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Capítulo 5 Extraños compañeros de viaje Al día siguiente, Jero madrugó como nunca lo había hecho. Ni siquiera cuando estaba en la apocalíptica época de los exámenes finales, se levantaba tan temprano. Pero, claro, una cosa era un examen y otra una persona desaparecida. Por más que lo repita, que piense en ello, sigue siendo igual de raro... Tras ponerse el uniforme, se fue corriendo hacia el baño de las chicas, donde esperó a que Tania se reuniera con él. La muchacha salió con la mochila a la espalda, mientras se terminaba de anudar la corbata roja; habían acordado que lo mejor sería que se cambiara al llegar al pueblo, así no llamaría la atención. Se fijó en que se había recogido la rubia cabellera en una coleta alta, que se le ondulaba y le rozaba los hombros. Comenzaron a caminar. Él la guiaba. Tania cogió aire varias veces y lo echó por la nariz, como si aquello la relajara; después, le miró muy seriamente para decirle: - Seguimos el plan original, ¿no? - Si no te aviso de lo contrario, sí. Después de que asintiera con un gesto de cabeza, los dos miraron al otro con el ceño levemente fruncido hasta que, al final, se echaron a reír. A Tania le brillaban los ojos cuando reía, su coleta se agitaba con fuerza sin que ella lo pretendiera. - Sonamos como dos espías - observó la chica. - Sanz, Jerónimo Sanz - enarcó una ceja, cogiendo una de las manos de Tania, mientras fingía aquel aire de galán que había visto en las películas de James Bond. Logró su cometido, pues ella volvió a reír.- Tiene glamour, ¿no crees? - Sólo si bebes Martinis. La condujo hasta la planta baja, donde le indicó con un gesto que se callara para pasar desapercibidos. Al cruzar el pasillo en dirección a las caballerizas, tuvieron que atravesar la puerta de la cocina con muchísimo cuidado, pues eran los primeros en ponerse en marcha y, por tanto, ya estaban preparando el desayuno. Precisamente por eso había decidido que no salieran de la escuela por la puerta de la cocina, así que se escabulleron por una pequeña puerta que conectaba la parte de atrás con el establo. Primero abrió la puerta un par de centímetros, lo suficiente para cerciorarse de que en la cuadra únicamente se encontraban los caballos. Como así era, cruzó el umbral y se volvió hacia Tania, tendiéndole una mano para ayudarla; ella aceptó enseguida, no se la veía muy cómoda entre el heno y los equinos. - No tengas miedo. Son muy buenos, ¿verdad, chicos? Uno de los animales relinchó cariñosamente, por lo que él sonrió. Tania seguía sin estar demasiado convencida de que lo fueran. - Son enormes...- fue lo único que acertó a decir. - Es cuestión de acostumbrarse - le guiñó un ojo, tirando de ella.- Vamos. Atravesaron las caballerizas hasta alcanzar el exterior, donde no había absolutamente nadie. Ni rastro del camión de correos. Por eso, se quedaron en la entrada esperando. Jero miró a su alrededor, localizando un enorme cubo metálico al que le dio la vuelta; se lo señaló a Tania, que volvió a mirarle con cierta incredulidad. - Creo que soportará tu peso - le guiñó un ojo. - Y yo creo que no está demasiado limpio... ¡Ahh! - soltó una exclamación cuando notó la cabeza de un caballo blanco, que había estirado el cuello para acercarse a ella. Se volvió hacia el animal, reprendiéndole.- ¡Qué susto me das dado! - Esa es Blancanieves - sonrió Jero al reconocer a la yegua en cuestión. Dio un par de pasos para aproximarse y, así, poder acariciarle la suave crin. Blancanieves cerró los ojos un

Cuatro damas: Capítulos 5 y 6

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Mientras Tania se escapa del internado Bécquer para recuperar el portátil de su padre, Jero se queda cubriéndola. Los dos se verán acompañados de las personas que menos imaginaban.

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Capítulo 5 Extraños compañeros de viaje

Al día siguiente, Jero madrugó como nunca lo había hecho. Ni siquiera cuando estaba en la apocalíptica época de los exámenes finales, se levantaba tan temprano. Pero, claro, una cosa era un examen y otra una persona desaparecida. Por más que lo repita, que piense en ello, sigue siendo igual de raro... Tras ponerse el uniforme, se fue corriendo hacia el baño de las chicas, donde esperó a que Tania se reuniera con él. La muchacha salió con la mochila a la espalda, mientras se terminaba de anudar la corbata roja; habían acordado que lo mejor sería que se cambiara al llegar al pueblo, así no llamaría la atención. Se fijó en que se había recogido la rubia cabellera en una coleta alta, que se le ondulaba y le rozaba los hombros. Comenzaron a caminar. Él la guiaba. Tania cogió aire varias veces y lo echó por la nariz, como si aquello la relajara; después, le miró muy seriamente para decirle: - Seguimos el plan original, ¿no? - Si no te aviso de lo contrario, sí. Después de que asintiera con un gesto de cabeza, los dos miraron al otro con el ceño levemente fruncido hasta que, al final, se echaron a reír. A Tania le brillaban los ojos cuando reía, su coleta se agitaba con fuerza sin que ella lo pretendiera. - Sonamos como dos espías - observó la chica. - Sanz, Jerónimo Sanz - enarcó una ceja, cogiendo una de las manos de Tania, mientras fingía aquel aire de galán que había visto en las películas de James Bond. Logró su cometido, pues ella volvió a reír.- Tiene glamour, ¿no crees? - Sólo si bebes Martinis. La condujo hasta la planta baja, donde le indicó con un gesto que se callara para pasar desapercibidos. Al cruzar el pasillo en dirección a las caballerizas, tuvieron que atravesar la puerta de la cocina con muchísimo cuidado, pues eran los primeros en ponerse en marcha y, por tanto, ya estaban preparando el desayuno. Precisamente por eso había decidido que no salieran de la escuela por la puerta de la cocina, así que se escabulleron por una pequeña puerta que conectaba la parte de atrás con el establo. Primero abrió la puerta un par de centímetros, lo suficiente para cerciorarse de que en la cuadra únicamente se encontraban los caballos. Como así era, cruzó el umbral y se volvió hacia Tania, tendiéndole una mano para ayudarla; ella aceptó enseguida, no se la veía muy cómoda entre el heno y los equinos. - No tengas miedo. Son muy buenos, ¿verdad, chicos? Uno de los animales relinchó cariñosamente, por lo que él sonrió. Tania seguía sin estar demasiado convencida de que lo fueran. - Son enormes...- fue lo único que acertó a decir. - Es cuestión de acostumbrarse - le guiñó un ojo, tirando de ella.- Vamos. Atravesaron las caballerizas hasta alcanzar el exterior, donde no había absolutamente nadie. Ni rastro del camión de correos. Por eso, se quedaron en la entrada esperando. Jero miró a su alrededor, localizando un enorme cubo metálico al que le dio la vuelta; se lo señaló a Tania, que volvió a mirarle con cierta incredulidad. - Creo que soportará tu peso - le guiñó un ojo. - Y yo creo que no está demasiado limpio... ¡Ahh! - soltó una exclamación cuando notó la cabeza de un caballo blanco, que había estirado el cuello para acercarse a ella. Se volvió hacia el animal, reprendiéndole.- ¡Qué susto me das dado! - Esa es Blancanieves - sonrió Jero al reconocer a la yegua en cuestión. Dio un par de pasos para aproximarse y, así, poder acariciarle la suave crin. Blancanieves cerró los ojos un

instante, resoplando después un poco mientras con su morro le devolvía la caricia. El chico se volvió hacia Tania.- No se los digas a los demás, pero es mi favorita. - Te gustan mucho los caballos, ¿no? - Estuve delante cuando esta preciosidad nació - le explicó, sin dejar de atusar el blanco pelaje del cuello del animal, que seguía mostrándose agradecida.- Yo sólo era un crío, pero me impresionó y, desde entonces, vengo a menudo por aquí. - Blancanieves es un nombre bonito, ¿se lo pusiste tú? No le pudo responder, puesto que, justo en ese momento, escucharon la bocina del camión de correos, por lo que ambos se asomaron para ver como el vehículo aparcaba en la entrada. El cartero se bajó de él para rebuscar en la parte de atrás; un par de minutos después, volvieron a verlo: en aquella ocasión cargaba con una saca. - Tienes que colarte ahora. Sé rápida, ¿de acuerdo? - ¿Seguro que no volverá a mirar? - No. Guardan las cartas de los alumnos y las envían el viernes todas juntas - ella fue a irse, por lo que Jero, de pronto, se sintió muy nervioso, ¿y si le sucedía algo? Por eso, alargó el brazo para retenerla unos instantes más.- Ten cuidado, ¿vale? - Nos vemos luego. Y Jero la vio marchar, sintiendo un nudo en el estómago.

¿Por qué ayer me parecía una buena idea? Tania recorrió la distancia entre la puerta del establo y el camión a toda velocidad. No se permitió descansar, calmarse, hasta que abrió las puertas del vehículo y se coló en su interior; tras volver a cerrarlas, se sentó en el suelo y respiró tranquila. Por fin estaba a salvo, quizás toda aquella locura acabaría bien... Las puertas del camión se abrieron de nuevo. Alarmada, alzó la mirada, incapaz de hacer algo más, de poder reaccionar. Estupendo. Me he gafado a mí misma. Eso me pasar por creer que iba a ir bien... En la puerta, con la misma expresión de sorpresa que, seguramente, tenía ella, estaba la persona con la que menos le apetecía estar. Rubén. Sí, él, Rubén, el maldito Rubén. ¿Qué narices estaba haciendo ahí, por cierto? - ¿Qué cojones estás haciendo ahí? - inquirió el chico. Ni siquiera le permitió responderle, pues de un salto se introdujo en el camión. Tras cerrar las puertas tras él, se inclinó sobre la chica, tapándole la boca con una mano. Aquella escena se estaba volviendo irritantemente habitual. Le fulminó con la mirada, luchando por liberarse, aunque no logró nada. Además, Rubén parecía no darse cuenta de que estaba terriblemente molesta o, si lo hacía, no le surtía ningún efecto, pues seguía sin moverse. El cartero arrancó el camión, por lo que éste vibró, zarandeándolos a los dos, que acabaron todavía más juntos. En cuanto adquirió una velocidad estable, Rubén se echó hacia atrás con cuidado, aunque no demasiado: permaneció agachado frente a ella, mirándola a los ojos con seriedad, como si estuviera a punto de echarle un rapapolvo. - ¿Qué estás haciendo aquí, Tania? - volvió a preguntar con dureza. - ¿Y tú? - Yo venía a dejar las malditas cartas de dirección - Rubén, ceñudo, agitó los sobres para que los viera. Puso los ojos en blanco, volviéndose después para depositarlas en otra saca.- Y ahora estoy escondido en el camión en dirección al pueblo. ¡Estupendo! - ¡Yo no te he pedido nada! - exclamó ella, enfadada, ¿quién se creía que era? - Ya te he dicho lo que hacía aquí - el chico volvió a encararla, lo que hizo que Tania se sintiera incómoda.- Creo que es tu turno. - No te importa.

- Una vez que te he cubierto, sí que me importa. ¿Por qué estaba siendo tan duro con ella? ¿Por qué parecía estar echándole la bronca? Por si no estaba lo suficientemente asustada y nerviosa y alterada, Rubén estaba empeorando todo aquello con su actitud. - No me estoy escapando, si eso es lo que te preocupa - le aclaró con frialdad, cruzando los brazos sobre el pecho.- Necesito regresar a mi casa a por el portátil de mi padre... Le iba a seguir explicando el asunto: por qué lo hacía, que su padre estaba desaparecido... No hizo falta. El rostro de Rubén se dulcificó, parecía otro y, de hecho, se sentó a su lado muy, muy cerca de ella, para pasarle un brazo por los hombros, como dándole ánimos. - Te acompaño. Quería decirle que no, quería decirle que se marchara de vuelta al internado, que no le necesitaba, que no quería verle, que era un auténtico capullo... Pero no le dijo nada. Se vio incapaz de decirle nada. Hubiera mentido. Deseaba estar con él, anhelaba el contacto físico, le reconfortaba el tenerlo a su lado... Por eso se quedó callada, disfrutando del abrazo.

Se quedó en el establo hasta que el camión desapareció de su campo visual. Entonces se le escapó un suspiro, mientras regresaba a su dormitorio, desandando sus propios pasos y teniendo el mismo cuidado de no ser descubierto. Mientras volvía, se pasó la mano por la nuca, resoplando sin parar, pues, aunque tenía un plan para traer a Tania de vuelta, no se le había ocurrido nada para cubrir adecuadamente su falta de asistencia a clase. Entró con sumo cuidado en su dormitorio. Todavía era muy temprano, así que supuso que su compañero estaría durmiendo... Y cuál fue su sorpresa cuando se encontró a Deker sentado en su cama con el cabello húmedo y un libro entre las manos. - Eh...- comenzó a decir, nervioso.- He ido a... Pues... He ido... ¿A dónde he ido...? Deker alzó su mirada del libro para clavarla en él y, como siempre que lo hacía, se sintió entre impresionado y asustado. Mister simpatías seguía infundiéndole respeto. - No es necesario - le dijo. - Pero... ¡Maldita sea, qué difícil es entablar conversación con este tío! Aunque, bien pensado, está bien que no sea un cotilla y que no tenga que darle explicaciones... Se me dan fatal las mentiras. Su compañero había regresado a la lectura y, normalmente, le hubiera dejado tranquilo, pero en aquella ocasión necesitaba ayuda e intuía que Deker era muy inteligente. Por eso, cogió su silla del escritorio, se sentó en ella y la arrastró hasta acabar justo al lado del chico. Entonces se dedicó a mirarlo fijamente, sólo a mirarlo. Su pequeña estratagema funcionó, pues, tras poner los ojos en blanco, Deker cerró el libro y se volvió hacia él: - ¿Qué? - Tienes que hacerme un favor.

Habían permanecido en silencio durante el trayecto hasta el pueblo, el único lugar que se encontraba más o menos cerca del internado. Tampoco compartieron palabras cuando Rubén se bajó del camión de un salto y le tendió las manos para ayudarla a bajar. Sin embargo, cuando se dirigían hacia la estación de autobuses, Tania cayó en la cuenta de algo: - Deberíamos cambiarnos... Para no llamar la atención.

Rubén meditó la respuesta unos segundos, asintiendo después y, también, cambiando de dirección para sorpresa de ella. Debió de notársela, puesto que añadió: - Mi familia tiene aquí una casa, cogeré algo de ropa... Al fin y al cabo, yo no estoy haciendo esto con premeditación y alevosía - sonrió, divertido.- Además, mejor cambiarte en una casa que en los baños de la estación de autobuses... Créeme. - Puede que no sea tan señoritinga como crees. - No creo que lo seas. Se sonrieron mutuamente, pero entonces Tania recordó la situación en la que estaban: él tenía una novia que, precisamente, era su compañera de cuarto y amiga. Por eso, de pronto, volvió a sentirse incómoda con él, aunque debía admitir que casi se proponía que así fuera, pues cuando no lo pensaba, la relación entre ellos era muy natural. Llegaron a un chalet de tejado oscuro, casi negro, hecho con tejas curvas, las cuales contrastaban enormemente con el amarillo pálido de la fachada. Las puertas y los marcos de la ventana eran de madera pintada de blanco, al igual que las escaleras que subían desde el camino de baldosines rojizos hasta la entrada a la casa. Era una preciosidad, parecía sacado del vecindario idílico de una película, por lo que Tania no puedo contener una exclamación. - ¡Vaya! ¡Es la casa más bonita que jamás he visto! Rubén se adelantó para rebuscar en uno de los farolillos de forja negra que había a cada lado de la nívea puerta. Como Tania se quedó tras él, sólo pudo ver su espalda, por lo que la sonrisa que tiñó sus labios le pasó desapercibida. - Hace mucho que no vivimos aquí - le explicó, mientras le mostraba la llave que acababa de encontrar.- Pero yo vengo de vez en cuando: puentes, días festivos... No me gusta mucho estar preso en ese internado - se encogió de hombros, antes de abrir la puerta y dejarla pasar.- No te preocupes, una chica viene todas las semanas a limpiarla. La muchacha se volvió hacia él, alzando un dedo. - Dejémoslo claro: no me da miedo el polvo. - Vale, vale...- rió Rubén, mostrándole las palmas de las manos en señal de tregua.- Subo un momento a cambiarme. Ya sabes, como en tu casa. Le observó marcharse escaleras arriba y, en cuanto el chico desapareció, ella curioseó las puertas que había a ambos lados del recibidor: a un lado se encontraba la cocina, al otro el salón. Se decantó por éste último y depositó la mochila en un sofá para sacar su propia ropa y, así, cambiarse a toda velocidad. Lo que menos le apetecía era que Rubén la pillara en bragas o algo por el estilo; por eso, una vez se hubo vestido con unos vaqueros y una camiseta blanca fruncida al pecho, se sintió mucho más tranquila. Entonces se acomodó en el sofá, mirando a su alrededor con el único propósito de entretenerse: le sorprendió no encontrar fotografías de ningún tipo. Su casa estaba llena: de ella, de su padre, de su madre, de los dos juntos... Incluso de los tres, que eran sus favoritas. - ¡Qué rápida! La voz de Rubén la sobresaltó, pues había acabado perdida en sus propios recuerdos, en el temor de que se estuviera auto-engañando y su padre hubiera muerto. Se puso en pie, cogiendo la mochila para colocársela en los hombros. - ¿Puedo? El muchacho le mostró su propio uniforme, miraba la mochila. Tania asintió, mientras se apartaba la coleta y se quedaba muy quieta. Mientras él introducía cuidadosamente las prendas, ella le observó por el rabillo del ojo: se había puesto unos vaqueros que le sentaban realmente bien y también una sudadera roja con capucha y con unas letras negras a modo de decoración. Cuando acabó de poner bien todo, cerró la mochila subiendo las cremalleras y le colocó el pelo su sitio con delicadeza. Tania tuvo la sensación de que le estaba acariciando. - Si no nos damos prisa, perderemos el autobús. - Ah... Sí, sí, claro...

Tuvo ganas de estampar su estúpida cabeza contra el estúpido mueble que había en una de las estúpidas esquinas de aquel salón, pero se contuvo. En su lugar, siguió a Rubén a través del pueblo en silencio, llamándose estúpida una y otra vez por no dejar de tener aquella clase de sensaciones y pensamientos.

- Este es gratis, pero si quieres más, tendrás que pagarlos, ¿de acuerdo? Deker le tendió un justificante, buscando con su mirada la de él, pero Jero estaba bastante ocupado contemplando el papel. Era exactamente igual que los que extendían en la enfermería, no parecía falso... A pesar de serlo. Increíble. Le había contado a Deker su problema. Lo bueno de su actual compañero de habitación era que no pedía explicaciones. Había bastado con explicarle que Tania iba a hacer pellas y que no sabía cómo ayudarla a que no se notara, para que el chico le diera una solución: un justificante de la enfermería. En un principio le había parecido una completa tontería, ¿de dónde iba a sacar él uno si, además, Tania no estaba para hacerse pasar por enferma? Pero Deker había mantenido la calma y le había pedido, no sin una dosis de mala leche e irritación, que se callara para que él pudiera hacer algo. Tras meditarlo unos instantes, le había preguntado si tenía alguno viejo y como así era, había acabado falsificándolo. - Eres la leche, ¿sabías? - sonrió Jero. - Si tú has llegado a esa conclusión, ¿qué te hace pensar que yo no? - bufó, mirando el reloj de su muñeca.- Mierda...- resopló antes de rebuscar entre el desorden de su parte de la habitación; finalmente, encontró lo que estaba buscando: una corbata roja ya anudada que se colocó como si fuera un collar. Echó un último vistazo al libro que descansaba sobre su escritorio y suspiró.- Al final no he podido terminármelo. Gracias - soltó, sarcástico. - ¿Tan aburrido era que me das las gracias? Deker le miró de una forma que no supo interpretar, antes de colgarse la mochila al hombro y salir del dormitorio, llevando consigo el libro. Jero le imitó, acelerando el paso para poder alcanzarle. - No me voy a poder librar de ti, ¿verdad? - Oye, ¿dónde aprendiste a hacer esto? El chico le miró con desdén, quedándose callado. Debió de prever que no se iba a quedar callado, ya que suspiró con resignación antes de responder: - Tengo diecinueve y llevo toda la vida de un internado a otro. Conozco algunos trucos. - No sabía que habías repetido...- observó, sorprendido. - Soy toda una caja de sorpresas - Deker volvió a mostrarse sarcástico. Entraron en el laboratorio de idiomas, puesto que tenían francés a primera hora. Como era habitual, prácticamente todos estaban fuera, hablando, haciéndose los remolones. No tardó en notar la mirada de Erika Cremonte sobre él, seguramente tendría curiosidad por la ausencia de Tania; para no meter a ésta última en algún lío, se escabulló al interior del aula donde, como siempre, sólo se encontraba Ariadne. - ¡Buenos días! - la saludó alegremente. - Buenos días - ella le devolvió una sonrisa. Fue a sentarse al lado de la chica, pero una mano se posó sobre su hombro, cerrándose después sobre él para retenerle en la entrada. Deker estaba a su espalda, curvando los labios con una expresión retorcida. - ¿A qué te sientas conmigo, compi? - Vale - asintió, enérgico. - Pero, antes...- le obligó a situarse junto a la puerta, la cual bloqueó con su espalda.- ¿La conoces? - Deker ya no le estaba mirando a él, no, estaba concentrado en la chica, que permanecía ajena a todo, perdida entre las páginas de un libro.

- ¿A Ariadne? - inquirió, recibiendo como toda respuesta un bufido de desesperación. Decidió interpretar aquello como un “sí”.- A decir verdad, no. Hemos hecho algún trabajo juntos, intercambiamos un par de palabras en clase y ya está. - ¿No puedes decirme nada sobre ella? - A mí me cae bien - se encogió de hombros. Su compañero susurró algo en inglés que no entendió, antes de acomodarse en el pupitre que había detrás de Ariadne. Él se apresuró en sentarse a su lado, sonriendo para sí. Alguien se ha enamorado...

- Qué tiemble la Interpol... Menudo informe...- masculló para sí en inglés. Las mesas del laboratorio de idiomas también eran dobles, para dos personas, pero eran blancas, más grandes y más altas, por lo que debían usar taburetes. La semejanza con la barra de un bar le resultó divertida, sobre todo dado el juego que intentaba traerse con la silenciosa chica y al que ésta seguía resistiéndose. Como suponía que era normal en ella, se encontraba en su propio mundo, ignorando la realidad. En aquella ocasión también leía Festín de cuervos, por lo que sonrió para sí de nuevo. Tenía buen gusto. Escuchó como Jero se sentaba a su lado, pues el muchacho hacía más ruido que un elefante en una chatarrería. ¿De veras era necesario tanto estruendo para plantar el culo en el taburete y sacar un par de cuadernillos y un estuche? De hecho, supo que había hecho todo eso de puro oído, pues no había despegado la mirada de Ariadne. Lo peor de los internados, en su opinión, eran los uniformes. Podía saberse mucho de una persona si se prestaba atención a la ropa que llevaba, pero, claro, vistiendo todos lo mismo y todos los días, eso era imposible. Al menos, podía fijarse en el pelo de la muchacha. Aquel día lo llevaba también suelto, pero se había colocado una ancha diadema verde que resaltaba con el tono castaño claro de su cabello. A Deker le gustaba lo que ella hacía con los dedos cuando se apartaba los mechones que le enmarcaban el rostro. Le gustaban sus dedos: eran esbeltos, delicados y con las perfectas uñas pintadas de negro. La profesora llegó y, con ella, el resto de la clase, que fueron ocupando los asientos vacíos, a excepción del que había al lado de Ariadne. Sonrió con satisfacción para sí: era habitual en clases como aquellas el tener que hablar con el compañero, así que era bastante probable que acabara conversando con ellos. Benditas clases de conversación. De hecho, el destino pareció querer complacerle, pues la buena mujer - cincuentona, de pelo rubio con canas, aspecto afable - les sonrió y les dijo: - Sé lo que os cuesta poneros en marcha a principio de curso. Por eso, hoy prepararéis en equipos de cuatro presentaciones sobre las vacaciones y las realizaréis al final de la clase, ¿de acuerdo? - fue a darse media vuelta, pero se arrepintió en el último momento, alzando un dedo con cierta diversión en su mirada.- Ah, y no os olvidéis que a partir de mañana ni una palabra en castellano, ¿entendido, señor Sanz? A su lado, Jero enrojeció hasta las orejas. Después dejó caer la mejilla sobre su mano cerrada, parecía enfurruñado. - Odio los idiomas. - Veo que hay varios alumnos ausentes - observó la profesora, tras revisar su cuaderno.- ¿Dónde está la señorita Esparza? - Jero se apresuró en darle el justificante médico, que la mujer cogió de buen agrado.- Supongo que tendré que esperar para conocerla...- se encogió de hombros, antes de clavar la mirada en Erika Cremonte, que estaba rodeada de sus amigas.- ¿Y el señor Ugarte?

La chica permaneció callada, mantenía los labios tan apretados y tan tensos que Deker temió que se le rasgaran. Estaba claro que no tenía ni idea de dónde estaba su novio, tenía que serlo, de ahí que le preguntaran directamente. Los institutos, estuvieran donde estuvieran situados, eran siempre lo mismo. Qué aburrimiento. - Ha tenido un pequeño problema en secretaría - para su sorpresa, Jero mintió. Se notaba que lo hacía, puesto que le temblaba la voz ligeramente y se acariciaba compulsivamente las manos.- Algo de unas cartas... No sé, ya sabe... Se encarga del correo y esas cosas... La profesora asintió, creyéndoselo, por lo que Jero se dejó caer en su taburete y pareció desinflarse, como si aquello le hubiera costado una barbaridad. La clase se dividió en equipos y comenzaron a hablar en susurros y no precisamente en francés. Entonces Ariadne acercó el asiento a la mesa en la que ellos estaban, colocando después sus cosas - una carpeta decorada con dibujos manga, un estuche y el libro de texto que se encontraba en perfectas condiciones -. - Vaya, vaya, vaya...- Deker se regodeó en la situación, aunque no logró despertar en ella algo más que una mirada hostil.- ¿A quién tenemos aquí? Buenos días, princesa. Jero les observaba con extrañeza. - ¿Me he perdido algo? - Nada - la muchacha se volvió hacia Jero, dedicándole una sonrisa; seguía ignorándole, lo que le divertía de sobremanera, ¿cuánto soportaría Ariadne? Ésta volvió a retirarse el pelo detrás de las orejas.- Te ayudaré con tu parte, ¿de acuerdo? Sólo tendrás que memorizarla y lo harás bien. Ya verás. - Y tú, princesa, ¿no necesitas practicar? - Oh, no, Ariadne habla el francés con fluidez. Deker clavó su mirada en la muchacha, curvando los labios hacia un lado, mientras ella se dignaba, por fin, a fijarse en él. - Interesante.

- ¿Cómo te colaste en el camión? Llevaban ya veinte minutos de autobús y no habían vuelto a dirigirse palabra, por lo que la pregunta de Rubén la cogió tan desprevenida que casi dio un respingo. Dudó un poco, pero al final le explicó todo lo sucedido, arrancándole sonrisas y también carcajadas. Cuando acabó, el chico seguía riéndose, agitando la cabeza de un lado a otro como con incredulidad. - Supongo que nunca te regalaré un Pequeño pony. - ¡Qué gracioso! - exclamó ella, dándole un pequeño codazo, al mismo tiempo que se hacía la ofendida.- Pues sí. No me gustan nada los caballos. Son enormes y... Aunque, bueno, debo reconocer que la yegua blanca era muy bonita. - ¿Blancanieves? Es la más bonita del mundo - asintió, sonriente. Se pasó una mano por el pelo, repantigándose un poco más para apoyar la nuca en el asiento.- Desde que era un enano, he montado esos caballos, ¿sabes? Pero Blancanieves es especial...- se perdió en sus propios recuerdos, aunque no por ello dejaba de mirarla.- Yo estuve cuando nació, ¿sabes? - ¿Tú también? Aquello cogió a Rubén por sorpresa, aunque no tardó en deducir lo ocurrido: - Jero te lo ha contado, ¿no? - Bueno, no todo...- reconoció, girándose para apoyar un lado contra el asiento.- Sólo me dijo que estuvo presente. Nada más - Rubén asintió, reflexivo. Ella ladeó la cabeza, sonriendo con timidez.- ¿Me lo puedes contar tú?

- Yo estuve interno desde que era muy pequeño. Mis padres siempre han estado viajando de un lado a otro... Ya sabes, demasiado ocupados para ejercer de padres a tiempo completo - se encogió de hombros.- Tenía siete años cuando conocí a Jero. Era mi compañero de habitación - hizo una pausa, ensanchando su sonrisa con aire levemente avergonzado.- La cuestión es que a mí me gustaba una niña... - ¡Oh, amor infantil, qué bonito! - se rió ella. - Pues esa niña le regaló a Jero su bolígrafo multicolor - prosiguió, ignorándola.- ¿Sabes cuáles te digo? Estos que son gordos y bajas la pestaña para usar un color u otro...- cuando ella asintió, Rubén reemprendió su relato.- Me enfadé mucho. Era un vil traidor por conquistar a mi chica, así que nos peleamos y acabamos castigados sin clase de equitación. - Os quedasteis en el establo, ¿no? - Exacto y así vimos nacer a Blancanieves. De hecho, yo le puse ese nombre sin querer - debió de notar su curiosidad, puesto que añadió a modo de explicación.- Verás, estaba tan nervioso y tan impresionado que cuando quise decir “es tan blanca como la nieve” tartamudeé algo parecido a Blancanieves y se quedó con el nombre. - No te imagino estando tan nervioso...- volvió a reír Tania. - Espera a verme durante los finales, podrás hacerte una idea. Rubén le guiñó un ojo y ella le devolvió el gesto. Aunque al principio había creído que la aparición del chico había sido la culminación de su mala suerte, en aquellos momentos empezaba a pensar que se trataba de todo lo contrario: no habría podido llevar la situación tan bien sin él, que la tranquilizaba y le hacía olvidar a dónde se dirigían.

La clase de francés llegó a su horroroso final, que implicaba tener que hacer las malditas presentaciones, mucho antes de lo que a Jero le hubiera gustado. Sin embargo, a la hora de la verdad logró hacerlo realmente bien; además, Ariadne se empeñó en que lo hiciera el primero, quitándole así presión, pues tanto ella como Deker hablaban francés con fluidez. Cuando la profesora se fue, felicitándole de nuevo por la mejora, se volvió hacia Ariadne para abrazarla de forma, quizás, demasiado efusiva. La chica se quedó muy rígida, observándolo con el rostro teñido de sorpresa mezclada con incredulidad e incomodidad. - Gracias, gracias, gracias... - De nada. Eh... ¿Puedes soltarme? Lo hizo al instante, dispuesto a pedirle perdón por haberse pasado, pero entonces los tres asistieron en silencio a un bochornoso espectáculo. Erika se había puesto en pie, llevando las carpetas contra su pecho y, con una sonrisa en los labios, había comentado en tono bastante despectivo lo fea que era la mochila de una chica. - Por suerte, no tiene que enseñar la ropa de mercadillo que se compra - dijo en voz alta a sus amigas, como si la otra pobre no escuchara, aunque sabía muy bien que no era así.- Bueno, bien pensado, el llevar uniforme tampoco es una suerte, le queda tan mal... La chica en cuestión estudiaba ahí gracias a una beca. Estaba en el mismo caso que él... No, eso no era del todo cierto, pues él no sufría el acoso y derribo al que ciertos alumnos sometían a los becados. Aquella situación le revolvía las tripas, le hacía enfadarse y asquearse a partes iguales. Era tan injusta... La becada salió a toda prisa del aula, provocando las risas en el grupo de Erika. Él apretó los puños con tantas fuerzas que sus nudillos palidecieron, estaba dispuesto a acudir frente a ellas y decirles cuatro cosas bien claras. No obstante, cuando fue a moverse, sintió que algo lo retenía. Algo no, alguien. Deker. - La confrontación directa no es la mejor estrategia a seguir en tu caso. - ¿Eh?

- Que te quedes calladito o saldrás escaldado - debió de notar que no estaba conforme con aquella resolución, pues añadió, mientras colocaba dos dedos en su sien derecha.- No te digo que no hagas nada, sólo que uses la cabeza. Esa tía te comerá vivo como te enfrentes a ella. Créeme - tras una pausa en la que él se limitó a mantener los labios apretados, Deker hizo un gesto con la cabeza.- Anda, vámonos. Decidió hacerle caso, sobre todo porque, aunque no le gustara, tenía razón. Se colocó la mochila en los hombros y siguió a Deker a través de los pupitres, deteniéndose frente a Erika que se quedó un poco cortada. La fulminó con la mirada, añadiendo después con frialdad, mientras agitaba la cabeza de un lado a otro: - Y cuando pienso que no puedes ser más rastrera, vuelves a sorprenderme. Ella simplemente le miró. Durante un mísero instante Jero pensó que le iba a decir algo, pero, al final, volvió la cabeza y regresó a la charla banal con sus amigas. Salió al pasillo, donde Deker le estaba esperando. Le sorprendió gratamente. - Temía que te metieras en líos - se excusó, encogiéndose de hombros. Los dos juntos reemprendieron la marcha hacia el aula que solían ocupar.- Oye, tengo curiosidad. ¿Por qué le has salvado el culo al chico ese? ¿Tan buena gente eres? La pregunta iba sin malicia, pero, aún así, a Jero le dolió, más que nada por los recuerdos que conllevaba. Aún así, hizo el esfuerzo de responderle, aunque le costó una barbaridad y él mismo se dio cuenta de que la voz le sonaba pastosa: - No, no lo soy... Era mi amigo, por eso lo he hecho. - ¿Era? - Una larga historia.

Una vez en Madrid, Rubén se empeñó en coger un taxi en vez de usar el metro, que había sido la propuesta de Tania. Desde que era pequeña lo había usado, así que se conocía todas las líneas como si fueran las que estaban dibujadas en sus manos. - Menudo señorito. El metro no es para ti, ¿no? - había bromeado ella, mientras se apiñaban contra un lateral en las escaleras mecánicas que subían desde donde aparcaban los autobuses a la zona superior.- Esto, por si no lo sabes, es el intercambiador de la Avenida de América. Supongo que tú sólo conoces el aeropuerto... - Qué graciosa. - Mira, sólo tenemos que... - Con un taxi ahorraremos tiempo y evitaremos que alguna de tus amigas nos vea - le dijo el chico, enarcando una ceja.- Te recuerdo que no deberíamos estar aquí. - Bien pensado - asintió, un poco a su pesar. Entrecerró los ojos, suspicaz.- Tú esto ya lo has hecho antes, ¿verdad? ¿Cuántas veces te has escaqueado del internado a Madrid? - Ninguna. - Seguro... Salieron a la calle y Tania nunca se sintió tan agradecida de ver los edificios altos, el tráfico... Una ciudad, vamos. Llevaba tan solo dos días en el internado Gustavo Adolfo Bécquer y ya detestaba más que nunca la vegetación. Se acercaron a la parada de taxis y no tardaron en coger uno, donde acabaron sentados en silencio; el regresar a su casa había espantado al buen humor que le había provocado Rubén en el autobús. De hecho, a medida que se acercaban, sentía que el agujero de su estómago iba creciendo más y más. Intentaba calmarse concentrándose en el paisaje que se sucedía al otro lado de la ventanilla, aunque no lo lograba. Un instante, Rubén le acarició la mano vacilante. Al siguiente, Rubén le cogió la mano con decisión. Al tercero, Tania se sentía más segura, con menos miedo.

El chico se encargó de pagar el taxi cuando llegaron a su destino, mientras ella bajaba del mismo conteniendo la respiración. Su casa. Hacía dos meses que no iba por ahí, pero seguía sintiendo aquella sensación de familiaridad que tanto había echado de menos sin saberlo. - He tenido pesadillas con esa puerta, ¿sabes? Yo soñaba con ella. Contigo. Apartó aquel pensamiento furtivo de su mente con rapidez, no era el lugar y menos el momento de ponerse sentimental. En su lugar, colocó valor. Así pudo avanzar, abrir la puerta y entrar en el luminoso portal, dirigiéndose directamente hacia el ascensor. El trayecto se le antojó eterno, a pesar de contar con la silenciosa, pero reconfortante, presencia de Rubén a su lado. Cuando, al final, alcanzó su rellano, la puerta de su casa, sus manos comenzaron a temblar. Era su casa, maldita sea, ¿por qué le resultaba tan difícil entrar a coger un maldito portátil? No iba a ser tan blanda. No iba a ser tan débil. Abrió la puerta y se encontró con la casa en la que había crecido: las mismas paredes, las mismas fotografías, los mismos muebles... Pero algo había cambiado. Era como si la ausencia de su padre le hubiera arrebatado calidez a su hogar. Se dirigió directamente al despacho de Mateo. Todo estaba como cuando lo dejó: el desorden, los libros (de William Kutner, Ismael Prádanos y Howard Pyle), los papeles, incluso las fotografías de su madre. Cogió la que descansaba sobre el escritorio para mirarla, mientras le acariciaba el hermoso rostro. - Te prometo que le encontraré, mamá - murmuró. - Tu madre era muy guapa. Se volvió. Rubén estaba recostado contra la pared. Le miraba a los ojos con franqueza, no parecía ni cohibido ni la compadecía. Simplemente estaba ahí, junto a ella, apoyándola en silencio. Le gustaba esa cualidad de Rubén, aquella entereza que le estaba demostrando. - Se parece a ti - añadió. - Eso suele decir mi padre - Tania depositó el marco sobre la mesa, volviéndose hacia su compañero con una sonrisilla divertida en los labios.- No sólo se dedica a amenazar a chicos. - Jo, ya no me siento especial... Intercambiaron unas leves sonrisas, antes de ponerse a buscar el ordenador portátil sin ningún resultado. El ordenador había desaparecido. Al igual que lo había hecho la torre que solía estar a un lado del escritorio. Al ver que no estaba ni una cosa ni la otra, la desesperación comenzó a hacer mella en Tania, que se sentó en la silla que había detrás de la mesa para registrar los cajones de ésta. Nada. No había nada importante. Ni carpetas, ni documentos, ni siquiera un mísero post-it con una nota garabateada... No quedaba ni rastro del trabajo de su padre y, por tanto, tampoco quedaba hilo del que tirar. - La policía ha debido llevárselo todo - murmuró ella, abatida. - Al menos están haciendo algo por encontrarle - intentó consolarla Rubén. - Pero ellos no son yo, no le conocen como... Yo. El chico la miraba con curiosidad, aunque lograba dominarse bastante bien, seguramente temía interrumpir el hilo de sus pensamientos. Por su parte, Tania acababa de ser consciente de algo que, hasta ese momento, había olvidado: su padre la había enviado ahí por alguna razón, a ella, que tan bien le conocía. Por eso, sabía que debía haber algo, que le había dejado algo donde sólo ella lo pudiera encontrar... Sé dónde está. Se puso en pie de un salto para dirigirse con rapidez a su dormitorio. Era una habitación rectangular con una ventana en el fondo, la cama perpendicular a la pared y varios muebles. Uno de ellos era una estantería del Ikea que estaba llena de todo tipo de cosas: libros, peluches, muñecos, cajitas con anillos, botes de bolígrafos...

Uno de esos estaba hecho con un rollo vacío de papel higiénico cubierto por cartulinas y papel charol. Lo tenía lleno de rotuladores de colores que aún pintaban, pero que cada vez usaba menos porque nunca había sido demasiado artística y con la edad lo era todavía menos. Sin embargo, era uno de sus tesoros más preciados por el alto valor emocional, pues había sido el primer regalo para el día de la madre que había hecho y que se acabó quedando. Lo cogió para volcar su contenido en su escritorio pulcramente ordenado. Entre todos los rotuladores había un lápiz de memoria, un USB, que no era suyo. - ¡Lo encontré! - exclamó con euforia. No lo había oído, ni siquiera lo había visto, pero sabía que Rubén estaba junto a ella, así que, sin ni siquiera pensarlo, se abalanzó sobre él para abrazarlo y celebrar aquel pequeño triunfo. El chico la cubrió con sus brazos, eran fuertes, cálidos, reconfortantes... Permanecieron así un buen rato, hasta que Rubén se separó un poco para dedicarle un gesto socarrón: - No veas lo excitante que es estar en tu habitación. También peligroso, pues estoy absolutamente convencido de tu padre me matará cuando lo encontremos - añadió con una mueca que la hizo reír.- Lo que estoy intentando decirte es que tenemos que irnos, todavía tenemos que volver. - Cierto. Tenemos que cumplir el plan. Antes de irse, Tania se dio una vuelta por la casa. Estaba cerrada a cal y canto, con todas las persianas bajadas. Era raro ver su propia casa como si estuviera abandonada, tan vacía y tan oscura, todavía con algunas cosas revueltas que, seguramente, habría dejado la policía. Al marcharse, sintió una punzada en el corazón. No sabía cuándo iba a volver. ¿Y si ni siquiera volvía?

Capítulo 6 Bajo la luz de la luna

Cada día anochece más pronto. Un joven de veintitres años estaba sentado tras el volante de un discreto coche de color oscuro. Observaba el paisaje que había a su alrededor: los árboles que enmarcaban cada lado del camino, los matorrales... Sobre todo el espectáculo de sombras que se abría a su paso hasta que, al final, llegó a un edificio. Un colegio. Un internado. Pasó de largo, aparcando varios kilómetros más allá. Prefería tener que caminar y, así, pasar desapercibido, que le pillaran cerca del Bécquer.

Después de abandonar su casa, Rubén y ella acudieron al McDonalds más cercano para comer algo. Sin que se dieran cuenta, se les había hecho tan tarde que comieron y merendaron al mismo tiempo para, así, recuperar fuerzas. Al acabar, volvieron sobre sus pasos para acabar en un autobús de vuelta al pueblo del que habían partido. Aunque al principio del trayecto estaba emocionada al tener algo por donde tirar, al pasar el tiempo empezó a notar los efectos secundarios de dormir poco, madrugar mucho y darse una paliza como aquella. Antes de que pudiera percatarse de ello, se recostó sobre Rubén porque se veía incapaz de sostenerse; acabó cayendo dormida como si estuviera en su propia cama, siendo custodiada por el chico. - Tania, despierta. La voz de Rubén se abrió paso entre sus sueños, arrastrándola de nuevo a la realidad de forma suave, dulce. Era un bonito despertar. Todavía confusa, más bien medio dormida, sonrió un poco, todavía recostada en él... Un momento... ¿Recostada dónde? Se incorporó de un salto, completamente asustada de lo que creía que había hecho. Miró a Rubén con pánico, lo que pareció divertirle. Pestañeó. Había anochecido y las luces del autobús habían transformado la ventanilla en un espejo, por lo que pudo ver la sonrisa del muchacho. - Estamos a punto de llegar - añadió él a modo de explicación. - Lo siento - alcanzó a decir. Como llevaba la coleta hecha un desastre, se soltó la melena para ahuecarla antes de volver a hacérsela; sujetó la goma entre los dientes para ganar algo de tiempo. Cuando lo hizo, dijo.- Menudo viaje divertido te he dado, ¿no? - Han puesto una peli. Ha estado bien. - Anda, vamos... El autobús se detuvo y ellos se bajaron a toda velocidad. El pueblo no estaba más que a media hora del internado, así que muchos profesores se escapaban ahí una vez terminada la jornada laboral y no podían verlos. Rubén la cogió de la mano para arrastrarla por las calles hasta llevarla a un bar que estaba situado en el bajo de un viejo edificio de piedra. No llegaron a acercarse. En su lugar, lo rodearon para ir a la calle perpendicular, que daba a un descampado que se utilizada de parking. Las farolas estaban situadas en la calle empedrada, no en el erial, lo que les propinaba sombras suficientes para esconderse. Se quedaron agazapados entre dos furgonetas, asomados por el morro de una de éstas para mirar en derredor. - ¿Reconoces algún coche? - inquirió Tania en murmullos. - Ese es el del Asterix - le señaló uno de color rojo.- De todas maneras... No estoy muy convencido de esta parte del plan - admitió, encogiéndose de hombros.- Es muy arriesgado. Si nos pillan, se nos cae el pelo. - ¿Tienes alguna idea mejor?

Rubén, únicamente, le mostró sus dientes perfectos.

Escabullirse en el internado Bécquer era casi un juego de niños para él. Lo había hecho demasiadas veces, por lo que podría hacerlo a ciegas. Ya ni siquiera tenía que esforzarse en trepar el muro o en esquivar al conserje de turno que vigilaba los terrenos. Por eso, no encontró problema alguno y pudo deslizarse con facilidad hasta el dormitorio del director del centro: Felipe Navarro. El hombre estaba sentado en su cama, tenía las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos. Estaba enfrascado en la lectura de una serie de papeles, pero al verlo colarse por la ventana, alzó la mirada para clavarla en él, sonriéndole cariñosamente. - Qué romántico, Romeo, colándote en mi habitación... Ya empieza... Él no se llamaba Romeo. Su nombre era Colbert. Tenía veintitrés años, algo más de metro ochenta y un cuerpo muy trabajado, musculoso, aunque no parecía un culturista ni mucho menos; de hecho, con aquella cazadora negra parecía poseer una constitución bastante normal. Tanto sus ojos como su cabello eran negros; éste último lo llevaba peinado de cualquier manera, no muy corto y con el oscuro flequillo cayéndole graciosamente por la frente, rozando las cejas. - ¿Prefieres el informe escrito o que te cuente lo sucedido? Felipe frunció los labios en una mueca infantil: - Qué poco me quieres, ni siquiera te has dado cuenta de que estoy en la cama, ¿verdad? - se ladeó un poco en una pose que pretendía ser sensual; le enseñó un hombro, mirándole por encima de este.- ¡Pero hazme un poco de caso! - ¿Vas a obligarme a hablar con...? - Sigues teniendo el mismo humor de siempre: nulo - suspiró el hombre. Cogió la silla que había a un lateral de la cama, quitó la cantidad ingente de ropa y la volvió un poco para poder mirar a Felipe, mientras le ponía al día. Felipe Navarro tenía veintinueve años, aunque su expresión afable y divertida le daba aire de adolescente. Su pelo era castaño, sus ojos azules y su sonrisa radiante. En aquella ocasión llevaba un pantalón de chándal color azul eléctrico, además de una camiseta de tirantes blanca que dejaba al descubierto sus fibrosos brazos. Sin embargo, por muy agradable que fuera tanto física como psíquicamente, no dejaba de ser su jefe y, como tal, debía mostrarle cierto respeto y conservar las formas.

- No me puedo creer que vayamos a hacer esto. Tania se pasó una mano por el rostro, seguía sin creerse que a Rubén se le hubiera ocurrido aquella locura y que ella la hubiera aceptado sin ni siquiera pestañear. El chico debió de temer que se arrepintiera o, quizás, simplemente quería juguetear; la cuestión es que se volvió para mirarla por encima del otro, sonriéndole con aire socarrón. - Seguro que has soñado con algo parecido. - Pero tú no aparecías. - Auch. La brillante idea de Rubén, por denominarla de alguna manera, consistía en coger la moto que le habían regalado sus padres por su dieciséis cumpleaños e ir con ella hasta el colegio. Por eso, habían acabado sentados sobre la moto: él adelante, sujetando el manillar, y ella detrás aferrándose con todas sus fuerzas a la cintura de Rubén. La imagen mental que se estaba

imaginando le resultaba tan clavada de una de sus novelas favoritas que tuvo ganas de echarse a reír. ¿Cómo narices había acabado metida en tanto jaleo? - Agárrate, ¿eh? - insistió Rubén. - Tú tranquilo por eso, que cuando arranques, hasta te clavaré las uñas - se pegó un poco más a él, acercando sus labios a los oídos del muchacho.- Entonces me pedirás que te suelte, ya lo verás... - No creo que fuera capaz de pronunciar esas palabras. Se miraron una vez más, antes de que Rubén pisara un pedal, arrancándole un rugido. La siguiente patada sirvió para que la moto saliera disparada a lo largo de la calle. Tania, sin querer, soltó un gritito, antes de hundir el rostro en la espalda del joven.

Tenía un libro entre las manos y, aunque lo estaba disfrutando, no lograba concentrarse. Acabó rindiéndose, colocando un separador entre las páginas entre las que calculaba que había perdido el hilo de la historia y se puso en pie, estirándose. Pasó un brazo por detrás de su cabeza, acariciando su larga melena castaña, mientras arqueaba la espalda como si fuera un gato. Buscó con la mirada el reloj de su mesilla y se dio cuenta de que eran las doce, lo que significaba que los pasillos estarían vacíos. Mejor. No le gustaba el tener que cruzarse con nadie, el tener que fingir que desconocía todo lo que decían de ella: que si niña de papá, que si La princesa de hielo... Pero, bueno, su situación también tenía ventajas, ya que podía permitirse el lujo de pasear por el colegio a las horas que quisiera. Supuestamente si la pillaban, debería ganarse una buena bronca, aunque se libraba de ellas al tener a todos los profesores en su bolsillo. Ventajas de haberse criado entre ellos. No es que sus compañeros no lo hicieran, simplemente era diferente, pues ella era como de la familia. Espero no tener que encontrarme con Mister Simpatías... A pesar de que el verano daba sus últimos coletazos, por las noches solía refrescar en aquel lugar, así que el suelo estaba frío. Por eso, le gustaba caminar descalza a esas horas. Le encantaba sentir el suelo fresquito, la despejaba y calmaba a partes iguales. Para evitar ojos indiscretos, se decantó por el ala de profesores. Otro de sus privilegios era el tener un dormitorio para ella sola, que se encontraba al final de la zona de alumnos, vamos, prácticamente estaba en medio, en tierra de nadie como le gustaba decir a Felipe. Estaba a punto de bajar las escaleras en dirección a la cocina, cuando se encontró con alguien que le robó una sonrisa sincera. Colbert salía de la habitación de Felipe con gesto hastiado. Se recostó en una pared, apoyando únicamente un hombro, mientras ladeaba la cabeza, divertida ante aquel hecho tan cotidiano: Colbert siempre acababa así después de hablar con Felipe, seguía sin tener demasiado sentido del humor. En opinión de Ariadne, eso le hacía encantador. El joven se estaba subiendo la cremallera de la cazadora, mientras se dirigía, sin prestar atención, hacia la cocina. Cuando alzó la mirada la encontró a ella, sorprendiéndose al verla ahí, esperándole. Se quedó callado hasta que se reunieron en mitad del pasillo. Entonces la miró durante unos instantes, hasta que, al final, dijo: - Cuánto tiempo sin verte. - Un año. - Demasiado, entonces. Ariadne se encogió levemente de hombros, dándole a entender que sí, que era demasiado, pero que lo aceptaba, que no pasaba nada. Él debió de entenderlo, puesto que sonrió un poco, antes de extender una mano para apartarle el pelo detrás de una oreja.

- Tan bonito como siempre - observó; había dejado la mano en su nuca, a lo cual Ariadne no le encontraba ninguna queja.- ¿Te he dicho ya cuánto me gusta tu pelo? - ¿Te tiras un año desaparecido y eso es todo lo que se te ocurre? - inquirió la chica, a punto de reírse; sus ojos brillaban como estrellas en la noche, siendo casi más luminosos que el haz de luz plateado que se colaba por las ventanas, iluminándoles.- ¿Hablarme de pelo? - Me gusta mucho - se encogió él de hombros. - No cambiarás nunca - rió la muchacha. Dio un par de pasitos, acortando las distancias entre ellos, lo que puso en guardia a Colbert que, a pesar de todo, no se movió, se limitó a permanecer tenso. Ariadne alargó una mano para acariciarle el rostro con un único dedo, que deslizó desde la sien izquierda hasta la barbilla. Después lo dejó ahí, obligando al joven a alzar el rostro. El perfil de Colbert se recortó contra la argenta luz de la luna. - Sigues en perfectas condiciones. Así me gusta... Con la rapidez de un rayo, Colbert le agarró la mano con fuerza para compelerla a quedarse quieta, a no volver a tocarle. - Ariadne...- dijo con voz rota. - Ahora mismo te estás saltando una norma, ¿por qué no romper otra? - Ya lo hemos hablado - insistió el joven con pesadez, librándola de la presión que estaba ejerciendo en su mano. Ella, por su parte, se acarició los dedos con disimulo, no quería que Colbert se diera cuenta de que intentaba desentumecerlos. Estaba en ello cuando se topó con la oscura mirada del chico, que añadió con dureza.- No puede ser. - Eso lo has decidido tú. - Lo decidió el destino, no lo olvides. Ariadne deseó decirle que el destino no existía, que eran chorradas... Mejor dicho, las excusas de los cobardes que no se atrevían a conseguir lo que tanto anhelaban, pero Colbert se alejó antes de que pudiera ni abrir la boca. Se volvió con rapidez, a tiempo de ver como el joven desaparecía escaleras abajo, dejándola sola en el pasillo. - ¿Cuándo volveré a verte? - susurró. Y, como esperaba, no recibió ninguna respuesta.

El trayecto en moto fue divertido, excitante... Una vez que se le pasó el pánico inicial, claro. Sentía el viento golpeándole en la cara, la coleta agitándose detrás de ella como una bandera ondeante, el robusto cuerpo de Rubén contra el suyo. A medida que se fueron acercando al internado, el chico fue reduciendo la velocidad hasta que frenó un par de metros antes de llegar para, así, no llamar la atención; el rugido de la moto resonaba demasiado, rompiendo el silencio de aquella zona exenta de más población que la del colegio. Esa distancia que quedaba la recorrieron a pie, arrastrando entre ambos el vehículo hasta depositarlo en la depresión llena de follaje que había entorno a la muralla. La escondieron ahí, cubriéndola con todo tipo de plantas que encontraron: hojas, hiedra, hierba... Ningún profesor o adulto responsable del internado podría encontrarla. Cuando acabaron, Rubén se quedó en cuclillas, observando el trabajo recién realizado con una sonrisa de satisfacción. Por su parte, Tania alzó la mirada para, primero, contemplar la luna brillando en el oscuro cielo; era luna llena, pero una serie de nubes impedían que se viera bien. Después, observó el altísimo muro que tenían ante ellos. - ¿Cómo lo vamos a cruzar? - Trepando. - Estás de broma. - Un comentario más como ese y tu fachada de intrépida aventurera desaparecerá - se rió Rubén, haciéndole un gesto con la cabeza.- Anda, ven, te enseñaré un secreto.

Le tendió una mano, que Tania aceptó sin tan siquiera pensárselo. La guió a través del bosque, siempre junto a la muralla, teniendo mucho cuidado de que no se cayeran al encontrarse con un desnivel o piedras o ramas. Así, llegaron hasta una parte del muro donde había una serie de rocas apiladas, casi pareciendo una escalera. - Lo descubrí siendo un crío. - Te pasas el día escapándote, ¿verdad? - De vez en cuando lo hago - se encogió de hombros.- Lo que pasa es que tengo buena suerte. Se me da bien encontrar cosas. - Ya lo veo. Tania nunca se había visto en la situación de trepar un muro o un árbol, así que no tenía ni idea de cómo hacerlo, por lo que Rubén tuvo que ir dándole indicaciones. Se le daba fatal. El chico acabó colocándose tras ella, ayudándola a subir y también a mantener el equilibrio. Cuando acabaron los dos sentados sobre la tapia, él le hizo una seña para que aguardara y saltó al suelo, aterrizando con gracia. Estaba acostumbrado. Después, estiró los brazos en dirección a ella para cogerla de la cintura y bajarla. Al estar ambos sobre la hierba de los terrenos, uno frente a otro, tras todo lo sucedido, no pudieron evitar sonreírse. Regresaron al edificio con rapidez, dirigiéndose directamente a las cuadras, donde les estaba esperando Jero. Éste estaba paseando de un lado a otro, histérico, y en cuanto la vio, dio un respingo; prácticamente se abalanzó sobre ella, abrazándola con todas sus fuerzas, por lo que la chica se echó a reír. Al separarse, Jero se pasó ambas manos por su alborotado pelo, gesticulando demasiado al decir: - Ya pensaba que te había pasado algo... - Todo bien. Tranquilo. Se dio cuenta de que a Jero se le había cambiado la cara a ver a Rubén, aunque no lograba desentrañar su gesto. El segundo parecía terriblemente violento, se esforzaba en no mirarle, en hacer como si no existiera. - No sabía que habías ido con ella - acabó diciendo Jero. - Cosas que pasan - se encogió de hombros Rubén. - Os he cubierto a los dos - prosiguió el primero. Mientras, Tania miraba alternativamente a uno y a otro, sin saber qué hacer o qué decir; como se sentía bastante incómoda con todo aquello, decidió ponerse a sacar el uniforme de Rubén de su mochila. Eso sí, sin dejar de prestar atención a su amigo, que les explicó que había dicho que ambos estaban enfermos. Caminaron a toda velocidad hacia la tercera planta, ya que quedaba un cuarto de hora para que los profesores hicieran las rondas y comprobaran que estaban todos en su sitio. Durante el trayecto, Tania aprovechó para informar a Jero de todo lo sucedido. Además, acordaron reunirse a primera hora de la mañana para inspeccionar el contenido del USB; no le pasó desapercibido que Rubén se hizo el despistado y no acordó nada. - Entonces, hasta mañana - se despidió Jero con una sonrisa. - Hasta mañana... Y gracias de nuevo. - No empieces, Tania. Le dedicó una sonrisa a Jero ante aquel último comentario y caminó hacia su cuarto, no sin detenerse un segundo para mirar por encima de su hombro a Rubén. Seguía callado. No había dicho nada desde que llegaron. Una vez en su habitación, depositó la mochila a los pies de su cama, se cambió la ropa de calle por el pijama y se dejó caer sobre el colchón. Estaba molida. Aquel día había sido un no parar, salvo el viaje en autobús, donde tampoco había descansado demasiado. Por eso, se quedó dormida al instante, sonriendo, pues por primera vez en mucho tiempo iba a soñar en vez de tener pesadillas. Lo que no sabía era que, a su lado, Erika no estaba dormida como ella creía, estaba bien despierta y no la miraba de forma agradable. Todo lo contrario. Erika había visto como los dos

regresaban a la escuela, juntos, sonrientes... Muy juntos. De hecho, iban de la mano mientras corrían hacia las caballerizas.

Debería irme ya. Debería salir corriendo. Colbert llevaba un buen rato sentado en una de las largas mesas de la cocina, donde solían comer los empleados, no docentes del centro. En un principio había ido a comer algo antes de reemprender su viaje, pero después del encuentro con Ariadne se le había cerrado el estómago y se había dedicado a contemplar el infinito. Llevaba un año fuera. Un año. Bueno, seguramente un par de meses más. No importaba, la chica seguía despertando en él cosas que no deberían estar ahí. Y si la distancia no servía de nada, entonces... ¿Qué narices lo haría? ¿Cómo podría acabar con aquello? Escuchó pasos. Nunca solía encender la luz cuando estaba en alguna estancia del colegio. Lo conocía bien y, así, no llamaba la atención. Además, podía esconderse con facilidad si creía que alguien podría descubrirle. Por eso, se deslizó con rapidez hacia un lado, agazapándose entre las mesas para dirigirse a la cocina, donde se escondería todavía mejor. Alguien dio la luz, él se escondió detrás de la pared que separaba la cocina de la despensa, apoyando la espalda en ésta. - Soy yo. Dime que sigues ahí. - Deja de darme estos sustos... Se puso en pie, saliendo de su escondite, mientras resoplaba. Felipe Navarro tenía el don de ponerle nervioso, ya fuera de una manera o de la otra. De hecho, nada más verlo, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda: no se estaba riendo de lo sucedido, no parecía amable, estaba serio, preocupado... Eso no auguraba nada bueno. - Creo que está sucediendo de nuevo. Efectivamente, no era nada bueno.