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Andrea Celorrio Bella 15 Capítulo 3 El internado Bécquer - Ya hemos llegado. La voz de Lucía la sacó del ensimismamiento en el que se había sumido desde que el despertador había sonado a primera hora de la mañana. Apenas había sido consciente de todo lo que había hecho en esas horas. Era una de las cosas buenas de la rutina: permitía no pensar, no inquietarse, era la misma mecánica de todos los días y, por eso, resultaba relajante. El trayecto en coche había sido distinto, la había puesto nerviosa, pero había acabado por abstraerse al contemplar el paisaje que desfilaba al otro lado de la ventanilla. No era la primera vez que abandonaba Madrid, tampoco que recorría alguna de aquellas carreteras, pues había acompañado a su padre a Salamanca en alguna ocasión, pero... Era distinto. Antes sólo eran excursiones, vacaciones, no el dejar a su vida atrás para acabar confinada en una escuela que se hallaba entre ambos puntos. Sin embargo ya no tenía solución. Antes de que pudiera darse cuenta, había llegado al internado. No era un edificio especialmente bonito, tampoco tenía lo que solía decirse encanto... Bueno, a decir verdad, si lo tenía, Tania era incapaz de encontrárselo. Al fin y al cabo iba a ser su cárcel durante los dos próximos años. Todavía seguía sin creerse que su padre la hubiera enviado allí. Por lo que había leído en la página web del mismo, el edificio había sido un importante castillo en la Edad Media. Debía de tener valor arquitectónico o algo así, puesto que, con el paso de los años, se había intentando dejar tal y como estaban la mayor cantidad de elementos arquitectónicos posibles. Por eso, el internado había acabado siendo una extraña mezcla de fortaleza medieval con colegio de élite. Resultaba especialmente desconcertante la muralla de piedra que rodeaba al edificio, ya que estaba tan bien restaurada que parecía directamente sacada de una leyenda artúrica. Estaba tapizada de hiedra, que parecía salir del bosque que rodeaba al colegio para engullir el muro. También tenía una enorme puerta metálica y mecanizada que se abría sola para dejar pasar a los coches de los padres. Cruzaron la carretera cubierta de polvo y Tania se fijó en que aún podía notarse cierta oquedad a ambos lados, rodeando la fortificación. Seguramente sería el antiguo foso. El edificio se encontraba bastante alejado de la muralla debido a la existencia de unos amplios terrenos cubiertos de alta hierba verde. También había árboles, matorrales... Tania jamás había estado en una escuela así. ¡Madre de Dios! Pero si parece Howarts... Lucía aparcó el coche en un amplio camino asfaltado. Lo hizo con sumo cuidado, ya que aprovechó el hueco que había entre un Mercedes y un lujoso Volvo. - Al lado de estos, el mío parece una tartana - comentó la mujer, intentando mostrarse divertida, como si quisiera eliminar la pena que en ambas producía la separación.- Menudo nivel tiene el sitio, ¿no? Me da la sensación de que en cualquier momento nos pedirán un pase VIP... Tania se rió, aunque no supo ni por qué lo hizo. Lo más seguro era que se encontraba tan nerviosa que apenas podía reaccionar con normalidad. Salió del coche sin dejar de mirar el dichoso internado. Nunca le había gustado la idea de un internado, el estar encerrada sin tener contacto con el mundo exterior le resultaba, cuánto menos, agobiante. - ¿No piensas ayudarme con las maletas? Te recuerdo que es tu ropa. - Ah, sí, perdona... - Buff, ¿pero qué has metido aquí? - rezongó Lucía, mientras arrastraba una de las maletas fuera del vehículo. Tania se hizo con aquella y su tía con la otra; se dirigieron hacia la entrada.-

Cuatro damas: Capítulos 3 y 4

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Tras recibir la noticia por parte del abogado de su padre, Tania inicia el nuevo curso en del internado Bécquer donde le aguardan varias sorpresas.

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Capítulo 3 El internado Bécquer

- Ya hemos llegado. La voz de Lucía la sacó del ensimismamiento en el que se había sumido desde que el despertador había sonado a primera hora de la mañana. Apenas había sido consciente de todo lo que había hecho en esas horas. Era una de las cosas buenas de la rutina: permitía no pensar, no inquietarse, era la misma mecánica de todos los días y, por eso, resultaba relajante. El trayecto en coche había sido distinto, la había puesto nerviosa, pero había acabado por abstraerse al contemplar el paisaje que desfilaba al otro lado de la ventanilla. No era la primera vez que abandonaba Madrid, tampoco que recorría alguna de aquellas carreteras, pues había acompañado a su padre a Salamanca en alguna ocasión, pero... Era distinto. Antes sólo eran excursiones, vacaciones, no el dejar a su vida atrás para acabar confinada en una escuela que se hallaba entre ambos puntos. Sin embargo ya no tenía solución. Antes de que pudiera darse cuenta, había llegado al internado. No era un edificio especialmente bonito, tampoco tenía lo que solía decirse encanto... Bueno, a decir verdad, si lo tenía, Tania era incapaz de encontrárselo. Al fin y al cabo iba a ser su cárcel durante los dos próximos años. Todavía seguía sin creerse que su padre la hubiera enviado allí. Por lo que había leído en la página web del mismo, el edificio había sido un importante castillo en la Edad Media. Debía de tener valor arquitectónico o algo así, puesto que, con el paso de los años, se había intentando dejar tal y como estaban la mayor cantidad de elementos arquitectónicos posibles. Por eso, el internado había acabado siendo una extraña mezcla de fortaleza medieval con colegio de élite. Resultaba especialmente desconcertante la muralla de piedra que rodeaba al edificio, ya que estaba tan bien restaurada que parecía directamente sacada de una leyenda artúrica. Estaba tapizada de hiedra, que parecía salir del bosque que rodeaba al colegio para engullir el muro. También tenía una enorme puerta metálica y mecanizada que se abría sola para dejar pasar a los coches de los padres. Cruzaron la carretera cubierta de polvo y Tania se fijó en que aún podía notarse cierta oquedad a ambos lados, rodeando la fortificación. Seguramente sería el antiguo foso. El edificio se encontraba bastante alejado de la muralla debido a la existencia de unos amplios terrenos cubiertos de alta hierba verde. También había árboles, matorrales... Tania jamás había estado en una escuela así. ¡Madre de Dios! Pero si parece Howarts... Lucía aparcó el coche en un amplio camino asfaltado. Lo hizo con sumo cuidado, ya que aprovechó el hueco que había entre un Mercedes y un lujoso Volvo. - Al lado de estos, el mío parece una tartana - comentó la mujer, intentando mostrarse divertida, como si quisiera eliminar la pena que en ambas producía la separación.- Menudo nivel tiene el sitio, ¿no? Me da la sensación de que en cualquier momento nos pedirán un pase VIP... Tania se rió, aunque no supo ni por qué lo hizo. Lo más seguro era que se encontraba tan nerviosa que apenas podía reaccionar con normalidad. Salió del coche sin dejar de mirar el dichoso internado. Nunca le había gustado la idea de un internado, el estar encerrada sin tener contacto con el mundo exterior le resultaba, cuánto menos, agobiante. - ¿No piensas ayudarme con las maletas? Te recuerdo que es tu ropa. - Ah, sí, perdona... - Buff, ¿pero qué has metido aquí? - rezongó Lucía, mientras arrastraba una de las maletas fuera del vehículo. Tania se hizo con aquella y su tía con la otra; se dirigieron hacia la entrada.-

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Recuerda que tienes que esperar en la entrada para que te den el tour ese...- la mujer hizo una mueca, alzando la mirada en dirección a los torreones.- No me extraña que te lo den. Esto parece la biblioteca de En nombre de la rosa. - Me voy a acabar perdiendo, ya verás - Tania sonrió, también ella se esforzaba por alejar la pena; debía encontrar algo positivo en todo aquello cuanto antes, no le gustaba el regodearse en la autocompasión. Esperando en la puerta había un hombre. Vestía pantalón verde muy oscuro, camisa blanca de manga corta con el escudo del internado y corbata roja con delgadas líneas amarillas. Los tres colores del colegio: rojo, verde y amarillo. Durante un momento, Tania pensó que de no haber vivido los últimos meses, aquello le había resultado de lo más surrealista: ¿colores del colegio? ¿Escudos? ¿Dónde estaba: en América del norte? ¿Una serie de televisión? ¿Hogwarts? Bueno... Si ves una escoba voladora, tendrás la respuesta. El hombre, que tenía una carpeta entre las manos, la sujetó con una para tenderle la otra a Lucía, que se la estrechó un poco aturdida. - ¿Nueva? - preguntó con educación. - Pues claro que es nueva, Esteban, ¿no ves la cantidad de maletas que ha traído? Una voz un poco desagradable, seguramente debido el tono burlón y un poco hiriente de la misma, precedió a una chica que sólo portaba una maleta grande y otra de mano. Tenía el pelo rubio y largo, demasiado liso como para ser natural; sin embargo, sus cejas eran oscuras, por lo que a Tania no le costó deducir que se había teñido. En cuanto se acercó a ellas, la recién llegada echó un vistazo a Tania de pies a cabeza, sin molestarse en disimular que la estaba evaluando. Tania se sintió extremadamente violenta al instante, pues no estaba acostumbrada a que la juzgaran de semejante manera; en su instituto la gente era más o menos amable, incluso los más alborotadores no pasaban de meros graciosillos. La recién llegada vestía una minifalda, un top que resultaba tan bonito que Tania no pudo sino envidiarlo y varias joyas de aspecto sofisticado. No podía identificar los logos, pero sí que todo ello era de marca. Nunca había tenido problemas económicos, todo lo contrario, pues su padre ganaba bastante dinero al tener un nombre en el mundo del periodismo y vender su reportajes al mejor postor. Sin embargo, tampoco le había permitido nunca derrocharlo y menos en caprichos como ropa súper mega cara cuando podía vestirse perfectamente con prendas que costaban un precio normal. La muchacha debió de terminar su exhaustivo examen y o bien lo pasó con nota, o bien lo hizo tan mal que se apiadó de ella. A decir verdad, Tania no tenía muy claro a qué había venido el comportamiento inicial. En cualquier caso, la chica le mostró una sonrisa y suspiró. - El uniforme limita el armario. - Claro...- asintió Tania, sintiéndose estúpida, ¿no había podido pensar en eso? - No veremos por ahí, chica nueva. Y la joven se marchó tan súbitamente como llegó, arrastrando aquella maleta grande de un rojo chillón, mientras se despedía con una mano de forma despreocupada. Tania se percató entonces de que el hombre había permanecido callado, a pesar de la interrupción de la alumna. - Lo siento - el hombre, el tal Esteban, le dedica una sonrisa sincera.- Erika no suele ser demasiado agradable con los nuevos... Perdón, la señorita Cremonte - le guiñó un ojo, cómplice, por lo que Tania se sintió agradecida. Era bonito encontrarse con alguien así. Mientras ella comenzaba a pensar que las cosas saldrían bien, el hombre regresó a su lista.- ¿Nombre? - Tania Esparza. - Cuarto de la ESO, ya veo...- asintió tras unos segundos de silencio, en los cuales había leído los nombres de los novatos para encontrarla. Continuó leyendo un poco más, después le dedicó otra sonrisa.- Tienes suerte. No eres la única nueva de tu curso. ¡Menos mal!

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Esteban se volvió un poco, lo suficiente para echar un vistazo al interior del edificio. Debió de buscar con la mirada a su futuro compañero, pues tras regresar a su posición inicial, le señaló a un muchacho. - Ese es. Reúnete con él y espera a que otro alumno de vuestro mismo curso os vaya a buscar para enseñaros todo esto, ¿de acuerdo? - en cuanto ambas asintieron, el bedel añadió a modo de explicación.- Está claro que quién mejor conoce esto son los chicos. Además, así, se facilita el que conozcan a alguien. - Es una gran idea - concedió Lucía, acompañándose de un movimiento de cabeza.- Eh...- frunciendo un poco la nariz en señal de desconocimiento, se rascó una sien con un dedo.- ¿Puedo acompañarla o...? - Sólo dejamos entrar a los padres de los más pequeños - le explicó Esteban, bajando el tono de voz para que únicamente pudieran escucharles ellas.- Ya sabe, para que les ayuden con las maletas, les consuelen y eso...- hizo una pausa, miró a su alrededor y volvió a centrarse en ellas.- Sin embargo, creo que haré una excepción. Daos prisa, ¿eh? Se hizo a un lado para dejarlas pasar. El recibidor era inmenso. Una habitación del tamaño de una casa con amplios ventanales tanto en la fachada como en la parte de atrás, aunque lo que más llamaba la atención era la inmensa escalera de mármol blanco que tenía forma de “W” redondeada, siendo los escalones centrales los más largos; éstos, además, habían sido cubiertos por una moqueta escarlata de aspecto muy suave, ajustada con finas varillas de oro. A ambos lados de la estancia había arcos de medio punto con quicios de madera de roble, que conducían hacia largos corredores. Parecían casi escondidos, ya que quedaban debajo de las escaleras que descendían trazando una curva. El muchacho que Esteban, el bedel, les había señalado se hallaba cerca de los escalones de la derecha, por lo que ambas se dirigieron hacia allí. A una distancia prudencial, Lucía se detuvo para mirarla con una sonrisa tambaleante en los labios. Había llegado el momento del adiós. Antes de que Tania pudiera siquiera llegar a asumirlo del todo, su tía se le lanzó al cuello para estrecharla entre sus brazos con fuerza. - Te voy a echar de menos...- murmuró la chica entonces. - Y yo, cariño. Y yo...- Lucía se separó y le apartó el pelo de la cara con una mezcla de delicadeza y cariño, por lo que Tania sintió todavía más la despedida.- Te llamaré a menudo, ¿de acuerdo? - ella asintió en silencio, realmente no tenía nada que decir y temía que si abría la boca, se le escaparan lágrimas de los ojos.- Mantendremos el contacto. - Claro...- logró decir al final. Volvieron a fundirse en un abrazo, antes de que Lucía tuviera que marcharse a toda velocidad para no meter al bedel en problemas. Al principio, el verla marchar le supuso un nudo en la garganta, pero al cabo de unos instantes logró calmarse lo suficiente para volver a encarar la situación de forma positiva. Agitó la cabeza, agarró las dos maletas gigantes y se acercó a su nuevo compañero. Únicamente llevaba una bolsa de viaje de cuero negro, que descansaba a los pies de la escalera, mientras su dueño estaba sentado, por decir algo, en el tercer escalón. Tenía el pelo de color castaño oscuro, medianamente largo y como ondulado; de hecho, el flequillo casi le caía sobre los ojos color café. Aunque no tenía una expresión concreta en su agraciado rostro, se adivinaba una sonrisa irónica. Llevaba unos pantalones vaqueros largos y desgastados, conjuntados con una camiseta de un azul grisáceo con motivos en negro y blanco, además de muñequeras de cuero. Y si la ropa, de por sí, le sentaba realmente bien, la posición en la que estaba ayudaba a potenciarlo: se encontraba repantigado a lo largo de los escalones, ajeno al mundo, pues estaba concentrado en el libro que tenía entre las manos. Tania nunca había conocido a alguien que se abstrajera tanto en una lectura, ni siquiera su padre se aislaba tanto cuando investigaba. Por eso, le dio reparo el molestarle, aunque luego

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pensó que le iría mejor siendo simpática con él: si conocía al otro novato, al menos no estaría sola en aquella fortaleza disfrazada de escuela. Se sentó a su lado, sonriéndole al tiempo que alzaba un poco la mano para saludarle: - Hola, soy Tania. Como toda respuesta, recibió una mirada de su compañero. Éste, después, regresó al libro como si no hubiera ocurrido nada. Ni una sola palabra, ni un amago de saludo, simple y llanamente la ignoró. Tania se quedó completamente cortada, extrañada, sin saber muy bien cómo reaccionar ante el desdén del chico. Como estaba claro que él pasaba, al menos de ella, decidió quedarse donde estaba, esperando al alumno que les iba a enseñar el internado. Cruzó los brazos sobre sus rodillas, inclinándose hacia delante con aire aburrido. Esperaba no tener que aguardar así mucho. La situación, al final, se volvió inaguantable. Tania se sentía tan violenta por el silencio del chico que comenzó, también, a sentirse nerviosa. ¿Por qué el maldito guía no llegaba? Era todo tan incómodo, tan tenso... ¿Por qué aquel chico no podía ni saludarla? ¿Tanto le costaba dejar el libro y decirle hola o, por lo menos, abandonar esa pose de pasar del mundo, de ir en contra de él? Ella no estaba haciendo nada y seguía teniendo la sensación de molestarle. Además, tenía que ver como el resto de alumnos novatos iba desapareciendo poco a poco por partes distintas del recibidor. Eran afortunados. Enterró la cabeza entre las manos, ahogando un suspiro al fruncir los labios con fuerza. Permaneció así, casi en posición fetal, durante unos instantes, hasta que escuchó los jadeos que resonaban por el corredor que quedaba justo frente a ella. Por éste, apareció un muchacho desgarbado que corría como si estuviera en las mismísimas Olimpiadas. Tania alzó el rostro, su rubia melena se lo cubrió, por lo que se la echó hacia atrás con ambas manos, mientras veía como el recién llegado frenaba secamente a pocos centímetros de ella. Un poco más y se le hubiera caído encima. Estaba resollando, con las manos apoyadas en las caderas, las piernas abiertas y el torso levemente inclinado hacia delante. Por favor, que no se desmaye. Por favor, que no se desmaye. ¡Por fa, por fa! Todavía sin aliento, el muchacho le tendió una mano, acompañándose, eso sí, de una encantadora sonrisa. Tania no las tenía todas consigo, seguía temiendo que se le cayera encima o algo por el estilo. - Prometo no morirme delante de ti. - Haces que me sienta más tranquila. La chica frunció un poco el ceño y curvó los labios hacia un lado, trazando una mueca divertida. El recién llegado pareció recuperar el aliento, de hecho dejó de respirar de forma entrecortada para hacerlo con normalidad; ladeó un poco la cabeza. Llevaba la espesa cabellera corta, también revuelta, y era negra, pero negra, negra. Nunca había visto a alguien con el pelo tan oscuro. Sus ojos eran muy grandes, de color azul claro. Su tez no sólo olía a verano, sino que tenía el tono tostado de haber pasado tres meses bajo el sol, de hecho Tania envidió su bronceado; por otro lado, hacía destacar las pecas que tenía esparcidas en nariz y mejillas. Ya se había vestido con el uniforme de verano del internado: pantalones beige, camisa blanca de manga corta (con el escudo bordado en rojo incluido) y corbata verde. - Jero - le saludó con otra sonrisa. Ella aceptó, por fin, su mano. Jero tiró de ella con fuerza, seguramente con más de la que había pretendido, pues Tania se vio impulsada hacia él hasta que sus cuerpos chocaron. Se quedaron así un instante, mirándose a los ojos fijamente... Aunque al siguiente, comenzaron a reírse casi a coro. - Tania - se presentó ella entonces.

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- Pues, bienvenida al Bécquer - Jero hizo una mueca, mientras le cogía una de sus maletas sin que ella se lo hubiera pedido. Un bonito detalle.- Lo llamamos así. Gustavo Adolfo Bécquer es muy largo y es un coñazo decirlo continuamente. - Lo había pillado - reconoció la chica, guiñándole un ojo. - Bueno, a ver, me ha tocado enseñarte esto... A ver por dónde empiezo... - Eh... Creo que nos dejamos algo - Señaló con un gesto de cabeza al otro novato, que seguía leyendo sin alterarse por nada. Se acercó a Jero, bajando el tono de voz.- Se supone que es una persona... Y que viene a nuestra clase. - Oh... Le pareció ver que su nuevo compañero parecía decepcionado, aunque éste no tardó en volver a mostrar el que, ella creía, era su habitual buen humor. - Eh, oye - le dijo al otro, que seguía a lo suyo.- Soy Jero y tengo que enseñarte el colegio porque es como un laberinto...- pareció titubear, como si su interlocutor le produjera respeto.- ¿Podrías dejar el libro y acompañarnos? Y... Eh... Decirnos cómo te llamas. El novato asintió casi imperceptiblemente, al mismo tiempo que cerraba el libro, que resultó ser Los hermanos Karamazov de Dostoyevski. Lectura ligera, pensó Tania. Tras que se echara la bolsa al hombro, todavía llevando la novela entre las manos, se acercó a ellos para presentarse de una vez. La chica ya tenía hasta curiosidad por conocer el nombre de aquella persona tan poco habladora. - Deker Sterling. - ¡Mierda! - exclamó Jero, sobresaltando a los dos. Durante un instante cerró los ojos, como maldiciéndose.- Yo soy más de francés...- se volvió hacia Tania, parecía realmente apurado.- Dime que hablas inglés con fluidez... - Me defiendo bastante bien. - ¡Menos mal! - Antes de que corráis a buscar al profesor nativo - la voz de tono ligeramente burlón pronunciaba el castellano a la perfección, sin acento alguno.- deberíais saber que hablo español. Madre inglesa, padre español... Raro, ¿eh? - Deker sonrió de forma torcida, como si se estuviera divirtiendo a costa de ellos.- ¿Podemos acabar con esto de una vez? - Genial, nos ha tocado Míster Simpatía dos mil diez - suspiró Jero, pasándose una mano por la cara.- Bueno, así es como lo haremos: os enseño esto y cuando acabe, os llevo a vuestros respectivos cuartos.

La visita resultó ser peor que una maratón, pues aquel maldito internado era enorme, por lo que cuando llegaron al ala donde dormían las chicas, Tania apenas podía sostenerse. Sin embargo, también había sido algo completamente divertido, también interesante, aunque Tania sospechaba que se debía únicamente a Jero. El chico le ayudaba con las maletas y caminaba a su lado, mientras que Deker los seguía manteniendo cierta distancia y en silencio. Los tres se detuvieron frente a una puerta. - Tu habitación - le indicó Jero, abriéndola. - Desde que la he visto, sabía que la novata me iba a tocar a mí. La voz que se había quejado le resultaba terriblemente familiar a Tania... ¡Y tanto que sí! Ni siquiera le hizo falta entrar para saber que su compañera de habitación era ni más ni menos que la chica con la que se había encontrado nada más llegar. Ahí estaba, tirada en la cama con sus bonitos labios fruncidos; se incorporó, soplándose sobre las uñas con aire enfurruñado. - Con lo que me alegré cuando Manolita Gafotas se largó...- agitó la cabeza, tiñendo sus rasgos de desprecio.- Pero, claro, aquí sólo una duerme sola... - Ella no...- comenzó a decir Jero.

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- ¿Ahora El becario botones habla? La muchacha habló con tanto asco que, por un lado, Tania se sintió desconcertada y, por otro, se percató de que la espalda de Deker se tensaba. Jero, a pesar de la humillación que debía sentir por semejante trato, siguió como si nada, Erika abrió la boca para seguir atacando... Mas no llegó a decir nada, pues alguien se le adelantó.

Se recostó contra la pared, cruzando los brazos sobre el pecho, mientras ignoraba las miraditas que el otro chico, el tal Jero, le estaba lanzando para indicarle que era un borde y que ya podría echarles una mano. Que le mirara como quisiera, no lo iba a hacer. Se dedicó a contemplar el pasillo en el que estaba: lo igual de las puertas, las placas con los números de habitación como si fuera un hotel, las lámparas idénticas... Internados, todos igual de originales. A pesar de estar fuera de la habitación, fijándose en cada detalle de su alrededor, tenía un oído puesto en lo que ocurría dentro. No veía nada interesante, nada que le llamara la atención... Desde que su padre le había enviado ahí lo había tenido claro, pero en ese momento la realidad le golpeó: se iba a aburrir como una ostra. - ¿Ahora El becario botones habla? No tardó ni dos segundos en idear una respuesta adecuada a esa pregunta. - Al parecer las cerdas también, no sé de qué te extrañas. Supuso que le iba a caer una buena hostia por parte de la petarda agraviada, así que se volvió un poco, lo suficiente para poder mirar sobre su hombro: la chica rubita, la agradable, Tania, había abierto los ojos, incrédula, mientras que Jero intentaba aguantar la risa sin éxito. La otra rubia, la petarda, apareció a su lado, fulminándole con la mirada. - ¿Qué has dicho? - no preguntó, exigió. Entrecerró, durante un instante, un poco los ojos, observándola. Le resultaba familiar. El ceño fruncido, los ojos de aspecto furioso, los pequeños saltitos que daba al estar invadida por la rabia... Efectivamente. Era una versión humana de un pekinés. No era interesante. Para nada. Por eso, simplemente la ignoró y, para dejárselo claro, volvió a abrir la novela que tenía entre las manos y se puso a leer. Sin embargo, no creía que la chica fuera a dejarle en paz, así que se preparó para un nuevo enviste, que no le llegó, puesto que algo sucedió, algo que llamó poderosamente la atención de la joven agraviada. Otra chica pasó frente a ellos. Llevaba el uniforme femenino de verano: falda plisada y corta de roja tela escocesa con las líneas en verde, conjuntada con la corbata escarlata que destacaba sobre la camisa blanca de manga corta. De mediana estatura, tirando a alta, tenía una complexión delgada, atlética, de curvas poco pronunciadas, pero atractivas. Su cabello castaño claro le debía caer casi hasta la cintura, no quedaba muy claro pues ondeaba tras ella como una bandera. Sus ojos eran del color de la miel, pero ahí acababa el parecido, pues no eran dulces o cálidos, sino fríos y distantes. Toda ella era gélida; muy hermosa y muy fría. - ¿Quién es esa? - Tania tuvo la misma curiosidad que él. - La princesa de hielo - aclaró la joven agraviada con pura animadversión en cada sílaba. Ésta se apoyó en el quicio de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho.- Es bastante conocida en este lugar. Es la hija del director y se cree mejor que todos nosotros. No es amiga de nadie, casi no habla con nadie y siempre, absolutamente siempre, rechaza a todos los que se acercan a ella, sobre todo a los chicos - chasqueó la lengua en señal de desaprobación.- No entiendo ni qué ven en ella, ni por qué se cree mejor. - No le hagas caso - tras él, Jero agitaba la cabeza de un lado a otro; le hablaba a Tania, de hecho se había acercado a ella, bajando considerablemente el tono de su voz.- Se llama Ariadne Navarro. Va a nuestra clase y...

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Deker siguió con la mirada a La princesa de hielo, curvando casi imperceptiblemente los labios para sí. Algo interesante. Por fin.

- Pues... Hasta luego, ¿no? Jero se despidió de ella con un gesto, antes de llevarse a Deker para mostrarle su cuarto. Le apenaba que se fuera, le había caído realmente bien y no quería quedarse a solas con su compañera de cuarto que, la verdad, parecía bastante hostil. Sin embargo, después de cerrar la puerta, se armó de valor y sonrió a la chica. Ésta seguía recostada en la cama, todavía con aquella ropa tan preciosa y sin intención alguna de ponerse el uniforme. Leía una revista, aunque no dudó en olvidarse de ella para mirarla. - Creo que no hemos comenzado bien... Bueno, ha sido culpa mía - admitió con una mueca; dejó la revista sobre la mesilla que había al lado de su cama, bajando después los pies al suelo para sentarse.- A veces soy una bocazas. - Tranquila...- se encogió Tania de hombros, alzando después un dedo al mismo tiempo que ensanchaba su sonrisa.- Y basta de llamarme “novata”, ¿eh? La chica pareció considerarlo durante unos instantes, después asintió. - Lo intentaré, pero no te prometo nada - le sonrió un poco, una vez calmada parecía mucho más simpática. Le tendió la mano, mientras decía a modo de presentación.- Me llamo Erika, por cierto. - Tania. Antes de que pudiera darse cuenta, ya se había hecho amiga de Erika. La joven le indicó cómo solía dividirse la habitación: qué escritorio era de cada una, cómo repartirse el armario... Se ayudaron mutuamente a instalarse, mientras se conocían hablando de todo y nada al mismo tiempo. En poco rato, Tania descubrió que su compañera de habitación llevaba yendo a ese internado desde que era niña porque sus padres apenas paraban por casa. También que era una estudiante muy aplicada, aunque se le daban muchísimo mejor las ciencias que las letras. Y, sobre todo, que parecía otra persona cuando hablaba de su novio. Por lo general, aunque intentaba lo contrario, Erika parecía un poco apática, como si no terminara de sentirse a gusto; sin embargo, era pensar en su chico y sonreír radiante, de forma sincera. - ¿Y cuánto lleváis juntos? - quiso saber Tania, mientras se inclinaba sobre la cama para coger los cuatro libros contados que se había traído; entre ellos, cómo no, se encontraba aquella edición de Nada. - Un año y once meses. - ¡Vaya! Eso se dice pronto, ¿eh? - A mí se me ha pasado volando - asintió Erika, enredando un dedo en su largo cabello con aire distraído.- Venía de lejos, ¿sabes? Ya éramos novios en parvulitos. A Rubén le hace gracia, dice que son cosas de críos, pero yo creo que es algo más. - Es bonito, sí. - ¿Y tú? Erika se había sentado sobre sus talones e inclinado hacia delante, mientras cerraba los puños sobre sus rodillas. La miraba con cierta ansia, también con un leve toque de malicia, estaba claro que estaba cotilleando y disfrutando de ello. Tania sintió que se le ponían las orejas rojas, como siempre que se sentía azorada. Claro que ella marujeaba, pero con Clara y sus otras amigas de confianza, no con la primera que pasara, a eso no estaba acostumbrada. Pero ahora Clara no está conmigo, Erika sí.

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A decir verdad, era un tema que, aunque llevaba dentro de ella meses, había estado latente, esperando a que las cosas se tranquilizaran... Cosa que no había llegado a pasar. No obstante, agradecía el poder conversar con Erika de aquello: durante un rato no era la hija de un desaparecido, no tenía que darle vueltas a aquel tema. - Hay un chico... Creo... - ¿Crees? - se extrañó su nueva amiga. - Es... Un poco largo de contar - arrugó la nariz con cara de circunstancias. No sabía muy bien qué contarle, cómo explicarle lo sucedido sin que parecía un folletín o una ensoñación. Definitivamente era más fácil hablar con Clara, ella le había entendido desde el principio.- Hace unos meses conocí a un chico... - ¿Y cómo era? ¿Guapo? - la sonrisa que se dibujó en los labios de Tania debió de ser muy elocuente, pues su amiga rió, añadiendo después.- ¡Sí que lo era! ¿Y qué ocurrió? - Hablamos y hablamos y hablamos y... No sé, sentí... Que conectábamos. - Qué bonito. - Sí...- asintió Tania distraídamente.- Lo fue. Pero ahí quedó todo. No le he vuelto a ver desde aquella noche - al pensar en él, en aquel chico de ojos grises, se sintió como atontada, como en una nube. Se recostó contra la pared a la cual estaba pegado el lateral de la cama, hacía ya un buen rato que había dejado de ser consciente de que hablaba con otra persona.- Me preguntó dónde estará, qué estará haciendo... O si le volveré a ver. Él dijo que sí. El destino y esas cosas... De pronto, la puerta se abrió. - Erika, ¿estás a...? El chillido que brotó de los labios de ésta fue suficiente para romper el hechizo en el que se había sumido Tania. Agitó la cabeza, regresando a la realidad, para contemplar, con una sonrisa en los labios, como Erika se había reencontrado con su novio después de dos meses. - Te he echado tanto de menos - le susurró tras besarle. Le acarició la cara durante un instante, al siguiente se giró un poco.- Rubén, te quiero presentar a mi nueva compañera de habitación: Tania. Tania, este es Rubén, el que te he comentado antes. Su amiga le dedicó una sonrisa tan amplia, que ella esbozó otra a modo de respuesta, antes de volverse hacia Rubén. La sonrisa se le congeló en los labios. A decir verdad ella se congeló entera. El chico alto, fibroso y de cabello castaño claro que estaba frente a ella tenía los ojos grises, los ojos grises más bonitos que jamás había visto... O eso había pensado casi dos meses atrás, pues el muchacho que se hallaba frente a ella era ni más ni menos que Rubén, SU Rubén. El destino y esas cosas.

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Capítulo 4 Igual y opuesto

Nunca antes había agradecido el que comenzaran las clases, pero aquel día hasta se alegró de tener seis horas por delante de conocer a profesores, temario y demás. El tener la mente ocupada en aquellas cosas, le imposibilitaría el pensar en Rubén, en cómo la había engañado. Se puso el despertador muy temprano para evitar a Erika, así que en cuanto sonó, recogió sus cosas y se dirigió hacia los baños de aquella planta. Como fue Jero quien le enseñó el lugar, no llegó a entrar en los baños de las chicas, así que se llevó una grata sorpresa. Era una sala muy larga, donde a cada lado había una hilera de cubículos: a un lado duchas, al otro retretes; en el centro se encontraba una recua de lavabos pegados tanto a la izquierda como a la derecha de un espejo de dos caras. Estaban desiertos. Eran las seis de la mañana, así que aún quedaba todavía la friolera de dos horas y media para que las clases comenzaran. El resto del mundo, seguramente, dormiría; ella seguía rememorando la incómoda escena del día anterior.

Desde el preciso instante en que vio al novio de Erika, supo que se trataba del mismo con el que había estado fantaseando aquellos dos meses. El único oasis que había tenido en aquel tiempo colmado de desesperación por la ausencia de su padre. Ya ni siquiera tenía eso, pues no era el príncipe azul que creía en el destino, era un capullo que la había convertido en “la otra”. No supo cómo reaccionar, así que se le quedó mirando. Rubén, a su vez, la contemplaba con asombro, aunque enseguida lo ocultó magistralmente y actuó como el mejor de los actores: primero, le dedicó una sonrisa al mismo tiempo que se acercaba a ella para, después, propinarle los dos besos de rigor en la mejilla. - Así que Tania, ¿eh? Eres nueva, ¿no? - Eh... Sí... Lo soy - articuló todavía atónita. Rubén asintió como si nada ocurriera y, como Erika le prestaba atención sólo a él, no se dio cuenta de la estupefacción que estaba sintiendo. Tania agradeció enormemente la adoración que sentía Erika por su novio, le evitaba problemas. Sin embargo, Rubén sí que la estaba mirando y tuvo la consideración de acercarse a su pareja para rodear su cintura con el brazo, girándola. Estaba intentando que Erika siguiera en la ignorancia. Un momento... ¿Consideración? No, qué va, se estaba salvando el culo. Lo siguió haciendo cuando dijo: - ¿Nos vamos a dar una vuelta por ahí? Hace mucho que no estamos a solas. La sacó con suavidad de la habitación, no sin antes volverse hacia ella con gesto apenado, articulando sin emitir sonido alguno: - Te lo explicaré.

¿Explicar? ¿Explicar el qué? Tenías novia, estabas en Madrid solo y pensaste en divertirte un poco. Fin de la cuestión. Hay poco que explicar, pensó con enfado. Se sentía tan furiosa que lo pagó contra su propia piel al frotar la esponja sobre ella con demasiado ímpetu. Después, se quedó un buen rato debajo del agua, pues el sentirla caer de cabeza a pies la relajaba. Cuando, al fin, se decidió a salir, se colocó una toalla entorno al cuerpo y se desenredó la rubia melena; tras escurrirla sobre el lavabo para eliminar los restos de agua, se frotó el cuero

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cabelludo con una toalla y terminó de secarse el cuerpo. Como quería pasar el menor rato posible en su habitación, se había llevado consigo el uniforme, así que se lo puso. Se encontraba muy rara con él puesto, como si acabara de salir de una película o una fiesta de disfraces. Una vez estuvo preparada, se dispuso a regresar a su dormitorio para dejar ahí el pijama, aunque al abrir la puerta del cuarto de baño, algo le hizo cambiar de opinión. La voz suplicante de un chico: - Ariadne, por favor... Generalmente, hubiera cerrado la puerta y esperado a que la tempestad cesara, pero debía admitir que aquella chica, La princesa de hielo, le causaba curiosidad. Jamás había conocido a alguien tan falto de sentimiento, ni siquiera la consideraba gélida, más bien apática, como si no existiera nada en el mundo que le importara, como si fuera alguien vacío. Más que La princesa de hielo, le parecía La princesa triste. Aquella curiosa chica, Ariadne, no estaba muy lejos de ella; hablaba con un chico del que Tania únicamente veía la espalda, mas podía imaginarse el gesto que teñía sus facciones gracias al tono de su voz. - Llevo pensando todo el verano en ti - insistió el chico. Ariadne ladeó la cabeza un poco, curvando los labios con levedad, como si hiciera un amago de sonrisa. - Lo siento. - No has hablado nunca conmigo, no puedes saber si no te gusto. - No lo necesito... - ¡Sal conmigo! ¡Aunque sólo sea una vez, por favor! A esas alturas Tania no sólo había asomado la cabeza al pasillo, sino que estaba aferrada al marco de la puerta con ambas manos, viviendo aquella historia como si fuera propia. Deseaba que Ariadne dijera que sí, que le diera una oportunidad a aquel pobre chico que tanto se estaba humillando. ¡El chico se lo merecía! - No - fue la única respuesta de ella. - Pero... Y se marchó sin más. Se fue. Ni siquiera se molestó en darle una explicación o en hacerle sentir mejor, lo dejó ahí hundido en la miseria. Tania ahora entendía la inquina que le tenía Erika, era cierto que lo había tratado como si estuviera por encima, ¡y no era justo! - ¿Se puede saber qué estás haciendo? La voz la sobresaltó, por lo que dio un respingo y soltó un grito. El pobre chico, que seguía mirando el pasillo por el que se había marchado La princesa de hielo, se volvió hacia ella, alarmado. Sin embargo, no llegó a verla, puesto que alguien la empujó al interior del baño y cerró la puerta, apoyándola con brusquedad sobre ésta. Un instante después, abrió mucho los ojos al comprobar que estaba ni más ni menos que con Rubén, que se hallaba tan cerca de ella que sus cuerpos se tocaban por completo. Demasiado cerca, como dos hojas dentro de un cuaderno cerrado. Además, él había puesto la mano sobre sus labios, acallándola. También había clavado su mirada en la de ella, lo que era lo peor con diferencia, pues era un capullo, sí, pero era el capullo con los ojos más bonitos que había visto. Se quedaron así unos instantes: incapaces de moverse. Al final, Rubén la soltó y dio media vuelta, pasándose ambas manos por su corto cabello castaño claro. Tania, por su parte, ladeó la cabeza, no quería verle, no quería estar a solas con él, así que lo mejor era marcharse... ¿Por qué, entonces, no se movía? - Siento haberte asustado - dijo Rubén. - Supongo que eso no lo pretendiste. - Tampoco pretendía herirte. Seguía concentrada en la pared que había a su derecha, aunque sentía aquellos malditos ojos grises contemplándola. Su corazón la traicionó, pues había comenzado a latir demasiado deprisa. Era curioso, jamás había sentido cosas tan dispares a la vez: el chico la enervaba, hería y

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emocionaba al mismo tiempo. ¿Cómo era aquello posible? Debía limitarse a odiarlo, a olvidarse de él, pero, por algún extraño motivo que no lograba comprender, Rubén seguía despertando algo en ella, aquel magnetismo que más parecía un embrujo. Finalmente, encontró las fuerzas para controlarse, para mantener la distancia, por lo que alzó la mirada, buscando y encontrando la del muchacho. - Lo has hecho. - Lo siento. - No, la que lo va a sentir soy yo - opinó con frialdad.- Por si no te has dado cuenta, comparto habitación con tu novia, que no sabe nada. ¿Sabes lo que supone eso? - agitó la cabeza, suspirando.- Va a ser un curso muy agradable. Rubén se quedó en silencio, ella también. Se dio cuenta de que el joven parecía querer decir algo. Cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, miraba a todas partes aunque a ninguna en concreto, se humedecía los labios... Era como si estuviera buscando palabras... No. Como si estuviera armando una excusa que darle para quedar bien. - No hace falta que te esfuerces - le cortó, encogiéndose de hombros.- Olvidamos lo que ocurrió y cada uno por su lado. Total, no fue para tanto. Le miró una última vez, antes de marcharse. La mentira había dolido. Había dolido mucho, pues, al menos para ella, sí que lo había sido, por muy exagerado o novelesco que pareciera. Estuvo en la biblioteca hasta que empezaron las clases. Le escribió un e-mail kilométrico a varias de sus amigas, mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para no coger el móvil y llamar a Clara a aquellas horas tan intempestivas. El encontronazo con Rubén la había afectado mucho más de lo que le hubiera gustado, lo hizo tanto que hasta se le cerró el estómago y por eso se saltó el desayuno, disfrutando de un rato más de soledad. Ésta se vio interrumpida cuando alguien se sentó frente a ella: Jero había cruzado los brazos sobre la mesa y se había inclinado hacia delante, observándola con una sonrisa entre los labios. Ella se percató de que su nuevo compañero llevaba la corbata peor anudada de la historia, algo que, en realidad, no le extrañó. - Así que aquí es donde te escondes, ¿eh? - Jero miró a su alrededor, frunciendo un poco los labios con aire pensativo.- Es un buen sitio. Pocas personas vienen sin razón. De hecho, casi ni se me ocurre buscarte aquí...- entonces debió reparar en su expresión, puesto que su gesto cambió, parecía dudoso.- Eh... Sé que no nos conocemos de nada, pero... ¿Estás bien? - Un poco nerviosa. Ya sabes, primer día y esas cosas. - Ah, eso - el muchacho volvió a sonreír, como si se sintiera aliviado.- Bueno, tiene una fácil solución: estaré contigo, ¿vale? No le quedó más remedio que devolverle la sonrisa. Había algo en aquel chico que le contagiaba su buen humor, que la obligaba a estar mejor quisiera o no. Por eso, de verdad se sintió agradecida al saber que podía contar con él. Los dos se dirigieron hacia el aula - que, a decir verdad, Tania no tenía ni idea de dónde se encontraba, a pesar de la visita guiada del día anterior - y la conexión entre ambos volvió a surgir de forma natural, era como si fueran perfectamente compatibles, pues tenían gustos parecidos y hablar no era algo difícil, todo lo contrario. Al llegar a la clase, Jero se hizo a un lado para dejarla pasar, lo que la divirtió. - Os enseñan a ser galantes, ¿eh? - le dijo. - ¡Oh, sí! - asintió el chico, añadiendo después.- Mi padre y mi madre. No te vayas a pensar que nos dan clases de protocolo o algo así...- comenzó a explicar, cerrando después los ojos como si se maldijera.- Vale... Era una broma y yo soy idiota. - Lo has dicho tú, que conste.

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Antes de que ella pudiera ni mirar los asientos que había, Jero se apalancó en la tercera fila y le ofreció la silla que había a su lado. Obedeció al instante, le gustaba aquella posición: no estaba ni lejos, ni peligrosamente cerca. Entonces se dio cuenta de que estaban prácticamente solos en clase, sólo les acompañaba La princesa de hielo, que ocupaba la primera fila. Mantenía el codo apoyado sobre el pupitre y, al mismo tiempo, la barbilla sobre la palma de la mano. Su cabeza estaba ligeramente ladeada en dirección a la ventana que había a su izquierda, por donde entraba la brillante luz del sol de aquella mañana despejada, que hacía brillar su cabello castaño con tonos dorados. Les ignoraba. Bueno... A decir verdad parecía estar muy lejos de ahí, en su propio mundo. Pero seguro que no está pensando en el chico de esta mañana. Siguió hablando con Jero, al principio con cierta reticencia, pues La princesa de hielo le incomodaba, pero acabó acostumbrándose a su silenciosa presencia. Además, poco después el resto de la clase fue llegando. Tania saludó a Erika con la mano, sintiendo una nueva punzada de culpabilidad. Su nueva amiga llegó acompañada de otras tres chicas y las cuatro se dividieron para ocupar las dos primeras filas de los pupitres centrales. Se percató, sin embargo, que, al verla, a Erika se le torció el gesto. Durante un momento sintió verdadero pánico al pensar que había descubierto que el chico del que le había hablado era Rubén, su propio novio, pero después comprendió que la causa de su visible irritación no era otra que Jero. Decidió ignorar aquel hecho. Lo hizo durante todas las clases, incluso durante la comida, aunque en aquella ocasión fue verdaderamente difícil pues Erika la separó de Jero para presentarle a sus amigas. El chico quedó claramente desilusionado, mas no protestó, simplemente se sentó entre otros compañeros de clase con los que no tardó en conversar con tono amigable. Tania, por otro lado, no lo tuvo fácil, pues en cuanto se sentó, Erika le reprendió: - Oye, no es que tenga que decirte con quién ir o con quién no... Bueno, debería aconsejarte, sí... La cuestión es que ese chico no nos conviene. - ¿Conviene? - Es un becado. - ¿Y eso importa? - ¡Oh, Tania, no seas ilusa! - exclamó la chica, poniendo los ojos en blanco.- Pues claro que importa. Mira, no sé a qué instituto ibas antes, pero esto es un colegio de élite. Aquí venimos los hijos de las mejores familias, nos hacemos amigos y, al mismo tiempo, ganamos contactos para el día del mañana, ¿entiendes? - Eh... La verdad es que no. Erika resopló, agitando la cabeza de un lado a otro. Intentó calmarse, repeinándose los mechones rubios que se había dejado escapar a propósito de la trenza francesa que lucía. - Jerónimo Sanz es un pobre diablo, ¿de acuerdo? Sí, seguramente lo tenga mejor que los demás de su estrato económico, pero no llegará a nada. No es como nosotras. Tu padre es un reputado periodista, el mío un cargo del Ministerio, los suyos... La verdad es que no lo sé, tampoco importa porque ni ellos ni su hijo son importantes y, por eso, no debes relacionarte con él. ¿De acuerdo? - Erika debió de notar que no estaba muy convencida, puesto que añadió de forma un poco más cariñosa.- Te digo esto por tu bien. - Entiendo. Ella sí que sabía a qué se dedicaban los padres de Jero, él se lo había dicho: su padre tenía una pastelería y su madre era cartera allá en Navarra, de dónde era. También le había dicho que tenía muchos hermanos pequeños, a los que adoraba; de hecho, según le había dicho, era la única pega del internado: no podía verlos tanto como quería. - ¿Quieres que te presente a mis amigos?

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Erika le señaló con un gesto de cabeza a un grupo de alumnos que se acomodaba en una mesa de forma rectangular; entre ellos se encontraba Rubén. Una vez más, le creaba un conflicto entre la ilusión de verle y el enfado del engaño. Sin embargo, acabó asintiendo, por lo que su amiga le brindó una sonrisa satisfecha.

- ¿Eres Sterling? Una voz femenina y aguda le sacó de su lectura. Se trataba de una niña de unos doce años, tenía el pelo dividido en dos trenzas y no parecía demasiado entusiasmada. Enarcó una ceja para hacerle entender que la escuchaba, que él era Sterling. - Me ha pedido el conserje que te diga que tienes una llamada. Arrugó la comisura de los labios, replanteándose el no acudir para molestar a la persona que se hallaba al otro lado del teléfono. No obstante, acabó poniéndose en pie, por lo que la niña se marchó sin más. Se echó la mochila al hombro y volvió a abrir el libro, mientras se dirigía hacia la garita del conserje, donde había unas cuantas cabinas para que los alumnos pudieran hablar con sus padres. Siempre había podido leer y caminar al mismo tiempo, esquivando a cuantos se le cruzaran en su camino; para un devorador de libros como él era todo un don. El conserje, un hombre de pelo blanco y ralo que ya debería estar jubilado, le estaba esperando y lo atendió con amabilidad, dejándole pasar a una de las cabinas. Mejor. Prefería la intimidad, eso le permitía el no tener que disimular. - Sólo llevo un día aquí - dijo en cuanto descolgó el auricular. - No deberías ser tan descuidado, ¿y si no hubiera sido yo? - Sólo podías ser tú - dijo con pasotismo, rascándose la frente con un solo dedo. Se apartó el largo y alborotado flequillo de los ojos, añadiendo de mala forma.- Bueno, ¿qué? ¿Además de darme por culo, hay algo más? - ¿No has averiguado nada? - Mmm, déjame pensar...- se quedó un instante en silencio, fingiendo reflexionar, aunque acabó añadiendo con ironía.- El cocinero prepara un café cojonudo, la profesora de inglés es una inepta que no sabe pronunciar y que las chicas lleven las faldas tan cortas es un lujo para la vista. - Qué gracioso - resopló su interlocutor.- ¿Algo de lo que nos interesa? - Tengo un par de ideas, pero necesito tiempo. El hombre que se encontraba al otro lado calló durante unos instantes, aunque acabó resignándose. - Bien... Pero mantenme informado. No se molestó ni en responderle, simplemente le colgó y salió de ahí a toda velocidad. Seguía haciendo buen tiempo a pesar de ser mediados de septiembre, así que decidió salir a dar una vuelta por los terrenos de la escuela y encontrar un buen árbol en el que poder seguir leyendo hasta que las tediosas clases se reanudasen. En su excursión, acabó encontrando uno perfecto, pues estaba al sol, pero ofrecía bastante sombra. Además, estaba ocupado por la chica de pelo largo, la que habían denominado La princesa de hielo. Sonrió de forma torcida, dirigiéndose hacia allí. Se sentó a su lado sin decir palabra, observándola fijamente. Primero reparó en su largo y liso cabello que le caía por la espalda, después en la curva de su nariz, en sus labios, en como se apartó un mechón que se escapó desde atrás de sus orejas... Al final, advirtió que la corta falda roja se arrugaba entre sus muslos y, con todo el descaro del mundo, clavó la mirada entre ellos para ver si era capaz de observar su ropa interior. Ariadne, que así era como le habían dicho que se llamaba, demostró un perfecto auto-control, puesto que, aunque su espalda se tensó ante aquel gesto tan descarado, ni siquiera le miró o le dijo nada. Simplemente fingió ignorarle. Deker sabía que estaba pendiente de él, lo que le

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divertía todavía más; el que la chica explotara era un reto que le estimulaba de sobremanera, así que siguió ahí, a su lado, con el libro entre las manos. No obstante, ella hizo alarde de una perseverancia sin igual, puesto que no dio su brazo a torcer. Enarcó una ceja, divertido, mientras decidía cambiar de estrategia. Se acercó sin ningún disimulo hasta acabar prácticamente pegado a ella. Ladeó la cabeza para buscar el título del libro, encontrándose con uno que conocía: Festín de cuervos de George R. R. Martin. - Muy buena elección - le sonrió, aunque Ariadne siguió en su propio mundo, como si él no le estuviera hablando.- ¿Conoces el significado de la palabra “spoiler”? Porque podría decirte unos cuantos... La muchacha se mordió el labio inferior, la estaba sacando de sus casillas. Durante un instante permaneció quieta, con la mirada clavada en el infinito, como si estuviera tratando de decidir qué hacer. Al final, cerró el libro con sumo cuidado, antes de volverse hacia él. Una parte de su largo cabello se abrió como el ala de un ave, hasta acabar sobre su pecho. Su rostro era, en general, una máscara de hielo, pero Deker podía leer en ella la irritación que sentía. - ¿Quieres algo en especial? - le preguntó ella con educación. - ¿Cómo te llamas? - la muchacha permaneció en silencio, mirándole con una mezcla de incredulidad y desconfianza.- Si no me dices tu nombre, me obligarás a buscarte un mote...- ella debió de decidir que tenía suficiente porque se puso en pie para irse.- ¡Eh! - la llamó, alzando la voz.- Me gusta mucho tu pelo, Rapunzel.

Durante el resto del día Tania se esmeró en dar esquinazo a Jero, intentando que éste no se diera cuenta para no herirle. No había contado, sin embargo, con que el muchacho era, sobre todo, insistente. Por eso, cuando volvía de las cuadras, hasta donde había acompañado a Erika y al resto de sus nuevas amigas, casi sufrió un infarto al verle aparecer de repente. Lo primero que hizo fue mirar en derredor, cerciorándose de que nadie podía verlos; en cuanto lo hizo, se acercó a él tan amigablemente como por la mañana. - Qué de deberes nos han mandado, ¿eh...? Volvió a suceder algo que no había previsto: Jero la fulminó con la mirada antes de pasar de ella con gesto malhumorado. Durante un instante, se quedó quieta, impresionada. No podía decir que no se lo merecía, pero sí que pensaba habérselo montado mejor. Se quedó mirando cómo Jero se marchaba otro segundo, después, abatida, emprendió el camino hacia su habitación. Subió las escaleras del final del corredor hasta la tercera planta, donde se encontraban los dormitorios. En cuanto dio dos pasos en dirección al suyo, sintió que alguien la cogía del brazo, obligándola a girarse. Jero. - ¿Te crees que soy idiota? - le preguntó. Estaba enfadado. - ¿Qué? No. ¡Por supuesto que no! - Entonces no entiendo por qué hablas conmigo tan normal cuando es evidente que no conviene que te acerques a mí - la soltó, cruzando después los brazos sobre el pecho.- Llevo años aquí, ¿sabes? Sé lo que algunos dicen de mí... Pensé que tú serías diferente, pero está claro que me equivoqué - se encogió de hombros, agitando la cabeza.- No te preocupes, me mantendré alejado. Así tú podrás contentar a tu amiguita. - Jero, yo... Verás... El chico no se quedó a escuchar sus explicaciones, por lo que Tania decidió callarse y dirigirse hacia su habitación, preocupándose de mantener cierta distancia de Jero; éste debía de ir a la suya. Al llegar a la puerta de su dormitorio, encontró un sobre apoyado en el picaporte. Estaba a su nombre... Soltó una exclamación, dejándose caer al suelo, impresionada. Jero debió de oírla, puesto que no tardó en dar media vuelta para acercarse. La ayudó a ponerse en pie, visiblemente

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preocupado, mientras ella sólo podía mirar aquella caligrafía una y otra y otra vez. Todavía no podía creerse lo que tenía ante sí: - Es la letra de mi padre - acertó a decir. - Bueno, hay gente que prefiere escribir cartas a e-mails, ¿sabes? No es tan raro... - ¡No lo entiendes! - exclamó, cogiendo por fin el sobre y entrando en el cuarto. El chico la siguió, cerrando la puerta tras él.- Mi padre es Mateo Esparza, el periodista desaparecido - vio como los ojos de Jero se abrían como platos. Dejó de prestarle atención para fijarse en la carta de nuevo, girándola, en el remitente estaba su propia casa.- No puedo abrirla... Jero se pasó una mano por el pelo, antes de dejarse caer sobre la cama de ella. Seguía impresionado por todo aquello, lo que no era para menos. - No sabía lo de tu padre... O sea, sí que lo sabía, lo que no sabía es que eras su hija. - No voy anunciándolo por ahí, no quiero dar pena - se encogió de hombros, añadiendo después, mientras miraba la cama vacía de Erika.- Sólo se lo dije a Erika y prometió guardar el secreto...- le sorprendió el bufido que soltó Jero, aunque lo ignoró.- Te lo pensaba contar... - No sigamos por ahí - le cortó el chico, agitando la cabeza. - Pero... - Deberías abrir la carta. Seguramente será algo importante. A decir verdad, no se atrevía a hacerlo. Temía el contenido de aquella hoja de papel. Las manos le temblaban, por lo que no acertaba a rasgar el sobre. Jero se puso en pie, acercándose a ella con aire cariñoso, apoyándola en silencio. Sin embargo, Tania no lograba tranquilizarse, por lo que colocó sus manos sobre las de ella con suavidad para intentar calmarla. - No puedo hacerlo - susurró la chica, cerrando los ojos.- No puedo... - ¿Quieres que lo haga yo? - Por favor. - Recuerdas que casi soy un desconocido, ¿verdad? - sonrió él. - Confío en ti. El muchacho pareció agradecido de escuchar eso, aunque un instante después comenzó a pelearse con el sobre para abrirlo. Finalmente, tras hacer un verdadero estropicio, logró sacar una carta manuscrita que le tendió. - No voy a leerla por ti. Tania asintió, cogiéndola todavía con manos temblorosas. Cerró los ojos un instante, obligándose a sacar fuerzas de donde fuera: tenía que leerla a pesar del temor. Pero... ¿Y si era una carta de despedida? ¿Y si le contaba algo muy, muy malo? No estaba muy segura de que pudiera soportar demasiado, a pesar de que aún tenía fe en que estuviera vivo. Como tampoco tenía demasiadas opciones, acabó sentándose en su cama y desdoblando el folio con sumo cuidado, encontrándose con una carta que rezaba:

Querida Tania, Aunque esto te parezca sacado de una película y por mucho que suene a cliché, todo lo que te diga aquí es la más pura verdad, así que espero que la asumas y pueda ayudarte. Si esta carta llega a tus manos, significará que me ha ocurrido algo: ya sea que esté muerto, ya sea que esté desaparecido o... Algo mucho peor. Espero que estés bien. No te preocupes por mí, cielo, hazlo por ti. Como bien sabrás, pues te lo conté, he estado trabajando en encontrar al Zorro plateado, el famoso ladrón que ha robado tantas obras de arte y que tanto misterio levanta entorno a él. Al principio, me sentí muy frustrado puesto que no encontraba nada. Absolutamente nada. Sin embargo, al final mi trabajo dio sus frutos. Tirando de contactos, yendo de una persona a otra, logré conocer a un contacto muy cercano al Zorro plateado. No sé su nombre, no conozco su rostro. Sólo hemos intercambiado correos electrónicos, es decir, no conozco nada y, por tanto, no termino de fiarme. Ten cuidado, cielo. Dedícate a ser una persona normal, no destaques y, sobre todo, recuerda lo que siempre te he dicho: lucha por ser feliz.

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Te quiero mucho,

Papá. Se le inundaron los ojos de lágrimas sin que apenas se diera cuenta. Tras releer la carta un par de veces, se sintió todavía más emocionada, por lo que lloró con más fuerza. Lo hizo tanto que apenas podía ver, así que se limitó a apretar el folio contra su pecho. Entonces recordó que no estaba sola. Alzó la mirada, encontrándose con Jero, que se había puesto a pasear de un lado a otro, visiblemente violento. Mientras se secaba las lágrimas, no pudo evitar sonreír un poco, divertida ante la reacción del muchacho, que seguía mal fingiendo que no ocurría nada, aunque era evidente que no estaba cómodo. Pobrecito... - Perdona - le acabó diciendo entre carcajadas teñidas de nerviosismo.- No debe de... - No, no te disculpes - le pidió Jero, agitando la cabeza de un lado a otro con demasiado brío; aún seguía afectado. Se pasó una mano por el pelo, revolviéndoselo todavía más.- ¿Qué dice? Bueno, si puedo preguntar, claro. Se quedó callada durante un momento. Pensando. Hacía dos días que conocía a Jero, acababan de pelearse de hecho, pero... Pero necesitaba hablar con alguien. Necesitaba perspectiva. Necesitaba saber que podía confiar en alguien, que no estaba sola. Nunca había estado sola. Además, tras leer la carta de su padre, comenzaba a sospechar que aquello la sobrepasaba. Por eso, suspiró, indicándole con un gesto al muchacho que se sentara. - Tengo que contarte algo antes. Le explicó a qué se dedicaba su padre, también que estaba investigando al Zorro plateado y todo lo relativo a su desaparición, incluidos los meses que ella experimentó y cómo acabó en aquel internado. Jero escuchó en silencio, abriendo de vez en cuando los ojos desmesuradamente, demostrando así la sorpresa que sentía ante semejantes revelaciones. Cuando acabó, se quedó callada, mirándole a la espera de que dijera algo. El chico se humedeció los labios, todavía parecía impresionado, como si no terminara de creerse todo lo que le había sucedido. Al final, asintió un poco y dijo: - Vale... Está claro que fuera lo que fuera lo que le sucedió a tu padre, la culpa es de ese contacto... O del propio Zorro plateado. - Cierto. Tania asintió educadamente. Su amigo había dicho algo evidente, pero el pobre bastante hacía ayudándole como para que, encima, ella se pusiera borde. Aguardó un poco, a ver si él añadía algo, pero como no lo hizo, le mostró el escrito: - Hay algo que no me cuadra - le explicó, moviéndose un poco para acercarse; le señaló la despedida de la carta.- No tiene sentido - opinó, frunciendo el ceño. - ¿No? - Por supuesto que mi padre siempre ha querido que fuera feliz y siempre me animó a que luchara por lograrlo, pero...- movió la cabeza de un lado a otro, distraída; más que hablar con Jero, lo hacía consigo misma, como si le ayudara a seguir el hilo de sus propios pensamientos.- Lo que él siempre, siempre me decía era que yo era especial. Que todos éramos especiales y no había que avergonzarse, sino esforzarse en desarrollar aquello que nos hiciera únicos. - Creo que te dice que seas normal para protegerte, para que no te relacionen con él - dijo Jero, aunque ella seguía ceñuda, dándole vueltas a aquel tema.- Aunque, bien pensado, tampoco tiene demasiado sentido... - Es una pista. - ¿Segura? - No... No al cien por cien al menos - Tania alzó el rostro, regresando a la realidad y concentrándose en Jero.- O sea, no de forma racional, pero tengo una corazonada.

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- Hombre...- Jero volvió a fijarse en la carta, ladeando la cabeza con aire reflexivo.- Si te envía una carta, será para decirte algo más que adiós, ¿no? Quiero decir, se molestó en escribirla y hacer que te llegara aquí y meses después. Demasiada planificación - clavó su mirada en la de ella, curvando un poco los labios, emocionado.- Tiene que haber algo más aquí... - El contacto - le interrumpió la chica.- Básicamente nos ha dicho quién es el responsable de su secuestro. Si encontramos al contacto, encontraremos a mi padre. - Claro...- asintió Jero con ímpetu, aunque después su rostro se tiñó de pesimismo.- No sabemos nada de ese contacto, ¡ni siquiera su nombre! ¿Cómo se supone que vamos a encontrarlo si no tenemos por donde tirar? - Los correos. Mi padre archiva todos sus correos. - Entonces sólo tenemos que acceder a su cuenta de correo...- debió de notar que ella se mordía el labio inferior, hastiada.- ¿Qué pasa ahora? ¿No sabes su contraseña? Seguro que es tu nombre, eres su hija...- Tania le dedicó una mueca, por lo que el chico puso los ojos en blanco.- Venga, dame ya la mala noticia. - No los dejaba en su bandeja de correo, decía que cualquiera podría acceder. - ¿Entonces? - En su portátil. - Y, claro - suspiró Jero, echándose hacia atrás para acabar tumbado sobre la cama.- supongo que no tienes el dichoso portátil. - No, pero sé dónde está. En mi casa - su amigo se echó a reír, cerrando los ojos y mesándose el negro cabello.- ¿Qué? ¿Me he perdido algo? - ¿Pretendes escaparte? - Tengo que conseguirlo. Tania no se achantó ante la visible incredulidad de Jero. No lo iba a hacer ante nada, pues el recuperar a su padre dependía única y exclusivamente de ella. El muchacho debió de darse cuenta de su decisión, puesto que suspiró antes de quedarse callados unos instantes. - Salir del recinto no es demasiado difícil - observó, pensativo.- Pero ir a Madrid es otra cuestión. Podrías colarte en el camión de correos, se acerca desde el pueblo y, de ahí, coger el autobús a Madrid... Lo malo va a ser la vuelta. - Y que no se den cuenta de mi ausencia. Entonces Jero sonrió de oreja a oreja, acariciándose la barbilla con cierta petulancia, como si estuviera muy orgulloso de sí mismo. Tania le miró con curiosidad, suplicándole que le contara de una vez lo que rondaba su cabeza; lo consiguió cuando, un instante después, el chico dijo: - Creo que tengo un plan.