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HMex, LXVIII: 3, 2019 1301 CRÍTICA DE LIBRO Antonio Ibarra, Mercado e institución: corporaciones comer- ciales, redes de negocios y crisis colonial. Guadalajara en el siglo XVIII, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Bonilla Artigas Editores, 2017, 376 pp. ISBN 978- 607-029-627-7 (unam), ISBN 978-607-856-005-9 (Bonilla) monedas, mercados e instituciones. debates desde la historia colonial Este es un libro sugerente por combinar elementos de debate teórico y de cuidadosa investigación empírica. El prólogo de Van Young es brillante y sintetiza muchos de los elementos cla- ve del libro de Ibarra, pero además ofrece puntos de discrepancia muy interesantes que pueden dar lugar a polémicas. Al mismo tiempo, Van Young también transparenta cierta angustia por su percepción de que actualmente está en cierta decadencia la histo- ria económica que realizan los historiadores latinoamericanistas en Estados Unidos, después de una era de oro en las décadas de 1970 y 1980. Y por ello sugiere que la historia económica mexi- cana actual que es realizada “en casa”, goza de mejor salud.

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HMex, LXVIII: 3, 2019 1301

CRÍTICA DE LIBRO

Antonio Ibarra, Mercado e institución: corporaciones comer-ciales, redes de negocios y crisis colonial. Guadalajara en el siglo xviii, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Bonilla Artigas Editores, 2017, 376 pp. ISBN 978-607-029-627-7 (unam), ISBN 978-607-856-005-9 (Bonilla)

monedas, mercados e instituciones. debates desde la historia colonial

Este es un libro sugerente por combinar elementos de debate teórico y de cuidadosa investigación empírica. El prólogo de Van Young es brillante y sintetiza muchos de los elementos cla-ve del libro de Ibarra, pero además ofrece puntos de discrepancia muy interesantes que pueden dar lugar a polémicas. Al mismo tiempo, Van Young también transparenta cierta angustia por su percepción de que actualmente está en cierta decadencia la histo-ria económica que realizan los historiadores latinoamericanistas en Estados Unidos, después de una era de oro en las décadas de 1970 y 1980. Y por ello sugiere que la historia económica mexi-cana actual que es realizada “en casa”, goza de mejor salud.

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Mercado e institución se compone de 12 capítulos, dos de ellos dedicados a temas de revisión y debate historiográfico: el capítulo 1 titulado “El giro historiográfico de la nueva histo-ria económica de Mexico”, y el 3, “Mercado colonial, plata y moneda en el siglo xviii novohispano, diálogo con Ruggiero Romano”. Intercalados se encuentran otros dos capítulos que centran la atención en el problema de estimar la producción eco-nómica regional en Guadalajara hacia 1800, se incluye un cálculo del producto regional bruto, basado en unas fuentes primarias extraordinarias, a lo cual Ibarra añade sus observaciones sobre lo que nos dice sobre la dinámica por sectores y por tipos de demanda en la región estudiada.

Luego, siguen otros ensayos sobre el entrelazamiento de la dinámica económica y sociedad regionales, con especial énfasis en el papel del Consulado de Comerciantes de Guadalajara, un tema que le ha atraído, al igual que a Guillermina del Valle y a un grupo nutrido de investigadores, a hacer investigaciones comparadas sobre estas instituciones en la América española a fines del siglo xviii, cuyos resultados se han publicado en varios libros. Aquí, Ibarra aborda esta temática desde varios ángulos, con énfasis en el marco institucional. Plantea varios interro-gantes: ¿qué eran los consulados, cómo se organizaban, qué peso tenían, como se pueden reconstruir las redes que vincu-la ban a sus miembros, como se tejían redes entre consulados y distintos espacios regionales? Ofrece respuestas precisas en cada uno de los últimos seis capítulos del libro.

En la primera parte historiográfica del libro, Ibarra sugiere polémicas y las discute, por lo cual me parece que vale la pena ahondar un poco por ese lado, en razón de lo breve de esta rese-ña. Hace notar que ya no tiene mucho asidero la afirmación de Florescano de que en la historiografía contemporánea de Méxi-co se tendieron a abandonar los grandes debates de antaño. Esto es cierto en la historiografía contemporánea en todo el mundo, ya que tiene que ver mucho –como señala Ibarra– con razones

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metodológicas: zambullirse a fondo en una realidad local, en unos fondos o ramos de archivo, implica verse obligado a explo-rar materiales que no se explicitan en ninguna gran teoría sobre capitalismo o feudalismo en América Latina, como les gustaba a escritores como Gunder Frank o Wallerstein, o a los propios Carmagnani y Ruggiero Romano, cuando se inclinaban por los grandes debates sobre feudalismo y abandonaban sus estu-dios puntuales, que en realidad eran más ricos y complejos por descubrir realidades históricas regionales y muy concretas poco conocidas.

Al respecto, me parece importante seguir en esta línea para tocar aquí el debate teórico y tratar de matizar y limar las ásperas y hasta dogmáticas afirmaciones de Ruggiero Romano, que no fueron tan originales como él pensaba, pese a la contundencia de su forma de argumentar, pero que sin duda abrieron muchos interrogantes. Me refiero al debate que Ibarra evoca sobre la circulación monetaria y el tema de la relativa escasez de pesos plata en la América colonial. Esta escasez se debía –como sugirió Humberto Burzio, autor del clásico Diccionario de la moneda hispanoamericana– fundamentalmente a la fuerte demanda internacional por esta moneda. Cito:

Durante más de doscientos años los pesos provenientes de las cecas americanas fueron los amos indiscutibles en los mercados moneta-rios internacionales, y el doblón de a 8, para el oro, y el peso o real de a ocho, para la plata, fueron los símbolos efectivos de la riqueza, poder e influjo del Nuevo Mundo en el comercio de la época.1

Pero reconocer esta relativa escasez, como hacía Ruggiero Romano, no era privativo de la experiencia hispanoamericana sino que se derivaba de interpretaciones históricas en diversos

1 Humberto Burzio, Diccionario de la moneda hispanoamericana, Santiago de Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, 1948, p. 314.

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países donde buen número de historiadores y teóricos habían venido argumentando que en todo antiguo régimen existieron dos niveles separados de circulación que funcionaban a partir de los conceptos de una “economía natural” (en la que el true-que era dominante) y una “economía monetaria” (en donde la mayoría de las transacciones se efectuaban con moneda metálica): ambas formulaciones clásicas provenían de la lite-ratura económica alemana de fines del siglo xix, en particular del economista Alfons Dopsch. Sin duda, Ruggiero Romano fue uno de los más importantes abogados de esta escuela de interpretación al aplicarla para Hispanoamérica y sus plantea-mientos contribuyeron al debate sobre el funcionamiento de aspectos importantes y polémicos de la economía campesina/indígena en la época colonial.2

No obstante, hay que reconocer que la dicotomía señalada no era absoluta (de ninguna manera) ya que, en todas las sociedades y economías de los territorios de dominio español y portu-gués, la realización del grueso de las transacciones mercantiles requería el uso simultáneo de diferentes tipos de instrumentos monetarios en diversos mercados y transacciones, fuesen ofi-ciales o informales creados por agentes privados para facilitar el intercambio. En otras palabras, el comercio y la circulación monetaria de la época no deben concebirse en función de com-partimentos estancos, de la misma manera que tampoco debe visualizarse de manera demasiado rígida el uso extenso y diverso de diferentes tipos de crédito.

De hecho, como ha señalado la historiadora Gisela von Wobeser, la escasez de circulante en metálico en la Nueva España hizo que se dependiera en forma generalizada del crédito: “La mayoría de las compras se hacía a plazos, desde los pequeños

2 Véase el sugerente estudio de Ruggiero Romano Monedas, seudomonedas y circulación, México, Fondo de Cultura Económica, Fideicomiso Historia de las Américas, 1998, que ahonda en este debate.

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insumos que se requerían para la vida diaria, como la ropa y la comida, hasta artículos costosos como un caballo o un carruaje y, desde luego también se acudía al crédito para adquirir inmuebles”.

A su vez, la falta de moneda fraccionaria y la escasez temporal de plata contribuyeron de manera pronunciada a que, en nume-rosas unidades productivas, los dueños crearan métodos de pago (y deuda) que evitaban tener que desembolsar metálico: por ello frecuentemente adelantaban mercancías en anticipo del salario, con lo que se obligaba al peón o minero a endeudarse, práctica que facilitaba la extorsión en forma de descuentos o de obliga-ciones que podían implicar el cumplimiento por los operarios de trabajos adicionales.

El carácter eminentemente jerárquico de los sistemas mone-tario y crediticio, por consiguiente, fue notorio a lo largo del periodo colonial y reflejaba los obstáculos que enfrentaban los sectores populares para ahorrar aun cortas cantidades de dinero, lo cual –sin embargo– no implicaba que algunos no ahorrasen ni que contribuyesen a sus cofradías, sus mayordomías, sus contribuciones a las iglesias parroquiales, a sus fiestas, y a los donativos que requería la corona en época de guerras, etcétera.

En efecto, después de ese capítulo de diálogo con Ruggiero, Antonio Ibarra viene a rebatir sus interpretaciones sobre la economía natural, y no monetaria, demostrando que la mone-da circulaba en toda Guadalajara (al igual que en el resto de la América española) y lo hacía porque el comercio era intenso y diverso y porque se logró crear moneda fraccionaria y otros instrumentos de pago y de crédito que aceitaban dicho comercio regional e interregional.

En este punto, quiero recordar que los trabajos del lamen-tablemente fallecido Juan Carlos Garavaglia ( y por supuesto de Juan Carlos Grosso) iluminaron parcelas importantes de la vitalidad de este comercio mediante los registros que ellos recu-peraron. Me parece que es clara la deuda que tiene con ellos la nueva generación de historiadores económicos en México, que

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ha trabajado estos temas, y que es buen momento de remarcarlo como se observa en los numerosos trabajos de figuras como Francisco Cervantes Bello, Jorge Silva Riquer, Guillermina del Valle Pavón, Matilde Souto, Antonio Ibarra, Yovana Celaya, Ana Lidia García Peña, Enriqueta Quiroz, Ernest Sánchez San-tiró, José Antonio Serrano, Luis Jáuregui, entre muchos otros.

Pero para volver al tema y libro que nos ocupa, el estudio de Antonio Ibarra nos ilustra claramente, a partir de una serie de estudios regionales sobre Guadalajara, la creciente impor-tancia del comercio y de la circulación de la plata en el México borbónico tardío. Sus capítulos son contundentes como lo fueron otros libros suyos: La organización regional del merca-do interno novohispano. La economía colonial de Guadalajara 1770-1804 (2000). Pero, al mismo tiempo, me pregunto, ¿cómo no iba a ser éste el caso en la Nueva España, el mayor productor de moneda metálica del mundo en ese entonces? Y me pregun-to también en qué medida siguen en pie las observaciones de Van Young y de Richard Garner y otros autores que señalan la paradoja del México borbónico: un virreinato con una élite que era de las más ricas del mundo atlántico con verdaderos millonarios (Conde de Regla, Bassoco, los Iraeta, Alles, y tantos más) cuando aún no había ningún millonario en las 13 colonias angloamericanas ni antes ni inmediatamente después de su independencia.

Por último, y en relación con el último tema señalado, me queda una pregunta final para este libro y su autor: ¿hasta qué punto fueron tan exitosos los consulados que propiciaron una concentración de riqueza y un manejo oligopolista de muchos ramos de la economía a un grado extraordinario? Y ¿en qué medida esa concentración de riqueza no tuvo efecto significativo en sostener una estructura jerárquica acentuada, en alianza con Iglesia, Estado, milicia, grandes hacendados? En el caso de la Nueva España, me parece que buena parte de la estructura social y política y gran parte de su andamiaje institucional del régimen

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borbónico se colapsó con las guerras de independencia. Me parece que allí se encuentra una parte importante de las raíces de las contradicciones y debilidades poscoloniales, que constituyen grandes retos para la explicación histórica a futuro. En resumi-das cuentas, el libro de Antonio Ibarra provoca debates, y eso me parece muy oportuno.

Carlos MarichalEl Colegio de México

límites corporativos, expansión mercantil y redes oligárquicas (aportaciones recientes)

El libro de Antonio Ibarra es una recopilación de 12 artículos publicados en el transcurso de casi 20 años, los cuales muestran su concepción del sistema económico virreinal. Los textos se enmarcan, además, en cierto debate historiográfico que se ha producido en las últimas décadas sobre la naturaleza histórica de la economía de Nueva España durante la segunda mitad del siglo xviii y los primeros años del xix. El autor abordó algunas preocupaciones centrales de su labor como investigador del “tapatío-centrismo”, como señala Van Young en su prólogo al libro, al abocarse principalmente al estudio de los mecanismos que favorecieron la integración de la economía de Guadalajara, su región y el peso que tuvo la creación de su consulado. El primer tema había sido abordado por el autor en su libro La organización regional del mercado interno novohispano. La eco-nomía colonial de Guadalajara 1770-1804, publicado en 2000, texto en el que elaboró “un modelo de contabilidad regional” basado en las Relaciones sobre Guadalajara del intendente José Fernando Abascal y Sousa entre 1802 y 1803. Entonces demos-tró la utilidad de la aplicación de un modelo cuantitativo para

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estudiar la organización económica colonial a “escala regional”, lo que le permitió aventurar una interpretación del sistema económico novohispano mediante la recreación del enfoque de Carlos Sempat Assadourian, de quien retomó el concepto de espacio histórico regional.

El primer capítulo de Mercado e institución, denominado “El giro historiográfico en la nueva historia económica de México”, consiste en una descripción somera de la historiografía econó-mica del periodo 1990-2002. Ibarra estaba convencido de que en ese momento aquélla había alcanzado su plena madurez meto-dológica. Enmarcó así el campo sobre el que invita a debatir algunas tensiones de ciertos enfoques y modelos que consideró representativos de las investigaciones económicas del periodo virreinal tardío. Varias cuestiones planteadas en todo el libro, como las nociones de mercado, corporaciones mercantiles, institución y redes quedaron abiertas a nuevas discusiones. En su primer capítulo, más que una reflexión o cuestionamiento sobre los modos en que se ha concebido y escrito la “historia económica” en México, Ibarra vislumbró algunas rutas de acceso a un sinnúmero de problemas de investigación sobre la economía colonial novohispana. Con el concepto de “giro historiográfico”, Ibarra no abordó un “viraje” o alguna ruptura de paradigma, sino que solo sistematizó el desarrollo de nuevos temas con la aparición de nuevos cuerpos documentales; a su vez, propuso analizar los temas y fuentes ya conocidos con-forme a determinados revisionismos historiográficos que los iluminan de otra manera.

En la apertura del libro hay algunas cuestiones medulares que son susceptibles de posteriores reflexiones. La primera es la postura del autor para explicar la “madurez” de la historiogra-fía económica mexicana durante la década de 1990. Menciona que entre los factores teóricos que se correlacionaron estu-vieron la crisis del estructuralismo francés y el estancamien-to marxista para superar las polémicas sobre la “transición”

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feudalismo-capitalismo, uno de los temas favoritos de las déca-das 1970-1980 en Latinoamérica. Al mismo tiempo, consideró fundamental tomar en cuenta la fuerza adquirida por la histo-riografía estadounidense e hispánica en los estudios coloniales mexicanos e hispanoamericanos. Con optimismo Ibarra evoca el llamado de Ruggiero Romano del retorno a las fuentes, es decir, la vuelta del historiador a la observación empírica que el historiador napolitano reclamaba a comienzos de los años noventa, en rechazo a los desafíos teóricos de la llamada “nueva historia” francesa (nouvelle histoire) de los años setenta.

Las enseñanzas magisteriales de Romano, entre otras, moti-varon al autor a buscar la comprensión histórica de los soportes productivos, monetarios y comerciales del régimen económico colonial. De este modo confrontó un modelo orientado hacia el sector productivo con otro enfocado a la circulación mercantil. Así, el estudio del caso de Guadalajara y su región se convirtió en la prueba empírica para re-discutir una vieja pregunta: ¿hubo mercado interno en Nueva España o no? El autor reflexionó sobre la magnitud y extensión del mercado novohispano en diá-logo con Romano, quien cuestionó las afirmaciones más comu-nes respecto a la economía novohispana de fines del siglo xviii. Ruggiero planteó que el crecimiento económico no desarrolló el mercado interno, ni la producción de metales mercantilizó la producción, ni los beneficios de la producción de plata transfor-maron la mayor parte de la economía, que era natural, agraria y se basaba en el trueque. Sostuvo que solo había un conjunto de mercados regionales pobremente articulados, que la acuñación era limitada y la moneda escasa debido a la política extractiva de la corona, a que la moneda y las barras de plata se utilizaban para el pago de las transacciones a distancia, así como a su concentra-ción y atesoramiento por parte de las élites.

A partir de diversas estimaciones sobre la economía de la época, Ibarra cuestionó las propuestas de Romano. Con ese pro-pósito comparó el conjunto de la economía de Nueva España

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con el de Guadalajara y planteó que gran parte de los alimentos y mercancías pudieron haberse producido en una economía natural, pero se orientaban al mercado. Asimismo, sostuvo que la notable simetría entre las proporciones sectoriales es muestra de una estructura mercantil, por lo que supuso que, si bien la economía natural era un componente significativo, no modificó la organización de la economía general. Este interesante debate, que permite al lector tener mayor comprensión de la revisión historiográfica mencionada, nos lleva a profundizar de manera conceptual sobre si son lo mismo el mercado que el comercio; el reino que la colonia; una economía de subsistencia (o natural) que una economía mercantil (de intercambios); un sistema de precios homogéneos que una fragmentación de circulaciones, precios, pesos y medidas.

El aumento de la población, la actividad minera, agropecua-ria y manufacturera a fines del siglo xviii dinamizó la economía de diversos mercados regionales. Como han mostrado los estu-dios de Eric van Young y Antonio Ibarra sobre Guadalajara, y los de Juan Carlos Garavaglia y Juan Carlos Grosso sobre Puebla, la actividad mercantil se reactivó como consecuencia de la demanda de un centro urbano que ejercía una demanda relevante y actuaba como redistribuidor de la producción de su entorno agropecuario. El comercio de importantes regiones agropecuarias también estuvo condicionado por su ubicación respecto a la ciudad de México, que, siendo el principal centro de consumo y redistribución de mercancías, era favorecida por una compleja red de caminos que articulaba el comercio con los mercados regionales más cercanos: Toluca, Puebla, Tlaxcala, Apam, Cuernavaca, Cuautla, el Bajío, por mencionar los más cercanos. Sin embargo, no se presentó una articulación de los diversos mercados regionales, puesto que había grandes obstácu los entre los que destaca el cobro del derecho de alca-balas, que encarecía las mercancías una vez que cruzaban los suelos alcabalatorios.

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En dicho orden de ideas, habría que considerar que la influen-cia académica y teórica de Romano fue, hasta 2002, una de las últimas exitosas diseminaciones del estructuralismo de Braudel y Labrousse en la historia económica y social de Latinoamérica a fines del siglo xx. Con el impulso de Braudel, Romano se inte-resó por la historia económica de América Latina en el marco de la historia europea y el impacto que tuvo en ella la colonización de América. Las fructíferas estancias de Romano en Argentina, durante 1961-1965, formaron parte de un momento de renovación académica interesado en la transición feudalismo-capitalismo. Su experiencia en el manejo de fuentes europeas sobre el movimiento de los precios introdujo esas cuestiones en el mundo de los histo-riadores latinoamericanos. En las décadas de 1960 y 1970 Romano fue un entusiasta impulsor de la formación de varios historiadores de Chile, Argentina, Perú y México; a través de ellos diseminó un modelo de análisis extraído de la experiencia europea preindustrial para entender la peculiaridad de la América Hispana. Mientras el modelo estructuralista, cuantitativista, serial y empirista era demolido por la nouvelle histoire, Romano le prolongó cierta vida en el mundo académico mexicano, urgido de abandonar la “cultura polémica” que había implantado la discusión marxista de la transición al capitalismo. Por otra parte, el rechazo de Romano a la nouvelle histoire es un tema aún no esclarecido.

Otro aspecto valioso de la revisión de Antonio Ibarra sobre la historiografía de los años noventa es su mención de las reper-cusiones que tuvieron las tesis de Coatsworth sobre el “atraso económico” de México. Como consecuencia de ello se hizo indispensable el análisis del endeudamiento externo de Méxi-co a lo largo del siglo xix y, en especial, como consecuencia de la creciente extracción de capitales públicos que se generó en las últimas décadas del dominio español.1 En este proceso el

1 Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finanzas del Imperio español, 1780-1810, México, El Colegio de México,

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Consulado de la ciudad de México tuvo un papel protagónico, al asumir la función de intermediario financiero para negociar los crecientes caudales extraordinarios que requirió la Real Hacienda con el fin de sostener la guerra contra la Francia revolucionaria, defenderse del acoso inglés y resistir la invasión napoleónica, así como el gobierno virreinal para hacer frente al levantamiento de los insurgentes. El hecho de que los enormes caudales que prestaron los mercaderes de la capital del virrei-nato y sus allegados no fueran restituidos constituye una de las principales causas de la severa crisis económica que padeció el México independiente.2

Lo anterior conduce a otro tema fundamental del libro: el peso del régimen corporativo-jerárquico-estamental en el mayor o menor dinamismo del comercio novohispano y su impacto estratificado en regiones y zonas económicas de la Nueva Espa-ña. Para el autor, la verdadera novedad de la historiografía de la década de 1990 radicó en el estudio empírico del funcionamiento institucional y sus “empresas endogámicas” para el financia-miento económico del sistema. De aquí derivó su interés por el estudio del Consulado de Comerciantes de Guadalajara.

El autor inscribió la erección “tardía” de los consulados de Guadalajara y Veracruz (1795) en el marco del crecimiento económico regional que se produjo en las últimas décadas del siglo xviii y la crisis que padeció la Real Hacienda como conse-cuencia del enfrentamiento de las sucesivas guerras imperiales. La fundación de dichos consulados, a los que habría que agregar también los de Manila (1769), Guatemala, La Habana (1793) y Buenos Aires (1794), entre otros, fueron parte del proyecto reformista de Carlos III, que buscaba dinamizar la economía e

Fideicomiso Historia de las Américas, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 286.2 Guillermina del Valle Pavón, Finanzas piadosas y redes de negocios. Los mercaderes de la ciudad de México ante la crisis de Nueva España, 1804-1808, México, Instituto Mora, 2012 y 2013.

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incorporar nuevos actores económicos a la negociación política. Por medio de dichas reformas, la monarquía buscaba disminuir la influencia de los poderosos cuerpos mercantiles que habían sido fundados en el siglo xvi con el objeto de fortalecer el comer-cio monopólico de la Carrera de Indias y allegarse recursos financieros. El soberano otorgó a los nuevos consulados los pri-vilegios del ejercicio de la justicia mercantil y la representación política, de larga tradición medieval y mediterránea, y les asignó funciones de fomento, como a las sociedades económicas de la Ilustración. Asociados en sus respectivos consulados, los mer-caderes de Guadalajara y Veracruz lograron detentar un poder institucional semejante al de la Universidad de Mercaderes de la ciudad de México, lo que los convirtió en actores políticos y económicos de primer orden. En adelante pudieron elegir a un prior y dos cónsules que actuaron como árbitros en materia comercial y operaron como interlocutores ante las autoridades y otros cuerpos.

De acuerdo con Antonio Ibarra, en el caso de los mercaderes tapatíos la estructura institucional del Consulado dio cohesión a sus intereses regionales y les abrió canales de negociación colec-tiva, mientras que la aplicación de la justicia mercantil disminu-yó los costos de negociación que resultaban de “las frecuentes defraudaciones, quiebras e cumplimiento de contratos”.3 Ade-más, el establecimiento de diputaciones comerciales expandió sus facultades judiciales y de representación política al territorio que comprendía su distrito. Los nuevos consulados también recibieron el privilegio de cobrar las averías sobre los bienes que arribaban por Veracruz y Acapulco con destino a su distrito, lo que posibilitó al cuerpo mercantil de Guadalajara instalar en ambos puertos agentes encargados de fiscalizar dichos car-gamentos. Por todo ello el autor afirma que “aun siendo una

3 Ibarra, Mercado e institución, p. 193.

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institución de Antiguo Régimen, el Consulado cumplió funcio-nes decisivas para el desarrollo del mercado moderno”.4

En la región de Guadalajara la apertura mercantil fue determi-nante al favorecer la integración de las producciones regionales al comercio novohispano, proceso que había iniciado a media-dos del siglo xviii. A raíz de la introducción del Reglamento de comercio libre de 1778 se suprimió el sistema de flotas y la consiguiente llegada de navíos sueltos de manera discontinua permitió a los comerciantes tapatíos adquirir los bienes euro-peos directamente en el puerto de Veracruz, lo que los liberó de la costosa intermediación de los almaceneros de la ciudad de México. Según Antonio Ibarra dicha política “fracturó defini-tivamente el poder de las corporaciones de Lima y México”, mientras que la erección de los consulados de Veracruz y Gua-dalajara transformó “el esquema organizativo del mercado interno de importaciones y creó las condiciones institucionales para el desarrollo de nuevas élites comerciales…”.5 Coincidi-mos con el autor en que el libre cambio privó a los miembros del consulado de la capital del virreinato de uno de sus prin-cipales instrumentos de dominio; sin embargo, como planteó Pérez Herrero, el objetivo primordial de dichos tratantes era el control de la circulación de la plata, por lo que diversificaron sus estrategias para mantenerlo.6 Con éste fin incrementaron sus inversiones en la minería y la agricultura especializada, además de recurrir en mucha mayor escala al capital crediticio mediante el uso de libranzas, la erección de cofradías y la fundación de capellanías.

Sobre lo anterior habría que considerar que el régimen de comercio libre, además de modificar la forma en que se

4 Ibarra, Mercado e institución, p. 200.5 Ibarra, Mercado e institución, pp. 213-215.6 Pedro Pérez Herrero, Plata y libranzas: la articulación comercial del Mé-xico borbónico, México, El Colegio de México, 1988, pp. 209-215, 223-253, 269-271.

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distribuían los bienes europeos en Nueva España, incrementó de manera muy considerable los intercambios con la metrópoli, al tiempo que aumentaba la producción minera, circunstancias que favorecieron a los comerciantes del interior. Al respecto es importante tener en cuenta el capítulo en el que Antonio Ibarra estudia la feria de San Juan de los Lagos para documentar el dinamismo que presentó el intercambio de plata por manufac-turas en Guadalajara y su región. Aunque el autor examinó el periodo que va de 1792 a 1808 con el propósito de documentar los beneficios que recibieron los mercaderes del consulado tapa-tío, el dinamismo que entonces presentaba el comercio provenía de años atrás. La feria estuvo asociada a la fiesta de la Virgen de la Inmaculada Concepción, culto mariano que había sido intro-ducido por los vecinos españoles a mediados del siglo xvii con el propósito de explotar el potencial comercial derivado de su estratégica ubicación geográfica. Lagos estaba unido al camino de Tierra Adentro que articulaba la ciudad de México con Santa Fe y Taos, en Nuevo México, y se ubicaba en un punto interme-dio entre las vías que enlazaban a las ciudades de Aguascalientes, Guadalajara, Zacatecas y San Luis Potosí, por lo que constituía un núcleo central en la circulación entre el centro, el Bajío y el norte minero. De acuerdo con el autor, el tejido de la feria, “si bien respondía a la dinámica de la circulación de larga distancia, se inscribía en los distintos momentos productivos de las dife-rentes regiones que vinculaba”.7

Al igual que otras ferias del septentrión novohispano que se articulaban al camino de Tierra Adentro, la de Lagos se había erigido para fortalecer la colonización y el abastecimiento del sector minero mediante el intercambio de metales por produc-tos agropecuarios, artesanías locales y bienes procedentes de Europa y Asia. Para Antonio Ibarra dicha feria constituye un testimonio de la relevancia regional de Guadalajara, asociada a

7 Ibarra, Mercado e institución, p. 143.

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una articulación “global”, que da cuenta de la forma en que se tejieron los distintos espacios productivos con la circulación de metales e importaciones. La producción regional de plata, que se orientó a cubrir los requerimientos monetarios del comer-cio a corta escala, unida al intercambio de las manufacturas regionales excedentarias e importaciones, por los metales de los grandes centros mineros, dieron ganancias crecientes a los mercaderes de Guadalajara.

Como sabemos, en Nueva España las principales ferias se realizaban en Xalapa y Acapulco para despachar las mercancías que arribaban por mar en la flota y la Nao de China. La primera fue suprimida a raíz de a la apertura comercial de 1778 y la de Acapulco menguó como consecuencia de la introducción de la Real Compañía de Filipinas en 1785. En el interior del virreinato se realizaban ferias de menores dimensiones, como las de Lagos y Saltillo. En esta última se concentraban las transacciones de las provincias del noreste, principalmente de Coahuila, el Nuevo Reino de León y la costa del Seno Mexicano, y se intercambiaba principalmente ganado, lana, algodón y ultramarinos. Al igual que la de San Juan, la de Saltillo tuvo éxito como consecuencia del crecimiento de la población y la producción regional, así como de la necesidad de colocar sus excedentes en mercados distantes. Estas ferias estuvieron bajo el control de los almace-neros del consulado de la ciudad de México. Sin embargo, la de Lagos logró sustraerse del mismo a raíz de que los mercaderes tapatíos erigieron su propia corporación y consiguieron que la feria se celebrara anualmente con libertad absoluta del pago del derecho de alcabala, a pesar de la oposición del cuerpo mercantil de la capital y sus aliados.

Dado el escaso conocimiento que se tiene sobre las ferias, Antonio Ibarra destaca la relevancia que tuvo la de Lagos entre 1792 y 1808. Para ello estudió los libros de alcabalas y las guías de los despachos realizados desde la ciudad de Guadalajara, principal plaza de abasto de la feria y nexo fundamental del

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comercio con Tierra Adentro y con el entorno minero regional. Proporciona información sobre los volúmenes de las mercan-cías, sus valores, orígenes y destinos. El autor reveló la impor-tancia excepcional que tuvo dicha feria, cuyo comercio ascendió en promedio a 2 300 000 pesos anuales, gran parte de los cuales se liquidaban en plata. Además, se redimían créditos, se liquidaban cuentas y se acordaban nuevos despachos a lejanas localidades del norte y el centro del reino. Asimismo, encontró que, aun cuando participaban numerosos comerciantes pequeños, pri-vaba una “estructura oligopólica”, dado que un escaso número de mayoristas despacharon a la feria más de 70% del valor total. Cerca de la mitad de estos mercaderes ocuparon cargos de representación consular, lo que revela el vínculo entre el control corporativo y el manejo oligopólico del mercado.

Otros beneficios que aportó el Consulado de Guadalajara a sus miembros fue la canalización de una parte de los productos del derecho de avería a las obras de infraestructura relaciona-das con la feria de San Juan. En 1797, el rey dio licencia para la celebración anual de la feria con libertad absoluta del pago del derecho de alcabalas, mientras que el cuerpo mercantil quedó a cargo de construir la casa de la aduana, un centenar de cajones que serían alquilados a los comerciantes y dos puentes.8

Uno de los temas de la historiografía borbónica ha versado sobre la resistencia que presentó el Consulado de México a la erección de nuevas corporaciones que cercenaron su poder en materia de representación, arbitraje comercial y cobro del derecho de avería que se imponía a los bienes que entraban por Veracruz y Acapulco. Tras el establecimiento de los cuerpos mercantiles de Guadalajara y Veracruz, el de la capital se esfor-zó porque fueran abolidos o quedaran bajo su tutela. En forma paralela acordó con el rey colectar un empréstito por la inmensa cifra de 15 000 000 de pesos para contribuir al financiamiento de

8 Ibarra, Mercado e institución, pp. 144-145, 200.

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las guerras imperiales, a cambio de la licencia para reconstruir el camino que articulaba la capital del virreinato con el puerto de Veracruz, por la vía de Orizaba. Esta obra favorecería la integración comercial de la ciudad de México con el oriente, sur y sureste de Nueva España, incluyendo Guatemala,9 para compensar la pérdida de más de la mitad de su jurisdicción territorial.

A partir del análisis de una amplia muestra de comerciantes tapatíos y de la combinación de diversas fuentes fiscales –alca-balas, avería, ensaye de metales y aduana de Guadalajara–, Antonio Ibarra efectuó importantes hallazgos sobre las redes de los mayoristas importadores de Guadalajara. Encontró un patrón de comercio estable de importaciones “en épocas de contracción y expansión”; una relativa especialización en la oferta de efectos de Castilla y de China entre los mayoristas y los agentes regionales, orientados a la distribución extrarregional por medio de la Feria de Lagos; y cómo controlaban la plata en pasta regional mediante el intercambio de importaciones. Sobre el comercio que se realizó en el amplio territorio del consulado tapatío observó que los despachos entre el puerto de Veracruz y Guadalajara fueron de los más significativos. El historiador encontró que, en el primer año de existencia de los consulados, 12 de los principales miembros de ambas corporaciones, entre los que destacan algunos de sus fundadores y los que desempe-ñaron los cargos consulares, realizaron transacciones entre sí. También halló que, al margen de los conflictos que se dieron entre el cuerpo mercantil de la ciudad de México y los nuevos consulados, los integrantes del cuerpo tapatío realizaban tran-sacciones con los del capitalino.

9 Sobre dicho camino y sus articulaciones véase Guillermina del Valle Pavón, “La articulación de mercados y la reconstrucción del camino México-Veracruz, vía Orizaba, a finales del siglo xviii”, en Verónica Oikión Solano (ed.), Historia, nación y región, México, El Colegio de Michoacán, 2007, vol. ii, pp. 437-460.

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En consonancia con la historiografía reciente sobre la ban-carrota del virreinato10 y el papel financiero del Consulado de la Ciudad de México, Antonio Ibarra destaca “… el carácter depredador del Estado colonial, a partir de las exacciones finan-cieras, pactadas o forzadas, que representaron un estructurado proceso de descapitalización”.11 El historiador muestra cómo los servicios pecuniarios otorgados por el consulado tapatío para financiar las guerras europeas y la contrainsurgencia fue-ron mucho menores a los que brindó el cuerpo mercantil de la ciudad de México. Éste supo negociar el otorgamiento de prés-tamos y donativos, a cambio de importantes privilegios para la corporación, a los priores y cónsules que negociaron dichos servicios, y a los acaudalados mercaderes que se desprendieron de sus caudales.12 A partir de la elaboración de una serie de cuadros sobre la recaudación del derecho de avería consular y su destino, el autor mostró la forma en que el Consulado de Guadalajara se apartó de manera paulatina de sus objetivos ini-ciales de representar y asumir los costos del desarrollo del mer-cado. Al respecto, nos preguntamos qué tan importantes fueron para la corona los intereses novohispanos y qué consecuencias tuvo para el sector productivo y financiero la descapitalización o desatesoramiento de la economía de Nueva España. El libro de Antonio Ibarra constituye una muestra de cómo la historia económica de fines del siglo xx acudió a viejos problemas para ofrecer nuevas interpretaciones, sin abandonar la discusión

10 Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finan-zas del Imperio español, 1780-1810, México, El Colegio de México, Fideicomi-so Historia de las Américas, Fondo de Cultura Económica, 1999.11 Ibarra, Mercado e institución, pp. 55-56.12 Guillermina del Valle Pavón, Finanzas piadosas y redes de negocios. Los mercaderes de la ciudad de México ante la crisis de Nueva España, 1804-1808, México, Instituto Mora, 2012, y Donativos, préstamos y privilegios. Los mer-caderes y mineros de la ciudad de México durante la guerra anglo-española de 1779-1783, México, Instituto Mora, 2016.

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sobre los límites que presenta la teoría económica para analizar desde una perspectiva histórica las decisiones subjetivas de los actores.

Guillermina del Valle PavónInst i tuto de Invest igaciones Dr. José Ma. Luis Mora

consulados y política en hispanoamérica en el siglo xviii

El libro es un excelente resumen de la trayectoria de Antonio Ibarra desde la década de los noventa hasta la fecha. El autor se propone investigar la transición del Antiguo Régimen a los modelos liberales en los espacios americanos, la lenta pero cons-tante conformación de una economía monetaria y las estructuras políticas corporativas e individuales. El hilo conductor es el mercado, los grupos y corporaciones que plantean el juego de escalas entre lo local y lo global.

Su modelo de investigación, si bien se refiere al norte de Méxi-co, posee la plasticidad de aplicarse a los demás espacios ameri-canos. Desde un punto de vista metodológico es un trabajo muy sólido, que despliega a lo largo de sus páginas toda una batería de documentos de archivo. Los ensayos que componen el libro tienen la virtud de poder leerse como trabajos individuales o como capítulos. Una de las cualidades del libro es precisamente la compleja articulación de ideas que otorgan elementos para una compresión de los mercados y las redes e instituciones cor-porativas insertas en ellos.

En esta reseña solo mencionaré sus aportes fundamentales e intentaré ponerlos en tensión apelando a mis estudios sobre el virreinato del Río de la Plata y sus corporaciones comerciales. Algunos de ellos son:

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Primero. El planteo de la matriz neoinstitucional y sus ideas teórico-metodológicas. En este sentido Ibarra se adhiere a esta corriente pero no de un modo dogmático, sino que incluye diversos métodos. Su trabajo incorpora el estudio de redes interpersonales que implican tanto la cooperación como el conflicto entre las tramas de actores. Se propone investigar las corporaciones como conjunto de individuos en la dinámica de los negocios.

En este plano destaco que el trabajo muestra la amplitud de la monarquía y sus dificultades para ejercer su dominio dentro de América en las escalas tanto locales como regionales. El autor observa que la monarquía borbónica tenía que negociar privilegios y conceder ventajas corporativas. En mi opinión esto marca la continuidad entre el siglo xvii y el xviii, creo que la flexibilidad de la monarquía de los Habsburgo continúa en América en el siglo xviii, lo que contrasta con la política abso-lutista de la península. En este aspecto creo que tanto la natu-raleza de la monarquía borbónica en su dimensión peninsular, como el origen histórico de las corporaciones, merecerían un capítulo aparte en su trabajo. Esta continuidad en América es un elemento esencial que puede apoyar y consolidar las visiones realizadas por el autor sobre la historia global. Creo que el sis-tema político ejercido por la corona no era de dominio colonial, sino que –y según los argumentos que muestra en el libro, como los privilegios reales, concesiones, poderes locales, la amplitud del mercado interno y la distancia de la península– era otro tipo de relación, centrada en el equilibrio de poderes.

Segundo. La cuestión de la organización económica del mercado interno de Guadalajara. Analiza su crecimiento, la circulación de mercancías y la integración de las economías regionales en el mercado global. En este punto desarrolla a la región como circuito de comercio que fue creciendo a partir del siglo xviii con base en la plata norteña y la especialización de los productos

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agrícolas, lo que generó la formación de una red de comercian-tes vinculados entre sí. En dichos circuitos, como bien reseña el autor, florecen los productos asiáticos y orientales. Ibarra de sarro lla un modelo de estudio en el que la economía interna de la región se hallaba integrada a la economía de los espacios ame-ricanos y a los mercados globales. En relación con ello, se dedica a observar el crecimiento de los mercados a partir de la feria del San Juan de los Lagos como nexo articulador. Este espacio fue vital para la conformación de lazos que derivaron en la forma-ción del consulado.

Ibarra extiende esta explicación a Nueva España analizando que este espacio no fue solo exportador de metales, sino que desarrolló un mercado integrado. En este punto, considera la importancia de las nuevas territorialidades impuestas a partir de la formación de las intendencias a fines del siglo xviii. Ahora ¿cómo se relaciona empíricamente la nueva regionalización política con las estructuras económicas? ¿Qué papel juegan los cabildos? O en otras palabras y ampliando la pregunta a los espa-cios americanos, ¿podemos decir que la Real Ordenanza de Intendentes o la ampliación de las jurisdicciones políticas tuvie-ron la intención de conformar mercados internos que disputaran la hegemonía de las capitales? De ser así, sería coherente con la ampliación de los nuevos consulados de la política monárquica.

Tercero. Otro aporte señalado a lo largo del texto fue el sur-gimiento de la corporación y su dominio espacial de los mer-cados. El autor no considera la corporación consular desde su fundación en 1795, sino desde tiempo atrás. El cuerpo debía desempeñar un doble carácter: como institución judicial, gozan-do de autoridad legítima entre todos sus asociados y como instancia de gestión y representación ante el monarca y su Real Hacienda, gestionando favores y concesiones.

Respecto al Río de la Plata, yo analicé que la estructura corpo-rativa también se conformó previamente: las juntas de comercio

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en sus dos etapas: informal de 1748 a 1779 y formal desde 1779 hasta la fundación consular. En la etapa formal, existía ya una representación permanente con sus modos de acción y sus prác-ticas políticas.1 ¿Lo mismo sucede en Guadalajara? ¿Por qué se conformaron las juntas? En Buenos Aires el cabildo dejó de representar los intereses de los comerciantes, ¿qué papel desem-peñó entonces el cabildo en este espacio?

El autor considera al Reglamento de Libre Comercio como el factor que permite la ampliación de los mercados y la forma-ción de los “nuevos” consulados conformados en los espacios dinámicos. Observa que estas corporaciones se conforman estrechamente vinculadas a las redes sociales en una dinámica económica de mercado. Desde una matriz neoinstitucional, dice que los consulados funcionaban como empresarios colectivos orientados a la disminución de los costos de transacción y que su objetivo era generar certidumbre en el cumplimiento de los contratos. Así, llega a una de sus conclusiones más destacadas: “el Consulado fue una institución de Antiguo Régimen que cumplió funciones decisivas para el desarrollo del marcado moderno”.2

Ibarra analiza otros cometidos como la importancia en tér-minos de información económica y de autoridad judicial. De la misma manera, los consulados se habrían convertido en un instrumento capital para la difusión del pensamiento ilustrado que intervendría en la infraestructura y promovería el desarrollo de una cultura económica moderna.

Ahora, se podría decir que el monopolio de la información, el control político sobre los representados y la importancia de la infraestructura fueron variando según la coyuntura a lo largo

1 Javier Kraselsky, “Las estrategias de los actores del Río de la Plata: las Jun-tas y el Consulado de Comercio de Buenos Aires a fines del Antiguo Régimen (1748-1809)”, tesis de doctorado, Universidad Nacional de La Plata, 2011, inédita, pp. 113-155.2 Ibarra, Mercado e institución, p. 201.

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del tiempo. Esto habría incentivado su conformación, pero, ¿como se explica su disolución? Además, ¿qué papel jugaron las diputaciones regionales de dichos consulados? Su estudio podría complementar su sólida mirada sobre la organización corpora-tiva y las redes entre los actores. Siguiendo este tema ¿por qué no pudieron consolidarse otros consulados, como el de Puebla?

Cuarto. Estrechamente ligado a lo anterior, Ibarra se dedica a estudiar el Consulado en los vínculos entre lealtad y obedien-cia. El autor considera los auxilios financieros como préstamos y donativos como parte de las contraprestaciones dadas por las élites de comerciantes a la corona. Esta matriz política es compartida con otros investigadores que se han dedicado al tema.3 Ibarra analiza las coyunturas políticas que permiten la recaudación de dinero; la escala de sus ingresos, según el autor, no permitiría grandes exacciones, pero habría sido una muestra de lealtad. Ahora, los cuadros muestran los donativos y présta-mos a partir de 1797, cuando ya estaba formado el Consulado. Anteriormente a ello, ¿por qué los comerciantes no juntaron dinero?, por ejemplo en las guerras de 1779 o de 1793.

Quinto. En estrecha relación con la consolidación de los con-sulados, Ibarra analiza comparativamente el de Guadalajara y

3 Guillermina del Valle Pavón, “El apoyo financiero del Consulado de comerciantes a las guerras españolas del siglo xviii”, en Pilar Martínez López-Cano y Guillermina del Valle Pavón (coords.), El crédito en Nueva España, México, Instituto Mora, El Colegio de Michoacán, El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1998, pp. 131-150. Y de la misma autora, Donativos, préstamos y privilegios. Los mercaderes y mi-neros de la ciudad de México durante la guerra anglo-española de 1779-1873, México, Instituto Mora, 2016. Véase también Javier Kraselsky, “Las corpo-raciones mercantiles de Buenos Aires y los préstamos y donativos graciosos, 1748-1806”, en Illes Imperis, 18 (2016), pp. 107-134, disponible en http://www.raco.cat/index.php/IllesImperis/article/view/208050025 (Consulta: 26 de noviembre de 2016.)

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el de Buenos Aires. Los dos fueron parte de los nuevos consu-lados creados a partir del Reglamento de 1778; contaban con élites locales con intereses particulares, estaban en regiones de constante crecimiento económico y demográfico, habían estado bajo la hegemonía de los “viejos” consulados, México y Lima; tuvieron relaciones de cooperación y conflicto con otros centros económicos, en el caso de Guadalajara, Veracruz, en el caso de Buenos Aires, Montevideo. Ibarra analiza desde el derecho de avería, las exportaciones de metales y la introducción de esclavos en el Río de la Plata.

Los comerciantes del Río de la Plata revendían los esclavos traídos de África en otros espacios económicos convirtiendo su circulación en un negocio rentable para los comerciantes del Consulado. Ibarra señala como hipótesis que la trata permitió consolidar la posición de los comerciantes porteños en el circui-to atlántico. Ahora, en mis estudios4 analicé que las relaciones más estrechas y conflictivas se dieron con el cuerpo de hacenda-dos. Éstos se incorporan al Consulado en 1797 modificándose la estructura consular. Esta política de integración habría sido general en todos los consulados en los cuales se producían tales conflictos. ¿Qué sucede en el de Guadalajara? ¿No existie-ron conflictos socio-profesionales?

Sexto. Otra de las ideas que desarrolla el libro es la ampliación del mercado hacia China. El consumo americano de productos chinos, tanto los de mayor valor como los de uso cotidiano, es una constante que refleja el juego de escalas de lo local, lo regional y lo global antes manifestado. Guadalajara como mer-cado recibe importaciones de Oriente. La demanda interna de importaciones se financia con la renta minera expuesta en la

4 Javier Kraselsky, “Las estrategias de los actores del Río de la Plata: las Jun-tas y el Consulado de Comercio de Buenos Aires a fines del Antiguo Régimen (1748-1809)”, tesis de doctorado, Universidad Nacional de La Plata, 2011, inédita, pp. 160-185.

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circulación global. Los centros mineros y los centros urbanos son los principales compradores.

Este trabajo busca explicar que los “mundos” se vinculan por los circuitos comerciales. Ahora, ¿los miembros del consulado eran quienes controlaban estos circuitos? ¿Cómo se diseñaron las redes globales de tal comercio? El trabajo de Ibarra es una excelente contribución a la investigación de tales redes y de la articulación de sus agentes corporativos.

El libro tiene un capítulo final en que el autor reflexiona sobre el orden monárquico como contrapuesto al desorden republi-cano, liberal e insurgente. En este sentido, Ibarra toma como punto de partida el derrumbe político de la monarquía que daría como consecuencia un desorden institucional, una crisis social y económica que repercutiría en los mercados generando incerti-dumbre. En este aspecto y según su interpretación, ¿cuáles fue-ron los motivos de disolución del Consulado de Guadalajara?

En conclusión, me parece una excelente investigación y que constituye una obra esencial para todos los investigadores que nos dedicamos a las relaciones entre monarquía, institucio-nes y corporaciones en sus formas de representación y redes en un mercado cada vez más amplio y moderno.

Javier KraselskyUnivers idad Nacional de Tres de Febrero

Univers idad Nacional de la Plata, Argentina

mercados y acumulación de capital en una economía agraria

Una de las virtudes de esta reimpresión de los ensayos más sus-tanciales de Antonio Ibarra sobre Guadalajara es su oportunidad. A los historiadores parece interesarles repensar las economías de

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fines de la colonia y principios de la república, y justo eso es lo que nos permite hacer el extenso material que Ibarra nos propor-ciona. Su carácter innovador no radica tanto en las estimaciones del tamaño de la producción agregada (cuyo cálcu lo ha sido objeto de una lluvia de críticas de reciente publicación), sino en su composición y distribución. En este sentido, las implicaciones del trabajo de Ibarra son bastante provocadoras.

Un análisis de la reelaboración de Ibarra sobre las estadísticas de Abascal y Sousa para Guadalajara en 1803 revela algunas características notables.1 Si imaginamos que la provincia era una economía pequeña y abierta que comerciaba con el resto de Nueva España, destacan algunos datos. Teniendo en cuenta la importancia de las remisiones fiscales en los balances mineros, parece que la producción y exportación de textiles, cueros y bienes industriales de la provincia pudieron saldar el balance de las importaciones. Por su parte, las exportaciones agrícolas y ganaderas produjeron un excedente, una fuente de ahorro.2 Esto tuvo varias consecuencias, desde una menor escasez aparente hasta la posibilidad de liberar mano de obra para actividades no agrícolas: la agricultura de alta productividad en las haciendas vinculada, quizá, con una protoindustria al estilo europeo. La provincia se volvió rica y federalista, lo cual no es de sorprender, pero el desarrollo se detuvo allí. Los campesinos mexicanos con-tinuaron atados a la tenencia de pequeñas tierras y no formaron parte de la revolución “industriosa” o basada en el consumo al estilo europeo, como la que describe Jan de Vries.

Esto no se debió a una falta de ahorros potenciales o de capi-tal. Las responsables fueron las instituciones sociales y agrícolas retrógradas. Al igual que Querétaro medio siglo después, donde la transición pareció llegar más lejos, Guadalajara (o México)

1 Ibarra, Mercado e institución, p. 80.2 Ibarra, Mercado e institución, pp. 107, 108, 256.

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podría haber seguido un camino distinto. La única ley de hierro para el desarrollo es que no hay leyes de hierro.

Aquí también puede encontrarse otra posible fuente de las masivas acumulaciones rurales identificadas por Rosa María Meyer en su libro Empresarios, crédito y especulación en el México independiente, 1821-1872 (2016), que se concentra ati-nadamente en la minería y la deuda pública. Sus empresarios sí invirtieron sus excedentes pero, por desgracia, no en México. Al leer a Ibarra y a Meyer (y, potencialmente, el trabajo doctoral de Manuel Bautista), resulta más fácil y plausible pensar que, dejan-do de lado las nociones mecanicistas de “dependencia”, México hiciera contribuciones sustanciales a la economía del Atlántico antes de 1850. Pero esto tuvo un costo: el capital mexicano fluyó hacia Londres, París, Ámsterdam y Nueva Orleans.

Otra contribución distintiva de Ibarra es que se enfoca en el papel de la extracción de la plata y su liquidez. A primera vista, el desarrollo tardío de la feria de San Juan de los Lagos3 resulta extraño, hasta que uno se da cuenta de que floreció de manera paralela a las minas de Tierra Adentro, Zacatecas y otros lugares, y de que sirvió como una especie de bolsa de valores de la plata. Las cantidades que sustentan el análisis son difíciles de inter-pretar, pero parece que la proporción de importaciones desde fuera del imperio en el consumo regional (basado en el mercado) oscilaba entre 25 y 40%,4 un porcentaje imposiblemente elevado y que solo se explica mediante la presencia de la ciudad de Gua-dalajara como centro de redistribución, con clientes que eran hacendados y mineros de plata líquida. Éstos mantenían vínculos con una red de comerciantes (unos 25 en Guadalajara) conec-tados con las grandes casas de importación y exportación en México y Veracruz.5 Puede sospecharse que el “declive” tardío

3 Ibarra, Mercado e institución, pp. 151-166.4 Ibarra, Mercado e institución, pp. 219, 221, 277.5 Ibarra, Mercado e institución, p. 261.

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de Guadalajara, en la década de 1790,6 fuera más bien produc-to de la organización del Consulado de Guadalajara, que desvió una suma nada insignificante de demanda regional hacia bienes europeos.7 San Blas era la puerta de entrada regional de Guada-lajara para el comercio asiático,8 y estos lujos asiáticos, pagados en plata, eran desde hacía tiempo una competencia natural para el comercio de Veracruz. Sin duda, la sobrevaloración de la plata en los mercados asiáticos explicaba parte de la incapacidad crónica de Nueva España de mantener balances monetarios en plata, y el arbitraje debió haber sido otra ocupación rentable para el Consulado en Guadalajara. Los precios relativos sí importan.

Ésta es una versión revisada de publicaciones anteriores, lo cual genera ciertos problemas. Algunos de los capítulos no ter-minan de encajar en términos de continuidad, un problema no muy grave. Sin embargo, cuando se vinculan cálculos intrinca-dos con obras relativamente inaccesibles, publicadas alrededor de 2000, la comprensión de algunos de los resultados se convier-te en un acto de fe. Hay también un análisis un tanto misterioso de los costos del Consulado de Guadalajara9 que básicamente no está documentado. La conclusión de Ibarra es plausible, pero plausible no es lo mismo que correcto. La transparencia sí importa. En una época de enlaces a hojas de cálculo, la presenta-ción de un modelo intersectorial complejo podría documentarse fácilmente con una URL que dirija a la página del autor. Una obra de este tipo no es fácil de llevar y todos dan cosas por sen-tado, pero éstas deberían quedar claras para el lector. También sería útil agregar un índice.

Richard J. SalvucciTrinity Univers i ty

6 Ibarra, Mercado e institución, pp. 72, 73.7 Ibarra, Mercado e institución, p. 259.8 Ibarra, Mercado e institución, pp. 277-281.9 Ibarra, Mercado e institución, pp. 189-215.

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guadalajara en el siglo xviii

Estamos en Guadalajara, un centro regional mercantil de largo aliento que desde el siglo xvii, por lo menos, y una vez pacificada la resistencia chichimeca en su primer umbral, fue el punto de intersección entre la Nueva España y las Provincias Internas en expansión, la capital de la colonización y la evangelización hacia el Gran Norte, la sede regional de un poder comercial creciente que en sus gentilicios lleva la fama, pues recordemos que fueron las mismas comunidades nahuas de su región las que, desde su fundación –en 1542–, conformaron su mercado natural y propio y quienes la concebían exactamente como lo que era: un sitio medular en donde se vende barato y se compra caro, el baluarte del intercambio mercantil simple, de la tasación y el trueque desigual que se sintetiza en la palabra “tapatío”; la que precisamente –y desde su periferia– significa eso, “lo caro”, “el precio de lo que se compra”, o bien, una seudomoneda local: el “tapatío” de tres pequeños costales que contenían diez granos de cacao cada uno… Así que desde que esta ciudad se fundó, su vocación comercial estaba marcada de antemano.

Durante dos siglos, por lo menos, en Guadalajara se fueron acumulando y fortaleciendo redes de intercambio y mallas de vinculaciones que llevarán en el siglo xviii a conformar una estirpe comercial propia, dinámica y emprendedora, que tendrá un peso preponderante a finales de la colonia, “hasta poner”, como dice el autor, “un corolario al proceso semisecular de cre-cimiento económico y articulación comercial en una triple esca-la: urbano-regional, interregional y ultramarina”. Este libro es entonces una suma de ensayos articulados que reconstruyen con rigor la trama sutil en que el autor rehace la vida económica de la capital tapatía, sus grupos dominantes y su región en la época colonial tardía, mediante una lectura moderna del contexto de su hinterland mercantil y su Consulado, en textos que contribuyen con mucha agudeza a la historia cuantitativa mexicana, pues

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en la medida en que todo esto se reconstruye, dando contenido a las series de precios y proyección dinámica a la inflexibilidad de los grafos de redes –redes de tratantes y de mercados–, va configurándose alrededor del argumento central del comercio y sus pisos de expresión. Así, esta Guadalajara se va guarneciendo como un espacio cada vez más complejo y contradictorio: un entorno de nudos, conflictos, negociaciones, alianzas, disputas y vínculos a gran distancia.

Hay varios aspectos reveladores en este trabajo, varios temas de discusión que se despliegan en una narrativa progresiva y que están desarrollados dentro de una coherencia que marca paso a paso su determinación de llegar a resultados válidos. Además, los capítulos de este libro se colocan en un análisis riguroso de la nueva historia económica, en una propensión –ante el abandono de los grandes paradigmas y el mejoramiento de los depósitos de fuentes– a regresar a los datos de archivo, una tendencia que ha tenido un auge importante en los últimos años y a la que el autor no ha sido ajeno. Todo este contenido se encauza aquí con una introducción de crítica historiográfica y de recuento necesario: es más, este recorrido historiográfico sirve de entrada imprescindible a los ensayos propiamente dichos, que ponen al texto dentro de corrientes definidas de lo que ahora consi-deramos historia económica o, como dice el autor, tomando las “deyecciones del pasado” para que los historiadores, a la manera de escarabajos, “las integren en un volumen esférico susceptible de reconfigurarse en infinitas narraciones”. Es así como la densidad de la información va tomando cuerpo en sus argumentos, va creciendo y sugiriendo preguntas y respuestas, y proponiendo múltiples salidas a los fenómenos económicos y sociales de una larga coyuntura de crecimiento, crisis e inestabi-lidad. Partiendo de un lugar central, los capítulos se dirigen hacia varios ejes: la organización regional en el mercado interno novo-hispano, la plata y la moneda, el Consulado y otras instituciones, las redes de circulación y de los negociantes, las mercancías, las

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mentalidades y la inestabilidad política antes, durante y después de la independencia, para regresar al punto de origen mediante una estructura fractal de posibilidades e instrumentos de análi-sis que reconstruyen series, redes sociales, redes de mercados y el papel de las ferias, como la de San Juan de los Lagos, que se presenta aquí todavía en su carácter de institución semifeudal y de vinculación con las minas en creciente expansión hacia el norte, un tema clave en la organización regional del mercado y de la cultura comercial de la época.

Sin embargo, la intención del autor es dejar en evidencia la importancia económica de Guadalajara en el contexto de las reformas emprendidas por los Borbones, que fueron impulsa-das a partir de 1767 con la llegada a la Nueva España del visi-tador plenipotenciario José de Gálvez, cuyo eje central era la implantación del libre comercio y de todas las medidas políticas que favorecieron el crecimiento económico del siglo xviii, propiciando un creciente control fiscal, una mayor instituciona-lización, un aumento de la circulación monetaria y de las expor-taciones de plata, antes de que todo esto desembocara en una crisis insalvable que también era general en el imperio español: la “era de la bancarrota”, como muchos la han llamado. Era a fin de cuentas un conjunto de reformas necesarias para los intereses del imperio a partir de una crisis monetaria y de una situación de estancamiento que a la postre desembocó en una crisis de legiti-midad. En este escenario, el autor concluye que “la erección de los nuevos consulados de comercio [Guadalajara y Veracruz], resultado de la política de comercio libre, supuso una transfor-mación profunda del arreglo institucional y económico de los mercados coloniales hispanoamericanos”, creando las condicio-nes para el desarrollo de nuevas élites comérciales. En especial, la élite tapatía dilató exponencialmente el radio de sus negocios y se articuló a nuevos territorios, en especial a esa alianza directa con Veracruz, que dejó de lado a los almaceneros de la capital. Habría que recordar que en 1795 se creó también el Consulado

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de Guatemala, al que Veracruz se vinculó, en especial con las exportaciones de añil y grana cochinilla; y aunque esta cor-poración centroamericana se ha estudiado desde su parte sur (Honduras), está pendiente la reconstrucción de sus relaciones con Veracruz y Guadalajara.

Es así como el análisis regional expuesto en este libro se centra en un escenario crecientemente inestable y en toda la estructura del comercio legal, en momentos en los que, además, el contrabando se había acelerado y la economía visible –como producto de las mismas reformas– empezaba a ser testificada de manera cada vez más explícita por la administración y la Real Hacienda, lo cual convierte al siglo xviii tardío en un periodo penoso para los contribuyentes cautivos pero excelente para la lupa de los historiadores. Varios archivos mexicanos, argenti-nos y españoles son trabajados para esta reconstrucción, pero Guadalajara cuenta además con un tableau économique propio, que es una fuente insustituible y una pieza clave de todo este alegato, un corte de caja excepcional de su mercado interno, del que incluso carecemos en otras regiones. Se trata de la Memoria, de hacia 1802-1803, de un funcionario ilustrado de la corona, su intendente don José Fernando de Abascal y Souza: noble, mili-tar y político español, mariscal de campo, después trigésimo octavo virrey del Perú (de 1806 a 1816) y primer Marqués de la Concordia.

Asimismo, habría que mencionar algunos temas que me parecen necesarios y que me surgen a raíz de la lectura de este conjunto de ensayos que conocí en parte publicados por sepa-rado y que, al reunirse, conforman una conclusión analítica. De principio, el hecho de que Guadalajara se convirtiera en la bisagra borbónica, en el “puerto seco” de Tierra Adentro que, al expandir su comercio, vinculó por algunas décadas las econo-mías del Pacífico y del Atlántico, algo que se constata en la parte ultramarina de los argumentos del autor. Ubicada en la mitad del puente entre San Blas, Acapulco y Veracruz, Guadalajara

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ocupaba una posición de privilegio que la enlazaba, por una parte, con China y las Filipinas, lo que se detalla por medio de la alcabala de efectos de la China, y por la otra, con el Caribe y el Atlántico: de ese tamaño era su importancia, aun cuando la gue-rra civil iniciada en 1810 apagara gran parte de esa luminosidad y la limitara después, como a toda la Nueva España, a replegarse dentro de lo regional y lo nacional.

La conclusión contrastante de toda esta estructura de posibi-lidades se da aquí en una comparación final entre Guadalajara y Buenos Aires que se entreteje con otras geografías del con-texto internacional, en donde el autor alterna ejes de relaciones simultáneas y especulares (Buenos Aires-Montevideo, Guada-lajara-Veracruz), y de uno y otro con sus respectivos espacios interiores. Aquí nuevamente habría que decir que la influencia duradera de Gálvez –primero como visitador y después como ministro de Indias– había transformado en toda la América española la geografía política y la había puesto, paradójicamente, a tono para la inestabilidad y la independencia. Al establecer en 1776 el virreinato de La Plata, intentando frenar allí la alianza de Gran Bretaña y Portugal, la fuerza militar española había logrado apenas desarmar las pretensiones portuguesas sobre la Banda Oriental. Y 1776 no era tampoco una fecha fortuita, pues la independencia de la Norteamérica británica había comenzado, irradiando ideas y proyectos liberales, mientras que en Nueva España la importancia nodal del Bajío –la Norteamérica española de Tutino– daría mucho de qué hablar en ese gigantesco proce-so de descolonización y reconformación económica y social.

Y es que del mismo modo en que Gran Bretaña había titu-beado a lo largo del siglo entre ocupar y atacar a la América española, como lo había hecho brevemente en Cuba, la Flo-rida y Filipinas en 1762, o comerciar con ella; así ahora, ente 1796 y 1808, dudaba entre conquistarla o propiciar su eman-cipación. En poco tiempo fue evidente que ninguna de las dos cosas era en realidad necesaria porque, como dice Chaunu,

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este conglomerado de futuras naciones ya se había convertido “en la más hermosa de las colonias británicas”, o al menos así parecen indicarlo las rutas y los destinos de la plata peruana y novohispana, que cubren Asia y el Atlántico y que, en última instancia, se valorizan en Inglaterra, inundando las economías de toda Europa. El peso novohispano, el dólar de la época, entre otras cosas financió en el continente esa guerra de independencia que, desde la revolución de Hidalgo, impactó también en los nuevos consulados, en la caída de la producción y en una crisis que afectó la economía mundial.

Dos comentarios finales:Creo que hay un acierto entrañable en este trabajo al haber

integrado el autor el debate sostenido que mantuvo con su maestro Ruggiero Romano en el capítulo “Mercado colonial, plata y moneda…”, en donde despliega un fuerte intercambio de ideas, entre afectuoso y admonitorio, que ofrece muchas pistas de investigación para futuros trabajos. Así concebido, este capí-tulo constituye uno de los más inspiradores y apasionados del libro, sobre todo por el tono epistolar en varias discusiones que versan acerca de los encadenamientos productivos orientados a dos aspectos clave: el papel de la circulación de mercancías en la integración macroeconómica del mercado novohispano y la relevancia de los lazos entre el mercado y la circulación moneta-ria en pequeña escala; tomando en cuenta además que Romano a menudo “tuerce el bastón para reñir la discusión” –como dice el autor–, aunque termina modificando parte de sus argumentos ante la contundencia de la formación de este mercado particular, lo que lo obliga a desplazar en varios decibeles (de 70 a 64%) la importancia de la “economía natural”, tan cara a su visión de la Nueva España borbónica.

Por último, quiero acentuar la importancia de las conclu-siones generales, donde se discute “la originaria inestabilidad política y el tormentoso cambio institucional”, privilegiando el recelo, el discurso político y el imaginario popular que preceden

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y acompañan a la independencia, con rasgos que obligan a repensar la política y las condiciones del atraso, tanto en México como en el resto de la América Latina. Hay en esto un debate abierto e implícito entre Ibarra y Van Young, tanto en lo que concierne al papel tan distinto asignado por ambos a ese merca-do regional –muy interiorizado en el último y muy ultramarino en el trazo de Ibarra–, como en todo lo que tiene que ver con los efectos y modalidades de la guerra de independencia. Hay también, al final de las conclusiones, una reflexión acerca de la transformación de todo esto en el liberalismo decimonónico a partir de lo que sería el “modelo mental” de los consulados.

Pero más que nada me congratulo de que este libro se haya publicado pues abre muchas posibilidades, expectativas e in terro-gan tes para acercarse al México borbónico y su vertiginoso avance hacia la independencia.

Antonio García de LeónInst i tuto Nacional de Antropología e Historia

RÉPLICA

para una nueva reflexión actual desde la historia económica: el presente en su pasado

Me resulta difícil responder a quienes han tenido la generosidad de leer y glosar un libro que es, a la vez, testimonio de un andar común. Estoy hablando del privilegio de haber cursado por un medio académico plural, crítico y exigente, que se reflejó en el gran momento que vivió la historiografía económica mexica-nista en las últimas tres décadas. La secuencia de modelos inter-pretativos, debates historiográficos y estrategias metodológicas y narrativas ensayadas en este volumen responden a esa vivencia

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y a la creencia de que no podemos dejar el conocimiento del pasado económico a modelos ubicuos, muy a tono con la época del pensamiento único.

Coincido con los comentaristas en lo relativo al carácter polé-mico que debemos recuperar para volver a discutir e interpretar ese pasado que nos inquieta, en tanto espejo de la desigualdad, la concentración de riqueza y la dominación poscolonial que marca el mundo de las economías globales. La historia econó-mica, en esa tesitura, no es un ejercicio diletante sino una preo-cupación del presente, y el argumento implícito de los ensayos del libro se dirigen a re-pensar nuestra relación histórica con los mercados, la riqueza y la distribución.

Los mercados se inscriben en instituciones, generan relacio-nes interpersonales, producen tensiones y conflictos, trastornan la vida aletargada y escalan las asimetrías en la distribución de riqueza y poder. Nuestra historia, como un dis-continuum simultáneamente colonial, poscolonial, nacional y global, recla-ma una mirada de múltiples escalas: de lo local a lo global, de lo social a lo institucional, de lo plácido a lo distópico. Una mirada interdisciplinaria, integradora y explicativa, no solo en una esca-la monográfica sino en una dimensión amplia que nos permita insertarnos en el mundo.

Este libro, que reúne trabajos cifrados en un espacio y un tiempo específico, no quiere ser solamente una historia de un lugar –Guadalajara, en la Nueva España–, ni de unos actores particulares –sus hombres y mujeres de negocios–, sino una narrativa que implique observaciones historizadas de los mer-cados y sus agentes, de los arreglos políticos y la dinámica de los negocios, en tanto acción colectiva de competencia y coo-peración. Es, pues, una narrativa de procesos, de actores y de motivaciones colectivas a través de un “espacio-mirador”, como bien observa Álvaro Alcántara en su reseña.

Hay inquietudes teóricas detrás de las narraciones, que replican a una teoría sin historia y a una narrativa del pasado

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sin reflexión teórica. Quizá pueda verse como una monografía que descifra acertijos y les pone nombre y lugar, pero sobre todo me interesó, en los años que implicaron las investigacio-nes documentales, el diálogo con historiografías no mexicanas, señaladamente la argentina, estadounidense y española, para con ellas arribar a la posibilidad de pensar el vínculo entre el conocimiento económico contemporáneo y nuestro pasado, como parte constitutiva de ese conocimiento. Es, en su modes-tia, un ejercicio de historia económica: la que aprendí y la que me gusta enseñar.

Sin embargo, quisiera aprovechar esta ocasión para deba-tir con los lectores acuciosos que lo han reseñado y aquellos potenciales que se interesen por tres temas que me parecen relevantes, en tanto alcances del momento historiográfico en que se inscribe este libro: primero, el problema del creci-miento económico premoderno y la distribución de sus bene-ficios: “la Nueva España era rica y los novohispanos pobres”, escribió Ruggiero Romano;1 segundo, las articulaciones de la economía novohispana tardía con la economía global, en pleno proceso de transformación industrial, y el papel que aquella tuvo en la acumulación de capital para desarrollar la economía de mercado, tanto atlántica como asiática; tercero, el papel de actores locales de los negocios en el marco de una economía colonial, un mercado global y en los cauces de economías loca-les premodernas, esto es, me interesa el papel de la agencia en el cambio económico.

El libro sigue la ruta de la manera como se repensaron las instituciones coloniales y su vínculo con la economía: los años noventa fueron marcados por esta renovación de enfoque, en que las instituciones explicaban el vínculo entre la economía y la política; entre las reglas y las prácticas, y entre las decisiones sociales y la trayectoria económica de un futuro altamente

1 Romano, Monedas, pp. 246-247.

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incierto. Pero la visión de Douglass North2 no podría haber impactado en la historiografía latinoamericana de no haberse hecho un trabajo de investigación empírica previa que pusiera en tensión el modelo explicativo y la dinámica de los procesos económicos: recibimos una historia cuantitativa, seriamente documentada y sólidamente arraigada en visiones endógenas sobre el crecimiento de la economía.

Fuimos herederos de un debate entre aquellos que supusie-ron la dependencia como fatalidad histórica y quienes desa-fiaron ese determinismo con investigaciones fundamentadas sobre la organización de los mercados, la circulación interior y los procesos de conformación espacial de las economías americanas en la transformación del capitalismo como sistema económico global.3

La discusión sobre el crecimiento económico, puesta en tér-minos analíticos, se la debemos a John Coatsworth y su polémi-co ensayo, publicado en 1978, sobre los obstáculos al desarrollo económico en México.4 El valor sustantivo del trabajo, a nuestro parecer, estriba en comparar los valores del ingreso nacional de

2 North, Instituciones; “Institutions, Transaction Cost”, pp. 22-40; North, Summerhill y Weingast “Order, Disorder”, pp. 273-283.3 Son muy relevantes las aportaciones de Assadourian, El sistema; Garava-glia y Grosso, La región de Puebla, desde la historiografía argentina. Desde la historiografía estadounidense los aportes de Klein, Las finanzas; Klein y TePaske, Ingresos; Garner y Stefanou, Economic Growth; Salvucci, “Mexican”, pp. 216-241; Salvucci y Salvucci, “Las consecuencias”, pp. 31-53, y; desde luego, Van Young, La ciudad y el campo; “Haciendo historia regional”, pp. 255-282, para nuestro espacio de análisis. De la historiografía española son relevantes los trabajos de Serrera, Guadalajara ganadera; Gálvez Ruiz, La conciencia regional y Ortiz de la Tabla, Memorias. En México, los trabajos de Florescano, Precios; “Atraso”; Florescano y Gil, “Las reformas”; Marichal, La bancarrota.4 Originalmente publicado en The Hispanic American Historical Review, 83:1 (1978), se reprodujo en Los Orígenes, pp. 80-109, Véase la concluyente crítica de Ponzio de León, “Interpretación”, pp. 99-125.

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dos economías atlánticas –Gran Bretaña y Estados Unidos– con dos lusohispanoamericanas –México y Brasil–, mediante estimaciones gruesas que daban testimonio de la divergencia tendencial que mostraba la brecha del desarrollo en términos de crecimiento nominal (total y per cápita).

La frágil evidencia empírica daba paso a explicaciones centra-das en el peso del mercantilismo, las exportaciones metálicas no compensadas y las condiciones institucionales de los derechos de propiedad, el poder y los valores notabiliares de la sociedad colonial. No omitió introducir la hipótesis contrafactual sobre la oportunidad perdida de una independencia temprana, así como de la abolición de prácticas patrimonialistas, monopolistas y de privilegio que inhibieron la competencia y el libre desarrollo de los mercados. Complementariamente, la orografía y exten-sión del territorio frente a los costos del transporte obstaculi-zaron la integración de los mercados. El modelo significaba un cambio de claves interpretativas y un desafío de investigación: faltaban datos y sobraban hipótesis.5

Como es sabido, sus ulteriores trabajos despertaron réplicas entre historiadores latinoamericanos, como Marcello Car mag-na ni,6 y Enrique Cárdenas,7 pero sobre todo un interés por documentar la organización y dinámica de los mercados: la historia de los precios, la circulación y los circuitos de abasto, crédito e inversión encontraron fuentes de época para repli-car el esquema y reflexionar, desde una escala local, el mode-lo general de la integración de los mercados. Mi generación cambió los términos de la discusión, desde la información y

5 En una dirección convergente, aunque con matices y críticas, habrían de seguir los trabajos de Haber, How Latin America, pp. 1-33; Political Institu-tions, pp. 1-20; y Sokoloff, “Institutions”. Estábamos frente a una escuela de pensamiento y un programa de investigación serio.6 Carmagnani, “Comentario”, pp. 61-63.7 Cárdenas, “Algunas cuestiones”, pp. 3-22.

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organización fiscal,8 la explicación de los circuitos y mercados,9 el sistema monetario,10 el crédito premoderno11 y la actividad empresarial:12 los años noventa fueron una inflexión crítica de ese pasado y se escribió una nueva historiografía cuyo aliento alcanza hasta hoy.

El problema esencial no era probar la existencia del mercado interno versus la economía minera extractiva, sino explicar la manera como la producción de mercancías de exportación había conformado un sistema de “encuadernamientos” entre merca-dos locales, circuitos regionales y canales globales de integración mercantil. La historia económica regional era una clave, pero se agotaba en sus propios espacios jurisdiccionales y en la centra-lidad de fuentes fiscales, como se practicaba en la historiografía americanista andaluza. Se requería una mirada sistémica de la economía novohispana y una medición a escala de procesos macroespaciales, como había sugerido Sempat Assadourian para el espacio andino temprano.13

Como han observado nuestros comentaristas, hemos par-tido de una hipótesis de corte cuantitativo, acudiendo a los testimonios del intendente Abascal, para dibujar una tableau economique de la región como un espacio económico integrado, “un corte de caja excepcional de su mercado interno”, como dice García de León, susceptible de medir flujos de circulación y magnitudes sectoriales de su economía. Esta traducción, en un sistema de contabilidad económica moderna, nos dio la pauta para interpelar la interpretación de Van Young, según la cual la

8 Jáuregui, La Real Hacienda y “Una aproximación”; Sánchez Santiró, Jáuregui e Ibarra, Finanzas y política, y “Privilegios”, pp. 215-246.9 Grosso, Yuste y Silva, Circuitos; Menegus, El repartimiento; Yuste y Souto (coords.), El comercio; Ibarra Bellón, El comercio y el poder.10 Covarrubias e Ibarra, Moneda y mercado.11 Valle y Martínez López-Cano, El crédito en Nueva España.12 Romero Ibarra, “La historia”, pp. 805-829.13 Assadourian, El sistema.

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economía regional se agotó en su modelo de crecimiento por su techo de productividad y su relativo aislamiento. Si bien los excedentes agrícolas y una productiva protoindustria regio-nal fueron la clave de inserción a la economía novohispana, particularmente con el sector minero, Salvucci advirtió con perspicacia que pese a ello no lograron producir un despegue industrial moderno. No hay una trayectoria autónoma a la economía moderna (path-dependece), sino una inscripción diná-mica a una economía premoderna con pesadas inercias sociales y culturales de un mundo colonial.

Ahora bien, si la economía regional de Guadalajara logró articularse a la circulación global de importaciones, europeas y asiáticas, fue por su inscripción en el ciclo de circulación del capital minero, que le proveyó de una liquidez en plata derivada de su productividad y de su posición axial entre la demanda del septentrión minero y el sector agromanufacturero de su territo-rio. Obtener plata de la producción local y de “aquella atraída” por la circulación, como decía Abascal, pone en evidencia la importancia de la circulación monetaria y el carácter mercantil de sus transacciones. La feria de San Juan de los Lagos es un cla-ro ejemplo de dicha articulación, como se muestra en el análisis de las guías de comercio desde Guadalajara.

Y aquí nuestro debate con Romano cobra importancia, ya que más allá de las proporciones del mercado en la economía, los datos sobre la producción de moneda menuda, la circulación de plata no-amonedada entre territorios y la existencia de un sofisticado sistema de crédito en múltiples escalas, como bien señala Marichal, sugieren que la economía de mercado estaba más extendida de lo que se suponía. La llamada “economía natu-ral” era porosa al mercado, así como la economía de mercado permeable a la circulación de mercancías “al fiado”, que como señala Valle Pavón se expresaba en otras regiones con vigor. Una falsa dicotomía entre economía “natural” y de mercado nubló la posibilidad de entender una compleja articulación que

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marcó la desigualdad económica de la sociedad: una economía rica y una mayoría pobre, según se mida y se considere la escasez como precariedad. Hay mucho por averiguar y debatir.

Pero si el concepto contemporáneo de crecimiento implica “prosperidad” para aquella época: ¿cómo explicar la naturaleza de dicha bonanza desde los actores? La historiografía colonial, siguiendo el influyente modelo de Brading14 sobre el México borbónico, en que la prosperidad minera, secundada por la agricultura comercial, y el comercio ultramarino, mediado por el control monopolístico de la plata, propiciaron las grandes fortunas tardocoloniales, requería de una explicación que con-templara una relación más compleja entre sistema económico, tejido institucional y acción colectiva en los negocios. Las investigaciones de John Kicza,15 Rosa María Meyer16 y Robert Lindley17 fueron iluminadoras de las estrategias familiares, las alianzas sociales y el tejido relacional de los negocios. Sin embargo, el ámbito elitista de las observaciones no permitía advertir la escala, espacialidad y articulación de los negocios en una dimensión que involucrara a las corporaciones de Antiguo Régimen como actores colectivos de la competencia. Se requería de un análisis de redes para saber la densidad de los vínculos, la espacialidad de las relaciones económicas y las escalas de inscrip-ción en el poder virreinal.

Las investigaciones de Michel Bertrand18 y Zacarías Mou-toukias19 nos abrieron ese derrotero, que desde otra perspectiva había ensayado Carmen Castañeda20 con el sistema de padrinaz-gos entre los comerciantes de Guadalajara y los graduados de

14 Brading, Mineros y comerciantes.15 Kicza, Empresarios.16 Meyer, Identidad.17 Lindley, Las haciendas.18 Bertrand, “La élite”, pp. 35-51.19 Moutoukias, “Lazos”, pp. 15-26.20 Castañeda, Círculos.

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la Universidad de Guadalajara. Se requería, empero, un análisis transversal de las estructuras de mercado, la dinámica de las corporaciones y la acción colectiva de los comerciantes para des-cribir el tejido relacional que explicaba la agencia en el mercado. Las colaboraciones con Bernd Hausberger21 y Guillermina del Valle22 encaminaron la investigación en una ruta de complejidad que se ha consolidado como explicación del tejido institucional americano en el largo plazo.

Los consulados de comercio provinciales novohispanos de Veracruz y Guadalajara, como competidores institucionaliza-dos del capitalino, permiten observar cómo se estructuraron grupos de negociantes que tejieron y rompieron alianzas, divi-dieron y compartieron territorios, desarrollaron prácticas de competencia, redes de confianza, información y crédito, que terminaron resquebrajando los cimientos de un mercado domi-nado por una minoría de mercaderes que soportaban al régimen virreinal a través de un intercambio de privilegios por recursos líquidos. Los trabajos de Guillermina del Valle23 han develado esta ecuación de poder, a la vez que las investigaciones sobre el Con su lado de Veracruz de Matilde Souto24 y el gran fresco vera-cruzano de García de León25 nos han encaminado a encontrar aristas de una madeja de relaciones entre actores, instituciones y corporaciones.

El Consulado de Comercio de Guadalajara, incubado desde la década de 1790 y vigente hasta 1823, da testimonio de la mane-ra como un conjunto de comerciantes provinciales se organizó para insertarse en el ciclo de prosperidad colonial, en la mercan-tilización de los espacios novohispanos y en sus conexiones con el comercio atlántico y del Pacífico, tanto por la vía legal como

21 Böttcher, Hausberger e Ibarra, Redes.22 Ibarra y Valle, Redes sociales.23 Valle Pavón, “El Consulado”.24 Souto, Mar abierto.25 García de León, Tierra adentro, 2011.

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por medio de recursos de negociación de privilegios fiscales o el llano contrabando. Como bien advierte García de León, los comerciantes tapatíos lograron convertir a su ciudad en el “puerto seco de Tierra Adentro” y, con ello, hacer de bisagra entre la media luna minera del norte, la franja agromanufactu-rera del centro norte y el litoral occidental para ampliar su base territorial de los negocios.

La elección de un modelo relacional para advertir los racimos de interés, los nodos de negociación y el tejido de intereses de lo local a lo global me permitió advertir la importancia instrumen-tal que tuvo la corporación mercantil para el empoderamiento de un heterogéneo grupo de comerciantes que se consolidaron muy rápidamente como los intermediarios del mercado global en la escala regional y local. Así, el análisis de redes se insertó en la dinámica estructural del mercado y no solo puso rostro a los datos de la circulación de mercancías.

Para entender el papel del Consulado en nuestro contexto, la investigación se dirigió en dos direcciones: primero, hacia la comprensión del papel de la corporación como agente colectivo de negociación orientado a disminuir los costos de transac-ción del mercado; segundo, aprovechar su contabilidad fiscal del cobro de avería para medir la escala, distribución y ciclos de negociación de importaciones y extracción de platas. Estas dos dimensiones, asociadas a la agencia de los actores del mercado, explican el despliegue institucional por modernizar la infraes-tructura y cultura social de mercado.

Como se advierte en la contabilidad glosada del Consulado, aunque Salvucci considera los datos un acto de fe, sus cos-tos de transacción migraron de una organización empeñada en desarro llar el mercado y disminuir la incertidumbre, por medio de la justicia expedita y la cultura legal de los negocios, a una corporación progresivamente constreñida por presiones financieras (donativos y prestamos) en un marco de inestabi-lidad política de los mercados. De esta manera, los costos de

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transacción dejan de ser una abstracción para dar testimonio de procesos tangibles de distorsión de la competencia, deterioro de la gestión colectiva y fragmentación de los mercados.

Con el derecho de avería, concedido patrimonialmente a la corporación, es posible advertir la magnitud y distribución de las importaciones y la relevancia de la información sobre las escalas y rutas de demanda, lo que ratifica la hipótesis de la conexión entre el sector minero y la dinámica del sector externo en la circulación interna. En su caso, también puede dibujarse el viraje de las conexiones atlánticas a la costa oeste que posicionó a San Blas como el principal puerto occidental de internación de mercancías orientales, europeas y americanas, así como de salida de plata. En ello, la posición de gozne de la Nueva España en la economía global que advierten García de León, Marichal y Sal-vucci, abre un horizonte de problematización sobre la migración del capital potencial a los polos de acumulación más prósperos. No es una conjetura, sino una evidencia de que el “atraso” no solo devino en “desacumulación”, sino en un proceso combina-do de inserción en la economía global.

La oportunidad de comparar la conducta corporativa en contextos distintos y distantes hizo pertinente relacionar la ges-tión consular de sus actores en sus ciclos de prosperidad en dos economías coloniales. Así entonces, Guadalajara y Buenos Aires nos permitieron advertir los patrones de organización corpora-tiva, inserción al comercio global y gestión de privilegios en los negocios. Aunque, como bien observa Kraselsky, hay marcadas diferencias entre la acción colectiva de los comerciantes porte-ños, ya que su organización precede a la corporación, se enlaza con el Cabildo y se abre a los hacendados como actores econó-micos privilegiados. Empero, la coyuntura de fin de siglo xviii coloca a ambas corporaciones en un macrocontexto común de guerras y revoluciones atlánticas, pero sus instrumentos institu-cionales son cabalmente aprovechados. Al final, era un imperio que construyó una cultura común y propició un influyente

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poder local, como solución de gobernanza, que terminó por paralizar la economía y la gobernabilidad imperial.

La plata, en ambos casos, así como la trata en el Río de la Plata son factores decisivos del tejido relacional de los negocios, la política y el comercio global. Sus comunidades enfrentaron, aun en contextos institucionales semejantes, una cierta asincronía, los obstáculos derivados de la bancarrota de un imperio decli-nante y la acción directa o mediada de beligerantes potencias industriales que modelaron con sus intereses un mercado global, determinante para la especialización de sus futuras economías y el rezago de las luso-hispanoamericanas.

La crisis imperial también los despojó de un andamiaje ins-titucional que obligó a un cambio de reglas y que colocó a los mismos actores en posiciones divergentes: la “armonía” de los negocios se quebrantó con las violencias de la política. La simetría institucional derivó en sincronía política y las nuevas repúblicas se despojaron de las viejas corporaciones que, sin embargo, constituyeron un basamento institucional de una conducta económica de mayor aliento, donde el privilegio y la conexión política de los negocios permaneció como pauta social del poder.

Nos apartamos aquí de la hipótesis según la cual las institu-ciones y cultura coloniales lastraron las economías republicanas, obstruyeron al mercado y perpetuaron el atraso y la desigual-dad. La lectura política desde las instituciones debe advertir el componente social del descontento como un emplazamiento cultural a la desigualdad, una réplica a los arreglos institucio-nalizados de la economía y un proceso de aceleración de las expectativas igualitarias. El siglo xix americano esta preñado de disputas políticas de las élites regionales, signadas por la retórica liberal de los tiempos, aunque en los márgenes de sus comunidades las costuras de la hegemonía no lograron resolver la renovada desigualdad producida por una individualización de los derechos de propiedad.

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Son los actores y sus decisiones, no las impersonales institu-ciones, lo que explica la persistente desigualdad que no es narra-ción del pasado sino presente: ¿hasta cuándo se interrumpirá este ciclo?, ¿cómo cambiar el curso de esa trayectoria?

A los que leerán el libro, por vía de los generosos autores de estas reseñas, les recomiendo buscar preguntas y problemas que rebasen las aspiraciones de este texto para volver a la crítica como ejercicio de conocimiento. Hecha esta aclaración: mi gra-titud a los editores.

Antonio IbarraUnivers idad Nacional Autónoma de México

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