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Capítulo 12 Nada es lo que parece Oh, allá vamos... No había tenido ni tiempo para suspirar, cuando Tania Esparza, la chica a la que acababa de salvarle el pellejo, la señaló con un dedo acusador. Ariadne se pasó una mano por la cara, mientras el aire se escapaba de sus labios una vez más, puesto que sabía lo que iba a suceder a continuación y ya sólo con imaginárselo, tenía ganas de soltarle un par de tortas. - ¡Tú eres Rondador! - estalló Tania, completamente presa de la histeria.- ¡Tú! ¡Tú lo has planeado todo! ¡Tú tienes a mi padre y ahora nos quieres matar! ¡Eres una asesina! Cerró los ojos. Respiró lentamente. Estrangularla no estaría bien, Ariadne. Auto-control. Tania seguía repitiendo sus deducciones, sobre todo aquella maldita palabra, al mismo tiempo que su estado empeoraba. A lo largo de su vida, Ariadne había soportado todo tipo de improperios, pero nunca, jamás, soportaría que la llamaran asesina. Sin embargo, lo que de verdad la enervaba hasta límites insospechados era la estupidez. Era superior a sus fuerzas, no podía con tanta idiotez. - Bueno, ¡basta ya! - exclamó con dureza. Sus palabras tuvieron el efecto deseado: la chica calló. Volvió a resoplar, pasándose una mano por el pelo. Se recordó que Tania Esparza no lo había estado pasando bien precisamente, habían secuestrado a su padre, no sabía absolutamente nada y acababan de dispararle. Por eso, hizo un esfuerzo sobrehumano, se calmó y se esforzó en parecer amable. - Sé que tenéis preguntas y sé que estáis asustados, pero tenéis que ve... - ¡No! ¡No iré contigo a ninguna parte! ¡Asesina! - Tenemos que irnos, luego os... - ¿Para qué? ¿Para rematarnos? Ariadne calló. Se rascó una ceja con delicadeza. Frunció el ceño. Nada. No hay manera. Por más que buscara, no encontraba ni un resquicio de calma, así que, al final, ladeó la cabeza, tiñendo sus labios con una sonrisa cruel. Al menos lo he intentado. Entonces sufrió una transformación. Se olvidó de sonrisas falsas, de intentar calmarles, para abrir la boca y soltar con toda la dureza que era capaz de reunir, que no era precisamente poca: - A ver, pedazo de inútiles, dejaos de estupideces y seguidme - vio que Tania abría la boca de nuevo, así que decidió adelantarse, añadiendo mordazmente.- Tengo que salvaros, así que mataros sería contraproducente, pero puedo abofetearte tanto que decidas callarte para que no siga...- sonrió al ver que Tania no pronunciaba ni una sílaba.- Bien. Veo que nos entendemos. Les hizo una seña para que le siguieran, pero tanto uno como otra seguían mostrándose reticentes. Resopló otra vez más, ¿qué tenía que hacer para que comprendieran? - ¿De verdad os pensáis que si quisiera veros muertos os habría salvado antes? - En cuanto tengas la caja, me matarás. - Vale, veamos... En primer lugar, sé que no tienes la caja. En segundo lugar, si de verdad la quisiera y creyera que tú la tienes, te la habría robado en el internado. - Tengo... - No lo intentes. La tengo yo. - ¿Qué?

Cuatro damas: Capítulos 12, 13 y 14

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Jero no puede creerse lo que está pasando: tras colarse en una fiesta pija en busca de un famoso ladrón, tanto él como Tania han sido víctimas de un tiroteo y, al parecer, el culpable de todo es una vieja conocida: Ariadne Navarro. Pero, quizás, Ariadne tiene algo que decir al respecto.

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Capítulo 12 Nada es lo que parece

Oh, allá vamos... No había tenido ni tiempo para suspirar, cuando Tania Esparza, la chica a la que acababa de salvarle el pellejo, la señaló con un dedo acusador. Ariadne se pasó una mano por la cara, mientras el aire se escapaba de sus labios una vez más, puesto que sabía lo que iba a suceder a continuación y ya sólo con imaginárselo, tenía ganas de soltarle un par de tortas. - ¡Tú eres Rondador! - estalló Tania, completamente presa de la histeria.- ¡Tú! ¡Tú lo has planeado todo! ¡Tú tienes a mi padre y ahora nos quieres matar! ¡Eres una asesina! Cerró los ojos. Respiró lentamente. Estrangularla no estaría bien, Ariadne. Auto-control. Tania seguía repitiendo sus deducciones, sobre todo aquella maldita palabra, al mismo tiempo que su estado empeoraba. A lo largo de su vida, Ariadne había soportado todo tipo de improperios, pero nunca, jamás, soportaría que la llamaran asesina. Sin embargo, lo que de verdad la enervaba hasta límites insospechados era la estupidez. Era superior a sus fuerzas, no podía con tanta idiotez. - Bueno, ¡basta ya! - exclamó con dureza. Sus palabras tuvieron el efecto deseado: la chica calló. Volvió a resoplar, pasándose una mano por el pelo. Se recordó que Tania Esparza no lo había estado pasando bien precisamente, habían secuestrado a su padre, no sabía absolutamente nada y acababan de dispararle. Por eso, hizo un esfuerzo sobrehumano, se calmó y se esforzó en parecer amable. - Sé que tenéis preguntas y sé que estáis asustados, pero tenéis que ve... - ¡No! ¡No iré contigo a ninguna parte! ¡Asesina! - Tenemos que irnos, luego os... - ¿Para qué? ¿Para rematarnos? Ariadne calló. Se rascó una ceja con delicadeza. Frunció el ceño. Nada. No hay manera. Por más que buscara, no encontraba ni un resquicio de calma, así que, al final, ladeó la cabeza, tiñendo sus labios con una sonrisa cruel. Al menos lo he intentado. Entonces sufrió una transformación. Se olvidó de sonrisas falsas, de intentar calmarles, para abrir la boca y soltar con toda la dureza que era capaz de reunir, que no era precisamente poca: - A ver, pedazo de inútiles, dejaos de estupideces y seguidme - vio que Tania abría la boca de nuevo, así que decidió adelantarse, añadiendo mordazmente.- Tengo que salvaros, así que mataros sería contraproducente, pero puedo abofetearte tanto que decidas callarte para que no siga...- sonrió al ver que Tania no pronunciaba ni una sílaba.- Bien. Veo que nos entendemos. Les hizo una seña para que le siguieran, pero tanto uno como otra seguían mostrándose reticentes. Resopló otra vez más, ¿qué tenía que hacer para que comprendieran? - ¿De verdad os pensáis que si quisiera veros muertos os habría salvado antes? - En cuanto tengas la caja, me matarás. - Vale, veamos... En primer lugar, sé que no tienes la caja. En segundo lugar, si de verdad la quisiera y creyera que tú la tienes, te la habría robado en el internado. - Tengo... - No lo intentes. La tengo yo. - ¿Qué?

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- ¿Cómo se puede ser tan estúpido? - gruñó para sí, aunque por las miradas que los otros dos se echaron, le quedó claro que la habían escuchado. Tampoco le importaba.- A ver, madame y monsieur Curie, genios donde los haya, todo esto es una trampa para mataros. Alguien os ha atraído hasta aquí para mataros y desaparecer entre la multitud y yo he tenido que venir corriendo para salvaros el culo. Decidió que Tania resultaba de lo más inútil en ese momento, puesto que o bien su cerebro jamás funcionaba como debiera o estaba demasiado nerviosa, así que se concentró en Jerónimo. El chico seguía callado, parecía descolocado, como si no terminara de comprender nada, pero al menos no soltaba gilipolleces cada dos segundos. Debió de notar que le estaba mirando, puesto que se removió y, al final, habló: - ¿Cómo puedo confiar en ti? Me has mentido... ¿Ahora me salen con las mentiras? ¿De verdad? Esta gente debería replantearse su escala de valores... Y Felipe debería dejarme usar dardos tranquilizantes o algo, me ahorraría tiempo y el cabreo. - Vale. ¿Sabéis qué? Que os den por culo. Me largo. Dio media vuelta en dirección a la salida. Dos segundos después tuvo que volverse hacia atrás puesto que sus dos compañeros la seguían con urgencia. Hizo como si no se diera cuenta, prosiguiendo con su camino hacia la puerta, aunque sonrió para sí misma. No se puede razonar con ellos, pero se les puede manipular. Chachi. No se detuvo hasta acabar sentada tras el volante de un volvo negro. No había pasado un segundo desde que se subiera al vehículo, cuando los otros dos la imitaron, apiñándose uno contra otro en la parte de atrás. - Anda, si al final habéis venido... - Queremos respuestas. Ahora mismo. - Ya. Y querría estar besando a Misha Collins a la luz de las velas, pero en su lugar os tengo que soportar - metió la marcha con brusquedad, arrancando el coche de tal manera que rugió antes de correr por la carretera a toda velocidad. - ¿Quién es Misha Collins? - susurró el chico. - Ni idea. Genial. Detesto salvar a gente sin buen gusto. Jerónimo y Tania comenzaron a cuchichear, intentando ser discretos sin ningún éxito, pues Ariadne podía escuchar perfectamente la conversación. Estaban hablando de ella, de hecho la llamaban por su mote en el internado: La princesa de hielo. A decir verdad era algo que no le cogía desprevenida, lo había supuesto, aunque no por ello era más agradable. Encendió la radio y los ignoró durante todo el trayecto de vuelta al internado Bécquer. Por eso, tardó en reaccionar cuando Jerónimo asomó la cabeza entre los asientos: - ¿No nos hemos pasado el internado? - No pensarás que vamos a usar la puerta principal para que nos vea todo el mundo, ¿verdad? - el silencio del chico hizo que exhalara un suspiro.- No, qué vais a pensar... - ¿Quieres dejar de ser tan desagradable? - Cuando dejes de decir estupideces. Ya había pasado el internado, cuando vio el sendero escondido entre la maleza por el que se metió. Era una vieja carretera abandonada que no estaba ni asfaltada; de hecho, era un estrecho camino de tierra y guijarros casi comido por la salvaje vegetación. Resultaba de lo más útil, puesto que llegaba a la parte de atrás del internado, exactamente a un viejo cobertizo que había quedado en desuso con el paso del tiempo. Aparcó ahí el coche y bajó con rapidez, haciendo un gesto con la cabeza a sus dos compañeros para que la siguieran. A primera vista el cobertizo no era más que una destartalada caseta de madera con pupitres antiguos, alguna virgen desgastada y demás material que fácilmente podría ser considerado basura. Sin embargo, era mucho más que eso.

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- Menudo museo de los horrores - comentó el muchacho; se detuvo para señalar una serie de cosas apiladas y cubiertas por una sábana; había varios montones así.- Nicole Kidman. Los otros. Me están entrando ganas de imitarla. - Ni se te ocurre acercarte a mí con una almohada, entonces. - ¿La has visto? Ariadne asintió con un gesto, antes de detenerse frente a un antiguo armario que ocupaba prácticamente toda la pared. Ante la atenta mirada de los otros dos que, además, parecían estar conteniendo la respiración, se agachó para colocar los tres cajones de una determinada manera: dejó el del centro como estaba, mientras que el de la derecha lo sacó un poco y el de la izquierda lo abrió complemente. Miró por encima de su hombro un segundo, sonriendo al volverse hacia el mueble de nuevo. Otra cosa no, pero aquellos dos eran un buen público. Presionó la manija del armario, abriéndolo, antes de introducirse en él de un salto. - No me digas que vamos a Narnia - exclamó, sorprendido, Jerónimo. - Sí. Ahí nos encontraremos con Esteban. Es un fauno en realidad... - ¿De verdad? Se volvió, entrecerrando un poco los ojos, para verificar si el muchacho hablaba en serio o no. El brillo de su rostro le indicó que así era, por lo que echó la cabeza hacia atrás, hastiada. ¿Por qué tengo que lidiar con estas cosas? - Sí, en serio - apuntó, antes de añadir con sarcasmo.- Lo que pasa es que ahora estará con Legolas, cuidando de Norberto, el dragón que quería criar Hagrid en Harry Potter... Es que le ha dado por comerse a los unicornios, ¿sabes? Pero, tranquilo, que nos lo vamos a pasar chachi piruleta porque la malvada Bruja Blanca ha espichado... No te jode. El joven la miró fijamente un instante. - Con un simple “era una broma” habría bastado, pero... La de referencias de pelis que has soltado en dos segundos. Mola. - Primero fueron los libros. - Bleh... - No me puedo creer que estéis hablando de eso - murmuró Tania, incrédula. El armario, en realidad, era el inicio de un túnel que unía el cobertizo con el despacho del director. Tuvieron que recorrer varios kilómetros, introducirse en las entrañas de pasadizos que había dentro del otrora castillo y caminar un buen trecho más, hasta que Ariadne pulsó el interruptor que provocó que un panel se desplazara, dejándolos salir. Al encontrar la cálida luz de la habitación, Ariadne se hizo a un lado sonriendo. - Et voilá... Aquí acaba mi misión.

¿Pero en qué colegio me matriculó mi padre? La princesa de hielo hizo una curiosa reverencia en dirección a la salida, antes de saltar por ella. Tania compartió una mirada con Jero, que parecía no caber en sí de gozo. Seguramente estaría emocionado, claro, para él sería un sueño emular a esas películas que tanto le gustaban, aunque para ella todo era muy distinto. Necesitaba respuestas y las necesitaba ya. ¿Qué narices estaba ocurriendo? ¿Qué era ese internado? ¿Y la desagradable Princesa de hielo? ¿Cómo que era Rondador? ¿Qué hacía con la caja de música de Perrault? Y, sobre todo, ¿dónde estaba su padre? - Anda, vamos. Jero también se dirigió al exterior, tendiéndole una mano después para ayudarla a cruzar, lo que agradeció, pues había desnivel. Nunca había estado en el despacho del director, a decir verdad jamás había estado en uno, pero supuso que el de su instituto público no sería como la sala en la que se encontraba.

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El panel que se había deslizado hacia su sitio, ocultando la entrada del pasadizo, estaba al lado de una chimenea, que en aquellos momentos estaba apagada. Frente a ésta, apoyado en la pared contraria, había un largo sofá de terciopelo verde esmeralda con una serie de mullidos cojines. Entre ambos se situaba una mesa baja y larga de madera, haciendo juego con el lujoso escritorio que se situaba justo delante del inmenso ventanal; las pesadas cortinas estaban echadas, aunque La princesa de hielo no tardó en apartarlas para contemplar la bóveda celestial. - ¿Qué hacemos aquí? - preguntó; estaba harta de esperar. - La paciencia es una virtud - dijo la princesita. - Bastante paciencia he demostrado ya - la fulminó con la mirada, apretando los puños.- Te he tenido que aguantar, además de que necesito saber qué ocurre con mi padre. - ¿Cuántas veces he de decirte que seas amable, Ariadne? La voz de un hombre les sobresaltó. El director del internado, Felipe Navarro, acababa de llegar y estaba cerrando la puerta tras él. Les contempló con gesto afable, aunque no tardó en clavar la mirada en su propia hija. Ésta seguía reclinada en la ventana, aunque se había vuelto hacia él enarcando una ceja. - Siempre soy encantadora. - Perdonadla - suspiró el hombre, pasándose una mano por el pelo. Caminó hasta su escritorio, cogió la silla y la colocó frente al sillón de terciopelo, señalándolo para que tomaran asiento; La princesa de hielo siguió junto a la ventana, como si la conversación no fuera con ella.- Tiende a tener un carácter difícil. ¿Carácter difícil? Esa sí que es buena. Es el eufemismo del año. - Ahora mismo responderé a vuestras preguntas, pero antes me gustaría saber lo que ha sucedido en la fiesta - les explicó con suavidad. Como el director miró a su hija, tanto Jero como ella también lo hicieron.- Ariadne. La interpelada se quedó un instante callada. Al siguiente se acomodó de un salto en el asiento que ofrecía la ventana al estar en un vano. - Cayeron en la trampa de lleno. Intentaron matarles, pero les salvé. Tuve que usar un dardo - explicó con la frialdad de un profesional, lo que provocó que Tania se sorprendiera todavía más.- Como no sabía si el atacante tenía aliados y la preferencia era salvarles, salimos de ahí a toda velocidad. No pude ni descubrir la identidad del atacante. - Lo importante es que los tres estéis bien - asintió el director. - Pues yo no estoy bien - declaró Tania sin tapujos.- No sé quiénes sois o qué queréis de mí. Sigo sin fiarme de vosotros. - No te vamos a hacer daño - insistió La princesa con tono cansino. - Claro. Y voy yo y os creo. - Estúpida... La princesa de hielo había vuelto a entrecerrar los ojos, aunque lo peor era el desdén que desprendía su voz, como si estuvieran en mundos distintos y ella no mereciera la pena. Tania sintió una oleada de furia tan intensa, que apretó los puños, intentando controlarse para no saltar sobre aquella chica tan sumamente desagradable. - Ariadne - el director habló con calma.- ¿Qué te tengo dicho? - ¡Son tan ilógicos que me ponen de los nervios! - soltó ella, cruzando los brazos sobre el pecho.- ¿Por qué habría arriesgado mi pellejo que, sinceramente, me es mucho más valioso que cualquiera de sus vidas, para traerlos al sitio donde vivimos y matarlos? Eso no tiene ningún sentido. - Están nerviosos. Tienen derecho a tener miedo. - Bien. Me contendré. La muchacha suspiró resignada, mientras se quitaba los zapatos de tacón de diseño complicado y los dejaba tirados en el suelo. Su padre la contempló un instante, antes de volverse hacia ellos. Seguía mostrándose calmado, amable, lo que provocó que Tania se calmara un poco y dejara de querer asesinar a La princesa de hielo. Padre e hija eran tan distintos que resultaba

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curioso, aunque decidió guardarse esa observación para sí misma, además de ir directa al grano. Iba a saber todo lo que sucedía con su padre cuanto antes. - ¿Qué está ocurriendo? ¿Ella es Rondador Nocturno? ¿Se llevó a mi padre? - Antes de nada, quiero que quede claro que lo que se hable aquí quedará entre nosotros. ¿De acuerdo? No podemos arriesgarnos a ser descubiertos. Lo que está en juego es demasiado importante. ¿Puedo confiar en vuestra discreción? - No le puedo prometer nada - respondió Tania. - Bueno, al menos eres sincera - asintió el hombre curvando un poco los labios.- Espero que cuando sepáis todo, decidáis ayudarnos - hizo una pausa, mirando durante un segundo a su hija, que se encogió de hombros levemente.- Supongo que habréis oído hablar del ladrón conocido como Zorro plateado. - Mi padre le investigaba y encontró a Rondador. - No. - ¡Claro que sí! - No - insistió el director, acompañándose de un gesto de cabeza.- Tu padre no encontró a Rondador Nocturno, sino al auténtico Zorro plateado - volvió a hacer otra pausa, antes de añadir.- Que está entre nosotros ahora mismo. - ¿Usted? - inquirió Jero. - No - sonrió el hombre, señalando a su hija con un gesto de cabeza.- Ariadne. Se hizo el silencio. Tania no entendía nada. ¿Ariadne Navarro, La princesa de hielo, era también el famoso ladrón? ¿Pero no era Rondador Nocturno? - Tu padre dio conmigo, pero no se percató de que era lo que buscaba. Creía que era alguien cercana a él, una colega, así que decidí inventarme a Rondador Nocturno. Tu padre picó el anzuelo y se dedicó a buscar a éste, así que yo le abordé por e-mail intentando disuadirle para que se olvidara de su búsqueda. Sin embargo, descubrí que tenía la caja de música de Perrault y... Tenía que conseguirla, así que accedí a tratar con él. - ¿Te encontraste con él? ¿Qué le hiciste al ver que no tenía la caja? - Nada. Yo no le hice nada.

- ¿Estás segura? Ariadne estaba frente al espejo de su habitación, terminando de recogerse la larga melena en una coleta alta. Al escucharle, se volvió, sonriendo con cierto desdén. - Le daré unas cuantas pistas falsas, le seguiré y me haré con la caja. No tendré ningún problema - cruzó la habitación hasta situarse frente a Felipe, que estaba apoyado en el quicio de la puerta. Enarcó una ceja, brindándole después otra sonrisa, aunque en aquel caso era risueña, la antesala del cariñoso beso que le propinó en la mejilla.- Estaré bien. - Todo esto no me gusta - insistió el hombre con seriedad.- Si al menos Colbert estuviera aquí... Me sentiría menos preocupado si estuviera contigo. Y yo dejaría de echarle de menos, lo que sería un puntazo. Pero no está aquí. - Todo irá bien. Volvió a besarle en la mejilla, antes de dirigirse a su coche. Como estaban en pleno verano, no tenía que cuidarse tanto. Prácticamente estaban solos en el edificio, los alumnos tenían casas a las que regresar y la mayoría de las personas que trabajaban ahí tenían su propia vivienda en el pueblo, cuando no estaban de vacaciones. El trayecto hasta Madrid no fue precisamente agradable, ya que había empezado a recordar a Colbert y no podía quitárselo de la cabeza: ¿dónde estaría? ¿Qué estaría haciendo? ¿Estaría bien? ¿Pensaría en ella? ¿La recordaría?

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Seguro que sí, sino estaría aquí, protegiéndome. Lo peor del caso era que la música de la radio parecía acompañarla, como si fuera producto de la mala leche del destino... Eso, o el encargado de elegir las canciones tenía la mejor puntería de la historia: todas eran tristes, hablaban de amores perdidos, de echar de menos a alguien. Cuando Si no estás de Belén Arjona comenzó a sonar, puso los ojos en blanco y decidió ponerse el CD más distinto que encontrara: en el hueco entre los asientos había uno de Metallica, así que lo colocó y respiró tranquila. El resto del viaje, definitivamente, fue mejor. Llegó antes de lo acordado al parque del Retiro, así que se acomodó en un banco cerca de la estatua donde había quedado con Mateo Esparza y se puso a leer el libro que llevaba en el bolso: Los juegos del hambre de Suzanne Collins. Pronto se dio cuenta de que se trataba de una pésima elección, pues le costaba demasiado al salir de las páginas y concentrarse en la realidad, aunque acabó por verlo. Como era un reportero medianamente famoso, conocía su aspecto, pero le gustó que no se le viera nervioso y que no se dedicara a caminar de un lado a otro de la estatua. No, el hombre se había quedado a una distancia prudencial, miraba de vez en cuando el reloj y, además, llevaba un ramo de rosas rojas con él. Si cualquiera se fijaba en él, pensaría que era un pobre desgraciado al que le habían dado plantón. Tenía razón, le subestimé, señor Esparza. Estaba pensando en acercarse y presentarse como Rondador, cuando vio llegar a un hombre que aparentaba unos sesenta años... Pero que no se movía como tal. De hecho, estaba segura de que el recién llegado no era precisamente un ancianito inofensivo, aunque no llegaba a ver nada que confirmara su teoría... Hasta que el hombre se abalanzó sobre Mateo Esparza. En un principio se levantó de un salto, dispuesta a ayudarle, pero justo entonces escuchó a Mateo gritar; había abierto los ojos como platos, señalando hacia la dirección contraria en la que ella se encontraba. - ¡¿TÚ?! Intentó ver de quién se trataba, pero estaba demasiado lejos como para apreciar nada, sobre todo porque las luces parecían haberse apagado de repente. Decidió sacar provecho de las tinieblas y salir corriendo, puesto que no podía permitir ni que la capturasen ni que descubrieran quién era. Sobre todo eso, la identidad del Zorro plateado tenía que seguir siendo un misterio. Mientras huía discretamente por el parque del retiro, se volvió una sola vez más para hacer una promesa muda: liberaría a Mateo, haría lo que hiciera falta para ayudarle.

- ¿Le dejaste ahí solo? ¿Le abandonaste? Las irritantes preguntas de la también irritante Tania Esparza, rompieron el hilo de sus pensamientos. Se había guardado para ella la promesa, era algo personal que no pensaba compartir con desconocidos, aunque uno de ellos fuera la hija de Mateo Esparza. Se giró para apoyar la espalda en la pared, desviando la mirada de nuevo hacia la ventana y los terrenos devorados por las sombras. - ¿Qué habrías hecho tú? - preguntó con desdén. - ¡Ayudarle! ¡Habría vuelto para ayudarle! - Entonces estaríais los dos presos y no podrías ayudar a la inepta de su hija a encontrarle, ni salvarle la vida tanto a ésta como a su amigo - a pesar de seguir sin mirarla, pudo sentir como aquellas palabras cabreaban todavía más a la chica. Empezaba a cansarle los continuos juicios a los que le sometía aquella niña estúpida.- No llevaba nada con qué defenderme, no sabía a quién me

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enfrentaba y no me habían visto. El mejor plan era salir huyendo, dar la voz de alarma e investigar qué narices había hecho tu padre. - ¡Confiar en un ser rastrero como tú, ladrona! - Y a mucha honra. - Tania - Felipe volvió a hablar, no alzó el tono, pero era duro. A través del reflejo del cristal se fijó en que la chica, que en algún momento se había levantado, volvía a sentarse frente a él.- Ni Ariadne ni ningún ladrón tienen la culpa de lo sucedido a tu padre. - Ya... - No, Tania, yo te lo aseguro. - ¿Usted? - inquirió, perpleja, la interpelada. Ariadne estuvo a punto de echarse a reír. Tania seguía histérica, no dejaba de alzar la voz presa de los nervios o de levantarse de un salto cuando éstos le traicionaban, pero, aún así, seguía tratando a Felipe de usted. Estas niñas buenas qué previsibles son. - ¿Y quién es usted para asegurarme nada? - insistió la muchacha, cada vez más incrédula, ofendida y desconfiada.- Usted es el director de un internado de niños pijos y... ¡Y el padre de esa! Lo que, sinceramente, no le deja en demasiado buen lugar. - Soy casi todas esas cosas, sí - asintió él sin perder la sonrisa. Felipe siempre sonreía, hasta en los peores momentos.- Pero no es todo lo que soy. Hizo una pausa dramática. Ariadne estuvo a punto de reír de nuevo. Como le gusta hacer el numerito... - ¿No? ¿Entonces quién es? - insistió Tania, que también parecía a punto de reír, pero Ariadne no tenía muy claro si era por nervios o porque todo aquello ya le empezaba a resultar absurdo. - El rey de los ladrones, ése soy. Tania soltó una carcajada sarcástica, mientras que Jerónimo Sanz (se había olvidado de que estaba también ahí) emitió una exclamación de asombro. La primera dejó caer la cabeza hacia delante, antes de alzarla para masajearse las sienes con ambos dedos. - A ver si me queda claro... Usted es El rey de los ladrones... - Efectivamente. - Y, además, es el padre de La princesa de hielo - comentó Jerónimo entre risas.- Bueno, es lógico, ¿no? Los reyes tienen princesas. Vaya familia más monárquica la suya, señor director, creo que hasta superáis a la familia real británica. Tania casi lo asesinó con la mirada y Ariadne agitó la cabeza de un lado a otro, para alguien que tenía sentido del humor... Sin embargo, sí que era una princesa, esa parte era cierta y no era para nada divertida.

- Está claro que nos están tomando el pelo - logró articular, aunque hablar se había convertido en una labor imposible debido al tremendo enfado que sentía. Estaba tan rabiosa que sentía como hasta se le escapaban lágrimas de los ojos, lo que no era nada comparado con la sensación de que iba a estallar en pedacitos en cualquier momento.- ¿Le resulta gracioso o qué? ¿Y a ti, princesita? ¿A qué esperas para reírte? - A que tu amigo cuente un chiste decente o a que sea mañana por la noche. Goyo Jiménez estará en El club de la comedia y él nunca me falla - se volvió hacia ella, guiñándole un ojo al mismo tiempo que chasqueaba la lengua.- Un crack el tío. - ¿El club de la comedia? ¿De veras me saltas con eso? - ¿Qué puedo decir? Adoro los monólogos. Volvió a sentir oleadas de furia, tenía ganas de abandonar la chica respetable y educada que era para agarrar a La princesa de hielo de los pelos y darle una buena tunda. No obstante, en

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su lugar, volvió contemplar al director que se había reclinado sobre el respaldo de su asiento y parecía estar en otro mundo, reflexionando. - Creo que deberíamos enseñársela - dijo al fin. - ¡¿Qué dices?! - exclamó La princesa.- ¿Te has vuelto loco? - Es la única forma de que nos crean. La princesa torció los labios, estaba claro que no estaba para nada de acuerdo en lo que iba a hacer a su padre y Tania le dio las gracias al hombre mentalmente: le importaban un comino los enfados de la chica, mientras que anhelaba saber más. Quizás al ver lo que quiera que fuera de lo que estuvieran hablando, descubriría algo más sobre su padre. El director se puso en pie, haciéndoles un gesto para que les siguieran. Volvió a abrir el panel que había al lado de la chimenea y, como si lo hubieran acordado, se giró para atrapar una linterna que su hija le había lanzado. Él encaminó la marcha, ellos dos le siguieron y La princesa cerraba la comitiva, alumbrando también el pasadizo. - Es toda una ventaja que antes de colegio, fuera un castillo - les explicó el hombre a medida que avanzaban. Tania se dio cuenta de que estaban usando unos corredores distintos a los que habían visto al llegar, incluso que estaban descendiendo. La verdad era que aquel entramado de pasillos estrechos, húmedos y lúgubres se le antojaba tan laberíntico que no tenía ni idea dónde se encontraba exactamente. - ¿Por los pasadizos? - quiso saber Jero. - Muy bien, señor Sanz - asintió el director.- Era bastante habitual en la época, ¿sabían? Los usaban los criados para pasar desapercibidos, para ser invisibles a los ojos de los señores, lo que nos resulta muy práctico. - ¿A dónde nos dirigimos? - inquirió Tania. - A las antiguas mazmorras. Podríamos dejarles ahí como... No sé, para siempre. - Ariadne, por favor - suspiró el hombre. - Todo esto me parece una pésima idea y me da igual la cantidad de veces que pronuncies mi nombre, no me harás cambiar de opinión - insistió la princesita, obstinada como una niña pequeña y consentida que no logra salirse con la suya.- No son de fiar. Ninguno de los dos. - Tienen derecho a saber dónde se han metido. - Sólo lograrás que se pongan en peligro - la chica hizo una pausa, añadiendo después, acompañándose de un desdeñoso gesto de cabeza.- Que nos pongan a todos en peligro, mejor dicho. - O quizás no. La princesa de hielo pareció darse por vencida, aunque eso no impidió que frunciera los labios cuando, por fin, llegaron a lo que parecía un túnel sin salida. Ante ellos sólo se alzaba un muro de fría piedra, parecía pesado, muy resistente, a pesar de lo desigual de éstas. El director se movió para quedar pegado en una de las paredes laterales. - Si sois tan amables de acercaros. En cuanto los otros tres obedecieron, quedando a pocos centímetros de las piedras, el hombre se estiró para accionar una palanca oculta entre la pared que tenía a su derecha. En cuanto lo hizo, el suelo bajo sus pies se movió y la cara de la pared que daba al pasadizo giró sobre sí misma hasta que acabaron frente a una pesada puerta de roble. Fueron tan solo unos segundos, pero casi se le detuvo el corazón de la impresión; se dio cuenta de que Jero estaba aferrado con todas sus fuerzas al muro, como un gato asustado. De hecho, estaba un poco pálido. Aún así, al cabo de unos instantes, se separó e, incluso, logró sonreír: - Ha sido como en las películas, ¿eh? - Con menos glamour, ellos no parecen a punto de vomitar - apostilló La princesa. - Creo que la prefería cuando se estaba calladita - masculló Tania.

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En lo que ellos habían reaccionado, el director ya había abierto la puerta. Se quedó sonriente junto a ella, mientras ellos penetraban en la inmensa sala que había sido arreglada para convertirse en una especie de museo casero. Había de todo. Desde pinturas, hasta joyas, pasando por todo tipo de armas, estatuas y un montón de cachivaches que parecían viejos, pero que no tenía ni idea de qué podían ser. Sintió que la boca se le abría irremediablemente. Ni siquiera podía dejar de moverse entre aquellos objetos, sorprendiéndose a cada instante, pues era mirar hacia cualquier lado y ver una maravilla más asombrosa que la anterior. ¿Qué narices significaba aquello?

Oh, míralos, seguro que no tienen ni idea de lo que están contemplando... Ariadne no estaba de acuerdo y, de hecho, se sentía no sólo irritada, sino violenta. Aquel lugar era una especie de santuario para ella, siempre acudía ahí cuando se encontraba mal, siempre encontraba consuelo entre aquellas paredes y no soportaba que dos desconocidos lo estuvieran viendo. Ellos no podían comprender, nunca entenderían lo que de verdad significaba ese lugar y, para ella, era como profanarlo. - ¡Oh, alucina! - exclamó de pronto Jero.- ¡Pedazo de armadura! ¡Es súper bonita! - Créeme, eso es lo de menos - apuntó. - ¿Qué quieres decir? - inquirió el chico. - ¿Por qué no les explicas todo, Ariadne? Felipe, que estaba a su lado, le dedicó una sonrisa afable y ella puso los ojos en blanco. Esperaba que no estuviera intentando que hiciera amiguitos... Básicamente porque iba listo, ¿qué tenía ella en común con aquellos dos? No podía ser más distinta. No obstante, avanzó hacia donde estaba Jerónimo Sanz para quedar frente a la armadura y, así, contemplarla en todo su esplendor. Era uno de sus favoritos. Le dedicó una sonrisa sincera, antes de hacer un gesto casi imperceptible a modo de saludo. Entonces la armadura ladeó el casco un poco, devolviéndole el detalle a su manera. Jerónimo soltó una exclamación. - Fue una de las armaduras que se usaron en el rodaje de La bruja novata - explicó con voz distante, más recordándose a sí misma la historia que informando a los otros dos.- Nunca hemos tenido muy claro cómo sucedió, pero la cuestión es que cobró vida. Ahora puede moverse, piensa... Es un objeto encantado, como todos los que hay en esta sala. - ¿Encantados? - repitió Tania, incrédula. - ¿Encantados como malditos? - quiso saber Jerónimo. - A veces - asintió distraídamente.- Existen objetos que acaban desarrollando una serie de cualidades, además de vida propia. A veces esas cualidades son inofensivas, otras útiles... La mayoría de las veces son peligrosas. Mortales - hizo una pausa, volviéndose hacia ellos para mirarles con aire fúnebre.- Es decir, en la mayoría de los casos esos objetos están malditos, por lo que la gente intenta usarlos para salirse con la suya... O, simplemente, para hacer daño. - ¿La caja de música es uno de esos objetos? Era la primera vez que Tania Esparza preguntaba algo con sentido. Por eso se fijó en ella. Había palidecido un poco, como si empezara a entender toda la situación, como si, por fin, le estuviera creyendo. - Por eso se la robé al amigo de tu padre. Es muy peligrosa. - ¿Tú se la robaste a Álvaro? - repitió, asombrada. - No me hice ningún esguince. Simplemente aproveché la oportunidad para tener una excusa para estar desaparecida - se encogió de hombros, era algo normal en su trabajo.- Luego, simplemente la robé y la traje aquí. - ¿Está aquí?

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- Todavía no tenemos muy claro cómo romper la maldición - le explicó Felipe; tenía el ceño arrugado, señal inequívoca de que seguía dándole vueltas al tema.- De momento la tenemos en una caja de seguridad, lejos del alcance de personas. - ¿Qué hace exactamente? - Oh, Perrault siguió la máxima de si la chica no es mía, no será de nadie - explicó, al tiempo que movía la cabeza de un lado a otro.- Se enamoró de una joven aldeana y no aceptó con elegancia el rechazo. En su lugar, recurrió a las artes oscuras para vengarse. Hechizó la caja, se la regaló y la pobre muchacha cayó en coma hasta que murió. - De ahí sacó su Bella durmiente - puntualizó Felipe. - Todo aquel que escucha su música cae en coma. De pronto, el silencio se hizo entre todos ellos. Ariadne empezaba a sentirse cansada. Seguía llevando los zapatos de tacón, por lo que comenzó a sentir las mudas protestas de sus pies... A decir verdad, sólo quería ponerse algo cómodo y tirarse en su cama a leer un buen libro, quizás ponerse a ver una película o una serie. Aún tengo pendientes los capítulos de Supernatural y The vampire diaries de esta semana... - Disculpad, pero... Todavía hay cosas que no entiendo - el que hablaba era Jerónimo, que se paseaba de un lado a otro con aire pensativo.- ¿Qué tiene que ver el que usted sea el Rey de los ladrones con...? Bueno, con todo esto. - Verás - por suerte, Felipe tomó la iniciativa.- Existe una sociedad secreta de ladrones, que yo dirijo y cuya principal misión es encontrar objetos malditos para deshacernos de ellos. - Somos la versión real del Almacén trece - bromeó ella. Ninguno de los demás entendió la referencia, por lo que la ignoraron y Ariadne se contentó con encogerse de hombros una vez más. Ellos se lo perdían, desde luego. Jerónimo pareció quedarse contento con la explicación, ya que, simplemente, asintió, antes de perderse en las maravillas que guardaba aquel lugar. Sin embargo, había otra persona que no debía de estar satisfecha porque preguntó con un hilo de voz: - Si vosotros no tenéis a mi padre, entonces... - Sólo podemos hacer conjeturas, me temo - asintió Felipe. - ¿Pero tenéis alguna teoría o algo? Al escuchar a Tania, compartió una mirada con Felipe, antes de humedecerse los labios y responder. Ya puestos a que conociera la situación, que lo hiciera de verdad. Bien pensado, si ella estuviera en la situación de Tania Esparza, le gustaría que le contaran absolutamente todo. - Es sólo una mera teoría, no hay pruebas de que sea cierta... - Dímela - pidió la muchacha. - Si nosotros, que somos ladrones, luchamos por recuperar objetos malditos para impedir que hagan daño, otro grupo de personas busca exactamente lo contrario. Es decir, hay otra organización secreta cuyos fines son conseguir esos objetos y utilizarlos para causar daño, para herir, torturar... Matar - frunció el ceño, asqueada ante aquella palabra.- Siempre sacando un beneficio de todo ello, claro está. - ¿Quiénes? - Asesinos. Les llamamos así. - No suenan muy amigables - apuntó Jerónimo. - No, no lo son - asintió Ariadne con sequedad. No era precisamente su tema de conversación favorito.- Son peligrosos, rastreros, sin escrúpulos... Ni siquiera respetan el valor de la vida humana. Son eso, asesinos, seres despreciables. Volvieron a quedarse en silencio una vez más. - Bueno, creo que es suficiente por hoy - intervino, de nuevo, Felipe.- Es tarde, será mejor que vayamos a dormir. Mañana podemos seguir hablando del tema, ¿de acuerdo? Volvió a abrir la puerta para que todos salieran. Ella se quedó algo rezagada para echar un último vistazo a los objetos que descansaban en la habitación, dedicándoles una breve sonrisa.

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- Buenas noches, chicos - susurró. Después cerró la puerta tras ella, antes de seguir a los demás por los pasadizos. Una vez en el despacho del director, Felipe la apartó un poco para tener cierta intimidad. Le acarició el pelo con delicadeza, sin dejar de sonreírle. - Lo has hecho muy bien - Ariadne se encogió de hombros, indicándole que no era para tanto.- Voy a llevarles a una habitación de la tercera planta para que no les vean - le dedicó otra sonrisa, acariciándole la mejilla.- Buenas noches, preciosa. - Buenas noches. Vio marchar a la comitiva por un lado, antes de que ella se dirigiera por el otro hasta llegar a su habitación. Nada más alcanzar la puerta, se quitó de nuevo los zapatos de tacón y entró en el dormitorio. A pesar de la penumbra, se percató de que había alguien echado sobre su cama. Su corazón comenzó a latirle con velocidad. ¿Sería él? Sólo puede ser él. Sin ni siquiera soltar los zapatos, se tiró sobre la cama para abrazar al hombre que estaba tumbado en ella. Le resultó extraño que estuviera tan flaco, juraría que Colbert era bastante más ancho... Y musculoso... - Siempre he sabido que estabas loca por mí. Se separó automáticamente. Aquella voz sarcástica y socarrona no era de Colbert, sino del pesado de Deker Sterling. Ya se estaba pasando, eso podía considerarse acoso... Y la cabreaba de sobremanera. Por eso, alzó la mano con rapidez para soltarle una buena hostia, pero el muchacho la sujetó de la muñeca antes de que alcanzara su cara. - Ah, ah, preferiría que no hicieras eso. - ¿Qué haces en mi cama? - Esperarte. - Lárgate. - ¿Qué pasa? ¿No te resulta romántico? ¿O el problema es que sí que te lo parece? Venga, admite que lo es. Tu cama, la oscuridad, la luna entrando por la ventana... Ese impresionante vestido negro... Hablaba con suavidad, dándole a su voz un nuevo matiz, como si fuera ligeramente distinta, más íntima, como si sólo la usara con ella. A decir verdad, la impresionó un poco, pero, claro, no es que lo fuera admitir jamás. De pronto, sintió que Deker se echaba hacia delante, de hecho sus cuerpos se encontraron, pero lo único que hizo fue encender la luz. Entonces Ariadne descubrió que Deker estaba sonriendo, parecía satisfecho, incluso su sonrisa había admitido un cariz lascivo. La miró de pies a cabeza de forma nada sutil, lo que haría que cualquier chica o se sintiera halagada o violenta, aunque Ariadne sólo sintió que su enfado aumentaba. - Definitivamente te queda mejor con luz. - Pues tú estás mejor a oscuras. Y fuera de aquí, a ser posible. - La próxima vez que te escapes al pueblo, avísame. - ¿Para qué? ¿Para tener que soportarte? No, gracias - Deker fue a abrir la boca, pero ella se le adelantó.- Espera, ¿no irás a decir algo tan manido como para protegerte o algo así? ¿Verdad? - No. - ¿De veras? Venga, caeré: sorpréndeme. - Sólo quiero emborracharme y, quizás, emborracharte a ti. Quizás, así, dejes de esforzarte tanto y admitas que te gusto, aunque sólo sea un poco - se acercó un poco a ella, mirándola a los ojos sin temor, sin duda.- Bueno, supongo que, en realidad, sólo quiero estar contigo. Durante un instante, quedó noqueada. Nunca, nadie, le había dicho algo así. Sin embargo, no tardó ni un segundo en recuperarse. Sonrió, ladeando ligeramente la cabeza, por lo que su larga melena se le escurrió por un hombro. Después, le agarró de la camiseta negra, acercándolo a ella.

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- Eso que has dicho... - ¿Si? - ¿Se lo dices a todas? - Deker curvó los labios a un lado, divertido, con aire de cara dura, como si le hubieran pillado en un crimen del que se enorgullecía en vez de avergonzarse.- No me llevo especialmente bien con las chicas de este sitio, ¿sabes? Pero tengo oídos y cuando marujean, me entero. Es decir, conozco tu lista de Grandes éxitos. - Oh, yo no las consideraría Grandes éxitos, simplemente canciones de un buen disco. - Pues no vas a añadir esta aria a tu repertorio. - Nunca digas nunca jamás. Enarcó una ceja, antes de echarle de la cama de una patada. Deker se rió, mientras se ponía en pie de un salto. Le guiñó un ojo, chasqueando la lengua, antes de dirigirse hacia la puerta, no sin antes añadir: - Te has puesto muy elegante para ir al pueblo, por cierto. Y, sin añadir nada más, se marchó. Ariadne soltó un suspiro, tumbándose en su cama. Estaba tan cansada. Ese maldito chico la alteraba, la irritaba y siempre, absolutamente siempre, la dejaba exhausta, aunque debía admitir que era divertido. Suponía todo un reto hablar con él, algo que no le sucedía tan a menudo. Cerró los ojos, sonriendo de nuevo. - ¿Cuándo piensas salir, eh? - Cuando me calme lo suficiente para no ir detrás de ese insolente y darle su merecido. Colbert salió del armario con el ceño fruncido y sin dejar de gruñir, lo que se le antojó a Ariadne realmente divertido. No obstante, de pronto, se dio cuenta de algo que casi se le pasó por alto, pero que era muy, muy importante. - ¡Estás celoso! - ¿Pero te has fijado en su desfachatez? El joven comenzó a pasearse de un lado a otro rumiando cosas sobre Deker, sin prestar atención a nada, tan sólo a odiar al chico. Ariadne se puso en pie de un salto, recorrió el espacio entre ellos a toda velocidad hasta acabar encaramada en Colbert: le rodeó la cintura con las piernas, sostuvo su rostro entre las manos. Le miró fijamente a los ojos antes de estampar sus labios contra los de él, propinándole aquel ansiado beso. Colbert, al principio, se quedó muy quieto, asombrado, pero después se abandonó a la calidez de Ariadne, a la pasión del beso. Llevaban años esperándolo.

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Capítulo 13 “Dime lo que quiero oír”

De alguna manera habían encontrado el camino hacia la cama, donde estaban los dos tumbados sin dejar de besarse, casi absorbiéndose como si la vida les fuera en ello. ¿Cuánto tiempo había fantaseado con aquello? A pesar de sentir la boca de Colbert sobre la suya, no terminaba de creer que por fin estuviera sucediendo. De pronto, casi como si le estuviera leyendo la mente, el joven se quedó muy rígido y se separó. Ya sabía yo que era demasiado bonito... Colbert se sentó, pasándose una mano por su pelo negro, dándole ligeramente la espalda, aunque ella se quedó muy cerca, esperando. - Soy tu guardián, Ariadne. - No entiendo por qué lo repites tanto. Ni que yo no lo supiera. Se hizo el silencio. Colbert plantó los pies en el suelo, enterrando la cabeza entre las manos, mientras Ariadne resoplaba, impaciente. ¿Es qué iban a estar así toda la vida? Podría tener tan solo dieciséis años, pero ya estaba cansada de aquel bucle infinito. Parezco la protagonista de un procedimental, hay algo, pero nunca arranca. - Tú eres la princesa, yo el guardián - insistió el joven, angustiado.- Ahí debería quedarse la relación, lo sabes tan bien como yo...- se le quebró la voz.- Además, le debo tanto a tu tío... No quiero decepcionarle, Ariadne. Podría hacerlo con cualquiera, menos con él. Y lo sabes - la miró por encima del hombro, clavando sus ojos francos en ella.- Lo sabes tan bien como yo. - Colby...- susurró ella, mientras le cogía de una mano.- Mi tío no es como los otros. Lo entenderá. Nos apoyará. - Las reglas de los ladrones no deben quebrantarse. - Somos ladrones, está en nuestra sangre - sonrió ella, divertida.- ¡Oh, venga, Colby! Sabes tan bien como yo que tan sólo hay una regla que jamás podría romper un ladrón... Y no tiene nada que ver contigo y conmigo. Colbert se echó a reír. - ¿Colby? ¿Hacía cuánto que no me llamabas así? - Demasiado - asintió con un gesto. El joven se tumbó en la cama y Ariadne comprobó que Colbert estaba sonriendo para sus adentros, además de tener la mirada de aquel que está recordando. Le imitó, acurrucándose a su lado, al mismo tiempo que sus labios también se curvaban, puesto que sabía que estaban compartiendo el mismo recuerdo: el del día en que se conocieron.

Era verano, uno especialmente caluroso, de esos de calor pegajoso y agobiante que parecía llevar adherido al vestido, a la piel. Ariadne tenía seis años. Aquel día se había puesto un ligero vestido de lino blanco que, como único adorno, tenía un lazo azul claro a la altura del pecho. Su tío intentaba que luciera prendas más trabajadas con muchos volantes y muchas florituras, pero ella las detestaba: eran incómodas, pesadas e impedían que pudiera correr por el jardín. Le encantaba aquel jardín. Lo había adorado desde que dos semanas atrás había llegado a aquel inmenso castillo. Desde que tenía memoria le habían enseñado que era una princesa. La princesa de los ladrones. También le habían indicado que aquello conllevaba una serie de responsabilidades, ya que algún día dirigiría el clan al ser la única heredera. Sin embargo, a pesar de eso, jamás había vivido en un castillo... Hasta ese verano.

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A decir verdad era un internado, pero acababan de contratar a su tío como profesor y, entre otras cosas, le ofrecían el vivir ahí. A ella la idea le encantaba, le gustaba aquel sitio, tenía un encanto especial y la hacía sentirse la protagonista de un cuento de hadas. En aquellos momentos estaba sentada en el tiovivo de brillantes colores que daba vueltas y más vueltas tras que ella lo impulsara con el pie. El larguísimo pelo castaño se le agitaba entorno al rostro, la falda se arremolinaba a sus piernas y, lo más importante, se sentía tan libre y tan viva, casi como si fuera un pájaro o parte del viento. Esa era su sensación favorita en el mundo, el sentirse tan libre. - Ah, Ariadne, ahí estás. Deslizó un pie a la tierra para clavarlo y detener el tiovivo con precisión. Entonces se aferró a las barras de colores que servían para agarrarse y sonrió a su tío, que se acercaba a ella. Por aquel entonces tan solo tenía diecinueve años, era prácticamente un chaval. Normalmente, Ariadne habría corrido hasta él para darle un abrazo entre risas, pero se percató de que alguien le acompañaba: un desconocido. En los dos años que llevaba junto a él, había aprendido a ser precavida y cuidadosa, si se precipitaba podía equivocarse y, entonces, no podría interpretar el personaje adecuado si se terciaba. Su tío y el desconocido se detuvieron frente a ella. - No pienses que es tan buena como aparenta - le dijo su tío al otro, divertido.- Ariadne, tranquila, es uno de los nuestros... Se sintió mucho más relajada al escuchar aquello. - ¿Y por qué me lo presentas? - inquirió, entrecerrando los ojos. El desconocido pareció sorprenderse, aunque permaneció callado, no como su tío que la miró con cariño, incluso orgullo. - Es muy perspicaz - explicó como si ella no estuviera ahí. Sin embargo, tuvo la cortesía de volver a tenerla en cuenta justo después.- Al final he decidido que, durante un tiempo, viviremos en el pueblo. Así podremos entrenarte como es debido sin levantar las sospechas de nadie. - ¿Él va a ser mi maestro? - También es impaciente. - Ya veo...- asintió el desconocido, apretando ligeramente los labios.- Tendremos que trabajar en eso, un ladrón no puede ser impaciente. - Ariadne - volvió a hablar su tío, señalando a su acompañante con un gesto.- Te presento a Colbert James, desde ahora él es tu guardián. Te protegerá de todo, estará contigo siempre para cuidar de ti. Fue entonces cuando decidió fijarse en él. Colbert no era más que un muchacho. Calculaba que tendría unos catorce años y ella se equivocaba pocas veces en aquellos temas, al fin y al cabo la estaban educando para saber calar a la gente. Era alto, flacucho, de pelo negro y ojos sinceros. No sabía exactamente por qué, pero se dio cuenta de que Colbert James le gustaba, le gustaba mucho. - Prometo ser muy buena, Colby - le sonrió.

- Como detesté que me llamarás así... La voz de Colbert la sacó de su propio recuerdo. Alzó un poco la mirada, lo suficiente para poder contemplar su rostro relajado. Frunció un poco el ceño, señalándole con un dedo, para añadir en tono de reproche: - Eh, siempre te ha encantado. - Después sí, pero al principio... - Muy, muy al principio - insistió ella, divertida.

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Colbert le sonrió, encogiéndose de hombros, por lo que Ariadne comenzó a golpearle sin compasión y a hacerle cosquillas.

Había tenido que acompañar a Felipe en un robo, lo que normalmente le gustaba, aunque desde que eso suponía tener que abandonar a Ariadne, ya no le emocionaba tanto. Se había dado cuenta la vez anterior, pero lo había achacado a que no le gustaba dejar su trabajo. No obstante, en aquella ocasión se había percatado de que no era eso: lo que no le gustaba era que otro protegiera a Ariadne porque ningún otro lo haría tan bien como él. ¿Y si le ocurría algo en su ausencia? ¿Y si no volvía a verla? Aquellas ideas tan angustiosas le habían torturado durante toda la misión y, de hecho, había tenido que regirse por la obstinación para no tener que llamar a casa cada cinco minutos. Echaba de menos a Ariadne, la añoraba mucho. Llevaba ya un año cuidando de ella y cada día que pasaba se sentía más fascinado por ella. No era la única niña que conocía, lo que le hacía ver lo especial que era: podía tener siete años, pero era endemoniadamente lista y astuta y madura... Cuando llegaron a la casa, vio que Ariadne estaba sentada en un columpio. Se había recostado contra la cadena y se columpiaba con levedad, de forma distraída, mientras devoraba el libro que tenía entre las manos. Estaba tan abstraída que ni siquiera se dio cuenta de que habían llegado, lo que le resultó encantador. Pero, de repente, alzó la mirada. Entonces le dedicó una radiante sonrisa. Antes de que pudiera darse cuenta, Ariadne salió corriendo hacia él y le abrazó. Colbert, simplemente, sintió que lo estrechaba. Lo único que alcanzó a ver fueron sus larguísimos cabellos flotar tras ella. Parecían de oro gracias al brillante sol de verano. - ¡Oh, Colby, te he echado tanto de menos!

Ese fue el día en que empecé a adorar ese mote. Nunca se lo había contado a Ariadne, nunca le había dicho tantas cosas... Aunque, claro, eso no parecía representar un inconveniente para ella, que siempre sabía lo que le ocultaba. Jamás le había dicho que la amaba, no podía hacerlo, a pesar de que creía que su pecho iba a estallar cada vez que la veía. Tampoco importaba, pues ella lo sabía. Ariadne parecía saber todo sobre él y eso le causaba multitud de problemas, bueno... A decir verdad era Ariadne quien solía provocar los desastres, tenía aquella maldita manía de actuar de corazón y no con la cabeza. Volvió a sonreír para sí. Adoraba eso de ella, su forma de pensar, sus locas ideas, su valor... El problema era que no estaban en posición de olvidarse de la razón. - ¿En qué estás pensando? - inquirió la chica. - En la de problemas que sueles crearme. - ¿Qué sería de la vida sin problemas? - Ariadne se encogió de hombros un instante, antes de incorporarse, clavando la mirada en él. Había fruncido tanto el ceño como los labios, señal inequívoca de que le iba a dar una lección magistral.- ¿Quieres que te lo diga? Ladeó la cabeza, resignado. No existía persona en el mundo que hiciera callar a Ariadne Navarro una vez había comenzado a hablar o, por lo menos, eso creía. También solía pensar que en otra vida fue una sindicalista o una política o, quizás, una feminista muy, muy activa. - Sorpréndeme.

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- Un completo coñazo. En las series, en los libros, nos aburrimos si no ocurre nada, si todo es felicidad, mariposas, arco iris y esas cursiladas - se calló un momento, sonriéndole de forma juguetona.- Los problemas son divertidos. Las chicas problemáticas somos la leche. - Y tú eres la más problemática de todas. - ¿Acaso eso es malo? - Si estuviéramos en otra situación, no - contestó tajantemente, incorporándose también él antes de que su debilidad le hiciera caer.- Pero no lo estamos, Ariadne, y nunca lo vamos a estar. Sabes bien lo que soy... - ¡Arg! Tras el resoplido, Ariadne se tumbó en la cama, visiblemente hastiada. - ¿He de recordarte lo que soy? ¿Lo qué dirán? - No - respondió fríamente la muchacha, sentándose de nuevo, al mismo tiempo que se apartaba el pelo de la cara.- Has de admitir de una vez lo que sientes por mí y dejarte llevar - se echó hacia delante, arrodillándose.- Colbert...- le agarró de la camiseta, mirándole a los ojos con intensidad, muy seria.- Dime lo que quiero oír. Por favor, por una vez, aunque sea sólo por una vez, dímelo. Te quiero. - Tengo que irme, princesa. Suspiró una vez más, antes de inclinarse levemente sobre ella. Le acarició la cabeza, después deslizó los dedos por un mechón de pelo. Estuvieron mirándose durante todo el rato, pero, al final, él se marchó sin más, sin ni siquiera darle opción a réplica.

Ariadne se quedó tal y como estaba durante unos segundos. No dejaba de mirar la puerta cerrada por la que se había ido Colbert, sintiendo que aquel beso que le había dado todavía vibraba en sus labios. Y siempre regresamos al punto de partida. Se tumbó una vez más, suspirando, estaba tan cansada por todo, tan harta, que acabó sumiéndose en sus propios recuerdos de nuevo.

Hacía ya un año que las cosas habían cambiado. Su tío había culminado su meteórica carrera convirtiéndose en el director del internado Gustavo Adolfo Bécquer, lo que significaba que, además de ser el director más joven, lo era de uno de los mejores centros del país. Por eso, hacía un año que Ariadne no vivía en el pueblo junto a su tío, a la gente que iba y venía y, sobre todo, junto a Colbert. Había acabado interna en el colegio Bécquer junto a su tío, aunque oficialmente Felipe era su padre. El lugar le gustaba, la falta de libertad y el ambiente todo lo contrario. No encajaba entre sus compañeros de clase, ni siquiera esgrimiendo el disfraz de hija responsable e inofensiva del director. Aunque lo que peor llevaba era el no ver a Colbert todos los días. Aquella mañana al despertar volvió a acordarse de él, en aquella ocasión más que otras veces, puesto que era un día especial: era su cumpleaños. Desde su séptimo cumpleaños todos habían comenzado igual: con su tío acudiendo a despertarla de forma escandalosa, mientras Colbert contemplaba la escena entre hastiado y divertido. Aquella mañana al despertar estaba sola. Agitó la cabeza, no iba a permitir que nada la deprimiera, por lo que acudió al cuarto de baño que tenía en su habitación y, tras ducharse, se puso el uniforme. Miró su reloj, aún le quedaba tiempo hasta la primera clase, así que encendió la cadena de música y se sentó en su

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escritorio, donde tenía un pequeño espejo circular que usaba a modo de tocador. La música de Sum 41 le entretuvo mientras se desenredaba la larga cabellera para después trenzársela hacia un lado. Estaba entretenida con aquello cuando, de pronto, la puerta de su dormitorio se abrió y Colbert entró blandiendo la sonrisa más encantadora que ella alguna vez había visto. Pudo verlo a través del reflejo del espejito. Justo en ese momento su corazón dio un vuelco. Acto seguido, la silla donde estaba sentada también lo hizo, puesto que se puso en pie de un salto. - ¿Qué haces aquí? - Es tu cumpleaños. Ladeó la cabeza, sin poder dejar de sonreír como si fuera idiota. Lo hacía sólo porque Colbert estaba ahí, porque estaba escuchando su voz... Porque había recordado su cumpleaños. - Siempre estoy contigo en tu cumpleaños, ¿recuerdas? - añadió el chico, encogiéndose de hombros. Los sentimientos de Colbert debían de ser tan intensos como los de ella, puesto que comenzó a cambiar el peso de su cuerpo de un pie a otro, nervioso.- ¿No me vas a decir nada? ¿Ni siquiera si te he traído un regalo? - Contigo me basta. Escuchó que comenzaba la canción “With me” que en inglés quería decir “Conmigo” y no pudo más que alegrarse. Era una banda sonora acojonante. “No quiero que este momento termine, donde todo es nada sin ti”. Definitivamente aquella tenía que ser su canción. Aquel tenía que ser su momento porque era perfecto. Aquel romanticismo absurdo e idiota que solía guardarse para sí, la inundó. ¿Para qué contenerse más? Era imposible controlar lo que sentía. Era imposible controlar que sus palpitaciones se dispararan sólo con verle, era imposible dejar de soñar con él... Aunque fuera un tópico, un elemento socorrido en la literatura, en las películas y en la música, no podía ser más cierto que no se podían poner diques al mar. Por eso, cuando Colbert le tendió un paquete, lo cogió. Sus manos se tocaron. Ella alzó la mirada. Un instante de silencio. Al final, susurró: - Estoy enamorada de ti. Te quiero, Colbert. Lo que ella deseaba en realidad era lanzarse a su cuello, comerle a besos, pero conocía al chico lo suficientemente bien como para saber que estaría aturullado. Necesitaba procesar esa información, necesitaba admitir que él también la quería a ella. Al mirarle a los ojos, Ariadne supo que sus sentimientos eran correspondidos, supo que Colbert la amaba... Y también supo que el cuento de hadas tendría que esperar, primero tendría que soportar la novela de amores imposibles. Colbert la atrajo contra él, abrazándola con demasiado ímpetu, acariciándole el cuero cabelludo con la barbilla. Ariadne se quedó sin respiración. A pesar de sus cumplidos quince años, tuvo claro que aquello era como un beso apasionado. Era la forma de Colbert de besarla sin comprometer su posición como guardián, sin traicionar la confianza que su tío había depositado en él al pedirle que cuidara de ella. - Ariadne...- murmuró con un hilo de voz.- He venido a decirte adiós. Me marcho. - Lo acabas de decidir ahora. - No... - No te he preguntado, Colbert - le interrumpió con suavidad, sabía perfectamente lo que rondaba la cabeza del chico en aquel momento.- Lo he afirmado - se separó un poco para clavar los ojos en él con sinceridad.- No huyas de mí. Silencio. - Sabes que te voy a esperar. Creo que me enamoré de ti el día en que te conocí, es decir, te he esperado... Nueve años. Como si he de esperar otros tantos - hizo una pausa.- ¿Sabes qué?

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Podrías decírmelo. Venga, dímelo, aunque sólo sea porque es mi cumpleaños - enarcó una ceja y torció los labios hacia un lado, sonriendo.- Y no te hagas el tonto porque lo sé. Sé que me quieres y que eso te asusta y que por eso huyes. Colbert abrió la boca. Durante un instante, Ariadne creyó que iba a poder escuchar aquellas palabras, pero, al final, el chico dijo: - Me gusta mucho tu pelo, princesa. Decidió tomárselo como un sinónimo.

Más de un año después había conseguido el ansiado primer beso, aunque aquellas dos malditas palabras se le estaban resistiendo. ¿Por qué tenía que ser tan responsable? ¿Por qué tenía que ser tan recto? Ya te he robado un beso, podré robarte una confesión. Al fin y al cabo soy una gran ladrona. Y pensando aquello Ariadne se quedó dormida.

¿Dónde estaba? Bueno, a eso sí que podía responder: en aquella maldita celda. ¿Cuánto llevaba ahí? Ni idea. Había perdido la noción del tiempo. El reloj que descansaba en su muñeca había acabado hecho añicos tras las torturas y ya no funcionaba, tampoco había visto un periódico o un calendario... Ni siquiera tenía una ventana cerca para saber si era de día o de noche. Sólo esperaba que Tania estuviera bien. Por favor que estuviera segura en aquel internado. No obstante, tampoco encontraba consuelo en aquella idea. Le habían traicionado, una de las personas en las que más confianza había depositado, le había traicionado y lo torturaba cada día, cada hora... Ni siquiera eso sabía. Sólo esperaba que tuviera la humanidad suficiente para dejar a Tania alejada de todo aquello, al fin y al cabo ella era una chica inocente. Aunque, claro, tampoco lo sería cuando, gracias a él y a sus pistas, intentaría rescatarle y, para ello, contaría con la ayuda de aquella persona desalmada. Apenas pudo ahogar un sollozo, la idea de que había arrastrado a su hija a la boca del lobo le desgarraba. Escuchó la puerta. Su amigo había vuelto. - Dime lo que quiero oír.

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Capítulo 14 Fianchetto

Cuando Tania despertó en aquella pequeña habitación, lo primero que hizo fue buscar algún reloj en el dormitorio. Al lado de la cama, sobre la mesilla de madera oscura, había un despertador digital que le informó de que eran las doce y diez de la mañana. El que fuera tan tarde la escandalizó un segundo, aunque luego recordó la noche anterior: la fiesta, las revelaciones, el ansia y el no poder dormir... Bien pensado debería haber dormido hasta media tarde... Se pasó una mano por el pelo, bostezó un poco y se puso en pie. Había tenido que dormir en ropa interior, lo que en aquel momento ni siquiera le había importado, pero acababa de percatarse que no podía pasearse por el internado con el vestido de noche. Sin embargo, apenas se preocupó, pues no tardó ni un instante en localizar un montón de ropa. Seguía sin confiar del todo en aquella gente que decían ser una especie de Robin Hood modernos y altruistas, pero, la verdad, eran amables y detallistas. Sobre las prendas había una nota escrita con pequeña y elegante caligrafía que no reconoció.

He supuesto que preferirías llevar algo más cómodo que el vestido, así que te dejo unas cuantas cosas mías. Por supuesto, no es algo que Erika o cualquier otra chica popular llevaría, tienen personalidad y eso, pero tampoco soy una doncella del Rizt. Si no te gustan o no quieres aceptar mi ayuda, bien, seguro que más de uno se alegra de verte en ropa interior. Ah, por cierto, tu amigo ya ha despertado. Estaremos en mi habitación esperándote. Por si no te has dado cuenta, Ariadne.

¡Cómo para no darse cuenta de que era La princesa de hielo! Esa chica tenía un tono tan particular que resultaba imposible no saber que era ella. Torció el gesto. La verdad era que no le apetecía en absoluto el aceptar la ayuda de la princesita, pero no tenía otra. La nota no mentía: aquella ropa no era ni de su estilo, ni del de Erika y sus amigas, que siempre iban tan bien vestidas. Al final, entre todas las prendas, se decantó por unos pantalones negros (a los que quitó el ancho cinturón con tachuelas cuadradas) y una camiseta blanca, con un intrincado diseño en negro, de manga corta y escote tan ancho que un tirante se le caía del hombro hasta medio brazo. Bueno... Al menos he logrado no parecer ni una gótica, ni una barriobajera. Tras desenredarse el pelo, se dirigió hacia la habitación de la chica. En la puerta encontró un post-it azul pegado con una serie de letras a las que no le encontró sentido. Aún así, lo cogió y entró en el dormitorio, cerrando la puerta tras ella. Se encontró a La princesa de hielo espatarrada en su propia cama, visiblemente absorbida por el libro que tenía entre las manos: La caída de los gigantes de Ken Follet. De repente, le recordó a alguien que conocía. Llevaba un pantalón de chándal negro con rayas blancas y una sudadera fucsia. - Curioso - dijo entonces la chica, sin ni siquiera alzar la mirada del libro.- Tania Holmes tampoco llama a la puerta, ¿pero qué os enseñan en vuestras casas? - A robar museos no, desde luego. - Siempre me he alegrado de tener una educación tan exquisita y única. La fulminó con la mirada, volviendo a sentir unas ganas inmensas de abofetearla. Pudo controlarse lo suficiente para darle la nota, aunque tampoco se molestó en ocultar lo poco que le gustaba estar ahí.

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- He encontrado esto en la puerta. Supongo que es para ti. La princesita cerró el libro y tomó el post-it con una extraña expresión en su rostro. Durante un instante, contempló aquel extraño mensaje y, al siguiente, se puso en pie de un salto para acudir a su escritorio. En una esquina de éste había un tablero de ajedrez con las fichas puestas como si se estuviera jugando una partida... O esa impresión le dio a Tania, que no tenía ni idea del tema. - Yo que tú ni me acercaría - le dijo Jero, que estaba sentado frente al ordenador.- Antes he ido a tocarlo y he temido por mi vida. La princesa de hielo movió una ficha blanca y se quedó contemplando el tablero. Tania se asomó por encima de su hombro. No entendía nada, pero no por ello dejaba de sentir curiosidad. ¿Había movido el alfil o era la dama o el rey? - ¿Por qué mueves ese ficha? - inquirió. - Las fichas son para el parchís - le informó la chica con irritación y sin mirarla.- En el ajedrez se utilizan piezas. - Vale. ¿Por qué mueves esa pieza? - En realidad yo no he sido - se volvió hacia ellos, mostrándoles el post-it.- Alguien está jugando una partida de ajedrez conmigo. Recibí una nota con un movimiento y decidí llevarle la corriente - hizo una pausa para mirarla.- ¿Has visto quién la ha dejado? - No. Ya estaba ahí cuando llegué. - Lo suponía - suspiró, agitando la cabeza. - ¿No sabes contra quién juegas? - quiso saber Jero. - Sólo sé que es muy bueno. Es inteligente...- hizo una pausa, contemplando el tablero de nuevo.- Ni siquiera sé como hace exactamente para saber mis movimientos... - Se colará en tu habitación. - Cada vez que me voy, no sólo la cierro con llave, sino que dejo trampas para averiguar si alguien ha entrado o no - le explicó, encogiéndose de hombros.- He incluso he llegado a dejar la web cam del ordenador grabando y nada. - ¿Puede preverlos? - Lo dudo mucho. - ¿Qué pasa? - preguntó Tania, hastiada.- ¿Nadie puede penetrar en tu súper mente o algo así? ¿Eres demasiado lista como para eso? La princesa la miró con desdén. - No. Nunca he jugado con quien quiera que sea o reconocería su estilo - le explicó con cierta tirantez.- Tampoco he participado jamás en ningún torneo, ni siquiera en el que organizan aquí todos los años... Es decir, es imposible que me haya visto jugar y, por tanto, es prácticamente imposible que sepa tanto de mí como para preveer mis movimientos. - Ah... Cerró los ojos. De repente se sintió tonta. - Su último movimiento se denomina Fianchetto - observó la muchacha, empleando de nuevo aquella voz distraída.- Ha movido el alfil a esta posición - les mostró una casilla blanca.- Sin embargo, no sé por qué lo ha hecho: si para liberar el alfil y darle más movimiento o, por el contrario, si enrocará... - ¿Enrocar? - preguntó Jero. - El enroque consiste en proteger al rey. Se mueve el rey dos escaques - tras señalar el rey blanco, le indicó la posición del tablero en la que quedaría.- y la torre salta por encima de él para quedar justo a su lado. - Si hace eso, ¿no quedará el rey todavía más protegido con ese alfil? - Bravo, Watson - le sonrió la princesa, asintiendo.- El fianchetto y el enroque son jugadas que se complementan bastante bien. - ¿Es tan importante la partida de ajedrez? - preguntó Tania. - No, no comparada con la situación de tu padre.

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Por extraño que sonase, La princesa de hielo parecía sincera. De hecho, la chica se limitó a mover una pieza negra, antes de concentrarse en ella. - He estado pensando - le informó. - Bien - asintió la princesa, apoyándose en la mesa.- ¿Tenéis preguntas? - Yo sí - Jero se reclinó en aquella silla de oficina, nunca lo había visto tan serio, parecía casi hasta mayor.- Dijiste que esos objetos pueden ser malvados y que intentáis destruirlos para impedir que siembren el mal. ¿Correcto? - Correcto. - Entonces, ¿por qué abajo tenéis un museo? ¿Por qué los guardáis? La princesa de hielo arrugó un poco los labios, entre divertida y pensativa. Seguramente Jero le había sorprendido con aquella pregunta. A Tania sí que la había asombrado, de hecho ella ni siquiera había caído en aquel hecho. - Una vez que robamos un objeto, lo traemos aquí para que un experto lo examine y dictamine si se trata de un objeto maldito o si, por el contrario, es inofensivo. Hay objetos que de por sí no son...- hizo una pausa, como si considerara qué palabra usar.- Malvados. El problema es que los usan para hacer el mal. - Son como los súper poderes. Entiendo. - Buena analogía - asintió la chica, prosiguiendo después con su explicación.- La cuestión es que catalogamos los objetos en cuatro categorías: roja para los peligros que deben ser destruidos, verde para los que pueden resultar peligrosos y azules para los inofensivos. Los azules siempre los conservamos, también la mayoría de los verdes. Depende de si son útiles, de si son muy peligrosos o no... - ¿Pero por qué no destruir todos? Os evitaríais problemas. - ¿Matarías a una persona que pueda resultar peligrosa? No sé, por ejemplo, a alguien con un trastorno bipolar que pueda hacer daño a otras personas. - ¡Claro qué no! ¡Son personas! - Exacto. La vida es el bien más preciado, es lo único que no se puede robar. Esos objetos tienen vida propia. Si podemos evitarlo, preferimos no arrebatársela. Jero asintió, visiblemente satisfecho con la respuesta. - Has dicho que había cuatro categorías - le recordó Tania. - No sois ladrones, tampoco tenéis por qué saber todo nuestro sistema. - Me parece justo - asintió. Hizo una pausa para reorganizar sus pensamientos, antes de expresar sus propias preguntas.- ¿Qué sabes de la caja? ¿Cómo la robaste? - Saber, no sabemos prácticamente nada - admitió la chica con pesar.- Tampoco podemos examinarla como nos gustaría. Me gusta dormir, pero caer en coma me parece excesivo - sonrió, ladeando la cabeza.- Llegar hasta ella fue fácil. Supuse que la tendría el mismo que tenía tu custodia y acerté. Es lo que tiene usar la cabeza, que sueles acertar. Al escuchar eso fue consciente de una cosa: por mucho que ella lo intentara, por muy autosuficiente que se creyera, necesitaba ayuda. Lo que era peor: necesitaba la ayuda de La princesa de hielo. Quiso suspirar. ¿No podía acudir a otra persona? Armándose de valor, le contó toda su historia.

La muchacha que descansaba a su lado comenzó a parlotear, pero Deker era incapaz de escuchar una sola de sus palabras. Se asomó por el borde de la cama para alcanzar sus vaqueros, donde rebuscó en los bolsillos hasta dar con una cajetilla de tabaco, de donde sacó un cigarro, y un mechero. Se puso a fumar, notando que la chica callaba. - ¿Qué haces? ¡No se puede fumar en el internado! - Ni en los sitios públicos, ni en ningún sitio en realidad...

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Se volvió hacia ella. Era mona, pelo alborotado y un pelín regordeta, las prefería así que a esos sacos de huesos que se creían supermodelos. ¿Cómo se llamaba? No lo recordaba. Tampoco importaba. La chica le estaba mirando con una mezcla de pánico e impotencia, estaba claro que aquello no le parecía bien, sobre todo porque tenía pavor a que les riñeran. Él era más de la opinión de que si les pillaban lo que menos importaría era el cigarro. Al fin y al cabo estaban los dos desnudos sobre la cama. No obstante, se contentó con suspirar antes de levantarse para apagarlo en la repisa de la ventana y tirarlo a la calle. Era domingo, por lo que el internado estaba prácticamente vacío. Por eso los domingos eran sus días favoritos de la semana. - ¿A dónde has ido antes? - Tenía cosas que hacer. La chica se retiró el pelo de la cara, sonriendo un poco con pesar. Ella también se levantó de la cama, aunque en su caso fue para vestirse con ropa de calle; los domingos no era necesario llevar el uniforme. - La has buscado en el desayuno y no estaba. Se mantuvo en silencio. Desgraciadamente era verdad. No sabía por qué lo había hecho, no era importante, ni siquiera lo había planeado, pero nada más entrar en el comedor la buscó con la mirada. No estaba ahí, por lo que se encontró mirando en dirección a la puerta con la vaga esperanza de verla llegar. - Eres idiota - no había reproche en la voz de la chica, era suave, normal, como si se estuviera limitando a contar un hecho demostrado.- Podrías tener a cualquiera. Aquí me tienes. Pero la eliges a ella. Siguió en silencio, encogiéndose de hombros. - Estás alucinando un poco, Corín Tellado. - Yo no tengo nada en contra de la princesa, pero por algo le han puesto el nombre, ¿sabes? - la chica se estaba recogiendo el cabello en una coleta, aunque seguía mirándole a él.- Tiene el corazón de hielo. Ha rechazado a cada uno de los chicos que le han pedido salir. Luego, todos os creéis diferentes. Creéis que seréis la excepción, pero no. Ella nunca dice que sí. - ¿Y quién te dice a ti que quiero que eso pase? Ella enarcó una ceja. - Cuando te diga que no, no me vengas llorando - le había dado la espalda hasta ese preciso momento, en que le miró por encima del hombro.- No me van las lágrimas. - Tranquila, no existe persona en el mundo que me haga llorar. - ¿Qué eres? ¿El espantapájaros que buscaba un corazón? Deker agarró sus calzoncillos y se los puso, haciendo después lo mismo con el resto de su ropa. Se dirigió hacia la puerta, la abrió y fue a marcharse, aunque, antes, le echó un último vistazo a la chica: - Era el hombre de hojalata. - ¿Eh? - El espantapájaros quería un cerebro, era el hombre de hojalata el que deseaba que el mago le otorgara un corazón. - No es que importe. Cerró la puerta y echó a caminar, al mismo tiempo que enterraba las manos en los bolsillos del pantalón. Claro que importaba, por lo menos a él. Si se hacía una alusión a algo, ¿qué menos que controlar el tema? Se cruzó con un par de chicas del curso inferior al suyo que, al verle, juntaron las cabezas y comenzaron a susurrar entre risitas. Todas soltaban risitas cuando le veían por los pasillos, todas actuaban igual: los mismos peinados, el mismo estilo de ropa, los mismos gustos... A veces tenía la sensación de estar paseándose entre el ejército de clones de Stars Wars. ¿Cómo voy a recordar tu nombre si eres como las demás?

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Estaba ocupado con sus pensamientos, por lo que no prestó atención a su alrededor y acabó chocando contra alguien. Le costó fijarse en ella, pero al final lo hizo, alzando la mirada a través del espeso flequillo. Entonces, no pudo evitarlo. Sonrió. - Vaya, vaya, vaya, quién ha vuelto a caer en mis redes. - ¡Oh, por favor! - suspiró Ariadne. - No me entiendas mal, princesa, no me quejo, pero... Esto ya se está volviendo algo recurrente - le dedicó una sonrisa, que Ariadne no debió de ver, puesto que se había apartado para recoger algo. Él se incorporó para intentar curiosear.- ¿Qué es? - El folleto de un cerrajero. Un imbécil integral no deja de colarse en mi habitación. - ¿Quieres que le diga algo? - Cuando te mires al espejo, recuérdate que eres un idiota. Ariadne se puso en pie para marcharse, pero Deker no estaba dispuesto a que aquel encuentro fuera tan breve. Por eso, se le adelantó, colocándose frente a ella para, así, arrebatarle lo que había recogido del suelo: un tomo de tapa dura que albergaba una novela gráfica, Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons. La muchacha debió de notar su sorpresa, puesto que se lo quitó de las manos y añadió frunciendo el ceño: - Es una novela gráfica. Ya sabes, tiene dibujo y texto, aunque, bueno, no es como tus libros de Teo, tiene trama. Pero, oye, tranquilo, cada uno va a su ritmo, ¿eh? - le dedicó una sonrisa sarcástica ante de emprender su camino. - Lo he leído, princesita. Cualquier noche de estas te hago otra visita y lo comentamos. Ariadne se detuvo, volviéndose un poco. No llevaba uniforme, lo que resultaba ya no sólo refrescante, sino atrayente, inspirador. Además, se había recogido en pelo en una coleta alta, aunque varios mechones se le agitaban entorno al rostro. Al girarse, la cola de caballo ondeó en el aire de forma curiosa. Le miró con tanta frialdad que, incluso, tuvo la sensación de congelarse. - Deberías ir a visitar al Mago de Oz, espantapájaros. Pídele un cerebro. Hace falta ser rematadamente tonto para decirme algo así. Se echó a reír. No obstante, el buen rato duró poco, más bien nada, puesto que su teléfono móvil sonó y supo automáticamente quién era. Nadie más le llamaba en realidad. Sólo con pensar en él se puso de mal humor. Deseaba tanto colgarle... No podía hacerlo, claro, al fin y al cabo estaba bajo sus órdenes, pero le odiaba tanto. Se encaminó a su habitación con rapidez, cerró la puerta tras él y la bloqueó con un escritorio, no quería que Jero les escuchara. Su tapadera no podía verse amenazada. Una vez se cercioró de que nadie pudiera interrumpirles, aceptó la llamada. - ¿Por qué has tardado tanto? - Porque no es fácil conseguir intimidad en un internado. - ¿Sabes ya quién es el Zorro plateado? - No - respondió sin dudarlo. El silencio del otro lado del teléfono no era buena señal, eso quería decir que la paciencia de su interlocutor, poca de por sí, era todavía menor. Eso le irritó todavía más, por lo que no pudo evitar soltar.- ¿Qué te crees? ¿Qué ese tío lleva un cartel que pone: eh, yo soy el Zorro plateado, detenme? - Creo que eres lo suficientemente inteligente y llevas el suficiente tiempo como para descubrir algo. - Quizás tu chivatazo es falso... - ¡No! ¡Nuestra joya está ahí! ¡El Zorro está ahí! - Entonces le encontraré, pero, joder, dame tiempo. - No me hables así, jovencito. - ¡Entonces deja de dar por culo!

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Y le colgó, tirando el teléfono móvil a su cama. En realidad, le hubiera encantado hacerlo contra el suelo y pisotearlo hasta que el trozo más grande que quedara de él fuera uno de los botones numéricos. Sin embargo, eso sería peor. En su lugar, se volvió hacia su escritorio, cubierto de cosas, donde comenzó a rebuscar hasta hallar un cuaderno de tapa dura. Lo abrió por las hojas del final, mientras se desplomaba en la silla, y contempló lo que había escrito al poco de llegar al internado Bécquer.

Ariadne Navarro = Zorro plateado - El día en que te pille en una renuncia, se acabará esta puta tortura.

Cuando terminó de contarle a La princesa de hielo todo lo que habían pasado hasta llegar a ese preciso momento, se sintió exhausta. A lo largo del relato, había acabado sentada en la cama de la chica, recostada contra la pared. Al acabar, se fijó en que la muchacha sonreía un poco, casi como si estuviera divertida. Fue a preguntar por qué narices lo hacía, qué encontraba tan gracioso, pero entonces ella se incorporó y fue directa a una de las estanterías. Un segundo después, le tendió un voluminoso libro de tapas duras cubiertas de cuero. Era el libro que habían buscado en la biblioteca, el que no estaba... Entonces fue consciente de varios detalles: ese día se cruzaron con ella en la entrada... Además, varias de sus conversaciones con Jero habían tenido lugar cerca de ella... - Yo pensaba que estaba desaparecido - dijo Jero. - Lo robé - La princesa de hielo se encogió de hombros, como si aquello no tuviera importancia alguna.- Veréis, os estuve espiando desde el principio. Temía que te metieras en algo demasiado grande para ti... - ¡Puedo manejar todo esto! - Desde luego, por eso han estado a punto de matarte y lo volverán a hacer - soltó la chica sarcásticamente.- ¿Te das cuenta de la tremenda estupidez que has cometido? - Yo no... - Los asesinos creen que tienes la caja. Irán a por ti. Vale. Debía admitir que no había caído en eso. A decir verdad, apenas pensaba en las consecuencias de sus actos desde que su padre había desaparecido, tan solo le importaba poder volver a verle. - ¿Y no puedes atribuirte el robo? - No. - Gracias por tu ayuda. La princesa de hielo la fulminó con la mirada antes de soltar un ruido gutural cargado de rabia, como si ella la irritara más que cualquier otra cosa en el mundo. - Sé que poca gente tiene mi cociente intelectual, pero tu estupidez es de Guinness...- masculló sin ni siquiera tener el tacto de bajar la voz.- Mira, yo no tengo por qué pagar tus errores, ¿vale? De hecho, no tendría por qué ayudarte. Pero lo estoy haciendo, así que agradecería que intentaras pensar. - ¡Deja de llamarme estúpida! - ¡Pues deja de comportarte como tal! - exclamó tajantemente. Después cerró los ojos, tomó aire y volvió a hablar con un poco más de suavidad.- Zorro plateado es la identidad que uso para robar sin que nadie sospeche de mí. Es vital para ayudar a mucha gente. Por eso, no puedo estropearla: nadie puede sospechar que Zorro plateado, en realidad, es un miembro de esta organización. - ¿Entonces qué vamos a hacer? - Atrapar a quién te tendió la trampa.

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Se quedó callada. Se sentía tan humillada. Nunca se había sentido idiota, todo lo contrario, solía pensar que era brillante, pero aquella chica lograba que se creyera el ser más tonto del universo. No le gustaba nada. - Oye, Ariadne, ¿podrías dejarnos un momento solos? - Claro, ahí tenéis la puerta. Jero miró a La princesa de hielo con aire suplicante, pero ella se dedicó a sonreír. Estaba claro que no les iba a dejar la habitación, por lo que Tania tuvo ganas de gritarle todavía más. No obstante, no tuvo oportunidad, puesto que el chico la sacó al pasillo con suavidad. Al encontrarse en la soledad del corredor, lejos de aquella maldita princesita que tan lista se creía y tanto la enervaba, volvió a sentirse libre. Por eso, decidió desahogarse. Soltó una especie de gruñido antes de explotar: - ¡No la soporto! ¡La odio, la odio, la odio...! - No la soportarás, pero es la única que te está ayudando. Que siempre te ha ayudado, de hecho - apuntó Jero con suavidad. Tiene razón... Le odio a él también. Apoyó la espalda en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho y arrugando los labios. Sí, era verdad que La princesa la ayudó cuando Erika comenzó su venganza, también lo era que la había salvado y seguía ayudándola, pero... La detestaba, no podía evitarlo. No le gustaba era superioridad suya, el que se creyera más lista que nadie, el que le dijera esas cosas... - Ariadne tampoco tiene la culpa de lo de tu padre - insistió su amigo. Le dedicó una breve sonrisa, apartándole el flequillo de los ojos con suavidad.- Y lo sabes. - Pero... - No puedes exigirle nada, Tania. Siguió en silencio un poco más, aunque al final se desmoronó. Se dejó caer con suavidad hasta acabar sentada en el suelo, enterrando la cabeza entre las manos. - Todo es tan difícil... - Lo sé. - Sigo aterrada por mi padre, ahora lo estoy por mí...- empezó a enumerar con un hilo de voz, cerrando los ojos para contener las lágrimas que comenzaban a aflorar de ellos.- Todo esto apesta, Jero. Todos me odian, Erika no me deja en paz... Rubén me vuelve loca, pero sigue con ella... Jero se arrodilló frente a ella y la abrazó con cierta torpeza, con indecisión, aunque, aún así, fue algo reconfortante. Tania se abandonó a él, dejando que las lágrimas salieran... Que todo saliera: el miedo, la frustración, el dolor... - Venga, venga, tranquila... - Creo que no puedo más...- murmuró ella. - Claro que podrás - la consoló Jero sin soltarla.- Pero a veces todos flaqueamos. No pasa nada por eso, tranquila. Pero, Tania, no puedes pagarlo con Ariadne. Sabía que tenía razón. En todo.

- Eh, oye, ¿me estás escuchando? - ¿Eh? Rubén agitó la cabeza para regresar a la realidad. Estaban en la cocina de la mansión que tenía su familia en el pueblo y Erika estaba parloteando sin parar, pero él hacía rato que había dejado de prestar atención. Desde que había puesto un pie en la casa, no había dejado de pensar en la última vez que había estado ahí, cuando fue con Tania. Tania. ¿Por qué no dejaba de pensar en ella? ¿Por qué estaba tan obsesionado, a pesar de haber compartido tan solo un par de encuentros? Ni siquiera la conocía bien...

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- ¡Rubén! ¿Quieres hacerme caso? Erika alzó la voz con impaciencia, cortando de nuevo el hilo de sus pensamientos, por lo que el chico pudo fijarse en ella de una vez. Estaba sentada a su lado en el sofá, hasta ese preciso momento había mantenido las piernas enredadas con las de él, pero acababa de quitarlas para poder girarse y clavarle su mirada fría como el hielo. - Perdón - dijo, mientras se encogía de hombros.- Tengo la cabeza en otro sitio, perdona. - Ya... Los labios de Erika se fruncieron de aquella forma tan tirante y tensa que sólo podía anunciar el inicio de la tormenta, por lo que Rubén decidió armarse de paciencia. Su novia se puso en pie y comenzó a pasear por el salón, moviendo las manos sin parar: se tocaba el pelo, el colgante de plata que caía sobre su pecho... - Supongo que tengo que darte las gracias porque sea tu cabeza y no tu polla la que esté en otro sitio - comentó sin alzar la voz, aunque lo gélido de su tono siempre lograba inquietar a Rubén que, únicamente, apretó los labios para no seguir con la discusión.- Es tu venganza, ¿no? Tu manera de torturarme, de hacerme daño. Se puso en pie. Estaba tan cansado de aquella discusión y tan enfadado por lo que Tania tenía que sufrir gracias a Erika. Se pasó ambas manos por el pelo, intentando calmarse... Pero le fue imposible, por eso le respondió en el mismo tono: - No todo el mundo es como tú. - ¿Te crees que no sé que piensas en ella? ¡Oh, por favor! - exclamó, extendiendo un brazo hacia un lateral.- ¡Mis amigas te han visto hablando con esa maldita zo...! - ¡No la insultes! - ¿No dices que no es nadie? ¿Entonces qué más te da? - Nunca te he insultado a ti y los dos sabemos que tengo razones más que de sobra - le recordó, caminando hacia la salida. Dio un portazo y se dirigió hacia su habitación, pero por el camino se topó con su madre. Debía de haber estado escuchando toda la discusión, puesto que le dedicó aquel gesto serio e inflexible que solía lucir cuando, de niño, le reñía. Se quedó ahí quieto, conteniendo la respiración entre indignado, exhausto y herido, antes de regresar sobre sus pasos. Abrió la puerta del salón - blanca con seis cristales rectangulares y manilla de oro - y asomó la cabeza para encontrarse a Erika hecha un ovillo en el sofá. Era evidente que estaba llorando desconsoladamente. No la escuchaba gimotear, pero podía observar el movimiento de sus hombros y de su espalda como si estuviera hipando. Cruzó la habitación a zancadas hasta sentarse detrás de ella para abrazarla con fuerza, apoyando su barbilla en el hombro de la chica. - Perdóname. Sabes que te quiero, ¿no? - le susurró al oído.

Cuando la puerta de su habitación se abrió, Ariadne supo, sin necesidad de despegar la mirada de la pantalla del portátil, que se trataba de sus nuevos compañeros de fatigas. Pausó la serie que estaba viendo, antes de volverse hacia ellos para decirles: - He estado pensando en lo que me has contado. Tania se sorprendió, seguramente habría supuesto que se mofaría del numerito y del hecho de que tenía los ojos enrojecidos. Durante un instante se replanteó el concepto que tendría Tania de ella, al siguiente recordó que no le importaba lo más mínimo y se acomodó en la silla, sonriendo de forma torcida. - ¿Has llegado a alguna conclusión? - preguntó Jerónimo. - He echado un vistazo al libro - lo señaló levemente con la cabeza.- No hay nada relevante. Su título lo dice todo: leyendas relacionadas con el arte. Algunas, de hecho, las conocía

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de mi trabajo - hizo una pausa para observar a los otros dos, que permanecían atentos.- Es decir, no nos sirve de ayuda para encontrar a tu padre, aunque quizás explique cómo acabó tu padre conociendo la existencia de la caja de música. A decir verdad era algo que la traía a maltraer, ¿cómo narices había acabado Mateo Esparza consiguiendo un objeto como ese? ¿Y cómo sabía que ella lo estaba buscando? Había cosas que no le cuadraban en la historia de Mateo, pero... Bueno, lo primero era encontrarle, luego ya le preguntaría y saciaría su curiosidad. - ¿En qué piensas? - quiso saber Tania. - No importa ahora... - ¿Tiene que ver con mi padre? - Tiene que ver con su historia - se incorporó un poco, mostrándose seria, pues el tema lo requería.- No me cuadra. Por muy buen periodista que sea, tu padre no está capacitado para robar algo así...- observó que Tania abría la boca, seguramente para protestar, así que, para evitarlo, se adelantó.- Tuvo que tener ayuda. - ¿Ayuda? - Jerónimo entrecerró un poco los ojos, visiblemente confuso. - Puede que contactara con uno de los nuestros... - ¿Es eso posible? - preguntó Tania, que se quedó un instante callada, pensativa.- Pero, si hubiera sido así, tú lo sabrías, ¿no? O tu padre. - No, no lo sabría - suspiró, pasándose una mano por el rostro. No le gustaba tener que contar los entresijos del clan a desconocidos, pero estaba claro que ya no tenía otra.- Por motivos de seguridad, no nos conocemos todos. Por mi posición, por estar aquí, que es como el centro neurálgico, soy de las que más conoce, pero es una parte muy pequeña. Además, ningún ladrón conoce qué trabajos hace otro o cuál es su mote. - ¿Nadie sabe que tú eres el Zorro plateado? - sonrió Jerónimo, divertido. - Sólo vosotros dos y mi tío, claro. - ¿Tú tío? - Ah, claro, que no lo sabéis...- volvió a resoplar, entrar en su vida personal era todavía peor. De perdidos al río, pensó hastiada.- Felipe, en realidad, no es mi padre. Es mi tío - el chico volvió a abrir la boca.- Y no pienso deciros nada más sobre el tema. - Jo...- protestó el muchacho. - Yo...- Tania parecía estar en otro mundo, la miraba con una expresión extraña.- Quiero preguntarte algo, no sobre tu tío... Sobre...- la chica comenzó a estrujarse las manos, nerviosa, estaba un poco pálida.- ¿Por qué no os conocéis todos? ¿Por qué es peligroso? A Ariadne no se le pasó ni una sola ironía por el cerebro. Era una de esas pocas veces. Se pasó una mano por el cuello, fingiendo meditar para ganar tiempo. Por supuesto que sabía la respuesta, era una de las directrices más básicas y casi había nacido sabiéndola. Pero si se la decía a Tania, además de asustarla, podía robarle algo que no quería robar: su inocencia. - No tienes por qué saberlo - respondió al fin.- He pensado en... - ¿Por qué? - insistió Tania. - No es necesario, en serio... - ¿Por qué? - Porque hay gente que quiere hacernos daño, Tania. Hay gente que no le gusta lo que hacemos y que desea detenernos. Existe la posibilidad de que esa gente nos capture y nos torture para sonsacarnos nombres de nuestros compañeros - se echó un poco hacia delante, hacia la chica.- Las películas de espías son muy entretenidas, Tania, pero no existe nadie que aguante una tortura, todos acaban hablando, así que cuanto menos sepas, menos daño haces. Se hizo el silencio y Ariadne vio que los ojos de los otros dos se oscurecían. Hala, ya lo había logrado, les había asustado de verdad. ¿He ganado quinientos puntos por quitarles el sueño de por vida? Tania se abrazó a sí misma. Durante unos instantes mantuvo la mirada perdida, pero después la clavó en ella, mientras se humedecía los labios, nerviosa.

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- ¿Crees que mi padre pudo contactar con alguien así y que ese alguien le tiene preso? - Es una posibilidad - decidió quitarle importancia, diciendo mientras le dedicaba un ademán desdeñoso.- Pero sólo es una más. También es posible que descubriera un Objeto para viajar en el tiempo y esté persiguiendo a Catherine Deneuve en su juventud o algo así. - ¿Estás...? ¿Estás intentando animarme? - ¿A qué no creías en los milagros, eh? - se encogió de hombros una vez más.- Bueno, antes de que nos fuéramos por los cerros de Úbeda, os estaba diciendo que no he podido sacar nada en claro del libro. Por eso quiero ver todo lo que tenéis vosotros. - Lo hemos mirado miles de veces y no hemos descubierto nada - le informó Jerónimo. - Tú mismo lo has dicho: vosotros. - ¿Crees que puedes descubrir algo? - Enseñadme lo que tenéis y ya veremos.

Ariadne no les permitió salir de su dormitorio ya que, oficialmente, estaban fuera del internado y nadie podía verlos. Por eso, tuvieron que quedarse ahí quietos, sin nada más que hacer que esperar, mientras ella agarraba uno de sus libros - una novela gráfica según Jero - y se marchaba para coger sus cosas. Al principio permanecieron en silencio; él parado en mitad de la habitación, ella sentada en la cama de Ariadne. Al cabo de unos instantes, Jero comenzó a pasear por la habitación, curioseando las posesiones de la dueña del dormitorio. - Eres un cotilla - suspiró ella. - No me digas que no tienes curiosidad - Jero enarcó una ceja, antes de acercarse a ella, sentándose a su lado en la cama.- ¡Venga ya! Seguro que quieres saber quién es esa chica. La conozco desde hace casi dos años y no sé nada de ella. - ¿Y lo vas a saber mirando sus cosas? Jero frunció un poco el ceño y acabó sonriendo con aire culpable, ladeando un poco la cabeza. - Vale, sí, soy un cotilla. - No hacía falta la declaración, siempre lo he sabido. Tania le dio un leve codazo, divertida, sin darse cuenta del gesto ligeramente turbado de Jero, de la doble interpretación de sus palabras que, en realidad, eran inocentes. Como no se percató de nada, comenzó a descargar la tensión acumulada hablando con él, como siempre. La conversación se alargó hasta que Ariadne regresó a su habitación, dando un portazo y cargando con un portátil, oculto tras el libro, además de con un enfado importante. Tras depositar el ordenador sobre su escritorio, soltó resoplido de impaciencia; sus labios se apretaron tanto como sus puños cuando se volvió hacia ellos. - Odio a tu compañero de habitación. ¡Sueño con estrangularlo, en serio! - ¿A Deker? ¿Por qué? - se extrañó Jero. - ¿Por qué? Pues no sé, ¿por ser cómo es? ¿Por nacer? O puede que, simplemente, por respirar - se sentó, todavía resoplando, mientras pulsaba el botón de encendido del portátil y hojeaba la ajada edición de Nada en busca de la carta que Tania había recibido.- No sé qué extraña y retorcida fantasía se cree que está viviendo, pero como me siga acosando, cometeré alguna locura...- sonrió un poco, pensativa.- Puede que tengamos abajo algo que me sirva... Jero le dio un codazo, dedicándole una mirada muy elocuente, que Tania supo interpretar a la perfección. “Te lo dije”, le estaba diciendo, pues su amigo había insistido muchas veces en que Deker estaba loco por La princesa de hielo. - Cotilla y marujo - le susurró ella. - Te has dejado “sabio”. - ¿Sabio? - Ariadne se rió sin ni siquiera disimular.- Permíteme que lo du...

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A medida que había ido hablando, había ido perdiendo fuelle, por lo que Tania y Jero se volvieron hacia ella. No la conocían mucho, pero intuían que no era habitual en ella que dejara pasar la ocasión de meterse con ellos... O con alguien en realidad. Ariadne mantenía la carta sujeta con ambas manos a pocos centímetros de su rostro, la estaba observando con aire distraído, mientras la movía con suavidad. Una risita se escapó de sus labios, parecía una niña pequeña disfrutando con una travesura. No tardó en rebuscar entre sus cajones hasta dar con un mechero. Justo después lo encendió, aproximando la pequeña llama al papel para disgusto de Tania, que se puso en pie de un salto. - ¡¿Pero qué haces?! Su intención era arrebatarle la carta de las manos, pero Ariadne, una vez más, se le adelantó y le mostró el reverso de la misma donde habían comenzado a aparecer una serie de números. Tania se quedó helada, sintiéndose estúpida por haber dejado escapar una pista que había estado ahí casi desde el comienzo de la aventura. - Me gusta tu padre - sonrió Ariadne, volviendo al trabajo.- Le van los clásicos, ¿eh? El zumo de limón es tan simple y tan evidente que casi lo paso por alto - miró por encima del hombro, maliciosa.- Dale las gracias a tu amigo, por cierto. - ¿Te he dado yo la idea? - Es que he pensado que eras simple y evidente y, simplemente, he caído. - ¡Eh! - protestó el aludido. Cuando Ariadne terminó en la cara del folio que no estaba escrita había aparecido una serie de números que, a priori, no significaban nada para Tania. Tanto ella como sus dos compañeros observaban en silencio el mensaje que Mateo le había dejado:

8-8-66 8-9-66 5-1-26 6-10-219 2-14-76 2-15-76 3-57-59. 1-7-11 1-20-271 1-31-81 5-7-178 2-5-120 2-15-76 2-51-115 2-52-115 1-2-15 2-10-102.

- Vale...- dijo Jero con un hilo de voz.- Además de un sudoku muy jodido, ¿qué narices es eso? ¿Alguna secuencia matemática que da dolor de cabeza? - Ariadne le fulminó con la mirada, aunque no llegó a decir nada. Jero no debió ni darse cuenta del detalle porque siguió mirando los números hasta que empezó a dar saltitos.- ¡Son fechas! ¡Sí, son fechas! - Claro, porque tenemos cincuenta y un meses, ¿no? - soltó Ariadne irónicamente. - ¿Pues qué crees que es, lista? - inquirió el chico en tono burlón y pueril. - Un código, genio - la muchacha le respondió en el mismo tono. - Hay números demasiado elevados para que sea la posición de una letra en el alfabeto - observó Tania, deslizando los dedos por su rubio cabello. Notó que la miraban, así que se volvió para encontrarse con una sonrisa impresionada por parte de Ariadne. - ¿Qué más? - la alentó ésta. - Y están reunidos en grupos de tres - prosiguió, frunciendo un poco el entrecejo.- Creo que...- comenzó a decir, aunque de repente tuvo miedo de decir una estupidez. Sin embargo, Ariadne volvió a animarla, esta vez con un ademán, por lo que se humedeció los labios y añadió.- Creo que cada grupo de tres es una palabra. - ¡Cómo mola! - exclamó de pronto Jero; al mirarle por encima del hombro, divertida, comprobó que su amigo estaba realmente emocionado.- Es como en las películas. ¡Oh, oh! ¿No tendrás por abajo una máquina Enigma? - ¿Una qué? - se extrañó Tania. - Una máquina Enigma - le explicó, ignorando los resoplidos de Ariadne.- Se utilizaba en la Segunda Guerra Mundial para cifrar y descifrar mensajes... - ¿Puedo hacer una observación pequeñita de nada? - le interrumpió Ariadne; había hecho un gesto con los dedos, sonreía de forma tirante y su voz sonaba muy irritada.- Esa pista la han dejado para Tania, ¿alguno de los dos cree que Mateo iba a contar con la maquinita?

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- Pues hubiera molado - refunfuñó Jero. - Tiene que ser algo más simple y que sólo Tania pueda descifrar - la chica deslizó un dedo por su frente, antes de apoyar la cabeza en la palma de la mano. Se quedó mirando algo con los ojos entornados durante un instante, aunque al siguiente alargó el brazo con cierta parsimonia para coger la edición de Nada, pensativa.- Este libro no es tuyo. Tania entrecerró un poco los ojos, no lo tenía muy claro, pero hubiera jurado que era un ataque, por lo que estuvo a punto de retomar la discusión anterior. - ¿Por qué lo dices? - Porque no es Crepúsculo. - No sé a dónde quieres ir a parar... - Pues que no es un folletín sobrenatural para quinceañeras hormonadas, es un buen libro y, por tanto, no te pega - Tania abrió la boca para protestar, pero, una vez más, Ariadne fue mucho más rápida.- Este libro es de tu padre... ¡Claro! La chica les ignoró de nuevo y se puso a rebuscar en el libro, mientras iba apuntando cosas en un cuaderno tamaño cuartilla que había sobre el escritorio. Mientras tanto, Tania suspiró, sintiendo de nuevo aquella oleada de ira que le despertaba La princesa de hielo desde que la conoció. Puso los ojos en blanco, acercándose a Jero para susurrarle al oído: - ¿Ves? Erika tenía razón en eso: se cree mejor que todos nosotros. - Protestas porque te encantan los libros y tienes fotos de Robert Pattinson y de Taylor Lautner en el interior de la carpeta - se rió Jero, agitando la cabeza de un lado a otro.- Venga, Tania, asume tu condición de carpetera y abraza sus ideales. - Eres idiota. Le fue a golpear con suavidad, en broma, pero el chico se adelantó al acercarse para hacerle cosquillas a ambos lados del torso. Estuvieron jugueteando unos instantes, hasta que una tos seca les hizo parar: Ariadne les observaba con una ceja enarcada. - Si habéis acabado, os comunico que he descifrado la clave - les mostró el libro.- El primer número es el párrafo; el segundo, la palabra y el tercero, la página. Cambiando los grupos de números he sacado el siguiente mensaje: Creo que te he metido en problemas. Para salir busca a Y en los ecos del tiempo. - Tu padre es un tipo muy críptico... - No tanto. Tania sonreía porque sabía exactamente qué quería decir.

Felipe se restregó las palmas de las manos sobre los ojos, mientras se echaba hacia atrás, apoyando la nuca en el respaldo de la silla en la que estaba sentado. Se quedó ahí quieto un instante, aunque sólo pudo permitirse el lujo de que fuera uno, al siguiente contempló el reloj y recordó que llevaba más de un día sin dormir. Cruzó los brazos por encima de su cabeza, estirándose, antes de regresar al informe que tenía ante sí. Sin embargo, no pudo concentrarse demasiado, pues por la ventana vio pasear a alguien por los terrenos de la escuela. Valeria. Era una de las profesoras de Historia del internado, una de las pocas a las que más que colega consideraba amiga. Iba acompañada por un chico, se habían cogido de la mano y parecían felices. Suspiró. No sabía hasta qué punto Valeria sería feliz si el que le cogiera la mano fuera él. Bueno, a decir verdad, dada la cantidad de trabajo que tenía, dudaba que pudiera cogerle de la mano para pasear un domingo por triste que sonara. El pensar en aquello le hacía todo aquello un poco más llevadero, aunque no demasiado. Alguien llamó a la puerta.

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- Pase - dijo con suavidad. Colbert entró con presteza, cerrando la puerta tras él. Siempre mostraba un gesto serio, pero aquel era grave, estaba preocupado de verdad, lo que no era precisamente una buena señal. - ¿Es por...? - No - se apresuró en responder. Cerró los ojos un instante.- Por suerte no tiene nada que ver con eso - el rictus sombrío regresó.- Pero también es grave, jefe. Quieren sacarlas a la luz, quieren reunirlas. Felipe asintió quedamente. - Bueno...- acabó diciendo y el cansancio tiñó su voz sin que pudiera hacer nada por disimularlo.- Era algo que tarde o temprano iba a suceder. Aún ha tardado lo suyo - se dio cuenta de que Colbert seguía sin calmarse.- Supongo que debo darle las gracias a nuestros viejos amigos, ¿no? Los asesinos siempre buscando lo que no debe ser buscado... - No sólo ellos - le comunicó, acompañándose de un gesto de cabeza.- Se rumorea que los Benavente también están detrás. Eso también me lo esperaba. Pero no es algo que te pueda contar, Colbert. Ni a ti ni a casi nadie, en realidad... Como prácticamente todo lo que hay en mi vida.