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Crisálida, el Hada que tenía miedo a volar Abrió los ojos lentamente, pero se sentía extenuada. No sabía dónde estaba, ni se reconoció, y esto la turbó. Asustada, prefirió la oscuridad a la suave luz violeta que vislumbró en el pequeño espacio que ocupaba. —¿Qué ha pasado? ¿Desde cuándo estoy aquí? –inquirió Crisálida. Nadie respondió, pero un agradable y armonioso sonido comenzó a llegar hasta ella. Aunque le hubiese resultado más fácil seguir en su letargo, la curiosidad pudo más que su miedo y despertó sus sentidos. Vio sombras a su alrededor y un rítmico tintineo fue sustituido por el rumor de alegres risas; sin saber qué hacer, optó por seguir inmóvil. Sin embargo, al hacerse el silencio de nuevo, se sintió incómoda. ¿Cómo podría salir de aquí? –clamó. “Tú decidiste entrar y cuando creas que estás preparada saldrás”. Preguntó, una y otra vez, a esa enigmática Voz sin obtener contestación. Desbordada entonces por la inquietud, se movió y movió… hasta que algo se rasgó. A partir de ese momento, se relajó y quedó sumida en el más profundo de los sueños. Los rayos del sol la hicieron despertar y descubrió, aturdida, a unas criaturas muy especiales que la observaban con simpatía y cordialidad.

Crisálida, el hada que tenía miedo a volar

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Crisálida, el Hada que tenía miedo a volar

Abrió los ojos lentamente, pero se sentía extenuada. No sabía dónde estaba, ni se reconoció, y

esto la turbó. Asustada, prefirió la oscuridad a la suave luz violeta que vislumbró en el

pequeño espacio que ocupaba.

—¿Qué ha pasado? ¿Desde cuándo estoy aquí? –inquirió Crisálida.

Nadie respondió, pero un agradable y armonioso sonido comenzó a llegar hasta ella. Aunque

le hubiese resultado más fácil seguir en su letargo, la curiosidad pudo más que su miedo y

despertó sus sentidos. Vio sombras a su alrededor y un rítmico tintineo fue sustituido por el

rumor de alegres risas; sin saber qué hacer, optó por seguir inmóvil. Sin embargo, al hacerse el

silencio de nuevo, se sintió incómoda.

¿Cómo podría salir de aquí? –clamó.

“Tú decidiste entrar y cuando creas que estás preparada saldrás”.

Preguntó, una y otra vez, a esa enigmática Voz sin obtener contestación. Desbordada

entonces por la inquietud, se movió y movió… hasta que algo se rasgó. A partir de ese

momento, se relajó y quedó sumida en el más profundo de los sueños.

Los rayos del sol la hicieron despertar y descubrió, aturdida, a unas criaturas muy especiales

que la observaban con simpatía y cordialidad.

Estás en la frontera del Mundo de las Hadas –manifestó amable la que se erigió portavoz

del peculiar grupo.

¿Puedo pasar?

No, tesoro, no puedes. Aquí sólo se llega volando y tú… no tienes alas.

Lloró desconsolada, pues no recordaba de donde venía, ni a donde quería ir.

Pequeña, es muy probable que vinieras a nuestro Mundo. Nadie se acerca por aquí de

casualidad.

Recordó la Voz que escuchó en su habitáculo concluyendo que si había salido sería porque

estaba preparada.

¡No entiendo que me está pasando! –dijo desesperada casi implorando una respuesta y

las Hadas comprendieron.

No has querido crear tus alas. Si las tuvieras…

—¿Qué ocurriría si las tuviera? –suplicó Crisálida.

Eso tienes que descubrirlo tú. No obstante, sabemos quién puede ayudarte. Ve hacia el

final del bosque y allí encontrarás un pequeño lago. Pon mucha atención; observa, escucha, y

si es el momento… entenderás.

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Más serena, agradeció a las generosas Hadas su ayuda y partió en busca del escondido lago.

Creyó, confundida, que el silencio era su única compañía hasta que, sin saber cómo, fue

escuchando un sinfín de sonidos diferentes. De igual forma, percibió y apreció todos los

matices del variado colorido de cada paisaje que iba contemplando. Se sintió más acompañada

que nunca, pues fue consciente de ella misma y de todo lo que la rodeaba.

Buscó y buscó… hasta que encontró una especie de pantano cubierto de unas pequeñas

flores de un blanco violáceo. Observó con atención el maravilloso color de sus pétalos, olió su

sutil aroma, y se sintió bien; sin embargo, no entendía que hacía allí. Decidió tocarlas y al

hacerlo una extraña sensación de paz se apoderó de todo su Ser y se sintió crecer.

¡Hola preciosa! –creyó escuchar, pero no vio a nadie y sorprendida comprobó que era

una de esas pequeñas flores la que se comunicaba con ella–. Soy Violeta de Agua y puedo

ayudarte a ver tus alas.

—¿Ver mis alas? –contestó perpleja.

Sí, no te extrañes, las creaste tú, pero tu miedo hizo que cerraras los ojos y renunciaras a

ellas. Al hacerlo impediste que los demás pudieran verlas.

Expectante, probó el néctar y tras unos momentos de silencio escuchó nuevamente la Voz

que le susurraba:

“Eres un Hada. Lo descubriste hace tiempo, aunque te atemorizaba reconocerlo. Al llegar a

tu Mundo y no poder entrar te sentiste más desdichada que nunca, pero no desististe y por eso

has encontrado a Violeta de Agua. Está solitaria flor tiene una misión: Ayudar a quienes lo

desean a conservar su independencia y equilibrio, pero en comunicación e integración con el

Universo”.

Creyendo y confiando en lo que intuyó con la ayuda de la flor, Crisálida, fue batiendo, poco

a poco, sus alas al viento y agradecida le prometió que jamás dejaría de visitarla.

Ven siempre que lo precises y recuerda que toda la Naturaleza vibra al unísono para

que puedas seguir tu camino… si así lo quieres tú.

Feliz, supo con certeza que sus hermanas las Hadas estarían esperándola y libre, en su

viaje por el azulado cielo, volvió a escuchar esa mágica Voz que –había comprendido–

provenía de su Alma y en ese momento le musitaba:

“No dejes jamás de volar y recuerda siempre que puedes encontrarte con los demás, sin

perder la libertad de ser tú misma”.

Ana María R. Novoa

21 de Diciembre de 2009