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Todo hombre nace sin querer, no sabe vivir, y no quiere morir. Ley natural de la vida, de ese camino que para muchos se convierte en un calvario, que para pocos es la transición hacia eso que llamamos vida eterna. Siempre ha sido la muerte motivo de preocupación, de análisis y burla; observada como punto final del ser humano, o también como primer paso hacia la eternidad.
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Todo hombre nace sin querer, no sabe vivir, y no quiere morir. Ley natural de la vida, de ese camino que
para muchos se convierte en un calvario, que para pocos es la transición hacia eso que llamamos vida
eterna. Siempre ha sido la muerte motivo de preocupación, de análisis y burla; observada como punto
final del ser humano, o también como primer paso hacia la eternidad.
Hoy, mientras muchos comparten con felicidad en su hogar. Aquí, en un hospital del centro de la ciudad,
pocos esperan por sus seres queridos; algunos con la triste noticia de un fallecimiento. Una y treinta de
la tarde. En el carro fúnebre de una reconocida funeraria de la ciudad dos cuerpos esperan para ser
trasladados a la morgue. Luego serán trasportados a la funeraria para allí ser preparados.
Un día después, nueve y treinta de la mañana, mientras reposábamos en el cementerio central buscando
aquellos recuerdos que hacen eterna nuestra vida una llamada anunciaba el inicio de aquello que seria la
parte mas espedunante de nuestro trabajo, al otro lado de la línea nos confirmaban la preparación de
un cuerpo sobre eso de las doce del día. Mientras tanto, nosotros merodeábamos las orillas del
cementerio central, y allí hablaríamos con las personas encargadas de esta tediosa labor, aquellas
personas que día a día y paradójicamente: “Viven de los muertos”.
En nuestro paso por aquella morada eterna, por aquel “barrio de los acostados” como le
llama mas de un escéptico es fácil toparse con personas que hacen de la muerte su mas
sutil negocio. El primero de ellos es Jaime, quien en medio de mármol, y de más de un
epitafio accede a atender a este ya asustado casi periodista. En su oficio completa ya
más de siete años, siete años comprando mármol en placa o cuadreado directamente
traído desde Bogota. Con tono casi grosero afirma que a veces es erróneo pensar que el
mármol solo se utiliza para lapidas, pues este fino material se puede también utilizar
para mesones de cocina, enchapes de casa, fachadas y pisos.
Gustos que desde $150.000 en adelante hasta $1.500.000 puede darse cualquier
persona. Aunque también puede pensarse en el uso del bronce y el aluminio. Pero estos
últimos por ser victimas de algunos vivos que se los roban son poco utilizados. Cuando
le pregunto a Jaime si su oficio es pasión o negocio frunce su rostro y me dice “a mi me
fascina, yo trabajo para el cliente y también este negocio me da para vivir; entonces
estoy muy a gusto con mi trabajo”.
No había completado yo más de media hora en el sitio y el polvo ya animaba el fin de la
entrevista, Jaime en medio de una tos y cuando le pregunte por lo que su familia
pensaba de su labor afirmaba que ese polvo del mármol es muy dañino para los
pulmones y que por eso su familia siempre le ha pedido que cambie de oficio. Pero
“primero muerto”.
En medio polvo, lapidas y mármol, terminábamos la entrevista, pero un fuerte olor a
flores nos acercaba cada vez más al cementerio, estábamos allí.
Doña Anicacia era ya una fiel testigo del ciclo de la vida de más de un tunjano y de más
de un muerto. Cuarenta años bajo el perfil de una vendedora de veladoras en el
cementerio central de Tunja. Gracias a Dios y superando mas de una sanción por invadir
el espacio Publico ha visto la evolución de la economía y con ella el trasegar de los
precios, de 25 pesos que valía su primera veladora hoy ya se consiguen a 800 o 1.000
pesos.
Una de la tarde, luego de una llamada y a pocos pasos de la funeraria, y a unos cuantos
metros del cadáver, el tiempo se agotaba. Ya era hora, mientras esperábamos en la
morgue por la entrega del cuerpo el tiempo cada vez era más corto. Aquí comprendía
lentamente porque los periodistas éramos reos de la realidad, quise aprovechar mi
cercanía con el Hospital San Rafael para dialogar allí con un par de “chulos”, personas
que aguardan en sus funerarias a las afueras de todo hospital. En una esquina con un
traje negro y con una leve sonrisa en su rostro estaba Don Jorge Ernesto González
reyes, mas de 30 años viviendo de los muertos lo convierten en aquel espía de San
Pedro.
Su trabajo consiste en hacer levantamientos los cuales en su mayoría han sido en
Boyacá y sobre las carreteras de Tunja y entre Ventaquemada, Chocontá y Villapinzón,
así como en otros municipios, entre los cuales se cuentan Barbosa, Arcabuco y
Sogamoso.
El Chulo comenzó su trabajo como funerario desde una corta edad, siendo empleado de la
funeraria Monroy. Recuerda que uno de los levantamientos mas difíciles que ha
presenciado es el que llevo a cabo en el municipio de Boyacá, las 12 victimas estaban
quemadas luego de que el bus en el que viajara colisionara e hiciera implosión.
La carga sentimental es grande a pesar de la experiencia y los años de trabajo, se siente
el dolor de los familiares así como su desesperación al perderlos, expresa. En un mes se
promedia la cifra de muertos en 60, recogidos en todo el departamento. Uno de los casos
en los que estuvo presente fue cuando se halló el cuerpo de Doris Adriana Niño,
encontrada en Casa Blanca junto al Alto de Sota, así como varios políticos y la mamá de
Pepe Cáceres en Ventaquemada.
La jornada de trabajo comienza a las 7:00 a.m. frente al hospital San Rafael esperando
que llegue la gente y le pregunte por los servicios que presta la funeraria, de igual
manera su trabajo es 24 horas, se debe mantener atento por si se presenta algún deceso
en horas de la madrugada. Los precios varían entre 300.000 pesos y 6’000.000 de pesos
dependiendo de los servicios que se requieren tales como: transporte, tipo de cofre,
servicios de velación, flores, etc.
Los índices de muertes se generan mas que todo en carretera, y en un más bajo nivel
están las que se presenta en zonas urbanas y de índole natural.
Lo mas difícil de este trabajo es recoger cadáveres de gente que ha muerto por causas
violentas, como los ahogados, ahorcados, quemados, decapitados y aquellos que ya están
en un avanzado proceso de descomposición, como los que llevan 8 o mas días muertos,
pues ya tiene larvas en el cuerpo y el olor es repugnante, en estos casos hay que tener
medidas de seguridad.
Las cosas sobrenaturales solo pasan en la imaginación de la gente, en sus 25 años de
experiencia nunca ha sentido experiencias extrañas, no hay que temerle a nada según él,
solamente hay que temerle a los vivos, estos últimos han sido los únicos que lo han
asustado recuerda una mala pasada que le jugaron al recoger un cadáver en horas de la
madrugada.
Para “el chulo” la muerte es un buen negocio porque se vive de ellos y todos los días
muere gente, y aunque no se esta esperando que se muera la gente, ese es su trabajo, un
trabajo ya natural y a la vez especial, es un trabajo en el que lo único que hay que hacer
es colaborar.
Su principal herramienta es su vehículo, con el que lleva 15 años trabajando, ha tenido dos
accidentes: el primero, yendo para Combita a recoger un cadáver y el segundo, en
compañía de un medico legista, en el Alto de las Gemelas se estrellaron 9 carros que
estaban parqueados y fueron impactados por un auto que se quedo sin frenos, “pero nunca
me ha pasado nada gracias a Dios”, dice con voz entrecortada.
La familia es parte vital de cualquier vida, por esto la del chulo no puede ser la excepción,
hace 5 años esta casado y aunque su mujer vive aun un poco asustada siempre lo ha
apoyado, aunque siempre le pide que después de recoger a un muerto no toque a los niños
porque pueden enfermarse, y por tantos mitos él ha tenido cuidado con esas cosas, pero
realmente nunca ha tenido que vivir una situación de esas, además él considera que es
mentira y que lo único real es la fe en Dios.
Los procedimientos que se siguen para recoger un muerto en medicina legal son realmente
sencillos, primero se debe esperar a que el médico de la orden de entrega a través de un
papel que debe firmar un familiar, luego entrar a recoger el cadáver con el traje de
protección, que consiste en una blusa o bata quirúrgica, un pantalón, unas botas, una
careta y unos guantes para luego si llevarlo a la funeraria y entregárselo al tanatólogo
quien es el encargado del arreglo del cuerpo.
Un dialogo con el Chulo, quien siempre pide Coca Cola, es un breve pero arduo paseo por
la vida de la muerte, sus palabras y aquella tos propia de su oficio despiertan mas de un
pensamiento reflexivo: “que la vida es bella, que debemos aprovecharla al máximo, todo
eso”. Alcé la mirada y allá en un carro fúnebre algo nuevo, comparado con el del “Chulo”
estaba Henjonber Lizcano, algo joven para su oficio, y muy experimentado para su edad.
Del hombre del traje negro y la sonrisa placida mucho podríamos decir en esta breve
descripción. A sus apenas 16 años y luego de abandonar su hogar por problemas familiares,
se volvió un fiel amigo de la muerte. Persiguiendo siempre a sus amigos mayores para vivir
junto a ellos, unos funerarios del barrio, experiencias que día a día lo acercaron mas a su
vocación y su oficio actual: el ser chulo de muerte, carnicero de la vida.
En el interior de su carro fúnebre, la música vallenata se apodera del lugar, mientras un
olor a viejo quizás el olor de la muerte se vive en la parte de atrás. Para él, el arte de vivir
en medio de los muertos esta en blindaje de sus sentimientos, en una profesión en la que
se lucha contra las lágrimas de los familiares y un servicio bien pago.
Pasión o negocio, con amor les pagan por hacer lo que les gusta. Hoy, un centenar de años
después, y luego de conocer en medio del luto a toda Colombia, y parte de sur América. El
hombre del traje negro luce fresco frente a sus bromas, a esos recuerdos que parecen ser
efímeros en su mete, para un hombre de carne y hueso, que como todos nosotros llora y
ríe.
Quizás animado a seguir viviendo por esa amnesia que produce la muerte. Por el silencio
inspirador de sus más agudos protagonistas: aquellos cuerpos fríos y pálidos que yacen tras
sus sillas.
Con él fue que pacte un encuentro cercano con la muerte, luego de acompañarlo a recoger
el cadáver a Medicina Legal en Tunja, marchamos con el cadáver hacia el laboratorio
donde seria preparado el cuerpo de mas de 50 años que reposaba en la parte de atrás del
carro fúnebre.
Una bolsa como amarilla cubría el añejo cuerpo. Al llegar a la funeraria me tomó por
sorpresa Henjonber cuando me dijo “bueno bájese y ayúdeme a bajar el muerto”. En
medio de una lluvia de colores que se posaban en mi rostro: rosado de pena, verde de
miedo y negro por naturaleza.
Ingresamos al laboratorio, tomé el cuerpo de los pies y con aquel temor por jugar quizás
con la muerte y por quizás irrespetar la vida. Ingresamos al sitio, allí una mesa de aluminio
esperaba por el cuerpo, un par de mangueras de textura roja marcaron ese recuerdo que
me cuesta trabajo olvidar. Del cuerpo no volví a saber mucho, luego de abandonarlo en
aquel sitio, luego de un par de fotos algo Amarillistas. Acepto.
Ese fue un breve trasegar por los caminos de la vida y de la muerte. Desde este análisis, y
observando la muerte como pasión y negocio, reflejamos la realidad de la defunción desde
instituciones fúnebres, y desde los protagonistas vivos que día a día trabajan aliados con la
muerte, paradójicamente: “viviendo del muerto”. Desde la parte de la pasión, las
personas que hallan su vocación en trabajos relacionados con la asesoría de servicios,
desde la sepulturería. O desde la muerte como negocio, instituciones como funerarias, que
incluyen una variedad de servicios dispuestos a las necesidades de los dolientes.