Crónica de un Capellán de Guerra del Pacífico. Apuntes del Capellán de la Primera División Don Ruperto Marchant Pereira 1879 - 1881. (1959)

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    CKONICA DE U N CAPELLANDE I, i \ GUERRA DEI, PACIFICO

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    CRONICADE UN CAPELLANDE LA GUERRADEL PACIFICO

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    M u c h o s e Iirr escl-ilo crcel.c

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    ASUESTRA hlAL)RIi.

    S A N T ~ S I ~ I AIFL CARL IFNDEDICO

    LA R E I ~ \ C P R E S I ~ NI FSTOSAPUNTES

    pnl-a obse q zlicll.10~ (1 Ins pe rso ~t sque 77le hn?z nco~tlpnindocon szis

    o~.ncionesy con slr njerlo cr dnl.' grnricis nl Seior

    Po] . m i s25 0170s (le Strcerdorio

    SANTIAGO, 42 y 23 ~ l ee/~tietnDi.e.193.1 - 1959

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    P

    Autofagasta

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    Junto con el seor Ministro don Corilelio Saavedra y nu-lnerosos jefes y empleados, a bordo del "Copiapo", partieronpara el Norte los primeros capellanes, seor Florencio Fonte-cilla y seor ~ u ~ e r t oa r c h a n t . que, con anuencia de la Au-toridad Eclesistica. gratuitamente haban ofrecido sus ser-vicios al Gobierno, desembarcando en Antofagasta, gne habasido ocupada militarmente por nuestras tropas el da 14 defebrero.Durante la navegacin, departiendo amigablemente conlos oficiales, trataban de hacerles comprender que, sin la in-tervencin del cielo de nada sirven las bayonetas y caones,pues el que se llama el Dios de los Ejrcitos, sabe dar la vic-toria a quien quiere y cuando quiere y que, por tanto, era pre-ciso que todos se colocasen bajo la proteccin de aquella quehaba sido jurada Patrona de nuestras armas; y, al efecto,comenzaron a repartir algunos escapularios; mas, como al-guien titubease en recibirlo, adelantse entonces uno de losnlariaos que hoy ocupa. un puesto distinguido y, arrodillndo-se: "Sirvase, capelln, dijo, colocarlo Ud. mismo sobre mi cue-llo"; y, iuego ponindose en pie-: "Recordarn ustedes, agre-g, la prdida del "Eten". Navegaba yo en el, y fui uno de lospocos que conseguimos abordar un gran peasco q.ue se alza-ba a regular distancia de tierra. Viendo que, con la alta ma-rea, las olas poco a poco iban barriendo a los que sobreviviany que ya llegaba la noche, me lanc al agua. En aquella luchadesesperada en que las fuerzas se agotaban y ya me sumerga,nie acord de una Seora del Carmen, a quien mi madre siem-pre invocaba, sintiendo en el acto que me estrellaba coiltra al-go que flotaba, perdiendo el conocimiento. Cuando volv enm, me hall botado en la playa, estrechamente abrazado deun trozo de madera al que deb la vida". Ya se comprenderel efecto que produjo semejante narracin.Los capellanes, una vez instalados en Antofagasta, de

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    acuerdo con el Vicario boliviano seor Meiidoza, luego prin-cipiaroii en ei templo una misin, seguida despus en los cuar-teles, con un trabajo mprobo, pues pasaron de ocho mil losque entonces recibieron los Sacramentos.Eiitre tanto, mientras el seor Fontecilla continuaba sulabor. el seor Marchant recibi orden de trasladarse a Cara-coles, donde, durante loa cuarenta y cinco das que perniarie-c i ah, no ces de evangelizar y catequizar esa pobre gente.Para formarse una idea del estado de aquel mineral, bas-te decir que, una noche, como hubiesen venido a buscarle pa-ra una confesin, el oficial de guardia: -"Capelln, le dijo,Ud. no sale si no va armado con este revlver"-. ''Cmo seimagina, le contest, que yo fuera a disparar aunque me qui-taraii la vida?" - Entonces ir Ud. escoltado". Y as acon-teci, encontrando a una desgraciada que agonizaba tendidaen un miserable jergn, mientras al lado, separado unicamen-te por unas cuxtitas tablas, se desarrollaba la zambra nias fe-nomenal.Viendo que los domingos casi nadie acudii a misa, deacuerdo con cl jefe de la guarilici6r1, coronel don Joaqun Cor-ls, se orden cerrar todos los chiribitiles, y que la tropa, ha-ciendo u11 verdadero rodeo, acorralara la gente en la plaza.celebrndose la misa en el atrio del templo. El resultado nopudo ser ms satisfactorio, pues todos los empleados de lasdistintas oficinas, venan despus a dar las gracias, por el dade descanso que ahora se les proporcionaba.

    En estas circunstancias, se dio la orden de marchar so-bre Calama. Al partir, formado ya el Regimiento 20 de lnea,rompiendo las filas, adelaiitse uno de los soldados, que eraa.raucailo: -"Comandante, dijo, yo no voy al combate, si an-tes no recibo e1 bautismo". No haba tiempo que perder: yaredoblaban los tambores y resonaban los clarines. Acercse en-tonces el capelln Y; ras de una rpida entrevista con el sol-dado, le administr el Sacramento. Las msicas rompieroncon el himno nacional, y las tropas, vivando a Chile, y armasal hombro, se lanzaron al desierto.Terminada felizmente aquella campaa, un grupo de sol-dados del 20, fue a depositar en el templo una pequea urnade la Santsima Virgen del Carmen, que haban llevado y aho-ra traian, con un arco formado de monedas de a cinco y diezcentavos, de las mandas que haban hecho durante la jorna-da; lo que prueba la ardiente fe que entonces arda en el a l -ma de nuestra nacin.Miectras tanto, el 5 de abril, da en que se haba declara-do la guerra al Per, esa maana, en el momento en que unasalva anunciaba la fausta, nueva, presentsele uno de los a r -

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    tilleros, chorreando sangre, coi1 las dos manos arrancadas' poruno de los disparos. Atacado poco despus del ttanos, terri-ble mal propio de los heridos, al darle la comunin, que e1 in-feliz con instancias exiga, no pudiendo tragar la SagradaForma, hubo de retirarla al punto el capel!n, en el instanteen q,ue se apretaban convulsivamente los dientes -"Buenala escapada! exclam el cirujano; por poco no le rebana co-mo a cincel los dedos!"Algu~~osas despus, llegaba la orden de regresar a An-tofagasta. El sacerdote volva descorazonado, pues, fuera de laguarnicioil, su incesante trabajo apenas habia obtenido pe-quesimo resultado. Por eso, al partir, ya avanzaba l a noche,mientras que la carretela que le conduca, descenda como unasombra: -"iPueblo ingrato, murmur sileilciosamente, como,dice el Evangelio, merecas que se sacudiera sobre t el polvode las sandalias!" Pens; y al punto estall all en la alturaun incendio, cuyos respland.ores siniestros se reflejaban pavo-rosos en el desierto, donde slo se oa el chasquido de la huas-ca y gritos del cunductor que animaba a las mulas'que se hun-dan en las sinuosidades de la cenicienta huella.Al llegar a Carmen Alto, punto de partida del tren, no sehabra podido definir la figura del capelln. El viaje lo habiatenido que hacer, parte a pie, parte en el pescante, pues a lamitad del camino, todos los pasajeros, incluso el conductor,iban completamente beodos; de manera que se. vio obligadoa coger l mismo las riendas y, a fuerza, de: " Arre mulita!jarre!", pudo llegar a tiempo para alcanzar el tren que le con-dujo a Antofagasta, a donde lleg zarandeado, molido y casimuerto con aquella tragediosa jornada de cerca de cincuentaleguas.

    Reaiiudadas de nuevo sus tareas, vino a interrumpir u11poco la monotona de tan penosos das, el feroz caoiieo que,en una de esas noches, hizo retemblar la baha. La alarma'fue inmensa. Todos se precipitaban hacia la playa, y se lan-zaban a las chalupas y botes, creyendo que el "Huscar" ata-caba los trasportes. En medio de aquella batahola, los cape-llaries corran tambin presurosos, no faltando hasta un mi-litar herido, a quien, al ceirse el revlver, se le escap untiro. Luego se supo que todo no haba sido sino un merozafarrancho de combate, que no dej de tener sus consecuen-cias, pues fuera de los desmayos de algunas seoras, al dasiguiente no qued una sola familia boliviana en la ciudad,las que, haciendo sus maletas:-"Hoy ha sido de por ver, seclecaii, maana sera de veres".

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    Poco despus, otra noche, despert sbitamente el cape-lln, al sentir en sii rostro el aliento de una persona que ledeca:-"Ruega por el alma del Purgatorio".- "iFloren-cio!" exclam, enderezndose en su lecho de campaa y en-c,endiendo una luz. Todo estaba en silencio y la puerta de co-municacin completamente cerrada. Eran las dos de la ma-ana.-"Alguien que ha muerto de mi familia", se dijo, y sepuso a rezar. Al da siguiente, al saber esto, el seor Fonte-cilla:-"Qu raro! dijo, apuntemos la fecha". Era la nochedel 21 de Mayo, y no tard en recibir la sensacional 'noticiadel sacrificio heroico de Arturo Prat.-"El ha sido!" excla-m, entonces emocionado el sacerdote, no cesando desde eseda de rogar irux?santemente por l y sus compaeros.El 25intraba al puerto 1 "Covadonga", y Cndell, LynCliy Orella eran recibidos en triunfo. Aun parece oir la voz en-ronquecida de esos valientes, que narraban los pormenores deaquel sin igual combate, en que ellos mismos haban tenidoque disparar los caones.-'Yo querra, deca el tenienteOrella, que se hiciera examinar el casco de la Independen-cia", perforado por nuestras balas de a setenta, casi a bocade jarro, pues oamos la voz del comandante Moore que nospeda suspender el fuego". Y Estanislao Lynch, con su pa-uelo negro anudado a la garganta y su rostro inflamadopor el eitusiasino:-"i~rriarn la bandera, capelln,' repeta,arriaron la bandera, y nuestra "Covadonga" se ha cubiertode gloria!"Al da siguiente, al caer la tarde, presentse el "Huascar"en demanda de la goleta, que lo recibi a balazos, secundadapor las bateras de tierra, retirndose al anochecer el moni-tor, sin dar resultado alguno el bombardeo de la ciudad.Vibrantes los niincs con tan heroicos hechos, luego vol-vi la monotona de los primeros meses, mientras se organi-zaba y disciplinaba el Ejrcito, hasta que el 28 de agosto seavist de nuevo el "EIuascar" en son de guerra. Esta vez elcapelln recibi orden de instalarse en el fuerte Sur -"Na-die habla en la batera", fue la primera voz de mando delcapitn don Benjamn Montoya, al mismo tiempo que orde-naba cargar el can de a ciento cincuenta-. ''Bala sli-da!", le dijo a media voz al capelln. El "Huscar", desple-gando una enorme bandera roja, avanzaba brioso y soberbio:.--"iFuego!" reson en la batera. Un gran penacho de aguafue a baar la cubierta del monitor, que retroceda como uncaballo violentamente sofrenado. - 'iViva e1 capitn Mon-toya!" grit batiendo su sombrero el capelln, a quien conel estampido, pareca le hubiesen arrancado la cabeza. Una

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    bala de a trescientas, comci un huracan: pas silbaildo a cua-tro o cinco metros por encima de la batera, yendo de reboteen rebote a estallas a retaguardia. Tras sta, otra a pocos pa-ros hacia la derecha, y, una tercera, casi en lnea recta. Unanube negra de tierra y de cascos de metralla envolvi la ba-tera. Se crey que el monitor hubiese acertado en el blanco;ms no fue as por fortuna, sino que una de nuestras gra-nadas haba reventado en la misma boca del can, sin cau-sar la menor desgracia.-"iFuego!" volvi a repetir el capi-tn enardecido: la bala fue a dar de lleno en la popa delbuque que se alej hasta ponerse fuera de tiro. Sin duda estedisparo fue el que hizo Volar el famoso Cucaln, Cuyo nom-bre se hizo proverbial. Un ayudante llegaba a escape por laplaya y ordenaba cesar el combate. La noche no tarda en di-searse entre la bruma. Cuando amaneci, el "Huscar" ha-ba desaparecido. *Algunas horas ms tarde, llegaba al templo el comandan-te del "Abtao", don Aureliano Snchez Albaradejo, que tuvoque soportar impvido los disparos del enemigo, con su bu-que que se hallaba en reparacin y los calderos descompues-tos, habiendo tenido la desgracia de perder el primer inge-niero, don Juan Mery, y unos seis u ocho marineros. Veniaa hacer prepamr los funerales. El capeiln, cuyo buen humorjams le abandonaba, sali a recibirlo y, cuadrndose mili-tarir.ente:-"iViva el comandailte don Aureliano Shnchez Al-baradejo, le dijo, que, en la rada de Antofagasta, al almiran-te Grau, le romp el pellejo!" En ese instante, el comandan-te, que era como el petit Caporal, se llevaba la mano al ros-tro, en donde luca un buen parche, de un astillazo que, porpoco lo deja sin nariz.Pasado alguiios das, volvi de nuevo aquella inacciondesesperante, en un lugar completamente rido, sn ms aguaque Ia resacada. De aqu cierto malestar que sordamente ger-niinaba en el Ejrcito y que los sacerdotes, seores Fonteci-Ila, Marchant, Valds Carrera, Cruzat, Ortzar, Cristi, Reve-rendos Padres Madariaga, Correa, Pacheco y Prebendado donJos Ramn Saavedra, casi en vano se esforzaba por extir-par; y as aconteci una noche que, al recogerse el capellna su carpa, de repente se present un soldado que llegabadespavorido, abrazndose de l y pidindole que lo favorecie-ra de otros dos, de distinto regimiento, que lo iban a ulti-mar.-"iMiserables! les grit, interponindose entre ellos,;cmo es posible que vayis a cometer semejante crimen?"-"Perdoiie, capelln, contestaron a una voz, ha sido un nlo-meilto de exaltacin". Y se perdieron en la oscuridad. Ya se

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    comprenderi entonces como, para escarmiento, hubo necesi-dad de pasar por las arinas, en un mismo da, a cinco solda-dos, correspondindole a l auxiliar a uno de esos infelices.para quien, en el postrer momento, al rayar el alba, celebrla santa misa, eil una altar improvisado sobre unas cajas deguerra, en iiiedio del regimiento formado en cuadro; termi-nada la cual, y despus de darle la comunin, tratando deconfortar su nimo:-"No habas venido a morir?" le dijo.-"S, contest. -"Pues bien, haz menta que hoy se va a darla batalla y que, por la misericordia de Dios, bien preparado,vas 3. caer en la refriegav.-"Crame, mi capelln, que mue-ro conteiito". En ese instante reson la voz imperiosa y cor-tante de niando:-" Ya es llora! "-Redoblaron los tambores.la msica rompi con una marcha fnebre, y una carretatirada por bueyes, coinenz a repechar el spero faldeo, con-duciendo al desgraciado, cuyas miradas al sacerdote procura-ba desviar con el crucifijo, que llevaba en sus inanos, a finde que no se fijase en una mujer que, est2cionada en el ca-mino, alzando los brazos al cielo, caa desplomada: jera suesposa! Una vez en el banquillo, y ya atada la vista, cuandoel heraldo, espada en ma no :4 'jPo r la nacin, pregonaba,pena de la vida, al que implorare perdn!", el capelln conel corazn destrozado, rompiendo por entre la compacta inul-titud, se lanzo cerro abajo, sintiendo a lo lejos resonar la tre-menda descarga.Aun no volva de las violentas impresiones de aquella 111s-iiana, cuando, al anochecer, le vinieron a buscar para ir aauxiliar, en los suburbios, a un moribundo, y se encontr conun cadver, del que era necesario extraer una criatura.-"iUninomento!" exclam, Y parti a escape hacia la ainbulailcia,donde, encoiztrandose con el cirujano mayor, seor Guti-rrez:-"Doctor, le dijo, tonle su estuche y sgame". Al llegarcasi sin alientos:-"Adelante, doctor, y o aguardo aqun.-Treso cuatro minutos despus apareca el doctor e11 mangas decamisa, arremangados los puos, trayendo en sus manos,palpitante y vivo, un nifio, que fue bautizado con el nombrede Luis.

    El "Huascar", mientras tanto, no cesaba en sus correras.El almirante Williams acababa de ser reemplazado por donGalvariilo Riveros, quien, inaravillosamente secundado por elalmirante do11 Juan Jos Latorre, pocos dias despus, el ochode octubre, triunfaba gloriosamente en Angarnos.Esa maana, e1 capelln, preocupado con las noticias que

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    desde Mejillones trasmita el telgrafo, al celebrar la misa:-"Madre nia, haba dicho a la Santsima Virgen, si hoynuestros marinos rinden al "Huscar", a nombre del Ejrci-to, te prometo una novena solemne". A l volver a su aloja-miento, a cada paso se detena, porque le pareca oir un ca-oneo lejano, de tal suerte que, dirigindose a la carpa de ofi-ciales:-"No sienten ustedes!, les dijo; parece que ha co-menzado el combate". En ese momento l!egaba al galope elayudante Dardignac, con un pliego cerrado para el jefe dela Ambulancia.-",:No les deca? continu impertrrito el ca-pelln, en ese oficio se ordenaba el embarque inmediato dela Ambulancia con rumbo a MejillonesV.-"iExacto!" inte-rrumpi el doctor Martnez Ramos, y una hora ms tarde,junto cori el Estado Mayor, partan a bordo del "Copiap".De aquella memorable travesa, en que el jbilo ray casien locura, cmo no recordar a los dos jvenes tenientes del"Chacabuco", don Jorge Cuevas y don Pedro Urriola, cuyosrestos el mismo sacerdote con quien ahora fraternizaba muypronto tendra que ir a buscar en los arenales de Tarapac.?Imposible describir el aspecto que presentaba el "Hus-car", con aquel hacinamiento de escombros, como si hubierasido sacudido por un violento terremoto, regueros de sangre,cadveres que asomaban por las cofas y, en el departamen-to de las mquinas, que se hallaban intactas, una pobre ove-ja que balaba tristemente. Los prisioneros comenzaron a des-filar. Ah estaban representadas casi todas las naciones, en-tre ellos un francs que narraba los pormenores del combate,y la muerte del almirante G~au, quien una bala arranc elbrazo derecho y una granada pulveriz; y el segundo coman-dante, don Elas Aguirre, a quien otra bala de can rebanbla cabeza por los dientes, como si hubiera sido por un man-doble; mientras don Diego Ferr, el tercer jefe, sin lesin,alguna aparente, manando sangre por las narices y odos,caia dentro de la torre al lado de su compaero, el tenienteprimero, don MeIitn Rodrguez.Entre tanto, en nuestras naves, fuera de unos pocos he-ridos, la nica vctima fue, en el "Cochrane", el grumete Do-mingo Johnson, que era el aclito del capelln seor Cami-lo Ortzar, y que expir balbuceando el nombre de su madre.A la maana siguiente, el capelln celebraba en el puer-to la primera misa, siguiendo luego las exeq,uias, y dndosesepultura a todos los cadveres, con los honores de ordenanza.Vueltos a Antofagasta, el general Escala hizo suya la pro-mesa que haba sido hecha a nombre del Ejrcito, 'comenzn-ose en la iglesia una solemnsima novena a nuestra Reina

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    y Seora, con asistencia por turnos, de los distiiltos regi-mientos.A l terminar la novena, era da domingo, y el Ejrcito, es-calonado en la plaza, asista a la misa que se celebraba en e1prtico. De repente se oy la voz:-"[El "Huascar" a la vis-go con la gran bandera sostenida por cien manos y desplega-da!" Todo el mundo se precipito hacia el mar volviendo lue-go con la gran bandera sostenida por cien manos y desplega-da, a guisa de cortina, sobre las cabezas, la que fue colocadaen el templo a los pies del trono de la Santsima Virgen. Elseor Fontecilla enton entonces el "Te-Deum", mientras lascampanas eran echadas a vuelo, y se esparcan desde la to-rre centenares de impresos, con una proclama del general enjefe, terminando la fiesta con una brillante improvisacin delcapellii de marina seor don Carlos Cruzat.Libre el mar, dise la orden de embarque, para operar so-bre las costas del Per, efectundose entonces la ms impo-nente ceremonia. que es posible imaginar. El Ejrcito enteroformaba en la plaza y calles adyacentes, y la Santsima Vir-gen, colocada sobre una curea primorosamente arreglada,fue paseada en triunfo, escoltada por los principales jefesque sostenan los cordones que pendan de la Imagen. Al pa-sar, resonaban las msicas marciales, tronaban los caones,F e inclinaban los estandartes, y un grito unnime de alaban-za y amor se elevaba hasta el cielo. Fue quizs aqul el mshermoso da de la trascendental campana que se iniciaba, yque iba a ser tan gloriosamente coronada.

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    Durante la navegacin, el capelln, a bordo del "Abtao",no encontrando un lugar a propsito para or las confesiones,al llegar la noche, se trepaba sobre el toldo de cubierta, to-mado de las.. jarcias, y ah administraba el sacramento aiitela inmensidad del ocano, sarcado por diez y ocho naves enconvoy que, con sus iiegros penachos de humo y con sus lu-ces ?nulticolores, se dibujaban en rededor.,Al amanecer el da dos de noviembre, la escuadra estabaa la vista de Pisagua, rompiendo poco despus el fuego el"Cochrane", siguindose un rudsimo combate de tres horas,hasta enarbolar la bandera en el campamento enemigo, situa-do sobre una altiplanice elevada a ms de trescientos iiletrossobre el nivel del mar.No se puede describir el efecto aterrador de los caonesy de aquel nutrido fuego de fusilera, junto coi1 el incendio yderrumbe de los edificios. Algunas lanchas que atracaban enbusca de nuevos contingeiites, llegaban medias de agua tei-das en sangre.Al desembarcar el capelln, el comandante Sailta Cruz,como un len, espada en mano, arengaba y distribua alguiiastropas de Zapadores, Buin, 20 y 40 de Lnea. que trepaban porlas arenosas laderas, desalojando a los boliviailos en su por-fiada y tenaz resistencia, mientras el Atacama coronaba yalas alturas. Un individuo, cubierto con una larga bata. y conn pauelo blanco en mano, descenda cerro abajo:-"iNo lomaten!" grit el capelln a unos soldados que fijaban ya lospuntos. Era un maquinista del tren, que das antes se habaquemado con la explosin de un caldero; estaba en el hospi-tal cuando comenz el bombardeo y huy hacia arriba, y aho-ra gue el Atacan12 se apoderaba del campamento, hua de1:uevfiacia abajo.,Los heridos comenzaron a ser transportados al hospitaly, desde el dia siguiente, el sacerdote se ocup eii hacer en-terrar a los muertos, que eran llevados en carros de nianos

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    y colocados en los fosos, entreverando un chileno con tres ocuatro bolivianos, a fin de que all al menos descansasen ver-daderamente .en paz.Nuestras bajas ascendieroii a 58 muertos y 155 neridos;y las del enemigo, segn sus cmputos, a 689 entre inuertos,heridos y desaparecidos, cifra alzada que se explica por elmortfero fuego de la escuadra.Entre tanto, la completa escasez del agua vino a agravarla situacin, pues no haba sino la que, con gran trabajo, ha-ca resacar el seor don Federico Stuven, que, en esta oca-sion, fue el verdadero salvador del Ejrcito. A esto se agregala absoluta careacia de vveres, pues no haba sino charqui,harina y dursima galleta.

    As las cosas, lleg el da 19, en que el telgrafo ailuncioque, en Dolores, los aliados atacaban la divisin Sotomayor.En el acto el capelln, acompaado de tres jvenes de la Am-bulancia Valparaso, parti en esa direccin. Haba que re-pechar el San Roberto, encumbrado cerro que arranca de laaltiplanicie, por donde va la lnea frrea, que fue la senda queziguieroil. Oiase el lejano caoneo y, a medio camino les sor-!pendi la noche con una espesisinia camanchaca. Caniina-ban de a uno en fondo, encabezados por el sacerdote, que, aldivisar el reflejo de una vislumbre:-"iJazpampa!" grit asus compaeros, y casi al mismo tiempo, con voz de espan-to:-"El tren! ;el tren!" volvi a repetir, dejndose caer delcaballo y tomndolo de las riendas para sacarlo fuera de lalnea y lanzarlo cuesta abajo, porque ah el cerro, casi en laroca viva, se halla cortado a pique. En menos de un segundo,como un rayo pas el tren de bajada, alcanzndose a perci-bir los gritos de los palanqueros, al divisar el grupo que serevolva entre los peascos. Cuando, encendiendo fsforos, pu-dieron reconocerse y verse salvos:-" A quin se ha enco-mendado, capelln?"-ciecan los jvenes medio aturdidos.Con no poco trabajo lograron al fin llegar a Jazpampa, alo-iandose en el recinto del horno de una calichera.

    Al amanecer. al entrar a Dolores, las tropas aguardabanfirnies en sus puestos. Poco a poco comenz a despejarse elhorizonte y, con gran sorpresa, se vio que el enemigo habadesaparecido, dejando enfilada toda su artillera con sus ca-jas y pertrechos, junto con todo el bagaje, carpas, rifles, ban-derolas; y el campo sembrado de vestuarios, vveres, muni-ciones, cornetas, bombos, trombones. Aquello hacia recordaralgunos de esos pasajes bblicos en que, un puado de hom-bres, bastaba a veces para poner en vergonzosa fuega a nume-rozas y aguerridas huestes.

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    Al pasar cerca de la garita del telgrafo, donde el coro-nel don Emilio Sotomayor redactaba su mensaje, el capelln,deteniendo su caballo y sealando el estandarte del Carmen,regalado por las seoras de Santiago, que estaba ah:-"Co-ronel, le dijo, ah tiene Ud. quien nos ha dado la victoria".Palabras que S? vieron confirmadas por el general bolivianodon Carlos Villegas, que estaba herido en "Porvenir", y aquien el sacerdote, por orden del general en jefe, fue a visi-tar:-"Cmo se explica Ud. seor, este desastre?, le dijo alverle. "Esta 110 ha sido batalla. Es ese grito que hemos odoall en la altura, el que iiltrodujo la confusin en nuestras fi-las". Y sta era la verdad, pues todo el combate se redujo alcerro de la Encaada, en cuya cima estaba la divisin Amu-ntegui, compuesta de ocho piezas de artillera, el regimien-to 4 O de Lnea, y los batallones Atacama y Coquimbo.En el momento en que el enemigo, favorecido por las on-dulaciones del terreno, llegaba casi hasta los mismos cao-nes, y en que el Atacama cargaba a la bayoneta, se presentpor retaguardia el general Escala, seguido de su Estado Ma-yor y del capelln Reverendo Padre Madariaga, que traa enzus manos el estandarte de Nuestra Seora. La divisin quetodo el da haba enmudecido, en medio de los vivas y toca-tas marciales, y bravatas del numeroso ejrcito aliado, que secrea ir a un triunfo seguro, prorrumpi entonces en el uniso-no grito de:-"iViva Nuestra Seora del Carmen! jviva la

    Patrona del Ejrcito!" introducindose al punto el desordenentre las filas del enemigo que, sin direccin ni objeto, qur-maban sus municiones, producindose un ruido que aturdia yuria confusin que no tard en envolverlo todo. As se explicac:ue nuestros soldados durante toda la noche permanecieronen sus puestos, pues crean que al amanecer se daria la ba-talla.Nuestras bajas slo ascendieron a unos sesenta muertosy ciento sesenta heridos, pudindose contar entre los prime-ros a Espinar, valiente jefe peruano, que cay con su ayu-dante, como a quince metros de nuestra batera, dando or-den el general Escala al capelln que, al enterrarlo, plantarauna seal, para devolverlo ms tarde a su familia; lo que hi-zo, colocando una cruz y guardando algunas prendas que sir-vieran para comprobar su identidad.Corqo en Pisagua, tuvo que dedicarse al cuidado de losheridos. En sus idas y venidas a Porvenir, Santa Catalina yHuscar o Chinquiquiray, donde haba algunos, ms de unavez le sorprendi la noche, corriendo serio peligro, por dispa-

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    ros hechos desde las calicheras, quizs por nuestras avanza-das al sentir el galope del caballo.El 27, volviendo de esta ltima oficina, cruz con u11 Ca-zado:' que vena lleno de tierra y le Cijo al pasar:-"La divi-sin 'Arteaga en retirada". Le haba llegado su turno al ge-cera1 Baquedano que, en ausencia del general Escala, que. sehallaba en Iquique, momentos despus, con una precisin ad-mirable, movilizaba todas las tropas acantonadas en las dis-tintas oficinas, siguiendo por la lnea frrea su 110 interrum-pida marcha hasta las dos de la maana, en que se hacia altoen "Dibujo", que enfrenta a "Thrapac" a una distancia co-mo de quince leguas, de un verdadero mar de arena, dondeno se encuentra ms vegetacin que unos cuantos tamaru-

    gos que aparecen coino gigantes, donde se estrella e1 continuoviento que reina, levantando nubes de polvo que irritan losojos y secan la garganta.Hacia un frio penetrante; algunos soldados encendieronui?a fogata, a cuyo resplai?dor se diviso un soldado del 2e quellegaba con su ropa de brin cubierta de sangre apelmazada.El capellhn le condujo al punto a la presencia del generalBaquedano, que, rodeado de algunos jefes, en. una reducida es-tancia, alum,brada por una vela encajada en una'botella, dic-taba sus rdenes. Oyendo la palpitaiite narracin que hizo elzoldado de aquella heroica jornada, el coronel Urriola, teme-roso de la suerte de su hijo, que militaba en el Chacabuco,solicit junto con el capelln, trasladarse all. El general dis-puso que el coroiiel partiera con cincuenta Cazadores, y .el ea-pelln con los doctores Martinez Ramos, Klicman, Molina yun empleado de la Ambulancia Valparaso.Fue entoilcss cuaildo se encontr en el campo el hermosocuadro de la Inmaculada Concepcin, que cortado del anti-qusimo marco en que se hallaba, se envi a Santiago. Estatela de un vaior inapreciable puede considerarse hoy da co-mo una verdadera reliquia; debindose advertir que el ha-llazgo se verific en el mismo da en que la Iglesia celebrala fiesta de la "Medallz. Milagrosa", o sea, de la "InmaculadaConcepcin", que era la insignia que, junto con el escapula-rio del Carmen, se distribua a los soldados, por ser esta s ums dulce y particular devocin. Y no es nl.enos notable, c-mo aquel pequeo envoltorio, hecho a la ligera y enviadodesde aquel pramo, en medio de las agitaciones de un diade batalla, pudci llegar a su destino. Con razn esta preciosaimagen de tamao natural, ha sido colocada en un puesto dehonor y bautizada con el nombre de "Virgen del Desierto".

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    que simboliza perfectamente el de la vida, que todos atrave-samos, muchas veces, sin rumbo ni direccin.El coronel y los cincuenta Cazadores seguan entre tan-to su rpida marcha, yendo en pos el grupo de la Ambulan-cia con los elementos necesarios, lo que retardaba su avance,de ta.1 suerte que, ya entrada la noche, los Cazadores volvantrayendo atados de caas verdes para sus cabalgaduras, dan-do orden el coronel de pernoctar ah, pues en la quebrada ha-ban sentido repetidos disparos. - Esto no es posible, repu-so el sacerdote; hemos venido a auxiliar a los heridos, y cual-quier retardo sera fatal; uno solo que logremos salvar, da-ramos por bien empleado nuestro viaje. Adelante, pues, yque Dios nos proteja!" Y as lo hizo, seguido de sus cuatrocompaeros. Aun no haba trascurrido media hora, cuandoencontraron el primer herido, el .cual, despus de confortadoj vendado, se ech a la grupa, conienzando a descender a laquebrada. La luna estaba esplndida, descubriendo el camii~onue serpenteaba hasta llegar a un corral sembrado de cad-veres, que denotaban la tremenda lucha que haban sosteni-do, pces an tenan sus rifles en las manes.-iUAmigos, mur-mur el capelln. las escenas que presenciamos, no se' nospodrn olvidar jamsv.-"iQuin vive!" grit una voz.-"iChi-le!" cnntest el grupa entero, apareciendo entre los caave-rales unos cuantos rezagados.-"Ahora, dijo de nuevo e1 sa-cerdote, juiltando SUS manos a modo de bocina, gritemos auna voz:-"iAinbulancia valparaso!" El eco de aquel gritorepercuti por !a quebrada, resonando en las laderas el tristeclamoreo de:-"Agua! agua! agua!", y disparos en todas di-recciones. Eran los heridos, para' indicar en dnde se halla-ban. Siguiendo adelante, encabritronse los caballos ante ungran rescoldo de restos humanos dentro de una casa en rui-nas: era .la pira donde fueron quemados Ramrez y un buennmero de soJ.dados, junto con dos cantineras. Una luz apa-reci a distancia, en una puerta que se entreabra. Acercsee: capelln:-"Yo soy o ' Zuiga, murmur el que tena lavela en la mano; soy argentino; toda la familia de mis pa-trones h a hudo, quedando yo solo con mi hijo, en resguardode sus interesesn.-"Nada tema, soy sacerdote y acompaouna Ambulancia; permtanos a su hijo para q,ue nos guiehasta el pueblo". El ilio comenz a andar, y el capelln, alver la corriente silenciosa del agua cristalina, ech pie a tie-rra y se puso a beber a sorbos. Haca nueve meses que noprobaba sino el agua resacada.Al llegar a la plaza, cerca de media noche, se present unieor peruano con la insignia de la "Cruz Roja", que cuida-ba en una casa a varios jefes y oficiales cuyos ayes se sen-

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    tian, apareciendo al mismo tiempo unos cuantos jinetes queandaban en busca de unas acmilas extraviadas del ejrcitoque se retiraba hacia Arica. En aquel momento, para que na-da faltase a aquella pavorosa noche, se sinti un fuerte re-mezn de tierra. La luna daba de lleno sobre la iglesia depiedra un tanto derruda por un antiguo incendio. Hacia unlado se alzaba un rimero de cadveres, cruzados como sacosd e trigo, medio carbonizados. Fue la ltima hazaa del ene-migo al abandonar el pueblo.

    Al ciia siguiente, al alba, el capelln se zambullia en el es-pun~oso arroyuelo que en cascadas saltaba entre los pefias-?os, para comenzar en seguida su tarea, trepando por de-trs de la iglesia, que fue precisamente por donde el coroneldon Bdisario Surez tom las alturas, que los nuestros n ociebian haber abandonado. En la cumbre haba una cantidadde armas y, en una hondonada, ms de cuarenta soldados pe-ruanos con sus vendajes, medio recostados, apoyndose losunos en los otros: todos estaban muertos. Lo mismo en laquebrada, en cuyos senderos y pircas se vean agrupados, lo-grando, sin embargo, salvar un buen nimero de heridos.El combate, que dur ~ c h o oras, fue entre 2.278 hom-bres de nuestra parte, por ms de 6.000 de los contrarios.Nuestras bajas ascendieron a 546 muertos, 170 heridos y 59desaparecidos. Las del enemigo, segn sus cmputos, a 500muertos, 260 heridos y 80 desiparecidos; de manera que, cer-ca de mil quinientos hombres quedaron tendidos en esa luc-tuosa, pero heroica jornada.Difici! dar una cabal idea del aspecto que presentaba elpueblo. Aquello habia sido un salvese quien pueda. Todas lascasas se hallaban desiertas, no faltando nada en aquel ver-dadero oasis, lugar de solaz y recreo de las salitreras. Vean-se ricos muebles, colgaduras, pianos, espejos, cuadros, y losroperos y cmodas repletos. Las cocinas con sus ollas en elfogn apagado y los comedores servidos, sin faltar ni el az-car en las tazas. Fue preciso dar libertad a las avecitas quepugnaban en sus jaulas y romper sacos de granzas para es-parcir en los gallineros. Aqulla era como una ciudad encan-tada; de manera que, durante los nueve das que permaneciah la Ambulancia, nada falt para el cuidado de los heri-dos, entre los que merecen particular mencin el teniente co-ronel don Bartolom Vivar, segundo comandante del 20, quefalleci con los brazos extendidos y los dedos de sus manos11 forma de cruz, y el valiente capitan del mismo regimien-to, don Bernardo Necochea.All en Caracoles, sus compaeros le embromaban por su

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    acendrada piedad, y l, sonriendo, deca al sacerdote que nolo abandonara cuando llegase la ocasin, que aqu se pre-sent, pues, batindose comg un len, cay cubierto de heri-da, molido a culatazos y la ropa hecha jirones y en partesquemada con los fsforos que le allegaron:-"Capitn, djoleal odo el capelln, vengo a cumplir la promesa que le hiceen Caracoles".-"iGracias, gracias! balbuce l, pero, an noha llegado el momento, pues para el da del nio Jess yome levanto!'-"Est delirando, repuso en voz baja el doctorMartnez Ramos: 12 fiebre lo devora; difcilmente durar tresdas!!. El capelln velaba a su cabecera.-";No ve?" deca elenfermo, sealando !a Impara encendida: "Ah est la Vir-gen del Carmen, y ahora, Nuestra Seora de Dolores. Mireese iliiiito tan lindo; ya viene; aqu est iqu sedosos son suscabellor,!" Y hacia ademn de acariciarlo ion su mano mal-tratada.-?Y esas seoritas tan hermosas aue me miran vse sonren; son del cielo!" Estos y otros semijantes soliloqui&pueden dar una idea del temple del alma de aquel soldadoque, como refiri despus, la noche que precedi a la bata-lla, en el sueo, haba visto todo su regimiento amortajado.Nueve das se pasaron de esta suerte, hasta que lleg laorden de trasladar los heridos al canipamento de San Fran-cisco, para lo que se cargaron las mulas con tercios forma-dos con sillas de junco; y, para conducir al capitn que aunzobreviva, se arm una parihuela llevada a hombros, hastatrepar a la cunibre, donde aguardaba un carro de la Ambu-lancia.Era la noche del 7 de diciembre, con una camanchacaque no permita ver iii las manos, de manera que era precisoestrecharse y dar voces para no desviarse de la huella. Co-mo a las tres de la maana hizo alto. la ,caravana para to-mar algn descanso. Cuando despert el sacerdote, se hallen un montn de arena, tan abrigado como si estuviera enel nis mullido lecho, pues el sol le daba de lleno.-"iOchode diciembre! se dijo, aniversario de mi primera misa; pue-de que, adelantndome alcance a celebrar". Y sin ms decirse lanz a la pampa. Cerca del medioda, perdida ya la es-peranza, se detuvo al pie de un tamarugo:-"Aqu, se dijo,voy a celebrar espiritualmente mi misa", y, arrodillndose, co-menz su oracin armonizada por el viento que, entre las ra-nias del rbol, formaba a la ms inimitable melodia. Al termi-nar aparecise un perrito que ladraba, saltaba, y como quele incitaba a seguirlo; lo que hizo, en efecto, el sacerdote,yendo en pos de aquel gua que, en pleno desierto, le enviabael cielo. As anduvo hasta divisar a lo lejos un jinete que, ca-rabina en mano, le intimaba detenerse. Era la primera avan-

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    zada del campainei~tode "Dibujo", en donde, al llegar, des-a ~ a r e c i l ~ e r r i t o ,mientras el caballo caa de repente muer-t.& Al pre s~ nt ar se ' l general Baquedano par a dar le cuentade su comisin:-"Ambulancia Valparaso, dijo, ca pe ll i~ , ien,gracias".

    Instalado de nuevo en San Francisco, la vspera de laPascua de Navidad, al aiiochecer, fue a cobrar la palabra alcapitn Necochea, quien, incorporndose en su lecho:-"Sol-dados, dijo a los heridos que estaban en el mismo recinto.m a an a va a comulgar vuestro capitn: h ab r alguno que110 lo imite?" Como en ese da los sacerdotes celebran tresmisas, la primera les sirvi de preparacin; en la segunda, to-dos recibieron la sagrada comunin; y la tercera, fue en ac-cin de gracias.

    A la hora del almuerzo, estando reunidos todos los em-pleados de la Ambulancia, de repente se abri una puerta, y.en medio de la estupefaccin generaI, apareci el capitnNecochea, que, vestido con el t ra je de un oficial peru ano ,apoyado en el brazo de 'su hi jo don Manuel , sargento del 20,avanz hasta la cabecera de la mesa, y sentndose:-"Caba-lleros, dijo, yo les haba dicho que, para el da del NiEo Je-ss, yo nie levantaba". Pudieron or entonces de los labios delsargento la famosa odisea de su cautiverio, su escapada a tra-ves del desierto, y, lo que es verdaderamente admirable, elencuentro con su padre el mismo da del Nio Dios. iQu es-cena cuando se estrecharon e n el m s apretado abrazo, ycuando aquel valiente y audaz joven, con voz resuelta, Ie di-jo:-"Padre, yo juro que h e de vengar su sangre !" Y as fue,pues en Tacna, sin poderlo contener, se lanz al medio delcombate y pele hasta morir.Mientras tanto, la mayor parte del Ejrci to se haba re-unido en Dolores, donde el capelln todos los domingos ibaa celebrar la misa. Qu imponente era aquel acto! El Altarsobre una curea arr iba de la loma, y, en torno, ms de nue-ve rnil soldados, cuyas bayonetas fulguraban con los prime-ros rayos del sol, que apareca en el horizonte, rasgando, co-ino si fuese una inmensa cortina, la espesa camanchaca; alo lejos, el t re n hum ean te que detena s u m ar ch a; y, luego,e l redoble de los tambores, las nisicas marciales, y hasta lamisma noble figura del general Baquedano que, con su cor-neta de rdenes, como una estatua se dibujaba al lado delaltar. Coii razn el sacerdote, cuando alzaba y todo el ejr-cito renda armas, se quedaba suspenso, no resolvindose adescender tan pronto la Hostia divina ante aquella sublimeadoracin.

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    Quedaba terninada lo que se podra llamar la primeracampaa. El xito haba superado las mayores expectativas-En cuarenta das Chile se habia adueado de un inmensoterritorio de centenares de leguas, con dos mil ochocientasmillas de terrenos salitrales, avaluados en veintiocho millonesde libras esterlinzs, con una renta anual de diez millones depesos. Sa habia posesionado, adems, de cerca de doscientasmillas de telgrafos y ferrocarriles, valorizados en ms deveinte millones de pesos, y otro tanto valor de las oficinas.El Per habia perdido la provincia integra de Tarapaca has-ta. el grado 19, con los tres puertos de Patillas, Iquique y Pi-sagua, es decir, una poblacin como de doscientos mil ha-bitantes. -Se vea que la mano de Dios guiaba al Ejrcito, que ha-ba ido de triunfo en triunfo. Es que tambin ese Ejrcito leinvocaba sin cesar. Durante ocho largos meses se haba pre-parado en Antofagasta, recibiendo los santos Sacramentosde penitencia y comunin. Al partir, despus de una solem-ilsima Novena, haba aclamado a su Reina y Seora, y entodas las etapas de esa legendaria campaa, jams haba fal-tado diariamente el altar con su ofrenda divina, as como e lArca santa que acompaaba siempre al pueblo de Israel. Poresto, Dios los haba bendecido tanto en tierra como en elmar, donde, desde la nave capitana, en cuya cmara se os-tentaba la Imagen de la Santsima Virgen, hasta en el iil-timo traiisgorte, se la invocaba con el dulce nombre de Ma-dre, llevando los marineros, as como los soldados, el Esca-pulario del Carmen. que era la muestra o cor~traseade ha-ber cumplido con sus deberes religiosos.Y aqu cabe preguntar: podra ser vencido semejanteEjrcito? Y, bien claro cabe tambin decir, mal que pese alos librepensadores e incrdulos: "He aqu el gran secreto detodas nuestras victorias". Y esta verdad que los mismosacontecimientos van patentizando, como se ve en el triunfo

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    providencial de la "Covadonga"; en el no menos admirablede Dolores, y, sobre todo, en la rendicin del "9uscar", pues.si bien si considera, no tan pronto hubo tomado el mando elcapitn de navo seor don Galvarino Riveros, no sin haber-re antes confesado y comulgado, y hecho colocar en su bu-que, como ya se ha dicho, la Imagen de la Santsima Virgen,cuando a los ocho das el tricolor flameaba en aquel barcocuya captura pareca casi imposible, y esto sin ms perdidaque la de un grumete, cuando nuestros marinos se hallabandispuestos hasta sacrificar u110 de los blindados, con ta l dehundir al moilitor enemigo; razn por la cual el general enjefe, seor don Erasmo Escala, hombre de eminente piedad,hizo suya la manda que haba sido hecha a nombre del Ejr-cito, confirmando de esta manera lo que, al partir de Valpa-raiso, haban dicho los capellanes: "Que si11 la intervencii~del cielo, de nada sirven las bayonetas ni los caones, pueses el Dios de los Ejrcitos el que sabe dar la victoria a quienquiere y criando quiere".

    Entre tanto, escalonadas las tropas desde el canipamen-t o de Dolores, comenzaron a replegarse hacia Pisagua, don-de se hacan los aprestos para las nuevas operaciones cuyoobjetivo era Tacna. Durante esos penosos das, el capelln, ensus horas de descanso, acostumbraba ir a rezar su oficio en-tre unas rocas batidas por las olas, lugar hermoso que luegohubo de abandonar, por un disparo hecho desde un buqueinercante, yendo la bala a incrustarse a un paso de el.' Acaeci tambin eiitoaces que un domingo, al dirigirsea la plaza que, aunque reducida a escombros, era el sitio don-de se deca la misa a la tropa, al pasar por la estacin, viouna cuadrilla que estaba eiisacando salitre:-"Hoy es do-mingo, les dijo, y no se puede trabajar. Voy a celebrar la mi-sa y espero que Uds. asistirn". A la vuelta, al ver que anseguan en su tarea:-"iAh! les repiti, no habis asistido amisa! quiera Dios que algn contratiempo no os venga a mo-lestar!" Todava no llegaba a1 Hospital, cuando reson el gri-to de incendio! Todo el satitre :irda, los rieles se retorcanenrojecidos y los trabajadores se precipitaban hacia el mar.Al domingo siguiente, estarido junto con 10s empleados,observando una gran balsa que se acababa de terminar y queun remolcador vena a llevar, el sacerdote volvi a decir:-"Hoy es doiningo, y no se puede trabajar". En ese instan-te, al dar la embarcacin el primer impulso, a pesar de ba-llarse el mar completamente tranquilo, se alz una ola queeiivolviendo la balsa la fue a estrellar contra las rocas, ha-cindola pedazos.

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    No tard la peste maligna en hacer su aparicin.. Lla-mado el capelln para auxiliar a unos diez o doce soldadosque haban sido relegados a un recinto del todo aislado, nopudo evitar la fuerte impresin que le causara al aspiraraquella atmsfera pesada y nauseabunda, y al tener q.ue acer-carse para or sus confesiones, casi hasta tocar su cara conaquellos rostros renegridos y monstruosos, donde apenas enla frente se descubra un trozo de piel para poder aplicar lasanta uncin. Al retirarse, ya con escalofros:-"Esta es lapeste, se dijo, jque se haga la voluntad de Dios!" Al acos-tarse, sus brazos aparecan cobijados de sarpullido:-" Puesbien, Madre ma, dijo con la ms entera confianza, a la San-tsima Virgen, si maana no estoy completamente sano, to-mo el primer vayor y me vuelvo a Santiago". Cuando desper-t, no quedaban ni rastros del mal.Alojado el1 la barraca que serva de hospital, luego tuvoque ir a auxiliar a otro enfermo que agonizaba a pocos pa-sos de l. Al volver-"?Sabe, capelln, le pregunt el doctor,qu enfermedad es la que aqueja a ese infeliz?"-"La fiebreamarillaH.-"Chito! murmuro el doctor, que nadie io sepa,por favor".Con tales antecedent'es, que se mantuvieron ocultos, porfortuna, haba urgencia eil apurar la partida. Por fin, el 2.1de febrero zarpaba la escuadra con rumbo al norte, condu-ciendo en un convoy de diez y siete naves, de 10.500 a 11.000hombres de todas armas, con todos sus pertrechos, desembar-cando con toda felicidad en Pacocha, sin encontrar resisten-cia alguna; fuerza que, pocos das despus, con el arribo delltimo contingente, que haba quedado en Pisagua, se elevoa 12.800 soldados, todos animados del mayor entusiasmo.Con esta aglomeracin y lo ardiente del clima, no tarden aparecer una verdadera plaga de moscas que en las am-bulancias extirpaban por medio de regueros de azcar y pl-vora, a modo de torpedos. Una copa con unas cuantas gotasde licor, se transformaba en un verdadero pan que se, arro-jaba al fuego. El Estado Mayor, temiendo una epidemia, or-deno bao cotidiano para todo el Ejrcito.El1 los primeros das, era de ver la confianza de algunossoldados que, junto con su capelln, se internaban por lasorillas del 1110, atrados por la exuberante vegetacin que seextiende desde la playa como un pintoresco tapiz, hasta per-derse entre las higueras, paltos, granados, limoneros y oliva-res, cuyo fruto y aceite son uno de los artculos de mayorconsumo en Pacocha, llamando particularmente la atencinlos encumbrados rboles que producen la caafistula, que ha-

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    cia recordar al muy querido y respetado profesor de latn drlInstituto Nacional, tan conozido por ese pseudnimo, y porsu peculiar estribillo: Multa repetita: candonga, candonga,candcng-a. Algunos soldados se zambullan en la corriente;otros pescaban camarones; y otros, como el capelln, llena-ban las alforjas de limones. En una pobre estancia morzbauna familia, al parecer patriarcal, y rogaron se les bautizaseiina criatura, lo que se hizo con gran alboroto de las coma-dres y compadres, ,completamente olvidados de la guerra ysus horrores, y sin acordarse q,ue ese suave y dulce rayo desol, que nos haca recordar la patria lejana, poda en un ins-tante convertirse en la ins tremenda desventura.Luego se comenz a bordo del "Blanco" una misin. Co-ino en el Ejercito, conmova el canto de todo el equipzje, en-tonando los himnos que nuestro piadoso pueblo sabe de me-moria. El comandante Castillo, ex-condiscpulo del capellnen los SS. CC . , junto con la oficialidad, daba el ejemplo, asis-tiendo a las inst.rucciones apropiadas para aquellos lobos demar, y, al orlas, no podan menos de decir:-"Vaya, cape-11611, Ud. todo lo facilita; de esta manera, nadie se quedarsin confesar". Y a s era la verdad, porque todos sin excep-cin acudan presurosos a reconciliarse con su Dios.

    Aun no terminaba la misin, cuando llegc al sacerdotela orden de trasladarse a Moquegua, donde esa maana (22de marzo) se batan en la cuesta de Los Angeles, partiendoinmediatamente en el tren, junto con el general en jefe ysu Estado Mayor. Al llegar al "Alto de la Villa", hallndoseel puente un tanto destrudo, hubo que continuar a caballo,trepando por la inisma cuesta donde el Atacama se acababade cubrir de gloria. All estaban las trincheras de esa forta-leza natural que los enemigos crean inexpugnable; all es-taban las municiones y rastros de los fugitivos, cuyas pisadaspicaba el alfrez Ilabaca, con su piquete de Cazadores, has-ta tres leguas ms all de Torata, mientras el Bulnes toma-ba tranquila posesin del pueblo. Resonaban las trompetas yla gente hua despavorida hacia la montaa, arriando losburros con sus rguenas repletas de niitos, que el capellntrataba de calmar repartindoles medallas, lo cual visto porel general Escala desde un balcn:-"Al capelln, les decaa los nios, al capelln!" Era una hermosa escena en inediode aquel cuadro tan desconsolador.La vuelta a Moquegua se emprendi por el lado de laquebrada de Tumilaca, que fue por donde atac la divisinMuoz. Vsrios heridos haban sido recogidos en los caseros

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    vecinos, llegando muy a tien~po l sacerdote para contener aunos seis u ocho rezagados que andaban merodeando. Una vezque les hizo entregar los rifles. sigui a galope, llevando enel arzn de su inontura uii chiquitn que chupaba un pedazode caa de azicar, mientras el empleado que le acompaabalievaba en sus manos un loro, y, en esta sin, igual apostura,hicieron su entrada triunfal en Moquegua, yendo en seguidaa recoger en el camoo al ingeniero en jefe seor don Fede-rico Stuven, que acababa de ser vctima de un accidente go-bernando la mquina "Chilenita" del ferrocarril. En un es-tado msero, coa la cabeza partida, estuvo varios das entreia vida y la muerte, debiendo su salvacin a los solcitos cui-dados de una distinguida farnilia, a quien el seor Stuven, re-vlver en mano, haba favorecido en la estacin, cuando laprimera expedicii-i del coronel don Arstides Niartnez, aprincipios de enero.Durante su permanencia, el capelln, en sus viajes al hos-pital, procuraba indagar lo que hubiera de verdad en las bom-bsticas noticias cue circulaban en el pueblo, ya del bombar-deo de Arica y muerte del comandante Thompson, ya de lascorreras de la "Unin" y hazaas del comandante Villavi-cencio, ponderando l por su parte, el valor y empuje irre-sistible de nuestros soldados, y el fabuloso nmero de nues-tros caones y ametralladoras. Tambin le fue dado venerar,en la iglesia parroquial, a la Virgen Mrtir Santa Fortunata,cuyo cuerpo, al abrir la urna, exhalaba el ms exquisito aro-ma, lo que, segn le aseguraron personas caracterizadas, su-ceda siempre.Como, a pesar de la orden que se haba dado de rompertodas las pipas de las innumerables bodegas, la permanenciade la tropa se haca difcil, por la imposibilidad de agotar porcompleto el licor, luego se comenz el repliegue hacia Paco-cha, en donde se hacan los ltimos preparat.1~0~e marchasobre Tacna .

    La nueva campaa se iniciaba, pues, del modo mas feliz,sin contratiempo de ningn gnero, hallando todo a la ma-no. En el puerto, un magnfico muelle de fierro con su co-rrespondiente gra, agua en abundancia, un taller mecni-co completo, y un ferrocarril con sus lneas intactas, y consus mquinas y carros que el seor Stuven con los tiles quese haba llevado en la primera expedicin y vuelto a traerahora, en pocos das, dej completamente listo. En un mes,las tropas haban llegado hasta Torata, pueblo situado a2.094 metros sobre el nivel del mar y 2 treinta leguas de Pa-

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    cocha, con slo la prdida de diez muertos, cuarenta heridosy cinco desaparecidos.Parte de las fuerzas conienzzron a moverse partiendo deHospicio, distante once leguas de Pacocha, por el camino deLocumba, a una larga jornada de un viaje penoso, sobre todopor el hielo penetrante de la noche. Al llegar al valle, se divi-sa el ro que corre encajonado, entre cerros de 30 a 150 metrosde elevacin, variando su anchura entre 200 a 500 metros deterrenos que, a causa de los pantanos que desarrollan tercia-nas y fiebres malignas, los hacen casi incultivables. La pobla-cin estaba coinpletamente abandonada, las casas cerradas,de manera que el capelln tuvo que alojarse en el primer re-varo que encontr de una pieza con las puertas desvencijadas,en medio de un rimero de sacos, y eilteramente abierta a lacalle: lo que fue verdaderamente providencial, pues tarde dela noche lleg pidiendo hospitalidad el capitn de caballeraseor Canales, que hacia varios dias estaba de avanzada y ve-na tan enferino que, apenas hubo tiempo para coilfesarlo yadniiiiistrarle la Extremauncin, falleciendo en seguida.No tard el pueblo en convertirse en uri verdadero hospi-tal, habilitindose la iglesia, cuyo presbiterio se separ por me-dio de una cortina. Era ste un santuario consagrado ai "Se-Oor de Locumba", y a juzgar por el aspecto del templo, debade haber gran devocin. Asi lo manifest una anciana casioctogenaria, que no haba querido moverse de los alrededores.Preguntndole el sacerdote la causa le dijo sollozando:-"iC6-rno habia yo de abandonar a mi Amo?" Es de advertir que, elsanto Cristo mildgroso estaba colocado en lo ms alto del altarmayor, llamando la atencin que el Cristo hubiese desaparecido,ouedando inicamente la Cruz. Entonces la anciana refirio co-'mo ella se haba trepado y lo habia desenclavado y lo teniaenterrado junto con los vasos sagrados, secreto que el cape-Ilil, por cierto, bien se guard de revelar, adniirando la ejein-plarsiiiia piedad de aquella buena mujer; la que tambin re-firio que, cuando joven, habia habido otra invasin, refirin-dose quizs a la de los espaoles el ao 1823, y que el santoCristo la haba anunciado con un sudor copioso que ella porsus ojos habia visto; prodigio que se habia vuelto a renovarahora, de manera que, mucho antes que llegaran nuestras tro-as, ya ella se preguntaba:-"Qu nueva desgracia nos ir aacontecer?"Antes de partir con direccin a Sama, que dista ms deveintisiete leguas, el comandante Ortiz, del Buin, convid aalmorzar al capelln, en la misma casa donde fue sorprendi-do el teilierlte corollel do11 Diego Dubl Almeida, en la celada

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    que le arm el coronel Albarracn el 19 de abril, da en que elteniente -coronel, con su ayudante el capitn Rojas, el alfrezLuis Almarza y veinte y dos Cazadores, llegaban como explo-radores a la plaza, donde un individuo, disfrazado de sacerdo-te, le convid con las mayores instancias a tomar un almuerzoen la susodicha casa, en una pieza que da a la calle, con uncorredor y baranda, donde dej atado su caballo al cuidadodel sargento Espinosa.Con el objeto de reconstruir la escena, el capelln se sen-t en el misino lugar que ocup el seor Dubl, es decir, atra-cado a la pared en un rincn, y el comandante Ortiz al frente,donde estuvo el del disfraz, que, bajo distintos pretextos, a ca-da instante se levantaba, e iba al interior, hasta que el sar-gento grit a la puerta:-"El enemigo, mi comandante!" y almismo tiempo reson afuera una descarga de fusilera, sal-tando el seor Dubl por encima de la mesa, en medio de otradescarga que se le hizo desde el interior, y cortando con su na-vaja el lazo del caballo que se encabritaba con los disparos yconfusin indiscreptible que reinaba, se lanz a escape segui-do del sargento, en medio de las balas que disparaban de lasvias vecinas, salvando milagrosamente con el caballo herido.De los veinte y dos Cazadores, volvieron ocho, quedando otrostantos prisioneros con el capitn Rojas y los dems muertoso desaparecidos.,La vspera de la partida, volviendo el capelln de visitarlos enfermos, ya entrada la noche, con un farol en la mano,31 travesar la plaza que va cuesta arriba, uno de los Cazado-res de un grupo que llegaba, creyendo fuese el cura peruano,a quien se atribua la celada, se abalanz desenvainando susable, y si otro de los soldados no le grita nombrndole al sa-cerdote, le raja la cabeza en dos mitades:-"Perdone, mi ca-pelln, cre que era.. ." -"S, s, ya te conozco, exclam l al-zando el farol, eres t e! mismo que el otro da de un caballa-zo echaste abajo la puerta de la botica, y me dijiste que an-dabas buscando t, y te estabas empinando un frasco de espi-ritu de vinon.-";Ei ! La acert, mi capelln, como que toda-va me arde la lengua como si fuera un descosio".La marcha sobre Sama, o sea el campamento de Yaras, sehizo de noche, para evitar el ardiente sol de aquel desampa-rado desierto, igual a todos los que ya llevaba recorridos elEjrcito, pSranios de los cuales es imposible formarse idea.Aquello aparece como un mar en donde se dibujan las olasencrespadas en medio de las arenas y calichales que hacenliorizonte, presentndose a cada instante los espejismos, enque se ve azulear el agua que nunca se alcanza. Ay del que se

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    extrava o queda rezagado! Daba lstima ver a los pobres sol-dados con los pies despedazados y envueltos en trapos, mien-tras otros caan aletargados. Y luego, al llegar la noche, aque-lla brusca transicin a un fro que penetraba hasta los hue-sos; y tener que andar y andar siempre con el arma al brazo,sfiebraiios, muertos de cansancio y de hambre, sin ms ra-cin que una caramayola de agua, que con el calor parecahervir como tetera, y un poco de harina y charqui. iOh! ja-nis Chile ccinprender el herosmo de aquellos generosos sol-dados, y los inmensos sacrificios que se impusieron, hasta ren-dir muchos la vida, no tanto por las balas, cuanto por las fa-tigas de aquellas interminables jornadas, en aquelIas desola-das regiones, por donde pareca haber pasado la maldicindel cielo. No es de extraar pues, que, concluida la guerra, to-dos los que forinaban parte de ese Ejrcito incomparable, ha-yan tenido que pagar su tributo a las enfermedades contradasen tan penosa campaa.

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    Poco a poco las distintas divisiones haban ido reunin-dose en Yaras; unas por Locuinba, y otras, entre stas la arti-llera, con todo el material pesado de bagajes, municiones yprovisiones, por la Caleta de Ite, pues el otro camino, a causade los mdanos, result impracticable. Como se comprende hu-bo necesidad de un esfuerzo, constancia y actividad a todaprueba, para llevar a cabo una empresa que los mismos ene-migos juzgaban irrealizable.Al fin, el 22 de inayo, estando ya todo listo, el general Ba-quedano, con el Estado Mayor y un buen nmero de jefes y ofi-ciales, practic un reconocimiento de las posiciones que ocu-paba el enemigo, para apreciar el nmero y alcance de suscaones, y estudiar los mas importantes puntos para el ata-que, acordndose la partida del Ejrcito para el da 25.Esa ltima noche fue de un trabajo enorme para el ca-pelln. Su carpa se haba transformado en capilla, pues eranmuchos los que se queran reconciliar; y, ya ms avanzada lanoche, cuando la camanchaca con su manto de hielo todo loenvolva, como un fantasma, iba de puesto en puesto, en bus-ca de los que, estando de guardia, no podan acudir a l. Vuel-to a s u carpa, presentse, embozado en su gabn, un jovencapitn del Valparaso:-"Capelln, le dijo, vengo a confesar-me, porque maana voy a morir".-"{Y por qu ha de ser Ud.y no yo, replic el sacerdote, puesto que el mismo peligro va-

    mos a correr?"-"No, no, repuso l, es que yo siento que estoes cierto, evidente; y, por tanto, quiero morir como cristiano".Qu escena, santo Dios! en aquellos momentos supremos, enque ya pareca orse cl fragor de la fusilera, el estruendo delos caones, y en que hasta el ambiente pareca estar impreg-nado de plvora.Cerca del anlar,ecer, celebr la santa misa. El altar eraformado por unos sacos de frazadas, el crucifijo que siemprellevaba sobre su pecho, y un pequeo cuadro de la Santsima

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    Virgen del Perpetuo Socorro, que habia hecho prodigios en lasmisiones de Antofagasta; las velas eran dos diminutos pinzo-tes de cera retorcidos en unos pedazos de camo; y el templo,aquella carpa, cuya tela con el viento casi le tocaba la cabe-za. Y eil medio de aquel desmantelamiento, slo comparablea l del establo de Beln, aquella majestad, aquel silencio y elrecogimiento profundo de todos los oficiales y soldados que,con el alma palpitante, se acercaban a comulgar. iOh, quSgrande, qu divina apareca ah nuestra sacrosanta religin!Incrdulos, ateos, blasferncs, y vosotros todos los que os bur-lis y os jactis quizs de haber renegado de esa fe que reci-bisteis en el regazo de vuestras madres, contemplad este cua-dro que la pluma no alcanza a dibujar, y con los ojos cuaja-dos por las lgrimas, ya parece se os ve caer de rodillas, anteese hombre en cuya frente se vislumbra coino un destello delcielo, pues en sus manos tembIorosas os presenta a Cristo, alHijo de Dios vivo que un da os ha de juzgar.

    A las diez en punto, las trompetas daban la seal de par-tida. La marcha se hizo con calma y sin tropiezos. Durantealgunos instantes, el general Baquedano, que recorra las filaseil su hermoso caballo tordillo negro plateado, departi ami-gablemente con el capelln, que cabalgaba a su lado, acercadel nuevo triunfo que ya pareca sonrer a nuestras armas.Cerca de las cinco, las primeras divisiones acampbansesobre las lomas que dominan la Quebrada Honda, a dos leguasdel enemigo. Cuando entr al noche, oscursima por la densa~ ie b la , l sacerdote, prodigando sus cuidados a tres arrierosque, sorprendidos por un piquete de caballera, haban sidoheridos, se encontr sola, siguiendo adelante a la buenaven-tura, tropezando luego con un pobre soldado que se retorcacon los espasmos de las tercianas, el que se ech a las ancas,y, guindose por una luz que apareca a la distancia, fue arematar al batalln Coquimbo, donde pudo tenderse y dormi-tar un rato, pues, como a las dos de la maana, comenz el ti-,roteo de nuestras ava.nzadas contra una divisin enemiga quehaba tratado de sorprendernos; pero felizmente se extravide tal suerte que, al amanecer, an se divisaban los batallonesque, a gran prisa, se repIegaban sobre sus trincheras, mien-tras nuestra artillera les picaba la retaguardia con unas cuan-tas granadas. Una hora ms tarde, el Ejrcito principi ahvanzar en linea de batalla, y ya a distancia de tres mil me-tros, la artillera enemiga rompi sus fuegos; nuestras gue-

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    rrillas toman el orden oculto y el ejrcito hizo alto, siguin-dose un duelo de can de cerca de una hora.Dxrante este tiempo, el capelln se hallaba junto a uneecuadrn de caballera, que haba tomado prisioneros esaniaana a un capitn, un cabo y tres soldados, que dieron no-ticias muy exactas de las fuerzas de los aliados. El comandantedon Wenceslao Bulnes y varios oficiales tendidos en el suelohacan su rancho:-"Venga, capellan, hay que reforzar unpoco el estmago para todo el da'.'.-"Comandante, permta-me ms bien sus anteojos para observar el efecto de nuestroscaiiones" y desmontndose y apoyando los anteojos en su mon-tura, estuvo contemplando cmo las balas iban a dar de lle-no en las trincheras, mientras las de ellos que se vean venir,como pjaros en veloz vuelo, se enterraban en la arena sinproducir el menor dao; tomando entonces su breviario, coala mayor tranquilidad, se puso a rezar el oficio integro deaquel da. Momentos despus, le rodeaban los oficiales del Es-meralda:-"Que dice, capelln?" - 'Que: he de decir? sinoque acabo de rogar a Dios y a nuestra Madre Santsima quebendigan nuestras armas. Y fjense Uds. que hoy es mircoles,clia consagrado a nuestra Seora del Carmen, y todos nues-tros principales triunfos han sido siempre en da mircoles:rendicin del "Huscar", Pisagua, Dolores".-"Sabe que tie-ne razn? Esto nos da ms nimo; pero como tambin pode-mos caer en la contienda, usted va a ser nuestro depositario".Y, as diciendo, comenzaron a entregarle cartas, retratos, di-nero; por lo cual, sacando su cartera, comenz a tomar notade aquella especie de testamento solemne, carioso y tierno,en que iba envuelto el ultimo recuerdo ya para una madre, yapara una dulce nia'.-"Pero, amigos, les dijo al fin conmo-v'ido, acaso yo voy a ser invulnerable?" - Capelln, a ustedlo respetarn las balas".Nuestra a.rtillera haba cesado de tronar, pues el enerni-go haba apagado sus fuegos; se habia dado a la la divisinla orden de ataque sobre el ala izquierda; el capellan clav lasespuelas y se lanz adelante de las filas, que se desprendan yaael resto del Ejrcito, y, pidiendo la venia a los jefes, se des-cubri reverente e imparti la absolucin general al regimien-to Esmeralda, y a los batallones Navales, Valparaso y Chillnque, de rodillas, como la Legin fulminaiite, rendan armas yluego lanzaban al aire sus quepis con un atronador jviva Chi-le! de adis a la patria, por la que muchos iban a rendir lavida.La divisin entera, formada en dos lneas, al mando delcoronel Amengual, avanz entonces resuelta, precedida por el

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    Valparaso, q,ue, desplegado en guerrilla, al emimar una lo-ma, reciba las primeras descargas de un nutrido fuego de fu-silera, entrando en el acto en combate la primera lilea, quese fue a estrellar contra la mayor parte del ejrcito boliviano,oculto en magnficas posiciones; por lo que la segunda lnease lanz tanibin a paso de carga, trabndose un duelo a muer-te a cuarenta metros de distancia, apoderndose en pocos mi:nutos de la primera trinchera, cuyos fosos quedaron cubiertosde cadveres; no asi la segunda, con una resistencia tenaz, dems de una hora, y .con la necesidad absoluta de tomar la ter-cera posicin:-''Gua al centro! igua al centro!" era la nicavoz que se perciba, como orden de estrechar las filas, que ibanraleando de una manera espantosa, pues all quedaban Cocke,Ovalle, Pinto, Ureta, heridos, y Guerrero y Montalba, muertos,del Esmeralda; Urriola, CarvaIIo. Beyta, Simpson, Dlano, Val-divieso, Garca. heridos. y Guilln~an,muerto. de los navales;Arredondo, Jimnez, Rosas, Borne, Yvar, heridos, y Jarpa,Urrutia y Reyes, muertos, del Chilln; Sanhueza, Garca, Arti-ga. Ferreira, heridos, y Olgun, muerto del Valparaso.-"iAh!noble capitn, alma venturosa, cuyas ltimas palabras, comoun eco de la otra vida. aun parecan repercutir en medio delfragor del combate:-"Maana voy a morir, y quiero morir co-mo cristiano!"En aquel momento crtico faltaron las municiones, cuan-cio va nuestros soldados se a~oderaban e los caones v los vol-van contra los mismos enemigos. Aquella falange liiroica sehallaba entre dos fuegos, pues, pasaban por encima las grana-das de una de nuestras bateras, algunas de las que reventabanel: el aire como bandadas de golondrinas, en tanto que otraspiezas de artillera, enterradas en la arena, empujadas por lossoldados, de los que unos sin quepis, otros desabrochadas lascasacas, atada la cabeza coi1 loauelos, aferrados a las ruedas.ayudaban al impulso de los caballos, mientras los ayudantes delEstado Mayor, corran a escape cortaildo los fuegas, llevandocajas de municiones. Y, volviendo la vista atrs, como buscandoun socorro, las tropas de la reserva se divisaban all a lo lejos,perdidas entre las ondulaciones del terreno; de suerte que,mientras llegaba el refuerzo. podan ser barridas nuestras fi-las bajo aauel furioso torbellino de balas. Entonces el cape-lln. echando pie s tierra. se arrodill en medio del campo,con los brazos en cruz como Moiss. Un escuadrn de Grana-deros atacaba en esos momeiltos por el flanco izquierdo, desor-ganizando los batallones enemigos, que comenzaron a retro-ceder ante el repentino avance de la Brigada de Marina, quellegaba en apoyo de nuestra diezmada divisin, mientras el

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    resto de la 3., junto con la 2 i , batindose como leones, rom-pan por el centro, haciendo pagar caro al Ayacucho, Zepita yArequipa, sus crueldades de Tarapac, en tanto que la 4a,compuesta del Lautaro, Zapadores y Cazadores del Desierto,flanqueaban el ala derecha, apoderndose del reducto, y, car-gando a la bayoneta, se posesionaban de las ltimas trinche-ras. De nuevo en su caballo, por unos iiistantes, slo por unosinstantes, el sacerdote se convirti en soldado, y con su mantablanca y su estola morada al cuello, envuelto en un pelotnque se rehaca:-"A la carga!, repeta, ja la carga!" LasGoinpetns rasgaban el aire con sus vibrantes y bronceadas no-tas, en tanto que el can, con sus ltimos estampidos, ponae: sello a la ms esplndida victoria, pues, desalojado por finel enemigo de todas sus formidables posiciones, hua ahoradespavorido, deshacindose sus escuadroi~es,como nubes des-garradas por un violento huracn. Cuadro ms grandioso, laimaginacin ms exaltada no lo alcanzar a columbrar jams.

    Eran cerca l e las dos de la tarde; el campo quedaba sem-bzado de cadveres y de heridos, como quiiiientos de los nues-tros muertos y mil quinientos heridos y ms de mil muertosde los aliados y mayor nmero de heridos. Comenzaba la ta-rea ms triste y abrumadora que darse puede. Los heridos al-zaban sus rifles para que fueran el1 su auxilio. Era preciso iruno por uno, administrkndoles la Extremauncin, ungindo-los en la frente, y tomando nota de sus encargos y ltimasdisposiciones. Imposible describir aquellas esceiias de dolor yde res ig~acin cristiana, de aquellos hombres de acero conalmas de nios. Nobles soldados! hroes annimos, de quie-nes no se conserva n i siquiera el recuerdo, pero a quienes Dios,sin duda, ya ha galardonado, por liaber vertido su sangre ydado su vida por la patria!

    Exhaustas sus fuerzas con las tremendas inipresioaes deaquel dia, al llegar la noche, slo en aquellas colinas, dondeimperaba la muerte con todos sus horrores, el sacerdote eleval cielo una plegaria, apareciendo al punto una carpa que, apesar de la denssima oscuridad, l vea rayada de azul y blan-co, como una media-agua a modo de corredor. A la entrada,haba un iilontn de hojas de maz:-"Para mi caballo", se di-jo, y, quitndole el freno, lo dej ah atado. Hacia la derecha,

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    haba un catre de campaa, con sus frazadas dobladas:-"Bendito sea Dios! exclsnl, para el pobre pollino que ya nopcede ms", y se dej caer como en un lecho de plumas. Enese momento, se sinti el trotar de un jinete que luego se de-tenia:-" Adelante, que aqu al menos hay abrigo!" Una vozconocida contest desde afuera-"iVaya! se dijo, era lo U ~ ~ C Oque faltaba, alguien que me resguardarn". Y, as diciendo, sequed profundamente dormido, viniendo a despertar con elchisporroteo de un2 fogata que iluminaba toda la carpa. Unchino estabz. en cuclillas cerca del fuego, y, al ver que el sa-cerdote se 6espertaba:-"Compale, le dijo ,qule caf?"-"Bue-no, compale", contest el capelln, tomando a dos manos lacantimplora que le presentaba el chino y que se bebi con de-licia. Cuando despert por la maana, el chino se haba ido;tampoco estaba el jinete; slo quedaba el fuego que ya secciilsuma, y el caballo que masticaba tranquilamente las 1--timas-hojas de maz.- ";Buen dar, exclam el capelln, estos que es curioso!" Y, asi diciendo, se arregl las polainas, secalz las espuelas, puso el freno a su caballo, y, tirndole ha-cia afuera, conlenz a contemplar el campo a fin de orieil-tarse dnde se hallaba. La camanchaca se haba disipado. bri-llaba el sol del Corpus Christi, el gran da de la divina Euca-rista; absorto, avanz unos cuantos pasos; cuando volvio amirar hacia atrs, ila carpa haba desaparecido! ! . . Bendi-ciend0.a Dios que de una manera tan admirable haba ma-nifestado en l su infinita misericordia, comen26 a recorrerias apretadas filas de los cadveres, que aparecan como ga-villas segadas por la hoz, auxiliaildo a algunos gue an res-piraban, mientras que all en los faldeos que conducen aTacna, los clarines de la diana saludaban al general don Ma-nuel Baquedano, cuya fiesta se celebraba, con los parabienesdel gran triunfo.

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    El Estandarte clel 2"

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    La noclie volvi a sorprender al capelln en medio delcarnpo, desde donde ya se haba principiada el transporte delos heridos. Esta vez, cpole al seor don Rodolfo Castro, co-niandante del 39, obligarlo, ocultndole su cabalgadura, a al0-jarse en el vivac del regimiento, siguiendo al amanecer haciaTacria, yendo a hospedarse en casa del seor cura, sacerdoteespaol que lo recibi ms por fuerza que de gana, pues eraacrrimo enemigo de los chilenos, quienes, si le sorprendenunas proclamas impresas, que fueron quemadas, le habranhecho pasar un mal rato.El pobre capelln llegaba medio muerto, con una fiebreque lo devoraba, y en tan msero estado, le era preciso ayu-dar a atender los centenares de heridos que geman en losdistintos hospitales de sangre que se haban improvisado. Enmedio de esas angustias, un pensamiento lo dominaba: elEstandarte del 29, su regimiento en Caracoles. Aquello era co-mo una obsesin que le asediaba de da y de noche, de talsuerte que todas las maanas, al ir a celebrar en la iglesiaparroquia1 de San Ramn, se quedaba suspenso, como sabue-so que olfatea, llegando siempre a la misma conclusin: "ElEstandarte .est aqu!"As pasaron algunos das, hasta que una tarde, cerca delas dos, volviendo de sus ordinarias tareas;se haba recosta-do 1111 instante en un sof de la antesala, pensando en el te-legrama que pondra al general Baquedano, una vez que hu-biese hallado la gloriosa insignia, cuando golpearon la man-para. Fue aquello conio un resorte que le hizo lanzarse haciael capitii don Enrique Miinizaga, que era el que llegaba pre-guntando por el cura, pues se haban tenido noticias en elcuartel general, de que l podra dar alguna luz acerca delparadero del Estandarte. De un tranco ambos llegaron a lapresencia del seor cura, quien, una vez impuesto de lo quese trataba, y persuadido de que, a pesar de sus reiteradas

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    protestas, haba que tomar una determinacin, concluy poraceptar lo que el capelln le propuso, de permitirles un re-gistro en la iglesia de San Ramn, hacindose l responsablede cuanto pudiera ocurrir. Al despedirse el seor Munizaga, ymientras atravesaban el patio, el capellan le dijo que procu-rase llevar dos soldados y que le iba a esperar en la puertadel templo. Es de advertir que la casa parroquia1 distaba al-gunas cuadras de la iglesia, que estaba cerrada a esas horasy las llaves en poder del sacristn, n quien el seoi cura dijoiba a hacer llamar, para ordenarle fuese a abrir, bajo el pre-texto de un bautismo.Al llegar al templo, como el calor era sofocante, el sa-cerdote comenz a ir y venir bajo la sombra de los rboles,pasando en ese instante a caballo el jefe de la AmbulanciaValparaso:-"Qu est hacienuo aqu, capelln?"-"Toman-do el fresco", le contest, dirigindose incontinenti a la igle-sia que ya sabia el sacristn, un cholo mal agestado queHaba cado prisionero y cuya libertad habia obtenido el mis-mo capellan.El cholo, todo receloso, comenz a arreglar la lmpara delSantsimo, en tanto que el sacerdote se arrodillaba entre unasbancas, y el capitn Munizaga, seguido de un sargento y deun soldado del Lautaro, como sombras se escurrian tras dela mampara. Los ojos del cholo no se despintaban ael cape-lln, que permaneca inmvil, mientras el capitn no acaba-ba nunca de santiguarse en la pila del agua bendita. Al finei cholo, paso a paso, volvi a atravesar la iglesia y se retiro.Al punto el sacerdote, hacindose dueo de la situacin:-"iAqu!" dijo al soldado, y corriendo el cerrojo del portn:-"iFirme en su puesto! y no se abre a nadie, aunque sea elmismo general". Dicho esto, se adelantaron hacia el altarmayor, el capelln al centro, el capitn Munizaga a la dere-cha y el sargento a la izquierda. Al entrar al presbiterio, elsacerdote se arrodill y con voz trmula:-"Perdona, Seor,dijo, lo que vamos a hacer, pero se trata de la patria"; y, al-zndose resuelto, como si una mano invisible lo guiara:-"idla derecha!" dijo, sealando la puerta al lado de la epstolaque enfrentaba a la sacrista, la que como no cediese a lafuerza que, con su yatagn, el sargento hacia, los tres a untiempo, poniendo el hombro, la abrieron, saltndose la ce-rradura.Era aqul un almacn hacinado de objetos del culto. Elcapelln, despus de registrar un bal que estaba ms a ma-n o lleno de ornamentos, dio orden a l sargeilto de quitar unaimagen de bulto que estaba en el fondo, sobre una gran caja

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    de esas antiguas. El sargento se adelant y, tomando en pesola imagen:-"Angel mo, le dijo, no hay remedio, tens queentregar el Estandarte". El capelln alz la tapa y se arro-dill para sacar mejor unos dos o tres almohadones, hallandodebajo del ltimo un saco de brin, que dejaba en descubiertola punta de una cinta tricolor. Encaj al punto los dos. bra-zos y, abriendo violentamente el saco, apareci el Estandarte.Aquello no se alcanza a descrjbir: sacerdote, capitn y sar-gento, sin poder contener las lgrimas:-"El Estandarte! jelEstandarte!" repetan besndolo y abrazados de l. Pasado elprimer momento, el capelln, desabotonando su sotana, se fo-rr con l:-"Ahora, capitn, parta Ud. a Arica a dar cuentaal general; y Uds., sargento y soldado, a su cuartel, mientrasyo voy a hacer entrega al Estado Mayor"; y sin volver lavista atrs, comen26 a cruzar las calles, llegando al fin casisin alieritos, de tal suerte, que al verle los jefes y oficia-les:--"Qu sucede, capelln?" y l, sin contestar, desabro-chando a dos manos su pecho, les mostr la estrella plateadade 13. preciosa reliquia de que era portador.

    IVuelto a la. casa parroquial, el cura y el cholo le aguar-daban con ansiedad en el zagun:-";Qu hubo del bautis-mo?" pregunt melosamente el espaol.-"Qu bautismo niqu nada? jel Estandarte que lo tenemos en nuestro poder!"Ni una. bomba que hubiese estallado: el cura palideci,retroce;diendo, y el cholo apret los dientes con los ojos encarnizados'.No se cruz una sola palabra ms, pero, como a la una de lamaana, llamaron violentamente a la puerta de calle; el ca-pelln sali a abrir, buscaban para una confesin; el cura seexcus, diciendo que se senta indispuesto; l entonces se ofre-ci, ms con cierto recelo; por lo que, al pasar por un cuerpode guardia, pidi un soldado armado, lo que visto por el men-sajero, apur el paso, torciendo por una encrucijada hasta lle-gar a una puerta por donde desapareci. La estancia estabasola, con tres catres unidos por una cort,ina pendiente de uncordel que los cubra por los pies; en la pared humeaba unalmpara de petrleo. El capelln se trep arriba de los catres,y, a puntapis, deshizo una figura de trapos que representabaal enfermo:-"iHola! ih!'-"Mi capelln, dijo el soldado, re-tirmonos, esta es una celada", y, preparando su rifle, se co-loc a retagiiard1a.-"iBuena la escapada! deca, volviendo asu cuartel; estos malditos cholos no escarmentarn jams".Al da siguiente, el cura, que an continuaba en cama:-"Seor capelln, le dijo, yo necesito un salvoconducto, unpapel, u11 algo que me sirva de resguardo; pues, estando Ud.

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    alojado en mi casa, es claro que toda la responsabilidad pesasobre mi, y quin sabe lo que pueda acontecer".-"Pierda cui-dado, le contest el capelln, hoy mismo me traslado a Arica.y traer lo que Ud. desea".En efecto, poco despus tomaba el tren hasta el ro Azu-fre, cuyo puente haMa sido volado, siguiendo con otros ofi;ciales en un carro de nianos hasta llegar al puerto, volviendoen la tarde, con una supuesta orden de allariamiento, firmadapor el coronel Lasos, papel que, al llegar a Arequipa. libr alcura que iba a ser enjuiciado. Al da siguiente, el capelln, sin-tindose del todo incapaz de seguir atendiendo a los heridos,por la violencia de la fiebre, se despidi del seor cura y pai-ti6 de iluevo hacia Arica, a fin de embarcarse hacia el Sur.Alojado en la Aduana, eiltre un rimero de sacos, junto coi1el coroliel Valdivieso, que era jefe de la plaza, todas las ma-anas, en inedio de una nube de estornudos, resonaba la vozimperiosa del coronel, llamando al ayudante a fin de que fue-se a sacar multas para la compra de provisiones. U n da sepreseiitaron dos cholos litigando por un burro: el coronel oyla querella y, luego. alzndose repentinamente:-"Y peruanos,dijo, y ueleaildo por uii burro! Agradezcan que 110 los rajo apunta de palos!" Y, mieiltros los cholos huan despavoridos,el coronel, que tenia un alma de paloma, se rea a ms g me-jor en iiledio de otra tunda de estornudos.Alguno$ das despus, molestado cada vez ms por la fie-

    bre, par'tia para Iquique. Alojado en la parroquia, tuvo que so-portar toda la noche, en medio de angustias mortales, la atrozjarana de la casa vecina, donde se desarrollaba una orga des-comunal: - Ya me la van a pagar", se dijo; y, apenas aina-necio, se trep al campanario:-"Ahora me toca a 111iW, tras,tras, campallazo va y canlpanazo viene. Alborotse el pueblo,creyendo que fuese iiicendio, hasta. que el seor don PatricioL~nc'h,mpuesto de lo que ocurra, dio orden termiliaiite paraque aquella casa fuese al punto desalojada. Pocos dias des-pues el capelln se embarc para Valparaso.

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    Iba a comenzar la campaa final, cuyo objeto era Lima.El-sacerdote, ya convaleciente, se dirigi a Curic a despedirsede uno de sus hermanos. El da de su regreso, muy de maana,fue a celebrar la misa en la iglesia de Nuestra Seora del Car-men, q.ue es hoy de los RR. PP. del Corazn de Mara, dirigiendoa la Santsima Virgen una fervorosa suplica, en la cual le pe-da: -"Que si no era !a voluntad de Dios que volviese a laguerra, sin dars.e l cuenta, una enfermedad repentina se loimpidiera". Vuelto a Santiago, estando arreglando su maleta,pues, de acuerdo con el capelln mayor seor Fontecilla, ha-ban fijado ya el da de la partida, sbitamente, se vio ataca-do de las tercianas, ese mal terrible que tantas vctimas oca-sionaron en el Ejrcito.El mal sigui adelante, violento y tenaz, y, mientras delnorte llegaban los ecos de las grandes victorias de Chorrillosy Miraflores, l, casi moribundo, hubo de trasladarse a Pani-mvida. Haca ms de quince das que ah permaneca, siem-pre en el mismo estado, cuando una tarde se present un cam-pesino solicitando le fueran a auxiliar una enferma. Comotodos los sacerdotes que ah estaban, y que eran varios, seexcusaran, el se ofreci, aceptando la pobre cabalgadura queel campesino haba trado con este objeto. La distancia eramucha y la noche ya se vena encima; Al fin llegaron a l pa-jizo rancho donde agonizaba una anciana. Una vez que la hu-bo auxiliado y lconso1ado:-"Mamita, le dijo, hagamos unconvenio?" - El que Ud. quiera mi padre". - Ya ve que seva a morir". - As es, pues, mi padre". - Pues bien, llve-se mis tercianas, que yo la encomendar a Diosv.-"iCmono, mi padre! con todo gusto mi padre!" La anciana vol a laeternidad, y el sacerdote, cuando lleg al hotel, estaba com-pletamente sano, de tal suerte, que al da siguiente, en mediodel asombro general, parti para Santiago. Ya en el coche,. elseor Carmona, doctor del establecimiento, se acerc a la ven-

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    tanilla encargndole una y mil veces recomendase a los je-fes y oficiales las aguas inaravillosas de los baos, a lo que elcapelln, sonriendo, mientras el coche se alejaba: -"Si, si,maravillosas, deca, sealando el cielo; ila vieja! ila vieja!"Poco des~us l general Baquedano haca su entrada triun-fal en ~antfago. na de s u s primeras visitns fue al capellaneri el Seminario v. al estrecharle entre sus brazos:-"Capelln,le dijo, le aguard hasta la vspera de las batallas, porquedeseaba que Ud. y no otro hubiese entregado el Estandarte del20 al Regimiento; pero, ahora lo felicito, porque si Ud. hubie-se ido, habra quedado en San Juan". Entonces el sacerdotevino a comprender la tierna bondad y misericordia de la San-tsima Virgen, al oir favorablemente la splica que le hizo an-te su altar, de la sbita y tenaz enfermedad, como tambinde su milagrosa curacin.

    Haban transcurrido algunos aos; el capelln no se 'ol-vidaba del glorioso Ejrcito y, en todos los aniversarios de losdistintos hechos de armas, adornando el altar de su iglesiacon trofeos y banderas, narraba entusiasmado los pormenoresde aquella homrica campaa. Aconteci entonces que un 26de mayo, en que, con el mas vivo colorido describa y comen-taba la batalla de Tacna, al volver a la sacrista, se encontrcon el general que, abrazndole enternecido: - Capellil, ledijo, con un fondo de amargura. Ud. es el Ynico que se acuerdad e estas glorias de la patria>'; y luego, desabotonando su casa-ca 'r mostrndole una medalla de la Santsima Viraen. wn-diente de su cuello de una cadenilla de oro:-"~qu tiene,agreg, a la que debemos todos nuestros triunfos".iNoble y pundoroso general, cuyo mrito la nacin aunno h a sabido apreciar como es debido! Nombrado comandantegeneral de caballera al comenzar la guerra (10 abril 1879);en Pisagua, secundando al seor don Federico Stuven, quereparta el agua resacada que los soldados sedientos se dispu-taban; poco despus, no hallando dnde desplegar la e