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CUANDO EDITAR ERA UNA FIESTA Jaime Salinas TIEMPO DE MEMORIA Correspondencia privada EDICIÓN DE ENRIC BOU

Cuando editar era una fiesta 4as - PlanetadeLibros · 2020-02-18 · tan fundamentales como Alianza, Alfaguara, Aguilar o el mencionado Seix Barral le permi-tió idear proyectos imaginativos,

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131Cuando en 1955 atravesaba por primera vez el umbral del viejo edificio barcelonés de Seix Barral, Jaime Salinas no sospechaba que duran-te los siguientes treinta años iba a protagonizar una profunda transformación del mundo editorial español. En efecto, su gestión al frente de sellos tan fundamentales como Alianza, Alfaguara, Aguilar o el mencionado Seix Barral le permi-tió idear proyectos imaginativos, modernizar catálogos y, sobre todo, ser un testigo privilegia-do de las grandezas y vanidades de escritores, agentes y editores, desde los sesenta en adelante, retratados en estas páginas de forma implacable.

La copiosa correspondencia que Salinas man-tuvo durante años con su pareja, el escritor is-landés Gudbergur Bergsson, sumada a numero-sos testimonios personales, le ha permitido al profesor Enric Bou armar este libro, que fun-ciona como unas singulares memorias. Jaime Salinas aparece en ellas como un observador irónico y agudísimo, tan sincero como desen-cantado, de las flaquezas, envidias, maldades y polémicas de la vida literaria española, llena también, no obstante, de talento, inteligencia y poder creativo. Cuando editar era una fiesta es además el fascinante retrato de una época y un país en el que un puñado de autores y editores lucharon contra los elementos para superar la desidia cultural.

9 7 8 8 4 9 0 6 6 7 8 4 2

PVP 23,00 € 10255211

Foto de la cubierta: Jaime Salinas, durante su etapa al frente de la Dirección General del Libro y Bibliotecas. © Ricardo Martín / Edi-ciones El País S.L. 1983Diseño de la colección: Planeta Arte & Diseño

Jaime Salinas (Argelia, 1925-Islandia, 2011) fue

uno de los editores españoles más importantes

de la segunda mitad del siglo xx. Hijo del poe-

ta Pedro Salinas, vivió en el exilio su infancia y

juventud, hasta su regreso a España en 1955. A

partir de ese momento, ejerció cargos directivos

en sellos como Seix Barral, Alianza o Alfaguara

y renovó las adocenadas estrategias editoriales

de su tiempo. Fue director general del Libro y

Bibliotecas en el primer gobierno de Felipe

González y con Travesías, las memorias de sus

años de juventud, obtuvo el Premio Comillas

en 2003.

Enric Bou es crítico literario y, en la actualidad,

profesor de literatura española y catalana en la

Universidad Ca’ Foscari de Venecia.

CUANDO EDITAR ERA UNA FIESTA

Jaime SalinasTIEMPO DE MEMORIA

Correspondencia privada

Edición dE Enric Bou

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JAIME SALINASCUANDO EDITAR ERA UNA FIESTA

Correspondencia privada

Edición de Enric Bou

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1.ª edición: febrero de 2020

© Jaime Salinas / Gudbergur Bergsson, 2020

Edición de Enric BouReservados todos los derechos de esta edición paraTusquets Editores, S.A. – Avda. Diagonal, 662-664 – 08034 Barcelonawww.tusquetseditores.comISBN: 978-84-9066-784-2Depósito legal: B. 274-2020Fotocomposición: David PabloImpresión y encuadernación: Black PrintImpreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel ecológico y procede de bosques gestionados de manera sostenible.

Queda rigurosamente prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comu-nicación pública o transformación total o parcial de esta obra sin el permiso escrito de los titulares de los derechos de explotación.

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Índice

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Deuda de un editor: las memorias de Jaime Salinas. . . 15Un editor singular: crecimiento y frustración de un proyec-to, 21; Encuentros y descubrimientos, 26; Nota sobre la edi-ción, 34

1. «Algo completamente inesperado». La editorial Seix Barral (1955-1964). . . . . . . . . . . . . . 35

Instalación en Barcelona, 39; Hoteles, mansiones, pisos, 44; Gudbergur Bergsson, 52; La editorial Seix Barral, 57; Respon-sabilidad de Jaime Salinas en la editorial, 58; Colecciones no-vedosas y premios polémicos, 67; Premio Formentor, Prix International des Éditeurs, 71; Relaciones con el Ministerio de Información, 77; Problemas con el ministerio después de For-mentor, 87; El affaire Einaudi, 96; El exilio de los premios: Corfú, 1963; Valescure, 1965, 104; Crisis final de los premios, 112; Otros proyectos: Literaturasa, 117; La Feria de Frankfurt o el mercadeo literario, 122; Crisis en Seix Barral. Dimisión de Jaime Salinas, 125; Encuentros: nuevos (y viejos) amigos en Barcelona, 133; La relación con Carmen Balcells, 148; El mundo del exilio (y del hispanismo), 152; Atención a la actua-lidad política en España y Argelia, 156; Pequeños eventos de la vida privada, 160

2. «Salvarse a los cuarenta». Alianza Editorial (1965-1976). . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169

«Madrid mira al futuro», 173; «En Madrid nunca hay un hoy

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y todo es mañana», 179; «Algo va a cuajar». El proyecto El Libro de Bolsillo, 185; Alianza Editorial. El Libro de Bolsil-lo. Un proyecto tridimensional: contenido, formato y pre-cio, 198; Portadas. Daniel Gil, 201; Alianza, una editorial en marcha, 203; Desencanto con el proyecto de Alianza, 220; Relanzamiento de Revista de Occidente, 224; Dimisión de Re-vista de Occidente y de Alianza Editorial, 234; Una soledad en compañía. Amigos y conocidos, 237; Relaciones de familia: Solita Salinas y Juan Marichal, 255; Nuevas amistades en Madrid: los «Juanes», 273; Polémica con Juan García Horte-lano, 278; Viejos amigos del grupo de Barcelona de visita en Madrid, 289; «La sociedad de los apellidos», 292; Crónica política, 304

3. «Ser un editor, no un lector». Cambio político y revolución. Editorial Alfaguara (1976-1983) . . . . . . . . . . . . . . . . . 311

«Un editor con mayúsculas». Alfaguara: un catálogo perso-nal, 315; La colaboración con Enric Satué, 322; La editorial Alfaguara, 328; Comité de lectura, 330; Presentaciones de libros, 338; Nueva Ficción, 339; Clásicos Alfaguara, 347; Proyecto de Alfaguara Infantil. Isabelle Cassou, 353; Funcio-namiento de la editorial, 361; Crisis en Alfaguara, 377; Vida social, 410; Espectáculo de la vida editorial y política, 412

4. «Desarrollar el hábito de lectura». Director general del Libro y Bibliotecas (1983-1985) 429

Monotonía de la vida en el ministerio, 452; La reforma del sistema bibliotecario, 485; Premio Cervantes y Premios Na-cionales de Literatura, 500; Dimisión del ministerio, 508

5. «Especialista en relanzar editoriales». Editorial Aguilar (1985-1991) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 515

Problemas al regresar a Alfaguara, 519; La editorial Aguilar, 529; Director de Aguilar, 534; Problemas graves en el grupo editorial, 540; Colección El Libro Aguilar, 548; Proyecto de la colección Obra Completa, 560; «Los tecnócratas barren a

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los príncipes»: fin de mundo (editorial), 566; Crisis y cierre de la editorial Aguilar, 571; Espectáculo (triste) de la vida cultural y vida privada, 574; Confidencias a Bergsson sobre la vida social y cultural madrileña, 578

6. «Cavar en tu vivir su monumento». Los archivos de la Residencia de Estudiantes (1991-1998) . . . . . . . . . 587

Infarto, 591; Colaboración con la Residencia de Estudian-tes, 595; Centenario Pedro Salinas y Proyecto Obra Comple-ta, 601

ApéndicesJavier Marías, «Nuestro testigo» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 607Vicente Molina Foix, «El abrigo de Salinas» . . . . . . . . . . . . 611Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 617Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 621

[Fotografías] . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . [256-257]

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«Algo completamente inesperado»La editorial Seix Barral

(1955-1964)

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Instalación en Barcelona

El primer volumen de las memorias de Jaime Salinas, Tra-vesías, terminaba con estas palabras:

Poco después, el taxi nos dejaba ante un sólido edificio de cemento gris con un gran rótulo que decía: industrias gráficas seix barral, hnos. Al adentrarnos en el portalón sentí el olor, casi familiar, de la tinta. A la derecha vi la puerta que tenía que cruzar. Esta vez no fue necesario agachar la cabeza. Poco podía imaginarme que, al cruzar el umbral de aquel edificio, que más tarde sería conocido como «la Casa Oscura», daba los primeros pasos de lo que sería mi larga trayectoria profesional en el mun-do editorial. ¡Y precisamente en España, país del que siempre había querido huir! (538)

Jaime Salinas acababa de llegar a España pocos meses antes sin un plan definido. Una carta a la familia resumía sus impresiones:

Madrid, 20 [¿1954?]Queridos todos:Qué difícil es el analizar mi reacción a todo esto, algo comple-tamente inesperado; nada de lo que creía que iba a sentir he sentido. O sea que es totalmente diferente de la idea de España que nosotros nos hemos hecho en los EE.UU. o donde sea. No quiere decir esto que lo que he encontrado aquí me disgus-ta, ni muchísimo menos. Hay, claro, mucho, muchísimo malo, pero fundamentalmente lo que se ve es que esto es de uno y

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que por las buenas o por las malas es donde deberíamos acabar todos. La vida del exiliado es hoy en día una vida de lujo, un lujo que no nos podemos pasar, pues por poco, y es muy poco lo que aquí se puede hacer hay que hacerlo, hay que venir a pasarla mal aquí.

Después de un año pasado en París intentando abrirse ca-mino en el mundo del cine viajó a España por primera vez, para pasar unas vacaciones en la casa familiar de Lo Cruz, Alicante. Necesitaba trabajo, y casualmente apareció por allí un francés, amigo de la familia, que tenía una empresa de organización y racionalización del trabajo y que necesi-taba, curiosamente («sospecho que había una pequeña conspiración familiar»), una persona que supiera español y francés. Al aceptar esa oferta, Salinas se encontró, sin saber-lo, con su destino. Gracias a una maniobra familiar fue contratado por el ingeniero Gilbert Garnon para ser su ayu-dante:

Era un joven ingeniero, director de una empresa dedicada a la «racionalización y organización del trabajo», una nueva rama de la ingeniería industrial importada de Estados Unidos readaptada en Francia por un tal Charles Bedaux con el nombre de Système Bedaux. Garnon, como muchos otros, aplicaba el Système Be-daux en la industria de las artes gráficas y de la edición de libros. Ideológicamente estaba muy ligado a ese catolicismo progre-sista tan lleno de ambigüedades que empezaba a propagarse por Europa y había venido a España con el fin de introducirse en el nuevo mercado. [...] Garnon necesitaba un ayudante que domi-nara el francés, el castellano y el inglés para servirle de enlace en España. [...] A mediados de septiembre tenía que presentarme en Bilbao, donde me esperaría Garnon. Empezaría a trabajar el día siguiente. (Salinas, 2003a, 531)

Convertido en empleado de Garnon, su primer trabajo fue en Bilbao para la empresa Artes Gráficas Grijelmo:

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En esta imprenta los pocos cajistas que quedaban ya no eran apuestos jovenzuelos, sino hombres encorvados, amargados, viejos anarquistas derrotados que se habían salvado del pelotón de fusilamiento. Ahora eran conscientes de que los linotipistas, o Monsieur Garnon con sus reformas, podrían ponerlos en la calle. Acompañados por los directores, Garnon y yo nos pasea-mos pomposamente por los talleres. Monsieur Garnon, con su arrogancia gala, ridiculizaba [...] los métodos de trabajo, la distribución del material, la calidad de la impresión... (Salinas, 2003a, 535)

Durante dos semanas, Garnon y Salinas visitaron impren-tas en el País Vasco y prepararon un informe en el que proponían cambios tendentes a racionalizar los procesos de trabajo y mejorar los controles de calidad, pero no lo-graron cerrar nuevos acuerdos. Según Salinas, «la verdad era que la mayoría de las imprentas del País Vasco estaban muy al día. Por mar recibían maquinaria inglesa y alemana [...] Después de tres días en San Sebastián, el galo se dio por vencido». (Salinas, 2003a, 536) A continuación, se tras-ladaron en tren a Barcelona, donde tenían una cita con Joan Seix Miralta y su hijo Víctor Seix en el número 219 de la calle Provenza.

Yo no había pensado en mi vida en el mundo editorial, me metí en eso como podía haberme metido en otra cosa, para ganarme el pan. El caso es que Seix y Barral le encargó a esa empresa la organización de la editorial, y allí fui yo, a Barcelo-na. Me acuerdo que me metieron en una mesita en un gran despacho en el cual había unos señores a los que yo veía de lejos y que no se daban por aludidos con mi presencia. Tam-poco yo sabía exactamente quiénes eran, hasta que un día, en el transcurso de un almuerzo, Víctor Seix me preguntó si yo era hijo de mi padre, cosa que, como es natural, no negué. Una de las personas que estaban en el almuerzo era Carlos Barral, y en ese momento Carlos, que hasta entonces se había creído que yo era un repugnante ingeniero a sueldo de no sé qué y

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no sé cuántos, se hizo inmediatamente amigo mío y me pre-sentó a sus amigos. (Montero, 13)

Joan Petit, profesor de clásicas y director literario de Seix Barral, se dio cuenta de que aquel Jaime Salinas no podía ser otro que el hijo del poeta Pedro Salinas:

La presencia de Salinas influyó notablemente para que Seix Barral se convirtiera, con el apoyo de Petit, en una editorial moderna y cosmopolita. Salinas también intentó imponer a Carlos Barral un mejor funcionamiento, más lógico y moder-no, de la editorial, contando a veces con la ayuda de Jaime Gil de Biedma. Años más tarde Barral contaría los primeros pasos de aquella iniciativa en sus memorias. (Barral, 392)

Barral tenía un pésimo sentido de la organización. Su pro-yecto editorial chocaba con una empresa de tradición fami-liar, que hasta el momento se había dedicado a la impresión de obras para otras editoriales y a publicar libros destinados a la enseñanza y al público infantil y juvenil. Jaime Salinas actuó como correctivo a la inexperiencia y veleidades de Barral en el seno de una empresa que, en su género, tenía una sólida trayectoria:

Lo primero que le planteé a Carlos fue cuántos libros quería publicar al año y en qué periodo, plazos de entrega y demás, para lo que me sirvió mi trabajo con el francés. Teníamos que luchar con el viejo Joan Seix, porque los libros que nosotros hacíamos él pretendía imprimirlos cuando las máquinas estaban paradas, ya que entonces el grueso de la facturación de la em-presa se hacía con la impresión de calendarios, folletos o libros para otros. Yo consideraba que con ese criterio era imposible que pudiéramos hacer una editorial. (Salinas, 2013, 181)

Barral reconoció el papel de Salinas. En principio tenía una función de consejero externo, pero poco a poco venció el escepticismo de Joan Petit y, junto con la escasez de volun-

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tad de decisión y combate de Barral, se fue convirtiendo cada día en más importante. En un determinado momento, que Barral no sabe precisar, ese papel se tituló oficialmente como el de secretario general. (Barral, 393) Prueba de este mayor protagonismo de Jaime Salinas es lo que escribía a Mario Vargas Llosa el 21 de marzo de 1963: «Deseo man-tener la tradición de que el único que echa broncas en esta oficina soy yo» (21 de marzo de 1963) (Nuestra historia, 75), confirmando así que Salinas era una voz de orden en el con-junto de la editorial.

Salinas tuvo un influjo decisivo en introducir un elemento de cosmopolitismo en Seix Barral. Desarrolló un sistema de información acerca de la narrativa más reciente que se pu-blicaba en Europa. Hasta la llegada de Salinas, se nutrían de unas cuantas revistas literarias francesas, inglesas, italia-nas, en especial la NRF, Les Temps Modernes, y suplementos literarios. Con Salinas fueron más frecuentes los viajes a París y a Milán. (Barral, 394)

Tuvo un influjo positivo en la reorganización del funciona-miento de Seix y Barral y esa experiencia fue su escuela del oficio:

Me pregunto si no aprendí más acerca de las cosas que no se deben hacer, lo que no quiere decir que olvide mi enorme deu-da con él. Lo importante de Carlos era lo que quiso hacer en cierto momento histórico en España, el esfuerzo, el empeño de introducir una literatura extranjera prácticamente desconocida y su afán y entrega admirables, sobre todo al principio. Luego esto se va deformando. En fin, la conciencia que tenía de la respon-sabilidad cultural, social y política del editor. En Seix Barral aprendí la alegría de la profesión. (Salinas, 2013, 66-67)

El proyecto consistía en modernizar e introducir un ele-mento cosmopolita en el sector editorial, con un claro im-pacto en la cultura.

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Dentro de lo que es el contexto de un editor convencional, Carlos Barral, al principio, trabajaba casi en solitario en una empresa que había dejado de hacer libros y en la que él entró con la esperanza de empezar una nueva colección con la Biblio-teca Breve. Lo hacía en solitario y esa relación de intermediario, de go-between, se reducía a unos contactos esporádicos que tenía con algunos editores extranjeros. Después, inevitablemente, a pasar todos los trámites burocráticos de la censura. Tuvo una idea muy concreta y muy necesaria entonces en este país. Espa-ña estaba completamente aislada, muy marginada de lo que era la literatura europea y mundial de la época. (Salinas, 2013, 67)

Hoteles, mansiones, pisos

Durante los primeros tiempos de residencia en España, Jai-me Salinas vivió en hoteles. Como colaborador del ingenie-ro Garnon vivió en un vetusto hotel en San Sebastián.

Queridos todos:San Sebastián está resultando un magnífico sedativo: bal-

neario veraniego desértico en los meses de invierno. Vida de contemplación, el mar tiene cara de amenazadora frialdad, los grandes hoteles, cafés, bares están cerrados, fachadas de persia-nas; las grandes avenidas concebidas para las masas veraniegas ahora utilizadas por los cuatro gatos que por una razón u otra tenemos que estar aquí.

El hotel donde vivo es magnífico —de lujo—, ese lujo de principios de siglo, de grandes habitaciones, terciopelos apoli-llados y bric-à-brac inútil. Servicio respetuoso, porteros que te dan complejo de ministro, camareras de millonario y maître d’hotel de bon vivant; en fin, desquicio absoluto de toda reali-dad. Y como si esto no fuera bastante, en los salones, muy a lo loco americana, una fabulosa colección de relojes cada uno con su ritmo y sonido particular. Bien adrede, o por necesida-

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des mecánicas no hay dos que toquen al mismo tiempo, con-que la hora está siendo marcada constantemente. Desde luego da una musicalidad a los salones, que a la larga supongo será inaguantable, pero hasta ahora, y llevo aquí una semana, con-fieso que ese desorden de tiempo le lleva a uno a vivir en una dimensión extratemporal. Pudiera ser un magnífico descanso si no fuera que tengo que pasarme de ocho a nueve horas al día en los Talleres Offset.

[...]Estaré aquí una semana más y volveré a Barcelona. Barce-

lona es para mí un poco casa ya, y el regresar a ella me genera esa doble sensación de gusto y depresión que le produce a uno la ciudad donde vive. La rutina está más o menos establecida, los amigos hechos; se alegra uno de volver a verlos, pero siem-pre está uno temeroso de que le pongan a uno en marcha la depresión y las dudas que en la soledad de uno parecen rele-garse a una silenciosa vida interior...

He acabado de leer la Chartreuse de Parme, que me ha encan-tado, y luego me puse a leer la autobiografía de Stephen Spen-der. ¡Tienes razón, lo bien que lo pasa! (22 de enero de 1955)

Cuando llegó a Barcelona se instaló durante un tiempo en el céntrico hotel Suizo, cerca de la plaza Sant Jaume, en el co-razón de la ciudad. Las viviendas de Salinas marcaron los diez años que vivió en Barcelona y la vida del grupo de amigos. Como alguien que cultivó la soledad, su casa tuvo siempre una importancia especial. Siendo el único del grupo que no tenía obligaciones familiares, la casa servía de refugio personal y el lugar donde recibía a algunos pocos amigos. O donde hospedaba a los visitantes que llegaban a la ciudad desde las Américas o Europa, desde Madrid o la misma Barcelona.

Desde la primavera de 1956 y hasta el otoño de 1957 vivió en Felipe Gil, 5. Era una casa situada en el barrio del Putxet, en una colina desde donde se veía la ciudad, al pie del parque del mismo nombre. Convenció al inge-niero Garnon de que era necesario disponer de una resi-dencia elegante:

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«Por entonces yo vivía en una casa que me pagaba la em-presa, toda una casa para mí solo, y sin querer aquella casa se convirtió en una especie de núcleo para la gente, porque todo el mundo estaba casado o vivía aún con su familia, y mi casa vacía servía de centro de reunión. Allí, en esas reuniones, co-nocí a Jaime Gil de Biedma, a Ferrater, a Castellet... Ahí es donde transcurrieron los años locos, sobre todo los dos prime-ros». (Montero 13)

En una carta a la familia describía la casa señorial y su alegría por haber dado fin a dos años de vida de hotel:

Felipe Gil, 5, Barcelona20 de mayo de 1956

Queridos todos:Ya os puedo escribir desde mi nueva casa; estoy como un

caracol, desde que he penetrado en ella apenas si he salido. Me libro, por fin, de los confinamientos de la vida hotelera, para trotar de cuarto en cuarto, abrir las diez puertas, cuatro armarios, probar las treinta sillas, imaginar recepciones a base de doscien-tas personas, cenas a base de diez. Y así acaba, por ahora, la vida de esas roñosas estructuras dedicadas a crear ficticios hogares para 24 horas y en las que he pasado más de veinticuatro meses.

Puedo entrar en detalles. En una colina, no lejos del Tibida-bo, queda un islote de hotelitos, o torres, como aquí las llaman, rodeada, en su base, por nuevas moderno-herreriano casas de pisos. La altura nos salva, pasamos por encima de ellas para ver hasta la catedral y detrás el mar. Supongo que todas estas casitas fueron construidas a principios de siglo, fines del otro. Tienen cierto sabor colonial, muchas sólo son de una planta, con terra-za delante, su jardincito con jarrones rocosos. La mayoría de ellas están semi-abandonadas, devoradas por una vegetación que no ha conocido el brazón tiránico de un jardinero desde hace años.

La mía ya tiene sus pretensiones, consciencia: en aquella época que las cosas iban progresando, consideración por la luz,

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por una cierta comodidad, pero sin llegar a los vulgares extre-mos del funcionalismo. Tiene sus dos entradas, con sus corres-pondientes jardines; por detrás tiene dos pisos, por delante tres (en el tercero vive un joven matrimonio, el dentista —tienen su entrada aparte por el jardín de detrás). Yo entro por delante so-nando, si quiero, la campanilla (tengo llave). Atravieso el peque-ño jardín hasta llegar a una puerta de cristal —cristales multi-colores que reproducen un Mondrian en el suelo.

Al entrar se encuentra uno con un salón espacioso, o reci-bimiento, al fondo entrada a un comedor de servicio que pien-so convertir en comedor no de servicio, a la izquierda la calde-ra y más a la izquierda cocina. Una puertecita da a un túnel que aquí llaman la fresquera y que para Carlos y Miguel serían unas magníficas catacumbas. Desde el recibimiento suben las escaleras a las habitaciones de arriba. Pequeño hall, puerta a la izquierda que da a un cuarto de dormir, balcón, vista panorá-mica. Volvemos al hall, puerta de cristal y se penetra en el formal sitting room; muebles de época, isabelinos, madera negra, bro-cado rojo, espejos y una copia de Los Borrachos, acompañada de inocentes paisajes.

A la izquierda, por puerta corrediza doble, se pasa a lo que es ahora el comedor y que yo por razones de estética y humani-dad (me niego a que la mucama se tenga que pasar las horas de la comida subiendo y bajando por las escaleras) convertiré en otro pequeño (c’est une façon de parler) salón-sala de juego (no juego ni conozco a nadie que juegue, pero da la casualidad que hay una magnífica mesa de juego que hay que utilizar de alguna manera). Desde el «gran salón» se pasa por una puerta a una gran habitación, con recámara, cama imperial, balcón, vista panorá-mica. (Se me había olvidado: en el salón de juegos hay un mira-dor que cubre toda una pared y que lleva su vista correspondien-te.) La otra puerta del salón, también doble, da al despacho; mesa en el centro, pianola en una esquina, gran puerta al fondo que da al jardín de detrás. A la izquierda una puertecita que da a mi habitación y al cuarto de baño que por otra puerta comu-nica con la habitación del lecho imperial. Por otras partes hay la habitación de servicio con su entrada correspondiente.

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