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Cristianos en Intemperie. Encontrar a Dios en La Vida - Darío Mollá,Sj

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Cristianos en intemperieEncontrar a Dios en la vida

Darío Mollà, sj.

1. BUSCAR A DIOS, ¿ENCONTRAR A DIOS?1.1. “Experiencia” de Dios .....................................................................................1.2. Buscar ................................................................................................................1.3. Encontrar ............................................................................................................

2. PERFIL HUMANO PARA LA EXPERIENCIA DE DIOS

2.1. “Disponerse” a si mismo, ayudar a otros a “disponerse” ..............................2.2. Capacidad de interioridad .................................................................................2.3. Capacidad de “elección” ..................................................................................2.4. Capacidad de gratuidad ....................................................................................2.5. Capacidad de “encuentro” en la relación humana ..........................................2.6. Capacidad de fortaleza ......................................................................................

3. PEDAGOGÍA: EL ESTILO DE VIDA

3.1. “Ayudar” a formar el sujeto .............................................................................3.2. Austeridad ..........................................................................................................3.3. “Orden” en las actividades ................................................................................3.4. “Espacios verdes” en la vida ............................................................................3.5. Apertura al aire que viene de fuera ..................................................................

4. PEDAGOGÍA: LAS ACTIVIDADES ................................................................................ 27

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Impreso en papel y cartulina ecológicos • Edita CRISTIANISME I JUSTÍCIA • R. deLlúria, 13 - 08010 Barcelona • tel: 93 317 23 38 • fax: 93 317 10 94 • [email protected] • Imprime: Edicions Rondas S.L. • ISBN: 84-9730-146-3 • DepósitoLegal: B-39.935-2006 • Octubre 2006La Fundación Lluís Espinal le comunica que sus datos proceden de nuestro archivo histórico pertene-ciente a nuestro fichero de nombre BDGACIJ inscrito con el código 2061280639. Para ejercitar los dere-chos de acceso, rectificación, cancelación y oposición pueden dirigirse a la calle Roger de Llúria, 13 deBarcelona

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En el año 1992 publiqué en esta misma colección el cuadernoEncontrar a Dios en la vida. Pretendí entonces hablar de la “expe-riencia de Dios” desde claves aportadas por la espiritualidad igna-ciana, especialmente desde los Ejercicios, de tal modo que pudierahacer dicha experiencia más comprensible teóricamente y másaccesible vitalmente a cristianos y cristianas de “a pie”. La buenaacogida que tuvo dicho cuaderno reflejaba una necesidad sentida yuna búsqueda de muchas personas que quieren vivir su vida enclave de seguimiento de Jesús en este mundo concreto en el quehabitamos.

Desde entonces han pasado casi quince años y han sido muchaslas jornadas, cursos y seminarios que he tenido con muchos y muydiversos grupos de personas sobre dicho tema. Todo ello ha apor-tado y enriquecido notablemente mi reflexión inicial. La cuestión defondo a la que dicho escrito pretendía ofrecer alguna ayuda sigueviva: no es fácil vivir la fe, con creatividad y gozo, en nuestro tiem-po, si no hay una rica experiencia interior que la alimente y confor-me. Pero dicha experiencia interior no viene automáticamentedada, ni siquiera facilitada, por nuestros estilos y ritmos de vida.¿Cómo, pues, hacerla posible? No se trata sólo de decir que laexperiencia de Dios es necesaria, sino, quizá, más perentoriamen-te, de ayudar a su viabilidad práctica.

Así, pues, el tema sigue vigente y la reflexión primera ha sido enri-quecida y madurada. A ambos factores corresponde este nuevocuaderno de la colección EIDES. Sigue los planteamientos básicosdel cuaderno de 1992, pero es, sinceramente, bastante más queuna edición “formalmente” retocada. Está escrito, eso sí, con la

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misma intención de “ayudar” a tantas y tantos cristianos que luchancon toda sinceridad por hacer de su vida personal, laboral, familiary social, vivencia y testimonio del evangelio y que tantas veces,demasiadas, se encuentran en medio de la incomprensión, contoque de lástima de los más, y de exigencias y planteamientosimposibles con toque de irrealismo de muchos de sus líderes.

A lo largo de nuestra reflexión irán apareciendo otros muchos temasimportantes y concomitantes que tienen que ver con la vida huma-na y con la vida “espiritual”, entendida como plenitud de lo humano.Quizá al lector le hubiese gustado un mayor desarrollo de alguno deellos. No lo voy a hacer: he renunciado expresamente a “excursus”sobre los mismos, aparte de por razones de espacio, para no per-der nunca el norte y objetivo que nos centra en este cuaderno, quees el de la experiencia de Dios. Tiempo y ocasión habrá, espero, detratar de todos esos temas más exhaustivamente, si son realmentedel interés de las personas que leen estas líneas. En este sentidoagradeceré muy vivamente cualquier comentario, sugerencia uobservación sobre todo lo que se expresa en este cuaderno y sobreposibles desarrollos complementarios: lo pueden enviar [email protected].

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1.1. “Experiencia” de DiosEn un texto muy lúcido, y ya tópi-

co, no por vivido sino por repetido,Karl Rahner planteaba, a finales de ladécada de los 60 del siglo XX, comodesafío y condición ineludible para loscristianos del futuro, el ser personasque hayan “experimentado” algo: “Lanota primera y más importante que ha

de caracterizar a la espiritualidad delfuturo es la relación personal e inme-diata con Dios. Esta afirmación puedeparecer una perogrullada... Sin em-bargo actualmente está muy lejos deser algo que cae de su peso”1. Y cons-tataba una serie de características de lasociedad en las que basaba su afirma-ción. Cuarenta años más tarde, el tex-

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1. BUSCAR A DIOS, ¿ENCONTRAR A DIOS?

Siempre, y también ahora, vivir cristianamente ha sido y siguesiendo para muchas personas una llamada y un desafío. En cadaépoca, sin embargo, llamada y desafío tienen sus propios acentos.

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to y las razones del teólogo alemán nohan perdido actualidad o peso.

Sin embargo, semejantes afirma-ciones pueden suscitar en nosotros yen muchas personas desaliento y des-ánimo más allá del acuerdo teórico. Elque provendría de sentirnos incapacesde semejante experiencia, el de creer-la fuera de nuestro alcance. O de con-cebir dicha “experiencia de Dios” co-mo una “exigencia” más que puedeser hermosa e incluso atractiva, peroincompatible e imposible en las con-diciones normales e innegociables denuestra vida cotidiana. Por tanto, afir-mar la necesidad de la experiencia deDios sin explicarla y sin dar vías deacceso a la misma es meter a la genteen un callejón sin salida, y hacer unflaco servicio a la vida de fe. Comotambién lo sería hacer propuestas pa-ra llegar a ella sólo asequibles parauna minoría de personas que pudieranpermitirse el “lujo” de unos determi-nados y “exclusivos” parámetros devida.

En esta situación, parece recobrarvigencia el “slogan” clásico de la es-piritualidad ignaciana: “buscar y en-contrar a Dios en todas las cosas”. “Entodas”. En esta afirmación condensaIgnacio, ya al final de su vida, su pro-pia madurez espiritual2 y a ella apun-ta todo su elaborado proceso de peda-gogía y formación espiritual, tal comolo explicitan las Constituciones de laCompañía de Jesús3. La gran cargapedagógica de los escritos básicos dela espiritualidad ignaciana, y el acusa-do realismo del santo de Loyola, noshacen pensar que, pese a la distanciade siglos, podremos encontrar en di-

cha espiritualidad sugerencias no sóloútiles, sino incluso valiosas, paraafrontar ese desafío que nos plantea lafe en el tiempo presente.

1.2. “Buscar”El primer término de la doble pro-

puesta contenida en el slogan ignacia-no, “buscar” a Dios, parece que, de en-trada, suscita menos problemas, esmás asequible, está más en nuestramano que el segundo. Lo de “encon-trar” a Dios ya nos parece más com-plicado, atendiendo a experienciaspropias y ajenas. Sin embargo, sobreambas hay que hacer, de entrada, ob-servaciones importantes.

¿Quién busca a quién o quién en-cuentra a quién, el hombre a Dios oDios al hombre? ¿Quién es el sujetoprimero de ambos verbos? Contra loque pudiera afirmar una primera res-puesta apresurada, es Dios quien pri-mero busca y quien primero encuen-tra. Así lo afirma toda la tradiciónespiritual desde el Antiguo Testamen-to, pasando por San Juan de la Cruz(“Como el ciervo huiste, habiéndomeherido”), llegando a Simone Weil(“Dios se agota, a través del infinitoespesor del tiempo y del espacio, pa-ra alcanzar el alma y seducirla”).

Y en ese darse a conocer, Dios esabsolutamente libre: “Me he dejadoencontrar de quienes no preguntabanpor mí; me he dejado hallar de quie-nes no me buscaban. Dije: Aquí estoy,aquí estoy a gente que no invocaba minombre” (Isaías 65, 1). Afirmar estosignifica que, al hablar del encuentrode Dios con la persona humana, en-

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tramos en un ámbito de libertad infi-nita y de misterio desbordante por par-te de Dios. ¡Son inabarcables e inson-dables las maneras, los caminos, lostiempos, las mediaciones de Dios pa-ra llegar a cada persona! Lo que eneste cuaderno vamos a proponer sonsencillas aproximaciones al encuentroentre Dios y la persona humana, sinpretensión alguna de exhaustividad.

Lo primero que provoca el “toque”de Dios en aquel que lo percibe, quelo acusa, es el despertar del deseo hu-mano de Dios, la “sed de Dios” delsalmista. “Salí tras de ti clamando”,dice Juan de la Cruz. “El encuentro noes más que el inicio de un aprendiza-je a vivir, sentir, decidir “de otra ma-nera”, y así, a ir pasando del recono-cimiento de aquella Presencia, quenos ha salido al encuentro con inespe-rada intensidad, a la entrega confiadaa Aquel de quien su presencia no esmás que “su espalda”4. Buscar a Dioses en nosotros antes un deseo que unaactividad.

La espiritualidad ignaciana apuntaa una búsqueda de Dios que no elimi-na ningún ámbito, ni de la persona nide la vida: la interioridad, pero tam-bién la actividad exterior; los momen-tos de carácter más explícitamente“religioso”, y los que no lo son. Yapunta, asimismo, a un encuentro quees habitual y cotidiano, no sólo pun-tual o excepcional.

Definirnos en nuestra condicióncristiana como “buscadores” de Diossupone una doble actitud de fondo sisomos coherentes con lo afirmadohasta ahora: la confianza y la humil-dad. La confianza, porque somos re-

ceptores de la promesa del Señor quesale a nuestro encuentro y que ha pro-metido mostrarse a los que le buscancon limpieza de corazón; la humildad,porque somos bien conscientes de queno está en nuestra mano no ya el re-sultado de la búsqueda, sino siquierael deseo de la misma, que es ya don.Humildes y esperanzados buscadoresde Dios y ante Dios; humildes tam-bién ante los demás hombres y muje-res que buscan, porque no nos defini-mos ni ante nosotros mismos ni anteellos como “poseedores” o “dispensa-dores” de un Dios al que poseemos,manipulamos o hemos hecho nuestropara siempre.

1.3. “Encontrar”Así como la expresión “buscado-

res” de Dios es una expresión que, deentrada, no suscita desconfianza, sinomás bien deseos de acercamiento porsu modestia, los/as que “han encon-trado” a Dios, si se definen a si mis-mos/as como tales, suscitan más bienrecelo e incomodidad. Demasiadasveces en la vida hemos percibido enquienes afirman haber encontrado aDios a personas que se han apoderadode él o lo han utilizado en beneficiopropio o incluso como arma arrojadi-za contra otros. Gente con seguridadesinquebrantables y con soberbia o pre-potencia notable, más propensa al jui-cio que a la misericordia y al dictamenmás que al acompañamiento. Por esoserá bueno hacer alguna observaciónsobre aquello que queremos decir alutilizar la expresión “encontrar aDios”.

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Encontrar significa aquí “entrar enrelación”, dejarse alcanzar o tocar porel dedo de Dios, asomarse a su abis-mo de amor, luz y libertad... pero nun-ca puede significar poseer, dominar,manipular, controlar... al que no seríaya el Dios verdadero sino un ídoloconstruido a medida. El Dios al queencontramos no es, muchas veces, elque buscamos, ni se nos revela exac-tamente allí donde lo buscábamos o almodo como lo buscábamos, sino quemás bien nos sorprende, desconciertay trastoca: es el que se manifiesta, elque se revela, no el que hemos pre-visto o programado. “Y recordemosesto: Dios no se presenta a nuestrosentes finitos como una Cosa ya total-mente terminada a la que hay queabrazar. Para nosotros es el eternoDescubrimiento y el eterno Creci-miento. Cuanto más creemos com-prenderlo, más distinto se nos revela.Cuanto más pensamos aprehenderlomás retrocede atrayéndonos a las pro-fundidades de Si mismo”5.

Tener “experiencia de Dios” nosignifica, obviamente, ser transporta-do a un mundo irreal, ni sentirse conpoderes sobrehumanos para sobrelle-var las dificultades de la vida, ni tam-poco ser liberados de la condición hu-mana y sus debilidades. Significa, sí,tener una honda experiencia interiorque, en su hondura, nos hacer ver lascosas con otra profundidad (“conotros ojos que primero”, decían loscompañeros de San Ignacio) y afron-tar la vida con otra ternura, con otracalidez, con otra fortaleza... con otrocorazón... Experiencia interior quetransforma nuestra relación con el ex-

terior, descentramiento que nos recen-tra sobre otro centro que no somosnosotros mismos, conmoción en nues-tro mundo íntimo que transformanuestras relaciones con los demás...Simone Weil decía que conocía si al-guien había tenido una auténtica ex-periencia de Dios por el modo comole hablaba de los hombres.

Experiencia de Dios que siemprehay que discernir y examinar (“muchobien examinar”, dice Ignacio en losEjercicios)6 porque pocos terrenoshay tan abonados para el engaño co-mo el de la experiencia religiosa7, y yase dice desde hace muchos siglos, y lahistoria sigue sin desmentirlo, que nohay cosa peor que la corrupción de lobueno. Hay que atender a criterios“objetivos” que nos ayuden a “verifi-car” esa experiencia: entre todos ellos,“abnegación” y “mortificación” son,para San Ignacio, elementos verifica-dores de primer orden.

Pero no nos olvidamos ni hacemosrenuncia de nuestro punto de partida.No se trataba, en este cuaderno, de te-orizar sobre la “experiencia de Dios”,sino más bien de indicar los caminos,las pistas y estrategias, que la puedenhacer posible en la vida cotidiana de lainmensa mayoría de los cristianos ycristianas de hoy. Como tantas cosasen la vida de fe, la experiencia de Dioses, a un tiempo, don y tarea. Afirmadoya su carácter de don, y las conse-cuencias mínimas que de ello se con-cluyen, vamos a hablar más detenida-mente de la tarea que nos queda pordelante. Una tarea que ha de ser facti-ble y posible para la gente de “a pie” yque ha de ser percibida y vivida no co-

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mo una sobrecarga más, añadida a lascargas que ya proporciona la vida, si-no como la tarea ilusionante de llevar

a plenitud nuestras propias posibilida-des humanas, y en ello recibir el rega-lo añadido del encuentro con Dios.

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2.1. “Disponerse” a si mismo,ayudar a otros a “disponerse”

La tarea de disponerse tiene com-ponentes “positivos”, de construc-ción, y otros que tienen que ver máscon “eliminar” obstáculos para esa ex-periencia de Dios. Disponerse es, poruna parte, fomentar capacidades y ac-titudes que nos preparan, que nos ha-cen más aptos para la experiencia y,

por otra, quitar elementos que nospueden distraer de la misma, alejarnosde ella, encerrarnos en nosotros mis-mos, impidiendo la apertura a lo queviene de fuera. Disponerse tiene, asi-mismo, una vertiente de tarea más “in-terior” que tiene que ver con el cuida-do del deseo, con la petición, lapurificación... y una tarea más exteriorque tiene que ver con la puesta a pun-

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2. PERFIL HUMANO PARA LA EXPERIENCIA DE DIOS

Un término sintetiza en la historia de la espiritualidad la tarea queha de hacer la persona humana para hacer posible la experienciade Dios en su vida. Ese término es “disponerse”. Disponerse a reci-bir el don; dicha expresión sintetiza una serie de aspectos y activi-dades: estar atentos, ponerse en el lugar adecuado, dejar sitio paraaquello que va a venir. “El esfuerzo del hombre desde esta fase dela disposición no se orienta a lograr, conseguir, captar o dominar un“objeto” al que se dirija. El esfuerzo está orientado, más bien, ahacer disponible, vaciar el propio interior, hacer silencio en torno auno mismo y en el propio interior: “estando ya mi casa sosegada”,para que resuene la Palabra presente en el corazón”8.

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to o el desarrollo de determinadas ca-pacidades.

Ese “disponerse” es, por decirlo deun modo sencillo, ir preparando un“sujeto”, una persona humana, capazde la experiencia de Dios, abierta aella, deseosa incluso. Definir el perfilde ese sujeto y las pedagogías paraformarlo es la gran tarea actual de laformación cristiana propia y ajena, si,de verdad, pensamos que la clave pa-ra la existencia de cristianos/as en elfuturo es que sean personas capacesde experiencia personal. Al definir unperfil de personas estamos señalando,al mismo tiempo, los horizontes y ob-jetivos de su formación. Nos encon-tramos, pues, ante un tema de unaenorme trascendencia para el futuro.Para nuestra formación personal y pa-ra nuestra acción evangelizadora.

El perfil que vamos a dejar descri-to, ¿define la situación de partida o esel punto de llegada? ¿Son unas condi-ciones para la experiencia personal deDios o es el poso que deja en la per-sona esa experiencia? Ambas cosas.Como sucede en otros ámbitos de lavida... Pensemos en el deporte, o en elcanto: para la práctica inicial se re-quieren unas cualidades mínimas y unentrenamiento básico; con el ejerciciode la actividad, las cualidades inicia-les se van desarrollando hasta su ple-nitud.

Vamos a definir a continuación unaserie de capacidades que, al menos engrado mínimo, son necesarias en unapersona que quiera ser sujeto de la ex-periencia de Dios; pero que con lamisma van a ir madurando y profun-dizándose.

Escogemos cinco capacidades orasgos para definir el perfil del sujetode la experiencia de Dios. Es, obvia-mente, una elección subjetiva, aunquecreo que no arbitraria. Nos decanta-mos por ellas teniendo en cuenta tan-to las posibilidades como las dificul-tades que nuestra cultura dominante ynuestro entorno social presentan al“buscador” de Dios. Cada personatendrá que ver en qué medida necesi-ta trabajar una u otra y cuál es el gra-do de intensidad que debe poner en elcuidado de cada una de ellas: no es to-do, ni todo al mismo tiempo, sino que,como en cualquier proyecto pedagó-gico, la personalización es imprescin-dible.

Utilizaremos, intencionadamente,un lenguaje lo más “universal” posi-ble. Y en cuanto más universal, apli-cable con amplitud a muchos proyec-tos educativos y formativos depersonas, más allá de una especifici-dad cristiana. En este sentido creo quenuestra reflexión gana en utilidad co-mo propuesta formativa.

2.2. Capacidad de interioridadEntiendo la interioridad en un do-

ble sentido. Por una parte, la capaci-dad de conectar con el mundo interiorde la propia persona: la capacidad deobservar los movimientos interiores,de escuchar palabras y ruidos inter-nos, de discernir o separar sentimien-tos y juicios, de sentir correctamentelos deseos y su fuerza, etc... Pero tam-bién, por otra parte, entiendo por inte-rioridad la capacidad de relacionarsecon lo exterior desde dentro de uno

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mismo, no meramente desde las capasmás superficiales de la persona; y ahíse incluyen cosas como la capacidadde conectar íntimamente, de captarsignos, de interpretar gestos, etc.

No es necesario emplear muchoespacio en justificar la inclusión de es-ta capacidad de interioridad dentro delperfil del sujeto que quiere estar “dis-ponible” a la experiencia de Dios.Dios no es evidente, no está en la su-perficie de las cosas o de los aconte-cimientos, no es lo primero que se ve...y la dispersión, la aceleración o la ba-nalidad, tan presente en nuestros rit-mos de vida, en nuestras maneras deestar, mirar o relacionarnos, no ayu-dan al encuentro con Él.

Dentro de este necesario y com-plejo trabajo de la interioridad, megustaría destacar tres áreas de aten-ción especiales: la “espiritualidad” delcuerpo, la reconciliación con el silen-cio y la valoración de la contempla-ción.

El cuerpo humano, el cuidado, ymás allá del cuidado, el culto al cuer-po, es una de las características pro-pias de nuestro momento cultural, es-pecialmente (aunque no sólo) en lasgeneraciones más jóvenes. Los me-dios, las horas, el dinero que se dedi-ca a ello, son abundantes; es sorpren-dente lo que un “buen” cuerpo o uncuerpo atractivo condicionan, incluso,la estima de las personas. Son datosque no podemos ignorar. Porque, ade-más, el cuerpo es un elemento de pri-mer orden en la capacidad humana derelación: con uno mismo y con losdemás, en la buena o en la mala rela-ción.

Y en nuestro discurso educativo opastoral sobre el cuerpo, y el uso delcuerpo en la relación con uno mismo,con los demás y con Dios, hemos deevitar, en mi opinión, un doble extre-mo. El extremo de un discurso sobreel cuerpo que lo “demoniza”, lo fusti-ga o lo presenta siempre como obstá-culo u elemento negativo: en definiti-va, un discurso predominante ypreferentemente “moralizador” sobreel cuerpo (normalmente para decir loque está mal, que suele ser casi todo).O el otro extremo: el de ignorar elcuerpo; el de un silencio total sobre elpapel del cuerpo en la vida de las per-sonas, o por comodidad o por no sa-ber qué decir. Ni una cosa ni otra ayu-dan a la gente. Obviamente, hablamosde cuerpos con sexo, no asexuados,pero cuerpos que son más que sexo.

Es necesario pensar y educar en unuso “espiritual” del cuerpo. De uncuerpo que es mediación necesaria denuestras relaciones como personas. Esnecesario hacer una reflexión sobre elcuerpo con más carga “espiritual” ycon menos carga “moral”. Porque,además, la primera ha de preceder ne-cesariamente a la segunda, si ésta hade ser correcta...

Pensemos en los sentidos. No setrata sólo de “guardar los sentidos”,que sí que habrá que hacerlo en oca-siones; se trata también de “aplicar lossentidos”9. Sentidos que son las puer-tas de nuestra comunicación con el ex-terior. Con la mirada se puede violen-tar e incluso violar o se puede acogery sanar; el oído necesita ser educadopara la escucha, y eso es más que fi-siología; las manos pueden golpear o

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acariciar, ser posesivas e incluso gol-pear o transmitir ternura; al gusto hayque educarlo para saborear, que es unpaso necesario para el valorar y agra-decer; el olfato puede ser un sentidointerior que nos oriente en la vidacuando no hay demasiada evidencia oclaridad...

Hablaba también del silencio, y deuna relación “reconciliada” con él.Tengo la sensación de que nuestra cul-tura mantiene con el silencio una rela-ción curiosa de amor/odio o, quizá alrevés, de miedo/búsqueda. Por unaparte, vemos cómo de tantas y tan va-riadas maneras se evita el silencio.desde el uso compulsivo, e incluso so-cialmente molesto, del móvil, hastatodo tipo de música ambulante; pero,por otra, se valoran las “escapadas”que de vez en cuando se realizan a di-versos ámbitos de silencio... Para laexperiencia de Dios ayuda el hábito desilencio, la capacidad de silencio. Noestoy diciendo que esa experiencia sedé sólo cuando se está en silencio, nimucho menos, pero sí que esa capaci-dad de silencio ayuda a percibirla in-cluso en medio de la agitación.

Hablamos de un silencio que esmás, mucho más, que la ausencia depalabras: “se trata de un silencio quetiene que ser elocuente con la vida,que es disposición para la escucha dela voz de Dios en la propia existenciay que no tiene nada que ver con la ce-rrazón huraña o con la hosca mudezen la que, con demasiada frecuencia,pretendemos esconder nuestra falta deautocomprensión de la propia realidady, obviamente de los acontecimientosque vivimos a lo largo de las horas, del

tiempo y del espacio... Ese silencio noes lo opuesto a la palabra, es lo opues-to al ruido y a la distracción perma-nente”10.

Añadía un tercer elemento dentrode esa capacidad de interioridad, ca-racterística primera del sujeto de la ex-periencia de Dios: la valoración de lacontemplación. La contemplación nosólo como una forma concreta de ora-ción o de acercamiento interior y/omístico a determinadas realidades, si-no la contemplación como talante devida. Y aquí es oportuno recuperaraquello, también ignaciano, del “con-templativo en la acción” (“in actionecontemplativus”), tan limitada y par-cialmente interpretado a veces. Puesesa fórmula no habla de introducir“dosis” de contemplación en medio dela acción (ni muchas ni pocas): no esésa la cuestión; se trata de trabajar, deactuar, de vivir... contemplativamente.Que es una manera particular, más va-liosa, de hacer y vivir la vida...

Un modo de situarse que, por unaparte, requiere de una calidad interior(de la que venimos hablando) y que,por otra, da también una calidad ma-yor, un alcance mayor, una riquezamás grande a todo lo que la vida nosaporta. Vivir contemplativamente esvivir respetando la realidad y las per-sonas, no usurpando el protagonismoque tienen personas y cosas mediantenuestro autocentramiento, no ponién-donos como pantalla o muro contra elque se estrella todo aquello que nos esaportado; situarnos con atención, fi-jándonos en el detalle, valorando elgesto, sin prisa, dejándose invitar másque invadiendo los espacios del otro,

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etc... ¡No podemos ni siquiera intuir lo“nueva” que se vuelve la vida cuan-do se la vive contemplativamente!

2.3. Capacidad de “elección”No se puede aspirar a todo, no se

puede querer todo, no se puede tenertodo, no todo es compatible con todo,no todo vale. Estas afirmaciones tanelementales y obvias en apariencia enocasiones son difíciles de aceptar ennuestra cultura ambiente. Pero hayque poner en cuestión ese “todo vale”,“todo al mismo tiempo”, “todo escompatible”, si se quiere estar dispo-nible para una experiencia de Dios, unDios que no es una cosa más, una op-ción más, un amor más: “... Dios nopuede ser tratado como una “cosa”más entre muchas: Él es el único Dios,la fuente trascendente de todo lo bue-no. No podemos servir al Dios deAbraham, Isaac y Jacob a menos quelo amemos con todo nuestro corazóny no meramente poniéndolo el prime-ro de la lista”11.

Ello nos plantea la necesidad de ircreciendo en capacidad de “elección”,entendiendo este término en el senti-do ignaciano del mismo. ¿En qué con-siste, de qué hablamos? Antes que na-da, hablamos de tener claro aquelloque afectivamente debe centrar nues-tra vida, y en función de eso ir to-mando decisiones de aceptar o de de-jar cosas, con un criterio de limpiezainterior: si nos ayudan a centrarnos enaquello que debemos, tomarlas, o sinos apartan, dejarlas. Vale aquelloque nos ayuda, no vale aquello quenos separa. Esa claridad interna, y esa

limpieza de planteamiento e inten-ción, nos ayudarán a una vida “orde-nada”, en términos ignacianos, “cohe-rente” en nuestro vocabulario. No setrata sólo de un “orden exterior”, sinode algo más hondo: de que las cosasestén en su sitio correcto y ocupen ellugar que deben ocupar, si es que de-ben ocupar alguno.

Esa limpieza de intención, de co-razón, de búsqueda, nos pone en uncamino acertado y orientado haciaDios. Lo contrario nos va haciendo vi-vir a impulsos, dando pasos adelantey atrás, dando vueltas, en ocasiones,en torno a cosas muy secundarias o ni-mias. No es que el camino a Dios seaun camino siempre recto, siempreadelante, siempre claro... pero esalimpieza de intención nos libra de des-viaciones engañosas.

Esta capacidad ignaciana de “elec-ción”, que es también capacidad decompromiso y de toma de decisiones,es capacidad de jerarquización, depriorización, de control y dominio so-bre los impulsos de la vida... Se tratade conducir nosotros el coche de la vi-da, no de ser llevados por el coche; deque seamos nosotros los que establez-camos unos criterios en función de loscuales las cosas entran más o menos,o no entran, en nuestras agendas, y node que sean las agendas las que nosmarquen el paso... Es la capacidad demarcar las prioridades y los ritmosdesde dentro. Nos permite valorar másallá de lo espontáneo y primario...

Buscar a Dios ha de ser una deci-sión firme en el corazón, y condicio-nante de lo concreto de la vida, paraque nuestros pasos no flaqueen en un

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camino que, en ocasiones, se hace másduro de lo esperado.

2.4. Capacidad de gratuidadEs la capacidad de no buscarnos a

nosotros mismos, de no ser nosotrosel objetivo último de nosotros mismoso de nuestra vida, de no ser el puntode referencia desde el cual todo se va-lora. Esta palabra “gratuidad”, com-prensible aunque difícil para el len-guaje de nuestra cultura, viene, en miopinión, a equivaler a términos clási-cos de la tradición espiritual como“pobreza de espíritu”, “descentra-miento”, “abnegación”, “salir del pro-pio amor, querer e interés...”. La gra-tuidad es, de entrada, gratitud:capacidad de valorar agradecidamen-te todo aquello que somos y tenemos;y luego, de salida, generosidad: preci-samente porque agradecidos somosdesprendidos, y porque desde la grati-tud lo normal es compartir y no de-fender nuestra posesión.

Hay una gratuidad respecto a unomismo que tiene que ver con el “des-pojarse”, con los “despojamientos”.En primer término, se trata de la acep-tación serena, humanamente serena,de aquellos despojamientos que la vi-da nos va haciendo: del vigor y elatractivo físico, de la salud, de las cua-lidades intelectuales, de la capacidadde autonomía, del ocupar situacionesde relevancia... ¡Qué patético suele serel espectáculo de quienes se resisten aperder: desde los/as que a los 60 añosse empeñan en vestir como si tuvieran25, hasta los que reiteran una y otravez sus glorias pasadas! Unos/as ha-

cen reír, otros aburren y suscitan unacierta lástima... Y, sin embargo, cuán-tas veces se da esa resistencia a acep-tar los despojos de la vida... Tambiénhay un “despojarse” de tantos “man-tos” que llevamos encima, con los quenos abrigamos sí, pero también nosenvolvemos, ocultamos y aislamos.Discernir sobre la necesidad y funciónde nuestros mantos e irnos despojan-do de aquellos que nos quitan agili-dad, de aquellos que sobrándonos anosotros podrían cubrir algo a otros...

Si respecto a nosotros la gratuidadtiene que ver con despojamientos,respecto a lo exterior a nosotros tieneque ver con el desasimiento de las co-sas. No estar “asidos”, no estar “aga-rrados” a aquello que tenemos, e in-cluso a aquello que necesitamos tener.Gratuidad tiene que ver con nuestromodo de relacionarnos con cosas ypersonas, a las que tantas veces trata-mos y utilizamos como cosas, comoobjetos, en función de nuestros obje-tivos personales. Hablar de gratuidades hablar de libertad ante las cosas yde disponibilidad ante las personas.

Hay un nivel más hondo de gratui-dad, que es la gratuidad ante Dios.Esta gratuidad ante Dios es la sincerahumildad. Estar ante Dios sin preten-siones, sin exigencias, sin condicio-nes... ¡Qué difícil nos resulta situarnosasí ante Él! O como Jesús nos invitaen la parábola del Padre y los dos hi-jos: estar ante Dios y con Dios disfru-tando de ser hijos. Simplemente eso...Normalmente tendemos a situarnosante Dios de dos modos equivocados:como deudores o como acreedores. Eldeudor se sitúa ante Dios atemoriza-

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do; y no tiene sentido situarse así, por-que Dios nos perdona las deudas. Elacreedor se sitúa ante Dios con enojo,malhumorado: y tampoco tiene senti-do situarse así, porque Dios nos ha da-do ya lo más valioso que tiene, la po-sibilidad de participar de su mismavida. Ante Dios como hijos, disfru-tando: eso es humildad, eso es gratui-dad... Ni nuestro temor ni nuestrasexigencias nos acercarán más a Dios,sino nuestro “caminar humilde”, enexpresión del profeta Miqueas.

2.5. Capacidad de “encuentro”en la relación humana

No quiero hacer caricatura fácil:tan sólo poner un ejemplo comprensi-ble. Sobre un determinado modo derelación humana que difícilmente lle-ga al encuentro personal, por muchashoras que se empleen. Es la relacióntipo “chat” como modelo de falsa re-lación humana frecuente en nuestrotiempo. De entrada, se utiliza un“nick”: ese nick puede revelar algo dela propia persona o absolutamente na-da, o ser totalmente engañoso; por otraparte, se puede modificar a voluntad,cuantas veces se quiera. En el conte-nido de la conversación, y como diceel viejo aforismo, “se miente más quese habla”; en cualquier caso, nada nospermite verificar la verdad de lo quese dice, y en las conversaciones dechat es más razonable la sospecha quela credibilidad. La relación se corta avoluntad, despidiéndose o no: paraello, se puede mentir (“ahora vuelvo”,“me llaman por teléfono”, etc...), sepuede “ignorar” al interlocutor e im-

pedir que éste se ponga de nuevo encontacto conmigo, se puede cambiarde canal... Se pueden haber pasado ho-ras chateando con una persona sin lle-gar a establecer ningún vínculo perso-nal, o más horas aún charlandosimultáneamente con muchos sin lle-gar a establecer una conversación deun cierto tono con alguien.

Hemos descrito un tipo de relaciónentre personas en la que no hay “en-cuentro”. En la medida en que estaforma de relación sin auténtico “en-cuentro” se reproduce en la vida, seempobrece la capacidad de relaciónhumana. Sin una capacidad de rela-ción humana medianamente madura,difícilmente es posible una relacióncon Dios de una cierta hondura.

Para la maduración de nuestra ca-pacidad de encuentro en la relaciónhumana hay varios elementos a cuidary/o potenciar. Uno, primero, es evitarlos “ensimismamientos” en sus diver-sas formas: desde los “pasivos”, queserían aquellos que consisten básica-mente en abstraerse o desinteresarsede todo aquello que no es uno mismo,hasta los más “activos”, que seríanaquellos que hablando de cualquiercosa o de cualquier tema sólo hablande “yo”.

La dinámica de relación auténticaque posibilita el encuentro verdaderoentre personas queda truncada cuandono se evitan tendencias y dinámicas dedependencia, de manipulación, de po-sesividad; esto nos va a exigir, en mu-chas ocasiones, autocrítica, examen yesfuerzo. Tiene que ver con ello algoque es importante recordar, y de unmodo especial a las personas “religio-

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sas”: que la auténtica relación huma-na, el auténtico “encuentro” suponeno sólo dar, sino también recibir, nosólo capacidad y disponibilidad paradar, sino también capacidad y dispo-nibilidad para recibir 12. La gratuidadno es dar sin recibir, sino dar sin exi-gir, sin buscar compensación o pago,sin buscarme a mi mismo en el dar: yeso es otra cosa. ¿O no hemos caídoen la cuenta de que muchas veces laspersonas aparentemente más desinte-resadas son las más posesivas, las másmanipuladoras, las más rencorosascuando el “agraciado” no respondecomo ellos quieren y esperan?

Una relación de “encuentro” tien-de necesariamente a la implicación.Sentirnos afectados, dispuestos, y im-plicarse y complicarse por aquello quedescubrimos en la relación con elotro... Y un modo de vivir la historia:no se trata de sentirnos “culpables” deaquello que no lo somos, porque so-bre ello no tuvimos ninguna respon-sabilidad personal, pero sí “responsa-bles”: de asumir las responsabilidadesque tenemos en la historia que vamosconstruyendo y que con/por nuestrasdecisiones u omisiones va tomandouno u otro sesgo.

En este contexto resuena la llama-da evangélica, recogida tantas vecesen la teoría y en la práctica por maes-tros de la espiritualidad, a la cercaníay al encuentro con los pobres como lu-gar de la experiencia de Dios. Pero¡ojo!, no malinterpretemos: no es queporque me acerco (físicamente, másque nada) a los pobres yo soy estu-pendo/a, bueno/a y Dios me da el ca-ramelo del encuentro con él. Dios no

admite que hagamos de los pobresmoneda de nada. Sino que cuando yome encuentro de verdad con los po-bres me empobrezco de las cosas y,sobre todo, de mí mismo; que su cer-canía me desposee, y en esa despose-sión, en ese vaciamiento, soy visitadopor Dios, el Dios que se empobreciópara enriquecernos de su vida y de supresencia13.

2.6. Capacidad de fortalezaNo hay gracia barata. ¡Cuántos son

los desiertos que hay que cruzar parallegar hasta el mar...! Estas expresio-nes tan oídas, y otras muchas que po-dríamos citar, ponen de manifiesto al-go que, por otra parte, todos hemosexperimentado un sinnúmero de oca-siones: que las más auténticas expe-riencias humanas, y la de Dios lo es,no son fáciles ni baratas. Por eso, esimportante, no sólo para nuestro tema,pero también para él, crecer y ayudara otros a crecer en fortaleza. Muchasveces nos dirán y estaremos tentadosde pensar que buscamos en el vacío,que lo nuestro es una quimera impo-sible, que no es sino una complicacióninútil...: no podemos dejarnos llevar omover por cualquier viento... O sim-plemente la indiferencia ambientalnos minará por dentro hasta casi dina-mitar nuestro deseo. El buscador, elcaminante, sigue caminando tambiéncuando el viento sopla de frente y arre-cia, y si no está dispuesto a ello difí-cilmente llegará a la meta.

En un sentido primero entiendo co-mo fortaleza la capacidad de tener uncriterio propio y de sostenerlo allí

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donde y cuando no es lo “política-mente correcto”, donde no es lo bienvisto, lo que se espera oír... Todos sa-bemos lo costoso, y al mismo tiempo,lo necesario, que es esto. Habrá oca-siones en que sostener ese criterio pro-pio va a tener sus costos en imagen, enaceptación, incluso en posibilidadesde ascenso social o de promoción la-boral... Gestionar los conflictos concriterios evangélicos es más compli-cado, más costoso, nos sitúa en infe-rioridad de condiciones frente a quie-nes no tienen escrúpulos en usarcualquier instrumento o estrategia.

No temamos que ese tener criteriopropio lleve o se confunda con el dog-matismo. No será así si lo entendemosy lo gestionamos bien. Porque el cri-terio propio no sólo no es incompati-ble con la autocrítica, sino que, por elcontrario, necesita autocrítica y acom-pañamiento para ser verdadero y ma-durar. El criterio propio no es el quenunca se pone en cuestión (¡qué bar-baridad sería eso, hablando de huma-nos!), sino aquel que se pone en cues-tión donde debe ser puesto, y sesostiene con firmeza y sin fisuras don-de debe ser sostenido. El criterio pro-pio va acompañado de la capacidad dediscernimiento que sabe distinguir losmomentos y ocasiones en que necesi-ta ser confrontado y cuestionado, conaquellos en los que, simplemente, ne-cesita ser defendido. Y a más capaci-dad de discernimiento y de acompa-ñamiento, mayor fortaleza de criterio.Por ello, el auténtico criterio propio esel que sabe ser flexible en las formas,

porque tiene muy claro el fondo,mientras que la rigidez y el dogmatis-mo ponen toda la fuerza en las formas,porque más allá de ellas se sienten in-seguros.

La fortaleza nos lleva también ahablar de la perseverancia. Perseve-rancia en la búsqueda y en el amor poraquello que hemos encontrado.También sobre la perseverancia es ne-cesario hacer alguna aclaración paraevitar malentendidos. Perseveranciano es igual a inmovilismo o conti-nuismo acrítico o más de lo mismosiempre... Es verdad que Ignacio ensus Reglas de discernimiento habla de“no hacer mudanza en la desolación”,sino de permanecer, de perseverar...pero el mismo Ignacio, y en las mis-mas Reglas, también dice que en laconsolación hay que poner en juegotoda nuestra capacidad de creatividade innovación... Perseverar en la fideli-dad a Dios no es sólo mantener, con-servar, en los tiempos malos: eso essólo la mitad de su propuesta y si nosquedamos ahí la deformamos por le-erla parcialmente; es también innovar,crear, ir adelante en los tiempos de bo-nanza... Quien nunca se mueve del si-tio no es más fiel a Dios, ni mucho me-nos... La fidelidad que pide laperseverancia no es la fidelidad a ul-tranza a las propias ideas o a los pro-pios logros: es la fidelidad a la bús-queda de Dios, una búsqueda que, enocasiones, nos obliga a detenernos y aresguardarnos, y en otras nos exige sa-lir a la aventura... También aquí dis-cernir es el arte...

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3.1. “Ayudar” a formar el sujetoLa palabra “ayudar” sintetiza todo

aquello que, quien afronta la vida des-de la espiritualidad ignaciana, quierehacer por los demás. Es una palabraclave. Y es también una palabra com-pleja a poco que se la analice: porquees, a un tiempo, una palabra llena deambición y también de modestia. Deambición, porque no fija ningún lími-te, sino que más bien abre un ampliocampo, un amplio abanico de posibi-lidades y actividades; modesta porque

sitúa a la persona que quiere ayudar alos pies, al servicio de la otra persona,sin protagonismo ni mando alguno,como sencillo “ayudante”. Palabraambiciosa en su objetivo, modesta ensu actitud: es una intuición genial, pe-ro ¡qué difícil es ese equilibrio en lavida!

Lo que se va a ofrecer en las pági-nas siguientes de este cuaderno quie-re situarse en este ámbito de la ayuda.No quiere ser otra cosa que un con-junto de sugerencias que “ayuden” a

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3. PEDAGOGÍA: EL ESTILO DE VIDA

Señalado ya el “perfil” del sujeto más “dispuesto”, más “capaz” derecibir la experiencia de Dios, y tras reiterar una vez más la sobe-rana libertad de Dios para pasar por encima de cualquier límitehumano, se trata ahora de abordar las “pedagogías” para ir traba-jando y construyendo dicho sujeto. Antes de entrar en ellas, en sudescripción básica, creo necesarias algunas observaciones impor-tantes, que comenzaré utilizando una palabra y un verbo central enel modo de vida y en la pedagogía derivada de la espiritualidadignaciana: “ayudar”.

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crecer como sujetos disponibles a laexperiencia de Dios. Lo que viene acontinuación no son, no quieren ser enmodo alguno, nuevas obligaciones,nuevas cargas, nuevas condiciones...ni tampoco seguro o garantía de na-da: simplemente son elementos deayuda que se ofrecen y que deben serutilizados por si ayudan y por quienpiense que algo de esto le pueda ayu-dar. Con ese espíritu han de ser vivi-dos para ser vividos sanamente, evan-gélicamente.

Al hablar de estas ayudas, hablare-mos de dos cosas que, aunque se en-cuentran en algunos momentos, noson exactamente las mismas: hablare-mos de estilos de vida y también deactividades concretas. Pero antes deestilos que de actividades. Por muchasrazones. La primera y principal, por-que en nuestro crecimiento como su-jetos, con el perfil al que antes hemosapuntado, el estilo de nuestra vida esdeterminante. Hay estilos de vida quenos ayudan a crecer como sujetos,simplemente por vivir de una deter-minada manera, y otros que nos lo im-piden, también por vivir de otra con-creta manera. Muchas veces heexperimentado en mí y en otras per-sonas que los bloqueos en los proce-sos “interiores”, “espirituales”, tienenque ver con cuestiones relacionadascon el estilo de vida y están pidiendocambios en el modo de vivir14. En se-gundo lugar, hablamos de estilo de vi-da antes que de actividades, porque esel primero el que da contexto y senti-do a las segundas, que no se validanpor sí mismas, sino por ayudar a sos-tener o profundizar algo que va más

allá de ellas mismas. De su sentido in-terior, hablaremos más tarde, al intro-ducirlas.

Esbocemos, pues, algunos rasgoselementales de un estilo de vida queayude al crecimiento del sujeto quehemos descrito en las páginas anterio-res.

3.2. AusteridadEs el elemento primero que a casi

todos se nos ocurriría al diseñar un es-tilo de vida que ayude a crecer comosujetos, ya no sólo de la experienciade Dios, sino de una vida humana enplenitud. Una austeridad que no es, só-lo o principalmente, eliminar aquellode nuestra vida que es superfluo o ex-cesivo (también eso, claro), sino quepretende, principalmente, el uso ade-cuado de todo aquello que nos es ne-cesario, el control de la respuesta quedamos a nuestras necesidades de todotipo: no sólo las más físicas y prima-rias (el comer, el dormir...) sino tam-bién aquellas que nuestra vida nosplantea: el trabajo y sus herramientas,el descanso y sus exigencias, la vidade relación y sus compromisos... Nose trata, pues, principalmente, de eli-minar lo superfluo, sino de tener uncriterio adecuado en el uso de lo ne-cesario: el móvil, el coche, el ordena-dor, los viajes, la televisión, etc.

En el plano meramente humano elobjetivo de esta austeridad es asegurarque, en palabras de San Ignacio, sea-mos “señores de sí”15, señores de nos-otros mismos, y que la “sensibilidadobedezca a la razón”, que no perda-mos el control sobre ningún aspecto

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de nuestra vida, que nosotros posea-mos las cosas y no que las cosas nosposean a nosotros. En un plano mástrascendente, se trata de que nada senos convierta en falso Dios, en ídoloque nos esclavice: si algo nos esclavi-za, si algo nos está ocupando el cora-zón, nos está quitando posibilidadesde abrirnos al Dios verdadero y aaquello que Él espera y busca en noso-tros. Se trata también de asegurarnuestra libertad: en una época de tan-tas y tan variadas adicciones, de ase-gurar que somos nosotros mismos losque escogemos nuestra vida.

Con la austeridad tiene que ver latradición, tan antigua en la vida ecle-sial, del ayuno, de la privación de lonecesario. “... El ayuno es el medioque utiliza el fiel para crear un espa-cio vacío en el que repose el Espíritupermitiéndonos distinguir lo esencialde lo superfluo. El ayuno de pensa-mientos, de ruido o de imágenes es tanimportante como abstenerse de co-mer... Es la libertad del hombre, su de-seo de unión con Dios y con toda lahumanidad lo que anima su gesto gue-rrero. Corresponde a cada uno sabercuáles son los ámbitos en los que leconviene ejercer este ayuno: ascesis—o ayuno— de la palabra para apren-der a escuchar; ascesis de los pensa-mientos para vivir en el presente; as-cesis en la utilización de los Mediosde Comunicación (diarios, revistas, tv,radio) para poder asimilar tanta infor-mación”16.

Un control sobre nuestras necesi-dades y las respuestas que damos aellas es un elemento imprescindiblepara un sujeto cristiano maduro.

3.3. “Orden” en las actividadesPero no sólo es importante en

nuestra cultura el control de las nece-sidades, sino también el control denuestras actividades es necesario enuna vida tan “agitada”, tan llena de de-mandas y de ocupaciones, como laque muchas veces nos toca vivir. Esun elemento a atender con preferen-cia.

Control de actividades. Hablo de laadecuada organización de aquellasque son necesarias, ineludibles; deldiscernimiento sobre aquellas quesiendo complementarias, puedan o noser útiles; de la limitación e incluso lasupresión de otras, que pueden ser in-cluso atractivas, pero que ya no “ca-ben”en la vida, salvo a costa de pagarun precio excesivamente costoso encalidad de vida humana y espiritual. Yno sólo hay que mirar a las activida-des. Se trata también de asegurar unadecuado descanso: adecuado en du-ración y forma. No sólo aquel descan-so que sirve simplemente para mante-nernos en pie o seguir trabajando, sinoaquel que es necesario para vivir elconjunto de la vida con una mínimacalidad.

La dinámica de la vida no puedeser “no parar” para caer rendidos ydescansar entonces compulsivamentepara volver a no parar. Cuando se vi-ve así, incluso trabajando en las acti-vidades más nobles y altruistas, se es-tá en el camino directo que conduce alautocentramiento y, en consecuencia,a la insensibilidad para Dios y para losdemás. Metidos en esa dinámica, sóloimportará lo que yo hago y mi propiasupervivencia, amenazada, antes que

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por otra cosa, por mi mismo y por miritmo de vida.

En el encabezamiento de este apar-tado he utilizado la palabra “orden”. Yla utilizo en el sentido ignaciano: el dealguien que tiene un proyecto de vida,un sentido y meta, y en coherencia conél, y en libertad ante las cosas, va co-locando cada cosa en el lugar que lecorresponde y utilizándola en mayor omenor medida. Pero hay un criterioclaro y firme de decisión, un eje cen-tral de la vida, desde el que se “orde-na”, se jerarquiza, se prioriza, se deci-de... Un ritmo de vida “ordenado” esnecesario para una vida abierta a laexperiencia de Dios.

En este momento de nuestra refle-xión nos topamos, además, con otrotema decisivo en nuestra cultura comoes el tema del uso de nuestro tiempo.El tiempo, que es un bien escaso y li-mitado, hay que saber utilizarlo y ad-ministrarlo de acuerdo con nuestrasprioridades vitales, sin dejar ni que senos escurra entre las manos ni que nosqueme o nos someta a presión.

Pocas cosas son tan clarificadorassobre las prioridades vitales de unapersona como el modo en el que ad-ministra su tiempo. La importanciaque damos a las cosas se manifiestanotablemente en el tiempo que les da-mos. El tiempo que les damos en can-tidad y en calidad. No todo el tiempoes igual: hay tiempo de oro y tiempobasura. ¿Qué tiempo dedicamos ennuestra vida a las dimensiones más“espirituales” de la misma, a las quetienen que ver con nuestra calidad hu-mana y con la calidez de nuestras re-laciones con Dios y con los demás? Y

qué tiempo les dedicamos, no ya encantidad, sino en calidad. A aquelloque afirmo como importante no lepuedo dedicar el tiempo basura. Dios,los demás, mi interioridad quizá nonecesitan, ni es posible, dedicarlesmucho tiempo, pero sí el mejor tiem-po.

La revisión de nuestro estilo de vi-da pasa por la revisión de nuestra uti-lización del tiempo. Y por ver si aque-llo que afirmamos como importante,como trascendente en nuestros plante-amientos se hace de verdad presenteen lo más concreto y cotidiano denuestras vidas, para que no se quedeen pura y vacía palabra.

3.4. “Espacios verdes” ennuestra vida

Los “espacios verdes” en una ciu-dad son aquellos que, desde una ópti-ca mercantil, son espacios desaprove-chados, porque no se les ha sacadorentabilidad económica inmediata,espacios que, para el negociante decorta visión, son un “desperdicio” evi-dente de terreno, pero que, desde unaóptica de calidad de vida ciudadanason, sin embargo, los más valiosos.Espacios de convivencia, de oxigena-ción, de juego, de disfrute de los sen-tidos, de gratuidad... Lo curioso esque, además, a la larga, esos espaciosson los que dan valor (también mer-cantil) a la zona en la que se ubican...

Necesitamos que nuestro estilo devida esté dotado de “espacios verdes”.Espacios de gratuidad: donde no sehaga nada directa y concretamente útilen el sentido más inmediato de la pa-

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labra, espacios a los que no se les sa-que un mal llamado “provecho” in-mediato, pero que son los que, a la lar-ga, dan calidad a nuestra vida.Espacios donde se ejercita lo gratuitoy donde se recupera oxígeno... La con-vivencia, el gozo y el cultivo de laamistad, el ejercicio del deporte, eldisfrute de la naturaleza o del arte encualquiera de sus formas, el puro si-lencio... ¡Tantos son posibles!

Estos espacios verdes en la vidatienen el efecto y el valor de liberar, oal menos de aminorar, la presión quela vida nos pone encima: nos descom-presionan y, al liberarnos de presión,o de parte de ella, nos disponen parala relación. Presionados, tensionados,difícilmente somos nosotros mismosen la relación y difícilmente la pro-fundizamos: nos puede la prisa, lapreocupación por lo que ha pasado, laangustia por lo que va a venir, ya seareal o imaginario... No acabamos deestar con el otro aunque físicamente loestemos; y seguimos estando, en elfondo, con nosotros mismos.

La relación sana con Dios y con losdemás exige una cierta serenidad departida. ¿No podemos interpretar enesta línea esa exigencia tan hermosade la Escritura de “descalzarse” antesde entrar en contacto con Dios?Descalzarse es relajarse, situarse enintimidad, renunciar de momento a“dar más patadas” (en los variadossentidos que esa expresión tiene). Contensión, incluso nuestro acercamientoa Dios es compulsivo, con lo cual loestropeamos: ¡qué difícil es entoncesaquello que decíamos, páginas atrás,de situarnos ante Dios sin exigencias,

sin condiciones, sin imposiciones...!Nuestra oración, si no nos descalza-mos de nuestra tensión, más que en untiempo de relación y diálogo, se con-vierte en un tiempo de cavilación o demonólogo con nosotros mismos sobrenuestras necesidades y nuestras an-gustias.

Hay definiciones preciosas de laoración que tendríamos que recuperar.La oración como disfrutar de Dios, laoración como descansar en Dios...Todo esto es tan gratuito, sí, pero tanhumano, tan hondo, tan transforma-dor... tan sorprendentemente transfor-mador. Disfrutar de Dios: de esaPresencia cálida, que acoge sin exigir,que nos escucha antes que hablemos ycuando no tenemos palabras para ex-presar lo que sentimos, que lava unospies que se han ensuciado caminandopor donde no debían. Sentir eso en lohondo del corazón es lo que transfor-ma. Descansar en Dios. Tanto comopadecemos, tanto como deseamos,tanta impotencia cuanta experimenta-mos, tanto fracaso cuanto nos cuestaasumir... Disfrutar de Dios, descansaren Dios: sólo será posible si antes he-mos “paseado” por los espacios ver-des de nuestra vida... ¿Y cómo pasea-remos si no los tenemos?

3.5. Aperturas al aire de afueraEs verdad que Dios y su Espíritu

pueden atravesar los muros, perocuánto más fácil será que puedan en-trar en nuestra vida si en ella hay es-pacios por donde pueda entrar lo quehay fuera de nosotros mismos, aque-llo que es distinto y por donde nos

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venga el Distinto, el Otro. Encastilla-mientos físicos, mentales, personalesno favorecen la entrada de Dios.

¿Porqué nos encastillamos? ¿Porqué protegemos con vallas de todo ti-po nuestras vidas? ¿Por qué tanta vi-deocámara, guardia de seguridad, có-digos secretos para entrar o para salir?Por miedo a que nos puedan agredir,a que nos hagan daño. ¿Qué sentidotiene tener miedo a Dios, a no ser quenuestro Dios ya no sea el de Jesús?...Por comodidad, para que no nos mo-lesten, para que nos dejen en paz connuestra vida y con las comodidades denuestra vida: dejados a esa tendencia,falta el aire, nuestra vida se va ha-ciendo raquítica, despreciable, caren-te de frescura y de verdor, insípida...Para que los que vienen de fuera nonos quiten lo que tenemos, lo que esnuestro, lo que nos ha costado años yaños, quizá siglos, conseguir: trabajo,seguridad, modos de hacer y de vivir,salud...: como si algo de lo que tene-mos , y especialmente aquello más va-

lioso que tenemos, no lo hubiéramosrecibido de otros, como si aquellosque vienen de fuera no tuvieran nadaque aportarnos, nada con que enrique-cernos... precisamente en aquellosámbitos en los que más carecemos.

¿Y tiene esto algo que ver con laexperiencia de Dios? Creo que sí.Está bien comprobado y sobrada-mente demostrado que los encastilla-mientos exteriores provocan aisla-mientos interiores, rigideces,ensimismamientos bastante patéti-cos, porque acabamos creyendo quela realidad es nuestra realidad: “¡Yotengo las ideas claras, no me moles-ten con hechos!”. Por eso es necesa-rio que dejemos en nuestro ritmo devida espacios para que otras perso-nas, otras realidades, otros modos deentender el mundo y la vida se haganpresentes. Ellos van a ser muchas ve-ces el instrumento con el que Dios vaa tocar y quebrar nuestra seguridad,disponiéndonos, de modo a vecesmuy radical, a recibirle.

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La finalidad de la ascesis es ayu-dar a mantenernos en una situación deagilidad espiritual: es, pues, una fina-lidad positiva. En absoluto se trata demartirizar, hacer sufrir, machacar a lapersona... Es posible que algunasprácticas representen una dificultadpor no ser habituales, pero no tienenporqué ir unidas, necesariamente, al

dolor. Es más, algunas de ellas puedenser incluso agradables y placenterasfísica o espiritualmente. Otras son in-diferentes. Otras significan un esfuer-zo que se asume de buena gana en fun-ción del fin que se pretende.

Es el fin que se pretende, el objeti-vo a alcanzar, el estilo de vida a po-tenciar el que les da sentido y el que

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4. PEDAGOGÍA: LAS “ACTIVIDADES”

Entramos ya en la parte final de nuestra reflexión, en la que indi-caremos, muy someramente, algunas “prácticas” o actividades quepueden ayudar al disponerse del sujeto para la experiencia de Dios.Ejercicios concretos que pueden contribuir a una mayor agilidadpersonal y espiritual, que pueden ayudar a consolidar y conformarestilos de vida idóneos. Es aquello que, en otros momentos y con-textos, se ha llamado “prácticas ascéticas”, “ascesis”, con una pala-bra que hoy suscita, de entrada, un cierto recelo o desconfianza.Por eso creo necesario hacer también algunas sencillas observa-ciones previas.

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determina la elección por cada perso-na de unas u otras. Tampoco en estecaso se trata de que todos lo hagamostodo, sino de que cada uno de nosotrosescoja aquellas que le puedan ayudary movilizar en cada uno de los mo-mentos y circunstancias de su vida. Deahí la insistencia ignaciana de que ladecisión sobre la ascesis personal, so-bre las “penitencias” incluso, sea unadecisión tomada en contexto de acom-pañamiento.

No vamos a proceder a presentarahora un listado, más o menos amplio,de posibles actividades. Haremos algomás sencillo: guiados de la intuiciónignaciana, a partir del modelo que élpropone en las Constituciones de laCompañía de Jesús para formar jesui-tas, sugeriremos unas líneas y pro-puestas universales de actividades yejercicios17. Puede sorprender que to-memos este punto de partida, que apli-quemos unos principios pedagógicospensados sólo para unos pocos (los je-suitas) de un modo tan amplio; perorecordemos que lo que Ignacio pre-tende en la formación espiritual del je-suita no es otra cosa que formar per-sonas capaces de encontrarse conDios en todas las cosas.

Según el planteamiento ignaciano,habría cuatro grupos de actividades acuidar y potenciar:

a) Aquellas que tienen que ver conel cuidado de la vida “interior”

Son las habituales de una vida cris-tiana medianamente seria y compro-metida: la oración, en sus diversasformas, la participación en los sacra-mentos, la vida litúrgica... Dentro de

este apartado hay una que Ignacio re-comienda de modo particular: el “exa-men”: un examen hecho con frecuen-cia y periodicidad. El examenignaciano no es tanto un ejercicio“moral” en el que la pregunta clave espor mí y por lo que yo he hecho bieno mal, cuanto un ejercicio “contem-plativo”, de atención, en el que el pro-tagonista es Dios y la pregunta es porel paso de Dios, por el toque de Diosen la vida concreta que voy viviendo,con sus circunstancias, personas,acontecimientos... En ese contextotambién me pregunto, obviamente,por mi relación con Dios.

b) Aquellas que ayudan a “adel-gazar” mi ego

Nos hace falta también una gim-nasia de mantenimiento espiritual queconsiste, básicamente en “adelgazar”el ego, en impedir que nuestro ego noengorde demasiado y nos quite todaagilidad espiritual. Un ego engordadoes absolutamente insaciable: nuncatiene bastante y aprovecha cualquiercircunstancia y ocasión para afirmar-se. En esa línea van las “pruebas” queIgnacio propone en su modelo de for-mación (servir en hospitales, peregri-nar pidiendo limosna, hacer oficioshumildes en casa...). No son pruebaspara dar sensibilidad social (aunque laden), sino pruebas para ejercitar lahumildad, la disponibilidad, el dejar-se ayudar, la confianza, la aceptaciónde carencias, el depender de otros... Sutraducción actual: no tanto ni sólo ac-tividades de servicio “social”, sinoaquellas que me hagan experimentarmis limites, mi debilidad, mi impo-tencia, mi necesidad de los demás...

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c) Aquellas que me llevan a expli-citar y compartir la fe

Con un matiz importante enIgnacio: no sólo con quienes me en-cuentro a gusto, o me siento al mismonivel, o con auditorios fáciles en laalabanza y el aplauso, porque estánpreviamente convencidos; sino másbien en contextos donde explicitar lafe no es fácil, ni cómodo, ni lleva a

triunfar... Donde se supedita la propiabrillantez o éxito a las necesidades deotros.

d) El acompañamientoComo forma de apoyo básica para

ayudarme al discernimiento que todavida cristiana pide y a la transparenciaque es camino seguro en la búsqueday el encuentro con Dios.

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1. Ver el artículo, ya clásico, de Karl Rahner“Espiritualidad antigua y actual” en Escritosde Teología VII, pp. 13-35.

2. Autobiografía de San Ignacio, nº 99. En Obrascompletas de San Ignacio, 5ª ed. BAC,Madrid, 1991.

3. Ver las Constituciones de la Compañía de Jesús,en Obras Completas de San Ignacio, especial-mente la parte III de las mismas dedicada a laformación espiritual del jesuita.

4. Ferrán Manresa: La oración con el sentimientode una Presencia, cuaderno 18 de laColección “Ayudar” de EIDES, p. 4.

5. Teilhard de Chardin El medio divino, p. 151-152.6. Ejercicios Espirituales de San Ignacio, en

Obras Completas, nº 336.7. P. Luis González de Cámara, Recuerdos igna-

cianos. Memorial, en Col. MANRESA nº 7,Ed. Mensajero- Sal Terrae, nº 196.

8. Juan Martín Velasco: La experiencia cristianade Dios, Ed. Trotta, Madrid, 1996, p. 34.

9. La “aplicación de sentidos” es un ejercicio ora-cional que San Ignacio propone reiteradamen-te en los Ejercicios para profundizar en elconocimiento interno y en la relación amorosay de seguimiento con Jesús.

10. Trinidad León: “Experiencias de Dios en lavida cotidiana”, Proyección, año LII, nº 217,abril-junio 2005, p. 171.

11. Timothy V. Vaverek: “Ascética cristiana: libe-rarse de la influencia destructiva del consu-mismo”, Houston Catholic Worker, vol. 21, nº1, enero 2001.

12. Ignacio subraya en la “Contemplación paraalcanzar amor” con la que finalizan susEjercicios Espirituales que “el amor consisteen comunicación de las dos partes” (nº 231).

13. Ver las reflexiones de Xavier Melloni en Lamistagogía de los Ejercicios, Col. MANRESA,n.2 24, Ed. Mensajero-Sal Terrae, pp 194-195.

14. Ignacio advierte al director de Ejercicios queen muchos bloqueos de la experiencia espiri-tual lo que hay que revisar es el comer, el dor-mir, etc... Ejercicios, nº 89.

15. Ejercicios Espirituales de San Ignacio nº 216.16. Xavier Melloni, Itinerario hacia una vida en

Dios, cuaderno nº 30 de la Col. Ayudar deEIDES, p. 15.

17. Ver Constituciones de la Compañía de Jesús,nºs 64-70.

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NOTAS

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