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C uba: No hay tal lugar por Mariana Lendoiro

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Cuba:No hay tal lugar

porMariana Lendoiro

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Cuba:No hay tal lugar

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Cuba: No hay tal Lugar

Mariana Lendoiro

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A mi madre

He tenido el privilegio de vivir en otros países pero siempre he estado, física y emocionalmente,en Cuba. Así he atestiguado el desplome de lasciudades, de las personas y de la utopía.

Casi todas estas “viñetas” las escribí en el verano desesperante del año 2005.

Mis amigas más queridas me ayudaron con estetestimonio de la angustia. De ellas son el concepto mismo del libro, las fotos, su realización completa, el aliento para concluirlo.Les agradezco con amor su paciencia conmigo y su fiel cariño.

Diseño y composición: Annabelle Ford

Ediciones La Cueva © 2006

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sólo queda un hueco febril y desolado y los años, huérfanosde significado.

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MI PURGA

Lo horrendo fue que estuvimos de acuerdo, entonces, en que nos apartaran, nos vejaran, nos consideraran “judíos alemanes”, nos desgarraran la dulce y honda fe en el “mejoramiento humano”.

Hincamos las rodillas y bajamos la cabeza en dolorosaparadoja que justificó a los verdugos porque el Bien de Todosera más sagrado que el Bien Personal. Y fuimos a las guardias,a los trabajos voluntarios, a las zafras, a las emulaciones, a losmítines, a la Plaza, a la UMAP, a los campos y a las costas, a lasescuelas militares, a los círculos de estudios, a las guerras, a las competencias, a tararear en las cárceles loshimnos de la Patria. Teníamos que ser mejores que los exce-lentes para ganarnos un mismo derecho, concedido con volumen de migaja, de que nos permitieran ser un trocito de la “utopía redentora”.

La humillación fue nuestro alimento; el sobresalto, nuestrareligión; la culpa, el hábito que cubría nuestras desnudeces; elmiedo, nuestra pasión constante.

Nunca nos aceptaron. La sonrisa, a veces condescendiente,por momentos compasiva, se metamorfoseaba pronto en lamueca del asco o en el desprecio vaciador de valores.

No vamos a pertenecer nunca. Jamás fuimos. Todos losaños de cortejar como culebras los derechos fueron años perdi-dos. Los trabajos del odio son más fuertes que los de laamorosa humanidad. Somos pigmeos morales y no lodejamos de ser aunque hayan cubierto, con desgano, el pechocon amargas medallas de latón. Nos exprimieron el espíritu ylo lanzaron al rincón indeseable del estiércol.

¡Y todavía nos exigen el pudor de no lamentarnos!

Lesbianas, gays, músicos jóvenes, gentes de otra fe, eunucoscon el alma rasgada, sin zurcido. Todo fue en vano. Ahora

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LA PICOTA

La picota era una estructura que, dos siglos atrás, se hallaba ala entrada de los pueblos para escarnio del supuesto criminal.

La componían dos maderas paralelas, unidas por goznes obisagras que se deslizaban o se ajustaban con fijeza. Esastablas descansaban sobre una plataforma, en el terreno. Alofensor se le colocaba en un banco detrás de la estructura,sentado, con los pies, las manos y la cabeza extendidos. Susextremidades y su cabeza baja se introducían en huecos–cinco o tres, según el estilo de la picota- tallados en laslíneas de unión de las maderas. Como al cerrar una tijera. Es decir, quedaba el hombre –o la mujer- con sus manos, piesy cabeza atrapados en la madera.

En los espectáculos de horcas y guillotinas, el pueblo feste-jaba el castigo del humillado. Todos bebían cerveza, jugabannaipes, subían los niños a los hombros para que disfrutarandel jolgorio, se tocaban los traseros en la aglomeración feliz,tiraban frutos y huevos podridos al vejado y se solazabancomo plebe bruta.

La picota cesó en Francia en 1832, en Inglaterra, en 1837 y en los Estados Unidos, en 1839. Allí los estados sureños lafavorecieron como escarmiento útil para sus esclavos.

Al genial Daniel Defoe, una vez, lo colocaron en la picota,pero sus amigos se confabularon para protegerlo y sólo le lan-zaron flores perfumadas.

En mi isla abundan el calor, los mosquitos, la ira, la frus-tración, el odio, lo podrido. ¿Qué podrán lanzar contra losque irán a la picota, la ya anunciada?

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NACHA

Nacha nació en un caserío cerca del pueblo de Rodas. Erauna fiesta para la pequeña ver el paso rápido de la rutaSantiago-Habana y adivinar los rostros de los extrañospaseantes. Nacha tenía que alimentar a las gallinitas guineas.

Entonces llegó la Hora. Pudo, al fin, ser pasajera en losSantiago-Habana con rumbo a la Capital. Estudió para maes-tra Makarenko porque la costura no era su fuerte. Aprendióla división de clases, las leyes dialécticas, los perros de Pávlovy leyó todos los manuales de Nikitín. Sintió que podía sersuya la Poesía.

Ganó Concursos, viajó a los Países Socialistas, logróPremios, obtuvo Medallas, Certificados y Réplicas deMachete. Los accidentes históricos la desconcertaron unpoco, pero no flaqueó. Subió a las Tribunas, declamó en lasMesas, desfiló en las Marchas. Se hizo oriunda de una ciudadmás importante que Rodas.

Izquierda Unida la abrazaba, Batasuna escuchaba con ellalas melodías de Polo Montañés, los Sandinistas la nombrabanhija de Darío, los Bolivarianos se estremecían con su verbo deacero y le acomodaban boinas rojas y cuadernitos azules. Laintransigencia revolucionaria es la mayor virtud.

Recibía canastas del Consejo y cheques convertibles delBuró. Vivía en Miramar y nunca más se montó en unaguagua. No conoce a la gente del caserío y juega siempre a la gallinita ciega. Ignacia, que no Nacha.

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UNA DESCARGA

Yo no sé cuánto dure. Diez, cinco, veinte años. Espero queno sea hasta los ciento veinte, al decir del club. Pero, comoen un libro que leí, no quiero que ese momento me atrapeenseñando a niños lerdos en Madrid, limpiando casas enMiami o cuidando ancianos en México o en Argentina.Quiero conservar algo de mí, aunque eso esté bien apaleado.¿Auto compasión? Claro que sí. Con toda la razón delmundo, como tantos otros. Pero no al extremo de perder lacierta dignidad que ellos no han sido capaces de robar, la queatesoro para no ir al final que muchos de los amigos hanencontrado. ¿Quieren listas de suicidas, de muertos pre-maturos o de muertos en vida? Vamos… si tenemos uno delos primeros lugares en el mundo…

Yo quiero que ese momento me encuentre en mi criollacasa, la de mis padres y mis abuelos, contemplando ladegradación implacable de mi barrio y a sus pocas gentesdecentes, curiosa por ver si renacen o no, por ver cómo van a curar sus múltiples, extrañas llagas, por ver el asfalto noreparado en medio siglo y las fachadas lánguidas en elcamino de su transformación, por ver los empujes y lascobardías; luego ir al Malecón a ver el mar que nunca cambia, olerlo…

No voy a dar el “portazo de Nora” porque quiero ver el“Después” y porque siento que los huesos intranquilos de losmíos me lo reclaman. ¿O también me van a robar eso?

Somos una “nación inventada”, es verdad, pero todas lohan sido. Sólo que, como casi siempre, los cubanos llegamos tarde.

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MI TÍA OMARA

Mi tía Omara tiene 66 años. Con otro 6, sería un númerodemoníaco, pero el único hechizo en su vida fue el del Brujo.La hizo ser alfabetizadora, maestra voluntaria, estudiante -delos trabajos productivos y otros enigmas, soldada, denuncia-dora, dirigente y militante del Partido Único e Irrepetible. Su marido la dejó para quedarse en Escandinavia. ¿Qué pudohaber hallado allí, en Escandinavia, en una región tan fría y revisionista? Mi tía ingirió muchas pastillas.

Luego despertó y vio que la ciudad era un puro escombro,que nadie entendía sus razones, que sólo ella oía el conjurodel Brujo. Volvió a tomar las pastillas.

Despertó a tiempo para encontrar un nuevo marido. Eraun militar pensionado y ciego que se movía por la vieja invo-cación. Fueron muy felices porque los dos bailaban todas lasnoches, muy junticos, con la música pecadora de la SonoraMatancera. Ajenos a la ciudad y a todos los derrumbes.

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DEL TIEMPO

Todas las cartas de los Paston –mediados del siglo XV- seescribieron in haste, de prisa. Eran tiempos en que la prisa eraotra: una lenta prisa de caballos altaneros, travesías plácidaspor los bosques, escaramuzas bélicas en los caminos romanos,bordados infinitos y delicados a la luz de las velas.

Aquel tiempo de ritmo suave, aunque violento, luego setransformó en otro por el vértigo de las máquinas, de losinventos, del significado pesado y estricto de los minutos. El tiempo era como oro, la piedra filosofal nunca hallada.

Pero, en mi isla, un Alquimista y sus aprendices hicieronexperimentos frenéticos con el Tiempo. Lo despojaron desentido, lo hicieron elástico, lo colmaron de absurdos, lo malograron con gestos huecos, eliminaron su fertilidad. Losminutos, unos tras otros, eran ejército de monotonía y devacuidad.

Y se eliminó la luz. Los quicios de las puertas se llenaronde humanos que, a la luz de las mismas velas de siglos pasa-dos, conversan –lánguidos y resignados- matando el tiempoque otrora fuera oro.

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“...sin alcohol, la vida en semejante paísno era soportable”.

Selma Lagerlôf

MIGUEL ELPIDIO

Por un raro hechizo de la tierra aquella, Miguel Elpidio lloratodos los jueves de Dios.

Es enjuto, pálido, canoso, de músculos cansados y ojosrojos. Estos son atributos de cualesquiera de los muchosdemonios que se deslizan por los aires del planeta, pero sonahora sólo los de un infeliz que vive en mi calle.

Nunca llega a ver la noche. Se sienta en el quicio de supuerta con un jarrito en la mano. Viste ropa vieja de unverde olivo viejo. Pasó todas las pruebas: cerveza, ron, alco-hol de la cuota para diabéticos con tarjetón, bebida a granel,vino seco, vino peleón, guarfarina, chispa e´tren, cualquierinvento.

El líquido le corre como guirigay de monos, león en celo,selva viva, bala y bala y bala.

Su mujer, gorda y rubicunda, lo ha llevado tres veces arehabilitación, pero Miguel Elpidio siempre vuelve al trago.Es su sirena personal para no acordarse de los jueves. Suforma de olvidar Angola y esto.

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PARA LA LETRA… DE UN BOLERO TRISTE

El pasado se ahogó en las aguas cochinas y sólo quedo yopara recordar la infancia feliz, la adolescencia de aventura yde amor, la madurez desfallecida, los viajes del desgarramien-to, el puente de Rialto, la puerta de Alcalá, el affiche de losalcatraces de Rivera y el albatros que pende del cuello delviejo marinero, la mata de sábila de mamá, el disco de 78revoluciones de Rita Montaner, la foto de la bisabuela, la can-ción de llorar, las casas en la playa, la palmita del patio, lamata de quimbombó en Los Pinos, los pies cuarteados y solosde Ozymandias quien revisa, a su alrededor, las arenas infini-tas del desierto, él, rey de reyes, rey de la nata apestosa, lanata estercolera de mi ciudad.

Ya casi nadie queda que recuerde mi infancia. El pasadodio un portazo. Es un Xanadú que no se puede recordar, unsueño de opio al que recorre el silencioso río de la inmundi-cia.

Flotaron las cajas de pobre cartón del cuartico de atrás, lospañuelos bordados, el tesoro del talco, la lata de pintura olvi-dada, el baúl de mi amigo, la lámpara antigua, el espejo roto,el cadáver del ratón, la pluma seca, la sábana solitaria, elpoema anotado, el refrigerador viejo, el bastón de mi madre.

Las columnas se quebraron y la casa se derrumbó. La casade la niñez, de los milagros de amantes y amigos. El pasadose metió en una botella y se tiró al mar.

A ver quién lo encuentra.