CUENTO EL CASCANUECES

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  • 7/30/2019 CUENTO EL CASCANUECES

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    EL CASCANUECES Y EL REY DE LOS

    RATONES

    ERNEST THEODOR AMADEUS (E.T.A.) HOFFMANN

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    NDICE

    La Nochebuena............................................... 3Los Regalos.................................................... 4El Protegido.................................................... 6

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    LA NOCHEBUENA

    El da 24 de diciembre los nios del consejero de Sanidad, Stahlbaum, no pudieronentrar en todo el da en el hall y mucho menos en el saln contiguo. Refugiados en unahabitacin interior estaban Federico y Mara; la noche se vena encima, y les fastidiaba

    mucho que -cosa corriente en das como aqul- no se ocuparan de ponerles luz. Federicodescubri, dicindoselo muy callandito a su hermana menor -apenas tena siete aos-, quedesde por la maana muy temprano haba sentido ruido de pasos y unos golpecitos en lahabitacin prohibida. Haca poco tambin que se desliz por el vestbulo un hombrecillocon una gran caja debajo del brazo, que no era otro sino el padrino Drosselmeier. Marapalmoteo alegremente, exclamando:

    -Qu nos habr hecho el padrino Drosselmeier? El magistrado Drosselmeier no eraprecisamente un hombre guapo; bajito y delgado, tena muchas arrugas en el rostro; en ellugar del ojo derecho llevaba un gran parche negro, y disfrutaba de una enorme calva, porlo cual llevaba una hermosa peluca, que era de cristal y una verdadera obra maestra. Era

    adems el padrino ms habilidoso; entenda mucho de relojes de casa de Stahlbaum sedescompona y no daba la hora ni marchaba, presentbase el padrino Drosselmeir, sequitaba la peluca y el gabn amarillo, anudbase un delantal azul y comenzaba a pinchar elreloj con instrumentos puntiagudos que a la pequea Mara le solan producir dolor, peroque no se lo hacan al reloj, sino que le daban vida, y a poco comenzaba a marchar y asonar, con gran alegra de todos. Siempre que iba llevaba cosas bonitas para los nios en elbolsillo: ya un hombrecito que mova los ojos y haca reverencias muy cmicas, ya unacajita de la que sala un pajarito, ya otra cosa. Pero en Navidad siempre preparaba algoartstico, que le haba costado mucho trabajo, por lo cual, en cuanto lo vean los nios, loguardaban cuidadosamente los padres.

    -Qu nos habr hecho el padrino Drosselmeier? -repiti Mara.

    Federico opinaba que no deba de ser otra cosa que una fortaleza, en la cual pudiesenmarchar y maniobrar muchos soldados, y luego vendran otros que querran entrar en lafortaleza, y los de dentro los rechazaran con los caones, armando mucho estrpito.

    -No, no -interrumpa Mara a su hermano-: el padrino me ha hablado de un hermosojardn con un lago en el que nadaban blancos cisnes con cintas doradas en el cuello, loscuales cantaban las ms lindas canciones. Y luego vena una niita, que se llegaba alestanque y llamaba la atencin de los cisnes y les daba mazapn.

    -Los cisnes no comen mazapn-replic Federico, un poco grosero-, y tampoco puede elpadrino hacer un jardn grande. La verdad es que tenemos muy pocos juguetes suyos; enseguida nos los quitan; por eso prefiero los que pap y mam nos regalan, pues sos nos losdejan para que hagamos con ellos lo que queramos.

    Los nios comentaban lo que aquella vez podra ser el regalo. Mara pensaba que laseorita Trudi -su mueca grande- estaba muy cambiada, porque, poco hbil, comosiempre, se caa al suelo a cada paso, sacando de las cadas bastantes seales en la cara y

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    siendo imposible que estuviera limpia. No servan de nada los regaos, por fuertes quefuesen. Tambin se haba redo mam cuando vio que le gustaba tanto la sombrilla nuevade Margarita. Federico pretenda que su cuadra careca de un alazn y sus tropas estabanescasas de caballera, y eso era perfectamente conocido de su padre. Los nios saban desobra que sus paps les habran comprado toda clase de lindos regalos, que se ocupaban en

    colocar; tambin estaban seguros de que, junto a ellos, el Nio Jess los mirara con ojosbondadosos, y que los regalos de Navidad esparcan un ambiente de bendicin, como si loshubiese tocado la mano divina. A propsito recordaban los nios, que slo hablaban deesperados regalos, que su hermana mayor, Elisa, les deca que era el Nio Jess el que lesenviaba, por mano de los padres, lo que ms le pudiera agradar. El saba mucho mejor queellos lo que les proporcionara placer, y los nios no deban desear nada, sino esperartranquila y pacientemente lo que les dieran. La pequea Mara quedse muy pensativa; peroFederico decase en voz baja:

    -Me gustara mucho un alazn y unos cuantos hsares.

    Haba oscurecido por completo. Federico y Mara, muy juntos, no se atrevan a hablaruna palabra; parecales que en derredor suyo revoloteaban unas alas muy suavemente y quea lo lejos se oa una msica deliciosa. En la pared reflejse una gran claridad, lo cual hizosuponer a los nios que Jess ya se haba presentado a otros nios felices. En el mismomomento son un taido argentino: "Tiln, tiln." Las puertas abrironse de par en par, y delsaln grande sali tal claridad que los chiquillos exclamaron a gritos "Ah!... Ah!..." ypermanecieron como extasiados, sin moverse. El padre y la madre aparecieron en la puerta;tomaron a los nios de la mano y les dijeron:

    -Venid, venid, queridos, y veris lo que el Nio Dios os ha regalado.

    LOS REGALOS

    A ti me dirijo, amable lector y oyente, Federico..., Teodoro..., Ernesto, o como tellames, rogndote que te representes el ltimo rbol de Navidad, adornado de lindosregalos; de ese modo podrs darte exacta cuenta de cmo estaban los nios quietos, mudosde entusiasmo, con los ojos muy abiertos; y slo despus de transcurrido un buen rato lapequea Mara articul, dando un suspiro: -Qu bonito!... Qu bonito!

    Y Federico intent dar algn salto, que le result demasiado a lo vivo. Para conseguir

    aquel momento los nios haban tenido que ser juiciosos y buenos durante todo el ao, puesen ninguna ocasin les regalaban cosas tan lindas como en sta. El gran rbol, que estaba enel centro de la habitacin, tena muchas manzanas, doradas y plateadas, y figurabancapullos y flores, almendras garrapiadas y bombones envueltos en papeles de colores, ytoda clase de golosinas, que colgaban de las ramas. Lo ms hermoso del rbol admirableera que en la espesura de sus hojas oscuras arda una infinidad de lucecitas, que brillabancomo estrellas; y mirando hacia l, los nios suponan que los invitaba a tomar sus flores ysus frutos. Junto al rbol, todo brillaba y resplandeca, siendo imposible de explicar las

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    muchas cosas lindas que se vean. Mara descubri una hermosa mueca, toda clase deutensillos monsimos y, lo que ms bonito le pareci, un vestidito de seda adornado concintas de colores, que estaba colgado de manera que se le vea de todas partes, hacindolerepetir:

    -Qu vestido tan bonito!... Qu precioso!... Y de seguro que me permitirn que me loponga. Entretanto, Federico ya haba dado dos o tres veces la vuelta alrededor de la mesapara probar el nuevo alazn que encontrara en ella. Al apearse nuevamente, pretenda

    que era un animal salvaje, pero que no le importaba y que en l hara la guerra con losescuadrones de hsares, que aparecan muy nuevecitos, con sus trajes dorados y amarillos,sus armas plateadas y montados en sus blancos caballos, que hubirase podido creer eranasimismo de plata pura.

    Los nios, algo ms tranquilos, dedicronse a mirar los libros de estampas que, abiertos,exponan ante su vista una coleccin de dibujos de flores, de figuras humanas y deanimales, tan bien hechos que pareca iban a hablar; con ellos pensaban seguir entretenidos,cuando volvi a sonar la campanilla. An quedaba por ver el regalo del padrinoDrosselmeier, y apresuradamente dirigironse los chiquillos a una mesa que estaba junto ala pared. En seguida desapareci el gran paraguas bajo el cual se ocultaba haca tantotiempo, y ante la curiosidad de los nios apareci una maravilla. En una pradera, adornadacon lindas flores, alzbase un castillo, con ventanas espejeantes y torres doradas. Oyse unamsica de campanas, y las puertas y las ventanas se abrieron, dejando ver una multitud dedamas y caballeros; chiquitos pero bien proporcionados, con sombreros de plumas y trajesde cola, que se paseaban por los salones. En el central, que pareca estar ardiendo-tal era lailuminacin de las lucecillas de las araas doradas-, bailaban unos cuantos nios, concamisitas cortas y enagitas, siguiendo :os acordes de la msica de las campanas. Uncaballero, envuelto en una capa esmeralda, asombase de vez en cuando a una ventana,miraba hacia fuera y volva a desaparecer, en tanto que el mismo padrino Drosselmeier,aunque de tamao como el dedo pulgar de pap, estaba a la puerta del castillo y penetrabaen l. Federico, con lo brazos apoyados en la mesa, contempl largo rato el castillo y lasfiguritas, que bailaban y se movan de un lado para otro; luego dijo:

    -Padrino Drosselmeier, djame entrar en el castillo. El magistrado le convenci queaquello no poda ser. Tena razn y pareca mentira que a Federico se le ocurriera latontera de querer entrar en un castillo, que, contando con las torres y todo, no era tan altocomo l. En seguida se convenci. Despus de un rato, como las damas y los caballerosseguan paseando siempre de la misma manera, los nios bailando de igual modo, elhombrecillo de la capa esmeralda asomndose a la misma ventana a mirar y el padrinoDrosselmeier entrando por aquella puerta, Federico, impaciente, dijo:

    -Padrino, sal por la otra puerta que est ms arriba.

    -No puede ser, querido Federico -respondi el padrino.

    -Entonces -repuso Federico-que el hombrecillo verde se pasee con el otro.

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    -Tampoco puede ser -respondi de nuevo el magistrado.

    -Pues que bajen los nios; quiero verlos ms de cerca -exclam Federico.

    -Vaya, tampoco puede ser -dijo el magistrado, un poco molesto-; el mecanismo tiene que

    quedarse conforme est.-Lo mismo?... -pregunt Federico en tono de aburrimiento-. Sin poder hacer otra cosa?

    Mira, padrino, si tus almibarados personajes del castillo no pueden hacer ms que la mismacosa siempre no sirven para mucho y no vale la pena de asombrarse. No; prefiero mishsares, que maniobran hacia adelante y hacia atrs, a medida de mi deseo, y no estnencerrados.

    Y salt en direccin de la otra mesa, haciendo que sus escuadrones trotasen y diesen lavuelta y cargaran y dispararan a su gusto. Tambin Mara se desliz en silencio fuera deall, pues, lo mismo que a su hermano, le cansaba el ir y venir sin interrupcin de las

    muequitasdel castillo; pero como era ms prudente que Federico, no lo dej ver tan a claras. El

    magistrado Drosselmeier, un poco amostazado, dijo a los padres:

    -Estas obras artsticas no son para nios ignorantes; voy a volver a guardar mi castillo.

    La madre pidile que le enseara la parte interna del mecanismo que haca moverse deun modo tan perfecto a todas aquellas muequitas. El padrino lo desarm todo y lo volvi aarmar. Con aquel trabajo recobr su buen humor, y regal a los nios unos cuantoshombres y mujeres pardos, con los rostros, los brazos y las piernas dorados. Eran de Thomy tenan el olor agradable y dulce de alaj, de lo cual Federico y Mara se alegraron mucho.Luisa, la hermana mayor, se haba puesto, por mandato de la madre, el traje nuevo que leregalaran, y Mara, cuando se tuvo que poner el suyo tambin, quiso contemplarlo un ratoms, cosa que se le permiti de buen grado.

    EL PROTEGIDO

    Mara quedse parada delante de la mesa de los regalos, en el preciso momento en queya se iba a retirar, por haber descubierto una cosa que hasta entonces no viera. A travs de

    la multitud de hsares de Federico, que formaban en parada junto al rbol, vease unhombrecillo, que modestamente se esconda como si esperase a que llegara el turno. Muchohabra que decir de su tamao, pues, segn se le vea, el cuerpo, largo y fuerte, estaba enabierta desproporcin con las piernas, delgadas, y la cabeza resultaba asimismo demasiadogrande. Su manera de vestir era la de un hombre de posicin y gusto. Llevaba unachaquetilla de hsar de color violeta vivo con muchos cordones y botones, pantalones delmismo estilo y unas botas de montar preciosas, de lo ms lindo que se puede ver en los piesde un estudiante, y mucho ms en los de un oficial. Ajustaban tan bien a las piernecillas

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    como si estuvieran pintadas. Resultaba sumamente cmico que con aquel traje tan marcialllevase una capa escasa, mal cortada, que pareca de madera, y una montera de gnomo; alverlo pens Mara que tambin el padrino Drosselmeier usaba un traje de maana muymalo y nunca gorra incapaz y, sin embargo, era un padrino encantador. Tambin se leocurri a Mara que el padrino tena una expresin tan amable como el hombrecillo, aunque

    no era tan guapo. Mientras Mara contemplaba al hombrecillo, que desde el primermomento le haba sido simptico; fue descubriendo los rasgos de bondad que aparecan ensu rostro. Sus ojos verde claro, grandes y un poco parados, expresaban agrado y bondad. Leiba muy bien la barba corrida, de algodn, que haca resaltar la sonrisa amable de su boca.

    -Pap -exclam Mara al fin-, a quin pertenece ese hombrecillo que est colgado delrbol?

    -Ese, hija ma-respondi el padre-ha de trabajar para todos partiendo nueces, y, portanto, pertenece a Luisa lo mismo que a Federico y a ti.

    El padre lo cogi y, levantndole la capa, abri una gran boca, mostrando dos hileras dedientes blancos y afilados, Mara le meti en ella una nuez, y... crac!..., el hombre mordiy las cscaras cayeron, dejando entre las manos de Mara la nuez limpia. Entonces supierontodos que el hombrecillo perteneca a la clase de los partidores y que ejerca la profesin desus antepasados. Mara palmote alegremente, y su padre le dijo:

    -Puesto que el amigo Cascanueces te gusta tanto, puedes cuidarle, sin perjuicio, como yate he dicho, de que Luisa y Federico lo utilicen con el mismo derecho que t.

    Mara lo tom en brazos, le hizo partir nueces; pero buscaba las ms pequeas para queel hombrecillo no tuviese que abrir demasiado la boca, que no le convena nada. Luisa loutiliz tambin, y el amigo partidor parti una porcin de nueces para todos, rindosesiempre con su sonrisa bondadosa. Federico, que ya estaba cansado de tanta maniobra yejercicio y oy el chasquido de las nueces, llegse junto a sus hermanas y se ri mucho delgrotesco hombrecillo, que pasaba de mano en mano sin cesar de abrir y cerrar la boca consu crac!, crac! Federico escoga siempre las mayores y ms duras, y una vez que le metien la boca una enorme, crac!, crac!..., tres dientes se le cayeron al pobre partidor,quedndole la mandbula inferior suelta y temblona.

    -Pobrecito Cascanueces! -exclam Mara a gritos, quitndoselo a Federico de lasmanos.

    -Es un estpido y un tonto -dijo Federico-; quiere ser partidor y no tiene las herramientasnecesarias ni sabe su oficio. Dmelo, Mara; tiene que partir nueces hasta que yo quiera,aunque se quede sin todos los dientes y hasta sin la mandbula superior, para que no seaholgazn.

    -No, no-contest Mara llorando-; no te dar mi querido Cascanueces, mrale cmo memira dolorido y me ensea su boca herida. Eres un cruel, que siempre ests dando latigazosa tus caballos y te gusta matar a los soldados.

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    -As tiene que ser; t no entiendes de eso -repuso Federico-, y el Cascanueces es tan tuyocomo mo; conque dmelo.

    Mara comenz a llorar a lgrima viva y envolvi cuidadosamente al enfermoCascanueces en su pauelo. Los padres acudieron al alboroto con el padrino Drosselmeier,

    que desde luego se puso de parte de Federico. Pero el padre dijo:-He puesto a Cascanueces bajo el cuidado de Mara, y como al parecer lo necesita ahora,

    le concedo pleno

    derecho sobre l, sin que nadie tenga que decir una palabra. Adems, me choca muchoen Federico que pretenda que un individuo inutilizado en el servicio contine en la lneaactiva. Como buen militar, debe saber que los heridos no forman nunca.

    Federico, avergonzado, desapareci, sin ocuparse ms de las nueces ni del partidor, y sefue al otro extremo de la mesa, donde sus hsares, luego de haber recorrido los puestos

    avanzados, se retiraron al cuartel. Mara recogi los dientes perdidos de Cascanueces, lepuso alrededor de la barbilla una cinta blanca que haba quitado de un vestido suyo y luegoenvolvi con ms cuidado an en su pauelo al pobre mozo, que estaba muy plido yasustado. As lo sostuvo en sus brazos, mecindolo como a un nio, mientras miraba lasestampas de uno de los nuevos libros que les regalaran. Se enfad mucho, cosa pocofrecuente en ella, cuando el padrino Drosselmeier, rindose, le pregunt cmo poda ser tancariosa con un individuo tan feo. El parecido son su padrino, que le saltara a la vista desdeel principio, se le hizo ms patente an, y dijo muy seria:

    -Quien sabe, querido padrino, si t tambin te vistieses como el muequito y te pusiesessus botas brillantes si estaras tan bonito como l.

    Mara no supo por qu sus padres se echaron a rer con tanta gana y por qu almagistrado se le pusieron tan rojas las narices y no se ri ya tanto como antes. Seguramentehabra una razn para ello.

    PRODIGIOS

    En el gabinete del consejero de Sanidad, conforme se entra a mano izquierda, en ellienzo de pared ms grande, hllase un armario de cristales alto, en el que los nios colocan

    las cosas bonitas que les regalan todos los aos. Era muy pequea Luisa cuando su padre lomand hacer a un carpintero famoso, el cual le puso unos cristales tan claros y, sobre todo,supo arreglarlo tan bien, que lo que se guarda en l resulta ms limpio y bonito que cuandose tiene en la mano. En la tabla ms alta, a la que no alcanzaban Mara ni Federico,gurdbanse las obras de arte del padrino Drosselmeier; en la inmediata, los libros deestampa; las dos inferiores reservbanse para que Federico y Mara las llenasen a su gusto,y siempre ocurra que la ms baja se ocupaba con la casa de las muecas de Mara y la otrasuperior serva para cuartel de las tropas de Federico.

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    En la misma forma quedaron el da a que nos referimos, pues mientras Federicoacondicionaba arriba a sus hsares, Mara colocaba en la habitacin, lindamenteamueblada, y junto a la seorita Trudi, a la elegante mueca nueva, convidndose con ellasa tomar una golosina. 1 le dicho que el cuarto estaba lindamente amueblado y creo quetengo razn, y no s si t, atenta lectora Mara, al igual que la pequea Stahbaum -me

    figuro que ests enterada de que se llamaba Mara-, tendrs, como sta, un lindo sof deflores, varias preciosas sillitas, una monsima mesa de t y, lo ms bonito de todo, unacamita reluciente, en la que descansaban las muecas ms lindas. Todo esto estaba en elrincn del armario, cuyas paredes aparecan tapizadas con estampas, y puedes figurarte queen el tal cuarto la mueca nueva, que, como Mara supo aquella misma noche, se llamabaseorita Clarita, haba de encontrarse muy a gusto.

    Era ya muy tarde, casi media noche; el padrino Drosselmeier habase marchado hacarato, y los nios no se decidan an a separarse del armario de cristales, a pesar de que lamadre les haba dicho repetidas veces que era hora de irse a la cama.

    -Es cierto -exclam al fin Federico-; los pobres infelices -se refera a sus hsares-necesitan Cambien descansar, y mientras yo est aqu estoy seguro de que no se atreven adar ni una cabezada.

    Y al decir esto se retir. Mara, en cambio, rog:

    -Mamata, djame un ratito ms, slo un ratito. An tengo mucho que arreglar; en cuantolo haga, te prometo que me voy a la cama.

    Mara era una nia muy juiciosa, y la madre poda dejarla sin cuidado alguno con losjuguetes. Con objeto de que Mara, embebida con la mueca nueva y los dems juguetes,no se olvidase de las luces que ardan junto al armario, la madre las apag todas, dejandosolamente encendida la lmpara colgada que haba en el centro de la habitacin, la cualdifunda luz tamizada.

    -Acustate en seguida, querida Mara; si no, maana no podrs levantarte a tiempo -dijola madre, desapareciendo para irse al dormitorio.

    En cuanto Mara se qued sola, dirigise decididamente a hacer lo que tena en elpensamiento y que, sin saber por qu, haba ocultado a su madre. Todo el tiempo llevaba enbrazos al pobre Cascanueces herido, envuelto en su pauelo. En este momento dejlo concuidado sobre la mesa; le quit el pauelo y mir las heridas. Cascanueces estaba muyplido, pero segua sonriendo amablemente, lo cual conmovi a Mara.

    -Cascanueces mo -exclam muy bajito-, no te disgustes por lo que mi hermano Federicote ha hecho; no ha credo que te hara tanto dao, pero es que se ha hecho un poco cruel contanto jugar a los soldados; por lo dems, es buen chico, te lo aseguro. Yo te cuidar lomejor que pueda hasta que ests completamente bien y contento; te pondr en su sitio tusdientecitos; los hombros te los arreglar el padrino Drosselmeier, que entiende de esascosas.

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    No pudo continuar Mara, pues en cuanto nombr al padrino Drosselmeier, Cascanueceshizo una mueca de disgusto y de sus ojos salieron chispas como pinchos

    ardiendo. En el momento en que Mara se senta asustada, ya tena el buen Cascanuecessu rostro sonriente, que la miraba, y se dio cuenta de que el cambio que sufriera debase sin

    duda a la luz de la difusa lmpara.-Qu tonta soy asustndome as y creyendo que un mueco de madera puede hacerme

    gestos! Cascanueces me gusta mucho, por lo mismo que es tan cmico, y a un tiempo tanagradable, y por eso he de cuidarlo como se merece.

    Mara tom en sus brazos a Cascanueces, acercse al armario de cristales, agachsedelante de l y dijo a la mueca nueva:

    -Te ruego encarecidamente, seorita Clarita, que dejes la cama al pobre Cascanuecesherido y te arregles como puedas en el sof. Pienso que t ests buena y sana -pues si no no

    tendras esas mejillas tan redondas y tan coloradas- y que pocas muecas, por muy bonitasque sean, tendrn un sof tan blando.

    La seorita Clara, muy compuesta con su traje de Navidad, quedse un poco contrariaday no dijo esta boca es ma.

    -Esto lo hago por cumplir -dijo Mara.

    Y sac la cama, coloc en ella con cuidado a Cascanueces, le li un par de cintas ms deotro vestido suyo para los hombros y lo tap hasta las narices.

    No quiero que se quede cerca de la desconsiderada Clarita -dijo para s.Y sac la cama con su paciente, ponindola en la tabla superior, cerca del lindo

    pueblecito donde estaban acantonados los hsares de Federico. Cerr el armario y dirigisus pasos hacia su cuarto, cuando..., escuchad bien, nios, comenz a or un ligeromurmullo, muy ligero, y un ruido detrs de la estufa, de las sillas, del armario. El reloj depared andaba cada vez con ms ruido, pero no daba la hora. Mara lo mir, y vio que elbho que estaba encima haba dejado caer la alas, cubriendo con ellas todo el reloj, y tenala cabeza de gato, con su pico ganchudo, echada hacia delante. Y, cada vez ms fuerte,deca: "Tac, tac, tac!; todo debe sonar con poco ruido...; el rey de los ratones tiene un odomuy sutil...; tac, tac, tac!, cantadle la vieja cancioncita...; suena, suena, campanita, suenadoce veces."

    Mara, toda asustada quiso echar a correr, cuando vio al padrino Drosselmeier, queestaba sentado encima del reloj en lugar del gran bho, con su gabn amarillo extendidosobre el reloj como si fueran dos alas; y haciendo un esfuerzo sobre s misma, dijo:

    -Padrino Drosselmeier, padrino Drosselmeier, qu haces all arriba? Bjate y no measustes!

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    Entonces oyse pitar y chillar locamente por todas partes, y un correr de piececillospequeos detrs de las paredes, y miles de lucecitas cuyo resplandor asomaba por todas lasrendijas. Pero no, no eran luces: eran ojitos brillantes; y Mara advirti que de todos losrincones asomaban ratoncillos, que trataban de abrirse camino hacia afuera. A pococomenz a orse por la habitacin un trotecillo, y aparecieron multitud de ratones, que

    fueron a colocarse en formacin, como Federico sola colocar a sus soldados cuando lossacaba para alguna batalla.

    Mara avanz muy resuelta, y como quiera que no tena el horror de otros nios a losratones, trat de vencer el miedo; pero empez a orse tal estrpito de silbidos y gritos quesinti por la espalda un fro de muerte. Y lo que vio, Dios mo!

    Estoy seguro, querido lector, de que t, lo mismo que el general Federico Stahlbaum,tienes el corazn en su sitio; pero si hubieras visto lo que vio Mara, de fijo que habrasechado a correr, y mucho me equivoco si no te metes en la cama y te tapas hasta los orejas.La pobre Mara no pudo hacerlo porque... escucha, lector...: bajo sus pies mismos salieron,como empujados por una fuerza subterrnea, la arena y la cal y los ladrillos hechospedazos, y siete cabezas de ratn, con sus coronitas, surgieron del suelo chillando ysilbando. A poco apareci el cuerpo a que pertenecan las siete coronadas cabecitas, y elratn grande con siete diademas grit con gran entusiasmo, vitoreando tres veces alejrcito, que se puso en movimiento y se dirigi al armario, sin ocuparse de Mara, queestaba pegada a la puerta de cristales de l.

    El miedo hacale latir el corazn a Mara de modo que crey iba a salrsele del pecho ymorirse de repente, y ahora le pareca que en sus venas se paralizaba la sangre. Medio sinsentido retrocedi, y oy un chasquido...: prr..., prr...!: la puerta de cristales en queapoyaba el hombro cay al suelo rota en mil pedazos. En el mismo instante sinti un grandolor en el brazo izquierdo, pero se le quit un gran peso de encima al advertir que ya nooa los gritos y los silbidos; toda haba quedado en silencio, y aunque no se atreva a mirar,parecale que los ratones, asustados con el ruido de los cristales rotos, habanse metido ensus agujeros.

    Qu sucedi despus? Detrs de Mara, en el armario, empez a sentirse ruido, y unasvocecillas finas empezaron a decir: "Arriba..., arriba!...; vamos a la batalla... esta nocheprecisamente...; arriba..., arriba..., alas ramas!" Y escuch un acorde armonioso decampanas.

    -Ah! -pens Mara-. Es mi juego de campanas. Entonces vio que dentro del armariohaba gran revuelo y mucha luz y un ir y venir apresurado. Varias muecas corran de unlado para otro, levantando los brazos en alto.

    De pronto, Cascanueces se incorpor, ech abajo las mantas y, saltando de la cama,psose de pie en el suelo.

    -Crac..., crac..., crac!...; estpidos ratones..., cunta tontera; crac, crac!...; partida deratones..., crac..., crac!..., todo tontera.

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    Y diciendo estas palabras y blandiendo una espadita, dio un salto en el aire, y aadi:

    -Vasallos y amigos mos, queris ayudarme en la dura lucha?

    En seguida respondieron tres Escaramuzas y un Pantaln, cuatro Deshollinadores, dos

    Citaristas y un Tambor:-S, seor, nos unimos a vos con fidelidad; con vos iremos a la muerte, a la victoria, a la

    lucha.

    Y se lanzaron hacia el entusiasmado Cascanueces, que se atrevi a intentar el saltopeligroso desde la tabla de arriba al suelo. Los otros se echaron abajo con facilidad, pues noslo llevaban trajes de pao y seda, sino que, como estaban rellenos de algodn y de paja,cayeron como sacos de lana. Pero el pobre Cascanueces se hubiera roto los brazos y laspiernas -porque desde donde l estaba al suelo haba ms de dos pies y su cuerpo era frgil,como hecho de madera de tilo- si en el momento en que salt, la seorita Clarita no se

    hubiera levantado rpidamente del sof para recibir en sus brazos al hroe con la espadadesnuda.

    -Ah buena Clarita! -susurr Mara-. Cmo me he equivocado en mi juicio respecto deti! Seguramente que dejaste tu cama al pobre Cascanueces con mucho gusto.

    La seorita Clara deca, mientras estrechaba contra su pecho al joven hroe:

    -Queris, seor, herido y enfermo como estis, exponeros a los peligros de una lucha?Mirad cmo vuestros fieles vasallos se preparan y, seguros de la victoria, se renen alegres.Escaramuza, Pantaln, Deshollinador, Citarista y Tambor ya estn abajo, y las figuras delescudo que est en esta tabla ya se estn moviendo. Quedaos, seor, a descansar en misbrazos, o si queris, desde mi sombrero de plumas podis contemplar la marcha de labatalla.

    As habl Clarita; pero Cascanueces mostrse muy molesto y patale de tal modo queClara no tuvo ms remedio que dejarlo en el suelo. En el mismo momento, con una rodillaen tierra, dijo muy respetuoso:

    -Oh, seora! Siempre recordar en la pelea vuestro favor y vuestra gracia.

    Clarita se inclin tanto que lo pudo coger por los brazos, y lo levant en alto; desatse elcinturn, adornado de lentejuelas, y quiso ponrselo al hombrecillo, el cual, echndose atrsdos pasos, con la mano sobre el pecho, dijo muy digno:

    -Seora, no os molestis en demostrarme de ese modo vuestro favor, pues...

    Interrumpise, suspir profundamente, desatse rpido la cintita con que Mara levendara los hombros, apretla contra los labios, se la colg a modo de banderola y lanzse,

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    blandiendo la pequea espada desnuda, gil y ligero como un pajarillo, por encima de lasmolduras del armario al suelo.

    Habris advertido, querido lectores, que Cascanueces apreciaba todo el amor y labondad que Mara le demostrara, y a causa de l no haba aceptado la cinta de Clarita,

    aunque era muy vistosa y elegante, prefiriendo llevar como divisa la cintita de Mara.Qu ocurri despus? En cuanto Cascanueces estuvo en el suelo volvi a comenzar el

    ruido de silbidos y gritos agudos. Debajo de la mesa agrupbase el ejrcito innumerable deratones, y de entre ellos sobresala el asqueroso de siete cabezas. Qu iba a ocurrir?

    LA BATALLA

    -Toca generala, vasallo Tambor! -exclam Cascanueces en alta voz.

    E inmediatamente comenz Tambor a redoblar de una manera artstica, haciendo queretemblasen los cristales del armario.

    Entonces oyronse crujidos y chasquidos, y Mara vio que la tapa de la caja en queFederico tena acuarteladas sus tropas saltaba de repente, y todos los soldados se echaban ala tabla inferior, donde formaron un brillante cuerpo de ejrcito.

    Cascanueces iba d e un lado para otro, animando a las tropas con sus palabras.

    -No se mueve ni un perro de Trompeta -exclam de pronto irritado.

    Y volvindose hacia Pantaln, que algo plido balanceaba su larga barbilla, dijo:

    -General, conozco su valor y su pericia; ahora necesitamos un golpe de vista rpido yaprovechar el momento oportuno; le confo el mando de la caballera y la artillerareunidas; usted no necesita caballo, pues tiene las piernas largas y puede fcilmente galoparcon ellas. Obre segn su criterio.

    En el mismo instante, Pantaln metise los secos dedos en la boca y sopl con tantafuerza que son como si tocasen cien trompetas. En el armario sintise relinchar y cocear, alos coraceros y los dragones de Federico, y en particular los flamantes hsares, pusironse

    en movimiento, y a poco estuvieron en el suelo.

    Regimiento tras regimiento desfilaron con bandera desplegada y msica anteCascanueces y se colocaron en fila, atravesados en el suelo del cuarto. Delante de ellosaparecieron los caones de Federico, rodeados de sus artilleros, y pronto se oy el bum...,bum!, y Mara pudo ver cmo las grageas llovan sobre los compactos grupos de ratones,que, cubiertos de blanca plvora, sentanse verdaderamente avergonzados. Una batera,

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    sobre todo, que estaba atrincherada bajo el taburete de mam, les caus grave dao tirandosin cesar granos de pimienta sobre los ratones, hacindoles bastantes bajas.

    Los ratones, sin embargo, acercronse ms y ms, y llegaron a rodear a algunos caones;pero sigui el brr..., brr..., y Mara qued ciega de polvo y de humo y apenas pudo darse

    cuenta de lo que suceda. Lo cierto era que cada ejrcito peleaba con el mayor denuedo yque durante mucho tiempo la victoria estuvo indecisa. Los ratones desplegaban masas cadavez ms numerosas, y sus pildoritas plateadas, disparadas con maestra, llegaban hastadentro del armario. Desesperadas, corran Clarita y Trudi de un lado para otro,retorcindose las manitas.

    -Tendr que morir en plena juventud, yo, la ms linda de las muecas? -deca Clarita.

    -Me he conservado tan bien para sucumbir entre cuatro paredes? -exclamaba Trudi.

    Y cayeron una en brazos de la otra, llorando con tales lamentos que a pesar del ruido se

    las oa perfectamente. Note puedes hacer una idea del espectculo, querido lector. Slo seescuchaba b..., brr!...; pii..., pii!...; bum..., burrum!..., y gritos y chillidos de los ratones yde su rey; y luego la voz potente de Cascanueces, que daba rdenes al frente de losbatallones que tomaban parte en la pelea. Pantaln ejecut algunos ataques prodigiosos decaballera, cubrindose de gloria; pero los hsares de Federico fueron alcanzados poralgunas balas malolientes de los ratones, que les causaron manchas en sus flamanteschaquetillas rojas, por cuya razn no estaban dispuestos a seguir adelante. Pantaln los hizomaniobrar hacia la izquierda, y, en el entusiasmo del mando, sigui la misma tctica con loscoraceros y los dragones; as, que todos dieron media vuelta y se dirigieron hacia casa.Entonces qued la batera apostada debajo del taburete, y a poco apareci un gran grupo defeos ratones, que la rode de tal modo que el taburete, con los caones y los artilleros,cayeron en su poder. Cascanueces, muy contrariado, dio la orden al ala derecha de quehiciese un movimiento de retroceso.

    T sabes, querido lector entendido en cuestiones guerreras, que tal movimiento equivalea una huda, y, por tanto, te das cuenta exacta del descalabro del ejrcito del protegido deMara, del pobre Cascanueces. Aparta la vista de esta desgracia y dirgela al ala izquierda,donde todo est en su lugar y hay mucho que esperar del general y de sus tropas. En lo msencarnizado de la lucha salieron de debajo de la cmoda, con mucho sigilo, grandes masasde caballera ratonil, y con gritos estridentes y denodado esfuerzo lanzronse contra el alaizquierda del ejrcito de Cascanueces, encontrando una resistencia que no esperaban.Despacio, como lo permitan las dificultades del terreno, pues haban de pasar las moldurasdel armario, fue conducido el cuerpo de ejrcito por dos emperadores chinos y form elcuadro.

    Estas tropas valerosas y pintorescas, pues en ellas figuraban jardineros, tiroleses,peluqueros, arlequines, cupidos, leones, tigres, macacos y monos, lucharon con espritu,valor y resistencia. Con espartana valenta alej este batalln elegido la victoria delenemigo, cuando un jinete temerario, penetrando con audacia en las filas, cort la cabeza deuno de los emperadores chinos, y ste, al caer, arrastr consigo a dos tiroleses y un macaco.Abrise entonces una brecha, por la que penetr el enemigo y destroz a todo el batalln.

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    Poca ventaja, sin embargo, sac aquel de esta hazaa. En el momento en que uno de losjinetes del ejrcito ratonil, ansioso de sangre, atravesaba a un valiente contrario, recibi ungolpe en el cuello con un cartel escrito que le produjo la muerte. Sirvi de algo al ejrcitode Cascanueces, que retrocedi una vez y tuvo que seguir retrocediendo, perdiendo gente,hasta que se qued slo el jefe con unos cuantos delante del armario?

    -Adelante las reservas! Pantaln..., Escaramuza..., Tambor..., dnde estis?

    As clamaba Cascanueces, que esperaba refuerzos para que le sacaran delante delarmario.

    Presentronse unos cuantos hombres y mujeres de Thorn, con rostros dorados ysombreros y yelmos; pero pelearon con tanta impericia que no lograron hacer caer a ningnenemigo, y no tardaron mucho en arrancar la capucha de la cabeza al mismo generalCascanueces. Los cazadores enemigos les mordieron las piernas, hacindolos caer yarrastrar consigo a algunos de los compaeros de armas de Cascanueces.

    Encontrse ste rodeado de enemigo, en el mayor apuro. Quiso saltar por encima de lasmolduras del armario, pero las piernas suyas resultaban demasiado cortas. Clarita y Trudiestaban desmayadas y no podan prestarle ayuda. Hsares, dragones, saltaban alegremente asu lado. Entonces, desesperado, grit:

    -Un caballo..., un caballo...; un reino por un caballo!

    En aquel momento, dos tiradores enemigos lo cogieron por la capa y en triunfo;chillando por siete gargantas, apareci el rey de los ratones. Mara no se pudo contener:

    -Pobre Cascanueces! -exclam sollozando.

    Sin saber a punto fijo lo que haca, cogi su zapato izquierdo y lo tir con fuerza algrupo compacto de ratones, en cuyo centro se hallaba su rey. De pronto desapareci todo, yMara sinti un dolor ms agudo an

    que el de antes en el brazo izquierdo y cay al suelo sin sentido.

    LA ENFERMEDAD

    Cuando Mara despert de su profundo sueo encontrse en su camita y con el sol queentraba alegremente en el cuarto por la ventana cubierta de hielo. Junto a ella estabasentado un seor desconocido, que luego vio era el cirujano Wendelstern, el cual, en vozbaja, deca:

    -Ya despierta.

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    Acercse entonces la madre y la mir con ojos asustados.

    -Querida mamta -murmur la pequea Mara-.Se han marchado ya todos losasquerosos ratones y est salvado el bueno de Cascanueces?

    -No digas tonteras, querida nia -respondi la madre-. Qu tienen que ver los ratonescon el Cascanueces? T, por ser mala, nos has dado un susto de primera. Eso es lo queocurre cuando los nios son voluntariosos y no obedecen a sus padres. Te quedaste anochejugando con las muecas hasta tarde. Tendras sueo, y quiz algn ratn, aunque no lossuele haber en casa, te asust, y te diste contra uno de los cristales del armario,rompindolo y cortndote en el brazo de tal manera que el doctor Wendelstern, que te acabade sacar los cristalitos de la herida, crea que si te hubieras cortado una vena te quedarascon el brazo sin movimiento o que podas haberte desangrado. A Dios gracias, yo me de-spert a media noche y te ech de menos, y me levant, dirigindome al gabinete. All teencontr, junto al armario, desmayada y sangrando. Por poco si no me desmayo yo tambindel susto. A tu alrededor vi una porcin de los soldados de tu hermano y otros muecos

    rotos, hombrecillos de pasta, banderas hechas pedazos y al Cascanueces, que yaca sobretu brazo herido, y, no lejos de ti, tu zapato izquierdo.

    -Ay, mamata, mamata! -exclam Mara-. No ven ustedes que esas son las seales dela gran batalla habido entre los muecos y los ratones? Y lo que me asust ms fue que losltimos queran llevarse prisionero a Cascanueces, que mandaba el ejrcito de los muecos.Entonces fue cuando yo tir mi zapato en medio del grupo de ratones, y no s lo queocurri despus.

    El doctor Wendelstern guio un ojo a la madre, y sta dijo con mucha suavidad:

    -Bueno, djalo estar, querida Mara. Tranquilzate: los ratones han desaparecido yCascanueces est sano y salvo en el armario.

    En el cuarto entr el consejero de Sanidad y habl largo rato con el doctor Wendelstern;luego tom el pulso a Mara, la cual oy perfectamente que deca algo de fiebre traumtica.Tuvo que permanecer en la cama y tomar medicinas durante varios das, a pesar de que,aparte algunos dolores en el brazo, se encontraba bastante bien. Supo que Cascanuecessali salvo de la batalla, y le pareci que en sueos se presentaba delante de ella y con vozclara, aunque melanclica, le deca: "Mara, querida seora, mucho le debo, pero an puedeusted hacer ms por m." Mara daba vueltas en su cabeza qu poda ser ello, sin lograr darsolucin al enigma.

    Mara no poda jugar a causa del brazo herido, y, por tanto, se entretena en hojear librosde estampas; pero vea una porcin de chispitas raras y no aguantaba mucho tiempo aquellaocupacin. Hacansele largusimas las horas y esperaba impaciente que anocheciese, porqueentonces su madre se sentaba a su cabecera y le lea o le contaba cosas bonitas. Acababa sumadre de contarle la historia del prncipe Facardn cuando abri la puerta y apareci elpadrino Drosselmeier diciendo:

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    -Quiero ver cmo sigue la herida y enferma Mara. En cuanto sta vio al padrino con sugabn amarillo, record la imagen de aquella noche en que Cascanueces perdi la batallacontra los ratones y, sin poder contenerse, dijo, dirigindose al magistrado:

    -Padrino Drosselmeier, qu feo estabas! Te vi perfectamente cuando te sentaste encima

    del reloj y lo cubriste con tus alas de modo que no poda dar la hora, porque entonces losratones se habran asustado, y o cmo llamabas al rey. Por qu no acudiste en mi ayuda yen la de Cascanueces, padrino malo y feo? T eres el culpable de que yo me hiriera y deque tenga que estar en la cama.

    La madre pregunt muy asustada:

    -Qu es eso, Mara?

    Pero el padrino Drosselmeier puso un gesto extrao y, con voz estridente y montona,comenz a decir incoherencias que semejaban una cancin en la que intervenan los relojes

    y los muecos y los ratones.Mara miraba al padrino con los ojos muy abiertos, encontrndolo an ms feo que

    nunca, balanceando el brazo derecho como una marioneta. Seguramente habrase asustadoante el padrino si no est presente la madre y si Federico, que entr en silencio, no lanzauna sonora carcajada y dice:

    -Padrino Drosselmeier, hoy ests muy gracioso; te pareces al mueco que tir hacetiempo detrs de la chimenea.

    La madre muy seria, dijo a su vez:

    -Querido magistrado, es una broma pesada. Qu quiere usted decir con todo eso?

    -Dios mo! -respondi riendo el padrino-. No conoce usted mi cancin del reloj?Siempre se la canto a los enfermos como Mara.

    Y, sentndose a la cabecera de la cama, dijo:

    -No te enfades conmigo porque no sacara al rey de los ratones los catorce ojos; no podaser. En cambio, voy a darte una gran alegra.

    El magistrado metise la mano en el bolsillo y sac... al Cascanueces al cual habacolocado los dientecillos perdidos y arreglado la mandbula.

    Mara lanz una exclamacin de alegra, y la madre dijo riendo:

    -Ves t que bueno ha sido el padrino con tu Cascanueces?

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    -Pero tienes que convenir conmigo, Mara -interrumpi el magistrado-, que Cascanuecesno posee una gran figura y que tampoco tiene nada de guapo. Si quieres orme, te contar larazn de que en su familia exista y se herede tal fealdad. Quiz sepas ya la historia de laprincesa Pirlipat, de la bruja Ratona y del relojero artista.

    -Escucha, padrino Drosselmeier -exclam Federico de pronto-: has colocado muy bienlos dientes de Cascanueces y le has arreglado la mandbula de modo que ya no se mueve;pero por qu le falta la espada? por qu se la has quitado?

    -Vaya -respondi el magistrado de mala gana-, a todo le tienes que poner faltas,chiquillo! Qu importa la espada de Cascanueces? Le he curado, y ahora puede coger unaespada cuando quiera.

    -Es verdad -repuso Federico-; es un mozo valiente y encontrar armas en cuanto leparezca. -Dime, Mara -continu el magistrado-, si sabes la historia de la princesa Pirlipat.

    -No -respondi Mara-; cuntala, querido padrino, cuntala.-Espero -repuso la madre-, querido magistrado, que la historia no sea tan terrorfica

    como suele ser todo lo que usted cuenta.

    -En absoluto, querida seora de Stahlbaum -respondi Drosselmeier-; por el contrario, esde lo ms cmico que conozco.

    -Cuenta, cuenta, querido padrino-exclamaron los nios.

    Y el magistrado comenz as:

    EL CUENTO DE LA NUEZ DURA

    -La madre de Pirlipat era esposa de un rey, y, por tanto, una reina, y Pirlipat fueprincesa desde le momento de nacer. El rey no caba en s de gozo con aquella hijita tanlinda que dorma en la cuna; mostraba su alegra exteriormente cantando y bailando ydando saltos en un pie y gritando sin cesar: "Viva!... Viva! Ha visto nadie una cosa mslinda de mi Pirlipatita?" Y los ministros, los generales, los presidentes, los oficiales deEstado Mayor, saltaban como el seor, en un pie, y decan: %o, nunca." Y hay que

    reconocer que en aquella ocasin no mentan, pues desde que el mundo es mundo no habanacido una criatura ms hermosa que la princesa Pirlipat. Su rostro pareca amasado conptalos de rosa y de azucena y copos de seda rosada; los ojitos semejaban azur vivo, y tenaunos bellsimos bucles, iguales que hilos de oro. Adems, la princesa Pirlipat haba trado almundo dos filas de dientecillos perlinos, con los que, a las dos horas de nacer, mordi en undedo al canciller del reino, que quiso comprobar si eran iguales, obligndole a gritar: "Oh!Gemelos!", aunque algunos pretendan que lo que dijo fue: "Ay, ay!", sin que hasta ahorase hayan puesto de acuerdo unos y otros. En una palabra: la princesita Pirlipat mordi,

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    efectivamente, al canciller en el dedo, y todo el encantado pas tuvo pruebas de que elcuerpecillo de la princesa daba albergue al talento, al espritu y al valor.

    Como ya hemos dicho, todo el mundo estaba contento menos la reina, que, sin que nadiesupiese la causa, mostrbase recelosa e intranquila. Lo ms chocante era que haca vigilar

    con especial cuidado la cuna de la princesa. Aparte de que las puertas estaban guardadaspor alabarderos, a los dos nieras destinadas al servicio constante de la princesaagregbanse otras seis que, noche tras noche, haban de permanecer en la habitacin. Y delo que todos consideraban una locura, cuyo sentido nadie acertaba a explicarse, era quecada una de esas seis nieras haba de tener en el regazo un gato y pasarse la nocherascndole para que no se durmiese. Es imposible, hijos mos, que averigis el por qu lamadre de Pirlipat haca estas cosas, pero yo lo s y os lo voy a decir.

    Una vez reunironse en la Corte del padre de Pirlipat una porcin de reyes y prncipespoderosos, y con tal motivo celebrronse torneos, comedias y bailes de gala. Queriendo elrey demostrar a sus huspedes que no careca de oro y plata, trat de hacer una incursin enel tesoro de la corona, preparando algo extraordinario. Advertido en secreto por el jefe decocina de que el astrnomo de cmara haba anunciado ya la poca de matanza, orden unbanquete, metise en su coche y se fue a invitar a reyes y prncipes, dicindoles quedeseaba fuesen a tomar una cucharada de sopa con l, con objeto de disfrutar de la sorpresaque haban de causarles los platos exquisitos. Luego dijo a su mujer: "Ya sabes lo que megusta la matanza". La reina saba perfectamente lo que aquello significaba, y que no eraotra cosa sino que ella misma, como hiciera otras veces, se dedicase al arte de salchichera.El tesorero mayor mand en seguida trasladar a la cocina la gran caldera de oro de cocermorcillas y las cacerolas de plata, hacindo preparar un gran fuego de lea de sndalo; lareina se puso su delantal de damasco y al poco tiempo salan humeante de la caldera el ricoolor de la sopa de morcilla, que lleg hasta la del Consejo donde se encontraba el rey. ste,entusiasmado, no pudo contenerse y dijo a los ministros: "Con vuestro permiso, seoresmos", y se fue a la cocina; abrazando a la reina, mene la sopa con el cetro y se volvitranquilamente al saln.

    Haba llegado el momento precioso en que el tocino, cortado en cuadraditos y colocadoen parrillas de plata, haba de tostarse. Las damas de la corte se marcharon, pues estemenester quera hacerlo la reina sola, por amor y consideracin a su augusto esposo.Cuando empezaba a tostarse el tocino, oyse una vocecita suave que deca: "Dame un pocode tocino, hermana; yo tambin quiero probarlo; tambin soy reina; dame un poquito." Lareina saba muy bien que quien as hablaba era la seora Ratona, que tena su residencia enel palacio real de muchos aos atrs. Pretenda estar emparentada con la real familia y serreina de la lnea de Mausoleo, y por eso tena una gran corte debajo del fogn. La reina erabondadosa y caritativa; no reconoca a la seora Ratona como reina y hermana suya, pero lepermita de buena gana que participase de los festines; as es que dijo: "Venga, seoraRatona; ya sabe usted que puede siempre probar mi tocino." En efecto, la seora Ratona seacerc, y con sus patitas menudas fue tomando trozo por trozo lo que le presentaba la reina.Pero luego salieron todos los compadres y las tas de la seora Ratona, y tambin sus sietehijos, canalla muy traviesa, que se echaron sobre el tocino, sin que pudiera apartarlos delfogn la asustada reina. Por fortuna, presentse la camarera mayor, que espant a losimportunos huspedes, logrando as que quedase algo de tocino, el cual se reparti

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    concienzudamente en presencia del matemtico de cmara, tocando un pedacito a cada unode los embutidos.

    Sonaron trompetas y tambores; todos los potentados y prncipes presentronse vestidosde gala; unos en blancos palafrenes, otros en coches de cristales, para tomar parte en el

    banquete. El rey los recibi con mucho agrado, y, como seor del pas, sentse en lacabecera de la mesa, con cetro y corona. Cuando sirvieron las salchichas de hgado, viseque el rey palideca y levantaba los ojos al cielo, lanzando suspiros entrecortados, como sile acometiera un dolor profundo. Al probar las morcillas echse hacia atrs en el silln, setap la cara con la manos y comenz a quejarse y a gemir sordamente. Todo el mundo selevant de la mesa; el mdico de cmara trat en vano de tomar el pulso al desgraciado rey,que lanzaba lamentos conmovedores. Al fin, despus de muchas discusiones y de emplearremedios eficaces, tales como plumas de ave quemadas y otras cosas por el estilo, empezel rey a dar seales de recobrarse un poco, y, casi ininteligibles, salieron de sus labios estaspalabras: "Muy poco tocino!" La reina, inconsolable, echse a sus pies, exclamando entresollozos: "Oh, augusto y desgraciado esposo mo! Qu dolor tan grande debe ser el tuyo!A tus pies tienes a la culpable!... Castgala, castgala con dureza! Ay!... La seoraRatona, con sus siete hijos y sus compadres y sus tas, se han comido el tocino y..." La reinase desmay sin decir ms. Levantse de su asiento el rey, lleno de ira, y dijo a gritos:"Camarera mayor, cmo ha ocurrido esto?" La camarera mayor cont lo que saba, y elrey decidi vengarse de la seora Ratona y de su familia, que le haban comido el tocino desus embutidos.

    Llamse al consejero de Estado y se convino en formar proceso a la seora Ratona yencerrarla en sus dominios; pero como el rey pensaba que aun as seguiran comindosele eltocino, puso el asunto en manos del relojero y sabio de cmara. Este personaje, que precisa-mente se llamaba lo mismo que yo, Cristin Elas Drosselmeier, prometi al rey ahuyentarpara siempre del palacio a la seora Ratona y a la familia valindose de un plan ingenioso.Invent unas maquinitas al extremo de las cuales se ataba un pedazo de tocino asado, yDrosselmeier las coloc en los alrededores de la vivienda de la golosa. La seora Ratonaera demasiado lista para no comprender la intencin de Drosselmeier; pero de nada levalieron las advertencias y las reflexiones: atrados por el agradable olor del tocino, lossiete hijos de la seora Ratona y muchos parientes y compadres acudieron a las mquinasde Drosselmeier, y en el momento en que queran apoderarse del tocino veanse presos enuna jaula y transportados a la cocina, donde se los juzgaba ignominiosamente. La seoraRatona abandon, con los pocos que quedaron de su familia, el lugar de la tragedia. Lapena, la desesperacin, la idea de venganza inundaban su alma. La Corte se alegr mucho;pero la reina se preocupaba, pues conoca a la seora Ratona y saba que no haba de dejarimpune la muerte de sus hijos y dems parientes. Con efecto, un da que la reina preparabaun plato de bofes, que su augusto marido apreciaba mucho, apareci ante ella la seoraRatona y le dijo: "Mis hijos, mis tas..., toda mi parentela han sido asesinados; ten cuidado,seora, de que la reina de los ratones no muerda a tu princesita... Ten cuidado." Y, sin decirotra palabra, desapareci y no se dej ver ms. La reina se llev tal susto que dej caer a lalumbre el plato de bofes, y por segunda vez la seora Ratona fue la causa de que seestropease uno de los manjares favoritos del rey, por cuya razn se enfad mucho. Perobasta por esta noche; otro da os contar lo que queda.

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    A pesar de que Mara, que estaba pendiente del cuento, rog al padrino Drosselmeierque lo terminase, no se dej convencer, sino que, levantndose, dijo:

    Demasiado de una vez no es sano; maana os contar.

    Cuando el magistrado se dispona a salir preguntle Federico:-Padrino Drosselmeier. es verdad que t inventaste las ratoneras?

    -Qu pregunta ms estpida! -exclam la madre. Pero el magistrado sonri de un modoextrao y respondi en voz baja:

    -No soy un relojero hbil y no es natural que pueda haber inventado ratoneras?

    CONTINUACIN DEL CUENTO DE LA NUEZDURA

    -Ya sabis, hijos mos -continu el magistrado Drosselmeier a la noche siguiente-, larazn por qu la reina haca vigilar con tanto cuidado a la princesa Pirlipat. No era detemer que la seora Ratona cumpliese su amenaza y matase de un mordisco a la princesita!Las mquinas de Drosselmeier no valan de nada para la astuta seora Ratona, y elastrnomo de cmara, que al tiempo era astrlogo, trat de averiguar si la familia delMorrongo estaba en condiciones de alejar de la cuna a la seora Ratona. En consecuencia,cada una de las nieras recibi un individuo de dicha familia, que estaban destinados a la

    Corte, como consejeros de Legacin, obligndolas a tenerlos en el regazo y mediantecaricias apropiadas, hacerles ms agradable su difcil servicio.

    Una noche, a eso de las doce, una de las dos nieras particulares que permanecan juntoa la cuna cay en un profundo suelo. Todo estaba como dormido; no se oa el menorruido... Todo yaca en silencio de muerte, en el que se oa el roer del gusano de madera.Figuraos cmo se quedara la jefa de las nieras cuando vio junto a s un enorme y fesimoratn que, sentado en las patas traseras, tena la cabeza odiosa al lado de la de la princesa.Con un grito de espanto levantse de un salto... Todos despertaron; pero en el mismomomento la seora Ratona huy -ella era la que estaba en la cuna de Pirlipat- rpidamenteal rincn del cuarto. Los consejeros de Legacin echaron a correr detrs de ella, pero...

    demasiado tarde, A travs de una rendija del suelo desapareci. Pirlipat despert con elsusto llorando lastimeramente. "Gracias a Dios! -exclamaron las guardianas-. Vive!" Perogrande fue su terror cuando la miraron y vieron lo que haba sido de la linda nia. En lugarde la cabecita angelical de bucles dorados y mejillas blancas y sonrosadas apareca unacabezota informe, que coronaba un cuerpo encogido y pequeo; los ojos azules se habanconvertido en verdes, saltones y mortecinos, y la boca le llegaba de oreja a oreja. La reinapor poco se muere de desesperacin, y hubo que almohadillar el despacho del rey porque sepasaba el da dndose con la cabeza en la pared y gritando con voz quejumbrosa: "Pobre

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    de m, rey desgraciado!" Hubiera debido convencerse de que habra sido mejor comerse losembutidos sin tocino y dejar a la seora Ratona en paz con su familia debajo del fogn;pero esto no se le ocurra al padre de Pirlipat, sino que ech toda la culpa al relojero decmara y adivino Cristin Elas Drosselmeier de Nuremberg. En consecuencia, dict unaorden diciendo que conceda cuatro semanas a Drosselmeier para devolver a la princesa su

    primitivo estado, o por lo menos indicar un medio eficaz para conseguirlo, y en caso de nohacerlo as, al cabo de ese tiempo sufrira la muerte ms vergonzosa a manos del verdugo.

    Drosselmeier asustse mucho, a pesar de que confiaba en su arte y en su suerte, yprocedi desde luego a obrar con arreglo a lo que crey oportuno. Desarticul por completoa la princesita Pirlipat, inspeccion las manos y los pies y se fij en la estructura interna,resultando de sus investigaciones que la princesa sera ms monstruosa cuanto ms crecieray sin hallar medio para evitarlo. Volvi a articular a la princesa y quedse preocupado juntoa la cuna, de la cual la pobre nia no habra de salir nunca. Lleg la cuarta semana; era yamircoles, y el rey, que miraba irritadsimo al relojero, le dijo amenazador: "Cristin ElasDrosselmeier, si no curas a la princesa, morirs." Drosselmeier comenz a lloraramargamente, mientras la princesa Pirlipat parta nueces muy satisfecha. Por primera vezpens el sabio en la extraodinaria aficin de Pirlipat a las nueces y en la circunstancia deque hubiera nacido con dientes. Despus del cambio grit de un modo lamentable, hastaque, por casualidad, le dieron una nuez, que parti en seguida, comindose la pulpa yquedndose tranquila. Desde aquel momento las nieras no hacan otra cosa que darlenueces. Oh divino instinto de la Naturaleza, impenetrable simpata de todos los seres! -exclam Cristin Elas Drosselmeier-. T me indicas el camino para descubrir el secreto."Pidi permiso para tener una conversacin con el astrnomo de cmara y le condujeron a supresencia, custodiado por varios guardias. Ambos sabios se abrazaron con lgrimas en losojos, pues eran grandes amigos; retirndose luego a un gabinete apartado y registraronmuchos libros que trataban del instinto y de las simpatas y antipatas y de otras cosasocultas, Hzose de noche; el astrnomo de cmara mir las estrellas y estableci elhorscopo de la princesa Pirlipat con ayuda de Drosselmeier, que tambin entenda muchode esto. Fue un trabajo muy rudo, pues las lneas se retorcan ms y ms; por fin..., ohalegra!..., vieron claro que para desencantar a la princesa, hacindole recobrar su primitivahermosura, no tenan ms que hacerle comer la nuez Kracatuk.

    Esta nuez tena una cscara tan dura que poda gravitar sobre ella un can de cuarenta yocho libras sin romperla. Deba partirla, en presencia de la princesa, un hombre que nuncase hubiese afeitado ni puesto botas, y con los ojos cerrados darle a comer la pulpa. Slodespus de haber andado siete pasos hacia atrs sin tropezar poda el joven abrir los ojos.Tres das y tres noches trabajaron el astrnomo y Drosselmeier sin interrupcin, y estaba elrey sentado a la mesa al medioda del sbado cuando Drosselmeier, que deba serdecapitado el domingo muy de maana, presentse de repente lleno de alegra, anunciandoel medio de devolver a la princesa Pirlipat la perdida hermosura. El rey lo abrazentusiasmado, prometile una espada de diamantes, varias cruces y dos trajes de gala.. "Encuanto acabe de comer-dijo-pondremos manos a la obra; cuide, seor sabio, de que el jovensin afeitar y sin zapatos est a mano con la nuez Kracatuk, y procure que no beba vino, conobjeto de que no tropice al dar los siete pasos hacia atrs como un cangrejo; despus puedeemborracharse si quiere." Drosselmeier qued perplejo ante las palabras del rey, ytemblando vacilante, balbuce que desde luego se haba dado con el medio de desencantar

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    a la princesa, que consista en la nuez susodicha y en el mozo que la partiese, pero que anquedaba el trabajo de buscarlos, pues haba alguna duda de si se encontraran la nuez y elpartidor. Irritadsimo el rey, agit en el aire el cetro y grit con voz fiera: "En ello te va lacabeza." La suerte para el apurado Drosselmeier fue que el rey haba comido muy a gusto yestaba de buen humor para escuchar las disculpas que la reina, compadecida de

    Drosselmeier, le expuso. Drosselmeier recobr un poco de nimo y concluy por decir quehaba cumplido su misin descubriendo el medio con que poda ser curada la princesa, ycon ello crea haber ganado la cabeza. El rey repuso que eso era charlar sin sentido; pero alfin decidi, despus de tomar un vasito de licor, que

    tanto el relojero como el astrnomo se pusiesen en camino y no volviesen sin traer lanuez. El hombre para partirla poda hallarse insertando repetidas veces un anuncio en losperidicos del reino y extranjeros y en las hojas anunciadoras.

    El magistrado suspendi el relato, prometiendo contar el resto al da siguiente.

    FIN DEL CUENTO DE LA NUEZ DURAA la noche siguiente, en cuanto encendieron las luces, presentse el padrino

    Drosselmeier y sigui contando:

    -Drosselmeier y el astrnomo estuvieron de viaje quince aos sin dar con las huellas dela nuez Kracatuk. Poda estar contndoos cuatro semanas seguidas los sitios que recorrierony las cosas raras que vieron; pero no lo har ahora, y slo os dir que Drosselmeiercomenz a sentir la nostalgia de su ciudad natal, Nuremberg. Y tal nostalgia fue mayor quenunca un da que, hallndose con su amigo en medio de un bosque de Asia, fumaba unapipa de tabaco. "Oh hermosa ciudad!-quien no te haya visto nunca, -aunque haya viajadomucho, -aunque haya visitado Londres, Pars, y S. Petersburgo, -no le ha saltado nunca elcorazn -y sentir nostalgia de ti, -oh Nuremberg, hermosa ciudad, -que tiene tantas casasy ventanas bellas!" Cuando oy lamentarse tanto a Drosselmeier, sinti el astrnomo grancompasin y comenz a sus vez a lanzar tales gemidos que se podan or en toda Asia.Logr, sin embargo, rehacerse, secse las lgrimas y pregunt a su compaero: "Queridocolega, por qu nos hemos sentado aqu a llorar? Por qu no nos vamos a Nuremberg?Despus de todo, lo mismo nos da buscar la fatal nuez en un sitio que en otro." "Es verdad",respondi Drosselmeier, consolado.

    Los dos se pusieron en pie; sacudieron las pipas y se fueron derechos, desde el bosquedel centro de Asia, a Nuremberg.

    En cuanto llegaron all, dirigise Drosselmeier a casa de su primo, el fabricante demuecas, dorador y barnizador Cristbal Zacaras Drosselmeier, quien no vea hacamuchsimos aos. Contle toda la historia de la princesa Pirlipat, la seora Ratona y la nuezKracatuk, lo cual le oblig a juntar las manos repetidas veces, en medio del mayorasombro, y decir al cabo: "Ay, primo, qu cosas tan extraordinarias me cuentas!"

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    Drosselmeier continu relatando las peripecias de su largo viaje, de cmo haba pasado dosaos con el rey de las Palmeras, de cmo le despreci el prncipe de los Almendros, decmo pidi intilmente ayuda para sus investigaciones a las encinas; en una palabra, decmo por todas partes fue encontrando dificultades, sin lograr dar con la menor huella de lanuez Kracatuk. Mientras dur el relato, Cristbal Zacaras chasque los dedos varias veces,

    levantse sobre un pie solo y murmur: "Hum..., hum..., ah!..., ah! Eso sera cosa deldiablo!" Al fin, ech al aire la montera y la peluca, abraz a su primo con entusiasmo yexclam: "Primo, primo! Ests salvado; te digo que ests salvado; si no me engao, tengoen mi poder la nuez Kracatuk." Y sac una cajita, en la que guardaba una nuez dorada detamao mediano.

    "Mira -dijo enseando la nuez a su primo-, mira. La historia de esta nuez es la siguiente:hace muchos aos, en Navidad, vino un forastero con un saco lleno de nueces, que vendabaratas. Justamente delante de mi puerta empez a reir con el vendedor de nueces delpueblo, que le atacaba, molesto porque el otro vendiera su mercanca, y para defendersemejor dej el saco en el suelo. En el mismo momento un carro muy cargado pas

    por encima del saco, partiendo todas las nueces menos una, que el forastero, riendo deun modo extrao, me dijo que me venda por una moneda de plata del ao 1720.Sorprendente me pareci encontrar en mi bolsillo una moneda precisamente de aquel ao;compre la nuez y la dor, sin saber a punto fijo por qu haba pagado tan caro una simplenuez y por qu la guard luego con tanto cuidado."

    Las dudas que pudieran quedarles sobre la autenticidad de la nuez desaparecieroncuando el astrnomo mir detenidamente la cscara y descubri que en la costura estabagrabada en caracteres chinos la palabra Kracatuk. La alegra de los viajeros fue inmensa, yel primo considerse el hombre ms feliz de la tierra, pues Drosselmeier le asegur quehaba hecho su suerte y que, adems de una pensin fija podra tener cuanto oro quisiesepara dorar. El relojero y el astrnomo se pusieron los gorros de dormir y se iban a la cama,cuando el ltimo, es decir, el astrnomo, dijo: "Apreciable colega: una alegra no vienenunca sola; yo creo que hemos encontrado, juntamente con la nuez Kracatuk, el joven quedebe partirla para que la princesa recobre su hermosura. Me refiero al hijo de su primo deusted. No quiero dormir -continu-, sino que voy a leer el horscopo del joven." Quitse elgorro de dormir y se puso a hacer observaciones.

    El hijo del primo era un muchacho fornido y simptico, que no se haba afeitado todavay nunca haba usado botas. Cuando ms joven, fue durante un par de Navidades un muecode guiol, cosa que ya no se le notaba merced a los solcitos cuidados de su padre. En losdas de Navidad usaba un traje rojo con muchos dorados, una espada, el sombrero debajodel brazo y una peluca muy rizada con redecilla. As se luca en la tienda de su padre, y porgalantera parta nueces para las muchachas por los cual le llamaban el lindo deCascanueces.

    A la maana siguiente cogi el astrnomo al sabio por los cabezones y le dijo: "Es l...,ya lo tenemos.., lo hemos hallado. Slo nos quedan dos cosas que prever: la primera es quecreo yo se debe colocar al joven una trenza de madera unida a la mandbula inferior, conobjeto de sujetarla bien; y la segunda que cuando lleguemos a la Corte debemos ocultar con

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    sumo cuidado que llevamos con nosotros al joven que ha de partir la nuez Kracatuk. Heledo en su horscopo que cuando el rey vea que algunos se rompen los dientes tratando departirla sin resultado ofrecer al que lo consiga, y con ello devolver la perdida hermosura ala hija, la mano de sta y los derechos de sucesin al trono." El primo fabricante demuecas quedse encantado ante la perspectiva de que su hijo pudiese ser prncipe

    heredero de un trono, y se confi en absoluto a los embajadores, la trenza que Drosselmeiercoloc a su sobrino result muy bien; tanto, que mediante aquel refuerzo poda partir hastalos dursimos huesos de los melocotones.

    En el momento en que Drosselemeier y el astrnomo anunciaron a la Corte el hallazgode la nuez se hicieron todos los preparativos necesarios, y en cuanto llegaron con elremedio para la perdida belleza, encontraron reunidos a una porcin de jvenes, entre loscuales figuraban bastantes prncipes que, confiando en sus fuertes dientes, trataban dedesencantar a la princesa. Los embajadores asustronse no poco cuando volvieron a ver aPirlipat. El cuerpecillo, con sus manos y sus pies casi invisibles, apenas si poda sostener laenorme cabeza, la fealdad del rostro estaba aumentada an por una especie de barba dealgodn que le haba puesto alrededor de la barbilla y de la boca. Todo ocurri como estabapredicho en el horscopo. Una barbilampio tras otro, calzados con zapatos, fueronestropendose los dientes y las mandbulas con la nuez Kracatuk, sin conseguir nadaprctico; y cuando eran retirados, casi sin sentido, por el dentista nombrado al efecto,decan suspirando: "Qu nuez tan dura!" En el momento en que el rey, dolorido y tristeprometi al que desencatara a su hija la mano de la princesa y su reino, apareci el jovenDrosselmeier de Nuremberg, que pidi le fuera permitido hacer la prueba. Ninguno como lhaba agradado a la princesa Pirlipat; as es que se coloc las manos sobre el corazn ysuspirando profundamente dijo: "Ah, si fuera ste el que partiera la nuez y se convirtieraen mi marido!"

    Despus que el joven Drosselmeier hubo saludado cortsmente al rey, a la reina y a laprincesa Pirlipat, tom de manos del maestro de ceremonias la nuez Kracatuk, metisela sinms entre los dientes, apret y... crac!, la cscara se parti en cuatro. Limpi la pulpa delos fragmentos de cscara que quedaban adheridos y, con una humilde reverencia, se laentreg a la princesa, cerrando inmediatamente los ojos y comenzando a andar hacia atrs.La princesa se comi en seguida la nuez y, oh maravilla!, en el momento desapareci lahorrible figura, dejando en su lugar la de una joven angelical, cuyo rostro pareca hecho deazucena y rosas mezclado con capullos de seda; los ojos, de un brillante azul; los cabellos,de oro puro. La trompetas y los tambores mezclaron los sonidos a los gritos de jbilo delpueblo. El rey y toda la Corte bailaron en un pie, como el da del nacimiento de Pirlipat, yla reina hubo de ser socorrida con agua de Colonia, porque perdi el sentido de alegra.

    El gran barullo desconcert un poco al joven Drosselmeier, que an no haba terminadosus siete pasos; logr dominarse, y ech el pie derecho para dar el paso sptimo; en elmismo instante sali chillando la seora Ratona de una rendija del suelo, de modo que aldejar caer el pie el joven Drosselmeier la pis, tropezando de tal manera que por poco secae. Qu torpeza! Apenas puso el pie en el suelo, qued tan cambiado como antes loestuviera la princesa Pirlipat. El cuerpo se le qued encogido y apenas si poda sostener laenorme cabeza con ojos saltones y la boca monstruosa y abierta. En vez de trenza, lecolgaba a la espalda una capita que estaba unida a la mandbula inferior. El relojero y el

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    astrnomo estaban fuera de s de miedo y de rabia, viendo con gusto que la seora Ratonayaca en el suelo cubierta de sangre. Su maldad no quedara sin castigo, pues el jovenDrosselmeier le dio en la cabeza con el tacn de su zapato, hirindola de muerte.Agonizando ya, quejbase de un modo lastimero, diciendo: "Oh Kracatuk, nuez dura causade mi muerte! Hi, hi, hi! hermoso Cascanueces, tambin a ti te alcanzar la muerte, Mi

    hijito, el de las siete coronas, dar su merecido a Cascanueces y vengar en ti a su madre.Vive tan contento y tan colorado; me despido de ti en las ansias de la muerte." Y acabadode decir esto, muri la seora Ratona y fue sacada del calentador real.

    Nadie se haba ocupado del pobre Drosselmeier; la princesa record al rey su promesade darle por esposa al vencedor, y entonces se mand llamar al joven hroe. Cuando sepresent el desgraciado en su nuevo aspecto, la princesa se cubri el rostro con las manos,exclamando: "Fuera, fuera el asqueroso Cascanueces!" El mayordomo mayor le cogi delos hombros y lo ech fuera del saln. El rey se enfureci mucho al pensar que le habanquerido dar por yerno a un cascanueces: ech toda la culpa de lo ocurrido al relojero y alastrnomo y los mand desterrar del reino. Esta parte no figuraba en el horscopo que elastrnomo leyera en Nuremberg; no por eso se abstuvo de observar las estrellas,parecindole leer en ellas que el joven Drosselmeier se portara tan bien en su nuevasituacin que a pesar de su grotesca figura, llegara a ser prncipe rey. Su deformidad no sedesaparecera hasta que cayese en su poder el hijo de la seora Ratona, que despus de lamuerte de los otros siete haba nacido con siete cabezas y ahora era rey, y cuando una damalo amase a pesar de su figura. Seguramente habr podido verse al pobre Drosselmeier enNuremberg, en Navidad, en la tienda de su padre, como cascanueces al mismo tiempo quecomo prncipe. Este es, queridos nios, el cuento de la nuez dura, y de aqu viene el que lagente, cuando encuentra difcil una cosa, suela decir: "Qu nuez tan dura!" y tambin elque los cascanueces sean tan feos.

    As termin el magistrado su relato.

    Mara sac en consecuencia que la princesa Pirlipat era una nia muy cruel ydesagradecida. Federico, por el contrario, era de opinin que si Cascanueces quera volver aser un guapo mozo deba no andarse en contemplaciones con el rey de los ratones y notardara en recobrar su primitiva figura.

    TO Y SOBRINO

    Si alguno de mis lectores y oyentes se ha cortado con un cristal, sabr por experiencia lomala cosa que es y lo que tarda en curarse. Maria tuvo que pasarse una semana en la cama,porque en cuanto trataba de levantarse sentase muy mal. Al fin, sin embargo, se pusobuena, y pudo, como antes, andar de un lado para otro. En el armario de cristales todaestaba muy bonito, pues haba rboles y flores y casas nuevas y tambin lindas muecas.Pero lo que ms le agrad a Mara fue encontrarse con su querido Cascanueces, que lesonrea desde la segunda tabla, enseando sus dientecillos nuevos. Conforme estabamirando a su preferido, record con tristeza todo lo que el padrino les haba contado de la

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    historia de Cascanueces y de sus disensiones con la seora Ratona y su hijo. Ella saba quesu muequito no poda ser otro que el joven Drosselmeier de Nuremberg, el sobrinoquerido de su padrino, embrujado por la seora Ratona. Y tampoco le caba a la nia lamenor duda de que el relojero de la Corte del padre de Pirlipat no era otro que elmagistrado Drosselmeier.

    -Pero por qu razn no acude en tu ayuda tu to? Por qu? -exclamaba tristemente alrecordar, cada vez con ms viveza, que en la batalla que presenciara se jugaron la corona yel reino de Cascanueces-. No eran sbditos y no era cierto que la profeca del astrnomode cmara se haba cumplido y que el joven Drosselmeier era rey de los muecos?

    Mientras la inteligente Mara daba vueltas en su cabecita a estas ideas, parecile queCascanueces y sus vasallos, en el mismo momento en que ella los consideraba comos seresvivos, adquiran vida de verdad y se movan. Pero no era as: en el armario todo permanecatranquilo y quieto y Mara vise obligada a renunciar a su convencimiento ntimo, aunquedesde luego sigui creyendo en la brujera de la seora Ratona y de su hijo, el de las sietecabezas. Y dirigindose al Cascanueces le dijo:

    -Aunque no se pueda usted mover ni decirme una palabra, querido seor Drosselmeier,s de sobra que usted me comprende y sabe lo bien que lo quiero; cuente con mi adhesinpara todo lo que usted necesite. Por lo pronto voy a pedir al padrino que, con su habilidad,le ayude en lo que sea necesario.

    Cascanueces permaneci quieto y callado; pero a Mara le pareci que en el armario seoa un suspiro suavsimo, apenas perceptible, que al chocar con los cristales produca tonosmelodiosos, como de campanitas, y crey escuchar las palabras siguientes: "Mara, angelitode mi guarda..., he de ser tuyo y t ma."

    Mara sinti un bienestar dulcsimo en medio de un estremecimiento que recorri todosu ser.

    Anocheci. El consejero de Sanidad entr con el padrino Drosselmeier, y a poco Luisaprepar el t y toda la familia se reuni alrededor de la mesa, hablando alegremente. Marafue a buscar su silloncito en silencio y se coloc a los pies del padrino Drosselmeier.Cuando todo el mundo se call, Mara mir con sus grandes ojos azules muy abiertos alpadrino y le dijo:

    -Ya s, querido padrino, que mi Cascanueces es tu sobrino, el joven Drosselmeier deNuremberg. Ha llegado a prncipe, mejor dicho a rey, cumplindose la profeca de tu amigoel astrnomo; pero, corno t sabes perfectamente, est en lucha abierta con el hijo de laseora Ratona, con el horrible rey de los ratones. Por qu no lo ayudas?

    Mara le volvi a referir toda la batalla que ella presenciara, vindose interrumpidavarias veces por las carcajadas de su madre y de Luisa. Solamente Federico y Drosselmeierpermanecieron serios.

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    -De dnde se ha sacado todas esas tonteras esta chiquilla? -dijo el consejero deSanidad.

    -Es que tiene una imaginacin volcnica -repuso la madre-. Todo ello no son ms quesueos producidos por la fiebre.

    -Nada de eso es cierto -exclam Federico-; mis hsares no son tan cobardes. Por el bajManelka! Cmo iba yo a consentir semejante cosa?

    Sonriendo de un modo especial, tom Drosselmeier en brazos a la pequea Mara y ledijo, con ms dulzura que nunca:

    -Hija ma: t posees ms que ninguno de nosotros: t has nacido princesa, como Pirlipat,y reinas en un reino hermoso y brillante. Pero tienes que sufrir mucho si quieres proteger alpobre y desfigurado Cascanueces, pues el rey de los ratones lo ha de perseguir de todos

    modos y por todas partes. Y no soy yo quien puede ayudarle, sino t; t sola puedessalvarle; s fuerte y fiel. Ni Mara ni ninguno de los dems supo lo que quera decirDrosselmeier con aquellas palabras. Al consejero de Sanidad le chocaron tanto que,tomando el pulso al magistrado, le dijo:

    -Querido amigo, usted padece de congestin cerebral; voy a recetarle algo.

    La madre de Mara movi la cabeza, pensativa, y dijo: -Yo me figuro lo que elmagistrado quiere decir, pero no lo puedo expresar con palabras corrientes.

    LA VICTORIA

    No haba transcurrido mucho tiempo cuando Mara se despert, una noche de luna, porun ruido extrao que pareca salir del rincn de su cuarto. Era como si tiraran

    y rodasen piedrecillas y como si al tiempo sonasen unos chillidos agudos.

    -tos ratones, los ratones! -exclam Mara, asustada.

    Y pens en despertar a su madre; pero ces el ruido y no se atrevi a moverse.

    Por fin vio cmo el rey de los ratones trataba de pasar a travs de una rendija y cmolograba penetrar en el cuarto, con sus siete coronas y sus ojillos chispeantes, y

    de un salto se colocaba en una mesita junto a la cama de Mara. "Hi..., hi..., hi?...; dametus confites..., dame tu mazapn, linda nia...; si no, morder a tu Cascanueces." As decael rey de los ratones en sus chillidos, rechinando al mismo tiempo los dientes de un modo

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    espantoso y desapareciendo a los pocos momentos por el agujero. Mar''=.a se angusti tantocon aquella aparicin que al da siguiente estaba plida y ojerosa, y, muy conmovida,

    apenas se atreva a pronunciar palabra. Cien veces pens quejarse a su madre, a Luisa o,por lo menos a Federico de lo que le haba ocurrido; pero pens:

    -No me van a creer y adems se van a rer de m. Comprenda claramente que parasalvar a Cascanueces tenia que dar confites y mazapn, y a la noche siguiente coloc cuantoposea en el borde del armario. Por la maana, la consejera de Sanidad dijo:

    -Yo no s por dnde entran los ratones en la casa; pero mira, Mara, lo que han hechocon tus confites: se los han comido todos.

    As era en efecto. El mazapn relleno no haba sido' del gusto del glotn rey de losratones, de suerte que slo lo haba rodo con sus dientes afilados y, por tanto, no haba msremedio que tirarlo. Mara no se preocup para nada de sus golosinas; al contrario,

    mostrbase muy contenta porque crea haber salvado as a su Cascanueces. Pero cul nosera su susto cuando a la noche siguiente volvi a or chillar junto a sus odos. El rey de losratones estaba otra vez all, y sus ojos brillaban ms asquerosos an que la noche anterior, yrechinaba los dientes con ms fuerza, diciendo: "Me tienes que dar azcar... y tus muecasde goma, niita, pues si no morder a tu Cascanueces." Y en cuanto hubo pronunciado talespalabras desapareci por el agujero.

    Mara qued afligidsima. A la maana siguiente fue al armario y contempl susmuecos de azcar y de goma. Su dolor era muy explicable, porque no te puedes imaginar,querida lectora, las figuritas tan monas de azcar y de goma que tena Mara Stahlbaum.Adems de un pastorcillo muy lindo, con su pastorcita, y un rebao completo de ovejitasblancas como la leche, que pastaba acompaado de un perro saltarn y alegre, haba doscarteros con cartas en la mano y cuatro parejas de jovenzuelos y muchachitas vestidas decolorines, que se balanceaban en un columpio ruso. Detrs de unos bailarines asomaba elgranjero Tomillo con la Doncella de Orlens, los cuales no eran muy del agrado de Mara;pero en el rinconcito estaba un nene de mejillas coloradas: su predilecto. Las lgrimasasomaron a los ojos de la pobre Mara.

    -Ay! -exclam dirigindose al Cascanueces-, Querido seor Drosselmeier, qu nohara yo por salvarlo? Pero, la verdad, esto es demasiado duro.

    Cascanueces tena un aspecto tan triste, que Mara, que crea ver al repugnante rey de losratones con sus siete bocas abiertas lanzndose sobre el desgraciado joven, decidisacrificarlo todo.

    Aquella noche coloc todos sus muecos de azcar en el borde del armario, comohiciera la noche anterior con los confites. Bes al pastor, a la pastora, a los borreguitos y,por ltimo, cogi a su predilecto, el muequito de goma de los carrillos colorados,colocndolo detrs de todos. El granjero Tomillo y la Doncella de Orlens ocuparon laprimera lnea.

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    -Esto es demasiado -dijo la consejera de Sanidad a la maana siguiente-. Debe de haberanidado en el armario algn ratn grande y hambriento, pues todos los muecos de azcarde la pobre Mara estn rodos y deshechos.

    Mara no lograba contener las lgrimas, pero al fin consigui sonrer, pues pens: "Con

    esto, seguramente, estar salvado Cascanueces."Cuando por la noche la seora contaba al magistrado la fechora y manifestaba su

    creencia de que en el armario deba de esconderse un ratn, dijo su marido:

    -Es terrible que no podamos acabar con el asqueroso ratn que se oculta en el armario yse come las golosinas de Mara.

    -Mira -exclam Federico muy satisfecho-: el panadero de abajo tiene un magnficoconsejero de legacin gris; voy a subirlo; l pondr las cosas en orden y se comer al ratn,aunque sea la misma seora Ratona o su hijo el rey de las siete cabezas.

    -S -repuso la madre riendo-, y se subir encima de las sillas y de las mesas, y tirar losvasos y las tazas, y har mil fechoras por todas partes.

    -De ninguna manera -replic Federico-. El gato del panadero es muy hbil; ya quisierayo saber andar con tanta suavidad como l por tos tejados.

    -No traigis un gato por la noche -exclam Luisa, que no poda sufrir a tales animalitos.

    -Realmente -dijo el padre-, Federico tiene razn; pero tambin podemos colocar unaratonera. No tenemos alguna?

    -Nos la puede hacer el padrino, que es el inventor de ellas -dijo Federico.

    Todos rieron la ocurrencia; y ante la afirmacin de la madre de que en la casa no habaninguna ratonera, declar el magistrado que l tena varias, y se fue en seguida a su casa abuscar una de las mejores.

    Federico y Mara recordaban el cuento de la nuez dura. Y cuando la cocinera preparabael tocino, Mara comenz a temblar y a estremecerse, y dijo:

    -Seora reina, tenga cuidado con la seora Ratona y su familia.

    Y Federico, desenvainando su sable, exclam:

    -Que vengan, si quieren, que yo los espantar. Todo permaneci tranquilo debajo delfogn. Cuando el magistrado hubo concluido de poner el tocino en el hilo y coloc laratonera en el armario, djole Federico:

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    -Ten cuidado, padrino relojero, no vaya a ser que el rey de los ratones te juegue unamala pasada.

    Qu mal lo pas Mara a la noche siguiente! Una cosa fra como el hielo le tocaba en elbrazo, posndose asquerosa en sus mejillas y chillando a su odo. El repugnante rey de los

    ratones estaba sobre su hombro, y babeaba de color rojo sanguinolento por sus siete bocasabiertas, y castaeteando y rechinando sus dientecillos murmuraba al odo de Mara:"Ssss..., sss!; no ir a la casa..., no ir a comer..., no caer en la trampa..; sss! dame tulibro de estampas.. y adems tu vestidito nuevo, y si no, no te dejar en paz. Has de saberque si no me haces caso morder a Cascanueces. Hi..., hi..., hi!... .

    Mara quedase muy triste y apesadumbrada, y por la maana estaba palidsima cuandosu madre le comunic: -El pcaro ratn no ha cado.

    Y suponiendo la buena seora que la causa de la tristeza de Mara era la prdida de susgolosinas, aadi: -Pero, pierde cuidado, querida ma, que ya lo cogeremos. Si no valen lasratoneras, acudiremos al gato gris de Federico.

    En cuanto Mara se vio sola en la habitacin, acercse al armario de cristales y,suspirando, dijo al Cascanueces:

    -Querido seor Drosselmeier: qu puede hacer por usted esta desgraciada nia? Si ledoy al asqueroso rey de los ratones mis libros de estampas y el vestidito que me trajo elNio Jess, me seguir pidiendo cosas hasta que no tenga ya nada que darle, y me muerda am en vez de morderle a usted. Pobre de m! Qu har..., qu har? Llorando ylamentndose, la pequea Mara not que de la noche famosa le quedaba al Cascanuecesuna mancha de sangre en el cuello. Desde el momento en que Mara supo que elCascanueces era el joven Drosselmeier, el sobrino del magistrado, no lo llevaba en brazosni lo besaba ni acariciaba; es ms: por una especie de respeto, ni se atreva a tocarlo. Esteda, sin embargo, lo tom con mucho cuidado de la tabla en que estaba y comenz a frotarlela mancha con su pauelo. Qu emocin la suya

    cuando observ que Cascanueces adquira calor en sus manos y empezaba a moverse!Muy de prisa volvi a ponerlo en el armario, y entonces oy que deca muy bajito:

    -Querida seorita de Stahlbaum, respetada amiga ma, cmo le agradezco todo!... No,no sacrifique usted sus libros de estampas ni su vestido nuevo...; proporcineme unaespada..., una espada; lo dems corre de mi cuenta.

    Aqu perdi Cascanueces el habla; y sus ojos, que adquirieran cierta expresin demelancola, volvieron a quedarse fijos y sin vida.

    Mara no sinti el menor miedo; antes por el contrario, tuvo una gran alegra al saber unmedio para salvar al Cascanueces sin mayores sacrificios. Pero de dnde podra sacar unaespada para el pobre pequeo? Decidi tomar consejo de Federico; y por la noche, luego dehaberse retirado los padres y sentados los dos junto al armario, le cont todo lo que le haba

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    ocurrido con el Cascanueces y con el rey de los ratones y la manera como crea podersalvar al primero. Nada preocup tanto a Federico como el saber lo mal que sus hsares seportaron en la batalla. Pregunt de nuevo a su hermana si estaba segura de lo que afirmaba,y cuando Mara le dio su palabra de que cuanto deca era la verdad, acercse Federico alarmario de cristales, dirigi a sus hsares un discurso pattico y, para castigarlos por su

    cobarda y su egosmo, les quit del quepis la divisa y les prohibi tocar la marcha de loshsares de la Guardia durante un ao. Despus que hubo ordenado el castigo, volvise aMara y le dijo:

    -En cuanto a lo del sable, yo puedo ayudar a Cascanueces. Ayer precisamente heretirado a un coronel de coraceros, concedindole una pensin, y, por tanto, ya no necesitaespada.

    El susodicho coronel disfrutaba su retiro en el ms oculto rincn de la tabla superior; allfueron a buscarlo. Le quitaron el sable, con incrustaciones de plata, y se lo colgaron aCascanueces.

    Mara no pudo dormir aquella noche de puro miedo. A eso de las doce parecile or en elgabinete ruidos extraos. De pronto oy un chillido.

    -El rey de los ratones! El rey de los ratones! -exclam Mara; y salt de la camahorrorizada.

    Todo estaba en silencio; pero a poco llamaron suavemente a la puerta y escuchse unavocecilla tmida: -Respetada seorita de Stahlbaum, abra sin miedo... Le traigo buenasnoticias.

    Mara reconoci la voz del joven Drosselmeier. Echse el vestido y abri la puerta.Cascanueces estaba delante de ella, con la espada ensangrentada en la mano derecha y unabuja en la izquierda. En cuanto vio a Mara, puso la rodilla en tierra y dijo:

    -Vos, seora, habis sido la que me habis animado y armado mi brazo para vencer alinsolente que se haba permitido insultaros. Vencido y revolcndose en su sangre yace eltraidor rey de los ratones. Permitid, seora, que os ofrezca el trofeo de la victoria y dignaosaceptarlo de manos de vuestro rendido caballero.

    Y al decir estas palabras dej ver las siete coronas de oro del rey de los ratones, quellevaba en el brazo izquierdo, entregndoselas a la nia, que las tom llena de alegra.

    Cascanueces se puso en pie y continu:

    -Respetada seorita de Stahlbaum: ahora que mi enemigo est vencido, tendra sumogusto en mostrarle una porcin de cosas bellas si tiene la bondad de seguirme unos pasos.Hgalo, hgalo, querida seorita.

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    EL REINO DE LAS MUECAS

    Me parece a m, queridos lectores, que ninguno de vosotros habra vacilado en seguir albuen Cascanueces, que no era fcil tuviese propsitos de causaros mal alguno. Mara lohizo as, con tanto mayor ganas cuanto que saba poda contar con el agradecimiento de

    Cascanueces y estaba convencida de que cumplira su palabra hacindole ver multitud decosas bellas. Por lo tanto, dijo:

    -Ir con usted, seor Drosselmeier, pero no muy lejos ni por mucho tiempo, pues no hedormido nada.

    -Entonces tomaremos el camino ms corto, aunque sea el ms difcil -respondiCascanueces.

    Y ech a andar delante, siguindole Mara, hasta que se detuvieron frente al granarmario del recibimiento. Mara quedse asombrada al ver que las puertas del armario,

    habitualmente cerradas, estaban abiertas de par en par, dejando al descubierto el abrigo depiel de zorra que el padre usaba en los viajes y que colgaba en primer trmino. Cascanuecestrep con mucha agilidad por los adornos y molduras, hasta que pudo alcanzar el hermosohopo que, sujeto por un