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7/26/2019 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 664 octubre 2005
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CUADERNOS
HISPANOAMERICANOS
664
octubre 2005
DOSSIER
El suicidio en las letras hispnicas
Robert Louis Stevcnson
Mi primer libro
Carmen de Burgos
La muerte de Larra
Roberto H ozven
La narrativa de Jorge Edwards
Centenario de Ernesto Halffter
Cartas de Buenos Aires y Alemania
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CUADERNOS
HISPANOAMERICANOS
DIRECTOR:BLAS MATAMORO
REDACTOR JEFE:JUAN MALPARTIDA
SECRETARIA DE REDACCIN:MARA A NTONIA JIMNEZ
ADMINISTRACIN:
MAXIMILIANO JURADO
AGENCIA ESPAOLA DE COOPERACIN
INTERNACIONAL
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Cuadernos Hispanoamericanos: Avda. Reyes Catlicos, 4
28040 M adrid. Telfs: 91 5838399 - 91 5838400 / 01
Fax: 91 583 831 0/11 /13
e-mail:
Imprime: Solana e Hijos, A.G., S.A.
San Alfonso 26, (La Fortuna) - Legans M adrid
Depsito Legal: M.3875/1958 - ISBN: 0011-250 X -IPO: 502-05-001-3
Los ndices de la revista pueden consultarase en el HAPI
(Hispanic American Periodical Index), en la MLA Bibliography
y en Internet: www.aeci.es
No semantiene correspondenciasobretrabajosno solicitados
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664 NDICE
DOSSIER
1 suicidio en las letras hispnicas
B L A N C A B R A V O
Los escritores espaoles y la tentacin de la muerte 7
CARMEN DE BURGOS
La muerte de Larra 19
JORDI AMAT
Crculos convergentes en Gabriel Ferrater
25
TANIA PLEITEZ VELA
El suicidio y la bruma bonaerense 33
PUNTOS DE VISTA
ROBERT LOUIS STEVENSON
Mi primer libro:
La isla del tesoro 51
MARC ELO L. VALKO
La representacin que no cesa: actos del imaginario andino 61
ROBERTO HOZVEN
Imbunc he y apellido en la narrativa de Jorge Edw ards 73
JOHANN RODRGUEZ-BRAVO
Tendencias de la narrativa actual en Colomb ia 81
SAMUEL SERRANO
Maqroll el Gaviero, un hroe de estirpe bizantina
91
CAL L E J E RO
ROSA DE LA FUENTE
Claves para las elecciones presidenciales en Am rica L atina 101
MAY LORENZO ALCAL
Carta de Buenos A ires.Los museos porteos
107
RICARDO BADA
Carta de Alemania. Los veranos alemanes 113
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DOSSIER
El suicidio en las letras
hispnicas
Coordinadora:
Blanca Bravo
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:
T r n T A C i m
D t m e
tu ltimo dereo
.
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Los escritores espaoles
y la tentacin de la muerte
Blanca Bravo
No
s
por
qu,
no s por
qu
ni cmo
me
perdon la vida cada da.
Miguel Hernndez.
Y el espanto profundo de mirarse a las manos / como si uno an
un ser vivo fuera
1
. As se descargaba Leopoldo Mara Panero en uno
de susOncepoemasfirmados en el ao 1992. La nostalgia -a pesar de
todo-de la vida pasada, que considera peor de lo que pudo haber sido,
la conviccin de un terriblears moriendique acompaa al hombre des
de que empieza a vivir -heredado en cada lectura de los escritores ba
rrocos- y la posibilidad de dejar por escrito una muerte voluntaria son
temas que se acumulan en los versos de Panero, unos versos que refle
jan bien el pensamiento de un poeta obsesionado por el valordi falle
cer. Sin embargo, a pesar de la literatura, Panero no ha logrado
matarse. El escritor que intenta suicidarse, el que lo consigue y el que
obliga al suicidio a sus personajes son algunos de los hilos que mue
ven este artculo, porque los escritores y la muerte conforman una
pareja que viene de lejos, de lo clsico y los clsicos, desde el prin
cipio de la palabra. En uno de los relatos cortos ms antiguos Los
dos hermanos: Anpu y Bata,
cuento egipcio fechado aproximada
m ente e l ao 1400 a. C , se haca referencia al suicid io. Lo afirma Ron
M. Brown enEl arte del suicidio
2
,un acertado anlisis de la imagen de
la muerte en distintas manifestaciones artsticas: escritura, pintura, ce
rmica. Tambin la primera nota de suicidio conservada es de la civili
zacin egipcia, data del siglo III a. C. y fue firmada po r un consejero al
faran al que serva
3
. Los griegos valorarn posteriormente el suicidio
;
Leopoldo Mara Panero, Poesa completa , 1970-2000, Madrid, Visor Libros,
2001,
p. 451.
2
Ron M. Brown,El arte del suicidio,Madrid,Sntesis, 2002.
3
Recoge el dato Ramn Andrs en Historia del suicidio en Occidente, Barcelona,
Pennsula, 2003.
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8
como una de las opciones de acabar una vida, como Medea, de la que
Dida teme que se clave un pual por despecho
4
. La muerte voluntaria
de los antiguos, entonces incluso heroica, fue considerada un tema pro
fundo y lo suficientemente importante como para que quedara perpe
tuado en los primeros papeles escritos y en las primeras obras de arte
literarias.
El suicidio es un tema amplio y cargado de m atices que permite nu
merosos calificativos: morboso, atrayente, tab, intrigante y temido. En
una brevsima consideracin del acto del suicidio, recordamos que ha
ba sido venerado en la Antigedad, silenciado en los principios del
cristianismo, demonizado tras las teoras maniquestas de San Agustn
y recuperado para la esttica de lo fatal en el siglo XIX cuando la locu
ra romntica invada la voluntad artstica. El suicidio, en fin, acab de
rivando en el siglo XX en dos lecturas radicalmente opuestas e
imposibles de reconciliar: herosmo o locura
5
. Sin em bargo, en un sen-
tido profundo, el suicidio -l o demostr Em ile Durkheim en su ya clsi
co estudio titulado precisa y escuetamente as, El suicidio*-, tiene
mucho de mezcla de desaparicin y de deseo de desaparicin. Una es
real, el otro imaginario. Cuando Durkheim lo define como todo caso
de muerte que resulta directa o indirectamente de un acto positivo o ne
gativo, llevado a cabo por la propia vctima que saba que iba a produ
cir ese resultado, quedan excluidas las acciones inconscientes que
desembocan en la propia muerte. Y aqu es donde el misterio de la
muerte voluntaria se hace mayor, ya que un muerto no puede contestar
ninguna pregunta, no sabemos si pretenda realmente quitarse la vida o
si sencillamente haba estado coqueteando con la idea de dejar de ser
cuando definitivamente -y, a lo peor, trgicamente en el ltimo mo
mento- desapareci. Todo suicidio -escribi Castilla del Pino- deja
pendiente el gran problema de la vida, es decir, el tema, por expresarlo
de alguna manera, del texto que constituye el decurso existencial de
cada cual
7
. De forma que la muerte y la idea de la muerte son herma
nas y desembocan en una bifurcacin que marca los lmites entre reali
dad y ficcin. Y si alguien sabe de ficcin, sos son los escritores. Una
4
Eurpides, Medea,Barcelona, La Magrana, 1994.
5
Para ampliar la historia de la valoracin del suicidio remito al lector a El arte del
suicidio, de Ron M. Brown e Historia del suicidio en Occidente, de Ramn Andrs, ambos
referenciados en la bibliografa final.
6
Emile Durkheim, El suicidio. Estudio de sociologa,Madrid, Losada, 2004.
7
Carlos Castilla del Pino, Otto Weininger o la imposibilidad de ser, prlogo a Sexo y
carcter,de O tto W eininger, Barcelona, Pennsula, 1985, p. 5.
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gran cantidad de literatos decidi matarse y otros tantos escribieron so
bre el suicidio. De los suicidados, es cierto que quiz por tratarse de
personajes pblicos, su muerte suele divulgarse de forma amplia y pue
de que la cantidad de escritores que decidieron autodestruirse no sea
realmente significativa, comparada con otros grupos de poblacin -no
existen estudios, que yo conozca, sobre la tasa de escritores suicidados
cada ao-
8
. De hecho, en contraste con otras profesiones que implican
un gran esfuerzo fsico o una rutina abusiva, puede que los escritores se
suiciden poco. Y, sin embargo, tambin se suicidan y ese ltimo gesto
puede rastrearse en las palabras que nos legan, como un trgico captu
lo que cierra la biografa del autor como si se tratara de un esfuerzo
postrero de creacin.
Que hay numerosos escritores que decidieron matarse queda claro
tras hojear algunas antologas recientes dedicadas a recoger plumas
suicidas: Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Henri Roorda, Leopol
do Lugones, Jack London, Horacio Quiroga, Stefan Zweig, Virginia
Woolf, Ryunosuke Akutagawa, Jacques Rigaut, Ernst Hemingway,
Robert Ervin Howard, Cesare Pavese, Dazai Osamu, Malcolm Lowry,
Jos Mara Arguedas, Dylan Thom as, Bohumil Hrabal, Calvert Casey,
Hctor Alvarez Murena, Yukio Mishima, Sylvia Plath, Danilo Kis,
Reinaldo Arenas y Luis Criscuolo constan en una de esas recopilacio
nes de m aterial literario de suicidados
9
. En este caso , el orden se aplica
por la fecha de nacimiento, de modo que esta lista heterognea de nom
bres tiene poco m s en comn que lo de ser escritores que acabaron por
matarse. Todos tuvieron un motivo, aunque no fuera ms -ni menos
ciertam ente- que el cansancio de vivir.
Ningn escritor espaol se incluye en la mencionada antologa pro
logada por Benjamn Prado, quien sentencia que la muerte no tiene
pasado. Y, sin embargo, el pasado esconde las razones que llevaron a
la muerte a esos escritores. Decamos que ningn espaol es incluido,
8
Felicia R. Lee en un artculo aparecido enThe New York Times / El Pas reflexion sobre
a tendencia suicida de
ios
poetas. Basndose en las ideas de James C. Kaufman, afirma: Si
se comp ara con la ficcin y la no ficcin, la poesa suele ser ms introspectiva. Esto le ha
llevado a concluir [a Kaufman] que probablemente los ndices ms altos de mortandad de los
poetas estn relacionados con sus ndices ms altos de desequilibrio mental.
9
Suicidas. Antologa,
Madrid, Opera Prima, 2003, Eduardo Tijeras, autor de uno de los
estudios pioneros del tema de los escritores suicidas con su libro El estupor del suicidio,
aparecido en noviembre de 1980, en el que enumera y analiza a otros tantos escritores.
Despus de un estudio terico sobre las motivaciones del suicidio y de la consideracin
cultural y social del acto final, biografi a ms de cincuenta escritores que acabaron cayendo
en la tentacin de la muerte voluntaria.
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pero tambin los hay, trgicos suicidas que murieron porque amaron
demasiado la vida y se cuestionaron profundamente el sentido que te
na continuarla cuando consideraron que todo era ya para nada.
Que el atormentado E rnst Hemingway se pegara un tiro cansado de
amores que empezaban y se rompan, agotado por un alcohol que le
provocaba duras resacas y extenuado de luchar contra recuerdos bli
cos instigadores, pareca previsible. Que la abandonada Sylvia Plath
metiera la cabeza en un horno pareca consonante con su anterior inten
to de suicidio, con su desesperacin por no ser -segn crea ella- la
mejor escritora, la mejor madre, la mejor esposa y supuso el final de a
decepcin que vena de otro intento de suicidio anterior. Incluso que se
suicidaran Stefan Zweig, Horacio Quiroga, Virginia
Woolf,
Primo
Levi y Reinaldo Arenas podra explicarse desde la desesperacin de la
huida, unos de los fantasmas, algunos de la locura y otros de la enfer
medad. En este sentido, tambin podamos esperar que el apasionado
romntico que era Mariano Jos de Larra (1809-1837) acabara dispa
rndose en la sien, en un gesto que cerraba una biografa hecha para la
provocacin en un tiempo que siempre consider demasiado rancio. El
genial periodista que fue Larra iba anunciando su muerte entre las l
neas de sus artculos, en los que el lector avisado tiene que ver ms un
lamento que una crtica. Entendemos a Larra en su suicidio, dolido por
los celos, atormentado, como buen romntico, por un amor no corres
pondido y recreamos su m uerte con las palabras que nos dej la escri
tora Carmen de Burgos en su excelente biografa -tambin romntica-
del periodista
10
. Sin embargo, un toque de pesimismo crnico va tien-
do los artculos de Larra de dolor y de una irona demasiado acida.
Dice Carmen de Burgos que la decisin fue pasional e irracional, pero
es muy probable que Larra la hubiera sopesado en ms de una ocasin,
as que no resultara tan irreflexiva, puesto que fue directo al arma y
dispar sin dudar. Poco antes haba escrito el delirio filosfico titula
do La nochebuena de1836,que acababa con una voz que golpeaba es-
piritualmente al alter ego del escritor: T lees da y noche buscando
la verdad en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni es
crita. Entre ridculo, bailas sin alegra; tu movimiento turbulento es el
movimiento de la llama, que, sin gozar ella, quema. Cuando yo necesi
to de m ujeres, echo m ano de mi salario, y las encuentro, fieles por ms
de un cuarto de hora: t echas mano de tu corazn, y vas y lo arrojas a
10
Recogem os el fragmento del suicidio de M ariano Jos de Larra relatado por Carmen de
Burgos en su estupenda biografa tituladafgaro en el segundo artculo de este dossier.
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los pies de la primera que pasa [...] Inventas palabras y haces de ellas
sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. Poltica, gloria, sa
ber, poder, riqueza, amistad, amor Y cuando descubres que son pala
bras,blasfemas y maldices. [...] Tenme lstima, literato. Yo estoy ebrio
de vino, es verdad; pero t lo ests de deseos y de impotencia...
11
.
Toda una declaracin de desasosiego. El 24 de marzo de 1909, en una
cena de homenaje a Fgaro organizada tambin por Carmen de Burgos,
el lcido Ramn Gmez de la Serna hizo una estupenda crtica de la
obra de Larra dividindola en la de antes del suicidio y en la de dentro
del suicidio. Realmente, la obra de Larra destila desengao y la op
cin final poda intuirse.
Larra, uno de los mejores escritores m odernos, se suicid. Sin embargo,
es cierto que si nos detenemos a observar la estadstica de los escritores es
paoles suicidados, parece que se matan poco o, quiz, en menor medida
que los escritores de otros pases. El otro gran romntico, Gustavo Adolfo
Bcquer, muri trgicamente joven, pero por enfermedad y tampoco con
tamos con escritoras suicidas a loWoolf,Plath, Storni o Pizarnik como no
sea que el muero porque no muero de la mstica Santa Teresa deba en
tenderse como una llamada a la muerte. Este reclamo era, en realidad, un
tpico mstico y barroco del morir porque no se mora, un autntico grito
solicitando el suicidio, pero para renacer en otra vida divina y mejor.
Como la Santa, San Juan de la Cruz solicitaba muerte en el siglo X VI. Le
suplicaba a Dios en el
Cntico:
Descubre tu presencia,
y m teme tu vista y tu hermosura.
Y tambin una variante del poema de Santa Teresa en las
Coplas de
el alma que pena por ver a Dios:
Oye mi Dios lo que digo
que esta vida no la quiero
que muero porque no muero
12
.
Msticos, solitarios, atormentados y convencidos de que la vida es
para sufrirla, esperando morir no para dejar de ser sino, precisamente,
" Mariano Jos de Larra, Artculos de costumbres, Madrid, Espasa-Calpe, 1968, pp.
267-268.
12
San Juan de la Cruz,Poesa,Madrid,Ctedra, 1989,pp. 251 y 267.
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para empezar a serlo. Esta tendencia est en consonancia con las ense
anzas de laBibliadonde podemos leer afirmaciones de Jess que ins
tigan al menosprecio de la vida fsica: El que quiera salvar su vida, la
perder; y el que pierda su vida por m, la hallar
13
. De modo que el
mrtir se convierte en el autntico ser espiritual. Esta nocin de la
muerte topa de frente con la conviccin romn tica que anim a Larra y,
desde luego, con la mentalidad de algunas escritoras espaolas de prin
cipios de siglo XX que quiz coquetearon tambin con la idea del sui
cidio -Margarita Nelken escribi
Mi suicidio
y Carmen de Burgos
El
suicida asesinado^,
dos textos que aparecieron en la coleccin
La no
vela corta-,
pero que nunca se decidieron por l, combativas y lucha
doras como eran.
Ms de sesenta aos despus de que Larra se disparara, ngel Gani-
vet (1865-1898) se lanz al mar desde un barco. Parece el suicidio de
un visionario el de este escritor y diplomtico que con apenas 32 aos
decidi que haba vivido lo suficiente cuando se perdieron las ltimas
colonias. Cinco aos despus de su muerte, en 1904, su amigo Francis
co Navarro y Ledesma edit las cartas que Ganivet le haba enviado.
Todas muestran un tono melanclico, pero especialmente una de ellas,
fechada el 4 de enero de 1895, muestra el germen de la decisin del
suicidio:
Puedo permitirme la satisfaccin de entretenerme con mis imaginacio
nes para disfrazar las miserias de la vida e impedir que se acerque la idea
del suicidio, que no resuelve nada tampoco, si como es de temer tenemos
varias ediciones, y cuanto antes nos inutilizamos tanto antes nos echan ta
pas y medias suelas en el laboratorio de las almas, para lanzarnos a funcio
nar de nuevo en este planeta o en otro, si hay varios que nos ayuden en
estas faenas
15
.
El autor de
Idearium espaol,
una lcida recopilacin de artculos
crticos sobre el pas, muri joven, cuando su carrera empezaba a ges
tarse,
y, lo deca Fernndez Almagro en el prlogo a las
Obras comple
ta s
del escritor, para la inmensa mayora de los espaoles, Ganivet
naci en el instante mismo de arrojar el despojo de su vida a las hela-
13
Ramn
Andrs,
Historia del suicidio en Occidente,op.
ct.,p. 81.
14
Margarita
Nelken,
Mi suicidio, La novela corta,
n"
474, diciembre,
1924
y
Carmen
de
Burgos, El suicida asesinado, La novela corta,n"339,junio, 1922.
15
Epistolario, cartas de ngel Ganivet editadas por Francisco Navarro y Ledesma,
Madrid,BibliotecaNacional y Extranjera,Leonardo WilliamsEditor, 1904.
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das aguas del Duina'
6
. La curiosidad por la vida de quien decide qui
trsela ha dado el xito a numerosos escritores. Mora e hombre y na
ca la leyenda.
Ya a principios del siglo XX el escritor Felipe Trigo (1865-1916),
considerado uno de los mejores narradores erticos, se suicid. En ple
na monarqua de Alfonso XII el autor deJarrapellejos opt por aca
barse. Aos despus, las muertes de los escritores se debieron a la
contienda civil y no tanto a la renuncia pe rsonal. Transcurrido prctica
mente todo el rgimen franquista, en el ao 1972, se mataron dos escri
tores catalanes: el barcelons Jos Mallorqu (1913-1972) y el
tarraconense Gabriel Ferrater (1922-1972) -de quien habla largo y ten
dido Jordi Amat en un artculo de este do ss ier - Mallorqu, famoso
creador de El coyote, llevaba cientos de ttulos publicados cuando su
mujer falleci y l se vio sin nimo de continuar. Utiliz un colt, el
mismo tipo de revlver que imaginativamente hizo manejar con destre
za a sus personajes
17
, como escribi Eduardo Tijeras en su documen
tado libro
El estupor del suicidio.
Dej una nota encima de la mesa:
No puedo m s. Me mato. En el cajn de mi mesa hay cheques firma
dos. Pap. Perdn. Claude Guillon e Yves Le Bonniec afirmaban en
un anlisis de las motivaciones del suicidio: Es no poder vivir lo que
empuja a morir
18
. Y ese empuje es el que encontr Mallorqu cuando
se vio solo y desahuciado sin su esposa.
Alfonso Costafreda (1926-1974), poeta de la generacin del 50, es
cribi
Suicidios y otras muertes y
poco despus se mat. Dej escritos
versos profundos y cargados de intenciones, como los ltimos del titu
lado
M as no vosotras,
referido a las estrellas:
Algo brilla sin fin, mas no vosotras,
mientras ansioso yo pregunto...
La muerte brilla cegadora
en el aire que apenas
es un manso susurro.
16
La referencia completa rezaba: Sus libros antecedieron en muy poco tiempo a la
muerte del autor. Y al sobrevenir sta en circunstancias m s que dram ticas, por complicarse
en ellas el amor y la locura, gestores del suicidio en tremenda colaboracin, un terrible
sensacionalismo acreci el inters que ya empezaba a despertar el extrao y distante
personaje,
Epistolario,
op .
cit.,
p. 13.
" Eduardo Tijeras,El estupor del suicidio, op .cit.,p. 260.
'* C laude Gu illon e Yves Le Bonniec, Suicidio. Tcnicas, historia, actualidad,Barcelona, A.
T E., 1983.
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La muerte se converta en una idea atractiva, tambin para Jos Agustn
Goytisolo (1928-1999), compaero de la generacin de los 50 del mencio
nado Costafreda y tambin de Carlos Barral y Gil de Biedma, amigo de
Jos ngel Valente y Jos Mara Caballero Bonald. Despus de ganar
prestigiosos premios de poesa -Prem io Adonais y Ausias M arch-, y tras
publicar estupendos libros, decidi quitarse la vida lanzndose por el bal
cn. Luis Antonio de Villena escribi sobrel:Bebedor, fumador, vitalis-
ta, hombre de la vida como libertad y como exceso, tuvo alfinalde su vida
innumerables depresiones. Parece que estaba inmerso en una de ellas
cuando dio el salto fatal, dejando com o legado sus poem as y, especialmen
te,
P alabras para
Julia,
para la hija y para el que leyera.
Y, en fin, logr suicidarse Ramn Sampedro (1943-1998). Sampe-
dro es un escritor peculiar. Lanzado a la escritura para explicar la que
l considera una lgica solicitud de suicidio, acab escribiendo poemas
intimistas profundos y cargados de emocin, como el que sigue:
Un amigo
que sienta como yo el mismo latido;
un amigo
que su corazn sea el mo, y el mo suyo ;
un amigo
que su dolor sea el dolor mo;
un amigo
para poner fin al dolor infinito;
un amigo
que me preste su mano para m i suicidio;
un amigo
que no crea en dioses sino en el amigo;
un amigo
que nos remate cuando estemos de muerte heridos.
Ese amor existe, pero est prohibido.
Son versos arrebatados y arrebatadores que transpiran el deseo de la
muerte que no poda llevar a cabo porque durante aos estuvo ligado a
una cama sin poder m over ms que la cabeza despus de un trgico ac
cidente. Este escritor suicida est recientemente de moda porque una
excelente pelcula dirigida por Alejandro Amenbar y protagonizada
por Javier Bardem ha recogido su figura
19
. Ramn Sampedro es quiz
Mar adentro,2004.
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el escritor suicida que pregon durante ms tiempo su intencin de mo
rir y su desesperacin por ser materialmente incapaz de suicidarse.
Cartas desde el infierno
es un volumen que recoge poemas como el
precedente, adems de cartas que mantuvo con quien quiso cartearse
con l y breves ensayos verdaderamente filosficos que se cuestionan
la voluntad de morir. Prcticamente en todos los textos aparece la idea
del suicidio. Es sobrecogedor, todava ms pensando que tena que es
cribir con la boca, agotado por el esfuerzo y que de sus largas horas en
frentado al papel en blanco que colgaba frente a su cabeza lcida
surgieran palabras como las que recoge el libro: Y no me dejan ser ni
muerto ni vivo / estos locos y alucinados desquiciados. Son los versos
finales del poema
Y cmo hablo de amor si estoy muerto?
El senti
miento desgarrado se modera en los ensayos cortos que van flanquean
do a lo largo del libro los versos doloridos: La persona que acepta su
propia muerte lo hace porque intuye alguna forma de trascendencia.
Puede resultarte inexplicable. Pero mantener en los individuos el temor
psicolgico al castigo por actuar libremente llega a ser la forma ms
eficaz de dominarlos. Y tambin la de destruirlos.
Cuando la muerte voluntaria tiene como nico fin liberarse de un
sufrimiento dramtico, siempre sobrevive como trascendente un acto
de la bondad humana, que es la nica forma de acceder al nivel de una
bondad divina
20
. Toda su escritura es un grito de auxilio solicitando
precisamente -paradjicam ente, para m uc ho s- la muerte.
Sin embargo, si en muchos suicidas podemos observar rasgos que
insinuaban su final, hay otros muchos que han coqueteado en los escri
tos con la idea de la autodestruccin y no la llevaron finalmente a cabo.
Uno de los grandes ldicos de la literatura espaola es Ramn Gmez
de la Serna, quien en su libro Senos, en uno de los fragmentos deDis
parates
titulado El suicida, escribi un
divertimento:
Siempre estaba abriendo libros nuevos, como interminable guillotina...: ras
y ras y ras y ras ... Nunca acababa de abrir libros...: ras... ras... ras... ras... inter
minablemente.
Su cortapapeles era fuerte y afilado, uno de esos cuchillos de campo cuyo
puo es una pata de ciervo impregnada de su bondad nativa, en contraste con
la crueldad de la hoja.
Ras,
ras, ras...: ms libros.
Ras,ras, ras...: ms libros.
RamnSampedro,Cartas desde el infierno,Barcelona, Planeta, 2004.
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Cansado de abrir tantos libros, y sin tiempo para leerlos todos, se mat con
el cortapapeles
21
.
Esconde, sin embargo, un leve tinte de angustia existencial el suici
da que no puede leer todos los libros que quisiera y con el arma en la
mano decide morir. Otro de los escritores que evoca el suicidio reitera
damente es Miguel Hernndez, a quien le sobraba el corazn cuando
escriba versos con claras referencias fatales:
No puedo con mi estrella.
Y m e busco la muerte por las manos
mirando con cario las navajas,
y recuerdo aquel hacha compaera,
y pienso en los ms altos campanarios
para un salto mortal serenamente.
Quien se buscaba la muerte por las manos, acab enfermo en una
crcel franquista, recordando la Repblica y pensando en el hijo. G
mez de la Serna acab en Buenos Aires, muy lejos de su Rastro queri
do,
buscando publicaciones que acogieran sus veteranas gregueras.
La poesa es quiz el gnero que predispone en mayor medida a
la reflexin sobre la muerte. Pero es muy probable que la tendencia re
ligiosa del pas haya llevado a una actitud comedida de los escritores
espaoles ante la opcin del suicidio. Podemos realizar incluso un pe
queo ejercicio comparativo: observar el final de las grandes heronas
realistas. Todas ellas encaraban los problemas drsticamente. La ator
mentada Anna Karenina, se lanz a un tren y la tambin torturada
Emm a Bovary bebi veneno que acab con su vida debilitada. Eran ac
tos convertidos en una especie de redenciones finales, sacrificios hu
manos. Sin embargo, la literatura espaola, ms reacia a matar a sus
heronas, salva a Ana Ozores. En efecto, la adltera de Clarn no se mata,
no renuncia a su vida y acaba tirada en el suelo de una iglesia, derrotada,
superada, pero no muerta. Indudablemente, la religin ha tenido siempre
en la literatura espaola un papel fundamental. En estos trminos, parece
que el escritor espaol est ms tentado que convencido.
Es indudable que numerosos personajes de la literatura espaola
acaban suicidndose. Desde que en
La Celestina
(1499) Melibea se
Ramn Gmezde laSerna, Obra completa,Barcelona,Crculo de
Lectores.
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lanzara al vaco desde el torren de su casa por amor a Calixto y por
despecho, muchos personajes de obras espaolas se han suicidado. En
la literatura contempornea del siglo XX, concretamente en las novelas
de preguerra, novelas de tendencia crtica, los personajes se suicidan al
no encontrar una solucin a sus problemas. Es el caso de Alvaro Jim
nez, el protagonista de la tercera novela de Carranque de Ros,Cine
matgrafo (1936)
22
, quien se lanza por el Viaducto madrileo
atormentado por un mundo materialista que lo supera. Tambin en la
novela de posguerra hay personajes suicidados, pero ocurre que no
suelen ser protagonistas. En
Nada
(1944)
23
, de Carmen Laforet, muere
Romn, el to misterioso y bohemio de la apocada protagonista, mien
tras que en
La colmena
(1951)
24
mora ahorcada la madre de uno de los
personajes homosexuales de la novela. El suicidio de posguerra es la
renuncia escondida, el acto impuro , la salida desesperada.
Se escandalizaba Rosa M ontero en un artculo reciente de la elevada
tasa de suicidios en la poca contempornea. Las palabras finales de su
artculo titulado El suicida egosta son significativas de su posicin:
Algo debemos estar haciendo muy mal para matarnos tanto, y el pro
blema no parece ser la dureza de la vida, sino el endurecimiento fatal
de los sentimientos
25
. Y, sin embargo, los escritores que se suicidan
no endurecen los sentimientos, sino que los llevan a flor de piel y viven
atormentados por no saber cmo adiestrarlos. De hecho, la relacin en
tre los escritores y el suicidio se explica, en la mayora de ocasiones,
porque se han visto desbordados por emociones vibrantes, aturdidos
por la fuerza de unas pasiones que los ha superado. En muchas ocasio
nes la palabra era la redencin, como en estos versos de Alfonso Costa-
freda:
Y en la fe de mi verso sabiendo, sin vacilar afirmo
el absoluto sentido de la vida
en una tierra sin sentido
26
.
Y cuando concluan que estaban viviendo en una tierra sin sentido
tenan que escribir o morir. Y unos llegaron a tiempo a la plum a, pero a
22
Andrs Carranque de Ros, Cinematgrafo,Madrid, Espasa-Calpe, 1936,
23
Carmen Laforet,Nada,Barcelona, Destino, 1999.
24
Camilo Jos Cela,
La colmena,
Madrid,
Noguer, 1986.
25
Rosa M ontero, El suicida egosta, El Pas Semanal, 24-10-2004.
26
Alfonso Costafreda, Versos escribo, Ocho poemas, recogido en Partidarios de la
felicidad, de Carm e Riera, Barcelona, Crculo de Lectores, 2000.
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18
otros se les puso la pistola por delante. Y entonces unos escribieron y
para otros lleg el fro y agusanado silencio.
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suicidio
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La muerte de Larra*
Carmen de Burgos
Amanece un da de este invierno de Madrid, claro, gris y fro. Fga
ro est aun acostado cuando su criado le entra una carta. Carta de Do
lores
Deba ser una engaosa carta en la que ella se prestaba a orlo,
una carta prfida que trae al corazn de Fgaro el ltimo rayo de espe
ranza. Cree que consiente en verlo, porque an queda amor en su alma.
La han alejado de l intrigas y calumnias que an podr desvanecer; l
disipar sus miedos, sus indecisiones; su amor triunfar de la infamia.
Se hallar una frmula acom odaticia para no separarse.
Fgaro salta del lecho y escribe. Es lo nico que escribe aquella ma
ana. El maravilloso hablista traza atropelladamente estas lneas que
fotograbamos, mal construidas, dobla el papel, lo cierra con una oblea
y no le pone direccin.
He recibido tu carta. Gracias: gracias por todo. Me parece que si
piensan ustedes venir, tu amiga y t, esta noche, hablaramos y acaso
sera posible convenirnos.
En este momento no s qu hacer. Estoy aburrido y no puedo resis
tir a la calumnia y a la infamia. Tuyo.
Carmen de Burgos (Almera, 1867-Madrid, 1932) es considerada hoy como una
precursora de ideologa moderna por las feministas que buscan en su tarea y en su propia
vida profesora separada, m aestra por obligacin y atrevida periodista- un m odelo de
actuacin femenina rebelde cuando la mayora del gnero segua las normas. Carm en de
Burgos constituye,junto con Victoria Kent, C lara Campoamor y M argarita Nelken, uno de los
puntos de referencia indiscutibles cuando se trata de valorar la intelectualidad femenina
espaola de principios de siglo. Su obra es nutrida. Novelas, nove las cortas, cuentos, artculos
periodsticos, biografas y ensayos salieron de su pluma desde que en 1900 empez a escribir
Ensayos literarios hasta el ao de su muerte. De entre sus numerosos ttulos, la biografa que
la escritora nos leg del escritor romntico Mariano Jos de Larra es sin duda uno de los ms
destacados. En efecto, Fgarotiene muchos valores. Uno importante era que la escritora pudo
reconstruir los mome ntos finales de Larra porque cont con el testimon io de la familia, que
tambin le regal un bal lleno de cartas y objetos personales del periodista. Adems, analiza
con profundida d la mentalidad y la literatura de Larra, periodista de acida letra que vivi sus
28 aos entre 1 809 y 1837. El captulo XVll de la biografa se titula escuetam ente as: El
suicidio y recrea las ltimas horas de Larra,de aquel lunes 13 de febrero de1837
Fgaro. (Revelaciones, ella descubierta, epistolario indito), Carmen de Burgos. Eplogo
por R amn Gmez de la Serna,Madrid,Imprenta de Alrededor del Mundo, 1919.
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Desde casa de su esposa Fgaro vuelve a la suya. Ni est desespera
do ni piensa en hacer un recuento de su vida, como el que hace confe
sin general, ni ha deliberado suicidarse. Est ms alegre, ms
confiado que nunca. Estremece contemplar el aspecto de esta breve e
intensa felicidad. Va a esperarla a ella Siente temblar su corazn en la
zozobra de la espera, en esa duda cruel del amor impaciente. Vendr?
Est caldeada la estancia, las luces encendidas... no se atreve a abrir un
balcn para no enfriar la habitacin; va de la puerta a la ventana... le
vanta los visillos, escucha... En esos momentos vive toda la eternidad
de su vida en la intensidad. La cocinera entretiene a la nia; el criado,
advertido, espera. El Carnaval es propicio para aquella cita; la sombra,
manto necesario para envolverla en su visita, cae poco a poco, y Dolo
res entra. Dolores Es ella Est all Dnde estn los discursos que
Fgaro haba preparado? Qu es lo que quera decirle? No tiene ms
que ojos para contemplarla y corazn para quererla.
La amiga -que ha referido despus esta entrevista a la misma espo
sa de Fgaro- queda en la antesala. Ellos no cierran la puerta. Fgaro le
habla de su amor, de sus padecimientos; suplica. Hay lgrimas en su
voz. Ella est duea de s, coqueta. A las splicas de Fgaro contesta
con frialdad. Est decidida a irse con su esposo, a rehacer su vida, no
quiere seguir en una situacin equvoca.
-P or qu has venido? -pregunta l.
-Quiero que me devuelvas mis cartas. No debe quedar nada entre
nosotros
l la oye como el que no comprende, no puede, no quiere compren
der. Ella se levanta, cruje el raso de su falda y esparcen perfume de
rosa los encajes de su mantilla. Como queriendo dar ejemplo, deja so
bre la mesa la carta que Fgaro le ha escrito esa maana, e imperiosa
mente demanda las suyas. Slo ha querido verlo para eso... para
asegurar su tranquilidad. Su voz es dura, sus palabras crueles; llegar a
azotarlo con el insulto si se niega. Fgaro suplica an. Como la escena
se prolonga y l pasa de la splica a la violencia, la amiga aparece, in
terviene...
Fgaro le da las cartas Una visin de muerte pasa por l, una vi
sin de crimen. Q uiere salvarse, apartarla, y llama. Aparece el criado.
-Acompaa a estas seoras.
No es la primera vez que en sus das ms felices la ha acompaado
Pedro...
Fgaro se siente enloquecer; no estn solos, ya no puede l llo
rar; ya no puede estrecharla entre sus brazos y ahogarla en ellos an-
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tes de dejar de verla para siempre. An en el momento ltimo retiene
su mano y bebe en el calor y el roce de su piel la vida toda. No es una
despedida. Es una pregunta. La busca del ltimo resquicio de esperan
za.
-Adis?
No puede creer que aquella mujer que lo ha amado lo pueda aban
donar as. Pero ella responde:
-Adis.
-Adis para siempre?
-S .
Se aleja... No hay remedio La ola de la pasin y del dolor en
vuelve a Fgaro. No piensa, no reflexiona, no se da cuenta de nada,
i Es un dolor brbaro el suyo jSe ha ido No la verms El no con
cibe ya la vida. ElSiempre, el invencible Siempre lo anonada. Rabia,
dolor, impotencia; rebelda, contra lo invencible, lo supremo, lo in
concebible. Uno de esos momentos en que no hay cielo, ni aire... en
que el mundo se abre, cortado a pico por un hachazo, y no tenemos
dnde poner el pie. Se ha concluido todo... la locura invade el cere
bro...no recuerda... no hay hijos... padres... gloria... nada. Es imposi
ble vivir en el vaco. El alma se va... el alma corre, el alma vuela... la
sigue... la acompaa... la anhela. Es el alma deseosa de escaparse la
que lo gua... Desdichadamente las pistolas estn all, en la caja ama
rilla Son el reme dio... no puede sufrir aquel dolor brbaro de su co
razn... Se aplica la pistola a la sien, sin fijarse en nada, loco,
apresurado, pensando quizs que Dolores va a volver al or la detona
cin y que va a revivir en brazos de ella... Dispara
Dolores no ha salido an de la casa. El ruido del disparo y la cada
del cuerpo y de los cristales del balcn producen un ruido que oyen to
dos.
Los otros no sospechan nada. Do lores, s. Tiene la visin de lo que
ha sucedido. Pero en vez de dolor y amor siente pnico de verse descu
bierta; con voz temblante y emocionada dice al criado:
-Vulvase usted... vulvase, Pedro. Pueden necesitarlo...
No se atreve a decir ms y aprieta el paso, se aleja, huye... Nadie la
acusar de asesinato, pero ella sabe que su mano, que an guarda la
presin de la mano de Fgaro, ha disparado un arma. Sabe que es ela
quien lo ha matado. Los pasos breves y rpidos de las dos mujeres se
pierden resonando a lo lejos sobre las desiguales losas de la calle de
Santa Clara. A sus ecos responden las campanas de Santiago doblando
lastimeras por las nimas... Fgaro no es ms que un cadver que yace
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sangriento y abandonado... no ha recogido nadie su ltimo suspiro, ni
su ltima mirada... sobre la mesa haban quedado unas cuartillas y la
carta que le devolvi Dolores.
Parece que un velo de muerte cubre la casa, un estremecimiento de
temor agita a todos. Es ms triste, ms lastimera la voz de las campa
nas de Santiago. Ella sabe que doblan por un muerto ms. Que en el
aire vaga an el suspiro de otro agonizante. Las campanas de Santiago
lloran; es como si quisieran con sus dobles dar el viso de que un hom
bre agoniza y muere solo y abandonado; de que hay un cadver a quien
nadie se acerca. Las campanas quisieran ser como esas campanas que
tocan a fuego y hacen correr a las gentes para remediar el siniestro.
Pero nadie las entiende, ellas lloran, doblan, plegan... a sus ecos lasti
meros responde el alegre bullicio de las mscaras, ya cansadas del re
gocijo del da... El cadver contina solo tendido en medio de la
estancia
La detonacin apenas ha sonado. La criada escuch el ruido de la
cada del cuerpo derribando el juego de t y de los vidrios del balcn
que quebr la bala, pero no comprendi y puso su comentario vulgar al
volver Pedro:
-M al hum or ha dejado al amo esa visita.
Era la hora en que la nia deba entrar, como todas las noches, a
darle un beso a su padre antes de acostarse. Tierna costumbre que es un
ments ms a los que han dicho que Larra no haca caso de sus hijos o
han escrito que la nia estaba all por casualidad. No queriendo los
criados exponerse al mal hum or de Fgaro la dejaron ir sola. Adelita, la
linda nia de rizos rubios, no tena idea de la muerte; pero el espect
culo de su padre cado en el suelo, casi bajo la mesa, con un revlver al
lado y los muebles derribados, la sobrecogi. Sinti lo que no com
prenda y huy aterrorizada llamando a los criados:
-Pap est debajo de la mesa.
Entonces acudieron.
Un quinqu iluminaba el fnebre cuadro. Al caer haba derribado el ve
lador, peridicos, libros y papeles se haban esparcido por el suelo; un cris
tal del balcn se haba roto y un helor glacial penetraba en la estancia:
Fgaro yaca plido, con los ojos cerrados; con una expresin de dolor y de
amargura, que denotaba bien las ltimas impresiones de su vida.
Su cabello de bano caa sobre su noble frente y haca resaltar ms
la palidez. Apenas se notaba el orificio de entrada de la bala, apenas la
sangre haba salpicado la pechera de su levita y de su camisa. Se podra
decir, en verdad, que descansaba.
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E S D E B E R D E
T O D O A R G E N T I N O
interesarse por los
productos del pas.
M O S C A T E L
R O S A D O
P A L E N C I A
es un producto genuinamente na
cional; jugo puro de la exquisita
uva moscatel rosado.
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COSECHA- 1903.
En venta en todos los
Alm acenes, D espensas, etc.
BODEGAS DE
R ic a r d o P a t e n c i a
C a .
Gral. San Martn - Mendoza.
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Crculos convergentes en Gabriel Ferrater
Jordi Ama
Con la conciencia perturbada por saber que aquel suicidio tena mu
cho de profeca, de muerte por l anunciada. Porque lo haba dicho en
ms de una ocasin (a Jaime Salinas, a Jaime Gil de Biedma, a su no
via de haca aos y escritora Helena Valent). No quera, no pasara de
los cincuenta. Fue el 27 de abril de 1972. Gabriel Ferrater -que haba
nacido en Reus (Tarragona) en 1922- se quit la vida cuando faltaban
tan slo veintitrs das para que cumpliera medio siglo, cuando llevaba
menos de una semana redactando una gramtica de la lengua catalana
para la que haba estado formndose a conciencia desde haca nueve
aos.
Tan slo la empez, como slo haba empezado la carrera de ma
temticas o una historia de la pintura espaola contempornea que Car
los Barral le encarg en 1954. En cuanto al suicidio, no aplaz lo
anunciado y cumpli con una puntualidad de pasmo. La noticia caus
conmocin, pero no fue un final inesperado.
Con un suicidio, el pasado deja de tener el don multiforme que
siempre tiene para un viviente. A los cincuenta aos la vida de Gabriel
Ferrater se haba convertido en mrmol, culminando as el proceso de
formacin de un personaje caracterizado tanto por la autodestruccin
como por un exceso de ser inteligente. Muy pronto empezara a es
cribirse el primer captulo de una leyenda que haba ido fragundose en
los crculos reducidos de cierta intelectualidad barcelonesa desde los
primeros cincuenta y ms tarde, desde mediados de los sesenta, entre
algunos universitarios de letras que fueron alumnos suyos. Las anc
dotas de la vida de Ferrater circulaban por entre los amigos de a facul
tad como un tesoro del que estbamos celosos, escribi en su diario
un joven V alent Puig al poco de conocer la noticia de su muerte.
Cuando Gabriel Ferrater se suicid, el nico bloque de su produc
cin intelectual al alcance de los lectores era Les dones i els dies
(1968),
el volumen que recoga sus tres libros de poesa. Todos irre
petibles al decir de Roberto Bolao, El resto -los escritos sobre pintu
ra, sobre literatura, sobre lenguaje- estaba indito o disperso y sera su
hermano y crtico Joan Ferrat, principalmente, quien desde finales de
la misma dcada y hasta mediados de los noventa ira editando el grue-
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so de su obra (incluyendo parte de la correspondencia, conferencias,
informes de lectura para editoriales espaolas y extranjeras o entradas
de enciclopedia sobre escritores). A da de hoy la influencia de su obra
permanece entre muchos poetas, y bigrafos y estudiosos siguen atra
pados por la apuesta por la felicidad y el conocimiento a fondo que tra
t de encarnar. Aunque para muchos aquello ms fascinante siga
siendo el cumplimiento de la profeca (F . de Justo Navarro lo prob
por penltima vez), trasunto de otro suicidio. El 15 de junio de 1950
Ricard Ferrat i Gili -el padre de Gabriel- firm una pliza de vida
con la condicin excepcional de que cubriera la muerte por suicidio.
Los responsables de la Compaa de Seguros Adritica aceptaron el
ruego con otra condicin: en caso de suicidio slo podra cobrarse el
seguro si la muerte se produca al cabo de un ao de haberse firmado.
El 16 de jun io de 1951 Ricard Ferrat, arruinado, se quitaba la vida.
Muchos argumentos para la construccin de un mito (todo mito es
una traicin de la realidad), tantos que la interpretacin del personaje
ha partido casi siempre del final o de un principio forzado a desembo
car en un final trgico conocido de antemano. Pero lo medular en Fe-
rrater, el territorio donde debe perseguirse al Ferrater esencial, no est
en el suicidio -como s lo est, en gran parte, por ejemplo, en el caso
del poeta Alfonso Costafreda (que a finales de los cuarenta fue conter
tulio de los hermanos Ferrater en el caf del Ateneo de Barcelona)-
sino en
Les dones i els dies.
Los 4.215 versos (segn el recuento del
poeta y tambin crtico Jordi Cornudella) escritos en tan slo cinco
aos,entre 1958 y 1963.
Entiendo la poesa como la descripcin, pasando de un momento a
otro,de la vida moral de un hombre ordinario, como pudiera serlo yo.
As defini su idea de la poesa en el prlogo de Da nuces pueris
(1960),
su primer libro publicado. De esto se trataba: expresar situa
ciones humanas, partiendo de la base de que a las personas lo nico
que nos interesa son los hombres y las mujeres, como dijo en una en
trevista al novelista Baltasar Porcel. Mi intencin era recoger en mi
poesa el mximo nm ero de observaciones m orales, observaciones so
bre la conducta de los hombres, de las mujeres. Esta insistencia en
lo
experiencial contrastaba con un prejuicio sobre la figura del intelectual
que Ferrater tena firmemente establecido. Los intelectuales tenemos
siempre reacciones secundarias sobre la vida. Y en otra entrevista in
cluida en el libro
Infame turba,
respondiendo a Federico Campbell,
provocando en voz alta, se haba expresado en un sentido parecido.
Recuerda usted un poem a de Octavio Paz en que hable realmente de
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una relacin humana entre dos personas? Aqu est: para m, Octavio
Paz como poeta no existe. No debera extraar que el calamar prota
gonista de su poema Literatura muera devorado cuando tentle lo
inefable (segn tradujo Pere Gimferrer) o que en E ls jocs el pasean
te que mentalmente va articulando una serie de pensamientos en verso
se ra de si mismo al definirse como un doctrinario, lleno de odios in
telectuales.
Como tantos otros creadores enfrascados en tareas docentes, Ferra-
ter elabor un
corpus
crtico fundado en sus opciones particulares
como autor, coherente con la tradicin en la que quera insertarse. Du
rante el curso acadmico 1965/66 y el siguiente imparti una serie de
conferencias sobre literatura catalana en la Universidad de Barcelona.
Nunca ramos ms de doce personas. Recuerdos sus comentarios so
bre Vctor Ctala, Riba, Pa y una lectura comentada de versos de Foix,
difcilmente olvidable, escribi Puig en la entrada de su diario
Bosc
endins
que citaba antes. En la ltima de las lecciones que dedic a la
poesa de Riba se centr en el comentario del libro de sonetos
Salvatge
cor(publicado en 1952 y traducido al castellano por Rafael Santos To-
rroella un ao despus), valorando un aspecto del poemario que tiene
bastante que ver con algo que pretenda apuntar en el prrafo anterior.
Aquello que Ferrater destac fue la denssima carga de experiencia es
trictamente humana que el Riba maduro volc en sus sonetos. Frente a
la imagen tpica del humanista valorado casi en exclusiva por la tra
duccin de los clsicos griegos, Ferrater reivindicaba un Riba m edular-
mente humano, el ms autntico en el sentido orteguiano de la palabra.
El Riba poeta. Es maravilloso contemplar que la culminacin de todo
el trabajo de una v ida de un intelectual de primera categora se resuelve
en esta cifra de sabidura que es verse a l mismo como un puro ser
animal
y como un
animal ertico.
Este punto de llegada es el punto
de arranque de la lrica de Ferrater, zafndose con alevosa y premedi
tacin de la que l consideraba tara congnita de la literatura catalana:
el exceso de pudor, incluso de cobarda, en el orden de la expresin
moral personal.
En la poesa de Gabriel Ferrater el sujeto se concibe siempre como
ser ertico y el deseo est situado en el centro. Es el mismo plantea
miento que Octavio Paz, precisamente, seal en la lrica de Luis Cer-
nuda, otro poeta del cuerpo que igual que Ferrater aprendi en la lrica
inglesa la posibilidad de convertir el poema en un espacio para refle
xionar sobre la propia existencia moral (una potica, por cierto, que
casa a Cernuda y a Ferrater con Gil de Biedm a, corresponsal del prime-
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ro e ntimo amigo del segundo). Igual que en algunos textos del ltimo
Cernuda, Ferrater tambin concibi el poema (el poema que usa la lite
ratura de pretexto) como un escenario para dirimir divergencias perso
nales (pienso en el inicio del Poema inacabat o el retrato velado de
Juan Goytisolo que se entrev en Els polis) o un espacio para sealar
las fallas de la sociedad, para poner el dedo en la llaga de las conven
ciones. Un ejemplo. El poema Sobre la catarsi es un comentario so
bre el ciclo El comte Arnau y la relacin con su autor, Joan
Maragall. Lo reproduzco entero porque la cuestin del animal ertico
es nuclear.
SOBRE LA CATARSI
De qu serveix d'sser bon pare,
si Maragall, que ho era
pero de mes a mes era poeta,
va imaginar que el vell luxuris,
el comte Arnau , seria redimit
quan una noia pura, molt sim blica -
ment pura, cantara la cane
deis fets impurs del compte. PosseTda
tamb, car aix ho deien
al temps de Maragall, potica-
ment posseda, aquella noia, cable
de parallamps, resorbiria el somnieig
de Maragall, l'espetec d'impuresa,
dins la trra del seu instint, difcil
ment pur, des d'aleshores. Redem ptora. En ella
la carn del compte es feia verb, amb l'entenent
que el verb, de Maragall, i no del compte,
s'havia
de fer carn, la de la noia. Tot plegat
un joc pervers. La carn mes pura ja somnia.
Vol carn, sense l'empelt de la m emoria
d'unaaltra carn, senil. No vol m es verb*.
Reproduzco la traduccin de Gimferrer, introduciendo una levsima modificacin. Para
qu sirve ser
buen
padre, /si Ma ragall, que loera,y adems / era poeta, imagin que el viejo /
lujurioso, el conde Arnau, seria / redimido cuand o una muchacha / de pureza simblica cantase
/ la cancin de los hechos impuros / delconde.Poseda / tam bin, que as decan en los tiempos
/de Maragall, muy poticamente / poseda, la m uchacha, cable / de pararrayos, reabsorbera /
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Usando la casustica de la carne que aprendi en Ausias March
(otro lrico del cuerpo, fuente confesa del
Salvatge cor
de Riba y lectu
ra recurrente de ios hermanos Ferrater), el poeta muestra en Sobre la
catarsi cmo lo ertico exudaba del planteamiento bsico del ciclo del
El comte Arnau casi a pesar del- propio Maragall. A pesar de Mara-
gall porque el erotismo se conceba como algo ajeno, algo que slo po
da mostrarse para ser sublimado, tensando los cdigos de una
confortable moral burguesa pero que al fin y al cabo nunca llegaba a
romperse. Un erotismo telrico que por poco que el lector ejerciera su
obligacin a leer desde la sospecha adverta que era el corazn oculto
desde el que lata toda la composicin, el corazn oculto del mismo
Maragall.
Para el Ferrater deLes dones i els diesla literatura no era un pretex
to para reprimir los desafos del deseo ni un espacio imaginario donde
enjaular las demandas del cuerpo. Al contrario. La literatura se enraiza
en lo esencial del sujeto y slo vale cuando se concibe como un fen
meno interdependiente del ser animal, como una experiencia integrada
plenamente en el vivir de un individuo concreto. Alguien como l. Es
una apuesta radical que no se resuelve en hedonismo vacuo, sino en la
meditacin desnuda sobre la complejidad de las relaciones con las mu
jeres (el animal ertico exige necesariamente al otro para ser). Desnuda
para poder convertirse, sin tramoyas retricas gratuitas, mediante un
fraseo no trasgresor pero s moderno, en un artefacto que le permita
meditar sobre la conducta de los hombres, de las mujeres. Dicho con
otras palabras, tambin suyas: el tema de la literatura moral [la que l
practic] no es la experiencia que un hombre tiene de los otros; es la
inexperiencia que siente frente a ellos. La meditacin de un hombre
ordinario dotado -y aqu est la clave, su valor indiscutible- de una
lucidez asombrosa puesta al servicio de la especulacin m oral.
Al contar su vivencia del amor, Ferrater descubre en el cuerpo (pa
rafraseo ahora al Emilio Lled deEl epicureismo)una frontera que evi
dencia la existencia de dos territorios: por una parte el vergel del placer
(como puede apreciarse en Kensington) y por otra la tierra inhspita
d on d e h ab i ta l a o s c u r a s o l e d ad d e l a c ar n e . U n a s o l e d ad q u e a l Si
en latierradesudifcilmente puro /instinto aquel chasquidod eimpureza/que erae lensueo
de Maragall. Redentora. En ella / se hara verbo la carne del conde, / siempre en la
inteligencia de que elverbo / (de Maragally no delconde)iba/ ahacerse carne, la de la
muchacha. /Todoello un juego perverso. /Y lams pura Icarne ya suea .Quierecarne,sin/
el
injerto
de la
memoria
de otra /
carne,
senil. No
quiere
ya ms
verbo.GabrielFerrater:
Mujeres ydas,Barcelona,SeixBarral, 1979,pg.
51.Esta
traduccin
se
reedit el ao2003.
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tuarse en el centro de la imaginacin del poeta se hace oscura, con
vocando al instante a una angustia siempre latente que se abalanza im
placable sobre la conciencia de la voz que articula el poema. La m irada
especular sobre s mismo que Ferrater proyecta en muchos de sus poe
mas lo descubre entonces como un ser vulnerable. La vida furtiva o
Tant no turmenta son ejemplos de ello, pero dos versos (ms dos pa
labras) de Punta de da, otra poesa soberbia, lo exponen con nitidez:
em fa
fred de mirar-me un da mes, pinyol
tot salivat, pelat de polpa, fora nit*.
Fora nit: a la intemperie, en la traduccin propuesta por Jos
Agustn Goytisolo (traduccin que es una lectura global de todo el poe
ma).
La intemperie es un estado de espritu que Ferrater nunca maqui
lla y en Poema inacabat, al pensarla vinculada a su vida durante los
aos de la primera posguerra, convoca al suicidio:
Somniava a sucidar-me
(tancat al ventre de la nit
calenta, o en el fred mat)
pero per sota treballava
un queso sinus, i em portava
vers aqu, vers ara, vers t u "
Creo que es el nico momento de la obra potica de Ferrater en el
que el suicidio es aludido explcitamente. Concebido como un sueo,
el poeta bandea la posibilidad porque descubre el potencial del amor:
una fuerza que poco a poco le llevara hacia una mujer. En el caso con
creto de este poema, hacia su interlocutora: la joven Helena.
La ideacin suicida, pues, comparece cuando el hombre vulnerable
se instala en la intemperie. Este es uno de los espacios de convergencia
entre su vida y su poesa. Gabriel Ferrater vivi en esta situacin du-
Esta es la versin castellana, incluida en la edicin de Seix Barra y a citada, que propuso
Jos Agustn Goytisolo: y me da /fro mirarm e un da ms, chupad o I hueso frutal, sin pulpa,
a la intemperie.
Soaba que m e suicidaba / (enfras albas, o encerrado /
en
el nocturno vientre clido)
/pero debajo traba jaba / un rastro sinuoso, y me guiaba /hacia
aqu,
hacia ahora y hacia ti.
G. F errater:Poema inacabado (trad. de Joan Margarit y Pere R ovira), Alianza y Enciclopedia
Catalana, 1989, Madrid y Barcelona.
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rante buena parte de su vida adulta. No fue siempre una circunstancia
adversa. Ferrater supo vehicular este estado en positivo (as podramos
interpretar los cinco aos durante los cuales escribi el grueso de
Les
dones i els dies),
como se desprende de un fragmento de una carta diri
gida a Helena Valent el 21 de septiembre de 1962: la desesperacin
era como una fuerza. No teniendo nada que defender, era invulnerable
y poda permitrmelo todo. En cualquier caso, a medio plazo, la insta
lacin en la intemperie le llev a una situacin de inestabilidad cada
vez ms frecuente, intensificada por dos rasgos de carcter que le ha
can an ms dbil. Por una parte, segn Jos Mara Castellet, a Ferra
ter le falt la ms elemental de las inteligencias prcticas, la
adecuacin a la realidad. O lo que es lo mismo: las cuestiones econ
micas y profesionales fueron demasiado secundarias para l. Por otra
parte, la arquitectura de sus sentimientos siempre fue muy frgil y su
relacin con las mujeres tendi a acabar mal indefectiblemente. Esta
inestabilidad fue terreno abonado para que un instinto autodestructi-
vo latente (la expresin es de Joan Ferrat) fuera fructificando.
El alcohol ira convirtindose en una de las claves de su vida, un
mecanismo que iba en su contra y tambin a su favor. A favor? Lo
alejaba de la intemperie, atenuaba su endmica fragilidad sentimental y
al mismo tiempo le permita mostrar su inteligencia frente a un audito
rio cambiante y boquiabierto ante la exhibicin de saber de un hombre
tan brillante y tan cercano a todos sus interlocutores. Al mismo tiem po,
la autodestruccin. A mediados de los aos sesenta, como mnimo, Ga
briel Ferrater ya estaba alcoholizado y segua un tratamiento neurolgi-
co para dejar de beber. El 3 de diciembre de 1966 le escriba a su
hermano que el tratamiento del neurlogo da resultado en el sentido
que duermo y que mantengo el alcohol a distancia, pero a mediados
del mes de febrero de 1967 volva a notificarle que hasta antes de ayer
no pude volver a cortar con el alcohol, y me encuentro sin una peseta,
y he de trabajar como un alucinado para ver si el viernes cobro algo.
El mdico le asegur que si segua bebiendo morira o enloquecera en
slo seis aos. Nunca pudo dejarlo.
A partir del mayo francs hab a organizado su vida como si tuviera
que ser joven para siempre. Y lleg un mom ento en que descubri que
se haca viejo por mom entos, escribi Jaime Gil de Biedma. En pocos
aos su cuerpo fue resintindose de una adiccin que haca mucho que
duraba. Yo he bebido mucho toda mi vida y ahora los nervios y las
arterias me fallan, necesito reducirlo. Si me golpeas la rodilla, ya me
fallan, le confes a Baltasar Porcel. l, que haba hecho eje de su poe-
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sa la vivencia del ser animal, vio cmo iba cercndolo la decrepitud.
Dejar la autenticidad?Vivir sin poder ser el animal ertico de sus
versos? En presencia de Marta Pessarrodona, su ltima mujer, dijo a su
madre que los lobos me pisan los talones. Antes muerto que loco.
Compr un libro ingls que daba cuenta de distintos modos de sui
cidarse. Busc uno que fuera infalible y poco doloroso: somnferos, al
cohol y una bolsa de plstico. Lo tena todo, dej de teclear las
primeras lneas de la gramtica y mir el calendario. Faltaban pocas se
manas para cumplir cincuenta aos.
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El suicidio y la bruma bonaerense
TaniaPleitez Vela
Evolucin de la percepcin d el suicidio en O ccidente
Qu hace que una persona decida quitarse la vida? Por qu al
guien opta por la muerte y otra persona, en circunstancias tambin de
sesperantes, se decide por la vida? Por qu Primo Levi, despus de
sobrevivir la terrible experiencia de Auschwitz, cuarenta aos despus
se lanza por las escaleras de su edificio? Por qu Sylvia Plath, madre
de dos pequeos, mete la cabeza en un horno de gas, y la poeta rusa
Nina Gagen-Torn, viviendo en condiciones infrahumanas en un campo
de concentracin en Siberia, decide convertirse en animal de carga
para sobrevivir? Por qu Alejandra Pizarnik toma una sobredosis de
seconal sdico con tan slo treinta y seis aos, y Frida Kahlo, condena
da a una vivencia dolorosa envuelta en un cors ortopdico y con una
amputacin de pie, escribe en su diario pies para qu los quiero si ten
go alas pa ' volar?
El suicidio aparece como uno de los actos ms misteriosos en la cul
tura occidental. Durante mucho tiempo lo cubri una sbana tejida de
tabes, supersticin y silencio. An hoy se trata de algo de lo que nadie
quiere o prefiere no hablar. En nuestras sociedades, en general, pocas
personas se sienten cmodas frente a la idea de la muerte -aunque los
medios de comunicacin y las pelculas constantemente nos bombar
dean con imgenes violentas- cuando lo cierto es que todos estamos
condenados, irremediablemente, a su casa. No se nos ensea a abordar
la con naturalidad, ms bien nos produce miedo, pavor. Sin embargo,
desde tiempos antiguos, la muerte tambin nos ha resultado algo exci
tante y hasta morboso; bien es conocida la aceptada sed de sangre de
los circos rom anos y de las ejecuciones pb licas de la era cristiana, que
ms que actos atroces parecan ferias de atracciones. La diferencia aho
ra es que la televisin nos muestra atrocidades que no parecen reales.
En este contexto, el suicidio es un acto del que todava se habla en
voz baja cuando, por ejemplo, un pariente se ha quitado la vida volun
tariamente. Cuntas veces, por prejuicios morales y hasta burocrti
cos, derivados de la susceptibilidad familiar, se insiste en que varios
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suicidios son accidentes? Por qu existe una falta de disposicin
oficial y tradicional para reconocer el acto por lo que es? Cuntas ve
ces escuchamos de alguien que muri accidentalmente porque estaba
limpiando su arma o se estrell con su coche sin que se indique la
causa del percance? Y, no obstante, las estadsticas muestran que es
uno de los actos ms recurrentes de la humanidad y, de acuerdo a
Glanville Williams, un acto natural: este autor cita una fuente especia
lizada que demuestra que los perros, cuando se sienten segregados de
la vida familiar, se suicidan negndose a comer o ahogndose. Por otra
parte, las culturas antiguas asumieron el suicidio y lo incorporaron a su
cotidianidad. Entre los inuits groenlandeses, el suicidio era considerado
un acto respetable: cuando una persona mayor crea que haba vivido
lo necesario y ya no era capaz de valerse por s misma, se le dedicaba
una ceremonia festiva de despedida, durante la cual se pronunciaban
elocuentes palabras, y el agasajado se marchaba remando en una canoa
sobre las corrientes heladas hasta perderse en un punto del horizonte;
nunca ms se le volva a ver. A lgo similar ocurra entre los escitas, que
tenan al suicidio como el mayor de los honores cuando la vejez los in
capacitaba para la vida nmada. Lo cierto es que la historia detrs de
este acto en la Europa cristiana, y la evolucin de su percepcin desde
tiempos antiguos hasta hoy, resulta imprescindible para comprender
por qu el acto en cuestin se ha erguido como un tab.
Al lvarez en su magnfico libro,El Dios Salvaje,explica esta evo
lucin. Para los estoicos griegos, que tenan como ideal vivir de acuer
do a la naturaleza, la muerte apareca como una eleccin racional
cuando la vida dejaba de ser reflejo de esa naturaleza. Incluso Platn
lleg a justificar el suicidio: una enfermedad terrible o una privacin
insoportable, que volva a la vida inmoderada, eran razones suficien
tes para llamar a la muerte. En Atenas y en las colonias griegas de
Marsella y Ceos, se les permita a los magistrados tomar dosis de vene
no si la existencia se les volva odiosa, siempre y cuando obtuvieran el
permiso oficial de S enado. Por su parte, el estoicismo del Imperio Ro
mano tardo retom y acentu los postulados platnicos y convirti al
suicidio en una costumbre refinada: si la vida se volva insoportable,
la cuestin ya no era matarse o no, sino cmo hacerlo con la mayor
dignidad, valenta y estilo, es decir, se trataba de algo q ue se llevaba a
cabo de acuerdo a los principios de cada uno; por ejemplo, de acuerdo
a Fedden, un noble llamado Corelio Rufo se neg a cometer suicidio
bajo la tirana de Dom iciano y esper a que el emperador m uriera para
quitarse la vida com o romano libre. En fin, de acuerdo al
Digesto
de
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Justiniano, el acto no se castigaba si derivaba de la impaciencia ante
el dolor o la enfermedad, u otra causa, o del cansancio de la vida...
locura o miedo a la deshonra. Por lo tanto, eligieron este camino, en
tre otros, Catn, Sneca, Iscrates, Demstenes, Lucrecio, Luciano,
Labieno, Terencio, Anbal, Nern... Evidentemente, en ese momento,
el acto no ofenda ni a la moral ni a la religin. A qu se deba esta
nocin increblemente racional del suicidio? De acuerdo con lvarez,
el estoicismo era, en realidad, una filosofa de la desesperacin, una
especie de mecanism o de defensa contra la sordidez asesina de la pro
pia Roma en la que la crueldad, corrupta y arbitraria, que se observa
ba a diario -e n un m es podan llegar a morir treinta mil personas en los
espectculos de g ladiad ores-, empujaba a los estoicos a aferrarse a este
ideal racional y claramente frivolo.
Es con la llegada del cristianismo que el suicidio se convierte en un
acto vil, detestable y condenable, actitud que deriva del quinto manda
miento: No matars. En el ao 562, el Concilio de Braga neg la se
pultura cristiana a todos los suicidas, sin importar clase social, razn o
mtodo utilizado, y el Concilio de Toledo, en el ao 693, orden que el
intento de suicidio fuera una causa de excomunin. Toda esta cuestin
la termin de sellar santo Toms de Aquino en
Summa,
y el suicidio
pas a ser un pecado m ortal contra D ios y, por ende, un acto de vehe
mente repulsin moral.
El trabajo de filsofos como Voltaire, Hume, Schopenhauer o Kier-
kegaard sobre el duro oficio de vivir y la desesperacin creciente de
ese ser humano que se senta cada vez ms aislado de Dios, poco hicie
ron para cambiar las concepciones morales y religiosas. Ser a finales
del siglo XIX cuando el suicidio em pezar a estudiarse en los crcu
los cientficos y psiquitricos (Morselli, Durkheim) como un fen
meno social. Pero desgraciadamente, en estos crculos, el problema
pasar a ser una cuestin meramente intelectual, acadmica, ajena a
la tragedia.
Con el advenimiento del romanticismo, el suicidio se convirti en
una especie de culto. Muchos artistas romnticos establecieron la idea
popular que la muerte era uno de los precios a pagar por la genialidad,
y que la muerte por alienacin o por amor era un ideal supremo. Aca
so no es esto lo que representa el joven Werther de Goethe? Los ro
mnticos lograron hacer de la literatura no slo una forma de
entretenimiento, sino una forma de vida, y en este contexto el suicidio
era un acto literario donde el muerto se converta en hroe. Se desarro
ll entonces una especie de tolerancia general: el suicida dej de ser un
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delincuente convirtindose en un fenmeno ms all de las leyes ya ca
ducas.
Sin embargo, a finales del siglo XIX, a medida que se fue ago
tando el ideal romntico, tambin degener el ideal de muerte. Es
entonces cuando la
femme ftale
reemplaza a la muerte como la mxi
ma inspiracin de los artistas y Baudelaire escribe: El satanismo ha
vencido. Satn se ha vuelto ingenuo. Los artistas se obsesionan con
los excesos sexuales, el sadomasoquismo, el incesto, el sexo fatal, todo
aquello que pareciera ms chocante que la muerte por la propia mano.
De all que de los tabes legales contra el suicidio, se pasara a los ta
bes sexuales y el miedo se desplazar a las enfermedades venreas.
En el siglo XX, el suicidio nuevamente pas a ser materia del arte,
pero desde otra perspectiva. La idea de estar solos, de que no existe
otro mundo despus de la muerte, de que no hay Dios, vislumbr lo ab
surdo. Se perciba un mundo nervioso donde a los humanos slo les
quedaba un d ios terrenal, uno que, como los hum anos, mejoraba con la
muerte; se trataba del Dios Salvaje, en palabras de Yeats. En este con
texto,
se produjo un arte ms violento, extremo y autodestructivo, cuyo
mejor ejemplo es el de Dada, un movimiento que estaba en contra de
todo,incluso del arte mismo, donde el escndalo, una especie de broma
psicoptica, importaba ms que el hecho artstico. Para el dadasta
puro,el suicidio era algo inevitable, su obra de arte culminante. No hay
ejemplo ms claro que el de Jacques Vach, quien escribi que no que
ra morir solo, por lo que se mat ingiriendo una sobredosis de opio
que tambin suministr a dos buenos am igos que queran vivir la expe
riencia de la droga sin intenciones suicidas; se trat del supremo acto
dada, la broma perversa absoluta: suicidio y doble homicidio.
El elemento catstrofe haba empezado a gestarse desde la Primera
Guerra Mundial. Los derramamientos de sangre a escala mundial, el
alto coste de la vida, la sociedad de consumo, el atroz individualismo,
la incertidumbre, etc., contribuyeron a que este elemento se arraigara
en las conciencias. Comenzaba as el siglo de los antidepresivos y de
las alteraciones anmicas; es interminable la lista de escritores y artistas
suicidas del siglo pasado: Van Gogh, Dylan Thomas, Delmore Schwartz,
Paul Celan, VirginiaWoolf,Cesare Pavese, Sylvia Plath, Jos Mara Ar-
guedas, Yukio Mishima, Ernest Hemingway, Primo Levi, Modigliani,
Gorky, Pollock, Rothko... En la reginrioplatense-que ha bebido siem
pre de la tradicin europea-, sus escritores y poetas tambin se vern
afectados por el mal del siglo. El imaginario ha hecho que Buenos
Aires -empapa da de la nostalgia de sus tangos y los lamentos del inmi
grante desarraigado de finales del siglo XIX y principios del XX- se
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asocie a la idea de una vivencia melanclica, brumosa, de colores agri
sados y metlicos, una idea que se ha hinchado con los suicidios de
poetas y escritores tan emblemticos como Leopoldo Lugones, Hora
cio Quiroga, Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik.
Esa bruma bonaerense
El 18 de febrero de 1938, Leopoldo Lugones, a la edad de sesenta y
cuatro aos, pasaba por un momento difcil. Antes de tomar una mez
cla de arsnico y
whiskey
mientras se encontraba en el Tigre, dejo es
critas estas palabras: No puedo concluir la Historia de Roca. Basta.
Pido que me sepulten en la tierra, sin cajn y sin ningn signo ni nom
bre que me recuerde. Que pudo provocar que Lugones, uno de los
poetas ms clebres de su tiempo, quisiera borrar cualquier evidencia
de su paso por este mundo? La causa inmediata tiene que ver con la
consideracin general de que el suicidio era un acto abominable, inmo
ral,pecaminoso; era usual que a los suicidas se les enterrara sin una l
pida o cruz. Entonces, si Lugones era consciente de esto, por qu, an
as,
decidi quitarse la vida?
Para 1912, Lugones se haba convertido en el poeta nacional, el
mximo exponente del m odernismo argentino. Tam bin narrador y en
sayista, era director de la Biblioteca del Maestro del Consejo Nacional
de Educacin. Evidentemente, Lugones goz de una situacin privile
giada en el entorno intelectual bonaerense, y esta posicin de poeta
consagrado hizo que los jvenes poetas de su tiempo se desvivieran
por conocerlo para mostrarle sus trabajos. En este sentido, era cons
ciente del poder que tena y no en pocas ocasiones se mostr extrema
damente exigente y un tanto arrogante. Por ejemplo, cuando Alfonsina
Storni le enva un ejemplar de su primer libro de poesa,
La inquietud
del rosal,ocho meses antes de que fuera publicado para pedirle su opi
nin, Lugones no slo no le contesta, sino que jams se digna a dedi
carle un comentario. Algunos aseguran que el poeta era receloso de
posibles rivales, mucho ms si se trataba de una mujer. Conrado Nal
Roxlo enfatiza
que:
Lugones tena una profunda prevencin contra las
mujeres que escriban, y ms an si se trataba de poetisas. Gustaba de
cir, con su maestro Nietzsche, que el hombre ha sido creado para la
guerra y la mujer para solaz del guerrero; y que todo lo dem s era locu
ra... Cierta vez, estando Arturo Capdevila en el despacho de Lugo
nes, este le mostr un libro de Alfonsina que le acababa de llegar. El
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libro tena escrita una irnica dedicatoria que el poeta consider inau
dita: A Leopoldo Lugones que no me estima ni me quiere, Alfonsina
Storni. Cuando Capdevila le pregunta que es lo que har al respecto,
le contesta, con todo la soberbia que lo caracteriz: Lo que correspon
de:nada.
Alrededor de 1929, la situacin mundial afect de cerca a la Argen
tina. Mussolini lideraba Italia y empezaban a gestarse en Europa las
condiciones que provocarn la Segunda Guerra Mundial. Al mismo
tiempo, el
crack
de Wall Street, en octubre de ese ao, iniciaba una
profunda crisis econm ica a nivel internacional. En Argentina sus efec
tos tardarn poco en llegar: desempleo, recesin, la quiebra de comer
cios,
anillos de miseria alrededor de la ciudad. El 6 de septiembre de
1930,
la segunda presidencia de Hiplito Y rigoyen ser derrocada por
un golpe de Estado liderado por el general Jos Flix Uriburu, militar
antidemocrtico que proyecta un rgimen nacionalista radical. Leopol
do Lugones ver con buenos ojos un modelo semejante al de Benito
Mussolini; para entonces, ya Alemania e Italia haban dem ostrado que
las crisis econmicas eran caldo de cu ltivo de regmenes dictatoriales.
Pero Lugones no siempre fue un fascista. Ms bien, su vida representa
un caso curioso de vaivenes ideolgicos. Siendo joven, se inclin por el
anarquismo y el socialismo y junto a Manuel Ugarte, una de las personali
dades ms importantes del socialismo argentino, llev el ideario izquierdis
ta de la tribuna al pueblo. Pero con los aos, su ideologa poltica deriv
hacia el fascismo. En el momento del golpe de Uriburu, apoy sus tesis an
tiliberales y antidemocrticas y no slo se convirti en uno de los portavo
ces de la dictadura, sino que tambin escribi elocuentes discursos al
gobierno militar que culminaron enLahorade laespada. Su hijo Leopol
do,ms conocido como Polo, comisario de la Polica Federal, ser un fas
cista convencido que inaugurar el uso de la picana elctrica y otros
mtodos de tortura dirigidos a los disidentes del rgimen
1
.
Todo lo anterior perfila un panorama personal y nacional que nos
permite buscar una respuesta a la pregunta del principio: por qu deci-
' La irona del destino har que la nieta del poeta, Pin (Susana ) Lugon es, m ilitante
izquierdista, pareja por un tiempo de Rodolfo Walsh -escritor y periodista asesinado por los
militares durante la Guerra Sucia-, mue ra afnales de los aos setenta vctima de las torturas
que su padre ide. Piri sola presentarse en pblico diciendo: Y o soy la nieta del poeta y la
hija del torturador. Cuando Piri fue asesinada, Polo ya se haba suicidado, como tambin lo
har Alejandro, uno de los hijos de Piri, que al igual que su bisabuelo se mat en Tigre. La
historia de los Lugon es no es slo una terrible historia familiar; tambin represe nta la historia
desgarradora de un pas.
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dio quitarse la vida? Se sabe que en los ltimos aos de su existencia
se le empezaron a recriminar sus oscilaciones polticas. l mismo se
empez a sentirse decepcionado por la marcha poltica de su pas, un
destino que de alguna manera l haba contribuido a tejer. Debido a es
tos cruces de ideologas haba perdido a muchos amigos de su juven
tud. Para entonces, tambin se encontraba en una situacin econmica
y personal desesperada: pocos libros vendidos -haba dejado de ser
aquel escritor emblemtico frente a la consolidacin de la nueva gene
racin de escritores, liderada por Borges, Girondo, e tc .- adems de los
escasos pesos cobrados por sus colaboraciones. Pero la gota que colm
el vaso fue el final de su relacin con una joven amante obligado por
las amenazas de su hijo Polo. Tal vez Lugones sinti que haba abusa
do demasiado y eso quiz le pareci irreparable. Se mat deseando ser
olvidado, suprimido, algo que el talento de su escritura no ha permitido
hasta ahora.
El escritor uruguayo, Horacio Quiroga se suicid un ao antes que
Lugones, a la edad de cincuenta y ocho aos. En su cuento El hombre
muerto, perteneciente
aLos desterrados
(1926), escribi: La m uerte.
En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un da, tras
aos,
meses, semanas y das preparatorios, llegaremos a nuestro turno
al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que
solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginacin a ese mo
mento, supremo entre todos, en que lanzamos el ltimo suspiro. Qui
roga siempre estuvo obsesionado con la muerte; la mayora de sus
cuentos son desoladores y muestran un gran conocimiento y compren
sin del dolor, herencia de la tragedia que lo acompa desde nio. La
leyenda de su vida empieza en Uruguay cuando, siendo tan slo un
beb de dos meses y medio, a su padre, aficionado a la caza, se le dis
par accidentalmente la escopeta, y el tiro, que le alcanz en el pecho,
lo mat en el acto. Ocurri cuando regresaba a casa, en presencia de
toda la familia, y su madre, asustada, solt al beb de sus brazos. Aos
despus, su padrastro se suicid tras sufrir un derrame cerebral que lo
haba dejado paraltico. En 1902, un amigo suyo, Federico Ferrando,
que se iba a batir en duelo, result muerto cuando a Horacio, que revi
saba la pistola, se le dispar una bala que entr por la boca de su ami
go. Tuvo que pasar unos das en la crcel durante los cuales se le
interrog intensamente. Cuando sali de la prisin, deprimido y afecta
do,
decidi mudarse a Buenos Aires. En 1907, cuando ejerca el cargo
de maestro, se enamor de una de sus alumnas, Ana Mara Cires, de
tan slo quince aos, y a quien le doblaba la edad. Se casaron dos aos
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despus y se marcharon a la selva de Misiones, donde nacieron sus dos
hijos,
Egl y Daro. Sin embargo, seis aos despus, Ana Mara, aisla
da y aterrorizada por la vida inclemente en la selva, rodeada de ser
pientes y otros peligros, ingiri una sobredosis de sublimado y agoniz
durante ocho das. Ms adelante, sus dos hijos tambin se suicidarn,
Egl,en 1938, y Daro, en 1951 . La muerte rond su vida de forma tan
vivida que quiz por eso protagoniz episodios en los que pareca de
safiarla: se enfrentaba a las vboras,a.losros crecidos, al sol, y si una
herida se le infectaba, nunca recurra al mdico.
Sin embargo, en vida Quiroga tambin fue un hombre de una gran
vitalidad, poseedor de una personalidad estrafalaria. Haba vuelto a na
cer despus de un viaje a San Ignacio (Misiones), realizado en 1903
junto a Leopoldo Lugones, quien le haba propuesto que le acompaara
en una excursin por la selva como fotgrafo. Quiroga qued inmedia
tamente impactado por la exhuberancia de la selva, donde, como vi
mos,
ms adelante se instalar. A lo largo de su vida realiz proezas
excntricas y eclcticas que Leonor Fleming ha resumido esplndida
mente:
Trabaj con entrega total e igual inconstancia en todas las actividades: en
los peridicos y tertulias literarias juveniles, como algodonero en el Chaco y
yerbatero en Misiones; fabric dulces, macetas, mosaicos de bleck y arena, re
sina de inciens