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#ZaragozaPiensa. Mesa: La pregunta por la representación como pregunta permanente. Enrique Cebrián
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CRISIS DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA: ¿NUEVO
FENÓMENO O CARACTERÍSTICA INHERENTE?
Enrique Cebrián Zazurca
Profesor Ayudante Doctor (Profesor Contratado Doctor acreditado) de
Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza
La representación política comparte las dificultades propias de la representación
en sentido amplio. La nota dominante de esta, esto es, la tensión entre lo presente y lo
ausente, permanece en la representación política, ya que la representación solo es
comprensible –y concebible– a partir del mantenimiento de los polos de tensión
presencia-ausencia. En efecto, como escribió Hanna Pitkin, representar significa “hacer
presente en algún sentido algo que, sin embargo, no está presente literalmente o de
hecho”1. De igual modo, la representación –y aún más la representación política–
protagoniza otra tensión: la que se establece –en palabras de esta autora– entre “el ideal
y el logro”2.
No ha de perderse de vista la importante idea de que ambas tensiones –que, a la
postre, no son sino una y la misma– no son fallos que puedan o deban superarse, sino
que son consecuencia de la propia naturaleza representativa.
Por tanto, este carácter inherente de la tensión y de la dualidad no debe ser, por eso
mismo, razón para hablar de una crisis de la representación política. Esa crisis no sería
sino la manifestación de este fenómeno dual, presente en el instituto de la
representación política desde su aparición. Es muy frecuente hablar o escuchar hablar de
la crisis de la democracia representativa. Es hasta tal punto habitual que podría decirse
que la citada crisis ha merecido acabar siendo una de las características inherentes a este
tipo de democracia, cuando tratamos de enumerar aquellas que lo definen. No es, sin
1 PITKIN, H. F., El concepto de representación, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1985, p. 10 (cursivas en el original). En el original, el traductor español utiliza el término “literariamente”, en lugar de “literalmente”, lo cual parece obvio que se trata de un error; para evitar confusiones lo he corregido directamente.
2 Ibid., 267.
embargo, esta una novedad surgida en los últimos tiempos. Lejos de ello, la etiqueta de
“crisis” acompaña a la democracia representativa desde sus momentos iniciales.
Siendo esto así, no es menos cierto que hoy asistimos a unas circunstancias
histórico-sociales en las que la crisis de la representación política como fenómeno está
adquiriendo un protagonismo y una relevancia especiales. Es importante estudiar y
valorar si las actuales circunstancias suponen solo la faz actual de esa crisis que ha
acompañado a la representación desde su nacimiento o si, además, se dan en este
momento y en nuestras sociedades unas circunstancias –propiciadas por un deseo de
profundización democrática y por unas herramientas tecnológicas ausentes en otros
momentos históricos– que puedan suponer un antes y un después en la forma de
concebir las democracias representativas. Trataré de justificarlo a lo largo de las
siguientes líneas, pero creo no equivocarme si adelanto ya que la respuesta a ambas
preguntas es sí. Es decir, que lo que hoy vivimos es la cara actual de esa constante crisis
de la representación política, pero también que esa cara actual bien puede suponer un
momento decisivo en el devenir de los sistemas representativos.
Hemos de distinguir entre representación política y democracia representativa.
La democracia representativa surge con posterioridad a la representación política y
constituye, inicialmente, una contradicción en los términos, un centauro transmoderno3,
según la denominación ya famosa del profesor Rafael del Águila.
La historia del sistema representativo es también la historia de cómo la alianza
entre la nación, el Parlamento, el mandato representativo y la opinión pública –propia
del Estado liberal de la primera hora– va poco a poco resquebrajándose y dejando al
descubierto el artificio simbólico e intelectual que la sostenía, todo ello producido al
compás y, en buena medida, por influencia de la cada vez mayor democratización de la
representación. Más democracia –el tránsito de la soberanía nacional a la popular– y la
aparición en escena de unos sujetos que se van a convertir en piezas indispensables del
modelo representativo –los partidos políticos– son los dos elementos fundamentales que
marcan el tránsito de la mera representación política a la democracia representativa
propiamente dicha. Cuando nacen los sistemas de representación política, el sufragio era
un sufragio masculino y censitario, esto es, solo los varones mayores de edad que
3 ÁGUILA TEJERINA, R. DEL, “El centauro transmoderno: liberalismo y democracia en la
democracia liberal”, en VALLESPÍN OÑA, F. (ed.), Historia de la teoría política (6), Madrid, Alianza, 1990.
cumplieran determinados criterios económicos y de propiedad podían ejercer la función
del sufragio. Porque no debemos olvidar que el sufragio era eso: una función.
La titular de la representación era la nación y la nación era también, por consiguiente, la
que otorgaba el título de elector a los ciudadanos que creyera conveniente: de ahí, la
presencia de los requisitos que se exigían. El estatus de elector se convertía, de esa
manera, en una función; una función concedida por la sociedad –entiéndase por la
nación– y que quien la ejercía lo hacía por todos los ciudadanos. Cuando por el empuje
de unas ideas democráticas que se van extendiendo como una mancha de aceite
comienza a resquebrajarse esa idea sublimada de nación, y empieza a hacerse patente el
enfrentamiento de intereses entre distintos sectores sociales, la representación como
función deja de tener sentido. La elección será entonces un derecho que, como tal, se
ejercerá de manera individual. El pensamiento y la práctica democráticos dan lugar al
nacimiento de la elección tal y como hoy la entendemos: un derecho político que los
ciudadanos ejercen individualmente, precisamente por su condición de ciudadanos,
requisito esencial para su ejercicio. “La extensión y universalización del derecho de
sufragio –dirá Burdeau– no es más que la respuesta a una ficción que históricamente se
ha desmoronado”4.
Hasta el momento actual, este tránsito de la representación política sin más a la
democracia representativa era, sin ninguna duda, el capítulo principal en la historia del
modelo representativo. Y era, también sin duda, un momento que reunía todas las
condiciones para ser calificado como momento crítico, como situación de crisis.
Debemos valorar si el momento que hoy estamos viviendo constituye el inicio del
segundo gran capítulo en la historia del modelo representativo: el tránsito a realizar
sería hoy el de una democracia representativa a un sistema en el que exista más y mejor
democracia y en el que esta sea, asimismo, más representativa o representativa de un
modo mejor. Las actuales crisis económica y, por extensión, política han contribuido a
poner al descubierto algunas de las limitaciones de la democracia representativa tal y
como la hemos conocido hasta ahora; me refiero a sus insuficiencias en lo relativo a la
existencia de espacios de deliberación política, a la escasez de formas de participación
4 Tanto la cita de Burdeau, como las ideas expuestas acerca de la transición de la elección como
función a la elección como derecho, provienen de VEGA GARCÍA, P. DE, “Significado constitucional de la representación política”, en Revista de Estudios Políticos, núm. 44, marzo-abril de 1985, pp. 25-45 (pp. 34-35).
directa o semidirecta de los ciudadanos, a las deficiencias en el control de los
representantes y en su rendición de cuentas o a la escasa receptividad de estos. A esto
debe sumarse el hecho de que hoy disponemos, como antes decía, de unas herramientas
tecnológicas que pueden resultar de ayuda en la voluntad de profundización
democrática. Sin embargo, debemos huir del riesgo de caer de manera irracional en los
brazos de un directismo tecnológico. Como ha escrito el profesor Ricardo Chueca: “Si,
llegado el caso, consiguiéramos a través de las técnicas informáticas, obtener
simultáneamente la opinión, o la decisión individual, de todos y cada uno de los
ciudadanos, nos haríamos con lo que Rousseau llamó «la voluntad de todos»; una
voluntad que no nos sirve para nada desde el punto de vista de la decisión, por más que
sí nos pueda aportar información. La voluntad que la representación política expresa es
cabalmente la voluntad de la unidad política, es decir, de una totalidad cuya naturaleza
es distinta –al igual que su contenido– a la voluntad de todos y cada uno de los
ciudadanos”5.
Opino que el rostro actual de la crisis de la democracia representativa puede
constituir un momento decisivo en su evolución. Aunque será la actitud que se tome en
el tratamiento de esta crisis la que marque en qué sentido resulta decisivo. Considero
que el camino a seguir debe ser el del mantenimiento de las formas de democracia
representativa, porque, al mantenerlas, se está manteniendo el parlamentarismo, el
debate democrático y la protección y el respeto a las minorías políticas y sociales. Pero
considero también que ese mantenimiento de la democracia representativa no debe
comportar una actitud complaciente, sino de mejora exigente: la tecnología debe
servirnos para articular y favorecer la participación de los ciudadanos y para corregir los
defectos de la representación, el sistema debe abrirse a nuevos cauces participativos que
resulten complementarios, deben perfeccionarse los mecanismos de exigencia de
responsabilidades y habilitar vías de comunicación entre representantes y representados.
Siempre se hablará de la crisis de la representación política. Su crisis nos obliga
hoy a protagonizar como ciudadanos el segundo gran episodio en la historia de la
representación. Que esta crisis no sea la excusa para dar muerte a la representación
5 CHUECA RODRÍGUEZ, R. L., “El proceso político y las nuevas tecnologías”, en
Administración & Cidadanía, vol. 2, núm. 3, 2007, Monográfico: La administración en la era digital, pp. 49-61 (p. 57).
democrática, sino que sirva para construir una más fuerte y mejor democracia
representativa es el objetivo a alcanzar.