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Crítica de Libros 125 Fruto del congreso in- ternacional que tuvo lugar en abril de 2009 en el Ins- tituto Alemán para Política Internacional y de Seguri- dad (SWP) de Berlín, es la obra colectiva ¿Crisis? ¿Qué Crisis? España en busca de su camino, que reúne una serie de artículos de diver- sos especialistas que abor- dan algunas de las prin- cipales cuestiones que se plantean en distintos ám- bitos (político, económico, judicial, religioso, univer- sitario, social, etc.) de la sociedad española más reciente. En él se hace un análisis que intenta comprender las claves de los procesos históricos y sociales que están teniendo lu- gar hoy en día en el Estado español, y los retos a los que se enfrenta. En la introducción (pp. 7-17), los editores exponen las líneas maestras que aborda el libro: tomando como punto de partida la profunda crisis económica que ha afectado al país desde el 2008, se hace un examen diversificado y con pretensiones globalizantes de los distintos problemas que éste se halla sumido: el fin de un modelo económico ba- sado en la construcción y el efecto dominó que esto ha conllevado en otros sectores de la economía, la falta de un acuerdo político entre oposición y gobierno, la necesidad de impulsar nuevos sectores económicos, la política de in- migración, la cuestión de los nacionalismos periféricos y el debate sobre el concepto de nación, la postura de la Iglesia, las crisis en la justicia o las transformaciones en el mundo universitario… La obra se articula en tres bloques: el primero lleva por título «La Crisis y el Consenso Nacional: ¿nuevas bases para la convivencia?»; el segundo «La redefinición de los actores en la sociedad española», y el tercero «Espacios de crisis, espacios de consenso y espacios de convivencia». Abre el primer bloque el artículo de Walther L. Bernec- ker, «¿Qué mantiene unida a España? Esfuerzos de integra- ción y síntomas de desintegración en la España de hoy» (pp. 21-51), que analiza la realidad política de las últimas legislaturas de la democracia, señalando los problemas ac- tuales a los que se enfrenta Estado español: el problema de las identidades y del concepto de nación, la división social de las dos últimas legislaturas por la «estrategia de la cris- pación» de la oposición, el proceso de ETA, el estatuto cata- lán,… Pese a estos problemas, que dividen continuamente a la sociedad, el balance que el autor hace de los treinta años de estabilidad constitucional es positivo ya que habrían su- puesto un triunfo del sistema democrático. En su opinión (y siguiendo a autores como Sander/Heitmeyer o Dubiel), el éxito de la democracia dependería no de una normativiza- ción impuesta, sino de la regulación exitosa o la «civiliza- ción» de los conflictos. España, en este sentido, habría sa- bido configurarse desde la transición como una democracia fuerte, ya que habría sido capaz de superar e integrar sus conflictos, estableciendo una negociación en la que todos ¿Crisis? ¿Qué crisis? España en busca de su camino Walther L. Bernecker, Diego Íñiguez Hernández y Günther Maihold (eds.) Bibliotheca Ibero-americana, 130 Madrid-Frankfurt am Main, Iberoamericana-Vervuert, 2009 Crítica de libros Revista de Historiografía, N.º 12, VII (1/2010), pp. 125-127

¿Crisis? ¿Qué crisis? España en busca de su camino

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Fruto del congreso in-ternacional que tuvo lugar en abril de 2009 en el Ins-tituto Alemán para Política Internacional y de Seguri-dad (SWP) de Berlín, es la obra colectiva ¿Crisis? ¿Qué Crisis? España en busca de su camino, que reúne una serie de artículos de diver-sos especialistas que abor-dan algunas de las prin-cipales cuestiones que se plantean en distintos ám-bitos (político, económico, judicial, religioso, univer-

sitario, social, etc.) de la sociedad española más reciente. En él se hace un análisis que intenta comprender las claves de los procesos históricos y sociales que están teniendo lu-gar hoy en día en el Estado español, y los retos a los que se enfrenta.

En la introducción (pp. 7-17), los editores exponen las líneas maestras que aborda el libro: tomando como punto de partida la profunda crisis económica que ha afectado al país desde el 2008, se hace un examen diversificado y con pretensiones globalizantes de los distintos problemas que éste se halla sumido: el fin de un modelo económico ba-sado en la construcción y el efecto dominó que esto ha conllevado en otros sectores de la economía, la falta de un acuerdo político entre oposición y gobierno, la necesidad

de impulsar nuevos sectores económicos, la política de in-migración, la cuestión de los nacionalismos periféricos y el debate sobre el concepto de nación, la postura de la Iglesia, las crisis en la justicia o las transformaciones en el mundo universitario…

La obra se articula en tres bloques: el primero lleva por título «La Crisis y el Consenso Nacional: ¿nuevas bases para la convivencia?»; el segundo «La redefinición de los actores en la sociedad española», y el tercero «Espacios de crisis, espacios de consenso y espacios de convivencia».

Abre el primer bloque el artículo de Walther L. Bernec-ker, «¿Qué mantiene unida a España? Esfuerzos de integra-ción y síntomas de desintegración en la España de hoy» (pp. 21-51), que analiza la realidad política de las últimas legislaturas de la democracia, señalando los problemas ac-tuales a los que se enfrenta Estado español: el problema de las identidades y del concepto de nación, la división social de las dos últimas legislaturas por la «estrategia de la cris-pación» de la oposición, el proceso de ETA, el estatuto cata-lán,… Pese a estos problemas, que dividen continuamente a la sociedad, el balance que el autor hace de los treinta años de estabilidad constitucional es positivo ya que habrían su-puesto un triunfo del sistema democrático. En su opinión (y siguiendo a autores como Sander/Heitmeyer o Dubiel), el éxito de la democracia dependería no de una normativiza-ción impuesta, sino de la regulación exitosa o la «civiliza-ción» de los conflictos. España, en este sentido, habría sa-bido configurarse desde la transición como una democracia fuerte, ya que habría sido capaz de superar e integrar sus conflictos, estableciendo una negociación en la que todos

¿Crisis? ¿Qué crisis? España en busca de su camino

Walther L. Bernecker, Diego Íñiguez Hernández y Günther Maihold (eds.)Bibliotheca Ibero-americana, 130Madrid-Frankfurt am Main, Iberoamericana-Vervuert, 2009

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habrían ganado y nadie quedaría al margen. Este proceso democrático, basado en la capacidad de crear consensos, habría mejorado su prestigio internacional.

El artículo «España: identidades y opinión pública» (pp. 53-69), de Antonio Elorza, se pregunta por qué en Es-paña, a diferencia de Francia, no se consolidó una identi-dad centralista española, y partiendo de esta cuestión hace un repaso histórico de los orígenes de la creación de dis-tintas identidades en el país, centrándose en la española y prestando bastante atención a la catalana y la vasca.

Diego Íñiguez Hernández, en «¿Crisis o continuidad en la política judicial?» (pp. 71-107), aborda el problema de la evolución y la politización CGPJ y del poder judicial desde la transición hasta los recientes conflictos que enfren-taron al poder judicial con el gobierno (el «movimiento del 8 de octubre» y la huelga de los jueces, o el problema de la elección del nuevo consejo del poder judicial). A estos problemas habría que sumar otros de tipo administrativo (organización y volumen de trabajo, carencia de recursos, las presiones mediáticas y públicas a los jueces, y el efecto desmoralizador en la sociedad por el espectáculo del par-tidismo de los jueces y de la judicialización de la política). El autor concluye que el sistema ha fracasado en sus fines constitucionales (opacidad, ineficacia e irresponsabilidad), pero no obstante la actual crisis podría abrir un proceso in-teresante en el que se reformularan algunos problemas.

El segundo bloque empieza con el artículo de Ángel Es-trada, «Crisis económica y factores estructurales en España» (pp. 111-132). Ante la descomposición de los avances de los últimos 15 años, la grave crisis económica y el acen-tuado paro, el autor observa cómo al hecho de que el país necesitaba un ajuste de su modelo de crecimiento se le unió la crisis financiera internacional. Centra su exposición en la experiencia de la participación española en la Unión Eco-nómica y Monetaria, en cómo se gestó la crisis y en los fac-tores estructurales que España debe mejorar para fortale-cerse. Analiza asimismo los intentos de ajuste del gobierno, y concluye que la salida dependerá de la estabilización de los mercados financieros y de una posición competitiva.

Miguel Ángel Presno Linera, en «La evolución del sis-tema de partidos en España: del reconocimiento constitu-cional a la institucionalización del partido gobernante como “príncipe moderno”» (pp. 133-160), examina cómo el sis-tema político español ha pasado de ser en origen una de-mocracia de partidos, con sus afiliados, a una democracia de los partidos, instalados en el entramado de los cargos públicos y las instituciones, y cuyo principal objetivo sería la conquista del poder. Esta situación ha hecho que fuera de los partidos no se pueda participar con éxito en las eleccio-nes, debido al protagonismo de las formaciones mayorita-rias en la organización y funcionamiento de las principales instituciones del Estado. La falta, pues, de un «parlamenta-rismo acotado» (el autor sigue aquí a Ackerman), ha desem-bocado en la conversión del líder del partido gobernante en una especie de «príncipe moderno», cuyo principal ejem-plo actual estaría en el presidencialismo norteamericano.

Ludger Mees («Visión y gestión. El nacionalismo vasco democrático 1998-2009», pp. 161-205) intenta explicar las causas de la derrota del PNV en las últimas elecciones vas-cas. Para ello traza la evolución que siguió el gobierno vasco durante la democracia y hasta ese momento, centrándose en la época de Ibarretxe. Se muestra cómo la política del PNV pasó de una estrategia basada en su tradicional prag-matismo de aspirar a la soberanía pero en el marco de una ampliación del autonomismo, a posturas decididamente más soberanistas, que tendrían como puntos más álgidos el Pacto de Lizarra y la presentación del Plan Ibarretxe. Esta situación de radicalismo, en opinión del autor, habría lle-vado a una crisis del PNV y a la derrota de las elecciones.

Víctor Urrutia, en «El ¿cambiante? papel de la Iglesia» (pp. 207-234), hace una radiografía de la Iglesia española ante las transformaciones que ha conocido la situación re-ligiosa en el país en los últimos tiempos. Se examinan los problemas a los que se enfrenta, que principalmente serían dos: el proceso de secularización y el proceso de desarro-llo del pluralismo religioso. El crecimiento de las minorías religiosas, el reto de integrarse en un sistema democrático moderno y abierto, y el surgimiento de nuevos grupos de distinto signo en su seno serían según este autor los princi-pales retos a los que se enfrentaría la Iglesia española.

El tercer bloque lo encabeza el artículo de Elena Hernández Sandoica, «La crisis de la Universidad» (pp. 237-271). En él la autora pone de relieve los problemas a los que se enfrenta el actual sistema universitario español, con la cuestión principal, por los cambios y ajustes profundos que está suponiendo, la entrada en el Espacio Europeo de Educación Superior. Se analizan las medidas políticas y los otros factores estructurales que están influyendo en el difí-cil proceso de aplicación del Plan Bolonia, como la falta de una acuerdo político coherente desde todas las administra-ciones implicadas, las dificultades para su implantación de-bidas a la misma estructura universitaria española, o la falta de claridad y de información en el proceso, lo que habría desembocado en protestas estudiantiles y en una desorien-tación generalizada sobre modo en que se llevarán a cabo las reformas.

Axel Kreienbrink se encarga de «Las políticas migrato-rias en tiempos de crisis económica» (pp. 273-294). Este artículo hace un repaso de las cifras de la inmigración y constata cómo, entre la primera y la segunda legislaturas del gobierno de Zapatero, y con el nuevo contexto de la cri-sis económica, hubo un cambio de políticas en materia de inmigración. Ésta pasó a caracterizarse por una mayor pre-ocupación en la gestión de los flujos migratorios, por una prevención de la inmigración irregular y por políticas de in-tegración social. Se abogaría ahora por una inmigración le-gal y ordenada y por un estimulo de la inmigración circular (con contrato), con una intensificación paralela de las medi-das de control policial y con una cooperación con países es-tratégicos africanos para regular el tráfico de personas.

Günther Maihold, finalmente, analiza en el artículo «“¿Por qué no te callas?: el debate sobre la acción exterior

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española”» (pp. 295- 316) las líneas que han caracterizado la política exterior española del gobierno Zapatero, que se distinguirían radicalmente de las del gobierno Aznar. Estas políticas se centrarían en la búsqueda del protagonismo in-ternacional, en volver al corazón de Europa, en retornar a las buenas relaciones con EEUU, en la reactivación de rela-ciones con América Latina, en el compromiso con la ayuda humanitaria, en la estabilización de conflictos y más fondos para la ayuda humanitaria, y en el proyecto de la Alianza de las Civilizaciones. El autor critica esta política exterior por-que en su opinión no tendría un planteamiento estratégico y un denominador común, y porque se trataría de una polí-tica exterior comprometida, apoyada en bases ético-valora-tivas y no en un examen de los intereses nacionales.

No hay duda de que el principal interés de este libro se halla, más allá de ciertos puntos y valoraciones particulares, en los análisis de los procesos históricos que están teniendo lugar en la actualidad española, procesos que el libro per-mite comprender de forma panorámica, interrelacionada y clara. Se echa tal vez de menos, para completar una obra ya

de por sí muy diversificada, algún artículo que hubiera tra-tado por ejemplo la cuestión de los medios de comunica-ción ante el cambio hacia la televisión digital terrestre (con los problemas políticos que supuso la asignación de cana-les), o algún texto que abordara el mundo de la cultura. Se trata, en cualquier caso, de una obra interesante cuyo prin-cipal interés radica, como decimos, en el esclarecedor esca-neo que hace de distintas parcelas de la sociedad española actual, y que sabe combinar análisis serios y bien documen-tados con, last but non least, una exposición clara y precisa, en la que los temas tratados con profundidad no van en de-trimento de una lectura sugerente y amena.

Teodoro Crespo MasUniversidad Carlos III de Madrid

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En la Historia de la Ar-queología en el Norte de Ma-rruecos durante el período del Protectorado y sus refe-rentes en España se reco-gen algunos de los resulta-dos de las investigaciones expuestas en el Curso de Verano «Historia de la Ar-queología hispano-marro-quí en el norte de África: los primeros pasos (1917-19/1946-48)» organizado por la Universidad Inter-nacional de Andalucía, co-

dirigido por José Beltrán Fortes de la Universidad de Se-villa y Mohammed Habibi de la Universidad Abdelmalek Essaaâdi de Tetuán; celebradas en la primera semana de ju-lio de 2007 en Tetuán. Sin embargo, en esta publicación se amplía el período estudiado que iría desde 1800 hasta el fi-nal del Protectorado español en Marruecos.

En la presentación (pp. 15-17), los editores justifican la publicación de este libro con la necesidad de dar una visión general del interés arqueológico suscitado entre los estudio-sos españoles del siglo XIX-XX hacia el Norte de África. Ese interés se materializó con diversas actuaciones sobre el pa-trimonio arqueológico marroquí protagonizado por perso-najes como César Luis Montalbán Mazas, Pelayo Quintero Atauri o Miguel Tarradell, entre otros. En estos 8 artícu-los, los editores han conseguido, como ellos mismos nos

indican, por un lado «analizar cuáles fueron las políticas arqueológicas desarrolladas, las líneas de interés, las estruc-turas creadas, los protagonistas y sus avateres» (1) y, por otro «analizar cuáles fueron los trabajos arqueológicos de-sarrollados, el interés científico y lo que de aquella apertura hoy día o ha tenido validez desde el punto de vista cientí-fico en el desarrollo actual de la Arqueología marroquí y es-pañola» (2).

Este trabajo comienza con el artículo «La Arqueología en España durante la primera mitad del siglo XX. Apun-tes sobre el marco institucional» en el que José Beltrán For-tes muestra una visión general de la situación de la disci-plina arqueológica en España en el período estudiado. Esta exposición viene complementada con el artículo siguiente «Arqueología de Andalucía. Algunos ejemplos de activida-des arqueológicas en la primera mitad del siglo XX» donde Pedro Rodríguez Oliva (Universidad de Málaga) y el pro-pio José Beltrán comentan algunos ejemplos de interven-ciones arqueológicas realizadas en Andalucía. Después de estos dos artículos centrados en el ámbito español, necesa-rios para comprender las actividades desarrolladas en Ma-rruecos por los españoles, se pasa directamente al Norte de África con los trabajos de Enrique Gozalbes Gravioto (Universidad de Castilla .La Mancha) titulado «Los espa-ñoles y las antigüedades de Marruecos: de Ali Bey el Ab-basi al inicio del Protectorado (1800-1936)», Manuel J. Parodi Álvarez (Universidad de Sevilla) con «Pelayo Quin-tero de Atauri. Apuntes de Arqueología hispano-marroquí, 1939-1946», Carmen Aranegui Gascó (Universidad de Va-lencia) con «Tarradell y la Historiografía de la Arqueología

Historia de la Arqueología en el Norte de Marruecos durante el período del Protectorado y sus referentes en España.

José Beltrán Fortes y Mohammed Habibi editores. Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, 2008.

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del Norte de Marruecos», José Ramos Muñoz (Universidad de Cádiz) con «La investigación de la Prehistoria del Norte de Marruecos en la primera mitad del siglo XX. Aproxima-ción, contexto histórico y enfoques metodológicos» y, ter-minan con Mohammed Habibi, «L’archéologie phénicienne au nord du Maroc: Historiographie et Archéologie» y Abde-lmohncin Cheddad (Universidad Abdelmalek Essaaâdi de Tetuán) con «L’archéologie espagnole au nord du Maroc à travers la revue Tamuda».

José Beltrán Fortes divide su artículo, «La Arqueología en España durante la primera mitad del siglo XX. Apuntes sobre el marco institucional» (pp. 19-39), en varios epígra-fes en los que detalladamente muestra los avances y retroce-sos de la disciplina arqueológica en España. Comienza con los Precedentes, centrado a finales del siglo XIX, en el que nos encontramos con una estructura universitaria obsoleta y actividades arqueológicas enfocadas a engrosar coleccio-nes, principalmente privadas. No existen instituciones que protejan los bienes inmuebles y los muebles están bajo la autoridad de anticuarios apoyados en un cuerpo de funcio-narios como archiveros y bibliotecarios. Las dos únicas ins-tituciones volcadas en la protección del Patrimonio eran las Reales Academias de la Historia y la de Bellas Arte de San Fernando de Madrid pero sin ningún control en el ámbito provincial. Empiezan a aparecer personalidades universita-rias o de centros extranjeros que influyen favorablemente en ese avance de la disciplina arqueológica. Entre ellos ten-dríamos a franceses como A. Engels, P. Paris, E. Cartailahc, a alemanes como E. Hübner, A. Schulten y, en menor nú-mero, a ingleses como J. Bonsor. Continúa con los Cambios en los inicios del siglo XX y continuidad hasta la Guerra Ci-vil, en el que expone las creaciones de instituciones como el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes con un área específica dedicada al Patrimonio Artístico, la Junta Su-perior de Antigüedades y Excavaciones, con la publicación de 136 memorias en una serie oficial, muy vinculada a la nueva Ley de excavaciones de 1911, la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma y la creación de becas para estudiar en el Francia, Italia y Alemania, de las que se beneficiaron P. Bosch Gimpera, M. Almagro Basch, Ju-lio Martínez Santa–Olalla y Antonio Gracía y Bellido, entre otros. Beltrán termina con la Ruptura de la Guerra Civil y el período franquista hasta 1956 en el que relata todo ese pro-ceso de cambio iniciado anteriormente y que culminará con las estancias de esos becados al extranjero como A. García y Bellido o M. Almagro Basch. La situación del Protectorado la comenta en breves líneas, ya que esto será desarrollado en los artículos posteriores, destacando algunos personajes como Pelayo Quintero Atauri y M. Tarradell.

El artículo dedicado a «Arqueología de Andalucía. Al-gunos ejemplos de actividades arqueológicas en la primera mitad del siglo XX», (pp. 39-63) de P. Rodríguez Oliva y J. Beltrán Fortes, sigue la misma estructura del anterior con el objetivo de mostrar algunos ejemplos de actuaciones ar-queológicas realizadas en cada uno de los períodos seleccio-nados. En el apartado dedicado a los Precedentes se centran

en el yacimiento romano de Lacipo en Alechipe, comen-zando con un breve repaso historiográfico partiendo del si-glo XVI hasta el XIX. Los autores han seleccionado, para el período correspondiente a los inicios del siglo XX hasta la época franquista inclusive, los yacimientos romanos de la Mansio Cauiclum (Torrox- Costa, Málaga), Itálica (Santi-ponce, Sevilla), Carteia (Algeciras, Cádiz) y, de la Prehisto-ria, la cueva de la Pileta (Benaoján, Málaga).

Los siguientes artículos están dedicados a las institucio-nes, personajes y actividades arqueológicas desarrolladas en el Protectorado de Marruecos hasta su independencia en 1956. Enrique Gozalbes Gravioto en «Los españoles y las antigüedades de Marruecos: de Ali Bey el Abbasi al inicio del Protectorado (1800-1936)» (pp. 63-97) se centra en el despertar del interés de los españoles por la cultura marro-quí desde el siglo XIX hasta la Guerra Civil española. En el período correspondiente al siglo XIX e inicios del XX deja constancia del escaso interés que se tenía por la cultura del norte de África quedando ceñido a puntuales menciones en las que podemos destacar la figura del P. Manuel Caste-llanos con su Descripción histórica de Marruecos de 1878 o Teodoro de Cuevas y Espinach quien envió informes de vestigios romanos en la zona de Larache, donde él estaba destinado como Vicecónsul español, a la Real Academia de la Historia. En los primeros años del siglo XX se produce un incipiente interés por las antigüedades marroquís impul-sado por la celebración de la Conferencia internacional de Algeciras, en la que se establece un doble protectorado his-pano–francés en la zona. España no estaba dotada de ese avance cultural que ostentaba Francia, por tanto, sus actua-ciones se limitaron a establecer normativas de protección y recuperación patrimonial o a promover expediciones por la zona de Melilla con el objetivo de recuperar los manuscritos de las mezquitas del Rif. En 1919 se creó la Junta Superior de Monumentos Históricos y Artísticos que propició la rea-lización de estudios arqueológicos. A escena entrará César Luis Montalbán, explorador y aficionado a la arqueología, que realizó numerosas intervenciones en Tamuda y Lixus hasta el estallido de la Guerra Civil española.

Manuel J. Parodi, en «Pelayo Quintero de Atauri. Apun-tes de Arqueología hispano-marroquí, 1939-1946» (pp. 97-121), se centra en la figura de Pelayo Quintero Atauri que a la avanzada edad de 72 años fue nombrado Inspector Gene-ral de Excavaciones del Protectorado y director del Museo Arqueológico de Tetuán (1939-1946), sustituyendo a César Luis Montalbán. Sus actividades arqueológicas se centraron en el yacimiento de Tamuda, anteriormente excavado por Montalbán, y cuyos resultados se publicaron en las Memo-rias de la Junta Superior de Monumentos Históricos y Ar-tísticos.

Carmen Aranegui Gascó con su trabajo sobre M. Tarra-dell titulado «Tarradell y la Historiografía de la Arqueolo-gía del Norte de Marruecos» (pp.121-135) da continuidad al artículo precedente. M. Tarradell sucedió a Pelayo Quin-tero durante los diez años siguientes hasta la disolución del Protectorado en 1956. Al contrario que Quintero, represen-

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tante de la sección más conservadora, M. Tarradell dará a conocer las actividades arqueológicas en Marruecos a tra-vés de presentaciones en congresos y publicaciones perió-dicas. También reorganizó las colecciones depositadas en el Museo de Tetuán colocándolo entre los más prestigiosos de Marruecos.

El artículo «La investigación de la Prehistoria del Norte de Marruecos en la primera mitad del siglo XX. Aproxi-mación, contexto histórico y enfoques metodológicos» (pp. 135-179) de J. Ramos Muñoz es una visión general de los artículos precedentes dedicados al norte de Marruecos.

En «L’archéologie phénicienne au nord du Maroc: His-toriographie et Archéologie» (pp. 179-197), M. Habibi nos hace una breve descripción del estado actual de las inves-tigaciones arqueológicas de época fenicia partiendo de una rápida visión historiográfica que comienza con las primeras referencias en los textos clásicos.

C. Abdelmohcin cierra este volumen con su artículo «L’archéologie espagnole au nord du Maroc à travers la re-vue Tamuda» (pp. 199-220) en el que analiza las activi-dades arqueológicas, realizadas por españoles en el Norte de Marrueco, publicadas en la revista Tamuda desde 1953 hasta 1956, con el final del Protectorado.

En esta misma línea se celebró en 2008 el II Seminario Hispano-marroquí de especialización en Arqueología orga-nizado por la Universidad de Cádiz; continuación del rea-lizado en 2005 pero con la novedad de la inclusión de una sección de historiografía. En esta sección participaron algu-nos de los intervinientes que encontramos en nuestro libro

como José Beltrán Fortes, J. Ramos Muñoz y Manuel J. Pa-rodi. Las actas de este seminario se publicaron bajo el título En la orilla africana del Círculo del estrecho: Historiografía y proyectos actuales (3). Sin embargo, la Historia de la Arqueo-logía en el Norte de Marruecos durante el período del Protecto-rado y sus referentes en España es un trabajo muy novedoso y dedicado en exclusividad a un período no estudiado en conjunto hasta el momento en la historiografía de la Ar-queología española, abriendo las puertas a futuras investi-gaciones en un campo prácticamente inexplorado.

Alicia León GómezUniversidad Carlos III de Madrid

NOTAS:

(1) Beltrán y Habibi, 2008 p. 16.(2) Beltrán y Habibi, 2008 p. 16.(3) Bernal, D., Raissouni, B., Ramos, J., Zouak, M. y Parodi, M. (editores),

2008. Cádiz.

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Fernando Wulff Alonso, catedrático de Historia Anti-gua de la Universidad de Má-laga, viene desarrollando sus principales líneas de investi-gación en torno a temas como historiografía, mitología com-parada, estudios de género, nacionalismo e historia de la Roma republicana, en los que es un reconocido espe-cialista (1). Con su Grecia en la India. El repertorio griego del Mahabharata, nos ofrece un brillante ejercicio de mitología

comparada dotado de una gran erudición y que se caracteriza por la originalidad del tema propuesto, surgido durante el desarrollo de esas líneas de investigación con diversos estu-dios comparativos sobre mitologías y épicas efectuados desde la óptica del poder y la perspectiva de género.

La historia de la raza humana, de sus sociedades urba-nas y de su tradición escrita, se manifiesta como un proceso continuado de encuentro, de intercambio, de constitución, variación y desaparición de las diferentes sociedades, cultu-ras y civilizaciones, y partiendo de esa perspectiva, el autor pretende demostrar que en la composición del extenso y conocido relato épico del Mahabharata en la India tuvo una importancia fundamental la utilización sistemática de la mi-tología y del relato épico griegos, encabezados por la Ilíada. Se trata de una tesis surgida de las muchas conexiones de-

tectadas en su estudio del Mahabharata y que, en su ma-yoría, no habían sido apreciadas, tenidas en cuenta, ni por consiguiente desarrolladas en la producción historiográfica dedicada a esta obra desde el siglo XIX, cuando no existía una edición crítica fiable y se la veía desde una perspectiva muy crítica como un engendro literario desproporcionado, una amalgama de relatos épicos y míticos de carácter casi enciclopédico que casi no podía abarcarse.

En su repaso historiográfico, Wulff recoge cómo fue pre-cisamente a finales del siglo XIX cuando J. Dahlmann de-fendía la idea del carácter unitario de la obra, la entendía como vehículo de enseñanza religiosa y moral e intentaba datarla en torno al 500 a.C., y frente a él surgió el com-plejo planteamiento de E. Washburn Hopkins, que habría de ser el predominante en la historiografía posterior, con la idea de la participación de diferentes autores pertenecientes a grupos sociales distintos, y también en diferentes épocas, para la elaboración de la obra, constituyendo así un proceso acumulativo. Asimismo, reconocía dos vías de transmisión en la confección del relato: oral y escrita, que habrían dado lugar a variaciones que harían imposible alcanzar un núcleo inalterado de la obra. Según él, ese proceso de conforma-ción y adición de elementos se dataría entre el 400 a.C. y el 400 d.C., pero con su forma substancial alcanzada hacia el 200-400 d.C. y en todo caso, siempre tras la llegada de Ale-jandro Magno a la India. Sin embargo, en sus planteamien-tos no se vislumbraba la relación directa del Mahabharata con fuentes griegas o grecorromanas, un aspecto negativo que también se transmitió a los estudios sobre la obra reali-zados hasta mediados del siglo XX.

Grecia en la India. El repertorio griego del Mahabharata

Fernando Wulff AlonsoMadrid, Akal, 2008.

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El proceso de descolonización y la crítica del eurocen-trismo dieron lugar a un creciente interés por la épica in-dia, lo que unido a la aparición de posiciones críticas hacia los postulados de Hopkins dio lugar a nuevas perspectivas. Asimismo, investigadores indios consiguieron recopilar una buena parte de los manuscritos existentes y preparar una edición crítica de la obra, muy necesaria. El interés por el Mahabharata se unió a otros textos, lo que ha permitido in-tentar conectar el conjunto de sus componentes con la tra-dición en la que se sitúan. Poco a poco, distintos autores y posturas historiográficas específicas comenzaron a apuntar conexiones entre la cultura griega y la india.

Pero para que la hipótesis del uso de componentes grie-gos en la confección del Mahabharata pueda ser aceptada, resulta necesario demostrar una capacidad de recepción por parte de la cultura o culturas de la India que lo hacen, y en este sentido, el autor argumenta con solvencia la sobrada envergadura de los cambios experimentados en el Subcon-tinente en los siglos después de Alejandro Magno y la exis-tencia de conexiones con el mundo griego y después gre-corromano. Por un lado, durante los siglos que siguen a la llegada del macedonio a la India se producen cambios importantes en los ámbitos urbanos, estatales e imperiales, que afectan igualmente a las esferas políticas, sociales, eco-nómicas, culturales y religiosas, y evidentemente todo ello implica la necesidad de reestructuraciones de las concepcio-nes de su mundo. Por el otro, resulta impensable que esos cambios profundos se dieran de forma aislada, al margen de unos contactos con otras culturas y ámbitos geográficos. Evidentemente, las culturas de la India no estaban aisladas de las culturas y las sociedades contemporáneas. En los si-glos posteriores a Alejandro se detecta un nivel muy alto de contactos e interacciones, sobre todo con el mundo greco-rromano, a través de las tres vías principales de conexión que serían Bactria, el reino Seleúcida y el Egipto Ptolemaico, y después, el Imperio Romano, pero ya antes, desde finales del siglo VI a.C., se habían producido múltiples contactos con la zona oriental al producirse la conquista persa de al-gunos territorios en la ribera del Indo, o incluso otras posi-bles dominaciones anteriores de menor entidad como las de asirios y medos, que apuntaba Arriano (2).

Además, para defender su hipótesis, Fernando Wulff se apoya en evidencias tan importantes y directas como el tes-timonio de Dión de Prusa, que al referirse a la fama de Ho-mero comenta que hasta en la India se había traducido el texto, dando a conocer la épica y el mito homéricos (3); o bien la doble representación del caballo de Troya en los re-lieves de Gandhara.

Así pues, para la elaboración del Mahabharata, su autor o autores debieron utilizar textos mitológicos y épicos grie-gos en torno al núcleo central de la Ilíada, pero que incluían también desde la misma Odisea y manuales mitográficos hasta obras de teatro. La intención de Wulff es detectar y se-ñalar una cantidad reveladora de esos usos en el Mahabha-rata y algunos otros textos, como el Bhagavata Purana, que se refieren a la infancia y primeras aventuras de Krishna.

Sin embargo, para que la obra pudiera ser accesible a diversos especialistas del Mundo Antiguo y al público con un interés en el mundo griego, la India, la mitología y las interrelaciones de culturas y sociedades, el autor ha tenido que solventar algunos problemas básicos: la necesidad de tener una base de conocimientos previos de la mitología y la épica griegas, y del Mahabharata, por un lado, y dificul-tad que se presenta a la hora de tener presentes a un sinfín de personajes y de relatos distintos tanto por uno como por el otro lado, unos problemas que intenta solucionar siendo muy explícito en la narración y repitiendo muchas referen-cias, aun a riesgo de parecer demasiado reiterativo. Desde luego, la inclusión de un glosario básico de personajes al final de la obra se hace absolutamente imprescindible. El problema para el no conocedor del Mahabharata es que las consultas de este glosario se hacen tan frecuentes que en ocasiones se corre el riesgo de perder el hilo de la narración y la argumentación del autor.

La estructura elegida para la exposición está adaptada al componente binario del tema: Grecia y la India. Por ello, cada punto nuclear de conexión referido al Mahabharata y al Bhagavata Purana se divide en una sección dedicada a la exposición de los elementos comunes observados, otra de-dicada a la presencia de ese elemento en la tradición griega y otra más referida al elemento en la tradición india, de modo que se pueda entender fácilmente el uso que hace el autor o autores del material griego.

Fernando Wulff concluye que el autor o autores del Ma-habharata realmente pudieron hacer esta obra porque tu-vieron a su disposición un repertorio completo, evidente-mente escrito, de materiales mitológicos y épicos griegos, que usaron para darle forma, sin que ello signifique que el resultado no fuera una composición nueva, original y do-tada de significados tanto para la sociedad en la que surge como para las que la suceden, que se conforman precisa-mente con su contribución.

Con esta obra, el autor pretende marcar un punto de partida para investigaciones posteriores, aunque sin preten-der protagonizarlas o condicionarlas, ya que le basta con haber podido demostrar la existencia de centenares de refe-rentes griegos en el Mahabharata, así como su carácter fun-dacional. Más bien, su pretensión es ofrecer un punto cen-tral de suficiente solidez como para poder soportar algunas fundamentaciones en torno a una posible reevaluación glo-bal de impacto griego y también romano en las diferentes culturas y religiones de la India, dentro de las influencias en el arte, el teatro, la fábula o la astrología; o por ejemplo, in-tentar profundizar en la cuestión de la datación precisa y la autoría de la obra.

Su temor principal, el que su trabajo pueda ser utili-zado con unos fines muy distintos a los suyos y con una estrechez de miras que lleve a otros a intentar argumentar el carácter secundario o dependiente de la cultura india de la Antigüedad respecto a la cultura griega, o más aún, de la cultura india respecto a una cultura occidental; o que sea rechazado por el orgullo nacional sobre lo que podría ser

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entendido como una mancha en el conjunto de la cultura india. Por el contrario, el Mahabharata debe ser entendido como una muestra del uso de componentes de una tradi-ción cultural aplicados a otra o incluso para producir unos rasgos culturales nuevos o unos cambios fundamentales en las formas religiosas, lo que no es algo excepcional, dado que la historia del mundo es la historia del contacto y de los intercambios culturales y de la historicidad de las socieda-des, culturas y religiones. En este sentido, la obra de Wulff es en sí misma un canto a la actitud abierta hacia los con-tactos e intercambios, hacia las evoluciones del mundo, de sus sociedades y de sus producciones culturales, y al mismo tiempo una crítica hacia las invenciones de la tradición y el mantenimiento interesado de imágenes pretendidamente aislacionistas del pasado, que inevitablemente conducen en el presente al aislacionismo y a la regresión política.

Terminamos con una cita de V. S. Sukthankar, el in-vestigador indio que dirigió el proyecto de recogida de los manuscritos del Mahabharata y preparación de su edición crítica, cuyas palabras son recogidas por Wulff.

«…un libro tradicional e inmortal de divina inspiración, inaccesible, muy alejado de las posibilidades de la constitu-ción humana, que es nuestro pasado que se ha prolongado hasta el presente. Nosotros somos él: ¡quiero decir el verda-dero NOSOTROS! ¿Seremos capaces de estrangular nuestra propia alma? NUNCA (4)».

Y es que, como señala el mismo Wulff, aun tratándose de una obra del pasado, el Mahabharata es una obra todavía viva en la actualidad, con una implicación profunda en la identidad hindú y en su religiosidad.

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1944.

Juan Ramón Carbó García Universidad Carlos III de Madrid

NOTAS:

(1) Baste destacar entre sus publicaciones Romanos e Itálicos en la Baja República. Estudios sobre sus relaciones entre la Segunda Guerra Púnica y la Guerra Social (201-91 a.C.), Col. Latomus, 103, Bruselas 1991; La fortaleza asediada. Diosas, héroes y mujeres poderosas en el mito griego, Col. Estudios Históricos y Geográficos, 103, Editorial Universidad de Salamanca, Salamanca 1997; Roma e Italia de la Guerra Social a la retirada de Sila (90-79 a.C.), Col. Latomus, 263, Bruselas 2002; Las Esencias Patrias. Historiografía e Historia Antigua en la construcción de la identidad española (siglos XVI-XX), Crítica, Barcelona 2003. Con J. M. Roldán Hervás, Citerior y Ulterior: las provincias romanas de Hispania en la era republicana. Historia de España, Vol. III, Ediciones Istmo, Tres Cantos, Madrid 2001. Resultado de los congresos organizados como expresión de las líneas de investigación mencionadas y en su mayoría en torno a la historia antigua de Málaga han sido F. Wulff Alonso y G. Cruz Andreotti, (eds.), Historia Antigua de Málaga y su Provincia. Actas

del I Congreso de Historia Antigua de Málaga. 1994. Col. Alcazaba, Ed. Arguval, Málaga 1996; F. Wulff Alonso, G. Cruz Andreotti y C. Martínez Maza, (eds.), Comercio y Comerciantes en la Historia Antigua de Málaga. (Siglo VIII a.C. - año 711 d.C.). Actas del II Congreso de His-toria Antigua de Málaga. 1998. Serie Actas. Servicio de Publicaciones del Centro de Ediciones de la Diputación Provincial de Málaga, Málaga 2001; F. Wulff Alonso y M. Álvarez Martí-Aguilar, (eds.), Antigüedad y franquismo (1936-1975). Serie Actas, Servicio de Publicaciones del Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, Málaga 2003; F. Wulff Alonso, R. Chenoll Alfaro e I. Pérez López, (eds.), La tradición clásica en Málaga (Siglos XVI-XXI), III Congreso de Historia Antigua de Málaga, Servicio de Publicaciones del Centro de Ediciones de la Diputación Provincial de Málaga, Málaga 2006.

(2) Arriano, Indiké 1, 3.(3) Dión Crisóstomo 53, 6-7.(4) Sukthankar, V.S., Critical Studies in the Mahābhārata, Bombay 1944,

p. V, citado por su prologuista, P. K. Gode.

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Dos semanas antes de su muerte, George L. Mosse (1919-1999) concluyó estas memorias escritas con una fluidez extraordinaria, llenas de ilustraciones y en las que se hace evidente la capaci-dad de Mosse para organi-zar y formular juicios de va-lor, profundidad con la que explica y da coherencia a las contradicciones de la vida de este controvertido histo-riador.

Dicho esto, cualquier lector puede estar interesado en el testimonio de un hom-bre inteligente que relata una vida extraordinaria del siglo XX. Pero a quien más especialmente puede interesar, es sin duda al historiador de oficio. Mosse escribe desde un punto de vista muy personal, incluso íntimo, con lo que sus me-morias contienen todas las dificultades que para el estudio histórico conlleva el género biográfico, más aún tratándose, como es el caso, de una autobiografía. La biografía tiene un interés limitado para una historia, en este caso una historia de la historiografía, que pretende alcanzar un nivel de ge-neralización, cuidando de otorgar a las individualidades el valor que les corresponde en formulaciones de conjunto. Poco interés tiene que el joven Mosse soliera llevar las uñas sucias o que el sociólogo Norbert Elias se vistiera de Santa Claus en Navidad (ambos datos aparecen en el libro), pero

la historia de la historiografía, como disciplina en construc-ción, no debería descuidar las vidas personales de los his-toriadores, y su relación con las de los demás, si no quiere desembocar en un conocimiento estadístico e impersonal, impropio de una saber humanístico. El otro extremo sería igualmente problemático: magnificar las hazañas individua-les y los caracteres de la persona del historiador llevarían a perder de vista los sistemas de relaciones y el sentido his-tórico general que explican los cambios historiográficos. Al fin y al cabo, como reconoce Mosse, «yo mismo había sido un juguete de ciertas fuerzas históricas» (p. 198).

Las biografías y autobiografías de los historiadores son una fuente de información relevante para quienes estudian la historia de la historiografía. Pero no sólo el historiógrafo, sino cualquier tipo de historiador puede también aprender mucho de un perfil humano con el que, lógicamente, se sentirá afín. No es necesario identificarse con una profesión, la de historiador, para manifestar y desarrollar una inquie-tud por el estudio del pasado. De hecho, se dan situaciones tan paradójicas como que un profesor universitario de his-toria, como por ejemplo el británico Keith Jenkins, se dedi-que a negar el valor y la posibilidad del conocimiento histó-rico. La idea que tiene Mosse del historiador va más allá de una acreditación académica, lo que le identifica y compro-mete como tal es su creencia en que, para conocer al hom-bre, es necesario conocer su historia, o como él mismo re-pite, haciendo suya la frase de W. K. Ferguson: «lo que el hombre es, sólo la Historia lo puede decir». De ahí su into-lerancia «ante ese tipo de historiadores para los que escri-bir Historia parece ser una mera profesión como cualquier

Haciendo frente a la historia. Una autobiografía

George L. MossePublicacions de la Universitat de València, 2008250 págs.

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otra» (p. 197). Esa convicción en la importancia de la his-toria, Mosse la compara incluso con un acto de fe, como se-ñala en un párrafo representativo del humanismo que des-prenden sus reflexiones y en el que además transmite, como viejo historiador, una de sus principales lecciones:

«Para mí, la Historia ocupó el lugar de la religión, con la ventaja de que ésta tiene una duración indefinida, de que no es exclusiva, y de que uno no puede entender su propia historia o la historia de un grupo étnico sin intentar enten-der las motivaciones de los otros, ya sean amigos o enemi-gos. El historiador, si quiere entender correctamente la His-toria, no puede ser ni prejuicioso ni intolerante. Para mí, la empatía constituye todavía el núcleo del interés por la His-toria, pero comprender no significa negar la posibilidad de juicio. Yo mismo he tratado mayoritariamente con gente y con movimientos que he juzgado con dureza, pero la com-prensión debe preceder a todo juicio consistente e infor-mado» (pp. 198-199).

George Mosse nació en Berlín en el seno de una familia judía plenamente integrada en la vida pública y la alta bur-guesía alemana de la República de Weimar. Su abuelo ma-terno, Rudolf Mosse, había sido un rico hombre de nego-cios publicitarios y fundador de una importante editorial, la Mosse Hauss que publicaba, entre otros, el diario liberal Berliner Tageblatt. Felicia Mosse, fruto de una aventura ex-tramatrimonial de Rudolf, fue la única heredera, como hija adoptiva, de un patrimonio que acrecentó aún más la for-tuna de Hans Lachmann, el que fuera su marido hasta que el pequeño George apenas superara los diez años de edad. Este suculento patrimonio hizo que la familia Mosse no tu-viera nunca serios problemas económicos, a pesar de que la expropiación de gran parte de sus bienes con la llegada al poder del nazismo trastornó su opulento estilo de vida en el exilio. En la última década del siglo XX, el estado alemán unificado devolvió algunas de estas propiedades confisca-das, que recayeron en un George Mosse ya envejecido y or-gulloso de sus logros como exiliado (vendió la residencia donde pasó su infancia a un alemán condecorado con el tí-tulo de conde Drácula, que la convirtió en un parque temá-tico sobre el ficticio personaje de terror).

Mientras que su padre se dedicaba a la gestión de los negocios, y su tímida y triste madre cumplía lo mejor que podía con el papel de mujer de clase alta, George, el menor de tres hermanos, tuvo una infancia difícil mientras vivió en una burbuja, rodeado de criados e institutrices en grandes palacios, pero a la vez lejos del calor familiar y de la vida so-cial junto a otros niños de su edad. Esto le hizo un tanto re-belde, y su comportamiento se tradujo también en una ac-titud negativa e inconstante hacia las obligaciones escolares. La estricta disciplina del internado les pareció a unos indul-gentes padres la mejor solución, y aunque esta dura expe-riencia (en el libro se detallan algunas de las feroces medi-das que allí se tomaban) no tuvo el efecto de estimular el interés de Mosse por el estudio, visto retrospectivamente, sí que le aportó una disciplina y un sentido de la responsabi-lidad de las que más tarde se alegraría.

Esta oscura infancia, tal y como él la recuerda, parece haber hecho de Mosse un hombre áspero y desconfiado del sentido cruel de la realidad. «Nunca conseguí cerrar la brecha que existe entre lo ideal y la realidad, y yo mismo aprendí lo que solía decirles a mis estudiantes: la verdadera madurez se alcanza sólo cuando uno se da cuenta de que existen problemas irresolubles» (p. 211). Una vez más, sin embargo, apelaría a su propio proceso formativo y descu-briría la importancia que para la vida de un exiliado como la suya tiene el concepto de Bildung, según el cual, tal y como lo había definido Wilhelm von Humboldt, «el indi-viduo había sido situado en el centro del proceso educa-tivo y, a través de la autoeducación, podía darse cuenta de la imagen de su propia perfección, con la que cada persona carga. La educación debía ser un proceso abierto sin fines establecidos, pero cada individuo debía esforzarse por per-feccionarse así mismo» (p. 212). En este sentido conviene en señalar: «Mucha gente necesita una identidad más firme y tradicional que la que un ideal de este tipo podía propor-cionarles, incluso a pesar de haber contribuido a la eman-cipación judía gracias a su tolerancia y flexibilidad. Estoy seguro de que el Bildung, tal y como yo lo entendía, sacaba al agente provocador que hay en mí, al destructor de mitos hostil a los sistemas de creencias convencionales» (p. 212). Su pasión por la historia hizo el resto: «Yo me enfrentaba a la Historia no sólo a través de mis experiencias en Alema-nia, Inglaterra y Estados Unidos, sino a través de mi cons-tante preocupación por el pasado, que se convirtió en una parte integral de mi modelo de vida. La vida ha sido siem-pre para mí una experiencia de aprendizaje, parte de mi desmedida curiosidad» (p. 239).

El interés de Mosse por la historia llegaría tardíamente, ya una vez exiliado, en la Universidad de Cambridge, des-pués de haber pasado nuevamente por un internado suizo y otros centros educativos ingleses. Ahora que todo se complicaba, con una situación económica menos holgada y la familia dispersa (su madre y sus hermanos en Suiza, su padre y su madrastra en Francia), Mosse, con diecio-cho años, comenzaba a saborear una vida de la que él era el principal responsable. En Cambridge, además de apren-der historia de Inglaterra y formarse a través de lecturas paralelas, tuvo la oportunidad de cultivar el sentido de ca-maradería con los grupos de estudiantes y de participar en la vida política mediante la defensa del antifascismo que, en aquellos momentos, «encarnaba un compromiso político y emocional, no un problema histórico que qui-siera analizar» (p. 120), como lo fue más tarde. Con esa base cruzó el Atlántico, sin demasiadas ganas, para pasar las vacaciones del verano de 1939 con su hermana, quien había emigrado a Nueva York temiendo por el ascenso del nacionalsocialismo. Pero el comienzo de la Segunda Gue-rra Mundial hizo que a partir de entonces Estados Unidos fuera el lugar de residencia del resto de la familia. Con la dificultad de tener un pasaporte alemán y marcado con la letra J, de judío, George consiguió entrar en un college cuá-quero y después doctorarse en la Universidad de Harvard.

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Allí completó su formación académica y comenzó una bri-llante carrera profesional.

Su punto fuerte han sido sus dotes como docente, que comenzó a labrar en la Universidad de Iowa, donde perma-neció hasta 1955, delante de aforos multitudinarios que en ocasiones superaban la cifra, impensable hoy día, de ocho-cientos alumnos. Pero fue antes, durante los dos años de «áridas dispensadores de información» (p. 113) que resul-taron ser las clases de Cambridge, donde se convenció de lo siguiente: «Un profesor universitario debe ser erudito en su materia, pero si no puede suscitar el interés de la audiencia, tanto su tiempo como el de los demás es una pérdida para todos» (p. 115). La capacidad para atraer a tanto público y hacer de sus clases un «espectáculo», hizo a Mosse además participar en numerosas conferencias y actos públicos, in-cluso a ser interlocutor de radio o a participar en campañas políticas. El autor desvela algunas de las claves de su éxito: «Hay que utilizar la voz, incluso el lenguaje corporal, para centrar la atención y para comunicar lo que me gusta llamar “el ritmo de la Historia”. Esto implica una cierta simplifica-ción, pero una vez que los estudiantes han aprendido una estructura, una forma de aproximarse y de dar algún sen-tido de los acontecimientos, ellos pueden asumir o rechazar determinados puntos de vista y encontrar por sí mismos su propia estructura» (p. 160). En la década de los cincuenta, este excéntrico profesor de historia era, sin embargo, rigu-roso a la hora de seguir «parámetros geográficos y cronoló-gicos bien definidos» (p. 160), privilegiando la coherencia de temáticas menos ambiciosas sobre las más amplias y di-fusas. «Lo que hoy se llama multiculturalismo está bien en la teoría, pero en la práctica deja al estudiante sin una base sólida a partir de la cual poder ampliar sus conocimientos... Los estudiantes deberían aprender cosas de culturas que no sean la suya propia, pero lo harán mejor si tienen una base firme a partir de la cual avanzar» (pp. 160-161).

Esa capacidad didáctica fue también la razón primera que motivó a requerir de sus servicios a la Universidad de Wisconsin, donde pronto se convirtió en catedrático. Final-mente, esta labor profesional se vio complementada con do-cencias temporales en otras universidades y con repetidas estancias a varios países europeos, especialmente Inglaterra y Alemania, así como, sobre todo, con su trabajo en Israel, donde, durante diecisiete años, alternó con Wisconsin para dar clases cada semestre en la Universidad Hebrea de Jeru-salén. Poco antes de morir, Mosse reflexiona remontándose a los años en que cuando era joven optó por estudiar his-toria sin plena conciencia —«me hice historiador casi por casualidad» (p. 198)—, y se da cuenta de que su vida ha seguido fielmente la fórmula que un colega suyo llamó «la necesidad de comer, dormir y soñar Historia» (p. 239). Sus periódicos viajes, más que unas vacaciones, se convirtieron en viajes de investigación.

Su obra como historiador se centró, en primer lugar, en la historia moderna de Inglaterra, fruto de la formación en Cambridge. Pero una vez afincado ya en Estados Unidos, comenzó a dar rienda suelta a sus intereses más particula-

res, siendo el nacionalismo y sus repercusiones sobre gru-pos sociales marginales su tema estrella. Dedicado amplia-mente a la historia de la cultura europea contemporánea en unos tiempos en los que dicha temática se situaba en la periferia de la atención historiográfica estadounidense, in-cluso en su entorno más cercano de Iowa y Wisconsin, en cierto modo Mosse se anticipó a la oleada de historia cul-tural que se convirtió en moda historiográfica un poco más tarde en aquel lado del Atlántico. Los símbolos, las imáge-nes, las creencias o el sexo tuvieron una presencia destacada en sus investigaciones. Pero por encima de todo, su interés por la historia está marcado por el intento de dar una ex-plicación a su doble condición de excluido, como judío y como homosexual. Pero además, también lo está por ser un liberal frustrado, o más bien, su vida y su obra como histo-riador están marcadas por la frustración, propia de un espí-ritu ilustrado como el de Mosse, que le producía el pensar que el liberalismo en el que se había criado no fue capaz de hacer frente al fascismo. «La acusación de que los flexi-bles ideales liberales habían sido incapaces de hacer frente a la catástrofe alemana era seria, y yo mismo había sido crí-tico con mis propios ideales, precisamente, por esta razón. Había sido mucho más fácil tratar con las poderosas fuer-zas oscuras y perfectamente organizadas sobre las que había escrito la mayor parte de mi vida, que analizar los focos de esperanza que han existido y que todavía existen a día de hoy» (p. 213).

Y su trabajo como historiador se centra en analizar esa historia, una historia contemporánea marcada por expe-riencias terribles como el fascismo, sus medios para coreo-grafiar las mentes de las personas y las repercusiones que tuvieron para el conjunto de la sociedad. Esto le llevó al estudio, entre otros, de los comportamientos de masas so-ciales y facciones políticas más derechistas —como la aris-tocrática Anti-Liga inglesa, o el sindicato obrero Les Jaunes, «abiertamente racista y nacionalista» (p. 201)—, curiosidad que satisfizo en situaciones impensables para un judío ale-mán y homosexual exiliado, «que escapó por los pelos de la prisión de[l] Tercer Reich y de sus cámaras de gas» (p. 213), como las relaciones personales que mantuvo con fascistas y nazis, «muchos de los cuales estaban todavía comprometi-dos con el régimen desaparecido» (p. 235). Era su amor por el conocimiento histórico, guiado por la empatía, lo que le llevaba allí: «Como historiador era muy afortunado al poder conocer a nacionalsocialistas tan destacados: mi empeño por entender sus motivaciones compensaba con creces el malestar que sentía en su compañía» (p. 235).

Francisco Gómez Martos Universidad Carlos III

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137Revista de Historiografía, N.º 12, VII (1/2010), pp. 137-138

Esta obra que coor-dina el profesor Francisco García González es una brillante síntesis de conte-nidos y una excelente revi-sión historiográfica de un periodo clave de nuestra Historia. Un periodo tras-cendental que supuso un cambio en la Monarquía y en las relaciones europeas y que —sin embargo— no ha recibido la atención que merece. La Guerra de Su-cesión, como indica el pro-

fesor Friedich Eldelmayer, no fue simplemente una guerra civil circunscrita a la Península Ibérica, sino que tuvo un ca-rácter más general que superaba incluso las fronteras de la propia Europa. Este libro es un conjunto de miradas cruza-das desde una perspectiva nacional e internacional que pre-tende, a través de la decisiva Batalla de Almansa, adentrarse en las complejas relaciones sociales, políticas y económicas de las potencias europeas en el tránsito del siglo XVII a la centuria ilustrada.

La obra, que contiene veintiún capítulos más una intro-ducción, ha quedado dividida en dos partes. En la primera se analiza el conflicto de la Guerra de Sucesión en clave glo-bal, visualizando las complejas relaciones internacionales en Europa y América. En la segunda parte el libro se adentra en el conflicto interno y en las decisivas consecuencias que

tuvo la Batalla de Almansa en el desarrollo y evolución de la Guerra de Sucesión. Todos los autores de esta obra dan cuenta de la extraordinaria calidad que la misma atesora. En el plano internacional, I.A.A. Thompson, Friedich Eldel-mayer, Christopher Storrs, Lucien Bely, Giovanni Murgia y Pedro Cardim aportan las visiones que desde Austria, Ingla-terra, Francia, Italia y Portugal se tiene sobre este trascen-dental conflicto. En clave interna, especialistas de la talla de Ricardo García Cárcel, James Casey, Carlos Martínez Shaw, María Victoria López-Cordón, Pere Molas, José Manuel De Bernardo Ares o María Ángeles Pérez Samper muestran un gran elenco de autores que elevan a este libro como una obra de referencia sobre el conflicto de la Guerra de Suce-sión española.

El objetivo del libro, según indica su coordinador, es profundizar en el significado que tuvo la batalla de Almansa en su doble plano nacional e internacional. Y es que la com-plejidad que tuvo la Guerra de Sucesión española obliga a globalizar sus consecuencias más allá de un cambio en la Monarquía Hispánica. Para las potencias europeas estaba en juego la hegemonía de Europa, el difícil equilibrio de fuerzas que desde entonces se empeñó en propugnar In-glaterra en el viejo continente, pero también —y muy im-portante— el dominio colonial. A lo largo del siglo XVII se fue haciendo evidente el interés de Francia, Inglaterra y Holanda en controlar el tráfico mercantil americano y el es-tablecimiento de pequeñas colonias que sirvieran de escala en el comercio y contrabando con América. Carlos Martínez Shaw muestra los escasos apoyos a la causa austracista en territorio colonial. Pero más importante que esto, el autor

La Guerra de Sucesión en España y la Batalla de Almansa. Europa en la encrucijada

Francisco García González (Coord.)Madrid, Editorial Silex, 2009

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analiza el continuo enfrentamiento a través de guerrillas na-vales, operaciones corsarias y algunos duros combates ma-rítimos (Santa Marta, Isla de Barú y Cartagena de Indias), que no hacen sino visualizar la fuerte ambición que las po-tencias europeas tenían en hacerse con parte del negocio que durante tantos años quiso monopolizar la Monarquía Hispánica. Un monopolio que costó mucho defender y que puso de manifiesto, según indica Martínez Shaw, la incapa-cidad de la Marina de Guerra española a principios del siglo XVIII. Las concesiones a Inglaterra y Francia en el Nuevo Mundo, unido a las pérdidas territoriales en Europa tras la Paz de Utrecht, supusieron una pesada hipoteca para Es-paña. Así es como se explica las relaciones exteriores en el reinado de Felipe V, en permanente lucha por revisar las cláusulas de dicho tratado.

El conflicto de la Guerra de Sucesión española dejó tam-bién una importante huella en los enfrentamientos bélicos posteriores: el plano mediático. El recurso a los medios es-critos por parte de las diversas potencias europeas para jus-tificar su posicionamiento en el conflicto armado fue más que interesante. Pedro Losa y Rosa Campillo analizan el uso de la opinión pública por parte de los partidos políticos in-gleses en sus respectivas decisiones. Es, como indica Fran-cisco García González, un excelente ejemplo para compren-der el poder que fue adquiriendo la prensa y la opinión pública en el desarrollo de los acontecimientos. Pero si en el resto de Europa fue importante la mediatización del con-flicto, en España fue un hecho trascendental. Tal y como re-flejan María Victoria López-Cordón, Ricardo García Cárcel y Rosa María Alabrús, los escritos que legitimaban la posición borbónica por un lado y austracista por otro, buscaban una representación de los hechos que justificaran sus acciones y acabaron en el enfrentamiento irreversible de dos posturas políticas opuestas. Y en estas justificaciones el clero jugó un importante papel. Canciones, sermones y retórica servían a éstos como agentes de una propaganda que se orquestaba en ambos bandos.

En todo caso, el libro va avanzando con unas muy in-teresantes aportaciones de cada uno de los autores en el plano económico, social y político sobre esta batalla, el en-frentamiento bélico en general y las consecuencias que tuvo en el reordenamiento español y europeo la firma de la Paz de Utrecht. La visión que desde los distintos territorios del Reino de Aragón muestran Joaquim Albareda, Carmen Pérez Aparicio, Ricardo Franch o James Casey, se combinan con el estudio de la misma villa de Almansa por parte de Francisco

García González, del Reino de Murcia por Juan Hernández Franco y Sebastián Molina Puche, o el análisis de la corres-pondencia epistolar por José Manuel de Bernardo Ares. El estudio personalizado de una de las principales figuras de dicha batalla, como fue el Duque de Berwick por parte de Pere Molas o la visión que sobre esta batalla se tiene en algunos escritos de mujeres y que muestra María Ángeles Pérez Samper redondean una excelente obra.

Es evidente que muchas cosas cambiaron en América, Europa y España tras la batalla de Almansa. Y todo esto desde un nivel local hasta las relaciones internaciones. Con respecto a lo primero, el estudio de Juan Hernández Franco y Sebastián Molina Puche ponen el acento en los favores y mercedes que Felipe V otorgó a algunas familias de la élite y oligarquías murcianas. Más atención en este tipo de tra-bajos han tenido las consecuencias para las poblaciones del Reino de Aragón con los decretos de Nueva Planta. Conse-jeros franceses como Amelot y castellanos como Macanaz impusieron su visión en la que la derogación de fueros y la unificación del ordenamiento jurídico tenían un notable peso. La fuerza internacional del conflicto se puso en evi-dencia cuando a partir de 1710 la situación fue cambiando de forma radical. La subida al poder de los tories en Ingla-terra, así como el nombramiento de Carlos como Empera-dor de Austria en 1711 dio un giro al conflicto y llevó a las potencias europeas a buscar la paz. Una paz que benefició prácticamente a todos menos a España, que perdió sus po-sesiones en Europa, tuvo que ceder a Inglaterra Gibraltar y Menorca, además de las concesiones económicas en el co-mercio americano.

En definitiva, este libro que coordina Francisco García no supone sólo una revisión de los trabajos realizados so-bre la Guerra de Sucesión española. Además, pone de ma-nifiesto cómo el estudio de una batalla en la Historia, puede llegar más allá del simple análisis de tácticas militares, ar-mamentos y personalismos biográficos de los que dirigen cada uno de los bandos. Tomando como excusa la decisiva batalla de Almansa de 1707, el libro reflexiona sobre las re-laciones internacionales europeas, el peso de la opinión pú-blica, las relaciones económicas, el posicionamiento social y el devenir histórico en general. Esto supone —sin duda— el avance más importante de esta obra.

Cosme Jesús Gómez Carrasco Universidad Carlos III de Madrid

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Ancient Literacies es una compilación de catorce contribuciones que aborda la cuestión del uso de la es-critura en el mundo clásico —o habría que decir «usos» atendiendo al plural del tí-tulo—, y cuyo mayor atrac-tivo es contar con algunos de los más renombrados especialistas en el tema, ta-les como Rosalind Thomas, Greg Woolf o Florence Du-pont —por desgracia otros han quedado fuera como

Jan Assmann, Pascal Vernus o Trolles Larsen al estar Egipto y Próximo Oriente excluidos del marco espacio-temporal del volumen—. El broche final lo pone David R. Olson, au-tor de The World on Paper y uno de los estudiosos que más ha profundizado en la relación entre escritura, educación y procesos cognitivos. Este epílogo, hecho por un no clasi-cista, deja ver las preocupaciones e intereses de los edito-res, o al menos las de William A. Johnson, quien, en la in-troducción, subraya lo poco que se ha avanzado en el tema de la oralidad y la escritura desde las obras ya clásicas de Jack Goody, Erick A. Havelock y Walter Ong, a la vez que apunta la necesidad de repensar sus manifestaciones en el mundo antiguo y de plantear nuevas preguntas y aproxi-maciones que a partir de ahora deberán encauzar la inves-tigación. Como sucede a veces en las obras colectivas, unas

son las intenciones de sus editores y otro el resultado final. Es posible que este volumen no consiga marcar de forma distintiva y clara un nuevo camino teórico para un estudio que, según Johnson, se ha estancado. No obstante, supone una valiosa aportación a la investigación sobre la oralidad y la escritura en el mundo antiguo y demuestra que se trata de un tema complejo en el que todavía queda mucho por hacer.

La compilación se divide en tres bloques. El primero, Si-tuating literacies, explora los usos y contextos de la escritura tanto en Grecia como en Roma. Rosalind Thomas abre este bloque con una contribución sobre los documentos públi-cos y privados en las ciudades democráticas griegas en lí-nea con sus anteriores trabajos. Partiendo de la idea de que en una misma sociedad puede haber distintas literacies, es decir, distintos conocimientos y aplicaciones de la escritura a distintos niveles —idea que recoge el título del libro—, la autora analiza la evolución de la escritura pública en el marco de las instituciones ciudadanas y en el ámbito de los intercambios comerciales. En ambos casos las listas son el documento más usual y más legible, y es posible que en un principio representara además el nivel máximo de com-prensión para muchos ciudadanos. Esto debió de modifi-carse a lo largo del siglo IV a.C., cuando la democracia no sólo generó cada vez más documentos escritos, sino que de-pendió en mayor medida de ellos. Tampoco es concebible la complejidad económica y administrativa que alcanzó el Imperio romano sin el uso continuado de la escritura. Este es el punto de partida de Greg Woolf en su contribución, en la que sostiene la idea de que, frente a otros imperios anti-

Ancient Literacies: The Culture of Reading in Greece and Rome

William A. Johnson y Holt N. Parker editores. Oxford – New York, Oxford University Press, 2009

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guos, el romano no se mantuvo por un grupo de especialis-tas, ni tampoco dio cabida a una multiplicidad de contextos de la escritura separados entre sí. Por el contrario, su apren-dizaje capacitaba al individuo para ponerla en práctica en diversos ámbitos como sucede en el mundo moderno. Por otro lado, Woolf argumenta que en Roma el uso privado, para la gestión doméstica, precedió a la utilización de la es-critura en el gobierno de la ciudad y pone como ejemplo las referencias a la documentación escrita que aparecen en el De re rustica de Catón el Viejo. La hipótesis es muy suge-rente, aunque deja sin explicar algunos hechos conocidos como la legislación escrita, la ley de las XII Tablas, con la que contaba Roma o documentos religiosos como los Ana-les Máximos que redactaban los pontífices antes de la pri-mera mitad del siglo II a.C., cuando escribe Catón.

La aportación de Barbara Burrell es de carácter arqueo-lógico y se centra en la evolución de una de las plazas de Éfeso, donde se erigió la famosa biblioteca de Celso y otros monumentos con inscripciones. Simon Goldhill analiza la función que en la educación antigua tuvo la anécdota, una narración corta y mordaz normalmente de carácter biográ-fico y anónima. Cercana a la chreia, frase ingeniosa, y a la paradoxografía, el género de los hechos naturales sorpren-dentes o mirabilia, la anécdota representa, según el autor, una corriente de conocimiento oral que no era ajena a la formación escrita ya que en la Segunda Sofística prolifera-ron las colecciones de cuentos cortos de este carácter. Para finalizar, del artículo de Thomas Habinek cabe destacar la acertada incógnita, e irresoluble hasta el momento, con la que inicia su contribución: ¿por qué en Roma tardó tanto tiempo en extenderse el uso de la escritura? Su respuesta parte de una estadística, que el propio autor ha elaborado, en la que, conforme avanza la República, destacan numéri-camente las inscripciones de propiedad y las conmemorati-vas. La conclusión a la que llega es la siguiente: dado que los epígrafes auto-representativos reflejan precisamente la competición y la falta de seguridad en el estatus social, una de las razones del lento avance del uso de la escritura en la República debió de ser la tardanza con la que los roma-nos clarificaron su estatus e identidad como tales. Aunque la hipótesis está expuesta de forma algo vaga, se trata, sin duda, de una idea que merece atención. No obstante, po-siblemente el autor está reduciendo en exceso las variables que pueden influir en un fenómeno histórico como el que aborda. Que no se utilice la escritura pública, los epígra-fes, para mostrar el ascenso o estatus social no significa que no haya una competición, ansiedad y deseo de representa-ción que pueden canalizarse por otros medios. Ciertamente llama la atención, por ejemplo, el reducido número de epi-tafios de época republicana —en comparación con el Impe-rio- pero aquí, además de la competitividad social entran en juego otros factores como la no existencia de un paisaje fu-nerario destacado hasta el siglo I a.C., y no exclusivamente la competitividad social.

El segundo bloque, Libros y textos, tiene un carácter más literario y se centra en la producción y circulación de

obras. Florence Dupont reflexiona, en su contribución, so-bre la materialidad del libro, cantada por los poetas, y su di-mensión social como objeto de regalo o como producto de venta. Joseph Farrell, por su parte, analiza las impresiones que autores como Catulo u Horacio manifestaron sobre es-tos aspectos y subraya la ambivalencia con la que se veía en Roma el libro de literatura: un seguro para la fama y pres-tigio futuros del poeta al mismo tiempo que un objeto sus-ceptible de ser robado, destruido o alterado.

El tercer capítulo, de Holt N. Parker, es un ataque —más agresivo que argumentivo— contra las visiones oralis-tas de la literatura romana, que según él, caen en el deseo de convertir el fenómeno de la lectura en algo exótico. Por el contrario, el autor, que no tiene reparos en posicionarse inconscientemente en el lado opuesto, es decir, en la ten-dencia a actualizar el mundo antiguo, considera que la li-teratura latina es un fenómeno que pertenece al ámbito de la escrita y que tiene poco que ver con la oralidad. Dada la importancia de su contribución, merece la pena que nos detengamos en el comentario. Uno de sus argumentos es que hay excepciones a la regla de la oralidad, así por ejem-plo niega que la poesía antigua fuera pensada para ser es-cuchada porque también se escribieron poemas acrósticos y otros significativos visualmente. Como no puede negar que hubo recitaciones públicas y privadas en el mundo an-tiguo, subraya que la lectura en voz alta es todavía una ac-tividad común y no exclusiva de la Antigüedad; y para ello pone como ejemplos los audio-libros en CDs o los iPods, además de pasajes de Emma de Jane Austen o Our Mutual Friend de Charles Dickens. Dejando a un lado la actuali-dad que puedan tener estas novelas, el autor no parece te-ner en cuenta las consecuencias que tuvo la imprenta en lo que a los hábitos de lectura se refiere en Europa (1), y lo númericamente poco significativo que son los ejemplos ex-puestos en comparación con la lectura en silencio y solita-ria que mayoritariamente se practica en la actualidad. Tam-poco parece comprender que oralidad y escritura no son términos excluyentes cuando afirma que una recitación no puede denominarse cultura oral porque partía de un texto y en última instancia aquellos interesados entre la audiencia se preocupaban de conseguirlo para hacer una lectura per-sonal. Los investigadores hace tiempo que distinguen en-tre oralidad primera y secundaria, es decir, entre sociedades que desconocen por completo cualquier código escrito y deben confiar exclusivamente en la memoria, y aquellas que lo utilizan en diversos grados (2). En estas últimas la orali-dad se ve afectada constantemente por la palabra escrita y viceversa. Por ello es completamente cierto lo que afirma el autor: que la literatura latina no circulaba oralmente como podemos pensar que lo hizo la Ilíada o los poemas épicos antes del surgimiento del alfabeto griego; en efecto, no era memorizada, recitada y transmitida de generación en gene-ración. Sin embargo, eso no significa que la literatura la-tina no fuera oral o tuviera una vertiente oral significativa —muy al contrario de lo que sucede con la literatura actual por mucho que el autor no quiera reconocerlo—. Y eso era

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así, entre otras cosas, porque las recitaciones eran el único modo de conocer la poesía que pudieron tener muchos analfabetos, semianalfabetos o lectores ocasionales, aunque eso no significa nuevamente que la aprendieran o memori-zaran en tales eventos y la transmitieran luego oralmente. Por ello no son muy significativos los ejemplos que pone el autor de escritores antiguos que leían en privado y con-cebían la literatura principalmente en forma de texto, pues todos ellos son personajes cultos como Plinio o Marcial que dedicaron gran parte de su vida a la escritura. Pero, ¿es este el único lector que existió en el mundo antiguo?

En cualquier caso, es evidente que Holt Parker prefiere insistir en aquellos aspectos que hacen de los romanos per-sonas menos exóticas y más parecidas a los actuales lecto-res. Por eso resta importancia a la figura del esclavo lector o a los concursos de poesía y oratoria —fenómenos, recor-demos, que no existen en la actualidad—. Y en definitiva, la idea general que presenta su contribución es que la cul-tura clásica y en concreto su literatura se transmitió en el tiempo a través de la escritura, algo que todavía nadie había puesto en duda: efectivamente los poetas latinos no eran ae-dos. Pero esta afirmación está lejos de explicar la compleja y diversa relación que existía entre la oralidad y la escritura en la literatura clásica, que, insistimos, poco tiene que ver con la situación del mundo actual; y eso no es querer exo-tizar (to exoticize) a los antiguos como el autor afirma, sino admitir la diferencia cuando las fuentes lo indican.

El tercer bloque de la compilación, Instituciones y comu-nidades, está dedicado a los libros y las bibliotecas. George W. Houston estudia las listas de obras conservadas en papi-ros egipcios para determinar la formación y vida de las co-lecciones privadas de literatura. Peter White aborda la cues-tión de la venta de libros, cuyos testimonios más numerosos la localizan en la ciudad de Roma, en concreto en el Vi-cus Tuscus, o barrio etrusco, cerca de importantes bibliote-cas como la del templo de la Paz o la del foro de Trajano. La contribución de Kristina Milnor, sobre los grafitos de tema literario en Pompeya, analiza el uso que los habitantes de la ciudad hicieron de la Eneida de Virgilio adaptándola en dife-rentes contextos urbanos. Las inscripciones manifiestan que los pompeyanos escribían en las paredes manipulando los textos clásicos y haciéndolos dialogar con otros elementos materiales. Eso parece indicar, por ejemplo, un ingenioso grafito, situado en la fachada de una casa, que responde al primer verso de la Eneida afirmando fullones ululamque cano, non arma virumque («canto a los bataneros y a la lechuza, no a las armas y al hombre»), que contiene otra inscripción en la que Fabio Ululitremulo («temeroso de la lechuza») reco-mienda a Cuspio Pansa y a Popidio Secundo como ediles, y donde también está pintada la figura de Eneas llevando a su padre e hijo. Otra característica importante de los grafi-tos literarios es que recurren sobre todo a frases dialogadas antes que narrativas. La última contribución de este bloque es la de William A. Johnson, quien analiza las escenas de lectura en voz alta y en grupo que aparecen en la obra de Aulio Gelo. Según él, no son por completo ficticias sino que

reflejan el hábito de releer, comentar y defender textos que existía en Roma y que se desarrollaba en diferentes ámbitos como la escuela, las termas o en casa.

La compilación se cierra con dos artículos de natura-leza diversa. El primero es un compendio bibliográfico co-mentado de publicaciones sobre la escritura en el mundo clásico, que puede ser de gran utilidad para todos aque-llos que quieran tener una visión general de lo que se ha avanzado en los últimos veinte años desde la publicación de obras seminales como la de Rosalind Thomas, Oral Tra-dition and Written Record in Classical Athens (1989). En di-rección opuesta, la contribución que cierra la obra, a cargo de David R. Olson, es una invitación para el futuro. Se ini-cia con una respuesta a las críticas que suscitó en su mo-mento la obra de J. Goody, E. A. Havelock o W. Ong, según las cuales es la escolarización continuada la que puede pro-ducir cambios en los procesos cognitivos y no solo el cono-cimiento del código de signos (3). Olson argumenta que la teoría de la escritura de estos autores ha sido entendida de forma demasiado simple e indica acertadamente que esco-larización no es otra cosa que un reforzamiento en el hábito de la escritura y lectura. Para él, el logro mayor de la teo-ría de la escritura es haber detectado que dicho vehículo no era neutro, sino que permitió en la historia la creación de un discurso sobre el lenguaje, el pensamiento y la mente. En esta misma línea, su contribución apunta la idea de que la escritura permite distinguir entre pensamiento y creen-cia, o dicho de otro modo, que los textos actúan o se perci-ben como expresiones entre comillas, cerradas, alejadas de un emisor, que se convierten en ideas que contemplar. En este sentido, Olson sugiere que una interesante línea de in-vestigación sobre la literatura antigua sería analizar cómo eran citados e interpretados y comentados los textos pre-existentes. ¿Tenían los antiguos la noción de que el sentido quedaba encerrado en la obra y era independiente del lec-tor? De igual modo sería interesante considerar qué suponía la lectura, si se encontraban nuevos significados en textos antiguos o existía una tradición que dictaba su interpreta-ción (4).

En definitiva, Ancient Literacies supone un novedoso y sugerente impulso al estudio de la escritura en la Antigüe-dad clásica, como lo fueron en su momento la edición de A. Bowman y G. Woolf, Cultura, escritura y poder en el mundo antiguo, traducido al castellano en 2000, y con anterioridad el suplemento del Journal of Roman Studies, titulado Literacy in the Roman World (1991). Aunque no todas las contribu-ciones alcanzan el mismo nivel, en conjunto ofrecen nuevas vías de estudio y demuestran que aún quedan muchas pre-guntas por resolver. Por ello es muy posible que su publica-ción avive el debate científico y colabore a enriquecer y po-tenciar la investigación de este campo de estudio.

Ana Rodríguez Mayorgas Universidad Carlos III de Madrid

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NOTAS

(1) Ver E. L. Eisenstein, The Printing Press as an Agent of Change: com-munications and cultural transformations in early-modern Europe I y II, Cambridge, 1979; idem, The Printing Revolution in early Modern Europe, Cambridge, 1983.

(2) Ver E. A. Havelock, La musa aprende a escribir. Reflexiones sobre orali-

dad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, Barcelona, 1996 (1986), pp. 95-112.

(3) Basadas en el trabajo de S. Scribner y M. Cole, The Psychology of Lite-racy, Cambridge, Mass., 1981.

(4) Como sucedía, por ejemplo, con la Biblia judía, ver J. Trebolle Barrera, La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción la historia de la Biblia, Madrid, 1993.

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Números publicados:01: Historiografía de las fuentes documentales (180 págs.)02: Historiografía de la historia social (196 págs.)03: Historiografía de la historia cultural, ideológica y económica (192 págs.)04: Julio Caro Baroja: Diez años de magisterio en silencio (184 págs.)05: La recuperación del pasado (220 págs.)06: Transferencias Culturales e Historiografía de la Antigüedad (1) (124 págs.)07: Transferencias Culturales e Historiografía de la Antigüedad (2) (117 págs.)08: Usos públicos del pretérito (161 págs.)09: Origen, teoría y desarrollo del Estado (196 págs.)10: Comunismo e historiografía tras la caída del Muro (124 págs.)11: Letras peligrosas: Humanistas, religión romana y cristianismo primitivo (140 págs.)

Suscripción nacional:PVP (C/IVA): 372 números al añoNº. suelto: 18,50ISBN 1885-2718

Formato: 21 x 28 cm.Encuadernación rústica cosida con hilo

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