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Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009 Primera parte. De la Agonía de Fernando VII a la muerte de Zumalacárregui

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica I Fernando VII

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Primera parte. De la Agonía de Fernando VII a la muerte de Zumalacárregui

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Crónica I

Las enfermedades de Fernando VII y su importancia en el origen de

las guerras carlistas

1-1 Introducción

Entre marzo de 1830 y septiembre de 1833, es decir en algo más de tres años, el rey Fernando VII va a cambiar hasta en cuatro ocasiones el futuro de su sucesión al frente de la monarquía. Dos veces a favor de su hija Isabel II, nacida de su cuarto matrimonio con María Cristina, con la Pragmática Sanción de la ley que reconoce los derechos prioritarios de su hija, por delante de los varones de una línea lateral. Otras dos a favor de su hermano Carlos, al resucitar la Ley Sálica de Felipe V que excluía del trono a las mujeres. La última modificación se produjo, unos meses antes de su muerte; en ella, el rey abolía la citada Ley Sálica. El monarca fallecía el 29 de septiembre de 1833, su hija Isabel II era proclamada reina y su madre regenta hasta su mayoría de edad. Don Carlos María de Isidro, hermano de Fernando VII, no aceptaría la última decisión del monarca. En el manifiesto de Abrantes, mantendría sus derechos sucesorios, autoproclamándose rey con el nombre de Carlos V. Esos son los datos fríos, que darían lugar a una encarnizada guerra civil, la denominada guerra carlista, en donde no solo se ventilaría la legitimidad sucesoria sino muchas cosas más, que no son de este escrito. La guerra se dirimió en tres períodos, el primero de ellos de siete años de duración a partir de 1833, con especial incidencia en Navarra y Vascongadas, sobretodo en sus inicios, por ello también se le conocerá como la guerra civil de Navarra. Algunos analistas consideran que Fernando VII fue el peor monarca de la historia de España, otros piensan que le tocó vivir una época especialmente difícil, y otros sostienen que simplemente no estuvo a la altura de las circunstancias. En esta crónica nos proponemos estudiar a Fernando VII desde el punto de vista de sus enfermedades para intentar responder a una pregunta: ¿Influyeron de alguna forma, sus padecimientos en su toma de decisiones y en el devenir de la historia?

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La I guerra carlista terminaría el 31 de Agosto de 1839, con el Pacto de Vergara entre los generales Espartero y Maroto, aunque el final real del período, sería en Julio del año siguiente, cuando el general carlista Cabrera, “enrocado” en el Maestrazgo, huyera a Francia. Intentar explicar de manera más comprensible lo ocurrido, no es nada fácil. En la Corte del rey, todos pensaban que su hermano Carlos sería el heredero. Fernando VII había tenido tres matrimonios anteriores sin hijos, estaba envejecido y no se aguardaban nuevos acontecimientos. El cuarto matrimonio fue una sorpresa y su relación con Maria Cristina también; alguno lo calificó como pasión senil, pero lo cierto es que la soberana lo encandiló y el rey se comportó con ella como no lo había hecho con las anteriores. Antes de ser padre de una niña, ya había anulado, por si acaso, y por agradarla la famosa Ley Sálica. Unos meses antes de morir, el rey contaba 48 años, tuvo un episodio agudo grave que creyeron no superaría. En ese período de gravedad, seguido del de recuperación “a medias” y de su muerte definitiva; ocurrirían en Palacio, conspiraciones, presiones, guerras internas y nuevos cambios sucesorios que intentaremos analizar. 1-1a El historial clínico del monarca

El rey no era un sujeto del todo normal; para su primera suegra era un tipo repelente y su primera mujer el día que lo conoció se pasó la noche llorando. Físicamente tenía en sus facciones más distales, una cierta acromegalia, es decir, un poco aumentadas de tamaño: nariz, mentón, manos; también el tamaño de su pene era desorbitado, y su comportamiento sexual, que luego analizaremos, era desigual. Era un hombre de muchos y desordenados apetitos; un amante de la comida a base de carnes rojas en gran cantidad, de vida sedentaria. El rey todavía joven era obeso e hipertenso. Sus relaciones sexuales dieron mucho que hablar. Parece ser que de joven y a pesar de su tamaño de pene, tenía problemas de erección; le administraron el equivalente a la viagra actual, una mezcla de polvo desecado de escarabajo verde con vino y la pócima curó su proceso. Existen opiniones al respecto de que el éxito quizás se debió también a los buenos oficios de las prostitutas de la época. Una vez sanado, el rey se dedicó con intensidad a las mozas de rompe y rasga, con mucho trapío y poco señorío; era visitador habitual de casa de lenocinio y gustaba hacer exhibiciones de sus habilidades sexuales. El tamaño de su pene, le obligaba a ponerse una especie de almohada perforada, en la base de su miembro viril, para penetrar sin causar demasiadas molestias. Entonces se acuñó la frase de “Así se las ponían a Fernando VII”. No figura en la lista de los sifilíticos ilustres, pero es muy factible que padeciera alguna de las enfermedades venéreas más comunes. Se le conocen tres enfermedades crónicas que le afectaron durante su vida. La primera fue el asma, la dificultad de llegar bien el aire a los pulmones, padecimiento que tuvo desde la infancia, con catarros frecuentes. Su primera mujer moría de tuberculosis

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pulmonar y es muy probable que se contagiara de ella. Lo cierto era que siempre andaba con inhalaciones de eucalipto, romero y menta, que le ayudaban a limpiar bronquios y pulmones. Con todos estos problemas, el rey no se privaba de fumar continuamente a pesar de las advertencias de sus médicos. Era un tosedor habitual, que con los años fue empeorando, presentando crisis asmáticas con fatiga; ya de mayor se le administraba belladona y en ocasiones se la aplicaba oxígeno. Una segunda enfermedad que trajo en jaque a todos sus galenos fue la gota, enfermedad de moda de los poderosos, gozadores, reyes; se sabía debida al exceso de ácido úrico procedente de la ingesta desordenada de carnes rojas. Era una enfermedad dolorosa sobretodo de articulaciones y en particular del dedo grueso del pie (podagra), donde se depositaban cristales de ácido úrico; en su evolución producía problemas renales, cólicos e insuficiencia. Fue tratado con los mejores potingues de la época, y entre ellos las soluciones de colchicum, “el azafrán de las praderas”. El nombre procede de la zona de Colchis del mar Muerto y su principio activo era la colchicina, que se aislaría más tarde, que disminuía el dolor agudo. En sus tiempos las soluciones de colchicum había que tomarlas con cuidado por que eran peligrosas. Lo peor de esta enfermedad era que el monarca hacía poco caso, a la dieta sin carnes y tampoco cumplía con el ejercicio físico que le recomendaban. Lo único que le gustaba eran los baños termales de Sacedón y curas de sudor. Una enfermedad a la que no se hizo caso, pero que nosotros consideramos importante, fueron sus trastornos bipolares de conducta; el rey pasaba con demasiada frecuencia de la depresión a la irascibilidad, de la actitud acomodaticia a la toma de decisiones sin contar con nadie, de las iniciativas rápidas a la abulia, a veces era muy influenciable a las presiones y otras no escuchaba; por si eso fuera poco era un político mentiroso y manipulador. En el terreno de las decisiones trascendentes y siendo rey, traía en jaque y desconcierto a todos los cortesanos. Pasar de un extremo al otro, el comportamiento desigual, en definitiva la enfermedad bipolar mental, era una afección no bien conocida ni tratada, y menos en la figura del monarca, con derecho de pernada. Cambiar cuatro veces de opinión en asunto tan importante, estuvo en parte influenciado por ese trastorno de conducta. Creemos tuvo su influencia perniciosa en la génesis de la confusión política sobre su descendencia. 1-1b Agonía, conspiración y muerte. Los sucesos de La Granja de 1832

Como todos los veranos, anteriores, en el año 1832 la familia real se trasladó al Palacio de La Granja. A todas luces, el rey iba “tocado”. Arias Tejeiro escribe: -El rey está bastante aletargado, su gordura no es lisonjera, tiene las manos acorchadas y no puede ni atarse los pantalones; tiene la cara marcada por un reciente accidente del carruaje.

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En las navidades pasadas, el rey escribía a su amigo Grijalva en estos términos:-Me cuesta mucho levantarme, tengo que andar apoyado en dos personas.- El 14 de septiembre tuvo el monarca un fuerte ataque de gota, peor que otros anteriores y todo se complicó más con un proceso respiratorio añadido y dificultades para orinar. El médico Pedro Castelló dio la señal de alarma: -El Monarca está mal, tiene la cabeza lúcida pero el cuerpo no le responde, la muerte es inminente-. Inmediatamente se dispararon las conjuras políticas delante de una reina Cristina muy turbada: -No es posible que una niña pequeña asuma el reinado, no sería bueno para el país-, eran los principales comentarios de la Corte. El primer ministro Calomarde intenta mediar, en el conflicto y se encuentra con una reina muy afectada por la enfermedad de su marido y un pretendiente Carlos muy convencido de sus derechos. Entre todos convencen al rey que instaure la Ley Sálica, que impida a su hija reinar y el monarca, que apenas puede firmar, hace un garabato sobre el documento que le presentan La crisis del monarca no fue definitiva, y ante la sorpresa de todos, en especial de su médico, empezó a mejorar; quince días después había pasado el peligro de muerte, no estaba recuperado del todo, no se recuperaría nunca, pero no se moría. Nuevas confabulaciones en torno al monarca, cambiaron el signo. La Reina Cristina se encontraba más activa y participativa, dispuesta a luchar por su hija; La infanta Luisa Carlota hermana de María Cristina rompió el Codicilo de Calomarde; los liberales había tomado posiciones en la corte. En las Navidades de ese año, una nueva sentencia real anulaba lo firmado a mediados de septiembre, dejando paso libre a su hija. Para nosotros es momento para una reflexión ¿Qué importancia en todos estos acontecimientos tuvo la enfermedad bipolar del rey? ¿Hasta que extremo se dejó manipular? ¿Son los sentimientos de paternidad, hacia una hija no esperada, los que le hicieron dar el último viraje? Un año después de los sucesos de La Granja, fallecería, era el 23 de septiembre de 1833, el rey tenía 49 años y no se había recuperado del todo del episodio antes narrado; apenas podía escribir, andar y hasta hablar; solían pasearlo en carruaje por la ciudad para que la gente pensara lo contrario. Las cosas sucedieron de la siguiente manera: El día de autos, el rey hizo su vida habitual de enfermo, tenía dificultades para orinar, hinchazón y debilidad general, embotamiento de espíritu, inapetencia; almorzó con desgana y echó la siesta. Al despertar se encontró mal; la reina le administró un vaso de vino blanco que no le sentó bien. Avisaron al médico Pedro Castelló que observó que sus riñones, no funcionaban bien, apenas fabricaban orina. En consulta de varios doctores, diagnosticaron un grave envenenamiento de sus humores, le hicieron una sangría en la que prácticamente no salió ni gota de sangre; entonces decidieron aplicar una medicación revulsiva, con cantáridas, polvos desecados de escarabajo verde sobre su espalda; la citada medicación provoca una gran reacción de la piel y después aparecen vesículas, otra forma, según se creía, de expulsar el veneno de la intoxicación del organismo.

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No consiguieron hacer reaccionar al monarca, antes al contrario sufrió un brusco empeoramiento entrando en coma cerebral y falleciendo a continuación. El parte de defunción decía: -muerte por apoplejía-, es decir por supresión brusca y completa de la actividad cerebral y el sustrato que la originó, seguramente una hemorragia cerebral, producida entre otras cosas por la congestión del cerebro por la suma de los efectos de las cantáridas y el vino. La descomposición del cuerpo fue tan rápida, que tuvieron que enterrarlo antes de lo previsto, sin esperar a las múltiples ceremonias de condolencias. El Mayordomo Mayor de la Corte, Conde de Torrejón, cumplió con el protocolo de enterramiento real. Reunió a familia y gobierno en el Palacio del Escorial, en su presencia y delante del cadáver que despedía olor insoportable, llamo hasta tres veces al Monarca: -Señor, Señor, Señor…Y al no contestar el soberano, certificó su muerte con estas palabras:-Puesto que Su Majestad no responde, ciertamente, está muerto. El fallecimiento del rey, llevaría al país a la guerra civil, y después de ver todo su proceso, pensamos que otra cosa hubiera sido imposible. Nos remuerde un poco la conciencia, el haber puesto tan mal, la actuación del monarca y aunque no nos arrepentimos de nada de lo escrito quisiéramos añadir en su defensa algunas cosas. Era un hombre culto aficionado a la lectura, música, teatro y toros. Durante su reinado se fundó el Museo del Prado. En la última parte de su vida, se preocupó de mejorar las costumbres de la época y la moralidad. También sentó las bases de un ejército, haciéndolo de él una profesión de honor y fidelidad. Tuvo preocupaciones sanitarias importantes; quiso sin éxito impulsar la primera Ley de Sanidad, y de hicieron campañas como la que mostramos a continuación.

1-2 Noticias médicas fernandinas

Reproducimos una serie de acontecimientos del primer tercio del siglo XIX situados entre la invasión de Napoleón hasta la muerte de Fernando VII, para ayudar a entender aspectos sanitarios, sociales y culturales.

a) El aceite hígado de bacalao, “el santo remedio”

Un médico de Manchester de finales del siglo XVIII, Samuel Kay, puso de moda el aceite hígado de bacalao, como medicina extraordinaria para prevenir el raquitismo, la llamaban “santo remedio”, una revolución que evitaba que un tercio de los bebes, que padecían de malnutrición, sufrieran sus consecuencias. Los estudios científicos, hablaban de su importancia en el tratamiento de la tuberculosis, mejorando las defensas, y en la artritis disminuyendo los dolores reumáticos. El bacalao se pescaba en Noruega, Rusia, Islandia y Nueva Escocia. El hígado se extraía en el propio barco, depositando el órgano en toneles, después se producía la

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putrefacción del mismo, quedando para consumo el aceite sobrenadando. El producto obtenido era un líquido oleoso, amarillo pálido de un sabor horrible. La propaganda decía que curaba la tisis, anemia, debilidad, reumatismo, tos y raquitismo. Un laboratorio americano, Beecham, se hizo con el producto, mejorando las fases de su producción y comercializándolo con el nombre de -emulsión de Scott-. El producto contenía vitaminas A y D, calcio, fósforo, aceites grasos. En su tiempo fue una revolución, había muy pocos medicamentos tan completos. Tal era su consumo, que se fabricaban falsificaciones con aceite de ballena, foca, o coco. Tuvo un gran impacto en la sociedad de entonces, equiparable al de la coca cola o Mc Donald de ahora Una de las actuaciones más celebradas del gobierno de Fernando VII, fue el “impuesto de bacalao”, un dinero extra recaudado, para poder comprar grandes cantidades del medicamento y suministrarlo a la población, especialmente a la infantil, para prevenir y mejorar el raquitismo de los niños, una promesa de salud, un suplemento dietético para todos, un producto generador de vitalidad. Entre las campañas educativas del ministerio, había una atribuida al “Tío Polito” que decía a los niños: -Una vez a la semana tomar la emulsión de Scott y una vez al mes lavar las tripas con purgante-. El medicamento ha llegado hasta nuestros días en forma de pastillas y perlas y ha dado paso a otros productos marinos como el aceite de salmón o el cartílago del tiburón.

b) Academia de Medicina de Madrid

Desde finales del siglo XVIII La Academia de Medicina de Madrid funcionaba regularmente, las sesiones clínicas y conferencias, era un exponente de la cultura médica del país. Al comienzo de la invasión de Napoleón, los médicos franceses participaron activamente en las labores de la Academia. Inclusive el gran cirujano Dominique Larrey, del que hablaremos ampliamente en otra crónica, se dejó ver por la Academia y pronunció alguna disertación referente a sus campañas de Egipto. Pero todo fue un espejismo durante un corto espacio; el edificio fue usado como cuartel general y centro administrativo militar del ejército invasor y tras la expulsión de los franceses cerrado. Pedro Castelló, médico de la corte de Fernando VII, ejerció toda su influencia con el monarca, para conseguir dinero para arreglar el noble edificio y así diez años después volvería a estar en funcionamiento con un reglamento de funcionamiento. Varios temas acapararon la atención de los médicos en la reapertura de la Academia. Principalmente se interesaron por la tuberculosis pulmonar, a la que llamaban tisis o

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tisiquez, que quería significar tos y consunción; una enfermedad que preocupaba mucho por su frecuencia y su mortalidad; también polemizaban sobre las posibilidades de contagio. La muerte repentina era otro debate entre facultativos; preocupaba la causa desencadenante; para la mayoría de académicos, era de origen cardíaco. Cabe también citar entre los temas abordados dentro de la Academia, las muchas maneras de presentación de fiebres o calenturas y los diferentes nombres que recibía; las llamaban: cotidianas, intermitentes, tercianas, cuartanas, catarrales, malignas, punticulares, pútridas, nerviosas… Entre los personajes más participativos de la vida intelectual de la Academia, destacaron Antonio Hernández Marenjón, médico de campaña en Soria en la guerra de la Independencia, después Catedrático de Medicina e historiador. Dictó conferencias importantes, sobre la vacuna antivariólica, fiebre amarilla y la moral médica. Falleció de apoplejía durante las guerras carlistas. También José Martínez San Martín secretario de la Academia antes de aparecer Napoleón por Madrid; después se militarizó para combatirle; abierta nuevamente la Academia, volvió a la Institución en su doble faceta, como Vicepresidente médico y con los galones de general que había conquistado en las campañas. Martínez de San Martín, sería más tarde Capitán General de Madrid en 1834; le tocaría lidiar los terribles desmanes de la población, en la epidemia de cólera, con quemas de conventos y asesinato indiscriminado de religiosos, por considerar la chusma que los frailes eran culpables de la epidemia; habían sido acusados de haber envenenado las aguas del río Manzanares. Anastasio Chinchilla, médico valenciano e historiador, autor de la Historia General de la Medicina Española, importante obra de cuatro fragmentos. Impartió en la Academia cursos de historia de la profesión.

c) El doctor Pedro Castelló Ginesta, el profesor proscrito

Ha salido a colación en varias ocasiones y es momento de ocuparnos de su biografía. Médico de origen catalán, Catedrático de Medicina de Madrid, que acertó a curar un episodio doloroso de gota de Fernando VII, aplicándole la solución de colchicum. Habían sido avisados con anterioridad otros médicos que no habían conseguido aliviarle. Estuvo 24 horas ininterrumpidas sin salir de la Cámara Real, hasta el extremo que el monarca reconocería que debía la vida a Dios y a Castelló Días antes del episodio narrado, había sido encarcelado junto a otros miembros del claustro de la Escuela de Medicina, por disidentes, por ideas políticas “molestas”, por liberales antes de tiempo. Un nuevo episodio doloroso del monarca lo llevó directamente de la cárcel a la corte, para tratar a Fernando VII, seguramente por las presiones de cortesanos liberales camuflados. Tras el éxito de su actuación profesional, atendería al Rey en su agonía, también fue el médico de la Reina Gobernadora y de su

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hija Isabel II, que le nombraría Marqués de la Salud y le otorgaría la Gran Cruz de Isabel La Católica. Se le consideró uno de los personajes más influyentes de la época. El Primer Médico de la Cámara Real, era Legislador Sanitario, Inspector de Hospitales y otros cargos importantes. Su primera actuación política consistió en sacar de la cárcel a todos sus compañeros del claustro, detenidos por sus ideas liberales. Tuvo intervenciones muy importantes en el desarrollo de la medicina española, merecedoras de unas líneas destacadas. Siempre creyó que la separación que existía en el ejercicio de la medicina y la cirugía era “contra natura”. En su opinión, los cirujanos deberían conocer bien las enfermedades, para poderlas prevenir y curar; pensaba que no era bueno para el enfermo, ser operado por técnicos que sólo conocen el oficio de operador; también pensaba que los llamados “médicos de toga” deberían saber ejecutar algunas intervenciones. Lo ideal era el médico-cirujano, al que llamaba médico de primera. Eran ideas avanzadas y aunque no llegaron a cuajar totalmente, sembraron el camino legislativo para años después. También abrió el camino a la medicina militar. Los generales liberales de las guerras carlistas protestaban porque había pocos médicos y cirujanos en el ejército; decían estar mal atendidas las tropas, denunciaban que muchos soldados morían por falta de auxilios. Castelló apoyó siempre a los generales y sugirió la necesidad de crear un cuerpo sanitario militar con ascensos y graduaciones, en las mismas circunstancias que los oficiales de tropa. En su opinión: -La medicina castrense es diferente a la civil, requiere una preparación especial. Los médicos tienen derecho a contar los mismos incentivos que los demás, además esa sería la única manera de conseguir, que los facultativos acudieran obligatoriamente a la guerra; de otra forma siempre será difícil su colaboración-. Bajo su influencia se dieron pasos hacia delante; unos años más tarde se haría realidad el cuerpo de Sanidad Militar con Manuel Codorniú como su primer director. Intervino de forma eficaz en la epidemia de cólera. Consiguió del Ministerio, que enviaran un grupo de estudio a París, a colaborar en la epidemia del país vecino, y de paso trajeran al nuestro, un plan general de prevención y tratamiento de la enfermedad. Dicho plan fue después distribuido por los principales hospitales, consiguiendo por primera vez un protocolo coordinado que fue recomendado para su aplicación. Lo cierto es que la epidemia fue menos importante en España que en otros países-. Influyó de forma decisiva en la construcción del Hospital de San Carlos de Madrid, un hospital concebido para curar enfermedades, para centralizar los pacientes; fuera de hábitos de otros tiempos, en que eran utilizados como hospicio o albergue de pobres, peregrinos o indolentes. Se ubicaría cerca de la estación de Atocha. Escribió un libro sobre las enfermedades de las mujeres, que fue un texto de obligada consulta

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1-3 Juan Palarea y Blanes, “el médico guerrillero”

Presentamos el caso especial de este médico, por su agitada vida y sus implicaciones con Fernando VII. Al comienzo de la guerra de La Independencia, “el médico” trabajaba en el pueblo de Villaluenga de Sagra de Toledo; a decir de sus vecinos, un profesional educado, afable, de buenas costumbres y sentido común; vivía preocupado por la tisis pulmonar, expectante por los resultados de la vacuna de la viruela, era apasionado de la lectura, le gustaban los filósofos clásicos Platón y Aristóteles; su fama de buen médico llegaba a los pueblos vecinos, que con mucha frecuencia asistían a su consulta. Antes de recalar en el pueblo, recién licenciado, había conocido al futuro rey Fernando en una tertulia literaria en Madrid, que ambos frecuentaron, siendo todavía muy jóvenes. En las primeras reuniones, el rey participaba de incógnito; sus contertulios definirían al futuro monarca, como: -Un joven de mentón alargado, mirada torva, ademanes poco finos-. Después de darse a conocer, prosiguieron las tertulias; Palarea comentaría, que el regio personaje hacía comentarios interesantes, sabía escuchar y también era propenso a bromas pesadas que tenían que soportar. Con la invasión de Napoleón, Pelarea, apodado “el médico”, se levantó en armas desde su pueblo, para defender a su monarca de la agresión de los franceses, erigiéndose en jefe de guerrillas, al principio de un pequeño grupo de 14 personas, “los 14 de la fama”, que al grito de -altar y trono-, en defensa de Fernando VII, que se dedicaban a matar franceses en emboscadas en el Camino entre Toledo y Madrid y a asaltar correos que iban al Emperador. Más tarde, se erigió jefe indiscutible de un batallón de más de 600 personas, participando en 82 acciones bélicas, casi todas ellas victorioso. Sus éxitos los debía a su intuición, alguna vez apoyados en sus conocimientos de medicina. En una ocasión, en la zona de Ávila, tenía localizado una partida de franceses, en un lugar cercano a una ermita y una posada contigua. Estos se parapetaron bien al verse hostigados y se preveía un asalto difícil y peligroso. Palarea viendo que hacía un fuerte viento que soplaba hacia los franceses, mandó quemar unos rastrojos, a los que añadió azufre, pimienta y pimentón. En menos de una hora había más de cien soldados franceses muertos de disparos, mientras huían despavoridos. Es una de las primeras veces que se tiene conocimiento de la utilización de los gases lacrimógenos en la guerra.

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El hecho de su liderazgo guerrero resulta insólito en la profesión que practicaba; los médicos muy pocas veces adoptaban posturas tan beligerantes; Palarea sería una especie de precursor del médico argentino Ernesto “Che” Guevara, aunque con posiciones diferentes. Nadie de su entorno esperaba esta reacción del “médico”, para declararse en pie de guerra al frente de una guerrilla; todos creían persona pacífica por naturaleza. Estuvo peleando sin piedad hasta que no quedara ni un solo francés. Algunos comentaristas afirman que su carácter guerrero lo debía sobretodo a su vena de ex seminarista, fase anterior a sus estudios de medicina. Sus hazañas y fidelidad no pasaron desapercibidas para Fernando VII, recibiendo honores y parabienes. Terminada la guerra emprendió una actividad entre la política y la vida militar, sin olvidar del todo la medicina. Fue hombre de confianza del monarca, que le nombraría Diputado y Gobernador de Toledo, encargándole principalmente de asuntos relacionados con la sanidad e higiene En la guerra carlista, volvió a la lucha armada y a la pelea en primera fila, apoyando nuevamente las decisiones de su rey y en contra lo que él llamaba –rebelión carlista-. Otra vez sorprendió al entorno con sus iniciativas de ponerse a pelear en caballo y sable, cuando por edad y situación personal podría haber estado en segunda fila. Fue nombrado general de los ejércitos liberales y Mariscal de Campo; luchando por las zonas de Aragón y Valencia; una zona complicada de acoso carlista. Organizó la defensa de la región y puso las bases para una futura conquista del Maestrazgo de Cabrera. Persiguió sin descanso al general carlista, al que acorraló en varias circunstancias, haciéndole huir. Más tarde se enfrentaría directamente al frente de un ejército poderoso, siendo uno de los generales que más iba contribuir a la huida de Cabrera a Francia y a la finalización momentánea del conflicto. Terminada la guerra carlista no encontró la paz ni el descanso. Fue acusado de conspirar contra el gobierno, de apoyar el Pronunciamiento de Diego de León, siendo encarcelado en Cartagena, pendiente de juicio. Estando encerrado murió de forma súbita, dando lugar a especulaciones que nunca fueron aclaradas. Malas lenguas afirman, que: entre sus ropas se encontró una nota dirigida seguramente a todo el mundo, que decía: -Que os zurzan-.

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Apéndice. Curas guerrilleros

En otro momento nos ocuparemos de ellos. Estos al contrario de los médicos si ocuparon puestos guerrilleros tanto en la guerra carlista como en la anterior. Seguramente fue el propio pueblo el que les impulsara a la guerra En la primera guerra estaban todos juntos al unísono contra la invasión francesa, sin embargo en la carlista, los curas tomaron partido por el pretendiente, dándose la paradoja que los que luchaban juntos, veinte años después lo hacían enfrentados. Patriotismo, ateismo, anticlericalismo, miedo a perder los fueros y la ley de Desamortización de Mendizábal, están en el origen de la actitud de los curas, un tema que retomaremos cuando hagamos balance final.

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