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Crónicas Marcianas RAY BRADBURY

Crónicas Marcianas€¦ · Title: Crónicas Marcianas Author: Ray Bradbury Created Date: 2/1/2019 4:24:32 PM

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CrónicasMarcianas

RAYBRADBURY

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Enerode1999—Elveranodelcohete

Unminutoantesera inviernoenOhio; laspuertasy lasventanasestabancerradas,laescarchaempañabalosvidrios,elhieloadornabalosbordesdelostechos,losniñosesquiabanenlasladeras;lasmujeres,envueltasenabrigosdepiel,caminabantorpementeporlascallesheladascomograndesososnegros.

Ydepronto,unalargaoladecaloratravesóelpueblo;unamareadeairetórrido,comosialguienhubieraabiertodeparenparlapuertadeunhorno.Elcalorlatióentrelascasas,losarbustos,losniños.Elhielosedesprendiódelostechos,sequebró,yempezóafundirse.Laspuertasseabrieron;lasventanasse levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres sedespojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo losviejosyverdespradosdelúltimoverano.

Elveranodelcohete.Laspalabrascorrierondebocaenbocaporlascasasabiertasyventiladas.Elveranodelcohete.Elcalurosoairedesérticoalterólosdibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes ytrineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados,llegaba al suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente seasomabaa losporcheshúmedosyobservabael cielo, cadavezmás rojo.Elcohete,instaladoensuplataforma,lanzabarosadasnubesdefuegoycalor.Elcohete,depieenlafríamañanadeinvierno,engendrabaelestíoconelalientode sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unosinstantesfueveranoenlatierra...

Febrerode1999—Ylla

TeníanenelplanetaMarte,aorillasdeunmarseco,unacasadecolumnasdecristal,y todas lasmañanassepodíavera laseñoraKmientrascomía lafrutadoradaquebrotabadelasparedesdecristal,omientraslimpiabalacasacon puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego sedispersabaenelvientocálido.Alatarde,cuandoelmarfósilyacíainmóvilytibio, y las viñas se erguían tiesamente en los patios, y en el distante yrecogidopueblitomarcianonadiesalíaalacalle,sepodíaveralseñorKensucuarto, que leía un libro demetal con jeroglíficos en relieve, sobre los quepasabasuavementelamanocomoquientocaelarpa.Ydellibro,alcontactodelosdedos,surgíauncanto,unavozantiguaysuavequehablabadeltiempoenqueelmarbañabalascostasconvaporesrojosyloshombreslanzabanalcombatenubesdeinsectosmetálicosyarañaseléctricas.

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ElseñorKysumujervivíandesdehacíayaveinteañosaorillasdelmarmuerto,enlamismacasaenquehabíanvividosusantepasados,yquegirabayseguíaelcursodelsol,comounaflor,desdehacíadiezsiglos.

ElseñorKysumujernoeranviejos.Teníanlatezclara,unpocoparda,decasi todos losmarcianos; los ojos amarillos y rasgados, las voces suaves ymusicales.

Enotrotiempohabíanpintadocuadrosconfuegoquímico,habíannadadoen los canales, cuando corría por ellos el licor verde de las viñas y habíanhabladohastaelamanecer,bajolosazulesretratosfosforescentes,enlasaladelasconversaciones.

Ahoranoeranfelices.

Aquella mañana, la señora K, de pie entre las columnas, escuchaba elhervor de las arenas del desierto, que se fundían en una cera amarilla, yparecíanfluirhaciaelhorizonte.

Algoibaasuceder.

LaseñoraKesperaba.

Miraba el cielo azul de Marte, como si en cualquier momento pudieraencogerse, contraerse, y arrojar sobre la arena algo resplandeciente ymaravilloso.

Nadaocurría.

Cansadadeesperar,avanzóentrelashúmedascolumnas.Unalluviasuavebrotabadelosacanaladoscapiteles,caíasuavementesobreellayrefrescabaelaire abrasador. En estos días calurosos, pasear entre las columnas era comopasearporunarroyo.Unosfrescoshilosdeaguabrillabansobrelospisosdelacasa.Alolejosoíaasumaridoquetocabaellibro,incesantemente,sinquelosdedosselecansaranjamásdelasantiguascanciones.Ydeseóensilencioqueél volviera a abrazarla y a tocarla, como a un arpa pequeña, pasando tantotiempojuntoaellacomoelqueahoradedicabaasusincreíbleslibros.

Perono.Meneó la cabezay se encogió imperceptiblementedehombros.Los párpados se le cerraron suavemente sobre los ojos amarillos. Elmatrimonionosavejenta,noshacerutinarios,pensó.

Se dejó caer en una silla, que se curvó para recibirla, y cerró fuerte ynerviosamentelosojos.

Ytuvoelsueño.

Losdedosmorenostemblaronysealzaron,crispándoseenelaire.

Un momento después se incorporó, sobresaltada, en su silla. Miró

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vivamente a su alrededor, como si esperara ver a alguien, y pareciódecepcionada.Nohabíanadieentrelascolumnas.

ElseñorKaparecióenunapuertatriangular.

—¿Llamaste?—preguntó,irritado.

—No—dijolaseñoraK.

—Creíoírtegritar.

—¿Grité?Descansabaytuveunsueño.

—¿Descansabasaestahora?Noestucostumbre.

LaseñoraKseguíasentada,inmóvil,comosielsueño,lehubiesegolpeadoelrostro.

—Unsueñoextraño,muyextraño—murmuró.

—Ah.

Evidentemente,elseñorKqueríavolverasulibro.

—Soñéconunhombre—dijosumujer.

—¿Conunhombre?

—Unhombrealto,deunmetroochentadeestatura.

—Quéabsurdo.Ungigante,ungigantedeforme.

—Sinembargo...—replicólaseñoraKbuscandolaspalabras—.Y...yaséquecreerásquesoyunatonta,pero...¡teníalosojosazules!

—¿Ojos azules? ¡Dioses! —exclamó el señor K— ¿Qué soñarás lapróximavez?Supongoqueloscabelloserannegros.

—¿Cómoloadivinaste?—preguntólaseñoraKexcitada.

ElseñorKrespondiófríamente:

—Elegíelcolormásinverosímil.

—¡Pueserannegros!—exclamósumujer—.Ylapiel,¡blanquísima!Eramuyextraño.Vestíaununiformeraro.Bajódelcieloymehablóamablemente.

—¿Bajódelcielo?¡Quédisparate!

—Vino en una cosa de metal que relucía a la luz del sol—recordó laseñoraK, y cerró los ojos evocando la escena—.Yomiraba el cielo y algobrilló como unamoneda que se tira al aire y de pronto creció y descendiólentamente.Eraunaparatoplateado,largoyextraño.Yenuncostadodeeseobjetodeplataseabrióunapuertayaparecióelhombrealto.

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—Sitrabajarasunpocomásnotendríasesossueñostantontos.

—Puesamímegustó—dijolaseñoraKreclinándoseensusilla—.Nuncacreí tener tanta imaginación. ¡Cabello negro, ojos azules y tez blanca! Unhombreextraño,peromuyhermoso.

—Seguramentetuideal.

—Eres antipático. No me lo imaginé deliberadamente, se me apareciómientras dormitaba. Pero no fue un sueño, fue algo tan inesperado, tandistinto...

El hombre me miró y me dijo: «Vengo del tercer planeta. Me llamoNathanielYork...»

—Unnombreestúpido.Noesunnombre.

—Naturalmente, es estúpido porque es un sueño —explicó la mujersuavemente—. Además me dijo: «Este es el primer viaje por el espacio.Somosdosenminave;yoymiamigoBart.»

—Otronombreestúpido.

—Yluegodijo:«VenimosdeunaciudaddelaTierra;asísellamanuestroplaneta.» Eso dijo, la Tierra. Y hablaba en otro idioma. Sin embargo yo loentendíaconlamente.Telepatía,supongo.

ElseñorKsevolvióparaalejarse;perosumujerlodetuvo,llamándoloconunavozmuysuave.

—¿Yll? ¿Te has preguntado alguna vez... bueno, si vivirá alguien en eltercerplaneta?

—En el tercer planeta no puede haber vida—explicó pacientemente elseñorK—.Nuestroshombresdecienciahandescubiertoqueensuatmósferahaydemasiadooxígeno.

—Pero, ¿no sería fascinante que estuviera habitado? ¿Y que sus gentesviajaranporelespacioenalgosimilaraunanave?

—Bueno,Ylla,yasabesquedetestolosdesvaríossentimentales.Sigamostrabajando.

Caíalatarde,ymientrassepaseabaporentrelassusurrantescolumnasdelluvia,laseñoraKsepusoacantar.Repitiólacanción,unayotravez.

—¿Qué canción es ésa? —le preguntó su marido, interrumpiéndola,mientrasseacercabaparasentarsealamesadefuego.

Lamujeralzólosojosysorprendidasellevóunamanoalaboca.

—Nosé.

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El sol seponía.Lacasa secerraba, comouna florgigantesca.Unvientosoplóentrelascolumnasdecristal.Enlamesadefuego,elradiantepozodelavaplateadasecubriódeburbujas.ElvientomovióelpelorojizodelaseñoraKylemurmurósuavementeenlosoídos.LaseñoraKsequedómirandoensilencio, con ojos amarillos, húmedos y dulces al lejano y pálido fondo delmar,comosirecordaraalgo.

—Drinktomewiththineeyes,andIwillpledgewithmine(Brindapormícontusojosyyoteprometeréconlosmíos)—cantólentaysuavemente,envozbaja—.Orleaveakisswithinthecup,andI'llnotaskforwine.(Odejaunbesoentucopaynopedirévino.)

Cerró los ojos y susurró moviendo muy levemente las manos. Era unacanciónmuyhermosa.

—Nunca oí esa canción. ¿Es tuya?—le preguntó el señor Kmirándolafijamente.

—No. Sí... No sé —titubeó la mujer—. Ni siquiera comprendo laspalabras.Sondeotroidioma.

—¿Quéidioma?

LaseñoraKdejócaer,distraídamente,unostrozosdecarneenelpozodelava.

—Nolosé.

Unmomentodespuéssacólacarne,yacocida,yselasirvióasumarido.

—Esunatonteríaqueheinventado,supongo.Noséporqué.

ElseñorKnoreplicó.Observócómosumujerechabaunostrozosdecarneenelpozodefuegosiseante.Elsolsehabíaido.Lenta,muylentamente,llególanocheyllenólahabitación,inundandoalaparejaylascolumnas,comounvino oscuro que subiera hasta el techo. Sólo la encendida lava de platailuminabalosrostros.

LaseñoraKtarareóotravezaquellacanciónextraña.

ElseñorKseincorporóbruscamenteysalióirritadodelahabitación.

Mástarde,solo,elseñorKterminódecenar.

Selevantódelamesa,sedesperezó,miróasumujerydijobostezando:

—Tomemoslospájarosdefuegoyvayamosaentretenernosalaciudad.

—¿Hablasseriamente?—lepreguntósumujer—.¿Tesientesbien?

—¿Porquétesorprendes?

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—Novamosaningunapartedesdehaceseismeses.

—Creoqueesunabuenaidea.

—Deprontoeresmuyatento.

—Nodigasesascosas—replicóelseñorKdisgustado—.¿Quieresirono?

LaseñoraKmiróelpálidodesierto;lasmellizaslunasblancassubíanenlanoche;elaguafrescaysilenciosalecorríaalrededordelospies.Seestremeciólevemente. Quería quedarse sentada, en silencio, sin moverse, hasta queocurriera loquehabíaestadoesperando todoeldía, loquenopodíaocurrir,perotalvezocurriera.Lacanciónlerozólamente,comounaráfaga.

—Yo...

—Teharábien—musitósumarido—.Vamos.

—Estoycansada.Otranoche.

—Aquí tienes tubufanda—insistióelseñorKalcanzándoleunfrasco—.Nosalimosdesdehacemeses.

Sumujernolomiraba.

—TúhasidodosvecesporsemanaalaciudaddeXi—afirmó.

—Negocios.

—Ah—murmurólaseñoraKparasímisma.

DelfrascobrotóunlíquidoqueseconvirtióenunaneblinaazulyenvolvióensusondaselcuellodelaseñoraK.

Lospájarosdefuegoesperaban,comobrillantesbrasasdecarbón,sobrelafrescay tersaarena.Laflotantebarquillablanca,unidaa lospájarospormilcintasverdes,semovíasuavementeenelvientodelanoche.

Yllasetendiódeespaldasenlabarquilla,yaunapalabradesumarido,lospájaros de fuego se lanzaron ardiendo, hacia el cielo oscuro. Las cintas seestiraron, la barquilla se elevó deslizándose sobre las arenas, que crujieronsuavemente.Lascolinasazulesdesfilaron,desfilaron,y lacasa, lashúmedascolumnas,lasfloresenjauladas,loslibrossonorosylossusurrantesarroyuelosdelpisoquedaronatrás.Yllanomirabaasumarido.Oíasusórdenesmientraslospájarosenllamasascendíanardiendoenelviento,comodiezmilchispascalientes, como fuegos artificiales en el cielo, amarillos y rojos, quearrastrabanelpétalodeflordelabarquilla.

Yllanomiraba lasantiguasyajedrezadasciudadesmuertas,ni losviejoscanales de sueño y soledad.Como una sombra de luna, como una antorchaencendida,volabansobreríossecosylagossecos.

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Yllasólomirabaelcielo.

Sumaridolehabló.

Yllamirabaelcielo.

—¿Nomeoíste?

—¿Qué?

ElseñorKsuspiró.

—Podíasprestaratención.

—Estabapensando.

—No sabía que fueras amante de la naturaleza, pero indudablemente elcieloteinteresamuchoestanoche.

—Eshermosísimo.

—Me gustaría llamar a Hulle —dijo el marido lentamente—. Quisierapreguntarlesipodemospasarunosdías,unasemana,nomás,enlasmontañasAzules.Essólounaidea...

—¡En las montañas Azules!—Gritó Ylla tomándose con una mano delbordedelabarquillayvolviéndoserápidamentehaciaél.

—Oh,essólounaidea...

Yllaseestremeció.

—¿Cuándoquieresir?

—Hepensadoquepodríamossalirmañanaporlamañana—respondióelseñorKnegligentemente—.Noslevantaríamostemprano...

—¡Peronuncahemossalidoenestaépoca!

—Sóloporestavez.—ElseñorKsonrió.—Nosharábien.Tendremospazytranquilidad.¿Acasohasproyectadoalgunaotracosa?Iremos,¿noescierto?

Yllatomóaliento,esperó,ydijo:

—¿Qué?

Elgritosobresaltóalospájaros;labarquillasesacudió.

—No—dijoYllafirmemente—.Estádecidido.Noiré.

ElseñorKlamiróynohablaronmás.Yllalevolviólaespalda.

Lospájarosvolaban,comodiezmilteasalviento.

Al amanecer, el sol que atravesaba las columnas de cristal disolvió lanieblaquehabíasostenidoaYllamientrasdormía.Yllahabíapasadolanoche

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suspendidaentreeltechoyelpiso,flotandosuavementeenlablandaalfombrade bruma que brotaba de las paredes cuando ella se abandonaba al sueño.Habíadormidotodalanocheeneseríocallado,comounboteenunacorrientesilenciosa. Ahora el calor disipaba la niebla, y la bruma descendió hastadepositaraYllaenlacostadeldespertar.

Abriólosojos.

El señor K, de pie, la observaba como si hubiera estado junto a ella,inmóvil,durantehorasyhoras.Sinsaberporqué,Yllaapartólosojos.

—Has soñado otra vez—dijo el señorK—.Hablabas en voz alta ymedesvelaste.Creorealmentequedebesveraunmédico.

—Noseránada.

—Hablastemuchomientrasdormías.

—¿Sí?—dijoYlla,incorporándose.

Una luz gris le bañaba el cuerpo. El frío del amanecer entraba en lahabitación.

—¿Quésoñaste?

Yllareflexionóunosinstantesyluegorecordó.

—Lanave.Descendíaotravez,seposabaenelsueloyelhombresalíaymehablaba,bromeando,riéndose,yyoestabacontenta.

ElseñorK,impasible,tocóunacolumna.Fuentesdevaporyaguacalientebrotarondelcristal.Elfríodesapareciódelahabitación.

—Luego—dijoYlla—,esehombredenombre tan raro,NathanielYork,medijoqueyoerahermosay...ymebesó.

—¡Ah!—exclamósumarido,dándolelaespalda.

—Sólofueunsueño—dijoYlla,divertida.

—¡Guárdateentoncesesosestúpidossueñosdemujer!

—Noseasniño—replicóYllareclinándoseenlosúltimosrestosdebrumaquímica.

Unmomentodespuésseechóareír.

—Recuerdoalgomás—confesó.

—Bueno,¿quées,quées?

—Ylla,tienesmuymalcarácter.

—¡Dímelo!—exigióelseñorKinclinándosehaciaellaconunaexpresión

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sombríaydura—.¡Nodebesocultarmenada!

—Nunca te vi así—dijo Ylla, sorprendida e interesada a la vez—. EseNathanielYorkmedijo...Bueno,medijoquemellevaríaenlanave,devueltaasuplaneta.Realmenteesridículo.

—¡Si! ¡Ridículo!—gritóel señorK—.¡Oh,dioses! ¡Si tehubierasoído,hablándole,halagándolo,cantandoconéltodalanoche!¡Sitehubierasoído!

—¡Yll!

—¿Cuándovaavenir?¿Dóndevaadescendersumalditanave?

—Yll,noalceslavoz.

—¡Qué importa la voz! ¿No soñaste —dijo el señor K inclinándoserígidamentehaciaellaytomándoladeunbrazo—quelanavedescendíaenelvalleVerde?

¡Contesta!

—Pero,si...

—Ydescendíaestatarde,¿noescierto?

—Sí,creoquesí,perofuesólounsueño.

—Bueno—dijo el señor K soltándola—, por lo menos eres sincera. Oítodoloquedijistemientrasdormías.Mencionasteelvalleylahora.

Jadeante, dio unos pasos entre las columnas, como cegado por un rayo.Poco a poco recuperó el aliento. Sumujer lo observaba como si se hubieravueltoloco.Alfinselevantóyseacercóaél.

—Yll—susurró.

—Nomepasanada.

—Estásenfermo.

—No—dijoel señorKconuna sonrisadébily forzada—.Soyunniño,nada más. Perdóname, querida. —La acarició torpemente. —He trabajadodemasiadoenestosdías.Lolamento.Voyaacostarmeunrato.

—¡Teexcitastedeunamanera!

—Ahoramesientobien,muybien.—Suspiró.—Olvidemosesto.AyermedijeronalgodeUelquequierocontarte.Siteparece,preparaseldesayuno,tecuentolodeUelyolvidamosesteasunto.

—Nofuemásqueunsueño.

—Porsupuesto—dijoelseñorK,y labesómecánicamenteen lamejilla—.Nadamásqueunsueño.

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Almediodía,lascolinasresplandecíanbajoelsolabrasador.

—¿Novasalpueblo?—preguntóYlla.

ElseñorKarqueóligeramentelascejas.

—¿Alpueblo?

—Penséqueiríashoy.

Ylla acomodó una jaula de flores en su pedestal. Las flores se agitaronabriendolashambrientasbocasamarillas.ElseñorKcerrósulibro.

—No—dijo—.Hacedemasiadocalor,yademásestarde.

—Ah —exclamó Ylla. Terminó de acomodar las flores y fue hacia lapuerta—.Enseguidavuelvo—añadió.

—Esperaunmomento.¿Adóndevas?

—A casa de Pao. Me ha invitado —contestó Ylla, ya casi fuera de lahabitación.

—¿Hoy?

—Hacemuchoquenolaveo.Novivelejos.

—¿EnelvalleVerde,noesasí?

—Sí,essólounpaseo—respondióYllaalejándosedeprisa.

—Lo siento, lo siento mucho.—El señor K corrió detrás de su mujer,comopreocupadoporunolvido.—Nosécómohepodidoolvidarlo.LedijealdoctorNllequevinieraestatarde.

—¿AldoctorNlle?—dijoYllavolviéndose.

—Sí—respondió su marido, y tomándola de un brazo la arrastró haciaadentro.

—PeroPao...

—Paopuedeesperar.TenemosqueobsequiaraldoctorNlle.

—Unmomentonadamás.

—No,Ylla.

—¿No?

ElseñorKsacudiólacabeza.

—No. Además la casa de Pao está muy lejos. Hay que cruzar el valleVerde, y después el canal y descender una colina, ¿no es así?Además harámucho,muchocalor,yeldoctorNlleestaráencantadodeverte.Bueno,¿qué

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dices?

Ylla no contestó. Quería escaparse, correr. Quería gritar. Pero se sentó,volviólentamentelasmanos,yselasmiróinexpresivamente.

—Ylla—dijoelseñorKenvozbaja—.¿Tequedarásaquí,noescierto?

—Sí—dijoYllaalcabodeunmomento—.Mequedaréaquí.

—¿Todalatarde?

—Todalatarde.

Pasaba el tiempo y el doctorNlle no había aparecido aún.Elmarido deYllanoparecíamuy sorprendido.Cuandoyacaía el sol,murmuróalgo, fuehaciaun armarioy sacóde él un armade aspecto siniestro, un tubo largoyamarillento que terminaba en un gatillo y unos fuelles. Luego se puso unamáscara,unamáscaradeplata, inexpresiva, lamáscaraconqueocultabasussentimientos, lamáscara flexiblequeseceñíadeunmodo tanperfectoa lasdelgadasmejillas, labarbillay la frente.Examinóel armaamenazadoraqueteníaenlasmanos.Losfuelleszumbabanconstantementeconunzumbidodeinsecto. El arma disparaba hordas de chillonas abejas doradas. Doradas,horriblesabejasqueclavabansuaguijónenvenenado,ycaíansinvida,comosemillasenlaarena.

—¿Adóndevas?—preguntóYlla.

—¿Quédices?—ElseñorKescuchabaelterriblezumbidodelfuelle—Eldoctor Nlle se ha retrasado y no tengo ganas de seguir esperándolo. Voy acazarunrato.Enseguidavuelvo.Túnosaldrás,¿noescierto?

Lamáscaradeplatabrillabaintensamente.

—No.

—DilealdoctorNllequevolverépronto,quesóloheidoacazar.

Lapuerta triangular se cerró.LospasosdeYll se apagaronen la colina.Yllaobservócómosealejababajo la luzdelsoly luegovolvióasus tareas.Limpiólashabitacionesconelpolvomagnéticoyarrancólosnuevosfrutosdelas paredes de cristal. Estaba trabajando, con energía y rapidez, cuando deprontounaespeciedesoporseapoderódeellayseencontróotravezcantandola rara ymemorable canción, con los ojos fijos en el cielo,más allá de lascolumnasdecristal.

Contuvoelaliento,inmóvil,esperando.

Seacercaba.

Ocurriríaencualquiermomento.

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Eracomoesosdíasenqueseesperaensilenciolallegadadeunatormenta,y la presión de la atmósfera cambia imperceptiblemente, y el cielo setransformaenráfagas,sombrasyvapores.Losoídoszumban,empiezaunoatemblar. El cielo se cubre de manchas y cambia de color, las nubes seoscurecen, las montañas parecen de hierro. Las flores enjauladas emitendébiles suspiros de advertencia. Uno siente un leve estremecimiento en loscabellos.Enalgúnlugardelacasaelrelojparlantedice:«Atención,atención,atención, atención...», con una voz muy débil, como gotas que caen sobreterciopelo.

Y luego, la tormenta.Resplandoreseléctricos,cascadasdeaguaoscuraytruenosnegros,cerrándose,parasiempre.

Asíeraahora.Amenazaba,peroelcieloestabaclaro.Seesperabanrayos,peronohabíaunanube.

Yllacaminóporlacasasilenciosaysofocante.Elrayocaeríaencualquierinstante; habría un trueno, un poco de humo, y luego silencio, pasos en elsendero,ungolpeenloscristales,yellacorreríaalapuerta...

—LocaYlla—dijo,burlándosedesímisma—.¿Porquétepermitesestosdesvaríos?

Yentoncesocurrió.

Calor,comosiunincendioatravesaraelaire.Unzumbidopenetrante,unresplandormetálicoenelcielo.

Ylladioungrito.Corrióentrelascolumnasyabriendolaspuertasdeparen par,miró hacia lasmontañas. Todo había pasado. Iba ya a correr colinaabajocuandosecontuvo.Debíaquedarseallí,sinmoverse.Nopodíasalir.Sumaridoseenojaríamuchísimosiseibamientrasaguardabanaldoctor.

Esperóenelumbral,anhelante,conlamanoextendida.TratóinútilmentedealcanzarconlavistaelvalleVerde.

Qué tonta soy,pensómientras sevolvíahacia lapuerta.Noha sidomásqueunpájaro,unahoja,elviento,ounpezenelcanal.Siéntate.Descansa.

Sesentó.

Seoyóundisparo.

Claro,intenso,elruidodelaterriblearmadeinsectos.

Ylla se estremeció. Un disparo. Venía de muy lejos. El zumbido de lasabejas distantes. Un disparo. Luego un segundo disparo, preciso y frío, ylejano.

Se estremeció nuevamente y sin saber por qué se incorporó gritando,

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gritando, como si no fuera a callarse nunca. Corrió apresuradamente por lacasayabrióotravezlapuerta.

Yllaesperóeneljardín,muypálida,cincominutos.

Losecosmoríanaloslejos.

Seapagaron.

Luego, lentamente, cabizbaja, con los labios temblorosos, vagó por lashabitaciones adornadas de columnas, acariciando los objetos, y se sentó aesperar en el ya oscuro cuarto del vino.Conunborde de su chal se puso afrotarunvasodeámbar.

Yentonces,alolejos,seoyóunruidodepasosenlagrava.Seincorporóyaguardó, inmóvil,enelcentrodelahabitaciónsilenciosa.Elvasoselecayódelosdedosysehizotrizascontraelpiso.

Lospasostitubearonantelapuerta.

¿Hablaría?¿Gritaría;«¡Entre,entre!»?,sepreguntó.

Seadelantó.Alguiensubíaporlarampa.Unamanohizogirarelpicaporte.

Sonrióalapuerta.Lapuertaseabrió.Ylladejódesonreír.Erasumarido.Lamáscaradeplatateníaunbrilloopaco.

ElseñorKentróymiróasumujersólouninstante.Sacóluegodelarmadosfuellesvacíosylospusoenunrincón.Mientras,encuclillas,Yllatratabainútilmentederecogerlostrozosdelvaso.

—¿Quéestuvistehaciendo?—preguntó.

—Nada—respondióél,deespaldas,quitándoselamáscara.

—Pero...elarma.Oídosdisparos.

—Estabacazando,esoestodo.Devezencuandomegustacazar.¿VinoeldoctorNlle?

—No.

—Déjamepensar.—ElseñorKcastañeteófastidiado losdedos.—Claro,ahorarecuerdo.Noibaavenirhoy,sinomañana.Quétontosoy.

Sesentaronalamesa.Yllamirabalacomida,conlasmanosinmóviles.

—¿Quétepasa?—lepreguntósumaridosinmirarla,mientrassumergíaenlalavaunostrozosdecarne.

—Nosé.Notengoapetito.

—¿Porqué?

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—Nosé.Noséporqué.

Elvientoselevantóenlasalturas.Elsolsepuso,ylahabitaciónpareciódeprontomásfríaypequeña.

—Quisierarecordar—dijoYllarompiendoelsilencioymirandoalolejos,másalládelafiguradesumarido,frío,erguido,demiradaamarilla.

—¿Qué quisieras recordar?—preguntó el señorK bebiendo un poco devino.

—Aquellacanción—respondióYlla—,aquelladulceyhermosacanción.Cerrólosojosytarareóalgo,peronolacanción.—Laheolvidadoynoséporqué.Noquisieraolvidarla.Quisierarecordarlasiempre.

Moviólasmanos,comosielritmopudieraayudarlearecordarlacanción.Luegoserecostóensusilla.

—Nopuedoacordarme—dijo,yseechóallorar.

—¿Porquélloras?—lepreguntósumarido.

—Nosé,nosé,nopuedocontenerme.Estoytristeynoséporqué.Lloroynoséporqué.

Lloraba con el rostro entre las manos; los hombros sacudidos por lossollozos.

—Mañanatesentirásmejor—ledijosumarido.

Ylla no lo miró. Miró únicamente el desierto vacío y las brillantísimasestrellas que aparecían ahora en el cielo negro, y a lo lejos se oyó el ruidocrecientedelvientoydelasaguasfríasqueseagitabanenloslargoscanales.Cerrólosojos,estremeciéndose.

—Sí—dijo—,mañanamesentirémejor.

Agostode1999—Nochedeverano

La gente se agrupaba en las galerías de piedra o se movía entre lassombras,porlascolinasazules.LaslejanasestrellasylasmellizasyluminosaslunasdeMartederramabanunapálidaluzdeatardecer.Másalládelanfiteatrodemármol,enlaoscuridadylalejanía,selevantabanlasaldeasylasquintas.El agua plateada yacía inmóvil en los charcos, y los canales relucían dehorizonte a horizonte. Era una noche de verano en el templado y apacibleplaneta Marte. Las embarcaciones, delicadas como flores de bronce, seentrecruzaban en los canales de vino verde, y en las largas, interminables

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viviendas que se curvaban como serpientes tranquilas entre las lomas,murmurabanperezosamentelosamantes,tendidosenlosfrescoslechosdelanoche.Algunosniñoscorríanaúnporlasavenidas,alaluzdelasantorchas,yconlasarañasdeoroquellevabanenlamanolanzabanalairefinoshilosdeseda.Aquíyallá,enlasmesasdondeburbujeabalalavadeplata,sepreparabaalguna cena tardía. En un centenar de pueblos del hemisferio oscuro delplaneta, los marcianos, seres morenos, de ojos rasgados y amarillos, secongregaban indolentemente en los anfiteatros. Desde los escenarios unamúsicaserenaseelevabaenelairetranquilo,comoelaromadeunaflor.

Enunodelosescenarioscantóunamujer.

Elpúblicosesobresaltó.

Lamujerdejódecantar.Sellevóunamanoalagarganta.Inclinólacabezamirandoalosmúsicos,ycomenzaronotravez.

Losmúsicos tocarony lamujercantó,yestavezelpúblico suspiróy seinclinó hacia delante en los asientos; unos pocos se pusieron de pie,sorprendidos,yunaráfagaheladaatravesóelanfiteatro.Lamujercantabaunacanciónterribleyextraña.Tratabadeimpedirquelaspalabraslebrotarandelabocaperoéstaseranlaspalabras:

Avanzaenvueltaenbelleza,comolanoche

deregionessinnubesycielosestrellados;

ytodolomejordelooscuroylobrillante

seuneensurostroyensusojos...

Lacantantesetapólabocaconlasmanos,yasípermanecióunosinstantes,inmóvil,perpleja.

—¿Quésignificanesaspalabras?—preguntaronlosmúsicos.

—¿Dedóndevieneesacanción?

—¿Quéidiomaesése?

Ycuandolosmúsicossoplaronenloscuernosdorados,laextrañamelodíapasó otra vez lentamente por encima del público que ahora estaba de pie yhablabaenvozalta.

—¿Quétepasa?—sepreguntaronlosmúsicos.

—¿Porquétocabasesamúsica?

—Ytú,¿quétocabas?

Lamujer se echó a llorar y huyó del escenario. El público abandonó elanfiteatro. Y en todos los trastornados pueblos marcianos ocurrió algo

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semejante.Unaoladefríocayósobreellos,comounanieveblanca.

Enlasavenidassombrías,bajolasantorchas,losniñoscantaban:

...ycuandoellallegó,elaparadorestabavacío,

ysupobreperronotuvonada...

—¡Niños! —gritaron los adultos—. ¿Qué canción es ésa? ¿Dónde laaprendisteis?

—Se nos ha ocurrido de pronto. Son sólo palabras, palabras que no seentienden.

Las puertas se cerraron. Las calles quedaron desiertas. Sobre las colinasazulesseelevóunaestrellaverde.

EnelhemisferionocturnodeMartelosamantesdespertaronyescucharonasusamadas,quecantabanenlaoscuridad.

—¿Quécanciónesésa?

Yenmilcasas,enmediodelanoche,lasmujeressedespertarongritando.Laslágrimaslesrodabanporlasmejillasyloshombrestratabandecalmarlas.

—Vamos,vamos.Duerme.¿Quétepasa?¿Algunapesadilla?

—Algoterriblevaaocurrirporlamañana.

—Nadapuedeocurrir.Todoestámuybien.

Unsollozohistérico:

—¡Seacerca,seacerca!¡Seacercacadavezmás!

—Nada puede sucedernos. ¿Qué podría sucedernos? Vamos, duerme,duerme.

ElalbadeMartefuetranquila,tantranquilacomounpozofrescoynegro,conestrellasquebrillabanenlasaguasdeloscanales,yrespirandoentodosloscuartos,niñosquedormíanencogidosconarañasenlasmanoscerradas,yamantes abrazados, y un cielo sin lunas, y antorchas frías, y desiertosanfiteatrosdepiedra.

Sólorompióelsilencio,pocoantesdeamanecer,unserenoquecaminabaporunacalledistante,solitariayoscura,entonandounacanciónmuyextraña.

Agostode1999—Loshombresdelatierra

Quienquieraquefueseelquegolpeabalapuerta,nosecansabadehacerlo.

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LaseñoraTttabriólapuertadeparenpar.

—¿Ybien?

—¡Habla usted inglés! —El hombre, de pie en el umbral, estabaasombrado.

—Habloloquehablo—dijoella.

—¡Uninglésadmirable!

El hombre vestía uniforme. Había otros tres con él, excitados, muysonrientesymuysucios.

—¿Quédesean?—preguntólaseñoraTtt.

—Ustedesmarciana.—Elhombresonrió.—Estapalabranoleesfamiliar,ciertamente. Es una expresión terrestre. —Con un movimiento de cabezaseñalóasuscompañeros.—VenimosdelaTierra.YosoyelcapitánWilliams.HemosllegadoaMartenohacemásdeunahora,yaquíestamos,¡laSegundaExpedición!HubounaPrimeraExpedición,peroignoramosquélespasó.Enfin,¡henosaquí!YelprimerhabitantedeMartequeencontramos¡esusted!

—¿Marte?—preguntólamujerarqueandolascejas.

—QuierodecirqueustedviveenelcuartoplanetaapartirdelSol.¿Noesverdad?

—Elemental—replicóellasecamente,examinándolosdearribaabajo.

—Y nosotros —dijo el capitán señalándose a sí mismo con un pulgarsonrosado—somosdelaTierra.¿Noesasí,muchachos?

—¡Asíes,capitán!—exclamaronlosotrosacoro.

—Este es el planeta Tyrr—dijo la mujer—, si quieren llamarlo por suverdaderonombre.

—Tyrr,Tyrr.—Elcapitánrioacarcajadas.—¡Quénombretanlindo!Pero,oigabuenamujer,¿cómohablausteduningléstanperfecto?

—No estoy hablando, estoy pensando—dijo ella— ¡Telepatía! ¡Buenosdías!—ydiounportazo.

Casienseguidavolvieronallamar.Esehombreespantoso,pensólaseñoraTtt.

Abriólapuertabruscamente.

—¿Yahoraqué?—preguntó.

Elhombreestabatodavíaenelumbral,desconcertado,tratandodesonreír.Extendiólasmanos.

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—Creoqueustednocomprende...

—¿Qué?

Elhombrelamirósorprendido:

—¡VenimosdelaTierra!

—Notengotiempo—dijolamujer—.Haymuchoquecocinar,ycoser,ylimpiar...Ustedes,probablemente,querránveralseñorTtt.Estáarriba,ensudespacho.

—Sí—dijo el terrestre, parpadeando confuso—. Permítame ver al señorTtt,porfavor.

—Estáocupado.

LaseñoraTttcerrónuevamentelapuerta.

Estavezlosgolpesfuerondeunaruidosaimpertinencia.

—¡Oiga!—gritóelhombrecuandolapuertavolvióaabrirse—.¡Estenoes modo de tratar a las visitas!—Y entró de un salto en la casa, como siquisierasorprenderalamujer.

—¡Mis pisos limpios! —gritó ella—. ¡Barro! ¡Fuera! ¡Antes de entrar,límpieselasbotas!

Elhombresemiróapesadumbradolasbotasembarradas.

—Noeshoradepreocuparseportonterías—dijoluego—.Creoqueantetodo debiéramos celebrar el acontecimiento.—Ymiró fijamente a lamujer,comosiesamiradapudieraaclararlasituación.

—¡Sisemehanquemadolastortasdecristal—gritóella—,loecharédeaquíabastonazos!

Lamujeratisbóunosinstanteselinteriordeunhornoencendidoyregresóconlacararojaytranspirada.Eradelgadayágil,comouninsecto.Teníaojosamarillosypenetrantes,tezmorena,yunavozmetálicayaguda.

—Espereunmomento.TratarédequeelseñorTttlosreciba.¿Quéasuntolostrae?

El hombre lanzó un terrible juramento, como si la mujer le hubiesemartilladounamano.

—¡DígalequevenimosdelaTierra!¡Quenadievinoantesdeallá!

—¿Quenadievinodedónde?Bueno,noimporta—dijolamujeralzandounamano—.Enseguidavuelvo.

Elruidodesuspasostemblóligeramenteenlacasadepiedra.

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Afuera,brillabaelinmensocieloazuldeMarte,calurosoytranquilocomolas aguas cálidasyprofundasdeunocéano.Eldesiertomarciano se tostabacomounaprehistóricavasijadebarro.Elcalorcrecíaentemblorosasoleadas.Uncohetepequeñoyacíaen la cimadeunacolinapróximay lashuellasdeunaspisadasuníanlapuertadelcoheteconlacasadepiedra.

De pronto se oyeron unas voces que discutían en el piso superior de lacasa. Los hombres semiraron, semovieron inquietos, apoyándose ya en unpie,yaenotro,yconlospulgaresenelcinturóntamborilearonnerviosamentesobreelcuero.

Arribagritabaunhombre.Unavozdemujerlereplicabaenelmismotono.Pasóuncuartodehora.Loshombressepasearondeunladoaotro,sinsaberquéhacer.

—¿Alguientienecigarrillos?—preguntóuno.

Otrosacóunpaqueteytodosencendieronuncigarrilloyexhalaronlentascintasdepálidohumoblanco.Loshombresse tironearonlosfaldonesdelaschaquetas;searreglaronloscuellos.

Elmurmulloy el cantode lasvoces continuaban.El capitán consultó sureloj.

—Veinticinco minutos—dijo—.Me pregunto qué estarán tramando ahíarriba.—Separóanteunaventanaymiróhaciaafuera.

—Quédíasofocante—dijounhombre.

—Sí—dijootro.

Era el tiempo lento y caluroso de las primeras horas de la tarde. Elmurmullo de las voces se apagó. En la silenciosa habitación sólo se oía larespiracióndeloshombres.Pasóunahora.

—Espero que no hayamos provocado un incidente—dijo el capitán. Sevolvióyespióelinteriordelvestíbulo.

AllíestabalaseñoraTtt,regandolasplantasquecrecíanenelcentrodelahabitación.

—Yameparecíaquehabíaolvidadoalgo—dijolamujeravanzandohaciaelcapitán—.Losiento—añadió,y leentregóun trozodepapel—.ElseñorTttestámuyocupado.—Sevolvióhacialacocina.—Porotraparte,noeselseñor Ttt a quien usted desea ver, sino al señor Aaa. Lleve este papel a lagranjapróxima,alladodelcanalazul,yelseñorAaalesdiráloqueustedesquierensaber.

—No queremos saber nada —objetó el capitán frunciendo los gruesoslabios—.Yalosabemos.

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—Tienen el papel, ¿qué más quieren?—dijo la mujer con brusquedad,decididaanoañadirunapalabra.

—Bueno—dijoelcapitánsinmoverse,comoesperandoalgo.Parecíaunniño, con los ojos clavados en un desnudo árbol de Navidad—. Bueno—repitió—.Vamos,muchachos.

Loscuatrohombressalieronalsilencioyalcalordelatarde.

Unamediahoradespués,sentadoensubiblioteca,elseñorAaabebíaunossorbosde fuegoeléctricodeunacopademetal, cuandooyóunasvocesqueveníanporelcaminodepiedra.Seinclinósobreelalféizardelaventanayvioacuatrohombresuniformadosquelomirabanentornandolosojos.

—¿ElseñorAaa?—lepreguntaron.

—Elmismo.

—¡NosenvíaelseñorTtt!—gritóelcapitán.

—¿Yporquéhahechoeso?

—¡Estabaocupado!

—¡Qué lástima!—dijo el señorAaa, con tono sarcástico—.¿Creeráqueestoyaquíparaatenderalasgentesquelomolestan?

—Noesesoloimportante,señor—replicóelcapitán.

—Paramí, sí.Tengomuchoque leer.El señorTtt esundesconsiderado.No es la primera vez que se comporta de este modo. No mueva usted lasmanos, señor. Espere a que termine. Y preste atención. La gente sueleescucharme cuando hablo.Yustedme escuchará cortésmente o no diré unapalabra.

Loscuatrohombresdelacalleabrieronlaboca,semovieronincómodos,yporunmomentolaslágrimasasomaronalosojosdelcapitán.

—¿Le parece a usted bien—sermoneó el señor Aaa— que el señor Ttthagaestascosas?

Loscuatrohombresalzaronlosojosenelcalor.

—¡VenimosdelaTierra!—dijoelcapitán.

—Amímeparecequeesunmaleducado—continuóelseñorAaa.

—Enuncohete.Venimosenuncohete.

—NoeslaprimeravezqueTttcometeestastorpezas.

—DirectamentedesdelaTierra.

—Megustaríallamarloydecirleloquepienso.

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—Nosotroscuatro,yoyestostreshombres,mitripulación.

—¡Lollamaré,sí,voyallamarlo!

—Tierra.Cohete.Hombres.Viaje.Espacio.

—¡Lo llamaré y tendrá que oírme!—gritó el señor Aaa, y desapareciócomountíteredeunescenario.

Duranteunos instantes seoyeronunasvocescoléricasque ibanyveníanpor algún extraño aparato. Abajo, el capitán y su tripulación mirabantristementeporencimadelhombroelhermosocohetequeyacíaenlacolina,tanatractivoydelicadoybrillante.

El señorAaa reapareció de pronto en la ventana, con un salvaje aire detriunfo.

—¡Loheretadoaduelo,portodoslosdioses!¡Aduelo!

—SeñorAaa...—comenzóotravezelcapitánconvozsuave.

—¡Lovoyamatar!¿Meoye?

—Señor Aaa, quisiera decirle que hemos viajado noventa millones dekilómetros.

ElseñorAaamiróalcapitánporprimeravez.

—¿Dedóndedicequevienen?

Elcapitánemitióunablancasonrisa.

—Alfinnosentendemos—lesmurmuróenunaparteasushombres,yledijo al señorAaa—:Recorrimos noventamillones de kilómetros. ¡Desde laTierra!

ElseñorAaabostezó.

—Enestaépocadelañoladistanciaessólodesetentaycincomillonesdekilómetros.—Blandióunarmadeaspectoterrible.—Bueno,tengoqueirme.Llevenesaestúpidanota,aunquenosédequélesservirá,alaaldeadeIopr,sobrelacolinayhablenconelseñorIii.Éseeselhombreaquienquierenver.NoalseñorTtt.Tttesunidiota,yvoyamatarlo.Ustedes,además,nosondemiespecialidad.

—Especialidad,especialidad—balóelcapitán—.¿PeroesnecesarioserunespecialistaparadarlabienvenidaahombresdelaTierra?

—Noseatonto,todoelmundolosabe.

ElseñorAaadesapareció.Aparecióunosinstantesdespuésenlapuertaysealejóvelozmentecalleabajo.

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—¡Adiós!—gritó.

Los cuatro viajeros no se movieron, desconcertados. Finalmente dijo elcapitán:

—Yaencontraremosquiennosescuche.

—Quizá debiéramos irnos y volver —sugirió un hombre con vozmelancólica—. Quizá debiéramos elevarnos y descender de nuevo. Darlestiempodeorganizarunafiesta.

—Puedeserunabuenaidea—murmurófatigadoelcapitán.

En la aldea la gente salía de las casas y entraba en ellas, saludándose, yllevabamáscarasdoradas,azulesyrojas,máscarasdelabiosdeplataycejasdebronce,máscarasseriasosonrientes,segúnelhumordesusdueños.

Loscuatrohombres,sudorososluegodelalargacaminata,sedetuvieronylepreguntaronaunaniñitadóndeestabalacasadelseñorIii.

—Ahí—dijolaniñaconunmovimientodecabeza.

El capitán puso una rodilla en tierra, solemnemente, cuidadosamente, ymiróelrostrojovenydulce.

—Oye,niña,quierodecirtealgo.

La sentó en su rodilla y tomó entre susmanazas lasmanos diminutas ymorenas,comosifueraacontarleuncuentodehadasprecisoyminucioso.

—Bien, tevoy a contar loquepasa.Hace seismesesotro cohetevino aMarte.TraíaaunhombrellamadoYorkyasuayudante.Nosabemosquélespasó. Quizá se destrozaron al descender. Vinieron en un cohete, comonosotros. Debes de haberlo visto. ¡Un gran cohete! Por lo tanto nosotrossomoslaSegundaExpedición.YvenimosdirectamentedelaTierra...

Laniñasoltódistraídamenteunamanoyseajustóalacaraunainexpresivamáscaradorada.Luegosacódeunbolsillounaarañadeoroyladejócaer.Elcapitánseguíahablando.Laarañasubiódócilmentealarodilladelaniña,quelamirabasinexpresiónporlashendidurasdelamáscara.Elcapitánzarandeósuavementealaniñayhablóconunavozmásfirme:

—SomosdelaTierra,¿mecrees?

—Sí—respondiólaniñamientrasobservabacómolosdedosdelospiesselehundíanenlaarena.

—Muy bien. —El capitán le pellizcó un brazo, un poco porque estabacontento y un poco porque quería que ella lo mirase. —Nosotros mismoshemosconstruidoestecohete.¿Locrees,noescierto?

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Laniñasemetióundedoenlanariz.

—Sí—dijo.

—Y...Sácateeldedodelanariz,niñita...Yosoyelcapitány...

—Nadiehastahoycruzóelespacioenuncohete—recitó lacriaturaconlosojoscerrados.

—¡Maravilloso!¿Cómolosabes?

—Oh, telepatía...—respondió laniña limpiándosedistraídamenteeldedoenunapierna.

—Ybien,¿esonoteasombra?—gritóelcapitán—.¿Noestáscontenta?

—SerámejorquevayanaverenseguidaalseñorIii—dijolaniña,ydejócaersujuguete—.Alseñorliilegustarámuchohablarconustedes.

Laniñasealejó.Laarañaechóacorrerobedientementedetrásdeella.

Elcapitán,encuclillas,sequedómirándola,conlasmanosextendidas,labocaabiertaylosojoshúmedos.

Losotrostreshombres,depiesobresussombras,escupieronenlacalledepiedra.

El señor Iii abrió la puerta. Salía en esemomento para una conferencia,peropodíaconcederlesunosinstantessisedecidíanaentraryleinformabanbrevementedelobjetodelavisita.

—Un minuto de atención —dijo el capitán, cansado, con los ojosenrojecidos—.VenimosdelaTierra,enuncohete;somoscuatro:tripulaciónycapitán;estamosexhaustos,hambrientos,yquisiéramosencontrarunsitioparadormir.Nosgustaríaquenosdieran la llavede laciudad,oalgoparecido,yquealguiennosestrecharalamanoynosdijera:"¡Bravo!"y"¡Enhorabuena,amigos!"Esoestodo.

El señor lii era alto, vaporoso, delgado, y llevaba unas gafas de gruesoscristales azules sobre los ojos amarillos. Se inclinó sobre el escritorio y sepusoaestudiarunospapeles.Decuandoencuandoalzabalavistayobservabaconatenciónasusvisitantes.

—No creo tener aquí los formularios—dijo revolviendo los cajones delescritorio—.¿Dóndeloshabrépuesto?Debendeestarenalgunaparte...¡Ah,sí,aquí!—Lealcanzóalcapitánunospapeles.—Tendráustedquefirmar,porsupuesto.

—¿Tenemosquepasarportantascomplicaciones?—preguntóelcapitán.

ElseñorIiilelanzóunamiradavidriosa.

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—¿NodicequevienedelaTierra?Puestienequefirmar.

Elcapitánescribiósunombre.

—¿Esnecesarioquefirmentambiénlostripulantes?

ElseñorIiimiróalcapitán,luegoalosotrostresyestallóenunacarcajadaburlona.

—¡Queellosfirmen!¡Ah,admirable!¡Queellos,oh,queellosfirmen!—Losojosselellenarondelágrimas.Sepalmeóunarodillaysedoblóendossofocadoporlarisa.Seapoyóenelescritorio.—¡Queellosfirmen!

Loscuatrohombresfruncieronelceño.

—¿Estangracioso?

—¡Queellosfirmen!—suspiróelseñorIii,debilitadoporsuhilaridad—.Tienegracia.DebocontárseloalseñorXxx.

Examinóelformulario,riéndoseaúnaratos.

—Parecequetodoestábien.—Movióafirmativamentelacabeza.—Hastasuconformidadparaunaposibleeutanasia—cloqueó.

—¿Conformidadparaqué?

—Cállese.Tengoalgoparausted.Aquíestá.Lallave.

Elcapitánsesonrojó.

—Esungranhonor...

—¡Noeslallavedelaciudad,imbécil!—ladróelseñorIii—.EsladelaCasa.Vayaporaquelpasillo,abralapuertagrande,entreycierrebien.Puedepasarallílanoche.PorlamañanalemandaréalseñorXxx.

Elcapitán titubeó, tomó la llavey sequedómirando fijamente las tablasdelpiso.Sushombrestampocosemovieron.Parecíansecos,vacíos,comosihubiesenperdidotodalapasiónylafiebredelviaje.

—¿Quélepasa?—preguntóelseñorIii—.¿Quéespera?¿Quéquiere?—Seadelantóyestudiódecercaelrostrodelcapitán.—¡Váyase!

—Mefiguroquenopodríausted...—sugirióel capitán—,quierodecir...Enfin...Hemostrabajadomucho,hemoshechounlargoviajeyquizápudierausted estrecharnos la mano y darnos la enhorabuena —añadió con vozapagada—.¿Noleparece?

ElseñorIiiletendiórígidamentelamanoylesonrióconfrialdad.

—¡Enhorabuena!—y apartándose dijo—:Ahora tengo que irme.Utiliceesallave.

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Sinfijarsemásenellos,comosisehubieranfiltradoa travésdelpiso,elseñorIiianduvodeunladoaotroporlahabitación,llenandoconpapelesunacartera.Seentretuvoenlaoficinaotroscincominutos,perosindirigirunasolavez la palabra al solemne cuarteto inmóvil, cabizbajo, de piernas de plomo,brazoscolgantesymiradaapagada.

Alfincruzólapuerta,absortoenlacontemplacióndesusuñas.

Avanzaron pesadamente por el pasillo, en la penumbra silenciosa de latarde, hasta llegar a una pulida puerta de plata. La abrieron con la llave,tambiéndeplata,entraron,cerraron,ysevolvieron.

Estabanenunvastoaposentosoleado.Sentadosodepie,engrupos,varioshombresymujeresconversabanjuntoalasmesas.Aloírelruidodelapuertamiraronaloscuatrohombresdeuniforme.

Unmarcianoseadelantóylossaludóconunareverencia.

—YosoyelseñorUuu.

—YyosoyelcapitánJonathanWilliams,delaciudaddeNuevaYork,delaTierra—dijoelcapitánsinmuchoentusiasmo.

Inmediatamentehubounaexplosiónenlasala.

Losmurostemblaronconlosgritosyexclamaciones.Hombresymujeresgritandodealegría,derribandolasmesas,tropezandounosconotros,corrieronhacialosterrestresy,levantándolosenhombros,dieronseisvueltascompletasalasala,saltando,gesticulandoycantando.

Los terrestresestaban tansorprendidosqueduranteunminutosedejaronllevarporaquellamareadehombrosantesdeestallarenrisasygritos.

—¡Estoseparecemásaloqueesperábamos!

—¡Estoesvida!¡Bravo!¡Bravo!

Seguiñabanalegrementelosojos,alzabanlosbrazos,golpeabanelaire.

—¡Hip!¡Hip!—gritaban.

—¡Hurra!—respondíalamuchedumbre.

Alfinlospusieronsobreunamesa.Losgritoscesaron.Elcapitánestabaapuntodellorar:

—Gracias.Gracias.Estonoshahechomuchobien.

—Cuéntenossuhistoria—sugirióelseñorUuu.

Elcapitáncarraspeóyhabló,interrumpidoporlos¡oh!y¡ah!delauditorio.Presentóasuscompañeros,ytodospronunciaronundiscursito,azoradospor

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elestruendodelosaplausos.

ElseñorUuupalmeóalcapitán.

—EsagradableveraotrosdelaTierra.Yotambiénsoydeallí.

—¿Quéhadichousted?

—Aquísomosmuchoslosterrestres.

Elcapitánlomirófijamente.

—¿Usted?¿Terrestre?¿Esposible?¿Vinoenuncohete?¿Desdecuándoseviaja por el espacio?—Parecía decepcionado.—¿De qué... de qué país esusted?

—DeTuiereol.Vinehaceañosenelespíritudemicuerpo.

—Tuiereol. —El capitán articuló dificultosamente la palabra. —Noconozcoesepaís.¿Quéesesodelespíritudelcuerpo?

—TambiénlaseñoritaRrresterrestre.¿Noescierto,señoritaRrr?

LaseñoritaRrrasintióconunarisaextraña.

—TambiénelseñorWww,elseñorQqqyelseñorVvv.

—YosoydeJúpiter—dijounopavoneándose.

—YodeSaturno—dijootro.Losojoslebrillabanmaliciosamente.

—Júpiter,Saturno—murmuróelcapitán,parpadeando.

Todoscallaron; losmarcianos,ojerosos,depupilasamarillasybrillantes,volvieron a agruparse alrededor de las mesas de banquete, extrañamentevacías. El capitán observó, por primera vez, que la habitación no teníaventanas. La luz parecía filtrarse por las paredes. No había más que unapuerta.

—Todoestoesconfuso.¿DóndediabloestáTuiereol?¿CercadeAmérica?—dijoelcapitán.

—¿QueesAmérica?

—¿Nohaoídohablardelcontinenteamericanoydicequeesterrestre?

ElseñorUuuseirguióenojado.

—LaTierra está cubierta demares, es sólomar.Nohay continentes.Yosoydeallíylosé.

Elcapitánseechóhaciaatrásensusilla.

—Un momento, un momento. Usted tiene cara de marciano, ojosamarillos,tezmorena.

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—LaTierraessóloselvas—dijoorgullosamentelaseñoritaRrr—.YosoydeOrri,enlaTierra;unacivilizacióndondetodoesdeplata.

ElcapitánmirósucesivamentealseñorUuu,alseñorWww,alseñorZzz,al señorNnn, al señorHhh y al señorBbb, y vio que los ojos amarillos sefundían y apagaban a la luz, y se contraían y dilataban. Se estremeció, sevolvióhaciasushombresylosmirósombríamente.

—¡Comprendenquéesesto?

—¿Qué,señor?

—No es una celebración —contestó agotado el capitán—. No es unbanquete. Estas gentes no son representantes del gobierno. Esta no es unasurpriseparty.Mírenleslosojos.Escúchenlos.

Retuvieronelaliento.Enlasalacerradasólohabíaunsuavemovimientodeojosblancos.

—Ahora entiendo—dijo el capitán convozmuy lejana—porqué todosnosdabanpapelitosynospasabandeunoaotro,yporquéel señor Iii nosmostróunpasilloynosdiounallaveparaabrirunapuertaycerrarunapuerta.Yaquíestamos...

—¿Dónde,capitán?

—Enunmanicomio.

Eradenoche.Enlavastasalasilenciosa,tenuementealumbradaporunasluces ocultas en los muros transparentes, los cuatro terrestres, sentadosalrededor de unamesa demadera conversaban en voz baja, con los rostrosjuntosypálidos.Hombresymujeresyacíandesordenadamentepor el suelo.En los rincones oscuros había leves estremecimientos: hombres o mujeressolitarios que movían las manos. Cada media hora uno de los terrestresintentabaabrirlapuertadeplata.

—Nohaynadaquehacer.Estamosencerrados.

—¿Creenrealmentequesomoslocos,capitán?

—No hay duda. Por eso no se entusiasmaron al vernos. Se limitaron atolerarloqueentreellosdebedeserunestadofrecuentedepsicosis.—Señalólas formas oscuras que yacían alrededor. —Paranoicos todos. ¡Québienvenida!—Unallamitasealzóymurióen losojosdelcapitán.—Porunmomentocreíquenosrecibíancomomerecíamos.Gritos,cantosydiscursos.Todoestuvomuybien,¿noescierto?Mientrasduró.

—¿Cuántotiemponosvanateneraquí?

Hastaquedemostremosquenosomospsicópatas.

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—Esoseráfácil.

—Esperoquesí.

—Nopareceestarmuyseguro.

—Noloestoy.Mireaquelrincón.

De la boca de un hombre en cuclillas brotó una llama azul.La llama setransformó en una mujercita desnuda, y susurrando y suspirando se abriócomounaflorenvaporesdecolorcobalto.

El capitán señaló otro rincón. Una mujer, de pie, se encerró en unacolumnadecristal; luego fueunaestatuadorada,despuésunavaradecedropulido,yalfinotravezunamujer.

Enlasalaoscurecidatodosexhalabanpequeñasllamasvioláceasmóvilesycambiantes,pueslanocheeratiempodetransformacionesyaflicción.

—Magos,brujos—susurróunterrestre.

—No, alucinados. Nos comunican su demencia y vemos así susalucinaciones.Telepatía.Autosugestiónytelepatía.

—¿Yesolepreocupa,capitán?

—Sí. Si esas alucinaciones pueden ser tan reales, tan contagiosas, tantopara nosotros como para cualquier otra persona, no es raro que nos hayantomadoporpsicópatas.Siaquelhombreescapazdecrearmujercitasdefuegoazul,yaquellamujerpuedetransformarseenunacolumna,esmuynaturalquelosmarcianosnormalespiensenque tambiénnosotroshemoscreadonuestrocohete.

—Oh—exclamaronsushombresenlaoscuridad.

Las llamas azules brotaban alrededor de los terrestres, brillaban unmomento, y se desvanecían. Unos diablillos de arena roja corrían entre losdientesdeloshombresdormidos.Lasmujeressetransformabanenserpientesaceitosas.Habíaunolordereptilesybestias.

Por la mañana todos estaban de pie, frescos, contentos, y normales. Nohabía llamasnidemonios.Elcapitány sushombres sehabíanacercadoa lapuertadeplata,conlaesperanzadequeseabriera.

ElseñorXxxllegóunascuatrohorasdespués.Losterrestressospecharonque había estado esperando del otro lado de la puerta, espiándolos por lomenosdurante treshoras.Conungesto lespidióque loacompañaranaunaoficinapequeña.

Eraunhombre jovial, sonriente, si se lo juzgabaporsumáscara.Enellaestabanpintadasnounasonrisa,sinotres.

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Detrásdelamáscara,suvozeraladeunpsiquiatranotansonriente.

—Ybien,¿quépasa?

—Ustedcreequeestamoslocos,ynoloestamos—dijoelcapitán.

—Yonocreoquetodosesténlocos—replicóelpsiquiatraseñalandoconuna varita al capitán—.El único loco es usted. Los otros son alucinacionessecundarias.

Elcapitánsepalmeóunarodilla.

—¡Ah,eseso!¡AhoracomprendoporquéserioelseñorIiicuandosugeríquemishombresfirmaranlospapeles!

Elpsiquiatrarioatravésdesusonrisatallada.

—Sí,yame lo contó el señor Iii.Fueunabromaexcelente. ¿Quéestabadiciendo?Ah,sí.Alucinacionessecundarias.Avecesvienenavermemujeresconculebrasenlasorejas.Cuandolascuro,lasculebrassedisipan.

—Nosotrosnosalegraremosdequenoscure.Siga.

ElseñorXxxpareciósorprenderse.

—Esraro.Nosonmuchoslosquequierencurarse.Leadviertoaustedqueeltratamientoesmuysevero.

—¡Sigacurándonos!Prontosabráqueestamoscuerdos.

—Permítame que examine sus papeles. Quiero saber si están en ordenantesdeiniciareltratamiento.—YelseñorXxxexaminóelcontenidodeunacarpeta.—Sí.Loscasoscomoelsuyonecesitanuntratamientoespecial.Laspersonasdeaquella sala soncasosmuysimples.Perocuandose llegacomousted, debo advertírselo, a alucinaciones primarias, secundarias, auditivas,olfativas y labiales, y a fantasías táctiles y ópticas, el asunto es grave. Esnecesariorecurriralaeutanasia.

Elcapitánsepusoenpiedeunsaltoyrugió:

—Mire, ¡ya hemos aguantado bastante! ¡Sométanos a sus pruebas,verifiquelosreflejos,auscúltenos,exorcícenos,pregúntenos!

—Hablelibremente.

Elcapitánhabló,furioso,duranteunahora.Elpsiquiatraescuchó.

—Increíble.Nuncaoífantasíaoníricamásdetallada.

—¡No diga estupideces! ¡Le enseñaremos nuestro cohete! —gritó elcapitán.

—Megustaríaverlo.¿Puedeustedmanifestarloenestahabitación?

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—Porsupuesto.Estáenesefichero,enlaletraC.

El señor Xxx examinó atentamente el fichero, emitió un sonido dedesaprobación,ylocerrósolemnemente.

—¿Porquémehaengañadousted?Elcohetenoestáaquí.

—Claroqueno,idiota.Hasidounabroma.¿Bromeaunloco?

—Tiene usted unas bromas muy raras. Bueno, salgamos. Quiero ver sucohete.

Eramediodía.Cuandollegaronalcohetehacíamuchocalor.

—Ajá.

Elpsiquiatraseacercóalanaveylagolpeó.Elmetalresonósuavemente.

—¿Puedoentrar?—preguntóconpicardía.

—Entre.

ElseñorXxxdesaparecióenelinteriordelcohete.

—Esto es exasperante —dijo el capitán, mordisqueando un cigarro—.VolveríagustosoalaTierraylesaconsejaríanoocuparsemásdeMarte.¡Quégentesmásdesconfiadas!

—Me parece que aquí hay muchos locos, capitán. Por eso dudan tantoquizá.

—Sí,peroesmuyirritante.

Elpsiquiatrasaliódelanavedespuésdehurgar,golpear,escuchar,olerygustardurantemediahora.

—Ybien,¿estáustedconvencido?—gritóelcapitáncomosielseñorXxxfuerasordo.

Elpsiquiatracerrólosojosyserascólanariz.

—Nunca conocí ejemplo más increíble de alucinación sensorial ysugestión hipnótica. He examinado el "cohete", como lo llama usted. —Golpeó la coraza. —Lo oigo. Fantasía auditiva. —Inspiró. —Lo huelo.Alucinaciónolfativa inducida por telepatía sensorial.—Acercó sus labios alcohete.—Logusto.Fantasíalabial.

Elpsiquiatraestrechólamanodelcapitán:

—¿Me permite que lo felicite? ¡Es usted un genio psicópata! Ha hechousteduntrabajocompleto.Latareadeproyectarunaimaginariavidapsicópataen la mente de otra persona por medio de la telepatía, y evitar que lasalucinaciones se vayan debilitando sensorialmente, es casi imposible. Las

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gentes de mi pabellón se concentran habitualmente en fantasías visuales, ocuandomásen fantasíasvisualesyauditivascombinadas. ¡Ustedha logradounasíntesistotal!¡Sudemenciaeshermosísimamentecompleta!

Elcapitánpalideció:

—¿Midemencia?

—Sí. Qué demenciamás hermosa.Metal, caucho, gravitadores, comida,ropa,combustible,armas,escaleras,tuercas,cucharas.Hecomprobadoqueensu nave hay diezmil artículos distintos.Nunca había visto tal complejidad.Hay hasta sombras debajo de las literas y debajo de todo. ¡Qué poder deconcentración! Y todo, no importan cuándo o cómo se pruebe, tiene olor,solidez, gusto, sonido. Permítame que lo abrace. —El psiquiatra abrazó alcapitán.—Consignarétodoestoenloqueserámimejormonografía.ElmesquevienehablaréenlaAcademiaMarciana.Mírese.Hacambiadoustedhastaelcolordesusojos,delamarilloalazul,ylatezdemorenaasonrosada.¡Ysuropa,ysusmanosdecincodedosenvezdeseis! ¡Metamorfosisbiológicaatravésdeldesequilibriopsicológico!Ysustresamigos...

ElseñorXxxsacóunarmapequeña:

—Esustedincurable,porsupuesto.¡Pobrehombreadmirable!Muertoserámásfeliz.¿Quiereustedconfiarmesuúltimavoluntad?

—¡QuietoporDios!¡Nohagafuego!

—Pobre criatura. Lo sacaré de esa miseria que lo llevó a imaginar estecohetey estos treshombres.Será interesantísimover cómosusamigosy sucohetesedisipanencuantoyolomate.Conloqueobservehoyescribiréunexcelenteinformesobreladisolucióndelasimágenesneuróticas.

—¡SoydelaTierra!MellamoJonathanWilliamsyestos...

—Sí,yalosé—dijosuavementeelseñorXxx,ydisparósuarma.

El capitán cayó conunabala en el corazón.Losotros tres sepusieron agritar.

ElseñorXxxlosmirósorprendido.

—¿Siguenustedesexistiendo? ¡Soberbio!Alucinacionesquepersisteneneltiempoyenelespacio.—Apuntóhaciaellos.—Bien,losdisolveréconelmiedo.

—¡No!—gritaronlostreshombres.

—Petición auditiva, aun muerto el paciente —observó el señor Xxxmientrasloshacíacaerconsusdisparos.

Quedarontendidosenlaarena,intactos,inmóviles.ElseñorXxxlostocó

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conlapuntadelpieyluegogolpeólacorazadelcohete.

—¡Persiste! ¡Persisten! —exclamó y disparó de nuevo su arma, variasveces,contraloscadáveres.Diounpasoatrás.Lamáscarasonrienteselecayódelacara.

—Alucinaciones—murmuró aturdidamente—.Gusto.Vista.Olor. Tacto.Sonido.

El rostro del menudo psiquiatra cambió lentamente. Se le aflojaron lasmandíbulas. Soltó el arma. Miró alrededor con ojos apagados y ausentes.Extendió lasmanos como un ciego, y palpó los cadáveres, sintiendo que lasalivalellenabalaboca.

Moviódébilmentelasmanos,desorbitado,babeando.

—¡Váyanse!—lesgritóaloscadáveres—.¡Váyase!—legritóalcohete.

Seexaminólasmanostemblorosas.

—Contaminado —susurró—. Víctima de una transferencia. Telepatía.Hipnosis. Ahora soy yo el loco. Contaminado. Alucinaciones en todas susformas.—Sedetuvoyconmanosentumecidasbuscóasualrededorelarma.—Haysólounacura,sólounamaneradequesevayan,dequedesaparezcan.

Seoyóundisparo.

Loscuatrocadáveresyacíanalsol;elseñorXxxcayójuntoaellos.

Elcohete,reclinadoenlacolinasoleada,nodesapareció.

Cuando en el ocaso del día la gente del pueblo encontró el cohete, sepreguntó qué sería aquello. Nadie lo sabía; por lo tanto fue vendido a unchatarrero,queselollevóparadesmontarloyvenderlocomohierroviejo.

Aquellanochelloviócontinuamente.Eldíasiguientefuebuenoycaluroso.

Abrilde2000—Laterceraexpedición

Lanavevinodelespacio.Vinodelasestrellas,ylasvelocidadesnegras,ylos movimientos brillantes, y los silenciosos abismos del espacio. Era unanavenueva,confuegoenlasentrañasyhombresenlasceldasdemetal,ysemovíaenunsilenciolimpio,vehementeycálido.Llevabadiecisietehombres,incluyendo un capitán. En la pista de Ohio la muchedumbre había gritadoagitando lasmanos a la luzdel sol, y el cohete había florecido en ardientescapullosdecoloryhabíaescapadoalejándoseenelespacio¡eneltercerviajeaMarte!

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AhoraestabadesacelerandoconunaeficienciametálicaenlasatmósferassuperioresdeMarte.Eratodavíahermosoyfuerte.Habíaavanzadocomounpálidoleviatánmarinoporlasaguasdemedianochedelespacio;habíadejadoatráslalunaantiguaysehabíaprecipitadoalinteriordeunanadaqueseguíaaotra nada. Los hombres de la tripulación se habían golpeado, enfermado ycurado,alternadamente.Unohabíamuerto,pero losdieciséis sobrevivientes,conlosojosclarosylascarasapretadascontralasventanasdegruesosvidrios,observabanahoracómoMarteoscilabasubiendodebajodeellos.

—¡Marte!—exclamóelnaveganteLustig.

—¡ElviejoysimpáticoMarte!—dijoSamuelHinkston,arqueólogo.

—Bien—dijoelcapitánJohnBlack.

Elcoheteseposóenunpradoverde.Afuera,enelprado,habíaunciervodehierro.Másallá,sealzabaunaaltacasavictoriana,silenciosaa la luzdelsol, toda cubierta de volutas y molduras rococó, con ventanas de vidrioscoloreados: azules y rosas y verdes y amarillos. En el porche crecían unosgeranios,yunaviejahamacacolgabadel techoysebalanceaba,haciaatrás,haciadelante, hacia atrás, haciadelante,mecidapor labrisa.La casa estabacoronadaporunacúpula,conventanasdevidriosrectangularesyuntechodecaperuza.Por laventanasepodíaverunapiezademúsica tituladaHermosoOhio,enunatril.

Alrededor del cohete y en las cuatro direcciones se extendía el pueblo,verdeytranquilobajoelcieloprimaveraldeMarte.Habíacasasblancasydeladrillosrojos,yálamosaltosquesemovíanenelviento,yarcesycastaños,todosaltos.Enelcampanariodelaiglesiadormíanunascampanasdoradas.

Los hombres del cohete miraron fuera y vieron todo esto. Luego semiraron unos a otros y miraron otra vez fuera, pálidos, tomándose de loscodos,comosinopudieranrespirar.

—Demonios—dijoLustigenvozbaja,frotándosetorpementelosojos—.Demonios.

—Nopuedeser—dijoSamuelHinkston.

Seoyólavozdelquímico.

—Atmósferaenrarecida,señor,perosegura.Haysuficienteoxígeno.

—Entoncessaldremos—dijoLustig.

—Esperen—replicóelcapitánJohnBlack—.¿Quéesestoenrealidad?

—Esunpueblo,conaireenrarecido,perorespirable,señor.

—Yes un pueblo idéntico a los pueblos de laTierra—dijoHinkston el

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arqueólogo—.Increíble.Nopuedeser,peroes.

ElcapitánJohnBlacklomiróinexpresivamente.

—¿Cree usted posible que las civilizaciones de dos planetas marchen yevolucionendelamismamanera,Hinkston?

—Nuncalohubierapensado,capitán.

Elcapitánseacercóalaventana.

—Miren. Geranios. Una planta de cultivo. Esa variedad específica seconoceenlaTierrasólodesdehacecincuentaaños.Piensencómoevolucionanlas plantas, durante miles de años. Y luego díganme si es lógico que losmarcianos tengan: primero, ventanas con vidrios emplomados; segundo,cúpulas;tercero,columpiosenlosporches;cuarto,uninstrumentoquepareceun piano y que probablemente es un piano; y quinto, si miran ustedesdetenidamenteporlalentetelescópica,¿eslógicoqueuncompositormarcianohaya compuesto una pieza de música titulada, aunque parezca mentira,HermosoOhio?¡EstoquerríadecirquehayunríoOhioenMarte!

—¡ElcapitánWilliams,porsupuesto!—exclamóHinkston.

—¿Qué?

—ElcapitánWilliamsysutripulacióndetreshombres.ONathanielYorkysucompañero.¡Esoloexplicaríatodo!

—Esono explicaríanada.Segúnparece, el cohetedeYork estalló el díaquellegóaMarte,yYorkysucompañeromurieron.EncuantoaWilliamsysustreshombres,elcohetefuedestruidoaldíasiguientedehaberllegado.Almenos las pulsaciones de los transmisores cesaron entonces. Si hubieransobrevivido, sehabríancomunicadoconnosotros.De todosmodos,desde laexpedición de York sólo ha pasado un año, y el capitán Williams y sushombres llegaron aquí en el mes de agosto. Suponiendo que estén vivos,¿hubieran podido construir un pueblo como éste y envejecerlo en tan pocotiempo,aunconlaayudadeunabrillanterazamarciana?Mirenelpueblo;estáahí desde hace por lomenos setenta años.Miren lamadera de ese porche;miren esos árboles, ¡todos centenarios! No, esto no es obra de York oWilliams. Es otra cosa, y no me gusta. Y no saldré de la nave antes deaclararlo.

—Además —dijo Lustig—, Williams y sus hombres, y también York,descendieron en el lado opuesto de Marte. Nosotros hemos tenido laprecaucióndedescenderenestelado.

—Excelente argumento. Como es posible que una tribu marciana hostilhayamatadoaYorkyaWilliams,nosordenaronquedescendiéramosenunaregiónalejada,paraevitarotrodesastre.Estamosporlotanto,oasíparece,en

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unlugarqueWilliamsyYorknoconocieron.

—Maldita sea—dijoHinkston—.Yoquiero ir al pueblo, capitán, conelpermisodeusted.Esposiblequeentodoslosplanetasdenuestrosistemasolarhayapautassimilaresdeideas,diagramasdecivilización.¡Quizásestemosenel umbral del descubrimiento psicológico y metafísico más importante denuestraépoca!

—Yoquisieraesperarunrato—dijoelcapitánJohnBlack.

—Es posible, señor, que estemos en presencia de un fenómeno quedemuestraporprimeravez,yplenamente,laexistenciadeDios,señor.

—Muchosbuenoscreyentesnohannecesitadoesaprueba,señorHinkston.

—Yosoyunodeellos,capitán.Peroesevidentequeunpueblocomoéstenopuedeexistirsinintervencióndivina.¡Esosdetalles!Nosésireírollorar.

—No haga ni una cosa ni otra, por lo menos hasta saber con qué nosenfrentamos.

—¿Conquénosenfrentamos?—dijoLustig—.Connada,capitán.Esunpuebloagradable,verdeytranquilo,unpocoanticuadocomoelpueblodondenací.Megustaelaspectoquetiene.

—¿Cuándonacióusted,Lustig?

—Enmilnovecientoscincuenta.

—¿Yusted,Hinkston?

—Enmilnovecientoscincuentaycinco.EnGrinnell,Iowa.Yestepuebloseparecealmío.

—Hinkston,Lustig,yopodríaserelpadredecualquieradeustedes.Tengoochentaañoscumplidos.Nacíenmilnovecientosveinte,enIllinois,yconlaayudadeDiosyde laciencia,queen losúltimoscincuentaañosha logradorejuveneceralosviejos,aquíestoy,enMarte,nomáscansadoquelosdemás,pero infinitamentemás receloso. Este pueblo, quizá pacífico y acogedor, separece tantoaGreenBluff, Illinois,quemeespanta.SeparecedemasiadoaGreen Bluff. —Y volviéndose hacia el radiotelegrafista, añadió—:Comuníquese con la Tierra.Dígales que hemos llegado.Nadamás.Dígalesquemañanaenviaremosuninformecompleto.

—Bien,capitán.

Elcapitánacercóalojodebueyunacaraqueteníaquehabersidoladeunoctogenario,peroqueparecíaladeunhombredeunoscuarentaaños.

—Lediréloquevamosahacer,Lustig.Usted,Hinkstonyyodaremosunavueltaporelpueblo.Losdemássequedanabordo.Siocurrealgo,seiránen

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seguida.Esmejorperdertreshombresquetodaunanave.Siocurrealgomalo,nuestra tripulación puede avisar al próximo cohete. Creo que será el delcapitánWilder,quesaldráenlapróximaNavidad.SienMartehayalgohostilqueremosqueelpróximocohetevengabienarmado.

—Tambiénloestamosnosotros.Disponemosdeunverdaderoarsenal.

—Entonces,dígalealoshombresquesequedenalpiedelcañón.Vamos,Lustig,Hinkston.

Lostreshombressalieronjuntosporlasrampasdelanave.

Eraunhermosodíadeprimavera.Unpetirrojoposadoenunmanzanoenflor cantaba continuamente. Cuando el viento rozaba las ramas verdes, caíaunalluviadepétalosdenieve,yelaromadeloscapullosflotabaenelaire.Enalgunapartedelpuebloalguientocabaelpiano,ylamúsicaibayveníaeiba,dulcemente,lánguidamente.LacancióneraHermosasoñadora.Enalgunaotraparte,enungramófono,chirrianteyapagado,siseabaundiscodeVagandoalanochecer,cantadoporHarryLauder.

Los tres hombres estaban fuera del cohete. jadearon aspirando el aireenrarecido,yluegoecharonaandar,lentamente,comoparanofatigarse.

Ahoraeldiscodelgramófonocantaba:

Oh,dameunanochedejunio,

laluzdelalunaytú

Lustigseechóatemblar.SamuelHinkstonhizolomismo.

Elcieloestabaserenoytranquilo,yenalgunapartecorríaunarroyo,alasombra de un barranco con árboles. En alguna parte trotó un caballo, ytraqueteóunacarreta.

—Señor—dijo Samuel Hinkston—, tiene que ser, no puede ser de otromodo,¡losviajesaMarteempezaronantesdelaPrimeraGuerraMundial!

—No.

—¿Dequéotromodopuedeustedexplicaresascasas,elciervodehierro,los pianos, la música?—Y Hinkston tomó persuasivamente de un codo alcapitánylomiróalosojos—.Siustedadmitequeenmilnovecientoscincohabía gente que odiaba la guerra, y que uniéndose en secreto con algunoshombresdecienciaconstruyeronuncoheteyvinieronaMarte...

—No,no,Hinkston.

—¿Porquéno?Elmundoeramuydistintoenmilnovecientoscinco.Erafácilguardarunsecreto.

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—Peroalgotancomplicadocomouncoheteno,nosepuedeocultar.

—Y vinieron a vivir aquí, y naturalmente, las casas que construyeronfueron similares a las casas de la Tierra, pues junto con ellos trajeron lacivilizaciónterrestre.

—¿Yhanvividoaquítodosestosaños?—preguntóelcapitán.

—Enpazy tranquilidad, sí.Quizáshicieronunospocosviajes,bastantescomoparatraeraquíalagentedeunpueblopequeño,yluegonovolvieronaviajar, puesnoqueríanque losdescubrieran.Por eso estepuebloparece tananticuado.No veo aquí nada posterior amil novecientos veintisiete, ¿no escierto?—Esposible,también,quelosviajesencoheteseanaúnmásantiguosde lo que pensamos. Quizá comenzaron hace siglos en alguna parte delmundo,ylaspocaspersonasquevinieronaMarteyviajarondevezencuandoalaTierrasupieronguardarelsecreto.

—Talcomoustedlodice,parecerazonable.

—Lo es. Tenemos la prueba ante nosotros; sólo nos falta encontrar aalguienyverificarlo.

Lahierbaverdeyespesaapagabaelsonidodelasbotas.Enelairehabíaunoloracéspedreciéncortado.Apesardesímismo,elcapitánJohnBlacksesintió inundadopor unagranpaz.Durante los últimos treinta añosnohabíaestadonuncaenunpueblopequeño,yelzumbidodelasabejasprimaveraleslo acunaba y tranquilizaba, y el aspecto fresco de las cosas era como unbálsamoparaél.

Lostreshombresentraronenelporcheyfueronhacialapuertadeteladealambre.Lospasosresonaronenlastablasdelpiso.Enelinteriordelacasaseveíaunaarañadecristal,unacortinadeabaloriosquecolgabaalaentradadelvestíbulo, y en una pared, sobre un cómodo sillón Morris, un cuadro deMaxfieldParrish.Lacasaolíaadesván,avieja,e infinitamentecómoda.Sealcanzabaaoírel tintineodeunos trozosdehieloenuna jarrade limonada.Hacíamuchocalor,yenlacocinadistantealguienpreparabaunalmuerzofrío.Alguientarareabaentredientes,conunavozdulceyaguda.

ElcapitánJohnBlackhizosonarlacampanilla.

Unaspisadaslevesyrápidasseacercaronporelvestíbulo,yunaseñoradeunoscuarentaaños,decarabondadosa,vestidaalamodaquesepodíaesperaren1909,asomólacabezaylosmiró.

—¿Puedoayudarlos?—preguntó.

—Disculpe —dijo el capitán, indeciso—, pero buscamos.... es decir,deseábamos...

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Lamujerlomiróconojososcurosyperplejos.

—Sivendenalgo...

—No,espere.¿Quépuebloeséste?

Lamujerlomiródearribaabajo.

—¿Cómoquépuebloeséste?¿Cómopuedenestarenunpuebloynosabercómosellama?

Elcapitánteníaelaspectodequererirasentarsedebajodeunárbol,alasombra.

—Somosforasteros.Queremossabercómollegóestepuebloaquíycómoustedllegóaquí.

—¿Sonustedesdelcenso?

—No.

—Todoelmundosabe—dijolamujer—queestepueblofueconstruidoenmilochocientossesentayocho.¿Setratadeunjuego?

—No,noesunjuego—exclamóelcapitán—.VenimosdelaTierra.

—¿Quieredecirdedebajodelatierra?

—No. Venimos del tercer planeta, la Tierra, en una nave. Y hemosdescendidoaquí,enelcuartoplaneta,Marte.

—Esto—explicólamujercomosilehablaraaunniño—esGreenBluff,Illinois, en el continente americano, entre el océano Pacífico y el océanoAtlántico,enunlugarllamadoelmundoyaveceslaTierra.Ahora,váyanse.Adiós.

Lamujertrotóvestíbuloabajo,pasandolosdedosporentrelascortinasdeabalorios.

Lostreshombressemiraron.

—Propongoquerompamoslapuertadealambre—dijoLustig.

—Nopodemoshacerlo.Espropiedadprivada.¡Diossanto!

Fueronasentarseenelescalóndelporche.

—¿Se le ha ocurrido pensar, Hinkston, que quizá nos salimos de latrayectoria,dealgunamanera,yporaccidentedescendimosenlaTierra?

—¿Ycómolohicimos?

—Nolosé,nolosé.Déjemepensar,porDios.

—Comprobamos cada kilómetro de la trayectoria —dijo Hinkston—.

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Nuestros cronómetros dijeron tantos kilómetros. Dejamos atrás la Luna ysalimosalespacio,yaquíestamos.EstoysegurodequeestamosenMarte.

—¿Y si por accidente nos hubiésemos perdido en las dimensiones delespacioyel tiempo,yhubiéramosaterrizadoenunaTierradehace treintaocuarentaaños?

—¡Oh,porfavor,Lustig!

Lustig se acercó a la puerta, hizo sonar la campanilla y gritó a lashabitacionesfrescasyoscuras:

—¿Enquéañoestamos?

—Enmilnovecientosveintiséis,porsupuesto—contestólamujer,sentadaenunamecedora,tomandounsorbodelimonada.

Lustigsevolviómuyexcitado.

—¿Lo oyeron? Mil novecientos veintiséis. ¡Hemos retrocedido en eltiempo!¡EstamosenlaTierra!

Lustigsesentó,ylostreshombresseabandonaronalasombroyalterror,acariciándosedevezencuandolasrodillas.

—Nunca esperé nada semejante—dijo el capitán—.Confieso que tengoun susto de todos los diablos. ¿Cómo puede ocurrir una cosa así? OjaláhubiéramostraídoaEinsteinconnosotros.

—¿Noscreeráalguienenestepueblo?—preguntóHinkston—¿Estaremosjugando con algo peligroso? Me refiero al tiempo. ¿No tendríamos queelevarnossimplementeyvolveralaTierra?

—No.Nohastaprobarenotracasa.

Pasaronpordelantedetrescasashastaunpequeñocottageblanco,debajodeunroble.

—Megustaserlógicoyquisieraatenermealalógica—dijoelcapitán—.Y no creo que hayamos puesto el dedo en la llaga. Admitamos, Hinkston,comoustedsugirióantes,queseviajeencohetedesdehacemuchosaños.Yque los terrestres, después de vivir aquí algunos años, comenzaron a sentirnostalgiasdelaTierra.Primerounaleveneurosis,despuésunapsicosis,yporfin la amenaza de la locura. ¿Qué haría usted, como psiquiatra, frente a unproblemadeesasdimensiones?

Hinkstonreflexionó.

—Bueno,piensoquereordenaríalacivilizacióndeMarte,demodoquesepareciera, cada día más, a la de la Tierra. Si fuese posible reproducir lasplantas, las carreteras, los lagos,y aun losocéanos, los reproduciría.Luego,

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mediante una vasta hipnosis colectiva, convencería a todos en un pueblo deestetamañoqueestoerarealmentelaTierra,ynoMarte.

—Bienpensado,Hinkston.Creoqueestamosenlapistacorrecta.Lamujerde aquella casa piensa que vive en la Tierra. Ese pensamiento protege sucordura. Ella y los demás de este pueblo son los sujetos del mayorexperimentoenmigraciónehipnosisquehayamospodidoencontrar.

—¡Esoes!—exclamóLustig.

—Tienerazón—dijoHinkston.

Elcapitánsuspiró.

—Bien.Hemosllegadoaalgunaparte.Mesientomejor.Todoesunpocomás lógico.Ese asuntode lasdimensiones, de ir hacia atrásyhaciadelanteviajandoporeltiempo,merevuelveelestómago.Perodeestamanera...—Elcapitánsonrió—:Bien,bien,parecequeseremosbastantepopularesaquí.

—¿Creeusted?—dijoLustig—.Alfinyalcabo,estagentevinoparahuirdelaTierra,comolosPeregrinos.Quizávernosnoloshagademasiadofelices.Quizásintentenecharnosomatarnos.

—Tenemosmejoresarmas.Ahoraalacasasiguiente.¡Andando!

Apenashabíancruzadoel céspedde la acera, cuandoLustig sedetuvoymiróa lo largodelacallequeatravesabaelpuebloenlasoñadorapazdelatarde.

—Señor—dijo.

—¿Quépasa,Lustig?

—Capitán,capitán,loqueveo...

Lustigseechóallorar.Alzóunosdedosqueseleretorcíanytemblaban,yensucarahuboasombro,incredulidadydicha.Parecíacomosiencualquiermomento fueseaenloquecerdealegría.Mirócalleabajoyempezóacorrer,tropezandotorpemente,cayéndoseylevantándose,ycorriendootravez.

—¡Miren!¡Miren!

—¡Nodejenquesevaya!—Elcapitánechótambiénacorrer.

Lustig se alejaba rápidamente, gritando. Cruzó uno de los jardines quebordeabanlacallesombreadayentródeunsaltoenelporchedeunagrancasaverdeconungallodehierroeneltejado.

Gritaba y lloraba golpeando la puerta cuando Hinkston y el capitánllegaroncorriendodetrásdeél.Todosjadeabanyresoplaban,extenuadosporlacarrerayelaireenrarecido.

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—¡Abuelo!¡Abuela!—gritabaLustig.

Dosancianos,unhombreyunamujer,estabandepieenelporche.

—¡David!—exclamaronconvozaflautadayseapresuraronaabrazarloya palmearle la espalda, moviéndose alrededor—. ¡Oh, David, David, hanpasado tantos años! ¡Cuánto has crecido,muchacho!Oh,David,muchacho,¿cómoteencuentras?

—¡Abuelo!¡Abuela!—sollozabaDavidLustig—.¡Québuenacaratenéis!

Retrocedió,loshizogirar,losbesó,losabrazó,llorósobreellosyvolvióaretroceder mirándolos con ojos parpadeantes. El sol brillaba en el cielo, elviento soplaba, el césped era verde, las puertas de tela de alambre estabanabiertasdeparenpar.

—Entra,muchacho,entra.Haytéhelado,muchoté.

—Estoyconunosamigos.—Lustigsediovueltaehizoseñasalcapitán,excitado,riéndose—.Capitán,suban.

—¿Cómo están ustedes? —dijeron los viejos—. Pasen. Los amigos deDavidsontambiénnuestrosamigos.¡Nosequedenahí!

Lasaladelaviejacasaeramuyfresca,yseoíaelsonorotictacdeunrelojde abuelo, altoy largo, demoldurasdebronce.Había almohadonesblandossobre largosdivanesyparedes cubiertasde librosyunagruesa alfombradearabescosrosados,ylasmanossudorosassosteníanlosvasosdeté,heladoyfrescoenlasbocassedientas.

—Salud.—Laabuelasellevóelvasoalosdientesdeporcelana.

—¿Desdecuándoestáisaquí,abuela?—preguntóLustig.

—Desdequenosmorimos—replicólamujer.

ElcapitánJohnBlackpusoelvasoenlamesa.

—¿Desdecuándo?

—Ah,sí.—Lustigasintió—.Murieronhacetreintaaños.

—¡Yustedahítantranquilo!—gritóelcapitán.

—Silencio. —La vieja guiñó un ojo brillante—. ¿Quién es usted paradiscutirloquepasa?Aquíestamos.¿Quéeslavida,detodosmodos?¿Quiéndecideporqué,paraquéodónde?Sólosabemosqueestamosaquí,vivosotravez,ynohacemospreguntas.Unasegundaoportunidad.—Seinclinóymostróunamuñecadelgada—.Toque.—Elcapitántocó—.Sólida,¿eh?—Elcapitánasintió—.Bueno,entonces—concluyóconairedetriunfo—,¿paraquéhacerpreguntas?

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—Bueno—replicó el capitán—, nunca imaginamos que encontraríamosunacosacomoéstaenMarte.

—Pueslahanencontrado.MeatreveríaadecirlequehaymuchascosasentodoslosplanetasquelerevelaríanlosinfinitosdesigniosdeDios.

—¿Estoeselcielo?—preguntóHinkston.

—Tonterías, no.Es unmundo y tenemos aquí una segunda oportunidad.Nadienosdijoporqué.PerotampoconadienosdijoporquéestábamosenlaTierra. Me refiero a la otra Tierra, esa de donde vienen ustedes. ¿Cómosabemosquenohabíatodavíaotraademásdeésa?

—Buenapregunta—dijoelcapitán.

Lustignodejabadesonreírmirandoasusabuelos.

—Quéalegríaveros,quéalegría.

Elcapitánseincorporóysepalmeóunapiernaconairededescuido.

—Tenemosqueirnos.Muchasgraciasporlasbebidas.

—Volverán, por supuesto —dijeron los viejos—. Vengan esta noche acenar.

—Trataremos de venir, gracias.Haymucho que hacer.Mis hombresmeesperanenelcohetey...

Seinterrumpió.Sevolvióhacialapuerta,sobresaltado.

Muy lejos a la luz del sol había un sonido de voces y grandes gritos debienvenida.

—¿Quépasa?—preguntóHinkston.

—Prontolosabremos.

El capitán JohnBlack cruzó abruptamente la puerta, corriópor la hierbaverdeysalióalacalledelpueblomarciano.

Se detuvo mirando el cohete. Las portezuelas estaban abiertas y latripulaciónsalíaysaludaba,ysemezclabaconlamuchedumbrequesehabíareunido,hablando,riendo,estrechandomanos.Lagentebailabaalrededor.Lagentesearremolinaba.Elcoheteyacíavacíoyabandonado.

Unabandademúsicarompióatocaralaluzdelsol,lanzandounaalegremelodíadesdetubasytrompetasqueapuntabanalcielo.Hubounredobledetamboresyun chillidodegaitas.Niñasde cabellosdeoro saltaban sobre lahierba. Niños gritaban: «¡Hurra!». Hombres gordos repartían cigarros. Elalcalde del pueblo pronunció un discurso. Luego, los miembros de latripulación,dandounbrazoaunamadre,yelotroaunpadreounahermana,

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sefueronmuyanimadoscalleabajoyentraronencasaspequeñasyengrandesmansiones.

Laspuertassecerrarondegolpe.

Elcalorcrecióenelclarocielodeprimavera,ytodoquedóensilencio.Labandademúsicadesapareciódetrásdeunaesquina,alejándosedelcohete,quebrillabaycentelleabaalaluzdelsol.

—¡Deténganse!—gritóelcapitánBlack.—¡Lohanabandonado!—dijoelcapitán—.¡Hanabandonadolanave!¡Lesarrancaríalapiel!¡Teníanórdenesprecisas!

—Capitán,noseaduroconellos—dijoLustig—.Sehanencontradoconparientesyamigos.

—¡Noesunaexcusa!

—Pienseenloquehabránsentidocontodasesascarasfamiliaresalrededordelanave—dijoLustig.

—Teníanórdenes,malditasea.

—¿Quéhubierasentidousted,capitán?

—Hubiera cumplido las órdenes... —comenzó a decir el capitán, y sequedóboquiabierto.

Por la acera, bajo el sol de Marte, venía caminando un joven de unosveintiséisaños,alto,sonriente,deojosasombrosamenteclarosyazules.

—¡John!—gritóeljoven,ytrotóhaciaellos.

—¿Qué?—ElcapitánBlacksetambaleó.

Eljovenllegócorriendo,letomólamanoylepalmeólaespalda.

—¡John,bandido!

—Erestú—dijoelcapitánJohnBlack.

—¡Claroquesoyyo!¿Quiéncreíasqueera?

—¡Edward!

Elcapitán,reteniendolamanodeljovendesconocido,sevolvióaLustigyaHinkston.

—Éste es mi hermano Edward. Ed, te presento a mis hombres: Lustig,Hinkston.¡Mihermano!

John y Edward se daban la mano y se apretaban los brazos. Al fin seabrazaron.

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—¡Ed!

—John,sinvergüenza!

—Tienesmuybuenacara,Ed,pero¿cómo?Nohascambiadonadaentodoestetiempo.Moriste,recuerdo,cuandoteníasveintiséisañosyyodiecinueve.¡Diosmío!Hacetantotiempo,yaquíestás.Señor,¿quépasaaquí?

—Mamáestáesperándonos—dijoEdwardBlacksonriendo.

—¿Mamá?

—Ypapátambién.

—¿Papá?

El capitán casi cayó al suelo como si lohubierangolpeado conun armapoderosa.Echóacaminarrígidamente,conpasosdesmañados.

—¿Papáymamávivos?¿Dóndeestán?

—EnlaviejacasadeOakKnollAvenue.

—¡En la vieja casa! —El capitán miraba fijamente con un deleitadoasombro—.¿Hanoídoustedes,Lustig,Hinkston?

Hinkstonsehabíaido.Habíavistosupropiacasaenelfondodelacalleycorríahaciaella.Lustigsereía.

—¿Veusted,capitán,quéleshaocurridoalosdelcohete?Nohanpodidoevitarlo.

—Sí, sí. —El capitán cerró los ojos—. Cuando vuelva a mirar habrásdesaparecido.—Parpadeó—. Todavía estás aquí. Oh, Dios, ¡pero qué buenaspectotienes,Ed!

—Vamos,nosesperaelalmuerzo.Yaheavisadoamamá.

Lustigdijo:

—Señor,estaréencasademisabuelossimenecesita.

—¿Qué?Ah,muybien,Lustig.Nosveremosmástarde.

Edwardtomódeunbrazoalcapitán.

—Ahíestálacasa.¿Larecuerdas?

—¡Claroquelarecuerdo!Vamos.Averquiénllegaprimeroalporche.

Corrieron.LosárbolesrugieronsobrelacabezadelcapitánBlack;elsuelorugióbajosuspies.Delantedeél,enunasombrososueñoreal,veíalafiguradoradadeEdwardBlackylaviejacasa,queseprecipitabahaciaellos,conlaspuertasdeteladealambreabiertasdeparenpar.

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—¡Teheganado!—exclamóEdward.

—Soy un hombre viejo —jadeó el capitán— y tú eres joven todavía.Ademássiempremeganabas,meacuerdomuybien.

Enelumbral,mamá,sonrosada, rollizayalegre.Detrás,papá,concanasamarillasylapipaenlamano.

—¡Mamá!¡Papá!

Elcapitánsubiólasescalerascorriendocomounniño.

Fueunahermosay larga tardedeprimavera.Despuésdeunaprolongadasobremesa se sentaron en la sala y el capitán les habló del cohete, y ellosasintieron ymamá no había cambiado nada y papá cortó con los dientes lapuntadeuncigarroyloencendiópensativamentecomoacostumbrabaantes.Alanochecomieronungranpavoyeltiempofuepasando.Cuandoloshuesosquedarontan limpioscomopalillosde tambor,elcapitánseechóhaciaatrásen su silla y suspiró satisfecho. La noche estaba en todos los árboles ycoloreaba el cielo, y las lámparas eran aureolas de luz rosada en la casatranquila.De todas las otras casas, a lo largo de la calle, venían sonidos demúsicas,depianos,ydepuertasquesecerraban.

MamápusoundiscoenelgramófonoybailóconelcapitánJohnBlack.Llevabaelmismoperfumedeaquelverano,cuandoellaypapámurieronenelaccidente de tren. El capitán la sintió muy real entre los brazos, mientrasbailabanconpasosligeros.

—Notodoslosdíassevuelveavivir—dijoella.

—Medespertaréporlamañana—replicóelcapitán—,ymeencontraréenelcohete,enelespacio,ytodoestohabrádesaparecido.

—No,nopienseseso—lloróelladulcemente—.Nodudes.Diosesbuenoconnosotros.Seamosfelices.

—Perdón,mamá.

Eldiscoterminóconunsiseocircular.

—Estás cansado, hijomío—le dijo papá señalándolo con la pipa—.Tuantiguodormitorioteespera;conlacamadebronceytodastuscosas.

—Perotendríaquellamaramishombres.

—¿Porqué?

—¿Porqué?Bueno,nolosé.Enrealidad,creoquenohayningunarazón.No,ninguna.Estaráncomiendooencama.Unabuenanochededescansonolesharádaño.

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—Buenasnoches,hijo.—Mamálebesólamejilla—.Québuenoestenerteencasa.

—Esbuenoestarencasa.

El capitándejó aquelpaís dehumode cigarrosyperfumey librosy luzsuave y subió las escaleras charlando, charlando conEdward.Edward abrióunapuerta,yallíestabalacamadebronceamarillo,ylosviejosbanderinesdela universidad, y un muy gastado abrigo de castor que el capitán acariciócariñosamente,ensilencio.

—No puedomás, de veras—murmuró—. Estoy entumecido y cansado.Hoy han ocurrido demasiadas cosas. Me siento como si hubiera pasadocuarentayochohorasbajounalluviatorrencial,sinparaguasniimpermeable.Estoyempapadohastaloshuesosdeemoción.

Edwardestiróconunamanolassábanasdenieveyahuecólasalmohadas.Levantóunpocolaventanayelaromanocturnodeljazmínentróflotandoenlahabitación.Habíalunaysonidosdemúsicasyvocesdistantes.

—DemodoqueestoesMarte—dijoelcapitán,desnudándose.

—Asíes.

Edward se desvistió con movimientos perezosos y lentos, sacándose lacamisaporlacabezaydescubriendounoshombrosdoradosyuncuellofuerteymusculoso.

Habíanapagadolas luces,yahoraestabanencama,unoal ladodelotro,como¿hacíacuántosaños?Elaromadejazmínqueempujabalascortinasdeencajehaciaelaireoscurodeldormitorioacunóyalimentóalcapitán.Entrelosárboles,sobreelcésped,alguienhabíadadocuerdaaungramófonoportátilqueahorasusurrabaunacanción:Siempre.

SeacordódeMarilyn.

—¿EstáMarilynaquí?

Edward, estirado allí a la luz de la luna, esperó unos instantes y luegocontestó:

—Sí.Noestáenelpueblo,perovolveráporlamañana.

Elcapitáncerrólosojos:

—Tengomuchasganasdeverla.

Enlahabitaciónrectangularysilenciosa,sóloseoíalarespiracióndelosdoshombres.

—Buenasnoches,Ed.

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Unapausa.

—Buenasnoches,John.

El capitán permaneció tendido y en paz, abandonándose a sus propiospensamientos.Porprimeravezconsiguióhaceraunladolastensionesdeldía,yahorapodíapensarlógicamente.Todohabíasidoemocionante:lasbandasdemúsica,lascarasfamiliares.Peroahora...

«¿Cómo?—sepreguntó—.¿Cómosehizo todoesto?¿Yporqué?¿Conquépropósito?¿Porlamerabondaddealgunaintervencióndivina?¿EntoncesDiossepreocuparealmenteporsuscriaturas?¿Cómoyporquéyparaqué?»

ConsiderólasdistintasteoríasquehabíanadelantadoHinkstonyLustigenelprimercalordelatarde.Dejóqueotrasmuchasteoríasnuevaslebajaranatravés de lamente comoperezosos guijarros que giraban echando alrededorunaslucesmortecinas.Mamá.Papá.Edward.Tierra.Marte.Marcianos.

«¿QuiénhabíavividoaquíhacíamilañosenMarte?¿Marcianos?¿Ohabíasidosiemprecomoahora?»

Marcianos.Elcapitánrepitiólapalabraociosamente,interiormente.

Casi se echó a reír en voz alta. De pronto se le había ocurrido la másridículade las teorías.Seestremeció.Por supuesto,no teníaningún sentido.Eramuyimprobable.Estúpida.«Olvídala.Esridícula.»

»Sin embargo —pensó—, supongamos... Supongamos que Marte estéhabitadopormarcianosquevieron llegarnuestranaveynosvierondentroynos odiaron. Supongamos ahora, sólo como algo terrible, que quisierandestruiraesosinvasoresindeseables,ydelmodomásinteligente,tomándonosdesprevenidos.Bien,¿quéarmapodríanusar losmarcianoscontra lasarmasatómicasdelosterrestres?

»Larespuestaerainteresante.Telepatía,hipnosis,memoriaeimaginación.

»Supongamosqueningunade estas casas sea real, que esta camano searealsinouninventodemipropiaimaginación,materializadaporlospoderestelepáticos e hipnóticos de losmarcianos—pensó el capitán John Black—.Supongamos que estas casas tengan realmente otra forma, una formamarciana,yqueconociendomisdeseosymisanhelos,estosmarcianoshayanhecho que se parezcan a mi viejo pueblo y mi vieja casa, para que yo nosospeche.¿Quémejormododeengañaraunhombrequeutilizarasuspadrescomocebo?

»Y este pueblo, tan antiguo, del año mil novecientos veintiséis, muyanterioralnacimientodemishombres...Yoteníaseisañosentonces,yhabíadiscosdeHarryLauder,ycortinasdeabalorios,yHermosoOhio,ycuadrosdeMaxfield Parrish que colgaban todavía de las paredes, y arquitectura de

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principios de siglo. ¿Y si losmarcianos hubieran sacado este pueblo de losrecuerdos de mi mente? Dicen que los recuerdos de la niñez son los másclaros.Ydespuésdeconstruirelpueblo,sacándolodemimente,¡lopoblaronconlasgentesmásqueridas,sacándolasdelasmentesdelostripulantes!

»Y supongamosque esaparejaqueduermeen la habitación contiguanoseamipadreymimadre,sinodosmarcianosincreíblementehábilesycapacesdemantenermetodoeltiempoenunsueñohipnótico.

»¿Yaquella bandademúsica? ¡Quéplanmás sorprendente y admirable!Primero, engañar a Lustig, después a Hinkston, y después reunir unamuchedumbre;ytodosloshombresdelcohete,comoesnatural,desobedecenlasórdenesyabandonanlanavealveramadres, tías, tíosynovias,muertoshace diez, veinte años. ¿Qué más natural? ¿Qué más inocente? ¿Qué mássencillo?Unhombrenohacemuchaspreguntas cuando sumadrevuelvedeprontoa lavida.Estádemasiadocontento.Yaquíestamos todosestanoche,en distintas casas, distintas camas, sin armas que nos protejan. Y el cohetevacíoala luzdela luna.¿Ynoseríaespantosoyterribledescubrirquetodoesto es parte de un inteligente plan de los marcianos para dividirnos yvencernos,ymatarnos?Enalgúnmomentodeestanoche,quizá,mihermano,queestáenestacama,cambiarádeforma,sefundiráysetransformaráenotracosa,enunacosaterrible,unmarciano.Seríatanfácilparaélvolverseenlacamayclavarmeuncuchilloenelcorazón.Yentodasesascasas,alolargodela calle, una docena de otros hermanos o padres fundiéndose de pronto ysacandocuchillos,seabalanzaránsobrelosconfiadosydormidosterrestres.»

Le temblaban las manos bajo las mantas. Tenía el cuerpo helado. Deprontolateoríanofueunateoría.Deprontotuvomuchomiedo.

Se incorporó en la cama y escuchó. Todo estaba en silencio. Lamúsicahabíacesado.Elvientohabíamuerto.Suhermanodormíajuntoaél.

Levantó conmucho cuidado lasmantas y salió de la cama. Había dadounospocospasosporelcuartocuandooyólavozdesuhermano.

—¿Adóndevas?

—¿Qué?

Lavozdesuhermanosonóotravezfríamente:

—Hedichoqueadóndepiensasquevas.

—Abeberuntragodeagua.

—Peronotienessed.

—Sí,sí,tengosed.

—No,notienessed.

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ElcapitánJohnBlackechóacorrerporelcuarto.Gritó,gritódosveces.

Nuncallegóalapuerta.

A lamañana siguiente, labandademúsica tocóunamarcha fúnebre.Detodas las casas de la calle salieron solemnes y relucidos cortejos llevandolargos cajones, y por la calle soleada, llorando, marcharon las abuelas, lasmadres,lashermanas,loshermanos,lostíosylospadres,ycaminaronhastaelcementerio, donde había fosas nuevas recién abiertas y nuevas lápidasinstaladas.Dieciséisfosasentotal,ydieciséislápidas.

Elalcaldepronuncióundiscursobrevey triste,conunacaraqueavecesparecíalacaradelalcaldeyavecesalgunaotracosa.

El padrey lamadredel capitán JohnBlack estaban allí, con el hermanoEdward, llorando,y suscarasantes familiares, se fundierony transformaronenalgunaotracosa.

El abuelo y la abuela de Lustig estaban allí, sollozando, y sus carasbrillantes,conesebrilloquetienenlascosasenlosdíasdecalor,sederritieroncomolacera.

Bajaron los ataúdes. Alguien habló de «la inesperada muerte durante lanochededieciséishombresdignos...».

Latierragolpeólastapasdeloscajones.

Labandademúsicavolviódeprisaalpueblo,conpasomarcial, tocandoColumbia,laperladelocéano,yyanadietrabajóesedía.

Juniode2001—Aunquesigabrillandolaluna

Cuandoporprimeravezsalierondelcochealairedelanoche,hacíatantofríoqueSpenderempezóajuntarlasecaleñamarcianaypreparóunapequeñahoguera.Nohablódecelebraciones;recogiólaleña,laencendió,ymirócómoardía.

En el resplandor que iluminaba el aire enrarecido de aquel secomar deMarte, miró por encima del hombro y vio el cohete que los había traído atodos,alcapitánWilderyaCherokeyHathawayySamParkhillyaélmismo,atravésdeunoscuroysilenciosoespacioestrelladohastaestemundoirrealymuerto.

Jeff Spender esperaba a que empezara el ruido. Miraba a los otros yesperabaelmomentoenquesepusieranasaltaralrededorygritar.Ocurriríatanprontocomodejarandesentirseaturdidosporserlosprimeroshombresen

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Marte. Ninguno decía nada, pero muchos de ellos esperaban quizá que lasotrasexpedicioneshubieranfracasadoyqueésta, lacuarta,fueselaprimera.Noeranmalintencionados,ysinembargolopensaban.Allí,depie,pensabanenlafamayelhonor,mientraslospulmonesselesibanacostumbrandoalaatmósfera enrarecida, casi intoxicante cuando uno se movía con demasiadarapidez.

Gibbsseacercóalahoguerareciénencendida.

—¿Porquénoutilizamoselfuegoquímicodelanaveenlugardeesaleña?

—¿Quémásda?—respondióSpendersinalzarlamirada.

Noestaríabienhacerruido,enesaprimeranochedeMarte,introducirunaparato extraño, brillante y tonto como una estufa sería una suerte deblasfemia importada.Yahabría tiempopara eso; yahabría tiempopara tirarlatas de leche condensada a los nobles canalesmarcianos; ya habría tiempoparaquelashojasdelNewYorkTimesvolaranarrastrándoseporlossolitariosygrisesfondosdelosmaresdeMarte;yahabríatiempoparadejarpielesdeplátanoypapelesgrasientosenlasestriadas,delicadasruinasdelasciudadesde este antiguo valle. Habría tiempo de sobra para eso. Y Spender seestremeciópordentroalpensarlo.

Alimentólahogueramoviendolasmanossobreellacomoenunaofrendaaun gigante muerto. Habían descendido en la inmensa tumba de unacivilización desaparecida. El más simple respeto exigía que pasaran ensilencioesaprimeranoche.

—Esto no es mi idea de una fiesta.—Gibbs se volvió hacia el capitánWilder—.Capitán,creoquepodríamosrepartirnuestrasracionesdeginebraycarneyanimarnosunpoco.

El capitán Wilder volvió los ojos hacia una ciudad muerta a casi doskilómetrosdedistancia.

—Todos estamos cansados —dijo con aire ausente, como si estuviesepensandoenlaciudadyhubieraolvidadoalostripulantes—.Talvezmañanapor la noche. Hoy podemos estar satisfechos de haber recorrido todo eseespaciosinquealgúnmeteoroatravesara lasmamparasysinperderunsolohombre.

Los tripulantes caminaban de aquí para allá. Eran veinte; apoyaban unbrazosobreelhombrodealgúnotrooseajustabanloscinturones.Spenderlosobservaba. No estaban contentos; habían arriesgado sus vidas en una granaventura,yahoraqueríanemborracharseygritar,dispararsusarmasdefuegoymostrar así qué hombres admirables eran, hombres que habían abierto unagujeroenelespacioyhabíanvenidoaMartemontadostodoeltiempoenun

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cohete.

Peronadiegritaba.

Elcapitándiounaordenenvozbaja.Unodeloshombrescorrióalanaveyvolvióconunaslatasdecomidaqueseabrieronysirvieronsinmuchoruido.Loshombresdelatripulacióncomenzaronahablar.Elcapitánsesentóenelsueloycontóparaelloslalargatravesía.Yalosabíantodo,peroeraagradableoírloahoracomoalgosuperadoyfelizmenteconcluido.Noqueríanhablardelviajedevuelta.Cuandoalguienlonombró,losdemásledijeronquesecallara.Lascucharassemovíanaldobleclarodeluna;lacomidasabíabienyelvinotodavíamejor.

Hubounapinceladadefuegoenelcielonocturnoyuninstantedespuéselcoheteauxiliardescendiómásalládelcampamento.Spenderobservócómoseabría la portezuela, y cómo Hathaway, el médico-geólogo (todos lostripulantesteníandosespecialidades,paraganarespacioenelcohete),salíayseacercabalentamentealcapitán.

—¿Ybien?—dijoelcapitánWilder.

Hathawayclavólamiradaenlasciudadesquecentelleabanalolejosdelaluzdelasestrellas.

—Esa ciudad de ahí, capitán, está muerta y ha estado muerta durantemuchosmiles de años. Lomismo se aplica a esas otras tres también en lascolinas.Perounaquintaciudad,señor,atrescientosquilómetrosdeaquí...

—¿Quéleocurre?

—Haceunasemanaestabaaúnhabitada.

Spenderseincorporó.

—Marcianos—dijoHathaway.

—¿Ydóndeestánahora?

—Muertos—continuó Hathaway—. Entré en una casa. Creí que estabavacía desde hacía siglos, como esas otras ciudades y esas otras casas.Diosmío, cuántos cadáveres. Era como caminar en una pila de hojas de otoño.Ramas secas y cenizas de papel de diario, nada más. Y recientes. Esoscadáveresnotienenmásdediezdías.

—¿Visitóalgunaotraciudad?¿Encontróalgunacosaviva?

—Nadaenabsoluto.Asíquefuiainspeccionarlasotrasciudades.Deestascinco ciudades, cuatro han estado vacías durante miles de años. No sé quépuede haberles sucedido a las gentes del lugar. Pero en la quinta ciudad nohabíamásqueeso:cadáveres,milesdecadáveres.

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—¿Dequémurieron?—preguntóSpenderacercándose.

—Nolocreeráusted.

—Diga,¿quélosmató?

—Lavaricela—dijoHathaway.

—¡Diosmío,no!

—Sí.Lohecomprobado.Lavaricela.Atacóalosmarcianoscomonuncahaatacadoalosterrestres.Supongoqueteníanotrometabolismo.Losquemóhastaennegrecerlos,ylossecóhastatransformarlosencoposquebradizos.Ysin embargo, fue varicela. Así que las tres expediciones, la de York, la delcapitánWilliams y la del capitán Black tienen que haber llegado a Marte.¡SabeDiosquéhasidodeellos!Peroporlomenossabemosquéleshicieronellosinvoluntariamentealosmarcianos.

—¿Noviootrasseñalesdevida?

—Es posible que algunosmarcianos, si fueron listos, hayan huido a lasmontañas. Pero quedan muy pocos, y nunca serán un problema, puedoasegurarlo.Esteplanetaestáacabado.

Spender se volvió y sentándose junto al fuego miró largo rato elmovimientodelas llamas.«¡Varicela!,Señor,¡parecíaincreíble!Unarazasedesarrolladuranteunmillóndeaños,seciviliza, levantaciudadescomoesasde ahí, hace todo lo que puede por ennoblecerse y embellecerse, y luegomuere. Parte de esa raza muere lentamente, dentro del ciclo de su propiaexistencia,condignidad.¡Peroelresto!¿Hamuertoelrestodelosmarcianosdeunaenfermedaddenombreadecuadoodenombreterroríficoodenombremajestuoso? ¡No, por todos los santos, no! ¡Tenía que ser varicela, unaenfermedadinfantil,unaenfermedadqueenlaTierranomatanialosniños!No,esonoestábien,noesjusto.¡Escomodecirquelosgriegosmurierondepaperas,o losorgullosos romanos,depiedeatletaen sushermosascolinas!¡Si por lo menos les hubiéramos dado tiempo de preparar sus mortajas, detenderse, de arreglarse, de encontrar alguna otra razón paramorir! ¡No estasuciayestúpidavaricela!¡Noconcuerdaconestaarquitectura,noconcuerdacontodoestemundo!»

—Bueno,Hathaway,comaustedalgo.

—Gracias,capitán.

Yenseguidatodoseolvidó.Loshombreshablaronentreellos.

Spenderlosmirabafijamente,conelplatodecomidaentrelasmanos.Elsueloseenfriaba.Lasestrellasseacercaban,brillantes.

Cuandoalguienhablabaenuntonodemasiadoalto,elcapitánreplicabaen

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vozbaja,ytodoshablabantambiénquedamente,imitándolo.

Elaireolíaalimpioynuevo.Spendernosemovióduranteunlargorato,disfrutandodelaire.Habíaenélmuchascosasquenopodíaidentificar:flores,elementosquímicos,polvos,vientos.

—¿Yaquellavez,enNuevaYork,cuandoconseguíaquellarubia?¿Cómosellamaba?¡Ah,si!¡Ginnie!—gritóBiggs—.¡Ginnie!

Spenderseendureciópordentro.Letemblabanlasmanos.Losojosse lemovierondetrásdelasescasasydelgadaspestañas.

—YGinniemedijo...—siguiódiciendoBiggs.

Losotrosrugieron.

—¡Ylesoltéuntortazo!—gritóBiggsalzandounabotella.

Spenderdejóelplatoenelsuelo.Escuchóelvientofrescoquelesusurrabaenlosoídos.Mirólosblancosyheladosedificiosmarcianosaorillasdelmarseco.

—¡Quémujer,quémujer!—Biggssevaciólabotellaenlabocaabierta—.¡Nuncahubootraigual!

ElolordelcuerposudorosodeBiggsflotabaenelaire.Spenderdejóqueelfuegomuriera.

—¡Eh, anima un poco ese fuego, Spender!—dijo Biggs echándole unabreveojeadayvolviendoenseguidaalabotella—.Bueno,unanocheGinnieyyo...

Unhombre llamadoSchoenkeexhibióunacordeónyzapateó,alcompásdelamúsica,levantandopolvoalrededor.

—¡Ajuuu!¡Vivaaa!

—¡Huii!—rugieronlosotros.

Tiraron al suelo los platos vacíos. Tres de ellos se pusieron en fila ylevantaron las piernas como coristas, bromeando a gritos. Los otrosaplaudieron y aullaron pidiendo algo más. Cheroke se quitó la camisa ymostróelpechodesnudo,sudandomientrasgirabacomountorbellino.Laluzde las lunas le brillaba en el pelo corto y en las mejillas jóvenes y bienafeitadas.

En el fondo delmar, el vientomovió unos tenues vapores, y lo grandesrostros de piedra de las montañas miraron el cohete plateado y el pequeñofuego.

El ruidoaumentaba.Otroshombres seunierona los saltos.Alguien tocó

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una armónica: algún otro sopló en un peine envuelto en papel de seda. Seabrieronysebebieronveintebotellasmás.

Biggssemovíadeun ladoaotrosacudiendo losbrazos,dirigiendoa losbailarines.

—¡Vamos,señor!—legritóCherokealcapitán,gimoteandounacanción.

Elcapitántuvoqueunirsealadanza.Noqueríahacerlo.Estabamuyserio.Spenderloobservabaypensaba:¡Pobrehombre,quénocheestápasando!Nosaben qué hacen.Antes de venir aMarte tenían que haberlosmetido en unprogramadeadiestramientoparaqueaprendieranamiraryacaminaryaestartranquilosunospocosdías.

—¡Basta!—imploróelcapitán,ysesentódiciendoqueestabaagotado.

Spenderobservóalcapitán.Elpechonose lemovíasubiendoybajandoconrapidez.Tampocoteníalacarasudorosa.

Acordeón, armónica, vino, gritos, bailes, canciones, rondas, ruido decacerolas,risas.

Biggsseacercótambaleándosealaorilladelcanalmarciano.Llevabaseisbotellas vacías y las fue tirando una a una a las profundas aguas azules delcanal.Lasbotellassehundieronenelaguaconunsonidohuecoyahogado.

—Yotebautizo,yotebautizo,yotebautizo...—tartamudeóBiggsconunavozpastosa—,yotebautizoBiggs,Biggs,canalBiggs...

Spender se incorporó, saltó sobre la hoguera, y antes que los otrosalcanzaranamoverse,dioungolpeaBiggsenlosdientesyotrogolpeenunaoreja.Biggssedoblóycayóenlasaguasdelcanal.LuegoSpenderesperóensilencioaqueBiggsvolviesealaorilladepiedra.CuandoBiggsaparecióyalosdemássujetabanaSpender.

—¡Eh,Spender!¿Quémoscatehapicado?—lepreguntaban.

Biggssaliódelaguachorreando.AlverquelosotrossujetabanaSpender,dijo:

—Bueno—ydiounpasoadelante.

—Basta—dijoelcapitánWilder.

LoshombressoltaronaSpender.Biggssedetuvoymiróalcapitán.

—Bueno, Biggs, vaya y cámbiese de ropa. Y ustedes, ¡adelante con lafiesta!Spender,vengaconmigo.

Siguieronlafiesta.WildersealejóysevolvióhaciaSpender.

—¿Podríaexplicarmequéhapasado?—lepreguntó.

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Spendermirabahaciaelcanal.

—No lo sé. Sentía vergüenza... Por Biggs, por todos nosotros, por eseruido...Señor,¡queespectáculo!

—Elviajehasidolargo.Necesitanunpocodediversión.

—¿Yelrespeto,capitán?¿Noentiendenloqueescorrecto?

—Ustedestácansado,Spender,yvelascosasdeotramanera.Lepondréunamultadecincuentadólares.

—Está bien, capitán. Pensé en ellos. En ellos que nos miran mientrashacemoselridículo.

—¿Ellos?

—Losmarcianos,muertosovivos.

—Muertos, la mayoría al menos —dijo el capitán—. ¿Usted cree quesabenqueestamosaquí?

—¿Acasolomásviejonoseenterasiempredelallegadadelonuevo?

—Quizás.Hablacomosicreyeraenlosespíritus.

—Creoenlasobras,yhaymuchasobrasenMarte.Haycallesycasas,eimaginoque tambiénhabrá libros,ygrandescanales,y relojes,ycuadras,sinoparacaballosquizáparaanimalesdomésticosdedocepatas,¿quiénsabe?En todas partes veo cosas usadas. Cosas que fueron tocadas y manejadasdurantesiglos.

»Siustedmepreguntasicreoenelespíritudelascosasusadas,lediréquesí. Ahí están todas esas cosas que sirvieron algún día para algo. Nuncapodremosutilizarlassinsentirnosincómodos.Yesasmontañas,porejemplo,tienennombres.Nuncanosseránfamiliares;lasbautizaremosdenuevo,perosus verdaderos nombres son los antiguos. La gente que vio cambiar estasmontañas las conocía por sus antiguos nombres. Los nombres con quebautizaremos las montañas y los canales resbalarán sobre ellos como aguasobreel lomodeunpato.PormuchoquenosacerquemosaMarte, jamásloalcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremosentonces?Lodestrozaremos, le arrancaremos lapiel y lo transformaremosanuestraimagenysemejanza.

—Noarruinaremosesteplaneta—dijoelcapitán—.Esdemasiadograndeydemasiadohermoso.

—¿Creeustedqueno?Nosotros, loshabitantesde laTierra, tenemosuntalento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas. No pusimosquioscosdesalchichascalientesenel temploegipciodeKarnaksóloporque

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quedabaatrasmanoyelnegocionopodíadargrandesutilidades.YEgiptoesuna pequeña parte de la Tierra. Pero aquí todo es antiguo y diferente. Nosinstalaremos en algunaparte y lo estropearemos todo.Llamaremos al canal,canalRockefeller;alamontaña,picodelreyJorge,yalmar,mardeDupont;yhabráciudadesllamadasRoosevelt,LincolnyCoolidge,yesosnombresnuncatendránsentido,puesyaexistenlosnombresadecuadosparaestoslugares.

—Ésa será la tarea de ustedes, los arqueólogos: encontrar los viejosnombres.Nosotroslosusaremos.

—Unospocoshombrescontratodoslosinteresescomerciales...—Spendermiró las montañas de hierro—. Ellos saben que estamos aquí esta noche,escupiendoenelvinodeellos,ypuedoimaginarcómonosodian.

Elcapitánmeneólacabeza.

—Nohayodioaquí.—Escuchóelsonidodelviento—.Porelaspectodeestasciudades,parecequeeranseresgraciosos,hermososysabios.Aceptaronlo que traía el destino. Admitieron resignados lamuerte de la raza y no selanzaron en el último momento a una guerra desesperada que hubiesedestruido sus ciudades. Las que hemos visto hasta ahora están intactas. Esprobablequenonosprestenatención;comosifuésemosniñosquejueganenunjardín,conociendoycomprendiendoalosniñosporloqueson.Y,además,quizáMartenoshagamejores.

»¿Observó usted, Spender, la rara tranquilidad de los hombres hasta queBiggs los obligó a animarse?Parecían humildes y asustados.El espectáculoquenosrodeanopuedeponernoscontentos.Anteél,parecemosniños,niñosdepantalóncorto,orgullososydivertidos,alborotandoconcohetesyátomosde juguete. Pero algún día la Tierra será comoMarte es ahora. La vida enMarte nos devolverá la cordura; será como una lección práctica decivilización. Aprenderemos deMarte. Y ahora, tranquilícese. Volvamos conlosdemásysimulemosalegría.Lamultadecincuentadólaresquedaenpie.

La fiesta no prosperaba. El viento, que venía delmarmuerto, semovióalrededordelostripulantes,yalrededordelcapitánydeJeffSpenderqueseacercaban al grupo. El viento tiró del polvo y el cohete brillante y tiró delacordeón,yelpolvosemetióenlaarmónicadesafinadayenlosojosdeloshombres,yelvientocantóconunsonidoagudo.Yasícomohabíallegado,elvientomurió.

Perotambiénlafiestahabíamuerto.

Las figuras tiesasde losexpedicionarios sealzabancontraelcielo fríoyoscuro.

—¡Vamos, señores, vamos! —gritó Biggs saltando de la nave con un

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uniforme limpio y evitando mirar a Spender. Su voz resonó como en unanfiteatrovacío.Unavozsolitaria—.¡Vamos!

Nadiesemovió.

—¡Vamos,Whitie,tuarmónica!

Whitiesoplóunacordeextrañoydesafinado.Sacudiólaarmónicayselaguardóenunbolsillo.

—¿Quéclasedefiestaesésta?—inquirióBiggs.

Alguien apretó un acordeón. El acordeón gimió como un animalmoribundo.Esofuetodo.

—Muybien;mibotellayyocelebraremosnuestrapropiafiesta.

Encuclillas,apoyadoenelcohete,Biggsbebióempinandolabotella.

Spender, inmóvil, lo observó largo rato. Luego los dedos le subieronlentamentealolargodelapiernatemblorosaypalparonelestuchedelarma.

—Losquequieran,puedenvenirconmigoalaciudad—anuncióelcapitán—.Dejaremosuncentinelaaquíenelcoheteeiremosarmadosporsiacaso.

Los hombres se consultaron. Catorce querían ir. Biggs se incluyó entreellos, riendo y agitando la botella. Los otros seis se quedaron en elcampamento.

—¡Allávamos!—gritóBiggs.

El grupo avanzó en silencio. Llegaron al límite de la ciudad dormida ymuerta.Alaluzdelaslunasmellizas,lassombrasdelosexpedicionarioserandobles.Parecíaquenadierespiraba.Pasaronasívariosminutos.Esperabanaque algo semoviera de pronto en la ciudadmuerta, una forma gris que selevantaríainesperadamenteentrelasruinas,unfantasmaancestralquecruzaríagalopando el fondo vacío del mar en un antiguo corcel acorazado, deimposibleprogenie,deincreíbledescendencia.

Los ojos y la mente de Spender poblaron las calles. Unas siluetas semovían como vapores azules por las avenidas empedradas y había débilesmurmullos,yunosextrañosanimalesseescurríanporlasarenasdecolorgrisrojizo. Alguien saludaba desde las ventanas (moviendo lentamente la manocomosiestuviesesumergidoenunagua intemporal),aunassombrasquesearrastrabanenel espaciobajo las torresplateadaspor las lunas.Unamúsicasonaba en algún oído interior, y Spender imaginó las formas de losinstrumentosqueevocabanesamúsica.Eraunpaísencantado.

—¡Eh!—gritó Biggs,muy erguido, con lasmanos alrededor de la bocaabierta—.¡Eh!¡Vosotros,losdelpueblo!

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—¡Biggs!—advirtióelcapitán.

Biggssecalló.

Avanzaron por una avenida embaldosada. Ahora todos hablaban en vozbaja, pues era como entrar en una vasta biblioteca al aire libre o en unmausoleo habitado por el viento y sobre el que brillaban las estrellas. Elcapitán habló sin levantar la voz. Se preguntó adónde habían ido losmarcianos,quéhabíansidoyquiéneseransusreyes,ycómohabíanmuerto.Sepreguntóenvozaltacómohabíanconstruidoestaciudadparaquesoportaraelpesodelossiglos,ysialgunavezhabríanvisitadolaTierra.¿Seríanelloslos antepasados de los hombres que habían aparecido en la Tierra diezmilaños atrás? ¿Y habrían amado y odiado con amores y odios similares a losterrestres,yhabríancometidolasmismastonteríascuandohicierontonterías?

—LordByron—dijoJeffSpender.

Elcapitánsevolvióylomiró.

—¿Lordqué?

—LordByron,unpoetadelsiglodiecinueve.Hacemuchotiempoescribióun poema que parece inspirado por esta ciudad y por cómo los marcianostienenquesentirsesiaúnsoncapacesdesentir.Pudohaberloescritoelúltimopoetamarciano.

Losexpedicionarioscontinuabaninmóviles,depiesobresussombras.

—¿Quédiceelpoema,Spender?—preguntóelcapitán.

Spendercambiódeposición,extendiólamanocomorecordando,entornólosojosunmomento,yenseguidasepusoarecitarconvozlentayapagada,yloshombresescucharontodoloquedecía:

Asíquenuncamáspasearemos

tantardedenoche,

aunqueelcorazónsigaenamorado,

yaunquesigabrillandolaluna

La ciudad inmóvil era alta y gris. Los rostros de los hombres estabanvueltoshacialaluz.

Pueslaespadagastalavaina,

yelalmagastaelpecho,

yelcorazóntienequepararseatomaraliento,

yelamormismohadedescansar.

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Aunquelanochefuehechaparaamar,

yeldíavuelvedemasiadopronto,

nuncamáspasearemos

alaluzdelaluna.

Losterrestresestabandepie,ensilencio,enelcentrodelaciudad.Eraunanoche clara.No se oía ningún sonido, excepto el viento.Debajo de ellos seextendíaunaplazaenlosadaqueimitabaformasdeanimalesyseresantiguos.Loshombrescontemplaronlosdibujos.

De la garganta de Biggs salió un ronco ruido. Con la mirada turbia, sellevólasmanosalaboca;cerrólosojos,sedoblóhaciadelante,yunlíquidoespeso le llenó laboca, sederramó,ycayó ruidosamentesobre las losasdelpatio,cubriendolosdibujos.Biggsrepitióestodosveces.Unpenetranteoloravinoinvadióelairefrescodelanoche.

NadiesemovióparaauxiliaraBiggs,quesiguióvomitando.

Spenderlomiróduranteunmomento;luegosevolvióyechóaandarporlasavenidasdelaciudad,solo,alaluzdelaslunas.Niunasolavezsevolvióamiraraloshombresagrupadosenlaplaza.

Los expedicionarios volvieron a las cuatro de la mañana. Se tendieronsobreunasmantasycerraronlosojos,respirandoelaireapacible.ElcapitánWilder, sentado cerca del fuego, lo alimentaba de vez en cuando con ramassecas.

DoshorasdespuésMcClureabriólosojos.

—¿Noduerme,capitán?

Elcapitánsonrióvagamente.

—EsperoaSpender.

McClurereflexionó.

—¿Sabe, señor? No creo que vuelva. No sé por qué, pero tengo esaimpresión.Nuncavolverá.

McClureseenvolvióensusmantasysedurmióotravez.Elfuegocrepitóyseapagó.

Pasó una semana, y Spender aún no había vuelto.El capitán envió unoshombres a buscarlo, pero regresaron diciendo que no sabían adónde podríahaber ido.Yavolveríacuandose lepasaraelberrinche.Erauncabezadura,dijeron.¡Quesefueraaldiablo!

Elcapitánnodecíanada,peroanotabatodoenelcuadernodebitácora.

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Unamañanaquepodíahabersidoladeunmiércoles,ladeunjuevesoladecualquierotrodíaenMarte,Biggsestabasentadoaorillasdelcanal,decaraalsol,conlospiescolgandoenelaguafresca.

Un hombre se acercó caminando a lo largo de la orilla. La sombra delhombrecayósobreBiggs.Biggsalzólosojos.

—¡Bueno,quemecondenen!—exclamó.

—Soyelúltimomarciano—dijoelhombresacandounarmadefuego.

—¿Quédices?—preguntóBiggs.

—Voyamatarte.

—Basta.¿Québromaesésa,Spender?

—Levántateyrecíbelaenelestómago.

—PoramordeDios,apartaesaarma.

Spenderapretóelgatillosólounavez.Seoyóun levezumbido.Duranteunos instantesBiggspermaneció sentadoaorillasdel agua; luego se inclinóhacia delante y cayó. El cadáver flotó con lenta indiferencia bajo las lentascorrientesdelcanal.Seoyóunhuecogorgoteo,yluegonada.

Spenderguardóelarmaysealejóensilencio.ElsolbrillabasobreMarte,le calentaba el dorso de las manos y se le deslizaba por las mandíbulasapretadas.Nocorrió; caminócomosinadahubieracambiadoexcepto la luzdeldía.Bajóhastaelcohete.Algunosde loshombres tomabanundesayunoreciénpreparadobajounalbergueconstruidoporCookie.

—Ahívieneelermitaño—dijoalguien.

—¡Hola,Spender!¿Dedóndesales?

Los cuatro hombres sentados a la mesa observaron al hombre que losmirabaensilencio.

—Tú y tus condenadas ruinas —rio Cookie, revolviendo una sustancianegraenunaolla—.Parecesunperroenuncampodehuesos.

—Esposible—dijoSpender—.Heestadoaveriguandocosas.¿Quédiríansilescontasequeencontréaunmarcianorondandoporahí?

Loscuatrohombresbajaronlostenedores.

—¿Deveras?¿Dónde?

—No importa dónde. Permitan que les haga una pregunta: ¿Cómo sesentirían si fuesen marcianos y viniera alguien y se pusiera a devastar elplaneta?

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—Yosémuybiencómomesentiría—respondióCheroke—.Llevoenmisvenas sangre cherokee.Mi abuelome contómuchas cosas del territorio deOklahoma.Sihayalgúnmarcianoporlosalrededores,yoestoyconél.

—¿Yquédicenlosdemás?—preguntóSpender,cauteloso.

Ningunocontestó.Elsilencioerabastanteelocuente.Agarraloquepuedas,loqueencuentrases tuyo;sielcontrario teofrece laotramejilla,abofetéalosinmiedo,etcétera.

—Bueno—lesdijoSpender—;heencontradounmarciano.

Loshombreslomiraronentornandolosojos.

—Alláarriba,enunaciudadmuerta.Noesperabaverlo.Nisiquieraintentébuscarlo.Ignoroloquehacíaallí.Hevividocercadeunasemanaenlaciudaddeunvallepequeño,aprendiendoaleerloslibrosantiguosycontemplandolasviejasobrasdearte.Yundíaviaestemarciano.Estuvoallíunmomentoyluegodesapareció.Novolvióhastaeldíasiguiente.Yoestabaallí,estudiandolaviejaescritura,yelmarcianoreaparecíaunayotravez,siempremáscerca.Hasta que un día en que aprendí a descifrar el idioma marciano,asombrosamente simple y además hay pictografías que ayudan, elmarcianoaparecióantemíydijo:«Dametusbotas».Ledimisbotasydijo:«Dametuuniformeytodotuequipo».Selosdiymepidiómirevólver,yentoncesdijo:«Ahoraacompáñameymiraloquepasa».Yelmarcianovinoalcampamento,yahoraestáaquí.

—Noveoaningúnmarciano—dijoCheroke.

—Losientomucho.

Spender sacó su arma, y se oyó un zumbido apagado. La primera balaalcanzóalhombredelaizquierda,lasegundaylaterceraalosqueestabanala derecha y en el centro de la mesa. Cookie, de cara al fuego, se volvióhorrorizadoy recibió la cuarta bala.Cayóde espaldas sobre las llamasy sequedóallímientraslasropasleempezabanaarder.

El cohete yacía a la luz del sol. Tres de los hombres estaban sentados,inmóviles, con lasmanos sobre lamesa.Eldesayuno se enfriaba ante ellos.CherokemirabaaSpender,aturdidoeincrédulo.

—Puedesvenirconmigo—dijoSpender.

Cherokenocontestó.

—Puedesestaramiladoenesteasunto.

Spenderesperó.

Alfin,Cherokepudohablar.

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—Túlosmataste—dijo,atreviéndoseamiraraloshombres.

—Selomerecían.

—¡Estásloco!

—Quizá.Peropuedesvenirconmigo.

—¿Ircontigo?¿Paraqué?—exclamóCheroke,pálido,conojoshúmedos—.¡Vete,fueradeaquí!

ElrostrodeSpenderseendureció.

—Detodosellos,creíquetúentenderías.

—¡Fueradeaquí!

Cherokeechómanoasuarma.

SpenderdisparóporúltimavezyCherokedejódemoverse.

Spender se tambaleó. Se pasó la mano por el rostro sudoroso, miró elcoheteydeprontoseechóatemblar,depiesacabeza.Lareacciónfísicafuetan abrumadora que estuvo a punto de caer. Parecía haber despertadode unestadodehipnosis,deunapesadilla.Sesentóyseconcentróunosmomentos,yledijoaltemblorquesefuera.

—¡Basta! ¡Basta!—leordenó a su cuerpo.Se le estremecíany sacudíantodoslosmúsculos—.¡Basta!—sedijootravez,yexprimiómentalmenteelcuerpo hasta que todo el temblor le salió afuera. Las manos, inmóviles,reposabanahoraenlastranquilasrodillas.

Se levantó, y conmovimientos precisos se ató a la espalda una caja deprovisiones.Lamanoletemblóotravez.

—¡No!—dijoconfirmeza,yeltemblordesapareció.

Luego,caminandorígidamente,Spendersealejó,solitario,entrelasrojasytórridascolinas.

Elsolsubíaardiendoporelcielo.Unahoramástardeelcapitánsaliódelcoheteenbuscadeunoshuevosconjamón.Ibaasaludaraloscuatrohombressentadosalamesa,cuandodeprontosedetuvo.Habíaenelaireuntenueolorahumodearma.Elcocineroyacíatendidodeespaldassobrelahoguera,yeldesayunoparecíahelado.

Uninstantedespués,Parkhillyotrosdosbajarondelcohete.Elcapitánlosdetuvo,fascinadoporelsilenciode loshombresy lamaneraenqueestabansentadosalamesa.

—Llamenaloshombres,atodos—dijo.

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Parkhillechóacorreralolargodelcanal.

ElcapitántocóaCheroke.Cherokesevolviólentamenteycayódelasilla.Laluzdelsolleardiósobreelpelocortoylospómulossalientes.

Llegaronloshombres.

—¿Quiénfalta?

—TodavíaSpender,señor.EncontramosaBiggsflotandoenelcanal.

—¡Spender!

Elcapitánmirólascolinasquesealzabanalaluz.Elsolledescubriólosdientes,labocatorcidaenunamueca.

—Maldita sea —dijo con cansancio—. ¿Por qué no vino a hablarconmigo?

—¿Porquénoconmigo?—exclamóParkhill,conlosojosbrillantes—.¡Lehubierametidounabalaenelmalditocerebro,esohubierahecho,lojuroporDios!

ElcapitánWilderhizounaseñaadosdeloshombres.

—Traiganpalas—lesdijo.

Cavaron las fosas fatigados por el calor. Mientras el capitán volvía laspáginas de la Biblia, un viento cálido sopló desde el fondo del mar vacío,lanzandonubesdepolvoalascarasdeloshombres.Elcapitáncerrósulibro,y alguien empezó a echar lentas corrientes de arena sobre los cuerposamortajados.

Volvieronalcohete,probaronlosmecanismosdelosrifles,seecharonalaespalda pesados paquetes de granadas, y observaron si las armas salían confacilidad de las fundas. Cada uno de ellos exploraría cierto sector de lascolinas. El capitán los dirigía sin levantar la voz, sin un ademán, con lasmanoscolgandoaloscostados.

—Enmarcha—dijo.

Spendervioqueunatenuenubedepolvoselevantabaendistintoslugaresdelvalleysupoquelapersecuciónhabíacomenzado.Dejóaunladoelfinolibrodeplataqueestabaleyendo,sentadocómodamenteenunapiedraplana.Laspáginasdellibro,delgadascomogasas,erandeplata,pintadasamanoennegro y oro. Era una obra de filosofía, de por lo menos diez mil años deantigüedad, que había encontrado en un pueblo marciano del valle.Abandonabaellibrodemalagana.

Duranteunosinstantespensó:«¿Paraqué?Mequedaréaquíleyendohastaquevenganyterminenconmigo».

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Después de matar a los seis hombres había sentido un confusoaturdimiento, luegonáuseas,ypor finunaextrañapaz.Peroahora,mientrascontemplaba las estelas de polvo de sus perseguidores, también la paz sedesvanecía,yvolvíaasentiraquelresentimiento.

Bebió de la cantimplora un poco de agua fresca. Luego se levantó, seestiró,bostezó,yescuchóelmaravillososilenciodelvalle.Quéhermososeríasiélyalgunosdesusamigosterrestrespudieraninstalarseaquí,pasaraquílavida,sinruidosnipreocupaciones.

Llevó el libro consigo en unamano y la pistola cargada en la otra. Unarroyocorríarápidamentesobreunlechoderocasypiedrasblancas,yallísedesnudó y se metió en el agua un rato. Luego se vistió, sin darse prisa yrecogióelarma.

Eltiroteocomenzóaproximadamentealastresdelatarde,cuandoSpenderestaba arriba en las colinas. Lo siguieron a través de tres pequeños pueblosmarcianos.Másarribade lospueblos,esparcidascomoguijarros,habíaunasquintasendondeantiguasfamiliasmarcianashabíanencontradounpradoounarroyo,habíanconstruidounapiscinademosaicos,unabibliotecayunpatioconun surtidor.Spendernadómediahora enunapiscinade aguade lluvia,esperandoasusperseguidores.

Cuando abandonaba la casa, sonaron los primeros disparos. A pocosmetrosdedistancia,elazulejodeunmurosaltóhecho trizas.Echóacorrer,avanzóporentreunosriscos,sevolvió,disparóelarma,yunhombrerodóporelpolvo.

Loenvolveríanenunared,enuncírculo.Spenderlosabía.Lorodearían,estrecharíanelcercoyloatraparían.¿Porquénoutilizabanlasgranadas?UnaordendelcapitánWilder,yempezaríaelbombardeo.

«Perosoyunbuenhombreynoquierendestrozarme—pensóSpender—.Asíopinaelcapitán.Mequiereconunsoloagujero.¿Noesraro?Quierequemimuertesealimpia.Ynounaporquería.¿Porqué?Porquemecomprende.Ypor ese motivo está decidido a arriesgar la vida de unos cuantos buenosmuchachosquemeagujerearánlimpiamentelacabeza.¿Noesasí?»

Sonó una ráfaga de nueve o diez disparos.Unos trozos de roca saltaronalrededor.Spenderhacíafuegoconmanofirme,avecesmientrasleíaellibrodeplata.

El capitán, rifle enmano, corrió bajo la ardiente luz del sol. Spender losiguióconlamiradadelapistola,peronodisparó.EncambiosevolvióehizosaltardeuntiroelbordesuperiordelarocadondeWhiteestabaapostado.Seoyóungritodefuria.

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Depronto, el capitán se detuvo.Llevaba un pañuelo blanco en lamano.Lesdijoalgoasushombres,ysoltandoelrifle,subióporlafaldadelacolina.Spenderestabaallítendido.Sepusodepieconelarmaenlamano.

ElcapitánseacercóysesentóenunapiedracalcinadaporelsolsinmirarunasolavezaSpender.

Poco despuésmetió lamano en el bolsillo de la camisa, buscando algo.LosdedosdeSpendersecrisparonsobreelarma.

—¿Uncigarrillo?—preguntóelcapitán.

—Gracias—respondióSpendertomandouno.

—¿Fuego?

—Tengo.

Echaronunaodosbocanadasensilencio.

—Hacecalor—dijoelcapitán.

—Asíes.

—¿Seencuentracómodoaquíarriba?

—Mucho.

—¿Cuántotiempocreequepodráresistir?

—Elquemellevemataradocehombres,pocomásomenos.

—¿Por qué no nos mató a todos esta mañana, cuando se le presentó laocasión?Hubierasidofácil,ustedlosabe.

—Losé.Sentínáuseas.Cuandounoquierehaceralgoterriblesemienteasí mismo. Se dice uno que todos los demás están equivocados. Bueno, encuantoempecéadispararcontraellos,comprendíquesóloeranunosneciosyque no debía matarlos. Pero ya era demasiado tarde. No pude continuar,entoncessubíhastaaquíconlaesperanzadevolveracreerenlamentira,deenfurecermeyempezardenuevo.

—¿Yaestáresuelto?

—Nomucho.Bastante.

Elcapitánestudiósucigarrillo.

—¿Porquélohizo?

TranquilamenteSpenderdejóelarmaenelsuelo.

—Porque he visto que los marcianos tenían algo que nosotros nuncasoñamos tener. Se detuvieron donde nosotros debíamos habernos detenido

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haceun siglo.Hepaseadopor sus ciudadesy comprendoa estagenteymegustaríallamarlosmisantepasados.

Elcapitánseñalóconunmovimientodecabezaungrupodeedificios.

—Esmagníficoesepueblo.

—No es sólo eso. Sí, sus ciudades son hermosas. Losmarcianos sabíancómounirelarteylavida.Elartefuesiemprealgoextrañoentrenosotros.Loguardamos en el cuarto del loco de la familia, O lo tomamos en dosisdominicales, tal vez mezclado con religión. Bueno, estos marcianos teníanarte,yreligiónytodo.

—Ustedcreequehabíanllegadoalfondodelascosas,¿noesasí?

—Estoyseguro.

—Yporesoempezóamasacrarnos.

—CuandoyoerapequeñomispadresmellevaronalaciudaddeMéxico.Siemprerecordaréelcomportamientodemipadre,vulgaryfatuo.Amimadrenolegustabatampocoaquellagenteporqueeranmorenosynosebañabanamenudo. Mi hermana ni les hablaba. Sólo a mí me gustaban realmente. YpuedoimaginarmeamimadreymipadreaquíenMartehaciendootravezlomismo.

»Paraelnorteamericanocomún,loqueesraronoesbueno.SilascañeríasnosoncomoenChicago,todoesundesatino.¡Cadavezquelopienso!¡Oh,Diosmío,cadavezquelopienso!Yluego...laguerra.Ustedoyólosdiscursosen elCongreso antes de que partiéramos. Si todomarchaba bien, esperabanestablecer en Marte tres laboratorios de investigaciones atómicas y variosdepósitos de bombas. Dicho de otro modo: Marte se acabó, todas estasmaravillasdesaparecerán.¿CómoreaccionaríaustedsiunmarcianovomitaseunlicorrancioenelpisodelaCasaBlanca?

Elcapitánnodecíanada,peroescuchaba.

—Luegovendrán los otros grandes intereses.Loshombresde lasminas,loshombresdelturismo—continuóSpender—.¿RecuerdaustedloquepasóenMéxicocuandoCortésysusmagníficosamigosllegarondeEspaña?Todaunacivilizacióndestruidaporunosvoracesyvirtuososfanáticos.LahistorianuncaperdonaráaCortés.

—Hoyusted tampocosehacomportadomuybien,Spender—observóelcapitán.

—¿Qué podía hacer? ¿Discutir con usted? Estoy solo contra todos losgranujascodiciososyopresoresquehabitanlaTierra.Vendránaarrojaraquísuscochinasbombasatómicas,enbuscadebasesparanuevasguerras.¿Noles

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bastahaberarruinadounplanetaytienenquearruinarotromás?¿Porquéhandeensuciarunacasaquenoessuya?Esosfatuoscharlatanes.Cuandolleguéaquí no sólome sentí libre de toda esa supuesta cultura, sino también de lamoralylasnormasylascostumbresterrestres.Miscoordenadassondistintas,pensé.Loúnicoquetengoquehaceresmatarlos.Yluegovivirmipropiavida.

—Peronolesalióbien—dijoelcapitán.

—No.A la hora del desayuno, después demi quinto asesinato, descubríqueapesardetodonosoyunhombretotalmentenuevo,totalmentemarciano.NopudedesprendermecontantafacilidaddetodoloqueaprendíenlaTierra.Peroahoramesientotranquilootravez.Losmataréatodos.Esoretrasaráelviajedelpróximocoheteunoscincoaños.Estecoheteeselúnicoquetienen.En la Tierra esperarán un año, dos años. Sin noticias de nosotros, temeránconstruirunanuevanave.Antes lanzaránalespaciouncentenardemodelosexperimentales,paraevitarotrofracaso.

—Sí,asísería.

—Por otra parte, un buen informe suyo, si usted vuelve, acelerará lainvasióndelplaneta.Conunpocodesuerteviviréhastalossesentaaños.LasexpedicionesquelleguenaMarte,aquímeencontrarán.Vendráunasolanavecada vez, aproximadamente una por año, con una tripulación no mayor deveinte hombres.Me haré amigo de ellos y les explicaré que nuestro coheteestallóciertodía.Proyectovolarloencuantoterminemitareadeestasemana.Losmataréatodos.Marteseguiráintactoduranteelpróximomediosiglo.Talvez los terrestres renuncienal fin. ¿Recuerdacómosecansarondeconstruirzepelinesquecaíanenllamasunotrasotro?

—Lohaprevistotodo—admitióelcapitán.

—Sí,señor.

—Peronosotrossomosmuchos.Dentrodeunahoracerraremoselcerco.Dentrodeunahoramorirá.

—He encontrado algunos pasajes subterráneos y un refugio que ustedesjamás descubrirán.Viviré allí algún tiempo, y cuando ustedes se descuiden,saldréylosirécazando,unoauno.

Elcapitáninclinólacabeza.

—Cuénteme algo de esa civilización—dijo señalando con la mano lasciudadesdelamontaña.

—Sabíancómovivirconlanaturaleza,ycómoentenderla.Notratarondeser sólo hombres y no animales. Cuando apareció Darwin cometimos eseerror. Lo recibimos con los brazos abiertos y también a Huxley y a Freud,deshaciéndonosensonrisas.Despuésdescubrimosquenoeraposibleconciliar

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las teoríasdeDarwin connuestras religiones, opor lomenos así pensamos.Fuimosunosestúpidos.QuisimosderribaraDarwin,HuxleyyaFreud.peroeran inconmovibles. Y entonces, como unos idiotas, intentamos destruir lareligión.

»Lo conseguimos bastante bien. Perdimos nuestra fe y empezamos apreguntarnosparaquévivíamos.Sielartenoeramásqueladerivacióndeundeseofrustrado,silareligiónnoeramásqueunengaño,¿paraquélavida?Lafehabíaexplicadosiempretodaslascosas.Luegotodosefueporelvertedero,juntoconFreudyDarwin.Fuimosysomostodavíaunpuebloextraviado.

—¿Yestosmarcianosencontraronelcamino?—preguntóelcapitán.

—Sí. En Marte aprendieron a combinar ciencia y religión para quefuncionaranjuntas,yseenriquecieranasímutuamente,sincontradecirse.

—Unasoluciónideal.

—Asíes.Megustaríamostrarlecómolohicieron.

—Mishombresmeesperan.

—Mediahorabastará.Avíseles,capitán.

Elcapitántitubeaba.Alfinselevantóylanzóunaordenalosqueestabanalpiedelacolina.

Spender lo llevó a una aldeamarciana de edificios demármol pulido yfresco,decoradoscon frisosdehermososanimales: felinosdepatasblancas,símbolos solaresdepatasamarillas, estatuasdecriaturasqueparecían toros,estatuasdehombresymujeres,ydeperrosenormesdelicadamentecincelados.

—Heaquílarespuesta,capitán.

—Noentiendo.

—Losmarcianosdescubrieronelsecretodelavidaentrelosanimales.Elanimalnodiscutesuvida,vive.NotieneotrarazóndeVivirquelavida.Amalavidaydisfrutadelavida.Observelaestatuaria;cómolossímbolosanimalesserepitenunayotravez.

—Parecealgopagano.

—Alcontrario,sonsímbolosdivinos,símbolosdevida.TambiénenMarteelhombrehabía llegadoaserdemasiadohumano,ynobastanteanimal.LoshombresdeMartecomprendieronquesiqueríansobrevivirteníanquedejardepreguntarsedeunavezportodas:«¿Paraquévivir?»Larespuestaeralavidamisma.Lavidaeralapropagacióndemásvida,yvivirlamejorvidaposible.Losmarcianos comprendieron que se preguntaban «¿Para qué vivir?» en laculminación de algún período de guerra y desesperanza, cuando no había

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respuestas. Pero cuando la civilización se tranquiliza y calla, y la guerratermina,lapreguntaseconvierteeninsensatadeunmodonuevo.Lavidaesbuenaentonces,ylasdiscusionessoninútiles.

—Meparecequelosmarcianoseranbastanteingenuos.

—Sólocuandolesconvenía.Renunciaronaempeñarseendestruirlotodo,humillarlotodo.Combinaronreligión,arteyciencia,puesenverdadlacienciano es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, lainterpretación de ese milagro. No permitieron que la ciencia aplastara labelleza. Se trata simplemente de una cuestión de grados. Un hombre de laTierrapiensa:«Enesecuadronohayrealmentecolor.Unfísicopuedeprobarqueelcoloressólounaformadelamateria,unreflejodelaluz,nolarealidadmisma».Unmarciano,muchomásinteligente,diría:«Estecuadroeshermoso.Nacióde lamanoy lamentedeunhombre inspirado.El temay loscoloresvienendelavida.Esunacosabuena».

Hubounapausa.Sentadoalsoldelasprimerashorasdelatarde,elcapitánmirabaconcuriosidadelpueblofrescoysilencioso.

—Megustaríaviviraquí—dijo.

—Puedehacerlo,siquiere.

—¿Meestáinvitando?

—¿Acasoalgunodesushombrescomprenderíaverdaderamentetodoesto?Son cínicos profesionales, y para ellos es demasiado tarde. ¿Por qué quierevolverjuntoaellos?¿Paravivirconelrebaño?¿Paracomprarseungiróscopo,comocualquieradesusvecinos?¿Paraoírmúsicaconunalibretadenotasynoconlasentrañas?Ahíabajo,enunodelospatios,hayuncilindrodemúsicamarcianadecincuentamilañosdeantigüedad.Todavíaseoye.Esunamúsicaincomparable. Usted podría escucharla. Hay también libros. Yo ya los leo.Podríausteddescansaryleerlos.

—Parecemaravilloso,Spender.

—Peroustednovaaquedarse.

—No.Gracias,sinembargo.

—Yseguramentenomedejarántranquilo.Tendréquematarlosatodos.

—Esustedoptimista.

—He encontrado un motivo para luchar y vivir. Eso me hace máspeligroso. He encontrado algo que es para mí como una religión. Comoaprenderarespirarotravez.Sentirenlapiellacariciadelsol,dejarqueelsoltrabajeenuno,escucharmúsica, leerun libro.¿Quémeofreceencambio lacivilizacióndeusted?

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Elcapitáncambiódepostura.Meneólacabeza.

—Lamentomuchotodoesto,lolamentodeveras.

—Tambiényo.Creoqueserámejorquelollevedevueltayqueempieceaprepararelataque.

—Sí.

—Capitán, yo no voy a matarlo. Cuando todo haya terminado, ustedseguiráconvida.

—¿Cómo?

—Desdeunprincipiodecidínotocarlo.

—Pero...

—Lovoyalibrardelosdemás.Cuandohayanmuerto,quizácambieusteddeopinión.

—No—dijoelcapitán—.Llevoenmisvenasdemasiadasangreterrestre.Nodejarédeperseguirlo.

—Auncuandopuedaquedarseaquí.

—Es curioso, pero sí, aun así. No sé por qué, nome lo he preguntado.Bueno, nos separamos aquí. —Habían vuelto al sitio en donde se habíanencontrado—. ¿Quiere usted acompañarme sin resistirse, Spender? Es miúltimaoferta.

—No, gracias.—Spender extendió unamano—.Espere unmomento.Siustedgana,hágameunfavor.Tratedepostergarladestruccióndeesteplaneta,almenosdurantecincuentaaños.Hastaquelosarqueólogoshayantenidounabuenaoportunidad.¿Loharáusted?

—Seloprometo.

—Y por último, si le sirve de algo, recuérdeme como un neurótico queenloquecióundíadeveranoyquenuncarecobrólarazón.Asíserámásfácilparausted.

—Asíloharé.Adiós,Spender.Buenasuerte.

—Esustedunhombreraro—comentóSpender,mientraselcapitánbajabaporelsendero,azotadoporelvientocaluroso.

Elcapitánsereunióconsushombrescubiertosdepolvo.Miróelsolconlosojosentornados,respirandocondificultad.

—¿Hay algo para beber?—preguntó.Alguien le puso en lasmanos unabotella fresca—. Gracias. —Bebió y se enjugó los labios—. Bueno —

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prosiguió—. Anden con cuidado. Disponemos de un tiempo ilimitado y noquieroperdermáshombres.Hayquematarlo.Noquisobajar.Si esposible,mátenlodeunsolotiro.Nolohaganpedazos.Terminenpronto.

—Voyameterleunabalaenelmalditocerebro—dijoSamParkhill.

—No,tirenalpecho—dijoelcapitán.RecordóelrostrofuerteyresueltodeSpender.

—Elcochinocerebro...—continuóParkhill.

Elcapitánlealargólabotellaconunmovimientobrusco.

—Yaoyóloquedije.Tirenalpecho.

Parkhillmurmuróalgoentredientes.

—Vamos—dijoelcapitán.

Volvieron a desplegarse, lentamente al principio, luego de prisa por lascálidas laderas. De pronto se encontraban en frescas cavernas que olían amusgo;deprontoenlugaresabiertosyrocosos,queolíanasolsobrepiedra.

«Odiolaastuciacuandounonosesienterealmenteastuto,niquiereserlo—pensaba el capitán—.No puedo enorgullecerme de ir espiando por ahí yjactarme de que llevo a cabo grandes planes. Odio pensar que estoycumpliendoconmidebercuandonoestoysegurodequeseaasí.Alfinyalcabo,¿quiénessomosnosotros?Lamayoríasiempre tienerazón,¿noesasí?Siempre, siempre. Jamásseequivoca,niunbrevee insignificantemomento.Endiezmillonesdeañosjamásseequivocó.¿Quéesesamayoríayquiéneslaforman? ¿Qué piensa? ¿Cómo emprendió este camino? ¿Cambiará algunavez?¿Yporquédemonioshecaídoenestaputrefactamayoría?Nomesientoagusto.¿Seráclaustrofobia,temoralasmuchedumbres,osentidocomún?¿Esposiblequeunhombretengarazón,aunqueelrestodelmundoopinequeellostienen razón?No lo pensemos. Sometámonos, animémonos, y apretemos elgatillo.¡Vaya,yvaya!»

Los hombres corrían y se agachaban, corrían y se agazapaban en lassombras.Mostraban losdientes, fatigadosporelaireenrarecido,unairequenohabíasidohechoparacorrer.Elaireeratenueyteníanquedescansarcincominutos cada vez, jadeando, mientras unas manchas negras les bailabandelantedelosojos.Devorabanelairedelgado,nuncasatisfechos,ycerrabancon fuerza los párpados. Al fin se incorporaban, y alzando los fusilesdesgarrabanelaireenrarecidodelveranoconagujerosdesonidoycalor.

Spender,inmóvil,sólohacíafuegodecuandoencuando.

—¡Voyasaltarleloscochinossesos!—aullóParkhill,echandoacorrerporlaladera.

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El capitán levantó el fusil y apuntó a Sam Parkhill. En seguida bajó elarma,ylacontemplóhorrorizado.

—¿Quéibaahacer?—sepreguntómirandolamanoinerte.HabíaestadoapuntodemataraParkhillporlaespalda—.Diosmío—murmuró.

Vio que Parkhill seguía corriendo y se arrojaba al suelo, poniéndose asalvo.

Una red de hombres que corrían estaban envolviendo a Spender. En lacima,detrásdedosrocas,Spenderyacíaagotadoporlaatmósferaenrarecidaycongrandesmanchasde sudorbajo losbrazos.Elcapitánvio lasdos rocas.HabíaentreellasunintersticiodeunosdiezcentímetrosquemostrabaelpechodeSpender.

—¡Eh!—gritóParkhill—.¡Saldeahí!¡Tengounabalaparatucabeza!

El capitán Wilder esperaba. «¡Vamos, Spender! —se decía—. Escápatecomo me dijiste antes. Sólo tienes unos minutos. Escápate. Dijiste que loharías. Escóndete en esos subterráneos que has encontrado y quédate allímeses, años, leyendo tushermosos librosybañándoteen laspiscinasde lostemplos.Vete,muchacho.Veteantesdequeseatarde.»

Spendernocambiódepostura.

—¿Quélepasará?—sepreguntóelcapitán.

Tomóelfusilyobservóaloshombresquecorríanescondiéndose.Mirólastorres del inmaculado pueblo marciano, como piezas de ajedrez finamentecinceladas,caídasenlatarde.Violasrocas,yentreellaselpechodeSpender.

Parkhillsehabíalanzadoalataque,gritandoconfuria.

—No, Parkhill —dijo el capitán—. No puedo permitírselo. Ni usted niningunodelosotros.No.Ningunodeustedes.Yosolo.

Levantóelfusilyapuntó.

«¿Nomeestoyensuciando lasmanos?—pensó—.¿Estábienqueseayoquienlohaga?Sí,loestá.Séloquehagoyporqué.Sóloyopuedohacerlo,ynosésidespuéspodréseguirconvida.»

LehizounaseñaaSpenderconlacabeza.

—Vete—dijo en un susurro que nadie oyó—. Te doy treinta segundosmás.Treintasegundos...

El reloj le latíaen lamuñeca.Elcapitán lomiraba.Loshombrescorríanagazapados. Spender no se movía. El reloj latió mucho tiempo con muchoruido,enlosoídosdelcapitán.

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—¡Vete!¡Vete,Spender!¡Rápido!

Elrifleapuntaba.Elcapitántomóaliento.

—¡Spender!—murmuró.

Yapretóelgatillo.

Unadébilpolvaredaasomóentrelasrocasyseelevóalaluzdelsol.Esofuetodo.Losecosdelestampidosedesvanecieron.

ElcapitánWilderseincorporóyllamóasushombres.

—Estámuerto.

Losotrosnolocreyeron.

Desdedondeestabannosepodíaveraquellafisuraentrelasrocas.Vieroncorrer al capitán colina arriba, solo, y pensaronoque era unvaliente o quehabíaenloquecido.

Unos minutos después, los hombres subieron detrás del capitán. Sejuntaronalrededordelcadáveryunodeellosdijo:

—¿Enelpecho?

Elcapitánbajólosojos.

—En el pecho—contestó. Bajo el cuerpo de Spender las rocas habíancambiado de color—. ¿Por qué habrá esperado? ¿Por qué no escapó comodecía?¿Porquésedejómatar?

—¿Quiénsabe?—dijouno.

Spenderyacíaconlasmanoscrispadas:unasobreelrifle,laotrasobreellibrodeplataquebrillabaalsol.

«¿Seré yo el culpable?—pensó el capitán—. ¿Por qué no quise ceder?¿Aborrecía Spender la idea de matarme? ¿Acaso soy distinto de los otros?Pensóquepodíaconfiarenmí.¿Hayotrarespuesta?»

Ninguna.Seagachóalladodelcuerposilencioso.

«Tengo que cumplirmi parte—se dijo—.No puedo abandonarlo. Si sereconocíaenmí,yporesonopudomatarme,quétareadifícilmeespera.Asíes,sí,asíes.SoySpenderahora.Sinembargo,yopiensoantesdeabrirfuego.Nomato.Tratodeentendermeconlagente.Nopudomatarmeporqueyoeraélmismo,aunqueconciertasdiferencias.»

Elcapitánsintióelcalordelsolenlanuca.Seoyódecirasímismo:

—Si por lomenos hubiera hablado conmigo antes dematar. Habríamosencontradounasolución.

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—¿Quésolución?—preguntóParkhill—.Nohaysoluciónposibleconesagente.

Elzumbidodelcalorcubríalatierra,salíadelasrocas,bajabadelcielo.

—Tiene razón —dijo el capitán—. Tal vez Spender y yo hubiéramospodido entendernos.PeroSpender y ustedy todos los demás, no, nunca.Esmejorquehayamuerto.Pásenmeesacantimplora.

Elmismocapitánsugirióelsarcófagovacío.Habíanencontradounantiguocementerio marciano. Pusieron a Spender en el cajón de plata, con ceras yvinosdediezmilañosdeantigüedad,ylecruzaronlasmanossobreelpecho.Loúltimoquevierondeélfueunrostrotranquilo.

Permanecieronunmomentoenlaantiguacripta.

—CreoqueseríabuenoparaustedesquepensaranenSpenderdevezencuando—dijoelcapitán.

Salierondelacriptaycerraronlapuertademármol.

Alatardesiguiente,Parkhillsededicóahacerejerciciosdetiroalblancoen una de las ciudades muertas, rompiendo los cristales de las ventanas yvolandolaspuntasdelasfrágilestorres.

Elcapitánlosorprendióylehizosaltarlosdientesdeunpuñetazo.

Agostode2001—LosColonos

LoshombresdelaTierrallegaronaMarte.

Llegaronporqueteníanmiedooporquenolotenían,porqueeranfelicesodesdichados, porque se sentían como losPeregrinos, o porqueno se sentíancomo los Peregrinos. Cada uno de ellos tenía una razón diferente.Abandonaban mujeres odiosas, trabajos odiosos o ciudades odiosas; veníanparaencontraralgo,dejaralgooconseguiralgo;paradesenterraralgo,enterraralgooalejarsedealgo.Veníanconsueñosridículos,consueñosnoblesosinsueños. El dedo del gobierno señalaba desde letreros a cuatro colores, eninnumerables ciudades: HAY TRABAJO PARA USTED EN EL CIELO.¡VISITEMARTE!Y los hombres se lanzaban al espacio.Al principio sólounospocos,unasdocenas,porquecasitodossesentíanenfermosaunantesqueelcohetedejaralaTierra.Yaestaenfermedadlallamabanlasoledad,porquecuandounovequesucasasereducehastatenereltamañodeunpuño,deunanuez, de una cabeza de alfiler, y luego desaparece detrás de una estela defuego,unosientequenuncahanacido,quenohayciudades,queunonoestá

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enningunaparte, y sólohay espacio alrededor, sin nada familiar, sólootroshombresextraños.YcuandolosestadosdeIllinois,lowa,MissourioMontanadesaparecenenunmardenubes,ymásaún,cuandolosEstadosUnidossonsólounaislaenvueltaennieblasytodoelplanetapareceunapelotaembarradalanzadaalolejos,entoncesunosesienteverdaderamentesolo,errandoporlasllanurasdelespacio,enbuscadeunmundoqueesimposibleimaginar.

No era raro, por lo tanto, que los primeros hombres fueran pocos.Crecieron y crecieron en número hasta superar a los hombres que ya seencontrabanenMarte.Losnúmeroseranalentadores.

Perolosprimerossolitariosnotuvieroneseconsuelo.

Diciembrede2001—Lamañanaverde

Cuandoel sol sepuso,elhombre seacuclilló juntoal senderoypreparóuna cena frugal y escuchó el crepitar de las llamas mientras se llevaba lacomidaa labocaymasticabaconairepensativo.Habíasidoundíanomuydistinto de otros treinta, conmuchos hoyos cuidadosamente cavados en lashorasdelalba, semillasechadasen loshoyos,yagua traídade losbrillantescanales. Ahora, con un cansancio de hierro en el cuerpo delgado, yacía deespaldasyobservabacómoelcolordelcielopasabadeunaoscuridadaotra.

SellamabaBenjaminDriscoll,teníatreintayunaños,yqueríaqueMartecrecieraverdeyaltoconárbolesyfollajes,produciendoaire,muchoaire,aireque aumentaría en cada temporada. Los árboles refrescarían las ciudadesabrasadasporelverano,losárbolespararíanlosvientosdelinvierno.Unárbolpodía hacer muchas cosas: dar color, dar sombra, fruta, o convertirse enparaíso para los niños; un universo aéreo de escalas y columpios, unaarquitecturadealimentoydeplacer,esoeraunárbol.Pero losárboles,antetodo,destilabanunaireheladoparalospulmonesyungentilsusurroparalosoídos,cuandounoestáacostadodenocheenlechosdenieveyelsonidoinvitadulcementeadormir.

BenjaminDriscollescuchabacómolatierraoscuraserecogíaensímisma,enesperadelsolylaslluviasqueaúnnohabíanllegado.Acercabalaorejaalsuelo y escuchaba a lo lejos las pisadas de los años e imaginaba los verdesbrotes de las semillas sembradas ese día; los brotes buscaban apoyo en elcielo,yechabanramatrasramahastaqueMarteeraunbosquevespertino,unhuertobrillante.

En las primeras horas de la mañana, cuando el pálido sol se elevasedébilmente entre las apretadas colinas, Benjamin Driscoll se levantaría y

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acabaría en unos pocos minutos con un desayuno ahumado, aplastaría lascenizas de la hoguera y empezaría a trabajar con los sacos a la espalda,probando, cavando, sembrando semillas y bulbos, apisonando levemente latierra, regando,siguiendoadelante,silbando,mirandoelcieloclarocadavezmásbrillanteamedidaquepasabalamañana.

—Necesitasaire—ledijoalfuegonocturno.

El fuego era un rubicundo y vivaz compañero que respondía con unchasquido, y en la noche helada dormía allí cerca, entornando los ojos,sonrosados,soñolientosytibios.

—Todos necesitamos aire. Hay aire enrarecido aquí enMarte. Se cansauno tan pronto... Es como vivir en la cima de los Andes. Uno aspira y noconsiguenada.Nosatisface.

Sepalpó la cajadel tórax.En treintadías, cómohabía crecido.Paraqueentraramásairehabíaquedesarrollarlospulmones.Oplantarmásárboles.

—Paraesoestoyaquí—sedijo.Elfuegolerespondióconunchasquido—.EnlasescuelasnoscontabanlahistoriadeJohnnyAppleseed,queanduvoportodaAméricaplantandosemillasdemanzanos.Bueno,puesyohagomás.Yoplantorobles,olmos,arcesytodaclasedeárboles;álamos,cedrosycastaños.No pienso sólo en alimentar el estómago con fruta, fabrico aire para lospulmones. Cuando estos árboles crezcan algunos de estos años, ¡cuántooxígenodarán!

RecordósullegadaaMarte.Comootrosmilpaseólosojosporlaapaciblemañanaysedijo:

—¿Quéharéyoenestemundo?¿Habrátrabajoparamí?

Luegosehabíadesmayado.

Volvió en sí, tosiendo. Alguien le apretaba contra la nariz un frasco deamoníaco.

—Sesentirábienenseguida—dijoelmédico.

—¿Quémehapasado?

—Elaireenrarecido.Algunosnopuedenadaptarse.MeparecequetendráquevolveralaTierra.

—¡No!

SesentóycasiinmediatamenteseleoscurecieronlosojosyMartegiródosvecesdebajodeél.Respiróconfuerzayobligóalospulmonesaquebebieranenelprofundovacío.

—Yameestoyacostumbrando.¡Tengoquequedarme!

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Ledejaronallí,acostado,boqueandohorriblemente,comounpez.«Aire,aire, aire—pensaba—.Memandandevuelta a causa del aire.»Yvolvió lacabezahacialoscamposycolinasmarcianos,ycuandoseleaclararonlosojosvioenseguidaquenohabíaárboles,ningúnárbol,nicercani lejos.Eraunatierradesnuda,negra,desolada,sinnisiquierahierbas.Aire,pensó,mientrasunasustanciaenrarecidalesilbabaenlanariz.Aire,aire.Yenlacimadelascolinas,enlasombradelasladerasyaunaorillasdelosarroyos,niunárbol,niunasolitariabriznadehierba.¡Porsupuesto!Sintióquelarespuestanoleveníadelcerebro, sinode lospulmonesy lagarganta.Yelpensamiento fuecomounarepentinaráfagadeoxígenopuro,ylopusodepie.Hierbayárboles.Semirólasmanos,eldorso,laspalmas.Sembraríahierbayárboles.Ésaseríasutarea,lucharcontralacosaqueleimpedíaquedarseenMarte.LibraríaunaprivadaguerrahortícolacontraMarte.Ahíestabaelviejosuelo,ylasplantasquehabíancrecidoenélerantanantiguasquealfinhabíandesaparecido.Pero¿y si trajera nuevas especies? Árboles terrestres, grandes mimosas, saucesllorones,magnolias,majestuosos eucaliptos. ¿Quéocurriría entonces?Quiénsabequériquezamineralocultabaelsuelo,yquenoasomabaalasuperficieporqueloshelechos,lasflores,losarbustosylosárbolesviejoshabíanmuertodecansancio.

—¡Permítanmelevantarme!—gritó—.¡Quieroveralcoordinador!

Habló con el coordinador de cosas que crecían y eran verdes, toda unamañana.Pasaríanmeses,oaños,antesdequeseorganizasenlasplantaciones.Hastaahora,losalimentossetraíancongeladosdesdelaTierra,encarámbanosvolantes, y unos pocos jardines públicos verdeaban en instalacioneshidropónicas.

—Entretanto,éstaserásutarea—dijoelcoordinador—.Leentregaremostodasnuestrassemillas;nosonmuchas.Nosobraespacioenloscohetesporahora. Además, estas primeras ciudades son colectividades mineras, y metemoquesusplantacionesnocontaránconmuchassimpatías.

—¿Peromedejarántrabajar?

Lo dejaron. En una simple motocicleta, con la caja llena de semillas yretoños,llegóaestevallesolitario,yechópieatierra.

Eso había ocurrido hacía treinta días, y nunca habíamirado atrás.Miraratráshubierasidodescorazonarseparasiempre.Eltiempoeraexcesivamenteseco,parecíapocoprobablequelassemillashubiesengerminado.Quizátodasu campaña, esas cuatro semanas en que había cavado encorvado sobre latierra,estabaperdida.Clavabalosojosadelante,avanzandopocoapocoporelinmensovallesoleado,alejándosedelaprimeraciudad,aguardandolallegadadelaslluvias.

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Mientras se cubría los hombros con la manta, vio que las nubes seacumulaban sobre las montañas secas. Todo en Marte era tan imprevisiblecomo el curso del tiempo. Sintió alrededor las calcinadas colinas, que laescarchadelanocheibaempapando,ypensóenlatierradelvalle,negracomola tinta, tannegray lustrosaqueparecíaarrastrarseyvivirenelhuecode lamano,una tierra fecundaendondepodríanbrotarunashabasde larguísimostallos, de donde caerían quizás unos gigantes de voz enorme, dándose unosgolpesquelesacudiríanloshuesos.

Elfuegotemblósobrelascenizassoñolientas.Eldistanterodardeuncarroestremecióelairetranquilo.Untrueno.Yenseguidaunoloraagua.

«Esta noche —pensó—. Y extendió la mano para sentir la lluvia. Estanoche.»

Lodespertóungolpemuyleveenlafrente.

Elagualecorrióporlanarizhastaloslabios.Unagotalecayóenunojo,nublándolo.Otraleestallóenlabarbilla.

Lalluvia.

Fresca,dulceytranquila,caíadesdeloaltodelcielocomounelixirmágicoquesabíaaencantamientos,estrellasyaire,arrastrabaunpolvodeespecias,yselemovíaenlalenguacomorarojerezliviano.

Seincorporó.Dejócaerlamantaylacamisaazul.Lalluviaarreciabaengotasmássólidas.Unanimalinvisibledanzósobreelfuegoylopisoteóhastaconvertirloenunhumoairado.Caíalalluvia.Lagrantapanegradelcielosedividió en seis trozosde azul pulverizado, comoun agrietadoymaravillosoesmalte y se precipitó a tierra. Diez billones de diamantes titubearon unmomentoyladescargaeléctricaseadelantóafotografiarlos.Luegooscuridadyagua.

Calado hasta los huesos,BenjaminDriscoll se reía y se reíamientras elagualegolpeabalospárpados.Aplaudió,yseincorporó,ydiounavueltaporelpequeñocampamento,yeralaunadelamañana.

Lloviósincesardurantedoshoras.Luegoaparecieronlasestrellas,reciénlavadasymásbrillantesquenunca.

El señor Benjamin Driscoll sacó una muda de ropa de una bolsa decelofán,secambió,ysedurmióconunasonrisaenloslabios.

Elsolasomólentamenteentrelascolinas.SeextendiópacíficamentesobrelatierraydespertóalseñorDriscoll.

No se levantó en seguida.Había esperado esemomentodurante todouninterminable y calurosomes de trabajo, y ahora al fin se incorporó ymiró

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haciaatrás.

Eraunamañanaverde.

Losárbolesseerguíancontraelcielo,unotrasotro,hastaelhorizonte.Nounárbol,nidos,niunadocena,sinotodoslosquehabíaplantadoensemillasyretoños. Y no árboles pequeños, no, ni brotes tiernos, sino árboles grandes,enormesyaltoscomodiezhombres,verdesyverdes,vigorososyredondosymacizos, árboles de resplandecientes hojas metálicas, árboles susurrantes,árboles alineados sobre las colinas, limoneros, tilos, pinos,mimosas, robles,olmos, álamos, cerezos, arces, fresnos, manzanos, naranjos, eucaliptos,estimulados por la lluvia tumultuosa, alimentados por el suelo mágico yextraño, árboles que ante sus propios ojos echaban nuevas ramas, nuevosbrotes.

—¡Imposible!—exclamóelseñorDriscoll.

Peroelvalleylamañanaeranverdes.

¿Yelaire?

Detodaspartes,comounacorrientemóvil,comounríodelasmontañas,llegabaelairenuevo,eloxígenoquebrotabadelosárbolesverdes.Selopodíaver,brillandoen lasalturas,enoleadasdecristal.Eloxígeno, fresco,puroyverde, el oxígeno frío que transformaba el valle en un delta frondoso. Uninstantedespuéslaspuertasdelascasasseabriríandeparenparylagenteseprecipitaría enelmilagronuevodeloxígeno, aspirándoloenbocanadas, conmejillasrojas,naricesfrías,pulmonesrevividos,corazonesagitados,ycuerposrendidosanimadosahoraenpasosdebaile.

Benjamin Driscoll aspiró profundamente una bocanada de aire verde yhúmedo,ysedesmayó.

Antesquedespertardenuevo,otroscincomilárboleshabíansubidohaciaelsolamarillo.

Febrerode2002—Laslangostas

Los cohetes incendiaron las rocosas praderas, transformaron la piedra enlava, lapraderaencarbón,elaguaenvapor, laarenaylasíliceenunvidrioverde que reflejaba y multiplicaba la invasión, como espejos hechos trizas.Loscohetesvinieroncomolangostasyseposaroncomoenjambresenvueltosen rosadas flores de humo. Y de los cohetes salieron de prisa los hombresarmadosdemartillos,conlasbocasorladasdeclavoscomoanimalesferocesde dientes de acero, y dispuestos a dar a aquel mundo extraño una forma

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familiar, dispuestos a derribar todo lo insólito, escupieron los clavos en lasmanos activas, levantaron a martillazos las casas de madera, clavaronrápidamente los techos que suprimirían el imponente cielo estrellado einstalaron unas persianas verdes que ocultarían la noche. Y cuando loscarpinterosterminaronsutrabajo,llegaronlasmujerescontiestosdefloresytelas de algodón y cacerolas, y el ruido de las vajillas cubrió el silencio deMarte,queesperabadetrásdepuertasyventanas.

En seis meses surgieron doce pueblos en el planeta desierto, con unaluminosa algarabía de tubos de neóny amarillos bulbos eléctricos.En total,unas noventa mil personas llegaron a Marte, y otras más en la Tierrapreparabanlasmaletas.

Agostode2002—EncuentroNocturno

Antes de subir hacia las colinas azules, Tomás Gómez se detuvo en lasolitariaestacióndegasolina.

—Aquísesentiráustedbastantesolo—ledijoalviejo.

Elviejopasóuntrapoporelparabrisasdelacamioneta.

—Nomequejo.

—¿LegustaMarte?

—Muchísimo.Siemprehayalgonuevo.Cuandolleguéaquíelañopasado,decidí no esperar nada, no preguntar nada, no sorprenderme por nada.Tenemos quemirar las cosas de aquí, y qué diferentes son. El tiempo, porejemplo, me divierte muchísimo. Es un tiempo marciano. Un calor de mildemoniosdedíayunfríodemildemoniosdenoche.Ylasfloresylalluvia,tan diferentes. Es asombroso. Vine a Marte a retirarme, y busqué un sitiodondetodofueradiferente.Unviejonecesitaunavidadiferente.Losjóvenesnoquierenhablarconél,ycon losotrosviejosseaburredeunmodoatroz.Asíquepensé:lomejorserábuscarunsitiotandiferentequeunoabrelosojosyyaseentretiene.Conseguíestaestacióndegasolina.Silosnegociosmarchandemasiadobien,me instalaré enunavieja carreteramenosbulliciosa, dondepuedaganarlosuficienteparavivirymequedetiempoparasentirestascosastandiferentes.

—Ha dado usted en el clavo—dijo Tomás. Sus manos le descansabansobreelvolante.Estabacontento.Habíatrabajadocasidossemanasenunadelasnuevascoloniasyahorateníadosdíaslibreseibaaunafiesta.

—Ya nada me sorprende—prosiguió el viejo—. Miro y observo, nada

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más.SiunonoaceptaaMartecomoes,puedevolversea laTierra.Enestemundotodoesraro;elsuelo,elaire,loscanales,losindígenas(aunnoloshevisto,perodicenqueandanporaquí)ylosrelojes.Hastamirelojandadeunmodogracioso.HastaeltiempoesraroenMarte.Avecesmesientomuysolo,comosiyofueseelúnicohabitantedeesteplaneta;apostaríalacabeza.Otrasveces me siento como si me hubiera encogido y todo lo demás se hubieraagrandado.¡Dios!¡Nohaysitiocomoésteparaunviejo!Estoysiemprealegreyanimado.¿SabeustedcómoesMarte?Escomounjuguetequemeregalaronen Navidad, hace setenta años. No sé si usted lo conoce. Lo llamabancalidoscopio:trocitosdevidrioodetelademuchoscolores.Selevantahacialaluzysemiraysequedaunosinaliento.¡Cuántosdibujos!Bueno,puesasíes Marte. Disfrútelo. Tómelo como es. ¡Dios! ¿Sabe que esa carreteramarcianatienedieciséissiglosyaúnestáenbuenascondiciones?Esundólarcincuenta.Gracias.Buenasnoches.

Tomássealejóporlaantiguacarretera,riendoentredientes.

Eraunlargocaminoqueseinternabaenlaoscuridadylascolinas.Tomás,conunasolamanoenelvolante,sacabaconlaotra,decuandoencuando,uncaramelodelabolsadelalmuerzo.Habíaviajadotodaunahorasinencontraren el camino ningún otro automóvil, ninguna luz. La carretera solitaria sedeslizaba bajo las ruedas y sólo se oía el zumbido delmotor.Marte era unmundo silencioso, pero aquella noche el silencio eramayor que nunca. Losdesiertosylosmaressecosgirabanasupasoylascintasdelasmontañassealzabancontralasestrellas.

Estanochehabíaenelaireunoloratiempo.Tomássonrió.¿Quéolorteníael tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía eltiempo?Unsonidodeaguaenunacueva,yunavozmuytristeyunasgotassuciasquecaensobrecajasvacíasyunsonidodelluvia.Yaúnmás,¿aquéseparecíaeltiempo?Alanievequecaecalladamenteenunahabitaciónoscura,auna película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros quedesciendencomoesosglobitosdeAñoNuevo,quedesciendenydesciendenenlanada.Esoeraeltiempo,susonido,suolor.Yestanoche(yTomássacóunamanofueradelacamioneta),estanochecasisepodíatocareltiempo.

La camioneta se internó en las colinas del tiempo. Tomás sintió unaspunzadasenlanucaysesentórígidamente,conlamiradafijaenelcamino.

Entraba en una muerta aldea marciana; paró el motor y se abandonó alsilencio de la noche. Maravillado y absorto contempló los edificiosblanqueados por las lunas. Deshabitados desde hacía siglos. Perfectos. Enruinas,peroperfectos.

Pusoenmarchaelmotor, recorrióalgomásdeunkilómetroysedetuvonuevamente. Dejó la camioneta y echó a andar llevando la bolsa de

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comestibles en la mano, hacia una loma desde donde aún se veía la aldeapolvorienta.Abrióel termoysesirvióuna tazadecafé.Unpájaronocturnopasóvolando.Lanocheerahermosayapacible.

Unos cincominutos después se oyó un ruido.Entre las colinas, sobre lacurvadelaantiguacarretera,hubounmovimiento,unaluzmortecina,yluegounmurmullo.

Tomássevolviólentamente,conlatazadecaféenlamanoderecha.

Yasomóenlascolinasunaextrañaaparición.

Eraunamáquinaqueparecía un insectode color verde jade, unamantisreligiosa que saltaba suavemente en el aire frío de la noche, con diamantesverdes que parpadeaban sobre su cuerpo, indistintos, innumerables, y rubíesque centelleaban con ojos multifacéticos. Sus seis patas se posaron en laantiguacarretera,comolasúltimasgotasdeunalluvia,ydesdeellomodelamáquinaunmarcianodeojosdeorofundidomiróaTomáscomosimiraraelfondodeunpozo.

Tomáslevantóunamanoypensóautomáticamente:

¡Hola!, aunquenomovió los labios.Eraunmarciano.PeroTomáshabíanadadoen laTierra en ríos azulesmientras losdesconocidospasabanpor lacarretera, y había comido en casas extrañas con gente extraña y su sonrisahabíasidosiempresuúnicadefensa.Nollevabaarmasdefuego.Niaunahoraadvertíaesafaltaaunqueunciertotemorleoprimíaelpecho.

También el marciano tenía las manos vacías. Durante unos instantes,ambossemiraronenelairefríodelanoche.

Tomásdioelprimerpaso.

—¡Hola!—gritó.

—¡Hola!—contestoelmarcianoensupropioidioma.Noseentendieron.

—¿Hasdichohola?—dijeronlosdos.

—¿Quéhasdicho?—preguntaron,cadaunoensulengua.

Losdosfruncieronelceño.

—¿Quiéneres?—dijoTomáseninglés.

—¿Quéhacesaquí?—dijoelotroenmarciano.

—¿Adóndevas?—dijeronlosdosalmismotiempo,confundidos.

—YosoyTomásGómez,

—YosoyMuheCa.

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Noentendieronlaspalabras,peroseseñalaronasímismos,golpeándoseelpecho,yentonceselmarcianoséechóareír.

—¡Espera!

Tomás sintió que le rozaban la cabeza, aunque ninguna mano lo habíatocado.

—Yaestá—dijoelmarcianoeninglés—.Asíesmejor.

—¡Quéprontohasaprendidomiidioma!

—Noesnada.

Turbados por el nuevo silencio, ambos miraron el humeante café queTomásteníaenlamano.

—¿Algo distinto?—dijo elmarcianomirándolo ymirando el café, y talvezrefiriéndoseaambos.

—¿Puedoofrecerteunataza?—dijoTomás.

—Porfavor.

Elmarcianodescendiódesumáquina.

Tomássacóotrataza,lallenódecaféyselaofreció.

LamanodeTomásylamanodelmarcianoseconfundieron,comomanosdeniebla.

—¡Diosmío!—gritóTomás,ysoltólataza.

—¡EnnombredelosDioses!—dijoelmarcianoensupropioidioma.

—¿Visteloquepasó?—murmuraronambos,heladosporelterror.

Elmarcianoseinclinóparatocarlataza,peronopudotocarla.

—¡Señor!—dijoTomás.

—Realmente...—comenzó a decir el marciano. Se enderezó, meditó unmomento,yluegosacóuncuchillodesucinturón.

—¡Eh!—gritóTomás.

—Hasentendidomal.¡Tómalo!

Elmarcianotiróalaireelcuchillo.Tomásjuntólasmanos.Elcuchillolepasóa travésde lacarne.Se inclinópara recogerlo,perono lopudo tocaryretrocedió,estremeciéndose.

Miróluegoalmarcianoqueseperfilabacontraelcielo.

—¡Lasestrellas!—dijo.

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—¡Lasestrellas!—respondióelmarcianomirandoaTomás.

Las estrellas eran blancas y claras más allá del cuerpo del marciano, ylucían dentro de su carne como centellas incrustadas en la tenue yfosforescente membrana de un pez gelatinoso; parpadeaban como ojos decolorvioletaenelestómagoyenelpechodelmarciano,ylebrillabancomojoyasenlosbrazos.

—¡Erestransparente!—dijoTomás.

—¡Ytútambién!—replicóelmarcianoretrocediendo.

Tomás se tocó el cuerpo, sintió su calor y se tranquilizó. «Yo soy real»,pensó.

Elmarcianosetocólanarizyloslabios.

—Yotengocarne—murmuró—.Yoestoyvivo.

Tomásmirófijamentealfío.

—Ysiyosoyreal,túdebesdeestarmuerto.

—¡No!¡Tú!

—¡Unespectro!

—¡Unfantasma!

Se señalaron el uno al otro y la luz de las estrellas les brillaba en losmiembroscomodagas,comotrozosdehielo,comoluciérnagas,ysetocaronotra vez y se descubrieron intactos, calientes, animados, asombrados,despavoridos, y el otro, ah, sí, ese otro, era sólo un prisma espectral quereflejabalaacumuladaluzdeunosmundosdistantes.

Estoyborracho,pensóTomás.Noselocontarémañanaanadie.No,no.

Semiraronuntiempo,depie,inmóviles,enlaantiguacarretera.

—¿Dedóndeeres?—preguntóalfinelmarciano.

—DelaTierra.

—¿Quéeseso?

Tomásseñalóelfirmamento.

—¿Cuándollegaste?

—Hacemásdeunaño,¿norecuerdas?

—No.

—Y todos vosotros estabais muertos, así lo creímos. Tu raza hadesaparecidocasitotalmente¿nolosabes?

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—No.Noescierto.

—Sí.Todosmuertos.Yoviloscadáveres.Negros,enlashabitaciones,enlascasas.Muertos.Millaresdemuertos.

—Esoesridículo.¡Estamosvivos!

—Escúchame.Martehasidoinvadido.Nopuedesignorarlo.Hasescapado.

—¿Yo?¿Escapardequé?Noentiendoloquedices.Voyaunafiestaenelcanal,cercadelasmontañasEniall.Allíestuveanoche.¿Noveslaciudad?

Tomásmiróhaciadondeleindicabaelmarcianoyviolasruinas.

—Perocómo,esaciudadestámuertadesdehacemilesdeaños.

Elmarcianoseechóareír.

—¡Muerta!Dormíallíanoche.

—YYo estuve allí la semana anterior y la otra, y hace un rato y es unmontóndeescombros.¿Noveslascolumnasrotas?

—¿Rotas?Lasveoperfectamentealaluzdelaluna.Intactas.

—Haypolvoenlascalles—dijoTomás.

—¡Lascallesestánlimpias!

—Loscanalesestánvacíos.

—¡Loscanalesestánllenosdevinodelavándula!

—Estámuerta.

—¡Estáviva!—protestóelmarciano riéndosecadavezmás—.Oh,estásmuyequivocado¿Noveslaslucesdelafiesta?Haybarcashermosasesbeltascomomujeres,ymujereshermosasesbeltascomobarcas;mujeresdelcolordela arena, mujeres con flores de fuego en las manos. Las veo desde aquí,pequeñas, corriendo por las calles. Allá voy, a la fiesta. Flotaremos en lasaguastodalanoche,cantaremos,beberemos,haremoselamor.¿Nolasves?

—Tuciudadestámuertacomounlagartoseco.Pregúntaseloacualquierade nuestro grupo.Voy a laCiudadVerde. Es una colonia que hicimos hacepoco cerca de la carretera de Illinois. No puedes ignorarlo. Trajimostrescientos mil metros cuadrados de madera de Oregon, y dos docenas detoneladas de buenos clavos de acero, y levantamos a martillazos los dospueblos más bonitos que hayas podido ver. Esta noche festejaremos lainauguración de uno. Llegan de la Tierra un par de cohetes que traen anuestrasmujeresyanuestrasamigas.Habrábailesywhisky...

Elmarcianoestabainquieto.

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—¿Dóndeestátodoeso?

Tomáslollevóhastaelbordedelacolinayseñalóalolejos.

—Alláestánloscohetes.¿Losves?

—No.

—¡Malditasea!¡Ahíestán!Esosaparatoslargosyplateados.

—No.

Tomásseechóareír.

—¡Estásciego!

—Veoperfectamente.¡Erestúelquenove!

—Peroveslanuevaciudad,¿noescierto?

—Yoveounocéano,ylamareabaja.

—Señor,esaaguaseevaporóhacecuarentasiglos.

—¡Vamos,vamos!¡Bastaya!

—Escierto,teloaseguro.

Elmarcianosepusomuyserio.

—Dimeotravez. ¿Noves laciudadque tedescribo?Lascolumnasmuyblancas, las barcas muy finas, las luces de la fiesta... ¡Oh, lo veo todo tanclaramente!Yescucha...Oigoloscantos.¡Noestántanlejos!Tomásescuchóysacudiólacabeza.

—No.

—Y yo, en cambio, no puedo ver lo que tú me describes —dijo elmarciano.

Volvieronaestremecerse.Sintieronfrío.

—¿Podríaser?

—¿Qué?

—¿Dijisteque«delcielo»?

—DelaTierra.

—LaTierra,unnombre,nada—dijoelmarciano–.Pero...alsubirporelcaminohaceunahora...sentí...

Sellevóunamanoalanuca.

—¿Frío?

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—Sí.

—¿Yahora?

—Vuelvoasentirfrío.¡Quéraro!Habíaalgoenlaluz,enlascolinas,enelcamino...—dijoelmarciano—.Unasensaciónextraña...Elcamino, la luz...Duranteunosinstantescreíserelúnicosobrevivientedeestemundo.

—Lomismomepasóamí—dijoTomás,yleparecióestarhablandoconunamigomuyíntimodealgosecretoyapasionante.

Elmarcianomeditóunosinstantesconlosojoscerrados.

—Sólohayunaexplicación.Eltiempo.Sí.Eresunasombradelpasado.

—No.Tú,túeresdelpasado—dijoelhombredelaTierra.

—¡Quéseguroestas!¿Cómoesposibleafirmarquiénpertenecealpasadoyquiénalfuturo?¿Enquéañoestamos?

—Enelañodosmildos.

—¿Quésignificaesoparamí?

Tomásreflexionóyseencogiódehombros.

—Nada.

—Escomositedijeraqueestamosenelaño4462853S.E.C.Nosignificanada.Menosquenada.Sialgúnrelojnosindicaselaposicióndelasestrellas...

—¡Perolasruinaslodemuestran!Demuestranqueyosoyelfuturo,queyoestoyvivo,quetúestásmuerto.

—Todo en mí lo desmiente. Me late el corazón, mi estómago sientehambre,migargantased.No,no.Nimuertos,nivivos,másvivosquenadie,quizá.Mejor,entrelavidaylamuerte.Dosextrañoscruzanenlanoche.Nadamás.Dosextrañosquepasan.¿Ruinasdijiste?

—Sí.¿Tienesmiedo?

—¿Quiéndeseaverelfuturo?¿Quiénhapodidodesearloalgunavez?Unhombre puede enfrentarse con el pasado, pero pensar... ¿Has dicho que lascolumnassehandesmoronado?¿Yqueelmarestávacíoyloscanales,secosylasdoncellasmuertasylasfloresmarchitas?—Elmarcianocallóymiróhaciala ciudad lejana—. Pero están ahí. Las veo. ¿No me basta? Me aguardanahora,ynoimportaloquedigas.

YaTomástambiénloesperabanloscohetes,alláalolejos,ylaciudad,ylasmujeresdelaTierra.

—Jamásnospondremosdeacuerdo—dijo.

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—Admitamos nuestro desacuerdo —dijo el marciano—. ¿Qué importaquiéneselpasadooelfuturo,siambosestamosvivos?Loquehadesucedersucederá,mañanaodentrodediezmilaños.¿Cómosabesqueesostemplosnoson los de tu propia civilización, dentro de cien siglos, desplomados y enruinas? ¿No lo sabes?Nopreguntes entonces.La noche esmuybreve.Allávanporelcielolosfuegosdelafiesta,ylospájaros.

Tomástendiólamano.Elmarcianoloimitó.Susmanosnosetocaron,sefundieronatravesándose.

—¿Volveremosaencontrarnos?

—¡Quiénsabe!Talvezotranoche.

—Megustaríaircontigoalafiesta.

—Yamímegustaríairatuciudadyveresanavedequemehablasyesoshombres,yoírtodoloquesucedió.

—Adiós—dijoTomás.

—Buenasnoches.

Elmarciano voló serenamente hacia las colinas en su vehículo demetalverde.Elterrestresemetióensucamionetaypartióensilencioendireccióncontraria.

—¡Dios mío! ¡Qué pesadillas! —Suspiró Tomás, con las manos en elvolante,pensandoenloscohetes,enlasmujeres,enelwhisky,enlasnoticiasdeVirginia,enlafiesta.

—¡Qué extraña visión! —Se dijo el marciano, y se alejó rápidamente,pensandoenel festival,en loscanales,en lasbarcas,en lasmujeresdeojosdorados,yenlascanciones.

La noche era oscura. Las lunas se habían puesto. La luz de las estrellasparpadeabasobrelacarreteraahoradesiertaysilenciosa.Yasísiguió,sinunruido, sin un automóvil, sin nadie, sin nada, durante toda la nocheoscura yfresca.

Febrerode2003—Intermedio

Trajeron cinco mil metros cúbicos de madera de pino de Oregón paraconstruirladécimaciudad,yveinticincomilmetrosdeabetodeCaliforniaylevantaronamartillazosunpueblolimpioyclaro,aorillasdeloscanalesdepiedra.Enlasnochesdelosdomingosseiluminabanlosvidriosrojos,azulesy

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verdes de las iglesias, y desde la calle se oían los himnos numerados.«Cantaremosahorael79.»«Cantaremosahorael94».Yenciertascasasseoíaeldurorepiqueteodeunamáquinadeescribir:elnovelistaestabatrabajando;onoseoíaningúnruido:elexvagabundoestabatrabajando.Parecíaavecesqueunenormeterremotohubieraarrancadoderaízunaciudaddelowa,yenunabrirycerrardeojosuciclónfabulososehubierallevadoaMartetodalaciudad,ylahubierapuestoallísinunasacudida.

Abrilde2003—Losmúsicos

Los niños daban largos paseos por el campo marciano. De cuando encuando abrían las olorosas bolsas de papel y metían allí las narices, yrespirabanelpenetrantearomadeljamónydelosencurtidosconmayonesayescuchaban el gorgoteo de la naranjada gaseosa en las botellas tibias.Balanceabanlasbolsasdecomestibles,repletasdecebollasverdes,acuosasylimpias,deolorosassalchichas,derojasalsadetomateydepanblanco,ysedesafiaban mutuamente a desobedecer las órdenes severas de las madres.Corríangritando:

—¡Elprimerosellevatodo!

Paseabanenverano,enotoñooen invierno.Enotoñoeramásdivertido,puesimaginabanentoncesquearrastrabanlospiesentrelashojasotoñalesdelaTierra.

Losniñosdeojosdeágataazul,conlasmejillashinchadasdecaramelos,lanzándoseórdenesteñidasdecebolla,sedesparramabancomocanicassobrelascalzadasdemármol,aorillasdeloscanales.

Cuandollegabanalaciudadmuerta,alaciudadprohibida,yanoerahorade gritar: «¡El último que llegue es unamujer!» o «¡El primero que lleguehacedemúsico!».Laspuertasdelaciudadabandonadaestabanabiertasparaellosycreíanoírunostenuescrujidosenelinteriordelascasas,comohojasdeotoño.Avanzabanimponiéndosesilencio,unidoscodoconcodo,agitandosusPalos,recordandoquesuspadresleshabíandicho:«¡Alláno!¡Aningunadelasciudadesviejas!Cuidadoadóndevas.Recibiráslapalizamásgrandedetuvidacuandovuelvasacasa.¡Temiraremosloszapatos!».

Allí,enlaciudadmuerta,unmontóndeniños,consusmeriendasamediodevorar,sedesafiabanlosunosalosotros,conagudoscuchicheos.

—¡Aquínohaynada!

Ydeprontounodeellosechabaacorreryentrabaenlacasadepiedramás

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próxima, cruzaba la sala y entraba en el dormitorio sin mirar alrededor.Comenzaba a dar puntapiés y amoverse con pasos arrastrados, y las hojasnegrasyquebradizas,finascomojironesdeuncielodemedianoche,volabanporelaire.Detrásdeeseniñocorríanotrosseis,yelprimerohacíademúsico,tocandolosblancoshuesosxilofónicosqueyacíanbajoloscoposcenicientos.Unaenormecalaveraaparecíaavecesrodando,comounaboladenieve,ylosniñosgritaban.Lascostillasparecíanpatasdearañayllorabancomounarpadesonidosapagados,ylosnegroscoposdelamortalidadvolabanalrededordelaarrastradadanzadelosniños.Seempujabanunosaotrosycaíanentrelashojas,enlamuertequehabíatransformadoalosmuertosencoposysequedad,enunjuegodeniñosconestómagosdondegoteabalanaranjadagaseosa.

Y salíande una casa para entrar en otra, y así visitabandiecisiete casas,recordandoqueloshorroresdetodaslasciudadesnegrasseríaneliminadosporlos bomberos, guerreros antisépticos armados de palas y cajones, apartandocon las palas los andrajos de ébano y las barras de menta de los huesos,separandolentayeficazmenteloterribledelonormal.Demodoquelosniñosteníanquejugardeprisa,¡puesmuyprontollegaríanlosbomberos!

Luegolosniños,derostros luminososdesudor,mordisqueabanelúltimoemparedado. Y después de un puntapié final, de un último concierto demarimba,deunaúltimaarremetidaalmontóndehojasotoñales,volvíanasuscasas.

Lasmadres les examinaban los zapatos enbuscadecoposnegros,yunavezdescubiertos,veníanlosbañoscalientesylaspalizaspaternas.

A finesde ese año, los bomberoshabían rastrillado las hojas secasy losblancosxilófonos,ysehabíaacabadoladiversión.

Juniode2003—Uncaminoatravésdelaire

—¿Teenteraste?

—¿Dequé?

—¡Losnegros,losnegros!

—¿Quélespasa?

—Semarchan,sevan,¿nolosabes?

—¿Quéquieresdecir?¿Cómopuedenirse?

—Puedenirse.Seirán.Sevanya.

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—¿Unapareja?

—TodoslosquehayenelSur.

—No.

—Sí.

—Imposible.Nolocreo.¿Adónde?¿AÁfrica?

Silencio.

—AMarte.

—¿QuieresdeciralplanetaMarte?

—Exactamente.

Lasfigurasdeloshombressealzabanenlasombracálidadelporchedelaferretería.Unodeellosdejódeencenderunapipa.Otroescupióenelpolvoardienteyluminoso.

—Nopuedenirse.Nopuedenhacerlo.

—Puessinembargosevan.

—¿Cómolosabes?

—Lodicenentodaspartes.Haceunminutolodijolaradio.

Comounahileradeestatuaspolvorientas,loshombresseanimaron.

SamuelTeece,elpropietariodelaferretería,rionerviosamente.

—Me pregunto qué le habrá pasado a Silly. Lomandé conmi bicicletahaceyaunahora.TodavíanohavueltodecasadelaseñoraBordrnan.¿CreenustedesqueesenegrotontosehabráidoaMartepedaleando?

Losotrosgruñeron.

—Mejor será queme devuelva la bicicleta. No digomás, sí, señor. PorDios,nopermitiréquenadiemerobe.

—¡Oigan!

Irritados,loshombressevolvieron,tropezandounosconotros.

Lasaguasnegrasycálidasdescendíandesdeloaltodelacalleeinundabanelpueblo,comosi sehubiera rotoundique.Lamareanegracorríaentre lasresplandecientesriberasblancasdelascasas,entrelossilenciosdelosárboles.Avanzaba espesamente, como una melaza de verano, sobre la canelapolvorienta del camino; avanzaba lentamente, lentamente, y era hombres ymujeresycaballosyperrosalborotados,yniñosyniñas.Ydelasbocasdelagentequeformabaaquellamarea,salíaunsonidoderío.Unríodeveranoque

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iba a alguna parte, sonoro e irrevocable. Y en ese caudal sombrío, lento ycontinuo,queatravesabaelblancoresplandordelverano,seveíanunasvivaspinceladas de un blanco alerta: los ojos, los ojos de marfil que mirabanadelanteyaloslados,mientraselrío,ellargoeinterminablerío,entrabaenuncaucenuevo.Con innumerables afluentes, con arroyosde animado color, sehabíaformadounacorrientemadrequenodejabadecrecer.Yflotandoentrelas olas iban las cosas que se llevaba al río: relojes de pared con ruidososcarillones, relojes de cocina de sonoro tictac, gallinas enjauladas queprotestabancacareando,ybebésquelloriqueaban,ynadandoentrelosespesosremolinos ibanmulasygatos, colchonescon losmuellesal airey lascrinesrevueltasyenloquecidas,ycajasycanastos,yretratosdeoscurosabuelosenmarcosderoble...Elríopasaba,yloshombresestabanahíenelporche,comonerviososperrosdepresa—erademasiadotardeparareparareldique—,conlasmanosvacías.

SamuelTeecenoqueríacreerlo.

—¿Cómodiablosvanaviajar?¿CómovanallegaraMarte?

—Encohetes—dijoelviejoQuartermain.

—¡Malditosaparatos!Pero¿dedóndeloshabránsacado?

—Ahorrarondineroylosconstruyeron.

—Nosabíanada.

—Parece que estos negros guardaron el secreto, y los armaron ellosmismos...QuizásenÁfrica.

—¿Ypuedenhacerlo?—preguntóSamuelTeece,paseándoseporelporche—.¿Nohayunaley?

—Noeslomismoquesideclarasenlaguerra—dijoelviejoenvozbaja.

—¿Dedóndevanapartiresosmalditosconspiradores?—exclamó

—LosnegrosdelpuebloestáncitadosenellagoLoon.Loscohetesestaránallíalauna;losrecogeránylosllevaránaMarte.

—¡Telefoneen al gobernador, llamen a la milicia! —gritó Teece— ¡Nopuedenirsesinavisarnos!

—Ahívienesumujer,Teece.

Loshombressevolvieronotravez.

Calle abajo, en la luz ardiente y sin viento, apareció primero unamujerblancayluegootra,ytodastraíanunascarasdeasombro,ytodassusurrabancomopapelesviejos.Algunaslloraban,otrasestabanserias.Todasveníanenbuscadesusmaridos.Empujabanlaspuertasdevaivénydesaparecíanenlas

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tabernas. Entraban en los almacenes frescos y silenciosos. Semetían en lasdrogueríasyenlosgarajes.Yunadeellas,laseñoraClaraTeece,sedetuvoalpiedelporchedelaferretería,enelpolvodelacalle,ymiróparpadeandoasutiesoyenfurecidomaridomientraselcaudalosoríonegrofluíadetrás.

—EsLucinda,Sam.¡Tienesqueveniracasa!

—¡Nomemoveréporunacondenadanegra!

—Seva.¿Quéharésinella?

—Telasarreglarás.Yonovoyapedirlederodillasquesequede.

—Peroescasidelafamilia—gimoteólaseñoraTeece.

—¡Nogrites!Lloriqueandoasíenpúblicoporculpadeunamaldita...

LamujersollozódébilmenteyTeecesecalló.

—Mecansédedecirle:«Lucinda,quédateytesubiréelsueldo—comenzóarecitarlaseñoraTeecesecándoselosojos—.Tendrásdosnocheslibresporsemana, si quieres». Pero estaba realmente decidida. Nunca la vi así. Yentoncesledije:«¿Nomequieres,Lucinda?».Yellamedijoquesí,peroqueteníaqueirsepuesasíeranlascosas.Limpiólacasa,preparóelalmuerzo,losirvió,yluegoaparecióenlapuertadelasala,yallíestabacondospaquetesenelsuelo,juntoaella,unoacadalado,ymediolamanoymedijo:«Adiós,señoraTeece».Y se fue.Alláquedó el almuerzo sobre lamesa, y todos tanaturdidosquenisiquieraloprobamos.Todavíaestaráallí.Laúltimavezquelomiré,yaestabacasifrío.

Teecetuvoganasdepegarle.

—Maldición,señoraTeece,váyaseacasa.¡Quéespectáculoestádando!

—Pero,Sam...

Teece entró a grandes trancos en la cálida oscuridad de la tienda. Uninstantedespuésreaparecióconunrevólverplateadoenlamano.

LaseñoraTeecesehabíaido.

Elríofluíaoscuramenteentrelosedificios,susurrando,crujiendo,conunconstanteyapagadoruidodepasos,conunmovimientodecididoytranquilo,sinrisas,singestos,comounacorrienteinterminable,firmeydecidida.

Teecesesentóenelbordedelasillademadera.

—Sialgunodeellosseatreveareírse,¡porCristoquelomato!

Loshombresesperaron.

Elríopasabalentamenteenelsomnolientomediodía.

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—Parecequetendrásquecosechartuspropiosnabos,SamTeece—rioelviejoQuartermainentredientes.

—También puedo acertarle a algún blanco—replicó Teece sin mirar alviejo.

Elviejovolviólacabezaycerrólaboca.

—¡Un momento! —Samuel Teece saltó del porche, alargó un brazo yagarrólasriendasdeuncaballomontadoporunnegro—:¡Tú,Belter,bájate!

—Sí,señor.

Belterdesmontó.

Teecelomiródearribaabajo.

—¿Quécreesqueestáshaciendo?

—Mire,señorTeece...

—Supongoquepiensasirte...¿Cómodiceesacanción?«Caminoarriba,atravésdelaire»,¿noesasí?

—Sí,señor.

Elnegroesperó.

—¿Recuerdasquemedebescincuentadólares,Belter?

—Sí,señor.

—¿Yquieresescaparte?¡Temataréalatigazos!

—Contodaesaagitación,semehabíaolvidado,señor.

—Selehabíaolvidado...—Teeceechóunguiñomaliciosoaloshombresque estaban en el porche—. Maldito seas, muchacho, ¿sabes lo que vas ahacer?

—No,señor.

—Puesvasatrabajarhastapagarmeesoscincuentadólares,onomellamoSamuelWTeece.

Y se volvió con una confiada sonrisa hacia los hombres sentados a lasombra.

Beltermiróelríoquecorríaporlacalle,elríooscuroquepasabaypasabaentre las tiendas, el río oscuro que se deslizaba sobre ruedas, caballos yzapatos polvorientos, el río oscuro del que había sido arrebatado. Seestremeció.

—Déjeme ir, señorTeece.Lemandaré el dinerodesde allá arriba, ¡se lo

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prometo!

—Escucha,Belter—dijoTeecetomandoalnegroporlostirantes,comosifuerandoscuerdasdearpa, jugandoconellosdevezencuando,mirandoelcieloconairededesprecioyburla,yalzandoundedohuesudo,queapuntabadirectamenteaDios—.Belter,¿sabesloqueteesperaalláarriba?

—Sóloséloquemehandicho.

—¡Sóloloquelehandicho!¡Cristo!¿Hanoído?¡Sóloloquelehandicho!—Hamacó al negro, sosteniéndolo por los tirantes, ociosamente,distraídamente, sacudiendo un dedo bajo la cara negra—. Subirás y subiráscomounpetardoenlanochedelcuatrodejulio,yluego,¡pum!Yalláestarástú,unaspocascenizasdesparramadasenel espacio.Esoschifladoshombresdeciencia,nosabennada,¡losmataránatodos!

—Nomeimporta.

—Me alegro. Porque ¿sabes qué hay allá, en ese planeta Marte?¡Monstruosdeojossaltonesyensangrentadoscomohongos!¡Nolosvisteenesas revistas de cuentos del futuro que compras en la droguería por unamoneda?Eh,¿nolosviste?Bueno,¡esosmonstruosseteecharánencimaytedevoraránhastalostuétanos!

—Nomeimporta,nomeimportanada.

Belter miraba a los que desfilaban por la calle alejándose. El sudor lebrillabasobrelafrenteoscura.Parecíaapuntodedesmayarse.

—Yademásalláarribahacefrío.Nohayaire.Caerás,retorciéndotecomoun pescado, boqueando, y te ahogarás y te ahogarás hastamorir. ¿Te gustaeso?

—Haymuchascosasquenomegustan,señor.Porfavor,señor,déjemeir.Semehacetarde.

—Te dejaré ir cuando esté dispuesto a dejarte ir. Seguiremos charlandoamablementeyyatedirécuándopuedesirte.Yalosabes.Quieresviajar,¿noes cierto?Muy bien, señor camino a través del aire, ¡largo para casa!, ¡y atrabajarhastaquemepaguesloscincuentadólares!¡Tellevarádosmeses!

—Perosimequedoatrabajarperderéelcohete,señor.

Teecepusounacaratriste.

—¿Noesunalástima?

—Ledoymicaballo,señor.

—Elcaballonoesunpagolegal.No,notevashastaquetengamidinero.

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Teecerioentredientessatisfechoyfeliz.

Ungrupodegentenegrasehabíareunidoaescucharlos.Belter,cabizbajo,temblabadepiesacabezayunviejodiounpasoadelante.

Teeceleechóunabrevemirada.

—¿Quépasa?

—¿Cuántoledebeestehombre,señor?

—Nadaqueteinterese.

ElviejomiróaBelter.

—¿Cuánto,hijo?

—Cincuentadólares.

Elviejoabriólasnegrasmanosymiróalagentedealrededor.

—Soisveinticinco.Quecadaunodédosdólares.Pronto,noesmomentodediscutir.

—¡Eh, unmomento!—exclamóTeeceponiéndose tieso, y erguido,muyerguido.

Aparecieronlosdólares.ElviejolosmetiódentrodesusombreroyselosdioaBelter.

—Hijo—comentó—,noperderáselcohete.

Beltermirósonriendodentrodelsombrero.

—No,señor,meparecequeno.

—¡Devuélvelesesedinero!—gritóTeece.

Belter se inclinó respetuosamente, tendiéndole el dinero. Teece no semovió.Belterdepositóeldineroenelpolvo,alospiesdeTeece.

—Ahíestásudinero,señor—dijo—.Muchísimasgracias.

Sonriendo, montó en el caballo, lo hizo avanzar y le dio las gracias alviejo,quecabalgóconélhastaquesealejaronydesaparecieron.

—Hijodeperra—murmurabaTeecemirandociegamentealsol—.Hijodeperra.

—Recogeeldinero,Samuel—dijoalguiendesdeelporche.

Escenas similares se repetían a lo largo del camino. Niños blancos,descalzos,traíancorriendolasnoticias.

—Los que tienen, ayudan a los que no tienen. ¡Y así todos pueden irse!

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Vimos a un rico que le daba a otro diez dólares, cinco dólares, dieciséisdólares,montonesdedólares,¡entodaspartes,todos!

Los blancos sentían un gusto amargo en la boca; cerraban los ojoshinchadoscomosielviento,laarenayelcalorleshubieragolpeadolascaras.

SamuelTeeceestabafurioso.Subióalporcheycontemplóelenjambreenmarcha.Sacudió el revólver.Depronto, no pudomás y se puso a gritarle acualquiera,acualquiernegroquelevantaselosojoshaciaél.

—¡Pum! ¡Otro cohete estalla en el espacio! —gritó para que todospudieranoírlo.Lasoscurascabezasseguíanimpasibles,perolosojosblancosmiraban a un lado y a otro—. ¡Crac! ¡Caen todos los cohetes! ¡Gritos!¡Muertes! ¡Pum! ¡Dios Todopoderoso, cuántome alegra estar aquí, pisandotierrafirme!Comodiceelviejochiste,cuantomásfirme,menostierra.¡Ja,ja!

Los caballos pasaban levantando el polvo de la calle. Los carrostraqueteabansobremuellesrotos.

—¡Pum!—LavozdeTeececlamabasolitariaenmediodelcalor,comosiquisieraatemorizaralpolvooaldeslumbrantecielosoleado—.¡Pam!¡Negrospor todo el espacio! ¡Despedidos fuera de los cohetes como pececitosgolpeadosporunmeteoro!¡DiosSanto!Elespacioestáinundadodemeteoros,¿nolosabíais?¡Claroquesi!¡Ylosgruesosperdigonesentranenloscohetesde lata,y los cohetescaencomopatosoestallanenpedazoscomopipasdeyeso, o latas de sardinas en aceite y bacalao negro! ¡Pum! ¡Pam! ¡Pum!¡Golpeándose como ristras de pimientos verdes!Diezmilmuertos por aquí.Diezmilmuertos por allá. Flotan en el espacio, alrededor y alrededor de laTierra,siempreyparasiempre,heladosymuylejos¡Señor!¿Meoísvosotrosahí?

Silencio.Elríoeraanchoyespeso.Habíaentradoentodaslaschozasdelaplantaciónduranteunahora,ysehabía llevado todos losobjetosdevalor,yarrastrabaahoralosrelojes,lastablasdelavar,laspiezasdesedaylasvarillasdelascortinashaciaalgúnmaroscuroylejano.

Lamareadescendió.Eranlasdosdelatarde.Vinolamareabaja.Elríosesecó, el pueblo calló, y una capa de polvo cubrió las tiendas, los hombressentadosylosárbolesaltosycalientes.

Silencio.

Los hombres sentados en el porche escucharon atentamente. No oyeronnada y extendieron la imaginación y los pensamientos hacia los pradoscercanos donde en las primeras horas del día habían resonado los ecosfamiliares.Aquí y allá, con la obstinada persistencia de la costumbre, habíahabidovocesquecantaban,risasdulcesbajolasramasdelasmimosas,risas

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cristalinas a orillas del arroyo, figuras que se movían e inclinaban en loscampos, y bajo la sombra fresca y verde de la parra, bromas y gritos dealegría.

Yahora,comosiunhuracánsehubierallevadolosruidosdelaTierra,nohabía nada. Puertas esqueléticas colgaban de los goznes de cuero, y losneumáticosdeloscolumpiospendíanenlatardeapacible.Nohabíanadieenlas orillas rocosas del río, donde antes se reunían las lavanderas, y en loshuertos abandonados el sol calentaba los licores ocultos de las sandías. Lasarañascomenzaronatejernuevastelasenlaschozasabandonadas,yelpolvoentró en motas doradas por los techos agujereados. Aquí y allá, una débilhoguera, olvidada en lasúltimasprisas, crecíadepronto, alimentándose conloshuesossecosdeunadesordenadacabaña.Elligerocrepitardelasllamasseelevabaenelairetranquilo.

Loshombresseguíansentadosenelporchedelaferretería,sinparpadear,conlasgargantasresecas.

—Nocomprendoporquésevanahora.Lascosasmejoran,es indudable.Todoslosdías tienennuevosderechos.Enfin,¿quéquieren?Hanquitadoelimpuestoelectoralyhaycadavezmásestadosqueaprueban leyescontraellinchamientoyladiscriminación.¿Quémásquieren?Ganancasitantodinerocomolosblancos,ysinembargosevan.

Enelextremodelacalledesierta,aparecióunabicicleta.

—¡Teece,mira,ahívieneSilly!

Labicicletasedetuvofrentealporche.Lamontabaunnegritodediecisieteaños,todobrazosypiesypiernaslargas,ycabezaredondadesandía.MiróaSamuelTeeceysonrió.

—Ah,hasvuelto.Noteníaslaconcienciatranquila—dijoTeece.

—No,señor.Sólovengoatraerlelabicicleta.

—¿Quépasó?¿Nocabíaenelcohete?

—Noeseso,señor.

—¡Nomedigasloquees!¡Fueradeaquí!¡Nopermitiréquemerobes!—Diounempellónalmuchacho.Labicicletacayó—.Métetedentroyempiezaalimpiarlosbronces.

—¿Cómodice?—preguntóSillyabriendolosojos.

—Yameoíste.HayquedesembalarunosfusilesyacabadellegaruncajóndeclavosdeNatchez...

—SeñorTeece...

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—Yhayquearreglarunacajademartillos...

—SeñorTeece...

Teecelomirófuriosamente.

—¡Todavíaestásahí!

—SeñorTeece,siustedmedierapermisoparanotrabajarhoy...—dijoelmuchachocomodisculpándose.

—Nitampocomañana,nipasadomañana,nitodoslosdemásdías—dijoTeece.

—Temoqueasísea,señor.

—Hacesbienentemerlo.Venaquí.—Hizoqueelmuchachoatravesaseelporcheysacóunpapeldeunescritorio—.¿Teacuerdasdeesto?

—Señor...

—Es tu contrato. Tú mismo lo firmaste. Esta cruz es tuya, ¿no es así?Contesta.

—Yonofirméeso,señorTeece.Cualquierapuedehacerunacruz.

Elmuchachotemblaba.

—Escúchame, Silly: «Contrato. Trabajaré con el señor Samuel Teecedurantedosañosapartirdelquincedejuliodelañodosmiluno,ysidecidoirmeleavisaréconcuatrosemanasdeanticipaciónyseguirétrabajandohastaqueotroocupemipuesto».Yalooyes.—YTeecegolpeabaelpapel,conlosojos brillantes—. ¿Buscas dificultades? Bien, llevaremos el asunto a lajusticia.

—Nopuedo,señor—gimióelmuchacho,yunaslágrimaslerodaronporlacara—.Sinovoyhoy,noirénunca.

—Comprendoloquesientes,Silly.Sí,muchacho,tecompadezco.Perotetrataremos bien y te daremos buena comida, muchacho. Ahora, entras, teponesatrabajar,yolvidastodasesastonterías,¿eh,Silly?Claroquesí.

Teecesonrióconunamuecaypalmeóelhombrodelnegrito.

Silly se volvió ymiró a los hombres que estaban sentados en el porche.Apenaspodíaverahora,cegadoporlaslágrimas.

—Quizá...Quizásalgunodeesosseñores...

Los hombres alzaron lentamente la cabeza en las sombras calurosas,inquietas,ymiraronprimeroalmuchachoydespuésaTeece.

—¿Acaso estás pensando que un hombre blanco va a ocupar tu puesto,

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muchacho?—preguntóTeecefríamente.

El viejo Quartermain sacó las manos rojas de encima de las rodillas,contemplópensativoelhorizonteydijo:

—Teece,¿sirvoyo?

—¿Qué?

—TomoelpuestodeSilly.

Todoscallaron.Teecesebalanceóenelaire.

—Abuelo—dijoentonodeadvertencia.

—Dejaqueelmuchachosevaya.Yolimpiarélosbronces.

—¿Loharíausted,loharíausted,deveras?

Sillycorrióhaciaelviejo,riéndose,conlágrimasenlasmejillas,incrédulo.

—Claroquesí.

—Abuelo—dijoTeece—,notemetas.

—Teece,déjaloir.

Teeceseadelantóytomóalmuchachoporelbrazo.

—Esmío.Loencerraréenelcuartodelfondohastalanoche.

—¡No,señorTeece!

Elmuchachoseechóa llorar, con losojosapretados,yel llanto llenóalairedelporche.Enel extremode lacalleaparecióunForddestartaladoconunaúltimacargadegentedecolor.

—Ahívienemifamilia,señorTeece.¡Porfavor!¡Porfavor,señorTeece!

—Teece—dijounhombredelporche,levantándose—,déjaloir.

—Opinolomismo,Teece—dijootroincorporándosetambién.

—Yyo—dijountercero.

—¿Qué pretendes, Teece? —Todos los hombres hablaban ahora—.Suéltalo.

—Déjaloir.

Teecemetiólamanoenunbolsillo,buscandoelarma.Violascarasdelosotroshombresysacólamanovacía.

—¿Conqueesastenemos?

—Asíes—dijouno.

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Teecesoltóalmuchacho.

—Muybien,vete.—Señalólatrastiendaconunmovimientodelbrazo—.Perosupongoquenomedejarástuscachivachesestorbandoenmitienda.

—No,señor.

—Sacatodoloquetienesenesachozadelfondo.Quémalo.

Sillysacudiólacabeza.

—Mellevarémiscosas.

—Novanapermitirquelasmetasenesecohetemaldito.

—Melasllevaré—insistióelmuchacho.

Entró de prisa en la ferretería. Se oyeron los ruidos de una escoba y deunos trastosquecambiabandesitio,yunmomentodespuésSilly reaparecióconlasmanoscargadasdetromposycanicas,deviejascometaspolvorientasyotrostesorosreunidosduranteaños.ElviejoFordllegójustoentoncesfrentealporcheySillysubióycerródeungolpelaportezuela.Teeceestabadepieenelporcheconunasonrisaamarga.

—¿Quévasahaceralláarriba?

—Empezarédenuevo—contestóSilly—.Tendrémipropiaferretería.

—¡Maldito seas! ¡Aprendiste a hacer el trabajo sólo para escapar yaprovecharte!

—No,señor.Nuncapenséqueestoocurriríaalgúndía.Perohaocurrido.Ahoranopuedoolvidarloqueaprendí,señorTeece.

—Supongoquehabréisbautizadoloscohetes...

Losnegrosmiraronelrelojdelcoche.

—Sí,señor.

—ComoElías y elCarro, ElGranVehículo yEl PequeñoVehículo. Fe,EsperanzayCaridad,yotrosnombresparecidos.

—Bautizamoslasnaves,señorTeece.

—Dios, Hijo y Espíritu Santo, supongo. Dime, muchacho, ¿no hayningunollamadoPrimeraIglesiaBaptista?

—Tenemosquemarcharnos,señorTeece.

Teeceseechóareír.

—TendréisunollamadoSwinglowyotrollamadoSweetChariot.

Elcochearrancó.

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—¡Adiós,señorTeece!

—AlgunosellamaráRollDemBones.

—Adiós,señor.

—Y otro Over Jordan ¡Ja! Bueno, cárgate ese cohete a la espalda,muchacho,vuelaconél,revientaconél,¡yavescuántomeimporta!

Elcochesealejóbalanceándoseenelpolvo.Elmuchachoseincorporó,sevolvió,acercólasmanosalaboca,ygritóporúltimavez:

—¡Señor Teece! ¡Señor Teece! ¿Qué va a hacer ahora por las noches?¿Quévaahacerporlasnoches,señorTeece?

Silencio.Elautomóvilsealejóporelcaminoydesapareció.

—¿Quédiablos quiso decir?—murmuróTeece pensativo—. ¿Quévoy ahacerporlasnoches?

Miró cómo el polvo volvía a posarse en el camino, y de prontocomprendió.

Recordólasnochesenqueunoshombresdemiradatorva,sentadosenlosdosasientosdeunautomóvil,conlasrodillasmuysalientes,yentreellaslosfusilesmássalientesaún, llegabanasucasacomouncargamentodesifonesbajo los árboles nocturnos del estío. Tocaban la bocina y él salía dando unportazo,conunarmaenlamano,riéndosepordentroyelcorazónlatiéndoledeprisa,comoelcorazóndeunniñodediezaños.Sealejabanporlasombríaycálidacarretera.Ellazodecuerdadecáñamoestabaenrolladoenelpisodelcoche,ylascajasdebalasabultabanentodoslosbolsillos.¡Cuántasnochesalolargodelosaños,cuántasnochesenlasqueelvientoembestíaelcoche,lesechabaelpelosobrelosojostorvosyrugíamientrasbuscabanunárbolgrandeyrobustoyllamabanalapuertadeunacabaña!

—¡Conqueesoqueríadecirelhijodeperra!—Teecediounsaltohacialaluz del sol, ¡Vuelve, bastardo! ¿Qué voy a hacer por las noches? Insolente,asquerosohijode...

Eraunabuenapregunta.Sesintiódébil,enfermo.Sí,¿quéibaahacerporlasnoches?

Ahoraquesehabíanmarchado,¿quéibaahacer?

Sacóelarmadelbolsilloyverificólacarga.

—¿Quéestástramando,Sam?—preguntóuno.

—Mataraesehijodeperra.

—Noteacalores—ledijoelviejoQuartermain.

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PeroSamuelTeeceestabayaenlatrastiendadelaferretería.Unmomentodespuésaparecióenlacalleenuncocheabierto.

—¿Quiénvieneconmigo?

—Me gustaría dar un paseo —contestó el viejo poniéndose de pie. —¿Algunomás?

Nadiecontestó.

Elviejosubióalcoche,cerródegolpelaportezuelaysealejaronenvueltosen un torbellino de polvo. No se hablaron mientras se precipitaban por elcamino,bajoelcielobrillante.Enloscampossecosreverberabaelcalor.

—¿Qué camino tomaron?—preguntóTeece. deteniendo el coche enunaencrucijada.

Elviejoentornólosojos.

—Derecho,adelante,meparece.

Continuaron.Bajolosárbolesdelestíoelcocheeraunsonidosolitario.Lacarreteraestabadesierta,ymientrasseadelantabanadvirtieronalgonuevo.

Teece aminoró lamarcha ymiró por la ventanilla, los ojos amarillos defuria.

—Malditasea,abuelo,¿visteloquehanhecho?

—¿Qué?—dijoelviejomirandoelcamino.

En bultos cuidadosamente alineados, a lo largo de la carretera, a pocadistanciaunosdeotros,habíaunosviejospatinesderuedas,unaschucheríasenvueltas en trapos, unos zapatos rotos, una rueda de carro, pilas depantalones,chaquetasysombrerospasadosdemoda,unosadornosdecristalqueenotrotiempotintinearonenelviento,unaslatasdegeranios,bandejasdefrutas de cera, cajas de zapatos condinerodelSur, tablas de lavar, cuerdas,pastillasdejabón,eltriciclodealguien,lastijerasdepodardealgúnotro,uncamiónde juguete,unacajadesorpresas,unvidriodeslustradode la iglesiabaptista, viejas ruedas de automóviles, colchones, almohadones, mecedoras,tarrosde cold cream, espejosdemano.No loshabían tirado, no; los habíandepositadoconcuidadoyordenenelbordepolvorientodelacarretera,comosi todos los habitantes de una ciudad hubiesen caminado hasta allí con lasmanos llenas de cosas, y a la señal de una enorme trompeta de bronce, lohubierandejadotodoenelpolvo,antesdeelevarsedirectamentehaciaelazuldelcielo.

—No querían quemar nada —dijo Teece, furioso—. No, no quisieronquemarsuscosascomoyodije.Teníanquetraerlasydejarlasenlacarretera,parapoderverlasjuntasporúltimavez.Esosnegrossecreenmuylistos.

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Teece avanzó kilómetro tras kilómetro evitando los bultos, aplastandopaquetesdepapeldeperiódico,rompiendocajas,espejos,sillas.

—Aquí,maldición,¡yaquí!

Unneumáticodelanteromurióconunsilbido.Elautomóvilsedesviódelacarreteraycayóenunazanja,arrojandoaTeececontraelparabrisas.

—¡Hijosdeperra!

Teecesesacudióelpolvoysaliódelautomóvil,casillorandoderabia.

Mirólacarreterasilenciosaydesierta.

—Nolosalcanzaremosnunca,nunca.

Los paquetes se amontonaban hasta el horizonte, cuidadosamenteagrupados,comoreliquiasabandonadasalcálidovientode lasúltimashorasdelatarde.

Teeceyelviejo llegarona la ferreteríaunahoradespués,arrastrando laspiernas.Loshombresestabanaúnallí,escuchandoyexaminandoelcielo.Enelmismo instante en que Teece se sentaba y se sacaba los zapatos, alguiengritó.

—¡Miren!

—Antesmemuero—dijoTeece.

En los algodonales, el viento soplóociosamente entre los coposblancos.Encamposmáslejanos,madurabanlassandías,intactas,rayadaseinmóvilescomogatostendidosalsol.

Perolosdemásmiraron.Yvieronqueunoshusosdoradosseelevabanalolejos,enelcielo,conunaesteladellamas,ydesaparecían.

Loshombresdelporchesesentaron,semiraronunosaotros,miraronlosrollos de cuerda amarilla ordenados en los estantes, observaron las cajas debalas relucientes y vieron en las sombras las pistolas plateadas y los largoscañosnegrosdelosfusiles.Unodeellossellevóunabriznadepajaalaboca.Otrodibujóunafiguraenelpolvo.

YSamuelTeecelevantóconairetriunfalunzapatovacío,lodiovuelta,lomiróbien,ydijo:

—¿Lo notaron ustedes? ¡Hasta el último momento, por Dios, me llamó«señor»!

2004-2005—Laeleccióndelosnombres

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Llegaronalasextrañastierrasazulesylespusieronsusnombres:ensenadaHinkston, cantera Lusting, río Black, bosque Driscoll, montaña de losPeregrinos,ciudadWilder,nombrestodosdegenteydelashazañasdegente.Enel lugardonde losmarcianosmatarona losprimeros terrestres, habíaunpuebloRojo, en recuerdo de la sangre de esos hombres.El lugar donde fuedestruida la segundaexpedición se llamabaSegundaTentativa.En todos lossitios donde los hombres de los cohetes quemaban el suelo con calderosardientes, quedaban como cenizas los nombres. Y, naturalmente, había unacolinaSpenderyunaciudadNathanielYork...

Los antiguos nombres marcianos eran nombres de agua, de aire y decolinas.Nombresdenievesquedescendíanporloscanalesdepiedrahacialosmares vacíos. Nombres de hechiceros sepultados en ataúdes herméticos ytorres y obeliscos. Y los cohetes golpearon como martillos esos nombres,rompieronlosmármoles,destruyeronlosmojonesdearcillaquenombrabanalospueblosantiguos,ylevantaronentrelosescombrosgrandespilonesconlosnuevos nombres: Pueblo Hierro, Pueblo Acero, Ciudad Aluminio, AldeaEléctrica,PuebloMaíz,VillaCereal,DetroitII,yotrosnombresmecánicos,yotrosnombresdemetalesterrestres.

Ydespuésdeconstruirybautizar lospueblos, construyeronybautizaronlos cementerios: colina Verde, pueblo Musgo, colina Bota, y los primerosmuertosbajaronalassepulturas...

Y cuando todo estuvo perfectamente catalogado, cuando se eliminó laenfermedadylaincertidumbre,yseinauguraronlasciudadesysesuprimiólasoledad, los sofisticados llegaron de la Tierra. Llegaron en grupos, devacaciones,paracomprar recuerdosdeMarte, sacar fotografíasoconocer elambiente; llegaron para estudiar y aplicar leyes sociológicas; llegaron conestrellas e insignias y normas y reglamentos, trayendo consigo parte delpapeleoquehabíainvadidolaTierracomounamalahierba,yqueahoracrecíaenMartecasiconlamismaabundancia.Comenzaronaorganizarlavidadelasgentes, sus bibliotecas, sus escuelas; comenzaron a empujar a las mismaspersonas que habían venido a Marte escapando de las escuelas, losreglamentosylosempujones.

Eraporlotantoinevitablequealgunasdeesaspersonasreplicarantambiénconempujones...

Abrilde2005—UsherII

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—«Durante todo un día de otoño, triste, oscuro y silencioso, cuando lasnubes colgaban opresivas y bajas en los cielos, yo había estado cruzando,montadoacaballo,unaregiónsingularmentelóbrega,ydepronto,cuandoyase cerraban las sombras de la noche,me encontré delante de lamelancólicaCasaUsher...»

El señorWillíam Stendahl dejó de recitar. Allí, sobre una colina baja ynegra,estabalaCasa,ylapiedraangularteníaunainscripción:2005A.D.

—Yaestáterminada—dijoelseñorBigelow,elarquitecto—.Aquítienelallave,señorStendahl.

Las dos figuras se alzaban inmóviles en la tranquila tarde otoñal. Losplanosazulescrujíansobrelahierbadecolordecuervo.

—LaCasaUsher—dijoelseñorStendahlconsatisfacción—.Proyectada,construida,comprada,pagada.¿ElseñorPoenoestaríaencantado?

ElseñorBigelowentornólosojos.

—¿Eraestoloquequería,señor?

—¡Sí!

—¿Elcolorestábien?¿Esdesoladoyterrible?

—¡Muydesolado,muyterrible!

—¿Lasparedesson...lívidas?

—¡Asombrosamentelívidas!

—¿Lalagunaesbastantenegraysiniestra?

—Increíblementenegraysiniestra.

—Ylosjuncos,nosésisabeusted,señorStendahl,queloshemosteñido,¿tienenahoraelcolorgrisyébanoapropiado?

—¡Sonhorribles!

ElseñorBigelowconsultósusplanosarquitectónicos.

—LaCasa, la laguna, el suelo, señorStendahl, «¿enfrían y acongojan elcorazón,entristecenelpensamiento»?

—SeñorBigelow, vale lo que cuesta, hasta el último centavo.Diosmío,¡quéhermosaes!

—Gracias. He tenido que trabajar a ciegas. Por fortuna, tenía usted suspropioscohetes,onohubiésemospodidotraerlamayorpartedelequipo.Yahabráobservadoustedelpermanentecrepúsculo,elinvariablemesdeoctubre,la tierra desnuda, estéril, muerta. Hemos trabajado mucho. Matamos todo.

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DiezmiltoneladasdeDDT.Nohaquedadounarana,unavíbora,nisiquieraunamoscamarciana.Crepúsculopermanente,señorStendahl,estoyorgulloso.Unas máquinas ocultas oscurecen el sol. Todo es siempre adecuadamente«siniestro».

Stendahl respiró la tristeza, la opresión, los vapores pestilentes, toda la«atmósfera»tandelicadamenteconcebidayadaptada.¡YlaCasa!¡Esehorrortambaleante,lalagunamaléfica,loshongos,laextendidaputrefacción!¿Quiénpodíaadivinarsieraonodematerialplástico?

Stendahlmiróelcielodeotoño.Enalgúnsitio,alláarriba,másallá,muylejos,estabaelsol.EnalgúnsitioeraabrilenMarte,unmesamarillodecieloazul.Enalgúnsitio,alláarriba,descendíanlasnavesconunaesteladellamas,dispuestas a civilizar unplanetamaravillosamentemuerto.Pero el fragor delos cohetes no llegaba a este mundo sombrío y silencioso, a este antiguomundootoñalyapruebaderuidos.

—Ahoraquemitareahaterminado—dijoelseñorBigelow,intranquilo—,¿puedopreguntarlequévaahacerustedcontodoesto?

—¿ConUsher?¿Nolohaadivinado?

—No.

—¿ElnombredeUshernosignificanadaparausted?

—Nada.

—Bueno,¿yestenombre:EdgarAllanPoe?

ElseñorBigelowmeneólacabeza.

—Porsupuesto—gruñódelicadamenteelseñorStendahl,condesalientoydesprecioa lavez—.¿Cómopudepensarqueconocealbendito señorPoe?Murióhacemuchotiempo,antesqueLincoln.QuemarontodossuslibrosenlaGranHoguera.Haceyatreintaaños...

—Ah—dijojuiciosamenteelseñorBigelow—.¡Unodeaquéllos!

—Sí,Bigelow,unodeaquéllos.AllíardieronPoeyLovecraftyHawthorneyAmbroseBierce,ytodosloscuentosdemiedo,defantasíaydehorror,yconellosloscuentosdelfuturo.Implacablemente.Sedictóunaley.Oh,noeracasinada al principio. Mil novecientos cincuenta y mil novecientos sesenta.Primero censuraron las revistas de historietas, las novelas policiales, y porsupuesto, las películas, siempre en nombre de algo distinto: las pasionespolíticas, losprejuicios religiosos, los interesesprofesionales.Siemprehabíaunaminoríaqueteníamiedodealgo,yunagranmayoríaqueteníamiedodelaoscuridad,miedodelfuturo,miedodelpresente,miedodeellosmismosydelassombrasdeellosmismos.

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—Ya.

—Tenían miedo de la palabra «política», que entre los elementos másreaccionariosacabóporsersinónimodecomunismo,demodoquepronunciaresapalabrapodía costarle auno lavida.Yapretandoun tornillo aquíyunatuercaallá,presionando,sacudiendo, tironeando,elarteyla literaturafueronmuy pronto como una gran pasta de caramelo, retorcida y aplastada, sinconsistencia y sin sabor. Poco después las cámaras cinematográficas sedetuvieron, los teatros quedaron a oscuras, y de las imprentas que antesinundabanelmundoconunNiágaradematerialdelectura,brotóunamateriainofensivaeinsípida,comodeuncuentagotas.¡Oh,hastael«entretenimiento»eraextremista,seloaseguro!

—¿Deveras?

—Asíes.Elhombre,decían,hadeafrontarlarealidad.¡HadeafrontarelAquí y el Ahora! Todo lo demás tiene que desaparecer. ¡Las hermosasmentirasliterarias,lasilusionesdelafantasía,handeserderribadasenplenovuelo!Y las alinearon contra la pared de una biblioteca un domingo por lamañana,hacetreintaaños.AlinearonaSantaClaus,yaljinetesinCabeza,yaBlancaNieves y Pulgarcito, y aMiMadre laOca.... Oh, ¡qué lamentos!, yquemaronloscastillosdepapelylossaposencantadosyalosviejosreyes,yatodoslosque«fueroneternamentefelices»,puesestabademostradoquenadiefueeternamentefeliz,yel«habíaunavez»seconvirtióen«nohaymás».YlascenizasdelfantasmaRickshawseconfundieronconlosescombrosdelpaísdeOz,ehicieronunospaquetesconloshuesosdeOzmayGlindalaBuena,ydestrozaron a Polícromo en un espectroscopio y sirvieron a JackCabeza deCalabaza con un poco de merengue en el baile de los biólogos. La BellaDurmientedespertóconelbesodeunhombredecienciayexpiróconelfatalpinchazodesujeringa.HicieronqueAliciabebieraalgodeunabotellaqueladevolvió a un tamaño donde no podía seguir gritando «más curioso y máscurioso»yrompieronelEspejodeunmartillazoyacabaronconelReyRojoylaOstra.

El señor Stendahl apretó los puños, jadeante, el rostro enrojecido. ¡OhDios,nohabíapasadotantotiempo!

EncuantoalseñorBigelow,lalargaexplosióndelseñorStendahllohabíadejadoestupefacto.Alfinparpadeóydijo:

—Losiento.Nosédequémehablausted.Sólonombresparamí.HeoídodecirquelaGranHoguerafueunacosabuena.

—¡Fuera!—gritó Stendahl—. ¡Su trabajo ha terminado, y ahora déjemesolo,idiota!

ElseñorBigelowllamóaloscarpinterosysealejó.

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ElseñorStendahlsequedósoloantelaCasa.

—Oídme todos—les dijo a los invisibles cohetes—.Vine aMarte paraalejarmedevosotros,gentedeMenteLimpia,perollegáisenenjambrescadavezmásespesos,comomoscasalacarroña.Puesbien,hallegadomihora.OsdaréunabuenalecciónporloquelehicisteisalseñorPoeenlaTierra.¡Desdehoy,cuidado!¡LaCasaUsherestáabierta!

Yalzóalcielounpuñoamenazante.

Elhombresaliódelcoheteconairedespreocupado.Leechóunamiradaala Casa, y una expresión de irritación y disgusto le ensombreció los ojosgrises.Cruzóelfosoyseacercóalhombrecitoqueesperabaallí.

—¿UstedesStendahl?

—YosoyGarrett,inspectordeClimasMorales.

—¿DemodoquealfinllegaronaMarte,ustedeslosdelClimaMoral?Meestabapreguntandocuándoaparecerían.

—Llegamos la semana pasada. Muy pronto todo será aquí limpio yordenado como en laTierra—dijoGarrett, y sacudió irritado una tarjeta deidentidad,señalandolaCasa—.¿Porquénomedicequeesesto,Stendahl?

—Uncastilloencantado,sileparece.

—Nomegusta,Stendahl,nomegusta.Elsonidodeesapalabraencantado.

—Noesnadacomplicado.Enelañodegraciadosmilcinco,heconstruidoun santuario mecánico: murciélagos de cobre que vuelan en rayoselectrónicos, ratas de bronce que corretean por sótanos dematerial plástico,esqueletos robots que bailan, vampiros robots, arlequines, lobos, fantasmasblancos,productostodosdelaquímicayelingeniodelhombre.

—Loquemetemía—dijoGarrettsonriendopacíficamente—.Tendremosqueecharabajolacasa,señorStendahl.

—Sabíaquevendríanustedes,tanprontocomoseenteraran.

—Hubieravenidoantes,peroenClimasMoralesqueríamosestarsegurosde las intenciones de usted.Los desmanteladores y la brigada de incendios,podemostenerlosaquíalahoradelacena.YamedianochenoquedarádesuCasaniloscimientos.SeñorStendahl,mepareceustedunpocobobo.Gastarenunatonteríadineroganadocontrabajo.Porlomenoslehacostadoaustedtresmillonesdedólares.

—Cuatromillones.Peroenmijuventud,señorGarrett,heredéveinticincomillones.Me puedo permitir este gasto. Es una lástima, sin embargo, haberterminadolaCasanohacemásdeunahorayqueyaseprecipitensobreella

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usted y sus desmanteladores ¿No podría dejarme disfrutar de mi juguetedurantedigamos,veinticuatrohoras?

—Yaconoceustedlaley.Esmuyestricta.Nadadelibros,nadadeCasas,nadaquepuedasugerirdealgunamanerafantasmas,vampiros,hadasyotrascriaturasdelaimaginación.

—¡ProntoquemaránalosBabbitt!

—Usted nos dio mucho que hacer, señor Stendahl. Consta en nuestrosregistros.Haceveinteaños.EnlaTierra.Ustedysubiblioteca.

—Sí, yo y mi biblioteca. Y unos pocos más como yo. Oh, ya nadie seacordabadePoe,deOzydelosotros.Peroyoteníamipequeñorefugio.Unospocos ciudadanos conservamos nuestras bibliotecas hasta que llegaronustedes, con antorchas e incineradores, y destrozaron y quemaron miscincuentamil libros.Undíaatravesaron tambiénconunpaloel corazóndeldíadeTodoslosMuertos,ylesdijeronalosproductoresdecinequesiqueríanhacer algo se limitasen a repetir y a repetir, una y otra vez, a ErnestHemingway. ¡Dios santo, cuántas veces he visto Por quién doblan lascampanas!Treintaversionesdiferentes.Todasrealistas.¡Oh,elrealismo!¡Ohelaquí,ohelahora,ohelinfierno!

—Esinútilamargarse.

—Señor Garrett, usted tiene que presentar un informe completo, ¿no esasí?

—Sí.

—Aunque sólo sea por curiosidad, entre ymire un rato. No tardaremosmásdeunminuto.

—Muybien.Guíeme.Ynadadetrampas.Estoyarmado.

LapuertadelaCasaUsherseabriórechinando,ydejóescaparunvientodehumedad,yseoyeronunosgemidosyunossuspirosmuyhondos,comosigrandesfuellessubterráneosrespiraranenlejanascatacumbas.

Unaratacorrióporelsuelodepiedra.Garrett,gritando,lediounpuntapié.La rata rodó, y de su piel de nailon brotó una increíble horda de moscasmetálicas.

—¡Asombroso!—Garrettseinclinóymiró.

Una vieja bruja estaba sentada en un nicho y barajaba con temblorosasmanos de cera un mazo anaranjado y azul de naipes de Tarot. Sacudió lacabeza, y le siseó a Garrett a través de la boca desdentada, golpeando losnaipesgrasientosconlaspuntasdelosdedos.

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—¡Lamuerte!—gritó.

—Aesto,precisamente,merefería—dijoGarrett—.¡Deplorable!

—Permitiréqueustedmismolaqueme.

—¿Deveras?—dijoGarrettsatisfecho.Enseguidafruncióelentrecejo—.Hedereconocerqueselotomaustedmuybien.

—Mebasta haber podido crear este sitio. Poder decir que lo hice.Decirquehecreadounambientemedievalenunmundomodernoeincrédulo.

—Yomismonopuedodejardeadmirarelgenioinventivodeusted,señor.

Garrettmiróunanieblaquepasaba,susurrandoysusurrando,yqueparecíaunahermosayvaporosamujer.Enelfondodeunpasillohúmedogiraronunasruedas, y como hilos de caramelo lanzados por unamáquina centrífuga, lasneblinasflotaronmurmurandoenlosaposentossilenciosos.

Ungorilabrotódelanada.

—¡Cuidado!—gritóGarrett.

Stendahlgolpeólevementeelpechonegrodelgorila.

—No tema.Un robot.Cobre y otrosmateriales, como la bruja. ¿Ve?—Tocólapieldescubriendounostubosdemetal.

—Sí.—Garrettalargótímidamenteunamano—.Pero¿porqué?¿Porquétodoesto,señorStendahl?¿Quéloobsesiona?

—La burocracia, señor Garrett. Ahora no puedo explicárselo. Pero elgobiernolosabrámuypronto.—YStendahlhizounaseñaalgorila—.Bien.Ahora.

ElgorilamatóalseñorGarrett.

—¿Estamoslistos,Pikes?

Pikes,inclinadosobrelamesa,alzólosojos.

—Sí,señor.

—Hahechoustedunespléndidotrabajo.

—Bueno, para eso me pagan, señor —dijo Pikes suavemente mientraslevantabaelpárpadodeplásticodel robotyajustabaconprecisiónelojodevidrioalosmúsculosdegoma—.Yaestá.

—LaveraefigiedelseñorGarrett.

Pikesseñaló lamesa rodantedondeyacíaelcadáverdelverdaderoseñorGarrett.

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—¿Quéhacemosconél,señor?

—Quémelo,Pikes.NonecesitamosdosGarrett,¿noescierto?

Pikesarrastrólamesahastaelincineradordeladrillo.

—Adiós—dijo,metiódentroalseñorGarrettycerrólapuerta.

—Adiós.

Stendahlmiróalrobot.

—¿Recuerdalasinstrucciones,Garrett?

—Sí,señor.—Elrobotsesentóenlamesamuytieso—.VuelvoaClimasMorales. Redactaré un informe complementario. Demoren intervencióncuarentayochohoras.Continúoinvestigando.

—Bien,Garrett.Adiós.

ElrobotcorrióhaciaelcohetedeGarrett,entró,ysefuevolando.

Stendahlsevolvió.

—Bueno,Pikes,ahoraenviaremoslasúltimasinvitacionesparaestanoche.Creoquenosdivertiremos,¿noescierto?

—Teniendo en cuenta que hemos esperado veinte años, ¡será toda unafiesta!—Seguiñaronlosojos.

Las siete.Stendahlmiró su reloj.Era casi la hora.Hizogirar la copadejerezenlamano,yluegosesentó,tranquilamente.Sobreél,entrelasvigasderoble,losmurciélagos,dedelicadoshuesosdecobreocultosbajolacarnedecaucho, chillabany lomirabanparpadeando.Stendahl levantó la copahaciaellos.

—Pornuestroéxito—dijo.

Yreclinándoseenelsofácerrólosojosyconsideróotravezelasunto.Conquéplacer recordaría esta noche cuando fuera viejo.El gobierno antisépticopagaba al fin sus conflagraciones y sus terrores literarios.Oh, cómo habíancrecidoenéllafuriayelodioalolargodelosaños.Oh,cómoelplanhabíacobrado forma lentamente en sumente aletargada,hasta eldía enquehabíaconocidoaPikes,tresañosatrás.

Ah,sí,Pikes.Pikes,corroídoporunaamarguraprofunda,comounoscuropozo de ácido verde. ¿Quién era Pikes? El más grande de todos. Pikes, elhombredediezmilcaras,unafuria,unahumareda,unanieblaazul,unalluviablanca,unmurciélago,unagárgola,unmonstruo,¡esoeraPikes!¿SuperioraLonChaney,padre?Stendahl,quehabíavistoaLonChaneynochetrasnoche,enpelículasviejas,muyviejas,meditóunosinstantes.Sí,superioraChaney.

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¿Superior a aquella otra vieja momia? ¿Cómo se llamaba? ¿Karloff? Muysuperior.¿Lugosi?Lacomparacióneraodiosa.No,nohabíamásqueunPikes.Ylehabíanprohibidotodassusfantasías.NohabíalugarparaélenlaTierra,nigentequepudieraadmirarlo.¡Nisiquierapodíarepresentaranteunespejo,antesímismo!

¡Pobre, imposible y derrotadoPikes! ¡Qué habrás sentido, Pikes, aquellanocheenquearrancarontuspelículasdelascámaras,comosilessacaranlasentrañas, tus propias entrañas, para arrojarlas luego en rollos y pilas a lasllamasdeunhorno!¿Habrás sufrido tantocomoyocuandodestruyeronmiscincuenta mil libros sin una disculpa? Sí, sí. Stendahl sintió que una furiainsensata lehelaba lasmanos.Cómono ibaasernaturalqueen incontablesmedias noches conversaran consumiendo interminables cafeteras, y que deesasconversacionesydeesefermentoamargosaliera...laCasaUsher.

Seoyeronlascampanadasdeunagraniglesia.Llegabanlosinvitados.

Stendahl,sonriendo,fuearecibirlos.

Adultos sinmemoria, los robotsesperaban.Vestidosde sedaverdecomolos charcos de los bosques, envueltos en sedas del color de las ranas y loshelechos, ellos esperaban. Envueltos en pieles amarillas, como el sol y laarena, los robots esperaban. Aceitados, con huesos de tubos de broncesumergidos en gelatina. En cajas demadera, en ataúdes fabricados para losquenoestabanvivosnimuertos,losmetrónomosesperabanquelospusieranen marcha. Un olor de lubricación y bronces torneados. Un silencio decementerio.Sexuados,perosinsexo,losrobots.Nominados,perosinnombre,contodaslascaracterísticashumanasmenoslahumanidad,enunamuertequeni siquiera era muerte, ya que nunca había sido vida, los robots mirabanfijamente las tapascerradasdesuscajas,esascajasen lasquealguienhabíagrabado las letras EO.B. Y de pronto rechinaron los clavos. De pronto selevantaronlastapas,hubosombrasenlascajas,yunamanoapretóunalatadeaceite.Seoyóellevetictacdeunreloj,luegootroyotro,hastaqueelsótanoseconvirtióenunainmensayronroneanterelojería.Lospárpadosdegomaseabrieronydescubrieronlosojosdemármol;lasnaricespalpitaron;losrobotsse levantaron vestidos con una velluda piel de mono, o una piel blanca deconejo;TweedledumdetrásdeTweediedee, laTortugayelRatón,cadáveresdeahogadosenunmardesalyalgas,ahorcadosderostrosvioláceosyojosdesorbitados y viscosos, seres de hielo y de ardientes oropeles, enanos dearcillaygnomosdepimienta,Tik-Tok,Ruggedo,SantaClausprecedidoporuntorbellinodenieve,BarbaAzulconpatillasdeacetileno,ynubessulfurosascon lenguasde fuegoverde, y por últimoundragóngigantescoy escamosoquellevabaunhornoenelvientrecruzólapuertaconungrito,unrugido,unsilencio,untorrente,unaráfaga.Diezmiltapascayeron.LarelojeríainvadióUsher.Lanocheestabaencantada.

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Unacálidabrisapasó sobre elpaisaje.Los invitados llegaronencohetesqueabrasabanelcieloytransformabanelotoñoenprimavera.

Loshombresvestidosdeetiquetasalierondeloscohetes,ydetrásdeellossalieronlasmujeresconpeinadosmuyaltosycomplicados.

—¡AsíqueestoesUsher!

—¿Perodóndeestálapuerta?

En esemomento apareció Stendahl. Lasmujeres reían y parloteaban. Elseñor Stendahl levantó unamano imponiendo silencio. Se volvió,miró unaaltaventanadecastilloyllamó:

—Rapunzel,Rapunzel,suéltaleelpelo.

Yalláarriba,unahermosadoncellaseinclinósobreelvientodelanoche,ysesoltóelcabellodorado.Yelcabelloflotóyseretorcióyfueunaescalera,ylosinvitadossubieronriendo,yentraronenlaCasa.

¡Muy eminentes sociólogos! ¡Inteligentes psicólogos! ¡Tremendamenteimportantespolíticos,bacteriólogosyneurólogos!Allíestaban,entreparedeshúmedas.

—¡Bienvenidos!

El señorTVron, el señorOwen, el señorDunne, el señorLang, el señorSteffen,elseñorFletcher,ydosdocenasmás.

—Pasen,pasen.

LaseñoritaGibbs,laseñoritaPope,laseñoritaChurchill,laseñoritaBlunt,laseñoritaDrummondyunaveintenadeotrasresplandecientesmujeres.

Personaseminentes,sí,eminentestodasellas,miembrosdelaSociedaddeRepresióndelaFantasía,enemigosdelafiestadeTodoslosMuertosydeldíadeGuyFawkes,cazadoresdemurciélagos,incendiariosdelibros,portadoresde antorchas; ciudadanos pacíficos y limpios, ciudadanos que habían, todosellos, esperado a que los hombres toscos llegaran aMarte, enterraran a losmarcianos, limpiaran las ciudades, construyeran pueblos, repararan lascarreteras y suprimieran todos los peligros.Después, cuando ya todo estabatranquilo,vinieronellos, losaguafiestas,gentesconojosdecolordeyodoysangredemercuriocromoaimponersusClimasMorales,arepartirbondad.¡Yésos eran los amigos deStendahl! Sí, con cuidado, conmucho cuidado, loshabíabuscado,unoporuno,yenelúltimoañopasadoen laTierrasehabíahechoamigodetodosellos.

—¡BienvenidosalasantesalasdelaMuerte!—lesgritó.

—Hola,Stendahl,¿quéesesto?

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—Yaloverán,Quesedesvista todoelmundo.Entrenenestoscuartosycámbiensederopa.Loshombresaquí,lasmujeresallá.

Losinvitados,unpocointranquilos,nosemovieron.

—Nosésidebemosquedarnos—dijolaseñoritaPope—.Nomegustaelaspectodetodoesto.Escasi...unablasfemia.

—¡Quétontería!Esunbailededisfraz.

—Parecealgoilegal—gruñóelseñorSteffens.

Stendahlseechóareír.

—Vamos,vamos,diviértanse.Mañanatodoestoseráunaruina.Entrenenloscuartos.

LaCasaresplandeció,devidaycolor.Losarlequinescorríancongorrosdecascabeles; los ratones blancos bailaban unas cuadrillas al compás de unamúsicaqueunosenanos tocabanconarcosdiminutosenviolinesdiminutos;en las vigas chamuscadas ondeaban los banderines, nubes de murciélagosvolaban entre unas gárgolas, y de las bocas de las gárgolas salía un vinofresco,puroyespumante.Unarroyoserpenteabapor lassietesalasdelbailede máscaras. Los invitados lo probaban y descubrían que era jerez. Losinvitadossalíandeloscuartostransformadosenpersonajesdeotraépoca,conlos rostros cubiertos por antifaces, perdiendo al ponerse las máscaras tododerechoaquerellarseconlafantasíayelterror.Lasmujeresvestidasderojosereíandesplazándoseporlossalones.Loshombreslascortejabanbailando.Y en las paredes había sombras, aun donde no había cuerpos, y aquí y alláhabíaespejosquenoreflejabanningunaimagen.

—¡Todosnosotrosvampiros!—rioelseñorFletcher—.¡Muertos!

Lassietesalaserandedistintocolor:unaazul,unamorada,unaverde,unaanaranjada, una blanca, una violeta, y la última amortajada en terciopelonegro.Enestasalanegraunrelojdeébanodabasonoramente lahora.Ylosinvitados,yacasiborrachos,corríanporlassalasentrefantásticosrobots,entreratones y Sombrereros Locos, gnomos y gigantes, Gatos Negros y ReinasBlancas,ybajolospiesdelosbailarineselsuelolatíapesadamentecomounocultocorazóndelator,

—SeñorStendahl.

Unmurmullo.

—SeñorStendahl.

Unmonstruo,conelrostrodelaMuerte,sedetuvojuntoaStendahl.EraPikes.

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—Quierohablarconusted.

—¿Quépasa?

Pikes extendió una mano esquelética con unas cuantas ruedas, tuercas,tornillosypernoscalcinadosofundidosamedias.

Stendahlloscontemplólargamente.LuegollevóaPikesaunpasillo.

—¿Garrett?—susurró.

Pikesasintió.

—Hamandadoaunrobot.Cuandolimpiéelhorno,encontréesto.

PikesyStendahlmiraronlasfatídicaspiezas.

—Estosignificaquelapolicíallegaráencualquiermomento—dijoPikes—.Yarruinaránnuestrosplanes.

Stendahl observó a los bailarines; un torbellino de gente amarilla,anaranjadayazul.Lamúsicabarríalossalonesneblinosos.

—Nosé.TendríaquehaberadivinadoqueGarrettnovendríaenpersona.Noestantonto.Pero,espere...

—¿Quépasa?

—Nada.Nopasanada.Garrettnosenvióunrobot.Bien,peronosotrosleenviamosotro...Sinoloexaminaconcuidado,nonotaráladiferencia.

—¡Porsupuesto!

—Lapróximavezvendráélmismo,puespensaráquenohaypeligro.Esposiblequesepresenteencualquiermomento,¡enpersona!¡Másvino,Pikes!

Seoyóunenormetañido.

—Apuestoaqueesél.Hágalopasar.

Rapunzelsesoltóelcabellodorado.

—¿ElseñorStendahl?

—¿ElseñorGarrett?¿ElverdaderoseñorGarrett?

Garrettexaminólasparedeshúmedasyalagentequedabavueltas.

—Elmismo.Hecreídoconvenienteunainspecciónpersonal.Nosepuedeconfiar en los robots,menos aún en los ajenos.Antes de salir para aquí hecitado a los desmanteladores. Llegarán dentro de una hora, preparados paraecharabajoestahorribleguarida.

Stendahlseinclinóceremoniosamente.

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—Gracias por advertírmelo.Mientras tanto, podría usted divertirse. ¿Unpocodevino?

—No,gracias.¿Quépasaaquí?¿Aquéextremospuedellegarunhombre?

—Véaloustedmismo,señorGarrett.

—Elcrimen—dijoGarrett.

—Elmásrepugnante.

Una mujer chilló. La señorita Pope llegó corriendo, con la cara blancacomounqueso.

—¡Ha ocurrido algo horrible! ¡Un mono ha estrangulado a la señoritaBluntylahametidoenunachimenea!

Stendahl y Garrett se volvieron y vieron una larga cabellera amarilladesparramadaalpiedelachimenea.Garrettdioungrito.

—¡Horroroso! —sollozaba la señorita Pope. De pronto dejó de llorar.Parpadeóymiró—.¡SeñoritaBlunt!

—Sí,aquíestoy—dijolaseñoritaBlunt.

—¡Perosiacabodevercómolametíanenlachimenea!

—No —dijo la señorita Blunt riéndose—. Era un robot. Un perfectofacsímil.

—Pero,pero...

—Nollore,querida.Estoyperfectamentebien.Voyavermeamímisma.¡Puessí,aquíestoy!Enlachimenea,comousteddijo.Tienegracia,¿eh?

YlaseñoritaBluntsefue,riéndose.

—¿Quiereunvasodevino,Garrett?

—Creoquesí.Esteasuntomehapuesto losnerviosdepunta.Diosmío,qué lugar. Merece verdaderamente que lo echemos abajo. Durante unmomentocreí...

Garrettbebió.Otroalarido.ElpisoseabriómágicamenteycuatroconejosblancosdescendieronporunaescalerallevandoenhombrosalseñorSteffens.YalláfueelseñorSteffens,alfondodeunfoso,yallálodejaronamordazadoy atado, bajo la cuchilla de acero de un gran péndulo oscilante que ahoradescendíaydescendía,acercándosecadavezmásalcuerpoultrajadodelseñorSteffens.

—¿Soyyoelqueestáahíabajo?—preguntóelseñorSteffensapareciendoal lado deGarrett. Se inclinó sobre el pozo—.Qué extraño, qué curioso es

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versemorir.

Elpéndulodioungolpefinal.

—Quérealismo—dijoSteffensalejándose.

—Otrovasodevino,señorGarrett.

—Sí,porfavor.

—Estonodurará.Prontollegaránlosdesmanteladores.

—GraciasaDios.

Yporterceravez,ungrito.

—¿Ahoraqué?—dijoGarrett,receloso.

—Ahorametocaamí—dijolaseñoritaDrummond—.Miren.

Y poco después una segunda señorita Drummond chillaba dentro de unataúdmientraslametíandebajodelsuelo,enunatierrahúmeda.

—Perocómo,yorecuerdoesto—jadeóelinvestigadordeClimasMorales—.Estaba en losviejos librosprohibidos.El enterramientoprematuro.Y lodemás.Lafosa,elpéndulo,yelmono,lachimeneaylosasesinatosdelacalleMorgue.¡Sí!¡Enunodeloslibrosquequemé!

—Otrotrago,Garrett.Nomuevalacopa.

—¡Diosmío,quéimaginación!

Yenseguidavieronmoriraotroscinco.Unoenlabocadeundragón,losotros arrojados a las aguas negras de una laguna, donde se hundieron ydesaparecieron.

—¿Le gustaría ver lo que hemos proyectado para usted? —preguntóStendahl.

—¿Porquéno?¿Qué importa?Prontovamosadestruir este infierno.Esustedhorrible,Stendahl.

—Vengaporaquí.

YStendahlllevóabajoaGarrett,atravésdenumerosospasillos,yotravezmás abajo por escaleras de caracol, hacia el interior de la tierra, hacia lascatacumbas.

—¿Quéquieremostrarme?—preguntóGarrett.

—Supropiamuerte.

—¿Lamuertedemidoble?

—Sí.Yotracosa.

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—¿Qué?

—El Amontillado—dijo Stendahl adelantándose y alzando una linternadeslumbrante.

Unosesqueletosseasomabanlevantandolastapasdelosataúdes.Garrett,conungestoderepugnancia,sellevóunamanoalanariz.

—¿Elqué?

—¿NohaoídohablarusteddelAmontillado?

—No.

—¿Noreconoceustedeso?—Stendahlleseñalóunacelda.

—¿Tendríaquereconocerlo?

Stendahl sonrió y sacó de entre los pliegues de su capa una paleta dealbañil.

—¿Yesto?

—¿Quées?

—Venga.

Entraron en la celda y Stendahl encadenó a Garrett, que estaba casiborracho.

—PorDios,¿quéhaceusted?—gritóGarrettsacudiendolascadenas.

—Mesientoirónico.Nointerrumpaaunhombrequesesienteirónico.Noseadescortés.Yaestá.

—¡Mehaencadenado!

—Escierto.

—Pero¿quépretende?

—Dejarloenestacelda.

—Ustedbromea.

—Unabromamuygraciosa.

—¿Dóndeestámidoble?¿Novamosavercómolomatan?

—Nohaydoble.

—Pero¿ylosotros?

—Losotrosestánmuertos.Losqueustedviomatar eran losverdaderos.Losdobles,losrobots,mirabansolamente.

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Garrettcalló.

—Ahora usted debe decir: «¡Por amor deDios,Montresor!»—continuóStendahl—. Y yo contestaré: «¡Sí, por amor de Dios!». ¿No quiere usteddecirlo?Vamos.Dígalo.

—Imbécil.

—¿Tengoquerepetírselo?Dígalo.Diga:«¡PoramordeDios.Montresor!».

Garrettsesentíamásdespejado.

—Nolodiré,idiota.Sáquemedeaquí.

—Póngase eso —dijo Stendahl. tirándole algo que campanilleaba ytintineaba.

—¿Quées?

—Ungorrodecascabeles.Póngaseloyquizálodejesalir.

—¡Stendahl!

—Lehedichoqueseloponga.

Garrettobedeció.Loscascabelesrepicaron.

—¿No siente usted como si esto hubiera sucedido antes? —PreguntóStendahl,ycomenzóatrabajarconlapaleta,unmorteroyunosladrillos.

—¿Quéhace?

—Estoyamurallándolo.Yahayunahilera.Ahoravaotra.

—¡Ustedestáloco!

—Nolodiscuto.

Stendahl mojó un ladrillo en el mortero, cantando entre dientes. Ahorahabíagolpesygritosyllantosenlaceldacadavezmásoscura.Laparedcrecíalentamente.

—Unpocomásderuido,porfavor—dijoStendahl—.Representemosbienlaescena.

—¡Déjernesalir!¡Déjemesalir!

Sólofaltabaunladrillo.Losgritoseranahoracontinuos.

—¿Garrett?—llamóStendahlenvozbaja.Garrettcalló—.¿Sabeustedporquélehagoesto?PorquequemóloslibrosdelseñorPoesinhaberloleído.Lebastólaopinióndelosdemás.Sihubieraleídoloslibros,habríaadivinadoloque yo le iba a hacer, cuando bajamos hace unmomento. La ignorancia esfatal,señorGarrett.

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Garrettnoreplicó.

—Quieroqueestoseaperfecto—dijoStendahllevantandolalinternaparaquelaluzcayerasobrelaencogidafiguradeGarrett—.Agitesuavementeloscascabeles.—Loscascabelestintinearon—.Ahoradigausted:«¡PoramordeDios,Montresor!»;esposiblequelodejesalir.

LaluzdelalinternaalumbrólacaradeGarrett.Garretttitubeóyluegodijogrotescamente:

—PoramordeDios,Montresor.

—Ah—exclamóStendahlconlosojoscerrados.Colocóelúltimoladrilloyloaseguróconunacapadecemento—.Requiescatinpace,queridoamigo.

Saliódeprisadelacatacumba.

ElsonidodeunrelojdemedianochehizoquetodosedetuvieraenlassietesalasdelaCasa.

ApareciólaMuerteRoja.

StendahlsevolvióunmomentoenelumbralyluegoechóacorrerfueradelaCasa,másalládelfoso,dondeesperabaunhelicóptero.

—¿Listo,Pikes?

—Listo.

—¡Vamosallá!

MiraronlaCasa,sonriendo.Lasparedesempezaronaabrirseporelmedio,como en un terremoto, y mientras Stendahl observaba la magnífica escena,oyóaPikesquerecitabadetrásdeélenuntonobajoycadencioso:

—«Cuandovique lasenormesparedes sehundían, sentíunvértigo...Seoyóun largo ruido tumultuoso, como la vozde innumerables cataratas, y lalagunaprofundayoscuraquehabíaamispiessecerrótristeysilenciosamentesobrelasruinasdelacasaUsher.»

Elhelicópteroseelevósobrelasaguashirvientesdellagoyvolóhaciaeloeste.

Agostode2005—Losviejos

¿YnoeranaturalquealfinllegaranlosviejosaMarte,siguiendolospasosde los ruidosos exploradores, de la gente sofisticada y aromática, de losviajerosprofesionalesydelosconferenciantesrománticosenbuscadenuevos

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temas?

Pues sí, los viejos secos y crujientes, los que se pasaban el tiempoescuchándose los corazones, tomándoseelpulsoy llevándosecucharadasdejarabealabocatorcida,losqueennoviembreibanenautobúsaCaliforniayen abril embarcaban para Italia en tercera, las pasas de uva, las momias,llegaronalfinaMarte...

Septiembrede2005—Elmarciano

Lasmontañasazulessealzabanen la lluviay la lluviacaíaen los largoscanales,yelviejoLaFargeysumujersalierondelacasaamirar.

—Laprimeralluviadelaestación—señalóLaFarge.

—Québien—dijolamujer.

—Bienvenida,deveras.

Cerraron lapuerta.Dentrosecalentaron lasmanos juntoa las llamas.Seestremecieron. A lo lejos, a través de la ventana, vieron que la lluviacentelleabaenloscostadosdelcohetequeloshabíatraídodelaTierra.

—Sólofaltaunacosa—dijoLaFargemirándoselasmanos.

—¿Qué?—preguntósumujer.

—MegustaríahabertraídoaTomconnosotros.

—Oh,porfavor,Lafe.

—Sí,noempezaréotravez.Perdona.

—Hemos venido a disfrutar en paz nuestra vejez, no a pensar en Tom.Murióhacetantotiempo...TratemosdeolvidarnosdeTomydetodaslascosasdelaTierra.

LaFargesecalentóotravezlasmanos,conlosojosclavadosenelfuego.

—Tienes razón. No hablaré de eso nunca más. Pero echo de menosaquellosdomingos,cuandoíbamosenautomóvilaGreenLawnPark,aponerunasfloresensutumba.Eracasinuestraúnicasalida.

Lalluviaazulcaíasobrelacasa.

Alasnuevesefueronalacamaysetendieronensilencio,tomadosdelamano,éldecincuentaycincoaños,yelladesesentaenlalluviosaoscuridad.

—¿Anna?—llamóLaFargesuavemente.

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—¿Qué?

—¿Hasoídoalgo?

Losdosescucharonlalluviayelviento.

—Nada—dijoella.

—Alguiensilbaba.

—Noloheoído.

—Detodosmodosvoyaver.

LaFargeselevantó,sepusounabata,atravesólacasayllegóalapuertadelacalle.Laabriótitubeando,ylalluviafríalecayóenlacara.Enlapuertadelpatiohabíauna figura.Un rayoagrietóel cielo;unaoladecolorblancoiluminóunrostroquemirabafijamenteaLaFarge.

—¿Quiénestáahí?—llamóLaFarge,temblando.

Nohuborespuesta.

—¿Quiénes?¿Quéquiere?

Silencio.

LaFargesesintiódébil,cansado,entumecido.

—¿Quiéneres?—gritó,Annaseleacercóylotomóporelbrazo.

—¿Porquégritas?

—Hayun chico ahí fuera en el patio y nome contesta—dijoLaFarge,estremeciéndose—.SepareceaTom.

—Venaacostarte,estássoñando.

—Peromira,ahíestá.

YLaFargeabrióunpocomáslapuertaparaquetambiénellapudieraver.Soplabaunvientofríoylalluviafinacaíasobreelpatio,ylafigurainmóvillosmirabaconojosdistantes.Laviejaseadelantóhaciaelumbral.

—¡Vete!—gritóagitandounamano—.¡Vete!

—¿NosepareceaTom?—preguntóLaFarge.

Lafiguranosemovió.

—Tengomiedo—dijo lavieja—.Echael cerrojoyvena la cama.Dejaeso,déjalo.

Ysefue,gimiendo,haciaeldormitorio.

Elviejosequedó,yelvientolemojólasmanosconunalluviafría.

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—Tom—llamóLaFargeenvozbaja—.Tom,sierestú,siporunazarerestú,nocerraréconllave.Sisientesfríoyquierescalentarte,entramástardeyacuéstatejuntoalachimenea;hayallíunasalfombrasdepiel.

Cerrólapuerta,perosinecharelcerrojo.

LamujersintióqueLaFargesemetíaenlacamayseestremeció.

—Quénochehorrible.Mesientotanvieja...—dijosollozando.

—Bueno,bueno—lacalmóél,abrazándola—.Duerme.

Alcabodeunratolamujersedurmió.

YentoncesLaFargealcanzóaoírquelapuertaseabría,casiensilencio,dejabaentrarelvientoylalluvia,ysecerrabaotravez.Luegooyóunospasosblandosqueseacercabanalachimenea,yunarespiraciónmuysuave.

—Tom—dijo.

Unrayoestallóenelcieloyabrióendoslaoscuridad.

Alamañanasiguiente,elsolcalentaba.

ElseñorLaFargeabriólapuertadelasalaymirórápidamentealrededor.Nohabíanadiesobrelaalfombra.LaFargesuspiró:

—Estoyenvejeciendo.

Salíadelacasahaciaelcanal,enbuscadeunbaldedeaguaclara,cuandocasiderribóaTom,queyatraíaunbaldelleno.

—Buenosdías,papá.

Elviejosetambaleó.

—Buenosdías,Tom.

Elchico,descalzo,cruzódeprisaelcuarto,dejóelbaldeenelsueloysevolviósonriendo.

—¡Quédíamáshermoso!

—Sí—dijoLaFarge,estupefacto.

El chico actuaba connaturalidad.Se inclinó sobre el baldey comenzó alavarselacara.

LaFargediounpasoadelante.

—Tom,¿cómovinisteaquí?¿Estásvivo?

Elchicoalzólamirada.

—¿Notendríaqueestarlo?

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—Pero, Tom... Green Lawn Park todos los domingos, las flores y... LaFargetuvoquesentarse.Elchicoseleacercóyletomólamano.LamanodeTomeracálidayfirme.

—¿Estásrealmenteaquí?¿Noesunsueño?

—Túquieresqueestéaquí,¿no?—Elchicoparecíapreocupado.

—Sí,sí,Tom.

—Entonces,¿porquémepreguntas?Acéptame...

—Perotumadre...laimpresión...

—Notepreocupes.Estuveavuestro lado,cantando, toda lanoche,ymeaceptaréis,especialmenteella.Esperaaquevengayloverás.

Tomseechóareírsacudiendolacabezaderizadopelocobrizo.Teníaojosmuyazulesyclaros.

Lamadresaliódeldormitoriorecogiéndoseelpelo.

—Buenosdías.Lafe,Tom.¡Quéhermosodía!

Tomsevolvióhaciasupadreyselerioenlacara.

—¿Ves?

Almorzaronmuybien,lostres,alasombradedetrásdelacasa.LaseñoraLaFargedescorchóunaviejabotelladevinodegirasol,quehabíaapartadoenotrotiempo,ytodosbebieronunpoco.ElseñorLaFargenuncalahabíavistotan contenta. Si Tom la preocupaba, no lo demostró. Para ella era algocompletamentenatural.LaFargecomenzóapensartambiénqueeranatural.

Mientrasmamá lavaba los platos, La Farge se inclinó hacia su hijo y lepreguntóconairedeconfidencia:

—¿Cuántosañostienes,hijo?

—¿Nolosabes?Catorce,porsupuesto.

—¿Quiéneres,realmente?NoesposiblequeseasTom,peroeresalguien.¿Quién?

Atemorizado,elchicosellevólasmanosalacara.

—Nopreguntes.

—Puedes decírmelo —dijo el hombre—. Lo comprenderé. Eres unmarciano, ¿no es cierto? He oído historias de los marcianos, pero nadadefinido.Dicenquesonmuyrarosyquecuandoandanentrenosotrosparecenterrestres.Hayalgoenti...EresTomynoeresTom.

—¿Por qué no me aceptas y callas?—gritó el chico hundiendo la cara

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entrelasmanos—.Nodudes,porfavor,¡nodudesdemí!

Selevantódelamesayechóacorrer.

—¡Tom,vuelve!

Elchicocorrióalolargodelcanal,haciaelpueblolejano.

—¿AdóndevaTom?—preguntóAnnaqueregresabaabuscarelrestodelosplatos.Miróatentamenteasumarido—.¿Lehasdichoalgodesagradable?

—Anna —dijo el señor La Farge tomándole una mano—. Anna, ¿teacuerdasdeGreenLawnPark,delmercado,deTomenfermodeneumonía?

Lamujerseechóareír.

—¿Quédices?

—Noimporta—contestóLaFargeenvozbaja.

A lo lejos,elpolvoseposabaaorillasdelcanalpordondehabíapasadoTom.

Tomvolvióalascincodelatarde,cuandoelsolseponía.Miróindecisoasupadre.

—¿Mevasapreguntaralgo?—quisosaber.

—Nadadepreguntas—dijoLaFarge.

Elchicosonrióconunasonrisablanca.

—Estupendo.

—¿Dóndehasestado?

—Cercadelpueblo.Casinovuelvo.Heestadoapuntodecaerenuna...—elchicobuscabalapalabraexacta—,enunatrampa.

—¿Cómoenunatrampa?

—Pasaba al lado de una casita de chapas de zinc, cerca del canal y depronto pensé que me perdía y que no volvería a veros. No sé cómoexplicártelo, no encuentro cómo, ni siquiera yo mismo lo sé. Es raro, peroprefieronohablardeesoahora.

—Nohablemosentonces.Lávatelasmanos,eshoradecenar.

Elchicocorrióalavarse.

Unosdiezminutosmástarde,unalanchaseacercóporlaserenasuperficiede las aguas.Un hombre alto y flaco, de pelo negro, la impulsaba con unapértiga,moviendolentamentelosbrazos.

—Buenastardes,hermanoLaFarge—dijodeteniéndose.

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—Buenastardes,Saul.¿Quésecuentaporaquí?

—Estanoche,muchascosas.¿ConocesauntalNomlandquevivealbordedelcanalenunacasadechapas?

LaFargeseenderezó.

—Sí.

—¿Sabíasqueeraungranuja?

—SedijoquesaliódelaTierraporquehabíamatadoaunhombre.

SaulseapoyóenlapértigamojadaymiróaLaFarge.

—¿Recuerdaselnombredelmuerto?

—Gillings,¿no?

—Sí,Gillings.Puesbien,haceunasdoshoraselseñorNomland llegóalpueblo gritando que había visto a Gillings, vivo, aquí, en Marte, hoy, estamismatarde.Nomlandqueríaesconderseenlacárcel,peronolodejaron.Demodoquevolvióasucasayveinteminutosdespués,dicen,sepegóun tiro.Vengoahoradeallí.

—Bueno,bueno—dijoLaFarge.

—Ocurrenunascosas...—dijoSaul—.Enfin,buenasnoches,LaFarge.

—Buenasnoches.

Lalanchasealejóporlasserenasaguasdelcanal.

—Lacenaestálista—llamólamujer.

ElseñorLaFargesesentóalamesaycuchilloenmanomiróaTom.

—Tom,¿quéhashechoestatarde?

—Nada—contestóTomconlabocallena—.¿Porqué?

—Queríasaber,nadamás—dijoelviejoponiéndoselaservilleta.

A las siete, aquellamisma tarde, la señoraLaFargedijoquequería ir alpueblo.

—Hacetresmesesquenovoy.

Tomsenegó.

—Elpueblomedamiedo—dijo—.Lagente.Noquieroir.

—Pero cómo —dijo Anna—, qué palabras son ésas para tamañograndullón.Noteharécaso.Vendrásconnosotros.Yolodigo.

—PeroAnna,sielchiconoquiere...—farfullóLaFarge.

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Peroerainútildiscutir.Annalosempujóalalanchayremontaronelcanalbajo las estrellas nocturnas. Tom estaba tendido de espaldas, con los ojoscerrados; era imposible saber si dormía o no. El viejo lomiraba fijamente.¿Qué criatura es ésta, pensaba, tan necesitada de cariño como nosotros?¿Quién es y qué es esta criatura que sale de la soledad, se acerca a gentesextrañas y asumiendo la voz y la cara del recuerdo se queda al fin entrenosotros,aceptadayfeliz?¿Dequémontañaprocede,dequécaverna,dequéraza,aúnvivaenestemundocuandoloscohetesllegarondelaTierra?Elviejomeneólacabeza.Eraimposiblesaberlo.PorahoraaquelloeraTom.

Elviejomiróconaprensiónelpueblolejano,ypensóotravezenTomyenAnna.QuizánosequivoquemosalreteneraTom,sedijoasímismo,puesdetodoestonosaldráotracosaquepreocupacionesypenas,perocómorenunciara lo que hemos deseado tanto aunque se quede sólo un día y desaparezca,haciendoelvacíomásvacío,ylasnochesmásoscurasylasnocheslluviosasmáshúmedas.Quitarnosestoseríacomoquitarnoslacomidadelaboca.

Ymiróalchico,quedormitabapacíficamenteenelfondodelalancha.Elchicosequejó,comoenunapesadilla.

—Lagente.Cambiarycambiar.Latrampa.

—Calma,calma—dijoLaFargeacariciándoleelpelorizado.

Tomsecalló.

LaFargeayudóaAnnayaTomasalirdelalancha.

—¡Aquíestamos!

Anna sonrió a las luces, escuchó lamúsica de los bares, los pianos, losgramófonos,observóa lagentequepaseaba tomadadelbrazopor lascallesanimadas.

—Quierovolveracasa—dijoTom.

—Antesnohablabasasí—dijoAnna—.Siempretegustaronlasnochesdesábadoenelpueblo.

—Noteapartesdemí—lesusurróTomaLaFarge—.Noquierocaerenunatrampa.

Annaalcanzóaoírlo.

—¡Dejadedeciresascosas!Vamos.

LaFargeadvirtióqueTomlehabíatomadolamano.

—Aquí estoy, Tom —dijo apretando la mano del chico. Miró a lamuchedumbre que iba y venía y sintió, también, cierta inquietud—.No nosquedaremosmuchotiempo.

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—Nodigastonterías,nonosiremosantesdelasonce—dijoAnna.

Cruzaronunacalleytropezaroncontresborrachos.Hubounmomentodeconfusión, una separación, una media vuelta, y La Farge miró consternadoalrededor.Tomnoestabaentreellos.

—¿Adónde ha ido? —preguntó Anna, irritada—. Aprovecha cualquierocasiónparaescaparse.¡Tom!

El señor La Farge corrió entre la muchedumbre, pero Tom habíadesaparecido.

—Ya volverá. Estará en la lancha cuando nos vayamos—afirmó Anna,guiandoasumaridohaciaelcinematógrafo.

Depronto,hubounaconmociónen lamuchedumbre,yunhombreyunamujerpasaroncorriendo juntoaLaFarge.LaFarge los reconoció.Eran JoeSpauldingysumujer.Antesdequepudierahablarles,yahabíandesaparecido.

Sindejardemiraransiosamentehacialacalle,comprólasentradasyentródemalaganaenlapocoacogedoraoscuridad.

Alasonce,Tomnoestabaenelembarcadero.LaseñoraLaFargesepusomuypálida.

—Notepreocupes.Yoloencontraré.Esperaaquí—dijoLaFarge.

—Dateprisa.

LavozdeAnnamurióenlasuperficierizadadelagua.

LaFargecaminópor lascallesnocturnas,con lasmanosen losbolsillos.Laslucesdealrededorseibanapagando,unaauna.

Unaspocasgentes seasomaban todavíaa lasventanaspues lanocheeracalurosa, aunque unas nubes de tormenta pasaban de vez en cuando por elcielo estrellado. Mientras caminaba, La Farge pensaba en el chico, en susconstantesalusionesaunatrampa,enelmiedoqueteníaalasmuchedumbresy las ciudades. Esto no tiene sentido, reflexionó con cansancio. Tal vez elchicosehaidoparasiempre,talveznohaexistidonunca.LaFargedoblóporunadeterminadacallejuela,observandolosnúmeros.

—Hola,LaFarge.

Unhombreestabasentadoenelumbraldeunapuerta,fumandounapipa.

—Hola,Mike.

—¿Haspeleadocontumujer?¿Estáscalmándoteconunacaminata?

—No,paseonadamás.

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—Parece que se te hubiera perdido algo. A propósito. Esta nocheencontraron a alguien. ¿Conoces a Joe Spaulding? ¿Te acuerdas de su hijaLavinia?

—Sí.

LaFargesesintiótraspasadodefrío.Todoeracomounsueñorepetido.Yasabíaquépalabrasvendríanahora.

—Laviniavolvióacasaestanoche—dijoMike,yarrojóunabocanadadehumo—.¿Recuerdasqueseperdióhacecercadeunmesenlosfondosdelmarmuerto?Encontraronun cadáver quepodría ser el suyoydesde entonces lafamiliaSpauldingnohaestadobien.SpauldingibadeunladoaotrodiciendoqueLavinianohabíamuerto,queaquelcadávernoeraella.Parecequeteníarazón.Laviniaaparecióestanoche.

LaFargesintióquelefaltabaelaire,queelcorazónlegolpeabaelpecho.

—¿Dónde?

—En la calle principal. Los Spaulding estaban comprando entradas paraunafunciónydeprontovieronaLaviniaentrelagente.Quéimpresiónladeellos,imagínate.AlprincipioLavinianolosreconoció;perolasiguieroncalleabajoylehablaronyentoncesellarecobrólamemoria.

—¿Lahasvisto?

—No, pero la he oído cantar. ¿Recuerdas con qué gracia cantaba LasbonitasorillasdellagoLomond?Laoíhaceunratoalláenlacasagorjeandopara su padre. Es muy agradable oírla. Una muchacha encantadora. Eralamentablequesehubieramuerto.Ahoraqueha regresado, todoesdistinto.Perooye,quétepasa,noteveomuybien.Entrayteserviréunwhisky.

—No,gracias,Mike.

LaFargesealejócalleabajo.OyóqueMikeledabalasbuenasnochesynocontestó.Tenía lamirada fijaenunacasadedosplantasconel techodecristal donde serpenteaba una planta marciana de flores rojas. En la partetrasera de la casa, sobre el jardín, había un retorcido balcón de hierro. Lasventanas estaban iluminadas. Era muy tarde, y La Farge seguía pensando:«¿CómosesentiráAnnasinovuelvoconTom?¿Cómorecibiráestesegundogolpe, esta segundamuerte? ¿Se acordará de la primera y a la vez de estesueñoydeestadesapariciónrepentina?OhDios,tengoqueencontraraTom,¿oquévaaserdeAnna?PobreAnna,meestáesperandoenelembarcadero».La Farge se detuvo y levantó la cabeza. En alguna parte, allá arriba, unasvocesdabanlasbuenasnochesaotrasvocesmuydulces.Laspuertasseabríanycerraban,seapagabanlaslucesycontinuabaoyéndoseuncantosuave.Unmomento después una hermosamuchacha, de nomás de dieciocho años, se

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asomóalbalcón.

LaFargelallamóatravésdelvientoquecomenzabaalevantarse.

Lamuchachasevolvióymiróhaciaabajo.

—¿Quiénestáahí?

—Yo—dijo el viejoLa Farge, y notando que esta respuesta era tonta yrara,secallóyloslabiosselemovieronensilencio.

¿Quépodíadecir?¿«Tom,hijomío,soytupadre»?¿Cómolehablaría?Lamuchachapensaríaqueestabalocoyllamaríaalafamilia.

Lafiguraseinclinóhaciadelante,asomándosealaluzventosa.

—Séquién eres—dijo envozbaja—.Por favor, vete.Nohaynadaquepuedahacerporti.

—¡Tienesquevolver!—LaspalabrasseleescaparonaLaFarge.

La figura iluminadapor la luzde la lunase retiróa lasombra,dondenoteníaidentidad,dondenoeramásqueunavoz.

—Yanosoytuhijo.Noteníamosquehabervenidoalpueblo.

—¡Annaesperaenelembarcadero!

—Losiento—dijo lavoz tranquila—.Pero¿quépuedohacer?Soy felizaquí;mequieren tantocomovosotros.Soy loquesoyy tomoloquepuedo.Ahoraesdemasiadotarde.Mehanatrapado.

—Pero,yAnna...Piensaquégolpeseráparaella.

—Lospensamientossondemasiadofuertesenestacasa;escomoestarenlacárcel.Nopuedocambiarotravez.

—EresTom,erasTom,¿verdad?¡Noestarásbromeandoconunviejo!¡NoserásrealmenteLaviniaSpaulding!

—No soy nadie; soy sólo yo mismo. Dondequiera que esté soy algo, yahorasoyalgoquenopuedesimpedir.

—No estás seguro en el pueblo. Estarásmejor en el canal, donde nadiepuedehacertedaño—suplicóelviejo.

—Escierto.—Lavoztitubeó—.Perohedepensarenellos.¿Quésentiríanmañana al despertar cuando vieran que me fui de nuevo, y esta vez parasiempre?Además, lamadre sabe loque soy; lohaadivinadocomo tú.Creoque todos lo adivinaron, aunquenohicieronpreguntas.Cuandono sepuedetener la realidad,bastan los sueños.Nosoyquizá lamuchachamuerta,perosoyalgocasimejor,elidealqueellosimaginaron.Tendríaqueelegirentredos

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víctimas:ellosotumujer.

—Ellossoncinco,losoportaríanmejorquenosotros.

—¡Porfavor!—dijolavoz—.Estoycansada.

Lavozdelviejoseendureció.

—Tienes que venir. No puedo permitir que Anna sufra otra vez. Eresnuestrohijo.Eresmihijo,ynosperteneces.

Lasombratembló.

—¡No,porfavor!

—Nopertenecesaestacasaniaestagente.

—No.No.

—Tom, Tom, hijomío, óyeme.Vuelve. Baja por la parra.Ven,Anna teespera;tendrásunhogar,ytodoloquequieras.

Elviejoalzabalosojosesperandoelmilagro.

Lassombrassemovieron,laparracrujiólevemente.

Yalfinlavozdijo:

—Bueno,papá.

—¡Tom!

Laágil figuradeunniñosedeslizópor laparraa la luzde las lunas.LaFargeabriólosbrazospararecibirlo.

Unahabitaciónseiluminóarriba,yenunaventanaenrejadadijounavoz:

—¿Quiénandaahí?

—Dateprisa,hijomío.

Másluces,másvoces:

—¡Altoohagofuego!¿Notehapasadonada,Vinny?

Elruidodepasosprecipitados.

Elhombreyelchicocorrieronporeljardín.

Sonóundisparo.Labaladioenlaparedenelmomentoenquecerrabanelportón.

—Tom,veteporahí.Yoiréporaquíparadespistarlos.Correalcanal.Allíestarédentrodediezminutos.

Sesepararon.La lunaseocultódetrásdeunanube.Elviejocorrióen la

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oscuridad.

—Anna,¡aquíestoy!

Lavieja,temblando,loayudóasalvaralalancha.

—¿DóndeestáTom?

—Llegaráenunminuto—jadeóLaFarge.

Sevolvieronymiraron las calles del pueblo dormido.Aúnhabía algunagente:unpolicía,unsereno,elpilotodeuncohete,varioshombressolitariosque regresaban de alguna cita nocturna, dos parejas que salían de un barriéndose.Unamúsicasonabadébilmenteenalgunaparte.

—¿Porquénoviene?—preguntólavieja.

—Yavendrá,yavendrá.

PeroLaFargeestabainquieto.¿Ysielniñohubierasidoatrapadootravez,dealgúnmodo,enalgunaparte,mientrascorríahaciaelembarcadero,porlascallesdemedianoche,entrelascasasoscuras?Erauntrayectomuylargo,aunparaunchico;sinembargoyateníaquehaberllegado.

Yentonces,lejos,enlaavenidailuminadaporlaslunasalguiencorrió.

LaFargegritóycallóenseguida,puesallá lejosresonaron tambiénunasvoces y otros pasos apresurados. Las ventanas se iluminaron una a una. Lafigura solitaria cruzó rápidamente la plaza, acercándose al embarcadero.NoeraTom;no eramásqueuna formaque corría, una formaconun rostrodeplata que resplandecía a la luz de las lámparas, agrupadas en la plaza. Y amedidaqueseacercaba,laformasehizomásymásfamiliar,ycuandollegóalembarcaderoyaeraTom.Anna le tendió losbrazos.LaFarge seapresuróadesanudarlasamarras.

Pero ya era demasiado tarde. Un hombre, otro, una mujer, otros doshombresySpauldingaparecieronenlaavenidayatravesarondeprisalaplazasilenciosa. Luego se detuvieron, perplejos. Miraron asombrados alrededor,como si quisieran volverse atrás. Todo les parecía ahora una pesadilla, unaverdaderalocura.Peroseacercaron,titubeando,deteniéndoseyadelantándose.

Erayademasiado tarde.Lanoche, laaventura, todohabía terminado.LaFargeretorciólaamarraentrelosdedos.Sesintiódesalentadoysolo.Lagentealzabaybajabalospiesalaluzdelaluna,acercándoserápidamente,conlosojos muy abiertos, hasta que todos, los diez llegaron al embarcadero. Sedetuvieron,lanzaronunasmiradasaturdidasalalancha,ygritaron.

—¡Nosemueva,LaFarge!

Spauldingteníaunarma.

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Todoeraevidenteahora.Tomatraviesarápidamentelascallesiluminadaspor las lunas, solo, cruzándose con la gente. Un policía descubre la figuraveloz.Elpolicíagirasobresímismo,veelrostro,pronunciaunnombreyechaa correr. ¡Alto! Había reconocido a un criminal. Y en todo el trayecto, lamisma escena: hombres aquí, mujeres allá, serenos, pilotos de cohete. Lafugitiva figura era todo para ellos, todas las identidades, todas las personas,todoslosnombres.¿Cuántosnombresdiferentessehabíanpronunciadoenlosúltimos cinco minutos? ¿Cuántas caras diferentes, ninguna verdadera, sehabíanformadoenlacaradeTom?

Y en todo el trayecto el perseguido y los perseguidores, el sueño y lossoñadores, la presa y los perros de presa. En todo el trayecto la revelaciónrepentina, el destello de unos ojos familiares, el grito de un viejo, viejonombre, los recuerdos de otros tiempos, la muchedumbre cada vez mayor.Todoslanzándosehaciadelantemientras,comounaimagenreflejadaendiezmilespejos,diezmilojos,elsueñofugitivovieneyva,conunacaradistintapara todos, losque lepreceden, losquevienendetrás, losque todavíanosehanencontradoconél,losaúninvisibles.

Y ahora todos estaban allí, al lado de la lancha, reclamando sus sueños.«Delmismomodo—pensóLaFarge—,nosotrosqueremosqueseaTom,ynoLavinia,noWilliam,niRoger,niningúnotro.Perotodohaterminado.Estohaidodemasiadolejos.»

—¡Salgantodosdelalancha!—lesordenóSpaulding.

Tomsaltóalembarcadero.Spauldinglotomóporlamuñeca.

—Túvienesacasaconmigo.Losétodo.

—Espere—dijoelpolicía—.Esmiprisionero.SellamaDexter.Lobuscanporasesinato.

—¡No!—sollozóunamujer—.¡Esmimarido!¡Creoquepuedoreconoceramimarido!

Otrasvocesseopusieron.Elgruposeacercó.

LaseñoraLaFargesepusodelantedeTom.

—Esmihijo.Nadiepuedeacusarlo.¡Yanosíbamosacasa!

Tom,mientrastanto,temblabaysesacudíaconviolencia.Parecíaenfermo.Elgruposecerró,exigiendo,alargandolasmanos,aferrándoseaTom.

Tomgritó.

Yantelosojosdetodos,comenzóatransformarse.FueTom,yJames,yuntalSwitchman,yuntalButterfield;fueelalcaldedelpueblo,yunamuchacha,Judith; y un marido, William; y una esposa, Clarisse. Como cera fundida,

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tomaba la formade todos lospensamientos.Lagentegritóy seacercóaél,suplicando.Tomchilló,estirandolasmanos,yelrostroseledeshizomuchasveces.

—¡Tom!—gritóLaFarge.

—¡Alicia!—llamóalguien.

—¡William!

Leretorcieronlasmanosyloarrastrarondeunladoaotro,hastaquealfin,conunúltimogritodeterror,Tomcayóalsuelo.

Quedó tendido sobre las piedras, como una cera fundida que se enfríalentamente,unrostroqueeratodoslosrostros,unojoazul,elotroamarillo;elpelocastaño,rojo,rubio,negro,unacejaespesa, laotrafina,unamanomuygrande,laotrapequeña.

Nadiesemovió.Sellevaronlasmanosalaboca.Seagacharonjuntoaél.

—Estámuerto—dijoalfinunavoz.

Empezóallover.

La lluvia cayó sobre la gente, y todos alzaron los ojos. Lentamente, ydespués más de prisa, se volvieron, dieron unos pasos, y echaron a correr,dispersándose.Unminutodespués,laplazaestabadesierta.SóloquedaronelseñorLaFargeysumujer,horrorizados,cabizbajos,tomadosdelamano.

Lalluviacayósobreelrostroirreconocible.

Annanodijonada,peroempezóallorar.

—Vamosacasa,Anna.Nohaynadaquepodamoshacer—dijoelviejo.

Subieronalalanchaysealejaronporelcanal,enlaoscuridad.Entraronenla casa, encendieron la chimeneay se calentaron lasmanos.Seacostaron,yjuntos, helados y encogidos, escucharon la lluvia que caía otra vez sobre eltecho.

—¡Escucha!—dijoLaFargeamedianoche—.¿Hasoídoalgo?

—Nada,nada.

—Voyamirar,detodosmodos.

Atravesó a tientas el cuarto oscuro, y esperó algún tiempo al lado de lapuertadelacalle.

Alfinabrióymiróafuera.

Lalluviacaíadesdeelcielonegro,sobreelpatiodesierto,sobreelcanalyentrelasmontañasazules.

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La Farge esperó cinco minutos y después, suavemente, con las manoshúmedas,entróenlacasa,cerrólapuertayechóelcerrojo.

Noviembrede2005—Latiendadeequipajes

Cuando aquella noche el dueño de la tienda de equipajes escuchó lanoticia,transmitidadirectamentedesdelaTierraenunaondadeluz-sonido,leparecióalgomuyremoto.

UnaguerraibaaestallarenlaTierra.

Eldueñodelatiendadeequipajesseasomóalapuertaymiróelcielo.

Sí, allá estaba la Tierra, en el cielo nocturno, descendiendo como el soldetrásdelascolinas.Laspalabrasdelaradioyaquellaestrellaverdeeranlomismo.

—Nolocreo—dijoeldueñodelatienda.

—Porque usted no está allá —dijo el padre Peregrine, que se habíadetenidoparaentretenerlavelada.

—¿Quéquieredecir,padre?

—Enmiinfanciaeralomismo—explicóelpadrePeregrine—.Nosdecíanque había estallado una guerra en China y no lo creíamos. China estabademasiado lejos.Ymoría demasiadagente. Imposible.No lo creíamosni alver laspelículas.Bueno,asíesahora.LaTierraesChina.Está tan lejosquepareceirreal.Noestáaquí.Nosepuedetocar.Nosepuedever.Essólounaluzverde.¿Enesaluzvivendosbillonesdepersonas?¡Increíble!¡Unaguerra!Nooímoslasexplosiones.

—Yalasoiremos—dijoeldueñodelatienda—.NopuedoolvidarmedetodoslosqueibanaveniraMarteenestasemana.¿Cuántoseran?Unoscienmilenunmes,másomenos.¿Quéharáesagentesiestallalaguerra?

—Supongoquevolverán.LosnecesitaránenlaTierra.

—Bueno —dijo el dueño—. Será mejor que sacuda el polvo de lasmaletas.Sospechoqueencualquiermomentohabráaquíuntropeldeclientes.

—¿CreeustedquesieséstalaGranGuerradelaquetantosehahabladolasgentesdeMartevolveránalaTierra?

—Es curioso, padre; pero sí, creoquevolverán, todos.Ya sé quehemosvenidohuyendodemuchascosas:lapolítica,labombaatómica,laguerra,losgruposdepresión, losprejuicios, las leyes;ya losé.Peronuestrohogarestá

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aúnalláabajo.Espereyverá.CuandolaprimerabombaatómicacaigaenlosEstadosUnidos, la gente de aquí arriba comenzará a pensar.No han vividoaquí bastante tiempo. No más de un par de años. Si hubieran pasado aquícuarenta años, todo sería distinto; pero allá abajo están sus parientes, y lospueblos donde nacieron. Yo ya no puedo creer en la Tierra; apenas puedoimaginármela.Peroyosoyviejo.Nocuento.Podríaquedarmeaquí.

—Lodudo.

—Sí,tieneustedrazón.

Depie,enelporche,contemplaronlasestrellas.AlfinelpadrePeregrinesacóalgúndinerodelbolsilloyselodioalpropietario.

—Ahoraquelopienso,mejorquemedéunamaletanueva.Laquetengoestámuyestropeada.

Noviembrede2005—Fueradetemporada

SamParkhill, armado de una escoba, barría hacia fuera la arena azul deMarte.

—Ybien—dijo—.Miraeso.—Yseñalóconlamano—.Miraeseletrero:SalchichascalientesdeSam.Eshermoso,¿noescierto,Elma?

—Sí,Sam—dijoElma.

—Dios,¡quécambio!¡Silosmuchachosdelacuartaexpediciónmevieranahora! Es bueno tener un negocio mientras todos los demás andan todavíaarmasalhombro.Ganaremosmillones,Elma,¡millones!

Elmalomirólargamente,ensilencio.

—¿QuéfuedelcapitánWilder?—preguntóalfin—.Elquematóaaquelhombrequequeríaacabarcontodoslosterrestres,¿cómosellamaba?

—Spender.Unchiflado,unextravagante.¿ElcapitánWilder?MedijeronquepartióparaJúpiter.Sí,seloquitarondeencimaconunascenso.MeparecequeMarte lodejóunpoco trastornado también.Quisquilloso, ¿comprendes?VolverádeJúpiteryPlutóndentrodeunosveinteaños...Sitienesuerte.Esoeslo que ha conseguido abriendo la boca. Y mientras él se muere de frío,¡mírame,miraestesitio!

Doscarreterasmuertasdesembocabanenaquellaencrucijada,perdiéndoseluegoenlaoscuridaddelanoche.AllíhabíaconstruidoSamParkhillunacasadechapasdealuminiodebrilloenceguecedor,sacudidasahoraporlamúsica

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delfonógrafoautomático.

Sam Parkhill se inclinó y enderezó los vidrios rotos que bordeaban elsendero.Había sacado los vidrios de unos viejos edificiosmarcianos de lascolinas.

—¡Lasmejores salchichas de dosmundos! ¡El primer hombre enMarteconunquioscodesalchichascalientes! ¡Lasmejoressalchichas, losmejorespimientosylamejormostaza!Nodirásquenosoyunhombreemprendedor.Aquí las carreteras, allá la ciudad muerta y las minas. Los camiones de lacolonia terrestreCientoUnopasaránpor aquí las veinticuatrohorasdel día.¿Noheelegidobienelsitio?

Elmasemirabalasuñas.

—¿TúcreesqueesosdiezmilnuevoscohetesllegaránaMarte?—dijoalfin.

—Dentrodeunmes—afirmóParkhill—.¿Porquéponesesacara?

—No confío en los terrestres. Creeré cuando vea llegar esos diez milcohetes,conesoscienmilmexicanosychinosabordo.

—Clientes —dijo Parkhill con aire soñador—. Cien mil individuoshambrientos.

—Siantesnoestallaunaguerraatómica—dijoElmalentamente,alzandolosojosalcielo—.Desconfíodelasbombasatómicas.HaytantasenlaTierraquenosesabequépuedepasar.

—Ah—dijoSam,ysiguióbarriendo.

Alcanzóaverdereojounresplandorazul.AlgoflotabagentilmentedetrásdeSam.

—Sam—dijolavozdeElma—,unamigotuyovieneaverte.

Samsevolviórápidamenteyviolamáscaraqueparecíaflotarenelviento.

—¡Otravezaquí!—Samblandiólaescobacomounarma.

La máscara asintió. Era de cristal tallado, de color celeste, y se alzabasobre un cuello delgado y unas ropas ondulantes y sueltas de fina sedaamarilla.Dosmanosdeplatatrenzadasurgierondelasropas.Delabocadelamáscarasalióunamúsicasuave,ylassedas,lamáscaraylasmanossubieronybajaron.

—SeñorParkhill,hevenidoaconversarotravezconusted—dijo lavozdetrásdelamáscara.

—¡Ya ledijequenoquieroverlopor aquí!—gritóSam—.Váyase, o le

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contagiarélaEnfermedad.

—Ya tuve la Enfermedad —dijo la voz—. Fui uno de los pocossobrevivientes.Estuveenfermomuchotiempo.

—Váyase, escóndase en las colinas. Allá está su casa, allá ha vividosiempre.¿Porquévieneamolestarme?Yasí,depronto.Dosvecesenundía.

—Notenemosmalasintenciones.

—Yo sí—dijoSam, enojado—.Nomegustan losdesconocidos.Nomegustan los marcianos. Nunca vi ninguno hasta hoy. Y no es natural. Seescondenduranteañosydeprontosemetenconmigo.Déjenmeenpaz.

—Esalgoimportante—dijolamáscaraazul.

—Si se trata del terreno, es mío. He construido este quiosco con mispropiasmanos.

—Enciertosentidosetratadelterreno.

—Mire—dijoSam—.SoydeNuevaYork.Unaciudaddediezmillonesdehombres. Ustedes, los marcianos, son sólo un par de docenas. No tienenciudades,andanvagandoporlascolinas,notienenjefes,nileyes,yahoramevienenahablardelterreno.Puesbien,losviejosdebendarpasoalosjóvenes.Eslaleydelmásfuerte.Desdeestamañana,desdequeustedsefue,llevounarmaconmigo,ycargada.

—Nosotroslosmarcianossomostelepáticos—dijolafríamáscaraazul—.Estamosencontactoconunpuebloterrestredelotroladodelmarmuerto.¿Haoídoustedlaradio?

—Semehaestropeadoelaparato.

—Entoncesnosabe.Haygrandesnoticias.DelaTierra.

Unamano de plata semovió ligeramente, y en ella apareció un tubo debronce.

—Permítamequeleenseñeesto.

—Unarma—gritóSamParkhill.

En un instante se llevó lamano a la cadera, sacó el arma, e hizo fuegocontralaneblina,laropadesedaylamáscaraazul.

Lamáscaraflotótodavíaunmomento.Luego,comolatiendadeuncircopequeñoquehaaflojado lasestacasysevadoblandoenplieguessucesivos,lassedassusurraron,lamáscaradescendió,ylasmanosdeplatatintinearonenelsenderodepiedra.Lamáscaradescansósobreunpequeñomontónderopaydehuesosblancosysilenciosos.

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Samjadeaba.

Elmaseinclinósobreelmarciano.

—Estonoesunarma—dijoagachándoseylevantandoeltubodebronce—. El marciano te iba a mostrar un mensaje. Está todo escrito con letrasserpentinas,todasazules.Yonoloentiendo.¿Ytú?

—No,esaescrituramarcianaconfigurasnuncafuenada.Tíralo—replicóSam mirando alrededor—. Es posible que haya otros. Hay que ocultar elcadáver.Traeunapala.

—¿Quévasahacer?

—Enterrarlo,porsupuesto.

—Nodebíashaberlomatado.

—Fueunerror.¡Pronto!

Elmalealcanzólapalaensilencio.

A las ocho, Sam, con rostro preocupado, barría otra vez el frente delquiosco.Elmaestabadepieenelumbraliluminadocruzadadebrazos.

—Lamentoloquepasó—dijoSam.MiróaElmayenseguidavolviólosojos—.Fuesólolafatalidad,¿noescierto?

—Sí—dijoella.

—Metrastornóverlesacarelarma.

—¿Quéarma?

—Bueno,¡yocreíaqueeraunarma!Losiento.Losiento.¿Cuántasvecestengoquedecirlo?

Elmasellevóundedoaloslabios.

—Calla.

—No me importa —bufó Sam—. Me apoya la compañía ColoniasTerrestres,SociedadAnónima.Losmarcianosnoseatreverána...

—Mira—dijoElma.

Sammiróelfondodelmarmuerto.Laescobaselecayódelasmanos.Larecogió,temblando,abriólabocayunhilodesalivaleflotóenelaire.

—¡Elma,Elma,Elma!—dijo.

—Allávienen—dijoElma.

Sobre el fondo antiguo delmar, doce embarcacionesmarcianas de velasazulesflotabancomofantasmasazules,comocolumnasdehumoazul.

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—¡Barcosdearena!Peroyanohaymás,Elma,yanohaymásbarcosdearena.

—Ésosparecenbarcosdearena—dijoElma.

—Las autoridades los confiscaron. Los desarmaron y los subastaron. Entodoestemalditoterritorionohaymásqueunbarcodearena,elmío,ysóloyosémanejarlo.

—Nosólotú—dijoElmaseñalandoelfondodelmar.

—Vamos,¡salgamosdeaquí!

—¿Por qué? —preguntó Elma lentamente, fascinada por las navesmarcianas.

—¡Mevanamatar!¡Vamosalcamión,rápido!

Elmanosemovió.

Sam tuvoque arrastrarla al otro ladodel quiosco, donde estaban las dosmáquinas: el camión que había usado regularmente hasta hacía unmes y elviejobarcomarcianoparaandarporlaarena,quehabíacompradosonriendoen una subasta y que en las últimas tres semanas había utilizado paratransportar mercancías sobre el vítreo fondo del mar. Miró el camión yrecordó.Elmotorestabaenelsueloydesdehacíadosdíasintentabarepararlo.

—Meparecequeesecamiónnoestáencondiciones—dijoElma.

—Elbarcodearena.¡Sube!

—¿Ydejaréquemellevesenunbarcodearena?Oh,no.

—Sube.Sémanejarlo.

Samlaempujódentrodelbarco,saltódetrásdeella,yempuñandolacañadeltimón,soltólavelaazulalvientodelanochecer.

Lasestrellasbrillaban,ylosazulesbarcosmarcianossedeslizabanporlasarenassusurrantes.ElbarcodeSamnosemovía.Recordóelancladearenaylaarrancódeuntirón.

—¡Allávamos!

El viento empujó la nave sobre el antiguo fondodelmar, sobre cristalesenterrados hacía mucho tiempo, y las columnas, los muelles desiertos demármol y bronce, las ciudadesmuertas ajedrezadas y blancas, y las laderaspurpúreas desfilaron y se alejaron. Las siluetas de los barcos marcianos seempequeñecieron,yluegoempezaronaseguiraSam.

—¡Muy pronto sabrán de mí!—gritó Sam—. Informaré a la CompañíaCohete.Meprotegerán.No,nomedormiré,teloaseguro.

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—Si hubiesen querido —dijo Elma con cansancio— habrían podidodetenerte.Nosehanmolestado,nadamás.

Samseechóareír.

—No digas tonterías. ¿Por qué iban a dejarme escapar? No, no fueronbastanterápidos,esoestodo.

—¿No? —dijo Elma señalando detrás de ellos con un movimiento decabeza.

Samnosevolvió.Sintióquesoplabaunvientofrío.Temiódarsecuenta.Sintióqueenelbancodetrásdeélhabíaalgo,algotanlevecomoelalientodeun hombre en unamañana fría, algo tan azul como un humo de leña en elcrepúsculo,algoqueparecíaunantiguoencajeblanco,unanevada,laheladaescarchadelinviernoenlosjuncosquebradizos.

Una delgada lámina de cristal se rompió de pronto. Una risa. Después,silencio.Samsevolvió.

Lafiguraestabasentada,inmóvil,enelbancodeltimón.Eraunajovendemuñecas transparentes como cristales de hielo, y de ojos claros como laslunas,grandes,tranquilosyblancos.Elvientosoplóyelcuerpodeellatemblócomo una imagen en el agua, y las sedas se extendieron alrededor comojironesdelluviaazul.

—Vuelva—dijolajoven.

—No.—Samseestremeció,conelleveydelicadoestremecimientodeunaavispa suspendida en el aire, asustada, indecisa entre elmiedo y el odio—.¡Salgadelbarco!

—Estebarconoessuyo—dijolavisión—.Estanviejocomoelmundo.Navegabaenlosmaresdearenahacediezmilaños,cuandodesaparecieronlasaguasylosmuellesquedarondesiertos;yvinoustedylorobó.Vuelvaalcrucedelacarretera,queremoshablarconusted.Haocurridoalgo.

—¡Fueradelbarco!—dijoSamsacandoelarmadelafundaconuncrujidodecuero.Samapuntóconcuidado—.Salteantesdequecuentetreso...

—¡Nodispare!—gritó lamuchacha—.No leharédaño.Ni tampoco losotros.Venimosenpaz.

—Uno—dijoSam.

—¡Sam!—dijoElma.

—Escúcheme—dijolamuchacha.

—Dos—dijoSamfirmemente,coneldedoenelgatillo.

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—¡Sam!—gritóElma.

—Tres—dijoSam.

—Nosotrossólo...—dijolamuchacha.

Samhizofuego.

Alaluzdelsolsefundelanieve,loscristalesseevaporantransformándoseennubes,ennada.Alaluzdelfuegolosvaporesdanzanysedesvanecen.Enel cráter del volcán, las cosas frágiles estallan y se volatilizan. La jovenmarciana, ante el disparo, ante el calor, ante el impacto, sedobló comounabufandadesedaysefundiócomounafiguritadecristal.Loquequedódeella—hielo,nieve,humo—selollevóelviento.Elbancodeltimónestabavacío.

Samguardóelarma,sinmirarasumujer.

Susurrante,lanavecontinuóelviajesobrelasarenasdelcolordelaslunas.

—Sam—dijoElmaalcabodeunrato—,paraelbarco.

—Oh, no, no —respondió Sam muy pálido—. No me dejarás ahora,despuésdetantotiempo.

Elmamirólamanoqueempuñabaelarma.

—Creoqueseríascapaz.Sí,creoqueseríascapaz.

Sam,empuñandoeltimón,sacudiólacabeza.

—Esunalocura,Elma.Dentrodeunminutoestaremosenlaciudad,¡yasalvo!

—Sí—dijoElmatendiéndoseenelfondodelbarco.

—Elma,óyeme.

—Nadatengoqueoír.

—¡Elma!

Pasaban ante una blanca ciudad ajedrezada, y Sam, despechado, furioso,disparó seis veces contra las torres de cristal. La ciudad se deshizo en unalluvia de antiguos cristales y astillas de cuarzo, y cayó disolviéndose enescamasdejabón.Desapareció.Sam,riéndose,hizofuegounavezmás,yunaúltima torre, una última figura de ajedrez, se incendió, ardió, y en cenizasazulessubióalasestrellas.

—¡Lesenseñaré!¡Lesenseñaréatodos!

—Sigue,Sam,sigueenseñándonos—dijoElmatendidaenlasombra.

—¡Ahívieneotraciudad!—Samvolvióacargarelarma—.Veráscómolaarreglo.

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Los fantasmales barcos azules se alzaron detrás de ellos, acercándose.Aunque al principio Samno los vio, oía un silbido continuo, un viento quechillabacomounahojadeaceroenlaarena.Eraelruidodelasproasafiladasdelosbarcosdedesplegadosgallardetesrojosyazules.Seabríancaminoenelfondo delmar.Y en los barcos de color azul claro había unas imágenes decolor azul oscuro: hombres enmascarados, hombres con rostros de plata,hombresconojoscomoestrellasazules,hombresconorejas talladasenoro,hombres con mejillas de estaño y labios adornados de rubíes, hombres debrazoscruzados,hombresqueseguíanaSam,marcianos.

Uno,dos,tres,contóSam.Losbarcosmarcianosseacercaban.

—Elma,Elma,nopuedocontodos.

Elmanorespondiónisemovió.

Samdisparósuarmaochoveces.Unodelosbarcossedeshizo.Lavela,elcasco de esmeralda, la quilla de bronce, la caña del timón, blanca como laluna,yloshombresenmascaradosyazulessehundieronenlaarenaconunallamaanaranjadayhumeante.

Perootrosbarcosseacercaron.

—Sondemasiados,Elma—gritóSam—.Mevanamatar.

Echó el ancla.Era inútil seguir.La vela aleteó, cayóy se plegó sobre símisma, con un suspiro.El barco se detuvo.El viento se detuvo.El viaje sedetuvo.MartenosemoviómientraslasmajestuosasnavesmarcianasgirabantitubeandoalrededordeSam.

—Terrestre—llamóunavozdesdeunasientoalto,enalgunaparte.

Unamáscaraplateadaseanimó.Unoslabiosderubíescentellearon.

—¡Nohehechonada!

Samobservó las caras de alrededor.Un centenar de caras.No quedabanmuchosmarcianosenMarte,cien,cientocincuenta,ycasitodosestabanahoraallí,enelfondosecodelmar,ensusbarcosresucitados,nomuylejosdesusajedrezadasciudadesmuertas.Unadeellasacababadecaerenpedazos,comouna copa de cristal derribada por una piedra. Las máscaras plateadasdestellaban.

—Fue todo un error —alegó Sam irguiéndose en el barco. Elma yacíaencogidacomounamuertaenel fondode lacala—.VineaMartecomounhonradoyemprendedorhombredenegocios.Con losmaterialesdeunviejocohete,hiceenelcrucedelascarreteras,yaconocenelsitio,elquioscomáshermoso que hayan visto jamás.Admitirán ustedes que es una construcciónexcelente.—Samserioymiróalrededor—.Yentoncesllegóaquelmarciano.

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Yaséqueeraamigodeustedes.Sumuertefueunaccidente,puedoasegurarlo.Yosóloqueríatenerunquioscodesalchichas.Elúnicoentodoelplaneta.Elprimero y el más importante. ¿Entienden? Yo iba a servir allí las mejoressalchichascalientes,conpimientos,cebollasynaranjada.

Las inmóvilesmáscaras de plata ardían a la luz de las lunas.Unos ojosamarillosbrillabansobreSam.Samsintióqueelestómagoseleencogía,seleretorcía,seleendurecíacomounapiedra.Dejócaerelarmaenlaarena.

—Meentrego.

—Recojaelarma,terrestre—dijeronlosmarcianosacoro.

—¿Qué?

Unamanoenjoyadasemovióenlaproadeunbrazoazul.

—Elarma.Recójala.Guárdela.

Sam,asombrado,larecogió.

—Ahora—dijolavoz—hagagirarelbarcoyregresealquiosco.

—¿Ahora?

—Ahora—repitiólavoz—.Noleharemosdaño.Ustedhuyóantesdequepudiéramosexplicárselo.Venga.

Losgrandesbarcosgiraroncomovilanosdeluna.Lasvelasaletearonenelvientoconunruidodeaplausosleves,ylasmáscarassemovieronybrillaron,encendiendolassombras.

—¡Elma! —Sam avanzó, tambaleándose por el barco—. Levántate —tartamudeó—. Regresamos, Elma. No me van a hacer daño, no me van amatar.Levántate,querida,levántate.

—¿Qué?¿Quépasa?

Elvientoarrastrabaotravez lanave.Elmaparpadeóy lentamente,comoen un sueño, se incorporó y se dejó caer en un banco, como un saco depiedras.

Laarenasedeslizóbajolaquilladebronce.Mediahoradespuéslosbarcossedeteníanenlaencrucijada,ytodosbajaronalaorilla.

EljefedelosmarcianosmiróaSamyaElmaconunamáscaradebroncepulido y ojos que eran sólo agujeros de un insondable y oscuro azul, y delagujerodelabocalesalieronunaspalabrasqueflotaronenelviento.

—Prepareelquiosco—dijolavoz.Unamanoenguantadaendiamantesseagitó en el aire—. Prepare la comida, prepare los vinos raros, porque estanocheeslagrannoche.

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—¿Quierendecir—lepreguntóSam—quepuedoquedarme?

—Sí.

—¿Nomeodian,entonces?

Lamáscaraerarígida,ytalladayfríayciega.

—Prepareesacasadecomidas—dijolavoz—.Ytomeesto.

—¿Quées?

Sam contempló parpadeando el rollo de papel de plata que le ofrecía elmarciano,ydondebailabanunosjeroglíficosconfigurasdeserpiente.

—El acta de concesión del territorio entre las montañas de plata y lascolinas azules, entre el mar muerto y los valles lejanos de ópalo y deesmeralda—dijoeljefe.

—¿Esmío?—preguntóSam,incrédulo.

—Suyo.

—¿Cienmilkilómetroscuadradosdeterritorio?

—Suyo.

—¿Hasoído,Elma?

Elma,sentadaenelsuelo,conlosojoscerrados,apoyabalacabezaenelquioscodealuminio.

—Pero¿porqué?,¿porquémedantodoesto?—preguntóSamtratandodeverenlashendidurasmetálicasdelosojos.

—Esonoestodo.Tome.

Aparecieron otros seis rollos de papel. Se leyeron los nombres; sedesignaronlosterritorios.

—Pero ¡es lamitaddeMarte! ¡Soydueñode lamitaddeMarte!—Samapretaba los rollos en sus puños. Riendo como un loco agitó los papelesdelantedeElma—.Elma,¿hasoído?

—Heoído—dijoElmaobservandoelcielo.

—Gracias,oh,gracias—ledijoSamalamáscaradebronce.

—Estanocheeslanoche—dijolamáscara—.Tienequeestarpreparado.

—Meprepararé.¿Quées?¿Unasorpresa?¿VienenloscohetesdelaTierraantesde loquepensábamos?¿Unmesantes?¿Losdiezmil cohetescon loscolonos,losmineros,losobrerosysusmujeres?¿Loscienmilhombres?¿Noteparecemagnífico,Elma?¿Ves?,yatelohabíadicho,yatelohabíadicho.

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Esepueblonovaatenersiempremilhabitantes.Vendráncincuentamil,yalmessiguientecienmil,yafindeañocincomillones.¡Yyodueñodelúnicoquiosco de salchichas calientes en una concurrida carretera que lleva a lasminas!

Lamáscaraflotóenelviento.

—Nosvamos.Prepárese.Elterritorioessuyo.

Ala luzdelas lunas,enelviento,comopétalosmetálicosdealgunaflorantigua, como plumas azules, como inmensas y silenciosas mariposas decobalto, las viejas naves giraron y se deslizaron sobre las arenas, y lasmáscaras brillaron y resplandecieron hasta que el último reflejo, el últimocolorazul,seperdióentrelascolinas.

—Elma,¿porquélohabránhecho?¿Porquénomemataron?¿Nosabennada? ¿Qué les pasa? ¿Tú lo entiendes, Elma? —le preguntaba Samsacudiéndoleunhombro—.¡SoydueñodemedioMarte!

—Elmamirabaelcielonocturno,esperando.

—Ven —le dijo Sam—. Hay que arreglar la casa, cocinar todas lassalchichas, calentar el pan, freír los pimientos, pelar y cortar las cebollas,preparar las salsas, poner las servilletas, barrer y limpiar. ¡Ja! —Dio unospasos de baile, entrechocando los talones—. Oh, muchacho, qué feliz mesiento,sí,señor,quéfelizmesiento—cantóconvozdesafinada—.¡Esmidíadesuerte!

Corriendo de un lado a otro, coció las salchichas, cortó el pan, peló lascebollas.

—Piénsalo,elmarcianohablódeunasorpresa.Esosólopuedesignificaruna cosa, Elma: cienmil personas llegan antes de lo esperado, esta mismanoche, ¡entre todas las noches! ¡Nos van a inundar! Trabajaremos horas yhoras durante días y días. Y todos esos turistas alrededor, mirando cosas.¡Elma!¡Piensaeneldinero!

Saliódelacasayexaminóelcielo.Novionada.

—Dentrodeunminutoquizá—dijoaspirandoconsatisfacciónelairefrío,levantandolosbrazos,golpeándoseelpecho—.¡Ah!

Elmanohablaba.Pelabatranquilamenteunaspatatas,conlosojosfijosenelcielonocturno.

—Sam—dijomediahoradespués—.Alláestá,mira.

Sammiróyvio.

LaTierra.

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Se elevaba sobre las colinas, llena y verde, como una piedra finamentetallada.

—LabuenayviejaTierra—suspiróParkhillcariñosamente—.Laviejaymaravillosa Tierra. Mándame tus hambrientos desfallecidos. Algo.... algo,¿cómodiceelpoema?Mándametushambrientos,viejaTierra.AquíestáSanParkhillconlassalchichaspreparadas,lospimientosenlasarténytodolimpiocomounespejo.Vamos,Tierra,¡mándametuscohetes!

Salióycontemplósuquiosco.Allíestaba,perfectocomounhuevoreciénpuesto en el antiguo fondo delmar, el único núcleo de luz y calor en cienkilómetros cuadrados de tierra desolada, como un corazón solitario en unenorme cuerpo sombrío. Sam se sintió triste de orgullo,mirando el quioscoconojoshúmedos.

—Unose sientehumilde—dijoentreelolorde las salchichas, lospanescalientes y la mantequilla—. ¡Vengan! —dijo, invitando a las estrellas delcielo—.¿Quiénseráelprimercliente?

—Sam—dijoElma.

LaTierracambióenelcielonegro.

Una parte pareció volar en innumerables pedazos, como un gigantescorompecabezas.Luegoardióduranteunminutoconunresplandorsiniestro,tresvecesmayorqueelnormal,ysefueapagando.

—¿Quéhasidoeso?—preguntóSammirandoelfuegoverdeenelcielo.

—LaTierra—dijoElmajuntandolasmanos.

—Nopuedeser laTierra.Noes laTierra.No,noes laTierra.Nopuedeser.

—¿Quieres decir que no podía ser la Tierra?—dijo Elmamirándolo—.No,yanoeslaTierra.¿Esesoloquequieresdecir?

—NoeslaTierra,no;nopodíaser—gimióSam.

Ysequedóallíinmóvil,conlosbrazoscolgantes,labocaabierta,lamiradaapagada.

—Sam —llamó Elma. Por primera vez, después de muchos días, lebrillabanlosojos—.¿Sam?

Samcontemplabaelcielo.

—Bueno—dijoElma.Miróalrededorunosinstantes,ensilencio,yluego,depronto,seechóunaservilletaalbrazo—.Enciendelasluces,¡quesuenelamúsica, que se abran las puertas! Dentro de unmillón de años vendrá otrahornadadeclientes.Hayqueestarpreparado,sí,señor.

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Samnosemovió.

—Qué lugar magnífico para un quiosco de salchichas —dijo Elmamientrassacabaunmondadientesyseloponíaenlaboca—.Tevoyacontarunsecreto,Sam—murmuróinclinándosehaciaél—.Meparecequeestamosfueradetemporada.

Noviembrede2005—Losobservadores

Aquellanochetodossalierondesuscasasymiraronalcielo.Dejaronlascenas, dejaron de lavarse o de vestirse para la función, y salieron a losporches, ahorano tannuevos,yobservaronel astroverde, laTierra.Fueunmovimiento involuntario; todos lo hicieron, para comprender mejor lasnoticiasquehabíanoídoenlaradiounmomentoantes.AlláestabalaTierrayallá la guerra inminente, y allá los cientos de Infles de madres o abuelas,padres o hermanos, tías o tíos, primas o primos. De pie, en los porches,trataban de creer en la existencia de la Tierra, tanto como en otro tiempohabían tratado de creer en la existencia de Marte. El problema se habíainvertido. En la práctica era como si la Tierra estuviese muerta; la habíanabandonado hacía ya tres o cuatro años. El espacio era un anestésico; cienmillones de kilómetros de espacio lo insensibilizaban a uno, dormían lamemoria, despoblaban la Tierra, borraban el pasado y permitían que loshombres de Marte continuaran trabajando. Pero ahora, esta noche, selevantaban losmuertos, la Tierra volvía a poblarse, lamemoria despertaba,miles de nombres venían a los labios. ¿Qué haría fulano esa noche en laTierra?¿Yzutanoomengano?Lasgentesdelosporchessemirabandereojo.

Alasnueve,laTierraparecióestallar,encenderseyarder.Lasgentesdelosporchesextendieronlasmanoscomoparaapagarelincendio.

Esperaron.Amedianoche,elfuegoseextinguió.LaTierraseguíaallí.Unsuspirosurgiódelosporchescomounabrisaotoñal.

—NotenemosnoticiasdeHarry.

—Estábien.

—Tendríamosqueenviarleunmensajeamamá.

—Estábien.

—¿Creesqueestarábien?

—Notepreocupes.

—¿Creesquenolepasaránada?

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—Claroqueno.Vamosaacostarnos.

Peronadiesemovió.Llevaronlascenasatrasadasalospradosnocturnos,las sirvieron enmesas plegables, y comieron lentamente hasta las dos de lamañana.ElmensajeluminosodelaradioflameóenlaTierraytodosleyeronlaslucesdelcódigoMorse,comounaluciérnagalejana.

CONTINENTE AUSTRALIANO ATOMIZADO EN PREMATURAEXPLOSIÓNDEPÓSITOBOMBASATÓMICAS.

LOSÁNGELES,LONDRES,BOMBARDEADAS.

VUELVAN.VUELVAN.VUELVAN.

Selevantarondelasmesas.

VUELVAN.VUELVAN.VUELVAN.

—¿HastenidonoticiasdeTedesteaño?

—Y... ya sabes, con un franqueo de cinco dólares por carta no escribomuchoamihermana.

VUELVAN.

—¿QuéserádeJane?¿TeacuerdasdemihermanitaJane?

VUELVAN.

Alastres,enlaheladamadrugada,eldueñodelatiendadeequipajesalzólosbrazos.Calleabajoveníamuchagente.

—Nohecerradoapropósito.¿Quédesea,señor?

Alamanecer,lasmaletashabíandesaparecidodelosestantes.

Diciembrede2005—Lospueblossilenciosos

A orillas del seco mar marciano se alzaba un pequeño pueblo blanco,silencioso y desierto. No había nadie en las calles. Unas luces solitariasbrillaban todo el día en los edificios. Las puertas de las tiendas estabanabiertasdeparenpar,comosilagentehubierasalidorápidamentesincerrarcon llave. Las revistas traídas de la Tierra hacía ya un mes en el coheteplateado, aleteaban al viento, intactas, ennegreciéndose en los estantes dealambrefrentealasdroguerías.

El pueblo estaba muerto; las camas vacías y heladas. Sólo se oía elzumbidodelaslíneaseléctricasydelasdinamosautomáticas,todavíavivas.Elaguadesbordabaenbañerasolvidadas,corríaporhabitacionesyporches,y

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nutría las flores descuidadas de los jardines. En los teatros a oscuras, lasgomasdemascarqueaúnconservabanlasmarcasdelosdientesseendurecíandebajodelosasientos.

Másalládelpueblohabíaunapistadecohetes.AllídondelaúltimanavesehabíaelevadoentrellamaradashacialaTierra,sepodíarespiraraúnelolorpenetrantedelsuelocalcinado.Siseponíaunamonedaenel telescopioyseapuntaba hacia el cielo, quizá pudieran verse las peripecias de la guerraterrestre.QuizápudieraversecómoestallabaNuevaYork.QuizápudieraverselaciudaddeLondres,cubiertaporunanuevaespeciedeniebla.Quizápudieracomprenderse,entonces,porquéhabíanabandonadoestepueblecitomarciano.La evacuación, ¿había sido muy rápida? Bastaba entrar en una tiendacualquiera y apretar la tecla de la caja registradora. Los cajones asomabantintineando con monedas brillantes. La guerra terrestre era sin duda algoterrible.

Porlasdesiertasavenidasdelpueblo,silbandosuavementeyempujandoapuntapiés, con profunda atención, una lata vacía, avanzó un hombre alto yflaco.Losojos lebrillabanconunamiradaoscura,mansaysolitaria.Movíalasmanoshuesudasdentrode losbolsillos, repletosdemonedasnuevas.Devezencuandotirabaalgunaalsuelo,riendoentredientes,yseguíacaminando,regandotodoconmonedasbrillantes.

SellamabaWalterGripp.Enlaslejanascolinasazulesteníaunlavaderodeoroyunacabaña,ycadadossemanasbajabaalpuebloybuscabaunamujercallada e inteligente con quien pudiera casarse. Durante varios años habíavuelto a la cabaña decepcionado y solo. ¡Y la semana anterior habíaencontradoelpuebloenesteestado!

Sehabíasorprendidotantoquehabíaentradorápidamenteenunatiendadecomestiblesyhabíapedidounsándwichtripledecarne.

—¡Voy!—gritóconunaservilletaenunbrazo.

Se movió con rapidez, sacando de algún sitio unos embutidos y unasrodajasdepandelavíspera,quitóelpolvodeunamesa,seinvitóasímismoasentarse, y comió hasta que tuvo que buscar una droguería donde pidióbicarbonato.Eldroguero,elpropioWalterGripp,selosirvióenseguida,conunacortesíaasombrosa.

Luegosemetióen los jeans todoeldineroquepudoencontrar,cargóuncochecito de niño con billetes de diez dólares y se fue traqueteando por lascallesdelpueblo.Al llegara los suburbioscomprendióqueestabahaciendotonterías.Nonecesitabadinero.Llevólosbilletesdediezdólaresadondeloshabía encontrado, sacó un dólar de su propia billetera —el precio de lossándwiches— lometió en la caja registradora, añadiendo comopropina una

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monedadeveintiochocentavos.

Aquella noche disfrutó de un baño turco caliente, un sabroso bistecadornadodesetasdelicadas,unjerezsecoimportado,yfresasconvino.Luegosepusountrajedefranelaazulyunsombrerodefieltroqueselebalanceabadeunmodoextrañoenlacimadelaafiladacabeza.Metióunamonedaenunfonógrafoautomático,quetocóAquellamiviejapandilla,yechóotrasveintemonedasenotrosveintefonógrafosdelpueblo.Lascallessolitariasylanochese llenaron de la música triste de Aquella mi vieja pandilla, mientras alto,delgadoysolo,WalterGrippsepaseabacon lasmanos fríasen losbolsillosacompañadoporellevecrujidodeunpardezapatosnuevos.

Pero todo esto había ocurrido la semana anterior. Ahora dormía en unacómoda casa de la avenida Marte, se levantaba a las nueve, se bañaba yrecorríaperezosamenteelpuebloenbuscadeunoshuevosconjamón.Todaslasmañanascongelabauna toneladadecarne,verdurasy tartasdecremadelimón;cantidadsuficienteparadiezaños,hastaqueloscohetesvolvierandelaTierra,sivolvían.

Ahora, esta noche, se paseaba arriba y abajo mirando las hermosas ysonrosadas mujeres de cera de los coloridos escaparates. Por primera vezcomprendió qué muerto estaba el pueblo. Se sirvió un vaso de cerveza ysollozóenvozbaja.

—Bueno—dijo—,estoyrealmentesolo.

EntróenelTeatroEliteparaproyectarseunapelículaydistraersusoledad.En el teatro vacío y hueco, parecido a una tumba, unos espectros grises ynegros se arrastraron por la vasta pantalla. Estremeciéndose, huyó de aquellugarfantasmagórico.

Atravesabadeprisaunacallelateral,yadecididoavolveracasa,cuandodeprontooyóelcampanilleodeunteléfono.Escuchó.

—Enunacasaestásonandounteléfono—sedijo.

Apresuróelpaso.

—Alguientendríaquecontestareseteléfono—musitó.

Sesentóociosamenteenelbordede laaceraparasacarseunapiedradelzapato.

—¡Alguien!—gritó de pronto, incorporándose de un salto—. ¡Yo! Diosmío,¿quémeocurre?

Miróalrededor.¿Quécasa?Aquélla.

Corrió por el césped, subió las escaleras, entró en la casa, bajó a unvestíbulooscuro.

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Arrebatóelauricular.

—¡Hola!

Buzzzzzzzzz.

—¡Hola!¡Hola!

Habíancolgado.

—¡Hola!—gritó,ygolpeóelteléfono—.¡Idiota,estúpido!—segritóasímismo—. ¡Sentado en la acera, como un condenado idiota! —Sacudió elaparato—.¡Suena,suenaotravez!¡Vamos!

No había pensado que enMarte pudiera haber otros hombres. No habíavisto a nadie en toda la semana y había imaginado que los otros pueblosestabantandesiertoscomoéste.

Ahora, mirando el horrible aparato telefónico, negro y pequeño, seestremeciódepiesacabeza.Unavasta redunía todos lospueblosdeMarte.¿Decuáldelastreintaciudadeshabíavenidolallamada?

Nolosabía.

Esperó.Fueatientashastalacocina,descongelóunasframbuesas,ycomiódesconsoladamente.

—Nohabíanadieenelotroextremode la línea—murmuró—.Unpostecayóenalgunaparteyelteléfonosonósolo.

Pero¿nohabíaoídounclic?Alguienhabíacolgado,muylejos.

Duranteelrestodelanochenosemoviódelvestíbulo.

—Noporelteléfono—sedijoasímismo—.Notengootracosaquehacer.

—Escuchóeltictacdesureloj.

—Ella no volverá a telefonear —dijo—. No llamará nunca más a unnúmero que no contesta. ¡Quizás en estemomentomarca otros números deotras casas del pueblo!Y aquí estoy yo sentado... ¡Unminuto!—Se rio—.¿Por qué estoy diciendo «ella»?—Parpadeó—.Lomismo podía haber sido«él».

Elcorazónlelatiómáslentamente.Sesentíadecepcionadoydecaído.Lehubieragustadotantoquefuera«ella».

Saliódelacasaysedetuvoenmediodelacallealadébilluzdelalba.

Escuchó. Ningún sonido. Ni pájaros, ni coches. Sólo el corazón que legolpeabaelpecho:unlatido,unapausa,yotravezunlatido.Escuchabacontanta atención que le dolía la cara. El viento soplaba gentilmente, oh, tan

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gentilmentesacudiéndolelosfaldonesdelachaqueta.

—Calla...—susurró—.Escucha.

Sebalanceómoviéndoseenuncírculo lento,volviendo la cabezadeunacasasilenciosaaotra.

Telefonearáaotrosnúmerosyluegoaotros,pensó.Hadeserunamujer.¿Porqué?Sólounamujerpodríaestar llamandoyllamando.Unhombreno.Unhombreesmásindependiente.¿Hetelefoneadoyoaalguien?No.Nisemehaocurrido.Hadeserunamujer.¡Tienequeserunamujer,porDios!

Escucha.

Lejos,bajolasestrellas,sonóunteléfono.

WalterGripp echó a correr. Se detuvo y escuchó. La campanilla sonabadébilmente. Corrió unos pasos más. La llamada era ahora más clara. Seprecipitóporunacallejuela.¡Másaún!Pasódelantedeseiscasas,yotrasseis.¡Másymásclara!Eligióunacasa.Lapuertaestabacerradaconllave.

Elteléfonosonabadentro.

—¡Malditasea!

Grippsacudióelpicaporte.

Elteléfonochilló.

Gripp lanzó una silla del porche contra la ventana del vestíbulo y saltódetrásdelasilla.

AntesdequeGripplotocara,elteléfonodejódesonar.

WalterGripprecorriólacasa,destrozólosespejos,arrancóloscortinajesypateóelhornodelacocina.Alfin,agotado,tomóladelgadaguíatelefónicadeMarte.Cincuentamilnombres.

Comenzó por el primero. Amelia Ames. Llamó a su número, en NuevaChicago,acientocincuentakilómetros,delotroladodelmarmuerto.

Nocontestaron.

ElsegundoabonadovivíaenNuevaYork,aochomilkilómetros,másalládelasmontañasazules.

Nocontestaron.

Llamóaltercero,alcuarto,alquinto,alsexto,alséptimoyaloctavo,condedostemblorosos,quesosteníanapenaselreceptor.

—¿Hola?—contestóunavozdemujer.

—¡Hola!¡Hola!—legritóWalter.

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—Aquí el contestador automático—recitó la misma voz—. La señoritaHelenArasumian no está en casa. ¿Quiere usted dejar unmensaje para queella lo llame? ¿Hola? Aquí el contestador automático. La señorita HelenArasumiannoestáencasa.¿Quiereusteddejarunmensaje?

WalterGrippcolgóelauricular.

Sequedósentado,torciendolaboca.

Uninstantedespuésllamabaalmismonúmero.

—Cuando vuelva la señorita Helen Arasumian, dígale que se vaya aldiablo.

Llamó a las centrales telefónicas de Empalme Marte, Nueva Boston,ArcaciayCiudadRoosevelt,pueseralógicoquelagentellamaradesdeesoslugares.Secomunicóluegoconlosayuntamientosylasotrasoficinaspúblicasdelospueblos.Telefoneóa losmejoreshoteles.Alasmujeres lesgustabaellujo.

De pronto dejó de llamar y batió las palmas, echándose a reír. ¡Porsupuesto!Buscóenlaguíatelefónicayllamóalmayorsalóndebellezadelaciudad deNuevaTexas. ¡Sólo en uno de esos diamantinos y aterciopeladossalonespodíaentretenerseunamujer!Allíestaría,conunacapadebarrosobrelacaraosentadabajounsecador.

El teléfono sonó. Alguien en el otro extremo de la línea levantó elauricular.

—¿Hola?—dijounavozdemujer.

—Siesunagrabación—anuncióWalterGripp—iréahíyharépedazosellugar.

—No es una grabación—dijo la voz—. ¡Hola! ¡Hola! ¡Oh, hay alguienvivo!¿Dóndeestáusted?

Lamujergritó,deleitada.

WalterGrippcasituvouncolapso.

—¡Usted!—dijo tambaleándose con los ojos extraviados—.Dios santo,quésuerte,¿cómosellama?

—GenevieveSelsor.—Lamujersollozóenelreceptor—.¡Oh,mesientotancontentaalescucharlo,quienquieraqueustedsea!

—WalterGripp.

—¡Walter,hola,Walter!

—Hola,Genevieve.

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—¡Walter!Quénombretanbonito.Walter,Walter.

—Gracias.

—¿Dóndeestás,Walter?

La voz demujer era tan dulce, tan amable y delicada...Walter apretó elauricular contra la oreja para que ella pudieramurmurarle dulcemente en eloído.Sintióqueseleaflojabanlaspiernas.Leardíanlasmejillas.

—EstoyenelpuebloMarlin...

Unzumbido.

—¿Hola?—dijoGripp.

Unzumbido.

Sacudiólahorquilla.Nada.

Enalgunaparteelvientohabíaderribadounposte.GenevieveSelsorhabíallegadoyhabíadesaparecidoconidénticarapidez.

Grippllamódenuevo,perolalíneaestabamuerta.

—Detodosmodosyasédóndeencontrarla.

Saliócorriendodelacasa.Sacódelgarajedeldesconocido,marchaatrás,elcoche-escarabajo.Elsolseelevabaenelcielocuandocargóenelasientodeatrás lacomidaquehabíaen lacasa,ypartiócarreteraabajoacientoveintekilómetros por hora, hacia la ciudad de Nueva Texas. «Mil quinientoskilómetros—pensó—.GenevieveSelsor,no temuevas, ¡muypronto tendrásnoticiasmías!»

Fueradelpueblotocólabocinaentodaslasvueltasdelcamino.Alapuestadelsol,despuésdeunajornadaagotadoraenelvolante,sedetuvoalbordedelcamino,sesacóloszapatos,setumbóenelasientoydeslizóelsombrerogrissobre losojosfatigados.Soplóelviento,y lasestrellasbrillaronsuavementesobre él en el nuevo crepúsculo. Alrededor se elevaban las milenariasmontañas deMarte. La luz estelar se reflejó en las torres de un pueblecitomarcianoquesealzabaenlascolinasazules,nomásgrandequeunjuegodeajedrez.

Entredormidoydespierto,Grippmurmuraba:Genevieve.Genevieve.Oh,Genevieve,dulceGenevieve,cantósuavemente,losañosvendrán,losañosseirán, pero Genevieve, dulce Genevieve... Tenía una sensación de calor. Oíaaúnlavozfrescaydulcequesusurraba,cantando:¡Hola,ohhola!¡Walter!Noesunagrabación.¿Dóndeestás,Walter?¿Dóndeestás?

SuspiróyalargóunamanohaciaGenevievealaluzdelaluna.Loslargosy oscuros cabellos flotaban en el viento. Eranmuy hermosos.Y los labios,

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comorojaspastillasdementa.Ylasmejillas,comorosasreciéncortadas.Yelcuerpo,comounaneblinaclaraysuave.Ylatibiaydulcevozlecantabaunavezmás laviejay tristecanción:Oh,Genevieve,dulceGenevieve, losañosvendrán,losañosseirán...

Sequedódormido.

LlegóaNuevaTexasamedianoche.

Sedetuvo,frentealSalóndeBellezaDeluxe,gritando.

Genevieveapareceríaenseguida,todaperfumes,todarisas.

Nosaliónadie.

—Estarádormida—Grippseacercóa lapuerta—. ¡Aquíestoy!—llamó—.¡Hola,Genevieve!

Elpueblodormíaenelsilenciodeldobleclarodeluna.Enalgunaparteelvientosacudióuntoldo.

Walterempujólapuertadevidrioyentróenelsalón.

—¡Eh!—dijoconunarisainquieta—.Noteescondas.¡Séqueestásahí!

Escudriñótodosloscompartimientos.

Encontróunpañuelominúsculoenelsuelo.ElperfumeeratandulcequeGripptrastabilló.

—Genevieve—dijo.

Recorrióencochelascalles,peronovioanadie.

—Siesunabroma...

Aminorólavelocidad.

—Esperaunmomento.Lacharlasecortóbruscamente.QuizásellafueaMarlinmientrasyovenía aNuevaTexas.Habrá tomado la antiguacarreteramarítima. Nos desencontramos en el camino. ¿Cómo iba a saber que yovendríaabuscarla?Noselodije.Ycuandolalíneasecortó,¡tuvotantomiedoquecorrióaMarlinabuscarme!Ymientras,¡yoaquí,Señor,quétontosoy!

Golpeólabocinaysaliódisparadodelpueblo.

Condujodurantetodalanoche.

¿YsinoestáesperándomeenMarlin?,pensó.No.EllateníaqueestarenMarlin.Yélcorreríahaciaella,laabrazaríayhastalabesaría,enlaboca,unavez.

Genevieve, dulce Genevieve, silbó y lanzó el coche a ciento cincuentakilómetrosporhora.

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Alamanecer,Marlin estaba tranquilo.Unas luces amarillasbrillabanaúnen algunas tiendas, y un fonógrafo automático que había sonadocontinuamentedurantecienhorascallóal finconunchasquidoeléctrico.Elsilencioeraahoratotal.Elsolcalentabalascallesyelcieloheladoyvacío.

Walterentróenlacalleprincipalconlosfarostodavíaencendidosydioundoblebocinazo: seisveces enuna esquina, otras seis en la siguiente.Estabapálido,fatigado;lasmanosleresbalabansobreelvolantehúmedo.

—¡Genevieve!—gritóenlacalledesierta.

Seabriólapuertadeunsalóndebelleza.Walterdetuvoelcoche.

—¡Genevieve!

Corrió atravesando la calle. Genevieve Selsor lo esperaba en el umbral.Sostenía en los brazos una caja de bombones de chocolate. Los dedos queacariciabanlacajaeranrollizosypálidos.Saliódelumbralylaluzrevelóunacararedonda,conojoscomohuevosenormes,hundidosenunamasablancademiga de pan. Las piernas eran grandes y redondas como tocones de árbol.Caminabaconpasodesmañado.Elpelo,deindefinidocolorpardusco,parecíahabersidohechoyrehechocomounnidodepájaros.Noteníalabios,ycomocompensación llevaba estampadas en la cara unas grandes rayas rojas ygrasientas,quetanprontoseabríanenunadeleitadasonrisa,comosecerrabanen una expresión de repentina alarma. Las cejas depiladas eran como finasantenas.

Waltersedetuvo.Dejódesonreír.Sequedómirándola.

Lacajadebombonescayóalaacera.

—¿ErestúGenevieveSelsor?—preguntóWalter.Lezumbabanlosoídos.

—¿ErestúWalterGriff?

—Gripp.

—Gripp—secorrigióella.

—¿Cómoestás?—preguntóWalterconunavozahogada.

Genevieveleestrechólamano.

—¿Cómoestás?

Teníalosdedosuntadosdechocolate.

—Bueno—dijoWalterGripp.

—¿Qué?—preguntóGenevieveSelsor.

—Hedicho«bueno»—dijoWalter.

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—Oh.

Eran las ocho de la noche. Habían pasado el día en el campo yWalterpreparóparalacenaunfiletedelomoqueaellanolegustó,primeroporqueestaba crudo, y luego porque estaba demasiado asado o quemado, o algosimilar.Walterserioydijo:

—Vamosaverunapelícula.

Elladijoque leparecíabienyapoyólosdedossuciosdechocolateenelbrazo deWalter. Pero sólo quería ver esa película deClarkGable, de hacíacincuentaaños.

—¿No tepareceverdaderamente estupendo?—preguntabaconuna risita—. ¿No te parece estupendo?—La película terminó—. Pásala otra vez—ordenóella.

—¿Otravez?—preguntóél.

—Otravez—dijoella.YcuandoWaltervolvióalabutaca,Genevieveseapretócontraél,acariciándoleelcuerpo torpementeconmanoscomozarpas—.Noeresexactamenteloqueyoesperaba,peroeressimpático—admitió.

—Gracias—dijoél,tragandosaliva.

—¡Oh,eseGable!—dijoGenevievepellizcándoleunapierna.

Después de la película fueron de compras por las calles silenciosas.Genevieverompióunescaparatedondehabíavariosvestidosysepusoelmásostentoso. Se volcó un frasco de perfume en la cabeza y pareció un perromojado.

—¿Cuántosañostienes?—lepreguntóWalter.

Genevieve,chorreandoperfume,loarrastróporlacalle.

—Adivina.

—Oh,treinta.

—Puesbien—anuncióellamuytiesa—,sólotengoveintisiete.Mira.¡otratiendadedulces!Francamente,desdequeestallólaguerrallevounavidabienregalada.Nuncamegustómifamilia.Erantodosunostontos.SefueronalaTierra hace dosmeses.Yo iba a embarcar en el último cohete, pero preferíquedarme,¿sabesporqué?

—¿Porqué?

—Porque todos se metían conmigo. Por eso me quedé; para echarmeperfume encima el día entero y beber diez mil cervezas y comer dulces ybombonessinquelagentemeestédiciendo:«¡Oh,cuidado,esotienemuchas

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calorías!».Yaquíestoy.

Waltercerrólosojos.

—Yaquíestás.

—Sehahechotarde—dijoGenevievemirándolo.

—Sí.

—Estoycansada.

—Escurioso;yoestoymuydespejado.

—Oh—dijoella.

—Seguiría en pie toda la noche. EnMikes hay un buen disco. Ven, lopondréparati.

—Estoycansada.

Genevievelomiróconojosastutosybrillantes.

—Quéraro.Yoencambioestoymuydespierto—dijoWalter.

—Venconmigoalsalóndebelleza.Quieroenseñartealgo.

Genevievelohizopasarporlapuertadevidrio,yloempujóhastaunacajablanca.

—Cuando vine de Nueva Texas traje esto —dijo desatando una cintarosada—.Pensé:SoylaúnicadamaenMarteyalláestáelúnicohombrey...bueno. —Levantó la tapa de la caja y desdobló unos crujientes y rosadospapelesdeseda—.Mira.

WalterGrippmiró.

—¿Quées?—preguntóestremeciéndose.

—¿Noloves,tonto?Todoencajes,todoblanco,todohermosoylodemás.

—No,noséquées.

—¡Untrajedenovia,tonto!

—¿Deveras?—tartamudeóWalter.

Cerrólosojos.LavozdeGenevieveerasuave,frescaydulcecomoenelteléfono,perocuandoabríalosojosylamiraba...

Diounpasoatrás.

—Québonito.

—¿Noescierto?

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—Genevieve.—Waltermiróhacialapuerta.

—¿Qué?

—Tengoquedecirteunacosa.

Genevieve se le acercó.Una espesanubedeperfume le envolvía la cararedondayblanca.

—¿Qué?

—Loquetengoquedecirtees...

—¿Qué?

—¡Adiós!

YantesqueGenevievegritara,WalterGrippyaestabafueradelsalónysehabíametidoenelcoche.

Genevievecorriódetrásysedetuvoenelbordedelaacera.Walterpusoelmotorenmarcha.

—¡WalterGriff,vuelve!—gimióGenevieveagitandolosbrazos.

—Gripp—corrigióél.

—¡Gripp!—gritóella.

El coche echó a correr por la calle silenciosa, indiferente a los gritos ypataleosdelamujer.ElhumodeltubodeescapemovióelvestidoblancoqueGenevieveapretabacontralasmanosregordetas,ylasestrellasbrillaron,yelcochesealejóeneldesierto,perdiéndoseenlaoscuridad.

WalterGrippviajósindetenersedurantetresnochesytresdías.Unavezleparecióqueloseguíaotrocoche,ysudando,estremeciéndose,tomóuncaminolateral, y atravesando el solitario mundo marciano, dejó atrás las ciudadesmuertasysiguióysiguióunasemanayundíamás,hastaquehuboquincemilkilómetros entre él y la ciudaddeMarlin.Entonces se detuvo enunpueblopequeñollamadoHoltvilleSprings,dondehabíaunastiendasdiminutasqueélpodía iluminar de noche y unos restaurantes donde se sentaba a esperar lacomida.Ydesdeentoncesvivióallícondosgrandescongeladoras,provisionesparacienaños,cigarrosparadiezmildíasyunabuenacamaconunmullidocolchón.

Y si de vez en cuando, a lo largo de los años, suena el teléfono, él nocontesta.

Abrilde2026—Loslargosaños

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Cadavezque el viento se levantaba en el cielo, el señorHathawayy sureducidafamiliasequedabanenlacasadepiedraysecalentabanlasmanosalfuegodeleña.Elvientoagitabalasaguasdelcanalycasibarríalasestrellasdelcielo,peroelseñorHathawayconversabatranquilamenteconsumujer,ysumujer replicaba, y luego hablaba con sus dos hijas y su hijo de los díaspasadosenlaTierra,ytodoslecontestabanadecuadamente.

La Gran Guerra tenía ya veinte años. El planeta Marte era una tumba.Hathaway y su familia, en las largas noches marcianas, se preguntaban amenudo,ensilencio,silaTierraseríatodavíalamisma.

Esanochesehabíadesatadosobre loscementeriosdeMarteunadeesaspolvorientastormentasmarcianas,yhabíasopladosobrelasantiguasciudades,yhabíaarrancadolasparedesdematerialplásticodelpueblonorteamericanomásreciente,unpuebloabandonadoyqueyasefundíaconlaarena.

Latormentaamainó.HathawaysaliódelacasaamirarlaTierra,verdeybrillanteenelcieloventoso,yalzóunamanocomoparaajustarunalámparafloja en el techo de una habitación oscura.Mirómás allá de los fondos delmar.«Nohaynadavivoentodoestemundo—pensó—.Sóloyo,yellos»,yvolviólosojosalacasadepiedra.

¿QuéocurriríaenlaTierra?Eltelescopiodetreintapulgadasnomostrabaningúncambio.«Bueno—pensó—,simecuidoquizávivaveinteañosmás.Alguien puede venir, por los mares muertos o cruzando el espacio en uncohetesobreunapequeñaesteladefuegorojo.»

Miródentrodelacasayllamó:

—Voyadarunpaseo.

—Muybien—dijolamujer.

Hathawaycaminóensilencioentrelasruinas.

—«MadeinNewYork»—leyó,alpasar,enuntrozodemetal—.Ytodosestosmaterialesterrestresduraránmenosquelasviejasciudadesmarcianas.

Ymiróelpuebloqueyateníacincuentasiglos,intactoentrelasmontañasazules.

Llegóauncementerioescondido,unahileradelápidashexagonalesenunacolinabatidaporelvientosolitario.Inmóvil,cabizbajo,sequedómirandolascuatrosepulturascontoscascrucesdemadera,yunosnombres.Noderramóunalágrima.Teníalosojossecosdesdehacíamuchotiempo.

—¿Meperdonáis loquehice?—preguntóa lascruces—.Yoestabamuysolo.Locomprendéis,¿verdad?

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Volvióalacasadepiedrayunavezmás,antesdeentrar,escudriñóelcielooscuro.

—Sigueesperando,esperandoymirando—dijo—,yquizásunanoche...

Enelcielohabíaunaminúsculallamaroja.

Hathawaysealejódelaluzquesalíadelacasa.

—Miradenuevo—murmuró.

Lallamitarojaseguíaallí.

—Anochenoestaba—murmuróotravez.

Tropezó,cayó,selevantó,corrióhacialosfondosdelacasa,hizogirareltelescopio,yapuntóalcielo.

Unpocomástarde,luegodeunexamenasombradoyminuciosoaparecióenelumbraldelacasa.Laesposa,lasdoshijasyelhijovolvieronlascabezasylomiraron.

AlfinHathawayconsiguiódecir:

—Tengobuenasnoticias.Hemiradoalcielo.Vieneuncoheteallevarnosatodosdevueltaacasa.Llegarámañanatemprano.

Escondiólacabezaentrelasmanosyseechóallorardulcemente.

AlastresdelamañanaquemólosrestosdeNuevaNuevaYork.

Caminó con una antorcha por la ciudad de material plástico, y tocó lasparedesconlallama,aquíyallá.Laciudadflorecióenvolúmenesdecaloryluz.Doskilómetroscuadradosdeiluminaciónpodríanverladesdeelespacio.Le indicaría al cohete que allí abajo estaba Hathaway, y la familia deHathaway.

Volvióalacasaconundolorpunzanteenelcorazón.

—Mirad.—Alzó a la luz una botella polvorienta—. Un vino reservadojusto para esta noche. Ya sabía yo que un día alguien daría con nosotros.¡Bebamoscelebrándolo!

Llenócincocopas.

—Hapasadomucho tiempo—dijomirando con aire grave el vino de lacopa—.¿Recordáiseldíaenqueestalló laguerra?Haceveinteañosy sietemeses.LlamarondesdelaTierraatodosloscohetesdeMarte.Ytúyyoyloschicos estábamos en las montañas, dedicados a tareas arqueológicas,investigandolatécnicaquirúrgicamarciana.Casireventamosloscaballos,¿osacordáis?Perollegamosalpuebloconunasemanaderetraso.Todossehabíanido. América había sido destruida. Los cohetes partieron sin esperar a los

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rezagados, ¿os acordáis, os acordáis? Y al final fuimos los únicos que sequedaron.Señor,Señor,cómopasaeltiempo.Yonohubierapodidoresistirlosinvosotros.Sinvosotrosmehubieramatado.Peroconvosotrosvalíalapenaesperar.Brindemospornosotros—añadiólevantandolacopa—.Ypornuestralargaespera.

Hathawaybebió.

Laesposaylasdoshijasyelhijosellevaronlacopaaloslabios.

Elvinolescorrióaloscuatroporlasbarbillas.

Porlamañana,losúltimosrestosdelpueblovolabancomograndescoposblandosynegroscruzandoelfondodelmar.Elfuegosehabíaapagado,peronohabíasidoinútil:elpuntorojohabíacrecidoenelcielo.

Un rico aroma de pan de jengibre salía de la casa de piedra. CuandoHathawayentró,laesposaordenabasobrelamesalashornadasdepanfresco.Las dos hijas barrían gentilmente el desnudo suelo de piedra con tiesasescobas,yelhijolustrabaloscubiertosdeplata.

—Les prepararemos un gran desayuno —rio Hathaway—. ¡Poneos losmejorestrajes!

Salióde lacasaycaminó rápidamentehaciaelvastocobertizodemetal.Dentro estaban la cámara refrigeradora y el generador eléctrico que habíareparadoalolargodelosañoscondedosdelgados,eficientesynerviosos,asícomo había arreglado los relojes, los teléfonos y las cintas grabadoras. ElcobertizoestabaabarrotadodeartefactosconstruidosporHathaway;algunoseranmecanismosabsurdos,yniélmismo,ahoraque los teníadelante,sabíacómofuncionaban.

Sacódelacámararefrigeradoraunascajasdecartónacanaladoconhabasy fresas de veinte años atrás. «Lázaro, levántate», pensó, y extrajo un pollofrío.

Cuandollegóelcohete,enelaireflotabanoloresdecocina.

Hathaway corrió comoun chico, cuesta abajo.Sintió de pronto undoloragudo en el pecho; se detuvo y se sentó jadeando en una peña. En seguidacontinuócorriendo.

Esperóde pie bajo la atmósfera abrasadora del ardiente cohete. Se abrióunaportezuela.Unhombreseasomó.

Hathawayseprotegiólosojosconlasmanos,yalfindijo:

—¡CapitánWilder!

—¿Quién es?—preguntó el capitánWilder. Saltó fuera del cohete y se

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quedómirandoalviejo.Letendiólamano—.¡Diossanto,siesHathaway!

—Elmismo.

Semiraronlascaras.

—Hathaway,unodemisviejostripulantes,delacuartaexpedición.

—Hapasadomuchotiempo,capitán.

—Demasiado.¡Quéalegríavolveraverlo!

—Soyviejo—dijosimplementeHathaway.

—Yo tampoco soy joven. He estado veinte años en Júpiter, Saturno yNeptuno.

—OídecirqueleascendieronparaquenosemetieseenlapolíticacolonialdeMarte.—Elviejomiróalrededor—.Haestadofuera tanto tiempoquenosabráloquehapasado...

—Me lo imagino—replicóWilder—.Dimosdos vueltas aMarte y sóloencontramosaunhombre,untalWalterGripp,aunosquincemilkilómetrosde aquí. Le preguntamos si quería venir con nosotros, pero dijo que no.Cuando lovimosporúltimavezestabaenmediode lacarretera, sentadoenunamecedora,fumandounapipa,saludándonosconlamano.Marteestábienmuerto;noquedavivoniunsolomarciano.¿QuépasaenlaTierra?

—Sabe usted tanto como yo. De vez en cuando capto las radios de laTierra,muydébilmente.Perosiemprehablanenalguna lenguaextranjera.Ydeellasnoconozcomásqueel latín.Sólo lleganunaspocaspalabras.CreoquelamayorpartedelaTierraestáenruinas,perolaguerrasigue.¿Regresaráusted,capitán?

—Sí.Tenemosmuchacuriosidad,porsupuesto.Laradionollegabahastanosotros.QueremosverlaTierra,paseloquepase.

—¿Nosllevaránatodos?

Elcapitánlomiró.

—Ah, sí, sumujer, la recuerdo.Haceveinticincoaños,¿verdad?Cuandofundaronelprimerpueblousteddejóelservicioytrajoasumujer.Ytambiénhabíahijos.

—Unhijoydoshijas.

—Sí,yameacuerdo.¿Estánaquí?

—Allá arriba, en la casa.Nos está esperandoa todosunbuendesayuno.¿Quierenvenir?

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—Por supuesto, nos sentiremos muy honrados, señor Hathaway. —ElcapitánWildersevolvióhaciaelcohete—:¡Abandonenlanave!

Hathaway,elcapitánWilderylosveintetripulantessubieronporlacolina,aspirandoprofundamenteel aireenrarecidoy frescode lamañana.El sol selevantabaenelcieloyeraunbuendía.

—¿SeacuerdausteddeSpender,capitán?

—Nuncaloheolvidado.

—UnavezalañocaminohastalatumbadeSpender.Parecequealfintodofuecomoélpensaba.Noqueríaqueviniéramos.Imaginoqueestarácontento,ahoraquenosvamostodos.

—¿Yquéfuede....cómosellamaba....Parkhill,SamParkhill?

—Abrióunquioscodesalchichas.

—Muypropiodeél.

—Yuna semanadespués volvió a laTierra, a alistarse en el ejército.—Hathaway se llevó una mano al costado, sentándose bruscamente en unpeñasco—.Perdóneme.Laexcitación.Volveraverlodespuésde tantosaños...Tengoquedescansar.

Elcorazónlegolpeabaelpecho.Contóloslatidos.Malasunto.

—Hay unmédico a bordo—dijoWilder—.Excúseme,Hathaway, ya séqueustedtambiénloes,peroseríabuenoqueélloexaminaray...

Llamaronalmédico.

—Noesnada—insistióHathaway—.Laespera, laexcitación.—Apenaspodíarespirar.Teníaloslabiosazules—.Ustedsabe—dijocuandoelmédicole puso el estetoscopio—, es como si hubiera vivido esperando este día. Yahora que han llegado para llevarme otra vez a la Tierra, me siento yasatisfecho,yquisieraacostarmeyolvidarmedetodo.

—Tome. —El médico le dio una píldora amarilla—. Es mejor quedescanse.

—Tonterías.Déjeme estar sentado unmomento.Me alegra verlos, oír alfinotrasvoces.

—¿Lehaceefectolapíldora?

—Mucho.¡Vamos!

Siguieroncaminando,colinaarriba.

—Alice,¡miraquiénestáaquí!

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Hathawayfruncióelceñoyseasomóalinteriordelacasa.

—¿Hasoído,Alice?

Primero apareció la esposa. Después salieron las dos hijas, graciosas yaltas,ylassiguióelhijo,todavíamásalto.

—Alice,¿teacuerdasdelcapitánWilder?

Alice titubeó, miró a su marido, como pidiéndole instrucciones y enseguidasonrió:

—Claro,¡elcapitánWilder!

—Recuerdo que cenamos juntos la víspera de mi partida para Júpiter,señoraHathaway.

Aliceleestrechóvigorosamentelamano.

—Mishijas,MargueriteySusan.MihijoJohn—dijo—.Osacordáisdelcapitán,¿noescierto?

Sedieronlamanoentrerisasymuchacharla.

ElcapitánWilderhusmeóelaire.

—¿Hueleapandejengibre?—preguntó.

—¿Quierenprobarlo?

Todossemovieron.Sacarondeprisaunasmesasplegables,pusieronsobreellas unos cubiertos y unas finas servilletas de seda y sirvieron unos platoshumeantes.ElcapitánWilder,depie,inmóvil,mirabaalaseñoraHathawayyalasdoshijasqueibanensilenciodeunladoaotro.Lesmirabalascarasyseguía todos los movimientos de aquellas manos jóvenes y todas lasexpresionesdeaquellosrostrostersos.Sesentóenunasillaqueletrajoelhijo.

—¿Cuántosañostienes,John?—lepreguntó.

—Veintitrés—replicóelhijo.

Wildermoviótorpementeloscubiertos.Sehabíapuestopálido.Elhombrequeestabajuntoaélledijoenvozbaja:

—Nopuedeser,capitán.

Johnfueabuscarmássillas.

—¿Quédice,Williamson?

—Yotengocuarentay tres.Fuia laescuelaconJohnHathaway,haceyaveinteaños.Johndicequetieneveintitrésaños,yrepresentaesaedad.Peronopuedeser.Tendríaquetener,porlomenos,cuarentaydos.¿Quésignificaesto,capitán?

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—Nosé.

—Pero¿quélepasa,capitán?

—Nomesientobien.Lashijaslasvihaceunosveinteaños.Tampocohancambiado.Notienenunaarruga.¿Quiereustedhacermeunfavor?Quieroquemeaverigüeunacosa,Williamson.Lediréadóndedebeirydóndedebemirar.Cuandoacabeeldesayuno, escabúllase.No tardarámásdediezminutos.Elsitionoestálejos.Lohevistodesdeelcohetecuandobajábamos.

—¡Eh! ¿De qué hablan con tanta seriedad? —les preguntó la señoraHathawaymientraslesservíaenlostazonesunasrápidascucharadasdesopa—. Sonrían, estamos todos juntos, el viaje ha terminado, ¡ya casi están encasa!

—Sí—dijoel capitán riéndose.—.Porcierto, ¡se lavemuybienymuyjoven,señoraHathaway!

—¡Ah,loshombres!

LaseñoraHathawaysealejócomollevadaporunacorrientedeaire,conlacara encendida, tersa como una manzana, sin arrugas y de buen color.Respondíaalasbromasconunarisacristalina,servíalimpiamentelaensalada,sin detenerse una sola vez a tomar aliento. Y el hijo huesudo y las hijascurvilíneassemostrabanbrillantemente ingeniosos,comoelpadre,hablandode los largos años y de sus vidas solitarias, mientras el padre asentía conorgullo.

Williamsonsealejóensilencio,colinaabajo.

—¿Adóndeva?—preguntóHathaway.

—Aexaminarelcohete—respondióWilder—.Pero,comoleibadiciendo,Hathaway, no hay nada en Júpiter, absolutamente nada para el hombre. EnSaturnoyPlutón,tampoco.

Wilderhablómecánicamente,sinatenderaloquedecía,pensandosóloenWilliamsonqueenesemomentocorríacolinaabajo,yquemuyprontoestaríadevuelta.

—Gracias.

MargueriteHathawayleestabasirviendoagua.Impulsivamente,Wilderletocóelbrazo.Lamuchachanoseinmutó.Lacarneerafirmeytibia.

Al otro lado de lamesa, Hathaway se interrumpía a veces, se tocaba elpechoconungestodedolor,seguíaescuchandolosmurmullos,quedeprontoeranuna charla ruidosa, ydevez en cuandomirabapreocupado aWilder, aquiennoparecíagustarleelpandejengibre.

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Williamsonregresó.Sesentóysepusoapicotear lacomidahastaqueelcapitánlesusurródecostado:

—¿Bien?

—Loencontré,capitán.

—¿Y?

Williamsonestabapálido.Nodejabademirara lagentequese reía.Lashijassonreíangravemente,yelhijocontabaunchiste.

—Heestadoenelcementerio—dijoWilliamson.

—¿Lascuatrocrucesestánallí?

—Lascuatrocrucesestánallí,señor.Sepuedenleerlosnombres.Losheapuntado para estar seguro. —Y Williamson leyó en un papel blanco—:«Alice, Marguerite, Susan y John Hathaway. Muertos a causa de un virusdesconocido.Juliodedosmilsiete».

Wildercerrólosojos.

—Gracias,Williamson.

—Hacediecinueveaños,capitán.—LamanodeWilliamsontemblaba.

—Sí.

—Entonces,¿quiénessonéstos?

—Nolosé.

—¿Quévamosahacer?

—Tampocolosé.

—¿Selodiremosalosotros?

—Mástarde.Sigacomiendocomosinopasaranada.

—Notengomuchoapetito,señor.

Lacomidaterminóconunvinotraídodelcohete.Hathawaysepusodepie.

—Brindoportodosustedes.Esbuenoestarotravezentreamigos.Ybrindotambién por mi mujer y mis hijos. Sin ellos no hubiera sobrevivido. Sólograciasasuscariñososcuidadoshepodidoesperarlallegadadeustedes.

Alzólacopahaciasufamilia.Loscuatrolomiraronazoradosybajaronlosojoscuandolosotroscomenzaronabeber.

Hathawayapuróelvino.Enseguida,sinungrito,cayódebrucessobrelamesa y resbaló hasta el suelo. Algunos de los hombres lo ayudaron aacostarse.Elmédicoseinclinósobreélyescuchó.Wildertocóelhombrodel

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médico.Elmédicoalzólosojosymeneólacabeza.Wildersearrodillóytomólamanodelviejo.

—¿Wilder? —La voz de Hathaway apenas se oía—. He estropeado eldesayuno.

—Nodigadisparates.

—DespídamedeAliceymishijos.

—Espereunmomento.Losllamaré.

—No, no —jadeó Hathaway—. No comprenderían. No quiero quecomprendan.¡Nolosllame!

Wildernosemovió.

Hathawayestabamuerto.

Wilder esperó un largo rato. Luego se levantó y se alejó del grupo dehombresaturdidosquerodeabanaHathaway.BuscóaAlice,lamiróalacara,yledijo:

—¿Sabeustedquéacabadeocurrir?

—¿Lehapasadoalgoamimarido?

—Hamuerto.Elcorazón—contestóWilderobservándola.

—Lolamento—dijoella.

—¿Cómosesiente?

—Hathawaynoqueríaquenossintiéramosmal.Nosdijoqueestoocurriríaencualquiermomentoynoqueríaquelloráramos.Nonosenseñóallorar.Noquería que supiéramos hacerlo. Según él, nada peor puede ocurrirle a unhombrequesabercómoestarsolo,ycómoestartriste,yponerseallorar.Poresonosabemosloqueeslloraroestartristes.

Wilder echó una ojeada a las manos de la mujer, las manos blandas ytibias,lasuñasbiencuidadasylasdelgadasmuñecas.Miróelcuelloesbeltoytersoylosojosinteligentesyporúltimodijo:

—ElseñorHathawayloshizoaustedesmuybien.

—Lehubieragustadooíreso.Estabatanorgullosodenosotros...Alcabodeun tiempohastaolvidóquenoshabíahecho.Al finalnosaceptabaynosqueríacomosifuéramosdeverassumujerysushijos.Yenciertosentidolosomos.

—Ustedesloayudaronmucho.

—Sí, conversamos con él durante años interminables. Le gustaba tanto

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hablar...Legustabalacasadepiedrayelfuegodelachimenea.Hubiéramospodidovivirenunadelascasascomunesdelpueblo,peroaéllegustabaesto,dondepodíaserprimitivosiquería,omodernosiquería.Mehablabamuchasvecesdellaboratorioydelascosasquehacía.Instalótodaunareddealambresyaltavocesenesacoloniamuertadeahíabajo.Cuandoapretabaunbotónelpueblo se iluminabay se llenaba de ruidos, como si vivieran en él diezmilpersonas. Se oían aviones, coches y la charla de la gente. Hathaway sesentaba, encendíaun cigarroynoshablabay los ruidosdel pueblo llegabanhastanosotros,ydevezencuandosonabaunteléfono,yunavozgrabadalehacíaunapregunta sobre cienciao cirugía, y el señorHathaway contestaba.Con el teléfono, nosotros, los ruidos del pueblo y el cigarro, Hathaway erafeliz. Pero hubo una cosa que no pudo conseguir: que envejeciéramos. Élenvejecíadíatrasdía,ynosotrosnocambiábamos.Creoquenoleimportaba.Creoquenosqueríaasí.

—Lo enterraremos en el cementerio de las cuatro cruces. Pienso que lehubieragustadoaHathaway.

AlicetocólevementelamuñecadelcapitánWilder.

—Estoysegura.

El capitán dio unas órdenes.La familia siguió al reducido cortejo colinaabajo.DoshombresllevaronaHathawayenunaparihuelacubierta.ElcortejodejóatráslacasadepiedrayelcobertizodondeHathaway,añosatrás,habíacomenzadosustrabajos.Wildersedetuvojuntoalapuertadeltaller.

¿Cómosería,sepreguntó,vivirenunplanetaconunamujery treshijos,verlosmorir y quedarse a solas con el viento y el silencio? ¿Qué se podríahacer? Enterrarlos bajo unas cruces, volver al taller y con inteligencia,memoria,habilidadmanualeingeniorecomponer,pedazoapedazo,esascosasqueeranunamujer,unhijo,doshijas.Contodaunaciudadalláabajo,enlaque podía encontrar lo que quisiera, un hombre inteligente podía hacercualquiercosa.

El ruido de los pasos se apagaba en la arena. Cuando llegaron alcementerio,dosdeloshombrescavabanyaunatumba.Volvieronalcoheteenlasúltimashorasdelatarde.

Williamsonseñalólacasaconunmovimientodecabeza.

—¿Quévamosahacerconellos?

—Nolosé—dijoelcapitán.

—¿Losvaaparar?

Elcapitánparecióunpocosorprendido.

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—¿Parar?Nolohabíapensado.

—Nolosllevaremos.

—No,seríainútil.

—¿Esdecirquelosvamosadejaraquí,así,comoson?

ElcapitánlealcanzóunarmaaWilliamson.

—Siustedpuedehaceralgo...yonoseríacapaz.

Cinco minutos después, Williamson volvió de la casa de piedra con elrostrotranspirado.

—Tome,elarma.Ahoraentiendoloquequeríadecir.Entréenlacasaconel arma. Una de las hijas me sonrió. Y también los demás. La mujer meofrecióunatazadeté.¡Dios,seríaunasesinato!

Wilderasintió.

—Nuncahabránadatanmaravillosocomoellos.Fueronconstruidosparadurar: diez, cincuenta, doscientos años. Sí, tienen derecho, tienen derecho avivir, tanto comoustedoyoo cualquiera denosotros.—Sacudió la pipa—.Bueno, ahora a bordo.Nos vamos. Este pueblo estámuerto.Nada hacemosaquí.

Oscurecía.Selevantabaunvientohelado.Loshombresyaestabanabordo.Elcapitántitubeó.

—Nomedigaquevaavolveradecirles...adiós—dijoWilliamson.

Elcapitánlomirófríamente.

—Noesasuntosuyo.

Wildersubióalacasaenelvientodelcrepúsculo.Loshombresdelcohetevieronquelasombradelcapitánsedeteníaenelumbraldelacasa.Vieronlasombradeunamujer.Vieronqueelcapitánleestrechabalamano.

Unmomentodespués,Wildervolviócorriendoalcohete.

Denoche,cuandoelvientobarreelfondodelmarmuertoyelcementeriohexagonalconcuatrocrucesviejasyunanueva,unaluzbrillaaúnenlabajacasadepiedra,yenesacasa,mientrasrugeelvientoygiranlostorbellinosdearenaylasestrellasfríastitilanenelcielo,cuatrofiguras,unamujer,doshijasyunhijoatiendenelfuegosinningúnmotivoyconversanyríen.

Nochetrasnoche,añotrasaño,lamujer,sinningúnmotivo,saledelacasaymiralargamenteelcieloconlasmanosenalto,miralaTierra,laluzverdeybrillante,sinsaberporquémira,ydespuésentrayechaalfuegountrozodeleña,yelvientosiguesoplandoyelmarmuertosiguemuerto.

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Agostode2026—Vendránlluviassuaves

Lavozdelrelojcantóenlasala:tictac,lassiete,horadelevantarse,horadelevantarse,lassiete,comositemieraquenadieselevantase.Lacasaestabadesierta. El reloj continuó sonando, repitiendo y repitiendo llamadas en elvacío.Lassieteynueve,horadeldesayuno,¡lassieteynueve!

Enlacocinaelhornodeldesayunoemitióunsiseantesuspiro,ydesutibiointerior brotaron ocho tostadas perfectamente doradas, ocho huevos fritos,dieciséislonjasdejamón,dostazasdecaféydosvasosdelechefresca.

—Hoyescuatrodeagostodedosmilveintiséis—dijounavozdesdeeltecho de la cocina— en la ciudad de Allendale, California. —Repitió tresveceslafecha,comoparaquenadielaolvidara—Hoyeselcumpleañosdelseñor Featherstone. Hoy es el aniversario de la boda de Tilita. Hoy puedepagarselapólizadelseguroytambiénlascuentasdeagua,gasyelectricidad.

Enalgúnsitiode lasparedes,sonóelclicde losrelevadores,y lascintasmagnetofónicassedeslizaronbajoojoseléctricos.

Las ocho y uno, tictac, las ocho y uno, a la escuela, al trabajo, rápido,rápido, ¡las ocho y uno! Pero las puertas no golpearon, las alfombras norecibieron las suaves pisadas de los tacones de goma. Llovía afuera. En lapuertadelacalle,lacajadeltiempocantóenvozbaja:Lluvia,lluvia,aléjate...zapatones,impermeables,hoy...Ylalluviaresonógolpeteandolacasavacía.

Afuera,elgarajetocóunascampanillas,levantólapuerta,ydescubrióuncoche con el motor en marcha. Después de una larga espera, la puertadescendióotravez.

Alasochoymedialoshuevosestabanresecosylastostadasdurascomopiedras.Unbrazodealuminiolosechóenelvertedero,dondeuntorbellinodeaguacalientelosarrastróaunagargantademetalquedespuésdedigerirloslosllevóalocéanodistante.Losplatossucioscayeronenunamáquinadelavaryemergieronsecosyrelucientes.

Lasnueveycuarto,cantóelreloj,lahoradelalimpieza.

De lasguaridasde losmuros, salierondisparados los ratonesmecánicos.Lashabitacionessepoblarondeanimalitosdelimpieza,todosgomaymetal.Tropezaron con las sillas moviendo en círculos los abigotados patines,frotando las alfombras y aspirando delicadamente el polvo oculto. Luego,como invasoresmisteriosos, volvieron de sopetón a las cuevas.Los rosadosojoseléctricosseapagaron.Lacasaestabalimpia.

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Las diez.El sol asomópor detrás de la lluvia.La casa se alzaba en unaciudaddeescombrosycenizas.Eralaúnicaquequedabaenpie.Denoche,laciudad en ruinas emitía un resplandor radiactivo que podía verse desdekilómetrosalaredonda.

Las diez y cuarto. Los surtidores del jardín giraron en fuentes doradasllenandoelairedelamañanaconrocíosdeluz.Elaguagolpeólasventanasdevidrio y descendió por las paredes carbonizadas del oeste, donde un fuegohabíaquitadolapinturablanca.Lafachadadeloesteeranegra,salvoencincositios.Aquí lasiluetapintadadeblancodeunhombrequeregabaelcésped.Allí,comoenunafotografía,unamujeragachadarecogíaunasflores.Unpocomáslejos—lasimágenesgrabadasenlamaderaenuninstantetitánico—,unniñoconlasmanoslevantadas;másarriba,laimagendeunapelotaenelaire,yfrentealniño,unaniña,con lasmanosenalto,preparadaparaatraparunapelotaquenuncaacabódecaer.Quedabanesascincomanchasdepintura:elhombre,lamujer,losniños,lapelota.Elrestoeraunafinacapadecarbón.Lalluviasuavedelossurtidorescubrióeljardínconunaluzencascadas.

Hasta este día, qué bien había guardado la casa su propia paz. Con quécuidado había preguntado. «¿Quién está ahí? ¿Cuál es el santo y seña?", ycomo los zorros solitarios y los gatos plañideros no le respondieron, habíacerrado herméticamente persianas y puertas, con unas precauciones desolteronaquebordeabanlaparanoiamecánica.

Cualquier sonido la estremecía. Si un gorrión rozaba los vidrios, lapersianachasqueabayelpájarohuía,sobresaltado.No,nisiquieraunpájaropodíatocarlacasa.

Lacasaeraunaltarcondiezmilacólitos,grandes,pequeños,serviciales,atentos,encoros.Perolosdioseshabíandesaparecidoylosritoscontinuabaninsensatoseinútiles.

Elmediodía.

Unperroaulló,temblando,enelporche.

Lapuertadecallereconociólavozdelperroyseabrió.Elperro,enotrotiempograndeygordo,ahorahuesudoycubiertodellagas,entróysemoviópor la casa dejando huellas de lodo. Detrás de él zumbaron unos ratonesirritados,irritadosportenerquelimpiarellodo,irritadosporlamolestia.

Puesnielfragmentodeunahojaseescurríapordebajodelapuertasinquelos paneles de los muros se abrieran y los ratones de cobre salieran comorayos.Elpolvo,elpelooelpapelofensivos,hechostrizasporunasdiminutasmandíbulas de acero, desaparecían en las guaridas. De allí unos tubos losllevabanalsótano,yeranarrojadosa labocasiseantedeun incineradorqueaguardabaenunrincónoscurocomounBaalmaligno.

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El perro corrió escaleras arriba y aulló histéricamente, ante todas laspuertas,hastaquealfincomprendió,comoyacomprendíalacasa,queallínohabíamásquesilencio.

Olfateóelaireyarañólapuertadelacocina.Detrásdelapuertaelhornopreparabaunospancakesquellenabanlacasaconunaromadejarabedearce.

El perro, tendido ante la puerta, olfateaba con los ojos encendidos y elhocico espumoso. De pronto, echó a correr locamente en círculos,mordiéndose la cola, y cayómuerto.Durante una hora estuvo tendido en lasala.

Lasdos,cantóunavoz.

Losregimientosderatonesadvirtieronalfinelolorcasiimperceptibledela descomposición, y salieron murmurando suavemente como hojas grisesarrastradasporunvientoeléctrico.

Lasdosycuarto.

Elperrohabíadesaparecido.

Enelsótano,elincineradorseiluminódeprontoyunremolinodechispassubióporlachimenea.

Lasdosytreintaycinco.

Unas mesas de bridge surgieron de las paredes del patio. Los naipesrevolotearon sobre el tapete en una lluvia de figuras. En un banco de robleaparecieron martinis y sándwiches de tomate, lechuga y huevo. Sonó unamúsica.

Peroenlasmesassilenciosasnadietocabalascartas.

Alascuatro,lasmesasseplegaroncomograndesmariposasyvolvieronalosmuros.

Lascuatroymedia.

Lasparedesdelcuartodelosniñosresplandecierondepronto.

Aparecieron animales: jirafas amarillas, leones azules, antílopes rosados,panteras lilasque retozabanenuna sustanciadecristal.Lasparedeserandevidrio y mostraban colores y escenas de fantasía. Unas películas ocultaspasabanporunospiñonesbienaceitadosyanimabanlasparedes.Elpisodelcuartoimitabaunondulantecampodecereales.Porélcorríanescarabajosdealuminioygrillosdehierro,yenelairecalurosoytranquilounasmariposasde gasa rosada revoloteaban sobre un punzante aroma de huellas animales.Había un zumbido como de abejas amarillas dentro de fuelles oscuros, y elperezosoronroneodeunleón.Yhabíaungalopedeokapisyelmurmullode

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una fresca lluvia selvática que caía como otros casos, sobre el pastoalmidonadoporelviento.Deprontolasparedessedisolvieronenllanurasdehierbas abrasadas, kilómetro tras kilómetro, y en un cielo interminable ycálido.Losanimalesseretiraronalasmalezasylosmanantiales.

Eralahoradelosniños.

Lascinco.Labañerasellenódeaguaclaraycaliente.

Lasseis,lassiete,lasocho.Losplatosaparecieronydesaparecieron,comomanipuladosporunmago,yenlabibliotecaseoyóunclic.Enlamesitademetal, frente al hogar donde ardía animadamente el fuego, brotó un cigarrohumeante,conmediapulgadadecenizablandaygris.

Las nueve. En las camas se encendieron los ocultos circuitos eléctricos,pueslasnocheseranfrescasaquí.

Lasnueveycinco.Unavozhablódesdeeltechodelabiblioteca.

—SeñoraMcClellan,¿quépoemalegustaríaescucharestanoche?

Lacasaestabaensilencio.

—Yaquenoindicaloqueprefiere—dijolavozalfin—,elegiréunpoemacualquiera.

Unasuavemúsicasealzócomofondodelavoz.

—SaraTeasdale.Suautorfavorito,meparece...

Vendránlluviassuavesyoloresdelatierra,

ygolondrinasquegiraránconbrillantesonido;

yranasquecantarándenocheenlosestanques

yciruelosdetemblorosoblanco,

ypetirrojosquevestiránplumasdefuego

ysilbaránenlosalambresdelascercas;

ynadiesabránadadelaguerra,

anadieleinteresaráquehayaterminado.

Anadieleimportará,nialospájarosnialosárboles,

silahumanidadsedestruyetotalmente;

ylamismaprimavera,aldespertarsealalba

apenassabráquehemosdesaparecido.

El fuegoardióenelhogardepiedrayelcigarrocayóenelcenicero:un

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inmóvilmontículodeceniza.Lassillasvacíasseenfrentabanentrelasparedessilenciosas,ysonabalamúsica.

Alasdiezlacasaempezóamorir.

Soplabaelviento.Laramadesprendidadeunárbolentróporlaventanadelacocina.Labotelladesolventesehizotrizasysederramósobreelhorno.Enuninstantelasllamasenvolvieronelcuarto.

—¡Fuego!—gritóunavoz.

Las luces se encendieron, las bombas vomitaron agua desde los techos.Pero el solvente se extendió sobre el linóleo por debajo de la puerta de lacocina,lamiendo,devorando,mientraslasvocesrepetíanacoro:

—¡Fuego,fuego,fuego!

Lacasatratódesalvarse.Laspuertassecerraronherméticamente,peroelcalorhabíarotolasventanasyelvientoentróyavivóelfuego.

Lacasacedióterrenocuandoelfuegoavanzóconunafacilidadllameantede cuarto en cuarto en diez millones de chispas furiosas y subió por laescalera.Lasescurridizasratasdeaguachillabandesdelasparedes,disparabanaguaycorríanabuscarmás.Ylossurtidoresdelasparedeslanzabanchorrosdelluviamecánica.

Pero era demasiado tarde. En alguna parte, suspirando, una bomba seencogióysedetuvo.Lalluviadejódecaer.Lareservadeltanquedeaguaquedurantemuchosdíastranquiloshabíallenadobañerasyhabíalimpiadoplatosestabaagotada.

El fuego crepitó escaleras arriba. En las habitaciones altas se nutrió dePicassosydeMatisses,comodegolosinas,asandoyconsumiendolascarnesaceitosasyencrespandotiernamenteloslienzosennegrasvirutas.

Despuéselfuegosetendióenlascamas,seasomóalasventanasycambióelcolordelascortinas.

Depronto,refuerzos.

Delosescotillonesdeldesvánsalieronunasciegascarasderobotydelasbocasdegrifobrotóunlíquidoverde.

Elfuegoretrocediócomounelefantequehatropezadoconunaserpientemuerta.Yfueronveinteserpienteslasquesedeslizaronporelsuelo,matandoelfuegoconunavenenosa,clarayfríaespumaverde.

Peroelfuegoerainteligenteymandóllamasfueradelacasa,yentrandoeneldesvánllegóhastalasbombas.¡Unaexplosión!Elcerebrodeldesván,eldirectordelasbombas,sedeshizosobrelasvigasenesquirlasdebronce.

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Elfuegoentróentodoslosarmariosypalpólasropasquecolgabanallí.

Lacasaseestremeció,huesoderoblesobrehueso,yelesqueletodesnudose retorció en las llamas, revelando los alambres, los nervios, como si uncirujanohubieraarrancado lapielparaque lasvenasy loscapilares rojosseestremecieranenelaireabrasador.¡Socorro,socorro!¡Fuego!¡Corred,corred!Elcalorrompiólosespejoscomohielosinvernales,tempranosyquebradizos.Ylasvocesgimieron:fuego,fuego,corred,corred,comounatrágicacancióninfantil; una docena de voces, altas y bajas, como voces de niños queagonizaban en un bosque, solos, solos. Y las voces fueron apagándose,mientras las envolturas de los alambres estallaban como castañas calientes.Una,dos,tres,cuatro,cincovocesmurieron.

En el cuarto de los niños ardió la selva. Los leones azules rugieron, lasjirafas moradas escaparon dando saltos. Las panteras corrieron en círculos,cambiando de color, y diez millones de animales huyeron ante el fuego ydesaparecieronenunlejanoríohumeante.

Murieronotrasdiezvoces.Yenelúltimoinstante,bajoelaluddefuego,otroscorosindiferentesanunciaronlahora,tocaronmúsica,segaronelcéspedconunasegadoraautomática,omovieronfrenéticamenteunparaguas,dentroy fuera de la casa, ante la puerta que se cerraba y se abría con violencia.Ocurrieron mil cosas, como cuando en una relojería todos los relojes danlocamente la hora, uno tras otro, en una escena de maniática confusión,aunqueconciertaunidad;cantandoychillandolosúltimosratonesdelimpiezaselanzaronvalientementefueradelacasa¡arrastrandolashorriblescenizas!Yen la llameantebibliotecaunavoz leyóunpoema trasotroconuna sublimedespreocupación,hastaquesequemarontodos loscarretesdepelícula,hastaquetodoslosalambresseretorcieronysedestruyerontodosloscircuitos.

El fuego hizo estallar la casa y la dejó caer, extendiendo unas faldas dechispasydehumo.

En la cocina, un poco antes de la lluvia de fuego y madera, el hornopreparóunosdesayunosdeproporcionespsicopáticas:diezdocenasdehuevos,seis hogazas de tostadas, veinte docenas de lonjas de jamón, que fuerondevoradas por el fuego y encendieron otra vez el horno, que siseóhistéricamente.

Elderrumbe.Elaltillosederrumbósobrelacocinaylasala.Lasalacayóal sótano, el sótano al subsótano. La congeladora, el sillón, las cintasgrabadoras, los circuitos y las camas se amontonaron muy abajo como undesordenadotúmulodehuesos.

Humoysilencio.Unagrancantidaddehumo.

Laauroraasomódébilmenteporeleste.Entrelasruinasselevantabasólo

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unapared.Dentrodelaparedunaúltimavozrepetíayrepetía,unayotravez,mientraselsolseelevabasobreelmontóndeescombroshumeantes:

—Hoyescincodeagostodedosmilveintiséis,hoyescincodeagostodedosmilveintiséis,hoyes...

Octubrede2026—Elpicnicdeunmillóndeaños

Dealgúnmodomamátuvolaideadequequizásatodoslesgustaríairdepesca.PeroTimothysabíaquenoeranpalabrasdemamá.Laspalabraserandepapá,ylasdijomamáenvezdeél.

Papárestrególospiesenunmontóndeguijarrosmarcianosysemostródeacuerdo. Siguió un alboroto y un griterío; el campamento quedó reducidorápidamente a cápsulas y cajas.Mamá se puso un pantalón de viaje y unablusa,ypapállenólapipacondedostemblorosos,mirandofijamenteelcielomarciano, y los tres chicos se apilaron gritando en la lancha de motor, yningunodeellos,exceptoTimothy,seocupódemamáydepapá.

Papáapretóunbotón.Elmotoremitióunzumbidoqueseelevóenelaire.Elaguaseagitódetrás,lalanchaseprecipitóhaciadelante,ylafamiliagritó:

—¡Hurra!

Timothy, sentado a popa, puso dos deditos sobre los velludos dedos depapáymirócómoseretorcíaelcanalycómosealejabandellugarenruinasadondehabíanllegadoenelpequeñocohete,directamentedesdelaTierra.

Recordaba aún la noche anterior a la partida, las prisas y los afanes, elcohetequepapáhabíaencontradoenalgunaparte,dealgúnmodo,yaquellaideadepasarunasvacacionesenMarte.Marteestabademasiadolejosparairdevacaciones,peroTimothypensóensushermanosmenoresynodijonada.HabíanllegadoaMarte,yahoraibanapescar.Asídecíanalmenos.

La lancha remontaba el canal. La mirada de papá era muy extraña, yTimothy no la podía entender. Era una mirada brillante, y quizá tambiénaliviada;learrugabalacaraenunamuecaderisamásquedepreocupaciónodetristeza.

Elcohete,yacasifrío,desapareciódetrásdeunacurva.

—¿Durarámuchoelpaseo?—preguntóRobert.

Lamanolesaltabacomouncangrejitosobreelaguavioleta.

Papásuspiró:

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—Unmillóndeaños.

—¡Zas!—dijoRobert.

—Mirad,chicos.—Mamáextendióunbrazolargoysuave—.Unaciudadmuerta.

Los chicos miraron con una expectación fervorosa, y la ciudad muertaestaba allí, muerta sólo para ellos, adormilada en el cálido silencio estivalpuestoallíporalgúnmarcianohacedordeclimas.

Ypapámirólaciudadcomosilegustasequeestuvieramuerta.

Eran unas pocas piedras rosadas, dormidas sobre unas dunas; unascolumnas caídas, un templo solitario, ymás allá otra vez las extensionesdearena.Nadamás,undesiertoblancoalolargodelcanal,yencimaundesiertoazul.

De repente un pájaro atravesó el espacio, comouna piedra lanzada a unlagoceleste;golpeó,sehundióydesapareció.

Papálomiróconojosasustados.

—Creíqueerauncohete.

Timothyobservóelprofundoocéanodelcielo,tratandodeverlaTierraenllamas,lasciudadesenruinasyloshombresquenodejabandematarseunosaotros.Peronovionada.Laguerraeraalgotanapartadoylejanocomoeldueloa muerte de dos moscas bajo la nave de una enorme catedral silenciosa; eigualmenteabsurda.

William Thomas se enjugó la frente y sintió en el brazo la mano deTimothy,comounatarántulajoven,arrobada.

—¿Quétal,Timmy?

—Muybien,papá.

Timothynoalcanzabaaimaginarquéestabafuncionandoahoradentrodeese vastomecanismo adulto que tenía al lado.Era unhombrede grannarizaguileña,tostadoydespellejadoporelsol,debrillantesojosazules,comolasbolitasdeágataconquehabíajugadoenlaTierraenlasvacacionesdeverano,y de piernas largas y gruesas como columnas envueltas en pantalonesholgados.

—¿Quémiras,papá?

—Estoybuscandológicaterrestre,sentidocomún,gobiernohonesto,pazyresponsabilidad.

—¿Todasesascosasestánalláarriba?

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—No.Nolasheencontrado.Yanoestánahí.Ynuncavolveránaestarlo.Quizánuncaloestuvieron.

—¿Eh?

—Miraelpez—dijopapáseñalandoelagua.

Seoyóunclamordevocesdesoprano.Lostreschicosdoblaronloscuellosdelgadossobreelcanal,sacudiendolalancha,diciendo«¡oh!»y«¡ah!».

Unanilladopezdeplatanadabajuntoaellos.Deprontoondulóysecerrócomouniris,devorandounostrocitosdecomida.

Papámiróelpezydijoconvozgraveyserena:

—Escomolaguerra.Laguerraavanzanadando,veunpocodecomida,ysecontrae.Unmomentodespués...yanohayTierra.

—William—dijomamá.

—Perdona—dijopapá.

Inmóviles,ensilencio,miraronpasarlasaguasdelcanal,frescas,velocesycristalinas.Sóloseoíaelzumbidodelmotor,eldeslizamientodelagua,elsolquedilatabaelaire.

—¿Cuándoveremosalosmarcianos?—preguntóMichael.

—Quizámuypronto—dijopapá—.Estanochetalvez.

—Oh,perolosmarcianossonunarazamuerta—dijomamá.

—No,noescierto.Yoosenseñaréalgunosmarcianos—replicópapá.

Timothyfrunciólascejas,peronodijonada.Todoeramuyraroahora.Lasvacacionesylapescaylasmiradasquesecruzabalagente.

Losotrosdoschicosyaestabanbuscandomarcianos,yprotegiéndoselosojosconlasmanitasexaminabanlospétreosbordesdelcanaladosmetrosporencimadelagua.

—Pero¿cómosonlosmarcianos?—preguntóMichael.

PapáseriodeunmodoextrañoyTimothyvioqueunpulsolelatíaenlamejilla.

—Losabráscuandolosveas.

Lamadreeraesbeltaysuave,conunatrenzadepelodeororizadoenloaltodelacabeza,comounatiara,yojosmorados,conreflejosdeámbar,delcolor de las aguas profundas del canal cuando la corriente se deslizaba a lasombra.Se lepodíanver lospensamientosnadandocomopecesen losojos;unos brillantes, otros sombríos, unos rápidos y fugaces, otros lentos y

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pacíficos;yaveces,comocuandomirabalaTierra,losojoseransólocolorynadamás.Estabasentadaaproa,conunamanoenelbordedelalanchaylaotrasobrelososcurospantalonesazules;unalíneadepieltostadaporelsolleasomababajolablusa,abiertacomounaflorblanca.

Miró hacia delante, y, como no pudo ver con claridad,miró hacia atrás,haciasumarido,yreflejadoensusojosvioentoncesloquehabíadelante.Ycomoélañadíaalgodesímismoaesereflejo,unaresueltafirmeza,lamujerse tranquilizó y la aceptó, y se volvió otra vez, comprendiendo de prontodóndeteníaquebuscar.

Timothymirabatambién.Perosóloveíauncanalrecto,comounalíneadelápizvioletaquecruzabaunvalleamplioypocoprofundo;lascolinasantiguasy bajas se extendían hasta el borde del cielo. Y el canal continuaba,atravesando unas ciudades que habrían sonado como escarabajos dentro deunacalaverasialguienlashubiesesacudido.Erancienodoscientasciudadesque dormían envueltas en los sueños de los tibios días del verano y en lossueñosdelasnochesfríasdeinvierno.

La familiahabíaviajadomillonesdekilómetrosparaesto:unaexcursióndepesca.Peroenelcoheteteníanunarma.Eraunaexcursión,pero¿paraquéhabíanescondidotantacomidacercadelcohete?Vacaciones.Perodetrásdelvelo de las vacaciones no había caras dulces y risueñas, sino algo duro yhuesudoyquizáterrible.Timothynopodíalevantaresevelo,ylosotrosdoschicosestabanocupadosahora,puessóloteníandiez,yochoaños.

RobertapoyólabarbillaenformadeVenelhuecodelasmanosyobservóconojosmuyabiertoslasorillasdelcanal.

—Noveomarcianostodavía.

Papá había traído una radio atómica de pulsera. Funcionaba según unanticuadoprincipio:seaplicabacontraloshuesosdeloídoyvibrabacantandoohablando.Papálaescuchabaconunrostroqueparecíaunaciudadmarcianaenruinas:pálido,enjutoyseco,casimuerto.

Luego pasó el aparato de radio a mamá. Mamá escuchó con la bocaabierta.

—¿Qué...?—empezóapreguntarTimothy,peronoterminóloquequeríadecir.

En esemomento se oyeron dos titánicas explosiones que los sacudieronhastalostuétanos,seguidasdeunamediadocenadedébilestemblores.

Alzandobruscamentelacabeza,papáaumentóenseguidalavelocidaddela lancha.La lancha saltóy se torcióyvoló.Estoacabócon los temoresdeRobert,yMichael,dandogritosdemiedoysorprendidaalegría, seabrazóa

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laspiernasdemamáymiróelaguaquelepasabapordebajodelanarizenunalborotadotorrente.

Papádesviólalancha,aminorólavelocidad,yllevólaembarcaciónporuncanalestrechohastadebajodeunantiguoyruinosomuelledepiedraqueolíaacarnedecrustáceo.La lanchagolpeóelmuelle,y todosfuerondespedidoshacia delante, pero nadie se lastimó, y papá se inclinó en seguida sobre labordaparaversilosrizosdelaguaborrabanlaesteladelalancha.Lasondasdelcanalseentrecruzaron,golpearonlaspiedras,retrocedieronencontrándoseotravez,sedetuvieron,moteadasporelsol.Desaparecieron.

Papáescuchó.Todosescucharon.

La respiración de papá resonaba como si unos puños golpearan lashúmedasyfríaspiedrasdelmuelle.Enlasombra, losojosdegatodemamáobservabanapapábuscandoalgúnindiciodeloqueibaapasarahora.

Papásetranquilizóysuspiró,riéndosedesímismo.

—Eraelcohete,porsupuesto.Estoycadavezmásnervioso.Elcohete.

—¿Quéhapasado,papá,quéhapasado?—preguntóMichael.

—Nada,quehemosvoladoelcohete—dijoTimothytratandodehablarenuntonoindiferente—.Heoídoanteseseruido,enlaTierra.Elcoheteestalló.

—¿Porquévolamoselcohete?—preguntóMichael—.¿Eh,papá?

—Espartedeljuego,tonto—dijoTimothy.

LapalabraentusiasmóaMichaelyaRobert.

—¡Unjuego!

—Papáloarreglóparaqueestallara.Asínadiepuedesaberdóndeestamos.Porsivienenabuscarnos,¿entiendes?

—¡Québien!¡Unsecreto!

—Asustado pormi propio cohete—le dijo papá amamá—. Estoymuynervioso.Estontopensarenotroscohetes.Quizásuno...SiEdwardysumujerconsiguieronsalirdelaTierra.

Se llevó otra vez el diminuto aparato de radio a la oreja. Dos minutosdespués,dejócaerlamanocomoquiendejacaeruntrapo.

—Porfinseacabó—ledijoamamá—.Laradioacabadeperderlaondaatómica.Yanohaymásestacionesenelmundo.Sóloquedabandosenestosúltimosaños.Todascallaronahora,yasíseguiránprobablemente.

—¿Porcuántotiempo,papá?—preguntóRobert.

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—Quizá vuestros bisnietos vuelvan a oírlas—contestó papá, y tuvo unasensacióndeterror,derrotayresignaciónquealcanzóalosniños.

Finalmente papá guio otra vez la lancha hacia el canal y continuaron elpaseo.

Se hacía tarde. El sol descendía. Una hilera de ciudades muertas seextendíadelantedeellosalolargodelcanal.

Papáleshablóasushijosmuyserenamenteyenvozbaja.Muchasveces,en otros tiempos, se había mostrado inaccesible y severo, pero ahora leshablabaacariciándoleslacabeza.Losniñoslonotaron.

—Mike,eligeunaciudad.

—¿Quépapá?

—Eligeunaciudad.Cualquiera.

—Bueno—dijoMichael—.¿Cómolaelijo?

—Elijelaquemásteguste.Yvosotros,Robert,Tim,elegidtambiénlaquemásosguste.

—Yoquierounaciudadconmarcianos—dijoMichael.

—Latendrás—dijopapá—.Teloprometo.Hablabaconloschicos,peromirabaamamá.

Enveinteminutospasaronanteseisciudades.Papánovolvióahablardeexplosiones. Prefería, aparentemente, divertirse con sus hijos, verlos reír, acualquierotracosa.

AMichaellegustólaprimeraciudad,perolosdemásnolehicieroncaso,pues no confiaban en juicios apresurados. La segunda ciudad no le gustó anadie. Era un campamento terrestre de casas de madera que ya estabaconvirtiéndoseenserrín.LaterceralegustóaTimothyporqueeragrande.Lacuartaylaquintaerandemasiadopequeñas,ylasextaprovocólaadmiracióndetodos,inclusodemamá,quesesumóalos«¡ah!»y«¡oh!»yalos«¡miradeso!».

Eraunaciudaddecincuentaosesentaenormesestructuras,enpietodavía;había polvo en las calles de piedra, uno o dos surtidores latían aún en lasplazas.Loúnicovivo:unoschorrosdeaguaalaluzdelatarde.

—Éstaeslaciudad—dijerontodos.

Papáguiolalanchahaciaunmuelleydesembarcódeunsalto.

—Yaestamos.Estoesnuestro.Aquíviviremosdesdeahora.

—¿Desdeahora?—exclamóMichael,incrédulo,poniéndosedepie.Miró

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laciudadysevolvióparpadeandohaciaellugardondehabíaestadoelcohete—.¿Yelcohete?¿YMinnesota?

—Aquí—dijo papá, y tocó con el aparatito de radio la cabeza rubia deMichael—.Escucha.

Michaelescuchó.

—Nada—dijo.

—Esoes.Nada.Nada,parasiempre.NomásMinneapolis,nomáscohetes,nomásTierra.

Michael meditó unos instantes en la fatal revelación y rompió en unossollozosentrecortados.

—Espera,Mike—ledijopapáenseguida—.Tedoymuchomásacambio.

Michael,intrigado,contuvolaslágrimas,aunquedispuestoacontinuarsilanuevarevelacióndepapáeratandesconcertantecomolaprimera.

—Tedoyestaciudad,Mike.Estuya.

—¿Mía?

—Sí,delostres:tuyaydeRobertydeTimothy.Exclusivamentevuestra.

Timothysaltódelalancha.

—¡Todoesnuestro,todo!

Continuabajugandoconpapá,yjugabaafondoybien.Mástarde,cuandotodoconcluyerayseaclarara,podríasepararsede losdemásy llorarasolasdiezminutos.Peroahoraera todavíaun juego,unaexcursión familiar,y losotrosdoschicosteníanqueseguirjugando.

MikeyRobertsaltarondelalanchayayudaronamamá.

—Cuidado con vuestra hermana —dijo papá, y nadie supo, hasta mástarde,loquequeríadecir.

Entraronenlavastaciudaddepiedrarosada,hablándoseenvozbaja,pueslasciudadesmuertasinvitanahablarenvozbajá,yobservaronlapuestadelsol.

—Dentrodeunoscincodías—dijopapá—volveréallugardondeestabael cohete y recogeré la comida escondida en las ruinas y la traeré aquí.DespuésbuscaréaBertEdwards,sumujerysushijas.

—¿Hijas?—preguntóTimothy—.¿Cuántas?

—Cuatro.

—Ya veo que eso nos traerá preocupaciones—dijo mamámeneando la

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cabeza.

—Chicas—dijoMichael,ytorciólacaracomounaviejaypétreaimagenmarciana—.Chicas.

—¿Tambiénvienenencohete?

—Sí.Siconsiguenllegar.LoscohetesfamiliaresseconstruyenparairalaLuna,noaMarte.Nosotrostuvimossuerte.

—¿Dóndeconseguisteelcohete?—susurróTimothymientraslosotrosdoschicoscorríanadelantándose.

—Loguardéduranteveinteaños,Tim.Loescondí,esperandonotenerqueusarlo.Supongoqueteníaquehabérseloentregadoalgobierno,paralaguerra,peropensabaconstantementeenMarte...

—Yenunpicnic.

—Eso es. Esto queda entre nosotros. Cuando vi que todo acababa en laTierra,ydespuésdehaberesperadohastaelúltimomomento,embarquéalafamilia. TambiénBertEdwards tenía escondido un cohete, pero nos pareciómejornopartirjuntos,porsialguienintentabaderribarnosatiros.

—¿Porquévolasteelcohete,papá?

—Paraquenuncapodamosvolver.Ydeestemodo,además,sialgunodeaquellosmalvadosvieneaMarte,nosabráqueestamosaquí.

—¿Poresomirassiempreelcielo?

—Sí,esunatontería.Nonosseguiránnunca.Notienenconquéseguirnos.Mepreocupodemasiado,esoestodo.

Michaelvolviócorriendo.

—¿Estaciudadesdeverasnuestra,papá?

—Todoelplanetaesnuestro,hijos.Todoelbenditoplaneta.

Allí estaban, el Rey de la Colina, el Señor de las Ruinas, el Dueño deTodo, losmonarcas y presidentes irrevocables, tratando de comprender quésignificabaserdueñosdeunmundo,yquégrandeerarealmenteunmundo.

Lanochecayórápidamenteenladelgadaatmósfera,ypapálosdejóenlaplaza,juntoalsurtidorintermitente,llegóhastalaembarcación,yvolvióconunpaquetedepapelesenlasmanos.

Amontonó los papeles en un viejo patio y los encendió. Todos seagacharonalrededordelasllamascalentándoseyriéndose,yTimothyvioquecuandoel fuegolasalcanzaba, las letritassaltabancomoanimalesasustados.Lospapelescrepitaroncomolapieldeunhombreviejo,ylahogueraenvolvió

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innumerablespalabras:

«TÍTULOSDELGOBIERNO;Gráficascomercialese industriales,1999;Prejuicios religiosos, ensayo: La ciencia de la logística; Problemas de laUnidadAmericana;Informesobrereservas,3dejuliode1998;Resumendelaguerra...»

Papá había insistido en traer estos papeles, con este propósito. Los fuearrojandoalfuego,unoauno,conairedesatisfacciónyexplicóaloschicosquésignificabatodoeso.

—Yaeshoradequeosdigaunaspocascosas.Nofuejusto,meparece,queoslashayaocultado.Nosésientenderéis,perotengoquedecirlo,aunquesóloentendáisunaparte.

Arrojóunahojaalfuego.

—Estoyquemandotodaunamaneradevivir,delamismaformaqueotramaneradevivirsequemaahoraenlaTierra.Perdonadmesioshablocomounpolítico,peroal finyalcabosoyunexgobernador;ungobernadorhonesto,poresomeodiaron.LavidaenlaTierranuncafuenadabueno.Lacienciasenosadelantódemasiado,condemasiadarapidez,ylagenteseextravióenunamaraña mecánica, dedicándose como niños a cosas bonitas: artefactos,helicópteros, cohetes; dando importancia a lo que no tenía importancia,preocupándose por las máquinas más que por el modo de dominar lasmáquinas. Las guerras crecieron y crecieron y por último acabaron con laTierra.Poresohancalladolasradios.Poresohemoshuido.

»Hemos tenidosuerte.Noquedanmáscohetes.Yaeshoradequesepáisque esto no es una excursión de pesca. He ido demorando el momento dedecirlo. La Tierra ya no existe; ya no habrá viajes interplanetarios, durantemuchossiglos,quizánunca.Aquellamaneradevivirfracasó,yseestrangulóconsuspropiasmanos.Soisjóvenes.Osrepetiréestaspalabras,todoslosdías,hastaqueentrenenvosotros.

Hizounapausayalimentóelfuegoconotrospapeles.

—Estamos solos. Nosotros y algunos más que llegarán dentro de unosdías.Somosbastantesparaempezardenuevo.BastantesparavolverlaespaldaalaTierrayemprenderunnuevocamino...

Las llamas se elevaron subrayando lo que decía papá.Y luego todos lospapelesdesaparecieron,menosuno.Todas las leyesde laTierra fueronunospequeñosmontículosdecenizacalientequeprontosellevaríaelviento.

Timothymiróelpapelquepapáarrojabaalfuego.Eraunmapadelmundo.El mapa se arrugó y retorció entre las llamas, y desapareció como unamariposanegrayardiente.Timothyvolviólacabeza.

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—Ahora,osvoyamostrar losmarcianos.Venidtodos.Ven,Alice—dijopapátomandoamamádelamano.

Michaelllorabaruidosamente,ypapáloalzóenbrazosytodoscaminaronporentrelasruinas,haciaelcanal.

Elcanal.Pordondemañana,opasadomañana,vendríanenbotelasfuturasesposas,unasniñitassonrientes,acompañadasdesuspadres.

La noche cayó envolviéndolos, y aparecieron las estrellas. PeroTimothynoencontrabalaTierraenelcielo.Sehabíapuesto.Eraalgoquehacíapensar.

Unpájaronocturnogritóentrelasruinas.

—Vuestra madre y yo procuraremos instruiros —dijo papá—. Tal vezfracasemos, pero espero que no. Hemos visto muchas cosas y hemosaprendido mucho. Este viaje lo planeamos hace varios años, antes de quenacierais.CreoqueaunquenohubieseestalladolaguerrahabríamosvenidoaMarteyhabríamosorganizadoaquínuestravida.Lacivilización terrestrenohubiese podido envenenar a Marte en menos de un siglo. Ahora, porsupuesto...

Llegaronalcanal.Eralargoyrectoyfresco,yreflejabalanoche.

—Siemprequiseverunmarciano—dijoMichael—.¿Dóndeestán,papá?Meloprometiste.

—Ahíestán—dijopapá,sentandoaMichaelenelhombroyseñalandolasaguasdelcanal.

Losmarcianosestabanallí.Timothyseestremeció.

Losmarcianosestabanallí, enel canal, reflejadosenel agua:TimothyyMichaelyRobertypapáymamá.

Losmarcianoslesdevolvieronunalarga,largamiradasilenciosadesdeelaguaondulada.

FIN