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Introducción Invierno de 1692, Salem, Massachusetts. —¡Traed a Sarah Osborne! —ordenó el juez Ha- thorne. Entre una algarabía de gente sentada en los bancos de la iglesia de madera del pueblo, preparada como im- provisado tribunal, una vieja mujer harapienta es arras- trada por dos hombres hasta la mesa presidida por los jueces, frente a la cual es sentada a la fuerza junto a otra anciana de gesto sonriente. —Sarah Osborne, aquí está Sarah Good que ha con- fesado su brujería y por tanto no será colgada; te ruego que sigas su ejemplo. Ella ha declarado que cuando el dia- blo vino a ella, tú la acompañabas —exclamó el juez Ha- thorne. —Allí estaban, tan orgullosos él y ella, y Osborne estaba escribiendo su nombre en el libro con su propia sangre —afirmó seguidamente Sarah Good. Los presentes, atentos a tales declaraciones, grita- ban de asombro escandalizados ante sus contundentes palabras. —¡Señorías!... Yo no he visto al demonio en mi vida, pero si queréis, puedo bailar hacia atrás tan rápido como él hacia delante —dijo Sarah Osborne mientras se levan- 11 www.aguilar.es Empieza a leer... Crónicas de brujería

Crónicas de brujería - Enrique Echazarra

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Introducción

Invierno de 1692, Salem, Massachusetts.—¡Traed a Sarah Osborne! —ordenó el juez Ha-

thorne.Entre una algarabía de gente sentada en los bancos

de la iglesia de madera del pueblo, preparada como im-provisado tribunal, una vieja mujer harapienta es arras-trada por dos hombres hasta la mesa presidida por losjueces, frente a la cual es sentada a la fuerza junto a otraanciana de gesto sonriente.

—Sarah Osborne, aquí está Sarah Good que ha con-fesado su brujería y por tanto no será colgada; te ruegoque sigas su ejemplo. Ella ha declarado que cuando el dia-blo vino a ella, tú la acompañabas —exclamó el juez Ha-thorne.

—Allí estaban, tan orgullosos él y ella, y Osborneestaba escribiendo su nombre en el libro con su propiasangre —afirmó seguidamente Sarah Good.

Los presentes, atentos a tales declaraciones, grita-ban de asombro escandalizados ante sus contundentespalabras.

—¡Señorías!... Yo no he visto al demonio en mi vida,pero si queréis, puedo bailar hacia atrás tan rápido comoél hacia delante —dijo Sarah Osborne mientras se levan-

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taba danzando hacia atrás y siendo reducida de nuevo porlos hombres que la trajeron.

—¡Que te sientes! ¡Que se siente! —gritó el juez Ha-thorne.

—¡Soltadme!... ¡No digáis disparates, no contéis másmentiras, me estáis perjudicando! —replicó Sarah Osbor-ne, a la vez que en la sala se escuchaban voces que pedíansu quema en la hoguera o su ejecución en la horca.

—¡Me estás perjudicando! —repitió mirando a Abi-gail Williams quien, sentada junto al resto de las chicasque supuestamente estaban embrujadas, comenzaba a re-torcerse abrazándose el vientre entre gemidos de dolor.

—¡Eres una mentirosa! ¡No digas falsos testimoniosni mentiras! —le increpó Sarah Osborne con una ame-nazante mirada.

—¿Qué les hacéis a estas chicas? —preguntó el juezDanforth.

—¿Qué les has dicho para que se pongan enfermas?—volvió a preguntar el juez Hathorne.

—Sólo les estaba diciendo los mandamientos...¿Puedo decir los mandamientos? —contestó Sarah Os-borne.

—¡Dejad que diga los mandamientos! —ordenó eljuez Sewall.

—Señoría, sólo puedo decir los mandamientos al ai-re libre —replicó Sarah Osborne.

—Tenemos diez mandamientos, ¿conoces alguno?—le preguntó el juez Danforth. Tras un silencio conti-nuó—: Has mentido al tribunal. ¡Te estoy diciendo quehas mentido al tribunal!... ¿No es cierto? —le preguntóde nuevo encolerizado.

—¡Yo no soy una bruja!... ¡El diablo lo sabe! —co-menzó a gritar Sarah Osborne entre el bullicio de una

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sala completamente exaltada por lo que acababa de es-cuchar.

De esta manera se escenificaba uno de los más famososjuicios por acusaciones de brujería en la película El Cri-sol (The Crucible), estrenada en 1996, dirigida por Nicho-las Hytner y protagonizada por Winona Ryder y Da-niel Day-Lewis. La adaptación cinematográfica, segúnun guión del dramaturgo estadounidense Arthur Millerbasado en una de sus más conocidas obras de teatro, Lasbrujas de Salem, recreaba la historia acaecida en NahumKeake, una de las primeras ciudades colonizadas en labahía de Massachusetts, en la denominada Nueva Ingla-terra, y que en 1628 fue rebautizada como Salem (Jeru-salén). Por aquella época, la localidad era un reducto depuritanismo extremo, donde se prohibían actividades lú-dicas tales como la música, el baile y cualquier libro queno fuera la Biblia. En este ambiente de represión se de-sencadenó la tragedia cuando, en 1692, unas chicas jóve-nes fueron sorprendidas practicando lo que parecían ex-traños rituales dirigidos por una criada india, con los queintentaban dar rienda suelta a sus fantasías sobre amoresadolescentes. Para librarse de los posibles castigos porsus actos, comenzaron a mentir vertiendo acusacionesque dieron lugar a una verdadera caza de brujas de gen-te inocente. Según los historiadores, esta campaña fueutilizada por los primeros colonos, más fanáticos, contralos nuevos pobladores, más liberales. Por tanto, se ba-raja la posibilidad de que, más que a la manifestación deun verdadero temor a la práctica de la brujería, el casocorrespondiera a un intento de deshacerse de personasno gratas, en un ambiente marcado por la rivalidad a con-

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secuencia del reparto de las tierras y de las envidias en-tre vecinos. Todo ello dio lugar a que fueran acusadas debrujería 156 personas, 19 de las cuales fueron ahorca-das por negarse a declarar su culpabilidad y así evitar serajusticiadas. Asimismo cuatro personas fallecieron en pri-sión y otra más murió torturada por aplastamiento. Ló-gicamente el resto confesó las acusaciones imputadas pormiedo a una muerte segura.

Finalmente y con el paso del tiempo, una vez deja-do atrás el histerismo, se reconoció la injusticia cometidacon las acusadas y en 1697 jueces y niñas pidieron perdóna las familias de las víctimas. Para comprender el caso deSalem se debe tener en cuenta el contexto en que se de-sarrollaron los hechos. Según un análisis de la investiga-dora Itala Vivian: «Dicho episodio desempeña la funciónde un desahogo ante las contradicciones internas de aquelmundo y de sus instituciones, pero no fue ajeno, en losmodos y en las sugestiones, al problema existente en larelación con la civilización indígena. Las afirmaciones delas chicas no hubieran existido sin la tensa atmósfera pu-ritana, pero tampoco sin los espantajos de las presenciasmágicas cristianas, impregnadas del miedo y de la tensiónsurgida del conflicto derivado del contacto con la civili-zación indígena y sus formas, y sobre todo con su cosmo-logía, así como de la necesidad de mantenerse alejados deellas». Es decir, los nuevos habitantes llegados de la vie-ja Europa querían conservar sus tradiciones a pesar deltemor y la incomprensión que les infundía la cultura abo-rigen; en un intento de crear una comunidad, pero sin lle-gar a adoptar sus costumbres o ser influidos de alguna ma-nera por dicha cultura desconocida.

Considero muy destacable este punto de vista, ya queva a ser una de las claves para entender el origen del fe-

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nómeno de la brujería y sus consecuencias. Las conoci-das brujas de Salem nos están sirviendo para realizar unaprimera aproximación a dicho fenómeno pero, como ve-remos, en la mayoría de las ocasiones se puede sustituirel nombre de Salem por el de cualquier otro lugar delmundo. Podrán cambiar los protagonistas, podrán cam-biar los escenarios, pero las circunstancias y el trasfondode las historias van a ser similares, y por supuesto, los ca-sos registrados en España no son una excepción.

Se han publicado infinidad de textos y tratados so-bre la brujería y, por eso, a la hora de plantearme cuál hade ser la finalidad del presente libro, tuve claro que la ideaprincipal que debía transmitir tenía que centrarse en laauténtica identidad de las llamadas brujas y en cómo in-fluyó el momento social que vivieron en la gestación deuna imagen que ha perdurado hasta nuestros días. Paradilucidar estas cuestiones haremos un recorrido históri-co desde una perspectiva amena y de síntesis, intentan-do desvelar sus orígenes y comprobando la repercusiónque la brujería tuvo en España. De igual manera hablarsobre las brujas es hablar de la Inquisición y de sus tribu-nales, asunto que veremos reflejado en alguno de los ca-sos más importantes acaecidos en una época en la queel oscurantismo, la ignorancia y las creencias diabólicasforjaban la sociedad. Lo ideal sería mostrar esta realidaddespojándola de toda leyenda y de los tópicos con los queen la actualidad aún se divulgan.

Comencemos. Y para ello no hay mejor manera queevocar las palabras del historiador madrileño Julio Ca-ro Baroja: «A las brujas se les ha dejado fama de habercometido las más estupendas y formidables tropelías quepueda soñar el hombre... fama que con suma probabili-dad nunca merecieron».

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CAPÍTULO I

Orígenes de la brujería

«No hay superstición que no haya nacido de alguna necesidad».

Peter Lorie, escritor, 1992

Antes de indagar en los orígenes de la brujería, debe-ríamos definir qué se entiende por tal término en nues-tros días. Echando un vistazo a cualquier diccionario denuestra lengua, comprobamos que la brujería es una«forma de superstición y engaños en la que cree el vul-go y que ejercitan las brujas». Y si a su vez miramos elvocablo bruja, comprobaremos que se trata de una «mu-jer que según la opinión vulgar tiene un pacto con eldiablo y que por medio de éste hace cosas extraordi-narias». Como vemos las descripciones de ambas se fun-damentan en el saber popular, con las influencias lógicasde la época medieval en que se formaron. Sin embargo,lo conveniente es buscar en momentos de la historiamuy anteriores a las famosas persecuciones y a las cazasde brujas.

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CUANDO LA BRUJERÍA ERA MAGIA

En la antigüedad la creencia en las prácticas mágicas me-diante la intervención de los espíritus y de los demo-nios fue casi universal. Desde la Prehistoria siempre queel ser humano ha especulado con la existencia de un mun-do invisible ha sentido la imperiosa necesidad de relacio-narse con él. Ya en los papiros egipcios se habla de con-juradores y adivinos que obtenían sus capacidades de losdemonios. En el relato egipcio del enfrentamiento entreMoisés y el faraón para que los israelitas pudieran salirde Egipto, Moisés aparece como un practicante de las ar-tes mágicas. En el llamado Código de Hammurabi (Foto1) se encuentra una prohibición aún más antigua sobrelas artes mágicas. Este código se basa en la creencia deque son los dioses quienes dictan las leyes a los hombres.En este caso es Samash, dios de la justicia, quien entre-ga las leyes a Hammurabi, que reinó en Babilonia entre1792 y 1750 a.C.

Para el historiador romano Plinio el Viejo las prác-ticas mágicas eran la expresión de una ciencia temible yperversa, donde medicina, religión y astrología se mez-claban en un saber único. Los escritores romanos hacenreferencia a las mujeres que ejercitan estas prácticas, pe-ro sin comentarios sobre si existía una represión contraellas, ni siquiera durante la Roma cristiana, en la queno se las perseguía, salvo que practicasen rituales que fue-ran considerados como diabólicos. En crónicas de la an-tigua Grecia se detallaban actos mágicos efectuados pormujeres, que los empleaban con fines amatorios. Estosautores clásicos describen los encantamientos que reali-zaban, los cuales se recitaban en verso en forma de con-juro. Incluso en el Antiguo Testamento, en el primer Li-

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bro de Samuel (28-4), aparece mencionada la existencia deuna nigromante con capacidad para evocar a los espíri-tus. El texto bíblico aporta información importante so-bre la represión ejercida contra estas artes, ya que indicaque cuando Saúl requirió sus servicios, ella no quiso co-laborar ante el temor de sufrir la pena reservada para losnigromantes y magos de por aquel entonces. Estos ejem-plos nos sirven de antecedente para ir situándonos en losorígenes de una evolución que pasaría a la historia porsus episodios más truculentos.

Etimológicamente la palabra bruja tiene un origenincierto, quedando únicamente claro que su divulgacióne imposición datan de la época medieval. Sin que se pue-da afirmar con contundencia su procedencia, según al-gunos estudiosos se podría especular sobre su origen gre-colatino. En latín existe el adjetivo de origen griegophrygius, con su variante latinizada brugius; y ambos ha-cen referencia a la persona o cosa procedente de la re-gión de Frigia, que ocupaba buena parte del noroeste dela península de Anatolia o Asia Menor (Turquía en la ac-tualidad) y donde se encuentran las ruinas de la míticaTroya. La presencia en dicha zona de mujeres con pode-res sobrenaturales (Medea, Casandra, etcétera) es unaconstante en la mitología greco-romana, debido a la grandifusión que en la antigüedad y en el medievo tuvo portoda Europa.

Casandra destacó notablemente. Era hija del rey Pría-mo de Troya y tenía el don de la profecía y la adivinaciónconcedido por el dios Apolo, que la amaba; representa-ba pues el icono de la mujer sabia y poseedora de pode-res sobrenaturales. Así Casandra se convertiría en «la fri-gia», cuya acepción en latín sería brugia, vocablo queserviría para dar nombre a las mujeres con tales capaci-

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dades extraordinarias. Posteriormente la lógica evoluciónfonética daría como resultado la palabra tal y como la co-nocemos. Diferentes culturas poseen términos para des-cribir a las mujeres a las que se creía dotadas de ciertascapacidades mágicas o que poseían conocimientos ocul-tos, lo que ocurre es que la figura que automáticamentenos viene a la mente cuando escuchamos su pronuncia-ción se basa en los estereotipos procedentes a partir delsiglo XIII. Más adelante nos ocuparemos de las primerasapariciones de la palabra bruja en España.

Y LLEGÓ EL CRISTIANISMO

Al margen de todos los antecedentes comentados sobrelas primeras mujeres que poseían supuestas capacidadeso que experimentaban con artes mágicas, el verdaderoorigen que nos interesa dejar bien claro es el de los hom-bres y mujeres que sufrieron en sus carnes acusaciones ypersecuciones por toda la vieja Europa desde el año 1050hasta finales del siglo XVII. En los primeros tiempos de laAntigüedad clásica la religión griega adoptó varias dei-dades procedentes de los cultos orientales, y es precisa-mente en la antigua Grecia donde aparecen la adoracióny el culto a un dios padre, personificado por Zeus, sien-do secundarias las diosas madres.

El advenimiento del cristianismo y su rechazo de lasdivinidades vigentes determinó en principio una impla-cable persecución de los cristianos. Sin embargo, una vezinstaurada la fe cristiana en tiempos del emperador Cons-tantino, se pasó a luchar enconadamente contra todotipo de paganismo y sobre todo contra sus rituales. Du-rante el siglo V se desarrolló el denominado Código Teo-

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dosiano, en el que se condenaba de forma contundentecualquier aspecto relacionado con la magia y el culto alos ídolos. Una de estas leyes penaba con la muerte a quie-nes celebraran sacrificios como ofrenda a los demonios.Como vemos se estaban empezando a gestar los criteriosbásicos que posteriormente emplearían los temidos tri-bunales eclesiásticos. Llegados a este punto, imaginemosun tiempo en el que existían culturas con religiones an-cestrales cuyo espacio de vida se hallaba en lugares re-cónditos, situación a la que se debe sumar la difusión delcristianismo por el mundo entonces conocido. Para dis-poner de un mejor contexto, nos centraremos en la zonanorte de la península Ibérica, enclave geográfico que, co-mo en siguientes capítulos comprobaremos, fue azotadocon mayor virulencia por la persecución de las brujas.

En estas regiones existían básicamente cultos a la na-turaleza cuyos rituales se llevaban a cabo en sitios muysignificativos de la madre tierra como las cuevas. Comose ha apuntado anteriormente en referencia a los anti-guos griegos, dichos cultos tenían dos aspectos bien di-ferenciados, uno de tipo patriarcal que rendía honorespor cuestiones tales como la caza o la guerra; y el otromatriarcal relacionado principalmente con la agricultu-ra y la fertilidad. La expansión del cristianismo hace queel choque entre ambas religiones y culturas sea inevita-ble e incluso los cristianos llegan a adoptar ritos y nom-bres propios de las creencias anteriores según su conve-niencia. Sin embargo, otros cultos e ideas no son de suagrado, por lo que acaban siendo considerados como pro-ductos del diablo.

Dicho esto podemos afirmar que la brujería única-mente consistía en determinados vestigios de religionesancestrales naturales que existían por Europa antes de la

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imposición del cristianismo, llegando a convivir tales an-tiguas religiones con el cristianismo durante la época me-dieval. Según éste fue adquiriendo mayor importanciay fue creciendo el número de sus adeptos, se comenzó aconsiderar a ciertos dioses de la antigua religión como fi-guras diabólicas. En consecuencia, los que practicaban laantigua religión se convirtieron en brujas y brujos bajoel prisma de las autoridades eclesiásticas. Si analizamoslas religiones de cualquier civilización o cultura, pode-mos encontrar una premisa común a todas ellas: su his-toria es el fruto de la superposición de un culto nuevo so-bre otro anterior y, en el caso que nos ocupa, esta premisase cumple de igual manera: el cristianismo se intenta im-poner sobre las antiguas religiones y todo aquello que,por el motivo que sea, no se adapta o no es bien enten-dido acaba siendo considerado brujería.

Así que las brujas no fueron más que mujeres conconocimientos ancestrales sobre herboristería y botáni-ca. En tal contexto los supuestos hechizos o bebedizosacompañados de oraciones, que tanto servían para curaruna jaqueca como para despertar pasiones amorosas, endefinitiva no eran otra que el uso de determinadas hier-bas o frutos silvestres, en ocasiones de efectos afrodisia-cos. Se debe tener en cuenta que, en aquella época, en lamayoría de las poblaciones rurales los médicos ortodoxosno llegaban a atender a las gentes, tanto por la ubicacióna veces de difícil acceso, como por lógicas cuestiones dedinero. Así que en cada uno de esos lugares había una, lla-mémosle hechicera, herbolaria, curandera, o sanadora, ala que se acabó injustamente calificando como bruja.

Las auténticas capacidades que poseían se basabanen el conocimiento de determinadas técnicas que esca-paban al entendimiento de la mayoría de las personas, re-

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lacionadas con los productos de la madre naturaleza ycon sus propiedades sobre el ser humano. Estos conoci-mientos podían ser beneficiosos cuando curaban enfer-medades o por el contrario muy perjudiciales cuandosu fin era dañino e incluso mortal. Desde el punto de vis-ta de las comunidades rurales donde vivían, todo ello leshacía ser para unos, mujeres respetadas con poderes ocul-tos y para otros, mujeres a las que había que temer. Lomás curioso es que las religiones que el cristianismo qui-so absorber carecían de una personificación del mal a lamanera del cristiano, es decir, de una figura antagonistaa la de Dios.

Por ejemplo, en el País Vasco el icono patriarcal eraAker, el macho cabrío, y la figura matriarcal era Mari,la diosa de la fertilidad. El cristianismo identificó a la dio-sa Mari con la Virgen María y, sin embargo, al dios Akerlo relacionó con algo tan negativo como el demonio, altratarse de una deidad a la que se rendía culto represen-tada por un animal. Con el paso del tiempo la postura dela Iglesia se fue endureciendo, a medida que se fortalecíalo suficiente como para luchar abiertamente contra losya decadentes cultos antiguos.

MÁS BRUJAS QUE BRUJOS

Aunque cuando en las crónicas históricas se habla de lasbrujas, el término se utiliza en ocasiones como concep-to genérico, y por lo tanto sin que tenga que ser atri-buido a un determinado sexo; el vocablo casi siempre hasido empleado para referirse a la mujer y, desde el prin-cipio de las primeras persecuciones contra la brujería,la historia nos ha dejado bien constatado que predomi-

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naban más las brujas que los brujos. Este panorama pue-de tener una explicación muy sencilla, ya que en las po-blaciones que profesaban los antiguos cultos anterioresa la llegada del cristianismo, la mujer desempeñaba unpapel muy importante, fundamentalmente basado en sucapacidad natural de engendrar vida; baste recordar a esterespecto la veneración que suscitaba la diosa de la ferti-lidad. Los conocimientos ancestrales y las artes conside-radas en dichas sociedades como mágicas eran propiosde las mujeres. Por tanto, si a este aspecto añadimos latradición que acarreaban los cristianos, que en determi-nados contextos consideraban a la mujer como un instru-mento del diablo, el desencadenante de la caza de brujasse convirtió en una violenta lucha contra las mujeres enun ambiente que ciertamente podríamos calificar de mi-sógino. En el plano social la mujer era la gran margina-da dentro del mundo judeocristiano, por lo que, en algu-nos casos, pudo existir una rebelión de algunas mujerescontra el sistema, aprovechando las imputaciones diabó-licas de las que eran objeto.

La relación de lo diabólico con lo femenino no eraun tema nuevo; ya existían referencias a ella en los escri-tos del Antiguo Testamento: «No dejarás con vida a lahechicera» (Éxodo, 22-17). En el Esclesiastés de la Biblia (25)encontramos toda clase de lindezas sobre la maldad de lamujer y sobre la forma en la que ella es responsable delos pecados. Del mismo modo, en el Talmud, obra com-puesta de varios tratados relativos a las leyes, costumbres,tradiciones y leyendas desde la perspectiva de la religio-sidad judía, se argumenta que «la mayoría de las mujeresestán familiarizadas con la brujería». Indudablemente, lamanera en la que fue creada la primera mujer, Eva, en-gendrada del hombre según narran las Sagradas Escritu-

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ras, ha dado pie a que la tradición religiosa contemple alas mujeres con inferioridad, hasta el punto de identifi-carlas como fácil morada del maligno.

Todas estas ideas preconcebidas sirvieron de apoyopara relacionar al género femenino directamente con labrujería, formando tópicos que han llegado hasta nues-tros días, los cuales todavía denotan un cierto despreciopor las brujas, transmitido desde los tiempos medievalesen que se desarrollaron los acontecimientos.

COMIENZA LA CAZA DE LA BRUJA

Es complicado determinar el momento histórico en elcual empieza la caza de brujas, ya que el fenómeno fueel resultado de diversos factores sociales y religiosos quehicieron que paulatinamente se llegara a esa persecución.Hay que destacar que la brujería comienza a tomar im-portancia hacia el fin de la alta Edad Media, entre fina-les del siglo XIV y principios del XV. Es curioso reseñarque con anterioridad a esa fecha este tipo de prácticas nose tenían demasiado en cuenta, hasta el punto de consi-derarlas como ilusiones o fantasías. Desde el principiodel cristianismo hasta casi llegar al siglo XIV solamenteexistieron casos muy aislados de personas acusadas de he-chicería y ejecutadas, ya que la posición oficial de las au-toridades era variable aunque con cierta tendencia a nomostrar demasiado interés por la brujería.

Como ejemplos históricos tenemos el caso del em-perador Carlomagno, quien prohibió las creencias enhombres lobos y en las brujas, así como las leyes de lin-chamiento contra supuestos individuos sospechosos deserlo. En el año 906, una ley eclesiástica denominada Ca-

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non episcopi describe a la brujería como un conjunto deilusiones y fantasías. En Hungría, en el siglo XI, el reyColomán se opuso a redactar leyes contra las brujas por-que simplemente consideraba que no existían y, en elsiglo XII, el filósofo inglés John de Salisbury se refirió ala idea de las brujas como un fabuloso sueño al que nohabía que hacer mucho caso. En el siglo XIII la mismísi-ma Iglesia católica adoptó la postura de que toda creen-cia en la brujería era una ilusión, algo que posteriormen-te se le debería haber recordado y, de la misma forma,hasta los mencionados siglos XIV y XV la ley secular nocontaba con ningún tratado que hablase sobre la bruje-ría.

Como en todo acontecimiento histórico, existe unaevolución a través de la cual se llega a la persecución y ala caza de las brujas. En ella desempeña un papel esen-cial el ambiente de crisis brutal del final de la Edad Me-dia, periodo en el que la figura del diablo cobra una granfuerza en la vida de gentes agobiadas por todo tipo de pe-nurias económicas, sociales y religiosas. Así, de ser unconcepto distante, el demonio pasa a convertirse en unarealidad cercana y temida. Acontecimientos como el fra-caso de las Cruzadas decepcionan a la cristiandad, y enalgunos ambientes se empieza a dudar de la fortaleza deDios, al preguntarse cómo es posible que la Tierra San-ta de Jerusalén continúe en manos de los infieles. Ese co-mienzo de duda en la fe cristiana implica un regreso a lassupersticiones. Se estaba creando el ambiente ideal pa-ra que la superstición dominase una sociedad que se es-taba sumergiendo en una gran oscuridad (Foto 2). Deesta manera y en este contexto social sí que podemos fi-jar un momento clave que determinaría el acoso y la cazacontra las brujas. Corría el año 1484 y el papa Inocencio

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VIII publicó la bula Summis desiderantes effectibus, en laque la Iglesia católica reconocía oficialmente la existen-cia de la brujería como una realidad que se basaba entratos con el diablo. Esta bula llegó a ser ley para todaEuropa y fue la base legal para que posteriormente la In-quisición pudiera castigar e intentar exterminar a todoslos acusados. En la Edad Media la palabra bula significa-ba sello, y también con ese nombre se llamó a los docu-mentos sellados que trataban asuntos políticos o religio-sos. Sin embargo, su uso quedó poco a poco limitado alos documentos pontificios relativos a materias de fe o deinterés general y a la concesión de gracias, privilegios,asuntos judiciales o administrativos.

Hubo que esperar al siglo XVIII para que con la difu-sión de las ideas de la Ilustración la obsesión y el histe-rismo por la brujería empezaran poco a poco a reducir-se. Pero para entonces muchas personas ya habían sidoquemadas en la hoguera. Es sorprendente comprobar có-mo de un siglo para otro la Iglesia cambia de opinión yde leyes, todo ello en función del momento social que seviva: lo que en un tiempo se interpretaba como un con-junto de supersticiones sin fundamento, posteriormentese transformaría en una prioridad religiosa que arruina-ría la vida de muchas personas.

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