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CONVERSACIÓN FINAL EN UNA DISCOTECA Los sueños y la vida son hojas de un mismo libro y que su lectura simultánea significa la vida real. Arthur Schopenhauer Para Lilizabel Juro por mi existencia, que no logro entender un problema que me aqueja hasta ahora. Quizá sea un misterio para el mundo una serie de grandes interrogantes: ¿Por qué soñamos? ¿Qué es el sueño? ¿Es el deseo o la insatisfacción de la realidad? ¿Alguna vez tiene pesadillas tan reales que crees estar despierto? Meses largos han transcurrido desde aquél suceso, pero, aquellas imágenes, esas escenas aún me estremecen, y se alojan en mi ventrículo derecho como una veta de espanto y misterio, con un aire horripilante y frío que me hace sentir un sacudimiento extraño hasta el tuétano. Yo era diferente que ahora… 1

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CONVERSACIÓN FINAL EN UNA DISCOTECA

Los sueños y la vida

son hojas de un mismo

libro y que su lectura

simultánea significa

la vida real.

Arthur Schopenhauer

Para Lilizabel

Juro por mi existencia, que no logro entender un problema que me aqueja hasta

ahora.

Quizá sea un misterio para el mundo una serie de grandes interrogantes: ¿Por qué

soñamos? ¿Qué es el sueño? ¿Es el deseo o la insatisfacción de la realidad?

¿Alguna vez tiene pesadillas tan reales que crees estar despierto?

Meses largos han transcurrido desde aquél suceso, pero, aquellas imágenes, esas

escenas aún me estremecen, y se alojan en mi ventrículo derecho como una veta

de espanto y misterio, con un aire horripilante y frío que me hace sentir un

sacudimiento extraño hasta el tuétano.

Yo era diferente que ahora…

Déjenme empezar con sueño, es decir hablando de los sueños. Esos átomos de

inconsciencia en la oscuridad que uno experimenta bajo el reino de Morfeo,

partículas ¿de vida o muerte?... O simplemente sean sueños y nada más. No

quiero aburrirles con conceptos triviales que, en este año 2011 y en 2111 seguirán

siendo misterios. ¿Quién no ha soñado una vez en la vida, estar desnudo y

avergonzado por la presencia de tanta gente, y sin poder hacer nada de cómo

vestirse o proteger su desnudez? o ¿Quién no ha soñado volar libremente o

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precipitarse al abismo y despertar antes de llegar a las profundidades? ¿Quién no

ha besado al ser amado(a), con todo el alma y sentirse dichoso(a)? ¡Todos!,

¿Verdad? Bueno, qué importa, la cuestión es dar ejemplos del mundo onírico.

La tarde se expandía como el vuelo de una mariposa ambarina y tranquila, sumida

en una profunda paz. El cielo que cubría la ciudad era un cuadro espectacular, con

el sol rojizo amarillento que empezaba acariciar las crestas de las montañas y sus

espaldares. La coloración azulina del firmamento perdía tonalidad por las

pequeñas hilachas de nubes anaranjadas.

Las palomas blancas de la plaza principal de la ciudad, se besaban sin

murmuraciones en la pileta (que hacía deslizar chorritos de agua, en un son

uniforme), se besaban sin contemplaciones, no les importaba la muchedumbre.

Qué ternura mostraban aquellas aves, dueñas del mundo, sabían, saben volar y

estar sin ataduras. Pues el amor es la libertad de caricias, de besos, de susurros.

El amor es una rosa roja, una paloma blanca,…, el aire. Todo es amor. Disculpen

nuevamente, no quiero incluir conceptos, menos de amor. A las palomas no les

interesa el mundo, aquello o aquella, viven el momento como si fuera el último

segundo de sus vidas…

Una muchacha de cabellos castaños. Bien vestida en hermosura, pero no tanto en

vestido, pasaba presurosa entre la muchedumbre.

––Hola ––le dije amablemente. Ella se volvió y sonrió al verme.

––Hola ––me contestó en seguida –– ¿me conoce?

––No, pero quisiera hacerlo.

––¿Perdón?

––Es decir, quisiera conocerla ––dijo Luis con respeto y sonriendo.

––Es chistoso ¿no? ––respondió ella, a medida que también le sonreía.

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Su forma de caminar, de sonreír, de hacer gestos, le tenía loco y emocionado a

Luis.

Él dijo:

––Tu voz es muy dulce, no he oído nada igual––. Se arrepintió de haberlo dicho.

Sonaba cursi.

Y ella dijo:

–– ¿Sabe amigo? ––pensaba en lo que estaba a punto de hacer y decir, en aquel

instante remontaba su memoria, a una madrugada hermosa en el campo, donde

un joven casi parecido a él, le había dicho las mismas palabras, quiso manifestarle

su recuerdo, pero, optó por otro ––, me parece muy comedido y sobre todo,

interesante, le voy a dar mi numero celular y mi Facebook ––, agregó––, quizá,

alguno de estos días salgamos, quién sabe a… caminar, charlar o a brindar por

una nueva amistad, tal vez––repuso ella ––¿está de acuerdo? ––sentenció. «

¿Qué he hecho?», se preguntó.

––Mmm…está bien, perfecto. Titubeó Luis.

Ella le cogió de la mano, suave y temblorosamente, él sentía que le caía un rayo

de sensaciones a su corazón, y luego ella se impulsó para sellarle un beso en la

frente, él se quedó inmovilizado y solamente dijo:

––Adiós, ya nos vemos.

La señorita se acordó de un detallito, giró hacia atrás y se propuso preguntarle su

nombre, pero él ya no estaba. ––«Ya me llamará» ––se dijo suspirando

calladamente y prosiguió su camino.

Había transcurrido un cuarto de hora, cuando llegué a una cabina de internet.

––Amiga, buenas, me da por favor una cabina.

––A la cinco, por favor––dijo la muchacha –– ¿Cuánto tiempo joven? «Qué guapo

es», pensó.

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––Sólo media hora ¿Sí?

––Ok. ––dijo ella.

––«Pues soy así, que culpa tengo que las nenas se mueran por mi»––dijo para sí.

Lo primero que hice fue enviarle la solicitud de amistad. Leí los comentarios de

mis amigos y respondí unos cuantos, luego me apresuré ver sus fotos, pero se

encontraba restringido, solo estaba permitido a los que ya eran sus amigos, pero

pude ver su perfil, y les aseguro que al contemplarla en aquella pantalla, sentí que

me volvía poeta y así como el sol nace en sus ojos, surgió en mis pensamientos

un poema de Neruda:

Bella,

como en la piedra fresca

del manantial, el agua

abre un ancho relámpago de espuma,

así es la sonrisa en tu rostro,

bella.

Así era ella, bella, abría un horizonte en mi calmada vida y se introducía como el

destello del sol a una ventana oscura. Estaba jovial, no me cabía la felicidad en mi

cuero terrestre; me puse recordar los momentos tan breves que había pasado con

ella, me imaginaba besarla en la plaza. Como aquellas palomas. La gente pasaba

y pasaba, pero nosotros seguíamos en los bancos que no faltan por esos lares.

––Joven, ya cumplió media hora, ¿va continuar?

––Sí, media hora más, please.

Entré a una de mis páginas favoritas y encontré un poema que empecé a leerlo.

Luis tocó la puerta de su habitación. ¡No!, no tocó, lo primero que hizo fue meditar

fatigado y meditabundo, se sentía desconocido, foráneo en su propio cuarto.

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Intentó abrir con la llave que tenía en el bolsillo del pantalón, sin éxito por cierto,

en ese instante fue que se colmó de terrores fantásticos. ¡Sí!, tienes razón, así fue,

como usted dice. Su corazón empezó a latir precipitadamente, creía que el cielo

se le venía encima, estaba asustado, muy asustado. La noche le envolvía con su

resonar triste, su corazón percibía los suspiros de la completa oscuridad.

¿Verdad?, Así es, pero déjeme continuar. Se tranquilizó un poco, caminó de un

lugar a otro buscando hallar una solución a su problema, ¿Te acuerdas que no

había ni un solo alma en la calle, solamente la noche merodeaba como hechicera

de…? Sí, sí. Intentó abrir nuevamente, pero esta vez le había logrado. «Que fácil»,

dijo ya más tranquilo y agregó, «Este era el truco, levantar un poco la puerta», y se

echó a reír.

Al entrar a su habitación, encendió la luz, es decir lo intentó, pero no había fluido

eléctrico, revisó el fusible con una linterna de mano sin saber qué es lo que

pasaba, pero al percatarse que la calle estaba completamente oscura, se calmó y

dijo para sí mismo que pronto volvería la energía eléctrica. Su corazón

nuevamente empezó a resonar muy fuerte en su pecho y se atiborró de ideas

meramente fantasmales, su paso se hizo pesado, trató de caminar, pero no podía,

trataba de gritar, pedir auxilio, tampoco podía, «¿Qué pasa…, que pasa?»,

monologó en su interior. Soltó la linterna. Se sentía fatigado, temeroso,

confundido… Sin duda, nunca había experimentado las sensaciones que en ese

momento recorría por todo su cuerpo.

La calle sucumbía en profundo y monótono murmullo. ¡Sí!, sin duda, el nombre

que se pronunciaba era ¡Lilizabel!, pero ese nombre tenía un acento trágico. Se

oían voces extrañas y Luis se desesperaba más, más y más, llegó hasta el punto

que se desmoronó como una construcción sin cimiento, al piso gélido que, cubrió

su piel de extraordinaria manifestación sepulcral, y parecía ver a la muerte en

sudario que relucía enteramente de negro.

Era una dama joven, pero milenaria, de aspecto peculiar, se cubría el rostro con

un velo oscuro, pero dentro de ello se apreciaba su sonrisa espeluznante, no sé

qué decir, si era bonita o grotesca físicamente, porque espiritualmente era

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aterradora, se percibía en la atmosfera. La señora ostentaba cabellos largos, que

le cubría toda la espalda, sus labios teñidos de negro, se movían con expresiones

de palabras que yo no podía entender. Palabras acompañados de débiles

suspiros. Una mortaja cubría su cuerpo esbelto hasta los pies, arrastraba la

vestidura dejando huellas legibles. Largas uñas pintados de negro, con manos

blancas y dedos delgados, se distinguían entre las mangas bordadas de lienzo

fascinante. Ella articulaba palabras de otro idioma. Toda su fisonomía era

terrorífica, no tenía ninguna gracia, por más esbelta que era físicamente, poseía

algo que no calzaba en ella. No parecía mujer, ni ser terrenal, era diabólica,

porque se sentía en sus gestos la expresión de una dama que quisiera hacer daño

y que luego lo haría. La muerte. Sí, era ella, se acercaba poco a poco y Luis

tendido boca abajo en el piso, no hacía ningún movimiento, no es que no quería,

sino no podía, todos los miembros de su cuerpo no respondían, una fuerza

extraña que parecía tener voz que le decía: «Mantente ahí, porque de esta no te

salvas, yo te juro que no».

––«Este debe ser un sueño, ––pensó–– un sueño que pronto acabará y donde me

veré feliz en mi habitación oyendo una de mis músicas favoritas». Eso decía

mientras demostraba a sus sentidos que lograría dominar esa desesperación y,

poder levantarse, caminar y hasta correr sereno. Silabeó unas cuantas palabras,

avanzó a rastras con los brazos temblorosos y el semblante blanco y agitado,

¿cómo no estarlo?, si la dama de la mortaja negra con su voz de imposición, de

sometimiento le llamaba a gritos: ––Ven, ven, ven… ¡Pronto!, que la puerta ya

está cerca ––lo susurró las últimas tres palabras.

Y aquel murmullo horrendo se filtró al cerebro de Luis que, le cubrió de

transpiraciones gélidas, la cual empapó toda su ropa y pudo sentir el terrible frío

que transitaba en su cuerpo. Un frío que si alguien experimentara se llenaría de

imaginaciones y pensamientos terroríficos. Se sentiría fuera de sí, como si

estuviera viendo un ataúd de abenuz para la propia muerte, con coronas de rosas

negras como ornamento.

Luis avanzó como pudo, hasta que por fin alcanzó ver su recámara y dijo:

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––«Ahí me recostaré, en seguida despertaré y todo habrá concluido».

En aquel momento, nuevamente se oyeron llantos de diferentes personas.

Innegablemente, el nombre articulado era la de ella: ¡Lilizabel!

Pero ahora, déjeme continuar a mí, Está bien, prosigue. La Dama lo levantó a Luis

de la solapa con una fuerza increíble y se apresuró para mostrarle a un ser

verdaderamente fascinante e inaudito, nunca en su vida se imaginó ver aquella

persona, ni siquiera lo pensó y para rematar, en su recámara. ¿Qué hacia él ahí?,

¿Qué quería, qué buscaba?, se preguntaba mil veces, estaba estupefacto, sin

aliento, sin fuerzas para respirar, sus ceños se fruncían y sus ojos querían salirse

de sus orbitas, porque quería asegurarse que si era realmente él,

indiscutiblemente era aquel ser a quien Luis amaba más que a todo en el mundo.

No era una mujer, mucho menos su madre, era un hombre a quien le debía mucho

y todo.

La oscuridad tintineaba con los ojos abiertos como si reconociera a un ser ignoto.

Así se sentía Luis, había perdido la noción del tiempo y del espacio, la impresión

que se había llevado fue impactante, quedó completamente petrificado. Había

perdido la razón, (estaba loco) y empezó hilvanar palabras, frases y versos de un

poema que a mí me estremeció hasta el alma.

El cielo relampagueó y se oyó un terrible trueno y al instante empezó a llover, allí,

justo a esa hora, a las doce de la medianoche, sopló un viento trepidante, y a lo

lejos se percibió el eco de un eco, pero muy claramente: « ¡Despertad!»

––Joven, joven, ¿amigo? ––Sorprendió la muchacha que atendía ––, ya cumplió,

ya cumplió su hora, ¿desea continuar?, al parecer se quedó dormido.

––Pues sí. Así parece, pero no se preocupe, ya salgo ––respondió Luis, con la voz

soñolienta y bostezando ¿Cuánto es, amiga?

––…

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–– ¡Gracias!

––A Ud. Vuelva pronto, amigo.

Salí y sin pensarlo dos veces me dirigí a mi cuarto, ya eran las siete y

cuarentaicinco y en el camino me reí del sueño que tuve, pero también quedé

sorprendido por la extrañeza de éste, por lo fantasmagórico que había sido.

«Tendré que leer a P… nuevamente, El… ¿no?, semejante poema sólo hay uno

en este mundo».

–– ¿Lilizabel? ¿Lilizabel? ¿Así se llama? Qué raro…, me parece haber oído ese

nombre, en algún lugar celestial quizá ––dijo Luis, sonriente ––, pero ¿por qué me

dio otro nombre para su Face? Acabó de preguntarla y se preguntó a sí mismo: «

¿Era el nombre pronunciado en mi sueño?»

––Porque también me gusta, como la mayoría no escribe su verdadero nombre,

pues yo tenía que inventar.

––Ah, ya la entendí, ahora que lo dice, mi Face tampoco está con mi nombre.

––Sí, ya lo noté cuando acepté su solicitud de amistad, el nombre que apareció

era: D…, pero ahora me dice que se llama Luis ¿verdad?

––Sí, Luis Carranza, para servirla y mucho gusto en conocerla ––. De esta manera

se presentó Luis, respetuosamente y prosiguió –– ¿Y su nombre, amiga?

––Mi nombre es como ya sabe usted. Lilizabel Alvarado Llanto y de veras, el gusto

es verdaderamente mío.

Conversaron, se rieron y siguieron conversando, se sentían muy cómodos, en un

ambiente de confianza y ¿enamoramiento? Pues le podríamos decir así.

––Y dime, ¿cómo le ha ido esta semana?

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––Mmm... ¿Sabe?, algo curioso me ocurrió el día que la conocí, fui a la internet

muy ansioso de enviarle la solicitud de amistad y…

Empezó a contarla con lujo y detalle lo que había experimentado aquella noche.

Era un viernes.

––Parece sacado del mundo de las ficciones ––dijo muy sorprendida ––no me

está mintiendo, ¿verdad?

––Como cree, esto le digo con el corazón más sincero y honesto.

––¿Y quién era ese hombre que le hizo perder la razón? ––Ironizó Lilizabel al

formular la pregunta –– ¿Quién era él? Dímelo, estoy ansiosa por saberlo, ¿era su

padre?

–– ¡No!, no era él ––carraspeó Luis, con un gesto único e interrogó –– ¿De verdad

quieres saberlo?

–– ¡Sí! ¡Sí!, sí, quiero saberlo.

––Ok. Te lo diré. Luis se dijo: «Me va tomar de loco o bromista», pero acabó lo

que había empezado: Era yo.

–– ¿Cómo?

––Lo que oíste, el hombre que vi en mi recámara recostado, era yo––suspiró Luis

y continuó––, estaba muerto. ¡Amiga, dos más! Presta mucha atención, te lo

explicaré mi queridísima Lilizabel.

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