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CUBA, PAIS DE INMIGRACION - Biblioteca Digital de Cubabdigital.bnjm.cu/secciones/literatura/autores/56/culies/!56_446Int.pdf · adecuado, y nuestra Isla se convierte, después de

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INTRODUCCIÓN CUBA, PAIS DE INMIGRACIÓN LAS DISTINTAS CORRIENTES ÉTNICAS QUE HAN CONTRIBUIDO A LA FORMACIÓN DEL PUEBLO CUBANO Tres grandes corrientes migratorias han llegado hasta nuestro archipiélago, y juntas han formado al pueblo cubano, hoy indisolublemente unido: española, africana y china. La segunda es cuantitativamente la más importante, y, a lo largo de toda nuestra historia, debe llegar al millón y medio de individuos, los blancos serían en total un poco más de un millón, y los asiáticos cerca de 200 000. Estas cifras, obviamente conjetúrales, se extienden hasta 1930. La inmigración comienza con la historia de la Isla, y continúa siendo un factor importante en la formación del pueblo cubano hasta la segunda década del presente siglo. Inmigrantes podríamos considerar a los primeros pobladores; y en todo caso lo fueron los conquistadores del siglo XVI, así como también las sucesivas remesas de peninsulares que llegaron durante cuatro siglos. Inmigrantes forzados, y no otra cosa, fueron los esclavos que la infame trata de negros arrojó por oleadas sucesivas a nuestras costas. Si los pocos centenares de invasores que vinieron con Velázquez, después de haber exterminado a la población indígena, no hubiesen recibido el continuo aporte de una inmigración ultramarina, nuestra población actual apenas si llegaría a unos 20 000 habitantes. Y esto, aun suponiendo que la tasa de crecimiento neto hubiese sido superior a la de Europa durante el mismo período. La diferencia con nuestra población actual (8 millones de habitantes) la debemos, directa o indirectamente, a la inmigración. Hubo momentos —la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo— en que la tercera parte de la población existente en la Isla había nacido en el extranjero. La composición de la población cubana reflejó siempre la explotación clasista de que fue víctima. El predominio numérico de los blancos desde 1870 en adelante se debe, más que todo, a que su posición como casta dominante le aseguraba un nivel de vida superior.1 Para 1860 se ha podido calcular la esperanza de vida al nacer en 35 años para los blancos y en 20 años para los esclavos. Con un crecimiento vegetativo de 9 %, la población blanca se duplicaba cada setenta años años, sin necesidad de inmigración; mientras que la de color, que disminuía del 20 %, a causa de su excesiva mortalidad2 y débil natalidad,3 necesitaba recibir cada año un aporte de 12 000 nuevos esclavos para mantener sus efectivos. Es sólo en la década del 90 que esta situación empezará a modificarse paulatinamente. El caso de los chinos fue aún peor, casi desaparecieron durante

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el propio siglo que los vio llegar4 privados como estaban de mujeres de su raza, discriminados y sometidos a condiciones de vida aún peores que las de los africanos. La dinámica de la población cubana Cuando el archipiélago cubano fue invadido por los españoles en 1511, la población indígena contaba, tal vez, 100 000 habitantes, mayormente concentrados en la parte oriental. El genocidio practicado por los conquistadores, la implantación brutal del trabajo forzado y el derrumbe de los valores tradicionales de la población india, condujeron a la casi extinción de la raza en poco más de una generación. Los españoles pensaron entonces en reemplazarla por africanos, pero les faltaron recursos económicos para realizarlo en gran escala. Resulta difícil calcular el número de africanos llegados hasta 1763; un informe redactado por los hacendados habaneros en 1811 los evaluaba en 60 0005, pero esta cifra parece a todas luces muy baja. El crecimiento demográfico fue muy lento en los primeros tiempos; dilapidados en una orgía de sangre los recursos humanos de Cuba, los españoles tuvieron que vegetar en la pobreza durante más de dos siglos, carentes de fuerza de trabajo que explotar. Es sólo hacia 1720 que se rebasa la cifra de población anterior a la conquista. Desde entonces, gracias al crecimiento vegetativo, alrededor del 5 % anual, y al aporte creciente de la Trata y de la inmigración isleña, el poblamiento avanza algo más rápido y permite un cierto desarrollo económico que a su vez condiciona una mayor inmigración africana. El dogal demográfico del desarrollo económico ha sido vencido. La historia de la población cubana presenta hasta ahora dos grandes ciclos, y a cada uno corresponde un modo de producción diferente: el de la plantación esclavista y manufacturera del azúcar, que termina con el siglo XIX; y el de la plantación capitalista semicolonial, con una industria altamente maquinizada, que se extiende hasta el triunfo de la Revolución.6 En el primer ciclo, que es el que aquí nos interesa, se pueden distinguir cinco fases: a) 1511-1730: crecimiento muy lento, con amplios períodos de regresión. b) 1730-1800: crecimiento rápido; la población se duplica con creces, gracias sobre todo a la inmigración mayormente africana – la Isla cuenta al final del período con unos 400 000 habitantes. c) 1800-1850: crecimiento muy rápido, debido exclusivamente al aporte de más de 600 000 africanos que elevan la población a 1.2 millones de habitantes. d) 1851-1874: crecimiento lento, a pesar del aporte de 150 000 nuevos

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africanos y de 150 000 culíes chinos. El crecimiento vegetativo es casi nulo, el régimen esclavista se devora a sí mismo; y en la última fecha indicada, la población total apenas sobrepasa 1.55 millones de habitantes. e) 1875-1899: crecimiento lento, muy débil (7 % anual), saldo migratorio casi nulo; han cesado ya la Trata y la contratación de culíes, y la guerra produce una trágica regresión en los postreros años del siglo con pérdida neta de población. Así, el régimen colonial, cumpliendo su propia ley de población, llevaba al país a un impasse demográfico, por el desarrollo de insuperables contradicciones antagónicas. En la presente obra sólo nos interesa la cuarta fase de este primer ciclo de población (1850-1875), y, dentro de él, el aporte de los culíes chinos; pero será útil referirse antes a las otras corrientes migratorias que inmediatamente la precedieron, o que fluyeron paralelas a la misma. La inmigración en el siglo XIX Carecemos de cifras confiables sobre la importación de esclavos en este siglo. La Trata había sido declarada ilegal desde 1821; pero lo más acertado parece suponer que al terminarse la Guerra de los Diez Años (1878) ya hubiesen llegado en total a Cuba más de un millón,7 de los cuales no menos de 750 000 lo hicieron entre 1800 y 1875. A estos africanos deben sumarse los 150 000 culíes8 chinos y algunos millares de yucatecos que constituyen, en conjunto, el aporte de la inmigración forzada. A ellos hay que añadir, sin embargo, otra inmigración peculiar: la de los gallegos contratados. Estos infelices eran traídos en condiciones tales que su suerte se aproximaba más a la de los culíes que a la de los inmigrantes libres. La inmigración, en el sentido moderno de la palabra, está representada primero por los refugiados franceses de Haití y Nueva Orleáns que llegaron en número de varias decenas de miles en las primeras décadas del siglo,9 y luego por los realistas de la América continental que vinieron al proclamarse la independencia de los virreinatos.10 Paralelamente llegaron por pequeños grupos varios miles de braceros peninsulares que fueron a trabajar en los ingenios, y un contingente algo menor de técnicos ingleses, norteamericanos, franceses y alemanes, empleados en los ferrocarriles y los ingenios —que entonces se construían activamente—, y en la industria artesanal que también estaba en auge.11 Conviene recordar que los franceses de la primera época constituían una clase capitalista que contribuyó eficazmente a desarrollar las plantaciones de café y también las de azúcar; mientras los realistas del continente formaban una clase parásita, que trató de vivir del presupuesto insular, y por fin se integró en actividades mercantiles.12 En cuanto a los jornaleros peninsulares, la persistencia del régimen esclavista, así como la carencia de tierras, los alejaba sistemáticamente de la agricultura, convirtiéndolos principalmente en dependientes del comercio.13 Hasta 1880, el

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aporte de la inmigración europea fue relativamente pequeño: entre 200 000 y 250 000 desde principios de siglo, sin que la cifra se pueda precisar más por ahora.14 En 1792, la población censada ascendió a 272 301 habitantes, y en 1887, a 1 631 687; el aumento en noventa y cinco años había sido de 1 359 386, el 600 %, en tanto que en España, durante el mismo lapso, fue de sólo 160 %.15 Este inusitado crecimiento se debió casi exclusivamente a la inmigración, cuyo saldo evaluamos en no menos de 1,2 millones entre dichas fechas.16

Los inmigrantes del siglo XX Fue sólo después de abolida la esclavitud que comenzaron a llegar importantes contingentes de españoles: isleños en su gran mayoría, gallegos y asturianos después, aunque también se mantuvo vigente la anterior inmigración de catalanes y mallorquines. Durante los años 1889-1894, las llegadas se hacen más numerosas, y el saldo migratorio por el solo puerto de La Habana alcanza un promedio de 10 000 anuales.17 El volumen de la zafra se duplica entre 1884 y 1894, llegando entonces a la cantidad, fabulosa para la época, de 1.054 millones de toneladas; la oferta de trabajo es constante y los salarios relativamente elevados;18 pero las deplorables condiciones sanitarias entonces vigentes (fiebre amarilla, etc.) aniquilan rápidamente a los recién llegados. En 1880, en Matanzas, la principal región azucarera, sólo el 15 % de la población es española.19 En general, a pesar de la importancia relativa de esta inmigración, la población de la Isla aumenta en menos del 0,8 % anual. Todo parecía presagiar un estancamiento demográfico. Dos causas principales desvían de Cuba la poderosa corriente humana que abandona el territorio español: el miedo a la fiebre amarilla y el recuerdo de la Trata y de todos los subterfugios empleados por el Gobierno español y la burguesía cubana para esclavizar al inmigrante, aun al propio peninsular. También influía el hecho de que el español que llegaba a Cuba no se hallaba exento del servicio militar, mientras que el que emigraba hacia Argentina o México evadía las aborrecidas "quintas" . Al desaparecer de la Isla el odioso régimen español, la situación cambió radicalmente, y, durante el primer cuarto del siglo XX, Cuba se convierte en uno de los principales países de inmigración; posiblemente es aquel que más inmigrantes recibe por kilómetro cuadrado: más de un millón en tres décadas.20 Esto corresponde al período de auge del imperialismo yanqui, y se debe tanto al fomento de nuevas empresas como al desarrollo de un nuevo tipo de civilización en nuestra Isla; campañas sistemáticas de saneamiento y creación de los nuevos bateyes azucareros. Este tipo de fomento agrario, que alguna vez hemos llamado Canadian Pacific, a falta de otro nombre mejor,21 tuvo extraordinario éxito, pero no pudo resistir la gran crisis económica de los años treinta.22 Con el derrumbe de un capitalismo de larguezas, la inmigración cesa casi completamente y los pocos contingentes que aún llegan están más que compensados por la emigración

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creciente de personas desplazadas, o de jóvenes que no encuentran empleo adecuado, y nuestra Isla se convierte, después de la Segunda Guerra Mundial, en país de emigración.23 La distribución de la inmigración La inmigración en Cuba sigue en general el desplazamiento de la industria azucarera hacia el este. De 1790 a 1820, la africana se concentra en la provincia de La Habana, y en los años siguientes se dirige a la de Matanzas siguiendo la expansión de los ingenios.24 La zona de asentamiento del millón de africanos, y también de los 150 000 culíes de que vamos a tratar, estuvo básicamente constituida por la región económica que se extiende desde Artemisa-Cabañas, al oeste, hasta las sabanas de Manacas, al este. En esta región de gran unidad geoeconómica, la plantación esclavista marcó profundamente su huella en el paisaje; aún hoy son visibles las construcciones de mampostería de esa época, y sobre todo las cercas de piedra, principal testimonio que nos legara la civilización esclavista del azúcar. Hubo otros focos de expansión azucarera que también recibieron contingentes de africanos y chinos, en particular, Sagua la Grande y Remedios. Es curioso que en Cienfuegos hubiese siempre muy pocos culíes, y lo mismo ocurre en Trinidad; la explicación está, como veremos, en el control que determinado grupo de hacendados ejercía sobre la trata amarilla. Mientras que el conde de Casa Moré, magnate azucarero de Sagua la Grande, era de los que participaban en el tráfico de chinos; Tomás Terry, de Cienfuegos, y los Iznaga, de Trinidad, parecen haberse desinteresado de él; por una u otra razón, tenían suficientes reservas de mano de obra negra. Camagüey y Oriente permanecen en esta mitad del siglo XIX alejados de la gran expansión azucarera; y, por consiguiente, al margen de la inmigración culí.25

Más tarde, después de abolida la esclavitud, se efectuaron grandes cambios de población: los antiguos esclavos desertaron de los bateyes y barracones y se dirigieron hacia las poblaciones, y en menor número hacia la provincia de Las Villas, donde ayudaron a nuevos fomentos azucareros.26 Lo mismo ocurre con los chinos. Después de 1880, Matanzas actúa como zona de dispersión de culíes liberados, unos se dirigen hacia la capital y otros, los más, hacia Cienfuegos, Santa Clara y otras ciudades de las provincias orientales, donde hubo pocos culíes contratados. Se confirma así una ley general del poblamiento, que hace que una población oprimida tienda a abandonar su lugar de trabajo y el género de vida anterior, cuando una revolución violenta, o un cambio social, más o menos brusco, la libera de su antigua opresión. La Guerra de Independencia contribuyó a acelerar y uniformar estos grandes movimientos internos de población -que son aún mal conocidos- y a cimentar la indestructible unidad étnica del pueblo cubano. Con el ferrocarril central y el fomento de grandes plantaciones azucareras en las provincias de Camagüey y

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Oriente, en los años 1905-1925, se dirige hacia esas regiones el grueso de la inmigración: los nuevos braceros españoles que vienen libremente en busca de mejores condiciones de vida.27 Pero a ellos se añade una inmigración contratada de antillanos, haitianos y jamaicanos, que asciende a 251 185 entre 1913 y 1925,28 y que tiene alguna semejanza con la de los culíes, efectuada medio siglo antes. Sin embargo, las condiciones generales son ahora totalmente diferentes: el antillano llegaba a un país de trabajo libre y podía, con relativa facilidad, evadir su contrata y asimilarse, por lo menos en la segunda generación, a otros núcleos de origen africano de antiguos residentes en las Isla, lo que resultaba imposible al culí chino.29

Las tres inmigraciones chinas a Cuba De una inmigración china calculada en unos 150 000 individuos hasta 1874, sólo pudo ser recensado en 1899 el 10 % de esa cantidad: 14 614. Y aún debe aclararse que más de la tercera parte correspondía a otra inmigración, que no tiene relación con el tráfico de culíes: la de los chinos californianos. Hubo tres corrientes de inmigración china hacia nuestra patria: la primera, la de los culíes —objeto de este libro—, que se extiende entre 1847 y 1874; la de los chinos californianos, numéricamente muy pequeña —algunos miles, pero importantes económica y culturalmente, y que comienza hacia 1865 y se extiende dos décadas—; y la tercera, que comprende el período de 1919-1925, y que alcanzó a unos 30 000 individuos.30 Son estos últimos los chinos que conocemos y que todos los cubanos han aprendido a querer y a estimar.31

La primera inmigración tuvo para Cuba la mayor importancia no sólo por su volumen, sino por la influencia que ejerció en la sociedad colonial, en un momento cuando hacía crisis el sistema de producción basado en el trabajo esclavo. Frente a la pasividad relativa del bozal se levantó la rebeldía violenta del chino, como un nuevo factor revolucionario de tremenda eficacia. Los 150 000 chinos traídos a Cuba y diseminados por las ricas zonas azucareras de las provincias de La Habana y Matanzas, actuaron como un poderoso disociador de la esclavitud por la cual sentían una aversión tal, que dejó atónitos a los propios esclavistas. Es cierto que la servidumbre como sistema económico no podía ya durar mucho más, pero los chinos la ayudaron a bien morir. Por esto, por su participación efectiva en la Guerra de los Diez Años y por su aporte a la cultura cubana, son acreedores del mayor interés.

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EL TRABAJO CONTRATADO LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD Y LA CONTRATACIÓN DE BRACEROS EN LAS PLANTACIONES AZUCARERAS DURANTE EL SEGUNDO TERCIO DEL SIGLO XIX El sistema de plantaciones impone en todas partes el trabajo forzado Después de haber abolido la esclavitud, mirada en los últimos años del siglo XVIII como una institución inútil y económicamente nociva, los ingleses se vieron obligados a recurrir al trabajo forzado —no era otra cosa la contratación—. Fue el impacto del industrialismo sobre las antiguas plantaciones lo que produjo este cambio en apariencia incongruente. Ya hemos enunciado en otro lugar la ley fundamental del poblamiento en las colonias de plantación: cuando se produce un cambio social favorable al proletariado indígena, éste tiende a abandonar no sólo su ocupación anterior, sino también su lugar de residencia, produciéndose una gran movilidad geográfica. Esta ley se cumplió en todas partes y aún sigue vigente. En las pequeñas Antillas provocó una aguda crisis de mano de obra, que ocasionó un terrible descenso en la producción azucarera en el momento en que más falta hacían brazos para cortar la caña debido a la modernización de las instalaciones industriales. Los hacendados ingleses pudieron invertir la indemnización que recibieron del Parlamento por sus esclavos (30 libras esterlinas per cápita) en modernizar sus ingenios,32 pero les fue difícil convencer a sus antiguos siervos de que siguieran cultivando y cortando la caña que las nuevas instalaciones requerían. De esta crisis —sin solución, a escala local— surgió el movimiento mundial en favor de la contratación de braceros, extraídos de las inmensas reservas de fuerza de trabajo que constituía la población de los grandes deltas del Lejano Oriente. La plantación azucarera y el déficit de fuerza de trabajo El geógrafo francés Max Sorre ha escrito en un libro reciente que “...la producción de azúcar no se concebía sin mano de obra negra en un mundo en que la esclavitud era reconocida como lícita [así] la abolición planteó en los países intertropicales difíciles problemas obreros. Se hubiesen planteado de todos modos, a causa del gran desarrollo de la economía capitalista de plantaciones, pero fueron resueltos por la introducción de inmigrantes asiáticos bajo un régimen contractual que no era sino una forma atenuada de servidumbre”.33

Los argumentos climáticos fueron los primeros y los más tenazmente esgrimidos por los esclavistas para justificar económicamente la institución servil. A este respecto, la literatura colonial francesa del siglo XVIII fue una cantera inagotable a la cual no se cansaron de recurrir durante un siglo los ideólogos de nuestros

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hacendados.34

Cuando el suministro de esclavos africanos se hizo difícil y costoso, se trató de justificar el sistema de plantaciones basado en la mano de obra contractual de color, empleando los mismos argumentos: el hombre blanco, por su propia constitución, no podía soportar el trabajo agrícola bajo el sol tropical; forzarlo a ello era condenarlo a una muerte segura y rápida. Si se querían practicar cultivos comerciales en los trópicos, era preciso utilizar al hombre de color: negro, bronceado, amarillo. La situación en los trópicos se complicaba bastante para los capitalistas, pues las facilidades del clima y la abundancia de tierras vacantes hacían que el campesinado indígena huyese de las plantaciones. Para obligarlo a trabajar en ellas, fue necesario resucitar viejas formas de servidumbre personal allí donde la esclavitud había sido abolida, o, como en Cuba, donde la servidumbre personal aún se mantenía vigente, crear otras nuevas en coexistencia con ella. En un excelente ensayo sobre la teoría climática de las plantaciones, el profesor Thompson ha demostrado con evidencia que "...la plantación no debe acreditarse al clima, pues se trata a todas luces de una institución política. La teoría climática, por el contrario, forma parte de una ideología que racionaliza y naturaliza un orden socioeconómico preexistente".35 En Cuba fueron Mariano Torrente, José Ferrer de Couto y los "ilustres" doctores Honorato Bertrand de Chateau-Salins y Marcial Dupierris,36 los más fogosos partidarios de este determinismo geográfico, que ha encontrado en nuestros días un nuevo y entusiasta defensor en el conocido geógrafo norteamericano E. Huntington.37

La crisis de la abolición En el siglo XVIII, en las pequeñas Antillas, los hacendados obtuvieron enormes ganancias de la esclavitud porque la diferencia entre el costo del trabajo esclavo y el libre era considerable, y también porque, gracias a la trata africana, pudieron procurarse mano de obra en una proporción ilimitada que no hubiesen podido lograr de otro modo, cualquiera que hubiese sido el precio ofrecido. Para las plantaciones americanas, el ejército obrero de reserva de que hablaba Carlos Marx se encontraba situado en el corazón de África. Si la abolición de la trata inglesa en 1807 y la francesa en 1831 no produjeron inmediatamente la catástrofe que predecían los negreros, fue porque las islas de esas potencias se habían saturado de esclavos desde las últimas décadas del siglo XVIII, mucho más allá de sus necesidades reales. Así, a pesar de un déficit demográfico que variaba entre el 3 % y el 5 % anual, la crisis de mano de obra pudo ser conjurada momentáneamente. Pero la abolición de la esclavitud en 1833 planteó a los hacendados ingleses un grave problema para el cual no estaban preparados.38 En las pequeñas islas,

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como Barbados, con una densidad de más de 200 habitantes por kilómetros cuadrado, fue relativamente fácil obligar a los negros a trabajar por un jornal de un chelín diario, y a veces hasta por menos,39 apenas algo más que el costo de mantenimiento y amortización del esclavo; pero en las islas más extensas, como Jamaica y Trinidad, los esclavos liberados rehusaron, en gran proporción, volver a trabajar en las plantaciones. Preferían cultivar por cuenta propia pequeñas parcelas en las montañas o en terrenos marginales, o aun emigrar a las ciudades, para ejercer algún oficio, menesteres todos donde con pocas horas de trabajo semanal obtenían lo necesario para subsistir aunque fuese miserablemente, pero libres al fin. Los hacendados ingleses hicieron un esfuerzo titánico por salir de esta crisis; realizaron grandes inversiones mejorando las condiciones técnicas de explotación, lo que permitió en muchos casos mantener la producción con efectivos obreros a veces inferiores en un tercio a los antiguos. Pero ni aún con jornales de 1' 9d, a 2' por jornadas de nueve horas, lo que entonces parecía exorbitante, lograron convencer a todos los negros de Jamaica a volver a las plantaciones. La exportación de azúcar bajó así en más de un tercio en los años siguientes de la abolición.40

En Cuba, aunque la Trata fue oficialmente abolida en 1820, se siguieron importando bozales al ritmo de los requerimientos, y sin que los precios de los esclavos subieran más de un 20 % entre 1820 y 1830.41 Alza generosamente compensada por los altos precios del azúcar,42 que la crisis de las islas francesas e inglesas había provocado en el mercado mundial. La situación comenzó a hacerse más crítica en 1835 con el nuevo Tratado suscrito con Inglaterra para la represión del tráfico negrero.43 Pero aún durante una década, los negreros cubanos vivieron días felices, y los hacendados pudieron fabricar y vender todo el azúcar que quisieron. Este no fue el caso de Perú, que se vio radicalmente privado desde temprana hora de todo suministro de esclavos. Sus rutas normales de abastecimiento pasaban por Panamá y por el estuario del Río de la Plata, y ambas fueron cortadas desde que los ingleses abolieron la Trata, pues ellos eran los únicos suministradores. La crisis de mano de obra en los ingenios y haciendas de la costa fue entonces agudísima, y sólo pudo ser resuelta 20 años más tarde por la trata de chinos, efectuada directamente a través del Pacífico. Pero antes que ellos, ya los ingleses habían encontrado la solución de que nos habló Max Sorre: había comenzado en el Caribe y en otras partes la era de los trabajadores contratados. En realidad, la fórmula no era nueva, y tanto la colonización inglesa como la francesa ofrecían precedentes que podían servir.

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Las raíces históricas de la emigración contratada: indentured servants, engagés y coolies La crisis de mano de obra provocada por los movimientos abolicionistas resucitó, en efecto, otra institución servil ya abolida desde hacía un siglo: los sirvientes escriturados, los indentured servants ingleses o engagés franceses,44 que tanto auge tuvieron en el Caribe y en América del Norte entre 1620 y 1730,45 ya que otra cosa no eran los colonos asiáticos protagonistas de este ensayo. La analogía entre los sirvientes escriturados y los colonos contratados es evidente.46 Tanto el sirviente del siglo XVIII como el culí del siglo XIX, en principio, se vendían libremente, aunque muchas veces ejercieran violencia o engaño sobre ellos en el momento del enganche.47 El tiempo de servidumbre era, en el siglo XVII, de cuatro años en las colonias inglesas, y de tres en las francesas; en el siglo XIX, los tiempos eran de ocho años en Cuba y Perú, y de cinco años en las demás colonias. La justificación nominal de la servidumbre era la misma en ambas épocas: el emigrante debía reembolsar los gastos de su pasaje y todos los demás incurridos por el agente de emigración. Una característica del sistema fue que siempre los gastos reales de los agentes o tratantes estuviesen fuera de proporción con el valor de la fuerza de trabajo enajenada. Esta diferencia, que en el caso de los culíes era considerable, en parte era absorbida por el precio que "los usuarios" —los patronos— pagaban por el trabajador que era así vendido por el tratante como una vulgar mercancía sujeta a especulación. El trabajador contratado, aunque considerado legalmente en ambas épocas como un hombre libre, se convertía de hecho en mercancía, en "cosa", como el esclavo, mientras durase el tiempo de su enganche. Como consecuencia de esto, su situación material fue casi siempre peor que la del esclavo africano, pues, como decían los ingleses, se cuida mejor el caballo propio que el alquilado. En los antiguos tiempos coloniales, los indentured servants o engagés, si bien no recibían sueldo mensual, tenían derecho, al final de su enganche, a cierta cantidad de maíz o de tabaco en rama, un fusil con su equipo y una concesión de tierra que debía permitirles establecerse como colonos independientes.48 En la práctica, muchos, si no todos, lo lograban.49 Fue esta tradición lo que permitió que en las islas inglesas y francesas el culí liberado, que no quería repatriarse, recibiese una prima equivalente al valor de su pasaje de regreso.50

En los dominios españoles, donde no existió nunca el sistema de sirvientes escriturados, el culí no pudo beneficiarse con una tradición anterior. Así, las Leyes de Indias, que tanto aliviaron al negro, de nada, o muy poco, sirvieron al infeliz asiático. Desde el principio, con un criterio muy del siglo XIX, el tratante lo consideró como mercancía sujeta a especulación, el gobernante, como materia imponible, y el patrono, como máquina costosa cuya amortización debía lograrse en poco tiempo.

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En el siglo XVIII, la situación de los negros fue mucho peor en las islas inglesas y francesas que en las colonias españolas, y esto únicamente a causa de los progresos del capitalismo manufacturero en aquéllas. En Cuba, ya en el ámbito del capitalismo moderno, la suerte del culí será mil veces peor que en Jamaica o en Trinidad, gracias no sólo a la persistencia de la esclavitud, sino también al triunfo del industrialismo en una escala mayor que en las pequeñas Antillas. El fracaso de las tentativas de "contratar" negros en África Frente a la crisis de mano de obra que planteaba para ellos la abolición de la esclavitud, los hacendados ingleses pensaron primero en seguir trayendo negros de África, pero ahora bajo la forma de "trabajadores libres", cuyos servicios serían contratados por cinco años. Esto tropezó en la costa de África con varias dificultades; por los años cuarenta, aunque ilegal, la Trata subsistía abundante hacia Cuba y Brasil, y los factores de la costa no entendían de otra cosa que de vender esclavos;51 el africano del interior, por su parte, seguía creyendo que los blancos de América eran antropófagos que compraban negros para comérselos, y no manifestaban ningún deseo de ir a visitarlos. No quedaba, pues, más recurso que comprar esclavos a los tratantes para venderlos luego como "trabajadores libres" a los hacendados. El negocio era aún posible pero dejaba poco margen. Un procedimiento más eficaz consistía en contratar manu militari a los negros emancipados por los cruceros ingleses que perseguían la Trata. Estos africanos eran desembarcados en la costa de Sierra Leona, donde se fundó Freetown, pero allí, carentes de recursos, morían en gran número.52 Llevarse a Jamaica como "trabajadores libres" a los esclavos destinados a Cuba o Brasil, era, desde luego, una excelente solución. Desgraciadamente, las presas que hacían los cruceros rendían poco frente a los efectivos requeridos. Aun así, de 1842 a 1847, las Antillas inglesas recibieron de 7 000 a 8 000 africanos de esta clase.53

El negocio resultó más plausible con los portugueses de Madeira. La numerosa población negra de la isla había sido poco afectada hasta entonces por la Trata, y los negros madereiros no tenían la misma repugnancia a visitar las Antillas que los del continente; así, durante los años 1846-1847, 15 000 de estos emigrantes fueron despachados en todas direcciones. Pero, tanto en un caso como en el otro, el tráfico recordaba demasiado la antigua Trata para que la opinión inglesa pudiera soportarlo mucho tiempo. Madden resumía bien el sentimiento de sus compatriotas más progresistas al escribir que los argumentos esgrimidos en favor de la emigración contratada no eran más que "...viejos pretextos para el secuestro de hombres; antiguos planes para poblar las haciendas bajo la promoción de los intereses de la civilización y de la religión; el viejo espíritu del fraude y la codicia revestidos con otra forma de hipocresía".54

Los nuevos contratados tendrían necesariamente que ser raptados, apresados, arrancados de sus propios hogares y familias para abastecer en la costa de África los barracones de los tratantes. Convertidos en las colonias en trabajadores libres,

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"...no podrían, sin embargo, escapar de ningún modo de esas colonias y volver a su patria, por lo menos durante muchos años (...) los negros secuestrados para nosotros, ¿serán libres en las Antillas? La guerra de treinta y más años contra el crimen gigantesco de la esclavitud, y su costosa victoria, quedarán en nada". Estas palabras, y otras similares, despertaron un amplio eco en Londres y levantaron la indignación popular contra los nuevos traficantes de carne humana; sirvieron de maravilla a la política de Palmerston, que consistía en irritar a los yanquis esgrimiendo la amenaza del registro en alta mar igual que hacía con los franceses. La política antiesclavista inglesa hay que verla en función de las rivalidades entre las potencias, y, como escribiera Carlos Marx, no fue más que "uno de los trucos usuales" de Palmerston (The New York Daily Tribune del 2 de febrero de 1858). Pero si los móviles no fueron tan puros como la propaganda oficial pretendía, el resultado final fue positivo, pues la contratación en África quedó virtualmente cerrada, no sólo para los comerciantes ingleses, sino también para los yanquis y franceses, quienes se aprestaban a suministrar "sacos de carbón blanqueados" a los hacendados cubanos y brasileños.55

El tráfico de culíes se organiza: primeras expediciones al Caribe La contratación de braceros asiáticos no despertó de momento ninguna oposición y pudo desarrollarse sin grandes tropiezos. Comenzada en la isla Mauricio (océano Indico) antes de la abolición de la esclavitud, ya desde 1834 era organizada en gran escala. De 1834 a 1847, más de 94 000 culíes hindúes fueron introducidos en dicha isla, que no empleaba antes más de 23 000 esclavos. Así, aunque la producción de azúcar aumentó en un 10 % durante el período señalado, el rendimiento del trabajo fue bajísimo. Pero la apetencia hacia la mano de obra servil era tal, que el ejemplo fue seguido en Guayana.56 En 1838 llegaron a Georgetown los dos primeros buques cargados de culíes de Bengala. En 1843 ya habían sido introducidos 30 000 hindúes. Eric Williams ha podido decir que si la industria azucarera de la Guayana Británica fue levantada con el trabajo de los africanos, fue salvado por el trabajo también forzado de los hindúes.57 Entre 1837 y 1917, esta sola colonia recibió no menos de 238 000 culíes. Como la situación laboral amenazaba con agravarse en las Antillas, el Parlamento inglés nombró una comisión para que, aprovechando las experiencias de Mauricio y Guayana, propusiera soluciones "prácticas". Esta comisión aconsejó, en 1842, el fomento de la inmigración de culíes hindúes como medio principal de resolver la crisis agrícola, a pesar de los dudosos resultados económicos que la experiencia arrojaba. Desde 1844, Jamaica y Trinidad empezaron a recibir contingentes de culíes hindúes, y algunos chinos, que se vendían de 70 a 80 pesos por cabeza. Estos trabajadores venían contratados por cinco años con un sueldo mensual de cuatro pesos, mantenidos. Como los últimos bozales vendidos legalmente lo fueron a siescientos pesos,

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calculándose la vida útil de un esclavo en 15 años, el culí resultaba un buen negocio, siempre que su productividad no fuera muy inferior a la del africano. De todos modos, los hacendados ingleses no tenían otra alternativa, pues los negros libres seguían esquivos al trabajo. A partir de 1846, Jamaica y Trinidad reciben en conjunto de 6 000 a 8 000 culíes hindúes anuales; el tráfico se organiza y la crisis de las islas parece conjurada.58 Esta bonanza para los hacendados durará aproximadamente una década. En otras regiones, la situación de los trabajadores contratados fue así diferente: en Puerto Rico, donde la economía de plantaciones estaba lejos de haberse desarrollado tanto como en Cuba y en las islas inglesas, el tránsito entre la esclavitud y el asalariado libre como sistema de producción pudo hacerse con menos sobresaltos. Allí, los hacendados liberales pudieron resistir victoriosamente las tentativas de introducción de asiáticos contratados, primero en 1848 y luego en 1866. Y la hora de la emancipación definitiva de los negros llegó por fin sin que la isla conociera previamente la esclavitud embozada de los asiáticos. En 1855, el Congreso de Venezuela aprobó una ley que autorizaba la inmigración asiática, "prefiriendo en lo posible a los chinos",59 y Antonio Leocadio Guzmán obtiene del presidente Monagas el privilegio de importar culíes durante cuatro años en idénticas condiciones a los traídos a La Habana y El Callao. No parece, sin embargo, que el proyecto se llevase a vías de hecho o al menos que se introdujesen grandes cantidades de culíes; la situación económica de la Venezuela de entonces no permitía tampoco el empleo "productivo" de esta clase de trabajador, que requería plantaciones altamente capitalizadas, como las cubanas o las que entonces estaban en vías de desarrollo en Perú. Los culíes chinos en Perú El tráfico de culíes a Perú merece que nos detengamos algo más, no sólo por su importancia, pues llegaron casi tantos como a Cuba, sino porque estuvo íntimamente relacionado con el efectuado hacia nuestro país, y hay evidencia de que los capitales cubanos participaron en él, según tendremos ocasión de demostrarlo. En 1840, cuando se descubren los depósitos de guano de las islas Chinchas —36 millones de toneladas60 que podían venderse en puertos de Europa entre 45 y 50 dólares la tonelada—, la economía peruana sufría una gran postración. Los ingenios de la costa, prósperos en el siglo XVIII, afrontaban una crisis de mano de obra aún más aguda que los cubanos;61 y además, Perú carecía totalmente de capitales y de crédito internacional para movilizar la fabulosa riqueza recién descubierta. La población de Perú se ha calculado, para los años cuarenta, en algo menos que 2 millones de habitantes. Los indios, que constituían el 70 %, estaban localizados en las tierras altas, y se mostraban reacios a trabajar en las haciendas

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de la costa; los esclavos negros eran ya muy escasos, en 1821 se había proclamado la ley de vientres libres y, a consecuencia de la paralización de la Trata, en 1850 ya no quedaban más de 17 000 negros esclavos, la mayor parte de avanzada edad.62 Así, la antaño floreciente industria azucarera había declinado hasta el punto de estar en vías de desaparecer; los pocos ingenios que aún funcionaban lo hacían con una tecnología de finales del siglo XVIII, y no podían competir en el mercado europeo. Para Perú, mucho más aún que para Cuba, la importación de culíes ofrecía una solución inmediata y eficaz. Así, de 1849 a 1874 fueron traídos desde Macao más de 150 000,63 casi igual cantidad que a La Habana. Ellos fueron quienes dieron valor al tesoro de las islas Chinchas, renovaron la moribunda industria azucarera e hicieron posible la construcción de la primera red ferroviaria.64

El tráfico se organizó con sorprendente rapidez; y como a La Habana, fue un flujo ininterrumpido de culíes que llegó a El Callao: 48 000 de 1851 a 1860; 42 000 de 1860 a 1869; 43 000 1870 a 1874. Las cifras y las fechas coinciden, como podremos ver, no así los precios. En la costa peruana, el culí era vendido, en promedio de doscientos cincuenta pesos, 40 % más barato que en La Habana, pero el flete marítimo era menor, y sobre todo la productividad del trabajo en los ingenios. En Perú, el factor decisivo del tráfico fue siempre el guano; para 1872 ya se habían extraído 12 millones de toneladas y la exportación anual era de 600 000 toneladas65 con un valor de 6 millones de pesos.66 Esta exportación representaba un volumen igual al de la zafra cubana de entonces; y aunque su valor era la cuarta parte, también se obtenía con la décima parte del trabajo. Reclus afirmaba que los gastos de extracción representaban sólo un poco más del 3 % del precio de venta.67 El guano de las islas Chinchas fue algo fabuloso para el misérrimo Perú de entonces. En términos actuales semejante a un rico yacimiento petrolífero; pero como ocurrió con estos últimos en los países del Cercano Oriente, al ser los yacimientos de guano de propiedad estatal, la mayor parte del producto neto fue a parar a manos de la corrompida oligarquía gobernante que lo dilapidaba locamente. Fue la época de la fiebre de los ferrocarriles y las especulaciones de Henry Meiggs; algo se invirtió productivamente, pero la mayoría de los cuantiosos recursos que el guano produjo fue empleado en bienes de importación no productivos. Fueron tal vez los hacendados de la costa quienes más se beneficiaron de estas vacas gordas; el geógrafo peruano Emilio Romero ha escrito que sólo la formidable contribución humana que vino desde el puerto de Macao, hizo posible que los hacendados pudiesen renovar sus viejos equipos de la época colonial e importar maquinaria moderna.68

El total de los culíes vendidos en Perú representó más de 30 millones de pesos cubanos; y si a este valor se agrega el de las inversiones necesarias para hacer productivo su trabajo, se llega fácilmente a una suma superior a los 100 millones, que, repartida entre los 20 años que duró el tráfico, representa una inversión anual de 5 millones, cifra casi igual al total de las exportaciones peruanas. Cabe, pues,

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la pregunta siguiente: ¿de dónde provenía el capital que requirió la gigantesca expansión del tráfico de chinos? Los capitalistas ingleses y franceses, y aún más los norteamericanos, no efectuaban entonces inversiones directas en América Latina y no ofrecían créditos sino con garantías tales, como no las podían ofrecer los peruanos. Correspondió, pues, a los negreros cubanos organizar el tráfico de chinos y suministrar los capitales iniciales. Esta participación la estudiaremos al referirnos a la organización financiera de los monzones y a las utilidades de la trata amarilla.69

El primer cargamento de chinos llegó de Macao el 15 de octubre de 1849, y en los 120 días que duró la travesía murió la tercera parte de los pasajeros.70 En el viaje inaugural a La Habana en 1847, la fragata española Oquendo perdió el 18 %, y estas hecatombes se repitieron muchas veces frente a la indiferencia de los contemporáneos. ¡Los chinos salían tan baratos a los contratistas que no cabía preocuparse por tales menudencias! En 1856, con los liberales castillistas en el poder, se interrumpe el tráfico —en Cuba también hubo una interrupción similar bajo Serrano en 1860-1861—, pero pronto los latifundistas impusieron de nuevo su reanudación, a pesar de la temporal ocupación de las islas Chinchas por la Flota española. Es interesante anotar que el bloqueo del almirante Pareja no afectó el tráfico de chinos. ¿Sería porque en él predominaban los capitales hispano-cubanos? En todo caso, ahora el pretexto fue el deseo de sembrar algodón, para aprovecharse de la escasez de este artículo que la Guerra de Secesión había provocado en el mercado inglés. Pero también se siguieron empleando culíes en los ingenios de la costa, o en los “guaneros” de las islas Chinchas.71 En cualquiera de las labores, aunque parezca increíble, su condición fue aún peor que en Cuba;72 en veinte años, casi las nueve décimas partes habían sucumbido a los malos tratos y a las espantosas condiciones de trabajo.73

Como en Cuba, los chinos en Perú participaron en la construcción y operación de los ferrocarriles,74 donde su constancia y habilidad eran muy apreciadas. En estas faenas eran tratados más humanamente, y para los culíes resultaba un gran alivio el ser comprados por los contratistas ferrocarrileros. También en la costa del Pacífico como en nuestra Isla, los chinos se alzaron repetidas veces, aprovechando cuantas ocasiones se presentaban de liberarse. En Cuba, durante la Guerra de los Diez Años, se unieron masivamente a los insurgentes, conquistando su libertad con el Pacto del Zanjón; en Perú, pasándose a los invasores chilenos cuando la guerra de 1878, y retirándose luego hacia el sur con las tropas victoriosas de Chile, para establecerse como hombres ya libres en dicho país. Para que la semejanza fuese más completa, también fue idéntico el final del tráfico, tan vergonzoso para Perú como para España: una acción diplomática internacional provocada por los continuos motines a bordo de los clipers y las rebeliones en las haciendas, siempre acompañados por horribles masacres. Por

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los Tratados de Tinsin firmados por Perú el 26 de junio de 187475 y por España el 17 de noviembre de 1877, se colocaba por fin a los chinos bajo la protección de la ley común y se les reconocía la calidad de extranjeros residentes. Para vigilar el cumplimiento de lo pactado, Perú y España aceptaban la presencia de funcionarios consulares en Lima y La Habana. El tratado peruano fue ratificado por ambas partes en agosto de 1875. Hay que reconocerle al gobierno peruano de Manuel Prado (1872-1876), el mérito de no haber opuesto la resistencia desesperada del español a la liberación de los culíes. Las innobles argucias y subterfugios con que éste trató de retardar la liberación de los culíes, son sintomáticas no sólo de la baja moral de los gobernantes de Madrid, sino de la influencia que en la Corte continuaba ejerciendo el capital negrero. La expansión del capital negrero La revolución industrial en Inglaterra y Francia fue en parte financiada por las cuantiosas utilidades acumuladas por los negreros de dichos países durante el siglo XVIII, y también lo fue la industria azucarera cubana en la primera mitad del siglo XIX. Desaparecido Haití como productor, sobrecapitalizada Jamaica, Cuba se benefició de la solicitud de los negreros de Liverpool y de Nantes, pero las ganancias fueron tales que, después de 1820, los negreros del patio tuvieron que recurrir muy poco a la ayuda foránea, y después de 1840 no sólo pudieron pasarse de ella sino también exportar sus propios capitales. Medio millón de bozales vendidos en la Isla durante las primeras cuatro décadas del siglo XIX, les produjeron no menos de setenta millones de pesos de utilidades, fabulosa suma que sirvió para modernizar la industria azucarera y convertir a Cuba en el mayor exportador de café mundial. Durante esos años, la producción azucarera crece a razón del 6 % anual, y se multiplica por ocho en cuatro décadas; la del café tiene un auge aún mayor, hasta su caída víctima de las tarifas discriminatorias yanquis; en cuanto al tabaco, el otro artículo de exportación cubano, quintuplica su producción en esos mismos años y satura los mercados europeos. La población, entre tanto, sólo crece del 2,7 % anual, y pasa de 360 000 habitantes en 1800 a 1 millón en 1840.76 La isla de Cuba se encontraba entonces en situación parecida a Jamaica medio siglo antes: el desarrollo tecnológico y la esclavitud actuaban como factores divergentes, limitantes ambos de un mayor crecimiento. La plantación esclavista, por otra parte, cerraba toda posibilidad de expansión del mercado interior, y hacía improductiva toda inversión que no fuese en las líneas de exportación. Los grandes negreros tuvieron, por tanto, que buscar en otros países inversiones “atractivas”, y es lo que hicieron en el caso de Perú que acabamos de reseñar. La industria azucarera cubana siguió, sin embargo, creciendo, aunque a un ritmo más lento; entre 1850 y 1890 cuadruplica su producción, mientras que la población sólo aumenta de un tercio, convirtiéndose la Isla en una de las regiones de mayor acumulación de capital del mundo. Es cierto que las inversiones azucareras serán, proporcionalmente, mayores cada vez, y más apremiantes las necesidades de

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fuerza de trabajo. La escasez de braceros será el mayor problema que deberán de enfrentar los capitalistas cubanos en la segunda mitad del siglo, y a él consagraron todos sus esfuerzos, apoyados en la existencia de una verdadera internacional de negreros y chineros, ocupados todos activamente en suministrar mano de obra esclavizada a las plantaciones tropicales en todas partes. En las próximas páginas trataremos de analizar el problema cubano en sus términos más generales, como preámbulo al estudio de los culíes, que fueron quienes momentáneamente aportaron la solución. LA PLANTACIÓN ESCLAVISTA CUBANA El problema de la fuerza de trabajo durante el segundo tercio del siglo xix Raúl Cepero Bonilla, en un brillante análisis de la economía esclavista a mediados del siglo pasado, ha dicho que "...los cambios técnicos operados en el proceso de elaboración del azúcar determinaron una pujante expansión de las fuerzas productivas hasta el punto de motivar un violento choque con el sistema esclavista, que en un principio las había impulsado (...) un nuevo sistema de producción que relacionaba en forma distinta a los hombres con la propiedad estaba compitiendo con el régimen que se basaba en el trabajo esclavo".a Sin embargo, los hacendados azucareros, que eran los principales esclavistas cubanos, se negaban, como clase, a aceptar ni aun la eventualidad de la abolición. Como ha dicho Sergio Aguirre: "No querían tampoco abolición con indemnización como en Jamaica, sino esclavitud monda y livonda. Para que admitiesen la esclavitud indemnizada tuvieron que pasar veinte años, antes que así lo expresasen en la Junta de Información. Es decir, tuvieron que esperar a que la mecanización de los ingenios avanzase mucho más de lo que había avanzado en 1844; que empezara a devorarlos la crisis económica que tuvo su punto de partida en 1857, obligándolos a hipotecar ingenios para modernizarlos; y que la Guerra de Secesión hubiese liquidado la esclavitud en Estados Unidos".77

Hacia 1845, los esclavos azucareros representaban una inversión superior a ochenta millones de pesos, y era poco plausible que los hacendados estuviesen dispuestos a renunciar voluntariamente a ella, en tanto que la trata pudiese suministrarles los reemplazos en abundancia y que fuese imposible conseguir trabajo libre a precio equivalente. La crisis de la esclavitud en Cuba A pesar de la crisis de la esclavitud como sistema de trabajo en las plantaciones del Caribe, en Cuba, durante la primera mitad de la década del cuarenta, la

a Raúl Cepero Bonilla: Azúcar y abolición…, La Habana, 1948, p. 16. (N. Del A.).

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cuestión de una inmigración complementaria tiene todavía un carácter académico, o cuando más de ensayo orientador. Los bozales, los "fardos" o "sacos de carbón" de los negreros, seguían llegando aun cuando fuese cada vez con mayor dificultad, y esto mantenía a los hacendados expectantes. Sin embargo, la presión diplomática inglesa se hacía cada vez más apremiante para obtener una legislación severa y eficaz contra la Trata. La llamada Ley Penal de 184578 fue una concesión de Martínez de la Rosa al gobierno de Palmerston; pero el famoso artículo 9 que declaraba inviolable el domicilio rural, incluidos en él, a los efectos de la pesquisa, todos los límites de la hacienda, convertía la ley en algo casi inocuo. Lord Aberdeen, sucesor de Palmerston, no tardó en comprender el engaño de que había sido objeto su país, y presionó de nuevo para obtener, si no la libertad de todos los bozales introducidos después de 1820, como pretendía Palmerston, al menos que no se siguieran burlando los tratados de 1817 y 1835. Los esclavistas sureños, a la sazón representados por el presidente Tyler, no vacilaron entonces en ofrecer todo su apoyo al gobierno de Madrid,79 y los negreros cubanos pudieron respirar después del susto que les habían ocasionado los sucesos del año anterior (La Escalera). La esclavitud estaba, sin embargo, condenada en otras partes del Caribe; en 1843, la comisión francesa concluyó su informe favorable a la abolición,80 aunque ésta sólo debía realizarla la Revolución de Febrero un lustro más tarde.81 En Estados Unidos, por otra parte, los abolicionistas ganaban terreno con el tiempo, y las esperanzas de los anexionistas cubanos de conservar la esclavitud, aun a expensas de la nacionalidad, sufrían repetidos reveses. A esta crisis externa de la esclavitud correspondía otra interna, mucho más grave, que minaba el terreno sobre el cual reposaba la institución servil: el aumento del costo del esclavo.82 Por los años treinta, "piezas de India" de primera mano se vendían entre 350 y 400 pesos; una década más tarde, ya había subido de un 20 % a un 25 %, y la causa principal era el alza de las primas contra los riesgos del mar y de captura por los cruceros ingleses. Hacia los años cuarenta, esta prima se elevaba al 35 % y a veces al 45 % del valor convenido del buque y la cargazón.83

Solícito, el gobierno de Madrid viene entonces en ayuda de los atribulados hacendados y les recomienda la cría de esclavos, según se practicaba en Estados Unidos, y también que mandasen parte de sus numerosos esclavos domésticos a los cañaverales, y por último sugería que todos los negros libres menores de cincuenta años fuesen desterrados u obligados a trabajar en las fincas.84

De estas medidas sólo se trató de poner en práctica la primera, pues hay que reconocer que los hacendados cubanos, principales interesados, eran menos feroces que los ministros de Madrid. Se pensó que Camagüey podría emular con Virginia en la “cría” de esclavos, y que así Cuba llegaría a tener "parqueado"

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dentro de su propio territorio el ejército obrero de reserva sin el cual el capitalismo no puede funcionar, pero tanto los camagüeyanos como los orientales carecían del espíritu "zoológico" de los hacendados de Virginia y Kentucky, y el proyecto no llegó a realizarse. La expansión de la industria azucarera se había efectuado hasta los años cincuenta basada en la reserva de fuerza de trabajo que, para los hacendados cubanos, constituía la población del centro de África; y de las dotaciones de los cafetales, sobrantes al arruinarse la exportación del grano, en virtud de las tarifas proteccionistas yanquis.85 En 1850, esta reserva interna se había agotado ya; y al dificultar los ingleses la continuación de la Trata, llevaron a los hacendados a una aguda crisis: se hacía cada vez más difícil reemplazar a los negros que morían o que se volvían improductivos por edad o accidentes en el trabajo. "No podía obtenerse mano de obra libre, ni podía conseguirse un régimen que conservara a la población esclava, prolongando su vida útil, lo cual era imposible porque lo que quería el hacendado era un rendimiento grande y rápido y así fue ⎯como observa Le Riverend — que se volvió la mirada hacia fórmulas intermedias, basadas en la forzada importación de brazos".86

La discusión duró largo tiempo en torno a las posibilidades de reemplazar a los esclavos por asalariados; los esclavistas defendían airadamente los intereses que los abolicionistas combatían con pasión, y el resultado fue una agria polémica en donde, a la "razón de Estado" mezclada a los más sórdidos intereses materiales, se enfrentaron sentimientos e ideas generosas, muchos más que argumentos de orden económico. El análisis económico de la esclavitud está aún por hacer, pero trataremos de destacar algunos de los elementos del problema que entonces se debatía, y de una de cuyas soluciones, temporales, fue la contratación de culíes ante la imposibilidad de poder contratar braceros blancos. La contradicción fundamental de la sociedad cubana: trabajo esclavo contra trabajo libreb

Al plantear la cuestión de la inmigración de trabajadores blancos, desde un ángulo estrictamente económico, el fiscal de la Real hacienda, Vicente Vázquez Queipo,87 llegaba a conclusiones negativas. En su voluminoso informe de diciembre de 1844 establecía, entre otras cosas, que si el costo anual de un esclavo agrícola, incluidos los intereses y amortización del capital por él representado, se elevaba a 70 pesos anuales, el de un trabajador libre no podía bajar de 140 pesos. A los precios a que entonces se vendía el azúcar, Vázquez b Este subcapítulo vio por primera vez la luz como artículo, con el mismo título, en la revista Economía y Desarrollo (La Habana, abril-junio de 1970, No. 2), y fue posteriormente publicado formando parte del folleto ¿Cuántos africanos fueron traídos a Cuba? (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977). En ambas publicaciones aparecen algunas modificaciones bibliográficas que el autor incorporó; para este libro se ha respetado la forma original en que fue escrito. (N. del E.).

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Queipo estimaba que los hacendados no podían soportar esa carga. El fiscal, en sus cálculos, arrimaba un poco la brasa a su sardina, pero no es menos cierto que la competencia de la remolacha en el mercado mundial había inaugurado un período bajista para los precios del azúcar.88 El nudo de la cuestión estaba en el alto nivel de los jornales en todas las colonias de plantación, realidad que sorprendió siempre a los viajeros curiosos e intrigó a los economistas. En Jamaica, a principios de la década del cuarenta, se llegaron a pagar jornales de medio peso diario y la manutención, cosa que parecía enorme, y lo era en efecto, pues representaba más del doble de lo que ganaba el obrero inglés contemporáneo. Richard Dana,89 un americano del Norte que visitó a Cuba en 1859, se maravillaba de que el trabajo fuese lo suficientemente productivo en la Isla como para que alguien estuviese dispuesto a pagar 400 pesos por la adquisición de un "extraño" chino, abonarle además un sueldo de cuatro pesos mensuales y mantenerlo durante ocho años, aun si pensaba que el chino había de quedarle esclavo para toda la vida. Al estimar la vida media útil de un negro bozal en diez años, a partir del momento de su compra, y su valor en 600 pesos, la amortización e interés anual del capital sería de 120 pesos. En el caso del culí, a su precio, 340 pesos,90 hay que añadir el importe del sueldo pagado durante ocho años, 384 pesos; en este caso, la amortización sería de 130 pesos anuales, suponiendo que fuesen iguales la manutención, la esquifación y el botiquín. Así, la compra del chino dejaba una pérdida "teórica" de un 8 % sobre la del bozal. Es evidente que si no hubiese sido por la escasez de brazos, nadie hubiese adquirido uno de estos "pequeños, singulares y rabiosos seres" que el pueblo llamaba "chinos de Manila". Durante los años 1845-1855, el sueldo usual que se pagaba en Cuba a un jornalero negro, liberto o esclavo, alquilado por su amo, era de 10 a 12 pesos, por año corrido, y 20 pesos durante la zafra; se entiende sueldo mensual, incluidas la manutención y la asistencia. Los hacendados estaban seriamente preocupados por esta alza continua: en 1863, Joaquín de Ayestarán le escribía a su corredor de azúcar en Nueva York: "Los retoños prometen bien para la próxima zafra, no sé si la carestía del trabajo esclavo influirá en su conversión en azúcar, pero ciertamente afecta la utilidad resultante para el propietario en la explotación de los Ingenios". [Copias de la Correspondencia de Henry Coit (Ayestarán a Coit), Habana, 30 de julio de 1863, en la Biblioteca Nacional.] La tendencia alcista no se detuvo, y una década más tarde, los sueldos eran ya de 20 y 30 pesos mensuales para los negros de campo empleados en los trabajos de la zafra.91 Si los consideramos en el primer período, tendremos sueldos anuales de 240 pesos para los braceros durante la zafra, y la diferencia será de 50 % a 100 % en más sobre el trabajo esclavo, lo cual bastaba para justificar la trata negra, la amarilla y la de todos los colores. Y aun para que el economista alemán Wilhelm Roscher92 encontrase que la trata de negros tenía un "aspecto brillante", económicamente hablando se entiende, pues el sudor y las lágrimas de los negros

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hay que suponer que él no los vio nunca brillar. Es interesante señalar que esta alza de los salarios agrícolas no alcanzó a los operarios urbanos. El hacendado Francisco Diago, en un informe presentado a la Junta de Fomento en 1851, señalaba que "nuestra isla presenta hoy la anomalía (...) que habiendo encarecido extraordinariamente el valor del trabajo de peonaje tanto para las labores agrícolas como industriales que se desempeñan exclusivamente por la raza esclava, no ha sufrido variación alguna en el precio del que se dedica a otros objetos de artes u oficios que no repugna a la raza blanca".93

Sorprende a primera vista que en Cuba u otras colonias de plantaciones,94 un bracero pudiera pretender a un sueldo de 20 pesos mensuales, cuando en los mismos años en España, Francia e Inglaterra, un mozo de granja o de cuerda no ganaba más de dos a tres pesos mantenido.95 Y un obrero industrial en Francia y Gran Bretaña de 10 a 12 pesos mensuales, aquellos que realizaban una labor calificada.96 Merivale señala en Inglaterra jornales de 10 chelines semanales, 26 libras esterlinas al año (150 pesos) como absolutamente normales.97 En Estados Unidos, que fuese siempre el país de los más altos jornales, un obrero fabril no ganaba más de 15 pesos al mes.98 Todos estos jornales se entienden sin la manutención y muchas veces sin alojamiento. Si se considera su valor absoluto, los salarios cubanos eran de tres a cuatro veces superiores a los europeos de la misma época, años 1845-1850; pero si se tiene en cuenta el poder de compra de la moneda en la adquisición de alimentos, serán sólo el doble. La ropa, los artículos de lujo y los hoteles, eran en la Isla tres o cuatro veces más caros que en Europa; pero esto que falsea la apreciación de los viajeros, carecía de interés para las clases humildes. La explicación de este desnivel comporta dos tipos de argumentos, de orden económico los unos, de orden social los otros. Para los primeros, el economista inglés Herman Merivale99 dio en 1841 una explicación que aún hoy es clásica: "El trabajo esclavo es mucho más caro que el libre, dondequiera que la presión demográfica y la ausencia de protección legal obliga al hombre a ofrecer sus servicios a un precio apenas superior al mínimo de subsistencia, y es lo que ocurría en los países europeos". Esto era cierto sin "excepción de clima". Pero desgraciadamente, Merivale dixit: "...Estas circunstancias no se realizan en los paises coloniales donde la abundancia de tierras no acaparadas, la fertilidad natural del suelo, el clima benigno, hacen que los hombres libres rehuyan el trabajo asalariado cualquiera que sea la cuantía de la retribución. El límite del mantenimiento económicamente provechoso de la esclavitud es alcanzado dondequiera que la densidad de la población ha llegado a un nivel tal que es más barato contratar los servicios de un bracero libre". Feyjoo Sotomayor,100 negrero y contratista de braceros blancos en Cuba, nos da, en 1855, una opinión aún más autorizada: "Se paga el esclavo más que el libre [contratado] y el negro más que el blanco, hallándose fácilmente la razón de esto

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en la diferente consideración con que se manda a unos y otros, y en las envejecidas costumbres del país. Así pues (...) [los jornaleros libres] (...) ganan para sí, los [esclavos] ganan para su dueño (...) [éstos] costaron un capital que se afecta con el riesgo natural de la mortalidad humana, y reciben los alimentos de su infancia, su vejez y sus enfermedades y también su vestido de manos del que recibe los veinte pesos [el dueño del esclavo alquilado] y los otros reciben todo de manos del que paga los cinco pesos [sueldo del contratado]". Lenin,101 al referirse a la servidumbre en Rusia, señalaba que una de las condiciones de este sistema era la dependencia personal del campesino hacia su señor. Si éste no disponía de una autoridad directa sobre la persona misma del labriego, no podía hacerlo trabajar...; hacía falta lo que Marx definió como una obligación extraeconómica. Las formas y matices de esta obligación podían ser muy variadas, desde la servidumbre (esclavitud) hasta la inferioridad jurídica del campesino. Pero el supuesto, y también la consecuencia de este sistema, era el nivel bajísimo y rutinario de la técnica. La Sagra fue tal vez el único de los escritores de la época que percibió con claridad esta contradicción antagónica. En 1848 escribía: "Es de todo punto imposible, la organización de un sistema agrícola y de economía rural fundado en principios científicos, mientras que el cultivo se verifique con brazos esclavos (...) es difícil de establecer en las grandes fincas de caña y de café cultivadas por esclavos, porque es imposible conseguir esmero, inteligencia y amor al trabajo de unos seres degradados, que un sistema absurdo hace considerar tanto más útiles cuanto más estúpidos son. Si, pues, el embrutecimiento y la degradación moral se consideran como cualidades preciosas en las grandes negradas para tenerlas en paz y obediencia, ¿no es esto privar a la agricultura de los más esenciales elementos de su propiedad, que son la inteligencia y la aplicación? (...) Triste cuadro (...) que está en oposición directa con las leyes de la humanidad y de la justicia, únicas bases sólidas de toda institución duradera".102

Nuestros "progresistas" del siglo pasado, que soñaban en reemplazar la esclavitud jurídica del negro por la semiesclavitud temporal del contratado, y hubiesen querido convertirlo en colono mediatizado una vez terminado su "tiempo de prueba", estaban muy lejos de percibir la contradicción insoluble que Lenin subraya. Raúl Cepero Bonilla fue el primero en observar que "...los ideólogos de El Siglo hacían asco de una organización capitalista de la economía cubana (...) temían al proceso de industrialización y a su lógica y natural consecuencia, la concentración de la propiedad".103 La actitud del célebre conde de Pozos Dulces es bien característica: estaba contra la Trata, contra la inmigración contratada y contra la industrialización, pero nunca dice claramente si estaba también en contra de la esclavitud.104 Hay raíces profundas que entrelazan este romanticismo económico de nuevo cuño con el romanticismo literario, locuaz y chacarrero de los siboneyistas. Todavía no se ha estudiado el impacto de estas contradicciones antagónicas del

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régimen esclavista sobre la superestructura de la sociedad colonial, y sólo señalaremos, desde este punto de vista, que la esclavitud creaba una jerarquía de valores que, provocando el desprecio hacia todo trabajo manual, hacía que la aversión hacia el esclavo hiciese aún más difícil encontrar los jornaleros que habrían de sustituirlo.105 Muchos libertos o blancos pobres preferían pasar miseria antes de "hacer un trabajo de negros". En 1846, en las ciudades, los operarios ganaban, según D'Hespel d'Harponville,106 de 1,50 a 3,0 pesos diarios, lo cual, contando los inevitables días sin trabajo, hacía salarios mensuales apenas el doble del de los braceros del campo; y estos jornaleros, como ya indicamos, se mantuvieron estables durante mucho tiempo cuando los agrícolas se duplicaron en veinte años. Las leyes de la competencia jugaban en Cuba en favor del trabajo no calificado hasta el límite de la costeabilidad, que era amplio, a pesar de los perpetuos lamentos de los hacendados. En los países esclavistas, las relaciones de producción estaban oscurecidas por el hecho de que la diferencia —fácilmente perceptible en países de asalariados— entre "trabajo necesario y trabajo excedente, [entre] trabajo pagado y trabajo no retribuido", se ocultaban aquí bajo el sofisma de que el negro trabajaba de balde. Marx observó, sin embargo, que "...hasta la parte de la jornada en que el esclavo no hacía más que reponer el valor de lo que consumía para vivir y en que por tanto trabajaba para sí, se presentaba exteriormente como trabajo realizado para su dueño. Todo el trabajo del esclavo parecía trabajo no retribuido. Con el trabajo asalariado ocurre lo contrario; aquí, hasta el trabajo excedente o trabajo no retribuido parece pagado. Allí, el régimen de propiedad oculta el tiempo que el esclavo trabaja para sí mismo; aquí, el régimen del dinero esconde el tiempo que trabaja gratis el obrero asalariado (...) en el sistema de la esclavitud las ventajas de la fuerza de trabajo superior al nivel medio o el quebranto de la que no alcanza este nivel favorecen o perjudican al propietario del esclavo, mientras que en el sistema del trabajo asalariado redundan en favor o en perjuicio del propio obrero, ya que en un caso es él mismo quien vende su fuerza de trabajo, mientras que en el otro caso la vende un tercero".107

Así, el esclavo era aun tiempo capital constante y capital variable: se identificaba con las máquinas, instalaciones y materia prima a causa del precio que el hacendado pagaba por él, y se añadía a éstos, y debía ser amortizado en proporción al término de su vida "útil", de diez a doce años en promedio, como si fuese una simple máquina; pero también percibía un "salario" representado por su manutención, ropa y asistencia médica, y añadía con su trabajo nuevo valor a la producción: el plusproducto, pues el hacendado le "pagaba" mucho menos que el nuevo valor que había creado en el curso de su larga jornada. En estas condiciones, la composición orgánica del capital era diferente que en las fábricas donde se empleaba sólo trabajo asalariado. En el ingenio, la relación entre el capital constante y el variable era por lo menos el triple que en las otras

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fábricas contemporáneas; pues, en la mayoría de los casos, el valor de la dotación superaba el de las instalaciones.108 Los economistas burgueses que estudiaron la cuestión asimilaban el esclavo al capital circulante y, disminuyendo arbitrariamente la cuantía del capital fijo, llegaban a la conclusión de que la esclavitud no era económicamente rentable. Con arreglo al esquema clásico de la circulación del capital, esto puede parecer correcto, pero encubre el verdadero carácter del proceso de explotación: la producción de plusproducto. En el ingenio esclavista, la cuota de plusproducto relacionaba al capital variable —el mantenimiento de la dotación—, que era muy reducido, llegaba a valores fabulosos; más del 500 % en la mayoría de los casos. Esto aparecía muy netamente a los propios hacendados al liquidar la zafra, y solían dilapidar alegremente los superbeneficios así obtenidos, sin preocuparse en demasía por la composición orgánica de su capital, que les era ciertamente desfavorable, y los colocaba bajo la dependencia de los refaccionistas, quienes a su vez eran españoles. Esta contradicción intrínseca al modo de producción esclavista, reforzaba aquí la contradicción antagónica entre la burguesía refaccionista española y la burguesía azucarera cubana. La aparición de jornaleros (libres alquilados, esclavos o contratados) en el ingenio, alteró la composición orgánica del capital, al rebajar, en consecuencia, la cuota de explotación, pero haciendo más sólida la inversión a largo plazo. Esta tendencia, muy débil aún por los años cincuenta, conspiraba contra la estabilidad de la institución esclavista, y una generación más tarde va a crear una superpoblación relativa que hará más fácil el tránsito al asalariado. Pero en el momento que nos ocupa, 1850, lo fundamental para los hacendados era obtener mano de obra estable para sus bateyes, y poder aumentar la producción según los requerimientos de la demanda. Era la época en que predominaban las ideas de David Ricardo en cuanto a que los salarios "...como cualquier otro contrato deben dejarse a la competencia franca y libre del mercado y no ser jamás entorpecidos por la acción del legislador".109 Pero como en Cuba la demanda de brazos era mayor que la oferta, a causa de la riqueza potencial de los suelos vírgenes, la abundancia relativa de capitales y la baja densidad de población, los hacendados se aferraron a las formas de trabajo forzado, como la mejor manera de mantener la balanza en su favor;110 aunque esto les resultase, a la postre, más costoso. Lo mismo ocurría también en las ciudades, como señala Le Riverend, en donde el contrato de aprendizaje en uso entre los tabaqueros era una forma apenas embozada de trabajo forzado.111

El desarrollo de todas estas contradicciones provocó una honda crisis social a mediados de los años cuarenta, y la conspiración de la Escalera, con su secuela de horrores, no fue más que el síntoma más visible. Más tarde, con el anexionismo, la lucha contra el esclavo se encaminará hacia el naufragio de la nacionalidad cubana, pero en 1844, en un ambiente tenso de suspicacia y temor, el reemplazo de la fuerza de trabajo consumida en los ingenios tomaba caracteres de urgencia, y es hacia el proletario blanco, pero contratado en condiciones tales

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que lo equiparen al esclavo, hacia donde se orientaban primero las iniciativas de la burguesía isleña. La Real Junta de Fomento es el órgano idóneo para canalizar estos proyectos. Allí están representados los grandes hacendados y los personeros del régimen colonial, y es con su concurso financiero que se van a realizar los primeros ensayos. La Junta de Fomento y la inmigración de braceros blancos contratados Convocada por el gobernador O'Donnell en febrero y marzo de 1844,112 la Junta propuso la creación subvencionada de Sociedades Anónimas como empresarios de colonización según el proyecto presentado por Domingo Goicuría.113 Estas compañías debían de introducir braceros peninsulares, y aun irlandeses, y alemanes del sur, bajo contratos de trabajo para colocarlos en los ingenios de aquellas zonas más amenazadas por las rebeliones de esclavos; "conciliando el bienestar de los futuros colonos con el interés y la utilidad de los hacendados".114

Que esto era una utopía, hasta el propio general O'Donnell lo pensaba.115 En un informe enviado al presidente del Consejo de Ministros, Isturiz, escribía sin ambages: "La Isla de Cuba concluye para nosotros y desaparece su importancia el día en que cese el trabajo de los negros en ella (...) Dentro de diez años, la riqueza principal de esta Isla, que es la caña de azúcar, habrá decaído tan considerablemente que podrá tenérsela por perdida si no se traen remedios a tan lastimosa situación". El Ayuntamiento de La Habana no era menos explícito: "Es preciso no alucinarnos, los ingenios como están hoy no pueden subsistir sin esclavos".116 El remedio propuesto por O'Donnell era sencillo: no debía abrirse inconsideradamente los puertos de la Isla a la inmigración blanca; por el contrario, debía fomentarse por todos los medios el trabajo de los brazos de color. Esto era en la época una verdad de Perogrullo, que había conducido a todos los predecesores del general a cerrar púdicamente los ojos —pero a extender prestamente la mano— frente a las actividades "patrióticas" de los negreros. La originalidad del "bizarro" conde de Lucena fue obligar por el terror a todos los negros, libres o esclavos que residían en las poblaciones, a ir a cortar caña. La Conspiración de la Escalera toma una luz peculiar cuando se mira a través de esta política sistemática de degradación del negro. El plan Goicuría, apadrinado por la Junta de Fomento y aprobado por el Ayuntamiento de La Habana y por otras corporaciones, tenía un inconfundible tufillo a asiento de negros. Los supuestos colonos que se pensaban reclutar en Canarias y en Europa, debían de comprometerse a trabajar en los ingenios por cuatro pesos al mes durante tres años y sólo al cabo de ellos podrían librarse, pagando la mitad del costo del pasaje y la habilitación que se les hubiese entregado. El contratista recibía, por su parte, 125 pesos de la Junta por cada colono desembarcado.117 Como era de esperarse, la iniciativa tuvo poco éxito, y

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dos años más tarde la propia Junta aconsejaba su abandono, inclinándose por la inmigración asiática. Ignoramos si acertaron a llegar algunos irlandeses y alemanes, pero fue cierto que desembarcaron contingentes de canarios que fueron mandados a los ingenios, donde parece que se mostraron un poco ariscos con los mayorales, a tal punto que el capitán general Roncali estimó de su deber llamarlos al "orden", por medio del decreto de 13 de octubre de 1848,118 el cual fue a su vez motivo para que el gobernador de Canarias dictase una circular previniendo a sus paisanos de que "...existen en ciertos pueblos agentes llamados enganchadores [quienes] abusando de la credulidad de los sencillos braceros (...) les proponen contratos usurarios sobre la venta de su libertad por más o menos tiempo, reduciéndolos a la condición de esclavos".119 Al comentar estas disposiciones, La Verdad del 15 de octubre de 1850 decía que su objetivo no fue otro que el de arredrar a los especuladores, intimidar a los propietarios y hacer que los capitanes de buques se negasen a todo convenio con los comerciantes y hacendados de Puerto Príncipe que, gracias a los esfuerzos de El Lugareño, habían desplegado más actividades y patriotismo en la colonización blanca.120

Paralelamente a estas insinceras gestiones para traer braceros blancos contratados, la Junta de Fomento financió la primera expedición de culíes, que llegó en 1847. Pero dejemos la cuestión para el próximo capítulo, donde será tratada con todo el detalle necesario. Baste señalar por ahora que si la importación de braceros blancos, que nadie tomaba en serio, no despertó suspicacias de "la corporación negrera", sí las despertó la de amarillos, en quienes los vendedores de "sacos de carbón" vieron inmediatamente una competencia peligrosa. Esta rivalidad entre "negreros de negros y negreros de amarillos" paralizó la trata asiática entre 1847 y 1852, en las condiciones que después veremos. Cuando por fin ese año Concha resuelve definitivamente la cuestión en favor de los "amarillos", surge un imprevisto competidor en el "blanquero" Feyjoo Sotomayor, pero el episodio merece relatarse. Un caso de trata de blancos: los gallegos de Feyjoo Sotomayor El negocio desde sus comienzos tomó características similares a las de todo el tráfico de culíes: organización previa de una empresa capitalista, en este caso La Compañía Patriótica-Mercantil,121 con abundantes fondos suscritos por los propios empresarios de la trata; agentes reclutadores que recorrían la zona designada (la provincia de Galicia), ofreciendo primas de enganche y tentadoras perspectivas en América a infelices labriegos acosados por el hambre y amenazados por las epidemias. El promotor del negocio, don Urbano Sotomayor, era un personaje muy de su

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época: diputado "progresista" por la provincia de Oriente, contratista de obras públicas en Cuba, fuerte cliente de la Trata y principal comprador de la primera remesa de chinos en 1847. Feyjoo parece haber gozado de amplia protección por parte del capitán general Cañedo, quien le aprobó el monopolio de la contratación y venta de gallegos, amén de las autoridades de Galicia. La Compañía se proponía contratar 50 000 braceros que se reclutaban por cinco años mediante un sueldo mensual de cinco pesos, la manutención y dos mudas de ropa al año. También les entregaba un anticipo de 15 pesos antes del enganche, pero debían de reembolsarlos en Cuba. La Compañía se obligaba, por otra parte, a repatriarlos gratis una vez vencidas las contratas. El Gobierno a su vez autorizó a la Compañía a traspasar las contratas de los inmigrantes; es decir, venderlos a los hacendados al precio de 119 pesos por cabeza.122 La utilidad resultaba excelente, pues los gallegos no salían a más de 60 pesos en los barracones de La Habana.123 El hambre que ese invierno asolaba el norte de España facilitó el propósito del negrero diputado, y a mediados de 1854 llegó el primer contingente de 500 mozos que desfilaron por las calles de La Habana, entonando los aires de su nativa tierra.124 Pero estos festejos no lograban encubrir siniestras realidades; el propio Feyjoo reconoce que ya al embarcarse en La Coruña, se amotinó en el puerto una parte de la gente... los siguientes arribaron con más y menos elementos de insubordinación, habiendo sucedido que los "pasajeros" de la fragata Guía del Vigo que llegó a Cádiz de arribada, se amotinaron en aquel puerto, obligando a la Autoridad a poner a bordo fuerza pública para mantener el orden. El compungido contratista reconoce que "...las condiciones (...) [de] la inmigración gallega eran de general descrédito, tendencia escandalosa a la insurrección, resistencia al trabajo (...) insubordinación continua (...) y deserciones en masa". Ni "las oportunas revistas y arengas de las Autoridades subalternas [en Cuba], la presencia de la Guardia Civil y otros actos semejantes les hacían comprender". Así fue que "...los que trabajaban en el Camino de Trinidad se desbandaron como salvajes, comiendo el rancho y vagando por el campo sin respetar a nadie"; así sucedió que "...en Cienfuegos se hayan presentado amotinados 300 hombres gritando Viva la Libertad".125 Fue necesario dictar disposiciones gubernativas asimilando los gallegos sueltos a los negros cimarrones, y ordenar su conducción por la fuerza pública a los barracones o las cárceles.126 Hubo algunos casos de resistencia y el escándalo fue mayúsculo. Feyjoo acusa al general Concha de ser responsable del desorden por querellas personales con él, pero nosotros ya sabemos las causas verdaderas de este estruendoso fracaso. El anterior gobernador, el marqués de la Pezuela, a quien Feyjoo cubre de elogios, era un liberal, abolicionista sincero, que autorizó este tráfico como lo haría con el de chinos, creyéndolo un mal menor y un medio eficaz de luchar contra la trata de negros; por otra parte, la venta de gallegos en pública subasta fue tolerada por el General, porque estaba avalada por una

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Real Orden.127 Mas, lo cierto es que nadie quiso comprar a los gallegos por los 200 pesos que se pedían, y hubo momentos en que Feyjoo tuvo a más de 1 800 encerrados en sus barracones.128 Frente a esta situación, Pezuela anuló la contrata, aunque ésta estuviese amparada por la ley. Pero como el señor Feyjoo era hombre influyente en las Cortes y tenía el brazo largo en los ministerios, consiguió que el Gobierno le comprase sus gallegos al precio "legal" de 119 pesos, por cabeza. Para justificar esto, se inventó construir una línea de ferrocarril, para lo cual se votó un crédito de 140 000 pesos. Feyjoo expone que la Junta de Fomento sólo le contrató 10 kilómetros del ferrocarril central (acuerdo de 6 de julio de 1854), y que Concha, a su llegada, anuló todo y lo dejó con "sus amados paisanos" entre los brazos.129

Como consecuencia final de todo este ruidoso proceso, los gallegos recobraron su libertad, y una nueva Real Orden, de 8 de julio de 1855, aclaró que desde entonces la inmigración gallega sólo sería libre, quedando condenados a la esclavitud, como apunta Elías Entralgo, los colonos de otras tierras que habían sido traídos por medio de contratas similares a las firmadas por los gallegos.130 No podemos precisar la cantidad total de gallegos contratados que desembarcaron, pero debió oscilar entre 2 500 y 3 000. La mayor parte se quedaba en La Habana, pero importantes contingentes se establecieron en Las Villas. Como los catalanes de Estorch, el mayor número se radicó en pueblos y ciudades como dependientes del comercio. El general Concha resumió bien el descrédito de la empresa al declarar ante el Parlamento español: "Los desgraciados gallegos han ido allí confiados en hacer su fortuna según les habían prometido: su fortuna y les dan cinco duros mensuales, mientras los negros ganan veinte duros". Feyjoo en vano protestaría, diciendo que en Galicia un teniente de Infantería ganaba menos que un bracero en Cuba, y que cinco pesos al mes era el doble de lo que ganaba en su tierra un trabajador de campo, "...teniendo que mantenerse de esa suma, los días de fiesta y desempleo costearse su vestido y cama y asistirse en sus enfermedades".131 Lo cierto es que las desigualdades salariales entre el esclavo alquilado, o aun el jornalero libre y el contratado, hacían imposible la inmigración de braceros en condiciones que no fueran otras que las de la propia esclavitud. Ya hemos tratado la cuestión básica de los salarios en el régimen esclavista, y no es del caso repetir los argumentos; sólo recordaremos que la diferencia de 15 pesos que se establecía entre el salario del bracero libre y el del contratado, era la justificación del precio de la contrata. Don Urbano calculaba los costos totales de un gallego contratado por cinco años, incluido el regreso a España estipulado en su contrata, en 884 pesos, lo que arrojaba un salario mensual de 14 pesos.132 Es evidente que el negrero-diputado hace aquí las cuentas del Gran Capitán para disimular el sobreprecio, 140 pesos, al cual pensaba vender a sus gallegos, pero es de todos modos evidente que un margen de cinco pesos mensuales no era suficiente para incitar a los hacendados a comprar esta "riesgosa mercancía". La

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trata de chinos ofrecía más amplios márgenes de utilidad, y sobre todo una población de color que se podía atropellar impunemente, condición imprescindible para el buen éxito del negocio. Así, a partir de 1855, la inmigración propiamente peninsular cesó casi por completo. El ensayo había demostrado, como observa Julio Riverend, "...las dificultades que el régimen esclavista existente presentaba a la contratación de obreros blancos libres".133

Lo que la industria azucarera pedía insistentemente entonces no eran colonos, sino braceros, y en un país de esclavos aterrorizados, resultaba absurdo pensar en introducir jornaleros libres. Los ingleses antes de pensar en el culí ya habían abolido la esclavitud. Mas, lo cierto fue que ni la Junta de Fomento ni el Gobierno parecen haber nunca tomado muy en serio ninguno de estos pueriles planes de colonización blanca. Ya el propio Gaspar Betancourt Cisneros lo había escrito en 1841 (Centón Epistolario, t. 5, pp. 24, 36 pássim) frente al fracaso de Estorch: "Es inútil pensar en colonización blanca mientras haya siquiera esperanza de traer negritos de África. Nada ganamos con predicar, sino que nos miren con mala voluntad, que nos sospechen de bajezas en que sólo estos perros negreros son capaces de incurrir". Como los negreros estaban en el fondo tan asustados por los ingleses como lo estaban los hacendados por los negros, aquéllos buscaron alguna manera de disfrazar legalmente la Trata clandestina que ya no podían ocultar de ningún modo, y así surgieron nuevos proyectos de inmigración. Las tentativas de traer africanos contratados La idea había estado en el aire desde que se pensó en traer culíes, en 1846, y se apoyaba en el ejemplo inglés. Domingo del Monte, en carta a Saco, decía, desde Madrid, el 17 de enero de 1848: "Algunos hombres ricos de Cuba [quieren] (...) que Cuba haga lo que pretenden hacer los hacendados de las Antillas Inglesas, que es llevar negros de África en calidad de colonos a sus tierras sin considerar que Cuba no ha emancipado a sus esclavos".134 Meses más tarde, el proyecto pareció tomar consideración, y Gaspar Betancourt Cisneros le escribe también a Saco, señalando que es "...público y notorio que está reorganizada la Sociedad Negrera a cuya cabeza figura la Duquesa de Rianzares y su hechura Roncali para traer 10,000 etíopes del Brasil".135 La leyenda de los negros contratados como braceros en Brasil hizo algún ruido durante los años 1848-1850, pero servía solamente de pantalla para cubrir la Trata, que seguía practicándose abiertamente con la costa de África. Jamás vino a Cuba un solo barco con negros de Brasil. El Lugareño no se cansaba de denunciar desde las columnas de La Verdad en Nueva York, y en su correspondencia privada, la introducción de bozales en gran escala por el consorcio de Parejo, Pastor y Forcade, "...quienes están soplando en Cuba negros de África a millares y juran que son de Brasil y quieren encandilar a Inglaterra".136 Pero el cónsul inglés tenía buena vista, y pronto los negreros tuvieron que

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abandonar la inocente broma que consistía en decir que los bozales desembarcados eran trabajadores libres contratados en Brasil. Poco después del fracaso de Feyjoo Sotomayor, en abril de 1856 surgió una nueva y más grandiosa tentativa de introducir africanos, a quienes ahora, en lugar de comprar, se "contrataría libremente" en su propia tierra natal.137 El negocio se presentaba brillantísimo, y entusiasmó a mucha gente. Se formó una nueva empresa capitalista: la Compañía de Colonización Africana, patrocinada por un cubano, don José Suárez Argudín; un portugués, don Manuel Basilio de Cunha Reis; y un asturiano, don Luciano Fernández Perdones. Esta cosmopolita sociedad pretendía obtener el monopolio para la introducción de 60 000 africanos en Cuba y 100 000 en Brasil. Decir que el proyecto tuvo buena acogida sería dar una pálida imagen de la realidad: en pocos meses del año 1856, se recogieron solicitudes de compra en firme por 41 073 negros sólo en la isla de Cuba;138 ocho hacendados suscribieron por 500 cada uno y cuarenta por cantidades superiores a doscientos.139 Las autoridades españolas, por su parte, no escatimaron la protección, y se realizó una intensa propaganda. Toda la prensa reaccionaria de España y Ultramar contribuía a demostrar las bondades del nuevo proyecto negrero.140

Desgraciadamente, Inglaterra, que acababa de prohibir la contratación de africanos en sus propias colonias, se opuso tenazmente al inocente proyecto de los hispano-lusitanos. La negativa inglesa se hizo más tenaz por la irritación que había producido en la opinión pública la burla ocasionada por la Ley Penal del 2 de marzo de 1845 para la represión del tráfico negrero. En efecto, bajo la promesa formal del gobierno de Madrid, de que esta ley iba a poner un término a la Trata, Londres había accedido a retirar la Comisión Mixta de La Habana y desguazar él Pontón. El Artículo 13 de la ley elevaba en consecuencia a las audiencias los casos comprobados de introducción de bozales,141 lo cual era tanto como garantizar la impunidad a los negreros. Mientras fracasaban estos ensayos de modernización de la trata africana, se buscaban afanosamente otros campos donde reclutar la mano de obra servil que reclamaban los hacendados. La trata de indios yucatecos Abordamos ahora uno de los episodios más tristes de la historia centroamericana: la venta de los prisioneros de guerra de la insurrección agraria que en 1848 acababa de ser aplastada. Los caciques políticos yucatecos, aplicando el mismo criterio que los reyezuelos africanos, declararon que "...esos prisioneros, conforme a la legislación de guerra, debían sufrir la pena de muerte y resultaba una medida transaccional con la civilización, perdonarles la vida y enviarlos a trabajar a Cuba, para resarcirse el gobierno de los gastos que le costaba sostener la guerra".142 Los primeros llegaron en el vapor El Cetro,

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consignados a Carlos Tolmé; pero desde los comienzos, el célebre Pancho Marty fue el promotor de la trata de indios. El dueño del teatro Tacón y de la Pescadería era desde hacía mucho tiempo uno de los personajes más importantes de la camarilla del Capitán General. Aunque llegó a la Isla en tiempos de Vives, decían sus contemporáneos "que se puso las botas con Tacón", gráfica expresión con que el gracejo popular quería caracterizar la provechosa amistad de ambos personajes. De sí mismo este chusco catalán solía decir que su fortuna la había hecho "comprando blancos y vendiendo negros", alusión a la Trata, en la que había tenido una gran participación. Entre sus múltiples negocios estaba una flota pesquera que operaba en aguas de Yucatán,143 y así fue como se enteró de las nuevas probabilidades que había de reclutar esclavos sin necesidad de dar el largo viaje hasta la costa de Guinea. La idea deslumbró a todos los esclavistas isleños: al ser los indios nominalmente católicos, el obispo, entusiasmado, veía en ellos nuevos feligreses a quienes no era necesario ni bautizar siquiera; las autoridades españolas encontraban particularmente placentera la idea de esclavizar la raza que los había expulsado de América, humillando además a los mexicanos, a quienes aún no habían perdonado su independencia; los hacendados, en fin, pensaban encontrar esclavos dóciles a quienes tal vez no fuese necesario enseñar el español. Todos, en una palabra, fueron unánimes en preferirlos a los chinos y a los negros. El porvenir de Cuba se aclaraba milagrosamente... Por desgracia, este confiado optimismo duró poco; después de llegadas algunas remesas, el tráfico se interrumpió bruscamente. El Gobierno Federal mexicano, que no compartía los principios "humanitarios" del Gobernador de Yucatán, indignado, lo prohibió terminantemente. Los pesqueros de don Francisco Marty y Torrens no interrumpieron por ello su actividad "patriótica", sólo que ahora raptaban a los infelices indios en la costa, en complicidad con las autoridades locales, para venderlos luego como "contratados" en La Habana. Tal vez fuese a esta actividad a la que se refería el historiador español Pezuela,144 al calificar a Pancho Marty de "inteligente especulador" por su actividad como tratante de indios. En 1853, los esclavistas cubanos respiraron de nuevo, pues sabían que con el general Santa Anna, otra vez dictador en México, no había problemas, y no los hubo: "Su Alteza Serenísima", después de haber vendido a los norteamericanos una parte del territorio nacional, se apresuró a vender a los tratantes cubanos una porción de sus compatriotas. Los precios eran realmente de liquidación: 40 pesos mexicanos por cabeza los hombres; las mujeres veiticinco y los niños de balde.145 La Sociedad Goicuría y hermanos recibió autorización para operar legalmente, y estableció una agencia oficial en Mérida.146 En pocos meses se importaron varios cientos de infelices indios, a veces familias enteras. La trata de chinos que recién cogía impulso, se veía seriamente amenazada por este inmediato e "ilustrado competidor". Infortunadamente, los "pérfidos ingleses"147 intervinieron aquí también, y Santa Anna tuvo que abandonar su "patriótico" negocio antes de ser expulsado de la

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presidencia de México por su pueblo indignado. Fue necesario volver al sistema anterior de plagios individuales o por pequeños grupos,148 pero la Trata en esa forma rendía poco, y no podía resolver las apremiantes necesidades de los hacendados. En 1858 se trató nuevamente de oficializar la trata de yucatecos y de organizarla, sobre "serias" bases capitalistas, por la Casa Zangroniz,149 más tarde gran importadora de chinos. El promotor mexicano fue un tal Cajigas, y el encargado de obtener los favores oficiales nada menos que el "ilustre" poeta don José Zorrilla, el célebre autor de Don Juan Tenorio. Vino el poeta con su socio a La Habana en noviembre de dicho año; mas, a poco de desembarcar, Cajigas murió de fiebre amarilla, y el poeta se lamenta amargamente en sus Memorias "...de que la suerte adversa le arrebatara un amigo y la fortuna ya en puerta".150 Su participación en el negocio sería del 25 % de las utilidades, nada más que por el uso de su "ilustre" nombre y de su influencia con el general Concha. El negocio fracasó esta vez por las violentas protestas del cónsul mexicano en La Habana, Ramón Carballo, y del ministro de esa nación en Madrid.151 Pero lo que es revelador es la desfachatez con que Zorrilla cuenta este sucio episodio en sus Memorias. ¿Qué utilidad obtenían los terratenientes cubanos sobre la venta de los yucatecos? Ya vimos que los precios de compra oscilaron entre 40 y 160 pesos mexicanos, es decir, de 20 a 80 pesos cubanos; el transporte y otros gastos hasta La Habana podía pasar de 12 a 15 pesos, es decir, que el yucateco salía puesto en barracón a unos 70 pesos, término medio, y se podía vender en más de 300 pesos.152 El negocio era el más brillante de todos, capaz de hacer perder la rima a cualquier Zorrilla. ¿Cuántos indios yucatecos fueron vendidos en Cuba? Como en los casos anteriores, es imposible aventurar una cifra precisa; el censo de 1862 enumeraba 786, la mayor parte en las provincias de La Habana y Pinar del Río. El tráfico, con grandes alternativas, duró tanto como el de chinos,153 pero tuvo casi siempre un carácter clandestino. Por otra parte, el yucateco, que no era nada dócil, huía con facilidad y se sumaba a la población de color, de la cual era difícil distinguirlo. Teniendo en cuenta la cantidad que aparece en los depósitos de cimarrones, la frecuencia de los "casos de policía" y de otros indicios,154 puede pensarse que el número de inmigrantes fue aproximadamente de 3 000 a 4 000 en veinticinco años. De los cuatro puntos cardinales Hubo otros muchos proyectos para suministrar mano de obra servil a la industria azucarera. Nuestros negreros aprendían velozmente la geografía, y desde 1860 se hicieron varias tentativas para traer polinesios, "los mirlos del Pacífico", como los llamaban sus captores. Parece que en septiembre de 1860, el capitán general Serrano —el héroe de los liberales cubanos— autorizó a un tal Cabargas a importar 5 000 de estos infelices.155 Pero estos culíes jamás llegaron, pues los

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colonialistas franceses e ingleses acaparaban para sus posesiones del Pacífico esta escuálida reserva de mano de obra.156 Por otra parte, algunos miles de polinesios que fueron a parar a las costas de Perú, se mostraron totalmente refractarios al trabajo en las plantaciones azucareras. Brutalmente trasplantados en un mundo extraño, horrible e incomprensible para ellos, se dejaban morir de inanición, y después de dos o tres experiencias ningún hacendado quiso comprarlos. Paz Soldán, contemporáneo de la experiencia, escribe: "Tanto en el trayecto como en los lugares de su destino morían casi en su totalidad, sucumbiendo además de las causas externas a la viva nostalgia que se apoderaba de todos ellos, estampada en su hermosa cara y en sus grandes e inexpresivos ojos".157 Este drama revive, tres siglos más tarde, el de nuestros taínos y siboneyes, cuya rápida desaparición no hemos querido comprender aún. Otras tentativas de traer vietnamitas de Saigón, malayos de Singapur o tagalos de Manila, no pasaron de una simple expedición, aunque, en 1866, José L. Alfonso las recomendase vivamente. En una interesante carta a José A. Saco,158 de 22 de diciembre de 1866, le informa detalladamente sobre las posibilidades de este nuevo tráfico. Como España contribuyó con tropas a la conquista francesa de Cochinchina,159 era de suponer que París, agradecido, no pondría dificultades, y que los tratantes cubanos obtendrían de ese Gobierno "todo el favor y protección que pudieran reclamar de él los súbditos franceses". Los anamistas "...valen más moralmente que los chinos, que bajo este concepto, son los últimos hombres de la creación, ellos son de carácter suave, dóciles y agradecidos al buen trato, pero son inferiores a los chinos físicamente (...) con alimentación y trato iguales creo que un anamita no podrá trabajar tanto como un chino (...) concluidas las noticias sobre los cochinchinos, que como Ud. ve no son muy satisfactorias en cuanto a sus cualidades físicas, se me ocurre preguntar si los habitantes indígenas de las Islas Filipinas no serían a propósito para cultivar los campos de Cuba y por qué no se ha pensado en ellos". ¿Por qué? Tal vez el Gobierno no llegó a decidirse a organizar la trata intercolonial, aunque Alfonso pensase que "era ventaja que aquel país perteneciese a España". En cuanto a Indochina, el Gobierno francés reservaba para su capitalismo nacional la explotación de los recursos naturales y humanos de la recién conquistada colonia. Sin embargo, los esclavistas españoles no se dieron por vencidos, y en 1870 el general don Carlos Palanca Gutiérrez, que había participado en la guerra de agresión franco-española contra el reino de Anam, y que fue el primer representante de España en Saigón, impulsaba en el Ministerio de Ultramar un proyecto de importación de colonos de Tonkín, esclavizados en la misma forma que los chinos. Se le dio gran publicidad al asunto.160 La Sociedad Económica Matritense, en su dictamen de 26 de noviembre de 1870, lo reconoció como altamente patriótico. En cuanto al General, en el folleto que mandó a imprimir declaraba: "...Esperando sólo a que se realice una idea que considero patriótica y fecunda (...) abrigo el propósito de dirigir la primera expedición; trasladándome al reino anamita y utilizando mis conocimientos y relaciones en aquel país, para que la primera remesa de colonos sea

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escogida".161 ¡Pobre General! No pudo "ver colmadas sus esperanzas"; el gobierno de Thiers, al igual que el Imperio, seguía considerando la Península Indochina como patrimonio exclusivo de la burguesía francesa. Años más tarde, ya agonizando la Trata (la amarilla y la negra), se hicieron nuevas tentativas de traer esta vez "contratados" del norte de África: campesinos abisinios, felhas egipcios y marroquíes.162 El erudito negrero pretendía traer 2 000 de muestra de cada lugar para comprobar cuáles se dejaban esclavizar con más facilidad. Afortunadamente, todo esto no pasó de ser sueños de negreros desocupados, o, a veces, ingeniosas estafas. Agotado el mapa de la esclavitud posible, la brújula de los negreros seguía apuntando insistentemente hacia China, con fuertes desviaciones hacia Angola también... Si se quería seguir suministrando mano de obra servil a la industria azucarera, era necesario encarar la realidad, y sólo dos rumbos se ofrecían. Los dos fueron tenazmente seguidos después de 1855: reorganizar la trata clandestina para que adquiriese mayor volumen, con el eficaz auxilio de los portugueses de Benguela, y considerar a los chinos no como un mero pasatiempo sino como algo esencial. La experiencia demostraba que la trata amarilla era la única vía para suministrar a la industria azucarera el complemento de braceros que necesitaba anualmente para poder ampliar su producción en la cuantía requerida por la acumulación capitalista efectuada. El déficit anual de fuerza de trabajo era, por los años 50, de unos 10 000 individuos, y fue cubierto en lo fundamental por la trata negrera y la amarilla.163

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NOTAS DE LA INTRODUCCIÓN

1 Cálculos hechos sobre el censo de 1862, uno de los mejores de la época colonial, permiten establecer, para los blancos, una tasa de natalidad general de 35 %, y una tasa de mortalidad de 24 %. La natalidad, que aparece bastante baja para la época, se explica por la desproporción de los sexos en las edades aptas para la reproducción. Había 164 953 mujeres de 13 a 40 años y 269 953 hombres de 16 a 60 años. Pero la tasa de fecundidad era de 163 %. Como de referencia indiquemos que en la actualidad (1965) hay 103 hombres por 100 mujeres, pero la tasa de fecundidad es sólo de 91 %. 2 Las tasa de natalidad y mortalidad para la población de color no pueden calcularse, por razones obvias, sobre la base de los registros parroquiales, según se hizo para los blancos. Se calcula entonces el valor de 1 %, partiendo de composición por edades, en la hipótesis de una población cerrada, y se aplicó entonces un modelo matemático para determinar las tasas de mortalidad por edades. 3 La baja natalidad entre los esclavos, el 6 % de la población de color, se explica por el desequilibrio entre los sexos: 144 varones por cada 100 hembras, y el número considerable de abortos de estas últimas. Los documentos de la época dejan la impresión de una natalidad del orden de 20 %, aunque la fertilidad fuese elavadísima. Madem (La Isla de Cuba, p. 33, 1934), estima la relación entre varones y hembras como de 450 por 100 en los ingenios, pero esto parece exagerado. 4 En 1900 apenas quedaban el 10 % de los chinos llegados entre 1853 y 1874, sin que hubiese mediado la emigración. 5 Documentos de que se compone el expediente sobre el tráfico y esclavitud de los negros, 1814, pp. 116-122. Estos datos fueron recogidos por Arango y Parreño a petición del Ayuntamiento de la Habana. Citados por Humboldt, han sido después reproducidos innumerables veces sin someterlos a la menor crítica. 6 [Ver Juan Pérez de la Riva: "Introducción a Cuba. Geografía II. La población", en revista Bohemia, La Habana, 11 de diciembre de 1964, año 56, No. 50, pp. 26-27.] 7 Ramón de la Sagra (Historia física, política… de la Isla de Cuba, París, 1842, t. I, p. 146) estima en un millón el total de africanos introducidos hasta 1842, lo cual daría más de 1.3 millones hasta el cese efectivo de la Trata, hacia 1873. Aimes (A History of Slavery in Cuba..., New York, 1907, p. 269) reduce la cantidad a sólo 527 828 hasta 1865, fecha en que, según él, terminó la Trata. Los ingleses estimaban que, entre 1827 y el fin efectivo de la Trata, fueron

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introducidos más de 600 000 esclavos. 8 La etimología de la palabra coolie parece aún algo incierta, siendo lo más probable que tenga un doble origen: del industani quili, sirviente, mozo acomodado, y de la voz kuli, nombre de una tribu aborigen del estado indio de Guzerat, de donde se llevaron los primeros trabajadores contratados hacia la isla Mauricio. Los chinos cantoneses llamaban chut-chai a aquellos que se vendían para ir a trabajar a los países extranjeros. En su sentido histórico, la palabra coolie designa al trabajador oriental, a veces también polinesio o africano, cuyos servicios son comprados por un número de años fijos y cuyo patrón reembolsa al "agente de pasajes", viz, tratante de esclavos, los gastos incurridos y su comisión. Los escritores españoles de la época emplearon la palabra colono, pero esto conduce a una gran confusión, pues el coolie en todas partes, y el chino en especial en Cuba, no fue otra cosa que un bracero sometido a trabajo forzado. Entre nosotros se le designaba oficialmente como asiático, y popularmente como chino manila. 9 Corrientemente se cita la cifra de 30 000 refugiados haitianos; pero si generalizamos los datos contenidos en el padrón de la población de Santiago de Cuba levantado en 1808, sólo la tercera parte de los refugiados eran blancos, el resto, por partes iguales, eran libres de color y esclavos. (Archivo Nacional: Asuntos Políticos, leg. 142/86). Sobre la inmigración francesa véase Eduardo Montoulieu: "Influencia de la cultura francesa en la provincia oriental de Cuba en los siglos XVIII y XIX", en Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba, Habana, 1932; Francisco Pérez de la Riva: El café, historia de su cultivo y explotación en Cuba, La Habana, 1944, pp. 21-43. 10 Los "ayacuchos", como se les llamaba entonces, sumaron 20 000 entre 1810 y 1826. Phillip S. Forner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, Editora Universitaria, La Habana, 1966, p. 119. 11 El historiador checo Bohumil Badura está realizando una importante investigación sobre el Fomento de la población blanca en Cuba en la primera mitad del siglo XIX, que será un medular estudio sobre las relaciones económicas con Alemania y Bohemia en esa temprana época, editado en español. 12 No todos, desde luego, recordamos que el padre de Maceo, un agricultor medio de San Luis, Oriente, era un ayacucho venezolano, y Mariana Grajales era hija de refugiados dominicanos. 13 El estudio demográfico de la inmigración en Cuba está aún por hacer. Duvon C. Corbitt ("Inmigration in Cuba", en American Historical Review, May, 1942, t. 22, pp. 280-308) puede considerarse, hasta ahora, como el mejor estudio de

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conjunto. Lo completan Jorge Le-Roy Cassá: Inmigración anti-sanitaria, Habana, 1929, y Rafael María de Labra y Martínez: Cuba: como país de inmigración, Madrid, 1910. Estas obras reflejan el criterio idealista y reaccionario de sus autores, pero aportan información. 14 En 1839, el saldo migratorio europeo llegó a 4 824 (Memorias de la Sociedad Patriótica, t. 20, pp. 294-300); pero después descendió mucho, manifestando grandes alternativas, según los acontecimientos políticos. 15 Durante el siglo XIX, la población de España sólo aumentó de 177 %; pasando de 10 541 000 habitantes en 1797 a 18 594 000 en 1900. J. Vincens Vives: Historia económica y social de España, t. 5, pp. 9 y 19. 16 Entre 1797 y 1857, de España apenas si salieron emigrantes, y la población sólo aumentó de 150 %; en Cuba, entre 1792 y 1861, el aumento fue de 450 %. 17 M. Villanueva: "La población de Cuba" (serie de artículos publicados en la prensa en 1893), en Colección Facticia Vidal Morales. 18 Juan Pérez de la Riva: "Labor for the sugar industry…," in Cuban Foreing Trade, March-June, 1965. 19 Censo (…) 1880, Matanzas, 1881. La cifra se divide por igual entre canarios y peninsulares. 20 De 1902 a 1932 entran en Cuba 1.25 millones de inmigrantes, y de ellos 800 000 españoles (Levi Marrero: Geografía…, Habana, 1952, p. 150). Entre 1907 y 1919 entraron 515 636 inmigrantes, con un promedio anual de 43 000. (Censo… 1919, Habana [1922, p. 173]). De éstos, el 63 % eran españoles, el 22 % antillanos y el 6 % norteamericanos. Julián Alienes Urosa (Características…, Habana [1950], p. 38) da los siguientes datos: 1 084 000 inmigrantes varones y 196 000 mujeres de 1902 a 1930. Le-Roy Cassá (“Inmigración…”, p. 32) menciona 1 042 873 inmigrantes entre 1901-1923, según fuentes oficiales. La inmigración se redujo a partir de 1926 y fue insignificante después de 1930 ([Juan Pérez de la Riva:] La población latinoamericana…, OLAS, Habana, 1967, pp. 33-39). 21 Juan Pérez de la Riva: El batey azucarero…, Habana, 1965. 22 En el censo de 1931 aparecen 650 353 extranjeros, y en el de 1943, sólo 201 177; pero deben tenerse en cuenta las naturalizaciones masivas operadas después de las leyes nacionalistas de 1934. No obstante, es evidente que desde entonces la corriente migratoria se invierte (Censo de 1943, Habana [1945], p. 736; D. Corbit: “Inmigration…”, en América Historical Review, 1942.

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23 De 1944 a 1958, el saldo migratorio negativo es de 30 622 individuos (Anuario demográfico de Cuba, 1961, Habana, 1965). 24 Manuel Moreno Fraginals (El ingenio…, Habana, 1964, pp. 64-69) ofrece una magnífica descripción de la expansión azucarera. Todavía es útil Ramiro Guerra y Sánchez (Azúcar y población…, Habana, 1927). 25 En 1866, la producción de las provincias de Camagüey y Oriente, que juntas formaban el Departamento Oriental, era el 10 % de la del Departamento Occidental. La actual provincia de Matanzas producía ella sola el 42 % del total de la zafra, y la llanura roja antes mencionada el 62 %. Jacobo de la Pezuela: Diccionario geográfico, estadístico…, 1863, t. I, p. 67. 26 Juan Pérez de la Riva: "La population de Cuba…", en Population, París, jan-fev., 1967. 27 En 1899, los nacidos en el extranjero residentes en las provincias de Camagüey y Oriente eran 20 206; en 1931 eran 186 268 (Censo, 1953, p. 75). 28 A. Menéndez Cruz: “Algunas experiencias…”, en Cuba Socialista, La Habana, julio de 1963, p. 21. 29 No hay publicado ningún estudio satisfactorio sobre los antillanos en Cuba, pero el estudio de Alberto Pedro Etnología y Folklore [La Habana], 1966 No. 1, pp. 25-39) es una magnífica investigación sobre una comunidad típica que contribuye a llenar esta sensible laguna. 30 De 1900 a 1917 no parece haber llegado inmigrantes chinos, al año siguiente llegaron 7 y 1 100 en 1910 (Censo, 1919, p. 175). Desde entonces, la inmigración se formalizó, y el censo de 1931 arrojó un saldo de 26 282, pero hubo una apreciable emigración hacia Estados Unidos. 31 Sobre la fusión de los chinos en la población cubana y los matrimonios mixtos, véase Lowry Nelson: Rural Cuba, Minneapolis [1950], pp. 28-29. 32 En realidad, buena parte de los 20 millones de libras que les fueron acordados pasó a manos de los comerciantes metropolitanos que tenían fuertes hipotecas sobre los ingenios y otras propiedades de las Antillas. Richard Madden: The Island of Cuba…, 1849, p. viii. 33 Les migrations…, París, 1955, pp. 137. 34 Podrían citarse docenas de autores, pero, desdeñando a los más "ilustres",

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preferimos mencionar sólo algunos que, aunque de segundo orden, fueron considerados en la época como “autoridades”: E. Petit: Droit Public…, París, 1771; [J. B. Dubocq:] Letres…, Genève, 1785, p. 247; L. M. Moreau de Saint Mery: Lois…, París, 1785, t. 4, p. 754; Hilliard d’Auberteil: Considerations…, París, 1776, t. I, pp. 68-69. 35 E. T. Thompson: “The climate…”, en Agricultural History, 1941. 36 Mariano Torrente: Cuestión importante sobre la esclavitud, Madrid, 1841; y su Memorias sobre la esclavitud en la Isla de Cuba..., Londres, 1853; J. Ferrer de Couto: Los negros…, Nueva York, 1864. Este apóstol del esclavismo llevó su celo misionero al punto de recorrer la Isla entera vendiendo personalmente su obra, a buen precio, y solicitando propinas de los hacendados, se entiende. H. B. de Chateau-Salins: El Vademécum…, Nueva York, 1831. Una de las más infectas publicaciones esclavistas, que tuvo también entusiasta acogida, como lo demuestran sus numerosas ediciones: 1848, 1854, etc., es de M. Dupierris, Cuba y Puerto Rico…, Habana [1866]. Este conocido médico, especialista en hidrología, fue uno de los principales tratantes de chinos. 37 E. Huntington: Civilización…, Madrid [1942]. Véase particularmente el Capítulo II: "El hombre y los trópicos". Pocas veces se ha puesto mejor inteligencia al servicio de peor causa. 38 L. Ragatz: The fall of the planter class…, New York, 1928. Esta excelente obra nos dispensa de otra referencia. 39 De 10 a 15 centavos diarios en la década del sesenta. San Pelayo, Torre y Cía : Importación de trabajadores asiáticos…, Habana, 1867. 40 Proceedings…, The House of Commons,[London], May, 29 1848 (8 vols. in 4º). 41 Nos falta todavía un buen estudio sobre las variaciones del precio de los esclavos en Cuba, pero entretanto se puede tener una idea consultando a H. S. Aimes: A history…, New York, 1907 (Appendix II), aunque este autor maneja las cifras con poco tino. 42 Hasta mediados de la década del cuarenta, Cuba ejerció un virtual monopolio en el mercado mundial del azúcar. Los precios, muy altos, se basaban en un reducido consumo per cápita en Europa occidental —menos de 4 kilogramos, el 10 % del consumo actual—, pero los hacendados obtenían suculentas ganancias. Diez años más tarde, las cosas cambiaron gracia al desarrollo de la industria remolachera: los precios se derrumbaron, y en 1841 el azúcar se cotizaba en Londres CIFF a 10 centavos libra (4.5 FOB Habana), lo cual a los

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hacendados les parecía catastrófico. Sin embargo, 15 años más tarde, los precios en Londres se habían reducido a la mitad de aquella cifra, pero el azúcar FOB Habana se cotizaba a 3 centavos, diferencia que se explica por la disminución simultánea de los fletes. La baja de precios no afectó demasiado a los hacendados, pues el consumo per cápita se duplica al mismo tiempo, y esto, añadido al rápido aumento de la población europea y norteamericana, hizo posible que Cuba duplicara también sus zafras lanzándose en una carrera competitiva con la industria remolachera alemana. Modernizando sus ingenios y estrujando aún más a sus negradas, los hacendados lograron mantener la cuota de plusproducto y aumentar las ganancias netas. Sobre la coyuntura mundial del azúcar en los años 1830-1850, véase Erenchun: Anales…, 1858, t. I, p. 69; Julio Le Riverend: "Sobre la industria azucarera…", en Trimestre Económico, México, 1944. 43 Se encontrará el texto completo del Tratado en F. de Paula Mellado, Enciclopedia Moderna..., artículo "Esclavitud"; un resumen abundante en Zamora y Coronado: Biblioteca de legislación ultramarina…, t. 3, pp. 115-124. Los comentarios ingleses sobre la manera como España aplicaba el Tratado son particularmente enérgicos y precisos en David Turnbull, Travels…, London, 1840; y sobre todo en R. R. Madden: The island…, London, 1849. La réplica esclavista y española, la de Mariano Torrente: Memorias…, Londres, 1853. 44 Sobre los identured servants en las Antillas se puede aún consultar a E. G. Wakefield: A view on the art of colonization…, London, 1849. Pero una visión más moderna se encontrará en V. T. Harlow: A History of Barbados, 1625-1685, Oxford [1926]; F. W. Pitman: The development of the British West Indies, 1700-1763, New Haven, 1917. Muy útiles son también, N. Deer: The history of sugar, London, 1949-1950 y Eric Williams: Capitalism and Slavery, 1944, pp. 9-11. Esta última obra ofrece un breve pero muy sugestivo análisis de la cuestión. Sobre los engagés, el mejor estudio en la actualidad es el de G. Debien: Les Engagés pour les Antilles (1643-1715), París, 1952, realizado según los registros de pasajeros del puerto de la Rochelle. Muy importante también es Mandrou: "Les francais hors de France…", en Annales, Economies, Sociéte, Civilisations, París, 1959, oct.-dec. , pp. 662-675, que utiliza con mucho acierto la documentación acopiada por Debien. Estas recientes publicaciones no pueden, sin embargo, relegar al olvido el pionero, que fue L. Vignols: “Les Antillas…”, en Revue d’Historie Economique et sociale, París, 1928, t. 16, pp. 12-45. 45 Para las fuentes contemporáneas, véase principalmente Savary des Brusions: Dictionnaire…, Kopenhagen, 1765, t. IV, col. 1098; Oexmelin: Historie des aventuriers, Leyde, 1774, pp. 105-113. Este autor sirvió él mismo como engagé durante los años 1666-1668, y su obra es tal vez el único testimonio directo que haya llegado hasta nosotros sobre las condiciones de vida de estos esclavos blancos.

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46 José Antonio Saco la percibió perfectamente, y desde fecha tan temprana como 1864 escribía en La América (12 de Marzo): "Donde únicamente hallo una condición análoga a la de los chinos en Cuba, es en las Antillas Francesas, cuando se empezaron a poblar en el siglo XVII. Entonces fueron introducidos en ellas por empresarios particulares muchos colonos de Francia y como se les contrataban por tres años (…) llámaseles engagés a trente six mois” . Colección póstuma..., 1881, p. 193. 47 Eric Williams: Capitalism and slavery, 1944, p. 11. 48 J. B. Delaware: Les défricheurs…, 1935, pp. 36-39. 49 G. Laserre: La Guadeloupe…, Bordeaux, 1961, t. I, pp. 272-274. 50 Pues ya no había tierras disponibles donde asentarlos como verdaderos colonos. 51 Un documento único para apreciar la mentalidad de los tratantes establecidos en la costa de Guinea, es la correspondencia de Alfaiate, publicada por P. Verger (Influence du Brésil sur Golfe de Benin, Dakar, 1935, pp. 53-86). Son 82 cartas de un tratante de esclavos a sus corresponsales en Bahía, Río de Janeiro y La Habana, durante los años 1844-1847. Más sensacional, pero menos seguro, es Captain Canot…, New York, 1856. La novela de Lino Novás Calvo (El negrero…, Madrid, 1933) tiene también categoría de documento histórico por la gran abundancia de testimonios auténticos y la habilidad con que el autor supo manejarlos. Abundante información se encontrará en The Anti-Slavery Reporter (London, 1853). La colección de la Biblioteca Nacional comprende diez volúmenes que cubren hasta 1862. 52 Major J. J. Crooks: A history of the colony of Sierra Leona…, London, 1903; J. Duncan: Travels…, London, 1847. 53 P. Leroy Beaulieu: De la colonisation…, París, 1902. 54 The Island of Cuba…, 1849. 55 D. Mannix: Black Cargoes, London, 1963. Véase también C. W. Newbury: The Western Slave Coast…, Oxford, 1961, pp. 34-38. 56 Proceedings…, t. I; también N. Deer: The history of sugar, p. 402. 57 Eric Williams: “The historical… “, en The Journal of Negro History, October, 1945, vol. No. 4, p. 378

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58 Proceedings…, t. II. 59 R. Díaz Sánchez: Guzmán…, Caracas, 1950, p. 399. 60 E. Reclus: Nouvelle géographie…, París, 1894, t. 18, p. 576. 61 E. Romero: Historia…, Lima, 1937. Del mismo autor, Nuestra tierra, Lima, 1941. 62 E. Choy: “La esclavitud…”, en Tareas, Junio de 1955. 63 Hay menos seguridad en cuanto al número de culíes llegados a El Callao que a La Habana, pues mientras Garland (La industria…, Lima, 1904) da 87 343 como cifra oficial hasta el 2 de julio de 1874, Stewart (Chinese…, 1951) los estima de 100 000 a 150 000 hasta la misma fecha, y ésta es también la cifra que ofrece José Clavero (Tesoro americano, Lima, 1896, p. 68). 64 La única existente hasta 1919. 65 La América Ilustrada, 15 de enero de 1872. 66 Valor libre a bordo; en puertos europeos podía calcularse en 5 millones de libras esterlinas. 67 Nouvelle géographie universelle…, 1894, t. 18, p. 576. 68 Emilio Romero: Historia económica y financiera del Perú, 1937, citada por Emilio Choy: "La esclavitud de los chinos en el Perú", en Tareas, junio de 1965. 69 Véase en este libro "Las condiciones materiales de la inmigración china a Cuba". 70 Garland: La industria azucarera en el Perú, Lima, 1904, citado por Luis Alberto Sánchez: "Los chinos en la historia peruana", en Cuadernos Americanos, marzo-abril de 1952, p. 202. 71 Archipiélago formado por 14 pequeños islotes situados a unos trece kilómetros de la costa frente a Pisco, la mayor isla del Norte, solo tiene 10 kilómetros cuadrados. 72 Sin embargo, el escritor inglés Fitz Roy Cole (The peruvians at home, London, 1884) estima lo contrario: "Decididamente al chino le va en Cuba peor que en los demás países que frecuenta. Parece increíble que en este siglo XIX se

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perpetúan semejantes atentados contra la humanidad, día a día, en una tierra civilizada y bajo la dominación de un Estado cristiano". 73 Paz Soldán [seud.]: La inmigración en el Perú, Juan de Aroma [seud.], Lima, 1891, pp. 43 y ss. Mucho más elocuente es Du Hailly (ed.) en "Souvenirs d’une…", en Reveu des Deux Mondes, París [1866], t. 66, pp. 417-418. 74 Watt Stewart: Henry Meiggs: yankee Pizarro, Duke Univ. Press, 1946. 75 N. Deer: The history of…, London, 1956, p. 404. 76 Población calculada por nosotros, por extrapolación de las tasas de crecimiento intercensal. 77 Carta al autor (10 de Noviembre de 1964). 78 Francisco de Armas y Céspedes: De la esclavitud…, Madrid, 1866, p. 173. Información complementaria en José Antonio Saco: "La supresión...", en Colección de papeles…, t. 3, pp. 140-149; Fernando Ortiz: Los negros esclavos..., Habana, 1916, p. 95; Ph. S. Foner: Historia de Cuba…, La Habana, 1966, pp. 324-325. 79 Ph. S. Foner: Historia de Cuba…, 1966, t. 1, p. 331. 80 Rapport fait au Ministère…, París, 1843. 81 El célebre decreto del Gobierno Provisional del 4 de marzo de 1848, al declarar que "notre terre française ne peut plus porter d’esclaves", otorgó la libertad inmediata a 162 284 negros que aún quedaban esclavos en Martinica y Guadalupe. 82 Para todo lo relacionado con la mano de obra en la primera mitad del siglo XIX, es imprescindible la lectura de Manuel Moreno Fraginals: El ingenio…, 1964, pp. 142 y ss. ("El mercado de brazos" ); H. B. Auchinloss: Revista de la Biblioteca Nacional, La Habana, abril-junio de 1967, año 58, No. 2. 83 Domingo del Monte: Escritos…, Habana, 1929, t. 1, p. 137; L. Lacroix, Les derniers négries…, París, [1952], pp. 113-116. Menciona varias liquidaciones y prospectos de negros franceses que armaban en Nantes por cuenta de comerciantes de La Habana. Las primeras varían de 20 % ad valorem, antes de 1835, a 30 % en 1848. En general, eran los aseguradores y banqueros franceses los que asumían los riesgos, tanto de la trata de negros como del tráfico de chinos. También había aseguradores locales en La Habana (españoles), pero cobraban primas mucho más elevadas.

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84 Arthur F. Corwin: Spain and the Problem of Slavery in Cuba [1817-1873], pp. 112-115, citado por Foner, Historia de Cuba…, 1966, pp. 326-327. 85 Ph. S. Foner: Historia de Cuba…, 1966, t. I, p. 271. Pezuela estimaba en 30 000 el número de esclavos que habían sido transferidos de los cafetales a los ingenios. 86 Julio Le Riverend: Historia económica…, La Habana, 1963, p. 151. 87 Informe fiscal…, 1845, pp. 18-19 y 25. 88 H. E. Friedlaender: Historia económica…, Habana, 1944, p. 205. Según Deer (The history…, 1949-1950 p. 531), los precios CIF Londres cayeron de 10 centavos libras en 1839-1840; a 8 centavos en 1844-1845; y a 5.5 centavos en 1849-1850. 89 R. Dana: To Cuba and Back…, Boston, 1860, p. 99. 90 Referencias impresas sobre el precio de los chinos, Dana, pp. 99-100; Abellá: Proyecto…, Habana, 1874, p. 23; San Pelayo, Torre y Cia.; Importación…, Habana, 1867, p. 5; etcétera. 91 Entre las muchas referencias impresas que tenemos a mano, podemos mencionar: Informe fiscal…, 1845, p. 21; M. Torrente: Bosquejo…, 1853, t. II, p. 410 pássim; Urbano Feyjoo Sotomayor: Inmigración…, Madrid, 1855, p. 102; Anales y Memorias de la Real Junta de Fomento…, t. IV, 1857, pp. 305 y 314; The Anti-Slavery Reporter, London, 1854, pp. 234-239; José del Perojo: Ensayos…, Madrid, 1885, pp. 149-151, datos referentes a los años setenta; F. J. Balmaseda: Tesoro…, 1885-1887, t. II, p. 346; Raúl Cepero Bonilla: Azúcar y abolición..., 1948. 92 Kolonien…, Berlin, 1885 (3ª. Ed.), citado por P. Leroy-Beaulieu: De la colonisation…, París, 1902, t. II, p. 595, y por W. Sombort, L’Apogée…, París, 1932, t. I, p. 413. 93 Este informe ha sido reproducido por M. Torrente: Bosquejo…, 1853, t. II, p. 414; A. L. Valverde: Colonización…, 1923, pp. 53-55; Juan Pérez de la Riva: “Documentos para…”, en Revista de la Biblioteca Nacional, año VI, No. 2. 94 En Martinica y Guadalupe, el salario mensual de un bracero libre era de 30 pesos. 95 Jornales en Galicia, circa 1850, "12 cuartos y dos gazpachos al día"; es decir,

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unos 15 centavos de la moneda de Cuba; Anales y Memorias de la Real Junta de Fomento..., t. IV, 1857, p. 304; U. Feyjoo Sotomayor, Inmigración…, 1853, p. 102: "[En Cuba] El bracero obtiene el sueldo de un teniente de Infantería". [En España] Ibíd., p. 104. "En Galicia, en donde no se eleva el salario de un trabajador de campo ni a la mitad siquiera de cinco pesos mensuales". Jornales en Castilla: en 1846-1847, media peseta (moneda cubana). La jornada en verano dura de quince a dieciséis horas y "tenían que mantenerse, vestirse y alojarse". J. Ferrer De Couto: Los negros en sus…, New York, 1864, p. 92. Jornales rurales en Inglaterra: en 1884, seis chelínes por semana, 1.50 pesos; F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra, Buenos Aires [1946]; 1ª. edición: Leipzig, 1845. Sobre los salarios en Francia se puede consultar todavía a Levasseur (Historie des classes ouvrières et de l’industrie en France de 1789 a 1870 [2ª. ed., París, 1904, p. 724]); Leroy-Beaulieu (La Question ouvrière aux XIX e siècle, París, 1872). Y para una visión de conjunto del problema obrero en los años cuarenta, el magnifico libro de Jacques Benet (Le capitalisme libéral et le droit du travail, Neuchâtel, 1947, t. I, pp. 25-35). Abundante documentación sobre los salarios en toda Francia en esos años. 96 Como ejemplo típico podemos citar los salarios pagados en 1846 en Grenoble, entonces pequeña ciudad de los prealpes del Definado, especializada en la manufactura de guantes y de papel. Por jornadas de diez horas; bracero, 1.50 francos. Operarios calificados de primera clase: albañiles, canteros, carpinteros, cerrajeros, herreros, pintores, hojalateros, etc., todos 3 francos diarios. En la industria, con empleo fijo y por jornadas de once a doce horas: cortadores de guantes, 2.50 francos. Trabajo femenino: costura de los guantes, 0.75 francos. El precio del pan era entonces en Grenoble de 0.25 francos el kilogramo, los salarios representaban, pues, de 4 a 12 kilogramos diarios de pan. Blet, Esmonin, Letonnelier: Le Dauphine: recueil de textes historiques, Grenoble, 1938, pp. 411-414. Estos jornales representan, en moneda cubana, de 0.20 a 0.60 de peso. Para dar una idea del poder adquisitivo de la moneda, veamos lo que en 1859 se podía comprar con 20 centavos: 2 libras de viandas, 5 onzas de carne de puerco limpia, 7.5 libras de arroz. Por el mismo dinero se podía comprar también 6 onzas de tasajo, 3 onzas de manteca, 4.5 onzas de fideos y 2 plátanos machos maduros. Ramón de la Sagra: Historia física, económico, política…, París, 1861, pp. 62-63. Si suponemos que hay equivalencias entre el pan y el arroz, tendremos que los jornales franceses representaban de 144 a 432 onzas, y los cubanos, de 225 a 450 onzas (1.50 a 3.00 pesos). Pero las clases pobres de Cuba no tenían que protegerse del frío y los alquileres eran más baratos. Por eso decimos que, tomando como base los jornales de peones, éstos eran el doble de los europeos de la misma época. 97 Lectures on colonization and colonies, delivered before the University of Oxford in 1839-1841, London, 1861, p. 567.

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98 Werner Sombart: L’Apogée du capitalisme, 1932, t. 1, p. 518. 99 Lectures on colonization…, London, 1842, t. 2, pp. 235 y 314; 2ª ed.: London, 1861, p. 303. 100 Inmigración de trabajadores españoles…, 1853, pp. 106-107. 101 V. I. Lenin: Le développement du capitalisme en Russie, Edit. en Langes Etrangères, Moscou, s. a., p. 199 (Capítulo III, ii; t. 2 de la 4ª ed. rusa de las Obras de V. I. Lenin). 102 R. de la Sagra: Cuba 1860, La Habana, 1963, p. 198 pássim. 103 Raúl Cepero Bonilla: Azúcar y abolición..., 1948, p. 19; 2ª. ed.: 1960, p. 25. 104 Conde de Pozos Dulces: La cuestión del trabajo agrícola y de la población en la Isla de Cuba, teórica y prácticamente examinada..., París, 1860. 105 Pierre-Maxime Schuhl (Machinisme et philosophie, París, 1935, p. 9) llega a conclusiones similares en relación con la esclavitud en el Mundo Antiguo. 106 La Reine des Antilles…, París, [1850], p. 268. 107 Carlos Marx: El capital..., México [1946], t. 1, pp. 610 y 608. 108 Hay abundancia de datos sobre la contabilidad de los ingenios, y Moreno Fraginals, en El ingenio..., analiza y menciona las principales fuentes; sin embargo, para nuestra demostración bastará con citar los que ofrece Pezuela (Diccionario…, Habana, 1863, t. 1, p. 60) sobre lo que podía considerarse como un ingenio mediano en 1860. 109 Principios de economía política y tributación (traducción española), Buenos Aires, 1937, p. 83; 1ª. ed.: London, 1817. 110 Ramón de la Sagra: Estudios coloniales..., Habana, 1845, pp. 11-12. Reproducido en Cuba 1860, La Habana, 1963, pp. 194-198. (Trozos escogidos, seleccionados por Manuel Moreno Fraginals; desgraciadamente, sin indicar fecha ni procedencia). El análisis de La Sagra es uno de los más agudos y penetrantes hechos en la época sobre las condiciones laborales imperantes en la Isla. 111 Julio Le Riverend: Historia económica de Cuba, 1963, p. 157. 112 Vicente Vázquez Queipo: Informe fiscal sobre el fomento de la población

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blanca en la Isla de Cuba y emancipación progresiva de la esclava…, Madrid, 1845, pp. 4-5, Apéndice. 113 Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, leg. 635/20,044: "Expediente testimoniado sobre el proyecto de Colonización presentado por D. Domingo Goicuría en virtud de la Real Orden de 12 de diciembre de 1846"; Centón Epistolario, t. 4, p. 32: "Carta de José L. Alfonso a Domingo del Monte, mayo 11 de 1844"; Informe de una comisión del M. I. A, de la Habana, sobre la población blanca..., Nueva Orleáns, 1847. 114 Esta sola condición hacia imposible la inmigración verdadera de colonos blancos. En las provincias de la Habana y Matanzas, que eran las zonas "amenazadas" según la Junta, ya no había tierras disponibles donde asentar nuevos colonos. Ramón de la Sagra (Estudios coloniales..., 1845) propone un plan diametralmente opuesto. Estas páginas olvidadas, y que son las mejores que se escribieron en el siglo pasado sobre el problema del trabajo en Cuba, han sido reeditadas por Moreno Fraginals (Ramón de la Sagra: Cuba 1860, La Habana, 1963, pp. 212-218). 115 Francisco Melgar: O’Donell, Madrid, 1946, p. 65. 116 Informe…, p. 8. 117 Informe…, p. 11. 118 Zamora: Biblioteca de Legislación Ultramarina, Madrid, 1849, t. 6, pp. 346-347. 119 Rodríguez San Pedro: Legislación Ultramarina..., Madrid, 1865, t. 2, pp. 424-425. 120 Los intentos de Betancourt Cisneros que se menciona, consistían en una auténtica colonización blanca en su inmensa finca de Najasa, de 2 000 caballerías al sur de Camagüey. Los inmigrantes eran, al parecer, tratados como hombres libres, y si no les convenía ganar el jornal, El Lugareño se comprometía a darles tierras, ganado y recursos "para que por sí trabajen y me paguen una renta moderada". Al principio, el ensayo parecía dar resultado, y el 2 de abril El Lugareño escribía: "Mis colonos siguen perfectamente, contentísimos todos (…) trabajan igual y junto con mis negros, sin distinción". Pero el fracaso, ahora en el caso de Estorch, no se hizo esperar; canarios o catalanes, todos desertaron del campo y se fueron a trabajar como dependientes en las tabernas o almacenes de la ciudad. Véase Centón Epistolario..., t. 5, pp. 24-36 pássim. 121 Urbano Feyjoo Sotomayor: Inmigración de trabajadores españoles;

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documentos y memoria escrita sobre esta materia, Habana, 1853. 122 Ibídem (ed. 1855), p. 23. 123 Ibídem, p. 105. He aquí la cuenta como la publica el propio Feyjoo: "Por diligencias de policía, según costumbre 4 ps, ropa y calzado más los gastos desde su casa al puerto de embarque 2 ps, viaje de ida 50 ps, gasto suponible en el puerto de desembarque [La Habana] antes de hallar trabajo 4 ps". Total: 70 pesos. En realidad, el pasaje costaba menos de 30 pesos, según el propio autor lo reconoce. 124 Corbitt: “Inmigration in Cuba”, p. 302. 125 Inmigración de trabajadores españoles…, (ed. 1855), pp. 111-112, 117; Erenchun: Anales de la Isla de Cuba... (1855), pp. 1046-1048. Véase también Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, leg. 636/20,088. 126 Erenchun: Anales… (1855), pp. 1051-1056, 1056-1057, 1060, 1061-1073, 1075-1077. En particular, la "Circular de octubre 7 de 1854 para la captura de los colonos peninsulares fugados" (p. 1074) y la "Orden del Gobierno sobre el cumplimiento de las contratas de Sotomayor, del 11 de noviembre de 1854" (pp. 1074-1075). Véase, además, Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, legs. 635 y 637. Hay docenas de expedientes formados a colonos peninsulares que fueron encarcelados por abandono del lugar de trabajo. Para un caso típico ver el legajo 635/20,068. 127 Real Orden de 1854, cuyo artículo primero decía: "Los particulares que quieran introducir por su cuenta en la Isla de Cuba colonos españoles, chinos o yucatecos, podrán hacerlo sujetándose a las condiciones establecidas en este Reglamento". Y las condiciones eran las mismas para todos. 128 Inmigración de trabajadores españoles…, (ed. 1855), p. 125. 129 Ibídem, pp. 116 y 119. 130 Historia de la Nación Cubana, 1952, t. 4, p. 342. 131 Cuando la cuestión fue llevada a las Cortes, el negrero diputado, enfurecido, acusó al general Concha de favorecer la trata de negros y de propiciar la anexión de Cuba a Estados Unidos, amén de otras cosillas más. Los lectores que quieran seguir las peripecias de esta divertida pelea entre negreros-de-negros y negreros-de-blancos, encontrarán la versión del general Concha en Sedano (Cuba desde 1850 a 1873…, 1873, pp. 203-213) y la respuesta pública de Feyjoo en Inmigración de trabajadores…, 1853 (pp. 104-106). Más amplia

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información, y más edificante sobre todo, en Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes. Un buen resumen moderno y muy alerta por Le Riverend (Historia de la Nación Cubana, 1952, pp. 190-191). Queda aún por aclarar hasta qué punto no fue Ramón Pintó quien pagó los platos rotos de la trifulca. 132 Inmigración de trabajadores españoles…, p. 106. 133 Historia de la Nación Cubana, 1952, t. 4, p. 191. 134 Fernández de Castro: Medio siglo de historia colonial de Cuba. Cartas de José Antonio Saco, ordenadas y comentadas, 1823-1879, La Habana, 1923, p. 35; Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, leg. 636/2091: "Expediente sobre querer introducir D. Manuel B. De Pareda colonos negros". Se pensaba traerlos de las Antillas Menores. La demanda fue rechazada. 135 Fernández de Castro: Medio siglo…, 1923; Nueva York (agosto 14 de 1849 y marzo 19 de 1850). Véase también La Verdad, Nueva York, 27 de abril de 1848, 14 de junio y 13 de diciembre de 1849; The Anti-Slavery Reporter, London, 1854. Los abolicionistas del mundo entero acusaban a la reina madre María Cristina y a su segundo marido, el flamante duque de Rianzares, de participar financieramente en la Trata por medio de una poderosa sociedad capitalista integrada por Antonio Juan Parejo, el coronel hacendado y conde de Bagáez, Manuel Pastor; y el técnico-negrero Pedro Forcade. Parece que a esta compañía tampoco eran ajenos Wenceslao de Villa-Urrutia y Luis Mariátegui. Acusaciones de este carácter son difíciles de probar, pero son bien conocidas la codicia y la falta de escrúpulos morales de María Cristina y de su marido. En la Península se dedicaron a vender escandalosamente concesiones de ferrocarriles a los capitalistas extranjeros, y en general a hacer almoneda de cuanto caía a su alcance. Por otra parte, es sospechoso que el mencionado Antonio Parejo, hacendado millonario, casado con Susana Benítez, y dueño de uno de los más grandes ingenios de su tiempo, y que aparece mezclado en múltiples negocios en Cuba, y de los cuales la Trata no era el más negro, fuese amigo íntimo del marido de la reina. Sobre este personaje, la correspondencia de Morales con Coit (copias en la Biblioteca Nacional José Martí) ofrece suculentos detalles. La influencia de la reina y su camarilla cesó bruscamente el 17 de abril de 1853 cuando el pueblo de Madrid, enfurecido, saqueó su palacio y obligó a expulsarla para siempre de la Península. Véase algunos detalles más sobre esta escandalosa reina en Martín Hume, Historia de la España contemporánea (1ª ed.: Londres, 1900). Sobre Parejo, véase marqués de Villa-Urrutia: La reina gobernadora Doña María Cristina de Borbón, Madrid [1925], p. 215 (nota) y p. 233; y Ely: Cuando reinaba S. M. el azúcar, Buenos Aires [1963], p. 565 (notas). 136 Fernández de Castro: Medio siglo…, 1923, p. 121, Nueva York (7 de agosto de 1849).

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137 Argudín, Cunha Reis y Perdones: Proyecto de inmigración africana para las islas de Cuba y Puerto Rico…, Habana, 1860, 600 p. Las gestiones habían comenzado antes de 1853, y es probable que su fracaso inicial se debiese a la "desgracia" de la reina María Cristina, el 17 de julio de dicho año [véase la nota 135]. 138 Biblioteca Nacional José Martí: Inmigración africana. Un volumen que contiene los originales de todas las solicitudes presentadas a la Empresa, debidamente firmadas, y que en muchos casos especifica el destino que pensaba dárseles a los futuros bozales. 139 El conde de Campo Alegre, Miguel Hano y Vega, Francisco (Pancho) Marty y Torrens, Joaquín Pedroso y Barreto, Santiago Sáenz, José Suárez Argudín, Noriega Olmo. Suscribieron por más de 250; Juan Atilano Colomé, Luis Antonio Estrada, José Fonts, Antonio Gavilán, Francisco Martínez, José Portilla, José Riquelme, Ramón Rovirosa, Domingo Sarría, Marcial Truffin, Angel Urzaz. Muchos de estos nombres los volveremos a ver mezclados con la trata de chinos (Colomé). En la lista hay muchos hacendados, pero también una buena colección de negreros profesionales (Pancho Marty, Argudín, Fonts, y otros), y faltan nombres tan conspicuos, como los de Zulueta, Pastor, Zaldo, que practicaban la Trata "por la libre" y no querían "tratos" con nadie. 140 Los principales documentos relacionados con la cuestión se encontrarán en Proyecto de inmigración africana para las islas de Cuba y Puerto Rico y el Imperio del Brasil presentado a los respectivos gobiernos por los Sres. Argudín, Cunha Reis y Perdones, Habana, 1860, 600 pp. Esta importante fuente documental ha sido poco utilizada hasta ahora. 141 Zamora: Biblioteca de Legislación Ultramarina, 1849, pp. 467-469. 142 Los documentos fundamentales han sido publicados por Carlos Menéndez: Historia del infame y vergonzoso comercio de indios vendidos a los esclavistas de Cuba por los políticos yucatecos desde 1848 hasta 1861…, Mérida, Yucatán, 1923. Del mismo autor también: Las Memorias de Don Buenaventura y la venta de indios yucatecos a Cuba, Mérida, Yucatán, 1925. 143 Pancho Marty había obtenido el privilegio exclusivo de pesca en las costas de Islas Mujeres y de Cozumel. Carlos Menéndez: Historia del infame…, 1923, p. 205. 144 Diccionario geográfico, estadístico…, 1866, t. 4, p. 242. 145 Carlos Menéndez: Historia del infame…, 1923, p. 209. Los precios, sin

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embargo, pronto subieron, y el gobernador de Yucatán, que en 1859 pedía de 100 a 130 pesos por cada indio prisionero (pp. 223-224), al año siguiente exigía 160 pesos por cada varón de 16 a 50 años, 120 por las hembras de la misma edad y 80 pesos por los niños de 10 a 15 años de ambos sexos (pp. 229 y 237). 146 Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, leg. 638/20144. Original de una contrata de yucatecos expedida por la mencionada Sociedad. Es similar a la de los chinos, aunque con algunas variantes, pues prevé la contratación de mujeres y niños. Está firmada por el gobernador de Yucatán: Martín Francisco Peraza. Hay dos sellos: uno del Gobierno Superior Civil de Yucatán y otro de Goicuría y Hermano, de la Habana. Es el número 109 de esta expedición. Fue el cónsul de Baviera en la Habana, un aventurero llamado Tito Visino, quien gestionó con el general Santa Anna el monopolio de compra de yucatecos concedido a la Casa Goicuría en 1854. Su Alteza Serenísima, al aprobar el "asiento negrero", declaraba, con cinismo digno de toda su ejecutoria, "…que tales contratas han de ser beneficiosas a los indígenas (…) sirviendo de un medio eficaz para despertar en ellos ideas saludables de orden, economía y amor al trabajo". Carlos Menéndez: Historia del infame…, 1923, p. 85. 147 Carlos Menéndez: Historia del infame…, p. 208, y Las Memorias de Buenaventura Vivó…, 1925, pp. 70-74. 148 Carlos Menéndez: Las Memorias de Buenaventura Vivó…, pp. 33, 37, 73, etcétera. 149 Carlos Menéndez: Historia del infame…, 1923, p. 213. 150 José Zorrilla: Recuerdos del tiempo viejo, Madrid, 1882, t. 2, p. 245. 151 Véase, en particular, la correspondencia cambiada con el Capitán General a propósito de los atropellos sufridos por Sebastián Cucul, a quien el Cónsul vio encadenado y apaleado (Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, leg. 538/20144). Otros informes y escritos del cónsul en que informaba a su gobierno de la esclavitud a que eran reducidos los yucatecos, en Carlos Menéndez: Las Memorias de Buenaventura Vivó…, 1925, pp. 21-24, 45-54. 152 Carlos Menéndez: Las Memorias de Buenaventura Vivó…, 1925, p. 43 (notas). Menciona el precio de 10 onzas (170 pesos), pero no indica su fuente, y parece confundirlo con el precio a que se vendieron los primeros chinos en 1847. La correspondencia del cónsul de México en La Habana (Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, leg. 538/20144), a propósito del caso de Cucul, antes citado, menciona que se pedía por él y su mujer la exorbitante suma de 816 pesos, pero entonces ya los chinos se vendían a 350 y 400 pesos, y por los gallegos sabemos que se llegó hasta pedir 200 pesos.

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153 De fecha tan tardía como 1870, encontramos una solicitud, aprobada por las autoridades españolas, para introducir yucatecos en condiciones similares a las de los chinos. Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil. 154 Carlos Menéndez: Historia del infame…, 1923, p. 205. En enero de 1860, un informe oficial al Gobierno mexicano afirma que "...se han vendido cien yucatecos todos los meses. Por el puerto de Sisal se embarcan públicamente 25 a 30 cada vez que el vapor español que viene a Veracruz se volvía a la Habana. Por Río Lagartos y puerto San Felipe constantemente se ha hecho la misma extracción en buques mercantes o bien en los viveros del español D. Francisco Martí". Más adelante, el mismo documento habla de los "millares de indígenas que existen en Cuba", y finalmente (pp. 215-216) se hace mención de una cantidad de 30 000 pesos mexicanos depositados en la Administración de Hacienda de Mérida, para responder de la compra de los indios. 155 Herminio Portell Vilá: Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España, Habana, 1939, t. 2, p. 132. Según los despachos del cónsul americano, Savage, del 6 de septiembre de 1860. 156 El Encargado de Negocios de Francia en Lima manifestó al Gobierno peruano, en tiempo oportuno y en forma enérgica, la protesta de su país por esta indiscreta intromisión en la "reserva de caza" de su país. Paz Soldán: La inmigración en el Perú..., 1891, p. 37. ¿Haría el cónsul de Francia en La Habana alguna gestión similar? Sería interesante investigarlo. 157 Paz Soldán: La inmigración en el Perú..., 1891, p. 36. 158 Correspondencia inédita de José L. Alfonso con José A. Saco y otros (en la Biblioteca Nacional José Martí). 159 La conquista de esta provincia había sido realizada en 1862. Fue el primer territorio ocupado por Francia en la península de Indochina. 160 Proyecto de inmigración Tonkina y Cochinchina para las islas de Cuba y Puerto Rico…, Madrid, 1870. 161 Ibídem, p. 17. 162 Boletín de Colonización, La Habana, 28 de febrero; 15 de marzo y 30 de marzo de 1873. 163 En realidad, de 1855 a 1867, la importación de chinos superó a la de bozales.

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