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Cuando Murieron Mis Dioses - Maria Ana Hirschmann

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Cuando Murieron

lllis Dioses

M RI N HIRSCHM NN

ASOCIACION CASA EDITORA SUDAMERICANA

vda. San Martín 45 55 . 16 2 FlorldeBuenos ir s . Rep úblice Arg entina

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Título del origi nal ing lés :I CHANGED GODS

Publi cado originalmente porPACIFIC PRESS PUB LlSHING ASSOCIATION

Mountain View . Cali fornia, EE, UU.

ES PRO PIEDADQUEDA HECH O EL DEPOSITOOUE MARCA LA LEY t 1.723

Libro de edición argenti naImpreso en la Arg ent ina

Printed in rgentina

TIrada de la presente edicIón:20 .000 ejemplares

ESTE LIBRO SE TERM INO DE IMPRIM IR EL 30 DE OCTUBRE DE 1979,EL SISTEM OFF SET, EN LOS TA LLERES GRAFICOS DE LA

ASOCIACION CASA EDITORA SUD  MERIC N , AV. SAN M RTI N 4555 ,1602 FLO RIDA, BUENOS I RES, REPUBlIC ARGENTINA.

- 3074

 n i e

d· , Mad .¡A ' l OS, f e  ta , . . , , . . , .. , . , , . . ,' . . . . , . . . . . . . 7

Fui A lum na de una Escuela Na zi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12

Noviazgo con un Desconocido . . . . . . . . . .. .. .. . . . . ,. . . 20

33Creer en el A mor y la G uerra? . . . . . .. . . . .

"No En tres Esta Noche" ., .. .. . .. . . . . . . . . 42

Me jor Soltera y F ugitiva. , . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

Escapada a Través de la Tierra de Nadie ., . . . , . . . . . . 56

•¿Son Iguales To dos los Soldados? " . . . . . . , , . . . . . . . . . , 65

Encuentro Emo cionan te . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . . 72

Así E ncon tré mi Amor . . . . . .. . . .. . . . . . . .. . .. .. . . 84

Nace la Esperanza .. . . . . . . ,, ' . . .. . . . . , . .. . . . . . . . 99

H  e V'sto a D'OS Ohrar un Milag ro.," . .. . . . . ; . .. , 110

F rente a una N ueva Aven tura . . . , . . . .. . . . . . . . . . ; , 11 9

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  pí tulo

¡ iós d r e ~ i t a

L REN si lbó con et ridencia y la onda sonora se multip licó en

las calles estrechas de l antiguo case río. Me asomé a la ven·

tanilla y sonreí, mientras mi raba los melancólicos ojos gri ses

azulados de mi anciana mad re.

Se hallaba de pie en la plataforma de la estación. Sus fa-

tig ados hombros al go caídos, su fino pelo blanco echado hacia

atrás rematando en un menudo rodete su pequeña figura toda

con un aspecto de endeblez y desamparo, que se me antoj aba como

juguete de la br isa que a esa temprana hora soplaba.

Durante sig los la gente de mi tierra na tal los Sudetes deChecoslovaq uia   lu cha ron para arr ancar el sustento de un suelo

montañoso ese esfuerzo por la supervivencia les ha llenado de

ar ruga s el rostro el corazón. Son poco dados a hablar a las

exteriorizaci ones de afecto. Pe ro ahora que me marchaba del

hogar, mi madre me besó. Hab í a hecho lo mismo con cada uno

de los cuat ro hijos mayores en iguales circunstancias. El mismo

viejo tren los habí a separado del hogar y de la madre  y aho ra

tambi én me iba yo último po lluelo que abandonaba el nido.

Mi madre volvería a su acogedora y pulc ra casita debajo

de los cerezos. Encontraría todo en orden   tranquilo vacío.

Las cosa s se le harían más fác iles y tal vez a pap á también. Ya

no tend r ían que trabajar tanto ta d uro. Quizá mejorara la

salud de papá, porque sus tareas extenuuntes como albañil agriocultor lo hab ía n deja do enfermo y aD el genio áspero.

Papá y yo nunca hab í amos sido buenos am igos. De baja esta ·

tu ra  rostro delgado cru zado por un mostacho negro  par co en

palabra s. severo a menudo encorvado de dolor por una enfermedad

del estómag o  er a un celoso miembro de su iglesia, per o con

po co amor. Sus ideas de una fam ilia patria rcal donde el padre

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9UANDO ~ r u R I R O N MIS D IOSES 

debía gobernar COIl mano de h ier ro y la es posa y los hijos sOmeterse en si lenc io, <:hocauan muchas ,-eres con mi juven il temper a·

mento, orgulloso e indomal de. Tra tó Je dom inarme con un cinto

de cuero, y también ro r el bam bre. No, yo \Ullca me a treví a

ontestarle cua ndo me reprendía . Sab ía bien lo que pa uJ Ía.Pero mis dientes ap retados, mi s P Uíi0 5 cenad qs y mi:. ojos que

lanzaban llama radas eran seila le& inequ ívocas de rebeli ón qu011 frecuencia le pro \ ocaba 1 rap tos de ira .

¡Pohre madrec it a Ella había sido la med iadora duran te

todos esos años, y los ,'e riJa les qu e ha llía ~ u f r tan

a men udo por culpa mía ha lJíi1n com titui do el cas ti go ma yor "

más dolor oso que tuvie ra yo que soportar. L llicamen te ::iUS

llorosos y suplican tes pod ía n - ia veces - aplacar mi rebe lión.

Yo era ca paz de hacer cualquier cosa po r ella, aun disculparme.

Sa bía que mi tozudez obraba como veneno sobre el estómago

de mi padre, y qu e eso le hab ía producido dol ores i nnecesar ios.

Ahora me iba, y de seaba si nceramen te qu e mi pad re sin Ji era

tranquilo y mejOl , par a bien de mi madr e.

Observé sus manos call osas y con las venas sobresa liéndole.

Habían tra bajado du ra llt e tantos años plantando, Limpiand o, lavando, planchando, úegando, cosecha ndo, desde el alba hasta la

noche. NW lca vi a mi madre moviéndose con desgan o. Los únicos

momentos tra nqui los de que disponí a eran cua ndo se rea lizaL a el

ulto fami La r o cuand o es taba dedicada a su devoción pe rsonal,

antes de acostarse. Ahor a yo me iba, y sus mano" tendrían más

reposo. Podr ía leer su Bi blia d uxan te la tar de, y me al egr aba

de eso.

La ennegrec.ida locomotora se puso en movimiento, en med io

de siseanLes resop lidos y una nube de humo. Por sob re 105 vagones

volab an chispas y cenizas . Yo reía, dive rti da. Ese tren me estaba

ay udando a cumpli r un s ueño. J\lp llevaba al ancho mun do. Poc o

sabía yo lo que signi fica ba, pero es taba dispuesta y ans iosa de

hacer el intento y salir.

No era que res ulta ra fácil abandonar el pequeño \1lun do

de mi niñez. Amaba la vieja l pajar donde hau ía dorm ido

y los bosques ele lUl verde pro iulldo que se div isaban desde lasventanas de ulnls. Había pas ado incontables hor as fe lices juntan.

do moras y hongos silvestres baj o la f resca somhra de las siem

previvas. Allí estaba n gatos y cah ras, las abejas, los ár boles

¡ADIOS, MADR ECITA

im tales florecidos, el a rro yo, las nomeol vides que había arran·

cado para mi ma d re Am aba todo eso, y por sobre todo, ama·

ba a mi madre.

A pesar de la excitación de la pa rt ida, me entristecí, sen·

tí un ligero lemor y un cierto prese ntjm ien to al mi.lar el rostro

silente de mi madre, su rcado por cie ntos de pequeñas arrugas.

Algo me resultaba enigm át ico en su aspecto. Sus ojos expresaban

ll na p rofunda preocupación, que yo había observad o sólo dos

veces alltes. ¿'por qué se la veía tan a iligjda? Ese deb ía ha Ler

"ido un momento feliz. Nos separábamos, sí, pero yo iba camino

un gran futuro y muchos honores, y ella tambi én participaría

un día de lo mismo. ¿En tonces?

La pr im era vez ryue la habí a vi sI-o así, tan irremediablemente

triste, yo tenía u nos pocos año s. Ha bíamos eslado peleando con

Sepp, mi herm ano tres año s mayor que yo. El me habia eslad o

molestando, como lo hacía bas tante a menudo, ha sta que perdí

la paciencia y comencé a castigarlo en la esp alda con mis puños,

mientras le gl'i taba con furia.

De pron to él se dio vue lta, y me di jo:iM i ra, déjate de chillar ¿ No sabes que no eres mi her

mana ? Yo s í sov hijo aquí , y tú eres una ualquiera, una huér

fana. ¡Mi ma dre no es tu madre

Lo miré lijo, y le dije:

Aho ra mi sDlo voy a contarl e a ma má lo que has dicho.

¡Ya te arreglarás O]] ella

¡Ve y cuéntale Es mi madre, no la tuya; tú eres una   .

1rrump iendo en la cocina ab racé a mi ma dre y me quejé:

S epp miente, ¿ IlO es cierto, mamá? Dice que tú no eres

mI ma dre.

De licadamente qui tó mis brazos de su cin tura y comenzó a de-

Ü-, con voz suave: "M ar ichen, tu her man o dice la ver dad. No soytu madre real. Tu mam á muúó cuando eras muy pequeñita. Antes

de fallecer le truj o a mi casa y te puso en el banco de madera

junIo a la cocina de hierro. Nosotros te adoptamos. Tu papá

nun ca escribió 11j pr eguntó por ti. La gente dice que se ha casado

nuevamente. Así que tú eres mi hija, Marichen , y yo cuidaré

de .

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 0 CUANDO MU RIE RO N MIS DIOSES

- Se pp - d i j o, volviéndo 'e a su hij o- , pi enso q ue a J esús

no le agrad ó lo que ha :) hech o. ¡Fue PO('o a ma b lf' de tu parte haherl o dicho as í

Esa fue la pr im e ra vez en q U f mi mu ndo 5e me hizo\le '1uedé so lloz alldo, hundida en el delanta1 remendado ele 111 imadre, Sepp a ba ndo na ha la cocina, evid enleme l1te Hver

go nzado.l"li ma d re me aca r icit) e l cabe  lo despein ado, me limp ió la

nariz y a guardó ha l>la qu e ces a ra m i lIanlo. Su s ojos me decían

que )ufria conmigo. Se ha bía posado una sombra e n co ra zones, pe ro d e ~ d e a rJu e ll a mi5ma hora la a ún r n ¡ Í ~ in tcusam ente.

La segUllda vez que nol é agon ía en s us ojo s ocurr ió uno s po-cos meses anl es de mi partiJ a. La guerra ha b ía co menzado en1939, un año después qu e la ;; tropas de Hitler ocuparall Cbe coslovaqu ia . Todos los hombres jóv enes ha hía n sido llamado s a la sa rm as . Sepp, el menor de lo s hijo s. tuvo que pa r tir. T odos nos en-tristecimos, pero en realidad la pa r tid a no e ra lo qu e má s le preocupaba a mam á. Sabía que los hombres deb ía n ir a la gue na.

Eso for ma ba par te de la vid a en Eu ropa. El abu elo había luchad

en la gue rr a fran co-pr u :>iana. Papá había serv ido durante variosaños en la pr imera gue rra mundi a l y le dolía qu e su hijo tuviese que mala r a otro s se res hum aDO S. Temía que Hitler no hi r ie raxcepciones, po rque la s leyes lI aú" e ra n inflexi hle,;. Ta mbi én

hí a que ese cr i teri o ilUyO e ra consid er ad o pel i¡"Toso y colla rde,

gún el juici o de l líd e r de l pa r ti do en l pueblo. ¡'"Re il Hitle r" para

todo   Era lo úni co que valía .Sepp mismo no pa reCÍa pr eocupado por el hecho de qu

tuviera que irse. notic ias qu e di a r iam ente se tr asm itían por

radio daban cuenta de tri unfos q ue se obtenían en todos losfrentes de lucha, y él er a jove ll . f ue rte y bie n dispu e ' to para avudar a ganar la guerr a . Se lo veía elega nte con su uni fo rm e lluevo,

y an tes de partir ulla mu chacha del pu eb lo le habí a susurradoull a p romesa al oí do . E l futur o le pe r tenecí a. Desp ués de tod ola guer ra te rm inaría pr onto , Pero mamá parecía pe nsa r d istinto ,porqu e lo despidió con mllcha s t e z ~

y ahora que yo me iba, l por qu é me miraba con los mismos

ojos desco nso lad os? ¿,Acas o me envi aba a la guerra? ¡,N o daLa' uen ta de cuá n ai o rtunada , fel iz y i o ~ a me se ntía? No era ei

¡ADI OS, MADREC ITA  

mo mento para entri ;; tecer;;:e, i n o pa ra re goci jarse, po rque yo haIlí a sid o elc g itla de entre mu chos mi les de estudia ntes pa ra ser mejor ed ucada e n un a de las esc uelas espec ia les de Hi tler. Ba b ías ido sel eccionada luego r1 e muchas prue bas prac ticadas en la escne la y en cam pam en tos espec ia les, lo r¡ue signifi cab a un gra nhonor. La gente dcl pueb lo .sentía envi dia de los así eleg id os y yo

des borda ha de ~ o z o Ahor¡J pa r tía ha cia la llueva esc uela naz i.A lgú n día se rí a líd er. ¿Por qu é ro j madre no se al eg raba conmigo?

El tren ya esta ba en mar cha. Mam á lev antó su ro str o, exten·

r1i ó :i U: brazos hac ia m í. y clamó:

- W a r ic1 len, Mal'Íchen, nUIlC.:a le olvides de Je sús

Yo sonre í y le respondí :- No le pr eoc upe ;, madre qu e r ida, ¿cómo podría olvidan))

de ti y de D ios?

¿'por qué mamá a fl ig ía por un a cosa así ? ¿No me habíap T señarJo a am a r a D i o ~ ¿N o había orado j unt o a el la desdmi lIiñez? ;,No co no cía yo m  Bj hlia? ¿,Y los him no s que ha bíamos can tado j unt a  ; en la ga lería de la cas a y en la iglesia? Pa ra

mí n a com o mi ma dre, y mi mao re como Di os. Siempre queoraba a mi am igo Jes ús, sólo po d ía imaginárm elo con ojos de ca·101' gr is azu la do, como los de mi madre.

E l tren ga naha velocidad. E n In di.s tan cia q ue aumentaba laleja nía :;c rcco J'l;.¡ > a un a fig ura c:;olitaria qu e ag i tab a un pafiue loblanco , Con el hrilla nt e sol de la ma ñana a sus espald as su cuerpo se e lll peq ueñecí a nípi dam e ll le . Lev ant é mi ma no al tiempo que

sa ludaLa: "¡Auí Wi ederse hen ¡Auf Wiedersehen " ( iAdiós  ¡Adiós ', h as ta tlue u na cw ·va la quitó de mi vista. Al rod ar, las

ruedas pa recían decir: Ad ió:;, madre; adi ós, mad re . E l pueL loqued ó atrás. Ahora sólo pensaba en lo maravilloso de mi arriboa la ciu da d . M i (;oruzón f'Ornell zó a cantar. Parecía que decía, ju n-to (;on las ru eda::;: ¡Vamo:$ a Pr aga ¡Vam o ::; a Pr aga  

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  ~ a p í t u l o

Fui MUJOna de

una senela Nazi

L TREN a rribó a l gran estación ter minal de Praga y yo des-

cendí a la plataforma . Apenas pod ía creer que no estaba so-

ñando. ¿Sería posible r¡ue a mí, ca mpesina anólüma de un lu gar

cualq uiera, se me perm itiera ve r Pr aga , la ci udad más grande de

mi país? Y no había venido sólo de visi ta, sino para vivir y estu·

diar en uno de los nuevos centros de instrucción de Hitler. ¿Cómo

podía ser tan afortunada?

Los jóvenes alemanes ll amábamos con adm irac ión a la ciudad

Die Goldene Stadt (la ciudad dorada) luego de haber vi ' to unapopular película en colores producida por los nazis_ que mostraba

hermosas escenas de Praga. iAhora yo estaba ahí Asombrada,

me detuve y miré a los miles de extranjeros que surgían deuquí y de allá en la atestada y bulli ciosa es tadón. ¡Cuánta genle

había en el mu ndo Sosteniendo con firme2a mi abrigo y mi vie -

ja valija me dirig í hacia la puerta. pensando en qué idioma 11preguntaría a l reviso r por el tranv ía que debía lomal' . Yo ha·

blaba el alemán, mi leng ua materna, y también el checo. SaLien-

do con cuánta vehemencia e l pue bl o checo, amante de la liber-

tad, odiaba el régimen y el idioma germanos, no sabía qué hacer.

Tímidamente me acerqué a un oficial uniformado y comen-

cé a hacerle preguntas en alemán . Al ver que en su rostro apa·

recían signos de desagrado. rápIdamen te cambié al checo. Medio unas indicaciones y al rato ya estaba sentada en algo pare·

ido al asiento de un tranvía. mirando con cur iosidad por laventanilla.

¡Qué viaje largo fue aq\lél, atr avesando casi toda la ciu-dad A med ida que pasáhamos por ca lles y edifici ob, trataba

de reconocer los lu gares históricos que babía vislo f'n la película,pero lu ve luego que desistir. Simplemente, era. demabiado. Sin

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F UI AL UMNA DE UNA ESCUELA NAZI 13

embargo, vi Ull OS puentes maravillosos y el famoso castill o Brad-

cany, de mil años de anti güedad, que alzaba su silueta en el claro

ieIo otoñal. Me pa recí a como si la historia sali era de la páginaimpresa y viniera a mi encuen tro .

Pronto desc ubr í cu';'les eran las partes de Praga que más

me agradaban: la ciuda-d ant igua , un idíl ico rincón del em·

plazamiento original de la ciudad, que databa de l siglo noveno; elpuente Carlos, de más de 500 metros de long itud, construido en

13 57 y custodiado por dos enormes torres adornadas con es·

la tuas; el majestuoso r ío Moldava, el más ex tenso del país, crU·

zado por doce pllentes famosos.

También co nt emplé otras cosas. A medida que el antiguo tran-

vía SI' alT8straba por las calles y junto al río de aguas

ve rdes, observé en cada edi fi cio importante y en cada tienda las

Ja malltcs banderas ro jas con un círculo blallco y la cruz gamada.

Las aceras estaban atestadas de soJdados alema nes, oficiales, hom -

bres de la SS, y así la checa Pr aha se había co nver tido en

Pra g , y la ciudad había cambiado sus Lradiciones centenariapara ag rada r a sus conquistadores.

Al fin llegué a mi escuela, aunque no se parecía a una escuela. La pue rta daba a un pequeño parque, hennosamente ornamen-

tado con fuen tes v escult ur as. E normes ár boles bordeaban los

senderos y el cam ino hacia el edi fic io pr incip al. El edificio de

la escuela propiam ente dicha era una mansión de piedra blanca.

Amplias puertas de madera tallada a mano y ventanas angostas

y al Ias le daban el aspecto de un castillo de cuentos de fa ntasía .

Tem í despertar y encontrarme en mi cama de paja, frotándome

los ojos y chasq ueada porque había sido sólo un sueño.

L uego de que me lomaron los datos y me dieron la bienve·

nida, di Con mi cama y mi spined, como llamábamos a los rope-ros. Encontré a algunas de mis com pañe ras. A la noche, toda cohi·

bida y vergonzosa , me senté muy quieta en el lujoso comedor,

donde hab íanlos de rec ibi r tres comidas sencillas a l dí a. Supeue la mansión había sido de un judío inmensamen l'e rico, a quien

las autoridades se la habían confiscad o. No me agradó la expli-

cación, pero como lo novedoso me rodeaba, pronlo me olvidédel a5un tv. Trataria de entenderlo después_

Antes de mucho me hall aba perfectame nte adaptada a minuevo estilo de vida, y con mucho enlusiasmo me preparé para las

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154 CUANDO MURIEROl < MIS DIOSES

nuevas oportun idades que se me of recía n. Superé la timidez ypronto estuve fam ili a r izada CO n el gr upo, ~ l a pa ra el liderazgo

y pa ra compelir con las mejores de mi da se. d i é fu erte, apren

dí a ouedecer y a sa ludar to n toda sum isión. y al poco tiempo

fui oujeto de reeonocirniento, tanl.o de par te tic los estud iantes

omo de los proIesores. Podía oh ¡da rme de qU  ha bí a sido un

huérfana dependiente de la ca rid ad de un po bre 1 10gar adoptivo:me sen tía aceptada y necesa r ia .

Cada d ía los recu erdos de mi ni i íez se desteñían un poco más.

Me parec ía que nunca habia vivido otra vida que la que. lle, 'aLa en

mi nueva escuela. Mi madre e ra a lgo muy d istan te y ca:.i irrea l.

¡Cómo amaba mi escuela Los profesores hací an vivir cada

cosa. EsLudiar his tori a era i ascinante. Gente ,le ha cía mu cho tiempo babia existido sal tabü de las pá ginas de mi li bm y l'evivía para

mí; se convertían en mis amigos o enemigos; procedían con orgu

llo, con hero ísmo o cobardem ente; a ma ban. lucJlal.wn, sufrían

morían. Mi iuyuleta im aginaci ón viv ía y ae tuaba con ellos, mientras mi Gorazón aprendía un ll uevo tema : Adolfo H it ler y el Te r

cer Rekh. Los jóvenes que estáb amos siendo p rep a ra dos pa ra des-

empeñam os como di rigentes na zis de la ju ventu d constituíamos

el orgullo y la alegría de I Il tler. El führer S rlenom in aba afec

tuosamente Das Deulschla nd \TO I1 Morgen ( la Alemania del ma

ñana ). Nos gusta ba eso. y parecía hueno y ju slo q ue cumpliéra.

mos con su mandato.

Hi tler estaba con nosotros en todo momento, au nque él vivía

en Be rl ín y n050lros en su escuela de Praga. Sus pensamientos

se citaba n en cada clase. Sus doc tr inas consLituian nuestro estudi o

más importa nte. Su libro se veí a j unto a la lá mpara en cada me

sa de noche. Nuestros profesores lu idolatra ba n. Si n vacila r ha

brían entregado su vida por y la na ción . Todos nues tros ins

tructores eran jóvenes, escogidos por su ap titud, por su habi l id ad

y lea lLad a l pa r tid o. Aunq ue exig ían obe diencia y una es lri cla

a uLodiscipüna, eran hondadoc;os_ aJectllosoS, v o s y coro

teses.

Pero ha hla una profesora a quien amaba rmí s que a nad ie

- nues tra p rofesora de música. De licada, menuda, siempre so n

rien te, vestida Gon ele ga llcia, ,11 r LlDio cabe llo ondead o enmarca ba

un agrada ble 1'0511'() oval. Pero Slb ojos era n su principal a tractivo

FUI ALUMNA DE UNA ES CUELA NAZ I

- gr andes ojos azules, de mira r sincero, fi rme pero bondadoso y

omp rensivo.

nn la rde, despué s de var ias sema nas de haber estado en

la esc uela . dC5cuLrí por pr imera vez que la señor i ta Walde era

ex traorui.uar ia . Ra b ia mos tenido UlJ día difícil, con muchos ex ámenes. Se hab í a prob ado nue stra resistenci a, como sucedía a me

nudo . has ta e l límite mi smo. Nuestra últ ima prueba ha bía sido

planeada para ll evarse a ca bo en el aula de mú sica, y ha cia allí

ma rchamos si nt iéndonos ag otadas y nerviosas. Mis compa ñeras me

incita ron a qu e fue ra la pr imera en rend ir la pr ueba or al. Acepté,

y me d ir igí sonr iendo con una mueca bacia el gra n piano. El sol

de la ta rde se der ram aba a través de las ventanas y sa lpicab a de

oro a rni profeso ra , al instrumento y él la mullida a Uombra or ien

tal que yacía e11 e l piso. El aula , reves tida con pane les oscuros,

parecía po lvorienta y ca lu rosa. La profesora me pidió que le can-

tara lll1 a pi eza fol kló rica alemana q ue habí am os ap ren di do hacía

unos d ía s. Y o hab ía s upu esto q ue me pedi r ía algun a cosa difí cil,

y su sencilla exigencia me turb ó comp le tam ente. Me llevé las ma

nos a la ca ra y estall é en lág r imas. Arltes de que p udiera re ac

cionar par a compone rme, todo e l gru po de a lurnl1<ui so llozaba con·migo. Nadi e sa bía lo que ocu rr iría al ins tante sigui ente.

Sorp re nd ida, la p rofesora giró en el banquillo del piano . Son

ri ó arnigablemente. Luego, de l bolsi llo de su vesti do, sacó un pa

iiuelo blanq uísi mo y me lo al canzó. Sumamente incómoda por m

ondu cta, seq ué mis lág rim as. Au nque ha bía buscad o mi pañuelo

no pude dar con él.

Cuando nos com pus imos, ella se puso de pie y rió con dul zur a.

Entonces di jo:

- ¡PuedelJ retirarse   Vayan a cami nar , haga n lo que quier an

y vue lvan a tie mpo para la cen a .

ero, ¿y nuestra pr ueLa de músi ca? p regunté ta rta mu

deand o . ¿Hemos fracasado todas?

- Oh  no - respondió con ai re confiado-o Pa saron todas .

Ahora vayan y reláje nse. Otro d ía continuar emos con las pruebas.

Gritando Dunkescholl grac ias ) sali mos a escape de l aula

pa ra caminar en la ta rd e solea da. Me separé del grupo y ful a mi

rincón fa vorito. E ra un ban co blanco situad o entre gran des p lantas

de lilas. Aunque é"tas 110 es taLan florecidas, me agradaha ese

lue:ar porque se hallaba ocu lto y lo consideraba com o a lgo ín tim o.

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16 CUAN'DO MUR IERON MIS DIOSES

Siempre que necesitaba estar a solas con mis sueños o mI s problemas, iba a m i" banco_ Tratando de poner orden en mis rev uelotos y confundidos pensamienlo s. eché una mirada al finí simo pa·ñuelo blanco que aún ap resaba en mi mano tenstl y recordé la úl·tima hora en el aula de música_ ¡Qué profesora ¡Qué buena ynoble había sido ¡Qué comprensiva y generosa   .¿Cómo ha r ía pa

ra moslrarle mi gJalitud ? Yo sabía lo que me diría.Hansi - me llamarí a por mi apodo- , sé pura y limpia y

pon tu vida al servicio de los demá s, de nueslro Reich y del fiih rer;

ésa será una recom pensa más que su iiciente para mí como profe.sora tuya",

Sí, yo har ía lo q1le ella esperaba de mí. Tratar ía de ser comoella, firme y delicada. Sus ojos azules me fascinaban. Tenía laimpresión de haber v isto esos mismos ojos anles de haber venidoa Praga. ¿Dónde? y eran ojos que yo amaba y respetaba. ¿Dóndelos había visto antes?

A medida que pasaba el tiempo se desarrolló entre nosotrasuna silel .dosa amistad. Ella no podía manifesta r preferencia porninguna alumna ubiera sido inco rrecto. Pero ambas sentíamosque m o ~ la una para la otra. Yo estudiaba mucho para cadamateria, pero estudiar música con ella era un privilegio, no unacarga. Me abrí a un mundo nuevo, Con bill etes gratuitos que meconsiguió pude asistir a conciertos y óperas. Me prestaba sus libros .Me ayudaba en mi compo rtamiento en el escenario cuando debíacantar so los. Me enseñó los rudimentos de la dirección co ral. Susojos az ules aprobaban, rechazaban, animaban y estim ulaban. Pero habia una duda en mi mente, que cada día me dejaba más pe ro

pleja.

Entre otlas materias, diar iamente dedicábamos un período al'estudio del semitismo", que ell ieñaha un joven ofi cial SS, inca·

paci tado en el fre nte de batall a. Todos los día s mar tillaba sobrenuestras mentes con la hi storia de los jud íos según la ve rsión delpar tido nazi. Se valía del periódico antisemita Der Stiirmer dellibro de Hitler Mi Luc  a y aun ele la Biblia para construi r susargumentos contra los jud ío ', af irman do (lue el destino de esepueblo era la ex tinción.

Yo escuchaoa con muchísima atención, mientra s en mi co-

razón rugía la batalla. Había sido enseñada en la Bi bljo, en laoración y en la fe en Jes ucristo . Nunca hab ía oído (file alguien

FUI ALUMNA DE UNA ESC UEL A NAZI 17

ptlSle ra en te la de juicio es as cosas. Ahora , al oír las razonesconvincentes de ese profesor, estaba confundida. Algo estaba erra·do en él o en mí. Me sentia intranquila e incómoda cuando trataba de pensar en ese asun to. La señorita Walde notó el estado enque me hallalla y lev antó sus cejas en silenciosa interrogación. Yomoví la cabeza negando; rro podía hablar le de eso. Me resultaba

tan 0010r050 que no iba a abrirle mi co razón para que viera la Lar·menta interior.

A la noche me acosté apenada y desde mi cama observé lasestrellas por la ventana. Esa había sido mi diversión favori ta, cuan·do mi s comp<Uleras de pieza me rogaban qlle les cantara cada no-he. Nos ayudaba a dormirnos más tranquilas, y quizá a dormir la

noche entera. Con frecuencia debíamos levantarnos cuando sona·ban las sirenas de alarma contra alaques aéreos. Era parte denuestra vida ,

Yo acostumbraba orar antes de ir a dormir. Mi madre me ha·bía enseñado que orar es como hablar con Je sús. Pero Jesús deNazaret había si do judío, y el pueblo judío estaba condenado.¿Por qué el Hijo del Dios eterno tuvo que ser judío si esa gente era

tan mala? ¿No mostraba eso poco juicio de parte de Dios? Sien·do Dios ornnisapiente, ¿no vio que eso estaba errado ? ¿Podía unmoderno estudiante nazi orar lodavía a ese judío Jesús sin vio·lar nuestro código de vi da?

Comencé a adelgazar. La comida no era abundante y estabaracionada. Pero aun escasa, no me sabía bien, y muchas vecesles daba par te de la ración a mis hambrientas compañeras decuarto. A menudo pod ía sentir posados sobre mí los escrutadoresojos azules de mi profesora de música, pero no me atrevía a mi·ra rla.

Una tarde en que disponía de unos pocos minutos libres fuihasta m rincón favorito. Cuando llegué al banco encontré allí ami profesora. Se la ve ía más seria, y su sonrisa ocultaba una pe·na. ¡Todas sabíamos por qué 

Estaba comprometida con un oficia l SS. Había visto sufo tografía vari as veces en la habitación de ella. E ra un hombrealto, elegante, de ojos brillantes, cabello rubio ondulado y enig.mática sonrisa. Había estado apostado en Praga var ios meses,pero debió partir hacia el frente ruso, La señori ta Walde esperab .,una cal·ta, y todas la esperábamos con las mismas ansias de ella.

Qm

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18 CUAN DO MURI ER ON MIS DI OSES

Su eficiencia y bu en tralo er an los de siempre, pero sabíamos que

había lágrima ' oc ult as detrás de l iU slm risa y su uuLOl:ontro l.

Me senté a su lado y l i r<, las nub es, qu e e ra n uarr idas po rel vien to. No habló. Esperaha que comenzara yo. La rnirp y di je

on vacilación:

-Señor ita Wa lde. qui sie ra hacerle Ullll pregunta insó lit a.

Espero que no le moleste.Asi ntió, de modo que con tinué:

- ¿Le parece que una joven a lemnll3 pue de se r una buena

nazi y aún orar como se hacía en los viejos tiem pos?-Ma r í a Ana - respondió-o I1p reci o tu pregunta. l\le mues

tra q ue es tás sumamente n l e r e ~ en Il acer lo correcto. Pero haydos cam inos ante 110sotros. El ca mino antiguo es el de nues trospadres, que viven seg ún su babe l a nti cuado , y vivirán así has taflue muera n. Pero H itl e r ha sido llamado por la Prov idenc ia pa·

ra most rarnos a lo s jóvenes un cam ino me jor y lmls cient íf ico. La

juventud ge rmana tiene Ull a \'ocacióll, un deLer flu e cum plir pa rael Ser Supremo y pa ra H i tl er.

Hablaba en U11 tono ta  persuasivo que ha cí a compart i r sus

;onvicciones. Yo sabía que cre ía en lo que dec ía . y si cre ía enla nueva religi6n, era suficiente para mÍ. S í. eUa creí a ta mbiéll enDios, pero en una de idad d iso nta , sin la mácula del ju daí smo .

-Pero ¿qué pensar de la o ración? - preg unté.Sonrió nuevamenle y prome tió da rm e U11 libri to fJ lll a q ue lo

leyera. Me dijo que allí enc ontrada la exp li cación de todo.El título del libro era xtraviado entr e Dos Mundos   Con·

tenía la historia de la vida del a utor, un escritor na zi hi en cono·cido. A la noche comencé a leerlo . S u es tilo me encan tó de ent rada y ape nas podía disciplina rme pa ra de jar de leer y tomar pa r teen las actividades de la noche.

Lo que más me i n t e r e ~ ñ fue el cap ítulo sobre la nr aciÓn.Cuando era muchacho el auLor hab ía res uelto poner a prueba a

Dios. Como su madre le haLía enseñado a orar por protección,cierta mañana audazmente dccidi6 no oral' pa ra ver qué sucedía .Ta l como lo esperaba, e l día transcurr ió sin ningun a tragedia. yasí lambi(\n el sigu iente. Despu{'s de unos dí as aband on ó la ora ·ción por los alimen tos. Luego el autor exhorLaba al lector é re a·lizar el mismo experimento y comprobar a dó nde iha a pa rar laobsoleta e infanti l oración.

FUI ALUMNA DE UNA ESCUELA N AZI 19

Al día siguiente hice la pr ueba, iY res ult ó In lenlé otra vezel seg undo día. No suc edi ó nada. El libro tení a razón. Yo era

ra nd e y o suficientemente iuer te para cuida rme sola . Eso le venía de pe r las a mi es píri tu ind ependiente y arrogante_ El de s-alien to me aba ndonó.

Lo único que me molesta ba era pensar en mi madre. Podía

recordarla en la estaci ón cua ndo con ojos suplicantes la oí deci r:Marichen, no te olvi des de Jes ús .

Mi ma dre nu nca en tendería mi nu evo es tilo de vid a; hab íaido formada en el mol de de sus antiguas creencias. Por mi pa·

d re no me preocupa ba. Nunc a me habl an interesado sus con cep-tos re l ig,ioi:>os; rná" b ien me habían rebelado. Pero no deseaba

chru' a mi ma dre en el ol vido. Pe ro allí es taba un mundo dehechu ra nueva , una nueva ideo logía pa ra la j uventud; la gentevie ja eOil sus ideas chapad as a la antigua debí a quedar a un lado.

Le í vez tras vez aq uel l ibro . Lo guardaba junto a mi cama yapreudí párrafos enteros de memor ia. Lo pres té a otros jóvenesy lo cité ell la correspondencia COn mi" amistades. Ese libro mehabí a mostrado una nu eva forma de vi da. Significaba triunfo,

honor , fam a, orgullo nacional. Mi última resistencia había caído.Había cum ula do los di oses. Pu se mi encendi do corazón y vida sobre el alt ar de m; país - para Hitler.

Tam uié n yo ha bía andado errante entre dos mundos. Uno

era el m undo de mi ma dre, el otro el de mi profesora. Ambas

mujeres Len ían los mismos ojos, el mismo corazón bondadoso, la

misma alma grande, y las amaba a las dos. Pero los ojos demi madre hablaban de resignación , paciencia, humildad, mientras qu e los de mi profesora centelle aban con el orgullo nazi . El

seg undo cam ino me parecía mejor. Lo elegí y me entregué a élcon todo mi corazón . Confi aba, creía y avanzaba . Hitler se había

conver ticlo en nu es tro dio s, y lo adorábamos. La guerra de Hitler

arreciaba , y sus jóvenes estábamos li stos pa r a morir. Sólo te

n ía que ordenar lo.

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  a p í t u l o

oVÍazgo ~ o n U e s ~ o n o ~ i d o

L GUERRA estaba en su apogeo. Las sirenas de alarma con-

tra ataques aéreos desgarraban la noche con su estridenc ia.

Por la ciudad fluía sin cesar la corriente de refugiados. Los he·

ridos llenaban los hospita les milita res. Los huédanos de guerra

se moltiplicaban. Nos encontníbarnos más que ocupada s atendien-

do a toda esa gente infortunada.

En 1944 nuestTlI vid a se habia conver tido en una lucha fre-

nética por cumpli r con nuestro programa de eSludio::; y con n ues·

tro servicio volun tario. las llam adas noc tur nas, la s eme rgen cias y

unas pocas horas de sueño sobresa ltado. A esLo había que agre ·

gar los malestares que nos pr odu cía el hambre, la debilidad y los

turnos agotadores. Deb íamos r dondequiera bU rgiese una neocesidad, y debíamos estar con lentas de hacerlo. Pero a veces nues-

tros cuerPos apenas podíall obedecer una ordel más.

Lo más impOl'tat1te de cada jornada escolar e ra la llega da de

la correspondenc ia . Las car las e ran lo único abundante además de

las tareas. Me gustaba recib irlas y tam b ién escribirlas. Escr ibía

de noche en el re fugio ant iaéreo, durante l os recreos o fuera de

las horas de clase, en cualquier minuto que tuviera libre. Cas i

cada día rec ib ía un manojo de ca rta s de amigos, enLre los que

se contaban soldados y o f i c l e ~ SaL ía mos cómo ouestros mu-

chachos deseaban recibir noticias y u'atábamos de no hacerlos

esperar.

La correspondenc ia uo siempre era alegre. A menudo sjgnifi.

caba dolor, como cuando una carta diri gida f un sol dado le

era devuelta a l remitenLe con un sel lo que decí a Gefallen für

Führer und Va lerland (muerto por el führer y la pa u'ia). ¡CÓ-mo apagaban la luz de n u e ~ r o s ojos y corazo nes esas pocas pa-

labras debajo de l nombre Con mw hos de esos jóvenes había mos

(20 )

NO VIAZGO CON UN DESCONOCIDO 2

trabajado juntos en las oTgani7.aciones juveni les, y cuando partie-

ron para recibir insLrucción militar y luego r al frente, les pro-

metí escribirles con puntualidad_ Cumplí con todos ellos.

La primera de las carlas que me fue devuelta era una que

le hahía escrilo a Fl ulI, joven amigo de la adolescencia . Se tralaba

de un muchacho a lto, rubio, a quien yo ad miraba por su sonrisa

cautivante, sus limpios ojos azules, su entusiasmo con tagioso y susinceridad .

Durante semanas no podía creer que estuviera muerto. No, no

lo lloraría. No se esperaba eso de una joven nazi, porque mo rir

por la causa se consideraba un a lt ísimo honor. ¿No era el sao

crificio propio el objetivo fina l de lodo ser humano? ¿No degra-

daría el llanlo su nob le muerte?

Podía domina r mis IágrLm as, pero no la perplejidad de m I

alma . E l muchacho era hijo de padres an cianos. ¿Por qué tu·

va CJue morir? ¿La vida no era más que un enigma

Varias veces mis ca r tas volvieron con el sello fatal. En d o ~ocasiones la redacción era distinta: Verm issl aud deT r ussischen

Kampffront (desaparecido en el frente ruso). Eso era más te·

lTible que el sello que comunicaba la muerle, porque significaba

incertidumbre, prisión, Siber ia. Durante años ma nten ía en agoní a

mental a sus fami lia res, que esperaban que el muchacho sobre-viviera de algún modo y regresara al hogar.

La correspondencia ayudaba a soportar la guerra. Como

todo el mundo sabía , las au toridades hab ían or denado que en caso

de emergencia, el despac ho de cartas tenía prioridad sobre el

de ali men tos. Los so'ldados po d ían el hambre siempre

que recihieran ca rlas. El plall funcionaba en ambos sentidos. Para

nosotro:; era mucho más fácil olvidarnos de la escasa ración y

dI; los reclamos del esLómago cuando disponíamos de ca r tas in-

teresantes para leer.

Cierto día de la pr imavera de 1942 salí de las clases para

rec ibir mi correspondencia. Entre la s carLas noté un sobre largo ydelicado escrito COIl una letra q ue me resultaba desconocida. No

pod ía entender el lIombre del remiten te. Me fi jé n uevamente en

la d irección para es lar tic que era para mí y era. Abrí

el sobre y comencé a leer. Entonces me senté con un mW l Wl o

de satisfa cción y llamé a una muchacha amiga para que viniera

a ver.

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22 CUANDO MU RIE RON MIS DIOSES

¡Q uié n lo hubie ra creí do   Unos meses antes, Anneliese, miamiga, y yo hab íamos escrito ca r las di rigida s a un '\ w ldado

desconocido . Algún funcionario del gob ierno hab ía iniciado un a

campaña para fJue se enviar an más cart as dirigidas al frente de bao

ta lla , y hab ía sugeIido que se escrib iera a sol dados desconocidos.

Puesto qu e en el sobre ha bía que especificar 'que la carta iba al

frente y no requería fr an que o, la idea hab ía cUlldido rá pidamen ·te. Casi cada persona escribía por lo menos a un soldado desco-

nocido.

n día ll uvioso mi amiga y yo escr ibim os cada una, una carta

a un soldado desconocido, a qu ien imaginábamos apuesto y va-

liente. Como a mí me encantahan los uniform es azul v ro de

la ma rina y ning lUlo de m is amigos había ingresado en armada

la elecció n normal era el SS  dirigí mi coqueto sobre " A un sol-

dado desconocido de la Armada Ale mana" . P usimos las cartas

en el buzón riéndonos de la ocurrencia.

P asó el ti empo y, como no hub iera respuesta, pronto nos ol-

vidamos del asunto_ De lodos modos no nos había resu ltado muv

cómodo esc ribirle li la carta a al gu ien que no la había soli citadd.

Ese procedimiento no coinci día con nuestro concepto de la eti-queta o nuestro estricto código del orgullo femenino.

Sei s meses despu és te nía en mi mano la resp uesta a mi car-

ta casi olvidada, y mis curiosas compa ñeras se ofre cía n gen lil men-

te para ayudar me a desc if rar lo qu e yo no pudiera l eer. En se-

guida me pareció que qu ien escr ibía era un hombre b ien p ar e-cid o, inteli gente, culto, amigable y dig no le confianza. Había

envi ado la carta desde un campo de instrucción para oficial es,

y se revelaba activo y ambicioso. Contesté inmediatamente, ytambién él.

A med ida que nos escribía mos, el marino comenzaba a ocu-

par un luga r cada vez más especial en mi corazón. Su letra gran-

de, que evidenciaba confi anza. ocupaba mucho pap el. Sus cartas,

por su volu men, pronto f ueron bien conocidas por el cartero y

nu est ra di rectora . Al pr inci pio ningu:no de los dos hizo mención

de los 5entimientos que lo anim ab an hacia el otro, pero nos escri-

bí am os cada vez COn ma yor frecuelleia.

ClHi nto sign if icaban esas cartas para mí lo vine a saber

después de un año. De pronto no Uegaron más. Pasó una se-

mana , pasar on dos , tres, cinco.

NOVIAZGO CON UN DESCONOCIDO 23

Yo espera ba y me apenaba . ¿Me en tregar ían un día la última

car la c[ue le ha bí a enviad o con el temi do sello Vermiss t _ .? Es-cuchaba con ansias las noti cias que di ar i amen te trasmi tía la ra dio

sobre la armada, especialmen te las rel aci ona das con subm arinos.

Ese año Rudy se desempe ñaba como tercer of icial en uno de

eUos, y yo sabía algo de los r iesgos que corr ían esos hombres.

Las chicas me hacía n bromas, divir tiéndose con la tr istezaque sen tía por un hombre desconocido. Aun que yo lo negaba, no

convencía a nad ie. Comencé a pIe guntarme: ¿.No estoy haciendo

el ridículo? Todo lo que sé de él es lo que me ha enviado en

esas abu lta das car tas, más una fotogr afía y unos pocos li bros.

. POI qué m había de preocupar tanto pOI una persona a la que

nunca he visto y que qui zá nunca vea, alguien a qu ien pI obable-

menle no le interese narla de mí ? O ta l vez se in terese, corno me

intereso yo. ¿Po r qué escTÍb ía tan a menudo, y cartas tan exten-

sas? Qu izá su nave se hundió, o simple mente ha decidido de ja r

de escribir . Sin embargo, en mi in terior sab ía que no hab ía

muer to, y que algún dí a nos encontra ríamos, en alguna parle.

Hah ía ll egado a for mar pa rle de m i vida. Debia creer en él y

1 su fut uro.

Cuando después de largas semanas llegó su sig uiente car ta,

la directo ra esperó has ta después de la cena pa ra entIegárme la .

Yo estaba tan delgada que pe nsó que me ha ría bien comer pri-

mero para des pués leer Ulla epísto la de veinte páginas.

Ab rí el sobre, rep rim iendo lágrimas de felicidad y sin hacer

caso de las pu llas de mis compañeras. La pr imera Jectur a de la

ca rta fue ráp ida ; la se gUllda y la ter cera pau sadas y cuidadosas.

R ud y hab ía salido varias semanas en misión de patrulla. nre ali dad eran viajes en los que se dedi cab an a la piratería. Su

carta era un diario y no hab ía podido despacharla du rante se·

manas. Por orden sup er ior no podía mencionar algun as cosas,per o contab a todo lo pe rmis ible_ Nunca me in teresó saber cuántos

bal'cos hab ían torpedeado o dónde había operado su nave; deseabasa ber de él persona lmente. En un párrafo de su carta decía :

Cuando estoy en el pueute durante las l argas horas de mi tur-

no de la noche, levanto los ojos y miro las estrellas. Y me pre-

grullo si estarás dormida o mirando las mismas estrellas. Algún

día, mi querida corresponsal , vamos a encontr arnos, y estoy an-Rioso por conocerte .

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24 CUAN DO MURIERON MIS DIOSES

Ahora era el momento de hablar con las estrellas nuevamente.¡Tenía salu dos pa ra envia r   En algún lugar del océano via jaba

una pequeña nave. E n el la iba un ofi ci al de ojos castaños y amplia

frente. Tal vez mi raba las estrella s esa noche, como lo estaba ha·ciendo yo. iCuán tos sueños se agolpa ban e  mi mente Pero nunca

me hub iera atrevido a desculJrir mis sentimie ntos en palabras.

Nuestra amistad pa recía tal her mosa y frágil, r¡ue las pa lab ras

huhieran destruido su belleza.En la primavera de ]944 hacía casi tres años que había·

mas comenzado a esc ri birnos y todavía no pod íamos hacer ol a

cosa que soñar y espera r. t,Nos encontraríamos alguna vez? ¿Q uéíbamos a decirnos?

Como la gue rra se agravaba, ese verano nos sacaron de la

ciudad y nos llevaron a los mon les Sudetes. Los alem ane s ha

bían olvidado 10 que eran la s vacac iones ; nosotras también. Me

nombr ar on supervisora de un grupo de muchachas que debía tra

ba ja r en pesadas bbores agrícolas. Los hombres que se dedicaban

a eso estaban en el frente de ba talla . Con desesper ación las muo

jeres plantaban , cultivaban y cosechaban, mientras aprend ían a

hacer el trabajo de los hombres, y debían hacerlo más rápida·

mente.

Nos dolían los brazos de ra strillar, arrancar, levantar desde

la mañana a la noche. Pero todas entendíamos . La mujer del agrio

cultor ausente en cuya casa trabajábamos era suave y mate rnal,

pero se la veía macilenta y agotada. Cada día me ponía algo de

comida extra en el bolsillo de mi delantal. Yo trata ba de re tTi·

buirle mostrándo le mi aprecio con un trabajo más diligente. Nos

hicimos muy amigas.

El alimento extra, el sol del verano y los largos períodos de

ejercicio al aire libr e me hicieron muchos favores. No estaba

ya tan delgada y lucía un bronceado saluda ble. Mi cabello, que

lo hab ía usado cor to , en un es tilo casi masculi no, me había creo

cido hasta pasar los hom bros) el so l lo hab ía aclarado hasta de·

ja rlo casi r ubio. La guer ra parecía algo lejano en nuestro lugar

de trabajo . Ni nguna incu rt<ión de bomba rde ros turbaba nuestro

sueño ; sólo oíamo s el ru mor de los bosques. Todas las mañauaslos pája.ros nos des pertaban con m s cantos. El rocío centelleaba

com o mirí adas de dia mantes sobre la hi erba cuando salíamos pa·ra ir a trabaja r. Al reu ni rnos junto al mástil para el saludo,

NOVIAZGO CON UN DESCONOCIDO 25

nuestras voces repe lí an el vo to con vigo1"- Era el mejor vera no

que había pasado dur ant años; y Rudy aún me esc r ibía la rgas

car tas regularmente .

Una tarde regresamos de nuestras tareas, nos refrescamos

co n un baño, nos preparamos pa ra la cena y para la ins trucción

nocturna. Muchas de l ¡¡s niñas se agrupar on en un cam po de

deportes junto a una compañera con un acordeón. Iban a Lailar

y conversar un ralo. Me hab ía retr asado debido a mis obliga.

iones directivas, de manera que canturreaba una tonada mientras

me pasaba el peine y un poco de crema en mis brazos tostados.

No bab ía tenido no ticias de Rudy por entonces y tra taba, con

mucho esfuerzo, de no preocuparme. iCasi me disguslaba el no

poder dejar de pensar en él

Ya era tiempo de regresa r a la ciudad. Pr onto tendríamos

que ha cer nue stro equi paje y volver a P rag a. ¡Cómo sentía te

ner que irm e El veran o había sido muy tranqu ilo. Sólo tuve al

gunos roces con una de las di rectoras , pero fuera de eso lo de

más había sido un sueño. Lo único que faltaba para que fuese todo

perfecto er a una visita de pe ro, para qué seguir ansiando en

vano. R udy no ser ía capaz de llegar a ese remoto lugar. (Aun

que, quien sabe.)

Mientras bajaba la escalera tal'ar eaba una melodía . Me eché

el cabello hacia atrás y sacudí la cabeza, pues debía de jar

de soñar.

De pronto tuve que detenerme en seco. Por la puerta ab ier

ta enll'a ba un of icial de la marina. Su ros tro me resultaba fam i

liar, y súbitamente supe quién era ese hombre. Me sentí aterrada

y volé a mi habitación. Alli me senté en el borde de mi catre y

traté de dom inar mi enloquecido corazón y mis alborotados pen

samientos. iNunca había estado tan asustada en mi vi da ¿Qué

pasa r ía si él no gustaba de mí ? ¿Y qué pas ad a si. . .? Comencé

a peinarme otra vez, acomodé la insign.ia  en mi uniforme azul

y me miré detenidamente pa ra ve r si todo estaba en orden.En segui da oí que me lla maban por mi b r e Reuniendo

todo el coraje que pude ba jé lelllamenle b escale ra y sal udé res

petuosamente a la direc to ra de turno. Con una chispa de malicia

en sus ojos, señaló al marino y di jo:

- Tienes una vis ita, Ma ría Ana. iVen y dale la bienvenida

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26 27UAND O MU RIERON MIS DIOSES

Miré lleno su rostro sonl'iente y le extendí la mano. Ru

dy sonrió ampliamente y di jo con a legrí a:

- ¡Bien, aq uí estoy, peq ueña H an si  

Yo asentí y alcancé a laJ tam udear r uborizada :

- Sí, ya lo veo .

Como la directo ra nunca me había visto cohibida prime

ro se sorprendió y luego se rió con ganas. E-se pareció romper

la tensión de l ambi ente. y ya con cierto aplomo pu de darle la

bienvenida e invitarlo a unirse al gru po que se entretení a afue ra.

De pronto me di cuenta de que la apa ri ción de Rud y había

causado sensación, y me sen tí mucho más dueña de mí misma.

Lo presen té con a mis amigas quienes por detrás me ha

cían señas de ap robación o envidia . Yo sonreí a satisfecha .

Cuando ll amó la campan a para la cena, Rudy fu e invitado a

comer con nosotras. Lo ubicaron junto a la director a gene ral una

mujer de al to rango y mod ales muy severos. Yo curnpli con mis

deberes de supervisora, pero no podía evitar que mi cor azón la

tiera con violencia, especialmente cuando mi raLa hac ia donde

estaba Rudy. Como buen caba ll ero, supo llevar una conversa·

ción galante con la directora y al mismo tiempo vigilarme de cerca

dirigiéndome significa tivas miradas. Al ii nalizal" la comida la d ireclora esta ba tan bie n impresiona da con el visitante que me liheró del resto de mis ta rea s pa ra la noc he como también para

el día siguiente, a Wl antes de que yo se lo pid iera. Como nunca

antes había hecho algo semejante, la med ida causó vel dadera sen

sación entre mis compañeras.

Luego de cambia rme el uniforme y volver, salimos lenta

mente, conscientes de que muchos ojos nos observaban. Ya a.fuera,

caminamos hac ia la puesta de l ~ o l Todo lo que nos rodeaba pa

recía encantado, fulgurando con matices dorados y purpúreos. Unextraño silencio parecía interpon erse eutre nosolros cuando Rudy

me lomó de la m aIlO para ayudarme a sub ir una loma . A llí nos

quedamos largo ralo mirando cómo se desvanecían los colores, de

vorados por la noche.Nos habíamo s sentido uy unidos en las ca rtas. Aunque

nunca lo habíamos mencionado especí ficamente, nuestros senti

mientos más profundos se ha llaban cntTe las lí nea s de cada pági na.

Allora comprendíamos que había Jlegado la hora de la prueba

para nuestra amii:> tad. Cada uno temía que una palabra eqwvo-

NOVIAZGO CON UN D E S C 0 0 l O C ~ D Ocada un gesto mal interp retado, pudiera romper el hilo tenue.

Nues tra amistad estaba haciendo fr ente a la realidad. No lo miré

cuando sentí que Rud y estaba estudiando mi perfil. P ausadam ente

la noche se ad ueñó del último res to de l uz dorada.

-¿ESlás desilus ionad a pequeña Hansi? reg untó Rudy

que damente.

Sacudí mi cab eza negando categóricamente y respondí conprisa :

- No, ¿y tú , Rudy?

El negó también, pem ambos sab íamos que estábamos min o

tiend o. Sí los dos nos sentíamos chasq uea dos. No porque no nos

ag rad áse mos mutuamente, sin o porque éra mos dife rentes de 1 que

cada uno hahía esperado. Los sueños son per fecto s; los seres

hu manos nunca lo son. Dos años y medio de una amis tad fic

ti cia tocaba a su fi n, y nuestros sueños estahan irr emedi ablem ente

per di dos. ¿Serí an nuestros vínculos lo su ficientemente fuertes co

mo para arros tra r la rea lidad con éx ito?

Decidim os hacer la pr ueba. Nos sentamos en un lronco y con

versam os. Yo tenía muchas preguntas que formu lar , de manera

que escuché mientras él me conlaba co sas de su vida. Su voz era

suav e y amable. Se co mportaba como un joven, pero maduro al

mi smo tiempo. Miré cómo las estre llas, una por una aparecían

sobre noso tros hasta que el ci elo n un domo tachon ado de dia

mantes que nos rodeaba, insp irándonos nueva confianza. Después

de todo , no estábamos desi lusionados. Por lo menos yo, súbita

mente, me di cuenta de que no lo estaba, porque él en realidad

era como siempre me lo había imaginado.

Compren dí también, de pronto, que Rudy había recibido mis

salu dos e[J esos años pasa dos; las estrellas noS hab laban lIueva

mente, y nos habiamos sentado para escucharlas. La s estreUas

subían po r el cielo y br il lab an en mi corazón, y sentía que dos

ojos centelleaban en los míos mientras regresába mos tomados de

la ma no. Ambos habíamos per dido algo; cada uno se habia que

dado sin su corresponsa l. Pero habíamos enconl.\ ado algo máspr ecioso.

Al día siguiente nos sentíamo s fel ices y cómodos uno con el

otr o. Parecía que nos hubiésemos conocido desde mucho tiempo

an tes. Le mostré los alrededores y alegremente subimos algunos

cerros. Lo presenté a " mis" agricultores, que se impresionaron

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29OVIAZGO CON UN DESCONOClD

con los bronces y medalla5 que él lucía. La esposa del agricul

tor en cuyo campo trabajába mos nos prepa ró merienda:; } no

aceptó que le ayudáramos en su tarea nll le¡, Je ¡rIIOs. Paseamob

pOI' los pequeílos rincones del campo donde yo solía ~ e n t a r m epara escribi rle y soñar- con el momento cuando nos o n t n í r a m o ~ .

De pro nto Rudy me lomó entre sus potentes brazos > m

besó. Yo me liberé rápidamente y sacuru mi cabeza disgustada.El quedó completamente confundido y aíligido. ¿,No se daLa cuen.

ta? Yo sabía que había besado a muchas clúcas, pero, ¿no cnten.

día que entre nosotros sería dife rente? Durallte aiíns habíamos

considerado nues tra amistad omo algo muy espec ia l. (,Hahía de

ser el Ilue '\lro como la mayoría de los l'OItUl llce s" de guerra - p a

sión, besos, diversión)' pe leas- par a q uedar con un ~ a h o r amar·

go cua ndo Lodo terro ilJal'a ( jNunea  Yo no podí a enamorarme,desamorarme y yolverme a enamorar co mo alguna::. mucha chas

lo hacían. Tal vez fuera soñadora, pero creía qu e algún día ha.

bría un gran amor en mi vida. Posib lemente e:;a in s61ita anú,;lad

con Rudy no terminara de un modo vulg8l' o como un amorí o co-tidiano.

El rostro de Rudy estaba serio ~ u a n d o tralé de explicarle Joque sentía. Luego. levantándome el mentón suaveme nt e hastaque mis ojos se encont raron co n los suyos. me díjo :

- María Ana, ¿te he dado motivos para creer q ue le trata

ría vulgarmente. o como amor pasajero? Te has conver tido enparte de mi yida, en mi gran inspiración. No puedo lmaginar miexistencia sin ti y sin tus cartas. Tú eres el ti po de mujer queyo quisiera por esposa algún día . ¿Te agradaría ?

¿Había oído bien? ¿La propuesta era seria? Nos habíamos

encontrado ape nas el día antes. Hundí mi rostro en su hombro )'

sus brazos me rodearon rlelicadamcute. Miré sus ojos. y l corazón me dijo que había haJlado el gran amor de mi vida.

Despufs, cuando c a m i n á b a m o ~ al sol. me habl6 de Ilueslro

futuro en común. Entonces dijo:-Mira , te estoy hablando de nueslro f\l luro hogar y dC5I'U

bro que sé muy poco de [i Hemos hablado nada m á ~ qlle de mí

y mi vida; cuéntame de ti. de tu niñpz. de tu fami lia

Encogi los hombros. , Q l I f ~ podía decirle ? ¿.Cnntal'le de la ca·

sita entre los bosqlles y de la cama de paja en que dormía'?'Entendería? El era único h ii o vtl rón de una fam il ia riea. Te

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3130 CUAN DO MURIERON MIS DIOSES

nía dinero, seguridad y los lujos de una vida aco modada aun en

tiempo de guerra. ¿.De bí a ron tarle de cuando mi madre me des

p idi ó e ll la estaciólI preocupada porque podia olvidarme de Dios?

¿.Entender ía lodo eso? E l e ra de familia luterana, pero la reli

gión no l importaba nada. Era nazi. como yo, y conf iaba en el

ührer y en el fut uro ele l Rei ch. No, en reali dad no h abía muc ho

que contarle.

udy, hay poco que hablar de mí. So, huérfana y uiCIi ad a en Ull hogar adop ti vo. Como tú sabes, fui elegid a poc o

después de la ocupac ión de m pa ís par a pre pararme como fu·

lu ra líde r juvenil. Esa carrera es mi vida. Todo gira alrededor

de eso. Ni siqui era he pensado en el mal rimonio porque podr i a

interfe ri r con m planes. ¿No se me derrumba rí a tod o si me

ca"o'  Debo serv ir a mi país a lgún día por todo lo que estoy re·

cibiendo n educación.

Rudy r ió divertid o.

ue no. schatzi (querida), ¿no podríamos hacer todo eso

juntos? T an pro nto como ter rril ne la guerra tengo pl anes de

ingresar en la marina mercante , y estaré mucho tiem po afuera.

Puedes cumplir con tu vocac ión y enseñar. Yo no te ocuIJaré todo

el tiempo.So nreí, a livlada . ¡Cuán sencillo era todo, cuán grande y sen

ci llo E ra tiempo de dejar de lamenta rse y actuar. Había lle

gad o el gran momen to de mi ricia. Ha Lía encontrado mi am or y

podía confi arme a sus manos. Rudy era inteligente, maduro y pru·

denle. Tení a la respuesta pa ra todos mis pr oblemas y yo era una

pob re mu je rcita que no cesab a de que jarme.

Pe ro ahora sabía que alguien me amaba, y por primera vez

me atreví a c01 l esponder a ese amor. La gue rra, los to rpedoE, las

bom bas , la muerte - todo par ecí a imposib le mien tras nos hallá·

ba mos sentad os e 1 el pasto flor ido, con vacas que pacLan a un

lado y majes tuosos árboles al otro, y en las alturas unas blancas

nubes esponjosas que se despla zaba n por el brillante cielo estival

por sobre las montaña s. Ta l vez sl uv ier a soñando y me desper.tar a pa ra descubrir que todo se hauía esfumado, pero disfrutaría

del sueño mientras durara. Mi ré el ros tro de Rudy con una nueva coniianza . "

R udy, el mundo en que vives me parece muy distinto del

mío . No sé si podremos fusionar nues tros mundos como para que

NOVIAZGO CON UN DE SCONOCIDO

nuestro compañerismo sea ar monioso. Pero estoy di sp uesta a ha·

cer la p r u e b ~ A me dida qu e conozcas mi IDundo tal vez aprendas

a comprenderlo, y debieras tratar de amar mi mun do J i enlras

yo hago lo mismo con el tuyo.

-Cabec ita per tu rbad a, deja de fil osofar exc lamó Ru dy

riéndose- o Todo sa ld rá bien.

Al d ía sig uiente via jamos juntos a la casa de Ru dy. Sus

padres eran corteses, aunque al go indiferentes; tal vez porquenuestro compromiso hab ia tomado por sorpresa a la familia y a

los par ientes. Pero estábamo s demasiado ocupados coo nosotros

mismos y no podiamos atender las reacciones de los demás.

¡Cómo pasaba el tiempo Tratábamos de ignorar que pronto

llegaría el momento de la par tida, como si con ese proced imiento

pudiésemos detener las horas. T uvimos una pequeña tiesta íntima,

con rosas y bebidas. Lu ego nos fui mos con Rud)' a la es tación,

en un coche tirado por caballos. En tren via ja mos rá pid amente

hasta Breslau, capital de la provincia de Si lesia. De all í pa r·

tirían en la tarde nuestros dos tre nes, en dil"ecciones opuestas.

Lle gamos antes de l mediodía, y Rudy aprovechó la opor tunidad

para hacerme conocer su amada ciudad en las pocas horas que nos

quedaban pa ra estar juntos. Durante sie te año s había asistido ala escuela en Breslau, y conocía cada rincón de aquel pintoresco

lugar. Al fin llegó el momento de volver a la estación. Por con

sentimien ::: táci to y m uluo sonreíamos y hab lábamos de cosas

sin importancia , tra tando de encubrir lo que sentíamos a medida

que se aproxima ba la partida.

Rudy dehía viajar primero. Recogimos el eqwpaje y baja

mos a la plata form a.

- No te apenes. q uer ida; pron to nos veremos olra vez. Sé

valiente y espérame. Nos escr ibiremos todos los días.

No pude soportar más. Apoyando mi cabeza en su hom

bro esta lié en sollozos incontrolables. El sacó un pañuelo blan-quísimo y comenzó a secarme el rostro con ternul'a . Miré sus

facciones bondadosas y nuev amente sentí temor, un terrible sen

timiento de pe lig ro futu ro qu e había experimentado cuul1do dejé

a mi madre para i r a la e ~ c t J e nazi. ¿Por qué sen tía temor?

Trataba de do minarme, pero era imposible. Lloraba amargamente.

El corazón se me había endureci do como piedra.

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32 CUAN DO MURI ERON MIS DIOSES

Los en carga dos de l tren dieron las seña les de la partida.

Rudy me besó un a vez má s, me dej ó y corr i¡l a sub ir a l tren qu

ya marchaba . Su ca ra re fleja La la lensión de l momento y una

gr a n preocupaci ón por m í. Lu chando para calmarme, fina lmen te

puue so nre ír a tr avé s de la ' lá grimas, pe ro 110 podí a hablar. Eltre n ga naba ve loci dad , y el brazo de Rudy. agiLándose en el po s

Irer sa ludo, se iba empequeñeciendo ha sla que se esfumó en ladistancia.

No sé cómo hic e pa ra en contrar y subir al tren en que yo

debía via ja r. ¿Volve r ía a ver a R udy? ¿Regresa ría de la guer ra?

¿,Q ué nos deparaba el porvenir? Du rante uno s po cos d ía s había disfrutado de l cal or del amor , del gozo de es tar juntos, de

la seguridad de haber ha ll ado un refugio para mi corazón. No

pensaba más que en R udy; no deseaba má s que estar con éL Pero los tre nes roda ba n en la noche el mío hacia el este, el otro,

hacia el oeste. A él lo esp eraba la guerra, a mí la ciudad.

____------------- CapítulO

¿Creer en el ~ r. la Guerra

E ALGCNA manera me arreglé para responder ron pr oll·

tilud la > ('artas_ a pesar de nueslra agotado r programa de ar

lividade:;. Pasadas una" pocas em 1HI:;, ~ i n embargo. noté algo

extraño en las epísLo la de Ruch·. Le preguntr 1ur{ Ta lo que le mI" ·

lestaba, pero ignoró mi p r e ~ l I \ 1 t a .Llle¡¡;O de tre ' m e ~ e ; me Io \l (esó la \'erdad. Su" paure;:;. gen

te acomodada y de cr ilerio práctico, htthían de<;tlprobadnnuestro

insólito romance de:;de el mi:,mn comienzo, 'frataron ele ue':lan imar a Rud)' para que no cot llinUBl'a n u e ~ \ r a relac1I)L1, y :¡U:i ar

gumento > tenían la fuena de la autoridad palernal. Para Hudy "11

hogar era 10 mlís quer ido . )' la fa l ta de armonía pn la familiaperturbó lÓ\I natur al mudo de ..fr. Al fin no puJo ocu llar mUb ,,11

problema Y me lo re\'e ló-Para mí no hahía opc' ión a lguna- Lomé un recuerdo m uv

'",robótica. qlle RuJy me habíu regal ado. lo en\'olví \' se I  > ptlViéa sU :. p ~ d r e s sin nIngún tllensajr c.''f' J'i to. Pcru debía - hace r fre nte

11 la parte más clifki l : E ~ r r i U i e a él la ¡11Lima carla , y Jo hice.

"Rudy, no nlf' preoc upa ('1 hec'ho de tlue no debo inter ponerme enlre li Y lu'- pndrf'l> . Q ULC\'(1 dec ir , entre ti y tu madre.

S, cuánto ..ignific:l f'1 hogar pa ra li. Y también sé que no de bes

perder lU hogar flor mi causa."}\;n sé por quf tu ma u re está (>\1 mi conlra. Comprendo r¡ue

ustcdes ;¡ean rico:, y de fami l ia mu\ rcspeln llle, rnientra" yo nO

soy mlb qu e tina huérfana , Pero Rud)·. no puedo remed ia r

parte de mi .. irln: no f ue mi eH pu. Tú Silbes que e ~ l o y lratando

de hallar mi vocación. Sen pobre. pero tengo mi honor. Tle ded¡rada mi vida al Hihrer y tI n lle:;  ra palr ia, y han; lo mejor

fIlie ~ l é JI mi pa rle."Rud" nun ca le hice mal a ti l tt a tu madre. De lo ún i

que f' ll a puede acu:;Uf 1'' ' lIt" haber co nfi adu en I i Y u haber

te amado. i Perrlónul tl p por e ~ o(33 )

3  0m

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3435

CUANDO M URIERO N MIS DIOSES

"Quiero agradecerte por los hermosos días que pasam osjuntos. Ya me pa recía que no era máh que UT: sueño del cual undíél despertaría bru:;camenLe. Ahora el ~ u e ñ o concluyó y ha llegado e l momento de decir adiós.

' ·Rudy. tú me conoces bastante bie n, y comprenderás que

nunca hab rá un reg reso para 0sotros. No tengo más que m i ha·nor pa ra pr otege rme; estoy sola en el mundo. Debemos olvidar·

110:> el uno del otro, y ha ré todo lo que p ueda para olvidar miamor por ti, porque n I) te ngo más derecho íl am arte. Fuiste el pr i.mero y el úni co cn quien confié lo sufi ciente como para amar.

y q uizá suene mal decir le qu e no debiera haberme atrevido aco nfiar en t j

POl' última vez te envío mis sa lud os y mi am or . Adiós.\[arí a Ana -'.

Se ntía el c ~ o r a z ó Heno de un ama rgo resentlUuento. No pot1ía entender la obje(' ión de su madre. No vert í una sola lág r i-ma. La herida era demas iado grande y tamb ién la tor menta eni orgu llo:;o corazólI, co mo pa ra encontrar alivio. Me ocupé de

m i ~ ueLere" y f'stlltl i05, q uedándome despiert a hasta a ltas horas

de

lanOl.:he.

aguardando la he ñal de las

sire

nas contra bombardeo::..No c.leseaha Jll:1S ver las estrellas, de modo que las persianas per-

maner.ían hajas. La<; mañanas de otoño eran frías. sentíamos la

fa Ita de ca le facción (uantló temblábamos en las aulas. Las heladas quemaro n In últimas fl ores. mie nLras la tierra se preparaba

para el largo hueño inve rnal. i en tumecido corazón siguió elejemplo.

La marcha de cad a mañana exigía dominio propio, ba jo la

lluvia que cas tigaba, pa ra ir a saludar la bandera. Hacía dlas

que sentía irío. pero !l O hab la dónde calentarse un poco. Las ha-

bitac iones estaban húmeda::. y pegaj osas. Nuesuas raciones de comida era n escasas. pero eso 0 me impor taba - n o sentía hamh re.Cierta mañana me hall ulla an te e l mEÍs til haciendo el saludo

cua ndo advertí que me iba a desmdyar. Quise obligarme a volver a mi cuarto pero f u ~ imposible.

Me internaron en el hospit¡ü para jóvenes que habia en una

pequeña ciudad. El trato era excelente, pero me :;cntÍa demasiado enferma para da r me cuen ta. Icter icia contagiosa" , l ue eldiagnóstico. El ho: p ital se encontraba atestado, pues la epidemi había comenzado hada algunas semanas. Antes de mucho

¿CREER EN EL AMOR Y LA GUERRA?

había perdido lo que ganara durante el verano. Empalidecí y

adelgacé. Evitaua ponerm e a pensar demasiado, porque la vida

me parecía un extraño acertijo s in respueslas.

Los d í a ~ se convirtieron en semanas. Un nuevo examen C0  

rayos X reveló una úlcera estomacal. Sentado el ] el borde de mi( a ~ a , la doctor a que me alendía, me pregun tó:

- ¿Hay algo que le molesta - algu na pt'na. o p reocupacióno problema? Estás lan indiferente y callada.

Con orgullo. sacudí mi cau eza negativam en te . No admi ti ría

ni ante mí misma que alguien pudiera desequili bra rme. Lo de

Rudy era. un asunto concluido.Poco::. días después de que pasa ra mi cump leaños, en no.

viembre, la enfermera me trajo una ca rta que había sido ree x-pedida. El sobre mO$traba la letra fam iliar de Rudy y en losdalos del remitenle se veía que ha bía sido nuevamente ascendido :Ahora era primer teniente de la marina. Me preg unta ba si, con sunuevo grado, lo habrían ll amado como segundo coman dante deuno de los Ilovísimos submarinos, como él esperaba . ¡Cómo estañan de orgul losos sus padres

No ::.abia si mi orgull o me permitiría abrir la carta. Sí, ras·

g u ~ el sobre ansiosamente y le í. E ra un afectuoso sa lu do de cu m-pleaños. Lo leí una y otra vez, especialmente donde, luego deusar el diminutivo de m nombre, me decía: pued o dejar

pasar tu l'umpleañ')l! sil] hacerte llegar mis más cá lidos deseos".

No, no hahría regreso. Deb ía mantellerme firme. Rápidamen-

te doLlé la carta, la puse en un nuevo sobre y la despaché . Rudy

no ~ a b i a que vo estaba enferma y tampoco yo deseaba que losuplera .

Lentamente fUI recobrando iuerzas has ta que por fin unatarde la doctora me prometió que podría salir del hospital a ldía siguiente, de lo cua l me alegré. Esa noche, que yo pensaba

que sería para mí la última en ese lugar, las sirenas de al ar manos obligaron a dejar las camas y correr ha l' Ía los refugios .

Por fin las sirenas anunciaron que los aviones se alejaban

y se nos permitió regresar a U e ~ t r habitaciones pam acoslarnos. Pero el l i ueíi.a hahía huido. Abrimos las corti nas para

conlemplar la ciuuacl en Damas. El suministro de gas y electri"¡dad se habíall interrump ido y las enfermeras "e Vlt lían Je la vacilante luz de u n a ~ lámparas pa.ra atender a varios e n f e r m o ~

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376 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

a v e s El cie lo nocturno reflejaba el rojo de los incendios mezo

clado con den 'as columnas ue humo. Mientras observab a esaster ribles e:;cenas de dflS Irurclón pensé en cuántas vidas habríansido segadas. e v a m e n t e comenza ron a tor turarme aquellos in-

ter rogantes.

De pronto noté que a lgun as enfe rm ecas corrían excitadamen-

te de aquí para allá mientras sus urraban algo. Abandoné la cam a,todaví a fría por las Jloras que habíamos en el re fugio,y me uní a las enfermeras.

¿Cuá l er a el problema? Alguien, decían ellas, había des.cubierto LUl objeto oscuro en la rampa posteri0lí de l edificio, quea la postre ha bía result ado ser un ca minante ciego , o sea unauomba que por alguna razón no había hecho explosión · al chocarconlra el suelo. Podía tr a larse de una bomba que estallara encueslión de min utos u horas, o de una bomb a común con U11 corto

circui to en el mecanismo accionador. De cua lquier manera sehallaba 10 sufi cientemente cer ca como para demoler el pequeñohospital si exp lotaba y hacer añico", las puertas y ven tanas en

nuestra propia cara.

Puesto que cualquier vib ración, aun la de un gri to fuerte,pO(1ría hacer detonar la bomba. los pllcientes 110 podían ser tras·ladados al re:fugio ni evacuar el edificil). No había lugar adondeir porque lodo lo que nos rodeaba era fuego y ruinas.

Sin saber lo que hacía me dirigí hacia la ventana de atrás.Al resp landor de las cosas que ardian más allá del río perc ib íla oscura silueta a larga da de l artefacto. Otras también vin ierona investigar. pues la nolicia cun dió rá p idamente en la sala. Las

enfermeras babían tra tad o de ocu llar el asunto por temor al pá.nico. pero sin éxito. Algunas pacientes se cubrieron la cabeza conlas frazadas, otras gemían a media voz, pero todas tralaban devitar los movimientos rápidos y la conmoción.

Apoyé mi fren te contra el vidrio fr ío de la ventana.La

muer·le y yo nos hab íam os enfrentado otra vez, y mi corazón comen·zó a argumentar con esa il ldeseable visita. Yo tenía muchas pre·oWltas para fo rmul ar , y nadie podía da rme una respuesta.

M i corazón clamaba por Wl mayor entendimiento de mi in·

terior, pero el hum o cuurió las desteñidas esb'ellas y la luz matinalse abría paso luchando cntre nubes de polvo)' ru iulIs calcinadas,

¿CREER EL AMOR Y LA GUERRA?

Todo lo que me rodeaba y había dentro de mí me parecía Sln

sentido j vacío .

Permanecimos quietas )" aguardamos. Tan pronto como hu·bo suficiente luz diurna apareció un silendo:so grupo. Evidente.mente eran p r i s i o n c pues detrás de ellos vení a un guarrJi¡armado. Como nunca haLíamo:. oído nada soure los campos de

concentración }' los presos políticos. no len íamos idea de 'lwéne"podian ser esas figuras l e ~ y grises. Se aproximaron cautelo·samente , como gatos, a la uomba y la examinaron con de tencicJn

y prolijidad. Luego uno 'e agachó mient ras olros le alcanzabanl as henamien tas. Siempre con mucha precj"i6n comenzó ¡¡ (]Uilarel de tonador . Al fin se det uvo. movi6 la cabeza afirmativamente,

se incorporó y se secó la frente. La bomba hab ía sido anulada yseguidamente la desarmaron.

Volvió la no rmalidad u la sa la ; una enfermera me ordenómeterme en la cama otra vez. Eché una ú lt ima mirada por la venta·na. Había visto a la muerte cam inar por el patio. Una vez más mehabía vuelto la espalda para dirigin;e a la ciudad humeanle en

busca de más presas ent re las r uinas.

Pocos días después, cuando el orden se ha bí a restaLleridoen cierta medida y los trenes 'or rían nuevamente, fui au torizadaa dejar el hospita i. Volví a la e s c u e h ~ en 'eguitla, no ohstanle larecomendación médica de tomar una vacación y reC llpe l·ar total .

mente la salud. ¿Dónde iría a reposo? La casila cn tn'los bosques quedaha dema Íad o lejos, y hacía mucho ti empu CjLJe

no tenía noticias de mi madre. La correspondencia se uemoraba.,Vluchisimos lrenes y rami nos eran destruidu '. Como hah ia lermi·nado to n Rudy, no' podía ir a confor table hoga r en el e  te deAlemania. Posib lemente SU3 paureo; \' su herma na no e"luvicsell

más allí. Ha bia oído rUll1tJreo; de que lo" r l J ~ O va habíall ir rum-pido en Silecia y l o ~ ref ugiados habí an huiu  J en medio dela., tormentas de l in\iernQ para poncr<;e a "alvo.

No lenía dónde ir v de$eaba Irallll jnr nuevamente. La Ji-rectora de mi grupo me ~ e i J ¡ con il le¡>:l"Í If, l'ur'l ue necesi tabaloda mano volunta ri a para atf'lldt'r la ;; cl11crgc lleia..:; de la ¡ uerra

lolal. Semana Ira sem ana lt  cb a ll1o ; y lrabajamos urd uumenlt',a menudo compa rliendo l l e s t r a ~ rninLlscul as raciones de a limen·10 con refugiados y s o l d r J o ~ her idos r¡ue parecían m á ~ IWITl -

hrientos que 1I0so1 Senl u uno,; dol are,.; ler ribles en el e:,l¡)-

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3938 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

ma go. La úlcera eXlgla cie rlas clases de ali mentos, pero, ¿q uién

iba a fijarse en esas pequeñeces?

Cierto dí a de marl.0 de 194.5 recib imos órd enes superiores

de abandona r Praga inmediatamenLe y vo lver a nuestros ho gares.

orprendida , fui a hab lar con mi jefe y a pedirle permiso pa ra

ueda rme. Ante Ludo, no tenia a tlón de ir , y además ha b ía aún

mu cho LI 'abajo para hacel·. ¿Cómo podíam os irnos todas?NU jefe sacudió la cabeza res uel tam ente.

-No l\la r Í a Ana ; la : órdenes son órdenes. La ciudad ya

10 es segura para ~ L e d e s . ¡Los rusos se ap r oximan rápidamente  

En mi inocencia, me costab a creerl o.

- ¿ Para qu é c u p a r ~ e por e5 0? N uestras fu erzas arma das

hnrrul ret roceder al enemigo en poco liemp o.

(,No había pr ome Li do Hitler por rad io el dí a anterior que

el triuruo se prQd uciríe pronto? Con las nuevas armas que los

hombres de ciencia alemanes esLab an ponien do a pun to, nuestros

enemigos seri an forzados a sali r en cuesti ón de día s,

- Muchacha. debes ir te ho y - respond ió-- . ¿T ienes alg unos

famili ares?

-S í . mi her mana q ue vive en Reichenbel'g. No la con ozcomu y bie n porr¡u e 0 <; vimos por pri mera vez hace sólo unos pocos

aiios. E l esposo mur ió en el fre nle ruso. Quizá pueda quedar allí

unas pocas semanas ¡Iasla que regrese a la escuela .

Mi jefe lile ex tend ió una a utorizació n de emergen cia para elviaje en tren y yo partí extrañada de la expresión de su roslro

al despedirme.

E l viaje fue largo e interrump ido con frecuencia , pe ro fi na l·

mente Uegué al luga r don de vivía mi hermana. Unas :>emanas

des pu é:. me elllert> de qu e los rusos habían ent rado en P raga

só lo l 1 a ~ hora:. despu és que yo aban donara la ci udad. \lli tren

de be haber s ido LIn o de los último" en s,lIi l' de la estación termi

nal ante,,- de rJue los : ; o ~ penetrara n. Me es tremec í ant e los ru·

m o r ~ del terri hle ba riO die' ,;angre r¡ue habí an deja do. Lo" che.cos nado /lal istas ma taro n r iento:; de nazis que no ha b ían podido

e ~ n a ti em po. La muerte me ha bía perdonado otra vél.. ¿Por

qU ? Con toda "eguridad la mujer flu e me hizo sa lir a tiempo

y salvar mi vida, perdió la suy a.

Era un ap uril Jle rl ía de ma yo cua ndo el alminlllte Doenitz,

comandallte ue Rudy, haLló por ra dio. Nos sculamos eon mi her

¿CREER EN EL AMOR Y LA GUERRA?

mana para escuchar aten tam ente. Co nio rme a la última vol untad

de Hitler. Doe nil l. hab ía tomado las riendas de la nación. En

cuestión de hor as, y aunq ue 111 ",e lo an unció oficialmente, el pa ís

entero sa bi a y romen taba de puerta en puerta que Hitler y suaman te Eva Braull ¡se habían suicidado  

Quedamos a tul"Clida s. ¿P or qué Hitl er había hecho al go tan

horrible? ¿No nos había prometido conduci rno s al tr iu nfo? Sin

embargo, no deb í a cuestio nar la decis ión del führer. No la en

tendía, pero confiaba en q ue nuestro héroe sa bía lo que era

mejor para la nación)' en ese mister ioso acto de sacrific io p ro.

pio nos haL ía mostrado un camino. No podía ace ptar el peno

amiento de 'lu e Hi tler, mi d ios y mi íd olo, hub iera empleado

un medio cobarde, re ñido con la posición que él mi smo ha bí

susL ntado.

Dos dí as de spu és los rusos entrar on en Reichenberg. Ob

servé esos ext raños rostros cuando pasaban fr ente a la casa de

mi he rm an a rumbo a l centro de la ci udad. Oculta detrás de las

cor tinas de la ven tana mira ba, fría de miedo e l ~ l c r e d u l i d a d , a

pesar de que erli al go esperado. Sab ía que Hitler habi a muerto

- pe ro todavía creía y conf iaba en él. Creía que sus promesasse cump lirían ; era sólo cuestión de tiempo.

No sé cómo viví la:. se ma nas que sigu ieron . Lentam ente co

mencé a convencerme de q ue hab ía creido una gra n mentira.

La dora da ima gen men tal de Hi tler que yo au mentaba se fne des

menuzand o - hasta que cayó. Sen tí mi vida como destrozada.

Parecía que estaba precip it ándome a un abismo sin fond o.

Miles, millones de personas sentí an lo mismo que yo, y

muchas no pu dieron sop or ta rlo. Siguieron a H itl er hasta el f in

y, como él, se suicidaron. Muchos lí deres del pa rli do nazi, en

Reichel'be rg, el igieron ese cam ino. Hubo padres que envenen ar on

a sus hijos y luego murieron junlos. A las tro pas de ocup ación

no le s importaba nada. En muchos casos les :. ignilicaha un ahorro

de balas, q ue de todos modos lIsaban generosa men te.Los días parecía n cada vez más 06C W05 a medida que pasa·

ba el tiemp o. Yo sentía que había llegado al fin del camino, siem.

pre con ham bre, siempre ocultándome de so ld ados lascivos. Pe

ro los seres humanos p ueden soportar más de lo que piensan,

romo 10 supe bien pront

7/21/2019 Cuando Murieron Mis Dioses - Maria Ana Hirschmann

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·10 CUANDO MURIERON l\IIS DIOS ES

na mañana fui citada para pre entsrme en un centro co-

munista dI traba jo. y pronto me ellcoluré ubicada ell un camión

abier to con nlm:has olras mud lurha ó y mujere '. Rápidamenle nos

t r a ~ p O l l a r o a través dc la l ínea c f ~ o · g e r m a n a bien al interior

de Bohemia. A la cnicla de la tar de llegamos a una gran finca

11rganizadu al estilo comunista. Ha Lía va rios edificio incl uyen-

rlo enorme" graner05. Alrededor "e le\'u ntau/l. un gran muro d

rieura en el rt ue ::le abrían dos puertas. Era evidente tIue la pro-

piedad haLía sido de a lgún rico checoslovaco, y que el estado la

había confiscauo hacía poco.

Pronto uesculuimo i que el nuevo adminis trador y los capa-

laces babían sido e legido,; de enl1'e los peones que babian ser-

vido al dueño. Los lluevo,; patrones tenían pocas aptitudes para, • • • d

su:; ¡lUestos, pero c o m p e n ~ é a n esa carenCla con gntos y Ol enes

arbitrarias.

Aturdidas por el hambre, Lajamos del camión y nos ¡mIren-

tamos Con un homure con caru de bruto: Era nuestro capataz.

Vociferó algunas órdene y yo entendí lJue se nos mandaha su·

bir una crujienle escalera que llc,aoa a una especie de allillo

en un granero. A Ji encontramos unos pocos catres íejas y algo

de paja fresca esparcida en el piso j e r a nuestro nuevo dormito-

rio

En mi corazón sentí rugir una tormenta de odio. Compren-

dicnuo cuáti Iárilmente me habían engañado para meterme en

un campo de traha jo forzado. me aLorreci a mí misma por haber

sido lan cr"Ju la. Miré a mi a lrededor. No haLia 10rma de cs-

capar; cbtállanlos lejos del lerritorio alemán. En la manga izo

quierda nos plGicroll un hrazulete bla nco COIl la palabra ale·

manas". Los m f ií erall altos. )' lodo el lugar bullía con gente

hOiíli l r 5u:ipicaz.

A la mañana siguiente, luego de un magro desayuno , nos

ordenaron dirigirnos a l o ~ campos. E l sol apenas a:oomaba, pero

el nuevo régimen exigía prodUl'rión y nuestro capataz estaba más

que am,joso de montar Wl buen espectáculo. Nos apremió desde

el primer minuto.

Trabaiábamol' ard uamente. La ira sofocada me hacía ace-

lerar mi ta·ren . Cuando el 3 1 alumbr6 completamente, el calor :oe

tornó insopor ta ble: no hab ía agua. Dejp el rastrillo a un lado

y, cruzando el rampo, f ui a hab lar ron el hosco capataz.

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  ~ Q p í t u l o

iNo En'res Esta o e h e ~ ~

- L A S muchachas necesitan agua o no podrán trabajar bien

- le dije en checo--. Es tamos agotadas, y algunas se des·mayarán .

Sus ojos y los mios se en frentaron por unos segundos. Pensé que me iba a golpear, y me preparé. Pero en lugar de esoforzó una sonrisa socarrona_ y rt>spondi ó:

- Muy Lien, tendrán algo de agua  porque tú la pediste,Manjo (María, en checo). Veo que eres la más rá pi da para t rab aja r, Manjo. Espero que pronto puedas ll egar a ser mi ayudan teen muchas cosas.

No dije nada y volví a mi trab ajo, pensando: ¿Quién cree

éste que soy? ¿Su 'ayudante'? ¡ha  "Domínate muchaoha, domínate , murmuré mien tras apre

ta ba los puños. Debía apre nder a tranquiliza rme o empeoraría

las cosas para mi y las demás.Ese primer día consegu.imos agua, peTO hubo otros en que

la repugnante modalidad del hombre lo (lominó y debimos trabajar sin lener qué beber. Las muchachas se des ma yaban, las mujeres gemían y el fr ustrado capataz emplea ba los puños para que

DOS dié ramos p r j ~ a Pero a mí nunca me molesllJ. Por alguna ra·

zón me trataba Con respeto y no mp tocaba . SaLía que las delgr upo me ha bían hecho su por tavoz y que podía hacer sellLir mi

inIluencia para alcanzar la cuota de traba jo. Yo las hab ía organizado para que entre dos traba jadoras rapares fue ra una débil

poco hábil. Ta n pronto COIUO nna se relra,;aba, las más ráp idas

le ay udábamos a recuperar. Así nos protegiamos mutuamentetle -er clbugadas la lI1ayor par te del tiem po.

A pesar de l1ue<;tros ~ ¡ ; r U f r z o s . el grupo disminuía de lama·

ño. Nad ie SI molestaha en l:omenLar eso. La vida se había raUd-

formado en una pesad ill a de hambre, sed, duro trabajo y lemor.2  

NO E NT RES ESTA N OCHE 43

Los días, a pesar de todo, erau tolerables, ¡pe ro las nochesPoco después de que llegáramo:i, los soldados aca ntonados en el

pueblo cercAno d.escub rieron nuesLro grupo. Una noche entraron

en nuestro dormitorio , guiados por nuestro capataz gruñón. Yofui una de las pocas que escaparon si n ser violada.

De a llí en ad.elante comp ren dimos que difíci lmente podria

mos dormir Lranquilas. Los soldados volverían y traerían a susamaradas pa ra que disfru taran de la cacería . Yo me hab ía

propuesto morir antes que someterme a mis enemigos. Estaba re·suelta a l uchar y a a ra ñar co rno un galo salvaje, hasta que me mataran.

Pero nunca tuve necesidad de luchar pa ra protegerme. Pa

recía que un poder invisible me cuidaba . Las otras muchachaslo notaron, y preguntaban:

- Manjo, ¿qué clase de buena suerte tie nes? No te sucedenada. El capataz no te loca y los solda dos no te molestan. Nunca

te desmayas en los ra m pos.- Tonterías - respond ía  o No sean su perstic iosas.Pero en mi fuero interno comencé a interrogarme. Era el mis

mo sen timiento del cual Rudy me había hablado una vez qlle

scapó mil agrosamente de la muerte. Algo parecía que me protegía; pero, ¿.qué era ? Las convicciones re ligiosas de mi niñez habían sido lan completamente barridas de ruj corazón que seme Qcurría fllle Dios podria haber sido mi defensor. Toda la si-

tuación aparentaba ser as í de incomprensible, pero era real.Por otr a par te, no sabía cuán to duraría mi suerte, y no de

seaba correr ning l1n riesgo. Luego de aquella pr imera vis ita delos "olda dos comencé a observar los alrede dores con un propósÍlo.Sabíamos que regresarí all y sabíamos que nadie los detendr ía . El

capataz parecía rom placido de poder prestarles un servicio a susamigos rusos. Las otras mujeres y muchachas dependían de mí

para recib ir consejo y ayuda. Yo debía hallar una sol ución.

An te todo había que dar con un lugar oculto. ¿Pero dónde?

Debíamos permanecer den tro del patio. porque las puertas se ce·rraban por ] a Iloche, y los rusos imponían un es tricto toque de

queda para todos: chec os, eslovacos v alemanes.Entonces fue cuando lo hallé. lIn rincón apar tado del gran

patio existía un ,i ejo estab lo que estaba medio lleno de pa ja y

heno_ SI" podía entrar en el mismo por una puertecilla laleral,

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44 45UANDO MURIERON MIS DIOSES

aun cuando las puertas grandes estuvieran cerradas de noche. Hi-

cimos la prueba. Tarde en la noche, cuando oíamos los ron-

quidos del capataz, bajábamos en silencio la vieja escalera. nos

escabulliamos por el patio una por una y con mucha cautela. pe-

netrábamos por la pequeña puerta para metemos en la paja. Prac

ticábamos unas cuevas individuales en la paja fresca, y esa ca·

ma nos resultaba mucho más confortable que la del altillo delgranero. Todas las noches el grupo enlero se trasladaba a ese

lugar, en el cual podíamos descansar mejor y con mayor segu·ridad.

Con la llegada del calor del verano las tensiones parecían

aumentar y la paciencia acortarse. Nos interesábamos en poco más

que no fuesen nuestras necesidades continuas de más al imento ydescanso. Dejamos de contar los días. No teníamos calendario.

Apenas pensábamos en el mañana, porque parecía que nada valía

la pena.

Un día de julio todo anduvo mal. No se nos permitió sacar

agua y el calor era sofocante. Unas nubes de tormenta amenazaban

la cosecha y el capataz estaba nervioso . Ante nuestros ojos golpeó

a una joven madre que había dejado un momento de rastrillarpara tranquilizar a su inquieto hijito. duras penas podia con·

tenerme; contemplaba esa escena, sin actuar en venganza de la

agredida. Oímos los lamentos de la madre y el niño. Entonces

reñimos entre nosotras, y algunas griLaron.

Acaloradas y exhaustas, finalmente regresamos a nuestra

casa donde, luego de unOs pocos bocados de escaso alimento

subimos la escalera hacia las camas de paja. Con desesperación tra·

té de ahuyentar el sueño una vez que nos acostamos, porque sa-

bía que luego debia despertar a las mujeres para la excursión

al establo. Esa noche era especialmente importante, porque du-

rante la larde habían llegado nuevas tropas rusas, y nos habían

visto trabajando en un campo junLb al camino. Inclusive algunos

soldados se habían detenido para hacerle preguntas al capataz.Esos soldados sabrían antes de la noche dónde podrían hallarnos.

Por eso no podía dormirme; debíamos salir Ladas a tiempo.

Mie ntras dormitaba, mi mente erraha. Apenas podía creer

que un año antes había participado en aquel programa de ayuda

a los Sudetes. Sí, y pronto haria un año del día en que Rudy

hahía ido a aquel remoto lugar, y habíamos corrido por las flo ·

NO ENT R ES ESTA NOC H E

ridas praderas, bajo un sol benigno y esponjosas nubes blancas.

Podíu oí rme a mí misma d iciéndole: Rud) , rume que no estOYsoñando . .

Cuán dilícil me había sido tratar de no pensar en él duran·

te los últ im os meses. ¿Qué sue rle hab1 Ía cor ri do? ¿Estaría vivo?

Tal vez su nave se ¡¡(¡bría hu ndido, como les sucedió a muchas

poco antes del fi o de la guerra. Y si había regresado, ¿dóndeeb Laba? ¿En un campamento de pL isionel'os? ¿Cómo habría toomado la derrota de A1emania? El, que había sido un nazi tan op.timista... Ninguno de nosolros había considerado ::oiquiera la po-

silid idad de que Alemarúa luera vencid a. Quizá se habría suici-

dado, como lo hi cJ6ron o r o ~ oficiales. Según mi opinión, el

suicidio era el cami no má:; noble para todo el grupo, y yo misma

lo había considerado varias veces, especialm eote desde flu e me

hallaba presa en ese campo de trabajo. ¿Pero cómo podía una

persona hacer eso? Yo no disponí a de armas o de algún veneno

de efecto rápido. Además, (.era rea l mente algo noble? Mi madre

hubiera dicho que era el camino de los cobard es.

¿Y qué sería de mi madre? Con Loda :;eguridad habría muer·

too Uacía cinco años que no la veía. Frágil y pequeña como era¡.habría pod ido sobrevivir a los últ imos meses de hambre y sufri-

miento? Mi padre habría muerto, sin duda. Depend ía de los me-dicamentos, y los médiroii eran más escasos cada día. Era méb

fác il dar po; muertos a los que yo había amado, que imaginarlos

sufriendo todo lo que yo ha bía tenido que pasar.

Silenciosamen te me levanté y desperté a las muchacha .. Acos-

tumbradas por entonces a bajar la escalera sin hacer ru ido. rá·

pidamente DOS dirigimos al es tablo. Cuando iba a abrir la pucr-

ta con ambas m a n o ~ algo me dijo que no entrara. j O fue una

voz? Sorprendida, me dí vuelta. Tras mí se ha llaba el silent

grupo ele mujeres, acunu caelas y temerosas.

Sentí cierto disgusto . Ianjo pensé--, e estás volviendo

loca y ahora oyes fantasma , .Otra vez me ade lanté para entrar y por segunda vez algo

pareció decirme : 1'\0 enlres esta noche .

En un n ~ t a l e tom é la decisión. La necesidad era cla ra ur -

gente. Aunque no entendía c¡uitíll o qué era lo que me adverua,

sabía r¡ue dehía obedecer la indIcación.

En voz baja le di je a las muchachas:

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4647UA4'IDO MURIERON MIS m OS S

- No entraré esta noche.¿ Por qué no, Manjo? Estamos tan cansadas y con deseos

de dormú. . . ¡Oye, hemos es tado seguras en este lugar durante

varias noches

Comenzamos a cuchichear ruidosamente.- ¡Silencio ----Qrdené Con firmeza-o No las detendré SI

quieren enlrar, pero yo no lo har é. Eso es lodo.Quedaron indecisas has ta que una dijo:- No, si Manjo no ent ra esta noche, yo ta mpoco lo haré

Ella generalmente sabe lo que hace.Nadie quiso entrar en el estab lo. Pero, ¿qué hacer en tonces?

Esa misma urgencia inte rio r parecía decírmelo. "D ebemos salir

de aq uí esta noche". Susurré la noticia y me d irig í Jenta.mente ha·

cia la puerta del este, que estaba cerra da. Las muchachas me si·guieron. Una de ellas, y am iga mí a, se me acercó temerosa,y me dijo:

-Espero que sepas lo que estás ha ciendo. ¿Te das cuenta

de l r iesgo que estamos corriendo? Sinos encuentran fuera de

los mu ros. dispararán sobre nosotras sin nll guna advertencia. Tú

sabes cómo los rusos hacen cumplir el toque de queda. Nadie pue·de salir después de las 9.30 de la noche. ¡ni aun los propios checos  

- Si, lo sé. pero sie nto que debemos salir de aqu í esta noche.No sé cómo explicarlo. Por favor, no ha gas más preguntas, porque

debemos apresuramos.

Yo había aprendido cómo abrir la puer ta unos días antes, graocias a una buena mujer checa que me había protegido. Rápida

mente accioné el mec.anismo y con la hoja apenas abierta las asustadas muchachas se deslizaron al exterior. Cerré y seguí al gru po.La noche era trallrruila, y la lUlla y las est rellas parecían crue·

les en su br ill antez, porque denunciaba n nuestros movimientos.Cerca de los bosques dimos con un campo en el que habíamos trabajado unos pocos días antes_ cortando alfalfa que hab ía sido

amontonada en armazones de madera para que se secara. Sugeríque las muchachas se echaran deba jo para protegerse y dormir

al go. OLedecieron sin demora. Mi amiga y yo nos escun i mos también y tralamos de ponernos cómodas. Pero el sueño h abia des·aparecido esa noche. El pel igro pa recia acechar e cada rincón, )'estábamos tensas y recelosas. Las ranas croaban vigoro,:amentecn Ull charco cercano. Olros ruidos nocturnos procedentes de los

"NO ENTRES ES TA NOCHE"

bosques sonaban extraños y repulsjvos. Oímos ladridos de perros

que se acercaban J se alejaban, mien tras aguardábamos conlos músculos con traí dos.

Por último las estrellas palidecieron y vimos señales del

día en el or iente. El amanecer era nuestra salvación, porque sao

bíamos que todo soldado ruso debía reg resar por la mañana y

la disciplina del ejércÍlo era muy estricta.

Conseguimos volver a tiempo S 1 ser descubiertas por el capataz. Unos momentos más larde tocó el silbato y todas nos · 'levan·lamas" y formamos la fila de rutina para el recuento y el des·ayuno.

Con más disgusto que el de costumbre noté el desayuno:

sopa, compuesta mayormenle de agua, sal y algunas papas, ade.

más de cor tezas de pan seco. Me preguntaba si el cocinero dejaba sistemáticamente enmohecer el pan an tes de I racciona rIo enlas mezquinas porciones que nos daban. Pero, en realidad )0 queimportaba era que senlÍamos hambre suficiente como para devo·Tar cualquier cosa. Cuando la .fila comenzó a avanzar, esperé conan:,ias mi turno. \1i dolencia estomacal me hacía sufrir cuando

estaba con hambre.De

pron to sentí un toquecito en las costillas.Al darme vue lta me encontré con e l rostro de mi amiga secreta.,la mujer checa.

- Muchachita --susurró tratando de disimular- tengo algoque decirte.

Asentí, picada por la curi osidad.

- ¡Los rusos estuvieron aquí anocheAsentí nuevamente, pero sin entusiasmo. Sus palabras no

eran noticia el todo.

- Escucha, Manjo. Fue algo realmente grave y señaló hacia la cocina- o Una de esas muje res que están allí te traicio·nó anoche. Les Jijo a esos soldados borrachos dónde se ocultaban

usledes. iOh. esos demonios y se persignó temerosa- o Se en·

loquecieron y provocaron un escándalo porque no la s hallaron.

¿Sa bes lo r[ue hirieron? EniureciJos como bestias entraron en el

establo viejo y buscaron entre la paja. Como ustedes no apare·

cían, comenzaron a hundir las bayonetas en la pa ja, lanzando

insu l tos y gritando: "¡ Esas cerdus a lemanas chillarán cuando lascor temos " AW lque las buscaron toda la noche, no pudieron ha

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48 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

lIarlas. ¿Dónde se han escondido? Pobres muchachas, me alegro de que no les haya sucedido nada.

Se alejó rápidamente y yo apenas pude tartamudear un leve"gracias"

iAsí que se sabía que nos ocultábamos en el establo ¿Peroquién me dijo que no entrara la noche pasada? Nos hubiera costado l vida si esos soldados dispuestos a todo nos hubiesen en.contrado. Les conté la nueva a las chicas que se hallaban máscerca y pronto todo el grupo esluvo enterado. Con el rusimulonecesario para que el capataz no 10 advirtiera me rodearon y mesuplicaron que les dijera Cómo babía hecho yo para saberlo,quién me había dicho que no debíamos dormir allí esa noche yqué clase de amuleto usaba. Encogí los hombros y les respondíque ciertamente no lo sabía y que era algo que no podía explicar.

La fila avanzó ante los gritos del capataz. ReciLí mi sopa yla tomé de prisa. Quise ordenar mis pensamientos mientras masticaba la dura costra de pan, pero no pude. Todo parecía confuso yera imposible encaminar mis ideas. Algo andaba mal en mí. ¡Esta.ba perdiendo la memoria

Quise vincular el pasado con el presente, pero tampoco loconseguí. Traté de recordar algunas cosas acerca de mi bogar,mi madre o Rudy, y fue inútil. Lo peor de todo era que esas imágenes mentales de pronto carecían de nombres. ¿Era posible queno recordara el nombre de mi madre? Evidentemente. mis facul.tades mentales comenzaban a alterarse. Quizá pronto estallara miadolorida cabeza, cometiera algo irracional y me volviera histérica. Yo sabía lo que eso significaría. Si enloquecía como otrasque había conocido, la solución era simple: Una o dos balas.

No; dehía huir mientras todavía podía tomar decisiones. Nome rendiría para darle al repugnante capataz la salÍsfaccióndiabólica de decir que me hahía sometido, que me habla vencido.No, yo me iría, me fugaría. Si me mataban, pues bien, por 1

menos no era una rendición.En cuanto llegamos a nuestros lugares de trabajo señaladosles comuniqué mi intención de escaparme a la::. mu charhas queestaban junto a mÍ. Algunas decidieron acompañarme y yo estuvede acuerdo. Ob servamos la dirección del viento y la posición delsol. El capataz abandonó el campo. Era el momento.

--- Capítulo 6

Meior Soliera FugioTa ...

N BOHEMIA abundan los bosques, y corrimos hacia el máscercano. Apenas alcanzamos la fresca sombra del follaje den

so. nos dirigimos hacia el nor tJ, atentas a cualquier ruido sospe·choso.

El capataz debe haberse sentido muy seguro. Sabía cuán in·ternadas estáhamos en territorio checo. Sabía también que lossoldados rusos patrullaban la zona a la caza de presos fugilivos.Sabía que tarde o temprano seriamos capturadas y restituidas anuestro encierro.

Ignoro cuánto caminamos y nos ocultamos y lue,hamos a tra·

vés de bosques y campos, pero finalmente llegamos a l a región delos sudetes, y por fin pude arribar a la casa de mi hermana Grit.Lli Me hizo muy pocas preguntas y en seguida me llevó al altillo,paTa mantenerme escondida y que pudiera dormir ll:anqui la. Medejé caer sobre el colchón y ella me quitó los zapatos. Su manomaternal me tapó con una manta, y mientras me sumergía en elsuefi< alcancé a decirle:

Todo se ha derrumbado, bermana, todo. Pero las cosasvolverán a estar bien cuando despierte. No es más que una pe·sadilla que estoy sufriendo.

Cuando desperté, después de largas horas de sueño, tratéde ordenar mis pensamientos . Luego quise levantarme, pero apeonas pude hacerlo. Sentí a el cuerpo terriblemente dolorido, y los

pies me dOllan tanto que hube de ba jar cojeando la escalera.Mi hermana, que había tratado de mantener quietas a sustres crialuras mientras yo dormia, tenía algo de sopa lista. ¡Va·liente mujer No sé cómo se las arreglaba para mantener su ho·gaTo De alguna manera siempre conseguía un poquito de harina,un pan, un repollo o algu la lechuga de su minúscula huerta para

alimentar a sus chiquitas hambrienlas.49)

4- CMl)

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50 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

La casa de mi hermana no era un lugar seguro para mí. Dt:

híamO.' hablar en voz baja para que las niñas no se alarmaran .

Mis perseguidores finalmente me hallarian; era sólo cuestión detiempo. i próximo destino pn un campo de trabajo sería mu

cho más al este ¡ e n la inmensa R u ~ i a Decidimos que permanecería en casa de mi hermana UllOS pocos días más. hasta que re

cuperara fuerzas, para enlonces resoh'br '1ué haría .

Durante meses no había podido dormir como lo hacía esosdías. Con toda buena voluntad mi hermana compartía su exiguacomida conmigo. Poco a P O ~ o fui reenconlrándome. La niebla

menlal que me hacía sentil' prh.ionera de mí misma me iba aban·donando.

Pronto lu \'e que tomar otra d e c i ~ i ó n . No lejos de nosotros

vivía una próspera {a mj IJ a checa que por mucho tiempo se habíamostrado amigable. El hijo de la familia pertenecía a la guardianacional. Cuando descubrió que yo había vue lto a vivir con mi

hermana nos visitó con frecuencia, como para que advirtiéramossus buenas intenciones. Hasta nos obsequió algunos panes y

papas. Yo lo trataba con c o r l e ~ í a , pero me reía cuando mi her

mana afirmaba que el muchacho me estaba cortejando.

Dejé de reírme cuando un día nuestro Joven vecino vino a verme y me pregunl6 si podía hablar conmigo. Le respundí que síy salimos a dar un paseo. Snhr con él era seguro. porque su

cargo me protegía aun cuando yo usara la banda hlanca en el

brazo.

VIadislav, luego de tartamudear un poco, me comunicó quehabia recibido órdenes de llevarme detenida a la oficina de tra

bajo en la ciudad. Me horroricé. ¿.Sería él rapaz de hacerlo?El muchacho vaci ló Un momento, para luego proseguir:N o puedes hacer nacla, \lTanjo. Aun si te ocultas, la mi

licia te descubrirá pronto. Pero y su cara redonda y cándidase ruborizaba-, hay una manera en que puedes l ibrarte, y e

asándote con un checo. Eso cambiaría lu condición y se te con

sideraría romo ciudadana lihre. y de nacionalidau checa. Bien,como yo   r;iento un real amor pOlO ti, y etitoy eJl condicione:; deformar un hogar. ¿rons idcrarás e ~ t a propuesta?

Miré su roslro inge lllO y sonroJado. ¿.Estaba ese muchachoseguro de 1 que hacía'? En los 'Jltimos meses otros <,hecos se

habían animado a ca >al'iSC COn chjcas alemallas, y muchas de és-

MEJOR SOLTERA y FUGITIVA. . . 51

tas eslahaJl buscando tales relaciones como una vía de escapepa ra UIlu sÍluación desesperada. iPero con m vecino la cosa eradiferenld Su casamiento con una alemana podía poner en peligro

su carrera fulura.Sacudiendo negativamente mi cabeza, le ruje:

- No, "ladi, no es conveniente para ti y tu futuro. Te

agradezco por tu buena disposición para librarme de ir a parar4 un campo de trabajo forzado, pero no puedo aceplar lu ofre

imiento.

1 J se convenció fácilmel1te. Insistió, rogó y amenazó. Des

pués de todo, podía llevarme ante las autoridades. Los pensamientos galopaban en ml cabeza. Debía tener tiempo para pensar.

Dócilmente le pregunté si no me daría tiempo para pensarlobien. La propuesta me había lomado tan de sorpresa que neceSi

taba considerarla primero y pedirle consejo a mi hermana.

Vladi asintió y sonrió conlento y aliviado. Me acompañó de re

greso al hogar de mi hermana y anles de separarnos me aseguróque no sólo mis problemas sino también los de mi hermana des

aparecerían lan pronto como yo diera mi consentimiento. El trae

ría ropas, zapatos y alimentos para las criaturas - lo sal udé amistosamente y entré.

Nunca podría casarme con ese hombre. No sentía ni chispa

de amor por él y, a d e r n á ~ eslaba prejuiciada contra los de su na

cionalidad. Debía frenarlo en sus intenciones. Era tentador decir"sí" y acabar con lodos los prohlemas, pero yo no podía hacerlo,8UIl c : ~ a n d o más no fuese por considerac ión a él mismo. ¡Nopodría hacerlo fe l iz y yo tampoco lo sería

Dos días después regresaría de una misión de patr ulla , demodo que no debía perder tiempo. Empaqué rápida mente al gunas

ropas en una mochila y mi hermana me ayudó a coser mis pocas

pertenencias valiosas dentro del forro de mi abrigo. El único do

cumento que llevé fue d certificado de nacimien to, expedido porla Iglesia Calólic a. Todos los otros papeJes importantes los me

tí en una caja metálica hermética y la enterré en el patio durantela noche. Mis tarjetas, diplomas y olros efectos er an pa peles na

zis firmados y sellados con diferentes marcas en las que seveía el águila nazi y la cruz gamada. No me atrevía a ll evarlos

conmigo en mi huida .

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52 CUANDO MURIERON 1\US DIOSES

¿Huida? Sí, debía huir; pero, ¿a dónde? Sabíarn o. que loque había quedado de Aleman ia había l>ido dividido. AlemaniaOccidental quedaba muy le jos hacia el oeste. Alemania Orientalse había convertido en repúbli ca co munista, fuertemente ocupada

por tropas Tusas. La zona occidental estaba ocupada por los alia·dos, mayormente norteamericanos. Se c o ~ r í el rumor de queera un buen lugar para vivir y de que los norteamericanos eranamigables. Exislía el sistem a de ración por tarjela y la gente po·dia comprar aUmentos. muchos, por cierto, pero lo sufi cienteco mo para vivir. Se decía también que los so ldados yanquis noacosaban a las mujeres con sus atenciones; y había sufi cientesmuchachas que deseaban ser sus amantes. Parecía demasiado bue-no para ser cierto, y nadie sabía na da con seguridad. Pero eu elcaso de que esas maravillas fuesen verdaderas yo intentaría lle-gar hasta. all1. Si descubría que todo era distinto no habría pero

dido nada.

na noche después partía hacia Alemania Occidental. Noiba so la. Una de mi s amigas se me unió y no luve valor parahacerla desistir. Sus padres habían si do llevados a un campo de

trabajo forzado y había quedado so la y desamparada.Antes de salir, mi hennana me puso un trozo de pan en la mo-chila. Yo sabía que era un trozo de pan menos que tendría parasus hij as. No hablamos mucho cuaudo saü por la puerta trasera.¿Qué habíamos de decir? Miré una vez más hacia la casa deVladi. Todo estaba oscuro. Me preguntaba cómo se sentiría al díasiguiente, cu ando volviera y comprobase que su pájaro se lehabía volado. Yo sabia que estaba tra ici on ando la con fianzaque había puesto en mí. ¿Entendería él alguna vez que yo estabahaciendo lo mejor para ambos?

Pronto alcanzamos la frontera entre Checoslovaquia y Ale-mania Orienta l. Am bas partes estaban ocupadas por tropas rusasy gobernadas por comunistas. por lo tanto los cruces no se h -

llaban muy cu stodiados y pudimos trasponer los límites sin in-convenientes.Allí nos quitamos las bandas blancas que nos identif icaban

como alemanas o proscriptas, porque en Alemania Oriental nolas exigían. Enlonces, con la esperanza renovada, comenzamosnuestra larga travesía por la Alemania comunista. Desafortuna-damente el tiempo parecía conspirar contra nosotras y lodos los

MEJOR SOLTERA Y FUG ITIVA  53

demás refugiados que sc arremolinaban en el país. Llovía du-

ranle horas, días o sem an as. Cam inábamos como en una pesadilla,: las ropas empapadas colgándonos del cuerpo, hasta que unpoco de sol nos secaba a medias. E l estóma go hambrien to nosdespertaba por l noche, mientras intentábamo s dormir en los

hosques o escondidas en zanjas.lIabía

noches en que me sentía tan cansaday

atormentadapor los dolores de m  úlcera estomacal que estaba tentada a re-

nunciar. Para comer sólo conseguíamos algunas hierbas de losbosques. bayas silvestres y raíL\:S. ¿Tenía sentido seguir luchandoasí? Sí. . . ahí estaba Micherle, la muchacha que habia confiadosu vida en mis manos cuando partimos para ese largo viaje. De-bía continuar, aunque fuese sólo por ella.

Hablábamos de comida y tratábamos de recordar el sabor deciertas cosas. No sentíamos deseos de co mer manjares, sino tan:lólo un plato de sopa, U buen trozo de pan, papas hervidas. Losagricultores y pobladores mantenían sus casas cerrada s Los

graneros trancados, las huerlas y campos guardados por perros y

trampas.

Peromi

mayor problema eram

mente ofuscada. Quedabadesmemoriada durante días, y me atormentaba tratando de forzarmi cerebro para que recordara. Estaba obsesionada por volver asaber el nombre de m madre, pero no podía dar con él a pesar delos arduos esfuerzos que realizaba .

En las horas más osouras del desánimo y la desesperación,presa del frío y del insomnio y doblegada por mis dolores po-día, sin embargo, cerrar los ojos y pensar en mi madre. No re·cordaba cómo se llamaba; tampoco podía recordar muchos inci-dentes de mi niñez, pero podía aún verla a ella co mo persona.Siempre que mi corazón clamaba, parecía que ella se encontrabacerca; y la veía indefectiblemente en el marco del culto vesper-tino de la familia.

Acostumbraba sentarse junto a la ventana mirando el enro·jecido poniente o las nubes sombrías que flotaban por sobre loscerros. Luego de llenar de cielo sus ojos azules, comenzaba a can-

tar. Su voz no era llena ni afectada, pero sí con una argentina einfantil sonoridad. Solía quedarse sin aliento antes de terminar

una frase, porque su pobre corazón estaba debilitado . Sus cantospreferidos eran Más cerca, oh Dios, de ti  y Conmigo sé . To-

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  Q p í r u l o

srapada Través de laTierra de Nadie

E PRONTO se abrió la puerta y me encontré mirando a losbuenos ojos de un anciano.- ¿Qué desean? -preguntó vacilante.- Señor -tartamudeé-, sentimos tanto frío y estamos tan

mojadas por la lluvia. . . ¿podrí am os sentarnos un ratito juntoa su hogar para secarnos?

Por supuesto que no; ¿por qué habría de hace rlo? Dos muo

chachas desconocidas con sus vestidos chorreando sobre los za·patos viejos y rotos -10 más seguro era que nos cerrara la puertaen la cara y que tuviéramos que seguir caminando en la nochetriste.

- Bueno, pasen di jo el hombre, luego de echarnos una mi·rada de pies a cabeza-o ¡Pobres muchachas

¿Había oído bien? ¿Nos esLaba invilando a que entráramos?Con un hwnilde Danke (gracias) penetramos en la casa, nos qm·tamos los zapatos para no ensuciar el piso y nos sentamos juntoal fuego para secamos la ropa. Qué bueno era el calorcito   Sino molestábamos, tal vez podríamos quedarnos sentadas hasta quetoda la gente se re tirase a aescansar.

Unos momentos después el hombre apareció con dos humean·tes tazones de sopa en sus manos, Sonriendo nos preguntó si de·seábamos servirnos. Nos temblaban las manos cuando recibimoslos tazones. Le agradecimos repetidamente su bondad.

Devolvimos 105 recipientes vacios y nos senlamos quieteci.tas, esperando de un momento l otro la orden que nos arrojaría

nuevamente n la noche tormentosa. Sentía UllOS deseos enormes dehablarle a ese amigable anciano acerCa de nuestros planes decruzar la frontera hacia el oeste. Pero no era pr udente confiar ennadif". Abrirle el corazón l un extraño podría ser desastroso.Sin embargo ese hombre había sido tan Londadoso ¿Ser ía ca·paz de traicionarnos si le pedíamos consejo?

(56)

ESCAPADA A TR AVES DE LA R R ~ DE NADIE 57

El viejo reloj de cucú marcaba el paso del tiempo y yo sao

bía que debía darme prisa. Acomodé el cabello sobre los hombroscon una enérgica sacudida de cabeza, y dije:

-Señor, ¿p uedo hacerle una pregunta?El hombre asintió.No necesito decir le que somos ref ugiadas. Hace semanas

salimos de Checoslovaquia, mi tierra. Venimos hacia el oesLe pa·ra cruzar la frontera, pero no estábamos enteradas de que existíala tierra de nadie . Necesitamos cruzar, pero no sabemos có·mo. ¿Tiene Ud. un mapa de esta zona para que podamos dar

con el camino? Quisiéramos intentarlo esla noche.El hombre comenzó a reírse, pero no con malicia. Era más

bien una risa amislosa y diverLida. ¿Pe ro por qué rdrse en talesircunstancins?

-¡Oh, chiquillas ingenuas - dijo-o Parecen un perro la·drándole a la luna. ¿Piensan que van a cruzar sólo con un mapa?¡No, no muchachas Los soldados están allí día y noche paraatraparlas. Posiblemente no puedan lograrlo.

Pero - insistÍ- , ¿.es que no hay ningún camino? Yo debo

irme. porque mI escapé de un campo de trabajo forzado . Si mequedo me descubrirán y volverán a mandat'me a uno de esoshorribles lugares.

S í -respondió finalmenle- , existe un paso por dondelos alvnanes todavía cruzan, pero el camino es di fí ci l de hallar.Sólo un guía puede conducidas y -aqu1 su voz era sólo W l susu,rro-- hay un guía lal en el pueblo. Es el balsero que vive juntoal río. Si tienen suficiente paTa pagarle él puede llevarlas, perostá cobrando bastante. Prefiere relojes, joyas 

-Tenemos unas pocas cosas ocultas en el forro de nuestraropa. Tal vez sea silÍiciente para confonnarlo. Por lo menos pode·mos intentado. Muchas gracias, señor, por ser Lan bueno y servi·cial con nosolras. No sé si alguna vez podré retribuirle, pero ten·

ga la seguridad de que lo apreciamos proiunda.rnenle.El hombre movió su cabeza afirma tivamente, se levantó ue

la silla, y dijo con natw'aliclad:- P ueden dormir el1 casa esta noche. Ni los p:etros andan

afuera con un tiempo como éste, y ustedes parece que necesitandescansar. Mañana pueden ver al balsero.

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  8

59

CUANDO MURIERON MIS DIOSES

Nos condujo escaleras arriba a una habi tación con dos camasUDa de las cuale:; ostentaba un abultado plumón y una almohadadeliciosamente blanda. Nos deseó bllenas noches y salió.

Nos miramos mudas de asombro. ¡Debíamos estar soñandoNo porua existir gente como ese hombre Las camas eran reales,

y aunque la lluvia tamborileaba sobre la ventana, no nos golpeabaa Dosotras.

Antes de acostarnos rasgamos algunas partes de nuestros vestidos y sacamos nuestros ttsoros, lo que colocarnos formando unapequeña pila. No consliluian una fortuna, pero parecían lenersuficiente valor ( mDO para hacer el intento a la mañana siguiente.

Lo único que lamentaba perder era un brazalele de plata que Ru-dy me había regalado. Era parle de mi corazón. Otra cosa que idolatraba era un pañuelo de seda de colores. Cuando env(llvimos enél nuestras adoradas pertenencias {armaba un bultito muy vis ·toso. Luego nos acostamos bajo los suaves acolcha1os de plumas.Casi DOS sentíamos culpables de estar durmiendo tan conforta .blemente, porque sabíamos que muchos de nuestros compañerosrefugiados estaban afuera, en la lluvia.

Durante la noche me desperté varias veces, sobresaltadapor unos sentimientos de duda aterradores: "Quizá estemos enuna trampa". "Quizá venga alguien a echarnos abara mismo". Es

imposible que durmamos una noche entera en una cama blanda ytibia"

Nadie vino a damos caza. Cuando amaneció desperté a Mi·cherle, pues debíamos ir a ve r al balsero. Mi compañera no esta·ba muy feliz de levantarse temprano. ¿Cuándo volveríamos adormir en una cama de verdad?

Salimos en puntas de pip. para no despertar a la buena familia y nos sumergimos en la mañana gris y brumosa. Por primera vez en varios días teníamos la ropa seca, y nos sentíamosabrigadas y repueslas. Alentábamos Wla nueva esperanza en el

corazón. Lo acontecido la noche pasada era de buen augurio.Debido a la lluvia abundante el río estaba correntoso, y susaguas de una coloración pardusca. Esperamos en el embarcadero,

y sentí como un acceso de temor cuando apareció la balsa. ¿Y

si el hombre decía no ? ¿Y si pedia que le pagáramos más?¡No teníamos nada más para darle

ESCAPADA A TRAVES DE LA TIERRA DE NADIE

Forzamos un alegre buenos días y subimos. El hombremaniobraba tranquilo mirando el agua en silencio. Eramos lasúnicas pasajeras y, cuando llegamos al medio del rí o, tomé alienoto y comencé mi discurso.

-Señor - arranqué-  o nos han dicho que usted es un guíaque conduce refugiados por la Irontera si la paga es igual al

riesgo que usted corre. Por eso y o hablaba con rapidez paraque no me interrumpiera hasta que finalizara- quisiéramos lOa·

ber si lo que hemos traído es suficiente. Echele un vistazo.

Ahí mismo desaté mí bulto y lo puse a sus pies.- No. Yana hago eso. Ustedes saben que los rusos me ma

tarían si me pescaran haciendo eso.

--.. 3í, 1 sé, pero mire - insistí-o Nosotras debemos cruzar.Créame que no somos espías. Venimos de Checoslovaquia y hemoshecho un largo camino . ¡Por favor, ayúdenos[ Yo me fugué deun campo de trabajo forzado, y luego esta amiga se me unió.¿No es suficiente lo que ofrecemos? Mírelo, amigo, es todo lo quetenemos. No nos hemos guardado nada. ¿Nos llevará?

Miró el bulto y guardó silencio por 1 que me pareció unlargo rilto. Por fin asintió con su despeinada cabeza, y dijo :

- Bueno, chicas, las llevaré esta noche. Las encontrarémedia hora antes de la media noche allá - y señaló hacia las síe·tras cubie llas de bosques  o Donde comienzan los bosques en·contrarán una sendita que se inlerna en los arbustos. Ocúltensetras los árboles hasta que yo llegue.

Llena de alegría le tomé la mano y le agr adecí profunda.mente. Luego le pedí que vo lviera con la balsa, pues no tenía ob·jeto que cruzáramos. Habíamos cumplido nuestra misión.

El tiempo transcurría lentamenle mientras andábamos sino. No debíamos llamar la atención. Cuanto menos se fijaran

los soldados en una persona, tanto mejor. Apenas oscureció nos

dirigimos hacia los bosques. Sabfamos que tendríamos que espe-rar, pero deseábamos hallar el lugar del encuentro. Sin ningúnproblema cruzamos campos y praderas y luego de buscar unpoco dimos con la senda hacia los arbustos. Nos quedamos bajolos árboles y aguardamos. Después de un momento nos dimoscuenta de que no estábamos solas. Bajo otros árboles muchas i·guras silentes también aguardaban, corno nosotras.

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60 61UANDO MURIERON MIS DIOSES

- -¿Cómo va a llevar ese hombre a un grupo tan numeroso

sin ser descubierto? - susurré. Micherle, por toda respuesta, se

encogió de homhros.

Teníamos otro motivo de preocupación. ¿Vendría realmente

el guía? ¿Qué pasaría si no venia? Le habíamos dado todo 10que temamos. ¿Y si nos traicionaba desp u-,s de haberse quedadocon lo nuestro?

Seguía llegando ~ n l al lugar. Hasta había mujeres con ni·

ños pequeños. Uovíznába, y la noche era oscura y neblinosa. ¿,Có·

mo harían esas madres para evitar que sus niños. gritaran? Qui zá

el guía ya les habría advertido, porque todas las criaturas

venían con la boca tapada con un pañal; s610 la nariz les ha·

bían dejado descubierta para que respiraran. Eso amortiguaba

sus voces lo suficiente para que hubiera seguridad. Los niños más

grandecitos se aferraban con todas sus fuerza a las manos o los

vestidos de sus madres : los pobrec itos no se animahan siquiera

a SUSUlTar o toser.

¡Qué alivio cuando finalmen te apareció el guía Dio unas

órdenes en vo' baja y el grupo formó de uno en fondo. Desde

el frente y mediante señas se daría la información, la que debía

pasar de una persona a otra. En pocas pa labras explicó el cam1no

a seguir y algunas señales que marcaban la frontera, donde tendría·

mos que correr. Entonces comenzaron a moverse las mudas figu·

ras, conducidas por aquel hombre de mirar hosco que estaba dis·

puesto a arriesgar el pe llejo por la paga que recibía o porqu

sentía que debía ayudar a sus semejan es. En ese momento no

me interesaba el mo tivo.Avanzábamos lentamente porque debíamos dar cada paso en

silencio y con mucho cuidado. No se permitía el uso de lin ter·

nas (que de todos modos era un lujo que la mayoría no podía

darse). Parte del camino lo hicimos a través de un denso mato·

rral donde la marcha se hizo penosa, especialmente para las ma·

dres con niños, que no podían avanzar sin hacer ruido. Micherl

y yo íbamos en la retaguardia, mientras que las madres y las

crialuras se hallaban en la mitad de la fila, para que pudieran

recibir alguna ayuda si la necesitaban. Ya habíamos caminad

muchísimo y comenzaba a preguntarme si eS05 bosques termina·

rían alguna ·vez . Me preoeupaba también porque veí a las pri

meras lu ces del aUJa Yo lu sabía pOfclue mu chas veces había te·

ESCAPADA A TRAVES DE LA TI ERRA DE NAD IE

nido que andar en los bosques en noches comO ésa. Micherle co

jeaba. Se había lorcido un tobillo a l pisar en un hoyo, pero se·

gufa adelante, porque esos dolorcilos no cuentan pa ra nada en

momentos de peligro.

Entonces llegó la señal que indicaba que la lí nea de reco

rrido de las pa tru.llas rusas se hallaba a sólo unos metros. Ahora

quedaba cada uno librado a su propia suerte, porquealli

el bal

sero nos dejaba y regresaba. Cada uno debía tratar de cruzar la

frontera por entre los arbustos. Micherle estaba a mi lado, aguar

dando a que le dieran la señal para echar a correr.

De pronlo oímos a los guardias rusos que gritaban: "¡Stoj

¡Sloj ¡Stoj " ( ¡Alto ), inmediatamente después se escucharon dis

paros de armas de fuego seguidos de gritos, y luego ma ldiciones

y vocerío de so ldados. Alle arrojé al suelo barroso detrás de un

arbusto, y Micherle junio a mi, respirando con clilicullad. La

fronda abrió sus brazos misericordiosos y nos engulló; no vimos

a nadie más del grupo. Los Liros cesaron y todo volvió a quedar

en silencio. ólo nuestros corazones latían tan fuer te que temíamos

que el suelo trasmitie ra el sonido a los soldados enemigos.

Yo pensaba: "Maria Ana, muchacha necia, caíste en unatra mpa. Los r usos están ahL ¿Podrás sal ir de ésta?" 1 mposi·

ble Amanecía rápida mente y nunca podríamos hacer el camino

de la "tierra de name" sin ser capturadas. Parecía el fi n.

to eso oimos un llanto de criatura . No era lejos de nos·

otras. Llamaba a su mamá. (¿Por qué no cuidarán mejor las ma·

dres a sus hijos en momentos como ése?) Esa cri a tura atraeria a

los soldados. Arrastrándome sobre codos y rodillas me dirigi hacia

el lugar de donde partía el lamento.

Se tra taba de una aterrorizada muchachita de unos tres o

cuatro años, delgada y con dorados mechones que le calan sobre

los hombros. Le tapé la boca fuertemente con mi mano y le su

surré:

Quédate lranqui la, querida Los rusos nos van a descubrir

si gritas tan fuerte. t.Dónde está tu madre?Quité mi manO de su boca para que pudiera hablar. Llori·

queaba bajito mientras me decía qLe h madre llevaba a su henna-

nilo en un brazo mientras ella iba lomada de la olra mano. Cuan·do sobrevino el tiroleo, la madre desapareció súbitamente y ella se

encontró sola en el bosqne oscuro.

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62 CUANDO MURIERON lV S DIOSES

- Si dejas de llorar, querida. veremos 8 podemos hallar a

mami en alguna parte. Ven conmigo a donde mi amiga está esperando.

e acaricié la cabeza con la mano, le sequé las lágrimas

y nos arrastramos cautelosamente hasla donde aguardaba Micherle.

El amanecer avanzaba con rapidez. El tiempo obraría con

tra nosotras si no nos apresurábamos. Miré a la criatura quehabía confiado en mí como suelen hacerlo los lúños, para que ha-

llara a su madre. Debíamos correr hacia algún lugar, ¿pero có-

mo lo haríamos ahora con la pequeñita? Por otra parte. ¿podúa·

mos acaso abandonarla en el bosque y marcharnos?

-Escuchen, vamos n intentar cruzar la frontera -resolví  o

No podemos volver, y aquí en la tierra de nadie vamos a ser

capturadas con lada seguridad. Vamos a tratar de llegar a la

ona norteamericana.

Me volví hacia la niña.

- Raschen (conejila), te llevaremos con nosotras. Tal vez

lu macL'e pudo cruzar y la encontraremos al olro lado. Pero de

bes prometerme dos cosas: Debes correr tanto como t den los

pies y no debes hacer ningún r uido. ¿Te parece que puedes hacerlo?

La chiquilla asintió gravemente, sin pronunciar palabra. Ha

bía comenzado ya a cumplir su promesa .

Le mostré a Micherle cómo tomar fuertemente a la criatura

de la muñeca sin hacerle daño, en caso de que tuviéramos que

arrastrarla, luego tomé la olra mano de la niña y comenzamos acorrer.

Primero corrimos los últimos melros hasta el pie de la

sierra boscosa. Luego debimos cruzar un camino angosto que co-

rría por l valle, que en realidad era la línea de patrulla de

los guardias comunistas. Después de cruzar una zanja profunda

jun to al camino entramos en un campo abierto de pastoreo, sin ár

boles o arbustos que nos protegieran. Corrimos con desesperación,esperando a cada momenlo que las balas nos alcanzaran. Terminado el campo topamos con un al foyito de agua:. correntosas y os·

curecidas por las lluvias. No nos detuvimos a medir su profundidad. Nos arrojamos al agua}' ch apoteamos lo más rápidamente que

pud imos. Luchando con la corriente que casi nos tumbaba, lo que

más nos interesaba era mantener fuera del agua la cabecita de la

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64 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

pequeña y no perder el eq uil ibrio. Cuando llegamos a la otra ori

lla el agua frí a como lúelo n05 chorreaba ablllldante de las cade

ras y piernas, y 10B abrigos nos colgaban pesadamente. Cruzamos

algunos Losques más y luego ascendimos corriendo una sierra.

Sabíamos que al lá arriba estaba la patrulla norteameric ana.

En cierto lugar me arrojé al suelo completamente exhausta.

- Tengo que descansar un momento - alcancé a decir- o No

puedo dar un paso más, aunque los ru sos vengan tras nosotras.¿Por qué los rUfOS no habían disparado sobre nosotras? Me

extrañaba mucito. ¿Por qué pudimos pasar sin inconvenientes?

;.N os vieron los soldados y se compadecieron de la criatura qu

venía entre nosolras? Los solda dos suelen ser crue les cuando be·

ben, pero qu izá fueran de corazón tjerno eslando sobri os. La ma

yoría amaba a los niños. Había visto más de una vez a soldados

rusos compartiendo su comida con niños pordioseros de mejillas

hundidas.

Miré a la niña. Por un momento la había olvid ado. Allí es

taba gOleando desde el cue llo bas ta los zapatos, que los tenía

llenos de agua. Te mbl aba sU cuerpecito y le castañeteaban los

dientes. Por las mejil las le corrían unas lág rimas que dejaban

marcando su p ~ o en la car a ba rrosa. Pero ningún llan to sonoro

escapó de sus lab ios azulados. Lloraba en silencio, si n quejarse.

Le quité la ropa mojada y la envolví con mi suéter seco. Ago

lada, se acomodó confiadamen te en mi hombro. ¿Qué más podia

hacer que alzarla y llevarla? Micherle puso el Lo lso sobre mi otro

homb ro y reanudamos la ascensión. La niña se durmió, y con

la carga extra tuve que emplear loda mi fuerza de voluntad

para poder continuar. Un paso. uno má s.. .

De pronto llegamos. Habíamos podido cruzar sin un ras

guño. Ba jé a la niña un momento y miré hacia el este. E l oscuro

fol laje verde se extendí a por kilómetros. y en algún lugar de esos

bosques estaban lItis perseguidores. La muerte y yo nos hab íamos

visto la cara una vez más. y habia sido perdonada. ¿Por qué?

Me agaché y contemplé el rostro pá lido de la chiquill a. LetembLaban los párpados y su cuerpo esmirriado se estremecía.

La levanté con cui dado del suelo húmedo y continuamos bacia eloeste. Debía enconlr ar ayuda en seguida para que la pequeña

sobrevivjera. A lo lejos vimos parpauear una luz.

J Ca í ulo

¿Son Iguales

Todos los Soldados?

VAYAMOS hacia la luz le dije a mi compañera o Tal ve

haya a lgu ien que pued a ay uda rn os ;on la lliña.

Cruzamos campos . pedrega les, o ~ . La lu? se veía más

cerca a medida q ue la cla rid ad del nuevo tlia :,eguia inundándolo

todo. Sí. debía llegar la luz luego de la I l o ( ' U 1 a y la rga,

porque la luz es mús potellte q ue las tinieblas, y la vi da má ffuprle que la muerte.

Debido a que nos hallábamos exhaustas, ni Micherle ni yo

advertimo" f e la casa a la qnc nos aproximil bamos no era unagranja alf'mana. Lo ún ico 'lue ..ahía era que no podía dar un

paso más cargando a la cr iat ura, qu e ya est aba mor tal mente pá lida.

Suhí hasta la puer ta y llamé. No hubo res puesta. Enton·

re ; di unos ru anto5 go lpes con el puño, decidida a no parar ha sta

que alguien saliel·a. Ta l vez la genle de la estuvier a dispue 

la a aY\ldarnos al ver el es tado f'll qu e se enn mtraba la niña. Todo

lo que d e ~ e a b a Na un lugar cá lido don de la peq ueña pudiera se·caree.

Sorpresivamenle la puerta se abr ió y apareció uo soldado nor·

teamericano. Sab ía que Jo e "a porq ue hahía vis to f o t o ~ r a f í a s del l o ~ mientras me instru i a m Ul naz i. Reco rdaba sólo dos cosas :

Que los nor teamericanos eran hombres que vivían en ciudadp.s

grandes y sucias li roteándose con pistoleros, y que masticaL anhidr.

El soldado que se hall aha f rente a mí e  'taoa armado, j y m::t s-licando chir:h'

-¿ , Qu,; desea? p regun tó con pa chor ra, i e n t revolvi'l('1 chicle ~ ~ l I l r t los dientes .

;-tJ.ID (65 )

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6766 CUANDO MURIERON l'tUS DIOSES

Yo me sent ía petrificada por el temor, y mi rostro debe

haberlo expresado con más elocuen cia que las palabras en alemán

on que a lcan cé a ba lb ucir mi rue go. Yo no inglés, y evi

dentem ente el soldado no en ten día mi alem án. ConfLlOdido, me

echó una mirad a y luego lla mó a al guien. En segu id a apar eció

un intérp rete y me p reg untó qu é des eáQ amos .

Acaba mos de cru zar desde el lado ruso y enc ontramo s a

esta niña sola en los bosques exp liqué- o Tuvi mos que cruzar

el r ío y se mojó h:;.sta la cabe za. Mo rirá a me nos que podamos se

ca rl a y hacer la entra r en calor. Y, por favor, d ígales a los sol.

dados que no nos env íen de vuelta a los rusos.

La pequeñ a, con su carita apoyada sobre mi homb ro, emitía

un sollozo apenas audible. \

Lo que sucedió a continuación no lo hubiera creído posible

ni siquiera en sueños. ¡La puerta se abrió del todo y f uimos

inv itadas a entr ar   Aparecier on unos sold ado s con un cat re yma ntas. Me dijeron que le quitara a la ni ña la ropa mo jada y

que la envolviera con una manta. Luego la pusimos en elcatre. Mientras tanto, otro soldado había traído una enorme taza

de chocolate caliente. Cuando le levanté la cabecita, bebió con

an sia s. Poc o a poco el color fu e retornando a su ro stro y sus ma ·

nos entumecida., dejaron de aferrarse a mis dedos. Le sugerí que

durmiera y me retiré a un rincón. Ella sonrió. Algunos de los sol·

da dos comenzaron a hablarle. Era un lenguaje extraño, que so

naba como si estuvieran tratando de hablarle como chiquillos. Le

hacían caras cómicas y revolví a n los ojO como payasos. La nifía

prim ero levantó la cabeza, luego se sentó y ob servó. Momelúo s

despué" hab ía pe rdido su vergüenza y hab laba entu siasmada con

sos insólitos niños grandes. Pasaron largo rato juntos a pesar de

q ue no podían en tenderse por palabras.

Intrigada, yo observaba des de mi ri ncó n. ¿P odía ser cie rto

todo eso? Por ign orancia habíamos ido a caer en manos de los

nor tea mericanos, nuestros enemigos. Nos ha b ía n ayuda do con 1

niña, y a hora la ent retenían, riendo y b rincando. ¿Por q ué s i

ran gan gslers que odiaban tanto a los alemanes, que haMan cru

zad o el océa no para pele a r- nos tr a taba n con tanta bondad?

Quizá fu era un a trampa. pero no l o parecía . Al cont ra rio, se

lo ,'eía como al go muy real. ¿Me atrever ía a pensa r que los ya n-quis no eran pistoleros sino seres humBllos servic iales? Tal vez

¿SON lGU AL ES TO DOS LOS SOLDADOS?

yo había esta do ma l ilúormsda . Olra vez sentía como que n l ~ o;:.e resquebra jaba den lro nI' mí. Se de:,.menuzaban las ideas qu e

hasta allí hahí a al imen tadu :-olm> lo.: nortea me ricanos. La odio"apropaganda de GoeLbeJ;; prullal,,¡ u a \ ( 7 má ser un infundi o.

Por fin la pequeña durmi ó y los iol dados se tr anqui l i.zaron. Algunos n de pi e ;; y de nub q ued aron

jun to al catre. Me adelanté pa ra cOlltemplar a la chiquilla . Ha

bíamos cumplido CO Il lo que no;; IHlhí amo,; pro pueslo ya erahora de que nos marcháram os. P ar ecía que la niña e:;Uth a en lme ·

nas manos. Pronuilcié un tím ido g racia, y me dir igí a la p uer ta.

Antes de que la alcanzara 1111 so ldado ha bló. \l e di an tc ges

tOe; tra taba de hace rme entender algo. Se frol ó los ojo s y pre

gu ntó:

¿Es tá cansada, 50 fl olienta ? ¿Q uiere dorm ir tamb i,;n ?

¿Así que de eso se lrataba·? Los solda dos son lodos igua·

les'·, pensé par a mis adentro s. Disgustada , neg w; 1'0 11 la cabel

y me vo lví hac ia la puerta .

E l soldado leyó mis pensamientos.

Mire - d ijo orgullosaJllente, señalánd ose a sí tn Sl l l 0- - yo

amer icano_

S u enorme pecho pa J eció ensancharse var ios centímetros.

Habló lenta y clar amente y yo ase ntí.

- Yo, no rus o - apuntó con su dedo hacia el este y sacudió

enérgicamen te la cabeza. Volví a ase ntir.

- Yo, hombre hueno - y sonrió mostrando sus grandes di en·

les blancos. Me sorprendí. ¿Era realmente bueno? Cada uno sao

bia lo qu e estaba pensa ndo el otro.

Fue has ta una puerta. la abrió y no s hizo señas de que en-tráramos. Era una pequeña habitación en la que ha bía do s ca tres

con mantas. Pr obableme nte era un cuar lo des ti nado a primeros

auxilios. Gesticulando y frotándose otra vez los ojo s nos dio a

enlender flue f uésemos' a de scansa r porque sentíamos sueño y

porque ellos e ran hom bres buenos. Yo vacilé aÚIl. Tener confianza em con lra r io al sent ido común. Sabía que 10 mejor era

volverme y sa lir corri endo. i Pero no pod ía hacerlo Los catres

parecían tan buenos, las frazadas la n secas y a bri gad as y mis

párpados tan ... Había estado hu ye ndo de todo dura nle

semanas y me sentía ca n;;ada de andar así. Haría la pr ueba de

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68 69UANDO MU RÍERON MIS DIOSES

acostarme y dorm ir mientras todos esos soldados hormigueabanal rededor. Er a necio con fiar, pero lo ha r ía.

Con un esbozo de sonr isa miré a los ojos de nuestr o hospedador y asentí con lentitud. Con muc ha cor tesía mantuvo la puertaabierta mientr as elltráDaJlIOS, l uego la cerró y se fue. Sin más trá·mite nos arroja mos a los catres y nos cubr imos con las frazada s.

A los pocos minutos nos dormimos. No sI - cuá n to tiempo habre·

mas descansado cua ndo unos u e r t e golpes en la puerta me hicier on levantarme de un sa lto . As ustada, pregunté:

¿Qu ié ll es? ¿q ué desea?Ent ró un soldado con uniforme blanco que resultó ser un

cociner o. Tenía la cara redonda, llena y rosada. Parecía sa no

y contento. SOlll'ió ampliamente, lo que le hizo la cara má s redonda y más llena. En la cabeza llevaba un gorro alto y blanco.Parecía que era de cuerpo también rollizo. Un delantal bl anco lecubría buena parte de la cintura. En sus manos portaba unabandeja repleta de alimentos. Bajó la bandeja y preguntó con un

gozoso pestañeo:¿ .Desean comer?

Apenas podía dar crédito a mis ojos y mis oídos. Por su

puesto que asentÍ. ¡Nos permitirían comer algo Me preguntabacuál de las cosas de la handeja sería. Pa rec ía que el hombre iba acomer co n nosotras. Lo miré y aguardé a que nos diera las in·dicaciones.

- Coman no s instó, al vernos vacilando.-¿Todo? regunté, casi sin aliento.-Claro, todo - parecía divertido al respondernos.¡ Danke ¡danke

Sonrió y salió de la habitación.Nos temblaban las manos al tomar los alimentos. u i ~ e

untar mi pan con mantequilla. Nunca antes había visto panblanco; el de centeno que ha c ían en mi país era oscuro y grueso.A 10 que se horneaba con ha r ina blanca se le llamaba Kuchen

(torta). Me preguntaba por qué esos soldados comenzaban eldía sirviéndose to rta con mantequilla y ja lea, además de otrascosas, algunas extrañas para nosotras, nada más que para un sim·ple de sayuno. Enigmáticos o no, esos alimentos tenían n u í ~ sabor y presentación flue todo lo que hubiésemos comido durantesemanas, y había en abundancia. También había jarros con ca

¿S ON IGUALES TODOS LOS SOLDADOS?

é humeante. Un nuevo sab or. Nos hizo entrar en calor. Luego dehaber devorado hasta las migajas, nos limpiamos la boca con ¡;.er·

\ illelas de papel. Qué lujoNos acostamos en los catres y tratamos de dormir otra vez.

E l coci nero hahía retirado la bandeja vacía y nos había hechoseñas de que continuásemos durmiendo, pero el sueño no veníay yo me sen tía disgustada. ¡Tener la oportunidad de dormir unas

¡Io"as en una casa de verdad, con mantas de verdad, y estar des·pierta Aún ignoraba los efectos del café.F inalmente nos levantamos, doblamos cuidadosamente las

fr azadas y buscamos algo de ropa seca en nuestro "equipaje".Nues tras faldas aún estaban húmedas y sumamente arrugadas, demodo que las cambiamos por nuestros dirndlas, vestidos alema·nes típicos de amplias faldas plegadas, blusas blancas y peche·ras espec iales. Nos pusimos medias blancas y luego dedicamoslargo ra to a desenredarnos el cabello para peinarnos prolijamen.te. ¡P arecíamos otras personas Salimos a la sala y buscamosa alguien para agradecerle una vez más antes de irnos.

El in térprete nos pidió que fuésemos a la oficina. El oficialncargado, un hombre entrecano, nos saludó cortésmente y lue

go habló con rapidez. El intérprete tradujo al alemán: "El tenienLe se ha puesto en contacto Con los cuarteles rusos del otro ladode la frontera para recabar información sobre la niña que ustedes t ·ajeron. Los rusos sabían de la niña perdida porque captu·raron a la madre con el bebé. Ofrecimos devolver a la niña para

ue le fuese entregada a su madre, pero se negaron a recibirla,para que sirva d i c e de castigo a la madre.

"E n las barracas no podemos tener a la niña con nosotros-continuó el intérprete-o No es lugar adecuado para ella. Nues·

a oficina se ha puesto en contacto con la representación de laCruz Roj a internacional del pueblo cercano. Han prometido hacerse cargo de la pequeña. ¿.Tendrían ustedes la bondad de lle·varla has ta el próximo pueblo y entregársela allí a la encargada

de la Cruz Roja?"Tr a jeron adentro a la chiquilla. Alguien había tenido la

gentjleza de lavarle la cara y peinarla, y su ropa estaba seca.Sonriendo feliz nos mostró sus nuevas posesiones. Sus bolsillosrebosaban de caramelos y bizcochos. Luego de reiterar nuestroagradeci miento, tomamos a la niña de la mano y salimos. Cuan

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770 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

do nos acercábamos a la puerta de sa lid a, alguien nos volvi ó a

llamar. El in térprete nos dijo :

- Dice el tenienle que vayan directamente a la ventanill a del

puesto de la Cruz Roja ; no formen fila

Agradecí, sin saber lo que signifi caba. Lo entendí una hor a

después cuando llegamos al pueblo y dimos con la oficina de la

Cruz Roja. j La gente hacía fila por cuadras Nos dirigimos rau

damente al puesto, pasando junto a la s largas hileras de refu giados, que nos miraban con no muy buenos ojos. Antes de que

alguien pudiera detenerme, ya estaba diciendo:

-Señora, un oficial nor teamericano dijo que viniéramos di

rectamente a su ventanilla con esta niña porque

- Entre -respondió la mujer uniformada, abriendo la puer

ta. Entramos, mientras cientos de personas miraban y tal vez

protestaban en silencio.

-Siéntense - rogó la enfermera, y ella tomó asiento detrás

de un escritorio.

¿Qué sucedía con nosotras?

Los refugiados no eran tratados de esa manera. De pronto

parecía que todo era bueno. Primero, los soldados concediéndonos

alimento y reposo y ahora esa mujer con acento suizo tratándo

nos como a gente. Todos los extranjeros parecían ser humanos y

bondadosos.

- E l teniente me habló por teléfono acerca de la niña y us-

tedes. Quiero dec irl es que las apreciamos en alto gra do por ha·ber salvado a la niña mientras corrían para salvar sus propias

vidas. Ha sido maravilloso que la trajeran con ustedes.

-Schwester (a las enfermeras en Alemania se les llamaba

hermanas ) -respondí confundida-, no hicimos nada fuera

de lo común. Pienso que no la podríamos haber dejado solita en

los bosques oscuros, ¿no es cierto?

-No querida, ustedes no la habrían dejado en los bosques,

pero muchos lo habrían hecho. Nos alegramos de que ustedes nolo hicieron.

Le sonreí a mi pequeña amiga. Como siempre, estaba asidade mi mano o de mi fa lda . Parecía contenta mientras pudiese es-

tar a mi lado. Le di unas palmaditas en la cabeza, mientras se

arrimaba bien cerquita. La mujer continuó:

¿SON IGUALES TODOS LOS SOLDADOS?

- Tenemos un problemila, chicas. La oficina de la Cruz

Roja Internacional en W  . (la ciudad más cercana) está tra.

tando de hacer arreglos para la niña, pero cada heim (refugiostemporarios) se encuentra abarrotado; no hay camas disponi.

bIes. Llevará algunos d ías ha lla r algún lugar para la pequeña, y

me pregunto si ustedes estarían dispuestas a cuidarla ha sta que

tengamos un lugar.

- Pero, schwester - la interrumpí-, nosotras estamos más

que dispues tas a hacerlo; el único inconveniente es que no tenemos

absolutame nte nada. Pagamos con nuestra s cosas de valor al guía

que nos cond ujo a la tierra de nadie . No co ntamos con alimen.

tos, ni casa ni ropa para la niña, nada . Puedo tenerla conmigo,

pero no puedo proporc ionarle ningún cuidado.

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  _ _

E U ~ e n t r o E l o ~ n a n t

N0 SABIA qué hacer con la mmta en esa desesperada situa- i ón_ Pero la enfer me ra me interrump ió bonda dosam ente:

O lvidé men cionar que la Cruz Roja puede proveer tod olo necesa rio. Las anotaré a las tres. Tomó su pluma estilográ f ica

y algunos form ularios:

-- Les daremos a cada una de ustedes su tarjeta de ra cion amiento por una semana y algt'ín dinero, y Uama ré al hot el para

que les dé albergue hasta que las llamemos de nuevo_¿Había oído bien? ¿Esa mujer nos ofrecía una pieza en el

hotel, nlimento, y dinero por el hecho de que cu idáramos a unapequeña refugiada? Después de llenar algunas planillas, tom

el teléfono y reservó la pieza en el único hotel de la localida d,que había sido tomado por las fuerzas de ocupación. Re cibimoslas ta r jetas de r ac ionamiento, el dinero y dejamos la oficm a.

Cuando salimos, algunos refug iados que estaban formando

fila nos r odearon ansiosos y nos hicieron algunas preguntas.

- ¿Cómo consiguieron, muchachas, las tarjetas sin espera r ?-preguntó una mujer ma cilenta de mirada cansada, mientras trat a-ha de m antener quietos a sus niños que hacían bullicio y daban

vuelta éllrededor de ell a. Le conté la historia brevemente.¡Qué suerte pueden tener algunos --exclamó un hombr e  o

¿.Sabe que gen era l men te se necesitan de ocho a diez días para que

un a persona pueda reg istra rse, ser aprobada y conseguir una lar ·

jela de raci onamiento? Y ustedes, chicas, cruzaron la frontera

apenas anoch e y ya tien en todo listo.Sonre ímos con humi ldad y nos alejamos rápidamente. No

quer ía mos que da r a la vista de las largas filas de pe rsonas qu eestaban espe nllldo por d ías y 110 pod ían ocu ltar su envidia, quizá

resentim iento, por nuestro golpe de suer te.

72)

EN CUENTRO EMOCIONANTE 73

Cam inamos hasta el hole  y enc ontra mos nue&tra p ieza conlas camas lis tas. Aco sté a la niñita pu ra fIUf' oescan,;aru 1111 pocoy me senté 8 su lado hasta que :.e dur mi rr a. ¡Asi r¡u e nusotras ha.Líamos tr a tado de ayudar él l la niñu pf'rdida Repen tinam f'UI

esa niña habia llegado el ser nuestro La li smá n. ¡Qué exlraño  No la habíam os sa h a do porque e s p e n í J r l o rccíLir alp:una re-

compensa, pero t asi parecía (lue la vi da nos es luv ie l<t premíanu o

por ese hecho. La hondad. tiene r¡ ue produci r b\mdad, elodio produce od io. CaUa pens am iento, t.:ada ac¡;ilÍn genera otra desu mjsma especie.

Por tres d ía s comp let os gozamo l l de la comoui dad de la pi e.

za del hotel. USilb am os el di lle ra y la s lal jeLa.s de r 'lCiolJ <lmi ento

con ca utela, peTO com ía mos en a bu ndwlci a y uos sen tíamos re frigeradas y des cansa da ;\. Al ter cer d ía llegó un mensaje de laCruz Roja, se ha b ía cOllseguido un ] ug¡ y deb í tl mos ll evar de

vuc lta a la niña a la oficina . Lo hi ce con senli mientos enconlra·

dos. No::. sentí am os li ga d a:> la un a a la otra y la ni ñit a no que rí ade jarme . Po r mi pa rte, me resist ía a en tregarla. Pe ro debia·

mas estar contentas de r¡ue la pequeñ a cui dadu y trat é de

consola.rl a. Las lág rim as corr ían lib rem ente mi entra:> Mi che de

v yo sallamos rápi da m ente de la ofi eina . Lo último que oímosfue la voz de la e nfermenl tratanu o ue ca lm ar a la n iñi ta que

lIor¡¡ba a gritos.N unca más oí de ella. Ade más oly id é su nombre, pero pensé

muchas veces en ella y me p reguntaba qué se ría de la peq ueña.

t e ha b ría re unido ecm su madre? ¿Habr ía vuelto su padre dela guerra? Solamente la eter n ida u me da rá las respuestas, y as í,

debo esperar_Nos ajustamos nue::tra s mochilas, en lreg am os la ll ave de la

pieza (lel hotel al porLero. y salimos . Es tába m os en marcha otra

vez. Si guiendo el cam ino rm al hac ia el sudoeste, ca m inábamos

sin ningún pl an. Des pués de lodo ha b íamos cumplido lI uest rp r o p ó ~ i t Hab íam os ll ega do al oeste. Tellí a mos nuest ra s tar jetás

de raci onamiento pa ra refu g iadoc; que nos asegurauan que pDdía.mas pedir aIr as cada di ez d ías. y a unque es to signi fi"aba so lame nte UlI mí ni mo de al imento, nos ~ l v r de mo rir de haml))·e.

¿Qué hac er en adel ante'? Por semanas habíamo:5 si do im pe.

lidas por un a sola meta: Lleg;ar al oe ;;,le. Ahor<l que la ha lJÍumos alcanzado nos en t Íaillos como Ila yeS sin timón. Corn ellza

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75CUANDO MURIERON MIS DIOSES

mos n r a la deriva. Camin ábam os lentamente, nos jlllltábamos

con olros muchos re fugiados en cada camino, entrábamo s en las

pob laciones, y ha cí amos peq ueiias tTiq uiñuelas para hacer duo

ra r más liemp o nuestras tar jet as de raoiollam iento.

Ve íamos señales inconfundibles de un llu evo comienzo. En

diferentes lugare s la gente ya había comenzado a reconstruir

las poLlaciones destr uida s. Niños, mujeres, ancianos, se movía n

ent re las ruinas, retirando los escombros, limpiando viej05 la-dr ill os pa ra volvp¡ r a usados, mezclando barro y paja para fabri.

cal' nuevos. Algunos negocios habían reabierto sus puertas para

supHr las pocas necesidades que era posible satisfacer. Algunos

resLaurantes comenzaban a servir alimento a los refugiados si te-

nían tarjetas de racionamiento y dinero. Cada tanto nos regalá

ba mos extravagantemente con un plato de sopa caliente, aunque

esto nos llevaba una buena parte de nuestras tarjetas.

Algunas droguerías también habían abierto, y. trataban de

hacer negoci o con casi nada. Ofrecía'l hierbas medicinales y unos

pocos remedios para casos de real emergenc ia. Esos remedios pro

venían de las tropa s de ocupación. O bien exponían a la venta

para los ansiosos refugiados alg unas bagatelas. Era casi una

obsesión para algunos vagabundos sin hogar como nosotras el

comprar todo lo que era libre , o sea, sin tarjetas de raciona·

miento. Había llegad o a ser un hábito para la gente caminar por

los pasillos de cada droguería para bus car ansiosamente merca

dería li bre  . Una vez tuvimos la buena suerte de encontrar un

negocio donde vendían gotas para la tos sin prescripción méd:ca.

ELremedio tenía un gus to horrible. ¿Pero qué importaba? Llena

ba nue stro estómago por un buen rato.

Llegamos a una población bastante grande y no dañdda por

la guerra. Mien tras andábamos por la calle principal, descubri·

mos Ulla fa rma ci a. Como siempre, sentimos el deseo irresistible

de i r y probar nuestra suerte . S iemp re teníamos algún dinero

que provenía de la venta de pa r te de nuestras tarjetas de racio-

namiento a gente con más medios: Así nunca estábamos secas  .

Cuan do entramos en el vie jo lugar, p obremente iluminado, encon

tramos a otra muj er joven, al lado del mostrador, hab lando con l

farmacé utico, q llC tenía el pelo bl anc o. Eviden temente, se cono-

lan. Estos al deanos, pensamos, tienen ventaja sobre los refu

giados. Conocen a la gente que está detrás de los mostrad ores y

ENC UE NTRO EMOCIONA NTE

~ o n favo recido  :; a expensas de los ex traños. Bueno, así era la vida .

I\fichcrle y yo miramos a nuestro a lr ede dor y buscamos. j Ha-bría alguna oferta que no s 3eria útil ? No vi mo s nada. Bueno. po-

dia mos pedir gotas pa ra la tos. Nos aproximamos al hom bre y

pregunta mos cortésm ente po r ellas.

Al o ír mi voz, la joven mu je r levan tó la vista so rpren dida,

y me miró. Yo, a mi vez. la mi ré en ::us asombrados j ) ~ caso

tañ os. iYo hab ía vi sto a esa pe rsona antesAna l\Ja rí a   ¿Qué e ~ t < Í hac iendo aquí?

Ana ~ ¡ a r í a era la hermana de R ud y, y con ella habí am os

~ i d o muy buenas am igas mien tra s visitaba su hugar. No había mos

oido nada la una de la otra desde que habí a devuelto mi anill o a su

madre, y a me nudo me había preg\U1 tado qué habí a sido de el la .

Solamente sab ía que los rusos y los polacos se hab ía n adueñado

de su tie rr a.

Ana Marí a extendió su  > manos, y yo las tomé entre las

mías. No pudo hablar por un instante, mientras las lágrimas br i.

ll aban en sus ojos. Salimos del edificio. Ana lVTaría iba adelante.

Poco a poco íbamos contándollos nuestra historia. Ana María llo

raba mientras hablaba, y todo mi resentimiento hacia su familia

se iba dilu yendo a medida que 18 escuchaba. Ella y sus padreshabían perc1ido to do. Sólo haLían sa lvado sus vidas. l padre ha·

hía contra ído neumonía y había t a d o al borde de la muerte por

l'emanas. La ma dre lo había cuidado clía y noche. Como el ali

meTl to era escaso tuvieron que vender todas las cosas de valor

para cam biarlas por leche y medicamentos.

- Ma r ía Ana -di jo sol lozando- no reconocerías a ma

má. Perdió cerca de treinta kilos en seis semanas. Papá todavía

se pare re a una som bra. Está muy delgado y pálido, y no puede

subir las escaleras. Vivimos afuera en el campo, porque una muo

jer bondadosa no s abrió su casa y nos dio una pieza en lo alto.

Tenernos más suerte lfUe muchos, porLJue tenemos un techo sobre

nuestras cabezas y \lna cama para papá.

Por mom entos tuve que luchar con el sentim ien to de que lotenían bien merecido. Pe ro luego me sentí avergonzada de sólo

haber albergado tales pensa mientos. De nada nos aprovechaba el

hecho de qu e la rica fam ilia de Rudy había empobreci do repenti

namente, y todos nos hallábamos en el mismo bote. Me llenó una

pro[unua pie dad mientra s miraba él Ana María. Había sido l ni ·

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776 CUAN DO MURIERON MIS DIOSES

na cuidada y protegida de una fam ilia de fortuna él la que maun la guerra 118 bía molesta do demasiado durante los primeros

cuatro año :;. Tr ataba de imagínann e su temor y agonía cuandohuye ron de su hogal·. Par ecia tan descarnada y desamparada

mientras cam ina ba a mi lado empujando la bicicleta de la due ñade casa  

- Ana María ije- dales mis más cordiales saludos a

tus pad res. Diles que no tengo nada más contra ellos y que les deseo la mejor suerte. y ahogando mi orgullo con un gran esfuerzo, añadí - Ana MaH a, ¿puedo preguntarte cómo está tu hermano'?

- ¡Oh "Maria Ana ¿No sabes ? - s u s ojos se llenaron delágrimas otra vez-o Rudy está muerto por todo lo que nosotrossabemos.

Siguió dán dome las razones por qué pensaban eso: Submarino perdido y falta de correspondencia por meses.

¿.Rudy muerto? Sí, yo había esperado que lo estuviera,porque era muy difícil pensar que pudiera estar sufriendo en uncampo de prisioneros de guerra. Pero ahora que había oído a su

hermana decir que estaba muerto, me di cuenta de que me había

estado mintiendo a mí misma. ¡No, no habia creído que estuviera

muerto La vida había llegado a ser casi sin esperanza otra vezdesde que había cruzado la frontera para llegar a Alemania Oc-

cidental, y tuve que admitir interiormente que lo había estadobuscando constantemente desde mi escapada de mis perseguidores.Había examinado las listas de nombres en cada puesto de la CruzRoja. Había mirado cada rostro de hombre con la esperanza <le

encontrar a Rudy entre los refugiados. Había comenzado realmente a esperar otra vez, porque mi corazón rehusaba desesperar.Mi escondido amor me babía empujado a vagar para buscar, para

encontrar a Rudy.

Tuve que. darme vuel ta por unos momentos, porque era demasiado orgul losa para mostra r cuánto me importaba su hermano. Deteniéndome, traté de sonreír a Ana María mientras le

decía:--Annemie (su sobrenombre), pienso que Micherle y yo

debernos volver a la ciudad y dejarte que regreses a tu casa, o tumam á se sent irá preocupada. Me siento muy feliz de verte otravez y, por favor, no te olvides de decirle a tu mamá que no guardo

ningun a amargura en mi corazón para con ella. Eso es lo me-

EN CUE NTRO EMOCIONANT E

nos que podemos hacer por Ru dy: Hacer la s paees y olvidaT el

pasado_Noo e.slrechamo5 las manos y nos separ amos. M ichcrl e cam i.

nó silenciosa mente a mi lado mient ra s. volvíamos a la ciudad.

Rucly estaba muerto, a lo menos eso el'a lo que parecía.

Bueno, Ol1 8 vez e,e cruel, miserable p edacito de esperanza, que

puede llIan tener a la gent e en agonía por años, devoraba m.i mente.¿lmportaba ello realmente? N o era más mío, aunq ue viviera. Unaola e desesperac ión me invadió. ¿Valía la pena seguir andando

aun aquí en el oeste '? Era casi más de lo que mi orgullo podía so.portar el da rme cuenta de que mi prLncipal propósito al andar

de un lugar a otro ha bía sido mi oculta esperanza de encontrar aRucly.

Una voz fami liar me llamó. Me di vuelta. A la distancia pude

ver una figu ra femenina sobre una bieicleta que pedaleaba tanr.ápidam ente como podía mientras agitaba las manos y llamaba.

Era Ana María que volvía por nosotros a toda velocidad. Casisin aliento frenó donde estábamos.

- María Ana - sup l icó- mi madre desea verte. Tan prontocomo le hablé de ti, me envió en tu búsqueda. Por favor, ~ a r í aAna, ven y saluda a mi madre.

Ahora me sentí resentida. Una cosa era enviar un bondadoso mensaje , pero otra cosa era ir y verla y estrechar su manoy con ella. ¿ Y si decía cosas equivocadas? ¿ Cuánto perdón podri a consentir mi orgulloso corazón? ¿No trataría de vengarme po r su dureza al romper nuestra relación con Rudy?

La luc ha interior debe haberse reflejado en mi [ostro, porque Ana Mar ía dijo suavemente, mientras me rogaba con sus ojos:

- Por favor, María Ana, ven conmigo. Mi madre ha cambiado. Si ell a ha sido injust a contigo, lo ha pagado en más de una

forma. Tú no sabes cuánto significa r iÍ para ella verte de nuevo.¡Por favor, en nombre de Rudy, va mos

Me se ntí averg onzada de mí misma. Por supuesto que iría

y vería a esos dos pob res ancianos enfermos si ellos lo deseaban.¿Por qué agreg arí a tristeza a 8 U pesar rehusándome  ? N os volvimos y cam inamos con la hermana de Rudy hasta que alcanzamos ulla casa rodeada de colinas y bosques. Tomando valor, subí la s escaleras has ta la pieza de sus padres. Segundos más tarde

estuve delante de dos personas a quienes difícilmente reconocÍ. Co-

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7978 CUANDO MURI ERON MIS DIOSES

rri hacio la mad re y puse mis b,·szo::. a lrededor de ella. No pude

hablar por Ull momento mientra s eU a y e l padTe ('omenzaron a

llorar. Parecía adivinar lo que y e&taba pensando , y trató de

sonreír:

Si. mi niña sé que hemos camb iado. La vida nos ha tratado

duro. Ven y siénLate.

Tenía lista la com ida para nosotras. No pod la negar la hos

pit alidad~ i l p i a l l a .

Había ido a1a

dueña de la casa y ped idodo;: huevos. Eso demandab a bas tante va lor. Hab ía ta mbién algo

de pan en la mesa .

Yo ap e[)as podía comer po rque sabía que ellos necesi taba n

el al i mento pa ra 5 mi smos. El pad re tenía los lab ios azules, res

pi raba con d ifi cul tad y ll oraba cada vez q ue comenzaba a hablar.

Los úlLimos vesti¡;ios de mi resentimiento se diluyeron en p iedad.

El nomb re de Rudy se mencionó muy de vez en cuando. N inguna

de las dos partes se sentía libre de hablar acerca de él.

Cuando nos levantamos pa ra irnos, la madre me apretó la

mano.

Mar í a Ana - dijo con trí steza- yo no pensaba hacerte

daño, y no sabía que mi quer ido muchacho te amaba tan profun

damente. T rató de encontrarte otra vez, pero tú nun ca contestaste.

O lv idemos el pasado d i j e suavemente- seamos ami

gos oh'a vez. AUIl si Rudy estuviera viyo, él y yo nunca podríamos

aJTeglarnos otra vez para casarnos y yo deseo ser amiga de

ustedes por el re sto de mi vida.

Po r favor María Ana, esc ríbenos tan pronto como el co

r reo ma rc he otra vez y tengas una dirección fija porque tú eres

todo lo que Rudy nos ha de jado. si él está muerto d i jo con voz

vacilante el padre.

Y o les escribiré - prometí y besé a los dos ancianos, quie

nes me besaron a su vez. Micherle y yo bajamos las escaleras y

nos perd imos en el crepúsculo del atardecer. Micherle, que se

sentía cohi bida entre ex tra ños, no dijo mucho, pero tan pronto

omo estuvimos solas, comenzó a habla r. El al imento era lo que

más le ltab ía elllusiasmado. ¡Pensar que cada una habí a comido

un huevo fr ito Habíamos olvidado el gusto que tenían los hue

vos. ¡Q ué gente bondadosa

EN CUENTRO EMOCIONANTE

Esa noche encontramo'l un estab lo en el camp o y nos esca

bullirnos en él para pasar la noche. J\ la mañana siguiente pensé

que había llegado el t iempo de lomar una decisión.

-Mioherle d i j  , es to de andar da ndo , 'ueltas por aquí

no es bueno para nosotras. P ienso qu e debemos deja r esta región

y caminar hacia el sur. Anhelé ver los Al pes toda mi vida. Vamos

y veamos el sur de Baviera.

¡Vamos - dij o Micher le con entusiasmo. Después de varios días de camina r y despu és de haber hecho parte del trayecto

en algunos u'enes de car ga 1105 acercamos a Munich.

Yo estaba ca da vez más y más disgustada conmigo misma.

Toda mi vida había soña do con una visita a la bella tierra del

sur de Alemania. Ah ora cuando nos estábamos ap roximando a

ella no sentía a bsolutamente nada. Algo andaba muy mal en mí

últimamente, y no sabía qué era. Era como si todo sentimiento o

emoción me hubiera abandonado.

¿Había nota do Micherle el cambio en mi manera de ser? Me

preocupé muy poco cuando me dijo que había encontrado a un

joven refugiado qu e le hab ía pedido ir con ella hasta Heidp berg.

No me importaba ; ninguna co sa me importaba ya. Asentí, y

se fue. ¡Bueno ahora es tab a completamente sola No más responsabilidad no más necesidad de ha blar con nadie.

P¡orecía no haber espera nza o ayuda para mí, y era incapaz

de reconocer mi necellidad de auxili o v tratar de encontrarlo en

alguna pa r te. Probab lemente name me -cuidaría tampoco. No ha-

bía mémcos ni enfermeras pa ra todos esos millares de refugiados

en cada ciudad. La gen te sobreviv ía o moría.

Años más tarde le hablé a un médico acerca de esos días

y me dijo que hab ía estado al borde de un completo que brantamiento.

No hahía camino de salida, perecía , y a nadie le importa

ba. ¿A nadie? Alguien deb e ha berme cui dado y guiado, porque

no creo que lo que sucedió un dí a fue un mero accideute. Yo me

había olvidado de Dios, ¿pero él se habí a olvidado de mí?

Pocos díati después de mi llegada a MUllich me enconll'é,

temprano una mañana en una calle. Se lib raba una lucha en mi

mente confusa. La oscuridad parecía pres ionarm e de lod os los

lados y mi mente, en vano, trataba de pensar. El prese nte y el pa·

sado parecían mezclarse. ¿Había todavía guena? No, la guerra

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8 81UANDO MURIERON :MIS DIOSES

había lerminaclo hacía unos cinco me;;es. Un extraño silencio cu-

bría La tierra. No se oía más el tableteo de las ametralladoras, no se

escuchaban más explosiones, ni el hostil zumbido de los aviones

durante lB noche, ni g r i l o ~ ni llantos horroro >os nllentras las bom-

bas encontraban US hJancos. Todo estaba increíblemente ltanqui-

lo. tan Iranquilo que l calma parecía 9presiv8.

Peru la { :ran ciudad mostra ba abiertamente las heridas y

marcas de la reciente destrucción. Ruinas y árboles ennegrecidosque bordea ban las avenidas proyectaban la rgas y extra rlas som-bras a la luz de la ma ñana.

Camu laba sin rwnbo por las calles. La castigada ciudad

tra tab a de despertar. Ladri llos y escomb ro s hab ían sido amonto-

nados par a dar paso a la JT1ulLituJ . La gente camjnaha ráp idamente

por esos senderos para llegar a los nego cios y los mostradores

donde fo rm aban lar gos fi la:. para compr ar unos pocos bocados de

alimento, si tenía n suerl e. Los obreros y emp leados iban a sus

lugares de trabajo, y los tranvías, sobrecarg ados con pasajeros,

hllcí an sonar las (;ampanas con impaciencia . En medio de todo

ese mo\ ¡miento Sf veía a los ciclistas tralando de adelantar su

camlll o.

Me qued¿ conlemp lando el ir y venir de la gente. No teníancresidad de abrir me pa so; no ten ía dónde ir. Como mill ares

de oltos yo llamaba hog ar " a un pequeño cubierto de pa·

ja en el piso de una vieja escuela semidestru ida. Er a afortunada

de haber encon trado aun eso.Habiendo recibido mi comida de la ma ñana, una taza de so-

pa dil uida )' dos pedazo:> e pan seco , e"laba hbre de ir y hacer

lo que me pluguiera. Nadie se iba a pl'eocu par si no me prespn-

taba al ano checer, y muchos ll uevos uúmeros" esperaban por un

sitio vacanle soLr e la puja. Y todavía más ref ugi ados venían del

este.Contemp laba el 1110\ imiento de la mañana, estudiando los

rostros que pasaban: extraños, pasivos, dur os, sin una sonrisa . El

recuerdo de la muer te )' el hambre pre sente est aban estampadosen sus ojos tr istes) en sus mejillas hundidas. Pero a mí me im-

parlaba poco. No esper aha una sonrisa ni aun una palab ra.

De repenle, sorprendida , sentí el calor del sol a tr avés de midelgado y viejo abr igo. ¿,Por qué br illaba el sol? Había llovido

por murhas semanas. Casi a cada paso de huida hacia el oeste IR

ENCUENTRO EMOCIONANTE

lluvia me había empapado sin piedad. Ahora el brillante y alegre

sol y esas ruinas calcinadas alrededor de mí 0 pa recían arm o-

nizar. Me quedé mir ando y pensando, ltatando de poner orden

en mi menle confusa. Mi cerebro parecía hacer girar en una ro-

tación sin sentido las palabras sol, lluvia, ruinas, muerte, hambre.

¡Oh, sí, tenía hambre otra vez  Los dos pedazos de pan

viejo DO duraban bastante, menos la sopa diluida. ¿Por qué, ahora,

por qué brillaba el sol ?Un gran deseo trepó por mi garganta, un deseo de llorar, de

sentir olta vez. Pe ro no podía ; mi sonrisa y mis lágr imas pa-

recían enterradas bajo una avalancha de horror. iCuánto desea-ba sentir esas cálid as golas rodar por mis mejill as T raté una

y otra vez de llorar, pero no pu de. Con un desesperanzado enco.gimiento de hombros me puse en movimiento.

Repentinamente mis ojos se detuv ieron en varios anuncios

impresos. Con grandes letras se anunciaba que habrí a un co n-cierto sacro esa noche. ¿Pero dónde? En las afueras de la ciu-

dad había una vieja catedral ag rietada pero todavía en pie; las

bombas no habían dado directamente en ella. Aun el órgano es·

taba intacto. Un gru po de valerosos músicos de cuerda invitaban

a todo el mu ndo al Requiem de Haendel.jMúsica) ¿Música ? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que

oyera "el sonido de buena música? Parecía muchísimo, casi unaelernidad. La mú sica pertenecía a un mundo pasado, a un mundo

en el cual yo no tenía más lugar ni pa rte.

¿La gente me perm itiría entrar? La invitación deCÍ a que to-do el mundo era bienvenido. ¿Y el preeio de la entrada? No po·

día darme el luj o de pagarla. Había dado todas las cosas de valor

al guía que me hab ía hecho cruza r la fro ntera. No había salvado

nada sino mi vida y la mochila sobre m espalda.

Leí la invitación otra vez : Entrada libre  . No se cobraba.

Fue algo increíble. ¿Por qué algun as cosas debían ser li-bres? ¿Por qué alguien hacía música para mí voluntari amente ?

Quedé pensando en el misterio. Sí, había un buen concierto, bue-na música, que yo amaba muchísimo.

Repentinamente me encontré formando parte de la multitud.

Me abrí camino para tomar el tranvía y pregunté con nueva con·

fianza en mí misma por el camino hacia la catedral. Para mi sor-presa, la gente se mostró voluntar ia para indicármelo, aunque un

8-CMD

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832 CUANDO MURI ER ON MIS DIOSES

poco intri gada. Por varias horas anduve cerca de la catedral has·

La que la gente entl·ó reverentemente en el santua rio. En el interior

había u pesado olor a incienso.No atreviéndome 8 sr ntarme en un banco, me q u ~ é de pie

con los úl timos que n egaron. El edilicio se llenó. Mis ojos es-cudriña ron el rec into. Todo me par ecía diferente y desconocido.Miré hacja arriba y con los ojos seguí u líneas curvas de la

bóveda románica.

Todo el tecbo estaba cub ierto por una antigua pintura. La

reconocí como liba reproducción de la Creac ión de Adán, de Mi.guel Angel , de la famosa Cap ílla Six ti na. Dios extiende su

man o hac ia Adán. Cuan do su dedo to ca el dedo de Adán, la chispa

de la vida en tra en l recién cre ada forma del homb re, llega aser un al ma viviente.

Sí, yo conocí a el cuadr o, pero ha bía olvidad o la implica.

ciÓn . Mientras miraba hacia arr iba mi men te luchaba para asirse

a algo que habi a aprendido hacía mucho tiempo en las ro rullas

de mi ma dre , algo que había sido parte de mi niñez. ¿Qué ' era lo

que trataba de recordar? ¿E stab a b us cando al go?De repente co menz ó la música. Los instrumentos de cuero

da y el órgano se mezclaron su

ave y armoniosamente.El

so·nido crecía, y se hacía ma¡ volumi noso y fuer te, ll enaba el viejoedificio, ascend ía a la bóveda, abraza ba la antigua p intura

agrietada y, fina lme nte, se precipi taba afuera por la ventana de

crista les ro tos, con un gozoso acento, en la vasta noche estrellada.

Repentinamen te recordé la histori a de la pintura. Mi madre

la contaba y yo escuchaba de nuevo. Eslando sola entre cenotenar es de reverentes extraños, súbitamente sentí calor en mi co-ra zón. Se romp ía el hielo de mi inter ior. La música y las pa labras

de mi madre se abrieron paso a través de las grietas de m alma

quebrantada. Sentí que los ojos se me humedecían y mi cora-zón comenzó a cantal'. CÁlidas lágrima s de gozo bajaron rodan·

do por mis mejillas, pero no queriendo distraer a los otros oyen·tes, no levanté las manos para enjugármelas. Mi corazón gritaba:

Madre , puedo sentir otra vez; oh, madre, ¿dónde estás?

Cua ndo la música llegó a su glorioso fina l, levanté la vistaotra vez.

E n la pintura, Dios miraba amorosa y tiernamente a Adán,

y el hombre miraba con adoración los ojos de Dios. Pero de algu.

ENCUEN TRO EMOCIONANTE

na manera, me parecía que Dios y Adán me miraban a mí, eimaginé ver que sus ojos me sonre ía n.

Me dejé arrastrar por la multitud que lentamente sa lía por

la puerta. Lue go me encon tré bajo un cielo noc turno, negro yaterciopelado, y leva nté la vista aIra vez.

Mi mente todavía es taba formulando y contestando pregull·taso Habia dem asiadas cosas qu e no podía enten der , pe ro no meimportaba más. Mi corazón había gustado otra vez un momento depaz. Quizá la vida ten drí a un propósito, después de todo, y talv z habría paz permanente en alguna parte, una paz que yo ha·bía tenido antes y ha bí a perdido. Quizá podría encon trarla denuevo. ¡Por lo menos proba rí a

Con una inc li nación de cabeza me despedí agradecida dela catedra , donde las luces se iban apagando una por una y de·jando en la som bra la pintura de Dios y Adán. Me volví, enderecélos hombros, y con nuevo valor caminé en la noeh e a través delas ruinas y los escombros. Mi corazón cantaba un nuevo canto. ¿Oera una canción 'ntigua, tal vez por la rgo tiempo olvidada·?

  _ _ _ _ t u l o 1 

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sí Eneontré m Í mor

L ~ l l ~ N O me pareció diferente cuando me desperté la mañana

sIgUIente.

La tensión interna había desaparecido y cuando cerraba los

oj,os volvía a ver la pintura y oír la hermosa música. Mientras

paseaba por la ciudad encontré cosas que no había visto antes.

Había comenzado el otoño, el que al trepar los majestuosos Al

pes iba pintando el paisaje de brillantes y alegres colores. Has·

ta la ciudad castigada por la gue rra se llenaba de colorido. El

sol parecía pedir disculpas por todas las lluvias del verano. Yo

había encontrado un pequeño parque con bancos y arbustos, y

desde ese lugar contemplaba las nubes, respiraba el aire fresco y

escuchaba el trajín de la ciudad que resurgía.Otros refugiados habían descubierto también esos bancos y

como nos encontrábamos una y otra vez comenzamos a intercam

biar tímidos saludos. G e n e r a l ~ e n t e los refugiados no son gente

muy sociable, así que me sorprendí cuando un día un joven co-

menzó a camiuar a mi lado y se presentó muy cortésmente. Yo

consideraba que las señoritas decentes no trababan relaciones con

hombres en la calle. Los encuentros callejeros eran solamente pa

ra las chicas casquivanas. Frmlcl el entrecejo y me pregunté qué

podía hacer. Quizá fuera la música cantando todavía en mi co-

razón, o el sonriente azul del cielo o las blancas nubes que se

dejaban empujar perezo samente por el viento, pero esta vez sonreí y contesté unas pocas pa labras arnigables_ Era un refugiado

también, y además, de mi eITa. Después de un corto tiempo llegamos a ser buenos amigos_ iQué hermoso

Repentinamente Gerardo. mi nuevo amigo, me preguntó:~ e ñ o r i t a Appelt, si no le entendí mal, ¿dij o usted que ha

cursado estudios pedagógicos durante los últimos años?

(84)

AS ENCONTRE l\U AMOR 85

- Sí - asentí- desde el punto de vista general, es verdad_

- ¿Sabe Ud. que puede conseguir trabajo? respondió

COD entusiasmo  o El Dep artamento de Educación y Cultura aquí

en Muuich está buscando desesperadamente maestros primarios.

Usted podría emplearse.

Sacudí la cabeza, y agregué:

- No, amigo, no tengo esa oportunidad. Ellos no emplearán

a mrigentes nazis; y yo ten ía Un alto cargo en la Juventud Hitlerisla. Eso 10 descubrirán tarde o temprano; además, yo no quiero

mentir.- Pero usted no entiende, señorita. Ellos dan amnistía a

105 miembros de la J uventud Hit,lerista. Puesto que usted no ha

sido miembro del par tido, todo está correcto.

Repentinamente me interesé. No, yo no había sido miembro

del partido, solamente componente del Movimiento de la Juventud

Hitlerista. La vida había sido tan activa en nuestra escuela que

nunca se encontró tiempo para realizar la importante ceremonia

de enrolarnos en el pa rtido.

o, yo no fui miembro del partido, solamente una diri

gente en el movimiento juvenil. Pero no tengo ningún papel que

pruebe los estudios realizados, ni ningún otro comprobante. ¿Có-mo alguien me va a emple ar para algún trabajo?

- No importa, señorita . De todas maneras pruebe y vea. No

necesita decirles todo. El nuevo gobierno de Baviera está deter

minado a rea brir por lo menos las escuelas primarias para el 19

de octubre, y hay una gran falta de maestros. Los miembros del

partido no serán reempleados por orden del gobierno militar. Us

ted O tiene nada que perder señorita; ipruebe

Gerardo tenía razón: No tenía nada que perder. ¿Pero dónde presentarme ?

El joven parecía leer mis pensamientos.

- Con mucho gusto le anIdaré a encontrar la oficina corres

pondiente - se ofreció-o ¿ Qu é le parece si comienza mañana en la

mañana los trá mites ?Me causó gracia su solicitud. ¿Por qué estaba tan interesado

n ayudarme ? Quizá fuera el mismo incomprensible poder que

había compelido a los soldados norteamericanos a ayudarnos, a

la s ñ o r ~ de la Cr uz Roja de Suiza para organizar las estacionesde refugIados, a los músicDs de cuerdas para brindarnos un con-

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8 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

cierto gratuitamente. No podía comprenderlo, pero había comenzado a aceptarlo como algo real y verdadero aunque no tenía unnombre para ello.

Hitler me había enseñado muchas cosas: orgullo, perseverancia, lógica, eficiepcia, determinación. Pero conscientemente yono sabía qué era amor; el amor hermanable, humanitario, quese preocupa por el bien de los demás sin ser forzado a ello. La

experiencia con mis perseguidores después de la guerra habí aborrado el último resto de mi fe en la humanidad, y yo no podíamenos que extrañlirme cuando alguien me mostraba bondad.

- S í - me decía a mí misma ; mañana a las nueve vendré .Muchas gracias por su amabilidad.

El joven me estrechó la mano, y sonriendo nos separamos.Hice lo mejor que pude para planchar mi mejor vestido,

ocupé mi lugar en una larga fila para esperar mi turno de bao

ñarme, y me hice peinar en una peluquería después de interminables horas de espera.

A la mañana siguiente, al llegar al lugar de la cita, mi altoy joven amigo de mi tierra ya estaba esperándome. Me miró sor·prendido de la cabeza a los pies.

¿Estoy bien para la entrevista? -dije sintiéndome incómoda por su escrutadora mirada.

-Oh sí -di jo mostrándose un poco avergonzado-o Se lave muy simpática.

Esta vez fui yo la que me sentí un poco cohibida. Rápidamente nos encaminamos hacia el centro de la ciudad.

Me preguntó si podíamos encontrarnos al día siguiente para ver cómo me habia ido. Luego me dio más consejos respecto aqué decir y se fue. Subí algunos escalones y entré en el edificio.

Me sentí atemorizada y solitaria. En mi mano apretaba unpapel, el único documento que poseía: Mi certificado de bautis·mo católico, todo lo que podía probar era que había nacido, y

fui bautizada y nombrada con el nombre de mi pobre madremuerta.Casi sin darme cuenta me vi sentada frente a un escritorio

detrás del cual estaba un cahallero anciano que me preguntó muybondadosamente:

¿Qué desea, hija mía?

ASI ENCONTRE MI AMOR 87

Había planeado mi di scurso y 1 había repasado en mi mente mienLras dormía en l suelo del gimnasio, péro repentinam entelo olvidé. Otra vez encontré a una penona bondadosa, ami gable,Lumsn8. ¿Para qué tra tar de engañarl a?

Simplemente le di je la verdad. Le describí mi en trenamien·to, mi amargo desengaño cuaudo me di cuenta de que los nazishahían mentido, y mi falta de papeles para probar algun a cosa.

Pero le asegw'é que tenía un gra n deseo de aprender y de prestaru servido a la comunidad si se me daba la ocasión.

Levanté mis ojos llenos de lágrimas y, ¿serí a posible? ¿Elhombre se estaba secando sus ojos? ¿PO  qué tenía que conmo

verse?¿Estaría usted di spuesta a tomar un examen especial antes

de que hagamos planes más definidos respecto a su pedido?Oh, sí, encantada - asentí entusiasmada, secando mis

OJOS. ,

El hombre hizo algunos llamados telefónicos y fui enviadaa diferentes ofici nas para los exámenes. A la tarde volví a la primera oficina y el bondadoso anciano me recibió sonriente:

Usted pasó muy bien los exámenes - dijo complacido o Le

daremos un certificado de emergencia y usted será incluida en unprograma de aprendizaje mientras enseña, para prepararla par a elexamen final del Estado. Hay una cuestión más: ¿qué religióntiene:

Vacilé, no sabiendo qué decir. ¿Tenía yo alguna religión ?Oí al hombre que decía :

- Usted sabe, la Baviera del Sur es católica y la gente noquiere maestros de otras religiones.

- Señor, yo soy católica - aseguré y busqué nú ce rtificado.¿.Puede usted probarlo?

Le alcancé mi certif icado de bautismo. Lo estudió cuidadosamente, comparó mi solicitud y el documento, se puso de piey me extendió la mano, diciendo:

jEstá usted empleadaRecibí algunas órdenes, un pasaje para el tren, y una carta

de recomendación. Debía partir al día siguiente.¡Todo parecía un sueño   iYa no era más una indeseable

t ~ f u g i a d a sino otra vez una persona normal , respetable Repen.tmamente me convertí en una maestra contratada por el gobierno

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91SI ENCONTRE MI AMOR

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- Por favor, ¿podría ir de inmediato para ver a Sepperl.

- estaba gravemente enfe rmo. Mis pies volaron por las escaleras

s ta mi pieza pa ra buscar las fig uras y luego para bajar en di.

rección a la casa de Sepperl. Cua ndo entré en la pequeña y os·cura casa oí el lame nto de la mad re de Sepperl. Mi Corazón djo

un vuelco. ¿Po r qué estaba lJorando tan de5consoladamente? ¿Npodia hacer ob'a cosa mejor para el pequeño? Scpperl necesitaba

silencio yrep

oso. Sub í corriendo las esc aleras ha

sta su

pieza yme quedé helada. Hab ía velas encendidas y la madre y el pad re

estaban ar rodill ado s al lad o de cama. ¡Sepperl estaba muerto

Con el corazón partido me arrojé sobre la pequeña y del gada i·gura y lloré, gri té, rogué:

jSepperl, de spiértate jSepperl , no puede ser verdad

Pero su rostro estaba fr ío y sus ojos cerrados. Sus peque·

ñas y blancas manos estaban cruzadas y no se movían. Los padres

me conduje ron escaleras abajo y me contaron la historia. Habían

pensado que tenía un resfrío y lo pusieron en la cama. Cuando

después de un rato vo lvió la madre para ver qué estaba hacien

do. parecía que se ahogaba. Enviaron a buscar inmediatamente

al méruco de la población vecina. Cuando aegó, unas pocas ho.

ras después, diagnosticó difLeria y dio muy pocas esperanzas. Elchico se sofocaba.

- La llamaba a usted, mae stra -sollozó la madre--, perouste¿ se había ido.

Yo no sab ía cómo enseña r los días siguientes. En el fune·

ral me senté con sus parientes por pedido de loe  padres y lloré

lan desconsoladamente que la madre trató de consolarme. Sí,ella era una buena católica, y creía que el niüo estaba en el ¡;ie·

lo. Pero yo 0 tenía esperanza. En verdad, asistí a la misa ;a·

tólica, porque eso era lo que tenía que hacer en esa comunidad,

pero yo no pod ía creer en la mayoría de sus doctrinas. No podía

imaginarme a mi Sepperl\"Olando como un angelito. Todo lo que

P?día ver era un rostro ausente y grave, pálido, en un pequeño

~ r e t r o blanco. Y cuando cerraba mis ojos podía ver dos grandesOJOS azules que se llenaban lentamente de lágrimas. ¡,Por qué ')¡Oh, destino ¿Por qué?

. Me quedé al lado de su tumba 110 sabiendo tué hacer. Repen.hnamente sentí una fuerte mano tomando la mía y una voz ami·gable que deda: .

92ASI ENCONTRE MI AMOR 93

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CUANDO MURI ERON MIS DIOSES

eñorita ma estra su sufrimiento no lo traerá de vuelta.

¡Por fav or, na llore más  

Levantando la vista vi dos since ros ojos azules, una masa

de cahell o rubi o ondulado y dos hileras de blancos dientes en

una gr ande e in fa nti l soruü;a. E ra uno de los jóvenes agriculto

res de la región a qu ien había sido pre  entada algunas semanas

an te s en una fiesta de bodas . Dej amos la tumba juntos e hicimos

el mis mo cam ino que recorr ía mos tan a menudo con mi pequeñoalumno. Mien tras las sombras de la tar de se alargaban le hablé

acerc a del inc ideh t< en clase. F ra nzl escuchó pacientemente, luego

habló. No ten ía un lenguaj e pulido, no era un hombre instruido.

Sus manos eran las manos gra ndes, callosas de un agricultor, acos

tum brad as a mallteller la s riendas del cahallo y manejar el arado.

Pero sus sencillas pal abras me confortaron más que cualquier

filosofía profunda. Mi sentimiento de culpa y tristeza parecieron

alejarse; y cuando finalmente subí las escaleras hasta. mi pieza,

me sentí capaz de hacer frente a la vida otra \'ez.

Franzl y yo llegamos a ser grandes ami gos. La comunidad

co menzó a hablar de nosotros al aparecer en todas partes juntos.

A mí me importaba poco todo eso. Uno de sus amigos me dijo qut'

los padres de Franzl le e ~ t a b a ha eiendo pasa r malos momentos.Era el heredero de ulla la s granja s más ri cas de la región, y

yo, en comparación era tan pobre como una rata de iglesia.

Pa ra Navidad me trajo una joya, herencia de familia que

era llevada por la futura esposa del heredero de dicha familia.

¡ Yo lile quedé pasmada   Su madre me había enviado el regalo. El

hijo había ganado a la familia , ¿pero yo estaba lista?

Dos semanas después de Navidad recibí una visita urgente

dr mi supervisor. Necesitaba desesperadamente un nuevo ma estro

para una escuela de ulla vil la que quedaba a veinte kilómetros al

sur. No era un tr a bajo fácil. Desde que l gobierno había estable

cido un campo de re fugiados en la antigua sa la de baile de la

villa, l número de estudi an tes había crecido de tal forma que

no cabían en la únic a aUla de cla ses, y yo tendría que enseñar endos turnos. No había libros, 110 había ayuda para la enseñanza,

tendrí a que enseñar ocho grados, tendría que desempeñar la respon

saLilidad de dir ectora despu és de largas horas de clase, tendría que

tratar con la comunidad y una junta esco lar nada fá cil de complacer. l trabajo era para asustar a cualquiera. Esa era la ra-

zón por la cua l mí supervisor no había encontrado mae stro para

ese lugar.

¿Usted se da cuenta de mi edad s e ñ o r ~ preg ulité.

- S í señor ita Appelt -d i jo incli nándose -o Pero yo pienso

que usted puede hacerlo.

- Trataré de complacerlo si usted me apoy a -prometí .

El reto no era fácil. Empaqueté mis pocas pertenencias,

visité una vez más la pequeña tum ba cubier ta de nieve, ·y dejédetrás de mí una comun id ad amigable y un joven muy ape sadum

brado.

¿Po r qué mi corazón no encontró un hogar otra vez? Yo no

estaba segura de que podría amoldarme al papel de e ~ p o s a de un

agricul tor de Baviera. Hay un viejo adagio que dice que las flo

res alpinas no prosperan bien en otros suelos; y que , por otra

parte las flo res extrañas tienden a secarse en los Al pes. Yo sabía

que era una flor extraña entre las niñas nativas, iy ellas también

me lo hacían sentir

¿Por qué acepté un trabajo tan arduo? Quizá fuera por mi

naturaleza . Cier tamente era un desafío. Me entregué de nuevo,

con todo el corazón, a mis muchas nuevas tareas desde l m ~ m ocomienzo. El alcalde de la villa fue comprensi

....o y bondadosoy me ayudó a hacer un buen comienzo. Unos pocos días más tarde

se me ocurrió una idea excelente. La aldea vecina no hab ía po

did" abrir su escuela po r falta de maestro, y repentinamente pen

sé en Ana María la hermana de Rudy que estaba en el norte de

Baviera. Ha bía mos empezado a cartearnos después que se reanudó

el servicio postal, y yo sabía que ella estaba buscando trabajo.

Le hablé a mi supervisor acerca de ella. Se mostró muy entu  e' ias·

mado, a pesar del hecho de que ella era luterana y la invité avenir a visitarme.

Fue contratad a de inmediato, y desde el comienzo nos sentimos sumamente contentas de trabaja'r juntas. Hacíamos nuevos pla

nes juntas, probábamos nueVDS métodos, nos ayudábamos mutua

menle en muchos de nue stros problemas y vivíamos juntas en eldepartamento de mi escuela. Era solamente un año mayor que yo.

Los alumnos hací an buenos pro gresos, y los padres comenzaron

a ~ c e p t a r n o s como sus amigos. Acostumbraban invitar a las dossenontas maestras a los casamientos los bailes v la s fiestas religiosas. E ram os conocidas también domo buenas "bailarinas y co

94 CUANDO MURIERON MIS DIOSES ASI ENCONTRE IvII AMOR 9

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menzam os a lleva r una vida agitada con corntantes acontecmuentos

sociale s. La vida habí a ll egado a ser casi normal para nosotras

y aun placentera; a pesa r de la falta de cosas materiales, incluyen.

do el a limento y el vestido .

y de repen te, cayó una pi edra -¿,o fue una bomba?- en es

tas tranquil a s aguas de la vida diaria. Había sido un día de fe ·

r iado escolar , y hab ía ido a visitar a algunos am igos de la comu

nidad demi primer a escuela . Mi

amigo el

agricultor

me encontró e inais ti ó en que pas a ra algunos días en su casa . Conociendo

la costwnb re de la región, me di cuenta de que él estaba tratan

de de obl ig arme a tomar una decisión. Un muchacho no lleva a

una señorita a la casa de sus padres a menos que tenga la honesta

in tención de casarse. Me sentí incómoda. Pero accediendo a sus

ruegos visité a sus padres.

Mientras estábamos hablando sonó el teléfono. Franzl con

testó, y me miró sorprendid o.

- Es para ti, María Ana.

- -¿Para mí? ¿Quién puede llamarme? Nadie sabe que yo

estoy en tu casa, sino Ana María.

Era Ana lVIaría la que llamaba. Había encontrado un teléfono en la oficina del alcalde. Parecía conmovida y excitada.

a r í a Ana - d i j o --, acabo de recibir una carta de mamá.

La Cruz Roja Internacional ha encontrado a mi hermano . Está

vivo y está en camino para ver a mis padres. Yo sé que él vendrá

a vernos. ¿Qué le contestaré a mamá?

¿Qué podría decir yo? Franzl estaba a mi lado esperando

intrigado. Mi corazón y mi cabeza parecían dar vueltas como una

calesita salvaje. Y Ana l\:Iaría, en el otro extremo de la línea,

lloraba y reía al mismo tiempo. Yo sabía lo que la noticia signi

ficaba para ella; adOl aba a su hermano. Bueno, le tenIa que

responder.

Dile a tu hermano que será muy bien venido cuando nos

visite, Ana María Después de todo, querida, es el hermano de

mi mejor amiga. Ana María, me siento sumamente feliz de

que esté vivo. Yo sé lo que eso significará para ti y para tu fami

lia. Tú conoces mi actitud personal; en lo que a él respecta, es

asunto suyo.

TeIlia que queda rme sola para poder ordenar mis pensa

mientos. Me excusé para ale jarme de la casa tan pro nto como m

fue posiLle y en una p l o f ~ n d a c? ll.moción regresé a casa jnme

dialamcute. El pasado volvla a VIVIr y el temor se apoderó d

mL Pero Ana María rebosaba de gozo. Ya le había enviado una

carta a Rudy pa ra que viniera y había hecho un montón de p l a n¡Y Rudy vino Era abril y las última s nieves cubr ían la tierra.

Tarde en la noche, justo cuando estábamos por acostarnos, escuché un golpe en la puer ta y vi a dos hombres en trajes tle ma

rino. Rudy estaba delante de mí, delgado y macilento, mientras

amigo, Riko, pa recía empu jar lo de at rás. Ambos pa rerí an ate

ridos y ha mbrientos.

- Bienvenidos, y entren -d i je con una forza da alegr ia, y

estreché las manos de ambos.

Nuestro hogar despedía un ag radable ca lor y pronto tuvimos

listo alimento calien te para lo s cansados viaj eros . Ru dy no dijo

mucho, sino que se sentó tranquil amente tra tando de calentarse

los pies fJ'íos y mojados. Ana Marí a se preocupaba de hacer lu-

gar para los dos much acho s esa noche y yo tr at aba de mantener

la conversación. No podía menos que sent ir l ást ima por Rudy. Ha·bía cambiado mucho. Toda su juvenil confia nza había desapar e-

cido, y parecía depr im ido y solita rio . Sabía lo que él sent ía.

Todo U mundo se hahía ro to , exa c tamente como el mío, so lamen

le que él no bahía logrado recoger la s piezas que habían quedado.

La tensión cedió después de unos pocos días, y Rudy y yo

poco a poco conversamos con más facilidad. Yo me vigi laba cui

dadosamente para qu e mi corazóu no se deslizara otra vez, porqu e

estaba más determinada que nunca a uo enamorarme de nuevo deel.

Pero Rudy tenía la idea justamente opuesta como me di cuen

ta más tarde, demasiado tar de.

1 Se había propuesto ganal'me otra vez, y lo hizo Fue una~ ~ h a > pero su tranquila de terminación (yo la llamaría obstin a-

.\ Ion) ganó la pa r tida. ¿Qué podía hacer yo? El me necesitaba,

me amaLa. La idea de l casamiento me atemorizaba; no me sen

 l a lista para eUo. Pero anunciamo s nuestro comp romiso y encon

Irarnos que habían comenzado nuestras düicultades.

CUANDO MU RIERON l\US DIOSES AS ENCONTRE MI AMOR 97

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96

Rudy era luterano nominal, yo católica. No una ve rd aderacatólica, pues no conocí a nada práctitamente del catolicismo.

Curiosamenle, hab la sido bau tizad..'\ en esa iglesia como resultadode un prohlema famil iar. Mi madre, siendo adventist a del séptimodía se había casado con papá contn los deseos de sus padres. Mipadl-e, un hombre dw(¡ y amargado, no tenía religión. D e p u é ~ demi nacimiento había obligado a mi madre a bautizarme en la igle

sia católica. Furioso porque no había sido capaz de cambiar la fede mamá a su religión, insi::,tió en es e bautismo católico par a pro

bar su poder. Yn nunca recibí ning una instrucción católica. Cuandocomencé a enseñar en el liur de Baviera, babía tenido bastante tiempo para fami lia rizarme con algunas de sus prácticas. Cuidadosamente había observado cada movimiento de los otros fieles, aprendiendo la forma de adoración católica y así adaptarme a las

costumbres de la comunidad.El sacerdo te de la región, una figura t e r r y respetada ,

nunca se habia mos trado demasiado amigable. Cuando anuncié miompromi so se tornó en nuestro enemigo. Como era la costumbre,

yo tenía que asisti r a un catecismo preparatorio para el matri·monio. Puesto que Rudy ;1 eTa católico, no asistía a esas cla·

ses, y yo iba sola.En veinte años de sacerdocio -declaró el sGcerdote-,

nunca he casado a una de mis ovejas católicas C011 un hereje.

Yo temía cada sesión. Cada vez el sacerdote tenía algo con·tra Rudy. Todo el asunto me c ausaba una gran angustia, puestoqlle no estaba segura si estaba haciendo las cosas correctamente.

- ¿P or qué qu ieres casarte con el señor Hirschmann? me

preguntó un día-o Puedes perder tu recompensa eterna y que

mar te el infierno.-¡P uede se r porque lo amo -replicab:l con determinación.

¿Po r qué no te casas con uno de esos buenos muchachos

chacareros católicos de nuestra región? Quizá no puedas " amar·

los", pero al final tendrás la vida eterna.Yo odiaba esa idea. ¡Y el hombre sabía también cómo tocar

los puntos más dolorosos de mi corazón El romper co n mi chaca·rero amigo había sido uno de mis momentos más difíciles desde

l entierro de Sepperl. ¡Oh, cuánto necesitaba una madre, o un

amigo de corazón para pedir su consejo 

-Reverendo -decía pesarosamente- por favor, rate decomprenderme. Mi novio me necesita. Yo no puedo abando narlo.Perdió todo, su bogar, su car rera, su futuro. Puede tomar unmal camino si le doy las espaldas. ¿No puede usted entenderlo?Es una responsabilidad bumana.

Pero el hombre de ropas negras no quería entender. Sola.mente sabía que Rudy no era uno de su s feligreses y que la boda

no debía realizarse. Am enazó con no casarnos. Eso hubiera sidouna catástrofe, porque la sola ceremonia ante el juez no seríaaceptada como legal por la comun idad. ¡Yo tenía que casarme enla iglesia catóHca

Rudy no era de mucha ayuda tampoco . Conservaba todavíaalgunas costumbres de la marina que yo no apreciaba del todo.Cuando le hablé de mi conversación con el sacerdote se pusofucioso .

- ¡Dile a ese "ave negra" que se deje de molestar -explotó

un día cuando volvió de l\-'lunich, donde estudiaba en la universidad-o Si no ces a de causar problemas, un día le voy a dar unabuena zurra

-¿Quieres que realmente le diga eso? -pregunté asustada

y sorprendida.

Sí, cada una de las palabras As í se lo dije, palabrapor 1 'llah ra   a mi superior religioso.

El resultado fue una "guerra fría" entre el sacerdote y Rudy,conmigo en el medio. Finalmente, yo me puse del lado de mi no·vio. Fui a ver al obispo para conseguir su permiso para casarme. Varios padres influyentes apoyaron mi deeisión; el obispo des·pués de cobrarme una suma de dinero y hacerme jurar que nuestros niños serían criados en la religión católica, dio su bendicióny la firma necesaria. Rudy se sintió triunfante; ahora el sacerdotetenía que casarnos.

, Nuestro casamiento llegó a ser un acontecimiento en la comu·

nidad; los alumnos y los padres nos llenaron de regalos y atenciones. mis alumnos arrojaron flores y formaron filas convelas encendidas a lo largo del pasillo mientr as en trábamos en)a iglesia nueve veces centenaria, repleta de gente y ílores, y saturada de olor de incienso . Con su rostro de piedra el sacerdotenos unió en matrimonio. Rudy estaba demasiado feliz para del - CM )

98 CUANDO MURIERON MIS DIOSES :Capítulo 11

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jarse afectar por y "tuvo más que dispuesto a enterrar el

ha cha de guerra, pero eí sacerdote no .

Después de \lna ele gante cena, mi esposo y yo bailamos la

danza de bodas de acuerdo con la s viejas costumbres de Baviera

mient.ras las otras personas formaban un gran círculo y miraban.

Cuando termina mos nuestro vals, el resto de los hailarines se nos

unió. Mucho después que deJamos la pis ta de baile, todavía p o·

dí amos oí r la mús ica de la banda yel

compás de muchos pi es,

claramente en las pr imeras horas de la mañ an a. Sí, hab ía sido

una ocasión de gala, pa ra todo el mundo. Los ald ean os haJ:>la.

ron del casamiento de la señorita maestra por mucho t.iem po.

No tuvim os luna de miel.

Rudy tuvo que volver a la universidad después del fin de se·

mana y yo con tinué enseñando. No le agra daba de jarme cada

lunes de mañana, porque mi salud comenzó a falla r otra vez. Adel-

gacé mucho, me puse pál ida y comencé a temer la oscuridad.

El sacerdote no había cesado su antagonismo y la vida parecía

más y más difícil. Rudy y yo tuvimos momentos di fíciles al ajustar

nuestra nueva manera de vivir . Ambos tratamos sin cera mente y

con dedicac ión de salvar nuestra unión, pero ca da vez nos desli-

zábamosmás

ymás

enla

incomprensióny

el extrañ

ami ento. Des-pués de nuestro primer año de casamiento, que fue una pesadilla,

me convencí de que había hecho un er ror en casarme con Rudy .

Quizá yo no era una buena esposa; quizá tuviéramos ca racteres

incompatibles; pensé que había encontrado un nuevo comlel12o ,

pero parecía solamente el comienzo de un amargo final. Rudy y

yo estábamos listos para separarnos.

a ~ e la Esperanza

RUDY estaba desesperado. Su amor por mí parecía ahondarse

a medida que aumentaban nuestras dificultades insolubles. ¡Si

solamente el sacerdote dejara de combatir Yo estaba cansada de

todo eso.

Mis clases eran mi úni co refug io y remanso de paz. Los

alumnos y yo nos entendiamos perfectamente. Nos amábamos mu-

tuamente y armonizábamos a las mil maravillas. Eso era todo lo

que yo deseaba. El resto de mi vida era agonía, fricciones, pre-

siones.

Rudy, como de costumbre, dejó la casa después de un tor-

mentoso fin de semana para ir a la estación de ferrocarril que

distaba varios kilómetros de la escuela y tomar el tren a Munich.Su corazón estaba abatido. Que ría s l v ~ r nuestro matrimonio. Vi·

víamos en mundos diferentes y no podíamos concordar. Constan-

I.:menle chocaban nuestros principi os éticos. Sus ideas acerca de

la vida y el éxito estaban muy apartadas de las mías.

Hasta nuestro casamiento, Rudy había e:stado ocupado en

nna actividad comercial para mí objetable. Poco tiempo después

de ingresar en un campo de prisioneros de guerra, comenzó a

?perar en el mercado negro de cigarrillos. Su conocimiento del

Inglés lo ayudó. Compraba los cigarrillos po r un marco la unidad

R 10 soldados aliados y los vendí? '1 l  ls consumidores alemanes

POT_ i n o o siete marcos. Su negocio hab ía prosperado y era co-

nOCido en cierlos círculos como el hábil " rey del ciga rr ilio .

Y( ces. tenía miles de cigarrillos almacenados en su departamen-Nunca en su vida había hecho trabajo mantlBl ni pensabahacerlo.

di Yo odiaba este negocio ilega l, e insistía en que un ardun de Irabajo honesto no degrada a nadie.

(99 )

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102 CUANDO MURI ER ON MIS DIOSES

resarle al decir esto, le extendió una i nvitación impresa en laNACE UNA ES PER ANZA 103

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que se indicaba el tiempo y el lugar de las diferentes reuniones de

la iglesia.

Por curiosidad y empecinamiento, Rudy fue. La semana

siguiente se sentó en el rincón más ale jado del recinto, cerca de

la entrada. El predicador entró, saludó a cada uno individua l.

mente, ofreció t a oración, y comenzó a imseiíar.

Rudy estaba totalmente aburrido. Cuentos de viejas se

dijo fastidiado a sí mismo. Pensó en salir. No, no podía sertan descortés. Después de todo, había venido por su propia va·

luntad. Luego oyó al predicador mencionar la religión católica.

Habló de la Biblia como de la Palabra de Dios. El pl'edicador

comenzó a leer algunas extrañas palabras acerca del número 666

de un libro llamado Apocalipsis.

El predicador mencionó la historia en su estudio y Rudy

comenzó a escuchar más cuidadosamente. La historia había sido

una de sus materias preferidas desde la escuela pr-maria. Bueno,

pensó Rudy, la presentación es razonable, y tuvo que admitir que

tenía sentido. Tomó nota cuidadosamente para no olvidar los

argumentos para poner en aprietos al sacerdote.

Aunque no tuvo oportunidad de ver a su enemigo, asistió al

segundo estudio bíblico y luego al tercero, y también al cua110.

Había comenzado a interesarse sin que él mismo ,lo reconociera.

-Querida -m e dijo un dÍa - esa gente parece tener algo

que nunca he encontrado antes. Todo el asunto me tiene pe rplejo.

¿Cómo la gente puede ser tan diferente? ¿Sabes? Esa gente tiene

algo que yo deseo. No es que yo quiera unirme a esa secta, pero

qu izá pueda aprender lo suficiente pa ra que ello me ayude a ser

un hombre mejor. Después de tod o, querida, haré cua lqu ier cosa

para salvar nuestro matrimonio, y puede ser que si am bos apren

demos lo suficiente de la vida cri stiana todavía pod amos evitar la

sepa ración.

Moy] mi cabeza en señal de asentimiento.

- Sí, Rudy, pode mos intentarl o. Las cosas que tú has oíd o nOson nuevas pa ra mí. Fui enseñada desde niña en esa forma de vida,

sólo que nun ca te lo mencioné porque pensé que no te interesarí a .

Pero si tú quieres estudiar más acerca de ello, ¿por qué no estud ia

mos juntos? He olvidado la ma yorí a de ellas, pero al habl arme de

esas cosas las vuelvo a recordar. ¿P iensas que alguien estar ía dis

puesto a venir y darnos estudios juntos?

Para nuestra gran sor pres a los feligreses de Muni ch pi dieron

a un ministlJ que ,visitara n ~ e s t r o hogar. Per o,

puesto a vemr? Te ni a que vI aJar en tren, luego cammar vanos

kilómetros 8 través de caminos nevados, permanecer toda la

noche y regresar caminando a la es tación de ferrocarr il.

¿Quién en su sano juicio haría tal esfue rzo solamente paraenseñar la Bibl¡ a a desconocidos?

¡Dios premie al hermano Schneide r ¡El lo hizo   Venía ca·

da viernes de tarde, ya nevara, hubier a tormenta, o sol y se pre

bcntaba en la casa con la mayor sonr isa que he visto.

Llevaba sus sesenta y ci nco años con dign idad y vita lidad.

Por meses nos dio estudios bíb licos, a menudo quedándose le

vantado con nosotros hasta tarde en la noche. A la mañana si·

guiente tenia que levantarse a las 4.30 y caminar a través de la

oscuridad, el hielo y la escarcha , a la estación de ferrocarril. Lue

go viajaba a las montañas par a servir a un pequeño grupo de

creyentes el sábado de mañana.

Nada podría habemos impresionado más que su alegre y

natural servicio cr istiano, que contemplábamos con asombro.

Sin embargo yo sentía pegar por ese ministro. Rudy nunca

habi:... demostrado tal interés antes, y yo me daba cuenta por qué.

Hacía a ,'eces al pas tor Schneidcr interminables y estúpidas preguntas.

Se había dado cuenta, después de un corto tiempo, que su

plan original de una vida cristi ana no podr ía concre tarse. Sabía

que era una cuestión de todo o nada, y no estaba dispuesto a

r e n ~ r todo, así que comenzó a busca r trampas, trampas para elpredicador.

. En un negocio de libros usados Rudy encontró una vieja BibiJa. La estudió con pasión, aun a expensas de su estudio de le-

yes. Pera meta de su búsq ueda no era conocer a Dios, sino pro-Itar al pre{hcador que estaba equivocado, pa ra que no viniera más .

. . ¡Pastor Schneider ¡Bondadoso y paciente hombre de DiosCuanto le agradezco por sopor ta rn os tanto tiempo Cua ndo quiera

que. Rudy formulara una pregunta este veterano soldado de Diosmantenía firme su terreno. Con una sonrisa bondadosa rep licab a :

10504 CUANDO MURIERON MIS DIOSES NACE UN A ES PER ANZA

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- ¿.Por qué no ab re usted su I3iblia  .? -ci taba un texto

y nos pedía a uno de nosolros que lo leyéramos en voz alta. Así

teníamos la respuf'sta. Nun ca dejé de mara villarme de su conoci

mient o de la Biblia. Nunca usa ba sus propios argumentos o inter

pretacione s. La BibHa hab laba por sí misma, interp re tándose tex·to por texto .

Durante esos meses nuestro matrimonio había ido de mal en

peor. y también mi salud. Rudy peleaba consigo mismo, con elmundo y con Dios. A medida que el pastor Schneider nos enfrenta

ha semana tras semana con verdades que no podían ser destruidas

por los argumentos de Rud y, una profunda convicción comenzó a

ganar nuestros corazones.

El invierno empezó a dar paso a la primavera y nuestro fiel

maestro tenía que caminar a través del barro y el agua hela

da con sus zapatos agujereados, y nos dio otra lección. Yo temía

que nuestro querido hombre terminara con una pulmon ía por

causa nuestra_ Pero él se limitaba a sonreír, a secar sus zapatos

y medias al calor del hogar y a comenzar su clase.

Edificando sobre Cristo, el centro de todas sus enseñanzas,

nos preguntó cómo un alumno o hijo muestra su amor hacia sus

padres o hacia su maestro.- Simple -contesté-, por la obediencia y la bondad.

-¡Correcto -contestó el pastor Schneider- . Dios tiene

el mismo concepto. "Si me amáis guardad mis mandamientos".

Paso a paso fuimos conducidos hacia la cuestión del re

poso en el séptimo día, el sábado. Rudy argumentaba vehemente

mente mientras yo escuchaba. Yo sabía quién estaba en lo cierto.

Todavía guardaba recuerdos de mi niñez y de la observan cia del

sábado. y mientras los dos hombres hablaban, el pasado se pre

sentó 11 í idamente. Veí a otra vez a mi madre en la hora de ado

ración a la puesta del sol, la escuela sabática y el servicio religioso en nuestro humilde hogar. Me veía sentada al lado de mi

madre repitiendo los diez mandamientos: "Acuérdate del día

sábado para santificar lo ".Cohocía tambi fl1 las razones de la observancia del domingo.

Durante mis clases de doctrina con el sacerdote, le había pregun

tado acerca de la observancia del domingo. ¿ M e había dad orespuestas precisas? Sí, la Iglesia Católica había transfer ido el

día de reposo del sábado al domingo en el Concilio de Laodjcea

(canon 29). Había sido incorporado a la legi slacion de la iglesia

en el año 451 que el domingo, la f ie"ta de la resurrección, debía'er observado en lugar del sábado " juda izante". El sacerdote

me aseguró que este cambio era la pru eba de la au toridad de

la Iglesia Católica pa ra ha blar po r Dios en o ta tierra. El ra

zonamiento del sacerdote me había satisfecho.

Ahora, mientras escuchaba al pastor Schneider, mientras ci

taba, como de costumbre, de su querida Biblia, en mi corazónlibraba una tor menta. No era una cuestion de credo, porque

vo sabía que él estaba en lo correcto. Estaba dispuesta a cree r

en Dios, a aceptar a Cristo como mi Salvador, reconocer mis peca

do:;. arrepentir me, or ar; pe ro guardar el sábado estaba más allá

de todas estas cosa.s ; no era práctico, re almente imposible para

mí como maestra. Era r iruculo. Yo interrum pí:

-Pastor Schneider, usted tiene razón; el ~ á b d o es el sép

timo día, pero us ted sabe que guardarlo no es práctico, casi

imposible. Tome mi caso por ejemplo. Yo enseño desde el lu

nes de mañana hasta el sábado de tarde. Perdería mi trabajo, mi

departamento, mi sueldo, todo, si no enseño en sábado. Rudy ten

dría que abandona r sus estudios en la universidad si terminara

mi sueldo. Tendriamos que comenzar todo de nuevo. Perde ríamosseguridad y nuestros últimos pocos años de trabajo y estudio de

nada valdrían. ¿.No cree usted que éstas son razones de peso?

El ministro soru-ió. Era una sonrisa cá lida, comprensiva.

S ra . Hirschmann, si usted cree en Dios, y cree que el

sábado es su día, ¿por qué no deja que Dios la dirija y Ud. simplemente obedece?

- Le diré lo que voy a hacer. ¡Cerraré la escuela el pró

ximo sábado y usted, señor, usted cargará con la responsabilidad

Pensé que eso lo pond rí a en su lugar. Me sentí satisfeehaacerca de mi rápida y decidida respuesta.

- Hermana c o ntestó tranquilamente el p r e d i c d o r   yo

nunca lomaré semejante responsabilidad. Pero di jo señalando

solemnemente hacia el ci el l r , hay Alguien arriba que tomaráesa responsabilidad. i Adelante y há galo

. Yo lragué sa Uva, avergonzada ante tal despli egue de smcendad y e honesta. Me di cuenta de que no tenía otra elección.

¡Muy bien, lo h ré la próxima semana y veremos lo que sucede

1071 6 CUANDO MURIERO N MIS DIOSES

NACE UNA ESPERANZA

ra nuestro mvorcio. Ya no negábamos que había un Dios perso·

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Rudy, aunque no estaba todavía bien seguro acerca de suspropias convicci::: nes. me apoyó. A la mañana iguiente anuncié,con un leve temblor de rodillas, que no tendríamos más clases lossábados.

Los alumnos , al pr incipio, se mostra ron sorprendidos, peroluego expresaron jubilos amente su alegria . E se día, despedí auna clase feliz ansiosa de r a su casa y anunciar el nuevo fe·

riada de cada semana .Muy distinta me sentía yo. Muy nerv iosa esperé la to rmen-

ta. Ve ndría de todos lados: de: los padres, de mi supervisor , del

bur gomaestre, del sacerdote. ¿Qué sucedería? Dios, ¿estás real-mente all í? ¿Puedes ayu darme?

No pod ía creer lo que sucedió. ¡La tormenta no vino Lospadres estaban encantados. Había tanta escasez de brazos pa ra lastareas agrícolas que los niños eran muy necesitados en .el hogar.Un sábado lib re, significaba ayuda, trabajo barato que liberabaa los adu ltos de muchas tareas que los niños podían 'hacer. Los

granj eros apr eciaron mi decisión y me lo hicieron conocer. El

burgom aestre tenía un oído muy fino para escuchar la opiniónpública y march ar en armonía con la gente. Mi superv isor pre-

fir ió no saber que tení a una escuela en su distrito que quebra -a la tradición y reglas del país. Mi escuela era, hasta donde yo

sabía, la única en toda Baviera que cerraba sus puertas en sábado.A medida que pasaba n las semanas, los sábados libres lle·

gar on a ser un hábito en la comwIidad, y la gente dejó de peno

sar al respecto. No sucedió lo mismo conmigo. Yo esperaba, yme preguntaba de semana en semana, de sábado en sába do, quéiba a suceder. ¿Cuánto tiempo continuaría una situación así ?

En mi corazón comenzó a crece r una pequeña planta. ¡Eratan pequeña y frágil al principio   La planta se llamaba fe, yDios la había puesto allí por medio del pastor Schneider. Desábado en sábado esa planta crecía un poco más a medida que yoaprendí a a espe rar en Dios.

Después que el pastor Schneider terminó su serie de estu-dios no vino más. Rudy no babía hecho todavía ninguna dec isión,pero leía su Bi blia regularmente, y a menudo hablábamos y discu-tíam os acerca de cuestiones que nos intriga ban. Nuest ra investi-gación y lectura habían mejorado las co ndiciones de nuestro ma·trimonio hasta el punto de que decidimo s esperar un tiempo pa·

nal que se preocupa por la gente y era (;apaz de ayudar. Allíestaba el milagro semanal de la escuela cerrada, que nos recorda-ba su interés y cuidad o diarios.

Poco después de que comenzamos a guardar el sábado, antesde que el pastor Schneider terminara sus lecciones con nosotros,sucedió algo que nos llamó poderosamente la atención. Nos ha·bía presentado las Jeyes de la salud y sus explicaciones eran ra·

zonables. Si Dios vio conveniente aconsejar al pueblo de Israelen la antigüedad contra ciertos artículos comestibles, porque esa,s

cosas no eran buenas tampoco serían lo mejor para nosotros hoyen día. Ya habíamos aprendido acerca de los efectos dañinos deialcohol y la nicotina y Rudy había dejado de fumar y de bebercerveza. Yo no ten ía esa práctica, así que no tuve ningún pro·blema. Pero cuando la prohibición de algunos alimentos llegó a la

carne de cerdo, el plato f avorito de Rudy, esto parecía demasiadoestricto.

Sin embargo, probaríamos. Era la vacación semeRtral deRudy, y se quedó en casa por dos semanas. Como yo tenía queenseñar en dos turnos, disponía de solamente cuarenta y cincominutos para el almuerzo, y comíamos en la posada en frente de

la escuela. El alimento era escaso, y nuestras tarjetas de raciona·miento nunca parecían estirarse lo suficiente, pero af0l1unadamen·te la esposa del posadero era mi ami ga. Estaba profundamentepreocupada por nuestra delgadez y tr ataba en una forma maternalde engordamos con extras" sobre nuestros platos dia ri os. Apre-ciábamos muchísimo nuestra buena fortuna. Después de meses dehambre y privación, el alimento parecía ser la cosa más impor.tante en la vida.

¿Se preocuparía Dios de cosas semejantes? Si eliminábamos

la comida que se consideraba inapropiada, ¿nos darla él nuestro

pan cotidiano? ¿Se aplicaban tales reglas en la Alemania de

posguerra? No conocíamos a Dios todavía muy bien ; solament

hahíamos oído acerca de él por el pastor Sclm eider.

Resolvimos no comer más alimentos prohibidos por la Biblia .Con esa resolución entramos animosamente en el pequeño com edor

de la posada y saludamos alegremente a nuestra amiga la esposadel dueño. La señora me hizo señas de que fuera a la cocina .

108 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

- La suerte nos acompaña - murmuró . Mi esposo encontró

NACE UNA ESP ERANZA 109

Las gallinas pusiel·on dos huevos caJ a día por varias se-

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un lechón en el mercado negro. Lo mató esta mañana y tenemoscarne adicional para varias semanas. Por favor no lo mencione anadie.

Yo e.nsayé una sonrisa y salí cQnfundida de la cocina para

sentarme alIado de Rudy.

El notó mi exp resión perpleja y le susurré la gran noticia.¿Qué podíamos hacer? ¿Esa era la respuesta de Dios a nuestra

decisión? Le pre guntam os si podríamos llevar nuestra comida anuestro departamento. La cocinera cargó generosamente los pla toscon porciones de cerdo, una papa pequeña, una cucharada desauerkraut y nos fuimos a casa. Todavía no sabíamos qué hacer

cuando nos sentamos a la mesa ele la cocina y pedimos la bendi

ción sobre la comida.

Nuestro perr i to cachorro, un pastor ruso, que parecía eter

namente hambriento, olfateó l aire. Le di un pedazo tras otrode mi comida, la carne de cerdo, mientras las lágrimas rodabanpor mis me jillas. Los alumnos ya estaban corriendo arriba, en el

aula de clase, y debía ir a enseñar en menos de treinta minutos.Estaba hamb rienta. No había otro alimento en casa y noteníamos tiempo de conseguir alguna otra cosa. Además, el due

ño de la posada se quedó con nuestras do s tarjetas de racionamiento porq ue teníamos plena provisión en ese lugar.

Justo entonces oí un cacareo. Hacía meses uno de mis alumnos nos había dado dos pollitos y un poco de grano para alimentarlos. Ttnía a las dos aves en el depósito de la escuela esperandoque algún día pusieran algunos huevos. Finalmente perdimo sa esperanza y decidimos freír pronto nuestras dos esqueléticas

gallinas. Pero ése era el primer cacare o de sus jóvenes vidas.

Con curiosidad salí a ver lo que pa saba. En el cajón conpaja había dos buevos pequeños. Una de las gallinas hab ía anun-

ciado su tarea ruidosa y orgullosamente. Rudy me siguió, y porun mome nto nos miramos en silencio. Cada uno sabía lo que es-

taba pensando el otro. ¿Era ésta la respuesta de Dios? ¿O una

feliz co incidencia? ¿Se preocuparía rea lmente Dios de darn os dos

huevos cuando estáhamos sin alimento? No habí a tiempo que per

der en interrogaciones. Co rrí adeniro, preparé los huevos, los co-

mimos alegremente y corr í a mi aula de clase.

manas. Para ese en tonces terminó el cerdo en la posad y elmenú volvió a la car ne Yacuna. Eso significó un f in feliz para

nuestra cocina ho gareña. Ahora teníamos un canto en nuestroscorazones porque sabíamos que el gra n Dios del uniyerso cuidaba

de nuestras necesidades diarias.Rudy le llevó un tiem po rendir su corazóu, pero cuand o

llegó el verano esta ba listo.

¿Podría olvidar ese día? El tren nos llevó a la ciudad, ycaminamos a la gran casa de baños al lado del r ío, donde laiglesia había alquila do la piscina para el bautismo por inmerS Ión.Dos ministros bautizaron al mismo tiempo. Rudy y yo pasamosjuntos al agua y los pastores nos bautizaron al mi smo tiempo.Cuando nos levantaron del agua nuestros co razones cantaban.

Rudy tomó mi mano y juntos subimos las gradas demasiadoemocionados para habla r. Después de cambiarnos la ropa,himos una cálida bienve nida de los miembros de la igles ia.

Levanté los ojos al cielo az ul de esa brillante tarde asoleada.Me parecía que estaba desper tando de un largo y opres ivo sueño. ¿Dónde hahía estado hasta entonces ? Allí había hab ido demasiado temor y oscuridad. ¿Tenía yo derecho de entrar repenti-

namente en tanta luz ?El brillo de la tarde estallaba en los ojos de Rudy. Apretán

dome la mano, me dijo alegremente :Hermana Hirsahmann, vamos a casa.

  2'HE VISTO DIOS OBRAR UN M1LAGRO  " l i l

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·-¡He risto a ÍosObrar un Milagro  ' '

E L BAUTISMO no fue una cura milagrosa para . nuestros pro·

blem as y malestares. A veces, las nubes oscurecían el sol. Ha·bíamos discutido por tan to tiempo que ello era un hábito. ¿Aban.

donaríamos todo de golpe? ¡No, por supuesto El bondadoso ypac iente pastor Schneider, debe haberlo previsto, porque nos dejó

este sencillo consejo:

-  Cuando discutan y surjan diferencias entre ustedes, re·

cuerden el consejo de Dios: No se ponga el sol sobre vuestro

enojo . No vayan a dormir hasta que se perdonen mutuamente.

Luego arrodíllense y hablen con Dios acerca de sus diferenc ias .

Seguim os su consejo y salvamos nuestro matrimonio. Rudy

y yo éra mos tan diferentes antes de que n os bautizáramos queera imposible congeniar. Yo era una persona fogosa, de gen io

rápido y voluble , pero me calmaba en seguida después de la

tormenta.

Rudy era reposado . Escogia cada palabra deliberadamente

con tiempo y cui dado. Le llevaba bastante tiempo enojarse, pero

así tam bién tardaba en ap aciguarse. ¡Pobre esposo   Yo era una

re zongona por na turaleza y por propia voluntad. ¡Cuán a menud o

tuvimos que a rr odillarnos meses después de nuestro re nac imiento

espiritual  

Si 1mbia alguna paJeja incompatible ésa era la nuest ra. Era·

mas tan diferentes como el día y la noche en ca da aspecto re·

querido pa ra un matrimonio fe liz. Pero establecimos una re·

gla invar iable: Orar juntos cada noche; esto parece muy sim·pie, pero dio resultado.

De semana en semana aprendimos nuevas cosas. De sábado

.en sábado vimos obrar a Dios, porque mi escllela ceIró ese día

durante un año y medi o. Con temor esperábamos cada semana

(110)

mi despido por esa razón. menudo me pregun té por qué Dios

detenta la tormenta por tanto ti empo y nos mantení a en la ex·

pectativa. Años más tarde lo comprend í.

El sacerdote hizo todo lo posible para sacarme de la escue·

]a y de su comunidad. Fue a mucho s lugares, escribi ó muchas cal'·

las y predicó contra nosotros desde el púlp ito los domingos. A

medida que los m s ~ p asaban tuve que ver algo qlle hería mi co·

razón. La comllnidad escolar se d ividió en dos campos. Uno del

lado del sacerdote y otro del la do de la maestra. Los partida·

rios de uno y otra dis cut ían en los hogares, en las mesas de la po·

sada y aun en mi aula de clases, div id iendo a los vecinos y a los

amigos.

Yo me sentía mu y ape sadumbrad a y mi estómago comenzó

a acusar el estado de mi eSpíl"i tu. Lentamente perdí la nueva

)onrisa que había encontJado y la paz de la mente. Después de

un profundo exa men de conciencia y de oración decid í presenta r

mi renllllcia. La raz ón que di fu t" mi mal a salud. El supervisor la

aceptó bon dadosamente y nos prepa ram os par a salir . ¿Adónde

¡namos? La Alemania de la posguerra no pod ia ofrecer casa

para vivir ni muebles ni li bertad pa ra moverse de un lugar a otro

sin el permiso de la comisión de viviendas. Solamente los tontos

harían lo que 0sotros hicimos y así nos lo di je ron los que se

preocuparon por nosotr os como pa ra darnos algún consejo, es·

pecialmente los padres de Rndy que habían ido a vivir con Ana

Mula en ]a locali dad vecina. ¿Por qué abandona r un tra bajo

promisorio, la ace ptación en la comunidad, un hermo so y cáli·

do departamento escolaJ , y volver al cam ino de los ref ugiados

otra \'e1.? El padre de Rudy estaba especial mente disgustado. ¡Esa

~ ~ ú p i d nueva rel igión   ¿. Quién hubiera pensado que su únicohiJO el heredero del orgull oso nombre de la fam ilia , haría alg o

lan peculiar? Sin duda alguna era su esp osa la que lo hab ía he·

t:ho tan duerente. Bueno, ¿ no lo habían adve rtido ya sus padres ?

La tormenta había comenzado y 110 me sentí a capaz de hacerle

frente  \ ~ e doblegaba por el dolor de mi estómago ulcerado, la

c l e ~ l ~ t n c l ó n y los nervios, dep r imid a y ll orosa la mayor parte

rid l tenlpO. Entonces el médico 11 0 5 dijo que nuestro pr imer niñoe ~ l a b l l en camino

En la primavera nos mudamos a un altillo de Iloa granja.

na chimenea de lad rillos que pasaba por el medio de la habi.

11312 CUANDO MUR IE RON MIS DIOSES

tación enviaba calor tres veces al dla cuando el granjero abajo

"¡H E VISTO A DIOS OBRAR UN MILAGRO'

lamente seis marcos. Además teníamos ~ l I n o s billetes de banco

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hac ía fuego. Es to venía hien mientras er a el tiempo frío, pero

no cuando llegaba el verano.

Ru dy abandonó sus es tudios en la universidad de Munich.

Sabiendo que ten ía que sostener a su esposa y a un niño, buscó

trabajo. Yo quedaba en casa en n uestra p equeña pieza orando y

esperando.

iQué días solita ri os  Hubiera sido algo mejor para nosotros

dej ar la comun idad. pero no pod íamos hacerlo, porqu e la s au·

toridades de ]a comisión de viviendas nos negarían el perm iso.

Además, en la ciud ad, con gr andes sectores en rui nas, se hub iera

necesitado una buena can tidad de dinero pa ra sobornar a u

propie ta rio para que nos alqu ilara un lugar donde estar .

Cada ta rde Ru dy volvia a la casa cansado y desanimado.

No podía encontrar trabajo con tantas desventa ja s contra él. E ra

un refugiado con acento pru sian o y aquí los refugiados no esta

ban en demanda, especialmente los Saupreussen (término aplica

do a los alemanes del norte por los habitantes de Baviera) . Ade

más, corn o antiguo oficial nazi, el gobierno militar nor teameri

cano lo vigilaba de cerca. No se permitía entrar a ningún nazi

en el servicio civil. Ru dy no tenía experiencia en ningún trabajo,

salvo en las artes de la guerra. Su tarjeta de identificación lo

clasificaba como estudiante universitario, y los empleadores no

querían dar trabajo a los estudiantes, po rque no permanecían en

el trabajo lo suficiente como para que lo invertido en su apren

diz aje pudiese recuperarse. Volvían a las casas de estudi o tan

pronto como les fue ra posible.

Estas desventajas habrían sido suficien tes para apla star a

cualqu iera, pero, además de eso, Rudy no tr aba jaba en sábado.

Su situaci ón no podí a ser más difícil. No pod ía encontrar tra

baj o ni siquiera como cavador de zanjas o barrendero.

Después de va das semanas comenzó a desesperarse. Yo ha

bía trata do de mantener una sonrisa en mi rostro, pero la nue

va vida que abrigaba en mi seno crecía, y ansiosamente contaba

las semanas hasta l nacimiento de nuestro hijo.Nos alimentábamo s lo más frugalmente posible, pero nues

tro aho rro de pocos ma rcos pron to se escurr ió como la nieve bajo

el sol pri maveral. Una mañana tuvimos que sentarnos y hacer

fre nte a lo ' hechos. Contamos nuestro dinero. Nos que daban so.

en un viejo sobre blanco. No era mucho, tltro pa recí a una suma

grande, porque casi no teníamos ninguna posesión material. Era

nuestro dieZmo. Lo habiamos ido apartando (Iurante muchos meses.

No lo habíamos entregado al tesorero de lA iglesia porque ra ravez asistíamos a los serv icios religiosos en Ja ciud ad.

Esa mañana traje el sob re después de haber contado nuestros últimos pocos marcos y lo puse al ll\do de la caja de monedas. Tratando de contener mis lágrimas, tijje:

--¿Recuerdas lo que el pastor Schnei<itr nos dijo acerca del

diezmo? Es el dinero de Dios, y nunca d ~ h e m o s tocarlo, ni au n

cuando estemos en necesidad. El dij o la ve- rdad y nosotros lo sa

bemos. Pero, Rudy. en el momento en (lite gastemos nuestrosúltimos centavos nos veremos tentados a ]0 que perteneceO:ara Dios, por lo tanto no debemos guardarl o olás debajo de nuestro

techo. Toma el tren y ve mañana a la ~ o , busca a la tesorerade la iglesia y dale el dinero.

Rudy asintió con la cabeza y sus tr is tes ojos revelaron loque estaba pensando. Antes de que e r ~ nos a rr odil lamos, yesto era, en esencia, lo que le dijimos l Se ñor:

- Señor, hemos llegado al fina l de cam ino. Hemosdado lodo lo que ten íamos por nues tra nueVá fe. Tú nos has olvi

dado. Si hemos hecho algo equi vocado y es nuestro cas tigo,

te rogamos que nos muest res por qu é s0"1<9i castigados, porque

lo ignoramos. Nu estro Padre, puede ser ( l ¡)e nosotros hayamos

creido una mentir a, ela borada por los hotn:IJres; puede ser que

no haya Dios y nadie nos oiga mientras ora miOS . Pe ro si tú existes,oh Dios, revélate pronto, porque no POd l"e'ooOS avanzar much

tiempo más. Todo el mundo s ríe de nosot r(..s y nue stros propios

parientes creen que estamos locos . Oh, SeñGr , si tú existes, danos

ayuda pronto y escucha nuestros rue gos, })é-rque te lo pedi mos

en el nombre de tu Hijo Jesús, en quien n<ls ')tTos ahora creemos.Amén.

Noslevan

tamos de nuestra

srod

il lascoI}

losco

razones ape

sadumhrados, pero sonre í y saludé a Rud y cQllI las manos mientrasse alejaba. Luego, tan pronto como se f u ~ me a.rro jé sobre la

cama y llo ré. Quizá el padre de Rudy t e n d razón. Quizá todofuera por mi culpa. Rudy hab fa acep tado l¡tresua nueVa religión

sobre todo porq ue él me amaba y deseaba ~ l v a r nuestro matrí-8-cMD

114 115UANDO MURIERON MIS DIOSES

monio. Por supuesto, él creía en Dios, pero de algún modo toda su

¡HE VISTO DIOS OBRAR UN MILAGRO "

El Señor Bauer habló con Rudy brevemente y lo empleó.

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experiencia religiosa estaba ligada a su amor por mí. Yo sentíauna gran responsabilidad, porque Rudy esperaba de mí la dirección en asuntos espirituales y he aquí, yo había cometido un

error, porque había conducido a Rudy en nuestro matrimonio a un

camino sin salida, o por lo menos así parecía. Mi corazón cl amaba

a Dios, y mis lágrimas se mezclaban coJt mis plegarias. Dudas yoscuridad me oprimían como una niebla. Faltaban seis semanas

para el nacimiento de nuestro hijo y nada estaba preparado, nl:\danos quedaba. Oh, Dios, ¿por qué?

Cuando Rudy volvió, yo traté de mostrarme valiente y tran

quila por el bien de él, y aun le sonreí cuando entró.

Para mi sorp resa una gran sonrisa il uminaba el rostro deRudy.

- ¿Qué sucedió, queri do? regunté temiendo creer a

mis propios ojos. .L iebli ng (quer ida) , encontré un trabajo hoy, dijo tomán

dome en sus brazos.Luchando por contener las lágrimas le rogué que me expli

cara .Rudy me di jo que había luchado con la tentación y el des

áni mo mienlras caminaba los la rgos kilómetros hasta la estaciónde ferrocarril y mientra s viajaba a la ciuda d. Ha bía orado fer-

vo rosamente y había ido directamente a las oficinas de la iglesia pa ra encontrar a la señora que manejaba las finanzas. Tenía

temor de guardar el dinero del diezmo en su bolaillo mientras buscaba trabajo otra vez.

La señora, sorprendid a y complacida cuando Rudy le entregóel dinero, le preguntó cómo nos iba. Rudy le habló acerca denuestro hijo que estaba por venir y de su gran necesidad de tra

bajo.- Espere un momento l e di jo la señora mientras tomaba

el teléfono y hacía varios llamados. Luego volvi éndose a Rudy le

dijo:- Hermano Hirscbmann, pienso que he encontrado trabajo

para usted. Vaya a esta dirección y pregunte por l señor Bauer.Le dio la dirección escrita en un pedazo de pa pel, y Rudy,

aunque demasiado sorprendido para agradecer mucho, le dio calurosamente las gracias a la señora y salió rápidamente.

y pensar. querida -reflexionó Rudy-··- , que por tantasemana:> bmoqué trabajo por todas partes, pero no lo encontré

hasta que entregamos nueslro diezmo a Dios. Solamente pasó media hom deílde ese momento habta ellconLml ese trahajo. ¡Ahorayo que Dios vive y lue él tiene cuidado de nosoLros

Elevamos una plegaria diferen¡e noche, una plegaria d

agradecimiento y alabanza. Ni aun el opresivo calor de nues

Iro altillo nos molestaba, porque estábamos muy Jelices. No;; sentalnos frente a la ventana abierta y contemplamos las rutilantes

~ t r e l l h mientras nuestros corazones hablaban con Dios.-Dios --Imploré humiJdemente-, perdona nuestras dudas;

porque ahora sabemos que tú existes: y no solamente eso, sinoque tú erel amor.

Las estrellas parecían sonreír mientras t.itilahan. Ellas merecordaban el tiempo cuando Rudy y yo nos encontramos por

primera vez, y nos sentamos sobre aquel tronco para mirar anuestra5 amigas, las estrellas. Entonces el amor comenzó a unir

nueslros corazones y ahora otra vez el amor tejía su tela. Pero

esla. vez era un amor más grande, porque Dios estaLa en él.El nuevo t¡-ahajo de Rudy no era muy bueno, ¿pero qué im.

portaba? Rudy estaba dispuesto a hacer casi cualquier cosa y yodispuesta a estrujar los centavos. Por primera vez en su vida unhijo de la familia Hirschmann hizo trabajo manuaL Tenía quehacer paquetes desde la mañana haslll la tarde y luego llevarlosa la terminal de ferrocarriL La fábrica en la cual trabajabaconíeccionaba ropa de deporte y de esquí. l propietario de lacompañía había sido una vez campeón de esquí. euyo nombre,mas la calidad de su mercadería ayudaron al crecimiento de la

compañía. El número de paquetes iba creciendo y Rudy a menudo tenía que Irabajar horas extra::;.

Nuestra niña lambién había llegado. La llamamos Christel.Era .el bebé más hermoso que había venido a este mundo. Naluralmenle 6ra tan pequeña que la gente parecía ver solamente

sos largoí> cabellos negros, sus grandes ojos castafíos y sus lar.gas y OScuras pestañas. Le pusimos el nombre de la mamá de Rudy y los ahueIos estaban lan contenlos que no hacían más que~ : ~ I a r de s u ~ i e t a Pronto .nos dir:t0s c u ~ n t a de que no podíamos

Jar n la nma en ese altillo calIente SI no queríamos perderla,

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118 CUANDO MURIERON MIS DIOSES

Rudy dejó el trabajo antes de la puesta del sol. Cuando vol-_ _ C  pífulo 3

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ViÓ el lunes de mañana el dueño de la compañía lo esperaba.El jefe de personal le habia dado permiso, pero no había infor-mado al dueño del nuevo arreglo . Cuando éste 10 supo se enfure-ció tanto que ni aun [a lengua bávara le dio los medios adecuadospara expresarse. Le dijo a Rud) que era i haragán, un hipó-crita, un pelele, y culminó la retórica amenazándolo con despedir-lo el próximo o cualq uier otro viernes.

Rudy apretó los puños. Nunca antes en su vida alguien lehabía hablado asÍ. Había dado ól·denes por muchos años, y sertratado como un sirviente era pal a él una nueva experiencia. muydolorosa. Pero procuró mantener l boca herméticamente cerra-da . Después que su patrón hubo fi nalizado, se fue tranquila-mente a su lugar de trabajo . Me llamó durante la hora del al-mUeI zo, y prometió dejar de trabajar el próximo viernes antesde la puesLa del sol, sin hacer ca so de las consecuencias. Le ase·guré que estaLa completamente de acuerdo con él.

Oramos duranle la semana y los miembros de la iglesia tam-bién oraban pOI nosotros.

Antes de la puesta del so] Rudy salió sin ser notado. Sa-bía que su situación era conocida por los otros empleados, y tI -

do el mundo estaba pendiente de la batalla entre el empleado yel empleador.

El lunes siguiente el patrón lo esperaba otra vez.

F r e n ~ e U a

Nueva ventura

L PATRON lo recibió todavía co n palabras más duras y con

voz más fuerte cuando Rudy apareció el lunes en el trabajo.Todo el personal escuchaba en suspenso el rugido del león. Lamisma amenaza culminó la filípica, mientras Rudy permanecíade pie en silencio.

Mi esposo dejaba el trabajo cada viernes antes de la entra·da del sol, y cada lunes antes de que bajara las escaleras parair al trabajo, me decia:

-Schatzi ten las cosas lista s. Hoy creo que realmente voya ser despedido.

El patrón amenazó, gritó, y escarneció durante todo el in-vierno. A veces eso parecía algo más de lo que Rudy podía so-

portar semana tras semana. Sin embargo, la oración nos sostuvo.Durante esos meses vimos que el señor Bauer venía más re-

gularmente a nuestra iglesia con su esposa. Un día, ella comentósuavemente :

-Desde que ve lo que es tá sucediendo con ustedes, per-onas recién bautizadas, mi es poso está más interesado en nues-

lra religión. El Señor está ve rdaderam ente con ustedes y estáablandando el corazón del patrón. Permanezcan fieles. Dios losestá usando como testigos suyos.

Llegó la primavera y los días se alargaron nuevamente. Rudypodía trabajar los viernes de tarde hasta la hora de salida,y el patrón se sintió tranquilo otra vez. Algunos miembros de

nuestra iglesia pensaron que habíamos ido demasiado lejos, por·que el patrón decía a lodos los que querían escucha rlo que nun-ca Iás emplearía olro adventista de) séptimo día. ¿Habíamosarrumado la oportunidad de otros adventist as para emplearseporque habíamos tratado vehementemente de cumplir la letra de

(119)

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122 123UANDO MURIERON MIS DIOSES

- Señor - con testó Rudy en su forma tranqu i l a - en este

FREJ'I,1E A U 'lA NUEVA AVENTURA

ra bajo de responsabilidad . El du('ño no podia mellu > ti

t a r de acuerdo cuando el señol' Bouer le señalaba 'lue Dio,

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momenlo no tengo ninguna solución pa ra el pr oblema . Pe ro po

demos rogar a Dios acerca del mismo.

EL patrón parecía djspuesto a arrojar a Rudy de la oficina:

- - ¡Usted y sus tontas oraciones de viejas -le extendió a

Rud y la carla y aña dic>--: ¡Aquí está iPreocúpese de ella y

veremos lo que su D ios pue de hacer  

Oramos como nun ca an tes, porque querí amos estar seguros

de que era fe y no presunción l o que nos movía. ¿Honra rí a Diosla fe de Rudy de lante de su pa tr ón? Como siempre pedimos anuestros amigos que se unieran a nuestras peticiones a Dios. Lle

gó el viernes y no habíamos resuelto el problem a. Rud y salió

solemnemen te para su traba jo después de la plegaria matu tina sa

biendo que otra vez estaba al borde de ser despedido. Yo continué

orando mientras me prepara ba para el sáb ado, y trata ba de todo

corazón de no preocuparme. .

Una hora antes de la puesta del sol, mie ntr as Rudy estaba

ordenando la s cosas antes de sali r, sonó el teléfono en el de

par tam ento de exportac ión. Era el nor teamericano que llamaba

desde Hamhurgo, y decía:

- Señor H irschmann, ten go una cita con usted mañana de

mañana para ver su mercade rí a. Lo siento mu cho, pero no puede

ser mañana. ¿Se ría usted tan amable de concederme la ent revista

el domingo de maña na?

¡Si lo estaría Ru dy estaba más que contento de recibirlo el

domingo. Despu és que el caballel O colgó, Rudy fue presuroso

a la oficina de su patrón para comunicarle la novedad, y deci rle:

-Señor , ¿puede ver usted cómo Dio s es capaz de contestar

la oración ?ueno, sí, fue una coincidencia afortunad a contestó son

riendo el pat rón-o ¿Pero quién estará aq ui el dom ingo?

- Señor se ofreció Rudy- yo tendré mucho gus to de es

tar aqu í y atender a ese hombre. El domingo es mi pr imer dí a de

tra bajo de la semana.

Después de eso, varias veces sucedieron cosas semejantes,de manera que el dueño pudo ver que los incidentes no eran me

ras coincidencias. El Señor nunca de fraudó a Rudy, sino que lo

bendijo y 10 gui ó maravillosamen te. Esta ba bien encaminado en

la senda del éxilo: Tenía seguridad fin anoiera, un automóvil y un

e ~ t a b a bendiciendo el departamento de exporlac ióJl . E"to cra ple

namente visible.

¡,Podiamos pedir algo de lo que tClIiamós? ha llÍlID i o ~ -andado todo ( 1 camino adelante? f,No estaban : 11:; 1 l l < 1 0 0 ~~ e ñ a l a n d o hacia un fiel scrvicül en la nueva profesión de Rudr

omo un respelable g e r e n t ~ de negocio >'

De:.di.' 1945 yo bahía acariciado un sueño, flue m,is tarde

Rudy compartió conmi/to. ¡Qut'damob ir los E:ilaUOs Unido,,j Bueno Sería :.ó)o un :)ut'ño, pues 110 teníamos oportullidatl de

ir .

Poco después de que llegamos a ser adventisla" del ~ é p tdía lolieitamos un préstamo y un garante por medio del ~ c r v h i omundial de la iglesia para cumplir nucsu'o:; anhelos. Se hahia

ncontrado el garante y ¡;e había aprobado el préstamo Nucstras

speranzas habían C1'ec-ido especialmente durante ese terrible iJl

vieroo cuando Rudy casi perdia su trabajo de un lunes a otro.

Pero no llegaba la , isa de innllgl'acióll. AIgwlOs de ll Uf'stros me·

jores amigos refugiados ya se habían ido a Jos Estados Unirl05 yf10S escribían cartas maravillosas acerca de la abu nda neia de ali.

menlo v locaciones allí. Varias de nuestras car tas al consu lado

n o r l e a ~ e r i c a n o quedaron sin contestar, y lentamente abundona

mos la esperanza. Pero un día de 1951 reribimos una nota r¡ue

nos anunCiaba que un oficial del cle nos visitaría. Estábamos in

trigados. Traté de hacer que nuestro humilde hogar brilla ra para

ser presentaLle a lal huésped.

El hombre uniformado llegó_ Después de una corta conver·

sación supimos que <> saLía todo acerca de nuestro adie"tram ien-to militar. Nos dijo que lamentaba informarnos que teníamos

pocali esperanzas de entrar en lo;:; Es tados Unidos_ Rudy ha·

oía e ~ l a d o empeñado en batallar contra lo:; E ~ t a d o s U 1 l t l o ~ yqlle

la le}' prohibía la enlrada a ex oficiales como él. Mi esposo

asintió. Sí, era riel·lo. Dos vere \ había~ m e r g i d o

en las proximidades de Flonua. unu vez lan cerca como para ver las Iu

nes de l\1iami. Su misjón era hundir buques y había rea li zaJ o

u ~ h u ~ n IraLajo, Ahora tenía que pagar el precio por d l o ~ Muy

lllCIl, Si era así no iríamol:i a Nor teaméricn y asunto conduido.

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