contenidos proteínicos. Nuevamente, la evidencia indica que, cientos de años antes de que la ciencia occidental lo planteara, los güetares sabían, gracias al procedimiento de la prueba y error, dónde residía el mayor potencial alimenticio del follaje del bosque y hacia dónde dirigir eficientemente el gasto de su energía en los procesos recolectores para obtener el mayor monto de calorías.

Los datos nos muestran un alto índice de uso de dos fami-lias botánicas, la Cucurbitácea y la Papilionácea. De 44 espe-cies consumidas, cuatro son de la Cucurbitácea (9,1 por cien-to) y ocho de la Papilionácea (18,2 por ciento). Las hojas tiernas de Papilionácea o legu-minosas (fríjol, guaba, poro, madero negro, etcétera) tienen altos contenidos de nitrógeno y hierro, esenciales en la pro-ducción de proteínas llevada a cabo por las plantas a partir de los aminoácidos, los cuales a su vez son sintetizados mediante la combinación del nitrógeno extraído del nitrato del suelo con el carbono, el hidrógeno y el oxígeno del aire. (Como solo las plantas pueden fabricar

proteínas, los animales se ven forzados a adqui-rirlas de ellas, comiéndolas.) La Cucurbitácea tiene también altos contenidos de nitrógeno. Se desprende que, por prueba y error, durante miles de años de interacción con el bosque húmedo premontano los güetares entendieron la rique-za en minerales y nutrientes encerrada en los follajes de ambas familias. Tanto así que, por la manipulación genética a la que las sometieron, a una especie de una de ellas terminaron sacándo-la de su estado silvestre y la domesticaron como un cultivo sembrado en forma de enredadera a la orilla de las casas, como todavía se puede ver a lo largo de cercos, huertos y caminos campesi-nos del Valle Central: el tacaco -en lengua güe-tar- (Sechium tacaco); pasando a ser ingrediente importante de un platillo campesino mestizo vallecentraleño por excelencia: la olla de carne -este fruto tradicionalmente solo en las tierras altas del Valle Central costarricense se consume. Tiene un pariente silvestre conocido en lengua güetar como tacá (tacaco cimarrón: Sechium pittieri), siendo sus hojas tiernas comestibles, y llamándoseles pororas o tororas (Pérez 2005).

Por otro lado, de las 44 especies del dosel de las que los güetares consumen sus frutos, las familias botánicas más consumidas son la Cucurbitácea, la Morácea y la Fabácea. Es interesante ver esta tendencia a la luz de un estudio sobre estructura y composición florística realizado en varios sitos

Cuadro 2. Familias botánicas más usadas alimenticiamente por los güetares, partes consumidas y zonas de uso.

Partes usadas Familias más usadas ZonasFrutos o semillas = 28 Cucurbitácea = 2 Quitirrisí, Zapatón

Papilionácea = 2 QuitirrisíMorácea = 2 ZapatónMimosácea = 1 QuitirrisíPasiflorácea = 3 Zapatón, PolcaCaricácea = 2 Zapatón, BocanaEsterculiácea = 1 Alajuela, QuitirrisíLaurácea = 1 ZapatónClusiácea = 1 BocanaVitácea = 1 Quitirrisí

Retoños u hojas tiernas (chases) = 12 Caricácea = 2 ZapatónPapilionácea = 3 ZapatónEuforbiácea = 1 Alajuela, QuitirrisíCucurbitácea = 2 TacacoríSolanácea = 1 Bocana

Flores e inflorescencias = 2 Papilionácea = 2 Zapatón

Palmitos = 2 Arecácea = 2 Bocana

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o parcelas muy cercanos a la Reserva Indígena de Quitirrisí: en el bosque húmedo premontano de la Zona Protectora El Rodeo, cuyos recursos florísticos y faunísticos han sido milenariamente explotados por la población güetar de Quitirrisí y antiguamente de Pacaca (hoy Ciudad Colón). Cascante y Estrada (2001: 3) afirman que “[u]n total de 106 especies de árboles con un dap de 10 cm se identificaron en las tres parcelas, correspondientes a 40 familias y 83 géneros. Las leguminosas (Fabácea) fueron el grupo de mayor diversidad con 12 especies, seguidas por la fami-lia Morácea y Laurácea con diez y ocho especies respectivamente. La Morácea, sin embargo, fue la familia de árboles más importante en este eco-sistema de acuerdo con el índice de importancia familiar”.

Esto quiere decir que en este bosque húmedo premontano remanente explotado por los güe-tares predominan en número de especímenes las especies de Morácea como la Pseuldolmedia sp (quiubra en lengua güetar) y el Brosimum alicastrum (izarco o berbá); pero en diversidad de especies predominan las pertenecientes a la Fabácea (poró, guaba, cuajiniquil, madero negro, cubá, etcétera). Esta realidad se refleja en la tendencia de los güetares de alimentarse princi-palmente de frutos, hojas y flores de Fabácea y de frutos de Morácea; los unos por representar

una oferta más diversa de variedades y los otros por la facilidad de su consumo en la época de fructificación debido a su abundancia por todo el área del bosque. Es concordante con su lógica naturalista de uso múltiple de los recursos natu-rales que si una especie no cosecha ese año por afectación de una plaga tengan ocho más de las que echar mano; y también es concordante con la lógica de invertir el mínimo de calorías en colectar y preparar un producto silvestre y obte-ner el máximo de calorías en él contenido: si hay muchos árboles de izarco regando sus semillas por todo lado en el suelo del bosque El Rodeo, no hay que caminar mucho para recolectar una buena cantidad de este fruto.

Como conclusión, los anteriores datos refuer-zan la idea de que las sabidurías y prácticas ancestrales, como acceso a la realidad, son tan válidas como las del cientificismo arrogante occidental, que se erige como única y válida vía de acceso a la realidad y desdeña los saberes de pueblos colonizados como los güetares y cientos de pueblos “indígenas” de América. Los güeta-res, 500 años antes que la todopoderosa ciencia occidental, sabían los secretos de los contenidos más nutritivos en el bosque húmedo premon-tano y la forma de sobrevivir en él eficiente y felizmente.

Cuadro 3. Imágenes de plantas comidas por los güetares de Zapatón y Quitirrisí.

1. Ayar

Chamaedorea tepejilote

2. Berba o izarco

Brosimun allcastrum

3. Surtuba

Cryosophila warscewiczii

4. Tacaco

Sechium tacaco

5. Atirro

Calathea sp.

6. Quiebra

Pseudolmedia spuria

7. Turru

Eugenia costaricensis

8. Turín

Cyclanthera explodens

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9. Jurgo o jurco

Rytidostylis carthaginensis

10. Jorco

Garcinia intermedia

11. Chicasquil

Cnidoscolus aconitifolius

12. Zorrillo pisí

Cestrum racemosum

13. Matasano

Casimiroa edulis

14. Suara

Carica papaya

15. Surepe

Carica papaya

16. Itabo

Yuca guatemalensis

17. Surubre

Astrocaryum standleyanun

18. Yas

Persea schiedieana

19. Palmito dulce

Prestoea acuminata

20. Tucuico

Ardisia guianensis

26. Sasiarbe

Capsicum annum.

22. Madero negro

Gliricidia sepium

24. Pisgurí

En vías de identificación

23. Licua

Manihot esculenta

27. Coso

Curcubita moschata

28. Corosa

Attalea butiracea

21. Poro

Erythrina berteroana

25. Jutrus

En vías de identificación

No existe imagen

fotográfica

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40. Paca

Carludovica palmata

36. Tusiru

Herrania purpurea

33. Cupi

Phaseolus sp

37. Chas de ortiga

Urera baccifera

38. Ococa

Passiflora adenopoda

34. Cuchubao

Pasiflora edulis

30. Chascu

Cajanus bicolor

29. Bocacayá

Passiflora membranacea

32. Cuímbara

Gonolobus edulis

39. Uta

Cyclanthera explodens

35. Cuba

Phaseolus coccinus

31. Chases

Phaseolus vulgaris

41. Nance

Byrsonima crassifolia

45. Cocoró

Sechium edulis

42. Tuturria o cará

Calathea lutea

43. Jobo

Spondias Bombin

44. Cucutra o tucuso

Asplundia utilis

48. Guarrazú

Cyclanthera pedata

47. Caigua

Cyclanthera pedata

46. Espavé

Anacardium excelsum

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49. Jucó

Trema micrantha

52. Carró

Cocoloba acapulensis

56. Banano chiricano

Musa acuminata

60. Tacá o porora

Sechium pittieri

51. Tiquisque

Xanthosoma sp.

55. Curraré

Musa acuminata

59. Cas

Psidium friedrichsthalianum

50.Güisara

Psidium guineese

54. Jujuca

Heliconia sp.

58. Piñuela de tigre

Bromelia pinguen

53. Caqué

Dioscorea convolvulacea

57. Calugo

Poulsenia armata

61. Tará

Foetidun eringium

62. Zapote

Pouteria viridis

63. Kioro

En vías de identificación

64. Agrá

Vitis tiliifolia

65. Anona

Annona cherimola

66. Guaba

Inga edulis

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Nombre güetar

Nombre común

Nombre científico y familia

Estrato vege-tacional

Época de recolección

Sistema de recolección Sistema de preparación Informante

1. Ayar

Disciplina

Chamaedorea tepejilote

Arecaceae

SotobosqueDiciembre, con luna menguante para no dañarlo

Se corta la inflorescencia tierna.

Se abre la vaina y se pica la flor, se cocina revuelta con huevo y condimentos.

Vitorino Hernández, Zapatón, 2005.

2. Izarco oberbá

Ojoche

Brosimun allicas-trum

Moraceae

DoselAbril-mayo, con luna menguante para no dañarlo

Se recolecta el fruto madu-ro al pie del árbol en el bosque.

Se despulpa el fruto y se muele y con la masa se hacen torti-llas mezcladas o no con maíz. También se elabora chicha de su masa, con tapa de dulce y agua.

José Ángel Hernández, Zapatón, 2005.

3. Súrtuba

Palmilla amarga

Cryosophila wars-cewiczii

Arecaceae

DoselCualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se corta la palma en el bosque y se le extrae el corazón.

Se hace picadillo con el cora-zón, se hierve, se revuelve con huevo, cebolla, chile dulce, sal, comino.

Cupertino Pérez, Zapatón, 2005.

4. Tacaco

TacacoSechium tacaco

CucurbitaceaeDosel

Julio-agosto, con luna menguante para no dañarlo

Se recolecta el fruto sazón o tierno de la enredadera en los árboles del bosque-cillo, según el gusto.

Se prepara en sopa con carne de res grasosa y otras verdu-ras como maíz, yuca, tiquisque, ñampí, papa, chayote, camote, sal y especias.

Laura Alfaro, Alajuela, 2005.

5. Atirro o tirro

PlatanilloCalathea sp.

MarantaceaeSotobosque

Mayo-junio, con luna menguante para no dañarlo

Se recolecta la flor tierna cortándola del pecíolo de la planta. Se extraen del suelo las raíces o papitas.

La flor se hierve y se fríe revuel-ta con huevo, cebolla, chile dulce, sal y comino.La papita tiene sabor a chayote y se prepara en sopa con otras verduras.

Vitorino Hernández, Zapatón, 2005.

6. Quiubra

Cansa negroo guapino-lillo

Pseudolmedia spuria

Moraceae

DoselAbril, conmenguante para no dañarlo

Se recolecta el fruto madu-ro (rojo) al pie del árbol en el bosque en un canasto.

Se consume fresco el fruto y tiene un sabor dulce tipo cere-za. En Belice por esto se le llama cherry tree.

Tomás Rojas, Bajo La Palma de Mora, 2005.

7. Turrú omurta

Guayabillo

Eugenia costari-censis

Mirtaceae

DoselAbril, con menguan-te para no dañarlo

Se recolecta el fruto madu-ro (morado) al pie del árbol o de sus ramas en el bosque .

Se consume fresco el fruto, tiene un sabor ácido-dulce agradable.

Rubén Mena , Quitirrisí, 2005.

8. Turun

Chanchitos

Cyclanthera explo-dens

Cucurbitaceae

SotobosqueJunio, conluna menguante para no dañarlo

Brota al inicio de la esta-ción lluviosa en el suelo de las milpas y florece en junio. Se recolecta la flor tierna en esa época.

Las flores se cocinan en agua y sal y luego se fríen con huevo y especias. Se cocinan en el caldo de fríjol.

Inés Sánchez, Quitirrisí, 2005.

9. Jurgoo jurco

Chanchito grande

Rytidostylis cartha-ginensis

Cucurbitaceae

DoselJunio, con men-guante para no dañarlo

Crece en los campos de cultivo al inicio de la esta-ción lluviosa. Tiene el fruto y la hoja más grandes y de color verde más oscuro que el Turín.

A diferencia del Turín, del jurgo o jurco se come tanto las hojas tiernas en picadillo como los frutos y flores en sopa con otras verduras y carne.

Olga Sánchez y Rubén Mena, Quitirrisí, 2005.

10. Jorco

Fruto de limón

Garcinia inter-media

Clusiaceae

DoselAgosto, con men-guante para no dañarlo

Se recolecta el fruto madu-ro (color anaranjado) de las ramas del árbol o del suelo en el bosque.

Se consume el fruto fresco.

Jerónima Hernández, Quitirrisí de Mora, 2005.

11. Chases

Chicasquil

Cnidoscolus aconi-tifolius

Euphorbiaceae

DoselCualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se cortan los retoños y hojas tiernas del arbusto.

Se hace picadillo con las hojas tiernas o chases y se fríen revueltas con huevo o carne molida, condimentos y sal.

Marta Hernández, Quitirrisí, 2005.

Cuadro 4. Sistemas de recolección y preparación de plantas usadas como alimento por pobladores de origen güetar de Quitirrisí y Zapatón.

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12. Pisí

Zorrillo

Cestrum racemo-sum

Solanaceae

DoselCualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se cortan los retoños y hojas tiernas del arbusto.

Se hace picadillo con las hojas tiernas o chases y se fríen revueltas con huevo o carne molida, condimentos y sal.

Marta Hernández, Quitirrisí, 2005.

13. No regis-trada

Matasano Casimiroa edulis

RutaceaeDosel

Época desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolectan los frutos maduros.

Se comen los frutos frescos cuando están maduros. Tienen un sabor dulzón acuoso.

Luis Poveda. Alajuela, 2005.

14. Suara

Papaya cimarona

Carica papaya

CaricaceaeDosel

Cualquier mes, con lunamenguante para no dañarlo

Se recolectan los frutos verdes en jaba y se ponen a madurar tapados en canasto.

Se consume el fruto pequeño fresco o se hace fresco macha-cándolo y revuelto en agua y azúcar.

Vitorino Hernández, Zapatón, 2005.

15. Surepe

Papaya de monte

Carica papaya

CaricaceaeDosel

Cualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se cortan las hojas tier-nas y se dejan remojar dos horas en agua con arcilla blanca para deslechar.

Se hace picadillo con las hojas tiernas o chases y se fríen revueltas con huevo o carne molida, condimentos y sal.

Vitorino Hernández, Zapatón, 2005.

16. Itaboo itaba

Daquilla

Yucca guatemal-ensis

Agavaceae

DoselMarzo-abril, con luna menguante para no dañarlo

Se cortan cuatro inflo-rescencias abiertas y se guindan en una vara para transportarlas. Se cortan las inflorescencias sin abrir y se transportan en canasto.

Se corta flor por flor, se le extraen los pistilos amargos y se hierven en agua y sal. Luego se fríen revueltas con huevo, cebolla, sal y condimentos.

Luz Solórzano, Alajuela, 2005.

17. Surubre

Pejibaye de monta-ña o coyolillo

Astrocaryum stan-dleyanun

Arecaceae

DoselSeptiembre, con luna menguante para no dañarlo

Se cortan los racimos maduros (color rojo) con una vara alta.

Se consumen los frutos tiernos y son de sabor dulce y jugoso.

Luis Poveda, Alajuela, 2004.

18. Yas

Aguacate de monta-ña o agua-catón

Persea schiedeana

LauraceaeDosel

Época desconocida con menguante para no dañarlo

Se apean los frutos de las ramas del árbol, se trans-portan en jaba y se ponen a madurar en un canasto en la casa.

Se parten y se les extrae la escasa pulpa y se mezcla con sal. Acompaña platillos como arroz, fríjoles y carne.

Beltrán Torres V., Tacacorí, 2004.

19. Xur

Palmito de montaña

Prestoea acumi-nata

Arecaceae

DoselCualquier mes, conmenguante para no dañarlo

Se corta el tronco se le extrae el corazón de la palma y se transporta en jaba.

Se hace picadillo con el cora-zón, se hierve, se revuelve con huevo, cebolla, chile dulce, sal y comino.

Ulises Alfaro, Alajuela, 2005.

20. Tucuico

HuesilloArdisia guianensis

MyrsinaceaeDosel

Época desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolecta el fruto madu-ro (color negro) de las ramas del árbol o del suelo en el bosque.

Se consume fresco el fruto pues tiene sabor dulce.

Luis Poveda, Alajuela, 2005.

21. Poró

Poró criollo

Erythrina berte-roana

Fabaceae-Papilionoideae

DoselMarzo, con men-guante para no dañarlo

Se cortan las flores tiernas.Se hierven en agua y sal. Se fríen revueltas con huevos, sal, comino y cebolla.

Johnny Alpízar, Jaris de Mora, 2005.

22. No regis-trado

Madero negro

Gliricidia sepium

Fabaceae-Papilionoideae

DoselMarzo, conmenguante para no dañarlo

Se cortan las flores tiernas.Se hierven en agua y sal. Se fríen revueltas con huevos, sal, comino y cebolla.

Johnny Alpízar, Jaris de Mora, 2005.

23. Ticua

Yuca ama-rilla

Manihot esculenta

EuphorbiaceaeSotobosque

Cualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se cortan las hojas tiernas o chases.

Se hace picadillo con las hojas tiernas o chases y se fríen revueltas con huevo o carne molida, condimentos y sal.

Beltrán Torres V., Tacacorí, 2004.

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24. Pisgurí

Hongo rojo u orejas

En vías de identi-ficación científica por el Herbario Juvenal Valerio

SotobosqueEstación lluviosa, con menguante para no dañarlo

Se recolectan los hongos pegados a los troncos podridos.

Se cocinan soasados en las brasas, envueltos en hojas de bijagua (Calatea sp.) y revueltos con cebolla, comino y sal.

Inocenta Quirós, San Gerardo de Parrita, citada por Miguel Quesada (1996: 195).

25. Jutrús

Hongo sombrilla

En vías de identi-ficación científica por el Herbario Juvenal Valerio

SotobosqueEstación lluviosa, con menguante para no dañarlo

Se recolectan los hongos pegados a los troncos de itabo.

Se cocinan soasados en las brasas, envueltos en hojas de bijagua (Calatea sp.) y revueltos con cebolla, comino y sal.

Jerónima Hernández, Quitirrisí, 2005.

26. Sasarbe o asiarbe

Chile picante largo

Capsicum annum.

SolanaceaeSotobosque

Cualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se recolecta el chile de color rojizo.

Se usa para acompañar comi-das o para hacer chileros con vinagre, cebolla y chile dulce.

Marta Pérez, Quitirrisí, 2005.

27. Cososao pusó

Flor de ayote

Curcubita mos-chata

Cucrbitaceae

SotobosqueJunio-julio, con luna menguante para no dañarlo

Se recolectan las flores amarillas de los bejucos de ayote.

Se cocinan en el caldo de los fríjoles. Se prepara en sopa con verduras u olla de carne.

Marta Pérez, Quitirrisí, 2005.

28. Corosa

Palma realAttalea butiracea

ArecaceaeDosel

Cualquier mes, conmenguante para no dañarlo

Se corta el racimo y reco-lecta la semilla.

Se tuesta al fuego la semilla hasta que suelte el aceite. Se utilizó en el pasado como aceite para cocinar. El nombre puede derivar de la semilla que se asemeja al camaroncillo o muli-lla, llamado en lengua güetar corrosa.

Luis Poveda, Alajuela, 2004.

29. Bocacayá Granadilla

Pasiflora membra-nacea

Pasiflorácea

Dosel

Cualquier mes, con lunamenguante para no dañarlo

Se recolecta el fruto madu-ro (morado) de las enreda-deras en el bosque

Se consume fresca su pulpa o se usa para hacer frescos con agua y azúcar.

Inocenta Quirós, San Gerardo Parrita, citada por Miguel Quesada (1996).

30. Chascú

Fríjol de palo

Cajanus bicolor

Fabaceae-Papilionoideae

SotobosqueÉpoca desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolecta la vaina, se seca al sol y se aporrea para obtener las semillitas.

Se prepara hervido con agua, carne de cerdo y sal.

Vitorino Hernández, Zapatón, 2005.

31. Chases

Hojas tiernas de fríjol

Phaseolus vulgaris

Fabaceae-Papilionoideae

Sotobosque Julio y diciembre, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolectan las hojas tiernas de la enredadera y guías.

Se fríen en picadillo con huevo, sal, cebolla y chile dulce.

Miguel Quesada (1996: 189).

32. Cuímbara

CuayoteGonolobus edulis

AsclepiadaceaDosel

Octubre, con men-guante para no dañarlo

Se recolecta el fruto carno-so verde que tiene forma ovalada y acanalada.

Se come el fruto asado en las brasas envueltos en hojas de cara o bijagua.

Miguel Quesada (1996: 188).

33. Cupí

Fríjol rabisa

Phaseolus sp,

Fabaceae-Papilionoideae

SotobosqueJulio y diciembre, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolecta la vaina, se seca al sol y se aporrea para obtener las semillitas.

Se prepara hervido con agua, cebolla, chile dulce, ajo y sal.

Miguel Quesada (1996: 188).

34. Cuchubao

Granadilla o estococa

Pasiflora edulis

PasifloráceaDosel

Cualquier mes, con luna menguante para no dañarlo

Se recolecta el fruto madu-ro (morado) de las enreda-deras en el bosque.

Se consume fresca su pulpa o se usa para hacer frescos con agua y azúcar.

Inocenta Quirós, San Gerardo Parrita, citada por Miguel Quesada(1996).

35. Cuba

Fríjol tierno

Phaseolus coccinusPhaseolus polyanthus

Fabaceae-Papilionoideae

DoselDiciembre, con luna menguante para no dañarlo

Se recolecta la vaina se descascaran el primero.El segundo se saca del suelo la vaina, se descas-cara.

Se consumen tiernos cocinados con agua, carne de cerdo, cebo-lla, culantro, chile dulce y ajos.

Luis Poveda, Alajuela, 2004.

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36. Tusiro

Cacao de monte

Herrania purpurea

EsterculiaceaeDosel

Octubre, con men-guante para no dañarlo

Se recolecta el fruto se quiebra se le extrae la semilla, se seca y se muele en metate.

Se hace bebida de tipo ritual.Luis Poveda, Alajuela, 2004.

37. Chases

OrtigaUrera baccifera

UrticaceaeDosel

Época desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolectan los frutillos alargados del arbusto en tacotales o las hojas tier-nas.

Los frutillos maduros son comestibles revueltos en caldo de fríjoles y las hojas tiernas se usan como espinacas.

Luis Poveda (2000: 506)Marta Pérez, Quitirrisí, 2005.

38. Ococa

Granadilla de culebra

Passiflora adenopoda

Pasiflorácea

DoselÉpoca desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolectan los frutos de la enredadera en el bos-que.

Se come la carnosidad del fruto interna o se prepara refrescos con su contenido.

Luis Poveda (2000: 497).

39. Utá

Chanchillo

Cyclanthera explodens Cucurvitaceae

DoselCualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se recolectan las hojas tiernas y guías de los ban-cos de arena cerca de los ríos.

Se preparan en sopa con otras verduras como ñampí, tiquis-que, sal y condimentos.

Tomás Rojas, Bajo La Palma, 1997.

40.Pacá

Palmilla tococa

Carludovica palmata

Cyclantacea

SotobosqueNoviembre, con luna menguante para no dañarlo

Se corta la mazorquilla o tococa tierna en la base de las hojas y se transporta en jaba.

Se pican las mazorcas, se coci-nan en agua y sal y luego se fríen con cebolla, huevos, chile dulce y comino.

Jerónima Hernández, Quitirrisí, 2005.

41. No regis-trada

Nance

Byrsonima crassifolia

Malpighiaceae

DoselJulio, con menguan-te para no dañarlo

Se recoge el fruto maduro amarillo al caer al suelo del bosque.

Se maja el fruto para extraer la semilla dura, la pulpa se muele en máquina de moler junto al maíz. La masa obtenida se aliña con queso en polvo y se hacen tortillas.

Cenobia Retana, Polca de Puriscal, citada por Miguel Quesada (1996).

42. Cará

Bijagua Calathea lutea

MarantaceaeSotobosque

Cualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se cortan las hojas.

Se emplean para cocinar asado en las brasas comestibles o para envolver carne de monte o frutos.

Marta Pérez, Quitirisí, 2005.

43. Jobo

Jocote de danta

Spondias bombin

AnacardiaceaeDosel

Julio, con menguan-te para no dañarlo

Se recolecta el frutillo ama-rillo del suelo del bosque al pie del árbol.

Se consume fresco o en bebi-das.

Beltrán Torres V., Tacacorí, 2005.

44. Cucutrá o tucuso

Cola de gallo

Asplundia utilis

CiclantaceaeDosel

Época desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se corta la mazorquilla tierna o fruto en la base de las hojas de la planta pegada a los troncos de los árboles y se transporta en jaba.

Se pican las mazorcas, se coci-nan en agua y sal y luego se fríen con cebolla, huevos, chile dulce y comino.

Luis Poveda, Alajuela, 2005.

45. Cocoró

ChayotilloSechium edule

CucurbitaceaeDosel

Octubre, con men-guante para no dañarlo

Se recolecta de los bejucos enredados en los bosques los retoños o chases o los frutos tiernos o sazones.

Los retoños se comen en sopa junto a los frutos tiernos. El fruto sazón se consume en la olla de carne: platillo campesino vallecentraleño por excelencia.

Beltrán Torres V., Tacacorí, 2004.

46. No registrada

Espavé

Anacardium excelsun

Anacardeacea

DoselEnero-febrero, con menguante para no dañarlo

Se recolecta el frutillo o gusanito del suelo del bos-que al pie del árbol.

Se consume el fruto dulce fres-co.

Beltrán Torres V., Tacacorí, 2004.

47. No registrada

Caifa o caigua

Cyclanthera pedata

Cucurbitaceae

DoselÉpoca desconocida con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolecta el fruto sazón.Se le saca la pulpa al fruto y se rellena con carne molida y se cuece en agua y sal.

Luis Poveda, Alajuela, 2005.

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48. Guarrazú Pacaya

Cyclanthera pedata

Aracaceae

SotobosqueCualquier mes, conmenguante para no dañarlo

Se corta el racimo de semi-llas de la palma.Se corta la palma se le extrae el corazón y se transporta en jabas.

El racimo de semillitas verdes de la palma se asa en las brasas del fogón y se comen. Se hace picadillo con el corazón, se hier-ve, se revuelve con huevo, cebo-lla, chile dulce, sal y comino.

Marta Pérez, Quitirrisi, 2005.

49.Jucó

Capulín negro

Trema micrantha

UlmaceaDosel

Abril, conmenguante para no dañarlo

Se recolecta las frutillas rojas de las ramas del árbol o en el suelo del bosque.

Se comen frescas y tienen un sabor dulcito.

Luis Poveda, Alajuela, 2005.

50. Güísaro o güísara

GuayabilloPsidium guineese

MirtaceaeDosel

Cualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se recolecta del árbol.Se come fresco a pesar de su sabor ácido.

Beltrán Torres V., Tacacorí, 2004.

51. Tiquisque TiquisqueXanthosoma sp.

AraceaeSotobosque

Cualquier mes, con menguante para no dañarlo

Las hojas tiernas se reco-lectan o los tubérculos del suelo.

Las hojas tiernas se comen en picadillo con huevo, cebolla y chile dulce. La raíz se come en sopa u olla de carne. También se fabrica chicha con sus raíces cocinadas y puestas a fermen-tar.

Marta Pérez, Quitirrisí, 2004.

52. Carró

Trompillo

Cocoloba acapu-lensis

Poligonacea

DoselÉpoca desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se recolectan los frutos maduros del suelo o ramas del árbol.

Se hace una deliciosa bebida con agua y azúcar o se consume fresco el fruto.

Luis Poveda, Alajuela, 2005.

53. Caqué

Dioscorea convol-vulacea

Dioscoreaceae

DoselCualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se extraen los tubérculos del suelo.

Se cocinan en sopa con otras verduras (en Turrialba).

Luis Poveda, Alajuela, 2005.

54. Jujuca

PlatanillaHeliconia sp.

HeliconiaceaeSotobosque

Cualquier mes, conmenguante para no dañarlo

Se corta la planta y se le extrae el corazón de las hojitas.

Se come como un palmito crudo en ensalada o frito con huevos.

Marta Pérez, Quitirrisí, 2005.

55. Curraré

PlátanoMusa acuminata

MusaseaeIntermedio

Cualquier mes, con menguante para no dañarlo

Se corta el fruto verde.Se consume el fruto verde o maduro cocinado en sopa o frito.

Luz Solórzano, Aalajuela, 2005.

56. No registrada

Banano chiricano

Musa acuminata

MusaseaeIntermedio

Cualquier mes con menguante para no dañarlo

Se corta el racimo de fruto verde.

Se cocina con agua y sal para acompañar la carne de cerdo frita o pescado.

Marta Pérez, Quitirrisí, 2005.

57. Calugo

MastatePoulsenia armata

MoraceaeSotobosque

Cualquier mes, con luna creciente para no dañarlo

Se corta el tronco o corteza con machete y se le extrae la sabia blanca.

Se toma la sabia como bebida. Es muy nutritiva y se parece a la leche.

Luis Poveda, Alajuela, 2005.

58. No registrada

Piñuela de tigre

Bromelia pinguin

BromeliaceaeSotobosque

Época desconocida, con luna menguan-te para no dañarlo

Se cortan las flores tiernas o pichusas.

Se hacen en picadillo, se hierven en agua y se revuelven con huevo, cebolla, chile dulce, ajos y sal. Se hace chicha con los frutos maduros hervidos y fer-mentados con agua y dulce.

Vitorino Hernández, Zapatón, 2005.

Héber Pérez, Chirripó, 2005

59. Cas

Cas

Psidium friedrichs-thalianum

Mirtaceae

DoselOctubre, con men-guante para no dañarlo

Se recoge la fruta madura.Se hacen frescos con agua y azúcar.

Marta Pérez, Quitirrisí, 2004.

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60. Tacáo porora otorora

Tacaco de montaña

Sechium pittieri

Cucurbitaceae Dosel

Septiembre, con lu-na menguante para no dañarlo

Se recogen los frutos tier-nos.

Se cocinan en sopa los reto-ños con otras verduras como la olla de carne. Algunos frutos son comestibles aunque tienen un sabor más amargo que el Sechium tacaco.

Cancho Pérez, Quitirrisí de Mora, 2005.

61. Tará

Culantro de coyote

Foetidun eringium

Apiaceaesotobosque

En estación lluvio-sa, con menguante para no dañarlo

Se cortan las hojas tiernas de las plantitas.

Se utiliza como una especia para adobar fríjoles, sopas o carnes.

Marta Pérez, Quitirrisí, 2004.

62. Noregistrado

ZapotePouteria viridis

SapotaceaeDosel

Agosto, conluna menguante pa-ra no dañarlo

Se recolecta el fruto sazón cuando cae del árbol o se corta de las ramas y se pone a madurar en un canasto cubierto.

Se come la fruta fresca. Del embrión de la semilla se prepa-ra una miel agradable.

Vitorino Hernández, Zapatón, 2005.

63. Kioro

No regis-trado

En vías de identi-ficación científica por el Herbario Juvenal Valerio

DoselCualquier mes, conluna menguante pa-ra no dañarlo

Se colectan las hojas tier-nas o chases del arbusto en el bosque. El arbusto tiene flores de color mora-do.

Se hacen en picadillo las hojas tiernas revueltas con cebolla, chile dulce y huevos . Se puede mezclar con carne molida.

Ruben Mena, Quitirrisí, 2005.

64. Agrá

Bejuco de agua

Vitis tiliifolia

VitaceaeDosel

Abril-mayo, con lu-na menguante para no dañarlo

Se cortan los racimitos de uvitas cuando están madu-ras del bejuco. Éste tiende por el dosel del bosque. Se corta un trozo de 50 cm de largo del tronco del bejuco para beber agua cuando no hay quebradas en la montaña.

Las uvitas majadas hasta extraerles el jugo ácido-dulce se utilizan para fabricar un delicio-so refresco con agua y azúcar como edulcorante.

Ruben Mena, Quitirrisí, 2005.

65. Noregistrado

AnonaAnnona cherimola

AnonaceaeDosel

Mayo, con men-guante para no dañarlo

Se cortan los frutos sazo-nes de las ramas del árbol.

Se pone a madurar el fruto en un canasto tapado y se come fresco. Tiene un sabor dulce.

Beltrán Torres, Tacacorí de Alajuela, 2005.

66. Noregistrado

Guaba

Inga edulis Fabaceae-Papilionoideae

DoselJulio, con luna men-guante para no dañarlo

Se cortan los frutos madu-ros del árbol.

Se abre la vaina y se come la carnosidad dulce que cubre las semillas

Beltrán Torres, Tacacorí de Alajuela.

Referencias bibliográficas

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It’s examined the relationship between, on one side, four emergent processes of development – organized ecological farmers in Costa Rica, Kuna indigens in Panama, Roots Program in Brazil and Equatorian Indigen Movement – and, on the other side, the sustainability of life and of cultures, all of these related with the irruption of a farming that recovers ancestral knowledge and respects the ecological limits of the productive systems: this is the agriculture for life, which is briefly characterized. A common tendency is identified for those four groups: generation of formative and informative processes focused on their problematic which lead to their empowerment and incidence in the economic, politic and sociocultural contexts in which they are immersed.

ÍNDIGENAS Y CAMPESINOS AMERICANOS HACIENDO

“AGRICULTURA PARA LA VIDA”por DEBORAH LEAL Y ÓSCAR BONILLA

Se examina la relación entre, por un lado, cuatro procesos emergentes de desarrollo -agricultores ecológicos organi-zados en Costa Rica, indios kuna en Panamá, Programa Raízes en Brasil y Movimiento Indígena Ecuatoriano- y, por otro lado, la sostenibilidad de la vida y de las culturas, rela-cionando todo ello con la irrupción de una agricultura que rescata los conocimientos ancestrales y respeta los límites ecológicos de los sistemas productivos: ésa es la agricultu-ra para la vida, la cual es caracterizada someramente. Se identifica una tendencia común a aquellos cuatro grupos: generación de procesos formativos e informativos enfo-cados en su problemática que conducen a su empodera-miento e incidencia en los contextos económico, político y sociocultural en que se encuentran inmersos.

R E S U M E N

Deborah Leal es médica veterinaria y especialista en agro-forestería ([email protected]) y Óscar Bonilla es director del Observatorio de las Culturas y las Artes de Ecuador ([email protected]).

E xiste un abismo entre el para qué y el cómo se ha hecho agricultura antes y después de las revoluciones tecnológicas. La agricultura

como conjunto de técnicas de manejo de los recur-sos ligados a la tierra nació de la comprensión de la complejidad de las relaciones entre organismos en los diversos ambientes y sistemas adaptativos (con-junto de prácticas para la supervivencia biológica y ecológica) de las culturas, cuando mujeres, hombres, ancianos y niños se relacionaban estrechamente con-sigo y con la tierra, al punto de considerarla un ente sagrado con quien todos estaban dialógicamente vin-culados: Pachamama (Madre Tierra). A ella se pedía y se agradecía, con ella se trabajaba, se cosechaba y se construía la perdurabilidad de la vida.

En América Latina, después de la conquista euro-pea, se establecieron las encomiendas y otras explo-taciones agrícolas que no llegaron a suprimir total-mente las relaciones ancestrales de las comunidades con Pachamama, incluso si éstas producían alimentos según los gustos de los conquistadores. La fortaleza de las culturas indígenas, independientemente inclu-so del cataclísmico impacto de la derrota, permitió la subsistencia de las tecnologías agrícolas que han perdurado hasta hoy, sobreviviendo a la violencia de los más diversos regímenes de dominación. Desde ese tiempo la agricultura latinoamericana fue realizada en espacios interculturales, en que los conocimientos ancestrales se fusionaban con conocimientos y prefe-rencias de la época.

De la agricultura de subsistencia y de los mercados ejidales a la estructuración de un mercado agroex-portador en el siglo XIX, las variedades agrícolas, su manejo y los volúmenes de producción no sufrieron cambios o especializaciones radicales, por esto no representaban riesgos para los límites ecológicos de

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Pachamama. Fue hasta la producción del nitró-geno químico que los límites productivos fueron incrementados radicalmente, iniciándose así la Revolución Verde que, trascendiendo la obser-vación de su cara tecnológica, debe ser com-prendida como una estrategia de multiplicación del capital.

En la Revolución Verde, propuesta como la expresión más avanzada del desarrollo tecnoló-gico occidental dominante, la tierra pasó a ser vista como agregados de minerales, con caracterís-ticas más o menos aptas a los caprichos humanos. Desde entonces la bio-diversidad fue sustituida por variedades comercia-les intrusas en la ecología de los sistemas. El último golpe, la Revolución del Gen, como cara biotecno-lógica de la globalización neoliberal, puede alterar estas relaciones radical-mente y posicionar a la humanidad como subor-dinante de la naturaleza, dando cabida a la pre-gunta: ¿En el contexto de la sostenibilidad de la vida será esto posible? (Amazonía Sin Mitos 1992, Budowski 1992, Bush y Sachs 1981, Cardenal 1992, Ibarra 1999, Karakras 1990, Milla 1983, Radulovich y Karremans 1993, Ribeiro 1951, 1970 y 1995, Samaniego y Lok 1998, Watchel 1971).

En medio de los procesos globales del último siglo, a las oligarquías nacionales no les interesó la agricultura apta a la ecología y economía lati-noamericanas, sino que sus inversiones fueran rentables. La calidad y cantidad de alimentos nunca importó -pues las inversiones se realizan sobre las ganancias por venta de agroquímicos y otras facilidades. Esto condenó a los pequeños

agricultores1 a un ciclo kamikase de producción en que se gasta más de lo que se puede y, como la competencia no es perfecta, agricultores gran-des y pequeños cayeron en el mercado común que, como un ente tan superior como incierto, compraría el producto más barato (Budowski 1992, Calderón y Laserna 1989, Camacho 1990, Cardenal 1992, Castro 1990, Jiménez 2004, Leal 2004, Segura 1992).

Hoy, las culturas latinoamericanas están afec-tadas y su capacidad de reaccionar está ligada a la calidad de sus relacio-nes con el ambiente y a las estrategias desarrolla-das en la conciencia del riesgo. En Costa Rica, los agricultores asociados a Cedeco (Corporación para el Desarrollo Cos-tarricense) iniciaron su reconversión productiva, en fincas orgánicas inte-grales, volviendo a sus raíces campesinas (Jimé-nez 2003 y 2004). El Pro-grama Raízes, del gobier-no del Estado de Pará en Brasil, empodera a los quilombolas (remanentes de esclavos prófugos de las haciendas) e indígenas

marginados en la sociedad local a partir de sus relaciones con la tierra (Programa Raízes 2002, Souza de Araújo y Silva Julião, 2002 y Funes, 1995). La resistencia kuna (del pueblo de kuna yala: en archipiélago y zona continental sureste de Panamá) es posible por la permanencia de sus prácticas agrícolas tradicionales (Kantule 2003, y Herrera et al. 2000) (los kunas venden su mano de obra en Panamá pero lo que perciben por ello no lo usan principalmente en compra de comida; en las islas comen productos del mar y de sus sis-temas agroforestales y compran principalmente granos, azúcar, galletas y algunos abarrotes). En

1 Según nuestra experiencia esto tiende a ocurrir con campesinos -no indígenas- con posibilidades de acceder a la banca financiera. En Costa Rica este fenómeno fue masivo a partir de los sesenta, se intensificó en los setenta y ochenta y declinó por los cambios provocados por los ajustes estructurales. En la actualidad, las formas de agricultura que derivaron de este fenómeno en las dos últimas décadas tienden a ser reproducidas en otros países centroamericanos, aunque de forma más débil y con recursos económicos más limitados. La oposición de la tecnología agrícola de la Revolución Verde con la realidad latinoamericana es un problema de la imposibilidad de tener éxito con el uso de conocimientos foráneos sin adaptarlos; observando la sostenibilidad ecológica, cultural y económica en el marco de la realidad local, nuestra conclusión es que a la Revolución Verde nunca le interesó realmente el éxito de la agricultura (Leal 2004).

Mujeres qichwa de Cotopaxi negociando gallinas en Ambato, Ecuador. D. Leal

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Ecuador, el movimiento indígena apuesta a la formación académica intercultural (énfasis en la agricultura, la salud y el manejo de los recursos naturales) para la reconstrucción de sus culturas desde la biodiversidad (Karakras 1990, Conaie 1989).

Estos procesos nacen con el reposicionamien-to de los grupos desde sus identidades y con la emergencia de espacios interculturales que favo-recen la reconstrucción de una agricultura para la vida y el buen vivir (concepto creado por el movimiento indígena ecuatoriano que se contra-pone al concepto occidental de desarrollo). Los procesos se basan en una cultura de información que conforma masas críticas que se empoderan e inciden en sus contextos. Se discute la sos-tenibilidad de estas propuestas emancipatorias, desde la confrontación de culturas y a partir de su localidad.

Agricultura para la vida emerge de confrontación de culturas

Los nuevos mundos pensados desde las nece-sidades y posibilidades de los grupos constru-yen e incorporan los conceptos surgidos del sentir colectivo, en relaciones que buscan ser recíprocas, correspondientes, complementarias y proporcionales y consideran el humano nece-sitado (Hinkelammert 2003). Este enfoque se contrapone a la sociedad del “Yo” (desde el iluminismo el ser humano pasó a ser visto como individualidad), en que eficiencia, tecnología y mercado demarcan el desarrollo, sin considerar las voluntades complejas de sus colectividades.

La familia es la base de la supervivencia de los pueblos y lo que importa es el buen vivir y no el desarrollo ad eternum, que es impuesto desde los intereses dominantes. El buen vivir tiene un comportamiento elíptico en que los ciclos de abundancia se repiten en estadios cada vez más complejos -sin que cambien infinitamente las condiciones materiales de la vida, comprendidas éstas como el poder de consumo-, y considera la organicidad de las relaciones humanas como el eje fundamental de la sostenibilidad. Según Viteri (2004), intelectual indígena qichwa del pueblo sarayacu, en la Amazonía ecuatoriana, “[e]n la cosmovisión de las sociedades indíge-nas, en la comprensión del sentido que tiene y debe tener la vida de las personas no existe el concepto de desarrollo. Es decir, no existe la

concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un estado anterior o posterior, a saber, de subdesarrollo y desarrollo; dicotomía por la que deben transitar las personas para la conse-cución de bienestar, como ocurre en el mundo occidental”.

Esta contraposición de visiones nos remite a la confrontación histórica entre culturas domi-nantes y dominadas y desde allí a la redefinición de etnia e identidad, como un punto inicial del empoderamiento de los grupos en la construc-ción y orientación de sus procesos intercultura-les. No puede existir una única interculturalidad si la etnia se redefine más allá de las fronteras de la herencia genética y pasa a ser concebida como un conjunto de posicionamientos, establecidos desde una ontología mucho más relacionada a la imagen proyectada por el individuo (Mires 1991). La situación actual de los pueblos lati-noamericanos también es la condensación de la historia de sus conflictos, desde las encomiendas que reclutaron a los indígenas para el sistema agroproductivo colonial, hasta las formas de exclusión y exterminio contemporáneas (Alva-renga 1986, 1987 y 1995, Bolaños 1992, Ibarra 1999, Jones 1988, Leal 2004, Meléndez 1975, Molina 1986, Quirós 1993, Salas 1985).

Los agricultores costarricenses de hoy son híbridos del pasado de encomiendas, de la incursión del país como nación agroexportado-ra, de los sueños de riquezas de la agricultura tecnificada y del rescate de los conocimientos interculturales tradicionales, ahora presentes en sus sistemas adaptativos que, fusionados con otras tecnologías (tradicionales e institucionales foráneas), permiten la reconversión productiva de sus fincas (Jiménez 2004).

La historia de subordinación de los kunas cambió radicalmente después de la Revolución Kuna de 1925, cuando Nele Kantule ayuda-do por otros neles (hombres de conocimiento, chamanes) despojó de las armas a 18 cuarteles panameños, demostrando que los kunas ya no se doblegarían a los abusos de la sociedad nacional, dejando entonces éstos de ser vistos como cuer-pos y almas pasibles de esclavización y pasaron a ser relativamente respetados por la sociedad panameña. Los kunas, desde los tiempos pre coloniales han huido de los combates corporales. Hoy apuestan al diálogo como arma de supervi-vencia y mantienen sus sistemas agroforestales

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tradicionales como base material de su resis-tencia y eje central de su proceso intercultural (Herrera et al. 2000, Kantule 2003).

En la Amazonía brasileña el Programa Raízes ha empezado a revertir el exterminio impuesto por la burbuja circunstancial (supuesto aisla-miento físico arbitrariamente creado para defen-der a las culturas indígenas y “monitorear” su integración a la sociedad nacional) manejada por la Funai (Fundación Nacional de Indio), puesto que la compulsión ecológica2 sigue a pasos firmes y los caciques (jefes de clanes y tribus indígenas) continúan canjeando baratijas por autorizaciones para la exploración maderera y minera en sus territorios. A ello se añade el impac-to de los “proyectos de desarrollo”, del gobierno y de la iniciativa privada, y la tendencia a la homo-geneización cultural que lleva al indio tribal a la condición de indio genéri-co, aunque nunca a la de brasileño promedio (del indio tribal al indio gené-rico se llegaría a indios sin rasgos culturales específi-cos de una cultura, el bra-sileño promedio sería el individuo con habilidades para ingresar en la socie-dad nacional que emer-gía [Darcy Ribeiro 1970]) (Ribeiro 1951, 1970 y 1995, Pires 1999).

Al mismo tiempo, las comunidades qui-lombolas, con base en la reconstrucción de sus etnias e identidades y la agregación de valor a sus productos agroforestales, empiezan a empo-derarse y a edificar su propio movimiento polí-tico en la Amazonía brasileña (Acevedo 2003, Funes 1995, Programa Raízes 2002).

En Ecuador, los indígenas de la sierra adapta-ron sus sistemas de supervivencia a la esclavitud establecida en las mitas, encomiendas y obrajes

(formas de explotación colonial de los terrenos y mano de obra de los indígenas de la sierra ecuatoriana), mientras que los pueblos ama-zónicos confrontaron a las elites a partir de la exploración petrolera en los años setenta. Hoy, los indígenas ecuatorianos3 se debaten entre la cotidianidad de la lucha política y la recons-trucción de sus culturas en procesos educativos emancipadores en los ambientes rurales de esta nación (Amazonía Sin Mitos 1992, ICCI 2003, Karakras 1980).

Las luchas de los grupos deben ser vistas desde la emergencia de espacios y procesos inter-

culturales que surgen en medio del caorden (orden en el caos) de la comple-jidad de sus culturas y de las circunstancias bióti-cas, ecológicas, políticas y económicas, en contextos locales que de ninguna forma pretenden conver-ger en la construcción de realidades perfectas, donde la interculturali-dad sería el producto del encuentro idílico entre culturas y una expresión más del evolucionismo necesario (las confronta-ciones tampoco presupo-nen el encuentro idílico entre grupos estáticos y diametralmente contra-puestos, pues los actores

pueden ubicarse en diferen-tes bandos de acuerdo a las circunstancias) (Hinkelammert y Mora 2001).

Los grupos reconstruyen su futuro Cedeco emergió como una oenegé para el

desarrollo campesino pero rebasó los límites de la ruralidad hacia la confrontación con la economía y la política nacional y regional. Sus acciones inicialmente enfocaron la reconver-sión productiva (en aspectos biológicos, eco-lógicos, socioculturales y económicos) de las

2 Disputas entre poblaciones por recursos diferentes de un mismo territorio, que culminan con el exterminio intencional de los indígenas o la transformación de su hábitat de una forma tan drástica que hace inoperante su antiguo sistema adaptativo (Darcy Ribeiro 1970). 3 Hay una jerarquía institucional encabezada por la Conaie (Confederación de las Nacionalidades Indígenas de Ecuador), compuesta de federacio-nes y asociaciones de los pueblos y nacionalidades indígenas.

Anciana kayapo rayando yuca para fiesta de cosecha, Pará, Amazonia. D. Leal

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fincas con resultados productivos y ecológicos positivos, que no concluyeron con la venta de los productos. Esto determinó el nacimiento de un actor social campesino que se asocia y crea su resistencia en la formación de un mercado de consumidores alternativos. Este movimiento hoy se proyecta como modelo para los otros países centroamericanos y encuentra interlocu-ción en el Maela (Movimiento Agroecológico Latinoamericano), que lucha por el desarrollo de mercados justos latinoamericanos y transo-ceánicos. Los grupos han construido su postura a la luz de la agudización de sus tensiones con el gobierno nacional que anunciaban la imposi-bilidad de su sobreviven-cia (Alfaro 2000, Auna et al. 2002, Jiménez 2003 y 2004) (véase cuadro 1).

La sostenibilidad de la vida y de la resistencia kuna se basa en las habi-lidades de negociación de un Congreso General y de los congresos comunales compuestos por los saylas (sabios kunas) y el pue-blo. La cotidianidad kuna se erige sobre una estruc-tura clánica matriarcal que cruza todos los ejes de un sistema de vida en que es fundamental una identidad concebida como intercultural, pero que ha sido a la vez construida desde su autorreconoci-miento como etnia. Las estrategias de supervivencia incluyen la agri-cultura migratoria para la producción de granos y tubérculos, la producción del coco para la venta (venden su variedad ancestral de coco san blas directamente a las ciudades de Panamá y a barcos colombianos), el manejo de sistemas agroforestales multiestrato para la subsistencia, la pesca cerca de las islas y en mar abierto (ven-den pulpo, cangrejo, langosta y calamar directa-mente a compradores japoneses; cada tarde pasa un avión camaronero comprando mariscos en Ustupu), la confección de artesanías y el trabajo en Panamá (Herrera et al. 2000, Kantule 2003).

En Ecuador, las formas contemporáneas de la resistencia indígena surgieron junto a la forma-ción originaria de sus intelectuales, desde cinco vectores: (1) la influencia y asistencia de inte-lectuales de tendencia marxista en los sesenta (en luchas de carácter campesino-gremial), (2) los programas de educación bilingüe a partir de los setenta, (3) las misiones religiosas y sus pro-cesos de investigación y recuperación lingüística (como los salesianos y el Instituto Lingüístico de Verano en los sesenta, principalmente), (4) la autoinserción en universidades nacionales y (5) los proyectos de desarrollo con componentes de autosustentabilidad a partir de los setenta.

Estos procesos generaron los cuadros políticos y técnicos del movimien-to indígena ecuatoriano que apuntalan hoy sus procesos de reconstruc-ción cultural, a través de proyectos de educación intercultural de nivel universitario, entre otros. La Unidae (Universidad de las Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana, en Puyo y con acciones en las comu-nidades amazónicas) es uno de estos proyectos y tiene casi una década de actividades en que egresa estudiantes que pasan a ocupar diferentes cargos en el gobierno nacional,

los gobiernos locales y en las federaciones y aso-ciaciones indígenas4.

Los casos descritos muestran rutas similares que se resumen en la tendencia a generar pro-cesos informativo-formativos, que crean actores sociales conformando masas críticas empodera-das de su realidad, e incidiendo en escenarios interculturales preestablecidos. La ruta citada debe ser considerada opuesta a la clásica trans-misión de verdades desde una supuesta cultura universal, en la que la translocalidad de los conocimientos es de una única vía -del mundo desarrollado al subdesarrolado (véase figura 1).

4 La carrera es de cuatro años, en modalidad semipresencial: módulos presenciales y postpresenciales. Los módulos presenciales son de ocho días en los cuales reciben clases magistrales, ejecutan diferentes actividades interactivas y elaboran sus investigaciones para los postpresenciales.

Mujer kuna con cangrejos extraídos en su territorio, Panamá. D. Leal

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Carácter de la agricultura para la vidaLas sustanciales contradicciones entre los

conceptos que construyen la agricultura para la vida y los que sustenta la Revolución Verde se observan en la conversión de las fincas campesi-nas en empresas rurales que implantan el uso de tecnologías e insumos externos comerciales, para sistemas de monocultivo, y no contemplan la finca como un complejo productivo y reproduc-tivo, compuesto de subsistemas en los cuales los seres humanos se incluyen. La agricultura para la vida desde su base, entendida como el escenario familiar en que se inserta la agricultura, reivin-dica las fincas campesinas, institucionalmente pensadas como las foic (concepto desarrollado por Cedeco, de Costa Rica) y las proyecta como propuesta de sobrevivencia del agricultor-actor social.

La agricultura de la Revolución Verde se ha sustentado en dos ejes: el mercado –en dife-rentes sentidos- y el desarrollo de tecnologías occidentales, ignorando la realidad intercultural en que debería desarrollarse y las necesidades de las culturas subordinadas. El diálogo con la Pachamama fue suprimido y con él la organi-cidad. Aun más distancia se creó entre la agri-cultura de la Revolución Verde y las culturas, entendiéndose que éstas se desarrollan bajo los mandatos de cosmovisiones que son productos de las vivencias pasadas y presentes, que dan origen y se nutren de las identidades establecidas en los cauces de la etnia o, desde una perspectiva contemporánea, de las sociedades que emergen, renacen, se reconstruyen en las nuevas condicio-nes de la dominación (véase figura 2).

Estos elementos representan el macrocosmos en que se establece la cotidianidad de la vida de las personas, de las familias nucleares y extendi-das (clanes), de las comunidades y de sus con-textos específicos. Las realizaciones concretas de las vidas se manifiestan en el microcosmos. Las colectividades desarrollan sus sistemas adapta-tivos con sus diferentes soluciones tecnológicas que pueden venir del pasado o ser producto de fusiones en el contexto de las necesidades inmediatas y de las posibilidades ofrecidas por los contextos interculturales, en respuesta a deman-das específicas generadas en la localidad y en la singularidad de los contextos.

No proponemos una definición única de agricultura para la vida, pero se puede conside-rar algunas premisas: la agricultura para la vida contempla al ser humano como causa y fin del proceso, su bienestar pasa a ser el eje orientador de los trabajos y no la producción o la eficiencia del mercado. Al considerar al ser humano en el centro del concepto agricultura para la vida, en las visiones societales de las culturas ancestrales, se adentra en las fronteras de la reconstrucción de la etnia, de las identidades y, finalmente, de los procesos organizativos de las comunidades indígenas, mestizas y campesinas; de esta forma se trasciende los límites de las problemáticas de la ruralidad, comprendiéndolas como una complejidad cuyos ejes constitutivos reposan en escenarios económicos y políticos nacionales. Ésta es la apropiación del contexto por parte de los grupos.

Respecto de la técnica, el concepto agricul-tura para la vida muestra en forma evidente la

EmpoderamientoFormación demasa crítica

Incidencia

Información/Formación

Aquí ocurren cambios en lasdimensiones ontológica y

epistemológica

Aquí ocurren cambios en lasdimensiones metodológicas

y axiológicas

Aquí ocurren cambios en lasdimensiones ontológica y

epistemológica

Espacio

intercultu

ral

Cuadro 1. Cara agroecológica de los procesos estudiados.

Cosmovisión

Clan

Tecnologíasoccidentales

Mercado

Comunidad

RevoluciónVerde*

Agriculturapara

la vida**

Producción***

Bienestar humano, de las relaciones y de la naturaleza

Identidad

Etnia

FamiliaContexto

PersonaTecnologíastradicionales

Tecnologíasinterculturales

Espacio intercultural

Figura 1. Educación, masa crítica, empoderamiento e incidencia frente al contexto dominante.

Figura 2. Enfoques de la agricultura según la Revolución Verde y según la agricultura para la vida.

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intención de los procesos emergentes de resta-blecer o hacer visible su diálogo con la naturale-za. Este diálogo se ha mantenido en los sistemas agroforestales kuna, quilombolas e indígenas de Brasil y de Ecuador. En realidad, lo que ha cambiado es el uso textual de este diálogo, como parte de la propuesta de sostenibilidad de su cultura, y esto también es parte de sus estrategias de confrontación con los modelos de desarrollo impuestos, en los cuales se incluye la agricul-tura de la Revolución Verde -hoy vista por los

campesinos latinoamericanos, y por las culturas indígenas que con ella tuvieron contacto, como una “bomba atómica” que el capitalismo lanzó sobre su humanidad. Es por esto que la agri-cultura para la vida se establece también como una bandera de los movimientos campesinos e indígenas -que desde estas formas rescatadas y reivindicadas de respeto y de diálogo con toda la vida, busca encontrar el sentido de la vida de todos (véase cuadro 1).

Proceso Prácticas implementadas Origen Destino

Cedeco Trabaja con las foic que son reconstrucciones de la finca cam-pesina tradicional espontánea que, en muchos casos, ya solo hace parte del imaginario colectivo, aunque los conocimien-tos tradicionales concretos en cultivos criollos permanecieran vigentes. La principal problemática es la aceptación por parte del agricultor de la necesidad de manejar la diversidad. En Costa Rica ha sido difícil para los agricultores reencontrarse con la complejidad.

Se conforma a partir del rescate y reconstrucción de conocimien-tos tradicionales e introducción de tecnologías foráneas e institucionales, que pasan por procesos de adaptación y expe-rimentación campesina.

Los agricultores asociados trabajaron en la construcción de un mercado alternativo de productos ecológicos. Hoy se proyectan internacional-mente en el Maela y en la Cooperativa Sin Fronteras.

Pueblo kuna Viven en islas, cultivan y manejan bosques en el continente y pescan en diferentes profundidades. Todos sus sistemas son ancestrales y realizados con insumos locales. Cultivan el coco en las playas y tienen huertos caseros en las pendientes, donde cultivan musáceas, piña, cacao, cítricos, medicinales y otros; los almácigos son hechos con sus propias semillas. Entre la playa y la pendiente hacen agricultura migratoria en una única época del año; este terreno es utilizado princi-palmente para cultivos de maíz y también de yuca y ñame. Pescan peces pequeños en aguas cercanas y crustáceos y pulpos en alta mar, bucean hasta 25 metros sin carga de oxígeno.

Coincide con el origen mismo de los kunas, cuando hubo confluencia con otros pueblos indígenas que los influenciaron. Su asentamiento en las islas supuestamente fue paulatino, así que la superespecialización de la vida kuna puede estar basada en procesos de crono-logías muy extendidas (más de 1.000 años).

Los kunas consideran haber arribado a su destino, enten-dido este como el buen vivir en sus comunidades. La sus-tentabilidad de la vida kuna se establece sobre la protec-ción de la autonomía de sus sistemas productivos, los que se realizan con base en sus conocimientos ancestrales, el uso de manejos locales bajo los límites de la productivi-dad de la Pachamama.

Programa Raízes Trabaja en cuatro ejes de empoderamiento de los grupos: titulación de tierras, proyectos agroproductivos e infraestruc-tura, capacitación dirigida e incidencia de los grupos. Con los quilombolas buscan potencializar el valor de sus productos agrícolas en la búsqueda de mercados y precios, fortalecen las cooperativas y el desarrollo de identidades individuales y colectivas. Entre los indígenas se diagnostica el proceso y se formula propuestas de manejo de recursos y la sostenibilidad de las comunidades.

Surge del trabajo social, técnico y político del grupo gestor del programa, junto a la asesoría de las diferentes secretarías de gobierno y de consultores espe-cializados para la sistematiza-ción de las prácticas ancestra-les de los grupos quilombolas e indígenas que permiten la reproducción y potencializa-ción de las sostenibilidad de sus vidas.

Empoderar y emancipar a los grupos étnicos de las zonas rurales del Estado de Pará y lograr que resistan económica y ecológicamente a las presiones del entorno dominante.

Movimiento indíge-na ecuatoriano

Desde sus inicios, a finales de los setenta, se ha establecido en escenarios de confrontación con las culturas dominantes en las arenas políticas nacionales, conquistando importantes espacios de representación y de negociación. En la actualidad despliega su proceso de reconstrucción cultural a través de proyectos universitarios interculturales. La Unidae enfoca sus actividades en la formación de estudiantes indígenas amazó-nicos y la sistematización de los saberes de las culturas.

Se inicia como movimiento étnico con las confrontaciones sociales ecuatorianas, operadas en los años setenta, a partir de reivindicaciones culturales como la recuperación de la lengua y posteriormente de la cultura en su sentido integral.

Empoderar y sostener la per-durabilidad de la vida de las comunidades y nacionalida-des indígenas de Ecuador, como parte constitutiva y reconocida por el estado y la sociedad.

Cuadro 1. Cara agroecológica de los procesos estudiados.

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La información que ofrecen los movimien-tos sociales rurales, recuperada en el trabajo de campo por los técnicos y cooperantes para el desarrollo, ha permitido la reivindicación del concepto de agricultura para la vida y su incorporación en los escenarios técnicos y de la academia (universidades y espacios académicos y técnicos, locales y nacionales) -los técnicos revi-san materiales necesarios para la comprensión de sus problemáticas (biología, ecología, antro-pología, historia, geografía y, después, agroeco-logía y ciencias y construcciones académicas especializadas contemporáneas), conocen los alcances de la praxis comunitaria en sus áreas de trabajo y entablan un diálogo con el contex-to que se transforma en revisión de conceptos, desde la academia o desde la técnica. Así se ha constituido el diálogo de saberes entre técnicos y campesinos en la reconversión productiva de las foic en el caso de Cedeco, por ejemplo.

Las acciones en agricultura para la vida, desde la técnica, además de determinar la sobreviven-cia y la resistencia histórica y contemporánea de los pueblos indígenas, también se nutre de estrategias políticas de acción, como en el caso del Programa Raízes, en que diferentes frentes de empoderamiento son librados en apoyo a las comunidades.

ConclusionesEl concepto de agricultura para la vida debe

ser considerado un producto de los movimientos sociales y de las corrientes agroecológicas de las últimas dos décadas, impulsadas por gran parte de la cooperación para el desarrollo, pues valora -desde que las fusiones sean sostenibles frente a la vida como un todo- la recuperación, recons-trucción y adaptación de sus propios saberes a los foráneos.

A partir de los instintos profesionales que se refinaban al confrontar sus problemáticas y los diálogos que incipientemente se establecieron entre las disciplinas y la producción de produc-tos comunes, la amplitud del concepto agricul-tura para la vida se limitaría sin los aportes de cada disciplina (informes técnicos, manuales de campo, artículos…). Desde las metáforas institucionales de la máquina, hasta los arreglos

metafóricos institucionales emergentes5, vemos la agricultura para la vida como un concepto intercultural, interétnico y transdisciplinario, producto del posicionamiento de los que inicial-mente trabajaron la interdisciplinariedad y luego llegaron al abordaje de sus problemáticas desde la complejidad.

Los espacios interculturales nacen como una respuesta necesaria, como resistencia a la homo-genización de una humanidad diversa en cul-turas y recursos. La interculturalidad desafía el paradigma positivista occidental y presencia su caída en medio de la construcción de nuevos mundos, que se levantan desde las necesidades y posibilidades de las culturas y desde la definición de nuevas estrategias basadas en la multiplica-ción de los peces, entendida como la reciproci-dad, la proporcionalidad, la complementariedad y la correspondencia que permiten la vida solida-ria en las comunidades.

Es así que el buen vivir de los pueblos latinoa-mericanos se edifica en la localidad de las cul-turas y en una estrecha relación con la calidad del diálogo con la Pachamama, en que se inserta el manejo sostenible de sus recursos naturales. Desde sus albores, estos espacios constituyen ini-ciativas contrahegemónicas totalmente nuevas en el universo latinoamericano y que, por tener sus propios tiempos, condiciones y recursos, son caóticas y orgánicas y por esto prodigiosas (Paz 1971).

Desde la perspectiva de las ciencias, estas nuevas visiones se basan en un tránsito del reduccionismo hacia el holismo, del objetivismo hacia el contextualismo y también del positivis-mo hacia el constructivismo; finalmente, hacia un abordaje complejo de la realidad, en el que los grupos dejan de concebir el futuro como una proyección perfecta y “utópica” y pasan a construir sus nuevos paradigmas a partir de lo concreto.

Referencias bibliográficas

Acevedo, E. 2003. Itancõa, nosso sitio no Baixo Acará. Programa Raízes. Belém.Alvarenga, P. “Las explotaciones agropecuarias en los albores de la expansión cafetalera”, en Revista de historia 14, 1986.Alvarenga, P. “La composición de la producción agropecuaria en el Valle Central costarricense. Un estudio comparativo de

5 En la metáfora de la máquina no habría diálogo entre sus partes. Entre los arreglos institucionales metafóricos emergentes, postinterdisciplina-riedad, se puede pensar en modelos organizacionales que se aproximan a la física de un coloide: no se ven las partes cuando la mezcla se agita, o sea en el momento de la acción, luego las partes ocupan su espacio original. Las diferentes densidades, son las diferencias entre personas y habilidades.

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The ‘ecological paradigm’ posed by the Austrian physicist Fritjof Capra is summarized and explained. Paradigm which interrelates the perspective of the complex systems of the disciplines that study the life processes with those that study social and cultural action. This perspective, seen as a revision of the mechanistic paradigm and of enlightended reason, is related with the postmodern contestation climate which demands a new instrumental and substantial rationality. Finally, some topics of the ecological paradigm are documented.

CAPRA, CONTESTACIÓN POSMODERNA Y PARADIGMA

ECOLÓGICOpor GERARDO MORALES

Se resume y explica el “paradigma ecológico” planteado por el físico austriaco Fritjof Capra. Paradigma que inte-rrelaciona desde la perspectiva de los sistemas complejos las disciplinas que estudian procesos de la vida con las que estudian la acción social y cultural. Ese enfoque, visto como una revisión del paradigma mecanicista y de la razón iluminada, es relacionado con el clima de contestaciónposmoderna que exige una nueva racionalidad instrumen-tal y sustantiva. Finalmente se documentan algunos tópicos del paradigma ecológico.

R E S U M E N

Gerardo Morales, historiador, es profesor e investigador en la Universidad Nacional.

A o largo de los siglos las luchas de interpre-tación han sido, guardando las distancias, tan definitivas para una sociedad o comuni-

dad intelectual, como las guerras mismas. Creo que ésta es una de las razones por las cuales la figura del intérprete ha sido tan importante en las sociedades y culturas como la figura del autor y la del legislador.

En la actualidad, el tema del significado de las palabras o su correcta interpretación es extraordi-nariamente sensible. Establecer con claridad lo que significa una palabra, un concepto o una categoría va más allá, por supuesto, de un acto académico. Es un acto político, un acto comprometido con un interés, con una visión del mundo en particular. Lo vemos, por ejemplo, en el significado que tienen hoy en día categorías como sociedad moderna y sociedad capi-talista. Una y otra movilizan, dentro de los lenguajes disciplinarios y políticos, una cantidad insospechada de supuestos, implícitos y explícitos.

En el caso de la primera de ellas se trata, según algunos intérpretes, de una categoría genérica, des-criptiva, casi aséptica en cuanto no conlleva, en apa-riencia, ningún juicio de valor, ninguna evaluación crítica. Enuncia, tan solo, el carácter de una sociedad, independientemente de otras consideraciones. En el caso de la segunda sucede lo contrario. Se asume como una categoría derivada de una teoría alternati-va, que no solo describe un tipo de sociedad sino que enjuicia y cuestiona su naturaleza. En este sentido moviliza juicios de valor y un modelo político de crítica social. Lo mismo podríamos señalar de otras nociones. Así, pues, la interpretación correcta, legíti-ma, ocupa un lugar importante en las sociedades y en particular en la cultura moderna.

Dentro de este planteamiento, el debate actual alrededor de lo que se entiende por sociedad moder-na, modernismo y modernidad, o sociedad posmoder-

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Con la misma vehemencia hay quienes opi-nan, contrario a los que defienden la tesis de la ruptura radical, que aunque estamos en la fase tardía de una formación cultural que tiende, por su propia naturaleza, a radicalizar sus fundamen-tos, esto no significa o implica, sin embargo, des-plazamiento alguno, encontrándonos aún dentro de los límites, en las fronteras de la formación moderna, solo que en un límite radicalizado. Se podría hasta hablar de ultramodernidad o ultra-modernismo, pero no de posmodernidad. Otros, a su vez, desplazan la discusión hacia otro campo o hacia otro tipo de vínculos. Plantean que el debate debe inscribirse en otro mayor que debe tener como horizonte la relación entre moder-nidad y capitalismo. ¿Expresan ambos términos una misma realidad, un mismo proceso? ¿Es la modernidad la expresión cultural del capitalis-mo? ¿Es el capitalismo un fenómeno particular, entre muchos, de la modernidad?

En fin, cualquiera que sea la opción que se asuma, lo cierto es que la formación denomina-da moderna, caracterizada por la existencia en su seno de cierto tipo de discursos y prácticas, que implican categorías, conceptos, nociones, supuestos, creencias, modos de ser y hacer, acti-tudes y valores, se encuentra en cuestión. Este cuestionamiento, cuyo origen aislado es posible encontrar desde mediados del siglo XVIII, y que se hace sistemático y sostenido desde la segunda mitad del siglo XIX, continúa hasta el día de hoy. El idealismo, el romanticismo, el marxismo, el existencialismo, entre otros movi-mientos políticos, estéticos, éticos y filosóficos, han concentrado su atención en el lado oscuro de la modernidad, en sus contradicciones, limi-taciones y hasta perversidades. Hasta podríamos pensar, desde otra perspectiva, que se trata de un movimiento de la propia razón moderna, sea en forma de “razón crítica” (Paz 1974: 60), o de “razón insatisfecha” (Vilar 1999), dando cuenta de la desviación de la modernidad de un cami-no, de una senda que prometía la felicidad, pero que, como alguna de las cruzadas, terminaron en otra parte. De cualquier manera, es un hecho determinado que la centralidad de la formación moderna y dentro de ella la centralidad de la “razón occidental”, que atraviesa prácticas y disciplinas tan variadas como la ciencia, la eco-nomía, la estética, el discurso social, etcétera, se encuentra también cuestionada.

na, posmodernismo y posmodernidad, y lo que significan descriptores asociados con ellas como razón, ciencia, racionalidad, progreso, políti-ca, estado-nación, verdad, democracia, poder, modernización, sujeto, desarrollo, urbanización, metarrelatos, posracionalismo, posciencia, red, etcétera, tiene sin duda una extraordinaria rele-vancia. ¿Qué significan esas nociones o concep-tos hoy, qué significaron ayer, a qué remiten?

En este debate, que no es de carácter lin-güístico sino político, como ya señalamos, se lucha por definir, redefinir, delimitar, aclarar y desplazar: nociones, conceptos, categorías, visio-nes del mundo, así como vincular o desvincular esas nociones con determinado tipo de procesos; se lucha por establecer nuevas teorías o para-digmas de interpretación que expliquen lo que se asume como nuevo o inédito de los procesos históricos.

La reflexión crítica acerca de lo que entende-mos por modernidad, sus límites cronológicos, la lógica que subyace a su funcionamiento, la natu-raleza de sus prácticas, su discurso o discursos así como el imperativo por determinar si estamos en la modernidad o si hemos pasado ya a otro momento, otra fase, otro modo de producción, otra formación cultural y discursiva, denominada posmodernidad, se inscribe, según nuestro punto de vista, en una preocupación sustantiva sobre el carácter, posibilidad y límite de las sociedades actuales, del presente y del futuro inmediato de las mismas. Es razonable pensar, por consiguien-te, que de la resolución de este debate dependen o están en juego muchas cosas, desde una posi-ble tranquilidad de conciencia hasta el futuro mismo de las generaciones que nos sucederán y de las sociedades posibles. Es decir, detrás del debate, que aparenta ser superfluo, hay cosas sustantivas.

Para algunos, el desplazamiento de la moder-nidad hacia la posmodernidad, o de la socie-dad moderna a la sociedad posmoderna, podría significar que lo feo e indeseado de la primera desaparezca o se supere en la segunda. Otros, en cambio, son de la opinión de que el distan-ciamiento crítico de la modernidad, el ponerse en un “más allá”, ya de por sí es fundamental en tanto la operación permite repensar y rearti-cular el discurso y las prácticas del pensamiento moderno y de la modernidad, que han sido, al parecer, traicionados.

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Los estudios de subalternidad, la teoría de la dependencia, la teoría poscolonial, el posocci-dentalismo, el feminismo, los movimientos eco-lógicos, de identidad y antiglobalización, expre-san un agudo malestar hacia una formación cuya lógica de funcionamiento no solo se define como centralista y excluyente sino que, se afirma, opera ya dentro del marco de la insostenibilidad, acercándose cada vez más a un límite más allá del cual solo es posible el caos. No se trata ya de nihilismo, de escepticismo o hastío. Es algo más estructural que apunta hacia la lógica del sistema como un todo y, dentro de él, a la natu-raleza de los contextos de relación.

Pero a la vez que hay un malestar por la modernidad, por sus discursos y paradigmas dominantes, nos encon-tramos en un momento de búsqueda de alter-nativas, de constitución de nuevos paradigmas mucho más comprehen-sivos que los anterio-res intentos de teorías y modelos abarcadores. Buena parte del pensa-miento o búsqueda pos-moderna, o si se quiere del pensamiento posra-cionalista, tiene como propósito, precisamen-te, recabar o reconstruir caminos alternos, cuan-do no, en el caso de algunas corrientes posmo-dernistas, la clausura sin más de todos los cami-nos. En este humus de contestación y búsqueda, de desplazamiento de lógicas y prácticas domi-nantes, asociadas a la formación moderna y a su racionalidad, es que tiene sentido y pertinencia la obra de síntesis de un físico como Fritjof Capra, doctor en ciencias por la Universidad de Viena, y cuyos trabajos, polémicos dentro de la comunidad científica, han influido significativa-mente en la formulación del nuevo paradigma ecológico, sobre todo a partir de su obra El punto crucial publicada en 1982.

Un trabajo similar a El punto crucial publicó la norteamericana Marilyn Ferguson bajo el enca-bezado La conspiración de acuario: transformacio-nes personales y sociales en este fin de siglo (1980), cuyo impacto fue considerable en la comunidad mundial. En ese texto Ferguson señalaba, aten-diendo la noción de paradigma de Kuhn, que “un cambio de paradigma supone un modo nítidamente nuevo de enfocar antiguos proble-mas” (Ferguson 1980:27), como también que “estamos aprendiendo a enfocar los problemas de otro modo, conscientes de que la mayor parte de las crisis de nuestro mundo han sido fruto del

antiguo paradigma, de las formas, estructuras y creencias propias de una concepción obsoleta de la realidad” (Ferguson 1980: 471). Ferguson codifica por entonces lo que denominaría “para-digma de la conspira-ción de acuario”, muy semejante al holístico y ecológico de Capra. En ambos casos se asume que el “viejo paradigma” es el cartesiano meca-nicista, que fragmenta tanto la realidad como las categorías para su aprehensión, en vez de desfragmentar.

Tanto Ferguson como Capra se han dedicado a la importante tarea de difundir y sintetizar los

nuevos enfoques, descu-brimientos e innovaciones de las distintas cien-cias con el propósito de fundamentar una visión cultural que redefina radicalmente los marcos de comprensión y de acción tradicionales, los cuales se valoran como insostenibles en el mediano y largo plazos. Pero, más allá, ambos han querido ofrecer caminos alternativos para la comprensión de fenómenos complejos. Desde esta perspectiva exploran ámbitos que han sido en muchas oca-siones descartados por el protocolo científico tradicional, como son la mística oriental, los estados alterados de conciencia, la conciencia espiritual y la denominada filosofía perenne.

Asentamiento rural americano

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Para la breve exploración que aquí nos pro-ponemos hemos recurrido a las obras de Fritjof Capra: El tao de la física (1975), El punto crucial (1982), Sabiduría insólita: conversaciones con per-sonajes notables (1988), Pertenecer al universo: encuentros entre ciencia y espiritualidad (1991), La trama de la vida: una perspectiva de los sistemas vivos (1996) y Las conexiones ocultas: implicaciones sociales, medioambientales, económicos y biológicas de una nueva visión del mundo (2002).

Aclaramos de una vez que no estamos situan-do a Capra ni a Ferguson dentro del pensamien-to posmoderno. Encontramos, sí, que forman parte de un movimiento donde se encuentra el posmodernismo, de contestación radical a paradigmas científico-modernistas que agotaron, según criterio mayoritario, la fuerza de su prome-sa, constituyéndose hoy día en limitaciones para la construcción de nuevos enfoques y formas de sociabilidad y comprensión. Hacia el final de este trabajo estableceremos los aspectos críticos de la obra de Capra o, al menos, su limitación en relación con un posible paradigma social que tendría necesariamente que articularse con el movimiento social.

La contestación posmodernaAl pensamiento posmoderno, plural él mismo

y contradictorio, se le ha acusado de muchas cosas. De ser una alternativa sin alternativas, de fomentar la reacción nihilista e irracional, de banalizar la búsqueda de la utopía, de reivindicar la superficialidad, etcétera. Poco a poco se ha ido reconociendo, sin embargo, que su nacimiento como perspectiva de problematización de la formación moderna y de sus paradigmas domi-nantes, obedece a algo más que a un asunto de moda intelectual. En palabras de Carlos Rojas Osorio “el posmodernismo nace tanto de una crítica de la modernidad como de un intento de comprender ciertos hechos nuevos de la socie-dad contemporánea” (Rojas 2003). Su aparición ha provocado un rico, variado e interesante debate sobre la naturaleza de la modernidad, no ya solo de algunos de sus códigos como la cien-cia, la tecnología, la estética, la ética, la moral, la organización económica y la racionalidad, sino también de sus propios fundamentos.

Con diversos tipos de argumentación y énfa-sis, el pensamiento posmoderno parte del prin-cipio, que es al mismo tiempo una especie de

consigna política, de que los grandes relatos, cuyo origen se atribuye a la razón moderna e ilustrada, han muerto y que en su lugar, con sus propias y particulares lógicas argumentativas, ha emergido un sinnúmero de relatos locales que disputan su derecho de constituirse en referentes válidos y legítimos. Según Rojas, el “posmoder-nismo sensu strictu implica las siguientes tesis: (1) La calificación como metarrelato del pen-samiento típicamente moderno y especialmente del pensamiento ilustrado. (2) La afirmación del fin de los metarrelatos. (3) La tesis del fin de la historia. (4) El carácter lingüístico de la totalidad del saber humano. (5) El carácter frag-mentario del lenguaje. (6) El fin de los metarre-latos traería como consecuencia el ocaso de una política global y revolucionaria. (7) El defender un liberalismo individualista. (8) La idea y prác-tica de una política localista” (Rojas 2001: 2). Pero hay, asimismo, otros aspectos que retoma el posmodernismo y los hace suyos. Así, la crítica a la razón tecnológica instrumentalizada, el uni-versalismo y centralismo occidental, la crítica al logocentrismo, a la par que la reivindicación de la razón sensible y el conocimiento dionisiaco. Rojas insiste, sin embargo, que la crítica a la Ilustración es uno de los hechos distintivos más evidentes de la actualidad y en particular del pensamiento posmoderno. “Lo que realmente se cuestiona en el discurso de la Ilustración es el racionalismo” (Rojas 2003: 17).

Este punto nos interesa de manera particular en cuanto la crítica a la razón ilustrada se orienta hacia el señalamiento de una sensible pérdida de la perspectiva de totalidad y un exacerbado reduccionismo instrumental y tecnológico, que se expresa en la conversión de la investigación en una empresa mercantil y del conocimiento y el arte en mercancías. De aquí que algunas corrientes del pensamiento posmoderno plan-teen la necesidad de ir más allá del racionalis-mo, hacia un posracionalismo que reincorpore aspectos y dimensiones otrora importantes en el pensamiento occidental.

Así, pues, uno de los puntos críticos de la contestación posmoderna es, por un lado, la evaluación crítica de la supremacía de un tipo de razón reducida a lo instrumental, y, por otro, la crítica al universalismo, que se ve más como la imposición autoritaria de una razón, la occiden-tal, en detrimento de otras no menos importan-

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tes y legítimas. El posmodernismo puede enton-ces asumirse como una formación o constelación ideológico-cultural que nace en el seno de la modernidad recogiendo y sistematizando varias tradiciones críticas de Occidente, en un perio-do de aceleración de tendencias dentro de una sociedad que algunos denominan de capitalismo tardío. Es una formación que tiende a alejarse del racionalismo ilustrado y a ensayar la apertura de una perspectiva posracionalista que dé cuen-ta de otro tipo de prácticas y necesidades. Este pensamiento ha introducido una buena cantidad de nuevos temas que han puesto en tensión las reglas convencionales del pensamiento contem-poráneo. Recurriendo a Pierre Bourdieu, quien no se identificó nunca con el posmodernismo, podríamos decir que el pensamiento posmoder-no ha puesto en tensión los campos intelectua-les dominantes de la modernidad, generando y movilizando nuevos temas-problema así como enconadas luchas por la legitimidad del discurso moderno.

Dentro del campo intelectual posmoderno, cuya tradición ha intentado reconstruir David Lyon y Esther Díaz (Lyon 1996, Díaz 1999), encontramos varios importantes aspectos rela-cionados con nuestro tema. En particular, la crítica sistemática y puntual a un paradigma que, según los críticos, privilegia la linealidad, la abstracción, lo intelectual en detrimento de otras dimensiones del mundo de la vida. La críti-ca posmodernista, al señalar las limitaciones del pensamiento racionalista occidental y del reduc-cionismo que le es propio, introduce a su vez la condición de posibilidad de perspectivas alterna-tivas que permitan o hagan posible el encuentro con la totalidad de la vida y su complejidad, en un contexto ciertamente de desencanto.

Para Díaz, “[e]l proyecto de la modernidad apostaba al progreso. Se creía que la ciencia avanzaba hacia la verdad, que el progreso se expandiría como forma de vida total y que la ética encontraría la universalidad a partir de normas fundamentadas racionalmente. No obstante, las conmociones sociales y culturales de los últimos decenios parecen contradecir los ideales modernos. La modernidad, preñada de utopías, se dirigía hacia un mañana mejor. Nuestra época –desencantada- se desembara-za de las utopías, reafirma el presente, rescata fragmentos del pasado y no se hace demasiadas ilusiones respecto del futuro” (Díaz 1999: 17).

El desencanto moderno o posmoderno se ori-gina quizá en la incapacidad del proyecto moder-no de cumplir con la promesa de un mundo mejor, donde los grandes principios modernistas se realizaran plenamente. En vez de ello tene-mos hoy un mundo desbocado, como lo llama Giddens: sociedades fragmentadas, poblaciones desarraigadas, enfermedades globales, una cre-ciente carrera armamentista, inseguridad plane-taria, pobreza extrema, desastres ambientales, la mercantilización de la vida cotidiana e íntima, un mundo de vida alienado, la predominancia de la superficialidad, etcétera. Este contexto de desencanto, de insatisfacción, ha sido propicio para la articulación de nuevos puntos de vista, de nuevos paradigmas en los distintos campos del conocimiento y de la práctica social. Los aportes de Edgar Morin, de Morris Berman, de David Bohm, de Briggs y Peat, de Ervin Laszlo, de Ken Wilber, de Stanislav Grof y de otros, en el campo de la ciencia, la estética, la psicología, el pensamiento social y la filosofía, expresan claramente el complejo y contradictorio proceso de búsqueda de nuevos paradigmas, sistémicos, holísticos o ecológicos que privilegien una visión mucho más comprehensiva de la realidad y que asuman, desde un más allá de la razón ilustrada o mecanicista, la trama de la vida, entendiendo por tal no solo a las personas sino también a la naturaleza y al cosmos. Es una fuerte petición que pasa por la puesta en cuestión de cualquier principio reduccionista o fragmentario. Desde esta perspectiva podríamos aceptar que estamos en el terreno del posracionalismo posmoderno.

Uno de los pensadores más importantes de hoy, Michel Maffesoli, se ha sumado con firmeza a esta tarea de reconstituir o constituir un nuevo paradigma, en el ámbito de las ciencias socia-les, incorporando dimensiones que habían sido excluidas del pensamiento sociológico tradicio-nal. Y es interesante constatar que coincide con la propuesta de Fritjof Capra en muchos aspec-tos. Maffesoli reclama una “razón sensible”, dionisíaca, que atienda la totalidad de la vida, capaz de articular lo que ha sido separado como el cuerpo y la mente, la razón y la intuición, lo concreto y lo abstracto, la emoción y el intelecto, y que piense los procesos desde la interrelación de lo humano, lo social y lo natural. La crítica de Maffesoli está orientada hacia lo que él denomi-na la “razón abstracta” que deriva, justamente, del pensamiento ilustrado. “Hay que entender -

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escribe Maffesoli- que el racionalismo, en su pre-tensión científica, es particularmente incapaz de captar, incluso de aprehender, el aspecto prolijo, lleno de imágenes y simbólico de la experiencia vivida. La abstracción ya no es oportuna cuando lo que prevalece es el hervidero de un nuevo nacimiento” (Maffesoli 1997: 32). Allí donde la razón abstracta separa, fragmenta, desarticula el mundo de la vida y de la experiencia, se hace necesaria una nueva perspectiva y ésta ha de considerar, obligatoriamente, la dimensión intui-tiva, sensible, emotiva, espiritual, que la razón abstracta excluye. Para Maffesoli, “[l]a actitud puramente intelectual se conten-ta con discriminar. En su sentido más simple, separa lo que conside-ra el bien o el mal, lo verdadero de lo falso, y olvida al mismo tiempo que la existen-cia es una constante participación mística, una correspondencia sin fin, en la que lo interior y lo exterior, lo visible y lo invisible, lo material y lo inma-terial entran a formar parte de una sinfonía” (Maffesoli 1997: 35-36).

Como se observa, se trata de la recuperación de perspectivas que fueron esbozadas en distintas épocas y por movimientos estéticos, filosóficos, científicos y culturales de variada naturaleza, como el romanticismo, por ejemplo, que recla-maron la necesidad de considerar a la vida y la realidad desde un punto de vista de totalidad, de asumir, como elementos mediadores para el proceso del conocimiento, no solo la razón y el intelecto sino la emoción, la intuición y la ima-ginación. Es la solicitud, asimismo, de dar paso a la dialéctica de la sabiduría de la vida, a la vida vivida y no solo a la vida pensada.

El conocimiento que deriva de este desplaza-miento es un conocimiento “incorporado”, sen-sible. Ello implica, como bien lo señala Maffesoli,

“que se sepa poner en práctica un pensamiento holístico, es decir, una postura intelectual que saque partido de todas las capacidades del espí-ritu humano, y no solamente de una parte de ellas. Si sabemos responder a semejante exigen-cia intelectual, podremos desarrollar una teoría erótica que esté en congruencia con la erótica social que se aprecia en las nuevas maneras de ser, de pensar, de comportarse, que se expresan cada vez con mayor fuerza en todos los fenó-menos sociales que escapan a una explicación simplemente causalista, racionalista económica

o política del mundo. Así, a un saber apo-líneo o prometeico le está sucediendo un saber dionisíaco ena-morado del mundo tal como se hace ver y tal como se ofrece para vivir (Maffesoli 1997:187). Este plan-teamiento, provenien-te de las ciencias socia-les, acusa sin lugar a dudas el acuerdo de los saberes contem-poráneos, del conoci-miento, de buscar un punto de encuentro desde el cual dar res-puesta a la tremenda fragmentación que se ha operado tanto en

la vida como en lo que pretende comprender esa vida. Es decir, tanto en los procesos de vida como en las teorías que tratan de comprender-los; tanto en el territorio como en el mapa.

De la física contemporánea, cuyos referentes son la teoría de la relatividad, la física cuántica y más recientemente los paradigmas de la com-plejidad, provienen otros importantes llamados que nos documentan los problemas que acarrea una visión que confunde la forma fragmentaria de conocer el mundo o la realidad con la reali-dad o el mundo mismos y la necesidad de pasar a otro orden de cosas. Es el caso del eminente físico David Bohm. “La fragmentación -escribe Bohm- está muy extendida por todas partes, no solo por toda la sociedad, sino también en cada

Ranchos indígenas

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individuo, produciendo una especie de confu-sión mental generalizada que crea una intermi-nable serie de problemas y que interfiere en la claridad de nuestra percepción tan seriamente que nos impide resolver la mayor parte de ellos. Porque el arte, la ciencia, la tecnología y el traba-jo humano en general, están divididos en espe-cialidades, y cada una de ellas se considera que está en esencia separada de las demás” (Bohm 1980: 19). Según Bohm, pensar el mundo desde la perspectiva de la fragmentación nos condu-ce a ver todo separado, como si se tratara de objetos cerrados, con autonomía absoluta y sin relaciones entre sí. Ver el mundo de tal forma nos “conduce a la ilusión de que el mundo está realmente constituido de fragmentos separados y, como ya se ha indicado, esto nos hará actuar de tal manera que, de hecho, produciremos la verdadera fragmentación presupuesta en nuestra actitud” (Bohm 1980: 27). Urge, por tanto, un nuevo paradigma y una nueva visión cultural.

Esta búsqueda y articulación de un nuevo paradigma, dentro de un marco de puesta en cuestión de una perspectiva mecanicista newto-niana que dejó de ser adecuada para atender las nuevas complejidades de la trama de la vida, es quizá uno de los más importantes tópicos con-temporáneos. Los trabajos de Capra se inscriben, precisamente, dentro de esta preocupación. Son parte de una comunidad cuya búsqueda está orientada por un nuevo marco de valores, acti-tudes, prácticas y conceptos.

El paradigma ecológico de CapraFritjof Capra se ha dado a la tarea, mediante

una extraordinaria labor de síntesis, de revisar y replantear el paradigma científico modernista. Toda su obra, tanto en libros como en artículos, está orientada a confrontar la perspectiva y los contenidos del paradigma modernista dominan-te y los elementos constituyentes, presentes en distintas culturas y tradiciones científicas, de un nuevo paradigma que incorpora la tradición sis-témica, la holística y la ecología profunda. Según Capra, el desplazamiento del paradigma científi-co modernista, cuyos fundamentos se localizan en Descartes y Newton, es la única alternativa para afrontar los problemas de un mundo cada vez más interdependiente y complejo.

Con el propósito de articular el nuevo para-digma, que, sin lugar a dudas, es posracionalista,

Capra ha revisado las tradiciones místicas orien-tales y las ha confrontado con el pensamiento científico occidental, estableciendo los puntos de encuentro y las condiciones de diálogo. Su conclusión es que cualquier nuevo paradigma que pretenda superar el reduccionismo tiene necesariamente que incorporar, además de los nuevos descubrimientos de la ciencia, la dimen-sión espiritual. Por tal no entiende una determi-nada doctrina religiosa sino la disposición para desarrollar y experimentar el sentimiento de “pertenencia y de conexión con el cosmos como un todo” (Capra 1998: 29). Revisaremos algunos aspectos de su planteamiento.

La crisis de percepción

Capra ha señalado, en distintas oportunida-des, que uno de los mayores obstáculos para com-prender las tendencias del mundo contemporá-neo, y por lo tanto la naturaleza de su “crisis”, es no percatarse que se vive y actúa dentro de los límites de una “crisis de percepción”. “Cada vez se hace más evidente -escribe Capra- que los mayores problemas de nuestro tiempo no pueden comprenderse aisladamente. La amenaza de gue-rra nuclear, la devastación progresiva de nuestro entorno natural y la persistencia de la pobreza junto al progreso -incluso en los países más ricos- no son problemas aislados. Son diferentes aspec-tos de una misma crisis, que es esencialmente de percepción. / La crisis deriva del hecho de que la mayoría de nosotros, y en especial nuestras instituciones, seguimos los conceptos y valores de una visión del mundo ya caduca, una visión que es inadecuada para afrontar los problemas de un mundo como el nuestro, superpoblado e interdependiente” (Capra 1994: 29)

El paradigma desde el cual conocemos, valo-ramos y actuamos, según Capra, es el mecani-cista, cuyo origen se remonta a Galileo, Bacon, Descartes y Newton. En términos generales, este paradigma, propio de la modernidad y que hizo avanzar, sin ninguna duda, a la ciencia y a la tecnología, enfatiza en la desagregación de los procesos en sus partes constitutivas privilegian-do el análisis y no tanto la síntesis. En La trama de la vida, Capra explicita aun más su punto de vista. “El paradigma ahora en recesión ha dominado nuestra cultura a lo largo de varios centenares de años, durante los que ha confor-mado nuestra sociedad occidental e influenciado

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considerablemente el resto del mundo. Dicho paradigma consiste en una enquistada serie de ideas y valores, entre los que podemos citar la visión del universo como un sistema mecánico compuesto de piezas, la del cuerpo humano como una máquina, la de la vida en sociedad como una lucha competitiva por la existencia, la creencia en el progreso material ilimitado a través del crecimiento económico y tecnológico” (Capra 1998: 27-28)

Es importante destacar el papel que le atribu-ye Capra a la idea de percepción, que podríamos entender como visión o perspectiva. Se trata de una especie de sistema de supuestos que nos permite comprender u organizar el mundo, la realidad y sus procesos. En este sentido la percepción es activa, interviene en nuestros procesos de conocimiento y experiencia. Hay en ella creencias, supuestos, teorías, sistematizadas o de sentido común, valores, etcétera, que inter-median en y con el mundo de la vida. De aquí que sea fundamental la apreciación de Capra de que vivimos una “crisis de percepción”. Porque, ciertamente, la forma en que actuamos en nues-tro mundo de vida depende, sin lugar a dudas, de cómo percibimos y construimos ese mundo, es decir, depende del sistema de percepción o de la visión cultural que tengamos. Si percibimos el mundo desde una parte del mundo y asumimos que esa parte es el todo, o que el mundo es una serie discontinua de fragmentos, lo que hagamos dependerá de esa percepción.

Según Capra, la realidad es un proceso mucho más complejo de intercambios, de inter-dependencia, una trama de vida que no puede ser aprehendida como si se tratara de un con-junto de partes separadas unas de las otras. El paradigma científico modernista ha insistido, sin embargo, en una metodología que tiende a fragmentar los procesos, a verlos como si se tratara de sistemas cerrados, autorreferidos y no de sistemas abiertos, o no desde la perspectiva de la interrelación entre sistemas cerrados y sis-temas abiertos. Esto ha hecho que, por ejemplo, en el ámbito social percibamos los problemas como tributarios de la parte, o locales, cuando lo correcto es asumirlos como problemas sistémicos que deben ser resueltos dentro de un contexto mayor y con una visión holística o ecológica. Cabe aquí destacar que Capra tiene claro el aporte de distintos enfoques a su propuesta,

como es el pensamiento sistémico y el holístico. Pero también que es necesario ir más allá, que no basta con la enunciación holística. En este sen-tido Capra distingue entre la perspectiva holís-tica y la ecológica. Según Capra: “Una visión holística de, por ejemplo, una bicicleta significa verla como un todo funcional y entender conse-cuentemente la interdependencia de sus partes. Una visión ecológica incluiría esto, pero añadiría la percepción de cómo la bicicleta se inserta en su entorno natural y social: de dónde provienen sus materias primas, cómo se construyó, cómo su utilización afecta al entorno natural y a la comunidad en que se usa, etcétera”.

La visión ecológica, por tanto, va más allá de la aprehensión de un sistema o de las relaciones de las partes dentro de un todo. Considera a cada todo como parte de otros todos, de otros ordenes complejos. Valora los contextos y los procesos, pero también los intercambios, el fluir permanente, el movimiento, la continuidad y la discontinuidad, el equilibrio, el orden y el caos, la entropía y la autoorganización, los valores, etcétera. No se limita tampoco al ya clásico antropocentrismo que dio al hombre, y aquí en su sentido literal, el dominio patriarcal sobre la naturaleza y la sociedad, sino que asume como centro la vida. Así, el espectro no empieza con el hombre y acaba con él, como en las tradiciones humanistas occidentales, sino que incorpora la vida como trama en la cual participan todos los seres vivos. Lo cual implica, adelantándonos a su propuesta, que sí es válido pensar en un cono-cimiento también ecológico, es decir, en una perspectiva donde, por ejemplo, la biología, la química y la física puedan intercambiar informa-ción con la sociología, la economía, la historia y la estética, configurándose, en la línea de Morin, un saber posracionalista ecológico. De tal forma que una perspectiva como la ecológica redefine de manera precisa nuestro concepto de discipli-na científica, de conocimiento, de ciencia, de ciencia social, de humanismo y humanidades.

El peligro de la fragmentación

En varias de sus obras Capra resume la inci-dencia que ha tenido el paradigma científico modernista, y su visión mecanicista y fragmen-taria de la realidad y sus procesos, en los más variados campos del pensamiento y la acción humanos. El impacto ha sido enorme en las

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ciencias de la vida, en el modelo biomédico, en la psicología, en la economía y en las teorías del desarrollo. En cada uno de estos ámbitos la pers-pectiva dominante ha tendido a ver o compren-der los procesos como si se tratara de situaciones o estados últimos, acabados, sin ninguna relación entre sí. Asimismo, se ha expulsado de este tipo de percepción los valores y la dimensión social de los mismos. Esta percepción, dominante en los paradigmas productivistas contemporáneos, reduce toda relación dinámica a una mera aso-ciación de causalidad o asociación mecánica, lo que ha conducido a que terminemos creyendo que la realidad y los pro-cesos están constituidos por estados y situacio-nes definitivos, cerrados y no por procesos, rela-ciones, tramas y redes significativas.

En la formulación del nuevo paradigma ecológico la influen-cia de David Bohm fue determinante en el pensamiento de Capra. Bohm, con quien Capra mantuvo una profunda relación de amistad, fue uno de los pensadores y científicos contempo-ráneos que más se pre-ocupó por analizar el impacto de una visión que sobreestimó la frag-mentación, en detrimento de la perspectiva de totalidad. Para Bohm existe un orden desplegado, que es el mundo que observamos, mundo o rea-lidad que aparece como discontinuo y discreto. Pero existe a su vez un orden implicado, que el denomina “totalidad no dividida en movimiento fluyente”, que es continuo y que da cuenta de las relaciones significativas del mundo discreto. Según Bohm, esta perspectiva se impone a la hora de pensar en la teoría de la relatividad o en la teoría cuántica. “La teoría de la relatividad -escribe Bohm- requiere esta manera de observar las partículas atómicas, las cuales constituyen toda la materia, incluyendo desde luego, a los

seres humanos con sus cerebros, sus sistemas nerviosos y los instrumentos de observación que han construido y que utilizan en sus laboratorios. Así, al acercarnos a la cuestión por caminos diferentes, tanto la relatividad como la teoría cuántica coinciden en que ambas presuponen la necesidad de mirar el mundo como un todo continuo, en el cual todas las partes del univer-so, incluyendo al observador y sus instrumentos, se mezclan y se unen en una totalidad. En esta totalidad, la forma atomística de mirarla es

una simplificación y una abstracción, solamente válida en algún con-texto limitado” (Bohm 1987: 32).

Una perspectiva tal requiere, por supuesto, una redefinición radi-cal de la forma en que observamos o percibi-mos. Implica reconocer el mundo de lo discreto, de la discontinuidad, de las formas particulares, pero, a su vez, inscri-bir esta discontinuidad en un orden superior en donde podamos resta-blecer la llamada totali-dad no dividida y fluyen-te. Como consecuencia de este planteamiento Bohm llega a plantear la necesidad de redefinir el lenguaje, de introdu-cir un nuevo modo en

el lenguaje que el denomina “reomodo”. “Ya tenemos -dice- diferentes modos en el verbo, como, por ejemplo, el indicativo, el subjuntivo y el imperativo, y hemos desarrollado habilidad en el uso del lenguaje para emplear cada uno de estos modos cuando lo necesitamos, sin que nos haga falta elegirlos conscientemente. De un modo parecido consideraremos ahora un modo en el que el movimiento se considera primario en nuestro pensamiento, y en el que esta noción se incorpora a la estructura del lenguaje para que sea el verbo, antes que el nombre, el que juegue el papel principal” (Bohm 1987:57). Lo que interesa acá es captar el fluir de los procesos,

Niños ticos rurales

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su interconexión, allí donde el lenguaje tradicio-nal nos obliga a ver el mundo como estructuras rígidas y estáticas. Se trata, entonces, de un tipo de percepción y de expresión que introduce la noción de fluir, de movimiento, desplazándonos radicalmente de un paradigma donde los objetos los percibimos como separados y estáticos hacia otro donde los percibimos en sus intercambios e interrelaciones.

La familiaridad de Capra con la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, además de su experiencia personal durante las décadas de los sesenta y setenta, cuando se relacionó con los movimientos psicodélicos y con el misticismo oriental, lo llevó a establecer puntos de rela-ción entre la física y el pensamiento oriental. Sin renunciar a una sólida formación experimen-tal y a la rigurosidad de su campo de estudio, Capra se dio a la tarea de estudiar los posibles vínculos entre la física moderna y el misticismo oriental, encontrando paralelismos inéditos que lo llevaron a modificar su perspectiva, tanto del paradigma científico modernista como del papel de la tradición oriental en un nuevo paradigma posracionalista. El tao de la física, primera obra importante de Capra, publicada en 1975 en inglés y traducida al español en 1977, ya desde su título nos indica con claridad su propósito. Pero más allá de un deseo de trascender los opuestos, de encontrar la complementariedad entre el yin y el yang, que evoca la palabra tao, lo cierto es que Capra encuentra evidencias de que el pensamiento o la mística oriental, sea budista o taoísta, contiene elementos fundamentales que la física moderna, por otros medios, también desarrolla. De hecho, según Capra “los dos pila-res de la física del siglo XX -la teoría cuántica y la teoría de la relatividad- nos obligan a ver el mundo del mismo modo que lo ve un hindú, un budista o un taoísta” (Capra 1997: 25).

Hay una similitud, por ejemplo, entre la visión de Bohm del orden implicado y la mística oriental. “Para el místico oriental -escribe Capra- todas las cosas y los sucesos percibidos por los sentidos están conectadas e interrelacionadas, y no son sino diferentes aspectos o manifesta-ciones de una misma realidad última. Nuestra tendencia a dividir el mundo que percibimos en cosas individuales y separadas y a vernos a nosotros mismos como egos aislados se considera como una ilusión, creada por nuestra mentalidad

medidora y clasificadora. En la filosofía budista se le llama avidya o ignorancia, y es considerada como un estado mental confuso que se debe superar” (Capra 1983: 32).

Lo que Capra encuentra en el pensamiento oriental es esa conexión profunda que hace posible abordar los procesos de la realidad, sea física, cultural, o social, desde una perspectiva mucho más rica que el reduccionismo moder-nista occidental. Capra, sin embargo, no cae en la tentación de mistificar o denigrar una u otra perspectiva. Señala que, como el yin y el yang, ambas visiones pueden complementarse en un paradigma como el ecológico. Distingue, cierta-mente, la naturaleza de las experiencias prove-nientes del método científico y del misticismo. En el caso de la ciencia, ésta opera en contextos muy precisos y con protocolos estrictos. Los conceptos, la abstracción, la experimentación, la inducción están orientados a contrastar y a validar sistemas de verdad a partir de hipótesis claramente delimitadas. En el caso de la mística, lo que interesa no es tanto el conocimiento con-ceptual o intelectual, sino la experiencia directa de la totalidad, de la interrelación, y la interde-pendencia. “En el misticismo oriental -escribe Capra- el conocimiento está firmemente basado en la experiencia” (Capra 1983: 49). Es, sin embargo, un tipo de experiencia que va más allá de la experiencia del conocimiento racional. Las técnicas de conocimiento propias de la tradición mística están orientadas a silenciar la mente pensante, racional, y a acrecentar la experiencia intuitiva. De aquí la riqueza de la experiencia del ver de la mística oriental. Ver es ir más allá del concepto, de la definición, de la descripción. Es experimentar la conexión profunda de la naturaleza y el cosmos, donde el experimenta-dor participa directamente de esa conexión. “La experiencia directa de la realidad trasciende los reinos del pensamiento y del lenguaje y, dado que todo misticismo se basa en dicha experiencia directa, cualquier cosa que pueda decirse sobre la misma será solo parcialmente cierta” (Capra 1983: 59).

Según Capra, el interés principal de los mís-ticos lo constituye la experiencia de la realidad y no la descripción de esa experiencia. Pero es precisamente esa riqueza de la mística oriental lo que la hace interesante. Tanto la teoría cuántica como la teoría de la relatividad nos enfrentan a

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una realidad distinta a la cartesiana newtoniana. En este sentido, “la teoría cuántica y la teoría de la relatividad nos obligan a ver el mundo del mismo modo que lo ve un hindú, un budista o un taoísta” (Capra 1997: 25). De aquí que sea necesario, si queremos trascender el raciona-lismo clásico, instalarnos en un paradigma que vaya más allá del dualismo occidental.

Características del paradigma ecológico

Desde 1975 hasta sus últimas obras, la bús-queda de Capra ha estado orientada por la siste-matización del paradigma ecológico consideran-do ámbitos de aplicación, valores, metodologías, enfoques, innovaciones, resultados concretos y perspectivas. Para la formulación de esta síntesis ha incursionado en el espectro de las disciplinas, desde la física, su campo original, pasando por la química, la biología, la psicología, la economía, las ciencias sociales y, últimamente, las teorías cognitivas. Su hipótesis es que es posible pensar un campo unificado de conocimiento, donde los conceptos de red y vida sean los centrales. Desde esta perspectiva, la vida en su totalidad, como atributo del planeta, empieza a ser el centro de interés y no tanto el hombre, o los objetos iner-tes. Cabe señalar, asimismo, que Capra inaugura un nuevo tipo de investigación, que se ajusta precisamente a su visión en red de los procesos.

La investigación de Capra no se centra ya en el laboratorio o en el texto escrito sino en la conversación. Se investiga también conversando y sistematizando nuevos puntos de partida en la conversación. Dos de sus libros, Sabiduría insóli-ta: conversaciones con personajes notables (1988) y Pertenecer al universo: encuentros entre ciencia y espiritualidad (1991) son conversaciones. En ellos, mediante un intercambio de pareceres, puntos de vista, informaciones recientes, se ela-bora un estado de situación que queda abierto para futuros encuentros. Es una manera creativa de cooperar mediante el diálogo y el encuentro.

A lo largo de los años Capra ha ido estable-ciendo las características del nuevo paradigma ecológico, que sin duda alguna se complementa con la obra de Ferguson y de otros investigado-res contemporáneos. Según Capra el paradigma o visión ecológica es fundamental en cuanto incorpora los aportes del pensamiento sistémi-co y holístico pero va más allá. “[L]a percep-ción desde la ecología profunda reconoce la

interdependencia fundamental entre todos los fenómenos y el hecho de que, como individuos y como sociedades, estamos todos inmersos en (y finalmente dependientes de) los procesos cíclicos de la naturaleza … La ecología profunda no separa a los humanos -ni a ninguna otra cosa- del entorno natural. Ve el mundo no como una colección de objetos aislados sino como una red de fenómenos fundamentalmente interconecta-dos e interdependientes. La ecología profunda reconoce el valor intrínseco de todos los seres vivos y ve a los humanos como una mera hebra de la trama de la vida” (Capra 1998: 28-29).

En su última obra, Las conexiones ocultas: implicaciones sociales, medioambientales, econó-micas y biológicas de una nueva visión del mundo (edición en inglés de 2002, traducción al espa-ñol de 2003), establece ya un nuevo marco de reflexión, profundizando lo planteado en La trama de la vida, y que culmina lo iniciado en El tao de la física. En el epílogo de Conexiones escribe: “Mi objetivo al escribir este libro ha sido desarrollar un marco conceptual que integre las dimensiones biológicas, cognitivas y sociales de la vida, un marco que nos capacite para adoptar un enfoque sistémico frente a algunas de las cuestiones críticas de nuestros días. El análisis de los sistemas vivos en términos de nuestras perspectivas interconectadas -forma, materia, proceso y significado- hace posible aplicar una comprensión unificada de la vida a fenómenos correspondientes tanto al reino de la materia como al ámbito del significado. Hemos visto, por ejemplo, que las redes metabólicas de los sistemas biológicos se corresponden con las redes de comunicación de los sistemas sociales, que los procesos químicos productores de estructuras materiales se corresponden con los procesos del pensamiento que producen estructuras semán-ticas, y que los flujos de materia y energía se corresponden con los flujos de ideas e informa-ción. Uno de los conceptos fundamentales de esta comprensión sistémica y unificada de la vida consiste en que su patrón básico de organización es la red” (Capra 2003: 329).

En esta obra Capra concluye que el capita-lismo es un sistema cuyos valores son diame-tralmente opuestos a cualquier perspectiva eco-lógica. “El objetivo de la economía globalizada -escribe- consiste en maximizar la riqueza y el poder de las élites, mientras que el ecodiseño

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consiste en maximizar la sostenibilidad de la trama de la vida” (Capra 2003: 330). De igual manera, Capra asume que el patriarcalismo y la dominación masculina son valores del paradig-ma científico modernista y que el capitalismo ha entronizado como supremos. Un nuevo para-digma tiene, necesariamente, que desplazarlos. Algunas de las características del paradigma ecológico son: (a) En el paradigma ecológico las propiedades de las partes solo pueden ser entendidas a partir de la dinámica del conjunto. En definitiva, no hay en modo alguno, partes. Lo que llamamos parte es simplemente un modelo de una red inseparable de relaciones. La totali-dad es lo primario. (b) Desde la perspectiva del paradigma ecológico no existen estructuras fun-damentales. Cada estructura es la manifestación de un todo subyacente. Toda la red de relaciones es intrínsecamente dinámica. Se enfatiza en el proceso. (c) Dentro del paradigma ecológico las observaciones y descripciones no son indepen-dientes del observador y del proceso de cono-cimiento. Conocer es una función primordial de los sistemas vivos, la mente es intrínseca a la vida. La epistemología está dentro de la vida, no fuera. (d) En el paradigma ecológico la metáfora del conocimiento se desplaza de la imagen de construcción -leyes y principios fundamentales, bloques básicos de construcción, etcétera- hacia la imagen de la red. La realidad es una red de relaciones y nuestras descripciones forman parte de esa red interconectada. (e) En el paradigma ecológico se parte del supuesto de que los con-ceptos, teorías y descubrimientos son limitados y aproximados. No hay un conocimiento absoluto, completo y definitivo de la realidad. (f) La visión ecológica global es holística. No solo observa algo como un conjunto, sino también el modo en que ese conjunto se halla inserto en otros mayores. (g) El paradigma ecológico y la conciencia eco-lógica se sitúan más allá de los paradigmas pro-ductivistas y racionalistas en tanto, en un nivel más profundo, se vinculan con la totalidad de la vida y con la conciencia y experiencia espiritual. (h) El paradigma ecológico enfatiza los valores y principios de cooperación, interconexión, soste-nibilidad, responsabilidad social, espiritualidad y creatividad, intuición, conservación, síntesis, no linealidad, asociación, calidad, experiencia de vida. (i) El paradigma ecológico está orientado hacia los procesos.

Como se puede observar, y sin que las características sean exhaustivas, hay aspectos y dimensiones que coinciden plenamente con el posracionalismo posmoderno. Sin lugar a dudas, la relación de este paradigma científico modernista con el paradigma social modernista, que privilegia el productivismo, la ganancia y la competitividad, es directa y determinante, y constituye una preocupación permanente de Capra. Tanto así que su crítica al modelo de consumo y a la globalización lo llevan a la crítica de los valores de la sociedad capitalista. La lógica del capital sin duda alguna es incompatible con el paradigma ecológico.

Referencias bibliográficas

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Recent problems that in various Latinamerican countries have caused invader aquatic plants (Hydrilla verticillata and Lemna obscura) and mollusks with invader or potentially invader behaviour (Limnoperna fortunei, Corbicula fluminea) are accounted. The general characteristics of the different species are pointed out, together with the invaded ecosystems, the potential causes and consequences of the invasion, and the expenses caused to the users of the invaded systems. The need of future approaches, studies and normatives in the countries of the region are indicated.

ESPECIES ACUÁTICAS INVASORAS EN LATINOAMÉRICA: ¿NUEVOS

INDICADORES DE VIEJOS PROBLEMAS?por ERNESTO BRUGNOLI Y LUCÍA BOCCARDI

Se da cuenta de recientes problemas que en varios países de Latinoamérica han causado plantas acuáticas invasoras (Hydrilla verticillata y Lemna obscura) y moluscos con com-portamiento invasor o potencialmente invasor (Limnoperna fortunei, Corbicula fluminea). Se señala las características generales de las diferentes especies, los ecosistemas invadidos, las causas y consecuencias potenciales de su invasión, así como los gastos ocasionados en los usuarios de los sistemas invadidos. Se indica la necesidad de futuros enfoques, estudios y normativa en los países de la región.

R E S U M E N

Ernesto Brugnoli, biólogo, es profesor e investigador en la Universidad de la República, en Montevideo ([email protected]); Lucía Boccardi es bióloga.

L a especie invasora es un organismo exótico que, liberado intencional o accidentalmente en un lugar, se propaga sin control, se sostiene

por sí mismo en hábitats naturales o artificiales y ocasiona disturbios ambientales como modificacio-nes en la composición, estructura y procesos de los ecosistemas (de Poorter 1999). De forma genérica, la invasión biológica envuelve las fases de introducción, establecimiento, naturalización y rápida dispersión fuera de los rangos normales (Williansson 1996).

La dispersión de especies exóticas y, en determina-dos casos, su desarrollo como especies invasoras, ha sido favorecido por la fragmentación y degradación de los hábitats naturales -por causas antrópicas-, por el incremento del intercambio comercial, por los fenómenos de globalización y, destacadamente, por el cambio climático, que potencia los efectos negativos sobre los ecosistemas. Esas especies son, en su mayo-ría, colonizadoras con capacidad de tomar ventaja de la reducida competencia por el hábitat y otros recur-sos por parte de las especies nativas (Kowarik 1997, Dukes y Mooney 1999).

En la mayor parte de los grupos taxonómicos exis-ten especies invasoras: virus, hongos, algas, musgos, helechos, plantas superiores, invertebrados y verte-brados. En los ecosistemas acuáticos se destacan las cianobacterias y clorofíceas, los helechos, las plantas herbáceas, las tifáceas, las aráceas, las pontederiá-ceas y las hidrocaritáceas. Entre los vertebrados se destacan algunos peces (carpas y tilapias), mientras que de los invertebrados resaltan algunos crustáceos (langostas de río y cladóceros), insectos y moluscos (principalmente bivalvos) (de Poorter 1999, Howard 1999). Las especies invasoras acuáticas pueden habi-tar la columna de agua y su superficie y utilizarla

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como medio de dispersión o invadir el suelo saturado y la interfase agua-tierra. Tales especies ocasionan contaminación genética, pérdida de biodiversidad, problemas sanitarios (transmiten enfermedades) y alteran las condiciones hidroló-gicas naturales cambiando flujos y tasas de sedi-mentación (de Poorter 1999, Howard 1999).

La planta Eichhornia crassipes ocasionó pér-didas millonarias en el lago Victoria; el pez Later niloticus (perca del Nilo) disminuyó las pesquerías y biodiversidad de ese lago; la carpa Cyprinus carpio se reconoce como especie inva-sora en Estados Unidos ocasionando gastos en programas de control, y la carpa herbívora (Ctenopharyngodon idella) causó desastres eco-nómicos en los plantaciones de arroz de Estados Unidos y China (Courtenay y Robins 1975, Howard 1999). El mejillón cebra, Dreissena polymorpha, provocó pérdidas cercanas a $2.000 millones durante 1999 en América del Norte y la Corbicula fluminea generó impactos económi-cos negativos a las empresas afectadas debido a gastos ocasionados por la implantación de programas de control (Darrigran 2002). Al igual que el mejillón cebra en América del Norte, actualmente el mejillón dorado (Limnoperna for-tunei) ocasiona problemas similares en la cuenca del Plata, alterando la biodiversidad local, cau-sando impactos económicos, generando que el macrofouling (asentamiento y colonización de organismos mayores a 50 µm sobre sustratos artificiales) de agua dulce se haya convertido en un nuevo problema ambiental/económico en la región (Darrigran y Ezcurra de Drago 2000, Darrigran 2002, Brugnoli et al. en prensa, Muniz et al. aceptado no publicado).

El presente trabajo, describe problemas recientes ocasionados en países de Latinoamé-rica por especies acuáticas de plantas invasoras (Hydrilla verticillata y Lemna obscura) y moluscos con comportamiento invasor o potencialmente invasor (Limnoperna fortunei, Corbicula flumi-nea). Se señala las características generales de las diferentes especies, los ecosistemas invadidos, las causas y consecuencias potenciales de su invasión, así como los gastos ocasionados en los usuarios de los sistemas invadidos. Se indica la necesidad de futuros enfoques, estudios y nor-mativa en los países de la región.

A continuación se da cuenta de varios estu-dios de caso referentes a la introducción de

Hydrilla verticillata, Lemna obscura, Limnoperna fortunei y Corbicula fluminea en varios ecosis-temas en Latinoamérica, tocando los diversos aspectos de cada problemática.

Plantas acuáticas invasoras en zonas tro-picales y neotropicales

El proceso de eutrofización en lagos someros altera la comunidad de hidrófitas en dos sen-tidos contrarios. Por un lado, si se favorece el fitoplancton, éste puede sombrear la columna de agua inhibiendo el desarrollo de plantas sumer-gidas, pudiendo erradicarlas completamente (Scheffer 1998); por otro lado, si el enriqueci-miento de nutrientes favorece a las hidrófilas, éstas aumentan la producción de biomasa y su cobertura en el sistema, donde la magnitud de este incremento depende del tipo de planta (enraizadas o flotantes libres), de las caracterís-ticas del sistema (forma y profundidad del cuer-po de agua) y de las condiciones ambientales dominantes del ecosistema (intensidad lumínica y concentración de nutrientes) (Scheffer 1998, Mazzeo et al. 2002). En determinadas circuns-tancias, algunas hidrófitas pueden transformarse en invasoras, aumentando su crecimiento y cobertura, desplazando a otras especies presen-tes (Mazzeo et al. 2002). Su capacidad invasora dependerá de su forma de vida, su tasa de cre-cimiento vegetativo, la biomasa desarrollada, la habilidad de regenerarse a partir de pequeñas porciones de tallo y la ausencia de herbívoros (Duarte et al. 1994).

Algunas especies que se encuentran natu-ralmente en un ecosistema pueden volverse malezas si son introducidas fuera de su área de distribución natural o si el ecosistema sufre disturbios naturales o artificiales (Ashton y Mitchell 1989). Es el caso particular de Egeria densa, planta acuática perenne, dioica, enraizada y nativa de América del Sur, cuya distribución incluye el sudeste de Brasil y la costa atlántica (Argentina y Uruguay). Debido a su rápida dis-persión, desplazando especies nativas, es descrita como maleza en los hemisferios Norte y Sur. En un sistema somero hipereutrófico de la zona costera uruguaya esta especie mostró una rápida colonización debido a modificaciones ambienta-les (cambios en el nivel del agua asociados a su uso y a los eventos del fenómeno de El Niño), ocasionando efectos a nivel ecosistémico (Gar-

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cía-Rodríguez et al. 2002, Larrea 2002, Mazzeo et al. 2003).

La eutrofización del sistema puede favorecer a las especies invasoras de plantas, promoviendo la formación de densas estructuras flotantes o sumergidas, afectando el funcionamiento del sistema e interfiriendo en sus usos, bloqueando canales de navegación, afectando la pesca, el turismo, las instalaciones hidroeléctricas y gene-rando problemas sanitarios (Mazzeo et al. 2002, Haller 2002).

A continuación se presentan dos casos recientemente reportados en la zona neotropical referidos a plantas acuáticas con comportamien-to invasor: Hydrilla verticillata (lago de Izabal y río Dulce, Guatemala) y Lemna obscura (lago de Maracaibo, Venezuela).

Hydrilla verticillata

Ésta es una planta acuática sumergida descri-ta como maleza perfecta debido a su crecimiento excesivo, formas de reproducción y adaptabili-dad. Es monoica o dioica y puede reproducirse por fragmentos, semillas, tubérculos y turiones, donde estos dos últimos permanecen viables por días fuera del agua y por años en sedimentos, sobreviviendo la digestión y regurgitación de aves acuáticas. Habita cuerpos de agua dulce y salobre con salinidades menores a 8 ups, inclu-yendo lagos, lagunas, estanques, ríos y charcos temporales. La especie fue introducida en Amé-rica del Norte vía comercio de acuarios, desde el sudeste asiático a fines de 1950; se cultivó, se vendió como planta ornamental y rápidamente se dispersó en los canales del sureste de Estados Unidos entre 1960 y 1970. Se reporta en el lago Gatún (Panamá) desde 1960, siendo encontra-da además en Venezuela y Colombia. Presenta condiciones adecuadas de crecimiento rápido en aguas turbias con bajos niveles de dióxido de carbono y se encuentra en sistemas con profun-didades de hasta 8 m. Puede ocasionar cambios en las comunidades planctónicas, anoxia debido a su excesivo crecimiento y genera microhábitats para invertebrados. Reduce el flujo de agua en canales de irrigación e impide la recreación en lancha y la pesca comercial, pudiendo obstruir plantas generadoras de energía hidroeléctrica (Arrivillaga 2002, Haller 2002).

Hydrilla verticillata ha sido colectada a par-tir de 1990 en Guatemala y desde 2001 en el

lago de Izabal (15º24’ N y 88º 58’W), el más grande de Guatemala con una superficie de 717 km2, que desagua en el mar Caribe por medio del río Dulce (Arrivillaga 2002). Es un sistema polimíctico, con una profundidad promedio de 12 m y máxima de 17 m, donde cerca del 10 por ciento presenta profundidades menores a 5 m. En la zona de la desembocadura en el Cari-be se encuentran humedales influenciados por las mareas presentando esta zona penetración salina, principalmente durante la temporada seca. La cuenca se encuentra afectada por la deforestación, el uso extensivo de agroquímicos (agricultura anual y permanente con palma) y el aporte de aguas servidas sin tratamiento. La calidad de agua del lago refleja el aporte de los tributarios y los usos de la cuenca; el lago se encuentra en proceso de eutrofización acelerada, principalmente en el área cercana a la desembo-cadura de los principales afluentes (Arrivillaga 2002, Otecbio 2002).

El ingreso de Hydrilla verticillata al lago pudo deberse al transporte por embarcaciones pro-venientes de sistemas donde se encontraba la especie (Florida) o haber sido introducida por acuaristas; el huracán Mitch -en 1998- se men-ciona como la potencial causa de dispersión de esta especie en el lago y la salinidad como el factor limitante en él área de la desembocadura (Haller 2002). En el lago de Izabal, en octubre de 2002, la cobertura era cercana al 3 por ciento, ocasionando problemas menores a la pesca y la navegación (figura 1). De acuerdo con la profun-didad donde puede establecerse la especie (0-6 m), la batimetría del sistema, las condiciones del sedimento y el potencial de dispersión, se esti-

Figura 1. Hydrilla verticillata en Izabal (modificado de Haller [2002]).

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mó un aumento en su cobertura del sistema de entre 10 y 25 por ciento. Esto generaría impactos negativos en el turismo y las marinas y potencia-les problemas de salud pública debido a la pro-liferación de mosquitos que podrían ocasionar paludismo y dengue (Haller 2002, Otecbio 2002, Conap 2003).

Lemna obscura

Ésta es una planta flotante libre que habita encima o debajo de la superficie del agua de manera solitaria o en grupos de 2, 10 o más individuos, con reproducción por gemación. Las principales formas nitrogenadas que utiliza son el amonio y el amoníaco, tolerando bajas salinida-des (4-8 ups). El género Lemna es considerado como indicador de eutrofización e incluye varias especies que por su capacidad y rapidez de pro-pagación han causado obstrucción de canales de riego y drenaje, alterando la navegación y la pesca y problemas sanitarios (www.iclam.gov.ve dic 2004).

En el lago de Maracaibo (Venezuela), duran-te enero-marzo de 2004 se observó una explo-sión demográfica de la lenteja de agua (Lemna), identificada como Lemna mínima fill o Lemna obscura (según la referencia utilizada), que llegó a cubrir aproximadamente el 15 por ciento de la superficie del lago (figura 2). El género es repor-tado en el sistema desde la década de los setenta (www.vitalis.net dic 2004), aunque, de tratarse de Lemna obscura, correspondería a una especie exótica cuya forma de introducción al sistema habría ocurrido a través del transporte por aves provenientes de Florida (González 2004).

El lago de Maracaibo se sitúa en el noroeste de Venezuela, es el cuerpo receptor de la cuenca Maracaibo y forma parte del sistema Maracai-bo; actúa como cuerpo de agua salobre que se conecta a través del estrecho de Maracaibo con el golfo de Venezuela y el mar Caribe (Rodríguez 2001). Ocupa una depresión de 13.280 km2 y presenta profundidades que oscilan entre 5 y 34 m (González 2004). La zona alrededor del golfo de Venezuela presenta dos estaciones dife-renciales en sus precipitaciones, seca y lluviosa, ocurriendo el 90 por ciento de las precipitacio-nes entre mayo y octubre. El sistema muestra un patrón de circulación ciclónico, iniciado por la acción de los vientos y por una fuerte descarga de agua dulce proveniente de los ríos, en su

extremo sureste; como consecuencia de esta circulación se forma un hipolimnion en forma de cono en las cercanías del centro del lago. La temperatura del agua presenta un compor-tamiento estacional con mínimos (29 ºC) en febrero y máximos (32,5 ºC) en septiembre; las menores salinidades (0,02 ups) se observan en su extremo sureste, ingresando masas de agua salobres por zonas profundas contribuyendo al cono salino del hipolimnion antes mencionado. Condiciones anóxicas pueden ocurrir en una gran área del hipolimnion cuando la columna de agua se encuentra estratificada; las menores concentraciones de oxígeno en superficies se observan en diciembre (cuando la base del cono es reducida y su ápice se acerca a la superficie), donde el volumen del hipolimnion es reducido y el agua es mezclada. Debido a la baja circulación del hipolimnion, las concentraciones de fósforo y nitrógeno se incrementan de superficie al fondo, donde los niveles de fósforo en la columna de agua son controlados por los sedimentos del fondo y los procesos de absorción que en él ocu-rren (Rodríguez 2001).

El sistema Maracaibo sostiene cerca del 18 por ciento del total de la pesca de Venezuela; la cuenca presenta una población humana cercana a los 5,5 millones con una intensa actividad petrolera y muestra un importante desarrollo de la actividad agrícola, recibiendo el lago de Maracaibo vertidos directos de aguas servidas de diferentes poblaciones costeras (Rodríguez 2001, González 2004, www.vitalis.net). Los nutrientes atrapados en las aguas salinas densas en la base del hipolimnion, y las condiciones anóxicas cer-canas al fondo, iniciaron el proceso de eutrofiza-ción del Lago de Maracaibo incrementando los problemas ambientales del sistema, debido a la contaminación por pesticidas, metales pesados e hidrocarburos (Rodríguez 2001).

Para explicar el excesivo crecimiento de Lemna obscura en este sistema se plantea como hipótesis que las lluvias hayan transportado nutrientes desde las cuencas, o que una presen-cia excesiva de N-amoniacal haya favorecido la reproducción, no descartándose la combinación de ambas (www.iclam.gov.ve). Relacionado con la presencia de N-amonical se menciona como causa la erosión del hipolimnion y su posterior liberación de nutrientes al epilimnion (www.iclam.gov.ve). La densidad de plantas puede

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interferir con la navegación del lago, afectar la actividad pesquera y la descomposición de esta biomasa vegetal puede ocasionar anoxia en estratos profundos del sistema, además de malos olores y potenciales problemas sanitarios (Gon-zález 2004).

Figura 2. Lemna obscura en lago de Maracaibo (www.vitalis.net). Crecimiento de Lemna sp a lo largo de la costa (tonos grises en la foto izquierda y blanco en la derecha).

Invertebrados invasores en cuenca del Plata

La cuenca del Plata presenta como principa-les sistemas fluviales a los ríos Paraná, Uruguay, Paraguay y de la Plata, mostrando una exten-sión de tres millones de kilómetros cuadrados y una población cercana a los 120 millones de habitantes. Es la zona más industrializada de América del Sur y está integrada por Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay y Paraguay. Debido a su rápida urbanización, presenta diversos proble-mas ambientales: contaminación de sus recursos hídricos, construcción de embalses y eutrofiza-ción (Tundisi 1994), a lo que se ha sumado la

recientemente registrada presencia de especies exóticas de moluscos que ocasionan pérdida de biodiversidad en los sistemas hídricos y afectan de forma negativa la economía de los países ocasionando gastos indirectos a las empresas afectadas (Darrigran 2002).

Los moluscos exóticos accidentalmente intro-ducidos en la cuenca del Plata corresponden a Corbicula fluminea y Limnoperna fortunei, que presentan características biológicas particulares y una amplia distribución en la región (cuadro 1). Estas especies son originarias del sudeste asiá-tico y se hipotetiza que su transporte a la región se realizó por medio de las aguas de lastre o como fuente de alimento de personal de buques mercantes (Darrigran 2002); posteriormente existió una dispersión dentro de la región por navegación local y/o dispersión larval (Darrigran 2002, Mansur et al. 2004a y 2004b, Brugnoli et al. 2005). De esas dos especies, hasta la fecha solamente Limnoperna fortunei, comúnmente conocida como mejillón dorado, presenta com-portamiento invasor (Darrigran 2002, Mansur et al. 2004a), mostrando mayores impactos eco-nómicos y ambientales que Corbicula fluminea (Darrigran 2002).

Las características bióticas del mejillón dora-do (p.e., epibentónicos, comportamiento gre-gario, elevada tasa reproductiva), ocasionan problemas de macrofouling (figura 3), generando obstrucción de filtros, inutilización de sensores hidráulicos, daños en los sistemas de refrigera-ción y en las bombas de captación, y disminución en el diámetro de las tuberías de conducción del agua (Brugnoli et al. en prensa).

Figura 3. Macrofouling ocasionado por Limnoperna fortunei en estructuras hidráulicas.

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Prevención + control + erradicación = total de ¿gastos indirectos?

Las especies invasoras ocasionan interferen-cia con actividades humanas (Morton 1977, Darrigran 2002, Mansur et al. 2003), generan-do gastos indirectos a las empresas afectadas (Pimantel et al. 1999, Darrigran 2002, Brugnoli et al. en prensa). Para una gestión ambiental-mente saludable de estas especies se sugiere pre-venir su ingreso y controlar su población una vez ingresada al sistema, ya que la erradicación del mismo es muy costosa (de Poorter 1999).

El control poblacional es la aplicación de estrategias de manejo que modifiquen las varia-bles poblacionales de la especie (tasa de creci-miento, inmigración, emigración) con el obje-tivo de reducir, mantener o incrementar su abundancia en un ambiente. Específicamente, toda medida de control de especies invasoras debería ser aplicada en el o los momentos del ciclo de vida en que ocasione el máximo impacto en la población. Se debe seleccionar un método

de control consistente con los propósitos de con-trol, no afectando negativamente el ambiente (Howard 1999). La aplicación de una determi-nada estrategia de control necesariamente debe-rá contar con un monitoreo del ambiente y de su efecto sobre las otras especies que habitan el ecosistema. Las estrategias de control utilizadas se clasifican en químicas, físicas y biológicas.

Para el caso de las macrófitas, se utilizan pes-ticidas como control químico, peces herbívoros como controladores biológicos y cosechadoras o barcos adaptados para el control mecánico o extracción. La elección del mejor método de control dependerá del tipo de planta presente en el sistema (flotantes, sumergidas o enraiza-das), aunque no hay que desestimar el impacto ambiental ocasionado en la calidad de agua al incorporar determinados herbicidas u organis-mos exóticos para el control de estas malezas (Straskraba y Tundisi 2000).

Debido a la actual extensión de Hydrilla en el lago de Izabal, su erradicación es muy compleja

Cuadro 1. Características biológicas, ecológicas y distribución de Limnoperna fortunei y Corbicula fluminea (modificado de Brugnoli y Clemente [2002]).

Limnoperna fortunei (Dunker 1857) Corbicula fluminea (Muller 1774)

Nombre común Mejillón dorado Almeja asiática

Clasifiacióntaxonómica

Mollusca: Bivalvia, Mytillideae. Mollusca: Bivalvia, Corbiculideae

Forma y color Alargada, color dorado-marrón. Ovalada, color grisáceo y/o blanco - negro

Tamaño máx. estimado

40 – 45 mm 30 mm

Reproducción Sexual, dioicos, fecundación externa y desarrollo indirecto. Estadios larvales valvados y no valvados de vida libre.

Sexual, hermafroditas, fecundación interna y desarrollo indirecto. Estadios larvales valvados de vida libre

Hábitat En la fase juvenil y adulta habita sustratos duros. Hábito epifaunal.Habitan sistemas de agua dulce hasta 3 ups (Darrigran 2002).

En fases juveniles y adultas habitan sustratos blandos. Hábito infaunal. Habitan sistemas de agua dulce hasta 15 ups.

Densidadpoblacional

Hasta 150.000 ind/m2 Hasta 10.000 ind/m2

Actual distribución Ríos de la Plata, Uruguay, Negro, Santa Lucía, Paraná, Salado (Darrigran et al. 2002, Brugnoli et al. 2005) y laguna de los Patos (Mansur et al. 2003).

Ríos de la Plata, Uruguay, Paraná, laguna Merín y lago Guaíba (Brugnoli et al. en prensa, Mansur et al. 2004a).

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y es necesario desarrollar planes de prevención para la expansión de esta especie en el sistema, monitorear y generar opciones de manejo a corto y largo plazos (Arrivillaga 2002, Haller 2002). Para el caso específico de Lemna en el lago de Maracaibo, la prevención falló y debido a la magnitud de la invasión la erradicación es compleja; se realizó un control poblacional mediante la remoción física, extrayendo a la especie por medio de “cosechadoras” con un importante aporte de recursos humanos locales (González 2004, www.vitalis.net). En ambos casos, la implantación de las alternativas de con-trol representa gastos indirectos a las entidades ambientales de Guatemala y Venezuela (cuadro 2).

Al igual de lo que ocurre en la cuenca del Plata (Darrigran 2002), el principal organismo que genera macrofouling en Uruguay es Limno-perna fortunei, ocasionando gastos indirectos al 90 por ciento de las empresas afectadas (Brug-noli et al. en prensa). Para su control poblacional se utiliza principalmente el método mecánico (Ibid.) removiendo las colonias con hidrola-vados o raspando las superficies afectadas, sin una planificación relacionada con la dinámica poblacional de la especie. Menos utilizado es el control químico mediante cobre, el compuesto amonio policuaternario Polyquat, cloro o el uso de pinturas antifouling como protección de las estructuras factibles de ser colonizadas por estos organismos. De incrementarse el uso de estos compuestos, se debería realizar con importantes

cuidados ambientales, ya que existen unos que pueden tener efectos negativos sobre la biota.

Hasta la fecha, en Uruguay, al igual que en el resto de la cuenca del Plata, estos organismos generaron problemas en plantas potabilizadoras de agua, instalaciones de represas hidroeléctricas y puertos y frigoríficos que utilizan el agua como insumo, ocasionando gastos indirectos -según estimación primaria- por $10.000 o más por cada empresa afectada (Ibid.). Estos gastos se debie-ron al incremento en la frecuencia de tareas de mantenimiento, reparación de equipos, cambio de estructuras, mayor consumo energético para el bombeo de agua o inversiones en recursos destinados a programas de control y erradicación de las colonias invasoras (Clemente y Brugno-

li 2002, Brugnoli et al. en prensa, Muniz et al. aceptado pero no publi-cado).

Los gastos en progra-mas de control de espe-cies exóticas en Latino-américa, planificados o ejecutados, no incluyen costos o pérdidas ecoló-gicas (pérdida de biodi-versidad y de funciones ecosistémicas), sociales (pérdida de pesque-rías artesanales, efec-tos sobre la salud), de investigación ni progra-mas de monitoreo con-

tinuos para prevención y generación de acciones inmediatas a la detección de organismos exóti-cos en ecosistemas costeros (Hayes et al. 2005). La realización de estudios interdisciplinarios por profesionales de las ciencias ambientales, que incluyan consideraciones ecológicas, sociales y económicas, permitirá estimaciones más precisas sobre los gastos ocasionados por estos organis-mos, incluyendo daños ecológicos y sociales estructurales y no estructurales.

ConclusionesActualmente, las invasiones biológicas son

consideradas como otro indicador de los cam-bios ambientales que ocurren a escala global, cambios en los regímenes de precipitación, en la cobertura forestal y en la expansión de la

*Rango de gastos: 1) Arrivillaga 2002, 2) Haller 2002, 3) González 2004, 4) Méndez 2004 (com. pers), 5) www.vitalis.net.

Cuadro 2. Gastos en control de plantas invasoras en Latinoamérica.

Especie Sistema invadido

(sitio y país)

Gastos realizados

o estimados (*)

Métodos de

control

Hydrilla verticilllata

Planta acuática sumergida.

Familia Hydrocharitaceae(1, 2)

Lago de Izabal y río

Dulce (Guatemala)

$800.000 -

$2.975.500

Biológico,

mecánico o

químico

Lemna obscura

Planta acuática flotante.

Familia Lemanaceae

(lenteja de agua) (3, 4, 5)

Lago de Maracaibo

(Venezuela)

$400.000 -

$3.000.000

Mecánico

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frontera agrícola que ocasionan pérdida de bio-diversidad. Las modificaciones en los regímenes de precipitación podrían generar variaciones en la salinidad de los cuerpos de agua costeros, aumento de la escorrentía y lavado de nutrien-tes hacia los sistemas acuáticos, ocasionando procesos de eutrofización en los sistemas acuá-ticos, generando condiciones propicias para el desarrollo de macrófitas con comportamiento invasor, aumentando así la vulnerabilidad de los ecosistemas a la invasión de otras especies. Las especies de plantas acuáticas descritas en el presente trabajo son indicadores de la degrada-ción ambiental de los cuerpos de agua invadidos (lagos de Izabal y de Maracaibo), reflejando indirectamente el estado del deterioro ambiental de la cuenca.

Los problemas ambientales son consecuencia de las actividades humanas. En el caso particular de las especies exóticas acuáticas, su introduc-ción ha sido deliberada para fines productivos y también ha sido derivada accidentalmente de la navegación y de actividades recreativas globali-zadas como el acuarismo. Al transporte de esta mercadería peligrosa no se le cobra impuestos y se embarca y desembarca en diferentes partes del mundo sin solicitársele pasaporte para su radica-ción, generándose efectos negativos para la bio-diversidad autóctona y para empresas usuarias de los recursos hídricos, que deben destinar fondos para mitigar sus impactos. De incrementarse este problema, los gastos ocasionados repercutirán indirectamente en el usuario por el incremento de las tarifas de las empresas afectadas -potabili-zadoras de agua y de generación hidroeléctrica, por ejemplo.

Para disminuir los daños ocasionados por las especies acuáticas invasoras el problema debie-ra enfocarse desde una óptica de la gestión y manejo integrado de cuenca con una visión eco-sistémica y predictiva, considerando la cuenca hidrográfica como una unidad (Tundisi 2000) y profundizando los estudios ecológicos predicti-vos para ser implantados por los gestores de los recursos hídricos (Clark et al. 2001). Respecto de las especies acuáticas exóticas son pertinen-tes los estudios con desarrollo de mapas de embalses prediciendo la colonización de macró-fitas a partir de: características físico-químicas, morfológicas y climatológicas del sistema, de condiciones de las especies vegetales (Neiff et

al. 2000), de la identificación de sistemas poten-cialmente invadidos a partir de características de las especies invasoras (ecosistema receptor y comportamiento de la invasión) (Ricciardi y Rasmussen 1998, Ricciardi 2003, Brugnoli et al. 2005), y es pertinente el uso de sensores remotos y sistemas de monitoreo en tiempo real para ser utilizados en modelos predictivos para el mane-jo de sistemas acuáticos (Tundisi et al. 2004). Estos enfoques debieran ser complementados con programas de divulgación de la naturaleza de la problemática y de los efectos ecosistémicos y económicos; con acciones coordinadas, entre instituciones académicas y de gestión, tendien-tes al manejo de la situación, y del dictado de normativas nacionales, regionales y globales.

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Agradecimientos

A Lorena Rodríguez y Guillermo Chalar (Sección Limnología, Facultad de Ciencias), Janine Mendoza (Departamento Calidad de Agua, Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales, Venezuela), Ernesto González (Universidad Central de Venezuela) y Ricardo Valverde (Tribunal Centroamericano del Agua, Costa Rica) por sus colaboraciones y sugerencias que permitieron mejorar el presente trabajo.

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Changes in soil organic matter (som) and available nitrogen for plants in the form of ammonium (NH4

+) and nitrate (NO3

-) were evaluated during four consecutive cycles of flooded rice, in order to compare the systems direct seeding into stubble (dss) and conventional mechanized tillage (cmt). The experiment was established in the Pelón de la Bajura Farm, in the North Pacific region of Costa Rica. A contiguos-plot settlement with five repetitions was used to compare the effects of cmt versus dss. Soil samples from three different depths (0 to 5, 5 to 20 and 20 to 40 cm) were randomly obtained during the first 10 days after rice seeding and before any nitrogen fertilizer application. som content was determined through laboratory analysis. Also NH4

+ and NO3- content were measured in order to

determine the amount of available nitrogen for the plants. It was concluded that major effects of stubble in dss take place between 0 and 5 cm of depth, with more of 2,6 ton/ha som, 1,5 ton/ha organic C and 150 kg/ha of whole N than cmt.

RASTROJOS, MATERIA ORGÁNICA Y NITRÓGENO EN UN ARROZAL INUNDANDO

por RODOLFO QUIRÓS Y CARLOS RAMÍREZ Durante cuatro ciclos consecutivos de cultivo de arroz inundado

se evaluó cambios en el contenido de materia orgánica del suelo (mos) y del nitrógeno (N) disponible para las plantas en forma de amonio (NH4

+) y nitrato (NO3-), a fin de contrastar los sistemas de

siembra directa sobre rastrojos (sdr) y de labranza mecanizada convencional (lmc). El ensayo fue realizado en la Hacienda el Pelón de la Bajura (Pacífico norte costarricense), en un agroecosistema representativo de la zona de vida bosque húmedo premontano transición a basal tropical. Se utilizó un arreglo de parcelas con-tiguas con cinco repeticiones. Durante cada ciclo de cultivo eva-luado, antes de transcurridos los primeros 10 días después de la siembra del arroz y previo a la fertilización nitrogenada, se efectuó un muestreo aleatorio del suelo a tres distintas profundidades: 0 a 5, 5 a 20 y 20 a 40 cm. Mediante análisis de laboratorio se deter-minó el contenido de mos y las fracciones de NH4

+ y NO3- como

indicadores del N disponible. Se concluyó que los rastrojos del arroz en sdr permitieron una mayor concentración de mos entre 0 y 5 cm de profundidad, con diferencias altamente significativas en más de 2,6 ton/ha de mos, 1,5 ton/ha de C orgánico y 150 kg/ha de N total con respecto a lmc. que en el úl ti mo me dio si glo se han pro pues to pa ra esa ciu dad, cri ti cán do los.

R E S U M E N

Rodolfo Quirós, ingeniero forestal y especialista en economía y manejo en recursos naturales, es investigador en la Universidad Nacional. Carlos Ramírez, microbiólogo especialista en suelos, es investigador retirado de la Universidad de Costa Rica.

L a mayoría de los terrenos utilizados para el cultivo de arroz en Costa Rica son preparados para la siembra mediante labranza intensiva

del suelo. Con las operaciones de labranza los ras-trojos vegetales se incorporan dentro del perfil del suelo e impactan en forma súbita sus propiedades físicas, químicas y microbiológicas. Los rastrojos están compuestos por material vegetal fresco y en descom-posición que proviene de la paja y soca del cultivo previo, así como de malezas controladas, e incluyen tanto los tallos y follaje como el sistema radicular. Este material vegetal es la mayor fuente de energía y nutrimentos para los organismos heterotróficos del suelo.

Entre las razones que alegan los productores para realizar labranzas intensivas del suelo e incorporar los rastrojos están: evitar que éstos alberguen plagas o enfermedades y facilitar las labores de siembra. Además, se considera que mediante la labranza se logra un control efectivo de malezas, se favorece la aireación del suelo y, a la vez, se mejora las condicio-nes para el crecimiento radicular del cultivo (Hayes 1982). Durante muchas generaciones de productores estos argumentos han servido de justificación para mullir los terrenos hasta el extremo de dejarlos pul-verizados y altamente vulnerables a la erosión o con total destrucción de su estructura natural (Crovetto 1992). Adicionalmente, a muchos agricultores les impresionan las violentas transformaciones que en poco tiempo realizan potentes equipos para labranza, lo cual ha sido aprovechado por los vendedores de maquinaria agrícola para mantener vigente la pre-paración física del terreno. Aún en la actualidad muchos productores subestiman los impactos nega-tivos de labrar el terreno y dejarlo desprovisto de la cobertura protectora que proporcionan los rastrojos. La influencia de la tradición de preparar en forma mecanizada los terrenos es tan fuerte que ésta se

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realiza sin considerar los aspectos desfavorables que la alteración física y microbiológica del suelo ocasiona en los rendimientos y la producción agrícola.

Los rastrojos y residuos vegetales en descom-posición forman una cobertura protectora sobre la superficie del suelo, moderan los cambios de temperaturas en éste, facilitan la infiltración del agua y limitan la evaporación (Pecorari 1998, Bull 1993). También evitan la erosión hídrica o eólica, amortiguan el impacto de las gotas de lluvia, reducen la formación de superficies endurecidas (encos-tramiento) y mitigan el agrietamiento del suelo por la rápida pérdida de humedad (Rimolo 1998, Smith et al. 2000). Bajo las condiciones creadas por los rastrojos de la superficie, la masa de raíces se descompone y se transforma. Los residuos descompues-tos que han penetrado en el suelo reaccio-nan con sus partículas minerales y junto con exudados de las raí-ces forman agregados. También se reduce la densidad aparente e incrementa la capaci-dad de retención de humedad del suelo (Miche-lena 2004, Shelton et al. 2000).

Aun cuando los rastrojos cumplen una fun-ción protectora y favorecen la acumulación de materia orgánica en el suelo (mos), en la agri-cultura convencional son considerados como desperdicios y a menudo son removidos o eli-minados, mediante su incorporación al suelo, quema, enfarde, extracción o una combinación de estos procedimientos. Con la incorporación de los rastrojos, a corto plazo ocurre un rápido crecimiento de la biomasa microbiana que con-sume los nutrimentos disponibles en el suelo y los inmoviliza. El exceso de rastrojos incorpora-dos conduce a un incremento en la demanda de nitrógeno (N) por parte de los microorganismos del suelo y a su inmovilización, lo cual es incon-

veniente para el cultivo especialmente durante el período de máxima absorción (Carefoot et al. 1994).

Aunque la quema de rastrojos es usada para reducir restos vegetales que dificultan la siembra en el sistema de labranza mecanizada convencio-nal (lmc), el fuego y las alteraciones que ocurren por las altas temperaturas de la combustión eliminan muchos organismos que habitan la rizosfera y afectan diversas propiedades edáfi-cas. Además, con la extracción de los rastrojos superficiales se elimina gran parte del principal

insumo vegetal para el suministro de carbono (C) y N, dos elemen-tos determinantes de la relación C:N, la cual contribuye a mantener el apropiado balance en los procesos bio-químicos de los orga-nismos del suelo. Los rastrojos constituyen una fuente de C para mantener los conteni-dos de mos y a la vez sirven como sustrato para la actividad de los microorganismos.

A diferencia de la lmc, en la siembra directa sobre rastrojos (sdr) todos los residuos vegetales del ciclo

previo son conservados formando una cobertura protectora sobre la superficie del terreno. Para evitar el rebrote de la soca del cultivo anterior y controlar el crecimiento de las malezas se realiza aplicaciones totales con herbicidas postemergentes no selectivos de acción sistémica. En este sistema es innecesaria la preparación física del terreno para la siembra.

La cantidad de rastrojos remanentes en el campo depende del tipo de cultivo anterior. En arroz esta cantidad es directamente proporcional al rendimiento en granza. En general, mientras más altos sean los rendimientos del cultivo mayor será la cantidad de rastrojos producidos. Por cada tonelada de grano cosechada se produce una cantidad equivalente de rastrojos (Cordero 1993), con proporciones de entre 0,8 a 1 y de 1,2

R. Quirós

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a 1; lo cual puede variar de 2 a más de 8 ton/ha dependiendo de la variedad, productividad y método de la cosecha. Cuando una cobertura de esta magnitud queda sobre el terreno, se requiere de dispositivos especiales para cortar los tallos, asegurar que la semilla del cultivo sea depositada a la profundidad adecuada y quede en contacto con el suelo.

El sistema sdr permite mayor estabilidad para que los procesos bioquímicos de los organismos descomponedores de la mos ocurran gradualmente. Debido a que las alteraciones del suelo son mínimas, los procesos para el ciclaje de nutrimentos ocurren en forma continua y de manera similar a como sucede en ecosistemas naturales imperturbados (Doran 1980). En sdr la ausencia de labranza y la progresiva acumulación de rastrojos pueden incrementar la cantidad y calidad de la mos y ésta a su vez mejora propiedades físicas como la estructura, densidad, agregación, infiltración, conductividad de agua o aire y la capacidad de retención de humedad (Kay 1990). Al aplicar continuamente la sdr al manejo del arroz inundado es probable que se produzcan cambios en los procesos de mineralización de la mos y en el ciclaje de nutrimentos como el C y el N (Crovetto 1992), los cuales podrían favorecer la nutrición del arroz en vez de inducir impactos adversos al ambiente por lixiviación o emanación de gases con efecto invernadero. Las altas temperaturas y la abundante humedad junto con el suministro continuo de rastrojos crearían las condiciones para la mineralización gradual de la mos, con lo que se produciría un progresivo incremento en el aporte de C y N orgánico al agroecosistema. Además, la disponibilidad adecuada de N aumentaría en forma balanceada la demanda de otros nutrimentos claves en el crecimiento vegetativo y reproductivo de las plantas (Ramírez 2001). Es posible que la interacción de la mos con los componentes minerales del suelo transforme paulatinamente las condiciones físicas y químicas del suelo tornándolas favorables al crecimiento radicular del arroz.

Aunque solo la mitad de los campos arro-ceros del mundo son inundados, ellos suplen el 75 por ciento de la demanda mundial de arroz. En campos inundados la descomposición de la mos es metanogénica e involucra diversos grupos funcionales de microorganismos, entre

los que tienen mayor importancia las bacterias hidrolíticas, fermentativas y homacetogénicas (Liesack et al. 2000, Conrad y Frenzel 2002, Zinder 1993). A medida que ocurre la degrada-ción de los rastrojos son producidos compuestos orgánicos solubles en agua y nutrimentos que son aprovechados por el cultivo o en su defecto lixiviados. Desde el punto de vista económico y ambiental, los campos arroceros bajo inundación revisten mayor importancia que los de secano porque permiten obtener mayores rendimientos. Cuando se aplica sdr al manejo de estos agroeco-sistemas se mitiga las emisiones gaseosas de metano y CO2, con lo que se reduce el potencial de causar impactos negativos al ambiente, en especial evitando el efecto invernadero (Watson et al. 1992).

En Costa Rica el arroz inundado se siembra principalmente en monocultivo dos a tres veces al año. Los suelos más utilizados son vertisoles con contenidos de materia orgánica de entre 2 y 3 por ciento y generalmente deficitarios en N (Henríquez et al. 1998). Para alcanzar niveles de rendimiento rentables en cada ciclo de cultivo es preciso aplicar entre 100 y 250 kg/ha de N (Cordero 1993), lo que representa una fracción importante en los costos de producción. A pesar de que los fertilizantes químicos permiten incrementar los rendimientos, existe preocupa-ción por su creciente costo y los impactos que impiden lograr una productividad económica y ambientalmente sostenible. Además, el consu-mo energético requerido en la síntesis industrial del N agudiza el problema global del efecto invernadero.

Desde la perspectiva ambiental, una manera de lograr sistemas de producción agrícola más sostenibles consiste en validar prácticas de culti-vo que permitan una disponibilidad más estable y constante de N en el agroecosistema; apro-vechando su ciclaje natural a fin de reducir los niveles de fertilización química. Herrera (2002) estimó contenidos de N total de 0,65 por ciento y 0,26 por ciento en rastrojos de malezas y arroz respectivamente. Según Cordero (1993), varie-dades de arroz como CR1821 tienen capacidad de producir hasta 10 ton/ha/ciclo de paja (ras-trojos), con contenidos de 0,68 por ciento, 0,09 por ciento y 2,22 por ciento respectivamente de N, fósforo (P) y potasio (K). Con estos valores, al término de cada ciclo de cultivo los rastrojos

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de arroz podrían aportar en forma respectiva 68, 9 y 222 kg/ha de N, P y K.

Aunque el contenido de nutrimentos en estos rastrojos y la tasa de descomposición de los mismos no son suficientes para satisfacer los requerimientos nutricionales del cultivo, sí pueden complementar la fertilización mineral y disminuir costos o riesgos de impactos desfavora-bles al ambiente. De este modo, con sdr se podría mantener o incrementar la capacidad productiva del suelo, elevar los rendimientos del cultivo y lograr mayor rentabilidad en la agricultura del arroz.

Comprender la forma como ocurre la des-composición de los rastrojos es importante para determinar el efecto de su manejo en el suelo (Dormaar y Carefoot 1996). Durante los últimos años se ha realizado investigación que demuestra las ventajas de efectuar rotaciones con cultivos leguminosos con capacidad para la fijación bio-lógica de N. Sin embargo, por las características particulares de la infraestructura requerida en el manejo de arroz inundado, existen limitacio-nes para efectuar rotaciones con otros cultivos. Debido a que en Costa Rica el arroz se produce principalmente en monocultivo, es importante conocer el aporte de los rastrojos de arroz en la nutrición del mismo cultivo.

El objetivo del estudio cuyos resultados aquí se presentan fue determinar la contribución de los rastrojos de arroz en un agroecosistema inundado, luego de cuatro ciclos consecutivos de arroz en monocultivo mediante sdr, y su con-traste con el sistema lmc. En forma particular se evaluó la existencia de diferencias entre ambos sistemas con respecto al contenido de mos y las formas de N disponible en el suelo.

Materiales y métodos

Características del sitio en estudio

La etapa experimental del estudio se desarrolló entre diciembre de 2001 y mayo de 2004, en un agroecosistema arrocero de la Hacienda El Pelón de la Bajura, en el Pacífico norte de Costa Rica, lugar ubicado en la zona de vida bosque húmedo premontano transición a basal tropical (según la conocida clasificación de L. Holdridge). El sitio presentó topografía plana, con elevaciones medias de entre 10 y 20 msnm, ubicado entre las coordenadas verticales 381-384 y 267-274 horizontales de

la hoja Tempisque. Según datos de la estación hidrometeorológica local (ubicada en la misma Hacienda), la temperatura media anual presentó pequeñas fluctuaciones, con una media de 27,6 oC, con valores mínimos y máximos respectivos de 22,9 y 34,7 oC; la precipitación media fue de 1.722 mm/año, con el 66 por ciento de las lluvias concentradas en junio, septiembre y octubre; la humedad relativa varió entre 61 y 90 por ciento. La textura del suelo en el área del experimento fue francoarcillosa (33 por ciento arena, 29 por ciento limo, 38 por ciento arcilla), con color entre gris oscuro y negro en el perfil estudiado. El pH del suelo fue de 6,5 y la capacidad de intercambio catiónico de 22,2 cmol(+) (análisis realizados en el Laboratorio de Suelos del Centro de Investigaciones Agronómicas de la Universidad de Costa Rica).

Arreglo experimental

El experimento se realizó en cuatro lotes arroceros cultivados a escala comercial con arroz bajo inundación con lámina de agua constante, identificados como Playitas, Bribrí, Cabuyo y José Joaquín. En cada lote se instaló un par de parcelas permanentes cuadradas con 4.900 m2 de superficie cada una, separadas entre sí por bordes de 10 m de ancho. El arreglo experimental consistió en parcelas contiguas asignando los sistemas sdr y lmc a cada parcela, con cinco repeticiones por lote. Las parcelas fueron divididas en 49 subparcelas cuadradas con 100 m2 de área efectiva cada una, y en forma aleatoria se seleccionó cinco subparcelas por sistema de siembra para efectuar los respectivos muestreos de suelos.

Prácticas culturales

En la cosecha del arroz correspondiente a cada ciclo de cultivo se usó una cosechadora con secciones articuladas, capaces de desprender los granos del arroz sin cortar los tallos, de tal modo que dejaban casi intactas las cañas en pie y la mayor parte del follaje. Solo la granza y pequeños trozos de hojas o tallos fueron retirados del sitio por la cosechadora. Mediante muestreo y determinación de pesos de biomasa seca aérea se estimó la cantidad de rastrojos de malezas y de arroz que quedaron sobre el terreno al final de cada ciclo de cultivo. Según el método de línea transepto (Shelton et al. 2000), la cobertura del suelo lograda por los rastrojos en todos los

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casos evaluados fue mayor al 60 por ciento. La biomasa de raíces (rastrojos subsuperficiales) no fue considerada en este estudio debido a la dificultad para manipular suelos de textura pesada.

En las parcelas bajo sdr se efectuó un control químico total de la vegetación en crecimiento, cinco días antes de la siembra. Para controlar el crecimiento de las malezas y los rastrojos del cultivo se aplicó 3 kg/ha de glifosato 68 SG en 200 l/ha de solución herbicida. El cultivo fue sembrado manteniendo el total de rastrojos de arroz remanentes de la cosecha previa junto con las malezas desecadas por el tratamiento herbici-da. En sitios tratados con lmc el suelo fue preparado mediante una pasada de ras-tra rompedora, una de rastra afinadora y, finalmente, un pase de rodillo compacta-dor. Para incorporar completamente los rastrojos se empleó una rastra con 40 discos de 98 cm de diámetro. En la superficie del terreno no quedó en forma visible restos de ras-trojos ni malezas.

En todos los ciclos evaluados se utili-zó una sembradora Semeato TDNG 420, calibrada para sem-brar 180 kg/ha de semilla certificada de arroz. Para activar la germinación se aplicó riego intermitente durante 3-4 semanas después de la siembra.

Al inicio del ensayo los terrenos fueron micronivelados para asegurar uniformidad en la cobertura con una lámina de agua de 10 cm de altura, la cual se mantuvo en forma continua una vez que las plántulas alcanzaron el estado de cuatro hojas. De acuerdo al programa de fertilización de la finca, para asegurar un adecu-ado suministro de fósforo, potasio y magnesio, al momento de cada siembra se fertilizó con 50,

125 y 8 kg/ha de triple superfosfato, sulfato de potasio y óxido de magnesio respectivamente.

Muestreo del suelo

Al inicio de cada ciclo de cultivo se tomó muestras compuestas de suelo distribuidas hori-zontalmente al azar, en cinco puntos de mues-treo por subparcela. Se cavó calicatas para tomar muestras de manera sistemática en tres capas de profundidad: 0 a 5, 5 a 20 y 20 a 40 cm respectivamente. Este ámbito de profundidades corresponde a la sección del perfil donde la densidad de raíces efectivas del arroz es máxima y coincide con la capa de suelo que es afectada por las labores de labranza. Las profundidades de

muestreo fueron de diferente amplitud porque se tuvo como premisa que los efec-tos esperados serían más acentuados en una sección estrecha del suelo superficial. Cada muestra com-puesta con un peso aproximado de 500 g se empacó en bolsas plásticas debidamen-te identificadas y se envió al laboratorio para los respectivos análisis.

Características evaluadas

Se evaluó el con-tenido de mos, el N y las dos formas de nitrógeno disponibles

más importantes para los cultivos, a saber: la fracción de amonio (NH4

+) y el nitrógeno en forma de nitratos (NO3

-). A partir del porcentaje de mos se derivó el contenido relativo de carbono orgánico (CO%), para lo cual se usó la fórmula CO% = mos%/1,724 (Kass 1998). Las deter-minaciones en laboratorio fueron efectuadas en el Centro de Investigaciones Agronómicas de la Universidad de Costa Rica. Con los datos obtenidos se efectuó pruebas de comparación de medias entre sistemas de siembra y análisis de varianza para contrastar entre ciclos de cultivo y profundidades.

R. Quirós

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Resultados y discusiónLos resultados de esta investigación fueron

divididos en cuatro secciones correspondientes a las principales variables consideradas. Primero se describe los cambios observados en el contenido de mos y su contraste entre los sistemas de siembra sdr y lmc. Luego se analiza el aporte de los rastrojos de arroz en el suministro de C y N orgánico al agroecosistema después de cuatro ciclos consecutivos en monocultivo de arroz bajo inundación. Finalmente se contrasta los cambios observados durante el tiempo de la evaluación, en las dos formas de N disponibles para el cultivo, a saber, amonio y nitrato.

Materia orgánica del suelo

Luego de cuatro ciclos consecutivos de cultivo con arroz en los cuatro lotes en estudio, el contenido de mos presentó diferencias significativas entre las distintas profundidades de suelo examinadas, con valores comprendidos en un ámbito entre 0,6 y 3,5 por ciento (figura 1). En todos los casos esta variable disminuyó con la profundidad, pero en forma más acentuada en sdr, en la cual la fracción orgánica de los cinco primeros centímetros fue casi cuatro veces superior a lo observado en la mayor profundidad evaluada (20 a 40 cm), con diferencias altamente significativas entre profundidades (p<0,01). (Aunque los datos de la figura 1 corresponden al lote Playitas, en los otros tres lotes del experimento la situación observada fue similar.)

En los sistemas de producción agrícola y forestal el manejo de la mos es indispensable para utilizar en forma sostenible el recurso suelo (Henríquez y Cabalceta 1999). Para conservar la fertilidad del suelo se debe mantener o mejorar el contenido de mos a manera de reservorio que aporte en el tiempo parte del N que es requerido por los cultivos (Ramírez 2001). A diferencia de los rastrojos que están constituidos por residuos vegetales en descomposición y pueden ser reco-nocidos sobre o cerca de la superficie del suelo, la fracción de mos corresponde a residuos de plantas y animales completamente degradados e incorporados al suelo, junto con los microor-ganismos que interactúan en procesos de des-composición de residuos y en la formación del mismo suelo. La mos constituye un reservorio de nutrimentos que luego de ser convertidos a formas asimilables mediante el proceso de mine-

ralización, pueden ser absorbidos por las plantas del cultivo.

Figura 1. Contenido de mos en tres diferentes profundidades luego de cuatro ciclos de cultivo con arroz (2002 a 2004) según sdr y lmc en lote Playitas.

Si bien los rastrojos afectan el contenido de mos, la serie de procesos que intervienen en la descomposición de los mismos y en la formación de mos es muy compleja. La descomposición de rastrojos y los materiales relacionados con este proceso forman un continuo de formas interme-dias que dificultan medir la acumulación mos. En terrenos bajo lmc la mezcla periódica de la capa superficial del suelo provoca una distribu-ción uniforme de mos en todo el perfil afectado por la labranza. Según Angers et al. (1992), consecutivas labranzas con arado ocasionaron reducciones de hasta la mitad del contenido de mos en los primeros 6 cm de suelo, con respecto a terrenos sin labrar.

En el presente estudio, posiblemente como consecuencia de la gradual acumulación de los rastrojos de arroz, en sdr se observó una marcada estratificación de mos, especialmente en la sec-ción superficial entre 0 y 5 cm de profundidad. En esta capa el contenido relativo de mos en las parcelas bajo sdr fue significativamente superior (p<0,05) a las tratadas mediante lmc a partir del tercer ciclo (figura 2). En el resto del perfil del suelo evaluado no se determinó diferencias significativas entre ambos sistemas de labranza. De acuerdo con Michelena (2004), los rastrojos de arroz en sdr, al afectar el contenido de mos, modifican su estructura, porosidad y retención de humedad, y con esto establecen un nuevo comportamiento físico hídrico del suelo.

Los resultados de la presente investigación confirman lo observado en otros estudios simila-res. En un experimento con 17 años de duración Falleiro et al. (2003) determinaron que el manejo

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de los rastrojos afecta de manera diferenciada las propiedades edáficas. Se presume que por efecto de los rastrojos y la ausencia de laboreo, en sdr la densidad del suelo fue superior en las tres profundidades evaluadas (0 a 5, 5 a 10 y 10 a 20 cm). La micro y macro porosidad del suelo también fueron afectadas por los diferentes tra-tamientos, influyendo en la forma y distribución de los poros en el perfil del suelo. En sdr el con-tenido de mos fue superior en la capa de 0 a 5 cm posiblemente porque la ausencia de labranza permitió la acumulación de residuos.

En otro estudio, Doran (1980) encontró que los agroecosistemas bajo sdr se parecen a los eco-sistemas naturales con suelos imperturbados en los que los niveles de C, N y agua son superiores en el horizonte superficial a los de tierras labo-radas. A través del tiempo, en sdr los rastrojos dejados sobre la superficie del suelo permiten la formación de un horizonte orgánico en la capa del perfil más cercana a la superficie. Las raíces de las plantas tienden a proliferar en este hori-zonte superficial, segregan una variedad de com-puestos orgánicos e incrementan la aireación del suelo, con lo cual se afecta la fracción mineral de éste y la población microbiana de la rizosfera. Debido a que en sdr la mos se concentra cerca de la superficie, en los primeros 5 a 15 cm de suelo incrementa el C, N orgánico, y posiblemente otros nutrimentos en comparación con métodos de labranza convencional, e implica cambios en la disponibilidad de éstos nutrimentos para el cultivo.

En estudios a largo plazo los efectos más significativos de distintos sistemas de labranza fueron observados en la capa de suelo compren-dida entre 3 y 6 cm de profundidad. Después de 10 años de cultivo en sdr esta capa tiende a tener mayor conductividad hidráulica y menor densidad aparente en comparación con terrenos con laboreo. Al contrario, la lmc aplicada en forma consecutiva causa la ruptura física de los agregados, la exposición de sustratos orgánicos e intensifica los ciclos de humedecimiento o secado del suelo, de ese modo incrementan los procesos de desagregación y degradación. La mos se pierde rápidamente, muchas veces en forma exponencial, con una pronta declinación duran-te los primeros 10-20 años, seguida de pequeñas pérdidas anuales hasta que por último se alcanza un nuevo equilibrio a los 50 o 60 años (Campbell et al. 1986).

Diferencias entre ambos sistemas de labranza -como las de la figura 1- se atribuyen al apor-te de los rastrojos de arroz al balance total de nutrimentos en el agroecosistema. Con la acu-mulación de rastrojos indirectamente se puede producir además un favorable efecto ambiental. Se estima que el 58 por ciento de la mos del suelo es C orgánico (Kass 1998), el cual constituye un factor determinante de la capacidad productiva de los suelos (Iglesias 2004). En el presente estu-dio, después de cuatro ciclos consecutivos de arroz en monocultivo inundado, en la capa de suelo más cercana a la superficie se determinó contenidos de 10,2 y 11,7 ton/ha de C orgánico en lmc y sdr respectivamente. Mantener los ras-trojos de arroz sobre el terreno sin incorporarlos le permitió al suelo en sdr conservar 1,5 ton/ha más de C orgánico que en lmc. Esto constituye un beneficio ambiental adicional, porque en sdr el suelo actúa como sumidero de C y de ese modo se mitigan las emanaciones de CO2, uno de los gases con efecto invernadero. En consecuencia, si la productividad del arroz se incrementa y sus rastrojos se conservan en el sitio, sin incorporar-los ni incinerarlos, es probable que aumente el efecto sumidero de C.

Figura 2. Contenido de mos en los primeros 5 cm del perfil durante cuatro ciclos de cultivo de arroz con sdr y lmc en temporadas seca y lluviosa en Playitas, 2002-2004.

Si en condiciones estables la relación C:N en el suelo es de 10:1, entonces con los datos ante-riores un terreno en sdr tendría 1,17 ton/ha de N orgánico, con 150 kg/ha de N más que en lmc. Esa cifra es equivalente a la cantidad que aporta la fertilización nitrógena en cada ciclo de cultivo. Puesto que del N total del suelo anualmente se mineraliza entre 1 y 2 por ciento (Bertsh 1998) y solo una pequeña fracción queda disponible para el crecimiento de las plantas, las estimaciones anteriores sugieren que si bien los rastrojos de arroz no alcanzan para satisfacer plenamente los

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requerimientos nutricionales de N del cultivo subsiguiente, al menos permitirían complemen-tar su fertilización nitrogenada en forma parcial. Conforme transcurran más años es probable que las diferencias entre ambos sistemas de labranza, detectadas en este estudio únicamente en los primeros 5 cm del perfil, se vayan acentuando a mayor profundidad, a medida que haya mayor acumulación de rastrojos de diferentes ciclos, cultivos y grados de descomposición.

Amonio (NH4+)

La mos es el mayor reservorio de N en los suelos y a través de su mineralización el N orgá-nico es transformado en amonio (NH4

+), una forma de N disponible para ser absorbida por las plantas (Ramírez 2001) y la más importante en los cultivos de arroz inundado (Carreras 2004, Cordero 1993). En los arrozales bajo inundación casi permanente la zona que rodea al sistema radicular por lo general se encuentra sin oxíge-no. Las plantas de arroz están adaptadas para crecer y desarrollarse en condición inundada porque poseen un tejido especial llamado aerén-quima, distribuido por la hoja, vaina, tallo y raíces, el cual transporta oxígeno hacia las últi-mas y les permite respirar. Bajo las condiciones reductoras de los suelos inundados, se esperaría que el proceso de mineralización del N de la mos se detenga en la forma de NH4

+ y, consecuente-mente, que ocurra una gradual acumulación de esta forma de N en la solución del suelo. Esto posiblemente incrementaría la disponibilidad de N para el cultivo y favorecería así el crecimiento del arroz.

En esta investigación, a través de muestreos efectuados a 10 días después de la siembra, se obtuvo una estimación instantánea de la con-centración de NH4

+ en el suelo al arranque del arrozal, durante cuatro ciclos de cultivo con-secutivos. Aunque esta forma de N disponible en el suelo mostró cambios en el tiempo (figura 3), durante el lapso evaluado no se observó diferencias significativas por efecto del sistema de labranza aplicado. En general, mientras que en sdr la concentración de NH4

+ disminuyó ligeramente con la profundidad, en lmc fue rela-tivamente uniforme en las tres capas del perfil consideradas (0 a 40 cm).

Se presume que mientras se mantenga la lámina de agua sobre el terreno y persista la con-

dición de suelo inundado, el NH4+ derivado de

la mineralización de la mos o de la fertilización nitrogenada puede permanecer predominante-mente disuelto en la solución del suelo, o ser adsorbido por las arcillas o el humus, en formas muy favorables para su absorción por el cultivo. En estas circunstancias, la cantidad de NH4

+ absorbido por las plantas de arroz así como su remanente en el suelo probablemente variará de acuerdo al estado de desarrollo fenológico del cultivo. La eficiente absorción de N duran-te las fases de formación de macollas, máximo crecimiento vegetativo, formación de panícula y floración, es determinante del rendimiento en grano y del volumen de rastrojos producidos por el arroz (Cordero 1993, Pulver 2003).

Cuando el arrozal alcanza el punto de madu-rez para cosecha, el terreno debe ser drenado y con esto se provoca la salida del agroecosistema de gran parte del NH4

+ acumulado a lo largo del ciclo de cultivo precedente. Desde la cosecha hasta la siembra del arroz en el ciclo siguiente, generalmente el terreno permanece sin riego artificial y la humedad del suelo dependerá de la caída de lluvias. En estos lapsos la disponibi-lidad de N en el suelo posiblemente dependa de factores ambientales como la temperatura y el régimen de humedad. Bajo condiciones aeró-bicas, la mineralización del N inorgánico puede avanzar hasta la fase de nitrificación y el NH4

+ ser transformado a NO3

-. Esta última forma de N disponible es altamente soluble en agua y por su gran movilidad es muy susceptible a pérdidas por escorrentía y lixiviación, especialmente cuando después de un lapso propicio para la nitrificación se producen lluvias intensas en el sitio. Se puede

Figura 3. Cambios en el contenido de amonio (NH4+)

del suelo en los primeros 40 cm de profundidad durante cuatro ciclos de cultivo de arroz inundado con sdr y lmc.

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suponer que a esto se deba las notables diferen-cias en el contenido de NH4

+ detectado durante muestreos realizados en épocas secas con respec-to a temporadas lluviosas.

Aunque no se detectó diferencias en el con-tenido de NH4

+ entre los sistemas de labranza comparados, la alta variabilidad entre épocas de muestreo y elevados valores determinados (en algunos casos hasta 60 kg/ha de esta forma de N disponible antes de realizar la fertilización nitrogenada), sugieren que existe un potencial considerable para manejar los procesos de mine-ralización del N derivado de la mos, controlan-do entre otros aspectos la lámina de agua y el régimen de humedad en el terreno. Promover el ciclaje de nutrimentos presentes en los rastrojos puede ser una forma de limitar la aplicación de fertilizantes químicos al suelo y mitigar la conta-minación del ambiente.

Nitrato (NO3-)

En arrozales inundados el NO3- principalmen-

te se encuentra en la zona que rodea las raíces o rizosfera y en los dos primeros centímetros de suelo (Carreras 2004). En estos agroecosistemas en la superficie del suelo se forma una capa de oxidación y una zona de reducción debajo de ésta. Por tener alta movilidad, el NO3

- en el agua está sujeto a pérdidas por escorrentía en la super-ficie o por lixiviación hacia la zona de reducción. En esta zona puede ser reducido a nitritos y luego a óxido nitroso o a N elemental, formas gaseosas que por volatilización también pueden salir del agroecosistema sin ser aprovechadas en la nutrición del cultivo (Cordero 1993).

De manera concordante con estudios previos sobre el comportamiento del N en suelos arroceros, el contenido de NO3

- presentó alta variabilidad tanto entre lotes como entre ciclos de cultivo. Aunque estas variaciones fueron muy altas y no hubo evidencia estadística de diferencias entre los sistemas de labranza en comparación, se determinó contenidos de hasta 90 kg/ha en los primeros 40 cm del perfil, antes de realizar la fertilización nitrogenada. Estas existencias iniciales de N disponible junto con las del NH4

+ posiblemente son producto de la mineralización de la mos y revelan la importancia de mantener o mejorar la fracción orgánica del suelo para que funcione como reservorio y supla en el tiempo parte de las necesidades de N que requiere el cultivo.

Estudios sobre este tema en áreas tropicales han encontrado que existen grandes fluctu-aciones estacionales del NO3

- a lo largo del año. Generalmente, ocurre una acumulación de NO3

- en la capa arable del suelo durante la estación seca, incrementos repentinos al inicio de las lluvias y una pronta disminución durante el resto de la estación lluviosa (Bertsh 1998). Sin embargo, las condiciones ambientales parti-culares de los agroecosistemas inundados, junto con la adaptabilidad del arroz para prosperar en ese ambiente, son propicias para que a través del manejo de la lámina de agua y el control de los períodos de humectación y secado se pueda incrementar la formación y conservación de ambas formas de N disponible. Esto permitiría establecer alternativas más naturales de nutrici-ón nitrogenada del cultivo y mitigar los impactos negativos debidos a la aplicación de fertilizantes químicos.

ConclusionesLuego de cuatro ciclos consecutivos de

arroz en monocultivo inundado, los rastrojos de arroz dejados como cobertura protectora del suelo en el sistema sdr permitieron una marcada estratificación del contenido de mos, especialmente concentrada en la capa del perfil del suelo comprendida entre 0 y 5 cm de profundidad, con diferencias altamente significativas en más de 2,6 ton/ha de mos con respecto a suelos tratados mediante lmc. La acumulación de rastrojos en distinto grado de descomposición, junto con la ausencia de operaciones de labranza del suelo en sdr, produjeron un aporte diferencial estimado en 1,5 ton/ha de C orgánico y 150 kg/ha de N total, por encima de las estimaciones correspondientes a terrenos bajo lmc. El aporte de N total de los rastrojos es equivalente a la cantidad que se aplica por fertilización nitrógena normal en cada ciclo de cultivo.

Aunque en ninguna de las formas de N disponible en el suelo se detectó diferencias significativas entre ambos sistemas de labranza, la alta variabilidad entre épocas de muestreo y elevados valores en algunos casos (hasta 60 y 90 kg/ha de NH4

+ y NO3- respectivamente,

antes de realizar la fertilización nitrogenada), sugieren que existe un potencial considerable para manejar los procesos de mineralización del N derivado de la mos y controlar, entre otros

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aspectos, la lámina de agua y el régimen de humedad en el terreno.

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Fluvial sediment samples were taken from Azul creek, which directly drains Rio Azul Sanitary Landfill and collects the main part of its leachate. The samples were tested by X ray fluorescence in order to determine the concentration of some heavy metals and to establish the levels of pollution of the sediments. Sediments fine fraction shows the highest concentrations of heavy metals, for that reason it can be considered as a guide and its use is suggested in this type of studies due to the important savings in time and resources hat can be reached. The Swedish Environmental Protection Agency has established the procedures used to determine the levels of pollution. Some findings include that there is no pollution due to copper, rubidium and strontium, pollution due to vanadium and manganese is moderate and the pollution due to zinc is serious. Lead and mercury are not reaching the superficial streams yet, they are been kept inside the limits of the landfill. With respect to cadmium, which was not detected due to the configuration of equipment, it could have a behavior very similar to zinc.

CONTAMINACIÓN POR METALES PESADOS EN SEDIMENTOS DE QUEBRADA

AZUL (RÍO AZUL, COSTA RICA) por ROLANDO MORA Y RAÚL MORA

Se realizó un muestreo de sedimentos fluviales en la quebrada Azul, que drena directamente el Relleno Sanitario de Río Azul, recogiendo la mayor parte de sus lixiviados. Las muestras se ensayaron por medio de fluorescencia de rayos x, con el objetivo de determinar la concentración de algunos metales pesados y establecer el nivel de contaminación que presentan los sedimentos. La fracción fina de los sedimentos presenta las mayores concentraciones de metales pesa-dos, por lo que puede considerarse como una guía y se sugiere su utilización en este tipo de estudios, pues así puede obtenerse ahorros significativos de recursos y tiempo. Se utilizaron los procedimientos establecidos por la Swedish Environmental Protection Agency para establecer los niveles de contaminación de la quebrada, encontrán-dose que no existe contaminación por cobre, rubidio ni estroncio; la contaminación por vanadio y manganeso es moderada y la contami-nación por zinc es seria. El plomo y el mercurio no alcanzan aún las corrientes superficiales y se estima que se están manteniendo dentro de los límites del Relleno. Se estima que el cadmio, que no fue medi-do por la configuración del equipo, puede tener un comportamiento similar al del zinc.

R E S U M E N

Rolando Mora Chinchilla y Raúl Mora Amador, geólo-gos, son investigadores en la Universidad de Costa Rica ([email protected]).

E n Costa Rica no se dispone de estudios que hayan documentado concentraciones de metales pesados en sedimentos fluviales cau-

sadas por fuentes puntuales de contaminantes, como son los sitios de depósito de desechos sólidos. En Estados Unidos, Mantei & Sappington (1994), Man-tei & Coonrod (1989) y Mantei & Foster (1991) han estudiado el enriquecimiento de metales pesados en sedimentos fluviales influidos por rellenos sanitarios adyacentes.

Los metales pesados tienen concentraciones acep-tables muy bajas en los estándares de agua potable, pero algunos de ellos, como el cadmio, el cromo, el mercurio, el plomo, el arsénico y el antimonio, cons-tituyen una preocupación especial en los sistemas de aguas superficiales (Fetter 1988). (En cuadro 1 se aprecia la clasificación de los metales de acuerdo con su toxicidad y disponibilidad en el ambiente hidroló-gico [Wood 1974]).

Los metales pesados en los sistemas de aguas superficiales pueden provenir de fuentes naturales o antropogénicas; por lo general, los aportes de las fuentes antropogénicas exceden a los de las natura-les (NCSU 2001). Las concentraciones de metales pesados en aguas superficiales pueden fluctuar por órdenes de magnitud en tiempos cortos dependiendo de las condiciones hidrogeoquímicas vigentes (Komi-nar 2001).

Los sedimentos fluviales se utilizan para analizar la calidad de los sistemas de agua, pues las concentra-ciones de metales pesados se integran selectivamente en fases geoquímicas en los sedimentos (Schlomer 2001) y sus concentraciones no fluctúan de la misma manera que en las aguas superficiales (Kominar 2001).

La fuente potencial de concentraciones de metales pesados en el área de estudio es un relleno sanitario activo conocido como Relleno Sanitario de Río Azul,

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localizado al sureste de la ciudad de San José, en el distrito Río Azul, cantón La Unión (figura 1). La ausencia de selección de los desechos sólidos que ingresan al Relleno Río Azul ha implicado que se hayan depositado grandes cantidades de desechos fotográficos, baterías, pilas y desechos electrónicos. Metales como plata (Ag), zinc

(Zn), cobre (Cu), cadmio (Cd), mercurio (Hg) y plomo (Pb), pueden encontrarse en estos dese-chos y, por lo tanto, pueden ser emitidos desde el relleno a las aguas de ríos y quebradas, con-centrándose en los sedimentos por adsorción o precipitación. Mora y Mora (2003) establecieron que la masa de metales acumulada en el Relleno

Cuadro 1. Metales según toxicidad y disponibilidad en el ambiente hidrológico (Wood 1974).

No tóxico Toxicidad baja Toxicidad de moderada a alta

Aluminio Magnesio Bario Praseodimio Actino Plomo Tantalio

Bismuto Manganeso Cerio* Prometeo Antimonio Mercurio Talio

Calcio Molibdeno Disprosio Renio Berilio Níquel Torio

Cesio Potasio Erbio Rodio Boro Niobio Titanio

Hierro Estroncio Europio Samario Cadmio Osmio Tungsteno

Litio Rubidio Gadolinio Escandio Cromo Paladio Uranio

Sodio Galio Terbio Cobalto Platino Vanadio

Germanio Tulio Cobre Polonio Zinc

Oro Estaño Hafnio Radio Zirconio

Holmio Iterbio Indio Rutenio

Neodimio Itrio Iridio Plata

* En cursivas los metales que no existen como especies disueltas en las aguas naturales o que son muy raros en las rocas de la corteza terrestre.

Figura 1. Localización del Relleno Sanitario de Río Azul, en San José.

R. Mora

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Sanitario de Río Azul oscila entre 70.000 y 100.000 tm.

El relleno de Río Azul se ubica en un terreno formado por materiales de origen volcánico, dentro de los que predominan piroclastos de caída y lavas. Es importante notar que Franco (1977) infiere la presencia de una falla que atraviesa el relleno y que puede representar un medio muy permeable, y que podría poner en contacto las aguas subterráneas con sustancias contaminantes.

Comportamiento de los metales en aguas naturales

Todos los metales pesados existen en las aguas superfi-ciales en fases coloidales, par-ticuladas y disueltas (Kennish 1992 en NCSU 2001). El metal coloidal y particulado puede encontrarse en forma de (NCSU 2001) (1) hidróxi-dos, óxidos, silicatos o sulfu-ros o (2) adsorbido a arcilla, sílice o materia orgánica.

Las formas solubles de los metales pesados generalmen-te son iones o compuestos organometálicos no ioniza-dos. En las aguas superficiales la solubilidad de los meta-les está predominantemen-te controlada por el pH del agua, el tipo y concentración de agentes ligantes (a los que el metal se puede adsorber), el estado de oxidación de los compo-nentes minerales y el ambiente redox del sistema (Cornnell et al. 1984 en NCSU 2001).

El comportamiento de los metales en las aguas naturales es una función de la composi-ción del sedimento del substrato, la composición del sedimento en suspensión y la química del agua; sedimentos compuestos de arena fina y limo generalmente tendrán niveles más altos de metales adsorbidos que sedimentos ricos en cuarzo, feldespato y carbonato detrítico (NCSU 2001). Los metales también tienen una gran afi-nidad con los ácidos húmicos, arcillas orgánicas y óxidos revestidos con materia orgánica (Corn-nell et al. 1984 en NCSU 2001).

La hidrogeoquímica del sistema controla la tasa de adsorción y desorción de los metales

hacia y desde el sedimento (NCSU 2001) (figura 2). El proceso de adsorción involucra el particio-namiento preferencial de los metales pesados de la fase líquida en la superficie del sedimento, es decir, la adsorción remueve el metal de la colum-na de agua y lo almacena en el substrato. La fase que adsorbe se conoce como el adsorbente y el material concentrado o adsorbido en la superfi-cie de dicha fase es el adsorbato (IAS 2001). El proceso de adsorción es diferente del de absor-ción: en este último el material transferido de una fase a la otra interpenetra la segunda fase para formar una “solución” (IAS 2001).

La desadsorción es el proceso opuesto de la adsorción: se trata de la liberación del material adsorbido en el medio circundante (PharmaPor-tal 2001), es decir, el metal retorna a la columna de agua, donde puede darse recirculación y bioa-similación. El proceso de desadsorción se da si el agua experimenta incrementos en su salinidad, decrece el potencial redox o baja el pH (NCSU 2001).

Fracciones utilizadas y recolección de muestras

Concentraciones altas de metales pesados se asocian generalmente a los granos pequeños de sedimentos, debido al elevado valor de la relación entre la superficie específica y el tama-ño de grano (Schlomer 2001). Es decir, cuanto

Figura 2 Procesos químicos por los que atraviesan los metales pesados en aguas naturales (modificado de DHI 2001).

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menor sea el tamaño del grano, mayor será la concentración de metales pesados, debido a que la superficie específica aumenta. La fracción más móvil del sedimento es la de tamaño de grano menor a 0,063 mm; debido a su gran superfi-cie específica esta fracción proporcionalmente contiene más metal adsorbido por gramo de sedimento (Kominar 2001).

La única campaña de muestreo realizada se ejecutó durante el primer semestre de 2001. Se han seleccionado cinco sitios de muestreo de sedimentos en la quebrada Azul (PM1, PM3, PM4, PM5 y PM6), la cual drena directamente el Relleno Sanitario (figura 3). Para el control de los valores de fondo se han seleccionado los siguientes sitios: PM2 en el río Damas, VF1 en la Unidad Asilo, VF2 en la Unidad San Antonio, VF3 en el río Tiribí y VF4 en la que-brada Quebradas (figura 3). Las muestras VF1 y VF2 se han tomado de suelos residuales, y todas las muestras restantes son sedimentos de ríos y quebradas. Los suelos residuales se han mues-treado con el objetivo de descartar la presencia, en concentraciones importantes o anómalas, de metales pesados en las unidades geológicas. Los sedimentos de los ríos y quebradas adyacentes

se han muestreado para compararlos con los de la quebrada Azul, pues los mismos no reciben la influencia directa de la fuente puntual de con-taminación.

Se obtuvieron muestras de los primeros 15 cm de sedimentos y suelos residuales en varios lugares de los alrededores de cada sitio que fueron depositadas en bolsas plásticas dobles, debidamente etiquetadas con el código utilizado durante todo el estudio. En el laboratorio las muestras se secaron en un horno a temperatura de 60 ˚C durante 24 horas, luego fueron cuar-teadas y posteriormente se procedió a tamizarlas para así obtener tres fracciones diferentes. Se utilizaron los tamices número 60, 100, 270, y el fondo, para obtener las tres fracciones de partí-culas y estudiar más adelante las diferencias de concentración de metales pesados en cada una de ellas.

Los análisis de fluorescencia de rayos X se aplicaron a las fracciones comprendidas entre 0,25 mm y 0,15 mm (mallas 60 y 100), 0,15 mm y 0,053 mm (mallas 100 y 270), y menor de 0,053 mm (menor que malla 270); mientras que los materiales mayores de 0,25 mm (malla 60) se han guardado en bolsas para futuros análisis

Figura 3. Puntos de muestreo de sedimentos y suelos residuales para detección de metales pesados por fluorescencia de rayos X.

R. Mora

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de radioactividad (pruebas de bajo nivel), según las recomendaciones del Laboratorio de Física Nuclear Aplicada de la Universidad de Costa Rica.

En el Laboratorio de Física Nuclear Aplicada se trabajó cada fracción de sedimento mediante el proceso que se conoce como “prensado de pastilla”, que consiste en colocar un poco de muestra en un recipiente pequeño y cilíndrico (troquel) que tiene un área de 1,3273 cm2; luego se le aplica carga (5 t) hasta el punto de com-pactarlas en una pequeña pastilla, la cual debe tener una masa de un gramo aproximadamente y una densidad de alrededor de 1g/cm3. Esto es necesario para que el proceso de irradiación tenga el efecto deseado. Una vez lista, la pas-tilla es pesada en una balanza electrónica para comprobar que cumple con los requerimientos arriba indicados y, finalmente, se codifican. Cada muestra de campo está compuesta por tres diferentes fracciones, y de cada fracción se confeccionan tres pastillas, lo que significa que para cada punto muestreado en el campo se hacen nueve pastillas con diferentes tamaños de partículas. Luego de tener las pastillas listas, se prosigue con la sección de irradiación de rayos X de las muestras.

Resultados

Muestras de sedimentos de quebrada Azul

Los resultados de la irradiación muestran la presencia de metales como vanadio, cromo, manganeso, cobre, zinc, rubidio, estroncio, pota-sio, calcio, hierro, titanio e itrio. Las figuras 4, 5, 6, 7 y 8 muestran los resultados obtenidos. En estas figuras no se han incluido los metales potasio, hierro y calcio, pues los mismos no se consideran como tóxicos; tampoco se ha inclui-do el titanio, ya que éste es un metal muy abun-dante en la corteza terrestre. Las flechas indican que la concentración del metal se encuentra bajo el límite de detección del instrumento. En los párrafos siguientes se utilizarán los términos concentración alta, concentración importante y concentración baja, que hacen referencia a la concentración relativa a cada fracción de la muestra analizada.

La muestra PM1 (figura 4) presenta una con-centración de zinc muy elevada en la fracción fina (d<=0,053 mm), así como una concen-tración importante de manganeso y cobre en

la misma fracción, de vanadio y estroncio en la fracción gruesa (0,15 mm<d<=0,25 mm) y de rubidio en las fracciones gruesa y fina. En esta muestra se observa la tendencia de los metales a concentrarse en la fracción fina del sedimento. El cromo y el itrio deben analizarse con otro pro-cedimiento para establecer su concentración.

La muestra PM3 (figura 5) presenta concen-traciones de vanadio y manganeso importantes en la fracción media (0,053 mm<d<=0,15 mm), de cobre en la fracción fina y de rubidio y estroncio en las tres fracciones. El zinc se mues-tra con una concentración sumamente baja. En esta muestra no se nota una tendencia de los metales a concentrarse en la fracción fina de los sedimentos. Al igual que con la muestra anterior, el cromo y el itrio deben analizarse con otro pro-cedimiento para establecer su concentración.

En la muestra PM4 (figura 6) se aprecia una concentración alta de zinc en la fracción fina, así como una concentración importante de vana-dio, manganeso, cobre y rubidio en la fracción fina y de estroncio en la fracción gruesa. En esta muestra es clara la tendencia de los metales a acumularse en la fracción fina del sedimento. Al igual que con las muestras anteriores, el cromo y el itrio deben analizarse con otro procedimiento para establecer su concentración.

En la muestra PM5 (figura 7) se presenta una concentración alta de zinc en la fracción fina y una concentración importante de manganeso en la misma fracción. En la fracción gruesa el vana-dio y el estroncio presentan concentraciones importantes. La fracción media de la muestra no fue irradiada.

En el caso de la muestra PM6 (figura 8) solamente se irradió la fracción fina y en ella se destaca una concentración importante de man-ganeso. No se detectaron concentraciones de vanadio, cromo e itrio.

Muestras para valores de fondo

La muestra PM2 está compuesta por sedi-mentos del río Damas y muestra una concen-tración importante de manganeso (figura 9), el resto de los metales no indican concentraciones significativas, pero sí se encuentran presentes todos los metales detectados en las muestras de la quebrada Azul.

La muestra VF1 fue tomada de las lavas meteorizadas de la Unidad Asilo y muestra con-centraciones importantes de manganeso y en

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menor grado de vanadio (figura 10), el resto de los metales no aparecen en concentraciones que se puedan considerar como significativas; inclu-so no se detectó la presencia de cromo e itrio. La fracción fina de esta muestra no fue irradiada.

La muestra VF2 proviene de las tobas de la Unidad San Antonio y muestra un comporta-miento similar al de la muestra VF1 (figura 11), pero con una concentración un poco más signi-ficativa de zinc en la fracción fina, la cual está muy lejos del valor detectado en la muestra de sedimentos de la quebrada Azul (PM1).

La muestra VF3 se tomó de los sedimentos del río Tiribí y presenta una concentración extremadamente elevada de manganeso (3467 ppm) (figura 12). Esta concentración del man-ganeso tiene origen en los aluviones depositados por el río Tiribí a lo largo de su cauce (el Mn y el Fe se concentran en estos tipos de depósitos) y este río drena una cuenca sensiblemente más grande que la del río Damas y las quebradas Azul y Quebradas; además, la cuenca alta del Tiribí en su totalidad está compuesta por materiales de origen volcánico.

La muestra VF4 se tomó de los sedimentos de la quebrada Quebradas; allí las concentraciones de los metales siguen el comportamiento normal para los valores de fondo del sitio de estudio (figura 13), excepto para el caso del estroncio, cuya concentración es significativamente alta comparada con todas las muestras analizadas. Esta concentración de estroncio debería provenir de la meteorización de las rocas de la Formación Coris; sin embargo, la anterior aseveración debe ser corroborada con la realización de ensayos de laboratorio, pues los suelos residuales de esta formación no fueron analizados.

Contaminación en quebrada Azul

En este apartado los resultados de los análisis se comparan con la concentración media de cada metal en la corteza terrestre, también con algunas normas internacionales, y se definen los niveles de contaminación de acuerdo con la guía para evaluar las condiciones actuales de contaminación de la Agencia Sueca para la Protección Ambiental, según la cual (2002) la evaluación de los niveles de contaminación se basa en la comparación con algún valor guía, por ejemplo el nivel que no debe ser excedido por ser perjudicial para la salud o el ambiente;

cuanto más sea excedido el umbral más seria será la amenaza (cuadro 2). En ausencia de valores guía apropiados se puede utilizar otros umbrales de concentración (Sepa 2002), como la concen-tración media en la corteza terrestre (cmct) o los valores de fondo medidos.

Cuadro 2. Influencia del Relleno de Río Azul y su representación gráfica.

Concentración/nivel guía

Nivel de influencia

Nivel de contaminación

< 1 Poca o ninguna No existente

< 3 Probable Moderada

< 10 Grande Severa

>= 10 Muy grande Muy severa

Fig. 4. Concentración de metales. Muestra PM1.

Fig. 5. Concentración de metales. Muestra PM3.

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Fig. 6. Concentración de metales. Muestra PM4.

Fig. 7. Concentración de metales. Muestra PM5.

Fig. 8. Concentración de metales. Muestra PM6.

Fig. 9. Concentración de metales. Muestra PM2.

Fig. 10. Concentración de metales Muestra VF1.

Fig. 11. Concentración de metales Muestra VF2.

Fig. 12. Concentración de metales. Muestra VF3.

Fig. 13. Concentración de metales Muestra VF4.

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Vanadio

Debido a la ausencia de normas y valores guía para este elemento, se ha utilizado su concen-tración media en la cmct y el valor de fondo del punto PM2. La concentración media de vanadio en la corteza terrestre es de 160 ppm (Emsley, 1999) y su valor de fondo es de 185 ppm. Con esta información se han confeccionado el cuadro 3 y la figura 14, en la que se aprecian las concen-traciones de vanadio y la influencia del relleno en comparación con el valor de fondo medido. En las figuras siguientes la distancia se considera desde la confluencia de la quebrada Azul con el río Damas hacia aguas arriba de la quebrada.

Cuatro resultados se encuentran por encima de la cmct y una de ellas bajo el valor de fondo, lo cual indica que en los puntos de muestreo PM1, PM4, PM5 y PM3 es probable la influencia del relleno, y en el punto PM6 se da poca influen-cia o del todo no existe. Se puede establecer que las cabeceras norte y sur de la quebrada Azul se encuentran bajo un nivel de contami-

nación moderada por vanadio, la otra cabecera (centro) no presenta contaminación, luego de la confluencia de las tres cabeceras el nivel de contaminación de la quebrada Azul se mantiene moderada hasta antes de su confluencia con el río Damas.

El origen de la contaminación moderada por vanadio de la quebrada Azul puede establecer-se en los combustibles fósiles y sus derivados depositados en el relleno, pues en nuestro país los mismos proceden de Venezuela, donde el petróleo presenta los contenidos de vanadio más altos a escala mundial (de 0,6 ppm a 1400 ppm) (Byerrum et al. 1974, en ATSDR 2001a). Otro posible origen es la localización de un taller de reparación automotriz a 25 m aguas arriba del punto de muestreo PM4.

Cromo

Todos los análisis, tanto de muestras de sedimentos, como de muestras para valores de fondo, se encuentran bajo el límite de detección del equipo, por lo tanto se requiere realizar aná-lisis con otras técnicas para establecer la concen-tración de este elemento. De los resultados se puede inferir que la concentración de cromo en los sedimentos debe ser inferior a 125 ppm y que los valores de fondo deben ser inferiores a 136 ppm. El CCME (1999) presenta dos valores guía para el cromo, uno es el isqg (interim freshwater sediment quality guidelines) de 37,3 ppm, y el otro es el pel (probable effect level) de 90 ppm. Sepa (2002) propone un valor de referencia para sedimentos en agua dulce de 160 ppm y la cmct del cromo es de 100 ppm (Emsley 1999). Por lo tanto, la realización de análisis con técnicas que permitan determinar su concentración de manera precisa es imprescindible para deter-minar la influencia del relleno y los niveles de contaminación de la quebrada Azul con respecto al cromo.

Manganeso

La cmct del manganeso es de 950 ppm (Emsley 1999), su valor de fondo en el área de estudio se ha establecido en 464 ppm y el nivel guía propuesto por el Ministerio del Ambiente de Ontario, Canadá (MFE 2002) es de 460 ppm. Comparando el nivel guía y el valor de fondo se establece que existe contaminación natural en el área de estudio, pues el valor de fondo es supe-rior al nivel guía, por lo que la determinación

Cuadro 3. Influencia del Relleno de Río Azul en las concentraciones de vanadio en sedimentos de quebrada Azul.

MuestraVanadio[ppm]

Valor defondo [ppm]

CMCT[ppm]

V/fondoInfluencia del relleno

PM1 243

126 160

1,9 Probable

PM4 197 1,6 Probable

PM5 165 1,3 Probable

PM6 0 0,0Poca o ninguna

PM3 197 1,6 Probable

Figura 14. Concentraciones de vanadio en sedimentos de quebrada Azul y comparación con valores guía.

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de los niveles de contaminación, por influencia del relleno, se realiza únicamente tomando en consideración el valor de fondo.

El cuadro 4 y la figura 15 muestran las concentraciones de manganeso y su compara-ción con el valor de fondo. Se evidencia una influencia probable del relleno en los puntos de muestreo PM1, PM4 y PM6; asimismo, no existe influencia en los puntos PM5 y PM3.

De las tres cabeceras solamente la central presenta contaminación moderada, que se man-tiene hasta la salida de la microcuenca, con una tendencia hacia la disminución de la concen-tración de manganeso. Una posible interpreta-ción de estos resultados sería que el Mn se ha lixiviado por debajo del valor guía en la sección más antigua del área recultivada (cabecera sur), mientras que la sección más reciente de esa misma área (cabecera central) aún se encuentra emitiendo este elemento. Por otro lado, la parte activa del relleno (cabecera norte) aún no supe-ra el valor guía, pero no se descarta que lo haga en el futuro.

El manganeso es uno de los elementos más abundantes en la corteza terrestre y se encuentra ampliamente distribuido en suelos, sedimen-tos, rocas, agua y materiales biológicos (WHO 1981); sin embargo, el vertido de aleaciones metálicas, acero, productos de hierro y baterías puede ser la causa de la contaminación modera-da de la quebrada Azul.

Cobre

La cmct del cobre es de 50 ppm (Emsley 1999), su valor de fondo en el área de estudio es de 52 ppm y el nivel guía utilizado es el isqg de 35,7 ppm (CCME 1999). Comparando el nivel guía y el valor de fondo se establece que el segundo es superior al primero, por lo que la determinación de los niveles de contaminación por influencia del relleno se realiza únicamente tomando en consideración el valor de fondo. El cuadro 5 y la figura 16 muestran las concentra-ciones de cobre y su comparación con el valor de fondo.

Todas las muestras de sedimentos presentan concentraciones inferiores al valor de fondo, por lo que el relleno no tiene ninguna influen-cia ni provoca contaminación por cobre. Si se considera el nivel guía, se establece que existe contaminación natural moderada en los puntos de muestreo PM5 y PM6, el resto de los puntos no presenta contaminación natural alguna.

Zinc

La cmct del zinc es de 75 ppm (Emsley 1999), su valor de fondo en el área de estudio es de 256 ppm. CCME (1999) presenta dos valores guía para el zinc: el isqg, de 123 ppm, y el pel, de 315 ppm. En el cuadro 6 y la figura 17 se aprecian los

Cuadro 4. Influencia del Relleno de Río Azul en las concentraciones de manganeso de los sedimentos de quebrada Azul.

MuestraMn

[ppm]Mn/

fondoInfluencia del relleno

Nivel de contaminación

PM1 510 1,1 Probable Moderada

PM4 511 1,1 Probable Moderada

PM5 374 0,8 Poca o ninguna No existente

PM6 607 1,3 Probable Moderada

PM3 433 0,9 Poca o ninguna No existente

Figura 15. Concentraciones de manganeso en los sedimentos de quebrada Azul y comparación con valores guía.

Cuadro 5. Influencia del Relleno de Río Azul en las concentraciones de cobre de los sedimentos de quebrada Azul.

MuestraCu

[ppm]Cu/

fondoInfluencia del

rellenoNivel de

contaminación

PM1 24 0,5 Poca o ninguna No existente

PM4 29 0,6 Poca o ninguna No existente

PM5 37 0,7 Poca o ninguna No existente

PM6 40 0,8 Poca o ninguna No existente

PM3 30 0,6 Poca o ninguna No existente

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contaminación en los puntos PM6 y PM3. Si se considera el nivel guía pel se obtiene casi los mis-mos resultados, con la excepción del punto PM5 que presenta una contaminación moderada. Este nivel guía se ha utilizado debido a que define el límite inferior del rango de concentraciones del contaminante, que es usualmente asociado con efectos biológicos adversos (CCME 1999).

El nivel guía pel se ha tomado como referen-cia pues el valor de fondo del área de estudio supera el valor guía isqg. La sección más antigua del área recultivada (cabecera sur) presenta un nivel de contaminación moderada, las cabeceras restantes no presentan contaminación por zinc. La quebrada Azul se mantiene con un nivel de contaminación moderada hasta antes del punto de muestreo PM1, donde el nivel de contami-nación se torna serio. Es claro, entonces, que la contaminación procede de la sección más antigua del relleno, por lo que no se descarta la posibilidad de que en el futuro las otras cabece-ras alcancen niveles de contaminación más altos que los actuales.

El zinc es uno de los elementos más comunes en la corteza terrestre, encontrándose en el aire, el suelo y el agua, y está presente en todos los ali-mentos (ATSDR 2001b). El origen del zinc en el área de estudio está asociado a la disposición de latas de zinc, baterías, pilas, anticorrosivos, alea-ciones (bronce, latón), pinturas, hules, selladores de madera, pomadas, etcétera, en el relleno.

Rubidio y estroncio

En el cuadro 7 se resumen los resultados de las mediciones. La cmct del rubidio es de 90 ppm y la del estroncio de 370 ppm. Los valores

Figura 16. Concentraciones de cobre en los sedimentos de quebrada Azul y comparación con valores guía.

resultados obtenidos. Es clara la gran influencia del relleno en el punto de muestreo PM1; en los puntos PM4 y PM5 se tiene una influencia probable, y en los puntos PM3 y PM 6 no se da influencia alguna.

Según el nivel guía isqg, el punto PM1 presenta un nivel de contaminación seria, lo mismo que el punto PM5. La contaminación es moderada para el punto PM4 y no existe

MuestraZn

[ppm]Zn/fondo Influencia del relleno

PM1 966 3,8 Grande

PM4 338 1,3 Probable

PM5 495 1,9 Probable

PM6 83 0,3 Poca o ninguna

PM3 64 0,3 Poca o ninguna

MuestraZn

[ppm]Zn/ISQG Nivel de contaminación

PM1 966 7,85 Seria

PM4 338 2,75 Moderada

PM5 495 4,02 Seria

PM6 83 0,67 No existente

PM3 64 0,52 No existente

MuestraZn

[ppm]Zn/PEL Nivel de contaminación

PM1 966 3,07 Seria

PM4 338 1,07 Moderada

PM5 495 1,57 Moderada

PM6 83 0,26 No existente

PM3 64 0,20 No existente

Cuadro 6. Influencia del Relleno de Río Azul en las concentraciones de zinc de los sedimentos de quebrada Azul.

Figura 17. Concentraciones de zinc en los sedimentos de quebrada Azul y comparación con valores guía.

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de fondo para el área de estudio son de 32 ppm en el caso del rubidio y de 184 ppm en el del estroncio. No se han identificado otros niveles guía para estos elementos.

Se establece, entonces, que no existe influen-cia del relleno en las concentraciones de rubidio y estroncio de los sedimentos de la quebrada Azul; además, las concentraciones se encuen-tran bajo los niveles de fondo, por lo que se puede decir que no existe contaminación asocia-da a estos elementos.

Itrio

Todos los análisis, tanto de muestras de sedi-mentos como de muestras para valores de fondo, se encuentran bajo el límite de detección del equipo, por lo que se requiere realizar análisis con otras técnicas para establecer la concen-tración de este elemento. De los resultados se puede inferir que la concentración de itrio en los sedimentos debe ser inferior a 108 ppm y que los valores de fondo deben ser inferiores a 94 ppm. La cmct del itrio es de 30 ppm (Emsley 1999). Por lo tanto, la realización de análisis con técnicas que permitan determinar su concentra-ción de manera precisa es imprescindible para determinar la influencia del relleno y los niveles de contaminación de la quebrada Azul con res-pecto al itrio.

Razones de no-detección de cadmio, plomo y mercurio

En los resultados recién mostrados resalta que no se consigne la presencia de tres de los más importantes metales pesados: cadmio, plomo y

mercurio. El cadmio no se ha detectado debido a la configuración del equipo de fluorescencia de rayos X; es decir, con la configuración utili-zada no se esperaba detectar este metal (Sala-zar 2003). Por otra parte, cuando cationes son introducidos en el ambiente subterráneo, como consecuencia de la disposición de desechos sólidos, su migración posterior está fuertemente influenciada por los procesos de intercambio catiónico (Drever 1982).

Los coeficientes de distribución reflejan la relación entre las concentraciones de un químico dado, en la fase sólida (desechos), con respecto a su concentración en la fase líquida (lixiviados); estos coeficientes son esenciales en los intentos de predecir el transporte de contaminantes en los suelos, pues los mismos determinan el factor de retardo, el cual determina cuánto más lento es el transporte del contaminante comparado con el movimiento del agua (Smolders 2001). La expresión utilizada para calcular el factor de retardo y estimar cuán rápido puede migrar un contaminante es (Drever 1982):

Rf = [1+(∆ / N)Kd]

donde: ∆ es la densidad seca del suelo [g/cm3], N es la porosidad del suelo y Kd es el coeficiente de distribución [cm3/g].

MuestraRb

[ppm]Rb/

fondoInfluencia del

rellenoNivel de

contaminaciónPM1 13 0,4 Poca o ninguna No existente

PM4 13 0,4 Poca o ninguna No existente

PM5 7 0,2 Poca o ninguna No existente

PM6 10 0,3 Poca o ninguna No existente

PM3 15 0,5 Poca o ninguna No existente

MuestraSr

[ppm]SR/

fondoInfluencia del

rellenoNivel de

contaminaciónPM1 56 0,3 Poca o ninguna No existente

PM4 43 0,2 Poca o ninguna No existente

PM5 129 0,7 Poca o ninguna No existente

Cuadro 7. Influencia del Relleno de Río Azul en las concentraciones de rubidio y estroncio en los sedimentos de quebrada Azul.

R. Mora

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Debido a que el coeficiente de distribución depende de varias propiedades del suelo (tex-tura, contenido de materia orgánica, pH, etcé-tera), su valor para un químico puede variar en un rango de varios órdenes de magnitud bajo condiciones diferentes (Yu et al. 1993). Algunos valores de referencia de Kd (cuadro 8) se han tomado de Ambrose (1999), pues para el sitio estudiado no se cuenta con valores específicos del coeficiente.

El suelo residual donde se encuentra el Relle-no de Río Azul se ha caracterizado de acuerdo con sus propiedades físicas (cuadro 9), las cuales se han utilizado para estimar el factor de retardo (cuadro 10) con el uso de los valores de Kd del cuadro 8. En el cuadro 10 también se compara

el factor de retardo del vanadio con el del resto de elementos. Del cuadro 10 se desprende que el cadmio tiene un factor de retardo similar al del zinc, por lo cual es de esperar que se encuentre presente en los sedimentos de quebrada Azul. Los elementos mercurio y plomo son de 80 a 100 veces menos móviles que el vanadio, y de 8 a 10 veces menos móviles que el zinc, por lo que se plantea la posibilidad de que los mismos se pue-dan encontrar dentro de los límites del relleno.

ConclusionesEl sitio donde se localiza el Relleno de Río

Azul está compuesto por una secuencia de ori-gen volcánico que podría haber sido afectada por

Propiedad Resultado

Gravedad específica de los sólidos 2,18

Contenido de humedad 24%

Peso unitario húmedo 16,2 kN/m3

Peso unitario saturado 16,9 kN/m3

Peso unitario seco 13,01 kN/m3

Peso unitario de los sólidos 21,4 kN/m3

Relación de vacíos 0,64

Porosidad 39,2%

Grado de saturación 82%

Porcentaje de arena gruesa 1,3%

Porcentaje de arena media 48,4%

Porcentaje de arena fina 18,4

Porcentaje de finos 31,9%

ClasificaciónArena limosa sin

plasticidad

Cuadro 9. Propiedades físicas de los suelos del Relleno de Río Azul.

ElementoFactor de retardo

Rf(elemento)/Rf(V)

Cadmio 1704 ~ 10

Zinc 1704 ~ 10

Plomo 17038 ~ 100

Mercurio 13533 ~ 80

Cobre 1075 ~ 6

Vanadio 171 1

Cuadro 10. Factor de retardo para los suelos del Relleno de Río Azul.

Elemento Kd [cm3/g]

Cadmio 501

Zinc 501

Plomo 5011

Mercurio 3981

Cobre 316

Vanadio 50

Cuadro 8. Valores de referencia de Kd (según Ambrose [1999]).

R. Mora

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fallamiento local, lo que significaría una seria amenaza de contaminación de las aguas subte-rráneas de la región, pues las fallas geológicas constituyen un medio muy permeable capaz de poner en contacto los contaminantes del relleno con los acuíferos subterráneos.

Los resultados de la fluorescencia de rayos X muestran la presencia de elementos como vanadio, cromo, manganeso, cobre, zinc rubi-dio, estroncio, potasio, calcio, hierro, titanio e itrio, que tienen una tendencia a presentar concentraciones más elevadas en la fracción fina (d<=0,053 mm) de los sedimentos de ríos y quebradas y de los suelos residuales. Por lo tanto, la fracción fina puede ser utilizada en futuros estudios para determinar la presencia de metales pesados sin necesidad de ensayar muestras de fracciones de mayor tamaño, con que se podría ahorrar significativamente tiempo y recursos.

Las concentraciones de metales pesados en los sedimentos de la quebrada Azul indican que no existe contaminación por cobre, rubidio y estroncio. Sí hay contaminación moderada por vanadio y manganeso. La contaminación por zinc es seria. Se requiere realizar otro tipo de análisis para determinar la situación correspon-diente al cromo y al itrio.

El plomo y el mercurio, dadas las caracterís-ticas físicas de los materiales donde se encuentra el Relleno, se estarían manteniendo dentro de los límites de éste sin alcanzar las corrientes superficiales que drenan el sitio. El cadmio no se ha detectado por la configuración del equipo, sin embargo se estima que puede presentar un comportamiento similar al del zinc.

Referencias bibliográficas

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The present study shows the differences in volume when using four systems of logs mensuration coming from plantations of Gmelina arborea (melina), Acacia mangium (acacia) y Terminalia ivorensis (terminalia). 416 distributed logs in the following way was evaluated: 294 logs of melina, 97 logs of acacia and 25 logs of terminalia. The diameters oscillated between 11,5 cm and 37,9 cm for the first specie, 17,2 cm and 31,2 cm for the second and 22,3 cm and 48,9 cm for third specie. The volumes obtained in Gmelina arborea were the following: 0,0773 m³ with Smalian, 0,0759 m³ with Huber, 0,0825 m³ with a meter and 0,0539 m³ low with the mensuration system a mecate. In Acacia mangium the following results were obtained: 0,1158 m³ with Smalian, 0,1111 m³ with Huber, 0,1167 m³ with a meter and 0,0739 m³ with a mecate. Terminalia ivorensis registered the following volumes: 0,2564 m³ for Smalian, 0,2474 m³ using the formula of Huber, 0,2387 m³ with a meter and 0,1735 m³ applying the formula a mecate. The species melina and acacia registered the largest volumes under the mensuration system a meter, while in terminalia the largest volume was obtained applying Smalian. The three species registered the smallest volume using the system a mecate.

DIFERENCIAS VOLUMÉTRICAS EN CUATRO SISTEMAS DE MEDICIÓN DE

TROZAS DE MADERApor ORLANDO CHINCHILLA Y

MARIANELLA GÓMEZSe muestra las diferencias volumétricas al utilizar cuatro sistemas de medición de trozas provenientes de plantaciones forestales de Gmelina arborea (melina), Acacia mangium (acacia) y Terminalia ivorensis (termi-nalia). Se evaluaron 416 trozas distribuidas así: 294 trozas de melina, 97 trozas de acacia y 25 trozas de terminalia. Los diámetros oscilaron entre 11,5 cm y 37,9 cm para la primera especie, 17,2 cm y 31,2 cm para la segunda y 22,3 cm y 48,9 cm para la tercera. Los volúmenes obtenidos en Gmelina arborea fueron: 0,0773 m³ con Smalian, 0,0759 m³ con Huber, 0,0825 m³ con a metro y 0,0539 m³ bajo el sistema de medición a mecate. En Acacia mangium se obtuvo los siguientes resultados: 0,1158 m³ con Smalian, 0,1111 m³ con Huber, 0,1167 m³ con a metro y 0,0739 m³ con a mecate. Terminalia ivorensis registró los siguientes volúmenes: 0,2564 m³ con Smalian, 0,2474 m³ con Huber, 0,2387 m³ con a metro y 0,1735 m³ con a mecate. Las especies melina y acacia registraron los mayores volúmenes bajo el sistema de medición a metro, mientras que en terminalia el mayor volumen se obtuvo aplicando Smalian. Las tres especies registraron el menor volumen utilizando el sistema a mecate.

R E S U M E N

Orlando Chinchilla ([email protected]) y Marianela Gómez ([email protected]), ingenieros forestales, son investigado-res en la Universidad Nacional.

L a Dirección General Forestal determinó desde 1986 la forma de medición de los distintos pro-ductos forestales, las normas de clasificación,

garantías y otras especificaciones para la comerciali-zación interna y externa de los mismos. Esto significa que en el país la forma de medir y comercializar el recurso forestal se encuentra debidamente instituida, sin embargo la práctica es otra, puesto que existen numerosas formas de cuantificación del producto, entre las cuales menciona Wiessel (1975), citado por Bravo et al. (1988), métodos volumétricos para la comercialización de trozas redondas, de trozas labra-das y de trozas para contrachapados así como también para exportar, transportar y aserrar, entre otros.

A pesar de que la legislación y los reglamentos forestales establecen el sistema métrico decimal como unidad de medida, ninguno establece una norma para la cubicación de la madera en rollo. El sistema establecido en la práctica es el de la troza cubicada a mecate en pulgadas madereras ticas (pmt) (1 pmt es una sección sólida de 1” x 1” x 4 varas = 2,54 cm x 2,54 cm x 3,36 m), sistema que se legalizó en Costa Rica mediante el decreto gubernamental 12067-Meic de 1980, y se caracteriza por una metodología hetero-génea en la ubicación del diámetro de referencia con respecto a la longitud de las trozas y otras atribuciones en la medición que introducen errores de alta magni-tud en las estimaciones de volumen, haciendo por lo general una subestimación de éste y, finalmente, sus unidades de medición no son admitidas por el Sistema Internacional de Unidades (SIU). Esto hace que en Costa Rica no sea un sistema oficial (Lega 1997).

De esta forma, la existencia de factores de conver-sión no constantes de m³ a pmt se calcula subestiman-do en un 32 por ciento el volumen real de la madera rolliza, lo cual implica un problema para el propietario

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del bosque, ya que entrega más madera de la que se le está pagando, puesto que se le deduce el desperdicio en castigos (Jiménez 1988 citado por Bravo et al 1988). Y, como dice Bravo (Ibid.: 12), “la pmt es un sistema de relativa sencillez y por todos conocido, mientras que el sistema métrico decimal es inaplicable, puesto que las máqui-nas de aserrío existentes en el país se encuen-tran graduadas en pulgadas y para poder sacar medidas en centímetros es necesario hacer una transformación a pulgadas, además siempre hay desperdicio porque las relaciones no son exactas por los redondeos”.

Para cubicar trozas utilizando el sistema métri-co decimal, generalmente se utilizan las fórmulas de Smalian, la de Huber y la de Newton, de las que la más común es la de Smalian, por ser fácil de aplicar en cuanto a la toma de datos (diáme-tros en los extremos de las trozas) y por conside-rar que su imprecisión en la determinación del volumen no es tan significativa desde el punto de vista económico y comercial. En la de Huber, la toma de datos (diámetro en la parte media de la troza) se dificulta más, sobre todo cuando la troza está apilada. La fórmula de Newton se considera la más exacta de las tres, pero requiere de más mediciones en las trozas que no justifican en forma práctica el trabajo adicional en cuanto a precisión comparada con la de Smalian.

El método costarricense de medición de tro-zas a mecate puede describirse con propiedad de la siguiente manera: se mide la circunferencia de la troza en el extremo inferior, con la ayuda de un mecate, se divide esa circunferencia en cua-tro partes iguales y se multiplica por sí misma. Ese resultado se multiplica por la longitud de la troza medida en varas y se divide entre cuatro (Wiessel 1975).

Sin embargo, en nuestro país la diferencia en volumen entre un sistema de medición y otro no ha sido analizado, por lo que el objetivo fundamental del presente estudio es determinar las diferencias volumétricas existentes al utilizar diversos sistemas de medición de trozas en tres especies provenientes de plantaciones foresta-les.

Materiales y métodos

Especies utilizadas

Gmelina arboreaSe cubicaron 294 trozas de melina prove-

nientes de una plantación de ocho años de edad ubicada en Río Grande de Paquera, Puntarenas, Costa Rica. Los diámetros oscilaron entre 11,5 cm y 37,9 cm medidos con cinta diamétrica en ambos extremos de la troza. La longitud de las trozas osciló entre 1,25 m y 3,49 m.

Acacia mangiumSe evaluaron un total de 97 trozas de acacia

procedentes de una plantación de seis años de edad ubicada en Finca La Tite, San Carlos, Costa Rica. Los diámetros se situaron entre 17,2 cm y 31,2 cm medidos con cinta diamétrica en los dos extremos de la troza. La longitud de las trozas varió entre 2,15 m y 3,62 m.

Terminalia ivorensisSe midieron 25 trozas de terminalia producto

de un raleo comercial realizado en una plan-tación de seis años de edad ubicada en Finca La Tite, San Carlos, Costa Rica. Los diámetros oscilaron entre 22,3 cm y 48,9 cm medidos en el extremo inferior y superior de la troza con cinta diamétrica. La longitud de las trozas osciló entre 2,25 m y 3,60 m.

Cubicación de las trozas

A continuación se presentan tres figuras que ilustran la forma en que cada una de las trozas fue cubicada de acuerdo a los cuatro sistemas de medición analizados, así como las fórmulas que se emplearon para obtener el volumen res-pectivo.

a) Smalian: V = [ (D1 2 + D2

2 ) / 2 ] x /4 x L

b) Huber: V = D0 2 x /4 x L

Donde:V = Volumen de la troza en metros cúbicos.D1 = Diámetro de la sección de menor grosor de la troza en mts. D2 = Diámetro de la sección de mayor grosor de la troza en mts.D0 = Diámetro de la sección media de la troza en mts.

/4 = 0,7854.L = Longitud de la troza en mts.

Figura 1. Medición de la troza utilizando los sistemas de cubicación Smalian y Huber.

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1. Efecto medida: como se mencionó ante-riormente, los sistemas de medición Smalian y Huber atienden a estimar el volumen total de la troza, por lo que realizan mediciones en los extremos de la misma para obtener un valor promedio y en el centro para registrar un único valor que represente el diámetro promedio de la troza, respectivamente. Mientras que los sistemas a metro y a mecate se diseñaron para estimar el volumen útil de la troza, por lo que realizan sus mediciones en el extremo inferior de la misma. Esto da como resultado que el volumen repre-sentado por las “costillas” haya sido cuantificado en Smalian y Huber y no así en a metro ni en a mecate, por lo que se esperaría que estos últimos expresen un menor volumen. Sin embargo, exis-te un efecto que altera este resultado y que no ha sido discutido anteriormente, se trata del efecto redondeo.

2. Efecto redondeo: en el caso de Smalian y Huber, al utilizarse una cinta diamétrica gradua-da en centímetros la medición de los extremos y el centro de la troza, respectivamente, hace que no existan problemas en cuanto a pasar estas unidades a metros. La lectura en la cinta diamétrica se hace en forma exacta; es decir, si el diámetro en un extremo de la troza fue de 25,6 cm se registra entonces 25,6 cm, por lo que el redondeo no ejerce ningún efecto sobre el volu-men. Sin embargo, para la medición a metro, donde se registra el diámetro promedio resultan-te de dos mediciones en el extremo inferior de la troza, utilizando una cinta métrica graduada en pulgadas, si una medición fue de 10 pulgadas y la otra de 11,7 pulgadas, el promedio resultante debe ser de 10,85 pulgadas que equivale a 27,56 cm, sin embargo en la práctica se registra como 11 pulgadas, aplicando el redondeo para un resultado final de 27,94 cm que afecta induda-blemente el volumen real de la troza, ya que en solo una medición se está alterando el resultado final en 0,38 cm y esta diferencia acumulada a lo largo del proceso modifica el volumen, logrando una sobreestimación del mismo. Esta misma situación se da en la medición a mecate, pero, en lugar de redondear sobre el valor real obtenido, se redondea por debajo del valor real obtenido. Por ejemplo, si se cuenta con una troza cuya medición en su extremo inferior fue de 10,4 pul-gadas, en lugar de registrarse como 10,4 pulgadas (26,42 cm), se redondea a 10 pulgadas que equi-

( )c) A mecate: V = C 2 x L 4 4Donde:V = Volumen de la troza en pulgadas madereras ticas (pmt).C = Circunferencia medida en el extremo más delgado de la troza en pulgadas. L = Longitud de la troza en varas (1 vara = 0,84 m).

d) A metro: V = D1 + D2 / 4 2 x L 2 4

Donde:V = Volumen de la troza en pulgadas madereras ticas (pmt).D1 = Diámetro 1 medido en el extremo más delgado de la troza en pulgadas.D2 = Diámetro 2 medido en el extremo más delgado de la troza en pulgadas.L = Longitud de la troza en varas (1 vara = 0,84 m).

Es importante destacar que los sistemas de medición utilizados en el presente trabajo corres-ponden a diferentes intereses: por un lado, los sistemas de Smalian y Huber están aceptados para determinar el volumen total de trozas; y, por otro, los sistemas de medición en pulgadas madereras ticas que se valen de varias moda-lidades, entre ellas la de usar una cuerda para hacer la llamada medida a mecate (sistema a mecate), y la de usar una cinta métrica y medir en cruz (sistema a metro), que expresan un interés industrial: buscan cuantificar el volumen útil, eliminando el área de las costillas y los defectos existentes en las trozas. Esto hace que, al com-pararse el volumen dado en los cuatro sistemas de medición, se presenten distorsiones por los siguientes efectos:

[ ]( )

Figura 2. Medición de la troza utilizando el sistema de cubicación a mecate.

Figura 3. Medición de la troza utilizando el sistema de cubicación a metro.

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vale a 25,40 cm. En este caso, la diferencia es de 1,02 cm que en forma acumulada representa una seria subestimación del volumen real de la troza.

3. Efecto fórmula: originalmente las fór-mulas dadas por Smalian y Huber no sufrieron modificación alguna; es decir, fueron el resultado de ecuaciones matemáticas ajustadas específica-mente para obtener el volumen total de la troza, por lo que se puede decir con toda propiedad que la aplicabilidad de la fórmula para cada caso no ejerce ningún efecto sobre el volumen. No

obstante, las fórmulas utilizadas en los sistemas a metro y a mecate sí sufrieron modificaciones y fueron derivadas de otras fórmulas ya estableci-das. Por ejemplo, la fórmula a mecate se derivó de la regla Doyle, donde en lugar de dividir entre pi, o sea, 3,14, se divide entre 4, generando de esta forma una subestimación del volumen real de la troza, además de expresar la longitud en varas y no en metros. La fórmula utilizada en el sistema a metro es la misma que la dada a meca-te. En este caso la diferencia de un sistema a otro radica en la forma de medir el diámetro en punta delgada, ya que con a metro se utiliza una cinta

diamétrica graduada en pulgadas y con a mecate se utiliza una cuerda o mecate.

Conversión de unidades

Para poder realizar una comparación entre los volúmenes obtenidos, utilizando las cuatro fórmulas correspondientes a los cuatro sistemas de medición de trozas, se procedió a realizar lo siguiente:

1. Para Smalian y Huber no se realizó nin-guna conversión debido a que sus fórmulas utili-zan el metro cúbico como unidad de medida, por

lo que trabajan con áreas expresadas en metros cuadrados y longitudes en metros.

2. En la obtención del volumen en m³ para la medición de trozas a mecate se utilizó la relación 1 m³ = 330 pmt para melina, 1 m³ = 317 pmt para terminalia y 1 m³ = 301 pmt para acacia. Esta relación se obtuvo de dividir el volumen en pmt dado por la medición a mecate entre el volumen en m³ dado por Smalian.

3. En la obtención del volumen en m³ para la medición de trozas a metro se utilizó la relación 1 m³ = 500 pmt para melina, 1 m³ =

Plantación de laurel. (A. Mata)

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449 pmt para terminalia y 1 m³ = 468 pmt para acacia. Esta relación se obtuvo de dividir el volu-men en pmt dado por la medición a metro entre el volumen en m³ dado por Smalian. En este caso, se siguió el mismo procedimiento que en el punto 2. Sin embargo, es importante aclarar que las relaciones m³/pmt expresadas en este punto 3 no se han tratado en ningún otro estudio, por lo que solo tienen validez para las especies y los datos analizados en el presente trabajo.

Volumen promedio

A cada una de las trozas pertenecientes a las tres especies evaluadas se les calculó el volumen utilizando el programa Microsoft Excel y se pro-cedió a obtener el volumen promedio para cada sistema de medición de trozas y por especie. De esta forma se produjo un único volumen para Smalian, uno para Huber, uno para a mecate y uno para a metro para melina, acacia y termi-nalia.

Resultados y discusiónEn la figura 4 se observa el volumen pro-

medio en m³ para Gmelina arborea utilizando diferentes sistemas de medición de trozas. Los resultados fueron los siguientes: 0,0773 m³ uti-lizando la fórmula de Smalian; 0,0759 m³ con Huber; 0,0825 m³ cubicando a metro, y 0,0539 m³ bajo el sistema de medición a mecate.

En este caso, se puede apreciar que el mayor volumen se alcanzó cubicando las trozas a metro y el menor volumen se logró midiendo las trozas a mecate, con una diferencia máxima en volu-men de 0,0286 m³. Este resultado se vio afectado por el efecto del redondeo que se consideró a la hora de medir las trozas con ambos sistemas y a la subestimación que se refleja con el sistema a mecate cuando se aplica la fórmula.

Es importante anotar que el volumen obte-nido a mecate representó un 35 por ciento menos que el volumen dado por la medición a metro. En este caso, se comprobó que el sistema a mecate subestima el volumen de la troza en comparación con otros sistemas de medición. Por ejemplo, al compararlo con el volumen dado por Smalian representó un 30 por ciento menos y con Huber un 29 por ciento menos.

En el caso de Smalian y Huber se observa que el volumen promedio fue muy similar, esto es 0,0773 m³ para el primero y 0,0759 m³ para el segundo, lo que produjo una diferencia de úni-camente 0,0014 m³, por lo que se puede deducir que, aplicando cualquiera de estos dos métodos, se puede obtener el volumen total de la troza en forma precisa.

El volumen registrado por Smalian fue menor en un 6 por ciento con respecto al volumen a metro y Huber fue menor en un 8 por ciento. Este resultado se vio afectado por el efecto que tiene el redondeo con la medida a metro a la hora de realizar la medición del diámetro en el extremo inferior de la troza. Las dos mediciones realizadas fueron reportadas en pulgadas y en términos de redondeo se trabajó con pulgadas enteras; por ejemplo, si se midió 9,65 pulgadas (24,51 cm), por efectos de redondeo se reportó 10 pulgadas (25,4 cm). Además, la presencia de irregularidades en los extremos de las trozas afectó el volumen de la misma debido a que, en algunas ocasiones, las mediciones no se realizaron con exactitud en la parte de menor y mayor anchura, lo que facilitó la obtención de un mayor volumen con respecto a los otros sistemas de medición empleados. Para Smalian, en la mayoría de los casos las mediciones no se lograron realizar exactamente en los extremos de las trozas por la presencia de irregularidades, y se tuvieron que realizar alejándose un poco de los extremos con dirección hacia el centro de cada troza, mientras que por Huber las medi-ciones se realizaron en el centro cuando fue posible y, cuando se presentaron abultamientos u ondulaciones, se realizaron alejándose de estos defectos, tratando de acercarse en la medida de lo posible al centro de la troza. Es decir, se buscó un diámetro muy cercano al real.

En general, las diferencias obtenidas en los volúmenes reportados para los cuatro sistemas de medición en melina obedecieron a efectos de

Figura 4. Volumen promedio en m3 para Gmelina arborea bajo diferentes sistemas de medición de trozas.

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redondeo y a la posición donde fueron tomadas las mediciones en las trozas, considerando lógi-camente que cada uno de los métodos de cubi-cación empleados atienden a diferentes intereses y sus fórmulas consideran diversas variables que las diferencian entre sí.

En la figura 5 se presenta el volumen pro-medio en m³ para Acacia mangium bajo cuatro sistemas de medición de trozas. En este caso, se presentó el mismo comportamiento que en Gmelina arborea, donde el sistema a metro reportó el mayor volumen y el sistema a mecate el menor. Los resultados fueron los siguientes: 0,1158 m³ con Smalian; 0,1111 m³ para Huber; 0,1167 m³ cubicando a metro, y 0,0739 m³ bajo el sistema de medición a mecate.

El volumen obtenido a mecate representó un 37 por ciento menos que el volumen bajo el sistema a metro, un 33 por ciento menos que el volumen con Huber y un 36 por ciento menos que el volumen obtenido con Smalian. De esta forma, se comprobó una vez más que el volumen con a mecate subestima el volumen real de la troza.

Si se comparan los volúmenes dados por Smalian y Huber se tiene que el primero fue mayor que el segundo en 0,0047 m³, lo que representó una diferencia de un 4 por ciento. No obstante, si se comparan estos dos volúme-nes con el obtenido con a metro se tiene que Smalian fue menor en un 1 por ciento y Huber en un 5 por ciento. Al igual que en melina, este resultado en el volumen obtenido con el sistema a metro se debió al efecto del redondeo y a las irregularidades presentadas en los extremos y el centro de las trozas.

En la figura 6 se muestra el volumen pro-medio en m³ para Terminalia ivorensis a partir

de la aplicación de cuatro sistemas de medición de trozas. El volumen dado por Smalian fue de 0,2564 m³, con Huber se obtuvo un valor de 0,2474 m³, bajo el sistema de cubicación a metro se logró un volumen de 0,2387 m³ y con a meca-te 0,1735 m³.

A diferencia de las dos especies anteriores, el mayor volumen está representado por Smalian y, como era de esperar, el menor volumen se obtu-vo por medio del sistema a mecate. En este caso, la diferencia porcentual entre ambos volúmenes fue de un 32 por ciento

La diferencia entre el volumen con Smalian en comparación con los volúmenes dados por Huber y con a metro fue de un 3 por ciento en el primer caso y de un 7 por ciento en el segun-do. En este caso, que el volumen obtenido por Smalian y Huber haya sido mayor que el repor-tado con a metro tiene una explicación relacio-nada directamente con el tamaño y forma de las trozas. En Terminalia ivorensis las trozas presen-taron menos irregularidades en sus extremos y en el centro en comparación con las trozas de Gmelina arborea y Acacia mangium. Por lo tanto, las mediciones realizadas con a metro se vieron afectadas únicamente por efectos de redondeo y las mediciones realizadas con Smalian y Huber se lograron efectuar exactamente en los extremos y el centro de cada troza, por lo que se obtuvo un volumen muy cercano al real.

El volumen con a mecate también fue menor al ser comparado con el volumen obtenido con Huber y con a metro. En el primer caso, la dife-rencia fue de un 30 por ciento y en el segundo caso de un 27 por ciento. Esta situación eviden-cia nuevamente que si se utiliza el sistema de medición a mecate siempre se va a obtener un volumen muy por debajo del real.

Desde el punto de vista práctico, se ha com-probado que el sistema de medición a mecate es el más fácil de implementar en el campo; sin embargo, es el sistema que más subestima el volumen real de la troza. El problema de una subestimación en el volumen de la troza radica en el hecho de que el dueño de la madera recibe menos dinero por el volumen que representa cada troza cosechada y es en este punto, precisa-mente, donde se dan los mayores desacuerdos a nivel comercial.

Es importante destacar que las mayores dife-rencias en el volumen se obtuvieron entre el

Figura 5. Volumen promedio en m3 para Acacia mangium bajo diferentes sistemas de medición de trozas.

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sistema con a mecate y los otros tres sistemas analizados. En este caso, se percibe una subesti-mación importante en el volumen real de cada troza. Mientras, las evidentes diferencias entre los sistemas Smalian, Huber y a metro no son significativas desde el punto de vista práctico, ya que estos tres sistemas pueden utilizarse en la cubicación de las trozas con resultados similares en la estimación del volumen de la madera en rollo. Esta aclaración permite deducir que el sistema de medición de trozas más conveniente para el dueño de la madera estaría representado por Smalian, Huber y a metro. Mientras que el sistema de medición más conveniente para el que compra la madera respondería a la cubicación de las trozas a mecate. En este sentido, es importan-te que tanto el dueño de la madera (productor) como el comprador (intermediario-industrial) lleguen a un acuerdo y definan de antemano el sistema de medición de trozas a emplear, de modo tal que todos los actores involucrados en el proceso se vean beneficiados.

Conclusiones• En general, las diferencias obtenidas en los

volúmenes reportados para los cuatro siste-mas de medición en las tres especies obede-cieron a efectos de redondeo y a la posición donde fueron hechas las mediciones en las trozas debido a las irregularidades presen-tadas en las mismas, tomando en cuenta además que cada uno de los métodos de cubicación empleados atienden a diferentes intereses y sus fórmulas consideran diversas variables que las diferencian entre sí.

• Es necesario que el propietario de la madera conozca con mayor detalle la aplicación de

los cuatro sistemas de medición analizados en el presente estudio, ya que si utiliza el siste-ma a mecate existe el inconveniente de que solo esté vendiendo la madera útil, sin tomar en cuenta las costillas que, a pesar de que de ellas no se obtiene productos de interés comercial, son madera que al propietario le ha costado producir.

• Es difícil recomendar un sistema de medición en particular, ya que desde el punto de vista del dueño de la madera (productor) el siste-ma de medición de trozas más conveniente sería la cubicación de las trozas por Smalian, Huber y a metro. Mientras que desde el punto de vista del comprador (intermediario/industrial) el sistema más conveniente sería la cubicación de las trozas a mecate. Debido a que el precio de la madera se fija en función del sistema de medición que se utilice y que ningún comprador paga por la madera que no tendrá uso industrial, tanto el comprador como el dueño de la madera deben definir de antemano cuál sistema van a aplicar en la medición de las trozas, de modo que ambos se vean beneficiados en este acuerdo comer-cial.

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Figura 6. Volumen promedio en m3 para Terminalia

ivorensis bajo diferentes sistemas de medición de trozas.

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