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Esto es una historia real, contada a este autor por la persona quien lo vivió para que fuera escrita y nunca olvidada, para que los gobernantes comprendan el alcance de sus palabras y sus hechos, para que los pueblos aprendan y reclamen el lugar que les toca por derecho. Periplo azaroso e ilegal de una pareja de jóvenes cubanos desde la carcelaria Cuba hasta Quito, Ecuador, luego hasta Miami, Florida. USA. Medio mundo en busca de la libertad con la muerte pisándole los talones. documento es CRÓNICA DE UN VIAJE DESESPERADO I. Relato. e-MARO

CRÓNICA DE UN VIAJE DESESPERADO I. · Patricia González es una mujer pequeña y frágil, bonita, pero con mucha fuerza de carácter y decidida como pocas. Apenas salida de la adolescencia,

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Esto es una historia real, contada a

este autor por la persona quien lo

vivió para que fuera escrita y nunca

olvidada, para que los gobernantes

comprendan el alcance de sus

palabras y sus hechos, para que los

pueblos aprendan y reclamen el

lugar que les toca por derecho.

Periplo azaroso e ilegal de una

pareja de jóvenes cubanos desde la

carcelaria Cuba hasta Quito,

Ecuador, luego hasta Miami,

Florida. USA. Medio mundo en

busca de la libertad con la muerte

pisándole los talones. documento es

material historiográfico de Primera

Fuente.Salida de Cuba hacia

Ecuador: 21-7-2010.Llegada a los

EE UU: 25-10-2012.

CRÓNICA DE UN VIAJE DESESPERADO I. Relato.

e-MARO

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Relato. Bestseller Internacional.

CRÓNICA DE UN VIAJE DESESPERADO I. Autor: E-MARO. La Habana. Cuba. 2014. Esto es una historia real, contada a este autor por la persona quien lo vivió para

que fuera escrita y nunca olvidada, para que los gobernantes comprendan el

alcance de sus palabras y sus hechos, para que los pueblos aprendan y reclamen el

lugar que les toca por derecho.

Periplo azaroso e ilegal (uno de los primeros) de una pareja de jóvenes cubanos

desde la carcelaria Cuba hasta Quito, Ecuador, luego hasta Miami, Florida. USA.

Medio mundo en busca de la libertad con la muerte pisándole los talones. Este

documento es material historiográfico de Primera Fuente.

Salida de Cuba hacia Ecuador: 21-7-2010.

Llegada a los EE UU: 25-10-2012.

Personajes principales: Juan Pérez. 24 años. Patricia González. 20 años de edad.

(Nombres no reales).

(Este libro fue publicado digitalmente por freeditorial.com/es en el 2016-17. En este

primer año se mantuvo sostenidamente siete meses en el primer lugar contando las

descargas en un concurso en esta casa editorial. Fue el libro más descargado en Internet

en español desde mayo hasta principios de diciembre.) En el 2018-19 ha sido

republicada otra versión extractada en la misma página web.

Sinopsis: Medio Planeta en busca de la libertad. Recorrido de doce días Quito-Miami:

Del 12 al 25 de octubre del 2012.

Patricia González es una mujer pequeña y frágil, bonita, pero con mucha fuerza de

carácter y decidida como pocas. Apenas salida de la adolescencia, se ha casado con Juan

Pérez (el apelativo más común en la isla), más o menos de su misma edad y

características. Ambos blancos latinos deciden escapar del país aprovechando las

nuevas regulaciones migratorias más flexibles, que no son aún las de febrero del 2013.

En cualquier otra nación emigrar es casi siempre cuestión de contar con el suficiente

dinero; en Cuba es traición a la patria, a la ideología, a su pueblo, y con tal gravedad

físico legal hay que asumir el escape.

A partir del año 2010, después de 51 años de fronteras cerradas, se puede viajar desde

Cuba hasta algunas naciones sin necesidad de visados y un difícil permiso oficial

llamado Carta Blanca. Entre estos está Ecuador, donde el Presidente Correa ha adoptado

esta medida como expresión de buena voluntad de su gobierno para con los cubanos. En

un muy breve lapso de tiempo, apenas unos meses, más de doscientos cincuenta mil

cubanos residen en las ciudades ecuatorianas sin papeles, ilegales, con temor a hablar en

voz alta pues su acento los delata. Otros muchos viajan allí en busca de ropa, piezas,

partes automotrices y electrónicas, para retornar a la isla con esa mercancía destinada al

gran mercado sumergido que sustenta la nación.

Esta pareja emigra. Primero Juan se marcha a Quito con unos pocos dólares y un inútil

pasaporte cubano. Vive precariamente, pernoctando inicialmente en los portales, hasta

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cuando consigue un trabajo y un minúsculo departamento con una cama y una TV. Tras

un año obtiene con subterfugios una Carta de Invitación para su esposa y esta se le une.

Ella logra un empleo y se les facilita su estancia. Tras otro año de mejora permanente,

Correa amenaza públicamente con deportar a todos los cubanos que sean hallados en el

país sin documentos legalizados. La pareja, atemorizada ante el muy probable hecho,

decide viajar a los Estados Unidos, nunca a una Cuba derrotados una vez más por el

sistema. Les toma doce días inimaginables atravesar media Suramérica, toda la zona

Centro y parte de los EE UU. Otra vez la realidad supera a la ficción.

Una aventura de las grandes experimentada por una joven pareja de cubanos. No hay

nada de ficción. Este autor solo ha vertido a la literatura una alucinante vivencia real

escrita de puño y letra por sus protagonistas. Escapistas cubanos pero esta vez a través

de las selvas tropicales de Centro América y del peligrosísimo México. El autor se ha

restringido a los hechos, sucesos e itinerario del manuscrito original. Los nombres de las

personas y algunos lugares han sido cambiados para evitar contratiempos y represalias a

los protagonistas reales. Este tipo de contrabando humano probablemente aún sucede

cuando usted lee estos hechos.

Capítulo 1. Introducción.

Nunca estuve pensando mucho dónde vivía hasta cuando comencé a apreciar a los

varones en su justa presencia masculina y a percatarme de que me agradaban en una

forma lasciva. Que me embobecía observándolos hasta cuando ellos se fijaban en mí por

pura curiosidad. No soy bonita, ni alta, ni visto y calzo un cuerpo escultural como para

que la mitad del planeta voltee la cabeza cuando acabo de pasar. Soy simplemente una

mujer pequeña, joven, y como todas bella en mi propia manera, con mis propios

artilugios y mañas para llamar la atención cuando me lo propongo. También cuando me

decido y coloco todo mi esmero en lograr algo no hay vaca que se coma la yagua si está

destinada para mí, y si no lo está, también, que cará.

Mi madre vivía en los arrabales del Paradero del Mirador del Diezmero en el municipio

San Miguel del Padrón en La Habana, lo que es decir en el culo del mundo. Las calles

del reparto estaban trazadas pero solo delimitadas por las paredes de las viviendas o las

cercas de los más pudientes. Muchos años después se enterraría un alcantarillado,

apropiadas tuberías para el agua, y se les engalanarían con aceras y asfalto de gravilla y

chapapote para que pareciera una zona más o menos habitable.

Vivíamos en una casita lo suficientemente amplia de madera y techo de fibrocemento,

muy común en las edificaciones personales por su baratura y perdurabilidad, incluso lo

manteníamos décadas después cuando los asbestos dejaron de utilizarse en el resto del

planeta por ser un comprobado agente productor de cáncer en los pulmones y otras

desgracias.

Mi abuela materna es una mujer trigueña de ojos azules muy de la clase que se ve en

los países escandinavos, en especial Finlandia. Mi abuelo una especie de jabao mediano

que pasaba por rubio con los ojos verdes. Ambos nos adoraban a mí y a mi hermana, un

par de años mayor que yo. Mi papá es un profesor de cultura física que fue lo único que

aprendió a hacer con éxito en su vida pues se ha conservado atlético y delgado, sin

perder el pelo y casi sin canas, hasta muy entrada su madurez.

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En el Paradero del Diezmero lo único constante eran el rugido de los motores de los

ómnibus de las rutas 8, 10, 11 y 12 que salían a intervalos regulares de sus

estacionamientos, los chismes gritados de cuadra a cuadra por las señoras del barrio, y

las broncas de la juventud, casi toda inmersa en una moda llamada por entonces

Ambientoso, Guaposo o finalmente hoy Repartero, lo cual su esencia ideológica

consiste en que los hombres pretendieran, en público, ser irresponsablemente valientes y

arrojados cuando se trataba de enfrentar los pequeños problemas cotidianos, haciendo

alarde de machismo y de una fortaleza de cuerpo y alma que generalmente no poseían.

Pero yo era una niña y aquellas actitudes me divertían entonces. Cada zona de la ciudad

estaba señalada con una de estas actitudes peculiares, siendo la otra alternativa

totalmente opuesta, causante de frecuentes enfrentamientos y riñas tumultuarias, la de

los hippies criollos, jóvenes que se dejaban crecer el pelo hasta donde pudieran y

vestían todo lo estrafalario y sucio que consiguieran. Los Guaposos asistían

asiduamente a los Piragüitas del Prado casi frente al Capitolio, famoso lugar, y los

peludos a la Rampa.

Mi escuela estaba precisamente a la entrada del reparto, justo donde salían las guaguas.

Era una edificación espaciosa de bloques y techos de placa, bien pintada y con amplio

patio de tierra que nos encantaba a todos, en especial cuando salían las guaguas General

Motors del paradero con sus motores a tope y se detenían para siempre atragantarse de

pasajeros en rumbo a La Habana Vieja o el Vedado. Todos nos deteníamos no

importaba lo que estuviéramos haciendo, para observar cómo se rellenaba el largo

ingenio de acero y cristal hasta cuando este partía sin mucho aviso, dejando una estela

de humo y olor a aceite quemado. Ese era mi mundo, hasta cuando llegó el Pre.

Para asistir a esta escuela de Preuniversitario, tenía que salir de mi restringido universo

infantil y trasladarme hasta la Virgen del Camino, como se llama a la rotonda donde hay

una estatua de tal señora bajo una especie de bonito mausoleo que no muchos conocen

si no residen cerca.

Ahí fue donde comencé a fijarme en los muchachos, ya con otra mirada más

discriminatoria, hasta cuando encontré a mi marido. Por supuesto que él ni se lo

imaginaba, pero yo lo marqué apenas lo vi conversando con sus colegas sin siquiera

haberse percatado de mi existencia, pero ya caería. No era muy ducha en estos

menesteres y como ya les dije no hacía oleaje al pasar, pero mis mañas ocultas tenía. Me

iba bien en los estudios. Él iba dos años más avanzado que yo y para cuando se vio

obligado a saltar a la universidad ya era mi novio pedido. No tenía escapatoria. Yo soy

Patricia González con 20 años de edad y él es Juan Pérez, con 24 para cuando les cuento

esta historia.

Para entonces mis abuelos se habían sorpresivamente separado en buenos términos y

vivíamos con mi abuela en un apartamento de cuatro cuartos en un quinto piso en la

periferia del Reparto San Matías, no muy lejos de la zona original.

Juan nunca logró matricular en la Universidad a pesar de que en aquella época todo el

mundo lo hacía, pero tuvo la suerte de ingresar a trabajar en una gran tienda por

departamentos donde se vendía en Cuc, o divisas, y las propinas, multas e inventos eran

lucrativos. Alcanzaban para vivir cuando apenas finalizaba el tristemente recordado

Período Especial. Yo me graduaba de Especialista en Contabilidad, al igual que mi

mamá lo había hecho antes, y me colocaba como empleada en una empresa proveedora

de materiales de construcción con un salario imperceptible y un montón de exigencias

laborales.

Él vivía con su mamá y una tía en un pequeño departamento en la calle Acosta en Diez

de Octubre, Ciudad de La Habana. La zona es mucho más céntrica y movida, pero no

había espacio para otro matrimonio, así que había que esperar. Pronto mi papá se

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enamoraba de otra mujer y se iba alegremente a vivir con ella a un costado de la

estancia donde vivió el viejo Hemingway. Mi mamá se resintió, pero pa lante. Continuó

con su vida como si tal cosa. Yo la observaba mucho y admiraba su carácter fuerte

estilo Samurái que no dejaba entrever sus tristezas en público.

Del apartamento en el quinto piso con vista al bosque periférico de la ciudad nos

mudamos a una casita independiente en bajos, pero mucho más pequeña, en el reparto

Caballo Blanco, todo aún dentro del Municipio San Miguel. Aquí comenzamos a

ampliar un poquito aquí, un rinconcito por allá hasta, cuando por esta fecha que les

narro los acontecimientos, es toda una residencia con tres cuartos, garaje, y un patio

trasero con piso y techo suficiente para que los nietos jueguen con sus bicicletas.

Incluso el gobierno ha asfaltado las calles después de haber renovado las tuberías.

Parece que es algo que nos sigue. Es bueno.

Entonces nos casamos. Ya teníamos un cuarto donde vivir con privacidad. Mi hermana

había atrapado a un peruano quien había sido seleccionado en su apartada comunidad

indígena para venir a estudiar gratuitamente medicina en nuestro país como miembro de

la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM). Ella es todo lo contrario a mi

persona, es más bien callada y conservadora, pero ambas por alguna razón desconocida

en nuestros genes tenemos rasgos de japoneses, aunque muy ligeros.

El peruano, aplatanándose rápidamente, le hizo un hijo y también se casaron para hacer

una pareja estable. Ahí comenzaron los problemas. El peruano, a quienes todos le

llamaban Tony aunque su nombre era algo originario, raro y difícil de pronunciar,

comenzó a contarnos historias de su nación y a explicarnos las formas cómo vivían en

su pueblo. Esto comenzaba a despertarnos la curiosidad de saber qué existe más allá del

mar que nuestros medios no nos ilustran.

Tony proviene de una familia humilde pero pudo ir un par de veces a su país de

vacaciones cuando nacía Tonito, y trajo gran cantidad de boberías imprescindibles que

les regalaron los alegres familiares del Perú antes de volver. Después, debido a que

Tony no es nada bobo, retornaba a su país con frecuencia para volver cargado de

pacotilla que las cuatro mujeres de la casa vendían rápidamente al por mayor a los

poseedores de mesitas detallistas legales o no (las cuales fueron eliminadas por el

gobierno forzosamente en diciembre del 2013). Con esto se fueron haciendo camino,

pero Patricia comenzó a pensar en grande. En ocasiones se quedaba absorta cavilando,

perdida en su universo del cual no le contaba ni a su marido. Su salario, como el de su

madre, apenas alcanzaba para comprar los alimentos que llegaban a la bodega

subsidiados por el gobierno, pero muy insuficientes. Su hermana y su abuela son amas

de casa.

En el 2007 llega Raúl al poder en sustitución de su hermano dictador y algunas cosas

comienzan a cambiar aunque muy despacito. Asimismo algunas naciones amigas abren

sus puertas a los cubanos para que estos colegas de ideología puedan viajar a sus países

sin requerimientos de visados. De todas formas nuestra ley migratoria era muy estricta y

casi nadie podía viajar si no conseguía previamente un ominoso permiso cubano

llamado Carta Blanca y una visa de residencia en cualquier otro lugar, en especial los

Estados Unidos, nación con el nivel de vida más alto del planeta y con una ley que

beneficia mucho a los cubanos recién llegados.

Paulatinamente el gobierno va colocando sus maquillajes aquí, sus curitas legales allá, y

Tony el peruano se gradúa de médico general, pero no se va de vuelta a su pueblito.

Decide y le permiten hacer una especialidad por vía directa en Cuba (no asistir dos años

de servicio social en los montes intrincados de la isla), eso es raro para los nacionales,

pero como Tony es extranjero… Se mete de a lleno a conseguir una especialidad de

Neurocirugía. Tiene tanta suerte el Machu Pichu (sin ofensas) que apenas comienza, el

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gobierno altera la ley y decide pagarles a los estudiantes de especialidades extranjeros

dentro de Cuba la astronómica cifra de novecientos Cuc mensuales, pero a su vez ellos

tendrán que pagar doce mil de vuelta a su facultad cuando se gradúen y retornen a sus

lugares maternos.

Tony es ya todo un cubano más, habituado a la vida en esta nación, pero le permiten

traer desde su país, (aquí no las venden) una buena computadora y adquirir una cuenta

de acceso a Internet, solo permitida a los extranjeros residentes.

Patricia, su marido, y todos los demás dentro de la casa, a través de la red de redes y sus

servicios, comienzan a tener un raro acceso al universo exterior, globalizado y

capitalista, del cual tan poco conocen. Patricia…bueno, me maravillaba a cada instante,

sobre todo cuando me sentaba a la mesa a cenar nuestro arroz con frijoles y pollo en

fricasé y en la computadora salía uno de esos programas de cocina con platos raros, o

acabábamos de llegar de la calle cansados, agotados y sucios del camino y veíamos de

inmediato las limpias y elegantes ciudades europeas. Aquel conocimiento hizo nacer

una decisión en mí.

“Juan. Nos vamos del país en cuanto podamos.” Me dio gracia porque Juan se

sobresaltó. Nunca lo había pensado. “No sé cómo, pero ya aparecerá la vía.” Le dije.

Por aquellos días el Presidente Correa anunciaba en la TV que los cubanos podrían

viajar a Ecuador sin necesidad de visados. Ya se hablaba en Sur y Centro América de

integración y esta es una de las señales palpables que el economista graduado en

Harvard quería adelantar como ya les dijimos, indicación de buena voluntad.

Súbitamente los primeros aventureros exploradores se montaron en un avión y se fueron

a Quito no para emigrar, sino para adquirir con dólares efectivos adquiridos en Cuba,

pacotilla en los diversos pulgueros de la ciudad y devolverse a la isla para vender la

mercancía en forma mayorista con buen margen de ganancias, pues la Aduana permitía

a los nacionales pagar, cada vez que ingresaban, los derechos y aranceles en moneda

Cup, es decir, muy barato. Conseguir un pasaporte para viajar costaba diez Cuc y algo

más localizando los antecedentes penales como único requisito, pues no había

oportunidad de ir a muchas más naciones con estas características. Las otras eran Haití

destrozada por el terremoto del 2010, y algunas remotas e impensables repúblicas y

reinados africanos o asiáticos.

Otros muchos comenzaron a ir y a no retornar. Yo pensé, si algunas personas se van a la

ciudad de Santiago de Cuba a dormir en los portales con una moto entre sus piernas

para laborar como taxi de diez pesos cualquier distancia. Así se pasan semanas hasta

cuando encuentran un rincón donde vivir, o una novia que los acomode, ¿por qué no

Juan podría ir como avanzadilla a Quito e intentar establecerse allí de alguna manera,

aunque fuera ilegal? Aquí estábamos pasando las de Caín. Si le iba mal siempre podría

retornar en el próximo vuelo y aquí nada había pasado.

Juan sale para Ecuador el 21 de julio del 2010, solo, nervioso y apendejado, con unos

pocos dólares que había logrado sacarle a la tienda en Cuc donde laboraba. En Cuba es

tiempo de vacaciones escolares y nadie trabaja. No se nota la ausencia de un ciudadano

menos. La única persona que lo despide, con el corazón estrujado, soy yo su mujer

Patricia Gonzáles. Me quedo con el alma encogida pero contenta en la entrada al

aeropuerto Internacional José Martí mientras observo el aparato de Avianca despegar.

Una de las situaciones que ha provocado la decisión de que Juan se vaya a explorar

otros mundos para ver si detrás salimos nosotras, es el anuncio del gobierno de que va a

desemplear a millón y medio de personas de sus instituciones y empresas. Esto es la

tercera parte de la fuerza laboral en esta isla. Lo peor de todo resulta que el señor

compañero negro Secretario General de nuestra Central de Trabajadores de Cuba,

organizada, financiada y patrocinada por nuestro gobierno, se ha dado a la tarea de

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arengar a las masas de trabajadores a que acaten de buen talante los despidos masivos.

De más está decir que en Cuba no existe derecho a la huelga desde cuando se instauró la

Constitución de 1976. Salvador Valdez Mesa, el Secretario General negro, habla de que

hay que entender la situación de crisis mundial y los daños que presiona el Bloqueo

Imperialista que hacen a nuestro ejecutivo navegar en mares peligrosos y nadar en

eternas crisis financieras. Hay que callarse la boca, apretar el culo y darle a los pedales,

expresión popular. A mi mamá y a mí nos enviaron para la casa hasta nuevo aviso. Nos

desemplearon. Nada de reubicaciones posibles, ni propuestas de subsidios, ni

protección financiera por algunos meses. Nos pagaron el salario que habíamos ganado

en el mes junto a las liquidaciones acumuladas del 9,09 (vacaciones) y para la calle a

ver cómo resolvíamos.

Por supuesto que tampoco resolvimos nada, pues el empleador universal en esta nación

hasta hoy ha sido el gobierno y ahora intenta desembarazarse de todo el lastre que ha

generado en cincuenta años de burocracia y pésimas leyes económicas socialistas. En

otras naciones este anuncio de cesantías descomunales habría generado grandes huelgas,

desorden y enfrentamiento en las calles con las fuerzas represivas, pero en Cuba nadie

chistó, aunque el mundo entero se horrorizó y habló por nosotros. Ya con el proceso de

despidos en marcha, el ejecutivo ordenó a los medios informativos nacionales olvidar el

tema y no se habló más de esto. Según parece los burócratas pretenden que todas esas

personas que son lanzadas a la calle después de estar acostumbradas toda la vida a

depender de un salario, malo y cortico, pero sostenido, ahora tendrán que vérselas a

solas con el enemigo. Para esto haría falta mucha ayuda y abundantes concesiones por

parte de los gobernantes y no creo que ese sea el caso. A Valdés Mesa como premio lo

hicieron vicepresidente del país en las siguientes elecciones.

Juan llamó la primera vez. Fui yo quien contestó el teléfono por ser la más cercana al

aparato. Veíamos un poco de televisión. Qué alegría me produjo el escucharlo. Hacía

una semana que no sabíamos nada de él. Nos dijo que se había conseguido un trabajito

fregando platos por la izquierda en un restaurante y le pagaban unos dólares con los que

había comenzado a buscar un alquilercito barato, lo más sencillo que pudiera para

continuar ahorrando y llevarme a mí para allá. Ya yo solicité mi pasaporte y espero que

me lo entreguen sin muchas preguntas en las oficinas de emigración. Le dije. Él está

loco por verme. Me imagino, si se fue casi sin acabar nuestra luna de miel. A mí

también me sucede algo parecido, pero ahora él tiene que buscarse lo que necesita para

su sustento y reunir un poco más de setecientos dólares para mi pasaje de ida y de

vuelta. Tiene que ser así, un pasaje redondo, sino no te dejan bajar en Ecuador o abordar

aquí, algo de eso.

Capítulo II. Aún en La Habana.

La juventud de esta isla se pone cada vez más grosera. Creo yo. Yo soy joven pero no

comparto eso de Descargar que tan de moda se ha puesto entre los muchachos del Pre y

hasta los de la Universidad. Pasan y te miran con descaro, como si te estuvieran viendo

desnuda y algunos se expresan muy rudamente. Los jóvenes, e incluso los adolescentes

de secundaria, se unen en parejas sin que medie mucho acuerdo previo y se disfrutan

mutuamente hasta llegar a tener sexo sin que exista ningún tipo de relación previa o

posterior. Cero compromiso. Después cada quien por su lado. Los homosexuales

también ocupan cada vez más espacio y se manifiestan con mayor desafío

públicamente, peleando por un lugar en la sociedad la cual nunca los aceptó. Hoy los

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ves sin recato alguno conversando en grupos heterogéneos en sus lugares de reunión sin

que nadie los moleste. La propia hija del gobernante Raulito los protege con el famoso

Cenesex, aunque este tiene sus lagunas, pues aceptan de todo, menos a los

homosexuales disidentes.

Tú los escuchas, a los adolescentes, y ya casi nadie habla de casarse a la antigua con

velo y corbata ante notario y menos el cura. Esa imagen ya suena hasta medio estúpida

cuando las relaciones interpersonales cuentan con tanta libertad. Otra cosa es que

nosotros la juventud no contamos con lugares donde ir a divertirnos y tampoco tenemos

el dinero suficiente para asistir a los pocos centro de recreo diseñados para turistas con

un poder adquisitivo que por lo elevado no tiene que ver nada con nosotros. Ni hablar

de los hoteles imposibles por supercaros.

Nadie quiere hijos. Incluso Juan y yo decidimos que no es momento de pensar en ellos

cuando nuestro futuro es tan incierto. Primero tendríamos que lograr salir ambos del

país y asentarnos en un lugar definitivo. Entonces veremos. Tener un muchacho en

Cuba es un gran problema como le sucede a mi hermana. Menos mal que Tony el

peruano le está ayudando con el poco dinerito que puede enviarle su familia de en

medio de los Andes en el Perú. No hay casi alimentos apropiados que darle, no se

consigue el ajuar necesario para esas edades tempranas cuando se cagan y se mean sin

avisar, etc. Son muchos poquitos reunidos en un enorme dolor de cabeza. Por eso Cuba

tiene el indicador de más baja de natalidad del planeta en estos momentos cuando la

primera expectativa de vida de la juventud es escapar. Huir hacia cualquier parte de

cualquier forma que aparezca en el momento más cercano.

Hoy he ido hasta la Virgen del Camino para ver si puedo conseguir algunos alimentos

diferentes para cambiar un poco la dieta de arroz con frijoles todos los días. Allí hace

años que existe una especie de mercado industrial informal que me he encontrado vacío.

La oferta de viandas, hortalizas y legumbres es pobre en las tarimas del mercado

agropecuario justo detrás del mausoleo de la Virgen. Las dos tiendas en moneda

convertible Cuc están casi peladas. ¡Qué miseria! En los últimos tiempos se nota un

cierto desabastecimiento en los mercados liberados o en divisas. De cuando en cuando

se pierde algo como los jabones. Cuando estos reaparecen en los anaqueles, se pierde el

detergente, el desodorante, o los huevos liberados, y así, siempre falta algo y la lista

aumenta. Ya hay ausencias crónicas como la carne de res, los mariscos y pescados de

agua salada. Y eso que somos una isla.

Me monté en el P7 de vuelta y se ven bastante acabaditos. Ni siquiera tienen cinco años

de uso y ya parecen estar en las últimas. El acordeón de tela que une las dos partes del

ómnibus articulado está muy sucio, huele a orine y produce un ruido incómodo mientras

se arrastra por el asfalto. El motor deja escapar un abundante humo negro y apestoso. La

pintura se destiñe y se le cae en pedazos de las paredes exteriores, pues parece que los

chinos utilizan demasiada masilla para esconder las deformidades de la carrocería, la

dejan muy gruesa y esta con nuestro clima se seca, se cuartea, y se cae con el

estremecimiento de los baches. Al inicio cuando los trajeron nuevos pasaban cada tres

minutos. Ahora pasan cada cuarenta cuando están buenos.

Hoy la moda es detener el vehículo media cuadra antes de la parada oficial y dejar bajar

a las personas. Luego cierran las puertas posteriores y se acercan un poco más para

permitir solo acceso por la puerta delantera. El Chofer, también muchas veces uno o dos

ayudantes hombres, e incluso mujeres, recogen el dinero debajo antes de subir, como

para que no se quede nadie sin pagar, y le piden al chofer que abra entonces las puertas

de atrás para que aborden los que ya pagaron. Poco del efectivo recolectado va a parar a

la alcancía. Eso lleva sucediendo meses y nadie se preocupa. Cada día estamos peor. Al

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final resulta que este proceder está autorizado por la empresa, a mi modesta opinión,

resulta aún más ilógico.

Las calles también están insufribles y en algunos lugares se han hecho intransitables

debido a los grandes baches. Solo algunas vías importantes se mantienen en regular

estado. Lo más grave es comprobar que el servicio de reparación y mantenimiento de

vías está ausente de toda la capital y nadie hace nada por la ciudad. En otras urbes es lo

mismo. El P7 avanza hasta la segunda parada del Caballo Blanco y desciendo.

Ahora que me bajé y he cruzado la Calzada, veo a un par de personas no demasiado

viejos metidos de cabeza dentro de uno de los tanques de basura de la esquina. Son

buzos. No de los que se van al mar a pescar o buscar tesoros, sino los que registran la

basura en un intento por encontrar algo que todavía pueda ser vendido a cualquier

ingenuo, o algún alimento que no esté demasiado malo. Otros recolectan las laticas de

aluminio que se pueden vender en los puntos donde las compran para reciclar o las

botellas de vidrio o plástico.

Ambos cuando escuchan mis pasos sacan el medio cuerpo de dentro del contenedor y

me observan con detenimiento. Comprueban que no soy una inspectora o una policía.

Ambos son blancos, están muy sucios y tienen esa coloración en el rostro que identifica

a los alcohólicos empedernidos a quienes ya no les importa mucho la vida, el aseo o las

relaciones interpersonales.

Uno de ellos vuelve a la búsqueda, pero el más joven se me queda mirando con interés.

¿Estará pensando en decirme algo? El tipo tiene cara de pocos amigos. Tal vez sea

agresivo. Voy a coger la cartera así por las agarraderas y si se me atraviesa le voy a

meter con toda la fuerza para…

“Señorita. Señorita, ¿no tiene un peso que me regale para comprar unas medicinas?

Me dice y desde un metro de distancia huelo el vaho etílico. El hombre me extiende la

mano llena de mugre en actitud de recibir. Su postura es inestable, sus ojos están

ligeramente enrojecidos y su mano tiembla apreciablemente. En el bolsillo trasero del

raído pantalón sobresale la parte superior de una vacía botella azul de medio litro de las

que originalmente contienen agua Ciego Montero en venta en Cuc, ahora muy

probablemente con alcohol. Observándolo bien me horroriza que no debe tener más de

treinta años, pero la vida parece haberlo maltratado mucho. Su mirada es suplicante.

Busco en el monedero ya más tranquila. Es pleno mediodía y es muy poco probable que

pueda sucederme un asalto a esta hora. Siento el frío metal de una moneda grande y

cuando la extraigo me doy cuenta que irónicamente es un ché Guevara de a tres pesos.

La deposito en su mano donde brilla por unos segundos como un lejano y antiguo

presagio y continúo caminando ahora con paso más ligero.

Cuando vuelvo la vista se ha vuelto a meter casi de cabeza dentro del medio vacío

tanque de basura. Yo creía que en Cuba ya no había mendigos. Además ¿qué podrían

encontrar aún con valor de uso o algún comestible que no esté totalmente inservible

cuando los cubanos tiramos lo que es absolutamente inútil e inutilizable? Estamos tan

jodidos que no podemos darnos el lujo de desperdiciar nada. No contamos ni siquiera

con envases atractivos.

Terminé de bajar la ligera pendiente hasta la entrada de mi casa. Mi hermana está

sentada en el portal meciendo a Tonito quien me mira entresueños y de inmediato se

despabila al reconocer a su tía. Mi mamá cocina. En ese momento suena el teléfono.

Me adelanto y lo tomo. Es Juan.

-“Hola, mi amorcito. Tú ni te imaginas los deseos tenía de escucharte.”

-“Hola mi amor. Cómo estás. A mí me sucede lo mismo.” Me sonrojo pensando que no

solo tengo deseos de verlo. Eso es lo de menos. “Por aquí todos estamos bien. La vieja

cocinando y mi hermana durmiendo a tu sobrino para poder hacer las cosas.”

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-“Estoy llamando porque ha surgido un nuevo problema.” Patricia enarca las cejas,

gesto que no pasa inadvertido para la vieja en la cocina ni la hermana en el portal,

quienes ya saben quién llama y tratan de adivinar las noticias por los gestos y las

expresiones, así como por lo poco que escuchan. Esto es muy importante para todos.

“Imagínate que ahora a Correa se le ha ocurrido exigir que los cubanos quienes viajen

a Ecuador tienen que mostrar en el aeropuerto a la entrada una carta de invitación de

algún ecuatoriano residente, si no la tienen los devuelven en el próximo avión sin

muchas preguntas.”

Patricia asiente con la cabeza como si Juan la pudiera ver. -“Yo sabía que siempre las

cosas se complican. Ya llevas ocho meses allí. Esta nueva medida seguramente las

pidió el gobierno de aquí al de allá para detener la tubería gruesa de cubanos

escapando a Sur América en los vuelos regulares sin tener que dar marcha atrás a los

convenios de la no necesidad de visado que se vería entonces como una medida

negativa. ¡Qué clase de hijodeputas!”

-“Así mismo es. Imagínate que ahora un ciudadano ecuatoriano puede invitar

oficialmente a un solo cubano una vez al año para que visite esta nación. Y lo más

jodido es que esta carta hay que oficializarla en el Consulado Cubano en Quito y

cuesta más de cuatrocientos dólares la transacción.”

“¿Y tú los tienes?”

“Sí. No te preocupes. He ido haciendo mis ahorritos. Este país es una maravilla. Ya

estoy ganando unos diez dólares diarios y con eso me he podido alquilar un

apartamentico en una azotea. Un penthouse, como le dicen los yumas, y hasta tengo un

televisor. Poco a poco me las he ido arreglando.”

Patricia conoce a Juan y sabe que siempre exagera. De todas formas le agrada la idea de

un penthouse en las alturas en una gran ciudad. Para ellos dos solos estaría bien para

comenzar.

-“¿Cuándo me envías la carta y el dinero para el pasaje?”

-“Bueno mi amor, eso tendrá que esperar unos días pues los indios estos están pidiendo

por estas cartas mil doscientos dólares. Los muy cabrones se ve bien que son

capitalistas y no perdonan, pero yo los consigo, no te preocupes. Con unos dos mil

quinientos creo que resolvemos. Por suerte Correa no ha eliminado, como lo hicieron

los de allá, el uso de dólares como moneda principal. Eso facilita las gestiones. En

cuanto los tenga te llamo y te aviso que van en camino.”

-“¡Ay sí mi amor! ¡Estoy loca por estar allí contigo! ¡Tú ni te imaginas!”

La vieja se sonríe en la cocina escuchando y entendiendo las expresiones de Patricia,

apenas era una recién casada cuando su marido se le ha escapado de entre las manos,

más bien de entre las piernas. La hermana ha acostado a Tonito en su cuna y

cuidadosamente le ha cubierto con el ligerísimo mosquitero. Se acerca a la cocina, hasta

donde se ha movido ahora Patricia, para escuchar todo el chisme. Ya ha olvidado

completamente el incidente con el curda buzo y pedigüeño.

A los cuatro meses llega la Carta de Invitación Certificada a la casa de Patricia. Las

cuatro mujeres están sentadas en el portal calladas observando a los transeúntes y a los

escasos autos pasar. Las cuatro están sin empleo pero van haciendo sus quilitos

pintando uñas de las manos y los pies, quitando los callos y el churre de las

extremidades inferiores a las mujeres, entre otras muchas tareas ingratas pero que

aportan algo y ayudan a Tony, el peruano marido de la hermana de Patricia, a sostener

la casa. Una camioneta blanca con el logotipo de la agencia Trasval se estaciona justo

frente al portal. Salta al suelo un señor de uniforme con un sobre mediano de papel

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amarillo timbrado y fuerte en una mano. En la otra una tablilla de aluminio con algunos

papeles sueltos sujetos por una presilla en la parte superior.

-“¿La Señora Patricia González?” Inquiere.

-“Soy yo.” Respondo poniéndome de pie con un saltito. El uniformado me entrega el

sobre cuadrado y me extiende la tablilla para que firme la entrega indicándome dónde. -

“Es una carta certificada proveniente de Ecuador.” Digo. Asiento sonriente. Las

demás observan calladas. El hombre sonríe asimismo, da media vuelta, se introduce en

la camioneta y se marcha acelerando el motor V8 diesel del Ford loma arriba hacia la

calzada.

Las cuatro estamos expectantes. Mi abuela, mi madre y mi hermana no han abierto la

boca, pero observan atentamente. Rasgo el borde del sobre con cuidado. Es duro de

romper. Cuando miro dentro veo de inicio el logotipo de la embajada de Cuba en

Ecuador. Es la Carta de Invitación y hay algo más. -“Es la carta de invitación.” Digo

contenta confirmando a las ansiosas demás. Dentro al fondo del sobre viene una especie

de librito largo y estirado. Es un pasaje para la Línea Aérea Avianca y lo que parece ser

una cartita de Juan acompañando los documentos para ahorrarse la llamada, o para que

sea más sorpresa.

Saco la Carta con ribetes y membretes coloreados. La miro con cuidado y se la paso a la

vieja. Tomo el alargado boleto aéreo Habana-Quito y me fijo en la fecha. Es para el

cuatro de julio del 2011. Eso es dentro de quince días. Tengo que prepararme. Pienso.

Se lo paso a la vieja para que los revisen y me siento en el cómodo sillón de cuerdas de

nylon y aluminio para leer con cuidado lo que me dice Juan en su pequeña misiva:

“Niña, como debes estar viendo te envío certificada la Carta de Invitación y el pasaje de

venida. Este último lo he sacado desde aquí porque me resulta mucho más barato. La

primera tendrás que ir a la embajada ecuatoriana en Miramar y legalizarla para que sea

efectiva y no tengas dificultades cuando llegues aquí. Por supuesto que yo te estaré

esperando en el aeropuerto en la parte de afuera. Te pongo aquí mi dirección y mi

teléfono porque los policías de inmigración te van a estar haciendo algunas preguntas en

cuanto aterrices y esto es uno de los detalles más importantes junto a lo demás. No te

olvides, aparte del pasaporte, del carné de identidad cubano que nos puede hacer falta al

final.

Continúo leyendo la parte que sigue ya más personal y en la medida que me alegra la

cercanía de mi partida definitiva de esta nación, me entristece. Es un sentimiento

mezclado que me hace preguntar por qué tengo que dejar yo todo esto que me rodea, en

especial a mi mamá, mi hermana y mi abuela, para irme a residir en otra nación extraña

la cual podrá ser diferente y hasta mucho más acogedora, pero que no es la mía. ¿Cuáles

oscuras fuerzas me están forzando a emigrar, a abandonar todo lo que quiero y aprecio,

mi zona de confort, para ir a agenciarme un futuro a una tierra totalmente extraña y muy

probablemente hostil?

Levanto la vista y observo en la pequeña distancia las lomas que limitan y separan el

reparto ya tan familiar, de la zona donde originalmente vivíamos en el Diezmero. Son

fincas llenas de árboles y verdor, de aves y vacas y chivos, cerdos. Me agrada todo este

entorno acogedor que siempre ha sido mío y donde crecí. Ya no sé si la idea de irme es

lo bastante buena. Me pesa dejar todo esto, y ya volver de pasada nunca va a ser igual.

Por supuesto que en mi cabeza no quedan dudas de que voy a abordar el avión. Allá está

mi marido que se fue en una casi operación suicida para ayudarme, para ayudarnos y

ahora yo no voy a dejarlo solo en esta aventura por simples reparos sentimentales. Tan

solo tengo que concentrarme en las abundantes cosas malas que me rodean y no en las

bonitas. Me da sentimiento dejar a todas estas mujeres en la casa ahora observándome

para ver qué yo voy a decir.

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-“Vamos a preparar la maleta. Mañana iré a la embajada.” Digo poniéndome de pie

sin dejar lugar a dudas ni a discusiones inútiles que solo lo entorpecerían todo.

Capítulo III. El Viaje y llegada a Ecuador. Estancia.

Yo nunca he salido de Cuba y esta situación me pone muy nerviosa. En la casa todos se

han puesto en función mía y ayer hasta me han hecho una comidita con lo mejor que se

pudo conseguir. Todos estamos contentos y excitados, aunque nadie dice que está triste

por la partida mía, que debe ser así, pues yo también lo experimento, pero lo callo.

El boleto es para las dos de la tarde y debo estar en la terminal aérea con tres horas de

antelación. Un vecino que sí ha ido mucho en los últimos meses a Ecuador a comprar

ropa para revender aquí, nos ha contado que es mejor estar de primero en la cola para el

chequeo de los pasajes, porque los últimos muy probablemente se quedan para otro

vuelo. Los chicos de cubana venden y sobrevenden los vuelos como política de la

empresa para no dejar asientos vacíos y no perder dinero, pero con eso maltratan a los

clientes. Hay que estar ante el mostrador de los primeros si no quiero pasar por la

desagradable experiencia de que me digan que el avión ya está lleno, que ha habido un

error y que mi vuelo será entonces a tal o más cual hora que me hará estar sentada

medio día en una de las incómodas y escasas banquetas del aeropuerto, comiéndome las

uñas mientras el otro se muere de preocupación allá cuando ve que no llego en el vuelo

apropiado. Nadie sabe qué podría pensar, pues o bien me dejaron en tierra aquí, o me

han detenido allá las autoridades porque se han olido algo raro. Él no sabría qué hacer y

yo presa en una nación extraña. ¿Cómo me ayudaría si ni dinero para tomarse un

refresco tiene?

Mi hermana ha alquilado un carro viejo que por quince Cuc nos lleva al aeropuerto.

Cuando partimos paso por el reparto San Francisco de Paula donde vive mi padre. Casi

no lo he visto en estos últimos días y me da un poco de pena dejarlo. Él siempre ha sido

bueno a pesar de todo, pero es mejor así. Él tampoco se ha opuesto al viaje, aunque no

le ha agradado mucho la idea por lo peligrosa, pero sabe que no tenía mucho que decir.

Me lo imagino ahora dándole clases a los chiquillos de la secundaria, sudoroso y al sol

con su mono deportivo azul, su sonrisa y su bondad de siempre. Y sé que lo veré muy

poco y que en cada ocasión estará más viejito. Te quiero. Chao Papi.

El chofer desacelera. Adelante están los eternos baches que anuncian la entrada al

Cotorro y la subida por el puente que da acceso al amplio anillo de la Ciudad y que nos

llevará directo rumbo oeste hasta la autopista del aeropuerto. Es un día lindo.

En el aeropuerto mi hermana y mi mamá se han quedado afuera. Nuevas regulaciones

policiales para impedir dentro las abundantes despedidas multitudinarias de familiares

llorosos o las recepciones numerosas de allegados contentos.

Me acerco al mostrador donde ya están chequeando y hago una corta cola que avanza

rápido. Por suerte esta no es una línea aérea de cubana. Un empleado me acomoda el

muy ligero equipaje sobre la pesa y después de colocarle una tira de papel identificadora

lo tiran sobre la estera que desaparece a un salón detrás. Casi no llevo nada ¿Para qué?

El boleto está bien y me anotan un número de asiento en ventanilla. Quiero ver a mi isla

por última vez. ¿Será la última? Por lo menos así me siento.

La empleada me indica dónde tengo que pagar los veinticinco Cuc del impuesto de

salida. Lo hago y miro una última vez hacia los cristales de las puertas de acceso al

salón. Allí están ellas y les regalo un último adiós con la mano y les lanzo un beso y una

sonrisa grande. Ya sin volverme ingreso en una de las cabinas con ventanillas de

emigración. El agente observa el pasaporte y mi cara varias veces. Inquiere mi nombre

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y me deja pasar. Estoy dentro del salón de última espera. Afuera se ve la enorme nave

de AVIANCA a la cual comienzan a instalarle el túnel plegable para el acceso de los

pasajeros. Miro afuera y veo el intenso sol cubano y el verdor del campo más allá de la

pista de aterrizaje. Adiós país. Algún día volveré. Pienso como despedida mientras

escucho por los altoparlantes la llamada a abordar la nave por la puerta…

El vuelo es largo, sin incidentes y casi todo mar. Cada vez que he observado afuera por

la ventanilla redonda veo el océano allá abajo y algunas islas que pasan como si fueran

puntos. Los enormes carriers cargados hasta los topes de contenedores parecen

hormiguitas diminutas que viajan muy lento por el inmensa llanura lisa. El horizonte es

más azul y parece ponerse denso tan solo a unos metros del aparato. Escucho los

motores con su zumbido afortunadamente monótono y siento la tenue vibración de toda

la nave. He dormido la mayor parte del viaje. El tiempo afuera se ha mantenido bueno.

Me sobresalto un poco cuando el capitán de la nave anuncia por los altoparlantes que

hay que ajustarse los cinturones pues vamos a aterrizar en el Aeropuerto Internacional

de Quito, Ecuador. Miro afuera y ya nos acercamos a la enorme urbanización. No muy

alejado de la periferia de esta urbe comienzan los Andes y debido a eso la terminal aérea

tuvo que ser construida en la cercanía de los repartos residenciales que lentamente

fueron acercándose al centro. Por estos días se construye de todas formas otro

aeropuerto más moderno y menos peligroso más alejado del núcleo urbano.

No deja de asaltarme el recuerdo muy difundido por los medios cubanos del accidente

ocurrido a un avión de Cubana de Aviación, específicamente un veterano IL 62. El

avión ortopédico, como le llamaban los cubanos. El accidente ocurrió cuando este

aparato no pudo colectar suficiente velocidad de despegue y terminó frenando al final

de la pista, enterrando su nariz en una zanja inteligentemente cavada como límite de la

avenida de concreto para los aterrizajes, dejando varios heridos y a todos los demás

mortalmente asustados. Nada explotó por suerte, aunque la aeronave llevaba las alas

totalmente cargadas de combustible para un vuelo a La Habana.

Del otro lado de la zanja aparecía una muy concurrida autopista de acceso a la ciudad y

un buen número de edificaciones altas. Si no hubieran detenido al aparato a tiempo, el

desastre hubiese sido inmenso. Todos los pasajeros eran cubanos retornando de misión

desde la nación amiga. Después de esto ningún IL 62 volvió a volar más con pasajeros.

Ya estaban con mucho pasados de horas de vuelo.

Pero el nuevo aeródromo demorará aún y se continúa usando el viejo para cuando siento

que el avión sobrevuela demasiado despacio la ciudad. Se siente como si frenara en el

aire. Al final parece que vamos a caer rodando por alguna de las avenidas que veo muy

cerca debajo donde los automóviles en movimiento compacto no dejan espacio.

Al final el estrechonazo se siente sobre el lugar correcto y las instalaciones del

aeropuerto comienzan a correr vertiginosamente fuera de la ventanilla mientras se siente

el frenado y el cambio de sonido de los motores turbo. En un minuto estamos

acercándonos lento al edificio principal donde deberemos desembarcar. Estoy

finalmente en Ecuador. A ver cómo se portan las autoridades ahora.

Cuando salgo del aparato a la sala de arribantes lo primero que me llama la atención es

el frío que envuelve a la ciudad, es un frío diferente al cubano cuando existía, pues es

seco y cala la ropa. Yo no traigo abrigo, acostumbrada al calor eterno de la isla.

Inmigración solo se contenta con estudiar mi pasaporte sin visados y leer

cuidadosamente mi Carta de Invitación. Me lo devuelven todo sin palabras y me dejan

pasar. Fácil. La Aduana no tiene mucho que revisar pues he traído justo lo

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imprescindible de uso personal. Apenas dedican una mirada a mi pequeña y muy usada

maleta y me dejan pasar sin revisiones desagradables.

En la sala de arribos externa todo es confusión: Solo busco las puertas de salida y en el

camino tengo que encontrarme con Juan, o de lo contrario tendré que sentarme en algún

lugar en espera de que aparezca pues es la primera vez que salgo de Cuba y no conozco

nada de este país. Tampoco tengo casi dinero para moverme. Muchas personas me

rodean en sus caminos hacia todos lados. Resulta un poco turbador no conocer hacia

dónde debes ir. Juan debía…

Justo cuando estaba a punto de comenzar a ponerme histérica, aparece de entre la

muchedumbre el rostro conocido y sonriente de Juan, quien parece me había localizado

mucho antes de que yo lo detectara a él. Me sonríe amplio y ya se acerca con los brazos

abiertos repitiendo mi nombre. Ay qué bueno es volver a verte ahora. Pienso y creo que

lo he dicho sin querer pues Juan no deja de observarme a los ojos.

Toma mi maleta con rueditas y me hala por la mano hacia las afueras del amplio salón.

No tomamos un taxi. Juan no para de hablar mientras caminamos por una acera

alejándonos de la terminal y ya me ha tocado las nalgas un par de veces. Debe estar más

loco que yo con los deseos personales inacabados. Continúa haciendo frío afuera

aunque es un día soleado. Nos detenemos en una parada de ómnibus.

-“¿Vamos a coger la guagua?” Le pregunto a Juan dejando la boca abierta subrayando

el asombro.

-“China, aquí no es como en Cuba. No hace falta tener ni carro.”.

El ómnibus nuevecito llegó bastante rápido y vacío. Me llamó la atención que Juan

pagara con dólares y bastante, según mi costumbre. Nos sentamos juntos y Juan me fue

describiendo un recorrido por la ciudad. -“Ves aquel edificio, pues es la Academia de

Ciencias, y aquello…” Juan en apenas un año se sentía cómodo en la bonita ciudad. Yo

había leído semanas atrás en la Habana en nuestro semanario periódico Orbe algunos

artículos sobre Ecuador y me gustó lo que vi. Es una nación de la cual no se habla

mucho en Cuba por el bienestar evidente de su población aun cuando su moneda es el

dólar estadounidense y son capitalistas latinos. Correa construye cinco nuevas

universidades especializadas. Eso es bueno.

Cuando ya me estaba cansando de dar vueltas por la ciudad, Juan me hizo bajar y nos

acercamos a un edificio de unas siete plantas algo viejo ya. Este es una zona de la

ciudad que no parece ser de las mejores, pero no es La Habana Vieja. Yo ya estoy

acostumbrada a la miseria urbana, así que continué sin remilgos.

Tomamos el ascensor hasta el último piso y Juan me llevó directo ante una puerta de un

diminuto penthouse. La abrió y cuál no sería mi decepción cuando me percaté de que

aquello que parecía un departamentito solo era, o había sido, un cuarto para lavar con un

bañito anexo. Por mobiliario una cama doble y un televisor empotrado en la pared. Un

pequeño refrigerador y un fogoncito eléctrico en una esquina. Nada más. Ah y una vista

estupenda de la selva cercana al borde la urbanización.

Juan debió notar algo en mi expresión y mi parálisis bajo el dintel de la puerta cuando

me dijo moneando un poco para congraciarse: -“Hey baby. Con diez dólares diarios de

salario no se consigue mucho más.” Y comenzó a quitarse la camisa.

Estuvimos haciendo el amor todo el día y comiendo algunas boberías extrañas que Juan

había acumulado durante algunos días en espera a que yo llegara. Conversamos de todo

y me explicó con calma lo que yo debía conocer. Al menos ya estábamos juntos. Lo

demás ahora sería echar pa alante y aprovechar las inmensas oportunidades que

imaginábamos se nos abrirían en esta nación acogedora.

Al otro día Juan me presentó a la encargada del edificio. Una señora muy agradable

pero fuerte a su manera, y con ella estaría conversando algunos días hasta cuando me

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hablaron de que podría, a lo mejor, conseguir un empleo en la peluquería propiedad de

una de sus amigas. Por supuesto que comenzaría por lo más desagradable, pero así tenía

que ser si quería hacerme camino.

Yo acepté de inmediato. Eso de manicuri es lo que estábamos haciendo en Cuba mi

hermana y yo para conseguir algún dinero, así que por qué no intentarlo.

Al otro día por la mañana fui temprano con la vecina amiga de Juan a la peluquería

hasta donde había que coger dos guaguas, pues estaba localizada en un buen barrio de la

ciudad. Los pobres no se están arreglando tanto y no disponen de dinero más que para

comer. Me dice la vieja. Yo me voy maravillando con la modernidad que veo y los

edificios pintaditos, las aceras completas sin roturas o huecos, las calles asfaltadas y sin

baches. En nada se parece esto a lo que estoy acostumbrada en La Habana. Se respiran

aires de libertad y por todos lados se habla de la Revolución Ciudadana que impulsa

Correa.

En Cuba yo también escuché hablar de Revolución Ciudadana, pero grabadas en un CD

en voz de Antonio Rodiles y Yoanis Sánchez, quienes gerenteaban sus programas

Estado de Sats, televisión alternativa contra el gobierno, y esta muchacha quien se

comunicó hasta con Obama, Yoanis y su blog Generación Y, un espacio contestatario

digital que llegó a tener cientos de miles de seguidores en su mejor momento en las

nacientes red de redes dentro de Cuba. Yo no creo que sea lo mismo. A lo mejor sí

tienen muchos puntos de similitud, pero nuestro ejecutivo no les hace mucho caso y

siempre alega que los disidentes locales son un puñado de borrachos delincuentes sin

carácter. Nunca les han dado la más mínima oportunidad de defenderse o expresarse en

los medios. Si son tan poderosos ¿a qué le temerán?

Nos bajamos del colectivo en una avenida amplia y la señora me conduce cruzando la

calle hasta una instalación espaciosa más o menos del tamaño de una casa grande,

dividida en varios departamentos especializados. Todo parece nuevecito y lujoso. Hay

aire acondicionado suave. Las varias clientes sentadas conversan entre sí o con las

empleadas, pero estas últimas están todas ocupadas haciendo algo en las mujeres. La

mayoría confeccionan peinados, lavan la cabeza, aplican cremas y masajes a otras, etc.

A mí me conduce la señora hasta el fondo donde hay una puerta cerrada. Toca y alguien

responde. Cuando abre la puerta es otra señora de unos cincuenta años de edad muy

elegante con el pelo todo rojo fosforescente encendido.

-“Mi amiga, ¿qué haces por aquí?” Pregunta alegrándose la dueña, que así lo

reconozco pues es la única que no está haciendo nada.

-“Vine a hacerme un peladito y de paso te traje a esta chica que necesita empleo. Es

una recién llegada de Cuba, la esposa de mi vecino, y tú sabes, ¿no?”

-“Sí. Ya. No tiene papeles, pero está loca por conocer el capitalismo.” Observa

detalladamente a Patricia de arriba abajo. -“Está bien. Tú sabes que me hace falta

personal. Pero chica, tendrás que comenzar por el final.” Continúa observándome con

expresión crítica. -“Te ves muy refinadita para esta tarea que te voy a dar, pero eso me

conviene. Te voy a pagar veinticinco dólares al día por arreglar los pies de las señoras.

¿Te conviene?”

Debo de haber abierto mucho los ojos con la cifra pues esa cantidad en Cuba me servía

para sobrevivir un mes. Ambas amigas rieron al verme toda embarazada y colorada. -

Ven. Comenzarás ahora mismo.” Me dijo y me haló por una mano sin saber que yo

estaba muy asustada y toda torpe. Me llevó hasta una división en la parte trasera donde

sobre unos sillones como los de dentista descansaban un par de mujeres a quienes les

limpiaban las extremidades con vapor y unas maquinitas como de afeitar.

-“Antonia. Entrena a esta muchacha que es quien te va a sustituir.” La aludida me miró

con cara de pocos amigos. Tiró a un lado un trapo que utilizaba y me dijo sin más -

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“¡Siéntate ahí!” Y desenrollándose del delantal me lo tiró y salió como bola poltronera

del establecimiento sin mirar hacia atrás pero mascullando entredientes algo como -

“Estos cubanos de mierda vienen en manadas a quitarnos los puestos de trabajo

porque se les paga menos. Como son ilegales, ni servicios de salud o protección les

dan. Al carajo.”

Me percaté de que todos esperaban por mi reacción. Recogí el delantal, me lo coloqué

como pude y me senté donde estaba la otra, a hacer exactamente lo mismo sin chistar.

La dueña asintió con la cabeza y se devolvió a su oficina. -“Trabajamos de martes a

domingo de ocho AM a seis PM. No faltes.” dijo ya de salida.

Esa tarde tuve que llamar a Juan al celular pues no sabía cómo retornar sola, pero estaba

contenta. Tenía trabajo. Cuando le conté lo que me pagaban ya de inicio Juan casi

brincaba de contento. Ya ganábamos entre los dos casi cincuenta dólares diarios.

Podíamos comenzar a ahorrar.

De todas formas cuando Juan se durmió yo me quedé despierta escuchando sus aún

leves ronquidos. La TV está apagada y solo se escuchan algunos autos pasar allá abajo.

Por suerte en esta ciudad debido a la altura y a la temperatura permanente no hace falta

realmente ni siquiera un ventilador. Más bien hay que taparse por el frío a toda hora.

Dejamos las ventanas abiertas para respirar el aire limpio proveniente de las montañas

donde comienza la famosa selva ecuatoriana tan llena de fieras e indígenas. Siempre

huele a lluvia recién caída y truena en algún lugar lejano.

Y pensar que en Cuba yo trabajaba en un departamento de contabilidad de una empresa

grande y mira lo que estoy haciendo hoy, limpiándoles las patas a las señoronas

ecuatorianas. La diferencia está en que con lo que me pagan ahora puedo ir resolviendo

mis problemas y hasta enviarle algún dinerito a mi mamá de cuando en cuando. Dicen

que la salud es carísima, pero yo soy joven y espero no tener problemas en largo

tiempo. De todas formas si me siento enferma voy a ver a algunos de los médicos

cubanos que están aquí de misión y dan hasta las medicinas gratis que nos quitan a

nosotros allá.

Estoy un poco deprimida pues veo tantas cosas lindas en las tiendas, los autos son tan

nuevos y modernos. No hay ni siquiera un almendrón como en La Habana y el

transporte público, aunque un poco caro, nada que ver con el cubano, es tan bueno que

no necesitas carro. También se ve una incultura tremenda en especial en los indígenas

quienes bajan de sus montañas a las ciudades a vender sus productos autóctonos a los

paseantes. En Cuba hay muchos groseros, pero se nota la cultura de las gentes aunque se

empreñen en esconderla.

Con un poco de pena salimos del cuartito y alquilamos un apartamentico en un área más

céntrica de la ciudad. Ahora tenemos más confort y podemos comprar mejor comida.

Juan gana más en una gasolinera y a mí me han propuesto pasar al departamento de

uñas de las manos, lo cual es una promoción. A las ecuatorianas les agrada mi

conversación y los cuentos que me paso recordando de Cuba. Creo que también les

atrae que una casi universitaria les esté limpiando los pies. Las uñas son más chic y hay

que tener más cuidado. También hay más tecnología para arreglarlas de a lo que yo

estaba acostumbrada en la isla. Se hacen maravillas.

Uno se va acomodando rápido a la existencia en sociedades donde los servicios básicos

están garantizados. Una anda por las calles y tan solo tiene que pensar en alguna

necesidad para encontrar toda una buena variedad de lugares donde uno pueda saciar

sus más raros anhelos. Es muy diferente a vivir, digamos, en La Habana, donde no hay

casi nada, ni ofertas, ni dinero, ni transporte, no se puede salir a la calle, ni esperanzas

de que aquello mejore. Cuando uno compara, tiene elementos para comparar, nos

percatamos de lo mal que estamos, de toda la mierda donde nos han sumergido en los

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últimos cincuenta años y han podido moldearnos tanto como para que aceptemos aquel

desastre como natural y apropiado. Y eso que quienes así pensamos no somos ni

siquiera de la clase media, no somos ni siquiera clase, somos ilegales, no estamos aquí

legalmente. No existimos. Aunque aquí la policía no es como en la isla que te está

pidiendo identificación cuando a ellos les parece bueno sin que ninguna ley te ampare

realmente contra las autoridades abusivas. En Cuba solo tienes derecho a la asistencia

de un abogado pasados ocho días de haber sido detenido. También todavía tienen

vigente esa Ley de Estado Peligroso inconstitucional donde dice que todo el mundo es

culpable hasta cuando se demuestre lo contrario. Más o menos. A través de esa ley la

policía puede encarcelar a un ciudadano cubano hasta cuatro años sin mediación de un

proceso jurídico o juicio, como le decimos en cubano.

Juan hace rato que está hablando de comprar un carrito aunque sea barato y al fin nos

hemos regalado un Chevrolet viejísimo con diez años de uso y más de cien mil

kilómetros en el marcador. Juan sabe arreglarlo, hay piezas. Aquí es un cacharro. Allá

sería un sueño, pues bueno, nos hacemos la idea de que estamos en Cuba cuando nos

movemos por la ciudad y basta. Nadie nos critica realmente. Cada quien hace lo que

puede y el gobierno no se mete mucho en los negocios los cuales son casi todos

privados. Me alegra poder contarle cosas buenas a mi madre y que piense que estamos

agarrando al capitalismo por los cuernos, pero aquí la existencia es feroz. Hay que

trabajar durísimo para sobrevivir, pero es que allá estábamos peor aunque no

trabajáramos y estaban desempleando a muchas personas bien preparadas. No había

nada que hacer y con lo que veo aquí me percato que nuestro nivel de vida allá es muy

precario, solo con lo más esencial, incluso para comer. El gobierno se mete en todo,

pero no resuelve nada.

Parece que me dormí cabrona con el gobierno cubano cuando ya no estoy allí, pues soñé

con una marcha del pueblo combatiente dirigida por Fidel. Solavaya. Qué clase de

subconsciente más jodedor. Así va pasando el tiempo.

Me percato con frecuencia cómo los ecuatorianos, en especial los quiteños, identifican

nuestro acento y nos llaman cubanos con algo de desprecio. En realidad muchos no

están contentos pues ya se ve una cantidad apreciable de isleños deambulado por las

avenidas en busca de empleo y en muchas ocasiones los dueños de pequeños negocios

saben que somos ilegales y los contratan despidiendo a algún local a quien tenían que

pagarle más según las nuevas exigencias sociales de Correa. Se ven además decenas de

pacotilleros quienes vienen de Cuba en busca de mercancías baratas para retornar allá y

venderlas a los meseros y los merolicos. También se compra mucha ropa en los

pulgueros, que son enormes mercados informales donde asiste mucho indígena a

vender. Son calles y calles llenas de todo tipo de cosas en oferta. Los más mal vestidos

y maleducados son siempre los orientales nuestros, pues aún aquí descubro sus

cantaítos, y parecen recogedores de basura que han traído acá de misión para limpiar la

ciudad, aunque no hace falta. El servicio es bueno aquí.

Los cubanos incluso se meten en los piquetes rompehuelgas que llevan a trabajar a los

lugares que están en conflicto con sus patronos o en huelga. Como les pagan tan poco

en relación con los locales. Nos hemos generado un no muy buen nombre ante los

ecuatorianos por nuestra miseria que nos hace actuar muy mal. Es como si existieran

dos razas en Cuba. Unos muy buenos quienes vienen a curar enfermos gratis y a ayudar

enviados por el gobierno de allá, y otros muy malos quienes por su cuenta y riesgo se

meten en todo y en todas partes a joder. Ya algunas personas no disimulan su rabia o

hacen evidente su desprecio cuando nos descubren o nos escuchan hablar. Hay mucho

ilegal cubano en las ciudades y esto es un fenómeno nuevo para ellos, pues aquí nunca

había existido inmigración, es decir, personas ingresando. Se iban muchos a Europa,

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pues les es más fácil que para los Estados Unidos donde les cuesta incluso más caro y

tienen que pagar por un papeleo enorme y difícil.

Una mala mañana Correa sale por la televisión hablando de los problemas que han

generado los cubanos malos que se quedan a residir ilegales en Ecuador, aprovechando

la buena voluntad del gobierno cuando no les exige visa para ingresar al país. Eso no va

a cambiar, pero de ahora en adelante cada cubano que se sorprenda en el país ilegal va a

ser deportado de vuelta a su país. Ya se ha hablado con las autoridades de allá y no los

van a procesar como represalia. Los dejarán tranquilos, pero aquí no los queremos, solo

los que vengan en regla y de acuerdo a los convenios bilaterales.

Este anuncio un poco temperamental del Presidente provoca algo como una estampida.

Todo quien está ilegal comienza a intentar legalizare, pero las autoridades no tranzan.

Incluso hay muchos que han hablado hasta por la televisión en algunos programas de

derecha y se califican a ellos mismos como emigrantes políticos cuando jamás han

visto de cerca a un disidente o una Dama de Blanco allá en Cuba. Por supuesto que no

los van a aceptar ni nos van a otorgar asilo político ni de ninguna clase. Este es un

gobierno amigo del de Cuba, no los Estados Unidos donde sí puede que pase y hay

leyes que nos amparan y ayudan. No en esta Sur América. Recuerden que lo de Correa

es MAS: Movimiento al Socialismo. Más Socialismo, así que hay que largarse.

A pesar del ambiente de libertad que reina en esta sociedad y de que muchos de quienes

habían emigrado ahora retornaban atendiendo a las mejoras de la economía de su

antiguo país, nosotros nos sentimos aquí un poco atrapados por la carencia de

documentos legales. Es algo que está ahí detrás de los ojos, entre ceja y ceja, y no nos

deja dormir relajados. Con el pasaporte cubano solamente ya no resolvemos nada. No

nos sirve de mucho.

Es domingo y no tenemos trabajo. Juan y yo decidimos pasear esta mañana por la

ciudad y nos vamos al centro en el viejo, para nosotros novísimo, Chevrolet. Juan puede

utilizar la licencia de conducción cubana pues tiene uso internacional en algunas partes.

Por eso tiene un sellito dorado impreso y a los ecuatorianos les parece bien. Esta ciudad

es diferente a La Habana por la gran cantidad de indígenas que se mezclan con la

población menos abundante de rasgos europeos latinos como nosotros. Visten sus trajes

originarios, ponchos para el frío, parecen todos mongoloides. Bueno, se notan

abundantes.

-“Juan. Tenemos que salir de Ecuador.” Le digo sin observarle al rostro, como casi de

casualidad y sin mucha importancia.

-“Aquí no estamos tan mal. La policía va a pasar mucho trabajo para que detecten

todos los ilegales en esta gran ciudad. No nos deportarán.”

-“Juan. Eso es lo último que nos podría pasar. Que nos deportaran a Cuba. Te

imaginas llegar allá de nuevo con una mano alante y otra atrás. Cabizbajos,

atemorizados y marcados por la Seguridad.”

Juan asiente con la cabeza sin dejar de mirar adelante al tránsito leve de la ciudad hoy

domingo por la mañana.

-“Yo también he pensado en lo mismo. En la gasolinera hay un tipo que me ha contado

que conoce a un señor que se encarga de sacarte del país hasta los Estados Unidos,

pero es solo para cubanos. Hay que pagar cinco mil dólares por cada uno.”

-“Eso puede ser peligroso. Tantas historias que hemos escuchado de estafas y

asesinatos por menos que eso. ¿Estás seguro Juan?

-“No hay nada seguro Patricia. Pero prefiero estar muerto que retornar a Cuba con el

rabo entre las patas. Tenemos que intentar. Yo voy a preguntar a mi conocido los

detalles y que me coordine un encuentro con la persona que pueda explicarnos cómo se

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hace. Cuando hablemos con ellos comprobaremos en nivel de seriedad y experiencia

que estas gentes puedan tener.

Capítulo IV. Encuentro con los mafiosos. Planificación e inicio del viaje.

Otro domingo por la mañana Juan conduce el Chevrolet por las avenidas de Quito

intentando evitar a toda costa una violación del tránsito para que la policía no nos

detenga y nos descubra por nuestro acento cubano. Hasta tener un auto se nos está

haciendo peligroso. Nos pedirían pasaporte y verían nuestra fecha de ingreso de uno o

dos años atrás. Sabrían de inmediato que somos residentes ilegales, etc. No quiero ni

pensarlo. Yo hubiera preferido haber venido en ómnibus pero a Juan no le agradó la

idea por si teníamos que escapar de alguna encerrona a todo motor. Pero no. Hasta

ahora solo hemos llegado a un edificio caro de departamentos en pleno centro.

En la puerta hemos tenido que identificarnos con los custodios de seguridad. Hay

cámaras de vigilancia por todas partes. Estos han llamado a algún número interno donde

les han aceptado la visita previamente concertada.

Subimos bien arriba hasta una azotea con un penthouse elegante. Allí nos espera un

señor de cuello y corbata que tal parece un diplomático y una muchacha aparentemente

ecuatoriana. Nos hacen pasar a la sala muy bien decorada y nos ofrecen café lo cual

aceptamos de inmediato. Estamos muy nerviosos aunque tratamos que no se nos note.

El señor puede también ser ecuatoriano, aunque en estos lugares no se hacen muchas

presentaciones ni preguntas personales. Cuando habla se aprecia cultura y buenos

modales. La muchacha se ve también que tiene mucho mundo, habla poco pero observa

todo. El hombre se presenta como el Señor Fernando

-“Miren, yo soy quien puede sacarlos con seguridad hasta dejarlos en los mismos

Estados Unidos, o más bien llevarlos a que consigan una salida de Ecuador sin

problemas para que puedan atravesar Méjico y llegar donde están sus familiares, pero

primero que todo necesito saber si ustedes cuentan con cinco mil dólares cada uno los

cuales habrá que pagar en efectivo al inicio del viaje, o no hemos hablado nada.”

Juan y yo ya habíamos discutido esto en detalle. Yo no diría nada.

-“Sí, Podemos reunir ese dinero en un tiempo relativamente corto si es necesario, pero

debemos asegurarnos de que todo va a salir como ustedes prometen, que no nos van a

estafar o algo peor.”

El señor sonrió ante las seguras palabras de Juan. -“No se preocupen. Yo les voy a

informar en detalle y les prepararemos adecuadamente para que no presenten

problemas. Esta es una organización seria y nuestra garantía es nuestra seguridad.

Les podemos dar teléfonos de otras personas que han realizado el mismo periplo y

ahora están en Miami. Ustedes se los pueden pasar a sus familiares allá y verificar

nuestras condiciones y términos. ¿Están de acuerdo? Por supuesto está que todo lo que

se hable aquí es altamente confidencial.”

Juan y yo nos miramos y nos vemos asintiendo al unísono. Nos interesa la oferta. Hasta

ahora no hay nada de lo mafioso a lo que estamos habituados por los filmes sobre

hombres groseros, mal vestidos y rudos, con armas largas y cortas por todas partes,

exponiendo términos y condiciones amenazadoramente. Nada de eso. Este lugar es

como un hogar y quienes nos han recibido no pueden ser más amables. Nos brinda

confianza.

-“Aceptamos los términos.” Dice Juan con voz segura sin mirarme de nuevo.

El señor sonríe. Se pone de pie y nos da la mano. -“Entonces en cuanto reúnan el

dinero me llaman a este número.” Le entrega a Juan una tarjeta de negocios. “Detrás se

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han agregado tres nombres con sus respectivos tres números. Son del área de Miami

para que sus familiares puedan verificar con ellos. Después ustedes podrán hacer lo

mismo con otras personas en el futuro. Cuando puedan pagar me llaman y concertamos

una cita para prepararlos. ¿De acuerdo?”

Ambos esta vez decimos que sí con la boca mientras nos incorporamos y nos damos la

mano sonriendo todos. La muchacha nos acompaña hasta el ascensor y espera hasta

cuando este se cierra en nuestras narices.

Cuando retornamos al departamento cada actividad es un frenesí. Lo primero que

hacemos es comenzar a contar lo que hemos podido ahorrar y escondemos debajo del

colchón, pues no podíamos ni acercarnos a un banco. Vendiendo el Chevy, nuestras

pocas propiedades y nuestros puestos de trabajo, hacemos la cifra con suficiente margen

para no pasar hambre por el camino. Por suerte a Correa nunca se le ha ocurrido

cambiar la moneda a otra diferente del dólar, pues eso nos facilita las cosas. Los billetes

verdes valen en todas partes como quiera. Todo el mundo los acepta como buenos a

pesar de la propaganda contraría.

Nos toma una semana reunir unos quince mil dólares americanos, pero nos quedamos

con algunas mudas de ropa solamente, sin trabajos que los hemos negociado con unos

cubanos quienes piensan quedarse a pesar de todo, al menos un poco más a ver qué

pasa, pero nosotros estamos decididos. Nos vamos definitivamente otra vez de nuestra

segunda patria. Ay los cubanos, errantes de nuevo como los antiguos hebreos en busca

de la tierra prometida.

Cuando llamamos al señor de la oficina de viajes extraoficiales estamos algo nerviosos.

No deja de asustarnos la aventura a la cual nos estamos exponiendo y no dejamos de

pensar en todas las terribles tragedias que nos pueden suceder, pero no nos decimos

nada. Especular no eliminaría el peligro y nos apendejaría más, pero debemos estar

alertas.

Nos responde la misma muchacha que estaba en el lugar durante la primera entrevista y

nos reconoce la voz y nuestras descripciones. Nos cita para mañana a las nueve.

Deberemos llevar los diez mil sin excusas y nuestros pasaportes.

Juan, como buen previsor al fin, prepara dos estuches idénticos envueltos en papel

periódico. En uno se aprietan los diez mil dólares y en el otro una cantidad de papel

recortado del mismo tamaño. Los reales los llevaré yo bajo la falda y el falso él por si va

a existir algún atraco por el camino. Su paquete falso irá más bien visible en un bolsito

que está de moda ahora en todas partes. En este país bajo estas circunstancias no

podemos ni pensar en un arma para defendernos pues ni sabemos usarlas, aunque

conseguirlas no hubiera sido difícil. La violencia es un flagelo que está afectando a esta

nación como a todas las demás en este hemisferio. Las pandillas más conocidas como

Maras, e incluso de otro tipo, pululan en los barrios pobres y son muy problemáticas,

incluso hacen la vida difícil a los vecinos bajo su esfera de control al extorsionarlos y

exigirles gabelas por el solo acto de existir que muchas veces los sumen en mayor

miseria.

Cuando los custodios del edificio multifamiliar verifican nuestra cita y nos dejan

ingresar en uno de los rápidos ascensores, estamos nerviosos, pero no hablamos. Aquí

hay cámaras y micrófonos por todas partes. Es mejor evitar ya que por el camino y en la

guagua no nos pasó absolutamente nada. En elevador abre directamente dentro del

recibidor del penthouse y allí ya está la sonriente muchacha. Sus maneras nos calma y

nos invita a la sala. Nos traerá un café a cada uno. Dos expresos, por favor.

La bandeja con el café la trae el propio Señor del inicio. La coloca sobre la mesita otra

vez para cuatro. Nos saluda con la mano y mira directo a los ojos.

-“¿Trajeron el dinero?”

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Miro a Juan quien a su vez hace lo mismo. Él retoza un poquito con su bolsito moderno,

pero no lo abre para sacar su fajo falso. Se da tiempo, pero no aparece nadie más con un

arma para despojarnos de lo poco con que contamos. Me vuelve a mirar y me hace un

gesto para que saque el mío. Lo hago y se lo entrego al señor sinnombre. Hasta ahora

nunca lo ha dicho. O sí, creo que Fernando, que no debe ser verdadero.

El Señor deshace el bultico y cuenta todos los cien billetes de a cien, los mira a trasluz y

examina algunos cuidadosamente. Nosotros nos tomamos el café mientras el de él se

enfría. No está apurado

Cuando está satisfecho nos mira y sonríe. Este es el momento cuando sacará un arma

y…

Nada de eso. Se toma su café y se coloca el fajo en el bolsillo interior del saco que viste.

Se frota las manos.

-“Bueno. El efectivo está correcto. Vamos a entrar en los detalles.”

El señor se yergue sentado y estira su espalda como si estuviera cansado. Comienza a

explicar lento pero seguro.

-“Esta organización, pues así lo es, se encarga de trasladar sanos y seguros a cubanos

desde Ecuador hasta los Estados Unidos a través de un sistema de conexiones que ha

probado ya su efectividad varias veces. ¿Ustedes trajeron sus pasaportes? Me los

muestran.”

Se los entregamos. El señor ojea cada uno cuidadosamente y se los pasa a la muchacha

quien comienza a tomar datos de ellos y a guardarlos en una pequeña laptop.

-“Como veo sus pasaportes cubanos son completamente nuevos y no tienen ningún

visado. Eso no es problema. Ustedes tendrán que acudir con dos días de antelación a la

fecha que acordemos a las oficinas de Inmigración de Ecuador. Allí les harán mil

preguntas sobre cómo ingresaron a este país y el tiempo que llevan, qué han hecho, etc.

Pero eso no es lo importante ni les debe preocupar. Cuando el funcionario que les

atienda se harte de preguntar le dicen que ustedes desean un permiso de salida de

Ecuador pues de lo contrario los detendrían en el aeropuerto cuando intentasen

retornar a Cuba después de dos años desaparecidos y los boletos vencidos.

El funcionario les va a decir que eso se puede hacer pero no podrán regresar jamás al

Ecuador. Ese es el castigo instituido por haberse quedado ilegal. Ustedes aceptarán. El

funcionario entonces les acuñará en cada pasaporte un permiso de salida para las

autoridades de la terminal aérea y con esto les estará habilitando indirectamente el

documento para que se larguen definitivamente. Les darán setenta y dos horas para que

abandonen el país.

De inmediato, ya con los pasaportes legalizados para una salida, irán a la embajada de

Nicaragua y comprarán una visa de turistas por quince días. Allí no les harán muchas

preguntas pues ustedes estarán pagando una buena suma y son cubanos bienvenidos

por Ortega. Ninguno de ustedes se ha quedado allí por propia voluntad ni han

generado muchos problemas.

Ya con los pasaportes visados y el permiso de salida, irán directo a una agencia de

viajes y compraran un boleto de ida hacia Nicaragua en el primer vuelo de cualquier

aerolínea que tenga asientos y me lo informan en detalle, en especial los horarios de

salida de Ecuador y llegada a Nicaragua. Esto es muy importante, pues desata la

marcha del mecanismo y puede que no sean ustedes los únicos que estén viajando, pero

de eso se enterarán con posterioridad. Al llegar a suelo sandinista les estará esperando

en la primera sala del aeropuerto una mujer con un cartel con sus nombres impresos.

Con ella deberán contactar. Ella los asistirá y llevará a…”

21

El imponente señor continuó explicándonos las características y detalles del viaje en el

cual tendríamos que viajar de incógnito a través de varias naciones y atravesar fronteras

a pie por lugares de difícil acceso.

–“Por suerte ya no habían guerrillas en estas áreas lo cual haría imposible el trayecto,

pero es la única forma en la cual podrán llegar. No pueden tener nada escrito por si los

sorprenden las autoridades, aunque deberán entregarse a dos de ellas para completar

el destino. Con suerte en unos días estarán en Los Estados Unidos. Cuando arriben a

sus hogares deberán llamarme para informármelo y dar por concluido el servicio. En

cada nación por donde pasen existirán algunas personas especialistas quienes los

asistirán en caso de dificultades, pero que no aparecerán si todo marcha bien como

está planificado cuidadosamente.”

Volvemos al departamento mucho más esperanzados, estamos alegres, aunque no

hablamos entre nosotros, ni en la calle, ni en el ómnibus con temor a que los abundantes

milicos nos detecten, nos apresen, nos trasladen al aeropuerto y nos coloquen de

inmediato en un avión de cubana sin escalas. No habría peor castigo. Mañana

realizaremos las tres gestiones necesarias. A Cuba de vuelta, nunca.

Hoy es un día perfecto. Hace frío en la ciudad y podemos salir abrigados. Diferente a la

isla donde siempre nos abate el eterno y cruel verano, en Quito se ve poco el sol debido

a la altura y al eterno gris de las nubes abundantes las cuales parecen generar una

barrera horizontal al alcance de las manos. Los ecuatorianos de tipo europeo son

corteses y educados, los indígenas hoscos y ariscos. La vestimenta, el comportamiento y

el color de la piel nos definen. Tal vez nosotros los europeoides tengamos la culpa por

haber usurpado su tierra. Asimismo su cultura y forma de existencia es totalmente

diferente a la nuestra, sus valores parecen ser otros y no nos mezclamos. En Cuba es

diferente: negros, blancos, mulatos y chinos, todos mezclados, como decía Guillén.

Cuando Juan y yo ingresamos en las oficinas de inmigración tenemos los testículos a la

altura de las gargantas. Sí, ya yo sé que no los tengo, pero igual los sentía. O ¿podría

decir los ovarios? ¿Qué si algo sale mal? ¿Quién nos defiende aquí?

Al parecer para el funcionario de uniforme que nos atiende no somos los primeros que

les llegan. Nos mira bien y sin hablar por unos segundos que parecen minutos cuando

Juan le dice que queremos salir del Ecuador. Nos explica con mucha amabilidad que

con esto no podremos regresar más pues seríamos deportados de inmediato. Asentimos

y sin mediar otra palabra estampa nuestros dos hasta ahora inútiles documentos

cubanos. Nos los devuelve y con una sonrisa se pone de pie para despedirnos con un

sacudón de manos.

Salimos del recinto muy alegres. Esto comienza a funcionar. En la pequeña embajada de

Nicaragua nos atienden de inmediato. No hay muchas personas de visita o de servicio.

Tampoco hay mucho movimiento aquí. Una señora Cónsul con talante de pocos amigos

nos recibe en su oficina y nos pregunta para qué deseamos ir a la Tierra de Sandino. Se

parece mucho a la esposa de Ortega pero un poco más maltratada. Precisamente nuestro

padre estuvo laborando allí como maestro cuando la guerra de los Contras y queremos

visitar lugares de los cuales nos contó. Le mentimos.

La señora nos observa a los ojos con el cuño de visado levantado y nuestros pasaportes

abiertos. -“Son quinientos dólares cada uno.” Nos dice. Juan ya los tenía contados y

preparados en el bolsillo de la camisa. Cuando ella los ve, deja caer ruidosamente un par

de veces la diestra con el cuño y nuestras dos visas quedan marcadas. “Son válidas por

un mes.” Nos dice recogiendo el dinero y contando.

De ahí nos vamos directo a pie, estamos en el Centro, hasta una agencia de turismo que

ya teníamos observada. Nos atienden y salimos a los pocos minutos con dos pasajes

hacia Nicaragua en Avianca para el día 12 de noviembre del 2012.

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Cuando llamamos al teléfono de la tarjeta no es aún medio día. Nos responde el mismo

señor en persona. Juan le da las coordenadas.

-“Muy Bien. Nos vemos en los Estados Unidos.” Nos dice mientras alcanzo a escuchar

su voz por el auricular con mi oreja pegada a la de Juan.

Capítulo V. Día Uno. Nicaragua. (12-11-12).

A este vuelo le deben llamar el avión lechero. Nos levantamos tempranito y nos

trasladamos casi sin equipajes al cercano aeropuerto ecuatoriano en las usuales guaguas

en esta parte del país muy cuidaditas. Aquí no hay tanto misterio como en Cuba. Fuimos

directo a la mesa de la operadora de la línea aérea quien nos recibió de lujo y nos retiró

parte de los boletos. No arrastramos maletas, solo llevamos pequeñas mochilas en

nuestras espaldas. Pagamos nuestro impuesto de salida y en emigración el agente que

nos atendió solo nos observó al rostro, al pasaporte, al rostro de nuevo y nos los

devolvió haciéndonos pasar con un gesto como quien no quiere vernos delante nunca

más.

Gastamos encogidos apenas unos minutos en la sala de última espera y escuchamos con

un ligero sobresalto la llamada a abordar nuestra nave por la puerta más cual. Cuando

despegamos vuelvo a sentir la sensación de que este terreno para los aviones está en el

lugar equivocado, pues es como el de Ciudad Libertad en La Habana que ha sido

cerrado desde hace mucho por estar precisamente dentro del perímetro urbano

densamente poblado y un accidente ocasionaría una catástrofe doble al sumar las

víctimas de a pie.

Nos han advertido que haremos escala en Colombia y Panamá para dejar y recoger a

pasajeros, pero es plena mañana y no hay dificultades con el tiempo. En ambas

terminales nos han bajado a todos los pasajeros y nos han llevado hasta un salón

aislado, pero con todas las comodidades, mientras hacen la transacción de quienes se

quedan y quienes suben. Este sería el momento de escaparse si tuviésemos esa

intención, pero en Colombia hay muchos problemas con los narcos y con las guerrillas,

aunque muchas personas opinan que son lo mismo. En Panamá hay empleo y buenos

salarios, pero no es tampoco nuestro destino. Sobrevolamos desde un costado a la

ciudad Capital y todos los pasajeros se interesan en ver a través de las redondas

ventanillas las siluetas de los elevados rasgacielos nuevos que la hacen parecer hoy

como Nueva York, una Gran Manzana latina, la cual comenzó a crecer a partir de

cuando los yanquis extirparon a narcotraficantes bandoleros como aquel chiquitico

General Noriega, tan amigo de Cuba, quien por estos días varias naciones como Francia

se disputan su cuerpo y alma para mantenerlo encerrado en su suelo por los daños que

generó cuando estaba en el poder. Pasó casi un par de décadas en una cárcel en La

Florida y entonces lo extraditan a los galos. A partir de ese año 1990, fatídica fecha de

la invasión gringa que tanto escándalo generó en nuestros medios, comienza el boom

inmobiliario y económico que tanto se silencia hoy en la isla, pues no nos conviene

demostrar que el capitalismo y el neoliberalismo pueden ser eficientes de alguna forma

entre nosotros.

El Capitán de la nave anuncia el próximo aterrizaje en tierras de Sandino. Hoy tampoco

nuestros medios replican mucho que Ortega ha logrado éxito en unas elecciones donde

lo eligieron presidente vitalicio (lo mismo que intentaban infructuosamente Chávez y

Evo) aunque en esta nación quien realmente parece gobernar es su esposa, pues siempre

se le ve detrás de Ortega en todas las ocasiones susurrándole cosas, ¿órdenes? al oído de

su marido, quien no tiene la suficiente cultura, o parece no tenerla, como para lograr

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expresar ardientes discursos. El pobre se pasó todo el tiempo cuando debía estarse

educando, practicando la oratoria, peleando en las selvas contra el ya casi olvidado

dictador Somoza.

Observo por la ventanilla una ciudad capital chata, sin altas edificaciones o un centro

urbano bien definido. A la derecha se puede ver el extenso lago Managua que irriga la

ciudad. Ortega piensa cavar con los chinos un gran canal interoceánico de izquierda

(para competir con el de derecha de Panamá) a través de su país utilizando el mayor

lago de la región el cual porta el mismo nombre de su nación, en el exacto lugar donde

va a ocurrir un gran terremoto en el 2014. Una zona donde el Pacífico se acomoda en el

gran cinturón de fuego de las Américas. ¿Se hará?

La aeronave transporta unas ciento cincuenta personas y todas salimos rápido hacia la

sala de arribantes del aeropuerto sandinista. Inmigración no nos mira mucho con

nuestros pasaportes bien visados y la aduana no se molesta en abrir nuestras magras

mochilas. En unos segundos pasamos a la sala común donde están todos los servicios y

debemos encontrar a una mujer joven quien portará un cartel con nuestros nombres

pintados. Esto es fácil porque aquí no es como en La Habana donde se aglomeran

cientos de personas familiares, allegados, y socitos, para recibir tres o cuatro cubano-

americanos pacotilleros quienes arriban por primera o alguna vez.

La joven con ciertas características de indígena está parada discretamente junto a una

columna con el cartel en las manos y al vernos dirigirnos hacia ella nos sonríe

amablemente.

-¿Ustedes son Patricia y Juan?” Asentimos. -“Me dejan ver sus pasaportes, por

favor.”

Ella comprueba sin hablar y con media vuelta comienza a caminar hacia la salida donde

se ve una larga hilera de taxis. El movimiento de personas es ligero, no demasiados

arribantes.

Nos movemos, siempre precedidos por ella y sin hablar, hacia una zona de

estacionamientos donde la muchacha, mientras nos acercamos, desactiva la alarma de

un Audi muy nuevo y pone en marcha el motor. Montamos primero detrás y ella

conduce. Vamos directo hacia la ciudad. Somos todo ojos intentando captar lo más que

podamos de esta tierra donde nunca pensamos retornar. La urbe no nos agrada con su

gran población de personas trigueñas, no tanto por los seres humanos, sino por el

ambiente arisco que se nota desde la ventanilla cerrada. Tal vez sea nuestra primera

impresión, pero no existe nunca una segunda oportunidad de hacerla.

Nos detenemos frente a una residencia modesta en la periferia. Una pareja de señores de

mediana edad nos recibe y junto con la primera joven nos llevan hasta la parte trasera de

la vivienda donde se aprecia un cuarto grande independiente con baño. Tocan a la

puerta y desde dentro salen dos muchachas y un joven, quienes desde cuando dicen las

primeras palabras nos percatamos que también son cubanos. Nos abrazamos

impensadamente. La habitación es amplia y se ven varias literas de a dos pisos

dispuestas como un cuartel. Ronronea un aire acondicionado y en la pared opuesta se ve

un gran televisor de pantalla plana sintonizado en algún canal local.

La muchacha quien nos ha traído nos da un beso a ambos en la mejilla y nos dice que

debemos mantenernos dentro de la habitación sin salir para nada, aunque por esta vez

estamos legales en esta nación. La policía no puede hacernos nada, pero es mejor evitar.

Los dueños de la casa nos proveerán de todo cuanto necesitemos. Solo hay que pedir.

-“Acomódense.” Nos dice mientras los cinco entramos y cierran la puerta tras nosotros.

Yo miro hacia atrás medio asustada, pero el muchacho nuevo me dice: “No está

cerrada por fuera. No te preocupes.”

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Avanzamos por la iluminada habitación y vemos en la gran pantalla plana como de

cincuenta pulgadas que para los próximos días se acerca un gran temporal con mucha

lluvia para toda la zona centro americana. Inspeccionamos el baño y lo encontramos

impecable para el uso de una sola persona a la vez, incluyen papel higiénico, un lujo en

La Habana. En una mesa con varias sillas alrededor se ven varias revistas y periódicos

locales, así como un pequeño estante con varios libros Bestsellers con carátulas

brillantes y atractivas.

Las dos muchachas se llaman Rita y Angélica, el muchacho Pedro. Están aquí desde

ayer y la han pasado bien aunque un poco aburridos. Nada ha parecido amenazarlos y la

comida es excelente.

La señora de la casa ha abierto las puertas y entra empujando un carrito con varias

bandejas conteniendo diversos tipos de comidas, varios platos, y cubiertos para los

cinco. Es la hora de la cena. Ni nos acordábamos, aunque sí teníamos hambre.

Nos sentamos alrededor de la mesita y comenzamos a descubrir lo que nos han traído.

Es suficiente y buena selección de carnes y vegetales.

La señora se ha marchado de inmediato a su parte de la residencia. Hablamos

profusamente mientras comemos. Angélica nos cuenta que una familia conocida de

ellos ha salido de Ecuador por una vía diferente a la nuestra pues no contaban con los

recursos suficientes. Han ido haciendo el recorrido tramo a tramo desde el mismo

Ecuador, evitando la Carretera Panamericana donde si existen puntos de control en las

fronteras interestatales. Cuando llegaron a la selva de Costa Rica la familia se separó

mientras cruzaban a pie. Dos llegaron al otro lado y dos nunca salieron de la jungla.

Nadie conoce su paradero y ya los han dado por perdidos.

Casos como este han levantado tanto revuelo que la presidenta Chinchilla ha ordenado

al ejército la búsqueda y captura de todas estas personas quienes intentan la difícil

aventura de atravesar a su país a través de lo salvaje sin conocer absolutamente nada de

sobrevivencia en tales condiciones, después de haber vivido toda la vida en una isla sin

fieras ni serpientes letales, así como no contar con ningún equipo médico ni técnico que

los apoye.

La Chinchilla ordenó además crear un campamento de refugiados cubanos en vías de

escape desde el Ecuador hacia los Estados Unidos. Eso estaría muy bien, proveer de

asistencia y alimentos a los necesitados, pero se le ocurrió la brillante idea de nombrarlo

Campamento José Martí y los cubanos comenzaron a evadir su ayuda. Cuando se les

informaba a estos escapistas que iban a ser trasladados hasta un campamento con tal

nombre, de inmediato les llegaba la idea a los más informados sobre las antiguas UMAP

de los sesenta, o los campamentos agrícolas donde ingresaban a las familias, incluyendo

a los niños, para realizar trabajos agrícolas forzados antes de sus salidas definitivas

hacia los Estados Unidos. Esto solía durar meses con el consiguiente desgaste físico y

sicológico de aquellas personas acostumbradas a otros tratos. Estas apabulladas familias

fueron conocidas popularmente como los Johnsons.

Todos pensaban, gracias a una aleatoria suposición debido al nombre Martí, que desde

ese campamento en Costa Rica, la mayoría sería enviada de vuelta a Cuba después de

haber pasado tanto trabajo intentando llegar a un lugar mejor. Hasta ese daño de

deformar nuestros símbolos patrióticos nos ha hecho esta revolución fideliana.

Chinchilla cuando fue informada de la reacción de las personas, lo mandó a suspender,

pero el ejército aún busca intensamente a todos quienes intentan atravesar el país a pie

con la pública intención de ayudarlos y que no haya más víctimas desaparecidas, pero

los cubanos somos muy desconfiados. Por eso se les ha pedido a ustedes, como a

nosotros anteriormente, que volaran directamente a Nicaragua para evitar Costa Rica

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atravesada en el medio del camino. Esta vía hasta ahora no presenta inconvenientes,

como habrán podido comprobar hasta aquí.

Así nos pasamos un buen rato conversando hasta altas horas de la noche, contándonos

nuestras aventuras personales desde cuando salimos de Cuba hasta este momento.

Decidimos acostarnos. Mañana será otro día.

Día Dos. (13-11-12.) Nicaragua.

A la mañana siguiente nos levantamos temprano. Desayunamos cuando se abre la puerta

y aparece la muchacha de ayer. La guía. Nos pide que no nos levantemos de la mesa,

como si estuviéramos en un cuartel militar. Debe tener alguna formación de este tipo.

Nos dice que hoy partirán Rita, Angélica y Pedro, los tres que ya estaban aquí cuando

llegamos nosotros. Terminamos y se van a recoger sus cosas. Nos despedimos con

alegría. Nada anuncia que algo va a salir mal. Cuando se marchan nos quedamos solos

nosotros dos. Juan se alegra un poco pues podemos contar con algo de privacidad, pero

nos vamos a pasar todo el día dentro de esta habitación sin podernos asomar ni siquiera

un ratito a la calle. Dormimos, vemos televisión, comemos, dormimos y vemos más

televisión. Eso es todo el día hasta bien entrada la noche cuando caemos en las literas

exhaustos de aburrimiento.

Día Tres (14-11-12). Nicaragua.

Hoy la guía Emelina, al fin nos ha revelado su nombre, llega cuando hemos terminado

de desayunar. Serán las ocho de la mañana. Recogemos la mesa con la ayuda de la

señora de la casa y Emelina nos invita a sentarnos. Trae una carpeta entre las manos con

algunos papeles y mapas. Nos va a explicar el itinerario que vamos a seguir de ahora en

adelante. Primero que todo, nos dice, tenemos que revisar nuestras pertenencias para

comprobar si llevamos estrictamente lo necesario y que no falte nada.

Vamos por nuestras mochilas que ya teníamos preparadas. Nunca las hemos

desempacado como nos han orientado. Siempre estar listos para escapar ante cualquier

dificultad súbita. La ropa interior lavarla a mano en el baño cuando nos duchamos y

colgarla donde se seque rápido. Juan y yo vertimos la mochila sobre la mesa en lugares

separados. Comenzamos a devolver el contenido que habíamos seleccionado según las

especificaciones que nos habían entregado en Ecuador.

Un par de pantalones resistentes no demasiado apretados sin demasiadas costuras y sin

letreros o propaganda visual. Un par de camisas o camisetas, lo que nosotros en Cuba

llamamos pulóver, sin carteles ni escrituras u otras boberías por el estilo. Un par de

zapatos deportivos cerrados adicional. Medias. Algunos recambios de ropa interior. Una

máquina de afeitar desechable, desodorantes. Cero perfume, un par de gorras y gafas

oscuras de las más comunes que encontráramos. Si fuera posible algunas prendas

campesinas más bien rudimentarias. Nada llamativo. Una botella de agua de a litro y

medio o dos litros. Una lata de leche condensada y un paquete de galleticas bien

selladas. Nada más. Todo el dinero que llevemos nunca deberá viajar en las carteras o

monederos, sino empaquetado y protegido en una bolsita de nylon sellada escondida en

alguna parte del cuerpo por si tenemos que meternos en algún río. En la billetera apenas

lo necesario para el día. Por el camino solo comeremos lo que conozcamos, estemos

acostumbrados y en cantidades apropiadas. Nada exótico y raro, pues con diarreas o

peor se hace imposible viajar y no podemos retrasarnos, pues se perdería toda la

26

concatenación de eventos muy bien urdidos. Esto es una organización seria que

involucra a muchas personas. Delante de ustedes marchan muchos y justo detrás, igual.

El recorrido: Emelina extrae un mapa grande y muy detallado de Centro América que

coloca sobre la mesa ya desocupada. Toma un lapicero a manera de cursor. Señala en el

mapa.

-“Saldremos de Managua en bus hasta un pueblo cercano a la frontera con Honduras.

Nos llevarán hasta un lugar donde cruzaremos a pie. Al otro lado pernoctaremos en

una casa atendida por locales que nos estarán esperando. En y durante el trayecto por

Nicaragua no tendremos problemas pues somos turistas legales.

Ya en Honduras deberemos andar con cuidado pues atravesaremos todo el país en un

solo día en dos buses. Nos dejarán muy cerca de la frontera y la atravesaremos a pie.

En Guatemala habrá otra casa al mismo estilo de las anteriores. De nuevo

atravesaremos todo el país en una sola jornada en dos buses, el último de los cuales

nos dejará en un hotelito en la misma frontera con México. Ya cuando estemos en

México termina nuestra compañía y guía. Los dejaremos muy cerca del Centro para el

Control de Emigrantes en el DF y deberán entregarse a las autoridades. Ahí pasarán

dos o tres días detenidos hasta cuando les entreguen un salvoconducto, o papel

timbrado, con el cual podrán atravesar lo que les resta de México, pues en la medida

que se acerquen a la frontera con USA los controles serán más seguidos. Si no tuvieran

este salvoconducto de las autoridades, los apresarían y al final los devolverían a Cuba.

Esos son los acuerdos con su país de origen, pero como provienen de Ecuador y no del

Caribe, como sus pasaportes indican, no tendrán problemas.

Ya libres dentro de México deberán continuar en bus hasta la frontera por este pueblo.

¿Lo ven? ¿No lo olvidarán? Ya allí tomarán un taxi que los pase y del lado de allá las

autoridades los interrogarán y ustedes solo deben mostrarles sus carnés de identidad y

pasaportes cubanos. Eso hará el truco. Más bien lo completará. ¿Entienden?”

Ambos asentimos, aunque sabemos que tenemos muchas lagunas y no entendíamos al

final nada. Nos habíamos confiado en cuerpo y alma a esta gente y hasta ahora estaban

cumpliendo. Si fuera una estafa o algo peor, hace rato que esto hubiera concluido. Solo

era cosa de dejarnos llevar y rezar porque nos acompañara la buena suerte y la buena

voluntad de estas personas.

-“Nos vamos.” Nos dijo Emelina sin darnos mucho tiempo para pensarlo. Recogemos

las mochilas y saliendo apenas podemos decir adiós a la pareja que nos ha atendido

hasta ahora. Afuera el Audi enciende el motor, pero esta vez lo conduce un hombre

quien nos saluda con un leve movimiento de cabeza cuando Emelina lo anuncia. “Se

llama Francisco y lo volveremos a ver.”

Atravesamos Managua, ciudad sin mucho glamour, y vamos a detenernos en unos

minutos frente a una estación de autobuses nacionales. Francisco nos entrega los pasajes

ya listos. El ómnibus parte en apenas cinco minutos. Subimos los tres casi corriendo y

nos acomodamos bien al fondo. El vehículo es cómodo y vamos apreciando todo el país

donde ya no quedan señales de las guerras de los ochenta. Avanzamos por la Carretera

Panamericana. Pasamos varios pueblitos hasta entrar en la Ciudad de León, medio

parecida a Managua, solo con menos elegancia.

Bajan y suben nuevos pasajeros con apariencia de locales. No nos molesta nadie.

Vemos pasar los pueblos de Telica, Chichigalpa, Chinandega hasta cuando llegamos a

Somolito ya anocheciendo. Este es el final del recorrido del bus, así que bajamos y

buscamos en las cercanías algún lugar donde cenar algo ligero. Tenemos los pies

entumecidos debido a la larga estadía sentados, pero nos sentimos bien. Hace calor y se

puede oler la humedad del ambiente. El suelo nos dice que ha estado lloviendo

recientemente y es muy probable que vuelva a hacerlo.

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Terminamos de comer algo y afuera del restaurante ya se ve un taxi local esperándonos.

Es totalmente de noche pero no refresca. Tomamos el taxi y este parte sin que haya que

indicarle dirección alguna. El taxista ni nos mira por el retrovisor y no hace el menor

comentario. Viajamos por media hora hasta cuando el taxi se detiene en medio de la

desolada carretera de dos sendas. Está muy oscuro. Juan no me suelta la mano y a veces

me la aprieta demasiado. Emelina está tranquila vestida de jeans y camiseta ligera con

zapatos deportivos. No lleva mochila.

Alrededor nuestro solo se ve selva negra. Huele a humedad y el taxi se aleja. Cuando

desaparecen sus luces tras la primera curva cerrada de vuelta al pueblo, nos percatamos

de lo perdido en el mundo donde estamos. Justo al borde de la carretera comienza una

selva tupida con árboles altos y arbustos pequeños. Escuchamos sonidos de animales o

aves desconocidas e imaginamos qué podríamos encontrar ahí dentro, o qué nos estará

acechando con ojos diabólicos desde las sombras. La franja de cielo que vemos es

medianamente oscura y llena de unas estrellas grandes e intensas, más de a lo que

estamos acostumbrados.

De improviso dos hombres vestidos de campesinos están parados detrás de nosotros.

Cuando nos volvemos nos aterrorizamos. No los hemos visto llegar y no han partido ni

una ramita para anunciarse como en las películas. Emelina se les acerca valientemente y

les da la mano llamándolos por sus nombres indígenas. Nos mira a nosotros con sorna,

como divirtiéndose de nuestro susto. -“Son los dos guías locales.” Nos dice.

Los dos jóvenes comienzan a caminar delante de nosotros y avanzamos en fila india. No

hay presentaciones de protocolo. Tampoco llevamos linternas o lámparas de ninguna

clase. Avanzamos por un sendero adentrándonos en la selva. Ahora se escucha el rodar

entre las piedras de las aguas de un río que después conocemos es el Coco, pero no nos

molesta. No tenemos que cruzarlo esta vez. Ladran unos perros seguramente

pertenecientes a alguna granja cercana y comienza a llover finamente. El suelo de todas

formas es puro fango debido al temporal que no cesa por estas zonas. De repente

estamos frente a una montaña muy alta, según nos parece a primera vista, pero está toda

cubierta de arbustos y árboles. Nos han dicho que no podemos hablar pues los sonidos

viajan largas distancias en la silenciosa noche.

Comenzamos a trepar y pronto andamos en cuatro patas. Por suerte vestimos jeans

fuertes que impiden nos arañemos las piernas y rodillas, pero se enfangan mucho, así

como los tenis. Caemos una y otra vez. Nos levantamos a duras penas y avanzamos

hasta volver a caer o resbalar. El agua de la fina lluvia nos rueda por el cuerpo y nos

corre con el sudor del rostro mezclándose con el fango reblandecido. Esto es un infierno

y la montaña parece más alta que el Everest. Los guías locales se desempeñan más

habituados y conocen incluso dónde están los huecos invisibles. Nos ayudan a ponernos

en pie y continuar la marcha a cada minuto. Esto es horrible.

De pronto estamos en la cima pues delante tenemos las estrellas y la oscuridad. Bajamos

de la misma forma, más bien la mitad del tiempo resbalando y tropezando con los

arbustos, intentando todo el tiempo evitar las exclamaciones y apretando los labios para

no dejarnos escuchar y delatarnos.

Cuando llegamos de nuevo al llano estamos muertos de cansancio y llenos de fango

hasta el pelo. Continúa lloviendo fino, pero avanzamos con buen paso por un terreno

firme y nivelado. Es como un potrero de una finca. Superar el gran obstáculo de la loma

nos ha tomado una hora apenas.

Efectivamente. Pronto vemos las luces de una vivienda campesina y hacia ella nos

dirigimos.

Varios perros comienzan a ladrar apenas nos acercamos y dos personas salen a la noche

a interceptarnos con dos escopetas de dos cañones listas para disparar. Nos calmamos

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pues siempre observamos las reacciones de Emelina y de los dos guías. Es buena señal

cuando vemos que no se sorprenden o se asustan. Avanzan y saludan con la mano y por

el nombre a los campesinos. Todos nos acercamos a la vivienda.

Cuanta alegría sentimos cuando vemos a los tres que han salido el día anterior

esperándonos cerca de la casa. Nos abrasamos a pesar del fango y el agua como si nos

conociéramos de siempre e hiciera mucho que no nos vemos.

Estamos en Honduras.

Día Cuatro. 15-11-12. Honduras.

Apenas terminamos de celebrarnos, los tres, quienes ya llevan un día allí, nos guitan las

mochilas de nuestras espaldas y nos llevan a una parte del patio donde hay un tanque

elevado con agua y una manguera con una especie de llave de paso. Comienzan a

quitarnos el fango como si fueran bomberos. Se divierten y nosotros nos dejamos hacer.

Incluyendo Emelina quien no se muestra muy sonriente. Hace un frío del carajo, pero

sabemos que es necesario. La contentura nuestra reside en el encuentro con estos tres

conocidos y comprobar silenciosamente que no los han matado y abandonado sus

cuerpos en cualquier lugar de esta selva inmisericorde donde no nos hallarían jamás.

Muy bien que podían hacerlo. Nadie reclamaría por nuestras personas, pues nadie

conoce de nuestros pasos. Mucho menos en Cuba, donde nos hacen aún en Ecuador,

además viajamos de incógnito, ilegales a través del monte perdido centroamericano, sin

que ninguna autoridad tenga la más ligera idea de dónde nos encontramos y por qué

estamos aquí.

Las personas que nos han acompañado y asistido hasta este momento se han portado

bien. Hasta han sido amables como el caso de Emelina, quien corre nuestra misma

suerte hasta cierto punto. El dinero ha sido pagado con antelación y cualquier cosa

pudiera suceder, pero este tipo de organización basa sus operaciones en la confianza de

que las personas llegan sanas y salvas, a pesar de las dificultades y las difíciles

condiciones del viaje. Quienes llegan son la propaganda viva más efectiva de que

funciona. Y quienes logren sacar a cubanos de cualquier parte para dejarlos en los

Estados Unidos se hace millonario en pocos meses, tal es la desesperante ansiedad de

unos ciudadanos quienes no soportan el régimen de su nación y en vez de optar por

derrocarlo o combatirlo, se derrocan a ellos mismos abandonando todo lo que es suyo,

desarraigándose hasta el mismo centro del corazón que permanecerá dolido todo el resto

de sus vidas.

Cuando entramos en la habitación nos cambiamos por ropa fresca y seca que traemos

en la mochila. Yo me percato de que mis tenis se han quedado en Nicaragua, pero no

digo nada y opto por usar chancletas para intentar que los zapatos mojados se sequen

algo antes de mañana. Nos sentamos a la mesa y nos sirven algo de comida, pero no

muy buena: queso, pan viejo, mantequilla y un poco de carne de res hervida en trozos

grandes y sopa de vegetales. El agua que intentamos beber es de pozo, así que todos

acudimos a nuestras mochilas y extraemos nuestras reservas, incluyendo a Emelina,

quien aprueba moviendo la cabeza, aunque no habla mucho. ¿Cuánto le pagarán por

este trabajo?

Toda esta parafernalia de contactos y casas secretas debe tener una segunda, e incluso

una tercera opción, para casos de dificultades como encuentros con la policía que en

estos países siempre revueltos es militarizada y se comporta como otro ejército más en

guerra. Disparan y después preguntan. Estos sistemas tan bien engrasados de personas

todas quienes saben qué hacer a cada momento debe de emplearse en otros fines como

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el narcotráfico. Me asusto. Así es como las mulas humanas acarrean la droga hasta los

Carteles de México, quienes son los que a su vez se encargan de ingresarlos en los

Estados Unidos. Nosotros somos inocentes palomitas, alguna ganancia adicional que no

han desdeñado sus organizadores con la finalidad añadida de mantener sus engranajes

aceitados. A fin de cuentas esto es tráfico humano, si se viene a ver algo incluso más

peligroso que el de estupefacientes.

Ahora el tráfico de Marihuana debe de haberse invertido hacia Uruguay, donde el

presidente izquierdista guerrillero y su congreso acaban de legalizar (2014) el consumo.

Cada persona puede portar, supuestamente para su uso personal, cuarenta gamos.

Digamos que los expendedores podrán estar en plena calle y a la vista de todos con una

cajetilla de veinte cigarrillos visibles en el bolsillo superior de sus camisas. Pueden

vender (aunque no se habla nada de vender) desde uno hasta la cajetilla completa con tal

de que no sobrepase el peso legal de cuarenta gramos. Eso es una ley. Incluso la policía,

todos, pueden portarlos y fumarlos en público. ¿Dónde se ha visto en un país policías,

congresistas, mariguanos legales? ¿Montarán alguna fábrica empaquetadora y

organizarán algún sistema de distribución mayorista oficial? En esto, estoy segura,

muchas organizaciones estarán dispuestas a ayudar con su experiencia empresarial,

como esta que nos traslada.

Las personas en esta vivienda no son muy amables, más bien hoscas y poco educadas en

materia de relaciones personales. Son bien campesinos alejados de cualquier pueblo y

estarán habituados a este tipo de tránsito de seres humanos quienes para ellos son puros

elementos de paso sobre quienes es mejor ni enterarse que existen.

No hay televisión, ni radio para nosotros, ni luz eléctrica, pero hoy no necesitamos nada

de esto. Al menos nosotros caemos en las literas y nos dormimos de inmediato sin

pensar en nada. Estamos tan cansados. Nos han dicho que mañana saldremos apenas nos

desayunemos. Continúa lloviendo afuera. Intermitentemente.

Día Cinco. 16-11-12. Honduras.

Después de tomar leche real de vaca con mucho café, y tostadas con mantequilla, nos

equipamos con nuestras mochilas y nos disponemos a marcharnos. Esta vez nos vamos

los cinco juntos y la guía Emelina. Somos dos hombres y cuatro mujeres.

Abordamos un jeep todoterreno descapotable conducido por uno de los locales y nos

trasladan dando tumbos por terraplenes y guardarrayas hasta el próximo pueblo.

Cuando nos acercamos logro leer el nombre del lugar en la señal azul de carretera:

Choluteca.

Vestimos ropas lo más común posible (yo continúo con mis tenis mojados) y las

consabidas gorras donde tratamos de esconder el cabello, pero en estas zonas nadie las

usa, emplean sombreros tejidos con fibras locales. El chofer estaciona muy cerca de la

terminal de ómnibus que no es más que una esquina cualquiera del poblado. Con la

misma dobla en U y se regresa sin despedirse. Ya nos estamos acostumbrando al

proceder y al sentimiento de mercancía. Esperamos por la llegada del transporte, pues

este es su destino final y de aquí de regreso a su origen. Emelina nos entrega el efectivo

hondureño, pues no hay tickets, ni dónde comprarlos con antelación.

Cuando la guagua llega, no es una guagua, es un camión con una cabina trasera para

pasajeros sin ventanillas y pocas comodidades, pero de todas formas abordamos.

Estamos en zonas campesinas y aquí casi todo es rústico, menos nosotras. Los hombres

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quienes nos pasan cerca nos observan directamente al cuerpo sin muchos

escondimientos. Es fácil adivinar lo que piensan.

Viajamos por una carretera de dos sendas a través de pura selva desde Choluteca hasta

San Salvador, de la cual no vemos nada mientras nos trasladamos por la periferia y

arribamos a Nuevo San Salvador. Donde ingresamos atravesando la ciudad hasta la

terminal de ómnibus, esta vez propiamente hablando.

Emelina nos hace un gesto como para que nos quedemos tranquilos en un rincón de un

espacioso salón con cafeterías y varios servicios. No podemos hablar ni siquiera entre

nosotros, ni debemos hacer grupo para no llamar la atención. Es ya pasado el mediodía

cuando Emelina retorna y nos entrega un pasaje a cada uno que guardamos a mano en

el bolsillo. Emelina nos lleva hasta una de las cafeterías y pide un sándwich para cada

uno con una Coca-Cola. Nada de expresarnos. Almorzamos callados.

Si la policía hondureña nos sorprendiera en estos lugares, nos pediría pasaportes y al ver

nuestros orígenes y visados de Nicaragua, pasaríamos de cuartel en cuartel hasta cuando

nos deportaran a todos de vuelta.

Yo pensaba que no habría castigo mayor que volver a tener que cruzar aquella frontera

entre Nicaragua y Honduras por una loma cruel que nos había dejado marcas y arañazos

por todas partes visibles. Por eso no nos habían alertado nada previamente para no

asustarnos. Alguna persona melindrosa podría armar un escándalo y exigir cruzar el

tramo en un ómnibus con aire acondicionado, pero no va a llegar muy lejos, pues o es

detenida y devuelta, o termina con un disparo en la nuca en cualquier hueco alejado

como alimento para la alimañas.

Llueve. El día está cargado y gris lo cual nos beneficia. Abordamos esta vez un

verdadero ómnibus y como de costumbre nos acomodamos al final. No hablamos en el

trayecto y dormimos o nos hacemos los dormidos todo el tiempo. Juan se sienta siempre

hacia el interior del pasillo y yo apoyo mi cabeza en el cristal de la ventanilla por donde

observo el país con los ojos semicerrados detrás de las gafas. Imagino las guerras

recientes y recuerdo todas las noticias sobre el Golpe de Estado al Presidente Celaya,

tan gracioso con su sombrero alón como Camilo. Su mujer se postuló recientemente

para las últimas elecciones y creo que no ganó debido a su apellido De Castro. En estas

zonas las personas en las ciudades les tienen un poco de miedo al famoso comunismo,

como sucedía en Cuba en los cincuenta y aún sucede cuando todavía le tememos e

intentamos escapar a toda costa. Mírennos a nosotros.

De cuando en cuando veo a jeeps con policías con cascos y armas largas. Aquí no se

andan en chiquitas. Parecen amenazantes aunque son jóvenes. El hecho que esté

lloviendo hace que se mantengan bajo techo y no molesten con revisiones sorpresivas.

Por supuesto que no estarán buscando a cubanos emigrantes, sino a revoltosos o narcos,

pero si caemos, de vuelta a los nica y a subir la loma otra vez.

Esta vez salimos sin contratiempos de Nuevo San Salvador y más tarde atravesamos la

ciudad de Santa Ana. Continuamos viaje rumbo norte pasando esporádicos pueblitos,

deteniéndonos de cuando en vez para bajar o subir a alguien y terminamos

definitivamente en el pueblo de Chalchnapa cuando ya es de noche cerrada.

Caminamos. Dejamos la calle central, la única con importancia en el pueblo, y tratamos

de pasar inadvertidos lo cual me parece estúpido. Avanzamos en un grupito sin fijarnos

mucho en los pocos transeúntes locales o en las condiciones de pobreza campesina

predominante. A pesar de todas las previsiones, nuestras ropas están fuera de estilo y

no hay disfraz que nos haga mezclarnos con los indígenas, todos son indígenas.

Nosotros les debemos parecer nórdicos por nuestras pieles blancas y caras de europeos

asustados más o menos.

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Yo siento que nos miran perfectamente conocedores de qué hacemos allí, quiénes

somos, y hacia dónde vamos. Deben de estar acostumbrados y no debe de haber policía

en el pueblo pues nadie nos molesta.

Tras unos minutos de caminar por las calles del poblado las viviendas se hacen más

escasas y más pobres. Esporádicamente notamos a alguna persona parada en un portal o

su silueta se aprecia en el marco de una ventana iluminada observándonos, hasta cuando

sentimos bajo nuestros pies la grava de un terraplén no muy nivelado. Continuamos

avanzando callados observando hacia todas partes por si acaso. Recomienza a llover

finamente y en unos instantes estamos empapados, pero aún no hay lodo. Estamos en

pleno campo. Emelina guía la caminata.

En un recodo abre una clásica talanquera y comenzamos a avanzar, no sin cerrarla antes,

por un potrero lleno de vacas enormes que nos observan silenciosas con la escasa

visibilidad. El suelo está suave por la lluvia y a cada rato metemos el pie en algún hueco

dejado por la pata de un animal.

Una de las muchachas deja escapar un grito reprimido y yo pienso inmediatamente, no

sé por qué, en la mordedura de una serpiente letal común en estas áreas rurales. ¡Qué

clase de complicación! ¿Se irá a morir?

Yo no me muevo. Nos quedamos paralizados todos. Emelina enseguida se le acerca y le

dice algunas cosas bajito, pero se notan fuertes. Nada sucede. Continuamos camino y

veo cojear a la del aparente accidente. Calza una sola zapatilla. Ahora que me fijo veo

que no son las más apropiadas para estos andares. ¿A quién se le ocurre traer zapatillas

bonitillas de ciudad? Se le pegaron al fango y perdió una dentro de un hueco y allí se

quedó, a mitad entre Honduras y Guatemala. El potrero es la frontera. Por aquí no hay

nada de cercas con garitas y militares. Las vacas continúan observándonos más

asustadas ellas que nosotros. Algunas se lanzan a correr alborotadas en dirección

contraria a nosotros, parece que poco acostumbradas a los seres humanos que no sean

sus vaqueros.

Caminamos un poco más entre pequeños accidentes por los frecuentes huecos y risas

reprimidas hasta cuando podemos apreciar claramente las luces eléctricas de una

vivienda, más bien un bungaló campesino. Hacia allí nos dirigimos en medio de la

noche. El trillo nos guía.

Abrimos otra talanquera y ya estamos ahí. Esta vez una familia con varios muchachos

nos reciben sonrientes como si fuéramos conocidos. La señora se presenta y el señor

saluda con el sombrero. Pasamos adentro y ella se nos encara con una amplia sonrisa.

“Bienvenidos a Guatemala.” Nos dice amable. Respiramos más tranquilos sin saber por

qué. Esta señora me hace recordar de inmediato el poema de Martí sobre la niña de

Guatemala, la que mató de amor.

En esta residencia hay mucho mayor confort. Hay agua caliente, buenos baños privados,

espejos, cosméticos y cuando nos cambiamos, muy buena cena nos espera. El ánimo

mejora ostensiblemente con tal trato de lujo, ahora bañados, frescos y con ropa limpia.

Continúa lloviendo afuera cada vez más fuerte. No hay televisión, pero nos

entretenemos conversando en la sala con la familia y los niños en particular, quienes son

muy despiertos y agradables. Nos enteramos sobre las costumbres locales y los últimos

sucesos que han llegado a oídos de estas personas. Nada raro. De Cuba solo conocen

que es una isla comunista del Caribe a donde no hay que ir pues están prohibidas las

vacas, de lo que ellos viven, pues son ganaderos. Por alguna parte fuera del perímetro

hogareño se escucha el ronronear de un pequeño motor de seguro perteneciente a un

generador eléctrico, pues no se ven cables ni postes por ninguna parte.

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Cuando comenzamos a dormirnos conversando, nos vamos en tropel hasta una

habitación grande cerrada, con aire acondicionado suave, y las usuales literas que

escogemos al azar pues son muchas. Dormimos tranquilos incluyendo a Emelina.

Día Seis. 17-11-12. Guatemala.

A la mañana siguiente ha dejado de llover y caminamos por horas después de habernos

despedido de la amable familia guatemalteca quienes permanecieron largo rato

observándonos desde el portal como si fueran familiares cariñosos. Ya el calor y la alta

humedad de estas regiones nos hacen sudar copiosamente hasta cuando ya exhaustos

arribamos a un pueblito llamado Culiapas. Cuando observamos nuestros relojes vemos

que no es más que las diez de la mañana. Avanzamos despacio por el pueblo intentado

ser lo menos llamativos posibles. Ya no tenemos ninguna razón legal de estar

deambulando por estos lares. Nuestros documentos no nos respaldan en nada.

Por suerte la terminal de ómnibus no está muy lejos. Tampoco la villa es muy grande y

solo algunos viejos sin nada que hacer se solazan en las esquinas bajo amplios

sombreros, comentando sus misterios y observándonos como los bebés, sin pestañear y

sin cambiar la mirada por educación.

Avanzamos de nuevo en un autobús por la Carretera Panamericana hasta cuando

comenzamos a ingresar a Ciudad Guatemala. Mientras miro adelante pienso cuánto

asfalto, cuánto esfuerzo y trabajo, así como cuántas veces se tuvo que discutir algún

problema internacional para construir esta carretera que no es mucho más que nuestra

vía Central la mayor parte del tiempo. Va desde el Río Bravo hasta la Argentina,

sinuosa y precaria en ocasiones, peligrosas y militarizada en otras. A veces muy llana y

rodeada de selva, muy ondulada, perdida sobre los Andes en otra. ¿Cuántos días tomará

recorrerla toda en auto y cuántos visados harán falta?

Es apabullante la miseria que se nota incluso desde los cristales del ómnibus mientras

ingresamos a la Capital de esta nación de la cual se habla poco. Las villas miserias se

suceden una tras otra tan solo separadas o diferenciadas por riachuelos de aguas

albañales, desagües, o las infraestructuras de acueductos gigantes para el servicio de la

zona centro que se aprecia desde todos lados mientras nos acercamos a ella. Pero no

llegamos allí, donde está la riqueza acumulada. Nos detenemos en otra de las

innumerables estaciones de ómnibus locales donde nunca piden pasaporte. Por eso

viajamos así.

Almorzamos, dispersos en algún rincón, algo ligero que nos trae Emelina, como de

costumbre. Ella se encarga para que nuestro acento raro y nuestro desconocimiento de

las comidas locales no delaten nuestra extranjería. Hablamos poco, casi nada, pero nos

sentimos familia, incluyendo a Emelina quien solo hace su trabajo, pero mantiene la

cohesión del grupo, aunque en realidad no hemos tenido aún, y ojalá que no llegue, una

situación de verdadero estrés o peligro, pues es en esos momentos cuando se revelan las

verdaderas personalidades y se prueban de verdad la fortaleza de los lazos que se han

creado.

Antes de las dos de la tarde ya estamos a bordo de otro ómnibus estilo camión, pero

cerrado y con aire acondicionado. Estos vehículos generalmente tienen suspensiones

más resistentes y rígidas que son más incómodas por los saltos del vehículo que nos

cansan y nos estropean, pero soportan tirones y caídas en grandes baches que los de

gran turismo no aguantarían dos veces.

Me dan un poco de gracia los letreros que veo en las señalizaciones azules informativas

de carretera donde aparecen los nombres de los pueblos por donde vamos pasando:

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Chimaltenango, Huehuetenango, Jacalienango. Al final Emelina nos hace una señal y

todos nos disponemos a bajarnos. El ómnibus se detiene justo frente a una edificación

tipo motel norteamericano en las afueras y ya alejado convenientemente del último

pueblo. Bajamos del transporte. Ya anochece. Esta noche no va a haber residencia de

campesinos con quienes hablar, sino malolientes habitaciones de hotel barato con TV,

baño y aire acondicionado. La selva no está muy distante detrás del motel. Nunca ha

estado muy alejada durante este viaje.

Emelina solo recoge las llaves en la pequeña recepción de las tres habitaciones que

estaban reservadas y pagadas. Las cenas nos las llevarán a las nueve a las propias

habitaciones. Nada de salir a deambular. Este accionar y deslizarnos por varias naciones

sin apenas poder disfrutar del viaje me va cansando algo, me genera nostalgia por

dentro. Es cruel viajar y viajar sin poder satisfacer la curiosidad y la necesidad de saber,

pero el deseo de llegar al destino final nos obliga a acatar las reglas de este subrepticio y

peligroso periplo por todo un universo desconocido e interesante.

Día Siete. 18-11-12. México.

Nos despiertan a las seis de la mañana con un refrigerio (un bocadito de jamón y queso

y una cajita de jugo) y nos alistamos. Suponemos que estamos muy cerca de la frontera

con México. Ha estado lloviendo toda la noche bastante fuerte, aunque ha cesado al

amanecer.

Emelina ha salido temprano hacia alguna parte y llega de regreso cuando nos reunimos

todos en el lobby. Estamos ansiosos. Ya hemos entregado las llaves de nuestras

habitaciones. Este hotelito parece no tener empleados, pues siempre se escurren para no

estar presentes en nuestras conversaciones.

Emelina nos informa que por fortuna el río está cruzable, llueve cauce abajo, no para

arriba, pues esto último nos atraparía aquí o nos veríamos obligados a cambiar la ruta, lo

cual no es bueno. -“¡Vámonos!” Solo dice la guía y todos la seguimos.

Afuera hace una mañana gris con presagios de más lluvia. De todas formas yo voy

acomodándome a la idea de volver a mojarme metida en algún arrollo para cruzar la

frontera, pero cuando nos acercamos veo que el riachuelo es un verdadero cause

caudaloso, nada de corrientica ligera. Nadie nos preguntó en Ecuador si sabíamos nadar.

Cuando avanzamos más y comenzamos a bajar por una ligera pendiente vemos nuestro

siguiente transporte el cual no es más que una balsa de madera que es halada con una

soga gruesa atada a ambos lados de las márgenes. El agua está un poco turbia, pero no

parece crecida ni demasiado rápida. No hay nadie sobre la balsa, así que tenemos que

halar nosotros, lo cual se convierte en una especie de silenciosa competencia estilo

campismo popular para comprobar quién hala más.

Al llegar al otro lado Emelina observa a su alrededor y nos informa: “Ya estamos en

México.”

La miramos con algo de nostalgia e inseguridad. A partir de aquí vamos a continuar

solos, sin la guía, pues tenemos que entregarnos a las autoridades un poco más adelante.

Esto no es nada nuevo. Es lo planificado. Estamos en la región de Chiapas. Recuerdo

todo lo que sucedió en este Estado recientemente y la gran repercusión que tuvo en los

medios cubanos. Hemos pasado una semana atravesando hasta aquí antiguas zonas de

guerra donde aún pululan pandillas de narcotraficantes peligrosos y armados, quienes no

dudarían en matar a quien se le atravesara en su camino, pero hemos tenido mucha

suerte de no haber chocado con nadie. “Ya ustedes saben qué hacer.” Nos dice Emelina

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y sin mediar otra frase o despedida alguna da media vuelta y montándose en la balsa

comienza a halarse de vuelta a Guatemala.

Nos le quedamos observando mientras se aleja y creo que es un sentimiento común la

inseguridad de que ella se nos vaya. La persona quien nos ha traído tan exitosamente

hasta aquí. Una sola vez se detiene en la otra orilla y nos dedica dos segundos de

atención sin gestos. De nuevo se vuelve y desaparece detrás de unos arbustos que

ocultan el trillo. Nosotros entonces comenzamos a caminar hacia lo desconocido.

Comienza a llover ligeramente. Estamos de nuevo en la selva.

De todas formas no es muy largo el susto pues un trillo nos saca a una carretera que

debe ser la misma que pasa por frente a nuestro hotelito. Caminamos rumbo norte un

par de horas hasta un pequeño pueblo donde nos sentamos en un diminuto parque

central a esperar que aparezca un bus-camión de los clásicos en este país destinados al

transporte público. Ya no tenemos que ocultarnos mucho, pues nuestro destino es

precisamente caer presos por ilegales, pero debemos acercarnos lo más posible al D.F.

para evitarnos la burocracia y funcionarios veleidosos quienes intenten sacarnos dinero

sin ser los oficiales adecuados para dar permisos.

Ya en el transporte vemos pasar ciudades de diferente tamaño e importancia como

Tuxla, Ciudad Cuaultemoc, Oaxaca, Tehuacan, Puebla, hasta cuando nos acercamos

claramente al Distrito Federal. La población de estas zonas por donde hemos pasado es

mayoritariamente indígena, pertenecientes a las diversas razas que hicieron a esta

nación grande milenos atrás. Mujeres y hombres pequeños con indiscutibles rasgos

aztecas, sospechosamente mongoloides, siempre vistiendo sus sombreros y atuendos

tradicionales, pero ya sin sus pistolas.

Le pedimos al chofer que nos deje en el Centro de Retención de Emigrantes de México

y nos abandona debajo de un gran cartel donde se propagandiza la Cerveza Corona.

Cuando se aplaca el polvo provocado por el abrupto avance del camión que nos traía,

podemos apreciar al otro lado de la cartera la famosa prisión, pues esa es la impresión

que nos da y no estamos equivocados. Es una prisión.

Los cinco cruzamos la calle aun pensando si es buena idea eso de entregarnos o sería

mejor continuar por nuestra cuenta e intentar llegar a la frontera sin delatarnos a las

autoridades. No estamos muy seguros de cuál es el paso correcto, pero si tomamos en

cuenta que hasta aquí hemos estado casi obligados a acatar las reglas del viaje

controlado por la guía Emelina y todo ha salido bien, por qué no vamos a continuar

acatando lo que nos han informado como lo mejor aunque no lo parezca, cuando aún

estamos libres atravesando una calle que nos conduce a la cárcel.

En realidad no es una cárcel ni una prisión real. Es tan solo un centro de internamiento

donde se traen a todos aquellos, cubanos y demás, quienes son atrapados en México sin

los documentos necesarios. Aquí se investigan a todos los extranjeros de paso ilegal,

aclaran sus estatus y son deportados, o invitados a legalizar su situación de acuerdo a las

legislaciones vigentes.

Lo malo es que el Gobierno cubano ha firmado con la Nación Azteca un convenio el

cual establece que todos los cubanos quienes arriben a sus costas de forma ilegal, o sean

detenidos ya en territorio federal sin un pasaporte visado, deberán ser deportados de

inmediato de vuelta a la isla. Otros extranjeros son también detenidos y devueltos a sus

naciones de origen.

De todas formas el lugar es imponente por tomar aproximadamente una manzana de

territorio cercado por un muro de unos cinco metros de alto con un par adicional de

cerca Peerles soldada en la parte superior como para desestimular los escapes por saltos.

En la parte frontal centro del muro está la entrada. Una gran puerta cuadrada para

permitir el ingreso de vehículos y una pequeña para las personas.

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Afuera en las esquinas se ven cámaras de circuito cerrado de televisión, así como en

otros lugares, que cubren todos los accesos.

Todos nos agrupamos en la puerta de tamaño regular y cuando vamos a tocar un timbre

visible esta se abre. Obviamente nos están observando con las cámaras. Dos

uniformados están delante de nosotros. Llevan armas largas y cortas, pero no parecen

alarmantes o agresivos. Se apartan a un lado y nos invitan a pasar. La puerta se cierra

detrás de nosotros y nos parece oscuro el pasillo por donde nos dirigen hacia el interior

del lugar. Esta zona aparece llena de oficinas muy parecidas a una estación de policías.

Nos hacen sentar en una pequeña sala de espera pero no demoran mucho. Una señora

uniformada se nos acerca y nos pide los documentos que portemos. Cuando entregamos

nuestros pasaportes ella los observa conocedora y se vira hacia una de las puertas

abiertas de las oficinas y exclama bien alto: “Alberto. Otro grupo de cubanos con

pasaportes legitimados en Ecuador.” Nos observa uno a uno a los rostros escrutando

por algunas señales que solo ella conocerá. A mí me dedica más tiempo y me pregunta

directo: “¿Tú eres cubana o japonesa?” Yo me siento un poco turbada, debo haberme

puesto colorada, pero le respondo que soy cubana nacida y criada en La Habana. La

oficial de emigración se satisface con mi tono y acento, pero no pregunta a nadie más.

Solo los mira y nos dice: “Aquí van a estar ingresados unos días hasta que comprueben

sus documentos y la jefatura decida qué hacer con ustedes. Ahora serán conducidos a

sus respectivas celdas.”

Esto de respectivas celdas no me agradó mucho, pues me trajo de inmediato a la mente

una habitación de un metro por dos con una litera y una taza de baño de acero en medio

con un lavamanos encima. Algo así como un aislamiento profundo, pero ¿por qué?

En otra sala nos separaron por sexo y nos dijeron que hombres a un ala del edificio y

mujeres a la otra. Las parejas tendríamos una sola hora al día para encontrarnos en el

patio donde y cuando coincidiríamos pero nada de sexo. Esto cada vez me parecía peor.

Nos pasaron a otro departamento donde nos recogieron nuestras pertenencias y nos

entregaron un colchón flaco de espuma de goma, una sábana y unos uniformes horribles

color naranja para que nos vistiéramos de inmediato. Lo único que faltaba era que nos

pusieran grilletes, pero no nos tomaron la consabida foto de frente y de perfil con la

escalita detrás.

Nos conducen por unos largos pasillos hasta una gran sala alargada donde se agrupan

decenas de mujeres de muy diversa edad. Todas se callan cuando nos acercamos y nos

observan muy bien cuando se corren los ruidosos cerrojos de los barrotes que impiden

que estas señoras anden libremente por esta institución de máxima seguridad ¿o no?

Nos dejan entrar y cierran a nuestras espaldas. Todo el gran salón alargado está cubierto

por literas de a dos de alto muy bien alineadas. Algunas personas dormían y ahora nos

miran acomodadas sobre sus codos, súbitamente interesadas por nuestras primeras

palabras. Todas estamos vestidas con overoles color naranja.

Una gorda que ha estado hasta este momento en una especie de ruedo jugando a las

cartas sentada en el piso, se levanta con algo de dificultad y se nos acerca. Me escoge a

mí por alguna razón. “¿Eres cubana?” Yo asiento sonriendo amplio: “Sí. De La

Habana. Todos somos de Cuba, pero llegamos desde Nicaragua, no directo desde la

isla.”

La gorda nos mira de pies a cabeza a las tres y dice hacia el interior del recinto en voz

muy alta: -“Muchachas, otro grupo de cubanos de Ecuador.” Y entonces a nosotros. -

“No se preocupen ustedes, que si es como dicen, en unos días se van. Ya han pasado

muchos por aquí con sus mismas características. Esas gentes que ustedes contactaron

sí que trabajan bien. Mírenme a mí que llevo meses en esta celda después que me

atraparon creyendo que había desembarcado en la Florida y me encuentro con un

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mexicano chingado que lo primero que hizo fue llamar a las autoridades sin darnos

tiempo a reembarcar.” Se ríe con ganas. “Búsquense una cama vacía por allá atrás y

vengan para acá para que no se aburran. La comida es buena y ya estamos casi en

horario para que nos traigan la cena.”

Cuando hablaron de comida enseguida me percaté de que nos habíamos saltado el

almuerzo y en estos días hemos comido muy poco.

La cena llegó en un carrito estilo hospital. Un par de matronas uniformadas con

delantales y espumaderas gigantes nos sirvieron unos recipientes plásticos un buen

cocido de ternera picante, unos tacos rellenos con vegetales también picantes, papas

hervidas, brócolis y una lata de bebida de Cola o botellas con agua mineral a elección.

Cenamos a hartarnos y depositamos los platos de vuelta sobre el carrito que las

empleadas han dejado disponible a la entrada. Ya nos hemos duchado y los baños no

están mal con el agua lo suficientemente caliente. De repente me siento enormemente

cansada y la litera me parece el mejor lugar del mundo. Me recuerda mis días de

escuelas en el campo. Pienso que Juan debe de estar pasando por lo mismo y es la

primera vez en estos dos años que vamos a dormir en camas aparte, separados por

paredes inexcusables. Juan debe de estar también vistiendo este uniforme overol naranja

que tan mal le debe quedar. Tal vez esté tirado sobre una de estas literas pensando en

mí, en nuestras cosas y en todas estas locuras que estamos haciendo, jugándonos la vida

para lograr una existencia mínima y decorosa que en la isla no parecíamos tener,

intentando llegar a un país donde nunca hemos estado y en el cual confiamos para

nuestro futuro.

Todas estas mujeres que están hoy aquí presas, de una forma u otra han intentado

escapar de una isla donde no han encontrado suficientes esperanzas y casi todas son

muy jóvenes, sus parejas deben estar donde Juan y el otro, repitiéndose las mismas

preguntas de si vale la pena correr tantos riesgos por una incertidumbre. Hoy encerrados

en una cárcel mexicana sin juicios y sin muchas explicaciones, aunque las condiciones

son realmente de mínima seguridad dentro. No nos han puesto esos grilletes brillantes

que les colocan en los tobillos a los peligrosos para que no escapen corriendo. Observo

acostada la parte inferior de la litera superior donde no hay nadie hoy. Todas hemos

escogido debajo, por si acaso rodamos dormidas y nos caemos. Algunas nunca fuimos

al campo. Levanto los pies y empujo el cartón grueso de debajo de la cama de arriba.

Me cae un poco de polvo sobre el rostro y me lo sacudo sonriente, recordando la cara de

quien dormía allí en aquellos días no muy lejanos de las escuelas al campo. Todavía soy

una muchacha.

Día Ocho. 19-11-12. Cárcel en México.

Nunca supe cuando me dormí, pero me despertó la cháchara de las demás y el

movimiento a mí alrededor. Había llegado el desayuno y las mujeres se arremolinaban

alrededor del carrito que traía sándwiches, jugos y cafés para todas. Me levanté y recogí

lo que me tocaba para asearme primero antes de comer nada. Me tomé mi tiempo y

disfruté de la comida sentada al fondo donde se notaba un tranquilo silencio. Todas las

demás se habían ido a sentar sobre las primeras literas que servían a manera de

escenario para ver qué pasaba y conversar. Esto es un plan ceba. Comer y dormir. Un

mes aquí y aumentamos cuarenta libras cada una.

Después de hartarme me fui hasta donde estaban las demás. El ambiente es de

camaradería pues todas somos cubanas que hemos sido atrapadas de una manera u otra,

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con o sin pareja, en el brinco, con el mismo objetivo de ingresar a los Estados Unidos

por alguna vía alternativa cuando las legales como solicitar visado para residir y

trabajar, el bombo, o pedir visa de paseo, no daban resultado.

-“Resulta increíblemente frustrante después de haber cumplimentado los mil y un

requerimientos que te hacen las autoridades cubanas y las de la Sina, después de haber

pagado cientos de Cuc que no tienes y nunca tuviste antes, dinero que casi siempre te

envió desde allá un familiar amable y sacrificado, para que cuando hagas tu enorme y

estresante cola, llegues hasta una de las varias ventanillas de los cónsules quienes

autorizan y un hosco personaje revise todos los papeles, te observe un par de veces a la

cara y te diga serio: “Denegado. Posible emigrante.” Y tengas que irte de allí muy

cabrona, con ganas de gritar, pero totalmente impotente contra todos estos burócratas

de allá y de acá que te hacen la vida difícil. Al final te percatas de que esas personas

estaban en lo cierto pues probablemente si llegas a los Estados Unidos, nunca retornes

ni amarrada aunque eso no lo sabes hasta cuando chocas con la realidad. Depende de

cuál tipo de persona eres, cuál es tu personalidad. Pues hay quienes nunca se adaptan

al trabajo duro doce horas al día cuando dos tercios de su vida la han pasado

haraganeando en la isla, viviendo del cuento y el trafiqueo, inventando, cuando en

todas las otras partes del mundo ya todo está inventado. Les digo, es difícil el choque,

pero cuando coges tus primeros dólares del primer pago que te parecen una

enormidad, te sientes realizada y te crees que tienes al mundo por la barba. Puedes

hacer lo que quieras y es verdad. El tema está en no intentar tener demasiado en poco

tiempo, pues los caminos son aviesos y problemáticos. Yo estuve residiendo un tiempo

en los Estados Unidos, me volví a Cuba pues no podía trabajar en lo que me gustaba y

para lo que estaba preparada, pero me percaté de mi error, la realidad que había

olvidado me volvió a chocar y ahora estoy aquí intentando llegar nuevamente. Yo

también salí de Ecuador pero estaba en una misión médica oficial. Yo soy médico y he

dejado toda una familia detrás, pero ellos conocían de mis planes y fueron los primeros

en apoyarme. Ahora los extraño tanto.”

Esto lo contaba una señora de aspecto distinguido y unos cuarenta años quien se

encontraba en una esquina del ruedo que se había formado entre las literas y el espacio,

especie de recibidor del gran salón, donde estamos recluidas.

-“Y yo que apenas desembarqué de mi balsa después de casi dos semanas navegando

casi perdida en el océano, pongo mis pies sobre el suelo demasiado quieto para mi

gusto, y lo primero que veo es un hombre con sombrero, jeans, cinturón y botas de

media caña labradas, vestido a la antigua usanza de los charros, que lo único que le

faltaba eran las dos pistolas, pero sí tenía celular y lo primero que hizo el muy hijo de

puta fue llamar a la policía que parece estaba bien cerca. Nos mandaron hacia acá

nada más que vieron nuestra nacionalidad. Y yo que pensaba que era un gringo o un

chicano. Debí haberme dado cuenta antes del bigotón que portaba. Los yanquis no

usan bigote.”

-“Ah, pues yo conozco a otra persona.” Saltó rápido con su historia otra de las

muchachas. -“A quien sí le dieron una visa mexicana de turista después de haberse

pagado su pasaporte y haber invertido su dinero en las gestiones de ir decenas de veces

a la embajada en La Habana, pues vivía en el interior, llegó junto a mí en el mismo

avión, bajamos y cuando chocamos con inmigración en el aeropuerto del DF, le

preguntan qué va a hacer en México y responde que visitar a unos familiares. Estos le

piden los teléfonos para contactar con estas personas y verificar su estatus, pero ella no

los tiene. Nunca los tuvo, pues su intención era la de llegar a la frontera y pasar por

sobre el Río Bravo al lado de allá, pero no pensó en este detalle. Pues los policías de la

migra la detuvieron cuando ella se puso cabrona porque no la dejaban pasar. La

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sentaron detenida en otro saloncito y la montaron en el próximo avión de vuelta para

Cuba. ¡Qué triste!”

“Pues yo escuché incluso que a una funcionaria en funciones de trabajo enviada por el

mismo gobierno la devolvieron porque no pudo aportar estos datos a las autoridades

del aeropuerto quienes se lo exigían. Ella los tenía, el gobierno se los había dado con

suficiente detalle, pero se le habían olvidado en La Habana. Venía a trabajar

autorizada, pero también la montaron en el próximo avión de vuelta al infierno. Me

imagino que le habrán echado un buen responso.”

Una rubia bonita y bien vestida a pesar del overol naranja, dijo con mucho

amaneramiento femenino y una vocecita delicada: -“Yo conozco a otras personas

quienes si ingresaron en este país y fueron detenidas llegando a la frontera pues son

muchos los controles mientras más te acercas allí. Asimismo otras desaparecen antes

de llegar sin dejar el menor rastro ni una ligera pista de qué les sucedió, aunque

también conozco de algunos, o más bien muchos, quienes han llegado hasta los puentes

sobre el río y han cruzado. Si llegan a lado de allá se les aplica la Ley de Ajuste

Cubano y se quedan. Ese es nuestro privilegio y quien quiera irse de Cuba debe hacerlo

antes de que eso se acabe, pues entonces sí vamos a estar fastidiadas para entrar en el

desarrollo. Vamos a tener que hacer como todo el resto del planeta y mojarnos las

nalgas. Los americanos, por las razones que sean, han sido demasiado buenos con

nosotros pues les hemos enviado hacia allá hasta nuestros presos y criminales.

¿Ustedes han escuchado las historias del Mariel, verdad?”

Otra trigueña tenía también su relato. -“Yo estuve leyendo no hace mucho que a un

pelotero famoso que intentaba escapar hacia los Estados Unidos donde jugaría en las

Grandes Ligas, la mafia lo capturó aquí y lo retuvo el alguna parte ya cercano a la

frontera. Entonces se comunicó con su familia y les dijo que si no aportaban no sé cuál

loca cifra de dólares le cortarían varios dedos al pitcher. La familia se puso muy

perturbada con el susto y parece que pagaron pues el tipo llegó sano y salvo a

Yanquilandia, o los policías lograron rescatarlo. No estoy muy segura de cómo fue el

final, pero lo importante es el hecho de que no puedes hablar mucho en ninguna parte

pues quien escucha no siempre es bueno y si se enteran de que tu gente tiene dinero

allá, no te dejan llegar para pedir rescate.”

Una mujer medio oculta por una sábana al fondo habló con delicadeza, disfrutando lo

que dice: -“Pues yo me paseé bastante por el DF. La Capital de Méjico es como una

Ciudad Estado de las antiguas. Tiene más habitantes que la mayor parte de las islas y

muchas otras naciones continentales. Es enorme y continúa creciendo. Puedes vivir

toda tu vida dentro de ella y nunca se ve a un mejicano dos veces. Y eso que se

construyó sobre Chinampas. Ahora dicen que se está hundiendo. Qué pena. Me

agradan los mejicanotes tan machotes.”

Continuamos hablando hasta la hora del almuerzo cuando vuelve a llegar el carrito con

recipientes humeantes. Tengo que controlar mi hambre o engordaré y mi Juan no me

querrá.

Acabamos con la comida en un dos por tres y volvemos a deambular por el dormitorio-

galera por un rato en un vano intento por apurar las horas. Es curioso poder percatarnos

de la camaradería que hemos logrado muy rápido con el simple hecho de ser de la

misma nacionalidad. Tal vez si hubiesen en este albergue algunas moldavas, noruegas,

chinas y holandesas, no hubiese sido lo mismo y más bien seríamos enemigas

comenzando por la barrera del idioma y después las culturales. Definitivamente no nos

entenderíamos. Ser del mismo país, de la misma isla caliente, nos acerca, nos hace

cómplices de la misma historia de crueldad para con los seres humanos que nos ha

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puesto aquí y al mismo tiempo ha generado millones de historias diferentes pero

parecidas en cuanto a finalidad. En este caso creo que el fin justifica los medios.

Exactamente a las dos de la tarde suena un timbre largo como el de una secundaria

básica en La Habana llamando a sus alumnos y maestros al patio. Todas las mujeres se

apresuran a ponerse en cola tras la puerta de barrotes de acero que está siendo abierta

por las carceleras sirvientas. Es la hora del patio. El momento cuando todos los

detenidos en esta gran mansión se reúnen en la explanada central para tomar el sol o tan

solo para encontrarse y conversar.

Yo pienso en mi Juan y los deseos que tengo de verlo. Empujo a unas cuantas quienes

protestan a mis espaldas, pero no las escucho y salgo de las primeras. Avanzamos por

un largo pasillo hacia una luz intensa. Es la zona no techada del centro del edifico, típica

en las construcciones españolas del siglo dieciocho y diecinueve. La intensidad de la luz

es causada por nuestras pupilas acostumbradas a la penumbra tenue de nuestro albergue

hasta hacerla normal y ahora el sol nos parezca una antorcha enorme desproporcionada.

Cuando se me acaba demasiado rápido el pasillo por mi carrera, me detengo

literalmente ciega. Me coloco la mano sobre mis ojos a manera de pantalla y allí lo

distingo con un halo dorado en medio de un gran rectángulo cementado. Corro hacia él

y casi me le lanzo en sus brazos pues tropecé en el postrer instante, en los últimos

centímetros, con un saliente del piso, y me le cuelgo al cuello, y lo beso en los labios, y

lo abrazo fuerte. Todo al mismo tiempo. Hace milenios que no lo veo. Eso me parece.

Tenemos tanto que contarnos. ¿Por qué me han separado de ti?

Juan tan solo se sonríe. Sé que le gusta y me aprieta a su vez. Me separo un poco de su

rostro y le observo directo a los ojos que los tiene un poco húmedos. No creo que por la

separación, sino por esta prisión necesaria que nos parece tan cruel precisamente por no

haber hecho nada. Le tomo de la mano y nos vamos a un rincón apartado donde aún no

se han aglomerando las parejas. Las parejas que se quieren son sordas y usted las puede

colocar una al lado de la otra y ellas ni se enterarán de qué hablan las otras, ni siquiera

que están allí hasta cuando se les ocurra hacer algo pecaminoso a los ojos de los

carceleros. Entonces suena un silbato fuerte. Incluso quienes no tienen culpa sacan las

manos de donde no deben estar. Pero yo solo no veo a Juan desde ayer. Puedo aguantar.

Conversamos y le cuento cómo me ha ido, las comodidades de las cuales disfrutamos y

todos los chismes que nos hemos contado las mujeres reunidas. Todas somos cubanas.

Imagínate.

En el albergue de Juan es lo mismo. Todos son cubanos en la misma categoría de

escapistas intentando llegar a la tierra prometida por ellos mismos. En realidad el

ambiente no es malo pues no somos delincuentes, sino casi todos profesionales, o muy

jóvenes que aún estaban estudiando y no aguantaron más la isla cárcel con su

desesperanza y asedio político. Cuando uno sale de Cuba se percata, entre las primeras

cuestiones, aparte de los supermercados llenos de carnes y chucherías, ropas,

automóviles modernos por todas partes con absoluta ausencia de almendrones ruidosos

y humosos, etc., de la ausencia casi total de política en los medios locales de televisión,

menos en la radio y algo más en los periódicos, pero muy dirigidos a un determinado

público. En Miami usted se lee el Nuevo Herald si quiere saber todo lo malo y lo bueno

de Cuba, o se busca el New York Times si prefiere una mirada más amplia y una mejor

perspectiva intelectual. Si desea aún más refinamiento intelectual se subscribe al New

Yorker. No como en la isla que todo es observado, las más nimias cuestiones, desde

ángulos politizados a conveniencia del redactor jefe Fidel y ahora Raúl, hasta el punto

de uno sentir deseos de mandar todo al carajo y no leer nada más en su vida que no sean

los muñequitos o las novelitas viejas de Corín Tellado, a ver si no nos molesta más el

hambre del universo cuando aún no hemos desayunado ni almorzado y son las cuatro de

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la tarde, o no nos duelen patrióticamente las mismas cosas que hemos aprendido hacer a

los demás, las mismas mentiras, o medias verdades, repetidas una y otra vez al mejor

estilo Goebeliano.

Juan está en la sala oeste de la enorme institución llena de latinos y algunos asiáticos y

árabes. A los cubanos los segregan por el estatus especial que portamos tanto desde

cuando salimos de la patria, como cuando llegamos a los Estados Unidos. Situación que

nos ha endilgado nuestra notoria y controversial Revolución Fideliana.

Hablamos y nos queremos un ratico y llamamos a las mismas personas quienes han

hecho parte del recorrido con nosotros. Conversamos y todos estamos bien, animosos y

locos por salir de aquí, aunque a ninguno nos han procesado aún. Nos refocilamos hasta

cuando suena de nuevo el mismo silbato enervante y nos tenemos que retirar hacia

nuestra reclusión. En algún momento nos llamarán a alguna oficina, puede que por

separado o de conjunto Juan y yo, y nos interrogarán hasta cuando decidan qué hacer

con nosotros. Lo cual debe ser entregarnos nuestros documentos y hacernos un

salvoconducto para continuar nuestro viaje hacia la frontera norte.

Camino solitaria de vuelta y cuando ingreso me percato de que nos han instalado un

enorme televisor de pantalla plana como de cincuenta pulgadas. Un asistente lo

sintoniza con un control remoto y por consenso elegimos a Univisión, pues está en

español. De todas formas cuando se marchan nos dejan el mando con una orden de

cuidarlos o habrá que pagar las averías. El resto de la tarde nos la pasamos viendo la

tele, muchas desde nuestras camas y otras se reúnen debajo del TV en un corrillo a jugar

nuevamente con las cartas, levantando las cabezas de vez en vez cuando sonaba un

disparo o alguna alarma en la pantalla.

Día Nueve. 20-11-12. Centro de retención en México.

El día siguiente desayunamos, vemos TV. A media mañana me llevan a una oficina

donde un señor de uniforme con unos grados raros me hizo una serie de preguntas sobre

dónde había residido fragmentariamente durante toda mi vida y barajaba mis

documentos dispersos sobre la mesa como intentando entender. Debe de ser difícil

comprender a los cubanos cuando la propaganda muestra a nuestra sociedad como un

cúmulo de maravillas para los pobres, casi todos contentos y aceptando de buen grado

nuestras bondades-penurias. Nada más lejos de la realidad, pero hay que vivir ahí para

conocer eso, lo diabólico y enrevesado. Para un extranjero Cuba siempre es un enigma

aunque se esfuerce por entender.

Luego almorzamos. Siesta. Una hora en el patio al sol con Juan. De vuelta al salón-

galera. Más TV. Cena y de nuevo TV hasta cuando nos dormimos.

Día Diez. 21-11-12. Día de asueto.

El día que nace es uno de los más aburridos de mi existencia. Desayuno, TV y cartas,

Almuerzo. Una hora de lujo con Juan en el patio. Más TV. Cena. TV y a dormir cuando

nos morimos de tedio.

Día Once. 22-11-12. Salimos a México.

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Por la mañana todo transcurre normal. Es insoportable continuar encarceladas sin

nociones de cuándo nos van a soltar y pienso en lo desesperante que debe ser adaptarse

a tantísimos años de cárcel que en ocasiones sentencian a algunas personas sin delitos,

por ejemplo, a los disidentes. Cuando sucedió la Primavera Negra del 2003 a una de las

personas que encarcelaron la condenaron a veintiocho años de prisión por el simple

hecho de escribir artículos donde se disentía con la política del Gobierno. Sentir que de

pronto te arrebatan de tu zona de confort, junto a tu familia en tu hogar, sin haber

cometió delitos por los cuales tú creas que debes ser sancionado, tan solo expresar tu

opinión airada por tanta basura que consideras dentro de este proceso revolucionario, y

que te condenen a media vida encerrado junto a los más rabiosos delincuentes y en las

más malas condiciones imaginables sin que siquiera se te considere oficialmente un

prisionero de conciencia. Debe ser muy duro. Por suerte ese señor fue liberado y hoy

vive en España, sino, se hubiera muerto de tristeza primero, después de rabia, creo yo.

Almorzamos y me vienen a buscar. También llaman a las dos muchachas Rita y

Angélica que llegaron conmigo y nos acompañan desde Nicaragua. Cuando llegamos a

la misma oficina del día de la entrevista, allí está Pedro, el muchacho que también nos

acompañaba, pero no Juan.

Le interrogo con la mirada, pero él solo se encoge de hombros como diciendo ¿Y qué

carajos sé yo?

El funcionario nos observa y nos manda a sentar en unas sillas plegables plásticas que

presumo permanentes allí. Le acompaña una señora también uniformada quien parece

ser otra de las funcionarias de la institución. El Jefe nos observa uno a uno al rostro y

habla:

-“Ustedes están aquí porque se han entregado por propia voluntad para agilizar un

proceso en el cual se han metido y esta es una vía legal que ya se ha ensayado mucho.

Nosotros conocemos todas las jugadas que se han montado por organizaciones ilegales

y ustedes son parte de ellas, o al menos están dentro de sus redes. Pero las leyes se

hicieron para cumplirlas y nosotros no podemos ni debemos hacer menos. No actuamos

por simpatías ni de un tipo ni de otro.

Como todos portan un pasaporte cubano y han comenzado un viaje desde Ecuador

hacia Nicaragua y han continuado ilegal desde ahí, y ahora se entregan aduciendo que

desean salir de México hacia el Norte, no podemos devolverlos a Cuba, pues ese no fue

el origen de su itinerario. Sus pasaportes fueron activados en Ecuador, por lo tanto les

corresponde continuar. Nosotros no les otorgamos visados de ninguna clase, tan solo le

entregaremos a cada uno un salvoconducto válido para una vez, para que puedan salir

del país sin que las autoridades policiales se lo impidan y los detengan. Firmen ustedes

los recibos de entrega y pueden marcharse. Les advierto que el salvoconducto solo

tiene validez para setenta y dos horas y solo se emite una vez.”

Los cuatro documentos timbrados están dispuestos sobre la mesa. La señora adelanta

una especie de acta que ha venido confeccionando y nos indica firmar donde han sido

escritos nuestros nombres completos. Cuando firmamos recogemos el papel de sobre la

mesa fijándonos bien no equivocarnos. El oficial entonces saca de una gaveta nuestros

pasaportes originales, carnés de identidad cubanos e incluso un par de licencias de

conducción de las muchachas Rita y Angélica.

Los demás comienzan a caminar en dirección a la salida de la oficina, pero yo me quedo

un instante dudando, medio apenada, pero supero mi timidez y me devuelvo hasta frente

a la mesa, me le encaro al oficial. Este sabe qué le voy a preguntar.

-“No te preocupes, que pronto saldrá. Espéralo en el hotel más cercano. Es lo que

todos hacen.”

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Vamos rapidito a recoger nuestras pertencias acompañadas por las escoltas que nos han

traído y es un festival de adioses de entre las demás cubanas que se quedan. Siento algo

de pena pues algunas llevan meses en esta situación de limbo fiscal hasta saber qué van

a hacer con ellas. Algunas las devolverán a Cuba desgraciadamente. Otras ni se sabe

dónde van a terminar.

De nuevo en la calle me siento incómoda alejándome por la carretera polvorienta sin mi

Juan. Esta vez me acompañan las dos muchachas Rita, Angélica, y el muchacho Pedro,

pero me siento sola en este extraño país. Caminamos por la vera del camino rumbo a la

Gran Ciudad. Estamos en la periferia.

Avanzamos un poco bajo el sol hasta cuando arribamos a un hotel de carretera no muy

diferente al de la frontera en Guatemala. México es bonito si solo tomamos en cuenta el

campo y su verdor. Más o menos como mi isla. Rentamos dos habitaciones y me voy a

una con Rita. La otra la ocupan Pedro y Angélica. Caemos en las camas como si

estuviéramos muy cansadas y nos ponemos a ver un poco de TV. No me gusta México,

mucha violencia y muchos indígenas, sobre todo en la zona por donde ingresamos. Se

nota mucho la pobreza extrema y la incultura. No es igual aunque aquí apreciamos el

desarrollo de la Capital. No tiene nada que ver con las zonas muy interiores. Nos

quedamos en el hotel todo el resto del día y cenamos algo frugal en una taquería

cercana. Por la noche me la paso recordando a Juan y en cómo debe de estar pasando la

suya. Duermo mal y sobresaltada a cada cinco minutos por los ruidos extraños y la

cama fría y llena de ácaros que no se ven pero se sienten en la almohada y la sábana.

Me torturo porque considero que no debía haber aceptado mi salida hasta cuando le

dieran la de él, pero creo al mismo tiempo que hubiera sido un error. De todas formas ya

tenemos la mitad del problema resuelto para esta etapa del viaje.

Día Once. 23-11-12. Aún en México.

Amanece para nosotras, pero tan solo tomamos café americano para ahorrar. En unos

minutos se irán los tres rumbo a la frontera para ver cómo pasan. Eso para nosotros es

una incógnita, pues nos han dicho que es uno de los momentos más peligrosos de esta

travesía. Yo permaneceré en el hotel a la espera de que liberen a Juan. El problema en

México es que mientras más cerca de la zona americana, más mafia controlándolo todo.

Las personas se tornan despiadadas y los muertos abundan como si fueran gallinas

viejas. Los seres humanos no importan mucho y hay que estar a la orden de los malos,

pues el gobierno no hace casi nada efectivo para detener a los diferentes carteles que

intentan tomar todo el control y atrapar todo el tráfico de la droga de consumo interno y

hacia los Estados Unidos. Hay demasiado dinero envuelto. Otro grave problema es la

Corona, la Tecate, el Tequila, el Mezcal, el Pulque, etc. El alcoholismo es muy elevado

entre la población masculina azteca como símbolo en parte de una gran idiosincrasia

muy machista, y entre las mujeres es típico la religiosidad exagerada y la predominancia

del somatotipo indígena con señoras bajitas, regordetas, cuadradas, muy poco atractivas

y si encima le agregas un exceso de pudor debido a la misma cultura extrareligiosa,

tenemos una nación de hombres descontentos quienes comenzaron a viajar a Cuba en

los inicios del turismo en busca de las hueras, o las rubias baratas y fáciles que se

amontonaban en el Malecón en busca de algunos míseros dólares para paliar el hambre

del Período Especial. Era barato entonces para estos charros hasta cuando se avecinó la

crisis económica que llevó al peso mexicano de tres por dólar hasta casi quince y se

acabó el turismo de los cuates en busca del peligroso sexo caribeño. Por aquellos

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tempranos noventa también comenzaba a conocerse sobre el estrago y la difusión del

SIDA. Con el fallecimiento de Rod Hudson, luego Freddy Mercury, etc.

Otra cosa que se le critica a los mexicanos es su afán porque en la televisión no

aparezca un indio para nada. Si usted solo atiende a los programas visuales que se

emiten desde los centros de poder, le parecerá que ha llegado a un país europeo cuando

admire las preciosas trigueñas con seis pies de altura, e incluso hasta algunas rubias que

no se sabe de dónde las han sacado. El gobierno es todo hombres más o menos

parecido.

Casi a la hora el almuerzo llega Juan. Ay qué alegría pues me estaba comenzando sentir

muy sola en esta nación machista donde las mujeres tienen poco que hacer. También

sentía mucho miedo por lo que pudiera pasar, pues las chicas que estaban en la galera

no pararon de hacer cuentos de lo que puede hacer la mafia en este país. Los emigrantes

son una de sus especialidades por la indefensión legal en que se mueven. En especial los

cubanos cuando su propio gobierno los considera escoria. Estos intentan atravesar esta

gran nación de incógnito y si desaparecen, nadie preguntará por ellos pues en primer

lugar nunca estuvieron allí. No hay registros de ninguna clase. Si los delincuentes se

informan que tienes algo de dinero, eres persona muerta antes de que te enteres.

Lo llevo toda contenta a la taquería cercana y almorzamos de maravilla cualquier

bobería que ni notamos. Volvemos al hotel y pagamos otro día, pues pretendemos hoy

descansar y salir a dar una vuelta por la noche para ver la gran urbe, una de las mayores

de planeta con mayor densidad poblacional. Si por mí fuera me iría directo a la frontera,

pero es mejor tomarlo con calma y como ahora estamos solos, hacer un poco de

turismo. El salvoconducto nos sirve para tres días y hasta los Estados Unidos solo hay

una jornada de autobús.

Nos pasamos toda la tarde en cama nada pasivos recuperando el tiempo perdido. Por la

noche tomamos uno de los autobuses camiones que tanta gracia me hacen y damos un

par de vueltas hasta llegar al centro. Allí caminamos por las aceras bajo los aleros de los

enormes edificios rasgacielos y me pregunto cómo resistirán los terremotos frecuentes

en esta nación. No me gustaría estar por aquí durante alguno de esos eventos. Cenamos

algo en un restaurante barato cerca de la plaza del Zócalo y la comida me resulta

excesivamente picante. Veo a los mexicanos tomando tragos de Tequila en vasos con

los bordes llenos de jugo de limón y sal. Terrible trago, me parece pues nunca me

atrevería a probarlo. Creo que preferiría el buen ron cubano aunque tampoco soy adicta.

El DF me resulta fascinante por su inmensidad. Retornamos al hotel no demasiado tarde

pues mañana partimos temprano.

Día Doce. 24-11-12. Cruzamos hasta la Frontera.

Nos levantamos temprano, pues no podemos dormir más allá del amanecer con tanto

que tenemos pendiente. Desayunamos un poco de café con leche y pan con mantequilla,

nada raro de lo que hay en el servicio del hotel para los huéspedes, pues cómo sabemos

una indisposición con diarrea nos impediría hacer el viaje que nos debe tomar todo el

día y esto es crucial para nosotros. Hoy se decide todo. Yo me reconozco

sicológicamente fuerte con Juan cerca de mí, pero no dejo de sentir ahí mismo detrás de

la silla turca de mi cerebelo la presión de la enormidad de lo que estamos haciendo

solitos. Recuerden que ni en Cuba saben por dónde andamos. Aunque no lo dice, a él le

debe estar sucediendo lo mismo, pero hay que continuar.

Liquidamos la habitación, recogemos nuestras mochilas y salimos a tomar el camión

que nos llevará hasta la terminal de ómnibus que ya hemos identificado al norte de la

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ciudad. Ya nos asesoramos bien cómo debemos movernos, así que no hay pérdidas.

Llevamos fotografías impresas de las más recientes bajadas del Google Earth con el

mayor detalle posible, los nombres de las calles y avenidas en cada lugar, zona por

zona. No puede haber equivocación posible y mucho menos ahora cuando viajamos

solos en una nación hostil y extraña.

A media mañana estamos en la terminal y tomamos uno de los ómnibus ya más

parecidos a los que estamos acostumbrados en Cuba. No dejamos de escuchar el clásico

cantaíto a lo mariachi mexicano, también notamos muchas de las palabras que para

nosotros son totalmente extrañas y raras. Esto nos recuerda constantemente que no

podemos estar hablando mucho para no llamar la atención, aunque en estas áreas

urbanas podemos vestir jeans y camisetas con tenis, nada raro dentro de esta población

más occidentalizada que los indios nicas, hondureños y guatemaltecos. También

llevamos el salvoconducto, aunque es mejor evitar desencuentros. Ya hemos dejado

atrás hace algunos días las jornadas lluviosas y hoy hace un sol deslumbrante. Tampoco

hay fango.

Vemos pasar multitud de pueblitos, pequeñas urbes y las ciudades de San Luís de

Potosí, Monterrey.

En la medida que avanzamos hacia el norte comenzamos a ver mayor cantidad de

policías militarizados. Es decir. En Cuba estas fuerzas represivas no portan armas

largas, generalmente pistolas las cuales rara vez utilizan, y se movilizan en autos

blancos de a dos agentes. Son personal de orden público. Aquí y en toda la Centro

América que hemos visto hay policías en las ciudades, pero en las carreteras son otros

también policías, pero con uniformes diferentes más parecidos a vestimentas de

campaña, con colores verde oscuro, botas de caña alta, cascos y armas largas, utilizando

vehículos todoterreno muchas veces también artillados como si estuvieran en guerra.

El problema, pensamos, es que por estos lugares los narcotraficantes y otros

delincuentes portan armas incluso mejores que las de los agentes federales. Las fuerzas

del orden por lo general están en desventaja con estos criminales quienes dispararán

primero y después, si acaso, darán las respuestas.

Ya hace un buen rato que dejamos la ciudad de Monterrey cuando sentimos al bus que

se detiene. Nada nos alarma, pues esto lo hacemos con bastante frecuencia para dejar

bajar a alguien o subir a otra persona. Recurrentemente nos sentamos al fondo, así que

no vemos qué sucede delante.

Cuando el transporte se ha detenido completamente y escuchamos el sistema neumático

de la puerta accionar para abrir, no esperamos que de inmediato suba un militar con

botas, ligas, uniforme oscuro, casco y un arma larga con el dedo en el disparador. Suben

dos, tres.

Delante se ven a través del parabrisas a un par de transportes militares con más soldados

nada sonrientes, más bien expectantes con sus armas dispuestas para repeler algún

ataque, los choferes al volante con el motor funcionando. Son camionetas Ford

Econoline 350, las más potentes y pesadas con motor V8 y doble tracción con jimaguas

traseras.

“¡Papeles!” Grita el de adelante. Todos los pasajeros parecen estar acostumbrados,

pues nadie chista y comienzan a buscar en sus ropas por los documentos de identidad.

Nosotros extraemos nuestros pasaportes cubanos y los salvoconductos doblados dentro.

Los sostenemos en las manos expectantes y nerviosos. Los soldados avanzan hacia el

fondo del ómnibus. Solo el delantero recoge lo que los pasajeros del asiento más

próximo le entregan y observa con cuidado y sin apuro, comprobando las caras con las

fotos que deben de estar viendo. El tercero lleva en su mano libre una tablilla de

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aluminio donde deben estar varias réplicas de rostros de delincuentes buscados, pero

hasta ahora por fortuna ninguna coincide.

Cuando llegan a nosotros el primero nos observa con mirada intensa. Nota que no

somos locales y se ponen más alertas. Se percibe en sus gesticulaciones. Les entregamos

nuestros pasaportes y los salvoconductos. El oficial los observa y de improviso da

media vuelta para comenzar a caminar rápidamente hacia la salida del vehículo con

nuestros documentos en la mano, literalmente empujando a sus colegas quienes

permanecen y nos apuntan sin más ni más. Un silencio terrible se escucha en la guagua.

El motor ronronea, pero nadie respira, parece. Ni uno solo de los pasajeros levanta la

cabeza por sobre el respaldar del asiento para ver qué sucede detrás. Yo me horrorizo

¿Dispararán? ¿Nos matarán ahora cuando estamos tan cerquita? Yo repentinamente

comienzo a recitar un rezo sordo a un Dios en quien nunca he creído, pero en estos

instantes todo vale.

El soldado sube al pasillo de nuevo y nos conmina a bajar del vehículo con un gesto

perentorio. Los pasajeros a quienes sobrepasamos en sus asientos, nos observan con

caras asustadas y expresiones compungidas. Los dos jóvenes militares nos han dejado

pasar y avanzan pegadito detrás de nosotros dos con sus armas listas. Parece que somos

narcos o algo peor.

Bajamos a la temperatura que habíamos olvidado dentro del aire acondicionado. Oprime

el calor y vemos a varios de los soldados que se han situado en posiciones estratégicas

de combate. Debe ser para ellos una rutina, pero no es para hacer amigos ni relaciones

públicas. El oficial que se nos acerca es hosco y malhumorado aunque joven. Del lado

de allá de los dos transportes militares llenos de soldados comienzan a acumularse

varios vehículos diferentes con otros viajantes en dirección contraria. Los militares han

bloqueado totalmente la carretera y detenido el tránsito. Son aparatosos y demuestran su

poder obviamente.

El oficial Jefe observa nuestros rostros en silencio y con expresión de desagrado. Mi

gran temor es que manden a continuar a nuestro ómnibus y nos quedemos desolados

con ellos en medio de la nada, desprotegidos y perdidos para el mundo. Nada más

vulnerable que nosotros en estos momentos cuando no nos atrevemos ni a hablar. A mí

se me han aflojado las piernas y me tiemblan las rodillas. Estoy a punto de llorar, pero

me contengo y pongo cara de buena gente. El chofer de nuestra guagua nos observa

desde detrás de su timón como impaciente. Otras caras curiosas descubrimos detrás del

parabrisas como si se hubieran movido hacia delante para chismear.

El oficial vuelve sus ojos a los documentos y de nuevo a nosotros. Decide en silencio.

Yo tengo la sospecha de que nos van a apartar a empujones hacia la cuneta y ahí mismo

nos van a ametrallar. ¿Y cómo le voy a avisar a mi mamá? ¿Cómo se enterarán?

¿Dolerá? ¿Por qué nos toca morir en medio de este desierto en un país extraño?

El Jefe se nos encara “¿Así que cubanos?” Más bien asiente. Nada más nos entrega los

papeles. Sonríe. Los demás se relajan. Nosotros aún no. “¿Así que huyendo del

comunismo? Yo hubiera hecho lo mismo, que guey. Menos mal que tienen los papeles

en regla. Continúen. ¡Muchachos! ¡Nos vamos!” Grita a sus soldados quienes saltan

como liebres a las partes traseras de las camionetas. Algunos ríen a carcajadas por lo

que ha dicho el Jefe y el temor que nos causaron. El jefe sube delante y los motores

aceleran dejándonos en medio de una nube de polvo en el borde del camino.

Nuestro chofer nos toca el claxon detrás de nosotros. También sonríe cuando unos

segundos atrás me parecía que se impacientaba con nuestra demora y estaba dispuesto

sin remilgos a acelerar pasando por nuestro lado para dejarnos abandonados. La tensión

ha terminado, pero el mal rato se nos queda como pegajoso en todo el cuerpo. Casi no

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podemos caminar de regreso al ómnibus pues siento los pies de mantequilla. ¡Qué

indefensos nos sentimos!

Subimos y nadie dice media palabra, actúan como si estuvieran todos muy ocupados en

sus asuntos. Caminamos por el pasillo hasta el fondo, culpables, muertos de vergüenza

por el incidente, y nos sentamos callados. Juan me mira apenado, pero él no tiene la

culpa de nada. Yo tampoco.

La puerta se ha cerrado con su sonido y portazo característico, marcando por terminado

el incidente. Comenzamos a movernos por la carretera en el rumbo que traíamos. Yo me

inclino y me dejo descansar sobre las piernas de Juan con el rostro muy cerca de sus

rodillas huesudas. Sus dedos mezan mi cabello como si lo peinaran. Lloro en silencio no

sé cuánto tiempo hasta cuando me quedo dormida.

Me despierto sobresaltada cuando el vehículo se detiene de nuevo. No sé cuánto tiempo

he dormido ¡Oh, no! ¡No otra vez!, pero en esta ocasión sube un soldado diferente

revisando todos los documentos. No nos hacen bajar. Ya deben de haberse comunicado

sobre nuestra presencia en este vehículo, pues el soldado nos observa unos segundos

interminables, nos devuelve los papeles y camina rápido por el pasillo hasta bajarse. La

guagua se pone en marcha nuevamente.

No he tenido tiempo casi ni de ponerme nerviosa, pero me percato de que si me volviera

a suceder un evento como el primero, muy probablemente termine en algún hospital

local con un infarto o algo parecido. Eso no puede suceder porque caducarían nuestros

salvoconductos y tendríamos que retornar a la especie de prisión de donde salimos y

esta vez a lo peor las cosas no irían tan bien. Juan está pálido pero se repone. El pobre

no dice ni una palabra con tal de no asustarme, como si eso fuera posible.

Por la ventanilla veo una campiña con mucho verdor. Cercas y cercas, portones, tierras

vertiginosas en peno laboreo. Bosques y llanuras. Elevaciones en la distancia. Pasamos

por el anillo de la ciudad de Reynosa y continuamos viaje. Comienza a anochecer.

De repente el ómnibus desacelera. Avanzamos por una carretera de cuatro sendas y

adelante hay un auto patrullero de los comunes con sus luces encendidas en un

intermitente parpadeo azul. ¿Otra vez? Cuando nos acercamos vemos que es tan solo un

aparatoso accidente de un camión de carga con una rastra que tiraba de un

semirremolque con un contenedor de cuarenta pies de largo cargado con laterío. Ambos

están volcados y fuera del borde del camino. Un cuerpo yace en medio de la senda

extrema derecha. Parecen haber venido en dirección contraria a nosotros, pero debe de

haber sucedido hace muchos minutos, pues no hay ambulancias recogiendo a nadie,

solo policías y algunos otros coches de civil. Continuamos y siento con alivio cómo el

chofer acelera alejándonos del peligro imaginado o evidente. Crece un crepúsculo

precioso a nuestra derecha en el oeste cuando alguien ha perdido su vida. Pienso.

Vuelvo a dormitar ya cuando tan solo veo destellos pasando por la ventanilla a gran

velocidad.

Me despierta algún reflejo de luz fuerte en el rostro. Juan duerme. Muchos duermen.

Parece. A través de la ventanilla alcanzo a ver el cartel informativo de tránsito el cual

indica la cercanía de la Ciudad de Matamoros. Se acaba el Viaje. Despierto a Juan para

que se vaya despabilando. Llevamos como diez horas de travesía. Necesito un baño

pues me siento pegajosa.

Arribamos a una terminal de ómnibus bastante grande y salimos del vehículo un poco

mareados, tal vez por el tiempo confinados a un espacio reducido. Algunos de los

pasajeros, quienes ya conocen nuestras intenciones, nos sonríen y nos dicen

discretamente adiós con la mano a manera de desearnos buena suerte. Quiero pensar yo.

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Nos movemos a los baños públicos del lugar para aligerarnos y quitarnos un poco la

grasa de los rostros al menos, así como lavarnos las manos para intentar encontrar algún

restaurante donde podamos pagarnos la cena.

Cuando bajo las escaleras, pues este lugar se parece mucho a la Terminal de Ómnibus

de La Habana, lo que mucho más limpia, iluminada y llena de servicios para los

pasajeros. Se me acerca una muchacha y me propone comprarle algo. Me enseña unos

paqueticos. Es Crack. La rechazo molesta aunque no quiero empujarla a pesar de su mal

olor a alcohol y su desaliño. Cuando comienza a tornarse agresiva llega una de las

custodios del lugar y le señala con su bastón de goma. La muchacha sale del baño

caminando rápido y con la cabeza baja como si fuera una niña malcriada. No es más que

una adolescente y ya en estas condiciones. Hay personas quienes de veras la pasan mal

y de seguro no llegan a los ciento veinte años de edad. En Cuba tampoco.

Cuando salgo de nuevo a la superficie, ya Juan tiene localizado un lugarcito acogedor

fuera de la estación. Es una estancia pequeña, pero de apariencia agradable sin muchos

comensales a esta hora de la noche. Comemos pollo en cazuela y arroz con tamales y

chile. De líquido solo agua. Cero alcohol en este viaje. Terminamos con un café expreso

para levantarnos el ánimo.

La ciudad es pequeña, pero moderna. Le preguntamos al mesero cómo llegar hasta la

frontera, nos sonríe conocedor y nos indica: “Caminen dos cuadras en esta dirección

oeste y cuando lleguen a una avenida de seis sendas, doblen derecha y caminen recto

todo el tiempo. Son tan solo unas cuadras. No intenten llegar de otra forma. No

escuchen a nadie, no se detengan a experimentar con todo tipo de ofertas aparentemente

tentadoras que les van a llover de los locales mientras se acerquen. No hagan caso y

sobre todo, nunca se detengan a conversar con nadie hasta cuando estén a la vista de las

autoridades del puente. La información es gratis. La cuenta es…”

Pagamos dejando nuestro último bultico de pesos mexicanos con una ligera propina al

mesero encantador y salimos más animados del lugar. Al menos existe gente buena en

todas partes.

Llegamos fácil a la avenida que atraviesa la ciudad por el medio como en casi todos los

pueblos de campo. Es una vía muy iluminada y llena de comercios. El pueblo es

bastante movido y muchas personas caminan por las aceras de esta zona observando los

escaparates o ingresando a lugares nocturnos con atractivas carteleras fuera. Es

asombrosa la enorme cantidad de tiendas de ropas, calzado y todo tipo de utensilios y

efectos electrodomésticos que permanecen abiertos a pesar de que es tarde. Nos llama la

atención ver las matrículas extrañas de los coches las cuales no son las mexicanas que

habíamos visto hasta aquí. Nos percatamos que son americanas y pertenecen a personas

quienes vienen de compra a este pueblo donde debe ser mucho más barato que en

Yanquilandia.

A Juan se le ilumina el rostro: -“¿Y si le pedimos a algunos de esos gringos que nos

crucen la frontera? ¿Qué tú crees?”

Miro a Juan, recuerdo las orientaciones del mesero y me sorprende su ingenuidad. -

“Juan, no estamos en Cuba. Ningún americano querrá dejar ingresar a unos extraños

en su coche que es como su casa, y mucho menos para cruzarnos una frontera. ¿Tú

estás loco? ¿Tú no recuerdas que en estas zonas la droga está que da al cuello?”

En realidad me percato de que no es tan fácil la aventura como nos habíamos creído.

Por supuesto que sabemos qué hacer, pero más fácil dicho que hecho.

Continuamos avanzando por la acera sin mucha prisa. Observamos los escaparates y los

artículos en venta. Para nosotros todo es carísimo. Un auto patrullero nos alarma

mientras intentamos no demostrar susto cuando pasa muy lentito por nuestro lado

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observándonos. No estando tan cerca, por favor. No un mal final ahora cuando casi

llegamos, le pido a algún Dios que me escuche y esté despierto a esta hora.

El patrullero continúa rodando calle abajo sin prestarnos demasiada importancia y

nosotros dejamos la vidriera salvadora para continuar como lo que somos, dos

enamorados paseando en la noche. Lo único que no está bien son las mochilas en

nuestras espaldas. Resulta raro que alguien salga por la noche con esta impedimenta

deportiva cuando en estas sociedades las personas no se mueven de noche más de una

manzana sin sus coches.

Cuando comenzamos a cansarnos de andar, algo adelante en la avenida nos llama

poderosamente la atención. Es como si la vida urbana terminara a la altura de la

próxima intersección, lo que no es un común cruce de calles, sino el sinuoso cauce de

un enorme caudal.

Avanzamos ya más ágilmente y vemos después de la esquina el famoso puente. El

corazón nos late más fuerte. Me siento con deseos de reír con una especie de hilaridad

rara. Juan parece otro tanto.

La avenida se amplía para dar anclaje a la enorme estructura del puente de acero

trenzado que ocupa ahora toda nuestra perspectiva mientras nos acercamos. Es el río

Bravo, fatal y muy peligroso para su cruce ilegal. Cuántas historias como la nuestra han

concluido aquí. Cuántas decenas de miles de personas han intentado cruzar este

comparativamente pequeño tramo de vía y nunca lo han logrado, otros han perdido la

vida en el intento una y otra vez.

Al otro lado parece que la ciudad continúa como si tal cosa, como si el puente no fuera

nada del otro mundo, pero precisamente es otro universo muy diferente. Las luces del

alumbrado público son distintas, los anuncios lumínicos son diferentes. No se ve a nadie

caminando en las calles aledañas. Se habla inglés. Es la ciudad de Brownsville en USA.

Es otro mundo, la tierra prometida digan lo que digan y a nosotros nos ha costado

mucho llegar hasta ella, aunque aún nos falta un poquito crucial.

Antes del puente hay una cuadra limpia y a su inicio unos accesos controlados por

brazos de acero que suben y bajan cuando los accionan para permitir el paso, pero estos

no son muy comunes porque no serían fáciles de destrozar por un vehículo tratando de

forzar el paso. Son de una aleación bien fuerte, parece. Se ven a muchos policías

mexicanos del lado de acá deteniendo para identificar a todo el mundo quien se acerca a

pie o en coche.

De repente tras la esquina, varios taxis mexicanos estacionados. “Señorita, le cruzamos

la frontera.” Nos grita uno de los choferes con estilo de alcohólico y sin el menor

tapujo posible. Todos nos están observando expectantes. ¿Cuánto cobrarán?

Halo por el brazo a Juan quien ya está loco por meterse dentro de uno de los taxis. Me

observa al rostro como cuestionando mi miedo.

-“Estamos tan cerca. ¿Te acuerdas de los cuentos que nos hicieron en el Centro de

Retención?” Le digo.

Me pasa por la mente la escena de un taxista acelerando hacia una dirección

completamente opuesta a la del puente para frenar de improviso en algún lugar apartado

y arma en mano desnudar a sus víctimas, robar sus pocas pertenencias y dinero, para

después matarlos y abandonarlos en las márgenes del río o simplemente echarlos al

agua.

Recuerdo que nunca debemos mostrar nuestro efectivo ni pagar absolutamente nada por

adelantado. No escuchar propuestas aparentemente muy fáciles ni difíciles. Continuar

con lo orientado, lo que nos dijeron siempre. Sigue a tu corazón. Observa los rostros.

Veo un poco apartado a un taxista algo viejo quien no nos ha hecho mucho caso y lee la

prensa con la luz interior de su auto. Suelto a Juan y me le acerco decidida.

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-“¿Nos cruzaría la frontera? Somos cubanos y tenemos salvoconducto mejicano con el

cual hemos llegado hasta aquí.”

El señor nos observa levantando la vista desde su periódico. Se sonríe conocedor y

coloca los papeles del diario sobre el asiento del pasajero derecho.

-“Han caído en las manos de Dios. Los llevaré. Suban.”

Entramos al asiento trasero del taxi bien apurados. El señor enciende el vehículo y

comienza a enfilar hacia el puente.

-“Son veinte dólares.” Nos dice observándonos por el retrovisor. -“Tienen que pagarme

ahora, el tramo es bien corto.” Continúa sonriendo. “¿Recién casados?” Es su única

pregunta. Yo le asiento con energía. Me siento eufórica. La policía fronteriza mexicana

no detiene al taxista. Lo conocen. Levantan la barrera mecánica de uno de los accesos.

Tampoco que les importe mucho quien se escapa.

Avanzamos lento por sobre la estructura de acero mientras Juan le entrega al chofer su

billete de veinte usd. Debajo solo negrura donde debe haber agua. Arriba las estrellas

fraccionadas por las enormes vigas de acero que parecen no acabar una tras otra.

De pronto el coche se detiene antes de llegar a las barreras de entrada de este lado. Los

militares aquí visten otro uniforme y comienzan a acercarse rápidamente. Hemos

avanzado tan solo unas tres cuadras. Me extraña. “Es aquí.” Nos dice sonriente el

taxista. Yo no le creo. Seguro que ahora nos meten de cabeza dentro de otro patrullero y

nos llevan para alguna prisión diabólica. Este tipo a pesar de su cara bondadosa debe de

ser un bandido como los otros. Debemos vernos muy asustados e indefensos.

Dos policías distintos abren las puertas traseras del taxi y nos hacen bajar. “Sus

documentos por favor.” Nos dice un latino mientras el taxi comienza suave su camino

de retorno. Entregamos lo que piden y nos indican seguirlos a unas oficinas al lado del

camino que termina sobre el puente. Nos rodean. Yo no puedo creer que estemos ya en

los Estados Unidos. Estos muy bien pueden ser mexicanos y estaremos en otro lugar

completamente diferente a lo que pensamos. Nuestro salvoconducto se vencerá si nos

detienen otra vez. Me desespero. Mi estado de ansiedad es tremendo. A Juan le sucede

otro tanto cuando veo sus ojos muy abiertos y movedizos. Los policías saben qué hacer

con nosotros pues no han hecho demasiadas preguntas y se llevan nuestros papeles hasta

otra oficina que se puede ver a través de los cristales. Una joven comienza a teclear en

una computadora observándolos y de cuando en cuando levanta la vista hacia nosotros.

Uno de los agentes se acerca y nos ofrece café. Me percato por su acento que es cubano.

Debe estar comprobando nuestro origen por la conversación. Eso nos dijeron que

harían, pues el oficial intenta conversar y lo complacemos. Debemos cooperar. Todavía

no entiendo. ¿Estamos de verdad en los Estados Unidos?

Cuando levanto la vista para sorber el café veo colgado de una pared una gran foto

enmarcada del Presidente de los Estados Unidos Señor Barak Obama. La vista del

mulato me devuelve la vida. Ahora sí sé que estamos en los Estados Unidos de

América. La enormidad de lo hecho me cae toda junta sobre los hombros, sobre la

espalda y lloro. Me dejo llevar por la emoción. Juan me aprieta por lo hombros por

detrás y río cuando otra persona me toca levemente. Es el cubano con un pañuelo de

papel que me extiende. -“Soy de Camagüey.” Me dice sonriente.

El otro oficial que nos recibió inicialmente retorna y nos entrega el pasaporte, el ya

inútil salvoconducto y un papel nuevo.

Nos lo señala. -“Esto es para llegar hasta su destino dentro de los Estados Unidos. Es

muy importante que lo conserven a todo coste hasta cuando les emitan un permiso de

residencia. Están ustedes protegidos por la Ley de Ajuste Cubano. Pueden ingresar a

los Estados Unidos de Norteamérica. Ya sus identidades están en el Sistema.

Felicidades.”

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Ahora todos sonríen. Yo estoy que deseo hasta besarlos. Si no estuviera Juan aquí.

Caminamos alejándonos del puesto fronterizo mientras volvemos la vista una y otra vez

aunque ellos ya no nos observan y han retornado a sus aparentes puestos de costumbre.

Todo me parece color de rosa aunque ya solo faltan cinco minutos para las doce de la

medianoche. Avanzamos hacia el nuevo mundo, Brownsville y su terminal de ómnibus.

Estamos extenuados, pero contentos, eufóricos y sin sueño.

Día Trece. 25-11-12. En los Estados Unidos.

Será como la una de la madrugada cuando llegamos caminando a la Terminal de

Ómnibus de Brownsville en este caso tan llena de anuncios comerciales como las

mexicanas pero en inglés. Hemos peguntado a los policías por direcciones aunque las

teníamos perfectamente descritas en nuestro itinerario, pero no queríamos ni soñar

retornar por accidente a México, cómo si eso fuera posible. Los servicios parecen

mejores y más numerosos en este lugar.

Cuando ingresamos en la gran sala de espera es como si algunos amigos estuvieran

esperando ocultos para asustarnos como en las fiestas secretas de las películas. “¡Hey!”

Se forma la algarabía cuando los conocidos intentan todos saludarnos, tocarnos, al

mismo tiempo justo a la entrada. Aquí están varias personas que nos precedían y con

quienes habíamos hecho algo de amistad en el Centro de Retención de Inmigrantes del

DF. También esperan por el mismo ómnibus que saldrá en unas horas hacia Miami.

Largo viaje de varias horas a través de varios Estados hasta la casi Cuba en que se ha

convertido la península. ¡Ojalá!

Cuando todos nos hemos besado a manera de saludo, una de las chicas nos habla

alertándonos: -“Vayan a sacar el pasaje y no se demoren, pues puede que el bus se

complete y se tengan que quedar para cuando pongan otro, como no pasó a nosotras

que estamos aquí desde media tarde.”

Cuando llegamos a la ventanilla y solicitamos un pasaje para Miami la encargada de la

caja nos observa lento y nos dice algo en inglés que después descubrimos que eran los

últimos asientos. Nos choca el idioma. Hasta ahora estábamos acostumbrados a siempre

escuchar el español, pero este es otro universo completamente diferente, comenzamos a

percatarnos ya. Y pensar que con tan solo cruzar el cauce de un río te encuentras con

una cultura totalmente distinta. Un mundo para el que pensamos estar preparados.

El precio se lleva casi todas nuestras reservas, pero estamos tan contentos. Ya nada

puede sucedernos. Nos sentimos seguros y la euforia no se detiene. Si hubiera música

alto seguro me pondría a bailar a pesar de la hora en la madrugada. No tenemos sueño.

Volvemos al salón principal y nos sentamos en corrillo como en la prisión, para

contarnos nuestras peripecias, casi todos hemos viajado con la misma agencia y no

tenemos más que loas para ellos. Se las saben todas y organizan muy bien el viaje. Al

final estamos todos aquí.

El hablar de la agencia me recuerda que tengo que hacer un par de llamadas aunque

sean las tres de la madrugada. Juan y yo nos excusamos unos minutos, buscamos un

teléfono público el cual por suerte encontramos por ser esta una terminal de transporte,

pues en los Estados Unidos ya casi han desaparecido por innecesarios ante la llegada de

los celulares omnipresentes.

Despertamos a nuestros familiares en Miami para sorpresa y asombro de ellos. De todas

formas y a pesar de lo pesado que debe ser esta intrusión en sus vidas privadas, se

muestran alegres. Irán a recibirnos a la terminal para cuando arribe el bus. Ellos no

tenían los detalles pero sí conocían sobre nuestro viaje, no así en La Habana. Nada más

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amaneciera les llamarían y les informarían con puntos y comas sobre lo que había

sucedido y de seguro todo el mundo estaría contento. Esto es casi un milagro y hay que

celebrarlo. Nos dicen y colgamos.

De vuelta al salón continuamos conversando hasta cerca de las seis de la mañana

cuando llaman a abordar. Partimos aún oscuro en este largo viaje hacia el paraíso.

Estamos todos muy excitados y contentos por haber logrado el sueño de nuestras vidas a

través de una muy fuerte aventura de más de seis mil quilómetros que supera todo lo

que pueden haber contado los balseros. El chofer gringo del bus tiene que mandarnos a

callar un par de veces pues molestamos. Hay algunas personas no cubanas en este

transporte. Poco a poco nos vamos durmiendo en medio de nuestra excitación. Estoy

muy tranquila pues sé que ya no habrá paradas explosivas para pedirnos documentos en

este viaje.

De cuando en cuando escucho medio en sueños agradables al chofer indicar por el audio

del vehículo el nombre de la próxima ciudad por donde pasaremos. Corpus Christi,

Houston, Pasadena, Baton Rouge, Mobile, Tallahassee. Nos detenemos en esta capital

de la península para almorzar algo. Es ya de tarde en La Florida. Nos despabilamos

pero ahora marchamos todos en silencio observando al mundo correr tras nuestras

ventanillas, el mundo al que siempre anhelamos llegar y nos agrada lo que vemos con

sus autos todos modernos, las carreteras impecables muy bien señalizadas, las viviendas

en muy buen estado todas, al menos lo que vemos. Es maravillosa nuestra primera

impresión, aunque ya habíamos intuido algo en el Ecuador, pero se queda siempre

pequeño, perdiendo en la comparación. Ni hablar de Cuba desde donde nos

preguntamos por qué dejamos destruir a nuestro país, ¿por qué la dejamos caer en el

estado en que está?

Esta odisea es como parir a un hijo, verlo crecer y educarlo toda la vida. Si nos dicen de

antemano todo el trabajo, las penurias, los sacrificios, sinsabores y desencuentros que

nos va a costar, jamás lo haríamos.

Después de Tallahassee vemos pasar a LakeCity, Orlando y finalmente Miami. La gran

ciudad colonizada por los cubanos y todos los otros latinos. Donde se habla inglés en

consideración a los pobres, pocos, y dispersos americanos aún residentes aquí, quienes

consideran que no necesitan aprender otro idioma pues el suyo es el universal, el

elegido. Y me pregunto qué se harían si algún día los hispanoparlantes decidieran iniciar

un movimiento de secesión o independencia. ¿Y para liberarse de qué? De la carne de

res, los buenos salarios y autos baratos, etc. Na.

Mis familiares y los de Juan se aglomeran en dos grupitos diferentes en la gran sala de

arribos de la Terminal de ómnibus de Miami. Es ya atardeciendo y cuando descendemos

del vehículo nos parece respirar el olor a mar, ese olor a playa tan familiar en Cuba.

Llevamos las mochilas aún a la espalda y nos percatamos que estamos inmensamente

sucios, inmensamente cansados, pero alegres y asustados de llegar de a de veras al

nuevo mundo, al universo que tanto nos ha costado alcanzar, y pienso que la travesía

fue tal vez peor que la de Colón en su momento, y me entristece pensar en cuántos

jóvenes estarán en los muelles de Palos de Moguer a espera de que aparezcan las naves

salvadoras que los lleven como delincuentes escapistas, no importa, hacia un mundo

recién por descubrir donde han puesto involuntariamente todos sus sueños.

Un poco alejado, casi imperceptible entre la muchedumbre descubro a Fernando, el

señor de Ecuador. No dice nada. No hace gesto de saludo. Solo me mira intensamente a

los ojos unos segundos, se da media vuelta y comienza a alejarse hasta perderse de

nuevo entre la multitud.

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FIN.