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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL
LA ESCUELA NAVAL MILITAR
EN EL CINCUENTENARIO
DE SU TRASLADO
CICLO DE CONFERENCIAS - SEPTIEMBRE 1993
CUADERNOS MONOGRÁFICOS DEL INSTITUTODE HISTORIA Y CULTURA NAVAL - N.° 21
MADRID, 1993
át Imprime: S.S.A.G., S.L. O. Lenguas, 14.
lP Villaverde Alto (Madrid).
Depósito Legal: NI-16.854-1983
ISSN:0212-467X.
ÑIPO: 098-88-027-8
El cincuentenario del traslado de la Escuela Naval Militar desde San Fer
nando a Marín no ha pasado inadvertido, y en su conmemoración, una serie de
actos de los que entresacamos una exposición pictórica conmemorativa y un
ciclo de conferencias le han dado singular relieve. Puede decirse por tanto que
el evento, de feliz recordación en tantas generaciones de marinos, ha tenido un
tratamiento emotivo y entrañable.
El Museo Naval presentó una exposición, cuya muestra, escueta en cuanto
a su número, comportó una selección efectuada con ánimo de dar a conocer
parte de los ricos fondos del Museo, que tienen relación con la gloriosa tradi
ción de una Compañía —la de Guardiamarinas— más de dos veces centenaria,
semillero de futuros hombres de mar que a lo largo de los años forjaron pági
nas ilustres de la Historia de España.
El Instituto de Historia y Cultura Naval propició con la estimable colabora
ción de la Excma. Diputación de Pontevedra, un ciclo de conferencias a cargo
de prestigiosos especialistas, que son las recogidas en este cuaderno monográ
fico —el número 21— que como todos sus hermanos anteriores, se publica pa
ra el mayor conocimiento y difusión de nuestros intereses marítimos.
José Ignacio González-Aller HierroDirector del Instituto de Historia
y Cultura Naval
SUMARIO
Págs.
Presentación del ciclo de conferencias impartidas en Pontevedra con
motivo de la celebración del 50 aniversario del traslado de la
Escuela Naval Militar a la villa de Marín
por José Ignacio González-Aller Hierro 7
Investigación científica y Enseñanza Superior en la Armada
de España
por Manuel Catalán Pérez-Urquiola 11
Gabriel Ciscar y el sistema métrico decimal
por José Luis Peset 39
Marín: Medio siglo de Escuela Naval
por Amando Landín Carrasco 49
La Escuela Naval Militar de Marín y la Universidad de Santiago
por José Ángel Fernández Arruty 59
PRESENTACIÓN DEL CICLO
DE CONFERENCIAS IMPARTIDAS
EN PONTEVEDRA CON MOTIVO
DE LA CELEBRACIÓN
DEL 50 ANIVERSARIO
DEL TRASLADO DE
LA ESCUELA NAVAL MILITAR
A LA VILLA DE MARÍN
José Ignacio González-Aller Hierro
Almirante Director del Instituto
de Historia y Cultura Naval
Excmos. e Iltmos. Señores
Señoras y Señores
La feliz circunstancia de conmemorar este año el cincuenta aniversario del
traslado de la Escuela Naval Militar a Marín, ha permitido al Instituto de His
toria y Cultura Naval y al Museo Naval, que tengo el honor de dirigir, el po
der organizar este ciclo de conferencias destinado a resaltar una faceta muy
importante de los logros conseguidos por la Armada como corporación a lo
largo de los siglos. Ello ha sido posible, en gran medida, gracias a la colabo
ración de la Excelentísima Diputación de Pontevedra, tan dignamente repre
sentada por su Vicepresidente don Bernardo López Abadín, que nos acompa
ña, y al que quiero agradecer su gentileza en nombre de la Armada.
El propósito de estas conferencias que hoy inauguramos, nacidas de una acer
tada iniciativa del Almirante López de Arenosa, Capitán General de la zona
marítima del Cantábrico, es sencillamente presentar a unos entrañables ami
gos de Pontevedra diferentes aspectos de la contribución de la Escuela Naval
Militar en la Formación Profesional, Científica y Humanística de los Cuadros
de Mando de la Armada, que a juzgar por los resultados obtenidos a lo largo
de 276 años de limpia historia, podemos calificar como ejemplar.
Si esto que afirmo no es más conocido, si en general existe en España una
acusada ignorancia sobre temas navales es achacable, en gran parte, a nues
tra tradicional pasividad e indiferencia para mantener bien informada a la
opinión pública.
Por ello, para evitarlo en la medida de lo posible, el Instituto de Historia y
Cultura Naval ha encargado a notables personalidades de la Ciencia y de las
Letras el cometido de mostrar a nuestros oyentes que los hombresformados en
la Escuela Naval, hombres beneméritos de la Patria como Jorge Juan, Ulloa,
Ciscar, Malaspina, Tofiño, Fernández de Navarrete, Vargas Ponce, Fernández
Duro, Méndez Núñez, José Luis Diez, Isaac Peral, y tantos otros, continua
ron la gloriosísima tradición científica, geográfica y cartográfica, que con
sus trabajos y penalidades forjaron nuestros antiguos navegantes, y si lo hi
cieron fue gracias a una bien planificada enseñanza que recibieron desde su
juventud.
Porque señores, la enseñanza naval en España es antigua, tanto que sin empa
cho se puede afirmar es la primera establecida en Europa. Se remonta a mar
zo de 1500, en que los Reyes Católicos confirmaron por Real Cédula, dada en
Sevilla, las Ordenanzas y Privilegios del Colegio de Pilotos Vizcaínos de Cá
diz, siguió con el establecimiento de la Casa de la Contratación en el año
1503 y los colegios de San Telmo a partir de 1602, para culminar en 1717 con
la Fundación de la Real Compañía de Guardias Marinas, idea genial de Pati
no, nuestro inolvidable Intendente General de Marina, quizá su obra más im
portante que con las consiguientes y naturales modificaciones, aún subsiste, y
sin lo cual sería imposible entender el desarrollo científico español a partir de
la Ilustración del siglo XVIII.
El propósito que inspiró a la Real Orden dictada para establecer la Compañía
de Guardias Marinas, se basaba en la creación de una academia donde pudie
sen aprender "las Ciencias y Facultades Matemáticas, la Cantidad Discreta,
Geometría, Trigonometría, Cosmografía, Náutica, Maniobra, Fortificación
Militar y Teoría de la Artillería y de la Construcción de Navios, poniéndoles
maestros capaces para su logro, por ser tan conveniente y de mi servicio, que
la nobleza de estos mis reinos sea instruida en las referidas Ciencias y Facul
tades y habilitada con mayorfruto a obtener empleos correspondientes en mis
Armadas y Ejército ".
Gracias a ello, Patino nos legó un verdadero código de enseñanza naval, con
la perdurabilidad de principios que deben caracterizarlo. Pienso que, así co
mo la sangre da la vida a los seres humanos, el espíritu que inspiró su crea
ción ha proporcionado la savia vivificadora de la Escuela Naval Militar y tan
tos otros establecimientos docentes de la Armada. ■
En esta época que nos ha tocado vivir de crisis de conciencia, de revisionismo,
de esencial introspección, en el que España, dentro de un atormentado contex
to internacional, procura el ajuste y el equilibrio internos, debemos procurar
todos mantener una prudente armonía entre la tradición y la modernidad de
las nuevas tecnologías, particularmente en lo referente a la enseñanza de las
generaciones de jóvenes que, llenos de ilusión acuden, año tras año, a profe
sar la noble carrera de las armas.
He de advertir, no obstante, que la exaltación de la Marina científica que, co
mo veremos, dio a la corporación la más alta calificación durante muchos
años en los méritos intelectuales de la Nación española, no debe influir en la
concienciación del oficial de la Armada, que el primer objetivo de su vida y
preparación militar, no es otro que la guerra naval, esto es, la búsqueda y des
trucción del enemigo en la mar para la consecución de los fines permanentesy prioritarios nacionales.
Con la Ciencia Matemática y Humanística no se ganan combates; su tradicio
nal exaltación no debe afectar a la formación del Guardia Marina que ha de
ser equilibrada entre conocimientos profesionales, don de mando y experien
cia de mar, pero sin olvidar nunca que no nos hemos matriculado en la carre
ra de la Literatura y de las Ciencias, sino en la de los mareantes que es asignatura harto difícil de aprender.
Muchas gracias.
INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y
ENSEÑANZA SUPERIOREN LA ARMADA DE ESPAÑA
Manuel Catalán Pérez-Urquiola
Contralmirante Director del
Real Instituto y Observatorio de la Armada
Los navegantes del Descubrimiento
Aunque la Navegación Astronómica se remonta a la más lejana antigüedad
si se considera como tal el solo hecho de poder deducir algún dato útil de la
contemplación de los astros, sólo podemos darle el nombre de Ciencia a partir
del momento en que el navegante comienza a realizar medidas, más o menos
precisas, a base de instrumentos de observación, capaces de conferirle algún
grado de seguridad en sus travesías.
Bajo este sentido no cabe duda de que los navegantes en la época del des
cubrimiento se encontraban desamparados de la Ciencia Astronómica, que só
lo les permitía saber cuál era su rumbo, dentro de algunos grados de incerti-
dumbre y cuál, con idéntico error, su latitud, todo ello a causa de la imperfec
ción de los instrumentos entonces empleados y del defectuoso conocimiento
que de la posición del astro utilizado les proporcionaban las tablas o efeméri
des de la época.
Fenómenos tan elementales dentro de la ciencia moderna como son el mo
vimiento de la estrella Polar, la refracción astronómica o la existencia de la de
clinación magnética, si no totalmente desconocidos, eran tenidos en cuenta tan
groseramente que no podemos asegurar que consiguieran llegar a deducir las
causas de error que provenían de su influencia.
Con los instrumentos astronómicos utilizados en aquellas navegaciones,
ballestillas y astrolabios, se podía ya deducir someramente cuál era la latitud
del buque aunque la mayoría de las veces, al fallar alguna de las reglas empíri
cas de la Astronomía de entonces, el uso de estos instrumentos aportaba tan
sólo un conocimiento relativo: el de la diferencia de latitudes entre los distin
tos lugares navegados o visitados.
Aquellos instrumentos que hoy calificaríamos como exentos de precisión
y de fiabilidad, inadecuado el primero, la ballestilla, por exigir dos visadas si
multáneas, cosa que es imposible, una al horizonte y otra al sol o a la polar
según los casos, e inadecuado el segundo, el astrolabio, en el que la dirección
de la vertical se confiaba a la postura que adquiría su disco graduado, pese al
movimiento del buque, al suspenderlo de su "colgadero", permitían no obs
tante obtener las latitudes con una aproximación que se aceptó como suficien-
ll
te, durante algunos siglos, como un providencial apoyo a las navegaciones
oceánicas.
El reconocer la latitud en que se encontraba el buque, en ocasiones sin ayu
da de previsiones astronómicas, como cuando se observaba la estrella Polar te
niendo cuidado de hacerlo en determinada postura de las guardas (estrellas be
ta y gama de la Osa Menor), o con observaciones de sol en el meridiano, pre
vio el conocimiento de las alturas que el astro presentaba en un lugar
determinado para la misma fecha, o bien haciendo uso de efemérides más ge
nerales aunque rudimentarias, originó un estilo especial de navegar, basado en
la identificación del paralelo deseado, para, mediante corridas hacia el este o el
oeste, según los casos, arribar al punto de destino y, sobre todo, en la época de
los descubrimientos, asegurarse el retorno al puerto de partida.
Para la comprobación del rumbo, la segunda de las operaciones astronómi
cas de la época, ya que se realizaba por marcaciones a los astros, no existía
instrumento alguno, por desconocerse por entonces las alidadas, aparatos de
puntería que posteriormente servirían para fijar sobre la rosa el azimut del as
tro de referencia. Esta dirección se determinaba señalando con el brazo exten
dido por encima de la bitácora, la dirección del sol en su orto o en su ocaso, o
bien y más generalmente, la dirección de la estrella Polar, ceremonia que por
el ademán que llevaba consigo constituiría la durante algunos siglos denomi
nada "bendición del polo".
En cuanto a las previsiones de los lugares ocupados por los astros, que hoy
denominamos efemérides, necesarias para deducir con confianza la latitud y
para comprobar el rumbo del buque, eran naturalmente el reflejo del estado de
la Astronomía europea, una Astronomía con un mayor porcentaje de teoría y
de elucubración que de experiencia, ya que faltaba aún cerca de medio siglo
para la invención del anteojo, pero una Astronomía que desarrollada en España
cara a la navegación había ya producido efemérides como las Tablas Alfonsi
nas, de nuestro Rey Sabio, y almanaques como el Perpetuo del judío toledano
Zacuto (1475), que, al contener las declinaciones del sol, servirían como apoyo
en la práctica de la determinación de la latitud por observaciones meridianas.
Las obras de Zacuto y de Alfonso el Sabio, verdaderas Efemérides en el
moderno sentido de esta palabra, constituyen, en su estilo, una inestimable y
definitiva aportación a la Astronomía práctica de la época, pero que no obstan
te estar ambas situadas en los orígenes del saber astronómico español, no de
berán considerarse como el auténtico principio de nuestra Astronomía, por no
haber nacido todavía las teorías, los métodos y el instrumental que toda ciencia
del mundo físico requiere y que sólo haría su aparición en España y en nuestra
Armada ya mediado el siglo dieciocho.
Pero antes de dejar del todo a nuestros navegantes del entorno del descu
brimiento conviene aún unas pocas palabras sobre los medios de que dispusie
ron, para resaltar una vez más las dificultades de aquellas gestas marineras tan
desconsideradamente criticadas por algunos a los 500 años de una efeméride
española que marcó nuevos y trascendentes rumbos a la historia.
12
Referente a la cartografía, la esfericidad de la tierra complicaba el trazado
de las derrotas al aparecer representadas como curvas las líneas que, a rumbo
constante, unían los puntos de salida y llegada urgiendo la necesidad de estu
diar toda una cartografía plana en la que, representando meridianos paralelos,
pudieran resultar rectas las líneas de los rumbos con un error, que estimaron
sería casi imperceptible, en mares de corta extensión y con pequeñas variacio
nes en la latitud de las travesías.
En el archivo de la Real Cartuja de Val de Cristo, junto a Segorve, se con
serva una carta hidrográfica plana de origen mallorquín debida a Maciá de Vi-
ladestes (1413), trazada en un pergamino de cinco palmos de largo y cuatro de
ancho comprendiendo todo lo descubierto en Europa, África hasta Guinea y
los confines de Asia, incluyendo por el occidente de Canarias y Cabo Verde.
Mas conocida es la carta hecha en Mallorca por Gabriel de Valseca, que com
pró Américo Vespuccio en 130 ducados de oro, conteniendo los reinos y pro
vincias de Europa, Asia, África hasta Río de Oro, describiendo en breves notas
lo que se conocía de sus puertos, lugares y costumbres.
Como vemos, existía entonces un mundo bastante conocido aunque no per
fectamente descrito, que era el Viejo Continente, otro parcial e imperfectamen
te conocido que era el resto de la Tierra. No había nacido el cosmógrafo Mer-
cator, que poco después descubriría la representación de su nombre, pero hay
constancia de que ya disponía Magallanes de cartas cuadradas con redes de
meridianos y paralelos sobre las que se llevaba la cuenta del rumbo y distancia
navegada, únicos elementos, aparte de la latitud, que durante muchos siglos
definieron las derrotas de los buques en la mar. Aquella navegación de fantasía
no podía ser más elemental debido a que a las imperfecciones de las agujas se
unía un desconocimiento casi absoluto de la declinación y otras causas, a las
que habría que añadir los efectos del abatimiento por corrientes desconocidas.
Esta misma o mayor incertidumbre habría de recaer, sin duda, en cuanto a la
cuenta de las distancias navegadas basadas, por entonces, en el sistema deno
minado de la cadena de popa, sinónimo de la más primitiva y elemental de las
correderas.
Y en esta situación, impulsados por razones prácticas y con el fin de pro
mover los adelantos de aplicación a una navegación oceánica, se creó, a prin
cipio del siglo XVI en Sevilla, la primera Universidad que reuniría los estu
dios teóricos y ciencias auxiliares que la experiencia y observación de los ma
rinos españoles fueron adquiriendo, creándose en 1503 la Casa Tribunal de
Contratación en Sevilla y nombrando piloto mayor a Américo Vespuccio con
las obligaciones de examinar a los pilotos de la Carrera de Indias y actuar co
mo censor del catedrático de Cosmografía y del cosmógrafo fabricante de ins
trumentos.
El piloto mayor y los dos cosmógrafos dirigían, junto a otros seis peritos,
el tribunal para el examen y aprobación de los pilotos de Indias con la obliga
ción de rellenar diariamente el diario de derrota, anotar sus propias observacio
nes, tomar la altura del Sol ante el escribano del navio, fijar la situación de los
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bajos e islas que se descubriesen y entregar, al presidente y jueces de la Con
tratación a su regreso, el diario como testimonio.
En 1519 Martín Fernándes Enciso publicó su Suma de Geografía para ins
truir al joven Emperador en el conocimiento de las tierras y provincias del
Universo, e ilustrar a los pilotos que iban a descubrir nuevas tierras en los
principios del arte de navegar, explicando los círculos de Ptolomeo, los perío
dos de los planetas, tabulando las declinaciones del Sol y el método de tomar
la altura del norte.
Para poder comprender el atraso y poca fiabilidad de las Tablas usadas en
la Astronomía Náutica de esa época conviene recordar algunas observaciones
efectuadas en 1519 por Andrés San Martín, que intentó determinar la longitud
de Río de Janeiro utilizando observaciones de la Luna respecto a Júpiter, que
referidas a la conjunción del 16 de diciembre arrojaban, según las Tablas de
Zacuto y de Monterregio, una diferencia de longitud a todas luces errónea y
que el mismo Andrés de San Martín habría ya detectado en Sevilla al observar
en esta ciudad la conjunción de Júpiter con la Luna.
Comprobó San Martín la longitud con otras observaciones que incluían las
posiciones relativas de la Luna y Venus, Luna y Sol, un eclipse y otra posición
de la Luna concluyendo "...en el Almanaque están errados los movimientos ce
lestes, toque a quien toque...".
Don Pedro de Medina dedicó su Arte de navegar en 1545, al príncipe Feli
pe dividiendo su obra en 8 libros para tratar el mundo según Ptolomeo, corre
gido por las doctrinas de los astrónomos árabes y de Alfonso X.: La navega
ción. La Teoría de los vientos. La división de la guja. Las cartas de mareas.
Los diez métodos para tomar la altura del Sol. Los principios de la cosmogra
fía, la observación de la altura de los polos, bien al norte por la polar y al sur
por las cuatro estrellas en forma de cruz. El séptimo libro trataba sobre la Luna
y las mareas, finalizando su obra con la explicación de los días del año, climas
y estaciones.
En el mismo año, en Cádiz, Martín Cortés ordenaba su Breve compendio
de la esfera y del arte de navegar dedicado al Emperador e incluyendo en sus
tres partes: Los principios generales de la cosmografía de aplicación a la nave
gación. Los movimientos del Sol y la Luna incluyendo los efectos de sus opo
siciones, conjunciones, eclipses, mareas, y finalmente la composición y uso de
instrumentos, incluyendo las cartas de mareas, fabricación de las agujas, cons
trucción y uso del astrolabio y ballestillas. La obra se reimprimió muchas ve
ces y se tradujo posteriormente al inglés por Ricardo Edén, a requerimiento de
sus navegantes.
Incluía Martín Cortés, como nueva y fundamental idea, la de suponer que
la variación magnética se producía por la acción de un polo magnético distinto
del mundo, sentando, de esta forma, las bases para el desarrollo posterior de
estas hipótesis por Santa Cruz, Norman, Halley, Le Monier, Buffon y Lalande.
Alfonso de Santa Cruz, con la finalidad de examinar ciertos libros e instru
mentos de metal hechos por Pedro Apiano, con los que se pretendía observar
14
la longitud, dedicó a Felipe II su obra De las longitudes estimando que al ser el
método de los eclipses de Sol y Luna difícil, de cálculo inexacto y sólo útil pa
ra determinar las posiciones de islas y puertos, podría estudiarse como nuevo
método el observar las variaciones de la aguja. La regularidad de esta varia
ción, a partir del meridiano de Cabo Verde, hizo que Santa Cruz ideara obtener
la longitud determinando con una aguja azimutal la dirección de la línea meri
diana respecto a la aguja.
Expone como método, teóricamente acertado pero a todas luces impracti
cable entonces, el utilizar relojes ajustados a 24 horas de muchas formas, unos
con ruedas de acero y pesas, otros con cuerda de vihuela y acero, otros de are
na como las ampolletas, otros controlando el fuego por medio de mechas em
papadas en aceite y, tan iguales, que su duración fuera exactamente 24 horas.
Su fundamento se basaba en que, conocida exactamente en el puerto de sa
lida la hora por medio de una observación astronómica, y arreglando con ella
el reloj, era claro que, averiguando, por otra operación semejante, la hora en el
punto de llegada daría, comparado con el reloj, la diferencia de longitud entre
ambos puntos. Todo ello exigía una precisión en los relojes que desgraciada
mente no podía esperarse de su construcción, idea o materiales. Varios siglos
habían de pasar para ello.
Ensayó y propuso igualmente instrumentos y métodos para determinar la
longitud por distancias de la luna a las estrellas o planetas siguiendo las indica
ciones de Juan Vernerio y Apiano, método que rechazó posteriormente a la
vista de la imperfección de las tablas lunares e instrumentos.
Analizando el valor científico de todas estas ideas cabe pensar que el méri
to teórico de sus planteamientos fallaba ante un desarrollo instrumental siem
pre limitado por la tecnología de cada época.
La revolución copernicana
En estas condiciones y al impulso del Descubrimiento fueron surgiendo
las primeras objeciones a la astronomía medieval marcando en la historia del
pensamiento occidental, Copérnico con su obra, una fecha decisiva sobre la
que posteriormente habría de desarrollarse la revolución científica, de los si
glos XVII y XVIII cambiando la idea de un universo medieval, jerarquizado y
cerrado, por unos planteamientos que, con su posterior desarrollo, abrieron el
camino a la época espacial. Copérnico criticaba a su astronomía contemporá
nea la gran complejidad y poca fiabilidad con que predecía los eclipses y los
movimientos observados de los planetas, en especial de Marte, observando
que la hipótesis heliocéntrica, aunque inquietante como opuesta a las creen
cias de la época mejoraba, en simplicidad y exactitud, las predicciones de su
modelo.
En el prologo del Revolutionibus Oslander puntualizaba que los plantea
mientos de Copérnico respondían a una hipótesis, modelo abstracto, simple y
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conveniente para los cálculos, sin tener necesariamente que responder a un
planteamiento real.
Esta cuestión del valor de las hipótesis en Astronomía, que podríamos lla
mar en lenguaje moderno "modelos matemáticos" era muy viva en los siglos
XVI y XVII y el Santo Oficio al censurar el libro de Copérnico exigía hablar
del nuevo sistema, no en modo absoluto, sino como un nuevo planteamiento
matemático, especialmente conveniente a efectos de cálculo. La hipótesis del
sistema de Copérnico era contraria a la antigua tendencia de identificar el cen
tro de la tierra con el del universo. Esta identificación tenía consecuencias fun
damentales y se basaba en las creencias de que todo cuerpo pesante debía caer
al centro del mundo y no apartarse de él, sugiriendo la conclusión, propuesta
en el Almagestum Nobum, de postular que aun cuando se pudieran apartar la
tierra, o alguno de sus fragmentos, del centro del mundo, al dejarlos libres cae
rían naturalmente al centro del universo, que esta creencia sugería único y li
gado a nuestro planeta.
Copérnico apuntó la necesidad de considerar la gravedad como una propie
dad de la materia imaginando la tierra, el sol, la luna y los distintos planetas,
no ya centros del mundo, sino simples centros de gravedad. Esta hipótesis, que
eliminaba el viejo concepto de centro universal, asignaba a la materia de los
cuerpos celestes su naturaleza de graves, dejando abierto el camino para que
posteriormente Newton, con un mejor conocimiento de la mecánica y el apoyo
de nuevos formalismos matemáticos, afrontara definitivamente el problema.
Giordano Bruno completó los planteamientos de Copérnico concibiendo,
con extraordinaria intuición, un universo en el que la tierra no sólo quedaba
asimilada a los planetas, sino que el sol era una estrella más en un todo de es
trellas. Bruno opuso el infinito de su universo a lo finito de los planteamientos
medievales, universo infinito y unidad en la naturaleza.
La nueva astronomía
Los trabajos de Kepler, Copérnico, Tycho y Galileo supusieron el principio
de la moderna astronomía y su elevación al nivel científico. El pequeño libro
de Galileo Sidéreas Nuncius causó estupor entre los astrónomos. Se anunció la
existencia de otros objetos que el ojo humano no había alcanzado a vislum
brar; de repente se hizo realidad que en la luna había montañas, la naturaleza
de las manchas del sol, la extraña forma de Saturno, se podía seguir en el espa
cio la misteriosa evolución de los cometas iniciando, de esta forma, los prime
ros estudios de la física de los astros y el nacimiento de las ciencias astrofísi
cas.
Como es frecuente en todas las ciencias, estos cambios revolucionarios en
la astronomía de comienzos del siglo XVII tuvieron lugar en muy pocos dece
nios, siendo la afortunada coincidencia de tres grandes astrónomos lo que la
hizo posible. Tycho Brahe fue su organizador y meticuloso observador; Ke-
16
pler, que no estaba dotado para la observación, encontró en el material de ob
servación de Brahe la base experimental de sus descubrimientos. Galileo abrió
insospechadas posibilidades a la observación del firmamento con el uso del te
lescopio. Después de estos tres grandes hombres hay que esperar hasta la lle
gada de Newton para que el encuadre teórico de la teoría de los Graves conso
lide, definitivamente, el sistema de Copérnico.
Y es justo en el instante en que la astronomía se establece como ciencia,
cuando inmediatamente se la utiliza en su más prometedora aplicación: la de
proporcionar cada vez con más rigor y de la forma más completa los elemen
tos que precisa el marino para obtener la dirección y situación de su nave,
siendo, precisamente, los esfuerzos realizados para resolverlos lo que determi
naría el mayor progreso de la astronomía, el estímulo para la creación de los
nuevos observatorios y, un siglo después, la solución definitiva de la posiciónen la mar.
Ciencia y tecnología en las bases de la Ilustración
Como estamos viendo es interesante observar que la solución del problema
de la posición en la mar fue la que indujo a que, ademas de los diferentes in
tentos para desarrollar una relojería más exacta, se efectuara un gran esfuerzo
para mejorar el conocimiento de las efemérides astronómicas, todo ello a fin
de resolver el problema de la longitud. Estos esfuerzos condujeron a resultados
positivos gracias a tres situaciones de gran importancia que tuvieron lugar, casi
simultáneamente, en la segunda mitad del siglo XVII y principios del XVIII.
En primer lugar, la creación de organizaciones científicas para investiga
ción astronómica que condujo a la fundación de los observatorios astronómi
cos de la Ilustración. Primero París (1667), después Greenwich (1675) y poste
riormente el Real Observatorio de la Armada en Cádiz (1753) creados, todos
ellos, para resolver el problema de la longitud en la mar.
En segundo lugar y gracias a la contribución de un gran número de astró
nomos, matemáticos y físicos, se plantearon los principios necesarios para una
investigación que culminó en la publicación de Newton Principia, que condu
jo al descubrimiento de leyes de aplicación directa al movimiento de los cuer
pos terrestres y al desarrollo de una relojería que resolviera, en su conjunto,
tanto los problemas teóricos como los prácticos presentados. No debe olvidar
se que la investigación de la relojería para la determinación de la longitud esta
ba subordinada a un proyecto más amplio que recaía sobre el mismo numero y
grupo de hombres, cual era la de investigar y deducir las bases teóricas de las
leyes del movimiento y establecer, de forma científica, las teorías de Copérni
co sobre las bases de una mecánica moderna.
En tercer lugar y finalmente, estas fundaciones condujeron a una importan
te revolución tecnológica de la que nacieron nuevos profesionales y técnicos
en el campo de la óptica, de la mecánica y de la cronometría que produjeron
17
nuevos y más precisos instrumentos para la medida del tiempo y de los ángu
los, de aplicación a los telescopios graduados haciendo posible no sólo una
mayor precisión en las observaciones astronómicas, sino el desarrollo de los
teodolitos e instrumentos de campo que los desarrollos cartográficos requerían.
La fundación de la Compañía de Guardiamarinas
Por otra parte, el siglo XVIII conoce un nuevo tipo de enfrentamientos béli
cos. Aparecen los ejércitos permanentes, y la milicia se profesionaliza. La gue
rra se hace más técnica; ya no es suficiente, como en otras etapas, armar a una
flota a partir de buques mercantes. Los barcos de guerra son máquinas altamen
te especializadas y, en consecuencia, deben diseñarse de acuerdo con su futura
función. Un verdadero buque de guerra, un navio de línea, como se le denomi
naba, debía ser lo suficientemente robusto y bien armado como para soportar y
sostener un duelo artillero a corta distancia con otro del mismo género, a veces
superiormente artillado. La formación de combate denominada "línea de fila"
venía a sustituir a la antigua línea de frente, que desembocaba en una lucha al
abordaje; ahora la parte ofensiva del buque se desplazaba desde el frente al cos
tado, lo cual implicaba aumentar considerablemente el número de cañones
transportados. Otros modelos de buques, con menos cañones, debían diseñarse
para otras misiones distintas al enfrentamiento en primera línea.
De esta forma y ante la necesidad de sostener una flota con fines exclusiva
mente militares, con toda la infraestructura de mantenimiento y operatividad
que conlleva, se hizo indispensable la creación de cuerpos de oficiales perma
nentes, de desiguales características según las naciones. Al mismo tiempo, se
regularon formas de aprendizaje y adiestramiento, tanto más desarrolladas
cuanto más se complicaba el manejo del buque y el "arte" de la guerra. Así, en
la segunda mitad del siglo XVII, Dinamarca y Suecia ya configuraron cuerpos
de oficiales que recibían una instrucción de índole práctica. Mas el país que
dio a sus oficiales una instrucción más sistemática y una formación más teóri
ca fue Francia. En 1669, Colbert crea una Compagnie des Gardes de la Marine
que, aunque disuelta dos años después, aparecería de nuevo, en 1683. Sus
miembros recibían su instrucción teórica básica en tierra, visitaban arsenales, y
finalmente recibían prácticas en el mar, constituyendo la mayor parte de la ofi
cialidad de la armada francesa. En Holanda e Inglaterra tales enseñanzas no
existían, o en todo caso eran de índole estrictamente práctica, aunque se favo
recía la formación de cuerpos de oficiales estables; en esta última nación, a fi
nes del siglo XVn, se instituyeron programas de media paga para los oficiales
sin misión concreta en un momento dado.
En España, hasta el momento, no existía un cuerpo de oficiales permanen
tes y éstos obtenían sus puestos en las distintas armadas por la antigüedad y la
experiencia (lo que no implicaba necesariamente una buena formación) y, en el
caso de la Carrera de Indias, muchas veces por la compra del cargo.
ís
Sin embargo, por la extensión y separación de sus territorios, en pocas na
ciones, como en España, era más necesario y acuciante el disponer de una Ar
mada profesional y competente por la que una vez asegurado en el trono, por
la batalla de Almansa, el rey Felipe V, dirigió sus primeros desvelos a la Mari
na y, comprendiendo la falta de organización de que adolecía tanto en material
como en personal, emprendió la imenensa tarea de reorganizarla y dotarla con
venientemente, encauzando su camino al estado floreciente que alcanzó duran
te el reinado de Carlos III.
Podemos considerar que hasta comienzos del siglo XVIII en el origen de
casi todos nuestros desastres navales se encontraba la difícil composición de
nuestras múltiples armadas. Las armadas, tenían casi siempre carácter even
tual, se armaban cuando la necesidad lo requería, desarmándose luego que la
tensión bélica había terminado, desembarcando sus dotaciones de guerra preci
samente cuando ya habían contraído algún hábito de mar, y renovándose por
consiguiente, a cada nueva empresa con mandos que normal e indistintamente
recaían unas veces en verdaderos hombres de mar, formados en las mismas na
ves que posteriormente capitaneaban y otras veces, quizá más frecuentes, al
canzaban los mandos como premio a unos servicios no siempre fruto de una
experiencia naval.
Esta falta de orden completamente desfavorable para nuestras armas y que
se hizo patente durante la guerra de sucesión atrajo, como dijimos, la atención
de Felipe V y cuando por el Tratado de Utrech el orden quedó restablecido en
la península, se rodeó de personalidades ilustres a los que dio su Real apoyo
para la restauración de nuestro poder naval.
En este sentido la creación de la "Compañía de Guardiamarinas" en 1717
fue un gran paso pedagógico porque, a más de subsanar la falta de un centro
docente de esta índole, dio la homogeneidad que la enseñanza y formación de
los oficiales necesitaba para la unificación de las Armadas (1714); al subsistir
hasta entonces dos escuelas, lo que hacía que mientras los oficiales de las ar
madas del Mediterráneo con una mayor formación matemática consideraban la
maniobra en un plano secundario, los que servían en las del Océano eran raa-
niobristas y más marineros, no teniendo otra ciencia que su instrucción y expe
riencia a bordo. Tal diversidad de ideas originaba polémicas, enfrentamientos
y una falta de esa cohesión que nuevamente aparacería un siglo más tarde.
Para garantizar el nivel docente quiso Patino dotar del profesorado conve
niente a la Real Compañía nombrando primer alférez al capitán de granaderos
don Juan José Navarro, a la sazón de guarnición en Tarifa. La idea de Patino
era orientar la nueva institución hacia la formación de un personal que, ade
más de recibir el adiestramiento militar clásico y propio de una academia cas
trense, adquiriese los conocimientos científicos necesarios para estar prepara
do en caso de tener que asimilar e introducir, en nuestro país, aquellas nove
dades científicas que pudiesen tener una aplicación práctica y positiva en
cualquiera de los aspectos relacionados con la Armada. Esto dio lugar a una
complicada superposición de estructuras, la militar y la docente, cuyas rela-
19
ciones dieron lugar a problemas durante las etapas iniciales del funcionamien
to de la Academia.
La instrucción dada por Patino para la organización de la Academia, esta
bleció un plan de estudios en el que durante dos períodos semestrales tenían
cabida las siguientes materias: geometría, trigonometría, cosmografía, náutica,
fortificación, artillería, armamento, manejo de fusil, evolución militar, cons
trucción naval y maniobra de naos. Una vez superado este período académico,
los cadetes embarcaban para ejercitarse en el pilotaje y la hidrografía. Un pilo
to sería el encargado de enseñarles a construir la rosa de los vientos, formar el
diario de navegación, observar la máxima altura del sol, determinar la longi
tud, usar la corredera y las cartas de navegación, además de realizar ejercicios
militares y prácticas de artillería.
La realidad no fue inicialmente tan perfecta y los futuros oficiales no llega
ron a cursar con detenimiento todas las materias. No obstante, el camino hacia
la formación de oficiales se había iniciado y parecía claro que la nueva acade
mia iba a lograr lo que no había podido conseguir el colegio de San Telmo: la
formación de personas con una excelente preparación técnica y conocimiento
del pilotaje. La elección de Francisco Antonio de Orbe, piloto mayor de la Ca
sa de la Contratación, y de Pedro Manuel Cedillo, profesor del colegio de San
Telmo, como primeros responsables de la institución gaditana iba encaminada,
sin lugar a dudas, hacia ese objetivo.
En 1734, Diego Bordick, brigadier ingeniero director de los ejércitos de
S.M., redactó un plan de estudios, avanzado en lo que se refiere a las materias
matemáticas y al sistema de estudio. Este nuevo plan intentaba sustituir al anti
guo método de lectura diaria de las lecciones por un modelo más favorable a la
controversia y a la discusión de los puntos peor comprendidos por parte de los
alumnos.
El principal problema que continuaba planteado residía en las tensiones en
tre la comandancia de la Compañía de Guardias Marinas y la dirección de la
Academia.
La evolución de la Academia de Guardias Marinas y de los planes de estu
dio de los futuros oficiales tuvo un hito importante en la aprobación de las Or
denanzas de S.M. para el gobierno militar, político y económico de su Armada
Naval (Madrid, 1748), en las que fueron incluidos algunos artículos relativos a
la organización de la institución docente gaditana. En primer lugar, se intentó
poner fin a la tensión existente entre el director de la Academia y el coman
dante de la Compañía. Para ello se decidió someter al primero de ellos a las
disposiciones relativas a la organización emanadas de la comandancia de la
Compañía. Las enseñanzas volvieron a ser estructuradas, planteando como ob
jetivo básico de la institución la formación de los guardiamarinas en todo lo
referente a la navegación y tecnología naval para lo que se insistía en el estu
dio teórico de todas las ciencias que se consideraran necesarias, afianzando
con ello, como veremos, la trascendente aportación de la Armada en el desa
rrollo científico de la Ilustración.
20
La medida del arco de meridiano
Por aquella época nuestra concepción de la forma de la Tierra se encontra
ba en profunda revisión. Newton afirmaba era aplanada por la acción de la
fuerza centrífuga, de la misma opinión era Huygens pero la oposición de otros
científicos había adquirido señalados aspectos de rivalidad científica entre In
glaterra y Francia que forzaron el que para salir de dudas se organizaran dos
acciones. Por un lado, hacer mediciones geodésicas en latitudes muy separadas
y por otro, abordar experiencias de medidas del período del péndulo libre.
Como antecedente de la polémica cabe recordar que en 1672 Ritcher, en
viado por Luis XIV, se trasladó a Cayena con un reloj de péndulo recién paten
tado por Huygens, observando que las oscilaciones eran mas lentas allí que en
las latitudes europeas, lo que se interpretó era coherente con el mayor radio de
la tierra en el Ecuador. Estas observaciones avivaron las discusiones que alcan
zaron tonos muy agrios al intervenir Voltaire, partidario de Newton, amigo de
la Condamine y enemigo de Maupertius. Todo sirvió de acicate para plantear
en los comienzos del siglo XVIII las dos principales campañas geodésicas quese habían realizado hasta entonces.
La primera expedición fue llevada a cabo por Maupertuis acompañado de
Camus, Monnier, Outhier y Celsius que, en menos de un año, confirmaron ini-
cialmente el achatamiento polar comparando sus medidas con el grado de París.
La segunda expedición debía trasladarse a la zona de Perú y medir el arco
de meridiano en las proximidades del Ecuador. La expedición, dirigida por La
Condamine, estaba integrada por Bouguer, Godin, Jussieu, Seniergues, Ver-
guin, Odonnais, Hugot Couplet y el dibujante Morainville incorporando a este
grupo a dos jóvenes guardiamarinas de la Armada española, don Jorge Juan y
don Antonio de Ulloa. Su participación en la misión fue dispuesta por Felipe V
por razones de prestigio nacional, al hallarse en sus dominios la zona del le
vantamiento.
Entre las instrucciones dadas por José Patino en 1735 a los jóvenes mari
nos designados para cumplir la comisión estaban las siguientes: ...formar el
diario de la navegación a América, colaborar en las observaciones de los
franceses, levantar planos de ciudades, puertos y fortificaciones, calcular la
posición geográfica de los lugares visitados y hacer observaciones de vientos,
corrientes y profundidades...
En líneas generales, puede decirse que los expedicionarios debían llevar a
cabo dos tipos de acciones. En primer lugar, los trabajos geodésicos y carto
gráficos, dirigidos al reconocimiento de una amplia zona de terreno. En segun
do lugar, los trabajos estrictamente astronómicos dirigidos a la determinación
precisa del meridiano y la amplitud del arco recorrido con la intención de obte
ner la longitud de un grado de meridiano. La idea de la expedición era, como
ya se ha dicho, obtener esta medida y comparar sus resultados con los obteni
dos en Laponia para poder cuantificar la variación de la curvatura de la super
ficie terrestre según la latitud y, con ello, la forma del planeta.
21
La participación de estos dos marinos españoles fue altamente destacada,
aprovechando cuantos desplazamientos efectuaron para calcular con la mayor
precisión las latitudes de los lugares que viajaban con instrumentos de media
no porte cuyas teorías estudiaban y describían, constituyendo una serie de más
de 40 latitudes de excelente precisión correspondiente a distintos puntos del
continente americano.
Para la determinación de las longitudes, que como hemos visto era el pro
blema crucial de la época, utilizaron los dos procedimientos más fiables entre
los experimentados, determinando las diferencias horarias de observación de
un mismo fenómeno en dos lugares diferentes cuyos péndulos se hayan regula
dos por el paso meridiano del sol en cada lugar.
Eligió Jorge Juan, como fenómeno preferente, las ocultaciones de los saté
lites de Júpiter y los instantes en que la sombra de la Tierra iba alcanzando los
distintos puntos observables de la topografía lunar durante los eclipses de
1736, 1737, 1739 y 1740. Para la mayor precisión en la determinación de estos
lugares levantó Jorge Juan una excelente carta de la topografía lunar que figura
en lugar destacado en la cartografía histórica de nuestro satélite.
Las observaciones de estos fenómenos esporádicos fueron observados si
multáneamente en observatorios europeos y condujeron a conocer por métodos
científicos, las longitudes de 7 lugares respecto al Meridiano de París (Carta
gena, Lima, Santo Domingo, Petit Grave, Yaruqui, Quito y Guarico) amplian
do con aportación inestimable la corta lista de longitudes con que contaba la
geografía (menos de cien).
El verdadero objetivo de la expedición era la medida del arco de meridiano
midiendo la distancia norte-sur entre los puntos extremos de una base (vértices
de Cuenca y Pueblo Viejo) para compararla con la diferencia en latitud obteni
da para estos mismos vértices por procedimientos astronómicos. Los trabajos
se extendieron muchos años y confirmaron el aplanamiento de la tierra y el
efecto sobre ella de su rotación.
Efectuadas las observaciones astronómicas sobre los mismos astros que en
Cuenca hallaron como valor del grado 56.767,788 toesas, ó 123.203 varas de
Burgos, verificando de la comparación de estos resultados con los de Mauper-
tuis y Cassino en Laponia y Francia respectivamente, que la Tierra era achata
do por los polos, como predecía Newton. Ciento sesenta y seis años después se
revisaron las observaciones y medidas por una Comisión del Instituto Geográ
fico del ejército francés, con el resultado de confirmar la medida de Jorge Juan
como la más exacta. Es de resaltar, finalmente, que en su informe de la expedi
ción y al tratar sobre el heliocentrismo, Jorge Juan hace la salvedad, cara a la
Inquisición, de incluir la frase "Pero aunque esta hipótesis sea falsa...".
Los marinos españoles fueron los primeros en publicar los resultados cien
tíficos de los trabajos llevados a caso durante la expedición, en unas obras que
pueden ser consideradas como una de las más importantes aportaciones de la
ciencia española a la Ilustración. Las observaciones astronómicas y physicas...
(Madrid 1748), redactadas por Jorge Juan, constan de nueve libros en los que,
22
además de tratar sobre la determinación de la medida del arco de meridiano en
el Ecuador, se presentan los resultados de diversas observaciones físicas y as
tronómicas realizadas durante el tiempo que duró la expedición. El carácter co-
pernicano de muchas de las argumentaciones de Jorge Juan trajo como conse
cuencia algunos problemas con la Inquisición. Francisco Pérez de Prado, el In
quisidor General, exigió que, al citar las teorías de Newton y Huygens sobre el
movimiento de la Tierra, se explicase que se trataba de algo condenado por la
Iglesia. Tras algunas gestiones, se llegó a la solución intermedia de añadir la
frase "...aunque esta hipótesis sea falsa...", después de mencionar las citadas
teorías. A pesar de estos obstáculos, los marinos españoles consiguieron, como
ya se ha dicho, que la edición de los resultados de la expedición se llevase a
cabo en España antes que en Francia. Bouguer publicaría su obra titulada La
figure de la Terre en 1749 y La Condamine haría lo mismo con su libro Mesu
re des trois premiers degrés du meridien en 1751.
La otra obra fundamental que surgió en España como la consecuencia di
recta de la expedición es la Relación histórica del viaje..., (Madrid, 1748), for
mada por cuatro volúmenes y redactada por Antonio de Ulloa. Se trata de una
de las grandes obras científicas escritas sobre América en el siglo XVIII, sola
mente comparable, según Horacio Capel, a la realizada medio siglo más tarde
por Alejandro Humboldt. La Relación histórica del viaje... recoge, además del
relato del viaje de los expedicionarios y de la descripción de los lugares visita
dos, numerosas observaciones sobre vientos, mareas, variaciones de la aguja y
características de la navegación por las costas del Pacífico en la América del
Sur.
Aunque tenga poco que ver con los aspectos científicos, no podemos dejar
de hacer mención a la existencia de otro importante fruto de la expedición de
Juan y Ulloa. Paralelamente a las misiones científicas que les fueron encomen
dadas, los dos jóvenes oficiales de la Marina redactaron un informe reservado
y que podría haber sido fundamental en los acontecimientos del siguiente si
glo, sobre la situación política y militar de los territorios americanos. Este in
forme, entregado para uso exclusivo del Gobierno y de los altos funcionarios
de la Administración de las Indias, no fue divulgado hasta su publicación en
1826 en Inglaterra bajo el título de Noticias secretas de América. Aunque el
objeto principal del informe era la descripción de la situación administrativa,
política y económica de los territorios de la corona, las Noticias secretas de
América incluían informes dedicados al análisis del estado de los puertos y de
las flotas de la costa del Pacífico. Juan y Ulloa redactaron una detallada des
cripción general de las fuerzas navales asignadas a la zona del Mar del Sur,
que sirvió para poner en evidencia los enormes problemas y deficiencias que
tenía la defensa de las plazas americanas y el mantenimiento del poder español
en sus extensos territorios. Otro aspecto importante puesto en relieve por el in
forme de los dos marinos españoles fue el referente a la mala administración y
al consecuente despilfarro económico. La toma de contacto con la situación
negativa de la administración americana, caracterizada por el desorden y la
23
venta de cargos, fue el primer paso dado por el gobierno español para actuar
con propiedad a la hora de aplicar en América las reformas ilustradas que ya se
estaban llevando a cabo en España.
El real observatorio de Cádiz
Continuando con los aspectos científicos de la expedición al regreso de
Jorge Juan y Ulloa de la mencionada expedición, y a la vista de la publicación
de sus resultados, favorables a las teorías defendidas por Newton, el gobierno
de Fernando VI fue tomando conciencia de la necesidad de implantar en Espa
ña uno o más centros dondo se llevasen a cabo investigaciones científicas de
carácter astronómico. La difusión de las teorías newtonianas habían colocado a
la física y la astronomía en la vanguardia de la ciencia moderna. La astrono
mía, concretamente, se había convertido en una disciplina científica con un
gran prestigio social y un importante grado de institucionalización, caracterís
ticas que fueron haciéndose cada vez más patentes conforme avanzaba el siglo.
Y es entonces cuando Jorge Juan, en la plenitud de su creatividad, propuso
y consiguió del Marqués de la Ensenada la creación de un observatorio, anejo
a la Compañía de Guardias Marinas, con la clara misión de incorporar a Espa
ña al floreciente marco de la astronomía europea en la época de la Ilustración.
El almirante Julio Guillen Tato describe así el Castillo de la Villa, sede de este
primer Real Observatorio de la Armada en Cádiz: ...su cercanía a la bahía, con
playa a ella por levante, la elevación notable del Monturrio y lo escarpado de su
banda del sur, inaccesible a posibles enemigos, hicieron lógicamente de esta par
te de la isla gaditana lugar propio para establecer aquí verdaderas acrópolis...
Don Vicente Tofiño, director tras el académico Francés Godín, explica có
mo se hizo la instalación del Observatorio en el Castillo: ...La pieza destinada
para las observaciones astronómicas es una sala que tiene 11,5 varas en cua
dro y está formada sobre la espesa y fuerte bóveda de un torreón antiguo, cu
ya construcción y figura dan bastantes señas de ser obra de los romanos... Por
otra parte del sur se descubre el horizonte del mar, regularmente limpio y cla
ro, por la bondad del clima y bella situación de Cádiz...
Adolfo de Castro, ya en 1858, escribió sobre el Castillo de la Villa este pe
simista augurio que la realidad del paso de los siglos ha ido confirmando:
...Jorge Juan fundó en Cádiz el Real Observatorio Astronómico, en el castillo
de los Guardias Marinas, llamado en otro tiempo de la Villa, y del que hoy só
lo se conserva el solar, y del que mañana apenas se conservará la memoria...
En 1753, con los instrumentos y libros que Jorge Juan habrá adquirido en
París y Londres, inicia su trabajo científico el Real Observatorio de la Armada
en Cádiz, con un prestigio internacional que, basado en la personalidad de
don Jorge Juan, mejoró gracias a la calidad de sus trabajos y observaciones.
Como se ha indicado, los primeros años del naciente observatorio coinci
dieron con el desarrollo y adopción de los instrumentos claves de la navega-
24
ción: el sextante y el cronómetro. El primero apareció en 1731 con un cierto
aspecto de círculo de reflexión y a tiempo para ser estudiado y descrito por
Ulloa, incorporado a la expedición a la América Hispana para la medida del
grado de Meridiano.
El cronómetro, solución definitiva al problema de las latitudes, fue adopta
do en la Armada tras informe favorable de Jorge Juan, que asignó como una
misión importante y adicional, al naciente Observatorio ..la de obtener, estu
diar y difundir la hora para la navegación....
Nada más ser nombrado director del Observatorio el académico francés,
compañero de Jorge Juan en la expedición, don Luis Godín fue comisionado
con la finalidad de ir asignando longitudes más exactas a los distintos lugares
geográficos, ordenándosele que ...pasase a Trujillo a observar el eclipse de sol
que había de suceder el 16 de octubre de 1753, con el fin de fijar la longitud
de aquella ciudad, comparando esta observación con las que se hiciesen en
París y Lisboa... Se pretendía contribuir de esta forma a ir reuniendo informa
ción de calidad en la que apoyar el futuro levantamiento de la carta geográfica
de España.
Fallecido Godín en 1760, fue nombrado para sustituirle en la dirección de
la compañía de Guardias Marinas y del Real Observatorio don Vicente Tofiño,
que al realizar el Atlas Marítimo de España puede ser considerado, con razón,
el auténtico padre de la Hidrografía española.
En 1764 observó el eclipse anular de sol del 1 de abril, con cuyos datos se
determinó como longitud del Observatorio de Cádiz la de 34'24" al occidente
del Observatorio de París.
El 3 de junio de 1769 se produjo el paso de Venus por el Sol, del cual escri
bió La Lande: ...en Cádiz, Tofiño, comandante de los guardias marinas, obser
vó el contacto interno a 7h. 2m. 30s. pero no fue hasta los 7h. 4m. Os. cuando
se vip sensiblemente la luz del sol acostado del borde de Venus...
Al día siguiente, el 4 de junio, observó el eclipse de sol, del que dice Pigre:
...Cádiz, según elfin del eclipse observado por don Vicente Tofiño, está 34'37",
5 más al occidente que París... Como puede verse, el contacto de la entrada en
Venus daba, por tanto, una longitud más occidental a esta ciudad debido, pro
bablemente, a que por estar el Sol en Cádiz muy próximo al horizonte la ob
servación se vio muy dificultada.
Fruto de la labor de Tofiño fueron los dos volúmenes con las observaciones
astronómicas hechas en el Real Observatorio entre 1773 y 1777, elaborados en
colaboración con José Várela y Ulloa.
La obra tiene una introducción en la que se da una idea escueta del Obser
vatorio, sus instrumentos, métodos empleados en las observaciones y precau
ciones tomadas para cerciorarse de su exactitud.
Por ese trabajo, Tofiño fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias
de París como corresponsal de Jean-Charles Borda.
En 1783 se encargó a Tofiño la elaboración del Atlas Marítimo de España,
colaborando en su realización un nutrido número de prestigiosos oficiales de
25
nuestra Armada: Dionisio Alcalá Galiano, José Vargas Ponce, José Espinosa y
Tello, Alejandro Belmonte, Julián Canelas y José María Lanz. El atlas consta
de tres partes: derrotero de las costas de España en el Mediterráneo y su co
rrespondiente de África, derrotero de las costas de España en el océano Atlán
tico y de las islas Azores o Terceras, y Atlas Marítimo de España. El derrotero
de las costas de España incluye una breve historia de la geografía y una des
cripción de la metodología utilizada por la comisión.
Para la determinación de coordenadas se acordó combinar los observacio
nes marítimas con las terrestres y establecer una cadena de triangulación con
bases cuidadosamente medidas, situando los vértices principales en observato
rios desde los que se pudiese determinar exactamente la longitud observando
los satélites de Júpiter. Se fijó el estado de los ocho relojes Berthoud del Real
Observatorio de Cádiz, adoptándose las medidas necesarias para conocer la
hora en cualquier momento. Se utilizaron además los instrumentos adquiridos
en Londres por Jacinto Magallanes: ...Un cuarto de círculo, un péndulo y dos
anteojos acromáticos para las observaciones celestes, un teodolito, cadenas y
agujas para las gráficas, un círculo de reflexión, un barómetro marino y otros
instrumentos... La obra quedó concluida en 1789, impulsándose con la docu
mentación, matrices y cartas levantadas por Tofiño y la comisión por él dirigi
da, la creación del Depósito Hidrográfico.
En la Armada, en el apartado docente, la fundación del Observatorio per
mitió que los oficiales más adelantados pudiesen completar con observaciones
los conocimientos teóricos de astronomía impartidos en el centro, permitiendo
con ello que al cabo de unos años el observatorio terminara convirtiéndose en
una de las instituciones científicas más características de la Ilustración españo
la, con el objetivo primordial de proporcionar al Estado y a la Marina personal
capacitado para tomar las riendas de los proyectos científicos y técnicos de la
segunda parte del dieciocho.
En estas circunstancias, tras la aprobación de las Ordenanzas de 1748 y al
impulso del Observatorio se elaboró un nuevo plan de estudios para la Acade
mia de Guardias Marinas, que recogía la posibilidad de que aquellos alumnos
que demostrasen su capacidad en los primeros cursos pudieran aplicarse al es
tudio de las ciencias matemáticas más abstractas, siguiendo las inclinaciones
naturales de cada uno de ellos. Es en este punto donde podemos encontrar, se
guramente, el germen de aquello que, solamente unos años más tarde, sería co
nocido con el nombre de Estudios Mayores de los oficiales de la Marina.
Sin embargo, los primeros intentos por articular de forma definitiva los Es
tudios de Ampliación, que debían realizar aquellos oficiales que hubiesen de
mostrado su aptitud en la Academia de Guardias Marinas, mediante la conti
nuación de sus estudios y la práctica de la astronomía en el Real Observatorio
de Cádiz, se produjeron cuando, en 1773, Vicente Tofiño y Francisco Javier
Winthuysen propusieron escoger anualmente un pequeño grupo de cadetes pa
ra potenciar su formación. Diez años después, en 1783, el capitán-comandante
de la compañía de Guardias Marinas, Miguel Gastón, repitió la iniciativa, pro-
26
poniendo que algunos oficiales quedasen agregados, a tal efecto, en la compa
ñía bajo su mando. A partir de entonces, durante los años 1783 y 1784, se fue
definiendo una nueva actitud ante los llamados Estudios Mayores, en la que
los observatorios de las Academias, especialmente el de Cádiz, debían desem
peñar un papel muy importante.
Así las cosas, una Real Orden de 29 de mayo de 1783 aceptó una propuesta
mediante la cual los oficiales José de Espinosa, Alejandro Beluzonti, Julián
Ortiz Canelas y José de Vargas Ponce quedaban destinados en el Observatorio
bajo la responsabilidad de Vicente Tofino, director de la Academia de Guar
dias Marinas desde 1768. Inmediatamente, se encomendó a éste la redacción
de un método de estudios y tareas para los trabajos en el establecimiento de los
citados oficiales, que serían ayudados por otros tres que, perteneciendo a la
Compañía, se habían ofrecido voluntariamente: Joaquín Fidalgo, Francisco
Muñoz y Joaquín Francisco Fidalgo. No obstante, tres años más tarde, el curso
de estudios mayores no se había establecido todavía, por lo que Francisco Ja
vier Winthuysen, comandante interino de la compañía, instó a Tofiño para que
los cuatro oficiales que continuaban agregados para realizarlos (José de Espi
nosa, Julián Ortiz Carelas, José María Lanz y Juan Bernacci) se ejercitasen en
la teoría y práctica de la astronomía, y manejo de sus instrumentos, formando
un diario con la marcha del péndulo contrastado con el paso de los astros por
el meridiano.
Por otro lado, Cipriano Vimercati, Director de la Academia de Guardias
Marinas de Ferrol desde su fundación en 1776, consiguió que le fuese aproba
do, en febrero de 1788 un "plan de operaciones" para establecer un curso de
astronomía en el Observatorio de dicha ciudad. Este plan, que recogía y estruc
turaba las tareas a llevar a cabo en dicho Observatorio, comenzaba así:
Primeramente se dividirán los oficiales que están agregados a
esta Compañía de Guardias Marinas y concluyeron los estudios teó
ricos de Cálculo y Astronomía, de suerte que distribuidos por sema
nas que vacasen de la obligación de observatorio atenderán a ins
truirse en otros objetos según la inclinación particular de cada uno, o
a proseguir en hacer un estudios más extensos y profundos de la As
tronomía y Navegación...
Sin embargo, este proyecto no pudo ser desarrollado, pues, dada la escasa
dotación instrumental del Observatorio de Ferrol, una Real Orden de 19 de no
viembre de ese mismo año expresó la necesidad de que los oficiales allí desti
nados se trasladaran a Cádiz para poder realizar las prácticas astronómicas.
Fue a partir de entonces cuando se dejó notar la acción de José de Mazarre-
do, al ordenar una Instrucción provisional del método de servicio y tareas de los
oficiales destinados al Real Observatorio de Cádiz, en la que se establecían de
forma clara y precisa las funciones del personal adscrito a dicho establecimiento.
En la larga introducción que precede a sus 26 artículos, Mazarredo expresó
su convencimiento de que era absolutamente imprescindible el que algunos
27
oficiales se dedicasen plenamente a la astronomía por un período continuado
de tres a cuatro años, tras los cuales podrían escoger entre quedarse fijos en el
Observatorio o solicitar otro destino. Esa era, para él, la única forma de conse
guir que la Marina conservase su aportación nacional fundamental en lo refe
rente a la astronomía, los observatorios y su papel destacado en las expedicio
nes científicas.
Las expediciones ilustradas
Resultado de la actividad docente fue la inquietud científica que impulsó,
desde la compañía de Guardiamarinas las expediciones marítimas del diecio
cho español, con el principal objetivo de la exploración de las zonas margina
les o fronterizas de los territorios ultramarinos. Se trataba de explorar algunas
zonas de las costas Atlánticas y Pacíficas de América que, al ser poco conoci
das, permanecían sin defensas y estaban siendo objeto de los intereses de otras
potencias europeas.
La proliferación de viajes de exploración sufragados por otras potencias
europeas, que pretendían tomar posesión de determinados puntos claves en las
rutas marítimas, dio lugar a una reacción de carácter nacionalista y de presti
gio, contrario a que los extranjeros se atribuyesen el descubrimiento de tierras
que ya habían sido pisadas por los españoles. Por esta causa, el carácter secre
to y defensivo de los viajes llevados a cabo durante la primera parte del siglo,
fue sustituido paulatinamente por una actitud mucho más favorable a la divul
gación de conocimientos adquiridos, de los lugares visitados y de los resulta
dos científicos obtenidos.
Por otro lado, la preocupación por mejorar las comunicaciones marítimas
entre puntos distantes de las posesiones españolas hizo patente la necesidad de
mejorar el conocimiento de la realidad geográfica de muchas tierras que, aun
que pertenecían teóricamente a la Corona española, aún no habían sido coloni
zadas. Era preciso, pues, corregir la cartografía, establecer con precisión las
longitudes y latitudes de los principales puertos y ciudades y mejorar, en lo po
sible, la viabilidad de las grandes rutas comerciales. Según ha constatado en
alguno de sus trabajos Francisco de Solano, durante los reinados de Felipe V,
Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, se llevaron a cabo 19 grandes expedicio
nes transoceánicas. Sus objetivos fueron muy variados, pero en todas ellas los
oficiales de la Armada jugaron un papel protagonista, pues se convirtieron en
verdaderos exploradores de costas y territorios todavía poco conocidos.
Como motivación práctica de las expediciones, no se debería olvidar el he
cho de que tras la progresiva liberalización del comercio ultramarino, culmina
da en 1778 con la aprobación del Reglamento de Libre Comercio, se multipli
có el número de buques españoles en las aguas americanas y filipinas. Ello tra
jo como consecuencia una reciente demanda de derroteros más exactos y de
determinaciones de las posiciones geográficas de las escalas intermedias. No
podemos olvidar que, durante estos años, se produjo la paulatina transición dela navegación tradicional a la navegación astronómica (por métodos científi
cos). Los nuevos métodos e instrumentos fueron puestos al servicio del espíri
tu ilustrado crítico, que pretendía resolver los enigmas geográficos y mejorarlas condiciones del tráfico marítimo.
Entre los numerosos trabajos hidrográficos emprendidos por oficiales de la
Armada, tanto en las costas de la Península como en América y otras posesio
nes de la Corona, merece una mención especial el trabajo hidrográfico por ex
celencia del siglo XVIII, el Atlas Marítimo de las costas Españolas levantado
por Vicente Tofiño entre 1783 y 1789. Vicente Tofiño, director de la Academia
de Guardias Marinas, y sus colaboradores formados en el Real Observatorio de
Cádiz, llevaron a cabo una impresionante labor hidrográfica, plasmada en dos
derroteros, uno de la costa atlántica y otro de la mediterránea, y en la confec
ción de la cartografía correspondiente publicada como atlas marítimo.
No obstante, el esfuerzo hidrográfico español del XVIII no terminó ahí.
Las Secretarías de Indias y de Marina no dudaron en impulsar el reconoci
miento y estudio de aquellas rutas marítimas consideradas de importancia para
la navegación de los españoles. Entre estas expediciones y campañas hidrográ
ficas podríamos destacar las siguientes:
Expedición a la costa NO de América
Partiendo del apostadero de San Blas, creado en 1768 como plaza fuerte y
base de la Armada, una expedición, dirigida en 1774 por Juan Pérez, y otra en
1775 al mando de Bruno de Heceta, comandante de la Fragata "Santiago", con
el objetivo de comprobar la existencia de asentamientos rusos y explorar la
costa hasta los 65° de latitud norte.
Exploración del estrecho de Magallanes
Para conocer en profundidad el estrecho de Magallanes, y decidir si era
una ruta de navegación más conveniente que el rodear el cabo de Hornos utili
zado hasta entonces, dio lugar a una expedición en 1785 al mando de Antonio
de Córdoba en la Fragata "Santa María de la Cabeza". En 1788 una nueva ex
pedición en los paquebotes "Santa Casilda" y "Santa Eulalia", continuó los tra
bajos anteriores con la participación de Cosme de Churruca.
Reconocimiento de las costas de Cuba
Ventura Barcaiztegui, comandante del Paquebote "Santa Casilda", llevó a
cabo en 1788 una campaña para el levantamiento de la costa de Cuba.
Expediciones del Atlas Marítimo de América septentrional
Para los estudios hidrográficos de las costas americanas fueron organizadas
dos divisiones con dos bergantines cada una. La primera de ellas, formada por
los bergantines "Descubridor" y "Vigilante", a las órdenes de Cosme de Chu-
rruca, se dedicó al levantamiento de las costas de las Antillas de Barlovento.
La segunda división, con los bergantines "Empresa" y "Alerta", al mando de
Joaquín Francisco Fidalgo, cartografió las Antillas de Sotavento y las costas de
Tierra Firme y Venezuela.
Expedición al seno Mejicano
En 1802 Ciríaco Ceballos efectuó el levantamiento de las cartas correspon
dientes a la provincia de Yucatán (seno Mejicano) y rectificaron las posiciones
geográficas de Puerto Rico, La Guayra, Portobello y Veracruz, entre otras.
La expedición de Malaspina
La expedición más característica de la Ilustración Española fue la de Ale
jandro Malaspina desarrollada a fines del siglo XVIII.
El viaje fue preparado entre octubre de 1788 y julio de 1789, fecha en la
que partieron de Cádiz dos corbetas de nueva construcción, la "Descubierta" y
la "Atrevida", con 102 personas de dotación cada una de ellas. Los objetivos
de partida para la expedición abarcaban desde el levantamiento cartográfico de
costas y puertos hasta la recolección de datos sobre situación y costumbres de
los indígenas, determinación de posiciones geográficas y estudios zoológicos y
botánicos. Según Ma Dolores Higueras, las misiones asignadas a la expedición
fueron:
— Determinar los puertos y fondeaderos mas idóneos para la Marina Militar.
— Estudiar la eficacia y seguridad de las rutas marítimas.
— Informar sobre la capacidad defensiva de los puertos.
— Informar sobre el estado de los establecimientos de otras potencias.
— Cartografiar las costas americanas del Océano Pacífico.
— Estudiar la flora y la fauna de los lugares visitados.
— Estudiar la situación política y económica de los virreinatos.
El traslado del observatorio a la Isla de León
Como resultado de estas actividades científicas y docentes, durante la se
gunda mitad del siglo XVIII y coincidiendo con los momentos más álgidos del
reformismo borbónico y del impulso oficial a las actividades científicas, el Ob
servatorio de la Armada se convirtió en una escuela práctica de astronomía pa
ra marinos científicos, que gracias a esta preparación podrían participar en las
importantes expediciones cartográficas de finales de siglo. Esta fue la principal
misión de los llamados "Estudios Mayores", curso de ampliación y especiali-
zación por el que fueron pasando la mayor parte de los oficiales científicos de
30
la Marina Ilustrada. Por otro lado, bajo el mando de Vicente Tofiño se llevaría
a cabo el primer programa sistemático español de observaciones astronómicas,
desarrollado entre 1773 y 1776, cuyos primeros resultados vieron la luz unos
años más tarde.
A finales de siglo y siguiendo el progreso de las nuevas instalaciones del
Departamento Marítimo el Real Observatorio de la Armada fue trasladado, en
1793, a un nuevo edificio que se había construido en la Isla de León, hoy San
Fernando. Allí se continuaron con éxito, durante el siglo XIX, los trabajos ini
ciados en Cádiz. No obstante, en la última década del siglo XVIII, todavía hu
bo tiempo para que en Cádiz se pusieran los cimientos de uno de los trabajos
que han marcado la existencia de esta institución hasta nuestros días. A finales
del XVIII, razones de diverso tipo (prácticas, políticas, científicas), llevaron al
gobierno a ordenar la confección de un Almanaque Náutico Español. La nece
sidad acuciante, manifestada por los marinos, de dejar a un lado la dependen
cia de unas tablas de origen francés o inglés, su difícil adquisición y motiva
ciones de prestigio nacional influyeron en esta decisión.
En 1792 fue publicado por primer vez un Almanaque Náutico, colección
de efemérides astronómicas precisas para uso de los navegantes, que liberaba a
los marinos españoles de la dependencia de las publicaciones extranjeras como
el Nautical Almanac, inglés o la Connaissance des Temps francesa. En España,
los trabajos para la elaboración de esta publicación fueron encargados al único
establecimiento cientifico entonces capacitado para llevarlos a cabo: el Real
Observatorio de Cádiz.
El primero se publicó en 1792 e incluía los datos sobre el reciente planeta
Herchel antes de que aparecieran en el "Nautical Almanac" inglés; este planeta
es Urano que, recientemente descubierto, aún conservaba el nombre de su des
cubridor.
El siglo XIX marcó con sus crisis alternativas la actividad científica y do
cente del nuevo observatorio, siendo muy diversos los factores que incidieron
en la negativa evolución de la Marina española durante los primeros años del
siglo XIX. La buena situación naval española que había sido conseguida gra
cias a los grandes esfuerzos de los gobiernos ilustrados se vino abajo debido a
la confluencia de factores políticos y técnicos. Por un lado, habría que tener en
cuenta la negativa influencia del apoyo a las acciones antibritánicas de Napo
león y de la pérdida de las posesiones americanas. Por otro lado, no podemos
olvidar la situación creada por las importantes innovaciones técnicas aplica
bles a la navegación, surgidas como consecuencia de la revolución industrial
que dieron lugar, en un corto espacio de tiempo, al paso de la navegación a ve
la a la de vapor y de los barcos de madera a los buques metálicos y acoraza
dos.
Dos acontecimientos históricos de envergadura marcaron el fin de la poten
cia naval de la Marina Ilustrada que tantos años había costado organizar. El
primero de ellos, y el más citado, fue la batalla de Trafalgar (1805), donde la
sumisión política a los planes de Napoleón dio lugar a una tremenda derrota
31
material y sobre todo moral para la potencia naval española. Así estaban las
cosas cuando estalló la Guerra de la Independencia, en la que gran parte de la
infraestructura técnica y de personal de la Armada fue utilizada y destruida en
las campañas terrestres, mientras los navios se deshacían materialmente ama
rrados en los arsenales que la Ilustración creó y vio crecer.
Esta negativa situación que acabamos de describir incidió, sin lugar a du
das, junto a otros factores, en la impotencia demostrada por España a la hora
de controlar el proceso emancipador de los territorios americanos. Como con
secuencia de ello, España se vio privada de materias primas y del mercado
americano justo en el momento en que había comenzado a desarrollarse la re
volución industrial. La Marina, que había llegado a ser una de las más potentes
del mundo durante la segunda mitad del siglo precedente, tuvo que conformar
se entonces con un papel secundario y con una crisis de identidad en la que lle
gó a ser puesta en duda la necesidad de mantenerla como tal, una vez perdidas
las posesiones de ultramar. Ello explica que la política seguida por los minis
tros de Marina durante el reinado de Fernando VII (Salazar y Vázquez Figue-
roa), fuese encaminada a salvar los restos de la potencia naval del XVIII, más
que a reformarla o revitalizarla.
El proceso de degradación de la Marina fue continuo a lo largo de toda la
primera mitad del siglo XIX. Aunque se mantuvo su estructura orgánica, dise
ñada en la época ilustrada y basada en tres grandes departamentos marítimos
divididos en comandancias, la política de reducción de gastos provocada por la
penuria económica del Estado dio lugar a una escasez de buques y a una drás
tica reducción de personal, que se vio plasmada incluso en el cierre tras su
traslado a la Isla del León de la Academia de Guardias Marinas (1828).
Además, para que todo este plan produjese unos resultados satisfactorios,
Sánchez Cerquero se mostró partidario de sustituir los libros de texto utiliza
dos hasta entonces, tanto en la enseñanza elemental, en la que se utilizaba la
obra de Gabriel Ciscar Curso de estudios elementales de Marina (Madrid
1803), como en los superiores, para los que se recomendaban libros ya emplea
dos por Tofiño.
Y no es hasta 1845 cuando nuevamente se inaugura el Colegio Naval en
la población militar de San Carlos, culminando, en R.O. de 26 de septiem
bre de 1856, una serie de intentos y alternativas desarrollados para restable
cer en el Observatorio de Marina de San Fernando un curso de estudios su
periores, con la intención de continuar la tradición iniciada por Jorge Juan,
en que como se ha indicado impulsó la creación de unos "estudios mayores"
impartidos en las Academias de Guardias Marinas con el apoyo de sus ob
servatorios.
Las razones de estos estudios en el ambiente de discreta recuperación de la
época residían en que la Armada necesitaba para su restauración un cierto nú
mero de oficiales que añadiesen a lo aprendido en el Colegio Naval Militar
una serie de conocimientos científicos básicos, de forma que pudiesen encar
garse de los trabajos y comisiones científica. Se consideraba para ello que no
32
Guardiamarina Quirico Aristizábaly Sequeira (1791-?)
Museo Naval, Madrid
Guardiamarina Enrique Godínez v Miura (¡845-1866)
Museo Naval, Madrid
había en la Armada otro establecimiento más adecuado que el Observatorio de
San Fernando, convertido por entonces en uno de los centros científicos másimportantes en la España de aquellos días.
En 1871, siendo ya director del Observatorio, Cecilio Pujazón presentó un
proyecto de reforma del curso, basado en las siguientes medidas, algunas ya
propuestas con anterioridad:
1. Fijar en cuatro años su duración y en ocho el numero de alumos.
2. Exigir a los alumnos tres años de embarco en la clase de alférez de na
vio y la calificación de aptos para dichos estudios.
3. Utilizar a los oficiales que terminasen el curso en destinos donde pudie
sen ampliar los conocimientos en él adquiridos.
Sus superiores aceptaron estas propuestas y decidieron cambiar la denomi
nación del curso que, a partir de entonces, recibiría el nombre de Curso de Es
tudios de Ampliación de Marina. El plan de estudios quedaba a cargo de los
profesores del Observatorio.
En 1885 se produjo nuevamente una reestructuración de los sistemas de
enseñanza de la Armada que terminó afectando muy directamente al curso de
estudios superiores establecido en el Observatorio, curso que tuvo que desapa
recer al suspenderse con carácter general el ingreso de alumnos en las Escuelas
y Academias de la Marina.
Al año siguiente, ante las necesidades surgidas para cubrir las bajas natura
les de personal, se hizo necesaria la apertura de algún centro de enseñanza e
instrucción donde se pudieran cursar los estudios que facultasen a los oficiales
de Marina y de una academia donde pudieran proceder a su especialización. Así
nacieron la Escuela Naval Flotante, instalada en la fragata "Asturias" y nueva
mente la Academia de Ampliación de San Fernando, en la que se integraron los
estudios superiores, además de los cursos de ingenieros y artillería.
Los cursos siguieron impartiéndose hasta que el plan de cierre de las Aca
demias de Marina determinó, por R.O. de 2 de Abril de 1901, que: "... la Aca
demia de Ampliación quedaría cerrada el 30 del mes actual y excedente todo
el personal dependiente de la misma ... El material quedará a cargo del Obser
vatorio de San Fernando, aunque para evitar gastos de traslado e instalación,
seguirá en el local en que actualmente se encuentra".
Al día siguiente se ordenó que, al no ser de utilidad para el Observatorio
los aparatos y publicaciones de los gabinetes de Física, Química, Industria y
Artillería, se devuelvan a la Junta Facultativa de Artillería de la Armada.
Reorganización y presente
La R.O. de 28 de junio de 1908 dipone que "... en tanto no se determina la
reapertura de la 'Academia de Ampliación de Estudios de Marina' se establez
ca, en el vapor 'Urania', una Academia para que en ella hagan unos pocos ofi-
33
cíales los estudios teóricos y prácticos necesarios para poder desempeñar, co
mo oficiales, el servicio hidrográfico".
La citada orden determina las reglas para realizar estos estudios, fijando las
materias de enseñanza, libros de texto, duración del curso, etc. Y en lo referente
a exámenes ordena: "Examenes. Se hará cada año ... un examen muy detenido
de la labor realizada por los alumnos ... expresando cuando se trate del primer
año, si debe o no seguir el segundo y si de este segundo si está o no en disposi
ción de ser examinado para optar a la certificacióón de aptitud de la especiali
dad, ante una Junta compuesta del director del Observatorio de Marina como
presidente, el subdirector del mismo y el jefe u oficial profesor del curso".
Como consecuencia, desde 1910 a 1927 hubo siete promociones, siendo
declarados aptos para desempeñar destinos de oficiales hidrógrafos un total de
veinte aspirantes.
El Real Decreto de 7 de Diciembre de 1927 creó en el Observatorio la 4.a
Sección con el nombre de Sección de Hidrografía.
En diciembre de 1928, se celebraron en el Observatorio los exámenes para
proveer plazas de aspirantes a cartógrafos, aprobándose el 9 de abril de 1929 el
programa de estudios de los especialistas de Hidrografía, dividiéndolo en dos
grupos, el primero, con una duración de dos años, para cursar materias Físico-
Matemáticas, de Geodesia, de Hidrografía, Oceanografía y Meteorología. El
segundo grupo atendía, con preferencia, a la Astronomía, Mecánica Celeste y
Astrofísica.
Las dos últimas promociones fueron las de 1929/1932 y 1993/1935, de las
que formaron parte trece nuevos oficiales alumnos que habían realizado el
Curso en la Academia de Ingenieros Hidrógrafos.
En 1945, y mediante Ley de 15 de mayo, se produce la reorganización del
Instituto y Observatorio de Marina. Esta Ley recoge la tradición y señala las
misiones del Observatorio, que con algunas variaciones, están en vigor en la
actualidad.
En la parte expositiva la citada Ley expresa: "... Además de su fundamen
tal labor en el campo de las ciencias Astronómicas, el Instituto debe realizar la
doble tradición que arranca desde los primeros años de su existencia cual es la
de proporcionar a los oficiales de la Armada los conocimientos trascendentales
para seguir de cerca los descubrimientos del ingenio humano de aplicación a la
Marina ...".
A la Escuela se le reconoce rango de Enseñanza Superior, cubriendo sus
diplomados, fundamentalmente, puestos de Investigación y Profesorado en la
Armada, especializándose posteriormente una proporción elevada de sus alum
nos en centros y universidades españolas y extranjeras.
Posteriormente, y con la finalidad de que la formación integral de los inge
nieros navales se realizara en España, se reglamentaron en los años 1948,
1966, 1971 y 1979, convalidaciones de estudios para los alumnos del Cuerpo
General y Máquinas que hubieran cursado los dos primeros años del Curso de
Estudios Superiores.
34
Entre 1950 y 1955 se realiza en la Escuela un curso de Formación Físico-
Matemática para las nuevas promociones de Ingenieros de Armas Navales, es
tableciéndose a partir de 1968 un curso, fundamentalmente matemático, para
los futuros ingenieros electricistas y electrónicos de la Armada como fase pre
via a su especialización en otros centros docentes.
Se reorganiza finalmente en 1970, con el nombre de Escuela de Estudios
Superiores en Ciencias Físico-Matemáticas y manteniendo su rango de Centro
de Enseñanza Superior, para cumplir, fundamentalmente, las misiones funda
mentales de:
— Formar el núcleo de un profesorado cualificado para las Escuelas Supe
riores de la Armada.
— Dar una preparación Físico-Matemática superior a aquellos jefes y ofi
ciales que, como parte de su formación, lo precisan.
— Formar y especializar al personal Científico y Técnico del Instituto y
Observatorio de Marina.
- Asesorar al Estado Mayor de la Armada en el campo de las ciencias Fí
sico-Matemáticas.
El Real Instituto y Observatorio de la Armada en el presente
de la Astronomía
Han transcurrido casi cuatro siglos desde qué Copérnico sentó las bases del
heliocentrismo y, tras su lenta preparación de centurias, la Astronomía ha ex
perimentado, en estas últimas decadas, un desarrollo esencial que nos permite
vivir nuevamente muchos aspectos de aquella época de la Ilustración.
Como hemos visto, las bases de la astronomía surgen tras el invento del te
lescopio, que permitió extender la visión humana destruyendo, empíricamente,
el viejo modelo de orden y jerarquía que durante miles de años habría pervivi
do. Se observó que la Luna tenía cráteres, había un anillo alrededor de Satur
no. Venus presentaba fases observables. Júpiter tenía satélites. Marte presenta
ba variaciones de color estacionales, había manchas solares, las estrellas no es
taban solas, algunas aparecían en pares, otras en cúmulos regionales, había
nebulosas brillantes y oscuras, proponiendo Herschel un modelo en el que la
estructura de nuestra galaxia alcanzaba 100.000 años luz.
Los fundamentos de la Mecánica Celeste afianzaron las predicciones de la
Moderna Astrometría, pudiendo preverse en posición, y posteriormente obser
var, nuevos planetas que completaron nuestro Sistema Solar.
Finalmente, y ya en nuestro siglo, la física atómica y nuclear posibilitó el
nacimiento de una nueva ciencia, la Astrofísica, siguiendo el desarrollo de la
Astrofotografía y la Espectroscopia, abriendo nuevas puertas, a la compren
sión del Universo con la posibilidad de estudiar, en la distancia, la composi
ción química y el estado físico de los cuerpos celestes.
35
En nuestro siglo el desarrollo de los telescopios y fotomultiplicadores per
mitió al hombre profundizar más allá de nuestra galaxia. Si el ojo humano hu
biera abarcado el margen de frecuencia de los radiotelescopios veríamos el
brazo espiral de la galaxia a través de nubes de Hidrógeno neutro y nubes mo
leculares.
La época espacial ha permitido el aterrizaje en diversos planetas de nuestro
sistema solar y, prácticamente la totalidad del espectro ha sido estudiado por
sondas espaciales desde el espacio exterior y sin interponerse la atmósfera.
En estas condiciones y resueltos los problemas primarios de la Astronomía
Náutica, los observatorios navales han abordado otros problemas y desarrolla
do otros procedimientos que antes se consideraron secundarios y que hoy ad
quieren relieve en bien de la ciencia.
Al aumentar las precisiones aparece en la Astrometría, con relevancia es
pecial, la necesidad de definir sus sistemas de referencia, abriendo el progreso
a los estudios de la dinámica Tierra-Luna; las leyes que rigen nuestro Sistema
Solar, base de las efemérides; los movimientos de los planos fundamentales,
precesión y nutación, mediante observaciones del sol y Astros; la medida y
análisis de la rotación de la Tierra; la mejora de las posiciones y movimientos
propios del actual sistema de referencia estelar con observaciones meridianas y
su posterior extensión a magnitudes altas por medios fotográficos; el perfec
cionamiento de los catálogos; la conexión del sistema de referencia fundamen
tal con el sistema definido por la radioastronomía sobre la posición de fuentes
en nuestra galaxia, y con el sistema cuasi inercial que proporcionan los objetos
extragalácticos; el estudio y perfeccionamiento del Tiempo Atómico Intenacio-
nal, referencia del parámetro tiempo y base de la escala de frecuencias; la geo
desia espacial y las aplicaciones de los satélites a la geodinámica, geofísica,
potencial terrestre, mecánica celeste y fundamentalmente a la navegación.
En estos últimos años se está asistiendo al desarrollo de una nueva técnica as
tronómica que se basa en el descubrimiento de que algunos pulsares poseen perío
dos particularmente estables. Los pulsares de milisegundos se denominan así por
que el período de sus pulsos radios está en el orden de varios milisegundos.
Un pulsar es una estrella de neutrones extremadamente densa, debido a que
su masa es del orden de la del sol y está concentrada en una esfera de una de
cena de kilómetros de radio.
En estas condiciones los campos magnéticos son muy intensos creando una
magnetoesfera muy importante con campos eléctricos potentes entre los extre
mos polares de la estrella. Además y conforme a las teorías actuales, las nubes
de electrones generadas en la superficie de las estrellas son aceleradas a lo lar
go de las líneas del campo magnético, por un proceso físico complejo, gene
rando una emisión de radio intensa y dirigida, preferentemente, a lo largo del
eje del campo magnético.
Si como consecuencia de lo anterior se admite que este período es constan
te con el tiempo, habríamos definido una escala de tiempo uniforme y cósmica
donde las variaciones aparentes que se observan son debidas, únicamente, a
36
los movimientos del observador; y en particular al movimiento orbital de la
Tierra alrededor del sol, al que se sobrepone como ocurre con toda medida
desde Tierra, el efecto perturbador de nuestra atmósfera.
Todo ello deja entrever una tecnología que asombraría a los astrónomos
que en el pasado buscaban una técnica adecuada, que permitiera generar el re
loj preciso que necesitaban para resolver el eterno problema de la determina
ción de la longitud. El reloj existía, estaba sobre ellos, era un reloj cósmico
más allá de nuestro sistema Solar en el interior profundo de las Galaxias.
También estamos viviendo la época de la automatización de los programas
de los propios instrumentos de observación, lo que nos permite trabajar con el
ordenador, sin mirar por el ocular, eliminando, de este modo, al más primitivo
de todos nuestros instrumentos astronómicos; el ojo..., y estamos presencian
do, también, nuevos descubrimientos en nuestra peculiar astronomía al ver có
mo se multiplican por algunas unidades la precisión de nuestras observaciones
y por miles de millones la precisión de anteriores medidas del tiempo. Y sobre
todo, estamos asistiendo a la aparición de nuevas técnicas arrolladuras como
son las observaciones radar sobre los satélites artificiales y los planetas, las
técnicas Ínterferométricas dentro de las grandes bases terrestres y las medidas
telemétricas dentro del sistema solar, empleando impulsos láser o radar, técni
cas en las que ya estamos trabajando.
Y en esta situación aparece la realidad del presente, y dentro de él, como
empresa inmediata de una Astrometría Óptica Española, que realizada desde la
Armada se encuentra en la base de la moderna Astronomía Óptica Europea,
materializada actualmente en las observaciones del Roque de los Muchachos
con el Círculo Meridiano Automático Carlsberg, enriquecido, a todo el Univer
so, con la situación en el Hemisferio Sur del nuevo Círculo Meridiano Automáti
co de la Armada en San Fernando, que conjuntamente y automatizados al mis
mo nivel, permitirán en el futuro ampliar la metrología del Cielo hasta aquellas
magnitudes actualmente vedadas a la observación de los satélites.
Las señales recibidas desde el remoto Espacio o reflejadas en un satélite
son extraordinariamente débiles, y a partir de ellas, debe extraerse la informa
ción y efectuar sus análisis. Los trabajos científicos de observación exigen un
trabajo continuo que, para mejorar en rendimiento, o por necesidades de la ve
locidad de reacción exigida, sólo pueden resolverse a través de una automati
zación de procedimientos y sistemas.
Los medios y métodos son de aplicación inmediata a la Ciencia e Industria.
Los métodos espaciales han exigido reducir el tamaño y el peso de las piezas
sin reducir el nivel de servicio. Todo ha conducido, en el próximo pasado, a
desarrollos espectaculares que, como las aplicaciones electrónicas de la física
del estado sólido, condujeron a los sistemas híbridos, circuitos integrados e
impulsaron el diseño de los chips y los microprocesadores cambiando, no sólo
los modelos industriales de producción y los sistemas, sino, evidentemente, los
métodos y niveles tecnológicos e incluso la vida individual y, quizá en el futu
ro la forma de trabajo.
37
Y para finalizar, cabe hacer una última reflexión sobre el Observatorio y su
aportación directa en el campo docente. La visión asombrosa de Jorge Juan
concibió en el pasado los beneficios de unir ciencia y enseñanza. El Observa
torio nació en el seno de la Academia de Guardiamarinas, como laboratorio
para estimular el conocimiento práctico de los futuros oficiales. Con su trasla
do y crecimiento en San Fernando, el Observatorio ofreció la posibilidad de
unir nuevamente ciencia y enseñanza básica superior. El investigador perma
nente une los conocimientos teóricos y prácticos de un investigador activo,
continuamente actualizado en los temas concretos de los fundamentos prácti
cos de las bases de la ingeniería. Queda de esta forma asegurada no sólo la evi
dencia de una economía eficacia-coste, sino lo que es más importante, la cali
dad, evolución y continuidad de una actividad docente superior que nació en la
ya lejana época de la Compañía de Guardiamarinas, que vio nacer y crecer la
Armada de la Ilustración y que desde entonces ha ofrecido a España durante
240 años la continuidad de su esfuerzo inteligente.
38
GABRIEL CISCAR Y EL
SISTEMA MÉTRICO DECIMAL (*)
José Luis Peset
C.E.H.-C.S.I.C.
A Juan Gutiérrez Cuadrado
La ciencia española y la Ilustración
El siglo XVIII se caracterizó por una indudable mejora de la ciencia españo
la. Tras el período de decadencia que para el saber científico —no para el arte—
supuso el Barroco, en la Ilustración se reunieron varias causas para llevar ade
lante importantes novedades en este terreno. Por un lado, la monarquía entrante,
la casa francesa de los Borbón, practicaba una política tendente al apoyo de las
ciencias, creando instituciones adecuadas para su cultivo. Por otro, mejoras en el
comercio con América y en el rendimiento de los campos y las manufacturas pe
ninsulares permitieron un estado de bonanza en el que actividades hasta entonces
poco atendidas pudieron ser consideradas. Con la reunión de ambos factores,
aparecieron importantes instituciones —y mejoraron las antiguas— permitiendo
en su seno la aparición de notables figuras de nuestra ciencia.
Tradicionalmente, la ciencia española había tenido dos puntales importantes
para su cultivo. Por un lado, el ejército se había interesado mucho en la creación
de instituciones docentes en donde formar sus profesionales, pues se veía claro
que era necesaria una adecuada formación técnica para poder ejercer su profesión.
Temas de cartografía, de náutica, de artillería, de ingeniería... eran necesitados por
los militares para poder controlar el inmenso imperio español. Aunque siempre se
producirá en el seno del ejército una dura tensión entre los militares que quieren
que sus herederos se formen principalmente en los campos de batalla y quienes
prefieren que acudan a las aulas, en el siglo XVIII unos cuantos políticos y oficia
les decidirán que es preciso mejorar la instrucción del ejército español. Se produ
ce incluso un fenómeno importante, que es la incorporación de una buena parte
de esos oficiales al quehacer científico europeo, sobre todo tras la participación de
los marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa en la expedición al Perú organizada a
partir de una iniciativa de la Academia de Ciencias de París (1).
(*) Programa de investigación DGCYT PB91 -0068.
(1) Antonio Lafuente, Manuel Selles, El Observatorio de Cádiz (1753-1831), Madrid, Insti
tuto de Historia y Cultura Naval, 1988; Horacio Capel, Joan Eugeni Sánchez, Ornar Moneada,
De Palas a Minerva. La formación científica y la estructura institucional de los ingenieros mili
tares en el siglo XVIII, Barcelona, Serbal/C.S.I.C, 1988; María Dolores Herrero Fernández-
Quesada, La enseñanza militar ilustrada. El Real Colegio de Artillería de Segovia, Segovia,
Academia de Artillería de Segovia, 1990; Francisco Andújar Castillo, Los militares en la Espa
ña del siglo XVIII. Un estudio social, Granada, Universidad, 1991; Encarnación Hidalgo Cáma-
39
Por otro lado, junto al papel representado por el ejército está también el in
terpretado por la iglesia, máxima depositaría de la ciencia y la cultura desde si
glos atrás. Es evidente que tanto las universidades y los colegios, como mu
chas de las instituciones de enseñanza y cultivo de la ciencia estaban regenta
das por la iglesia. A veces por derecho fundacional e institucional, a veces
porque el dinero y el profesorado pertenecían a ella más o menos directamen
te, pero siempre la presencia de figuras eclesiásticas es importante en el saber
tradicional español. Incluso en pleno siglo XVII, de gran decadencia científica
para España, las únicas instituciones que cultivan el saber son de cuño ecle
siástico. Me refiero, por ejemplo, al Colegio Imperial de Madrid que, a princi
pios del siglo, recoge la instrumentación y las cátedras de la Academia de Ma
temáticas de Felipe II, siendo capaz durante muchas décadas de mantener un
mínimo rescoldo en el que recibir las novedades científicas europeas (2). Sien
do ejército e iglesia instituciones paralelas, sin embargo no suele haber dispu
tas entre ellas, pues sus alumnos eran en general distintos y su interés por la
ciencia podía unirlas. Así no es extraño ver el papel de los jesuítas —me refie
ro a Cerda y Eximeno— en las escuelas de Barcelona y Segovia, o bien a los
militares —así Jorge Juan— sustituir a la Compañía, tras su expulsión, al fren
te del Seminario de Nobles de Madrid (3).
Los militares introducen varias novedades en el terreno de la enseñanza y
de la ciencia, así mencionaré: 1) el uso de la lengua castellana; 2) la prepara
ción de "manuales" o "libros de texto"; 3) la realización de exámenes; 4) el in
terés en la enseñanza práctica, y 5) la introducción de nuevas disciplinas. En
primer lugar, la lengua es tema importante, pues el setecientos es momento en
que las distintas naciones están sustituyendo el latín por sus lenguas propias.
No extraña que los libros redactados para los centros militares estén —a dife
rencia de los universitarios— redactados en castellano, con lo que se produce
un importante proceso de castellanización del vocabulario científico. Pero in
cluso es Jorge Juan quien recomienda a la Academia de Bellas Artes que se
encargen libros de matemáticas a Benito Bails, para la enseñanza tanto en su
seno como en la Universidad (4). En segundo lugar, es importante la aparición
de manuales modernos, resumidos, que presentan al día —o casi al día— la
completa disciplina que se ha de cursar. Ya notables los de Fernández de Me-
drano, en el siglo XVIII se cultivó mucho esta vertiente docente.
ra, Ciencia e institución militar en la España ilustrada. El caso de la Artillería, Madrid, Univer
sidad Nacional de Educación a Distancia, Tesis Doctoral inédita, 1993.
(2) José Simón Díaz, Historia del Colegio Imperial de Madrid. 2 vols., Madrid, Instituto de
Estudios Madrileños/C.S.I.C, 1952-1959.
(3) José Luis Peset, "Ciencia, nobleza y ejército en el Seminario de Nobles de Madrid
(1770-1788)", Mayans y la ilustración. Simposio Internacional en el Bicentenario de la muerte
de Gregorio Mayans, Valencia-Oliva, 30 sept.-2 oct., 2 vols., Valencia, Publicaciones del Ayun
tamiento de Oliva, 1981, II, pp. 519-535.
(4) Juan Gutiérrez Cuadrado, "Mayans y la lengua de la ciencia", Mayans y la Ilustración,
I, pp. 319-346.
40
En tercero y cuarto, mostraré otras dos importantes novedades docentes,que permitían un mejor aprendizaje de la ciencia. A una enseñanza memorísti-
ca, tan sólo controlada por grados, en las universidades, se opone una enseñan
za marcial que quiere mostrar la realidad y cómo a partir de su manipulación
se puede aprender. Por ello, las instituciones militares contarán con laborato
rios, salas clínicas, colecciones, etc., todo aquello que permite una nueva inte
lección del aprender. Intelección que se complementa con una averiguación
más exigente de que el alumno ha aprendido su materia, por medio de exáme
nes cada vez más rigurosos. Por fin, en quinto lugar, es importante la aparición
de nuevas disciplinas, lo que quedó claro tras los estudios de Norberto Cuesta
Dutari, quien mostró cómo los nuevos saberes matemáticos habían ido intro
duciéndose a través de las escuelas de militares (5). Y lo mismo se puede decir
de otras actividades y conocimientos, tan diversos como la balística, la química, la hidrografía o la enseñanza de la clínica médica.
Gabriel Ciscar y Ciscar
Nacido en Oliva (Valencia) en 1759 (ó 1760), ingresa joven en la Acade
mia de Cartagena, donde recibió su formación como marino. Su carrera fue
brillante, destacando sus viajes por América, tomando parte junto a Solano en
la toma de Pensacola. Al parecer vuelve en 1783 a Cartagena para continuar
con los estudios superiores y comenzar allí su carrera como docente, que lo
llevaría a la redacción de importantes libros de texto y a ocupar el puesto de
primer maestro de matemáticas y de director de la Academia. A principios de
los noventa es sustituido en la docencia por su hermano, para que pueda encar
garse de la redacción de sus libros, que iban a ser muy útiles a la marina al me
nos hasta bien entrado el siglo XIX. Una real orden de 30 de agosto de 1798 lo
comisiona para asistir en París a las reuniones que el Instituto Nacional fran
cés, por orden del Directorio, iba a realizar para la unificación de pesos y me
didas. En su viaje irá acompañado del matemático Agustín Pedrayes. En la
propuesta que a su favor hizo el general Lángara se lee: "La superioridad de
conocimientos de Ciscar es tan generalmente reconocida, que aun sus mismos
émulos no pueden negarle que es el primer hombre de la nación consideradopor su saber matemático" (6).
Al empezar el nuevo siglo, Ciscar pasa de comisario provincial a comisario
general de Artillería, compartiendo destino entre Cádiz y Cartagena. Al esta
llar la guerra de la Independencia, toma partido por el rey Fernando, conté -
(5) Norberto Cuesta Dutari, Historia de la invención del análisis infinitesimal y de su introducción en España, Salamanca, Universidad, 1985.
(6) José Segura Obrero, "Aportaciones al estudio de un marino ilustre: Don Gabriel de Cis
car y Ciscar", Revista de Historia Naval, VII, 25, 1989, pp. 89-100, cita en 93. Este autor cam
bia su fecha de nacimiento habitual de 1760 por 1759.
41
niendo la invasión desde Cartagena. Se integra en la Junta Central Suprema, ejer
ciendo diversos destinos militares, siendo llamado en 1810 al Consejo de Regen
cia. La vuelta del rey Fernando supuso para él la cárcel y el destierro a Oliva, has
ta 1820 en que gracias al sistema constitucional volvió a desempeñar el puesto de
Consejero de Estado, siendo promovido a teniente general. Vuelve a ser nombra
do regente del reino y a la vuelta del absolutismo se refugiará en Gibraltar, donde
subsistirá hasta su muerte en 1829 gracias a una pensión de Wellington.
Fue un excelente astrónomo, entrando de lleno en los principales proble
mas de la ciencia de su época. "Entre sus trabajos científicos deben citarse los
métodos gráficos ideados para corregir las distancias lunares y determinar las
longitudes en el mar (Explicación de varios métodos, 1803) y los cálculos rea
lizados sobre la figura de la Tierra a partir de las determinaciones de la longi
tud del péndulo que bate segundos, descritas en la Memoria sobre las observa
ciones astronómicas hechas por los navegantes españoles en distintos lugares
del globo, ordenadas por José Espinosa y Tello (1809)" (7). Y no menos im
portantes, y de ellos nos ocuparemos, son los dos escritos dedicados a la adap
tación del nuevo sistema métrico decimal a España, tras su vuelta de París.
De gran interés son también sus libros dirigidos a la enseñanza y perfeccio
namiento de la marina, acorde con sus puestos de profesor y director en Carta
gena y con la real voluntad que lo había dispensado de sus funciones para de
dicarse a estas tareas. Citemos, en primer lugar, su reedición y ampliación del
Examen marítimo de Jorge Juan, hecha en 1793. Y no podemos olvidar el que
fue el más importante texto de estudios en la Armada, casi durante un siglo.
Me refiero al Curso de estudios elementales de marina, escrito de orden de
S.M., que reúne en cuatro tomos los más necesarios conocimientos para el ma
rino, es decir, el pilotaje más nociones importantes de maniobra y artillería. En
el primer tomo se ocupa de aritmética, en el segundo de geometría, en el terce
ro de cosmografía (en el que muestra su buen oficio y saber) y en el cuarto de
pilotaje. Supone una cima de la larga tradición docente de la marina, apoyada
en "reflexiones fundadas en la naturaleza y uso de las cosas, y en una larga
práctica de enseñar, examinar y dirigir a los Maestros". Esta elegante frase de
su introducción nos acerca a aspectos importantes del pensamiento de Ciscar, a
la importancia de la práctica, a su tradición dentro de los estudios de marina y
al empeño que, como buen ilustrado, tendrá en seguir a la naturaleza (8).
(7) Víctor Navarro Brotóns, en José María López Pinero, et al, Diccionario Histórico de la
Ciencia moderna en España, 2 vols., Madrid, Ediciones Península, 1983, I, pp. 226-228, cita en
227. J. F. López Sánchez, M. Valera, "Métodos gráficos de corrección de las distancias lunares.
Introducción a los métodos de Gabriel Ciscar", en M. Valera, C. López Fernández (ed.), Actas
del V Congreso de la Sociedad Española de Historia de la Ciencia, Murcia, D.M.-P.P.U., 1991,
pp. 1.928-1.943.
(8) Gabriel Ciscar, Curso de estudios elementales..., 2." ed., Madrid, 4 tomos en 2 vols., Im
prenta Real, 1811, cita en Introducción. Utiliza medidas antiguas, pies, pulgadas, líneas, millas
marinas, lenguas...
42
Como docente, fue muy importante su papel en la mejora del Curso de Es
tudios Superiores de la Armada, es decir de los conocimientos que los mejores
marinos debían adquirir como complemento de su carrera. Su papel es casi el
de científicos consagrados, pues deben decidir en la introducción y hallazgo de
novedades. Se quiere formar "algunos Oficiales teóricos capaces de juzgar el
mérito de un nuevo descubrimiento, examinar los errores de que pueden ser
susceptibles las prácticas establecidas, estudiar en el mejor modo de facilitar
las y enmendarlas, y en una palabra que den el tono a que deben ajustarse los
demás, a quienes les basta tener unos conocimientos generales de las cosas".
Para el estudio recomienda las más importantes disciplinas, como álgebra y
cálculo infinitesimal, mecánica e hidrostática, aplicaciones a la construcción,
óptica y astronomía. Como textos propone los de La Caille, con Newton para
óptica, para mecánica el Examen marítimo y para astronomía la Astronomie de
Lalande.
Pero hay que insistir en la importancia que concede a la enseñanza práctica
y por ello a los instrumentos y al observatorio astronómico. "La incertidumbre
en que nos hallamos sobre algunos de los puntos más interesantes —escribe al
hablar de las ciencias físico-matemáticas—, y los errores en que han incurrido
tal cual vez los Geómetras más sabios, penden casi siempre de haber apoyado
con alguna ligereza sus Teorías sobre hechos mal examinados, o consideracio
nes puramente abstractas, poco conformes al modo con que la naturaleza pro
duce sus efectos. Sin el arte de consultar la naturaleza y arrancarle (digámoslo
así) su secreto a fuerza de experiencias, la Matemática sería un compuesto de
principios tan evidentes como insípidos para todos aquéllos que guiados por
una vana filosofía miran con indiferencia las meras curiosidades, y no hacen
de los conocimientos más aprecio que el correspondiente a la utilidad que de
ellos nos puede resultar." Se comprende, tras estas palabras, que entre en la
tradición expedicionaria de Jorge Juan. "A no haberse ofrecido la medida del
grado terrestre inmediato a la equinoccial, quizá hubieran pasado muchos años
sin que la España tuviese la satisfacción de haber producido un Jorge Juan" (9).
Pero la actividad docente de Ciscar nos lleva curiosamente a otro texto
muy diverso, me refiero al escrito didáctico Poemafísico-astronómico, en siete
cantos, compuesto en 1828 y dedicado a su protector y aliado Wellington. Se
trata de una cosmología, en forma de verso, en que se quiere introducir la cien
cia moderna. Está realizado como "texto para la enseñanza" y con él se quiere
conseguir "familiarizarse con la nomenclatura castellana, propia de dichas
ciencias". Se trata pues de un intento de crear un vocabulario científico espa
ñol, huyendo como afirma explícitamente, de galicismos, "de que se hallan
atestados tantos escritos sobre materias facultativas". Prefiere revalorizar fra
ses y voces anticuadas, e incluso recurrir el latín. Considera que está en la tra
dición de los clásicos, en especial de los poemas didácticos, pero también cita
(9) A. Lafuente, M. Selles, El Observatorio de Cádiz..., 228 ss., citas en pp. 236-238.
43
—al hablar de sus preocupaciones poéticas— a Garcilaso, aunque con cierta
crítica (10).
Pero quiero señalar dos aspectos del poema que me interesan. Se trata de
un intento de terminar con antiguos prejuicios religiosos, así insiste en mante
ner que no es herejía decir que la tierra es redonda y defender su movimiento.
Afirma que es válido decir que hay antípodas y que el cielo se extiende por de
bajo de la tierra. Los demonios no causan tempestades, ni los ángeles las auro
ras boreales, ni las almas de los difuntos los fuegos fatuos. Tampoco puede
afirmarse que los volcanes son las puertas del infierno. Pero quiere mantener
el respeto ilustrado por la naturaleza, a la que denomina "Madre común de to
dos los vivientes", así como "Madre venerable". La naturaleza, como principio
divino de movimiento para los clásicos, para los cristianos es un trasunto de la
omnipotencia divina. No resultan, por tanto, en un poema científico y didácti
co estos versos:
Y, el varón justo y sabio, reclinado
En un blando sillón, dirige al cielo
El semblante sereno y sosegado;
Se duele de los males, que en el suelo
La tempestad produce; resignado,
Admira el poderío y la grandeza
De la Naturaleza
A las supremas leyes obediente;
Y su corazón, puro y esforzado,
Eleva al Criador Omnipotente (11).
Y tampoco extraña que en el poema —a diferencia de su Curso— nos ha
ble del metro o medidera, intentando así superponer una palabra castellana y,
no menos, refiriendo su origen a las mediciones del grado de meridiano, tanto
el de Perú como el más reciente entre Francia y España.
El sistema métrico decimal
En Francia, desde mediados del siglo XVIII, voces diversas se alzan para
conseguir una unificación del complejo sistema de medidas. La Condamine,
que había dirigido la expedición para medir el grado del meridiano en Perú
—de forma paralela a como Maupertuis lo había hecho en Laponia (12)—, ha
bía señalado un doble camino, tanto propone la universalización de la "toesa"
(10) G. Ciscar, Poema físico-astronómico, publicado y anotado por Miguel Lobo, Madrid,
M. Rivadeneira, 1861, Prólogo del autor, xxxiii, xxxi, xxxv y siguientes. Por ejemplo, cita a Lu
crecio y las Geórgicas, entre otros clásicos.
(11) G. Ciscar, Poema físico-astronómico, 43-44, 55-56; sobre metro o medidera 102-103.
(12) Antonio Lafuente, Antonio Delgado, La geometrización de la Tierra (1735-1744), Ma
drid, C.S.I.C, 1984; P. L. Moreau de Maupertuis, El orden verosímil del Cosmos, introducción
y traducción de A. Lafuente y J. L. Peset, Madrid, Alianza, 1985.
44
de París, como la utilización como medida de la longitud del péndulo que bate
un segundo en el Ecuador. Pero el interés por estos cambios se incrementa con
la llegada de la Revolución, pues de inmediato —en 1790— Condorcet pre
senta a la Academia de Ciencias la propuesta hecha por Talleyrand a la Asam
blea Nacional para adoptar como medida universal la longitud del péndulo que
bate un segundo en el paralelo 45. Tras varias propuestas —por ejemplo, Brisson
propone ese mismo año la misma medida pero sobre el paralelo de París— y el
trabajo de varias comisiones, animadas por diversas instancias políticas, se lle
ga a la proposición del sistema métrico decimal.
Las novedades llegaban a las medidas de longitud, peso y capacidad e inclu
so se quería alterar las de tiempo, cambiando desde la medida de los meses y
años, hasta la de las horas. Si bien estos últimos cambios no tuvieron éxito —se
construyeron, sin embargo, algunos relojes decimales y se fechó por unos años
con el calendario revolucionario— el metro quedó establecido para Francia —y
países aliados— como la base del sistema de medidas. Se fijó su longitud en la
diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano, así como la división decimal.
El 26 de marzo de 1791 la Asamblea aprueba los trabajos de la Academia, y el
Rey sanciona el día 30. Dos importantes trabajos se derivaban de esta nueva or
denación, por un lado la medición del arco del meridiano de París desde Dunker
que a Barcelona, que comienza en 1792. Por otro, la reunión en 1798 por orden
del Directorio y a cargo del Instituto de una comisión internacional de sabios que
debían estudiar, controlar y aceptar las nuevas medidas. Como es bien sabido,
Inglaterra se opondrá desde el principio a las novedades, quedando su área de in
fluencia fuera del nuevo sistema métrico decimal (13). Motivos políticos y eco
nómicos, más que científicos, intervinieron en esa división del mundo.
Bajo esas notables novedades políticas y científicas, subyacen diversas
causas tan profundas como poderosas. Por un lado, la ciencia europea del siglo
XVIII necesitaba unos instrumentos de medida adecuados para poder combatir
el error y mesurar adecuadamente la naturaleza. Para las contiendas acerca de
la forma y tamaño de la tierra eran necesarios, pero también para otras activi
dades tales como la cartografía, la ingeniería, la náutica o la balística. Por otro,
el siglo XVIII conoce importantes novedades políticas, así el comienzo de la
sustitución de la vieja nobleza por la burguesía, y ésta quiere arrebatar a aqué
lla el control de las medidas, que les servían para sus ganados, sus tierras o sus
impuestos. Por fin, por otra parte, en estos años hay duros cambios en el
sistema económico europeo e internacional. Se forman los mercados naciona
les —cayendo las antiguas barreras feudales— y las potencias europeas luchan
por imponer sus manufacturas controlando el comercio americano. Las nuevas
unidades de medida —que afectaban también a la capacidad, al peso y a lamoneda— eran de extrema urgencia (14).
(13) S. Debarbat, A. E. Ten, Métre et systéme métrique. Valencia, C.S.I.C/Universidad, 1993.
(14) Witold Kula, Las medidas y los hombres, Madrid, siglo XXI, 1980.
45
En España existía la misma diversidad de medidas que en Francia y los re
yes habían desde siempre intentado su unificación. Desde que la corona empe
zó a incrementar su poder, vemos a Alfonso X apoyando la vara toledana y a
Felipe II la burgalesa. Felipe V había intentado reunir las principales medidas
en aras a una normalización. El ejército se había interesado y así Juan y Ulloa
en su participación en la expedición al Perú habían unificado las medidas cas
tellanas con la toesa parisina. La Real Sociedad Militar de Matemáticas de
Madrid también había recibido el encargo de estudiar las medidas y así vemos
cómo intervienen Aranda y Mayans para realizar estudios sobre las viejas uni
dades romanas (15). Y, ya hemos visto, cómo es enviado Ciscar en 1798 a Pa
rís para tomar parte en la reunión del Instituto Nacional.
A su vuelta, escribirá una interesante Memoria en que defiende la introduc
ción del nuevo sistema, si bien quiere que se adapte a España. Ve bien los pro
blemas que su novedad creará, pues no es fácil quitar viejas costumbres y riva
lidades provinciales y nacionales. Para ello quiere un sistema que se adapte a
la lengua, a la razón y a la naturaleza. Si la marina —y el ejército— podían
aceptarlo y difundirlo con facilidad, la sociedad española no respondería, co
mo así fue, con tanta obediencia. Pero era necesaria su introducción, pues faci
litaría economía y marina, actos administrativos y enseñanza. Por ello quiere
sustituir al vocablo "metro" el más castellano de "medidera" o "vara decimal",
y también introducir terminaciones españolas para múltiplos y divisiones de
origen latino. Ya vimos su enemiga al francés y su predisposición hacia revali
dar el castellano o el latín. Acepta bien el carácter decimal del nuevo sistema,
pues facilita el cálculo. La terminología que propone también establece un ra
zonable convenio terminológico con la naturaleza (con la medida de la Tierra),
por tanto ésta y la razón apoyarían la novedad. "Estas son las principales ven
tajas inherentes al nuevo sistema métrico; y es muy superior a todas ellas la
que resultaría al Comercio y a las Artes de la adopción universal de las nuevas
medidas y pesos decimales. La Naturaleza y no la Francia, es la que nos la pre
senta. Aceptémoslas a imitación de nuestra aliada natural, con la que tenemos
tantas relaciones comerciales. Estas se simplificarán sobremanera con la uni
formidad propuesta de pesos y medidas" (16).
El papel de Ciscar en la introducción del sistema métrico decimal fue im
portante, pues no sólo redactó la Memoria, sino que trajo copia de las medidas
francesas y comparó las españolas con las del país vecino. Además, señaló los
caminos a recorrer para la introducción del nuevo sistema: reparto de modelos
de las nuevas medidas, confección de tablas de reducción, imposición en adua-
(15) Se estudian en Sagunto y Mérida en 1757, véase Encarnación Hidalgo Cámara, Cien
cia e institución militar..., 279 ss.
(16) G. Ciscar, Memoria elemental sobre los nuevos pesos y medidas decimales, fundados
en la naturaleza, Madrid, Imprenta Real, 1800, p. 33; publica un Apéndice que puede considerarse segunda parte en la Imprenta Real en 1821. A. Ten, "El sistema métrico decimal y Espa
ña", Arbor, 134, 1989, pp. 101-121.
ñas y oficinas reales, en escrituras públicas y en los señalamientos y tributos
varios. Si bien no se aceptó la españolización del sistema, quedando la adapta
ción en mera traducción, es evidente que el papel de Ciscar fue el primer paso
hacia la ley de pesos y medidas de 19 de julio de 1849. Con la lenta introduc
ción del sistema métrico decimal se había conseguido dar solución a tantos
problemas científicos, económicos y políticos como la antigua diversidad de
medidas planteaba (17).
(17) Sobre este tema, véase Juan Gutiérrez Cuadrado, José Luis Peset, La introducción del
sistema métrico decimal en España, Madrid, Akal, en prensa.
47
Guardiamarina Ramón Rull y López Barajas (1847-1866)
Museo Naval, Madrid
Salvamento de la dotación del bergantín Sommers por el Guardiamarina Bryant
Museo Naval, Madrid
MARÍN: MEDIO SIGLO DE
ESCUELA NAVAL
Amando Landín Carrasco
Coronel Auditor de la Armada
Fue don José Patino quien, a sus 70 años, cansado, pobre y moribundo, al
recibir de Felipe V la dignidad de Grande de España, comentó en un arranque
de buen humor: "Su Majestad me envía el sombrero cuando ya no tengo cabe
za". Ocurría esto en 1736. Casi dos decenios antes, en 1717, este mismo Pati
no, intendente general de mar y tierra, secretario de Marina y Hacienda con
aquel monarca, fundaba la Real Compañía de Guardias Marinas, que se instaló
entonces en Cádiz.
Los muchachos ingresaban entre los 13 y los 17 años, luego de acreditar la
hidalguía de los cuatro abuelos (prueba abolida tras la Constitución de 1812);
hacían dos años de estudios en tierra y completaban su formación marinera a
lo largo de seis años de embarco. Coronada esta preparación, obtenían el des
pacho de alféreces de fragata.
Desde el gaditano castillo del barrio del Pópulo, la Compañía se trasladó
en 1769 a la cercana ciudad de San Fernando, y en el año 1777 se crearon ade
más las Compañías de Guardias Marinas de Ferrol" y Cartagena, aunque a los
pocos años de terminada la guerra de la Independencia sólo sobrevivió la de
San Fernando. En 1824 se trasladó a La Carraca con el nombre de Real Cole
gio Militar de Guardias Marinas, para pasar veinte años después, en 1845, a un
edificio de la población de San Carlos, en la misma ciudad gaditana y salinera
de San Fernando.
Los aires revolucionarios de 1868 imponen el cierre del Colegio Naval Mi
litar, sólo restablecido en 1871, como escuela flotante, a bordo de la fragata
Asturias, convertida en pontón y fondeada en la ría ferrolana. Los alumnos,
después de estudiar aquí cinco cursos semestrales, hacían largos períodos de
prácticas a bordo de buques-escuelas como la Blanca, la Numancia o la Nauti-
lus, para pasar finalmente a las distintas unidades de la escuadra.
En 1913, ya con su nombre de hoy, la Escuela Naval Militar se instaló de
nuevo en el edificio que ocuparía durante tres decenios en la población isleña
de San Carlos. De tal forma, y aunque a los talludos nos parezca que se inició
anteayer, lo que va de la etapa marínense la convierte en una de las más largas de
la historia de la academia naval. Si no es nuestro propósito glosar aquí las virtu
des didácticas de la institución, hemos de recordar, como prueba de su prestigio
internacional, el hecho de que, desde su creación hasta hoy, en sus aulas hayan
estudiado futuros oficiales de las Marinas de Italia, Irlanda, Francia, Países Ba
jos, Gran Bretaña, Rusia, Tailandia y de varias Repúblicas iberoamericanas.
4')
Unas cuantas pinceladas pueden adobar la estampa de la vieja Escuela y
sus alumnos. Las cuatro asignaturas que entonces se estudiaban a fondo eran
Matemáticas, Náutica, Artillería y Maniobra, con el ropaje complementario de
la táctica, historia, idiomas, dibujo, esgrima y baile. Sí, también baile. No se
olvide que el oficial naval, obligado a frecuentes escalas en puertos extranje
ros, desempeñaba una función cuasidiplomática que exigía una depuración de
su trato social. Por eso, las clases de danza fueron efectivas desde 1717 hasta
1859, en que se suprimieron porque, según razonaba la correspondiente dispo
sición, el baile "ha dejado de ser en nuestros tiempos un ejercicio o adorno que
requiera enseñanza, porque los que se usan en las reuniones cultas están y ha
despojados de aquellos pormenores que antes lo constituían en arte y exigían
maestros que transmitiesen a los jóvenes sus complicadas reglas".
Perdónesenos una nota reveladora de que la abnegación didáctica alcanza
ba, también en los profesores de danza, niveles admirables. En 1823, se rindió
un informe relativo al maestro de baile de la Real Compañía de Guardias Ma
rinas de El Ferrol, en el que se decía textualmente: "Don Beltrán Esquerra en
seña con mucha habilidad y finos modales, tocando él mismo el violín al tiem
po de dar las lecciones. Ha sido muy exacto a la asistencia a su obligación, en
cuanto se lo permiten sus débiles fuerzas, en la edad de 80 años, de los que lle
va 45 y 8 meses de servicio en esta Compañía". Eran los tiempos. No hubo pa
ra don Beltrán jubilación anticipada. El pobriño murió al año siguiente. Lo que
no dicen las crónicas es si se fue de este mundo con el arco sobre el violín y la
pierna a punto de iniciar un paso de rigodón.
Es oportuno recordar que en el mismo año de la muerte del "proto" danza
rín, 1824, y concretamente el 21 de agosto, el Ayuntamiento de Pontevedra,
por moción de siete vecinos y ediles, solicitó el traslado a esta ría de la Real
Compañía de Guardias Marinas, anhelo premonitorio de lo que se haría reali
dad un siglo después.
Nadie ignora que la enseñanza de determinadas disciplinas debe ir unida,
en la casa matriz de los futuros oficiales, al cultivo de un espíritu militar en
marcado en el valor, la abnegación, la austeridad y el compañerismo. Cuatro
botones de muestra pueden acercarnos al rigor que en algún tiempo trataba de
ahormar la personalidad de quienes se habían ofrecido de por vida al servicio
de la patria. A fines del siglo XIX, el contralmirante Emilio José Butrón, que
tan de cerca conoció la vida del guardiamarina, condenaba así alguna de las
sanciones frecuentes a bordo de un buque-escuela: "El castigo de pañol es un
castigo bárbaro e impropio de la época, porque no es higiénico ni humano en
cerrar a un joven en un espacio reducidísimo, sin sol, sin luz y sin moscas, hú
medo, fétido, lleno de cucarachas, sin que pueda leer ni escribir, ni dedicarse a
nada útil".
Pocos años antes, en 1855, el luego almirante Miguel Lobo, el mismo que
tomaría el relevo en el mando de la escuadra del Pacífico cuando Méndez Nú-
ñez cayó herido frente al Callao, dejaba ver su devoción por la sobriedad como
virtud formadora, al dirigir esta propuesta a la superioridad: "Debería prohibir-
50
se la costumbre, que se ha hecho general en los guardiamarinas, de usar reloj ycadena de oro. Ambas cosas, por medianas que sean, han de costar, cuandomenos, de 1.500 a 2.000 reales de vellón. ¿Qué sucede con esto? Que esos jó
venes, como es consiguiente a sus pocos años, no cuidan aquellas alhajas co
mo es debido, y al poco tiempo de tenerlas en su poder, el reloj se halla en el
mismo estado que el famoso de Pamplona; de suerte que sus padres, puede decirse, han tirado el dinero a la calle. Además, esto les hace crear una necesidadque no les es permitido cubrir con el sueldo que les da el Estado; cosa, a la
verdad, muy contraria a las rígidas máximas de la milicia".
Una anécdota ciertísima puede definir la austeridad en que se procuraba
educar a los caballeros alumnos: Julio de 1894. El buque-escuela Nautilus rinde en aguas de San Sebastián su primer viaje en torno al planeta. Doña María
Cristina, reina regente y madre de Alfonso XIII, visita la corbeta acompañadade su comandante, el capitán de fragata Fernando Villamil. Al conocer la pe
queña camareta de alumnos, la egregia dama pregunta a Villamil cuántos mu
chachos duermen allí, y el comandante responde: "Cuarenta guardias marinas,señora". "No —replica la reina—, no es posible que puedan alojarse aquí cua
renta personas". Y Villamil insiste, cargado de razón: "Es que no he dicho a
Vuestra Majestad cuarenta personas, sino cuarenta guardias marinas".
Aquellos "michis" (apelativo cariñoso, derivado del midshipman inglés),
formados en los cauces de una exigencia transcendente, supieron combatir y
aun morir antes de alcanzar su primer galón de oficiales. Quizá fue el caballero
Antonio de Barrutia el primero que perdió su vida sobre la cubierta de un navio: murió en 1718, en el bloqueo del puerto sardo de Cagliari.
En el combate de Trafalgar (1805) resultaron heridos los guardiamarinasPedro Sáenz de Baranda, Alonso Butrón, José Alvarez de Sotomayor, Felipe
Márquez, Aniceto Díaz Pimienta, José Bustillo, Alejandro Rúa, José Barros,
Antonio Maimó y Andrés Pita da Veiga. Y otros cuatro murieron en la misma
acción naval: Aniceto Pérez, Jerónimo de Salas, Antonio de Bobadilla y Ma
nuel (o Narciso) Briones. Por cierto que cuando, a bordo del navio Santa Ana,
una bala de cañón destrozó el pie de este último muchacho, pidió ayuda a un
marinero de Chiclana apellidado Carrasco. Briones terminó de desprendersedel pie, que apenas se unía a la pierna por un colgajo de piel, y Carrasco le
preguntó: "¿Qué hago con esto, caballero?" "Tíralo al mar." "¿Con zapato y
todo?" "¿Y para qué lo quiero?". El chiclanero, sin embargo, tiró el pie y guar
dó el zapato, luego reliquia de aquel muchacho que moría a las pocas horas.
También en Trafalgar resultó herido y prisionero el capitán de fragata José
Brandariz, natural de la parroquia coruñesa de Mabegondo (1756). Descen
diente suyo fue José Brandariz y Martín Begue, nacido en Ferrol en 1789, que
siendo guardiamarina figuró como subteniente de una compañía del Batallónde los Literarios, organizado contra la francesada por los universitarios com-postelanos.
Más tarde, en el combate de El Callao, y entre los guardiamarinas queacompañaban a Méndez Núñez, dos perdieron la vida en aquella ocasión: Enri-
51
que Godínez Mihura y Ramón Rull y López Barajas. Entendemos que los últi
mos alumnos de la Escuela Naval que dejaron este mundo en acción bélica
fueron Luis Pascual del Pobil, Emilio Cunchillos, José María Cheriguini y
Abelardo López, todos ellos muertos durante nuestra guerra civil. No faltó en
algunos casos el remate glorioso de la Cruz Laureada de San Fernando para
hechos aislados de guardiamarinas; así sucedió con Luis Hernández-Pinzón,
Trinidad García de Quesada, Nicolás Chicarro, Manuel de la Pezuela y Joa
quín Fuster. Casi todos ellos, al mando de pequeñas unidades, brillaron por su
coraje durante la primera guerra carlista.
Acabamos de referirnos a los guardiamarinas embarcados en el buque in
signia de la escuadra que mandaba don Casto Méndez Núñez, y la ocasión es
propicia, antes de discurrir sobre la Escuela de nuestros días, para recordar
cierto sucedido, dado a la letra impresa por Julio Guillen en 1970, que revela
la compatibilidad entre las duras exigencias de la enseñanza naval y la paternal
disposición de los formadores.
Despué del combate de El Callao (1-5-1866), los buques españoles se es
cindieron en dos divisiones. Una de ellas, encabezada por Pezuela, se dirigió a
Manila, con la Numancia como buque insignia, buque que daría la vuelta al
mundo a las órdenes de Antequera. La otra, capitaneada por la fragata Alman-
sa, en la que izaría Méndez Núñez su insignia de comandante general, volvió
al Atlántico por el cabo de Hornos y permaneció más de dos años cruzando
aguas americanas, con largas estancias en Montevideo y Río de Janeiro.
Las ocho heridas de Méndez Núñez le obligaron a una larga convalecencia.
Su apetito estaba tan maltrecho que apenas probaba con gusto otro alimento
que unos bollitos de hojaldre hechos por su cocinero filipino. Sobre el apara
dor de la cámara del almirante había siempre una bandeja con los sabrosos bo
llitos, por si incitaban el deseo de don Casto. Pero se enteraron los guardiama
rinas de que aquellos pastelillos sabían a gloria, y a partir de entonces empeza
ron a disminuir a una velocidad alarmante. Los tales caballeros, cuando
entraban en la cámara para dar alguna novedad (fuese la situación geográfica,
la previsión meteorológica o los nudos que registraba la corredera), se acerca
ban a la bandeja de marras y le daban un tiento.
De nada sirvió colocar, en lugar asequible al visitante, una fuente con ga
lletas y pastas, porque los alumnos se habían abonado al hojaldre del filipino.
De ahí que Méndez Núñez, recostado en su mecedora y de espaldas al cuerpo
del delito, pero provisto de un espejito chivato, advirtiese en el momento de la
sustracción:
—De esos no, caballero; coja usted de los otros.
* *
Pero volvamos a la Escuela de hoy mismo, la de Marín, que cumple ahora
sus 50 años bien llevados. Y si este talludo cronista pasó en ella la mayor parte
de su vida militar, va a tomarse la licencia de dejar a un lado la exaltación de
52
las virtudes que en ese centro se cultivan para sacar de la memoria sucesos tan
próximos como humanos.
Al hallazgo de las islas Salomón se le llamó en tiempos "el descubrimiento
de los cuatro gallegos", porque se suponía tal condición al gobernador de Perú
que había ordenado la expedición, al general, al cosmógrafo y al piloto mayor
de la campaña. Pues bien, no sin un pellizco de malicia, al cambio de sede de
la Escuela se apodó entonces "el traslado de los cuatro gallegos", porque lo
eran el caudillo Franco, el ministro de Marina don Salvador Moreno, el direc
tor del centro don Pedro Nieto Antúnez y no sé si el arquitecto o el principal
contratista de la obra.
Recuerdo, como quizá los más canosos de la localidad, la gran fiesta noc
turna que se celebró en los pontevedreses jardines de Vincenti, el 15 de agosto
de 1943, para remate de la inauguración, a la que asistió prácticamente todo el
Gobierno español. Yo fui destinado al centro en junio de 1945 y, cuando termi
né mi etapa, en septiembre de 1959, puede certificar un entrañable hermana
miento entre la Escuela y su entorno geográfico. ¿Cuántos centenares de matri
monios se celebraron, desde 1943, entre hombres de botón de ancla y mocitas
nacidas en la orla marínense? ¿Cuántos muchachos de la Galicia sureña senta
ron plaza entre las filas de los futuros oficiales de Marina? En las calles de
nuestras ciudades y en las listas de sociedades recreativas resultaron pronto fa
miliares las caras juveniles de los alumnos.
Una faceta, que personalmente estimulé en mi tiempo, fue el intercambio
cultural de la Escuela con la Universidad de Santiago y otros centros próxi
mos. Anualmente se desplazaban grupos de guardiamarinas a Compostela y de
estudiantes troyanos a Marín para convivir durante unos días, aprovechados
para un trueque de conferencias a cargo de profesores de ambas instituciones.
Los catedráticos Barcia Trelles, Legaz Lacambra, Luis Iglesias, Pedro Pena, de
Miguel, Etcheverri o Villanueva fueron adelantados de aquella tarea. Por otra
parte, y amén de charlas que algunos dábamos en ciudades gallegas (como
Marín, Pontevedra, Vigo, Padrón, Noya o Lugo), la creación en la Escuela Na
val de un Aula de Cultura permitió a sus alumnos saborear conferencias de Fil-
gueira Valverde o Torrente Ballester, o audiciones de la Coral Polifónica pon-
tevedresa, así como de Rostropovic, Cubiles, Sainz de la Maza, Iturbi y de
otros muchos concertistas.
Durante tantos años, en mis clases se sentaron alumnos de muy diferente
personalidad y procedencia, desde excelentes muchachos nacidos en familias
modestas hasta algunos duques (como los de Veragua, Grimaldi o el futuro de
Carrero Blanco) y aun dos príncipes: Uno tailandés (Subajalasaya) y otro espa
ñol, nuestro rey actual, que honró con su visita los domicilios particulares de
los siete oficiales que tuvimos el privilegio de ser sus profesores.
Pero si hemos de concretar algún recuerdo personal prefiero ahora, sin ol
vidar a tantos profesores o alumnos merecedores de admiración y cariño, dete
nerme en la figura modesta y abnegada del viejo don Venancio López, contra
maestre de la Armada, procedente de la Reserva Naval; un hombre que podría
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encarnar a nostramo Lourido, aquel personaje creado por Julio Guillen y que
simboliza al recio y noble contramaestre gallego de la Marina romántica. Don
Venancio, noyes por más señas, era patrón de un remolcador con base en la Es
cuela, al que él llamaba remolqueador. Una mañana, con intención poco confe-
sable, le llamé cuando pasaba ante el cuarto del jefe de guardia y le espeté:
—Perdone, don Venancio; aquí el capitán Bolíbar y yo tenemos una discu
sión de la que sólo usted, como patrón, puede sacarnos. ¿Se dice remolqueador
o remolcador?
—Hombre, mi comandante —contestó—, si viene de remolquear...
Véase cómo el conocimiento de la etimología ofrece resultados infalibles.
Su amor a los barcos se expresaba en su trabajo de modelista incansable. Su
casa y el puente de su "remolqueador" eran como palomares invadidos por las
velas blancas de pataches, bergantines, goletas y fragatillas. Modelos en los que
la tosquedad resultaba engullida por la gracia marinera y el conocimiento del
oficio. Por cierto, su respeto por los buques desaparecidos en la mar le llevaba a
adjetivarlos como si fueran "difuntiños". Podía hablar del Cervera o del Cana
rias, pero siempre decía: "El finado del Cíclope" o "el finado del Blas de Lezo".
Como patrón del Escacho cogió uno de los temporales más duros de su vi
da. Iban a Cardiff, a por carbón, y se vieron forzados a correr la borrasca, de
tal forma que hubieron de entrar de arribada en el puerto marroquí de Agadir.
"Treinta y seis horas agarrado a las cabillas de la rueda del timón —recordaba
don Venancio—, sorteando los golpes de mar". "¿Y todo eso —le preguntába
mos— a fuerza de corazón?" Y él rebajaba el mérito: "No, señor. A fuerza de
'cafeses' que me pasaba el hijo del Cabito por la lumbrera".
Empezaba el joven Venancio el oficio de la mar. Entraban él y sus compa
ñeros con el Cadarso I en la ría de Muros, cuando una niebla cerrada dejó cie
gos a los pescadores. Comenzaron a tocar la bocina para prevenir cualquier co
lisión, y en esto, como él explicaba, oyeron "el tu-tu-tu de un pesquero que pa
recía venir arrumbado contra nosotros". El patrón, que iba a la caña, gritó por
la bocina: "¡Ah del barco!" ¡Qué barco es ése!". Y allá se oyó una voz: "¡Aquí
el Cadarso I!". Al patrón se le revolvióla sangre y usó de nuevo el megáfono
para increpar: "¡El Cadarso I es éste, y déjese de coñas que voy dar parte al
Ayudante de Marina!". Pasaron unos segundos, al tiempo que el viejo metía
toda la caña a estribor, hasta que por fin se aclaró la situación. Nadie había
mentido. Como explicaba don Venancio: "El padre y patrón gritaba desde po
pa, y el hijo contestaba desde proa; porque el 'neboeiro' era tan espeso que no
se miraban". Misterios de la mar.
Hombre tan jocundo como responsable, entre él y el Atlántico había una
amistad vieja, honda y respetuosa. Una noche muy cerrada, el oficial de puerto
vino a prevenirme de mal cariz que por momentos iba tomando el tiempo. Los
barcos atracados habían reforzado amarras, pero acaso, sugirió el oficial, con
vendría hacer venir a don Venancio desde su domicilio, por si fuese necesario
su barco en caso de un posible accidente. Entonces, desde las tinieblas del palo
de señales llegó una carcajada que parecía salir del purgatorio. Era el viejo
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contramaestre que nos decía, sin abandonar su risa: "No se apuren, que no me
fui a casa. A mí el temporal del sudoeste no me coje distraído". Efectivamente,el "remolqueador" estaba listo para dar avante.
Nadie que haya pasado algunos años en la Escuela marínense puede olvi
dar acontecimientos festivos y a veces conmovedores, como las llegadas del
Elcano; las salidas a la luz de la revista Tambo, en la que los alumnos aprove
chaban la veda disciplinaria para jugar al pim-pam-pum con los profesores
menos tolerantes; las anuales Fiestas del Ciento, válvulas de escape para ali
viar toda suerte de crisis de angustia y manías persecutorias; las juras de la
bandera, entregas de despachos y bailes del Carmen, acontecimientos sociales
del noroeste peninsular, cita de corazones a punto de caramelo y mar donde
naufragó la firmeza de tantos solteros impenitentes.
Y si he de echar mano de mis recuerdos personales, dejadme aportar una
mínima prueba de que el humor era lubricante usual en la vida académica. En
febrero de 1956 se celebraba una junta facultativa encargada de proyectar un
nuevo reglamento escolar. Luchaba yo, sin demasiada fortuna, contra ciertos
neologismos y discordancias sintácticas del texto. Y un profesor, luego almi
rante ya fallecido, Fernando de Salas Pintó, también casado en Pontevedra, sin
merma de su aparente seriedad y para confortar mi tesón insatisfecho, me pasó
bajo la mesa una cuartilla en la que había escrito esta suerte de epigrama:
Alanceando gigantes
que trigo estaban moliendo,
a lomos de Rocinante
iba un caballero andante
los entuertos desfaciendo.
Tú también, hidalgo al fin,
alanceas idiotismos,
pleonasmos, barbarismos,
del uno al otro confín.
La idea es buena, Landín;
pero te caerás, lo mismo
que el hidalgo del rocín.
Mi musa indigente sólo me permitió contestarle con esta redondilla de urgencia:
Agradezco tu consejo:
mas no lo sigo, Fernando.
Prefiero verme ferido
que imaginarme pastando.
No hay delito que no prescriba pasados 30 años. Por eso, seguro de mi im
punidad, terminaré estas notas con la confesión de un grave pecado artístico
cometido en mis primeros meses de profesor en Marín. Cuando el generalísi
mo Franco inauguró la Escuela, conoció en el despacho del director el retrato
que para aquel lugar había terminado el admiradísimo don Fernando Alvarez
de Sotomayor, después de pintar o abocetar solamente la cabeza en el palacio
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del Pardo. Franco, ante su efigie, hizo notar al entonces capitán de navio Nieto
Antúnez, director del centro, que si Sotomayor le había vestido de gala no de
bería haberle pintado sobre el pecho la conocida venera de la Cruz Laureada
de San Fernando, sino la insignia de la Gran Cruz. Ignoro la justificación del
reparo, pero sé que el comentario no cayó en saco roto: Cuando Pedro Nieto
fue relevado en aquel destino por Alejandro Molíns Soto, transmitió a su suce
sor la observación del jefe del Estado.
Pasados dos años, Franco debía acudir nuevamente a Marín, para presidir,
en agosto de 1945, unas regatas internacionales. A finales de julio, Molíns su
po que Sotomayor, entonces director del Museo del Prado, pasaba unos días en
La Corana, y le invitó tímidamente a que rectificase el error señalado por
Franco, para que éste mismo pudiese comprobar la corrección. Vino gustosa
mente el pintor a Marín y en la tarde de un domingo cubrió la venera de azul-
levita y trazó encima la flamante insignia de la gran cruz.
Pero nadie contaba con la mano del diablo. El cuadro quedó secando sobre
el planero del comandante y, casi de madrugada, entró allí una limpiadora,
apasionada de la bayeta y el fregoteo. Vio el retrato y pensó: "Esto debieron de
dejarlo aquí para que yo le quitara el polvo". Y vaya si se lo quitó. Dejó el pe
cho del caudillo como si lo hubieran condecorado con media lata de mermela
da. Así se explica que algo más tarde, cuando el director entró allí y contempló
el desastre, las exclamaciones del capitán de navio Molíns, tan morigerado de
suyo, se oyesen en las primeras casas de Lourizán.
Entraba yo, alertado por las voces, cuando el director aún sujetaba su cabe
za, como para evitar el derrame cerebral, mientras me decía: "El caudillo llega
dentro de unos días ¿Qué puedo hacer yo? ¿Cómo voy a decirle a Sotomayor
lo que ha ocurrido con su trabajo?
Con una osadía casi irritante, le aseguré: "Eso lo resuelvo yo en un mo
mento, y aquí no ha pasado nada".
Los pocos años y el sentido de la oportunidad, compatibles con cierta in
sensatez, zanjaron la cuestión. Desde adolescente fui un pésimo aficionado al
óleo, e incluso había malcopiado alguna obrita de Sotomayor. Conocía la pin
celada larga y empasatada de aquel formidable retratista. Me fui a por mis bár
tulos y, bajo la mirada agradecida del director, limpié con espátula aquella sal
sa multicolor, repinté un par de botones afectados, cubrí el azul levita y volví a
condecorar a Franco con una gran cruz más o menos impresionista. En fin,
consumé alevosamente la artística profanación.
Sin embargo, pronto me empezó a roer el gusanillo del remordimiento. Ni
siquiera me consolaba el hecho de que el generalísimo hubiese elogiado el
cambio producido en su retrato (cambio, por supuesto, atribuido a Sotomayor).
Pero mi exculpación, casi mi justificación, habría de llegar por caminos
inesperados. Pasado algún tiempo descargué mi conciencia con Javier Sánchez
Cantón, mi triacadémico y benévolo amigo, subdirector del Prado, que enton
ces dirigía Sotomayor. Y Cantón sonreía, como quien está de vuelta de muchos
secretillos pictóricos. Le encargué por Dios y por todos los santos que no des-
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cubriese mi chapuza a nadie, y menos a don Fernando Alvarez de Sotomayor.
Pero su memoria le fue rigurosamente infiel, porque en las Navidades siguien
tes, al encontrarnos en el Museo pontevedrés, Cantón me saludó con estas pa
labras: "¡Las carcajadas que soltó Sotomayor cuando le conté lo del retrato deFranco!".
Llegaba así una inmerecida y festiva absolución. El recordado pintor, fe-
rrolano e hijo de marino, daba pie para que yo, al amparo de una gran cruz y
unos botones mal copiados, pudiera pavonearme de una colaboración artística
Sotomayor-Landín. Hasta esos extremos puede llevarnos la audacia.
57
LA ESCUELA NAVAL MILITAR
DE MARÍN Y LA UNIVERSIDAD
DE SANTIAGO
José Ángel Fernández Arruty
Historiador
Las relaciones entre la Escuela Naval Militar de Marín y la Universidad-
compostelana se iniciaron a los pocos meses del traslado de la misma de la bahía
gaditana a nuestra ría. Es decir en el mismo año de 1943.
Al comienzo del curso académico, el primer director de la Escuela Naval
Militar, capitán de navio don Pedro Nieto Antúnez, invitaba al catedrático de
Derecho Internacional de la Universidad de Santiago, don Camilo Barcia Tre-
lles, a dictar un cursillo monogéfico versando sobre el tema "El mar como fac
tor de protagonismo y vehículo de libertad"
A su llegada a la Escuela Naval, el Profesor Barcia Trelles era portador de
un mensaje de saludo y gratitud del entonces Rector Magnífico de la Universi
dad de Santiago, don Luis Legaz Lacambra, en el cual se hacía mención de la
"colaboración que ahora se inicia y que ojalá se mantenga con regularidad y
permanencia. Este ademán de elegancia, de genuina elegancia marinera, de
que sea la Universidad la primera invitada —homenaje debido a la vetusta se
de del saber, el 'alma mater studiorum'— es apreciado por nosotros en todo lo
que vale y no quedará sin compensación".
Los augurios expresados por el rector compostelano encontraron eco cor
dial y realización concreta. Y así el 25 de marzo de 1944, el comandante direc
tor de la Escuela Naval, don Pedro Nieto Antúnez, ocupaba la tribuna del para
ninfo de la Universidad de Santiago.
A partir de 1944 las relaciones entre la Escuela Naval y la Universidad de
Santiago se vigorizan, mediante la puesta en práctica de un ininterrumpido inter
cambio, a cargo, sucesiva y respectivamente, de un grupo de alumnos universita
rios, huéspedes de la Escuela Naval, de la intervención, así como de la presencia
en Marín, de conferenciantes pertenecientes al claustro compostelano. En reci
procidad, caballeros guardiamarinas venían cada dos años, como huéspedes de la
Universidad a Santiago, en compañía de profesores de la Escuela Naval, que di
sertaban en las aulas de la Universidad compostelana. Durante muchos años los
sucesivos directores de la Escuela Naval acompañaron en la presidencia al rector
de la Universidad en los más importantes actos académicos.
Es así como, constante y progresivamente, se vigorizó la compenetración
entre la Escuela Naval Militar y la Universidad de Santiago de Compostela.
Esta compenetración llega a su culme con la orden del Ministerio de Edu
cación, de 31 de octubre de 1961, por la que se crea la Cátedra de Alta Cultura
Naval "Arzobispo Gelmirez", en cuya creación tuvo una decisiva intervención
59
el ya almirante don Pedro Nieto Antúnez. El primer-director de esta cátedra
fue don Camino Barcia Trelles.
La orden ministerial creadora de esta cátedra determina que su finalidad
específica será: "el fomento del estudio sistemático de los problemas navales,
tanto en épocas de paz como en periodos de guerra (relaciones con la política
internacional y con la moderna estrategia de la guerra; instrumental y arma
mento) y la organización de cursos dedicados al estudio de los problemas rela
cionados con el mar como fuente de riqueza".
Creo que fue un acierto el nombre dado a esta cátedra: "Arzobispo Gelmi-
rez". Efectivamente Diego Gelmirez fue el primer arzobispo de Santiago de
Compostela. El que obtuvo del Papa Calixto II, en 1124, la elevación de San
tiago de Compostela a dignidad metropolitana, independizándose de Braga de
la cual dependía como sede sufragánea. Pero es que además los historiadores
consideran a Diego Gelmirez como el creador de la Marina de Guerra españo
la, o al menos su pionero, ya que organizó una escuadra, encargada de técnicos
navales de Pisa y Genova, mediante la cual se obtuvo la seguridad de nuestras
costas ante los ataques normandos.
Esta cátedra de Alta Cultura Naval "Arzobispo Gelmirez" inició sus activi
dades académicas en el curso 1963-64 con una conferencia del vicealmirante
don Luis Carrero Blanco, precisamente a los veinte años justos de la iniciación
de las relaciones entre la Escuela Naval y la Universidad de Santiago.
Recuerdo perfectamente la expectación surgida en el ambiente universita
rio compostelano para asistir a esta conferencia cuyo tema era "La marina en
la era atómica". Es muy difícil para un lego en temas militares, como soy yo,
el hacer un comentario de la intervención del Sr. Carrero Blanco. Pero creo no
equivocarme si digo que la tesis de su intervención fue la siguiente: Si la terce
ra guerra mundial llega a producirse, sin que el mundo desaparezca en el pri
mer choque nuclear, y la lucha se convierte como siempre en una pugna de re
sistencias, como occidente no podrá contar con los recursos de Europa más
que en muy pequeña proporción a causa de las destrucciones y de los territo
rios que inicialmente puedan perderse, tendrá que abastecerse de América a
través del Atlántico. Este cordón umbilical de las comunicaciones marítimas
transatlánticas será el talón de Aquiles de Occidente y habrá que defenderlo
contra la acción del potencial enemigo que no será otro que la flota submarina
soviética. Llegada a una guerra general cada país deberá atender por sí mismo
a la defensa de sus propias comunicaciones marítimas vitales, porque las nece
sidades generales serán tantas que las particulares no podrán ser atendidas por
los aliados. Pero en el caso, más deseable, de que no llegue a estallar la tercera
guerra mundial, el disponer las naciones de los medios navales apropiados pa
ra hacer frente con éxito a la contingencia de una guerra limitada puede repre
sentar, en pequeño, la suficiente acción disuasoria para que esa guerra limitada
no se produzca; en cuyo caso, el sacrificio económico que para la nación en
cuestión signifique la construcción de esa Fuerza Naval mínima, será, de una
manera indirecta, una inversión de rentabilidad para asegurar la paz. Creo que
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en esto el vicealmirante Carrero Blanco fue, en parte, profetice De todas ma
neras el impacto causado por esta conferencia fue extraordinario. Los comen
tarios críticos que se hicieron a esta conferencia pusieron de relieve la influencia que en la misma había ejercido la estrategia de la Armada norteamericana.No sé si esto es cierto, pero es un dato para la historia que los investigadoresdeberán profundizar.
A esta conferencia siguieron, en el curso 1963-64, cinco más. Dos sobre lafigura de Gelmirez. A saber, la primera de don Santiago Montero Díaz, cate
drático de la Universidad de Madrid, "Diego Gelmirez: historia de una fama"
y otra del almirante don Pedro Nieto Antúnez, "Inmutable vigencia de la idea
naval de Gelmirez". Dos sobre temas navales. La del capitán de navio don En
rique Manera Regueyra, "La evolución de los conceptos de la estrategia naval"y la del teniente coronel auditor de la Armada don José Luis Azcárraga y Bus-
tamante, "El derecho de angaria". Finalmente una sobre un tema literario, del
catedrático de la Universidad de Salamanca, "El Romancero ante el mar".
Nosotros los gallegos contamos en nuestro pasado histórico con un hombre
singular por su complejidad, fascinante por su energía y su agudeza, su amor a
la patria y su inextinguible lealtad a los ideales de galleguidad y cristianismo.Fue ese hombre Diego Gelmirez, primer arzobispo de Compostela.
La figura de Diego Gelmirez es analizada por el profesor Montero Díaz
con erudición y profundidad y con abundante-cita de fuentes y bibliografía, es
tudiando la interacción entre el prelado y su patria gallega en ese siglo XII que
significó un renacer en todos los órdenes, tanto político y social, como culturaly religioso. Como una avanzada de Europa y con un puro estilo europeista vi
ve Galicia aquella época de plenitud y de pujanza, impulsando con sus propios
destinos los destinos de España. Estudia la obra hispánica de Gelmirez y suobra eclesiástica en la que puede ser considerado como un precursor del ecu-
menismo. Finaliza su trabajo con un análisis de las distintas interpretacionesque se han hecho de la obra de Gelmirez.
Al ser considerado Gelmirez como el precursor de la Armada española el
almirante Nieto Antúnez estudia la "Inmutable vigencia de la idea naval de
Gelmirez". En esencia la idea naval de Gelmirez es la siguiente: Existe un pe
ligro que, de origen conocido o ignoto y utilizando el mar como vía, se mate
rializa periódicamente sobre las costas gallegas. El peligro, al materializarse,produce daños que afectan al pueblo: saqueos, destrucciones, muerte, cautive
rio. Se impone, por tanto, actuar de forma que se consiga hacer frente eficazmente al peligro para evitar los daños.
Para hacer frente a un enemigo en el mar es preciso contar con el arma ine
ludible en este medio. Tal arma es el buque. El método obliga, en consecuencia, a disponer de buques. Gelmirez no los tenía. Fiel a su idea, no altera la lí
nea de acción adoptada y, en consecuencia, comprende que la solución es
construir. Para construir barcos se necesita ciencia y experiencia. Ni la una ni
la otra la había en Galicia en los primeros años del siglo XII. ¿Dónde puedenhallarse? Por lejos que estén —Pisa, Genova— allí llegan los emisarios de
61
Gelmirez. De Genova se traen éstos a Eugerio, técnico en construcción de na
ves y surgen los astilleros o atarazanas de Padrón. Viene también de allá gente
para asumir la dirección náutica de la futura armada. El método da resultados.
Hay barcos de guerra y hombres de mar. Gelmirez crea la Marina de Castilla.
El peligro queda conjurado. La Crónica Compostelana registra los hechos y
habla por sí sola.
He aquí, a grandes rasgos, cómo el Arzobispo de Santiago, después de
apreciar un problema bélico, en el que el mar es factor trascendente, da forma
a su idea naval y la aplica.
Entre los temas navales el capitán de navio don Enrique Manera Regueyra
trata de "La evolución de los conceptos de la estrategia naval". Como todas las
cosas de la vida la estrategia naval ha sufrido una evolución en sus conceptos
fundamentales a lo largo de la historia. Esta evolución no ha tenido un carácter
lento y constante, sino por el contrario, las variaciones se han realizado por
medio de mutaciones, es decir, de cambios rápidos entre períodos largos de es
tabilización o de lenta evolución. Estas mutaciones fueron posibles gracias al
cambio, también rápido, de dos factores fundamentales en los barcos de gue
rra: el sistema de propulsión y la técnica de los armamentos. También se puede
señalar como factor dominante en estas mutaciones la sucesiva extensión de
los descubrimientos geográficos. Estos tres factores, junto con los políticos,
determinantes siempre de las guerras de todo tipo, son los que han traído los
cambios más importantes en las doctrinas de la guerra marítima que, como se
ñala el autor, siempre han sido por cambios rápidos, en etapas no superiores a
los cincuenta años, ya que se tarda aproximadamente medio siglo en cambiar
por completo de doctrina.
El entonces teniente coronel auditor de la Armada don José Luis de Azcá-
rraga y Bustamante —mi antiguo profesor en los cursos del doctorado en la
Universidad central de Madrid— estudia con su profundidad y amenidad co
nocida "El derecho de angaria". Después de darnos la etimología de la palabra
"angaria" que, según Herodoto, coincide con el vocablo persa "anvani" que
significa emisario, servicio o servidumbre de transporte y que en las crónicas
de la vieja literatura de las dinastías de Irán se encuentran abundantes citas en
las que aparece la indicada expresión como sinónimo del derecho que los que
transitaban por los caminos imperiales de la correspondiente autorización
—anvania— para apoderarse de caballos que sustituyesen a los propios que
morían reventados.
En términos generales, la angaria no es otra cosa que la incautación por
un beligerante de la propiedad mueble enemiga o neutral, para servirse de
ella en su lucha contra el adversario. Este aspecto primario de la incautación
les hace diferenciarse netamente del embargo, puesto que éste significa sola
mente una simple retención. El derecho de angaria abarca la incautación de
todas las cosas muebles situadas en el territorio de un beligerante o en el de
uno ocupado por él. Aunque la incautación de material encaja perfectamente
dentro de este derecho, no obstante, de manera especial, el sentido de la an-
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garia está reducido principalmente a la esfera marítima, es decir, referida a laincautación de buques.
El profesor Azcárraga estudia la realidad histórica del "ius angariae" tanto
en la costumbre como en la doctrina, como en los tratados internacionales y la
jurisprudencia, para pasar a determinar los requisitos o condiciones del dere
cho de angaria. Estos son: La angaria es un privilegio de los Estados sobera
nos; no puede ser ejercida más que en los casos de necesidad; supone una toma
de posesión autoritaria; no afecta más que al barco y sus pertenencias, pero no
a su tripulación; la angaria entraña un cambio de pabellón; entraña, asimismo,
el pago de una indemnización.
Finalmente el profesor Azcárraga enumera y comenta una serie de ejem
plos de angaria en las más recientes guerras marítimas, que por su curiosidad
recomiendo muy vivamente su lectura.
Finalmente en este curso 1963-64 don Alberto Navarro, catedrático de la
Universidad de Salamanca pronuncia una conferencia sobre "El romancero an
te el mar". Ya el autor en su libro "El mar en la literatura medieval castellana",
había afirmado que dentro del panorama general de la literatura española, no
puede considerarse a la literatura marinera como algo meramente accidental,
periférico y esporádico y que en forma alguna puede sostenerse que hasta fines
del siglo XIX el mar se halle ausente de la literatura castellana. El autor señala
que tras los estudios que lleva haciendo sobre la literatura española de los si
glos XVI y XVII se atreve a afirmar que dicha literatura posee un claro signo
marinero, en nada inferior al que entonces manifestaban las literaturas italiana
e inglesa y más patente y valioso que el que aparece en las épocas áureas de
otras grandes literaturas como la francesa, la alemana y la rusa.
Dejando a un lado los grandes escritores españoles que directamente cono
cieron y bregaron por el mar, o se inspiraron en él (Cervantes, Góngora, Calde
rón, Quevedo), el autor se detiene exclusivamente en el Romancero Español
anterior al siglo XVIII. Huelga recordar que el romance es el metro más apto
para que incluso los iletrados puedan expresar poéticamente el intenso vivir
cotidiano y la inmediata realidad. Sabido es que el Romancero, poco amigo del
ensueño no canta dichas vagas o soñadas sino todo lo contrario, la realidad del
paisaje y los vivos sentimientos humanos.
El autor nos presenta un elenco abundantísimo de romances que tienen co
mo materia común el mar. Estos romances los clasifica en romances caballe
rescos; romances amorosos; romances de hechos y personajes históricos; ro
mances de cautivos y romances de las orillas del mar. Todos bellísimos y que
no me atrevo a comentar.
En el II Curso de la cátedra de Alta Cultura Naval, correspondiente al año
académico 1964-65 se han explicado las siguientes disertaciones:
Don Indalecio Núñez Iglesias, comandante general de la flota sobre el te
ma: "La otra cara de Gibraltar".
Don Ángel Liberal Lucini, profesor de la Escuela de Guerra Naval, sobre
el tema "Reflexiones sobre estrategia naval".
63
Don Camilo Barcia Telles, catedrático de Derecho Internacional, sobre
"Gibraltar, singularidad de una experiencia".
Don José Pérez Llorca, general de sanidad de la armada, sobre "El Real
Colegio de cirujanos de la armada de Cádiz y la enseñanza de la medicina en
el siglo XVIII".
Nótese que dos de las conferencias abordan el tema de Gibraltar. Dicha cues
tión, planteada desde 1704, cuando Inglaterra, aprovechando la existencia de una
pugna civil en España y sin estar en estado de guerra con nuestra patria se apo
deró del Peñón, cobró palpitante actualidad, cuando en la misma terció el Comi
té de los 24 de las Naciones Unidas, votando en octubre de 1964, por unanimi
dad que España e Inglaterra debían entablar negociaciones sobre el status y la si
tuación de Gibraltar. Resolución que fue confirmada por la Asamblea General en
diciembre de 1965. La cátedra de Alta Cultura Naval abordó en este curso un
problema de palpitante actualidad contribuyendo a ilustrar a la opinión pública
todo lo referente a la cuestión de Gibraltar, problema aún hoy sin resolver.
En la conferencia sobre el Colegio de Cirujanos de la Armada de Cádiz, se
pone de manifiesto cómo éste fue el precedente de la creación de la prestigiosa
Facultad de Medicina de Cádiz dependiente de la Universidad de Sevilla y hoy
con autonomía propia.
El III Curso de la cátedra, correspondiente al año académico 1965-66, fue
uno de los más fructíferos, por su elevado número de conferencias, ocho en to
tal, y la destacada personalidad de los que intervinieron.
El curso se inició con la intervención del almirante don Rafael Fernández
de Bobadilla y se clausuró con la lección del ministro de marina y profesor ho
norario de la Universidad de Santiago el almirante don Pedro Nieto Antúnez,
con el cual había contraído una deuda de gratitud la Cátedra de Alta Cultura
Naval Arzobispo Gelmirez. Encuadradas por estas dos conferencias pronun
ciaron sus lecciones dos excepcionales exalumnos de la Universidad compos-
telana, don Amancio Landín Carrasco, coronel del Cuerpo Jurídico de la Ar
mada y don Carlos Fernández Nóvoa, catedrático de Derecho Mercantil de
nuestra Facultad de Derecho. También intervinieron una amplia representación
de la Marina Española, el capitán de navio don Teodoro de Leste Cisneros; el
capitán de fragata don José Ma Zumalacárregui; el coronel de intervención de
la Armada don José Gella Iturriaga y el contralmirante don Juan García Frías.
Los temas tratados en este curso fueron muy variados y distintos, pero to
dos ellos con una gran inclinación humanística. Se abordaron problemas estra
tégicos; históricos; concernientes a la evolución del pensamiento naval espa
ñol; a la etnografía marítima; a la evolución del poder naval; a problemas jurí
dicos marítimos y la interpretación de la misión asignable a la Cátedra
Arzobispo Gelmirez.
En la lección inaugural del curso don Rafael Fernández de Bobadilla diser
tó sobre "El ciclo estratégico de la defensa de costas" en la que hizo un estudio
histórico del mismo deteniéndose de manera más personificada en la figura de
Gelmirez.
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El ilustre pontevedrés don Amancio Landín Carrasco nos deleitó, como es
habitual en él, con un estudio histórico: "Mourelle de la Rúa y sus viajes por el
Pacífico". Nos narró las vicisitudes de Francisco Antonio Mourelle de la Rúa,
navegante del siglo XVIII, nacido en la villa gallega de Corme, en la ría coru
ñesa de Ares, que desde los más modestos empleos ascendió a jefe de escuadrade la Marina Española.
Don Teodoro de Leste Cisneros disertó sobre "La estrategia naval y la evo
lución de los medios en la época contemporánea". Después de analizar la I y la
II Guerra Mundial y el intervalo entre ellas, estudia la evolución de los aconte
cimientos a partir de la II Guerra Mundial y de una manera especial el equili
brio atómico y las ideas estratégicas en nuestros días y el papel de las Marinas
de Guerra en el marco de las modernas ideas estratégicas llegando a la conclusión que las Marinas de Guerra son el más firme soporte de la política exterior
de un país en tiempo de paz y que el material aéreo y los nuevos ingenios hanreforzado el poder de las Flotas.
Don José Ma Zumalacárregui Calvo desarrolló su conferencia sobre "El
pensamiento naval español a raíz del 98". Después de analizar el pensamiento
de nuestros principales intelectuales de la época y la opinión de los altos cargos
de la Armada, hace referencia a las conclusiones del Certamen Naval de Alma-
ria de 1900, en las que se afirma que es indispensable para España la existencia
de marina de guerra; que para tenerla hay que poner una serie de medios en
práctica; qué elementos de combate se deberán construir rápidamente y cuál es
su coste aproximado, pero todo en armonía con la escasez del erario público.
Don José Gella Iturriaga habló sobre "Etnología marítima". Los puntos tra
tados en esta conferencia fueron: Etnografía y folklore del mar; Pueblos litora
les, insulanos, pescadores y marinos; La embarcación; Navegación y periclos;
Ciclos culturales marítimos; Ritos, costumbres y creencias; Etnolingüística yliteratura marítima; Nuestra gente de mar.
Así como no es posible comprender la Historia universal sin la Historia
marítima de España, descubridora de mares y tierras, madre de grupos étnicos
y civilizadora, tampoco es posible comprender la Etnología sin conocer la se
rie de fenómenos etnológicos y hechos etnográficos y folklóricos marítimosdebidos a la gente de mar española.
El contralmirante don Juan García Frías dictó su conferencia sobre "Evolu
ción del Poder marítimo". Después de darnos el concepto de poder marítimo
que define como "aquél que en virtud del cual una nación pesa en tiempo de
paz en los asuntos internacionales basándose en los recursos marítimos y fuer
zas navales capaces o susceptibles de disputar el dominio del mar en tiempo de
guerra, comprendiendo también aquellos elementos que aunque se apoyen o
desenvuelvan en el medio propio de los otros poderes están al servicio exclusi
vo de este poder", analiza el proceso histórico del poder marítimo y el poder
marítimo en la actualidad, afirmando que el poder marítimo constituye actual
mente el instrumento fundamental para asegurar el dominio del mar.
El catedrático de Derecho Mercantil don Carlos Fernández Nóvoa, desarro-
65
lió un tema estrictamente jurídico "Salvamentos marítimos". Es innegable que
en la Edad Media y comienzos de la moderna el despojo de los naufragios era
usual a lo largo de las costas europeas y contra esta práctica se alza la Iglesia.
En el Concilio de Roma de 1078 se obliga, bajo pena de excomunión, a prestar
socorro a los náufragos. En el Concilio de Letrán de 1179 se prohibe saquear
los bienes de los náufragos y se declara que éstos son seres humanos desafor
tunados a quienes debe ayudarse por imperativo de caridad. Todas estas dispo
siciones canónicas son recogidas posteriormente por las leyes marítimas de los
diversos países europeos. El autor señala cuáles son los requisitos que deben
darse en todo salvamento marítimo. El primero es que el buque auxiliado se
encuentre en situación de peligro. Aunque el concepto de peligro no es de fácil
determinación. El segundo es que el buque en situación de peligro habrá de ser
auxiliado por medios ajenos o extraños al buque en cuestión. El auxilio maríti
mo puede ser objeto de un contrato estipulado entre los capitanes o armadores
del buque siniestrado y del buque salvador y otras con independencia de cual
quier relación mediante auxilio espontáneo por iniciativa del buque salvador.
Debe añadirse un tercer requisito y es que el socorro produzca un resultado
útil. El salvamento traerá consigo una importante consecuencia para el buque
salvador: el nacimiento del derecho a la remuneración.
Finalmente clausuró el curso el almirante don Pedro Nieto Antúnez, que
recientemente —en marzo de 1965— había sido nombrado Profesor Honorario
de la Universidad de Santiago, con un discurso sobre "Misión de la cátedra a
los ojos de un marino."
Entre otras cosas dijo: "En una cátedra como ésta, de alta cultura naval,
más que en cualquier otra, se suceden maestros. Al paso, dejan su grano de
arena, y juntos todos, tras la ordenación de quien con más permanencia dedi
que su actividad a la cátedra, irán formándose montículos de saber y de cono
cimiento. Unos, los más vinculados por una u otra razón a esta Universidad o a
la profesión del mar intelectualizada, pasarán por estas aulas con reiteración
para contribuir con mayor efecto. Otros, aportarán, en cambio, ayuda pasajera,
más no por ello menos fructífera".
Más adelante añadió: "La cátedra debe llenar su función de órgano multi-
personal de investigación y de enseñanza."
¿A quién corresponde el máximo esfuerzo? En primer lugar a la Universi
dad, a esta Universidad de Santiago. En segundo lugar, aunque sin mengua en
el esfuerzo y sin inhibición, a la Marina de Guerra. No debe faltar la ayuda y la
aportación intelectual del marino mercante, del de pesca, del de recreo y de lo
que hay tras de ellos.
Terminó con estas palabras: "Tratemos de cumplir la misión de esta cátedra
desentrañando el significado del mar en la realidad y en la idea de España."
El IV Curso de la cátedra de Alta Cultura Naval, correspondiente al año
académico 1966-67 fue uno de los más interesantes por su número de confe
rencias —siete— y la variedad de las mismas.
Los temas tratados difieren entre sí, en cuanto al contenido de cada uno de
ellos pero tienen todos un mismo denominador común, a saber, el mar y susproblemas.
El almirante don Julio Guillen Tato disertó sobre la "Importancia de la histo
ria marítima." En su conferencia hace una apretada mención valorativa de todos
los grandes hombres —literatos, científicos y navegantes— que han hecho apor
taciones geniales al mar, analizando su protagonismo y sus ejemplares lecciones.
La conferencia de don Alfredo Caso Montaner sobre "Lo que debemos al
mar" constituye una disertación referida a estadísticas que encierran una signi
ficación extraordinaria. Después de analizar el valor de la pesca mundial y el
transporte marítimo de sólo tres grandes productos básicos (cereales, minerales
y petróleo) incorpora al cuerpo de la conferencia una serie de estadísticas, ex
traídas de fuentes fidedignas y cuya consulta pone claramente de manifiesto lo
ingente de la deuda que la humanidad contrae progresivamente con el mar, sin
cuya presencia y adecuada utilización, el intercambio mundial registraría una
merma de tal volumen que ello afectaría al bienestar y desarrollo de toda la po
blación mundial.
Sobre la "Acción naval contra la costa" disertaría don Adolfo Marques. El
conferenciante hace notar que la historia nos brinda sucesivas experiencias de
mostrativas de que el problema de la acción del mar sobre la tierra se planteó
ya hace decenas de siglos. Así, incluso dos pueblos tan geocráticos, como los
mongoles y los turcos, duplicaron sus fuerzas de tierra, con la creación de una
marina. Con Felipe II, aparece la clara versión de las operaciones anfibias y
cuando Europa deja de ser simbólicamente mediterránea, para convertirse en
atlántica, la galera fue reemplazada por el galeón, apareciendo así la técnica
anfibia. Fruto del renacimiento de la guerra anfibia fueron los éxitos de los
norteamericanos en sus desembarcos de África, Europa y las Islas del Pacífico.
La guerra anfibia ha puesto de manifiesto la supremacía de las grandes poten
cias oceánicas sobre las naciones continentales.
El catedrático de Derecho Internacional don Antonio Poch y Gutiérrez de
Caviedes disertaría sobre "Historia y actualidad del problema de la extensión
del mar territorial." Con rigor científico y con un método que hace que su tra
bajo tenga una innegable virtud clarificadora, nos habla del mar superficial, de
su significación en hondura, así como de la naturaleza del paradójicamente de
nominado mar territorial. Y así nos brinda un exhaustivo análisis de la evolu
ción histórica registrada en torno a la posible y exacta delimitación de lo que
constituye la proyección de la soberanía terrestre sobre la zona del mar circun
dante. Así pasa revista a un dilatado período histórico, que arranca de la Edad
Media y llega hasta la segunda conferencia de Ginebra de 1960, partiendo de
la denominada regla de las tres millas y examinando las sucesivas ampliacio
nes, llegando hasta la dilatada zona de las doscientas millas. Finalmente señala
el autor cuál puede ser la base adecuada para la posible determinación del mar
territorial sentando las conclusiones, no formuladas arbitrariamente, sino ci
mentadas sobre principios históricos y doctrinales.
La conferencia de don Camilo Barcia Trelles, director de la cátedra de Alta
67
Cultura Naval, sobre el "Cisma en la Comunidad Atlántica" es de una gran
profundidad histórica y doctrinal. Después del planteamiento de la cuestión
una vez firmado en Washington, el 4 de abril de 1949, el Pacto del Atlántico
Norte hace un adecuado análisis de la crisis registrada en el seno de la comuni
dad atlántica por la postura del general De Gaulle, en marzo de 1966, que
plantea a los signatarios del Pacto del Atlántico a una de estas dos posibilida
des: o la posible revisión del mismo (art. 12), o la denuncia del pacto (art. 13).
El enfrentamiento dialéctico entre el presidente Johnson y el general de Gau
lle, por la cuestión de la disuasión entre los dos grandes bloques mundiales,
pueso entonces en peligro al Pacto del Atlántico, pero la historia demostraría
que, después de esta crisis, dicho pacto saldría reforzado e incluso con la in
corporación de nuevas naciones como fue el caso de España.
El catedrático de Derecho Penal don José Antonio Sáinz Cantero hablaría
sobre la "Dimensión jurídico-penal de la omisión de socorro a las víctimas del
mar" en el que aborda un problema ético, moral y jurídico, que referido al mar,
ofrece un acusado contraste repecto de lo que se registra en la tierra firme, ha
bida cuenta de que la solidaridad entre las gentes del mar, constituye una de las
grandes virtudes de los nautas. Solidaridad que el conferenciante relaciona,
adecuadamente con el principio del bien común, puesto de manifiesto por
Juan XXIII y antes elevado a tabla de valores por Francisco de Vitoria en sus
inmortales Relecciones. Ya nuestros internacionalistas clásicos afirmaban que
la abstención, decretada respecto de una guerra, debía de reprocharse de inhi
bición punible. Y es que no es posible construir un mundo armónico, con base
a una postura de desentendimiento, cuando alguno de nuestros semejantes
atraviesa una situación de desamparo, y ésta es la tesis sostenida por el pro
fesor Sáinz Cantero, apoyada en textos legislativos internacionales y de nues
tra patria.
No es fácil resumir, como lo hizo don Gregorio López Bravo, un tema tan
complejo como lo es el de "La Mar y su desarrollo industrial". Sin embargo el
entonces ministro de Industria, logra esquematizar la visión del problema muy
acertadamente. Para ello nos ofreció una exposición concerniente a los prece
dentes históricos de la cuestión abordada. Se refiere especialmente al siglo XIX,
centrado en el duelo entre el barco de vela y el de vapor, que no fue decidido
sin una prolongada lucha. Al fin, la apertura del Canal de Suez en 1904, inclina
la balanza progresivamente en favor del buque de vapor y fue precisamente el
cierre de dicho canal, primero en 1957 y después en 1967, lo que induce a utili
zar la ruta del Cabo, para lo cual se incrementa el tonelaje, por unidad, de los
buques que llegan a alcanzar hasta las 500.000 toneladas. Todo ello en relación
con el transporte de crudos del Golfo Pérsico y del Oriente Medio hacia Euro
pa. En lo que atañe a nuestra nación el conferenciante hace un estudio de la si
tuación de la marina mercante española comparada con la mundial. No ha sido
sólo la fría elocuencia de las cifras sino los elementos de juicio y de orientación
lo que nos ha proporcionado la aleccionadora conferencia del Sr. López Bravo.
Todos estos trabajos están publicados en sendos libros editados por la Uni-
68
versidad de Santiago, libros que son de difícil adquisición y que constituyen
unas valiosas piezas bibliográficas. A pesar del tiempo transcurrido todos estos
trabajos conservan su lozanía como si acabasen de ser escritos. Hoy su lectura,
su relectura —como la que he tenido que hacer yo—, constituyen un auténticoplacer.
A la jubilación del profesor Barcia Trelles en su cátedra de Derecho Inter
nacional y de director de la cátedra de alta cultura naval "Arzobispo Gelmi-
rez", le sucede el profesor y diplomático don Antonio Poch y Gutiérrez de Ca-
viedes que muy pronto es designado embajador de España en Lisboa y poste
riormente en Atenas y París. A éste le sucede el profesor y general auditor de
la Armada, don José Luis de Azcárraga y Bustamante —del cual se esperaba
una gran actividad por su condición de marino— pero que inmediatamente ac
cede a la cátedra de la Universidad Complutense de Madrid, donde le sorprende prematuramente la muerte.
Pero una serie de circunstancias, a las que habrá de añadir los conflictos
universitarios que se inician en 1968 y otras vicisitudes por las que pasará la
Universidad española y por tanto también la de Santiago, hacen que las activi
dades de la cátedra de Alta Cultura Naval sean prácticamente mínimas —redu
cidas a exporádicas conferencias— y habrá que esperar a la creación, en 1973,
del Seminario de Estudios de la Defensa Nacional de la Universidad de San
tiago, cuya organización se encarga a la Facultad de Derecho.
De esta manera este Seminario será, de alguna forma, el heredero de las ac
tividades de la cátedra "Almirante Gelmirez".
El Seminario de Estudios de la Defensa Nacional de la Universidad de
Santiago, inició sus actividades en el curso académico 1974-75 y ha venido
desarrollando ininterrumpidamente sus actividades hasta la actualidad. Partici
pan en el Seminario profesores, licenciados y estudiantes de Derecho, Econó
micas, Medicina, Geografía e Historia, Matemáticas, Ingeniería Naval y también de la Escuela Naval Militar.
El primer director de este Seminario ha sido don Alfredo Gallego Anabi-
tarte, catedrático de Derecho administrativo al que le sucedió en 1977 don
Manuel Lete del Río, catedrático de Derecho civil. En la actualidad es el di
rector don Francisco Fernández Segado, catedrático de Derecho constitucio
nal. Ha sido secretario en una época fundacional don José Manuel Ramírez
Sineiro, teniente auditor de la Armada. Actualmente lo es don Joaquín BrageCamazano.
Cada curso académico suele haber un tema central —así el presente año elrégimen disciplinario militar— en torno al cual se procura que giren todas las
ponencias presentadas.
Curso 1974-75: El servicio militar. Las ponencias: El servicio militar en
España; El militar de carrera en España; Conceptos básicos de sociología mili
tar; Aspectos sociológicos de la formación militar; Aspectos concretos de la
formación militar en el individuo y Etica en el servicio militar.
Curso 1975-76: Presupuestos de la Defensa Nacional. Ponencias: Análisis
69
de la legislación vigente en los gastos de defensa; El control administrativo en
España: papel de la intervención; Control presupuestario de las Fuerzas Armadas.
Curso 1976-77: España y la OTAN. Ponencias: La expansión geopolítica
soviética en el Mediterráneo; Substrato político-ideológico de la OTAN; la co
yuntura política tras la Segunda Guerra Mundial.
Curso 1977-78: Nuevasformas de agresión. Ponencias: Subversión y terro
rismo; El terrorismo: un nueva forma de agresión; La estrategia nuclear; Im
portancia de la formación de una conciencia ciudadana sobre la defensa nacional.
Curso 1978-79: Galicia y la estrategia del Atlántico. Ponencias: La mar, la
Armada y los entes autonómicos; La libre patrimonialización del medio mari
no; La contaminación petrolífera; La pesca en Galicia; Emigración y desarro
llo en Galicia; Galicia entidad singular del Estado español.
Curso 1979-80: La comunidad iberoamericana de Naciones. La organiza
ción de Estados americanos; España ante Iberoamérica hoy; La creación de una
comunidad iberoamericana; El Pacto andino y su contexto hispanoamericano.
Curso 1980-81: Política exterior española. Ponencias: La Armada y la zo
na exclusiva; Las relaciones España-Occidente: aspectos defensivos; España
en el Magred: la cuestión del Sahara; Las relaciones España-Portugal vistas
desde Galicia; La utopía de la no alineación: perspectivas España-Países no
alineados; El próximo Oriente.
Curso 1981-82: La defensa nacional, las fuerzas armadas y el servicio mi
litar. Ponencias: Presupuestos de la defensa civil; Defensa atómica, química y
biológica; Formación y concienciación popular para la defensa civil; personal,
reclutamiento y movilización de efectivos en la protección civil. La defensa
nacional en los programas electorales de 1982.
Todos estos cursos fueron clausurados por importantes personalidades del
mundo castrense, como el coronel don Juan Manuel Sancho Sopranis; el capi
tán de fragata don Fernando de Bordejé y Morencos; el director general de Po
lítica Exterior don Juan Duran Loriga, el general de brigada y secretario per
manente del Instituto Español de Estudios Estratégicos, don Luis Martínez
Aguilar, que lo hizo en más de una ocasión.
Como consecuencia de la experiencia de todos estos cursos, y al haberse
observado algunas dificultades en el desarrollo de los mismos, en 1982, por la
Dirección del Seminario se hace un elenco de las aspiraciones que podrán re
dundar en una mejora de sus actividades.
Estas aspiraciones son las siguientes:
— Un mayor presupuesto dado el gran aumento en los últimos años del núme
ro de miembros del seminario y de los trabajos a realizar.
— Un mejor conocimiento del Centro Superior de Estudios de la Defensa Na
cional (CESEDEN). .
— Acceso a fuentes bibliográficas del CESEDEN.
— La posibilidad de aumentar el número de conferenciantes que puedan orien
tar la realización de los trabajos.
70
— Realizar visitas a Centros o Instituciones relacionados con los temas a tra
tar en un determinado momento.
— Agilización en la publicación de los trabajos y a ser posible en el Boletín
de Información del Ministerio de Defensa.
— La concesión de diplomas a los participantes en las actividades del Seminario.
Casi todas estas aspiraciones se van a hacer realidad con la firma de un
Convenio de colaboración entre la Universidad de Santiago de Compostela y
el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN), de fecha
3 de junio de 1983, que es firmado por el Rector de la Universidad profesor
José María Suárez Núñez y el almirante director del Centro Superior de Estu
dios de la Defensa Nacional don Faustino Rubalcaba Troncoso.
ARTICULO l.u. La Universidad de Santiago de Compostela y el Centro
Superior de Estudios de la Defensa Nacional acuerdan asociar sus esfuerzos
con miras a favorecer el desarrollo de actividades de interés común, acrecentar
su cooperación y estrechar los lazos de amistad.
ARTICULO 2.". La cooperación entre la Universidad y el CESEDEN, se
centra especialmente a los campos siguientes:
a) Celebración de Jornadas de Estudios: Fuerzas Armadas-Universidad.
b) Participación de profesores e investigadores de la Universidad en activi
dades específicas del CESEDEN, que se consideren convenientes; así
como de personal de las FAS, o vinculado al CESEDEN en seminarios,
ciclos de conferencias y otras actividades que, en el marco de la Univer
sidad, puedan organizarse.
c) Cooperación en la elaboración de los contenidos que puedan formar parte
de los Planes de Estudios de las distintas Facultades, Escuelas e Institutos
Universitarios, dentro de áreas relacionadas con la Defensa Nacional.
d) Intercambio de publicaciones y acceso a los fondos de documentación no
clasificada.
e) Elaboración de un proyecto de Estatuto para un Instituto o Centro similar,
de Estudios de Defensa Nacional cuya creación se pretende en la Univer
sidad.
ARTICULO 3.°. Las Facultades, Escuelas e Institutos Universitarios, de la
Universidad, así como la Escuela de Altos Estudios Militares y el Instituto Es
pañol de Estudios Estratégicos del CESEDEN, pueden proponer proyectos de
investigación en colaboración.
Cada uno de los proyectos correspondientes debe ser presentado bajo for
ma de memoria en la que se especifique la investigación a desarrollar, los cam
pos respectivos a la actividad de cada una de las organizaciones y los medios
previstos para su financiación. Estos proyectos deben ser aprobados por las
instancias competentes de la Universidad y del CESEDEN.
71
ARTICULO 4.°. La Universidad y el CESEDEN podrán incluir, en el cua
dro de este Convenio de Cooperación, otros proyectos precisos de investiga
ción distintos de los previstos en el presente Convenio.
ARTICULO 5.°. La supervisión, organización y control de los detalles de
ejecución de las actividades previstas por el presente Convenio serán asigna
das, en cada caso, a una comisión o grupo de trabajo de composición mixta,
cuyos miembros serán nombrados por el rector de la Universidad y director del
CESEDEN.
ARTICULO 6.°. El presente Convenio será de aplicación al curso académi
co 1983/84 y podrá renovarse por períodos de cuatro años. Su revisión o anu
lación puede ser solicitada por cada uno de los organismos que lo suscriben y
será efectuada de común acuerdo entre ambos, surtiendo efecto para el curso
académico siguiente a la fecha del acuerdo.
La actividad realizada en estos diez años de vida (1983-1993) del Semina
rio de Estudios de la Defensa Nacional de la Universidad de Santiago ha sido
extensa y fructífera.
Dos han sido los campos de estudio: el referente a la objeción de concien
cia y la prestación social sustitutoria y el referente a los nuevos planes de estu
dio para la enseñanza militar.
Con relación a la objeción de conciencia —Ley 48/1984— la doctrina dis
tinguía:
— La objeción directa e indirecta, según que esté referida al servicio militar
en sí, como la obligación no aceptable por la conciencia; o al servicio
militar sólo en cuanto instrumento conexo con la guerra.
— La objeción general o selectiva. La primera inherente al servicio militar en
cualquier guerra; la segunda referente al servicio militar en una determi
nada guerra.
— La objeción absoluta o relativa. El objeto de la primera sería cualquier
servicio militar; la segunda es la referente al servicio militar armado.
— La objeción total o particular. La primera rechaza no solamente el servi
cio militar. La segunda sólo rechaza el servicio militar.
Todas estas cuestiones previas fueron estudiadas por el Seminario junto a
otras puntuales como: La objeción de conciencia ¿es un derecho fundamental?;
El reconocimiento de la objeción como normal situación del principio de liber
tad de conciencia; Régimen de recursos y régimen penal de la objeción de con
ciencia; La objeción de conciencia en la doctrina del Tribunal Constitucional;
Objeción de conciencia y desobediciencia civil; La prestación social sustituto
ria; El problema de los insumisos.
Otro gran tema estudiado es el de las Directrices generales de los planes
de estudios para la enseñanza militar, cuya filosofía es la de la integración de
estos estudios dentro del ámbito universitario.
72
La relación o mejor incorporación de la Enseñanza militar a la Enseñanza
Universitaria aparece regulada en la Ley 17/1989.
La comúnmente conocida como Ley de la Función Militar concibe el siste
ma de enseñanza militar como el fundamento del ejercicio profesional en las
Fuerzas Armadas, asignándole tres precisas finalidades:
1. Capacitar profesionalmente al militar.
2. Adecuar de modo permanente sus conocimientos al desarrollo de la ciencia y de la técnica.
3. Formar al militar en las características de las Fuerzas Armadas y en los prin
cipios constitucionales.
La enseñanza militar incluye determinados conocimientos científicos y cul
turales de carácter general que se añaden a los específicamente castrenses, como
son las doctrinas, técnicas y procedimientos para el empleo de las unidades.
Es por esta conjunción, a todas luces necesaria, de conocimientos de carác
ter general, integrados por ello mismo en el sistema educativo común, y de co
nocimientos específicos de la carrera de las armas, que en último término per
sigue integrar en la formación de los militares un componente humanístico,
por lo que la enseñanza militar, aun aproximándose en la medida de lo que sea
posible a las pautas que rigen el Sistema Educativo General, debe ser imparti
da por la propia estructura docente del Ministerio de Defensa.
La Ley configura la enseñanza militar —según el profesor Fernández Se
gado— como un sistema caracterizado por tres rasgos fundamentales:
a) Carácter unitario, rasgo con el que se pretende garantizar la continuidad
del proceso educativo, o lo que es lo mismo, la existencia de cierta co
nexión o correlación entre las distintas actividades docentes de modo tal
que proporcionen una formación continuada en el tiempo.
b) Integración en el Sistema Educativo General. Tradicionalmente, el progreso
cinetífico y tecnológico, en determinadas áreas, ha estado muy vinculado a
los avances técnicos relacionados con las Fuerzas Armadas. A la inversa,
éstas han asumido en beneficio propio cuantos adelantos tecnológicos han
tenido lugar en la sociedad civil. Viene siendo, pues, una constante históri
ca la interconexión entre los conocimientos científicos en las áreas civiles y
militares. En esta dirección la Ley viene a dar carta de naturaleza, a institu
cionalizar, en definitiva, algo que parcialmente ya constituía una realidad
más o menos perceptible. En todo caso, esa institucionalización tiene unas
consecuencias jurídicas, o sea, la aproximación de la enseñanza castrense a
las pautas generales que rigen en el Sistema Educativo General.
c) Sistema servido, en su parte fundamental, por la estructura docente del Mi
nisterio de Defensa, rasgo que se explica por la razón apuntada anterior
mente, esto es, por el hecho de que la enseñanza militar incluye un com
pendio de saberes específicamente militares.
Del primero de estos rasgos, es decir, del carácter unitario de la enseñanza
militar, deriva la estructuración de esta enseñanza en:
73
— Enseñanza militar de formación.
— Enseñanza militar de perfeccionamiento.
— Altos estudios militares.
La primera es la preparación para el acceso a las escalas militares y para la
obtención de algunas de las especialidades fundamentales de las mismas. La
segunda, de perfeccionamiento, persigue la capacitación del militar para el de
sempeño de los cometidos de categorías o empleos superiores. Finalmente la
tercera; su finalidad principal es la preparación del militar para el desempeño
de actividades en los escalones superiores del mando, dirección y gestión y en
los Estados Mayores.
El segundo de los rasgos de la enseñanza militar, esto es, su integración en
el Sistema Educativo General, entraña, entre otras consecuencias, las tres si
guientes:
— Que la enseñanza militar se distribuya en tres grados: básico, medio y su
perior, que facultan para la incorporación a las Escalas básicas, medias y
superiores.
— Que los alumnos de las enseñanzas castrenses puedan obtener titulaciones
equivalentes, de modo respectivo, a las del Sistema Educativo General
de técnico especialista, diplomado universitario y licenciado. Estas atri
buciones se adquirirán con la atribución del primer empleo militar.
— Que hayan de establecerse unos planes de estudios cuya estructura y con
tenido estén, de un lado, en consonancia con las que han de poseeer los
planes conducentes a conseguir tales titulaciones, y de otro, al específi
co servicio de la carrera militar.
El tercero de los rasgos característicos de la enseñanza militar, esto es, el
de presentársenos como un sistema servido en su parte fundamental por la es
tructura docente del propio Ministerio de Defensa, impone, como resulta evi
dente, la necesidad de que el Ministerio cuente con una estructura docente, ex
presada en centros, profesorado y medios diácticos parangonables a los que
deben existir en los niveles correspondientes del Sistema Educativo General y
adecuada en todo caso para transmitir los conocimientos propios de la carrera
militar.
A partir del rasgo posiblemente más novedoso del nuevo perfil dado a la
enseñanza militar por la Ley 17/1989, su integración en el Sistema Educativo
General, del que lógicamente deriva la integración de las carreras militares en
el correspondiente ámbito universitario del sistema educativo, se puede com
prender la minuciosidad con que el Decreto 601/1992 regula cuanto se refiere
a los efectos que se derivan del cumplimiento de los planes de estudio.
Dos cuestiones, que por ser llamativas, podían requerir nuestra atención: el
sistema de convalidaciones y los sistemas especiales de acceso a las enseñan
zas militares. Pero no es éste, ni el momento ni la sede para hacerlo.
Pero sí impone una reflexión: Todas las normas reglamentarias que se pro
mulguen deberán responder adecuadamente a la finalidad perseguida por la
74
Ley 17/1989, es decir, integrar la enseñanza militar en el Sistema Educativo
General, salvando como es lógico las peculiaridades propias de aquella ense
ñanza y el hecho de que sea el Ministerio de Defensa quien, por las especifici
dades características de la enseñanza militar, deba asumir la organización de la
estructura docente requerida por esa enseñanza.
Pero volvamos al punto de partida: las relaciones entre la Escuela Naval
Militar y la Universidad de Santiago.
El hecho de que esté funcionando, a plena satisfacción, el Seminario de Es
tudios de la Defensa Nacional de la Universidad de Santiago, que en cierta
manera institucionaliza las relaciones entre las Fuerzas Armadas y nuestra
Universidad, no debe impedir que se reanuden las actividades de la Cátedra de
Alta Cultura Naval "Arzobispo Gelmirez", creada en el ya lejano año de 1961.
La iniciativa debe partir de la propia Universidad de Santiago y estoy segu
ro que en ello prestará su total colaboración —como lo ha hecho en tiempos
pasados— la Escuela Naval Militar de Marín.
La Facultad de Derecho de nuestra Universidad compostelana tiene dos
Departamentos que pueden volver a reorganizar esta cátedra. Me refiero al De
partamento de Derecho constitucional, que dirige el profesor Francisco Fer
nández Segado, en el cual una de las líneas de investigación es precisamente
los temas militares (las fuerzas armadas en la Constitución; los planes de estu
dios para la enseñanza militar; el régimen disciplinario militar, etc.) y otro el
Departamento de Derecho internacional público, que dirige el profesor Jorge
Puyo Losa, en el que también una de las líneas de investigación son los temas
referentes al mar (la libre navegación en los archipiélagos; los derechos de los
Estados sin litoral; las comunidades autónomas insulares, etc.). A los que se
puede añadir el Departamento de Derecho eclesiástico del Estado, que dirige el
profesor Juan Calvo Otero —y al que pertenezco— en el que uno de los cam
pos de estudio es la objeción de conciencia al servicio militar y la asistencia
religiosa a las fuerzas armadas a la luz de la libertad religiosa.
Estos Departamentos podían aceptar la honrosa tarea de reanudar las acti
vidades de la cátedra de Alta Cultura Naval. Es cuestión de proponérselo y que
alguien dé el primer paso. Para ello ofrezco mi humilde colaboración.
Sólo me resta, como final de este ciclo de conferencias, felicitar a la Escue
la Naval Militar de Marín por estos brillantes cincuenta años de permanencia
entre nosotros, desearle todo lo mejor y como dice la liturgia católica "ad mul-
tos annos".
75