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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009 Crónica IV Espóz y Mina, el general liberal desenterrado 4-1 Introducción. En otoño de 1834, S.M. La Reina Gobernadora, nombró a Francisco Espoz y Mina, capitán general de las tropas liberales-gubernamentales de los Ejércitos del Norte. El objetivo era derrotar al general carlista Zumalacárregui, al “caudillo de las Amescoas”, de los campesinos, del clero bajo, de la nobleza rural y de los fueros; que campeaba a sus anchas por valles y tierras de Navarra y Vascongadas, derrotando a todos los generales cristinos que se le ponían por delante. Espoz y Mina era un héroe de la guerra de la Independencia, había sido el coordinador de todas las guerrillas de Navarra, había heredado el mando de un sobrino, Javier Mina, y había desarrollado una gran labor minando poco a poco al flamante ejército francés, que lo perseguiría sin éxito. Era el cuarto general que colocaban en el mando, en menos de una año, para contrarrestar el efecto Zumalacárregui. Rodil, Lorenzo, Fernández de Cordova, habían salido muy perjudicados en su prestigio después de los enfrentamientos. Muy desesperados tenían que estar los dirigentes de la nación, para tener que recurrir al veterano y laureado militar, un liberal convencido. Román Oyarzun le llamaría- el general desenterrado- y como trataremos de demostrar, no le faltaba razón. El nombramiento tenía muchas connotaciones. Desde el punto de vista estratégico el objetivo era sacar a Zumalacárregui de los valles y montes de Navarra y Vascongadas que conocía a la perfección, empujarlo hacia la meseta, donde no podría esconderse y allí “a campo abierto” otros batallones gubernamentales acabarían con él. Espoz y Mina, tenía en su favor, su histórica filiación liberal, también conocía a fondo el terreno, era el lugar de sus grandes hazañas contra Napoleón hacía 25 años, al que había hecho retroceder a su país. Una duda muy grande se cernía sobre el nombramiento de Mina: ¿Estaba el capitán- general en condiciones de asumir el mando? Decían de él que estaba viejo y achacoso, y que había que asegurar su estado de salud, antes de hacer oficial su mandato. De hecho el general recibió a los emisarios de la Reina en la cama y acababa de llegar de una larga estancia en el balneario de Bath. Las noticias que se difundían sobre su salud, eran dispares, por un lado se decía que sólo tenía una enfermedad puramente nerviosa y otras le achacaban un reuma fijado en las vísceras abdominales.

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Crónica IV

Espóz y Mina, el general liberal desenterrado

4-1 Introducción.

En otoño de 1834, S.M. La Reina Gobernadora, nombró a Francisco Espoz y Mina,

capitán general de las tropas liberales-gubernamentales de los Ejércitos del Norte. El

objetivo era derrotar al general carlista Zumalacárregui, al “caudillo de las Amescoas”,

de los campesinos, del clero bajo, de la nobleza rural y de los fueros; que campeaba a

sus anchas por valles y tierras de Navarra y Vascongadas, derrotando a todos los

generales cristinos que se le ponían por delante.

Espoz y Mina era un héroe de la guerra de la Independencia, había sido el coordinador

de todas las guerrillas de Navarra, había heredado el mando de un sobrino, Javier Mina,

y había desarrollado una gran labor minando poco a poco al flamante ejército francés,

que lo perseguiría sin éxito. Era el cuarto general que colocaban en el mando, en menos

de una año, para contrarrestar el efecto Zumalacárregui. Rodil, Lorenzo, Fernández de

Cordova, habían salido muy perjudicados en su prestigio después de los

enfrentamientos.

Muy desesperados tenían que estar los dirigentes de la nación, para tener que recurrir al

veterano y laureado militar, un liberal convencido. Román Oyarzun le llamaría- el

general desenterrado- y como trataremos de demostrar, no le faltaba razón.

El nombramiento tenía muchas connotaciones. Desde el punto de vista estratégico el

objetivo era sacar a Zumalacárregui de los valles y montes de Navarra y Vascongadas

que conocía a la perfección, empujarlo hacia la meseta, donde no podría esconderse y

allí “a campo abierto” otros batallones gubernamentales acabarían con él. Espoz y

Mina, tenía en su favor, su histórica filiación liberal, también conocía a fondo el

terreno, era el lugar de sus grandes hazañas contra Napoleón hacía 25 años, al que había

hecho retroceder a su país.

Una duda muy grande se cernía sobre el nombramiento de Mina: ¿Estaba el capitán-

general en condiciones de asumir el mando? Decían de él que estaba viejo y achacoso, y

que había que asegurar su estado de salud, antes de hacer oficial su mandato. De hecho

el general recibió a los emisarios de la Reina en la cama y acababa de llegar de una

larga estancia en el balneario de Bath. Las noticias que se difundían sobre su salud, eran

dispares, por un lado se decía que sólo tenía una enfermedad puramente nerviosa y otras

le achacaban un reuma fijado en las vísceras abdominales.

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4-2 Médicos del ejército de Espoz y Mina; el cirujano Garviso.

Muchos médicos estuvieron en el entorno de Espoz y Mina, desde que un grupo

comisionado que iba a ofrecerle el mando de la tropa se presentara en Francia; los más

conocidos fueron Cayetano Garviso, Tomas de Carpio y Cerraote. Años después,

Garviso lo recordaba en una carta llena de emoción que dirigía a la viuda de Mina,

desde Perú: - No he podido borrar de mi memoria, las afecciones y respetuoso cariño,

que siempre profesé a su benemérito esposo-. Lo que seguramente tampoco habría

olvidado Garviso, serían los numerosos quebraderos de cabeza que le ocasionaron las

penosas enfermedades del que fuera Virrey de Navarra.

Cayetano Garviso era un liberal convencido, y gran parte de la culpa de su filiación era

del propio Mina. Un adolescente Garviso asistió, doce años antes, en compañía de su

padre, a la proclamación por parte de Mina de la Constitución de Cádiz - La Pepa-, en

el ayuntamiento de Santesteban. Todavía retumbaban en su mente muchas de sus ideas.

Decía Mina con fuerza y convencimiento:- Es hora de devolver la soberanía al pueblo-,

y otras expresiones del mismo calado; palabras dichas con pasión y vehemencia. Padre e

hijo saludaron al general; este pasó la mano cariñosamente por los pelos alborotados del

joven Garviso, ganándose un incondicional para toda la vida.

Años después ocurrió un episodio que marcaría el camino de Garviso. Andaba el

capitán general por Sumbilla comiendo en casa de un amigo y vino a tragarse una gran

espina de pescado que quedó enganchada en la parte más profunda de la garganta.

Acudieron despavoridos a casa del padre de Garviso, maestro-cirujano de Sumbilla, que

estaba ausente y tuvo que ser el hijo, mancebo cirujano aprendiz, el que le atendiera.

-Muchacho, esmérate-, le dijo, -Tienes delante a un general con “malas pulgas”-.

-Tengo a mi lado a un señor con una espina clavada-, contestó con tranquilidad

Cayetano.

-¿Sabes lo que tienes que hacer?

-Yo sí ¿y su excelencia?

Este le miró incrédulo no dijo nada y abrió la boca. Garviso introdujo un instrumento

estrecho, que en el extremo distal tenía un mecanismo de agarre, accionado desde

fuera. Las primeras veces que lo avanzó por la garganta, provocaron náuseas y arcadas

en el general.

Cayetano entendía que si Mina no ponía todo de su parte, iba a fracasar en el empeño de

extraer la espina y lo que era peor la vida del general iba a correr un serio peligro. Por

eso paró un momento, mirando a los ojos de Mina y con educación le dijo:

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-Quien le atiende es un liberal convencido y un incondicional suyo. Ahora necesito su

ayuda, para sacar la espina de su garganta-.

No volvió a protestar Mina; a la tercera o cuarta intentona, topó Garviso con la espina;

entonces retiro un par de centímetros el instrumento, accionó desde fuera el mecanismo

de apertura, lo volvió a reintroducir y cerró para hacer la captura, después tiró del

mismo retirando con él la espina.

Mina sonreía, cuando Garviso le mostraba la enorme espina, que hubiera podido

producirle la muerte. Se despidieron con gran cordialidad; al salir de la casa, ordenó a

sus ayudantes que tuvieran en cuenta al muchacho para sus proyectos.

Juan Josef Cayetano Garviso Oyarbide Cayetano para los amigos, había nacido en

Sumbilla, en la Navarra montañosa al noroeste del reino en 1807, habitada entonces por

1000 personas distribuidas en 131 casas. Cayetano empezó las prácticas de mancebo

cirujano junto a su padre Pedro Antonio, aprendizaje del novicio junto al maestro; dura

época de la que referirá a sus amigos, la especial habilidad de su padre para realizar la

operación de cesárea, utilizando como instrumento de corte el asta de buey. Prosiguió

sus estudios en el Hospital General de Pamplona, en la cátedra de Cirugía y Anatomía

que dirigía Jaime Salvá y obtuvo el título de cirujano romancista; una titulación de

menor categoría que la de licenciado medico-cirujano.

Mucho iba a mejorar el futuro de Cayetano Garviso, tras su brillante actuación con la

espina atravesada de Mina; enseguida entraría a formar parte de un grupo de estudio y

preparación de un plan sanitario para el norte del país, a las órdenes de un médico

castellano llamado Seoane. Al inicio de las guerras contra los carlistas, le encargarían

provisionalmente la dirección del Hospital de sangre de Elizondo, un importante

enclave liberal al comienzo de la contienda. Después enfermaría de tifus, estando

aparcado una larga temporada; una vez repuesto se integraría en la batalla al servicio de

Mina, formando parte del equipo sanitario.

Como ya se ha indicado, en otoño de 1834 se había producido el viaje de la comitiva

oficial a Cambó, donde vivía exilado el general, para proponerle la dirección de

operaciones del frente contra los carlistas. En la cabecera del capitán general se

encontraba Hubert Rodrigues, médico francés del balneario, que le visitaba en su

condición de médico y amigo. Hubert, que hablaba perfecto castellano, era un hombre

abierto de fácil relación, que entendía el complicado papel de los médicos españoles.

Cayetano y él hicieron un primer aparte y enseguida se entendieron.

Los médicos tenían que emitir un parte médico conjunto y consensuado de la situación

de Mina, para el alto mando de Madrid; la verdad sea dicha, Mina tenía pinta de estar

muy enfermo; pálido, mal aliento de boca, piel seca como el pergamino, delgadez

extrema, le llamaban “el esqueleto”.

Los galenos se reunieron después de reconocerlo, cambiaron impresiones y decidieron

que la enfermedad que le producía fuertes dolores de estómago y vómitos, era reuma al

intestino, un mal de sufrir, no de morir, enfermedad mejorable con tratamiento,

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inclusive curable y por tanto podría en unos días y si todo iba bien, tomar el mando de

las operaciones y volver a España.

Era una respuesta de compromiso por parte de los galenos, que no las tenían todas

consigo. Entre bastidores una de las cosas más comentadas fue su extrema delgadez,

con razón le apodan el esqueleto.

-Ha habido un momento en que el general, estaba quieto inmóvil pensativo y viéndole

tan escuálido, he pensado que estaba muerto y os habíais olvidado de enterrarlo-, le

decía Cayetano a su colega, que reía con discreción la ocurrencia.

-Es cierto, está fastidiado, el diagnóstico de reuma intestinal, es poco concreto, pero no

somos nosotros nadie, para cargárnoslo antes de tiempo; si los consejeros de la Reina le

han nombrado capitán general, allá ellos. Tengo serias dudas de que le convenga aceptar

el cargo, pero nada más leerle el nombramiento, le he visto contento, no se aguantaba

en la cama y quería saltar-, decía Hubert con resignación

Cayetano asentía con la cabeza y añadía otro comentario en el mismo sentido que el

anterior:-Nada más desaparecer los emisarios reales, el general ha mandado entrar a su

dormitorio a su edecán y le ha estado dictando órdenes durante más de una hora. Es un

polvorilla sin remedio que le va la marcha, parte de su enfermedad es su falta de

actividad; seguramente cuando esté peleando contra los carlistas se sentirá mejor y

nosotros habremos acertado no privándole de volver a la lucha, que es su mundo

natural-.

-De todas formas, dista mucho de ser aquel capitán intrépido del “Corso Terrestre”,

aquel estratega inteligente de la División Navarra, que trajo en jaque a los generales del

todopoderoso Napoleón. Aquél tenía más vigornia, más vida y salud; mis camaradas

franceses lo odiaban cordialmente-, comentaba Hubert.

- Yo lo conocí en las proclamas liberales de Sumbilla hace 14 años, no estaba tan

delgado, me impresionó, era un tipo con mucha fuerza y poder de convicción-, replicaba

Cayetano.

Durante la conversación, poco a poco, Garviso iba asimilando que le había caído

encima un enfermo crónico y resabiado, en la persona del virrey, que había recorrido ya

las consultas de los principales médicos ingleses y franceses y que en ningún lado

habían dado con sus males o remedios. De lo que más se quejaba era de dolores en la

tripa y de allí a espalda y riñones; también era un vomitador habitual, a veces vómitos

violentos, de gran cantidad, acompañados de materia negra que asemejaba a sangre

desecada. El carácter se le había agriado mucho; ahora estaba siempre de mal humor y

tenía episodios de ira, le decían “ataque de nervios” sobretodo después de una mala

noticia, con neuralgia facial de un lado que le llegaba a la frente y ojo.

Por si no fueran suficientes males, encima padecía almorranas y tenía que montar a

caballo. Ya había advertido Hubert: -Las almorranas del virrey están controladas y en su

sitio; lleva un tratamiento con ungüentos de belladona, preparados directamente por el

doctor Simón de Londres y no se ha vuelto a quejar-.

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Cayetano tuvo que reconocer médicamente a Mina, para hacerse cargo de su cuidado.

Mina lo aceptó sin protesta. Para Cayetano fue embarazoso que el general se bajara los

pantalones y le enseñara, trasero y almorranas. Idealizaba su figura y autoridad y casi no

se atrevió a mirar en el momento.

Hubert le dio toda clase de explicaciones: -Lleva en la silla de montar una protección

para amortiguar las posaderas y no monta cualquier caballo; le gusta especialmente una

mula torda. En algunos descansos baja de su cabalgadura y se sienta encima de una

piedra grande fría y lisa, buscando alivio. Cuando lo veas así no le metas prisa, hazte el

despistado. Había un santo antiguo San Fiacro, que hacía todos sus rezos desde una

enorme piedra fría y lisa fuera de la Iglesia; y lo hacía así para aliviar el dolor de sus

almorranas. Se lo conté a Mina, lo probó y le ha debido gustar-.

-Bendito doctor Simón y bendita protección, no puedo ni imaginar que sería de

nosotros si esa zona delicada le diera problemas-, le oyeron decir a Cayetano en la

intimidad.

4-3 Las medicinas de Espoz y Mina y las heridas de guerra

Antes de partir para el frente los galenos tuvieron que tomar nota de las principales

medicinas del general: -¿Y del tratamiento contra el reuma o los nervios de las tripas?,

preguntó Cayetano a su colega-.

-Los médicos franceses le han recetado un régimen alimenticio especial a base de leche

caliente; dieta láctea como único alimento acompañado de agua mineral, seis vasos

diarios. Más tarde recomendaron que la leche fuera especial, leche de burra, por ser

baja en grasas con agua de cebada-, le informaba Hubert.

Desde ese momento se dispuso el trasporte de leche para el capitán general; esta

situación en la vida ordinaria no tenía ningún problema, pero en las expediciones bélicas

sí. Se dispuso por orden, que la leche, para las batallas, no se llevara en botellas ni

botijos, lo debían trasportar al natural, es decir que llevarían los animales que producen

la leche, y no eran vacas sino burras, porque estas producen una leche con menos grasa,

que era la que convenía al capitán general. Las burras iban con el séquito de Mina y

tenían un encargado para atenderlas y vigilarlas.

Mina aceptaba la dieta láctea de mala gana, pero la primera vez que se salió de la pauta

se puso malísimo; ocurrió en el mismo Saint Jean Pied de Port, en la despedida de

Francia, se atracó de atún y lo pasó tan apurado con unos vómitos incoercibles que toda

su corte creía que no iba a poder superar la crisis Aquella noche uno de los

acompañantes a la cena del atún, se sintió intoxicado, situación que superó

milagrosamente gracias a la leche; ya se había hablado del poder de la leche contra el

envenenamiento, neutralizando en el estómago el veneno. Cuando los galenos fueron

despavoridos a la habitación de Mina, para ver si también estaba intoxicado, lo

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encontraron vomitando espontáneamente toda la cena y esa si que era la mejor forma

de hacer desaparecer el veneno.

A Mina desde entonces, no le podía faltar la leche, bajo ninguna excusa, los galenos

franceses no respondían de su vida si eso llegara a ocurrir. El remedio fue fácil: siempre

que Mina estuviera en combate al frente de su tropa, las tres burras compradas en el

pueblo francés de Añoa, irían dentro del séquito y habría que cuidarlas con esmero. Lo

malo era que estas con el ruido de mortero tenían tendencia a asustarse y escabullirse.

Una vez se perdieron y salieron todos corriendo en su búsqueda porque el general había

amenazado con buscar un responsable para fusilarlo.

En la batalla de Lerramiar, en vascuence pradera estrecha en la cumbre, cerca del

Baztán, apareció por sorpresa Zumalacárregui y no solo derrotó a los liberales sino que

se llevó las burras de leche de Mina, persiguió al general, no consiguió hacerlo

prisionero, pero se apropió de los animalitos. Espoz y Mina, ni se enteró, bastante tenía

con huir sin dejarse coger. Sus ayudantes se preocuparon de que no le faltara leche,

confiscaron al pasar por una aldea un par de vacas. Llevaba un gran susto y enfado y le

hubiera sentado muy mal el enterarse de la verdad.

En la batalla de Lerramiar, ocurrió otro hecho importante que trajo muy preocupados a

los médicos. Mina recibió un balazo en el hombro derecho; a decir de sus ayudantes no

se inmutó, sólo pidió que el sobrante de capa del lado izquierdo lo pasaran sobre el

hombro derecho, para llevarlo sujeto y oprimido. Al llegar al campamento y

descubrirlo, la bala había atravesado tres dobleces de la esclavina de la capa, la levita,

chaleco y camisa, había herido la piel con abundante hemorragia, pero había quedado

fuera sin entrar dentro. Por eso el general diría: -Ha sido un balazo de suma felicidad,

una bala fría-, los médicos limpiarían la pequeña herida sin más. Doña Juana de la

Vega, su esposa le había salvado la vida al obligarle a llevar tanta ropa, en un día de frío

intenso.

Sus crisis coléricas descontroladas eran cada vez peores y más frecuentes. Después de la

derrota de Lerramiar y de perder las burras, quemó el pueblo de Lecároz y fusiló a uno

de cada cinco habitantes; el motivo colérico de Mina, estuvo al parecer en el supuesto

apoyo del pueblo a la causa carlista.

Esa fue una coyuntura especialmente mala para Mina, que a media noche hizo ir a los

médicos a sus aposentos, decía tener unos dolores imposibles de soportar y se sintió

morir. Se le administró dosis casi prohibidas de láudano, que no llegaban a hacerle

efecto por que vomitaba. Los galenos acababan de enterarse de la existencia de unos

polvos mágicos que preparaban en una farmacia de Madrid y que llevaban los médicos

de otros generales liberales, para algunos dolores de tripas; se llamaba “el bicarbonato”.

Al principio Mina estaba reacio a tomar, después puso unos polvos en su mano, se los

echó a la boca y los empujó con un poco de agua, luego se encontró mejor.

La figura del general con su capa, montado encima de su gran mula torda, mascando

con frecuencia algo que llevaba en la boca (seguramente coca para aliviar el cansancio)

empezó a ser más rara. El frío, nieve, hielo, afectaban a su precaria salud. La falta de

reposo y sosiego, tampoco ayudaban; en alguna ocasión le tuvieron que llevar en litera

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al frente, y como tenía muy mala cara, parecía muerto, decían que recordaba la última

acción del Cid Campeador, pero con la diferencia que aquél ganaba las batallas.

Después de cada acción se pasaba varios días en la cama. Manifestaba pasar malas

noches, con mucho dolor, ardor y profunda tristeza. No le hacían efecto, ni el láudano

solución de opio y alcohol, ni el líquido Dover mezcla de opio e ipecacuana, que se le

administraba a larga mano. Harto de leche, la sustituía a veces por agua anisada.

Por unas cosas y otras, Cayetano y los otros galenos estaban preocupados y

desesperados con su paciente y no sabía que hacer. En el Hospital General de Pamplona,

estaba el maestro de todos, el médico Jaime Salvá, director del recién creado Colegio

de Medicina Cirugía y Farmacia; pidieron una consulta con él, para al menos, compartir

las inquietudes que les producía el estado del capitán general.

--Respetado profesor, estamos muy preocupado con nuestro Capitán General, no marcha

bien, queremos que le haga un repaso completo de su salud y le mejore-, le confesó

Garviso.

Salvá le atendió con su seriedad y profesionalidad, y al final nos dio su opinión. Hizo

dos afirmaciones ajustadas que no fueron suficientemente valoradas en el momento. Le

diagnosticó un mal crónico y localizó su origen en el estómago, pero la gente del

general no quedó satisfecha; después le puso un tratamiento de los antiguos, el profesor

le hizo alguna sangría y le colocó sanguijuelas en la tripa; no notó alivio como era de

esperar y encima se ganó la enemistad de la mujer y del virrey, que no vieron con

buenos ojos el tratamiento, a pesar de que las sanguijuelas eran de una raza muy

especial, menos carroñeras y más depuradoras.

Esta consulta también decepcionó a Cayetano que sentía veneración por su maestro y

había esperado más de él, pareciéndole más atrasado que los otros profesionales que

había conocido en Francia; pensó seriamente en las cosas que le había contado Hubert,

en el sentido de que los estudios de medicina en Francia eran más completos que en

España; en sus facultades se enseñaban a los futuros médicos otras ciencias auxiliares

que hacía progresar a la medicina, como la botánica, física, química, álgebra, historia

natural o astrología. Y en Inglaterra también estaban más adelantados, el médico Simón

que había atendido con éxito las hemorroides de Espoz y Mina, trabajaba en un hospital,

St. Marck´s, que solo atendía estos procesos; un hospital especializado en una sola

materia, aquí en España sería impensable.

La familia no quedó contenta ni conforme con las sangrías de Salvá, e hizo llamar a

Montpellier al doctor Lallemand, precisamente a insinuación de Hubert Rodrigues, que

lo veía como el médico más experto del momento, en el tema de las digestiones. Los

disgustos en forma de derrotas infringidas por Zumalacárregui y la falta de salud, le

hicieron pensar seriamente en cuestionar su papel al frente de las tropas liberales y en la

posibilidad de dimitir. El doctor Lallemand le dio ánimos y le dijo que dejando la

guerra se comprometía a curarlo definitivamente y sin secuelas, y el capitán general que

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ya había barruntado la dimisión, aprovechó la situación para hacerla oficial e

irrevocable, además tenía información que en Madrid también querían cesarlo.

4-4 Mina destituido

Seis meses anduvo Mina guerreando y perdiendo las burras y los papeles. Pudo Mina

terminar su desgraciado periplo con un buen acto y no lo aprovechó. El gobierno Inglés,

mandó a Lord Elliot, para conseguir de los contendientes un pacto humanitario de canje

de prisioneros y supresión de fusilamientos. Zumalacárregui lo firmó y él lo dejó

encima de la mesa para que lo resolvieran los que le querían cesar o su sucesor. Un

Mina enfermo, abatido, desautorizado, desapareció de la contienda. Todo daba a

entender que había sido una huída o claudicación.

Una vez en Francia se puso a disposición de su doctor. Este le había observado, que a

pesar de tener el cuerpo en los huesos, la tripa estaba hinchada, seguramente con líquido

en su interior, ascitis; le hizo una cura a base de “poner fuentes en el abdomen”, para

extraerle el líquido de dentro, le decían paracentesis. Respondió bien y le volvió a

realizar otra extracción inmediatamente; después le dio reconstituyentes de primera

generación, el aceite de hígado de bacalao y le recomendó los baños y aguas de

Cauteretts. El paciente se sintió mucho mejor, con más energía e inclusive le mejoró el

apetito y las náuseas, creyó por un momento que se había curado, pero sólo fue un

espejismo de unas semanas.

Cayetano acabó harto de las guerras y después de la marcha de Mina entró en período

de crisis y de reconsideración de su vida e ideales. Se estableció provisionalmente

como cirujano auxiliar del hospital de Puente La Reina, todo lo contrario que su maestro

Manuel Codorniú, que siguió en la pelea en el hospital, apoyado cada vez más por el

general Espartero, acabando como Inspector Extraordinario de las tropas liberales del

Norte.

Cayetano acudía con frecuencia a Pamplona mientras decidía su porvenir. Durante el

verano de 1835 era frecuente verle pasear por los jardines de La Taconera y acudir a la

Plaza Consistorial para ver el espectáculo de los aldeanos y carniceros vendiendo

verduras y cordero. Saludó a sus parientes, localizó a una antigua amiga que le había

interesado, Magdalena y se la encontró casada y muy casada con el enterrador del

hospital.

En ese tiempo se enteró de la muerte de Zumalacárregui por una bala perdida,

curiosamente no se alegró de la nueva, pensó inclusive que si hubiera estado en sus

manos se hubiera salvado. Tenía entre su instrumental un aparato que le llamaban “la

alfonsina” que se introducía con una sonda a través del orificio de entrada de la bala. El

aparato tenía un dispositivo accionado desde fuera, que funcionaba cuando topaba algo

metálico dentro.

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Tuvo también tiempo y coraje, para acercarse a escuchar alguna clase en el Hospital de

Pamplona, ahora la figura era el médico catalán Juan Pou, y había cambiado el discurso;

por primera vez oía hablar del funcionamiento del cuerpo humano, sería verdad o

mentira lo que decía, pero sonaba diferente. Argumentaba Pou, que el aire que

respiramos no sirve para refrescar la sangre, como se decía; esta tiene su temperatura

fijada por otros mecanismos, lo que realmente sirve es el oxígeno del aire, que se va a

juntar con elementos que proceden de la alimentación y la mezcla aporta energía y calor

al cuerpo humano. El doctor Pou era un estudioso de la química, un seguidor de

Lavoisiere, el padre de la ciencia, desafortunadamente pasado a la guillotina en la

revolución francesa. Estaba Pou investigando productos desinfectantes, entre ellos el

yodo y las perspectivas parecían alentadoras. Pensó Cayetano, que quizás algo estaba

empezando a cambiar en la medicina de Pamplona

En aquellos días tuvo Cayetano más problemas que alegrías: Solicitó dada su amplia

experiencia profesional, le fuese concedido el título de máxima categoría dentro de la

cirugía el de Maestro cirujano y se encontró que su título de cirujano de grado medio,

cirujano romancista, no quisieron convalidarlo en Madrid, aludiendo que la Cátedra de

Cirugía y Anatomía de Pamplona, donde había estudiado no era oficial y que debía

volverse a examinar. Estos desencantos y algunos problemas de salud, le indujeron a

pedir la baja en el ejército cristino. Así que se largó a Perú donde vivían unos parientes

y donde ejercería su profesión con mayor tranquilidad y porvenir. Allí publicaría un

libro sobre la manera sencilla y casera de corregir las diarreas, no le faltaba experiencia;

explicaba también las acciones beneficiosa de algunas plantas en disenterías graves

como la vivorera o viperina, también una flor solitaria la aristoloquia y el guaco.

4-5 La muerte de Espoz y Mina.

Y mientras tanto ¿Qué fue de Mina?

Permaneció unos meses fuera de combate en Montpellier y Cambó, descansando y

cogiendo fuerzas, para aparecer nuevamente en la vida política en Barcelona. Su

actuación volvió a ser polémica incluidas nuevas atrocidades, mezcladas con rasgos de

heroísmo. Como jefe de las tropas liberales de Barcelona fue capaz de autorizar el

fusilamiento de la madre del general carlista Cabrera, por el solo hecho de ser madre y

de reprimir una manifestación en su contra, presentándose solo a dialogar con los que

pedían su dimisión.

Con la actividad y ajetreo, sus males no curados se reactivaron. Allí duró poco tiempo,

sus molestias de estómago, falta de apetito, vómitos con sangre, reaparecieron con toda

su crudeza, también tuvo deposiciones repetidas y abundantes de un humor como la pez

y un hedor insufrible; eran deposiciones con sangre. Detrás de ello apareció hipo

rebelde y un gran abatimiento general que fue descompensándolo. En medio de este

estado caótico tuvo un episodio muy doloroso que acabó con su vida. Lo único positivo

de esta secuencia final, es lo poco que duró, tenía 55 años y la autopsia que le realizó el

doctor Ametller, reveló que padecía una enorme úlcera del estómago de larga evolución

y sobre ella había desarrollado un cáncer.

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

El análisis de la enfermedad de Mina, desde la perspectiva del siglo XXI, no admite

ninguna duda. Estaba claro que el general isabelino había padecido una úlcera crónica

gastro-duodenal, desde hacía más de diez años, una úlcera que empeoraba con la

agitación y la ansiedad, también en los cambios de las estaciones. Una enfermedad que

Mina atribuía a los agobios y penalidades en la lucha que había mantenido con los

ejércitos de Napoleón en la guerra de guerrillas para hacerlos desaparecer del país; una

lesión que entonces no tenía ningún tratamiento eficaz, quizás al final apareció el

bicarbonato, pero apenas lo tomó.

Dicha enfermedad echó raíces en la vida del paciente y le obligó a tenerla presente en

todas las situaciones. Quien sabe, si una culpa de su mal carácter y hasta de su crueldad

no estuvieran, en parte, ocasionadas por este dolor profundo y continuo que le

atormentaba; además la úlcera y todo su componente inflamatorio habían casi cerrado el

píloro, la salida del estómago y de ahí sus vómitos abundantes y frecuentes y su

desnutrición y delgadez, con razón le decían el esqueleto. Un informe médico detallado

coincidente con este, emitido por Teófilo Hernando, está publicado en el libro de

Iribarren sobre “Espoz y Mina el Liberal”

Mina mejoró un poco con la llegada del médico francés, por el efecto de la psicoterapia,

por menor agobio y la paracentesis; tenía la tripa hinchada por desnutrición y el vaciado

de la cavidad y los reconstituyentes le sirvieron durante una temporada corta, pero

pasado un tiempo volvió a las andadas, y ya más tarde la úlcera crónica se trasformó en

un cáncer del estómago, falleciendo por sus efectos meses después de haber

abandonado la guerra carlista.

Hemos tenido acceso a los documentos dejados por Antonmarchi, el médico que le hizo

la autopsia a Napoleón en Santa Elena y los hallazgos en el estómago son similares a los

de Mina, no deja de ser paradoja su coincidencia en guerreros contemporáneos,

complicados de carácter despótico, hipocondríacos, demostrando la existencia de un

factor psico-somático en la génesis y mantenimiento de la enfermedad, unido a la

ausencia de tratamiento eficaz. Era por entonces la octava causa de mortalidad en el

mundo.

Seguramente Mina no estaba en condiciones de asumir el mando de las tropas liberales

en el otoño de 1834, era un enfermo crónico grave con una enfermedad psico-somática

que no tenía ningún tratamiento útil y llevaba diez años sin ninguna mejora y la vuelta a

la actividad era evidente que le iba a perjudicar. Nadie le va a librar de sus

responsabilidades y atrocidades, pero desde la perspectiva de la enfermedad se

entienden mejor.

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009