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EL SORTEO Tenía a la sazón, treinta y tres años y mantenía muy bien el juvenil cabello castaño “herencia de familia” solía decir. Trabajaba en un ámbito gobernado por damas. Una jefa mujer regordeta y divorciada, aunque aún bien parecida le daba órdenes, que el cumplía lo mejor que podía, siempre deseando llamar la atención de aquella fémina que lo dominaba y de quien un “bien hecho Juan” era suficiente para apaciguar, junto con la imaginación, algunas noches solitarias. Las demás mujeres del banco, sección de créditos, de quienes se había enamorado y desamorado por turnos, aunque con constantes reincidencias, le hacían preguntas ociosas con relación a sus aventuras amorosas, como cuanto duró con determinada chica y concluyendo que el romance más largo fue de 5 meses. Amorío terminado, ante el solo indicio de desaprobación por parte de la jefa del departamento, aquella cincuentona dotada de abundantes carnes. No acostumbraba beber alcohol, rasgo extraño en un soltero. Sus días pasaban sin ninguna novedad en aquella oficina administrativa: llegadas constantes de mensajeros, clientes con documentos importantes (al menos para ellos), rechazo de préstamos. Algún ramo de flores ocasional para alguna de las chicas de la oficina promovía un gran revuelo y el cacareo constante de estas tratando de averiguar su procedencia: motivo y resultado, que seguro seria el mal comportamiento de algún novio. Tampoco bebía café, no desde aquella vez que, dentro del brebaje oscuro y misterioso, camuflada, había encontrado una tijereta hervida; prefería el té con una cucharilla de azúcar, por un tiempo había intentado agregarle leche “al estilo inglés”, pero su estómago se negó en el acto, resultado: dos días de fluidez pestilente. Ocurrió en una de las muchas tardes, hasta su oficina llegó un mensajero con varios sobres en la mano, miró para todos lados, hasta que divisó a Juan. El mensajero se le acercó, con una grata sonrisa de complicidad, y le entregó un sobre, no sin antes preguntar, si había algún otro funcionario “varón” en la oficina. Con una negativa rotunda el mensajero partió dejando intrigado al

Cuentos TIPO Lispector

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cuentos QUE SE EMULARON A LOS DE Lispector.

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EL SORTEOTenía a la sazón, treinta y tres años y mantenía muy bien el juvenil cabello castaño “herencia de familia” solía decir. Trabajaba en un ámbito gobernado por damas. Una jefa mujer regordeta y divorciada, aunque aún bien parecida le daba órdenes, que el cumplía lo mejor que podía, siempre deseando llamar la atención de aquella fémina que lo dominaba y de quien un “bien hecho Juan” era suficiente para apaciguar, junto con la imaginación, algunas noches solitarias. Las demás mujeres del banco, sección de créditos, de quienes se había enamorado y desamorado por turnos, aunque con constantes reincidencias, le hacían preguntas ociosas con relación a sus aventuras amorosas, como cuanto duró con determinada chica y concluyendo que el romance más largo fue de 5 meses. Amorío terminado, ante el solo indicio de desaprobación por parte de la jefa del departamento, aquella cincuentona dotada de abundantes carnes.

No acostumbraba beber alcohol, rasgo extraño en un soltero. Sus días pasaban sin ninguna novedad en aquella oficina administrativa: llegadas constantes de mensajeros, clientes con documentos importantes (al menos para ellos), rechazo de préstamos. Algún ramo de flores ocasional para alguna de las chicas de la oficina promovía un gran revuelo y el cacareo constante de estas tratando de averiguar su procedencia: motivo y resultado, que seguro seria el mal comportamiento de algún novio.

Tampoco bebía café, no desde aquella vez que, dentro del brebaje oscuro y misterioso, camuflada, había encontrado una tijereta hervida; prefería el té con una cucharilla de azúcar, por un tiempo había intentado agregarle leche “al estilo inglés”, pero su estómago se negó en el acto, resultado: dos días de fluidez pestilente.

Ocurrió en una de las muchas tardes, hasta su oficina llegó un mensajero con varios sobres en la mano, miró para todos lados, hasta que divisó a Juan. El mensajero se le acercó, con una grata sonrisa de complicidad, y le entregó un sobre, no sin antes preguntar, si había algún otro funcionario “varón” en la oficina. Con una negativa rotunda el mensajero partió dejando intrigado al empleado bancario, quien al revisar el sobre, tamaño oficio y sin más señas, notó que no tenía nombre: “a lo mejor una equivocación”

Con todo, Juan abrió cuidadosamente el sobre, porque tal vez debería devolverlo. Inmediatamente una mueca de sorpresa dibujó su rostro moreno, al hallar una esquela que le deseaba muchas felicidades por la suerte inconmensurable de la que era portador, pues había ganado un concurso “Buscando el amor incandescente” con la promesa que encontraría el amor verdadero. Obviamente que primero debería comunicarse con un número telefónico. Juan examinó el anuncio con suspicacia y pensó eso de ¿sorteo? nunca había participado en ninguno y mucho menos buscando amor. Él pensó que se trataría a lo mejor de una broma de alguna de sus compañeras, pues ellas siempre le cuestionaban acerca de sus relaciones e intentaban que saliera a divertirse más seguido o tal vez sería su jefa; pero su mente se disipó con dos palabras ¡qué tontería! En el acto estrujó el papel y el sobre arrojándolos al cesto de la basura.

Al terminar el día Juan recordó la última oración de la esquela que le advertía que su premio caducaba a las nueve de la noche de ese día jueves quince de 20…. Ni la invitación para la noche de clásicos, por parte de una de sus compañeras de trabajo, seguida de un chascarrillo, que hacía

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referencia a su religión y a su calidad de monje, precedida de una carcajada logró ahogar el pensamiento de Juan.

¿Qué podía perder? La curiosidad y un impulso mecánico atrajeron el arrugado papel a su mano y marcó al teléfono del sorteo. El lugar no parecía la de un concurso, pero que sabía el de eso. Música de moda y a todo volumen….déjame entrar a ese corazón que le falta amor… déjame, déjame… luces parpadeantes, olor a cigarrillo y a un perfume ambiental. Un mozo se le acercó y preguntó por su nombre, Juan lo dio sin meditar en ninguna explicación o reproche, si se trataba de una broma nadie podría decir que se había acobardado. Mujeres, iban y venían, acompañadas todas, de seguro que ahí se podría encontrar el amor verdadero. Pasado un rato, alguien llamo su nombre y Juan fue conducido a un ambiente privado.

El tal ambiente era pequeño, tenía un sillón relativamente cómodo y una mesa al medio con dos botellas de cerveza. Juan miró con recelo ese líquido dorado, unos minutos después el mismo mozo entró acompañado por una mujer de cabello rubio, su pequeña falda dibujaba perfectamente sus piernas largas, florecientes y con una cara angelicalmente maquillada con alegres colores. El mozo se acercó a Juan y al oído le preguntó si quería otro nuevo sorteo. El respondió que: ¡ni hablar de eso! ¿Cómo podría desairar a una señorita tan vaporosamente vestida? Rechazar al amor… ¡noo! La cita continuó y ayudados por el alcohol, para la nueva pareja, ya no había cohibimiento alguno, solo recuerdos vagos de alguna borrachera universitaria. Ambos bailando, risas coqueteos, cercanía, aliento delicioso y femenino, piel que se pegaba y despegaba, besos… besos, un nombre: Milenka ¿amor? Sofoco, delirio de haber encontrado el alma gemela en una mujer que también había acudido al sorteo del amor. Juan despertó con una palmada en el hombro y la factura de lo consumido y gozado, algo sin duda necesario después de haberse beneficiado con el sorteo y el uso de los ambientes propiciados.

Al día siguiente, Juan vio llegar a sus compañeras de trabajo con los estragos de la desvelada en los rostros. Por primera vez miró detenidamente a su jefa y sintió repulsión por esa cara mal maquillada, tan distinta a la de su Milenka. Por las bromas viperinas acerca de su castidad, entendió que ellas nada tenían que ver con el sorteo, El trabajo se le hizo más fácil en espera del jueves. Con un ramo de rosas, llegó al lugar conocido buscando a Milenka, que no estaba, seguramente él se había comportado mal y pensó: ¡la cerveza!, indispuesto se sentó y pronto una jovencita morena se le acercó para ofrecerle su compañía. Aun principio Juan sintió el pudor del novio respetuoso, pero luego de la quinta copa de alcohol, decidió olvidarse de Milenka y concentrarse en Dulce a la que le regaló las rosas. Risas, coqueteos, cercanía, aliento con aliento, besos, caricias, la fricción de caderas morenas y la visión del encuentro de un nuevo amor. Despertó y pago la cuenta, esta vez no se afligió de no encontrar a su lado a su acompañante, seguro la encontraría la próxima semana, y no le importaba. Todos los sorteos de jueves le sabían amargos como el té al estilo inglés. Tentar de nuevo a la suerte, una cara linda y labios carnosos y la mano de Juan debajo de la pollerita, el descubrimiento de la reciedumbre de ese ser… déjame entrar a ese corazón que le falta amor… déjame, déjame… la taumaturgia de la vida, ¿sabor amargo, otra vez? Tal vez no. Juan se sentía afortunado en el amor.

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Boy interrupted

Todo comenzó en febrero cuando fui a comprar mis útiles de colegio. Mamá dijo que

íbamos con el único propósito de conseguir artefactos instructivos para enriquecer mi

mente, o algo por el estilo; asumí que eso fue una indirecta de que no íbamos a pasar por la

tienda de la comercio, donde mi caserita me vende modelos transformer. Vendía. No sé si

importe ese dato; después de lo que pasó ese día nunca más toqué uno de esos. Ya

habíamos comprado todo lo señalado en la larga lista. Podría haberlo hecho sin ella, porque

voy por los quince años y todos mis amigos ya tienen permiso para salir hasta tarde; no

entiendo por qué mi madre me decía que todavía era muy joven. Ya con las bolsas llenas de

cuadernos y libros, salimos del lugar y ví una cara familiar. No era uno de mis amigos (con

los de mi grupo nos reconocemos al tiro y tenemos nuestro saludo especial, con las manos y

todo). Era alguien más; era ella, la chica nueva de mi paralelo. “Lula”, le decían de apodo,

pero Luz Laura era su nombre. Me acuerdo que Coco, mi hermanazo, me dijo que venía de

un colegio de la zona sur; ya sabes, de los jailas. Honestamente, verla no me importó en ese

momento; no entendía todavía qué era lo que tenían algunas de las chicas, que los atontaban

a mis cuates. Desde séptimo de primaria que se planeaban bodas en el curso cuando tocaba

recreo y eso a mí me parecía una reverenda bobada. Las chicas organizaban esas

barbaridades, pero eso no es lo peor: los chicos participaban en ellas. Una de esas veces no

pude entrar a sacar mi comida de la mochila ya que solo podía entrar si pagaba por la

invitación o algo así. No iba a pagar para ver a dos mensos besuquearse por primera vez. La

cosa se puso peor cuando mis cuates se metieron en esa onda. Luchito ya no iba por las

noches al internet de la esquina para jugar dota con el grupo, porque se había conseguido

una ñata del San Calixto mayor que él. Dijo que había cosas mejores que hacer. Luego fue

el Chelito el que empezó a faltarse por una del Don Bosco, y así quedamos Coco y yo, pero

no duró mucho. Un mes luego fue la boda del Coco (en el aula), tuve que hacer de padrino

y entregar unos anillos de esos que vienen en los huevitos de chocolate por pascua. No

sabía de donde más conseguir. Su ñata del coco me miró feo cuando los entregué y me dijo

que podría haber comprado algo mejor. Le dije que combinaba con el aula, y desde ese día

Coco ya no fue a jugar dota los viernes. Se casó a tres semanas de conocerla en clases, este

precoz. Salir a comprar cosas con mi mamá sin discutirle era la escasa vida social que tenía;

no andaba por demás tener un poco de compañía alguna tarde de colegio. Y bien, ahí estaba

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la Lula a cortos metros de distancia. Al principio no me importó si nos saludábamos o no;

después de todo, no le había hablado más de una vez, el primer día de clases cuando nos

tocó presentarnos entre todos en el curso. Ví como llevaba varios libros en su mochila color

rosa, eran muchos más de los que yo había comprado, ¿acaso no copié bien la lista de

materiales? Revisé la que tenía en el bolsillo, y no. No faltaba nada. “Conque corchita”,

pensé. Alcé la vista para verla una vez más pero ella ya me había dado la espalda y se

encontraba cruzando la calle. Su mochila no estaba del todo cerrada. De repente algo cayó

de ella. Lula no se dio cuenta, siguió caminando. Intenté llamarla a gritos, avisarle, pero

una ola de personas caminando en plena hora pico no necesariamente dejó que se me

escuche. En un abrir y cerrar de ojos pasó la ola, y Lula ya no estaba. Cogí eso que se le

había caído, y no era ningún libro del colegio, decía El arte de amar. Guardé el libro en una

de mis bolsas; me llamaba mi mamá.

En la noche observé el libro cuidadosamente, tenía varias hojas dobladas y algunas

subrayadas. Parecía que…bueno, no parecía, era obvio que ser corcha le daba la posibilidad

de entender más cosas; yo leía varias líneas y no entendía nada. ¿De qué me estaba

perdiendo? Los días siguientes decidí ir a algunas librerías, los precios descomunales

hicieron temblar mi billetera (bueno ya, mi monedero); “mejor si comienzo con las

biblios”, me dije. Pasaron ocho meses, y hoy puedo decir con todo orgullo de que tengo mis

credenciales de usuario en varias bibliotecas de la ciudad, y que me va muy bien en la clase

de lenguaje; no puedo negar que en las demás también. Alguna vez la ví a Lula por alguna

de las biblios. Alguna vez. Lo cierto es que no podía olvidarla, sentía que quizás y la

conocía bien, porque habíamos compartido un libro.

Era el último día de clases; los chicos ya sabían que me gustaba mucho. “¡Corcho con

corcho jala!”, decían; yo había ganado un nuevo apodo ese año. Último día…último. Decidí

hablarle a la salida. Decidí que también podía devolverle el libro; ¿quizás luego una

invitación? A salir, sí. A salir. Tocó el timbre y todos saltaron de sus asientos. Lula tenía

unos ojos muy lindos, su cabello largo, castaño y enrulado, destacaba entre la multitud. La

seguí y ví cómo en la esquina se despedía de sus amigas. Luego estaba esperando sola.

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No sé si quiera narrar lo que pasó luego. Bueno, un sonido estruendoso pobló la calle. Era

una moto y ella subió. No voy a describir al de la promo que manejaba la moto. No lo voy a

hacer.

Hoy por hoy, estoy leyendo a Bukowski; y me está yendo bien. En serio, bien.

La supervivencia del más fuerte

Todas las canciones me parecen iguales, el mismo ritmo y las mismas temáticas: odio,

muerte, despecho, amor. No sé si la canción que está sonando en estos momentos es Black

Metal o Death Metal, o algún estúpido nuevo género musical, no logro recordar cuantos

géneros existen; es el mismo ruido ensordecedor que hace vibrar las ventanas oscuras de la

discoteca en la que me encuentro. Los sudorosos cuerpos de los clientes retorciéndose

mientras tratan de seguir el ritmo de la música, como monos adiestrados, me causa mucha

risa. Es por eso que no me uno a la pista de baile, ya estoy demasiado viejo para esa clase

de espectáculos. Prefiero quedarme a beber mi cerveza aguada en la barra del bar, un sitio

seguro para mí que me permite estudiar el campo de batalla, aunque eso me convierta, a

simple vista, en un culo enorme que mantiene caliente el taburete del bar.

Sí, ver a las mujeres bailar insinuantemente, con esas faldas negras de cuero apretándoles

sus muslos, es un buen pasatiempo, además con sus danzas desenfrenadas ellas transmiten

un mensaje claro: “ven por tu recompensa”. Si hubiera sido más joven, sin duda me habría

lanzado sobre algunas de esas fierecillas, sin vacilar ni pensarlo. Pero la experiencia que

sólo se gana con la edad me enseñó que esa clase de tácticas ya no funcionan ahora, a pesar

de que a las chicas les gusta exhibirse no son muy receptivas a la atención masculina, en

especial si se trata de un hombre mayor.

Es por eso que he desarrollado, con el correr del tiempo, una táctica muy efectiva que

consiste en robar la autoestima de las mujeres, suena absurdo y tonto pero funciona. Esta

técnica me convierte en un hombre deseado, a pesar de mi edad, nunca me ha fallado.

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El método es tan simple que da risa. Sólo basta con escoger cualquier Barbie anoréxica con

maquillaje perfecto, te haces el gracioso con ella, cada cierto tiempo, bajo cualquier

pretexto, hay que tratar de mantener contacto físico con ella, ya saben, el típico abrazo

“amistoso” o frotar su brazo, la clave es que el movimiento sea repentino, esto dejará a la

mujer con ganas de más, después hay que alejarse, como si el gesto no significara nada.

Rostros colorados y risitas fingidas son el resultado más común, luego, ellas, por propia

voluntad, se acercan a mí, me buscan, sedientas de afecto. Y, bueno, obtengo mi

recompensa.

Porque la sensación… esa sensación de sentirte deseado, es algo maravilloso, que hace que

el ego suba hasta las nubes. Por un tiempo, me olvido que sigo envejeciendo cada día más,

ellas me hacen sentir más joven, como si el tiempo dejara de tener importancia en mi vida.

Antes, cuando mi cara era más redonda e infantil, sólo bastaba con mostrar un lindo rostro,

y ya estaba hecho. Ahora, a mis treinta años, la necesidad me llevó a desarrollar nuevas

tácticas. Después de todo, tengo treinta años, nene, mi tiempo se está acabando. Mañana

perderé mi bendito tiempo ordenando libros que los estúpidos clientes de la librería en la

que trabajo no pueden poner en su lugar y soportando los chillidos de mi jefe, el reloj está

corriendo. Por eso me merezco un polvo rápido. La noche será joven pero yo no lo soy. Y

en este lugar hay mucha competencia, no pienso estar en el final de la cadena alimenticia,

soy mejor que eso, estoy en mi ambiente. Nadie puede conmigo, ni siquiera esos chiquillos

veinteañeros que se creen la gran mierda sólo por llevar uno de esos celulares modernos.

Menuda basura de sociedad ¿A esa edad yo me comportaba igual? No lo recuerdo pues a

esa edad en lo único que pensaba era divertirme, ahora todo es cuestión de supervivencia.

Mientras mis rasgos juveniles se van perdiendo, a menudo me pregunto si esto significa que

mi personalidad está siendo sobrescrita por el tiempo, convirtiéndome en un hombre

distinto al que era antes. Tal vez yo esté cambiando inevitablemente, pero mi poder sobre

las mujeres aún se mantiene, aunque temo que algún día también esto se me arrebate.

Entonces, no me quedará nada y me volveré un hombre más del montón.

Lo mejor es que me levante de mi taburete, estoy empezando a sudar por el calor de la

discoteca. Además, ya tengo un nuevo objetivo a la cual estudié desde que llegué al lugar,

se trata de una estúpida universitaria, sentada en una mesa, sola, parece que es la primera

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vez que visita la discoteca. Me acerco a ella y le sonrío, luego inicio una charla, lo más

casual posible. Mientras ella me habla entusiasmada, asiento con la cabeza mientras

muestro una leve sonrisa fingida pero realmente no puedo escuchar nada debido al volumen

de la música, cada cierto tiempo tomo su mano, bajo cualquier estúpido pretexto. Hice esta

rutina durante años, sé muy bien lo que vendrá. Luego de una aburrida charla, finjo querer

levantarme de la mesa, con la excusa de que tengo que hacer algo importante en cierto

lugar, está por demás decir que eso es mentira. Entonces, con movimientos vacilantes,

Barbie se remueve incomoda y se apoya en sus largas botas negras, su mensaje es claro “ya

tienes tu recompensa”. No pude evitar sonreír descaradamente pero a ella no le pareció

importar. Entonces, la llevé al callejón que se encuentra tras la discoteca, donde continuará

mi diversión. Mi propia diversión.

Lo logré, no sólo capté su atención sino que desperté su deseo por mí, un viejo. A pesar de

tener 30 años, aún me mantengo en la cima de la cadena alimenticia. Conozco cada

discoteca de la ciudad y en ellas practico mis técnicas mortales, cada viernes por la noche,

aquí no hay jefes ni amos, sólo es la supervivencia del más fuerte, durante esos momentos

importa una mierda mi edad.

Acelerar

Mierda, juro que es la última vez que vengo al ginecólogo. Han pasado más de cuarenta minutos y

no sale; no sé quién es más tonto, si yo, porque sabía que esperaría como un idiota; o ella, por creer

que después de esperarla siglos seguiré con una cara bonita durante el día.

El auto está sucio y la gasolina al mínimo, ya ni ganas da de hacer algo por él, recuerdo cuando

apenas fue mío, cómo me empecé a ocupar de él todos los días, que esté reluciente, limpio, que

funcione a la perfección, pero ahora nada importa, incluso sé que no serviría de mucho lavarlo

ahora porque podría apostar a que en un par de horas lloverá. Aparte que eso es lo que la bruja dijo

“llévame en el auto que lloverá y no pienso mojarme pudiendo evitarlo” y es que cada vez que ella

dice algo, se cumple. Podría jurar que a eso se deben todos mis males, a sus predicciones.

Ya no aguanto más y no me refiero solo al esperar junto al muro de la clínica, sino a cada día inútil

que paso en esta ciudad, sin trabajo, agonizando lentamente.

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No hay para qué dar vuelta al asunto, sé que el mayor problema de todos es el dinero, si tan solo

hubiera ahorrado desde joven, ahora tendría para todo lo que quiero; si tan solo hubiera

aprovechado de viajar al extranjero, pero no; incluso si tan solo hubiera sacado mi título, pinche

libreta comprada del servicio militar, en eso más me estafaron y todo es culpa de mi padre “la gente

bien no hace el servicio militar” decía, y después de pagar en vano, estoy en la cochina calle. Gente

bien, sí, gente bien; esas son porquerías, la prueba es verme ahora como chofer y de cargador de

bolsas de mi propia mujer. La única cosa “bien” que pudo hacer antes de morir fue heredarme el

auto, nada más.

Si no tuviera que esperar aquí como un tonto no pensaría en ese viejo. Pero bueno, por ahora no es

tan malo, tengo esta botellita mágica de alcohol, que si bien mi madre la llama así porque dice que

algún día hará desaparecer a mi mujer, mis hijos y mi dinero, yo sé que es mágica porque me hace

olvidar… o recordar?, olvidar, recordar, no importa.

Eso también es culpa de mi padre, aquel maldito ebrio, que vez tras ver llegaba emanando aquel

asqueroso olor a humo, alcohol y sexo; con la ropa mal acomodada y sin un peso en los bolsillos.

Pero quien soy yo para hablar, si bien alguna vez dije que no bebería para no ser igual a él, luego lo

hice para vengarme y ahora me veo a mí mismo como una joven versión de él. Mi mujer detesta

que yo beba, pero si bien ahora ya no le importa tanto, a un principio era un suplicio. Si llegaba

mareado en la madrugada, se ponía histérica, y si yo decía algo de más, uf, ni qué decir, ya podía

ver sus lágrimas y yo en el piso arrodillado pidiendo perdón. Pero esas cosas van evolucionando y

de cierta manera no está tan mal. Ya recuerdo la segunda etapa, ya no hay lágrimas, pero me veo

prometiendo que no volverá a pasar. La tercera etapa, creo la peor, es cuando ya no recuerdo

madrugadas, sino tempranas horas de la mañana intentando entrar sin hacer ruido, para luego

encontrar alguno de mis objetos preciados roto en señal de castigo y unas cuantas frazadas en la

sala. Pero en parte ella tiene la culpa, recuerdo que lo predijo varias veces desde el comienzo “Si

sigues así, cada vez empeorarás y yo no estaré ahí para verlo”, bueno, acertó más o menos, pues lo

malo es que ella sigue aquí.

Ahora soy un poco más inteligente y me di cuenta de que no necesito beber en la noche, que en las

mañanas, mientras ella está trabajando y mis hijos en el colegio, es más fácil; así olvido un poco las

malas situaciones del presente y recuerdo algunas cosas buenas del pasado. Como ahora, frente al

muro de la clínica, sostengo la sensual botellita que guardaba bajo el asiento para un momento así,

aburrido. Uno nunca sabe.

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Ah! Qué idiota e inútil es permanecer aquí, pero como supuestamente no tengo nada mejor que

hacer, tengo que esperar como el buen chofer en el que me he convertido. Lamento tanto haber

olvidado traer discos de música, con ella sería más llevadera la tortura, pues no hay nada con qué

distraerme mientras bebo, aparte que con ver cómo el viento patea las basuritas del piso contra este

grueso muro de la clínica con sus hilos invisibles.

La sigo esperando y pienso que debe de haber alguna solución, salir de la ciudad, ser taxista talvez,

vender el auto… pero no, y es que el auto es lo único que tengo. Eso de no tener empleo es lo peor,

pues aparte de no tener para mis cosas, me rebajo a tener que llevar a mi mujer todos los días a su

trabajo a cambio de que pague la gasolina, y si un día le pido algo más de dinero o le reclamo por

molestar en el camino desde que salimos de la casa con sus: “ve a la izquierda”, “pon guiñador”,

“no toques tanta bocina”; me viene con “llevarme al trabajo es tu obligación”, y así discutir todo el

camino hasta llegar a la puerta en donde ambos nos despedimos con una sonrisa hipócrita mientras

en nuestro interior nos estamos matando.

Ja!, ya me imagino a mí de joven aprendiendo a manejar para convertirme en chofer, eso es caer

bajo. Pero aún no es tarde para cambiar las cosas, después de todo sigo siendo joven y eso es lo que

ella no quiere que me de cuenta, mandándome a poner ternos o haciendo que me peine como ella

desea, seguro es para que otras mujeres no me anden chequeando, sí eso es. Que desagradable es

ver cómo ella ha cambiado.

Pero es que nada es como antes, y es muy posible que quien tenga la culpa aparte de ella, sea el

tiempo, pues ha sido él el que se ha encargado de convertirnos lentamente en bestias, a ella en una

bruja mandona y a mí en un don nadie.

Ella no era así de joven, eso lo recuerdo bien. Cuando la conocí me pareció la ideal, autosuficiente,

centrada, bonita, no se habría vendido por un poco de caballerosidad, y eso lo sé por todos los

pretendientes que rechazó… por ello no podría sacarle en cara que alguna vez se lo pagué algo

aunque en el pasado yo sí tenía dinero, ella siempre tuvo para sí misma.

Es una lástima que ya no nos entendemos tan bien, si es que alguna vez lo hicimos. Ja ja, justo

ahora recuerdo una situación recurrente que me causa gracia, ella habla, yo pienso en mis asuntos y

de la nada pregunta “de qué estoy hablando” y me deja seco, y luego dice, “solo quería saber si

atendías” y se enoja; no es mi culpa no ser tan detallista como ella.

Detalles, los detalles lo son todo, resuena en mi cabeza. ¿Pero qué son los detalles?, para mí, un

detalle es tratar de adivinar qué color de ropa interior tiene debajo de su traje ceñido, y ella lo

arruina haciendo que me dé la vuelta y preguntando qué color de vestido traía, pero uno no recuerda

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esas cosas, extrañamente no es posible. Sí, somos diferentes, es como si solo con el alcohol pudiera

ver un poco más claro, el que debe cambiar soy yo, cambiar de rumbo, emprender nuevas cosas,

seguir adelante, acelerar un poco las cosas que van tan lento, olvidar a los que no me quieren, que

no tengo título, que no hay dinero.

Pero ya no quiero quejarme y haré lo que vea más conveniente. Nadie me puede decir nada, si

quiero tomar, lo hago, es mi cuerpo; irme, es mi vida; hablar en voz alta, es mi auto; puedo y punto.

Me acomodo en el asiento y siento que el celular vibra, es ella. Me llama para que le traiga la

billetera que olvidó en la casa. Qué tontera más grande, volver, ir, volver. Me pregunta si estoy bien

y afirma que mi voz está rara, tengo que actuar normal –normal, tesoro, qué te pasa, si todo está

como siempre, mas bien te lo traeré tus cosas, ya no molestes–. Ja!, tu voz está rara, dice ja ja ja.

Cuelgo, no necesito dar explicaciones a nadie.

Me cabrea tener que ir a la casa de nuevo, arranco y todo da vueltas, como si el piso del

estacionamiento no quisiera que fuera, se mueve ante mis ojos y el muro parece tambalearse, seguro

la bruja hizo algo raro para asustarme. Que ganas horribles de vomitar, pero no, en el auto no, es lo

único que me queda; no tengo ya ni hijos, ni mujer, ni madre, es como si no existieran, solo se

preocupan por ellos. De qué color es el vestido, ja ja, qué color…

Vuelvo, veo el muro de la clínica, ya casi llego, pero si aún no he ido a la casa, ¿o sí?, Bah, qué más

da, seguro tiene dinero y quería deshacerse de mí por un rato, quien sabe, talvez se haya conseguido

otro chofer ahí dentro. Pero ya llego, estacionar junto al muro y esperarla otra vez.

Seguir adelante, acelerar las cosas y alcanzar un objetivo, sí, acelerar las cosas, ya no hay viento,

escucho música que proviene del fondo de mi cabeza, la botella se resbala de mis manos, luego lo

limpiaré, hay que estacionar junto al muro, un muro, dos muros. Ya llego, hay que apurarse,

acelerar la vida, todo gira, recordar, olvidar, recordar, olvid…

Recuerdos

Estaba sentado con los codos apoyados sobre la mesa y las manos sobre el rostro, miraba de

un lado a otro y recordaba. Algunas veces se dibujaba una sonrisa en su cara, o fruncía la

frente y movía los labios como si estuviese hablando con alguien. Mientras él estaba así,

oscureció y, miro la luna fijamente que alumbraba el espacio donde se encontraba. Escuchó

el ladrido de un perro, le hizo reaccionar, sacudió su cabeza y fue en busca de una hoja de

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papel y de un lápiz. Se sentó en el mismo lugar e hizo trazos de un lado a otro. La velocidad

de su mano era impresionante cada milésima de segundo la movía de un lado a otro.

Finalmente, él dijo “me salió perfecto”.

Antes de ir a dormir se sirvió un café con leche y degustó su marraqueta crocante, que tan

solo al presionarla se escuchaba un “craq” y remojaba cada pedazo antes de comerlo. Unos

minutos después escuchó la voz de una mujer, era su madre, que lo buscaba para que se

vaya a dormir, observó el reloj y era más de la media noche.

Al día siguiente amaneció con dolor de cabeza, antes de levantarse, su mirada se concentró

en una mancha. Recordó lo que había comido el día anterior, lo repasó una y otra vez: en el

desayuno tomó café con pan y queso. Al medio día, almorzó verduras con un pedazo de

carne, en la tarde bebió una taza de té con miel y en la noche solo se sirvió café con leche y

comió una marraqueta. Nuevamente escuchó el ladrido del perro y miro su reloj eran las

diez de la mañana. Se levantó de forma apresurada, tomó una ducha caliente y se vistió con

la primera ropa que encontró.

Antes de salir de su casa, vio a su madre que regaba el jardín y ella le preguntó cómo había

pasado la noche, él se limitó a mover la cabeza y después le dijo “estoy saliendo”. Su

madre lo miró con una cara de sorpresa. A los pocos minutos volvió a entrar a la casa, se

olvidó llevar las hojas y el lápiz, el perro corrió detrás de él y sin decir nada volvió a salir y

cerró la puerta de forma violenta.

Eran cerca a las tres de la tarde, cuando él retornó a casa, se sirvió el almuerzo, su madre le

había dejado una nota cerca del refrigerador “mi querido Fabián, hoy tengo clase de canto,

espérame para la cena, tu madre”. Al terminar de leer la nota, se encogió de hombros y, su

mirada se concentró en el frutero que estaba sobre la mesa, volvió a su niñez cuando tenía

muchos amigos del barrio y jugaba con su patineta que le regalaron en una navidad.

Después recordó un momento de su juventud, a él le gustaba una chica del barrio y un día

le llevó un ramo de flores, pero la chica al verlo lanzó una carcajada. Sonó el teléfono una y

otra vez, Fabián corrió al comedor a contestar, pero apenas llegó no logró atender la

llamada.

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Fue en busca de las hojas de papel y volvió a hacer algunos trazos, de pronto tiro el lápiz

sobre la mesa y agarró muy fuerte su cabeza con sus dos manos y cerró sus ojos. Luego de

un rato, llegó su madre y lo encontró doblado en dos, se acercó a Fabián y le preguntó “hijo

que ocurre”. Al mirarlo vio como él presionaba sus ojos fuertemente y levantaba sus labios

con una semi sonrisa. Ella corrió a la cocina y le trajo un mate, Fabián, apenas lo tomó. Esa

noche, no cenó ni comió nada. Salió un momento al jardín a contemplar las estrellas, se

sentía agotado, esa noche durmió temprano.

Antes de despertar, escuchó muchas voces, sintió que alguien le olfateaba la nariz, cuando

abrió sus ojos vio a su perro muy cerca de él y alrededor de su cama estaban su madre y

padre con un pedazo de queque, le cantaron “feliz cumpleaños”, lo abrazaron y le regalaron

dinero. Fabián estaba soñoliento, miró de costado y les agradeció. Se quedó algunos

minutos más dentro de la cama, luego se levantó, su madre lo esperaba para desayunar, su

padre se había ido al trabajo. Cuando los dos estaban en el comedor, Fabián fue a buscar las

hojas de papel en las cuales había dibujado muchos trazos y le mostró a su madre, ella al

ver las hojas a detalle derramó algunas lágrimas de sus ojos.

Nostalgia

Si tan sólo hubiese podido llegar a la esquina, hasta la mujer de rojo… Es suerte, eso es

todo: si no lo he podido atrapar hasta ahora no es más que por las circunstancias en las

que nos hemos podido encontrar. El ambiente es, usualmente, parecido a todas las veces

que nos hemos conocido: lo veo en el bar, lo saludo, me platica sobre el mal clima, me

ofrece un vaso de whisky, acepto y hacemos lo mismo hasta acabar una botella. Más

tarde, tal vez después de dos horas, el camarero se acerca a cobrarnos la cuenta; reviso

mis bolsillos y advierto que no tengo mi billetera, le explico la situación a mi compañero y

él, irritado, sale del bar corriendo. Lo persigo hasta salir a la avenida principal y cuando

estoy cerca del semáforo, donde una mujer que sujeta un paraguas me sonríe, él me

sorprende con un golpe en la nariz. Eso es todo, en seguida mi vista se nubla y pierdo la

memoria. Al próximo día, despierto en cama con las fosas sangrando.

He vuelto ya varias noches a buscarlo con el fin de devolverle el puñetazo, pero siempre

que lo encuentro algo ha cambiado y espero por un momento más pertinente... En un

principio, creí que eran cuestiones de tiempo porque él nunca llegaba puntual. Más tarde,

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me di cuenta que el tiempo no era el único inconveniente con el que debía enfrentarme. Si

bien, mi compañero ordenaba, naturalmente una botella de whisky, no siempre bebía la

misma cantidad y si lo hacía, no era con el mismo ritmo que la vez anterior. La única

ventaja que me ofrecía la situación, era que él nunca recordaba haberme conocido y casi

siempre, con su falsa amabilidad, me invitaba a acompañarlo. Después de los primeros

intentos, logré descubrir la cantidad necesaria para hacerlo reaccionar de la forma que me

era conveniente, pero justo en el momento que salía corriendo, me percataba que no

estaba lloviendo. En ese momento desertaba y confiaba en el efecto del alcohol que me

haría despertar como si nada hubiese pasado. En otras ocasiones, he sido yo el culpable

del fracaso de mi proyecto puesto que, he comprobado que por más que las calles hayan

cambiado de dimensión, esto, no afecta con el recorrido de mi enemigo. Ya van varias

veces que he confundido las direcciones y terminado golpeando a otro individuo, que de

seguro, me debe estar buscando. En esta ciudad, los golpes no se dan en por darse, hay

que hacer que se recuerden. ¡Y vaya que he perdido buenas oportunidades, porque hasta

yo, suelo olvidarme de mi plan!, por lo cual me lo tengo que estar repitiendo todo el día.

Sólo los que habitan en esta ciudad saben, con cierta melancolía, que para el día

siguiente ya no va ser la misma y, aún yo siendo extranjero, no puedo ignorar el hecho de

que algo ha cambiado y antes de empezar con mi plan, vuelvo a recostarme para

asegurarme de no estar despierto.

La novata.

La figura de un sapo de cobre con un cigarrillo en la boca le observaba mientras

ella caminaba por el piso que tenía rastros de azúcar. Era su primer día allí. Luego

de hablar con la encargada se preparó, mucho maquillaje, zapatos de tacón,

medias nylon. Una vez vestida con la indumentaria necesaria ingresó a la sala de

espera.

Era una tarde lluviosa y oscura por las nubes, clásico preludio desde la época del

mito de una desgracia, la poca afluencia de clientes en este caso. Ella se sentía

algo nerviosa mientras observaba la televisión junto a las otras chicas. Cuando

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pasaban un clip informativo de un minibús que atropelló a una cebra y la dejó en

estado de coma sonó el timbre. Las chicas se pusieron de pie, ella se sentía

nerviosa por dentro, pero por fuera mostraba mucha seguridad. El cliente ingresó,

la encargada del negocio recomendó a la recién llegada, a la novata. El cliente la

escogió. En la pieza de la novata el cliente observó una luz roja y parpadeante que

iluminaba el lugar. Ella se sentó a su lado, y empezó a preguntarle distintas cosas,

su nombre, a que se dedicaba, si era su primera vez allí. El cliente le pregunto

cosas similares, desde cuando estaba ella allí, su nombre, su edad. Poco a poco

ella empezó a relajarse y surgió una conversación amena y espontánea. El cliente

entró en confianza y empezó a bromear. Ella completamente tranquila siguió el

juego, bromeaba con él. El cliente todo distraído recordó a lo que había venido,

cuando intentó sacarse su camisa tocaron la puerta. La novata había recibido

como principal instrucción que una vez que toquen la puerta ella debía salir de la

pieza. Ella cumplió la orden, se despidió de él con un beso en la mejilla y salió. El

cliente salió tras de ella enfurecido, fue a quejarse a la encargada. La encargada

no se inmutaba con nada, en todo el tiempo que había trabajado allí había

soportado toda clase de insultos y amenazas. Después de vociferar tres mil y un

insultos el cliente se fue, la encargada con mucha tranquilidad se recostó en su

sillón. La lluvia persistía con menor intensidad. Mientras la novata veía la televisión

y las otras chicas conversaban sonó el timbre nuevamente. En esta ocasión

ingresó un señor de unos 65 años. Al ver a través de las cortinas lo que se

avecinaba las chicas se ocultaron en sus piezas, menos la novata que se quedó

allí. Al no haber otras chicas presentes el cliente la escogió. Una vez en la pieza el

cliente empezó a desnudarse. La novata solo veía un pedazo de carne arrugado

por todas partes, no se sentía bien, pero eso es lo que ella buscaba, nuevas

experiencias, salir de la rutina. La novata solo se quitó su tanga, se recostó en la

cama y esperó que suceda lo que debía suceder. El cliente se acercó, manoseó

por todas partes a la novata, ella sentía la piel arrugada del cliente por todo su

cuerpo, en cierta medida eso le causaba cierta sensación de placer. El cliente

pidió el servicio especial, la novata tomó un condón con sus manos y trato de

ponérselo al cliente, sin embargo aquello fue imposible, él aún no estaba listo. La

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novata quiso ayudar por todos los medios, cuando por fin logró que el cliente

estuviese listo y cuando le puso el condón, tocaron la puerta, la novata salió de la

pieza. El cliente se vistió y salió cabizbajo, dentro de sí pensaba que debió seguir

el consejo de sus amigos y consumir algo de maca o alguna pastilla azul, verde,

roja, lo que sea para estar siempre listo. La tarde continuaba, la lluvia se había

detenido. Mientras la novata leía un libro “arroz con leche tibia para el alma” y las

demás chicas estaban en sus piezas ingresó otro cliente. Un joven poco simpático

pero muy extrovertido, con pocas palabras se ganó la confianza de la encargada.

La encargada mostró a las chicas y él escogió a la novata. Una vez en la pieza él

la halagó, le mencionó una que otra palabra bonita y uno que otro verso

improvisado, “tus ojos son tan profundos como el mar”, “tu sonrisa me ilumina

como si fuesen tres millones de perlas” “tu piel tan delicada como el cristal y tan

suave como el algodón”, etc., etc., etc. Había llamado la atención de la novata.

Ella se acercó y acarició disimuladamente al cliente, él mencionó que tenía

muchas novias y que le gustaría que ella fuese su novia. Por fuera la novata

mostró cierta sensación de desagrado, pero por dentro quedó fascinada, atraída,

atrapada. ¿Qué le atraía? Esa seguridad, esa confianza en sí mismo, esas frases

de adolescente enamorado, ese porte de macho, ella no podía responder aquello,

lo único que sabía era que aquel sujeto era alguien muy atractivo. El cliente

empezó a acariciar y besar a la novata mientras la desnudaba, ella disfrutaba

como los besos del cliente recorrían su cuerpo, cada caricia erizaba su piel y le

producía placer. En esta ocasión ella tomó la iniciativa para dar el servicio

especial, bajo el pantalón del cliente y notó que él ya estaba listo. Sin embargo, en

ese momento la encargada gritó desde afuera, hay batida. La novata se asustó, el

cliente que ya conocía de ese tipo de situaciones se vistió y de forma coqueta le

dio una tarjeta a la novata y le dijo que le llamase. La novata cogió la tarjeta, se

vistió y logró escapar antes de que llegara la policía.

Eran las siete de la noche, ella tenía una cita con su novio. Ella amaba en cierta

medida a su novio, un chico sencillo, honesto, sincero, humilde, parecía el típico

sujeto que no hacía daño a nadie. Sin embargo, dentro de sí estaba aburrida de él

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y solo seguía en la relación por lástima. La cita se dio, ella inventó una historia

respecto a cómo había pasado su día. En el momento en que ambos estaban de

paseo, apareció el cliente que le había dado su número en la tarde a la novata. Se

acercó a ella, la agarró por la cintura y la besó en la mejilla ante la presencia del

novio, ella quedó perpleja, pero se dejó llevar y siguió el juego al cliente. El novio

estaba callado, con la mirada baja. Mientras el cliente se llevaba a la novata por la

cintura sintió una patada en la espalda. El novio se acercó al cliente con las

piernas temblorosas, con todos los nervios de su cuerpo erizados y se puso en

posición de pelea. La novata se acercó, pateó la entrepierna del novio y se fue con

el cliente. La novata había encontrado una nueva pareja.

Sueño

Toqué el timbre e inmediatamente se abrió la puerta, como si ésta hubiera esperado sólo el toque de

mis dedos para ceder. Papá me dio unas palmadas en la espalda, “éste es el día”, dijo. La puerta se

cerró, había una gran oscuridad. Unos dedos revolvieron mis cabellos y me inspeccionaron (dudaron de

que fuera yo) a paso de tarántula vieja. Me condujeron por un estrecho pasillo hasta llegar a un espacio

abierto, quizás una sala de estar. Un fósforo crepitó y la oscuridad se iluminó con el fulgor de la ceniza

caliente de un cigarrillo. Una voz de mujer me lo ofreció y yo, que nunca había fumado, lo sostuve entre

mis dedos temblorosos. Aspiraba y tosía, aspiraba y me adormecía, tosía y transpiraba. Quise

levantarme, quise cruzar la puerta, pero el humo me había invadido.

Vi una gran medusa ondulante. El color de su piel, inicialmente rosa, iba transformándose en

calipso, en fucsia, en rojo, para luego regresar al rosa. Un infinito mareo. Yo era una tortuga con un

caparazón hecho de piedra y avanzaba a velocidad milimétrica mientras ella extendía hacia mí sus

brazos serpenteantes, tan largos y voraces que no sólo atrapaban pececillos y salmones, sino también

pulpos y tiburones. Me escondí detrás de una roca, esperando que se fuera, y cuando pensé en que ella

había desaparecido, sentí su piel fría abrazándome y engulléndome. Sus gráciles tentáculos me

levantaron y me cubrieron de una oscuridad gigantesca. Allí permanecí mucho tiempo, temblando y

agradeciendo a mi cazadora por este momento de tregua.

Me dejó atrapado entre el hielo. Volví a ser el mismo, tenía brazos y piernas que se agitaban

dentro del agua helada y una cabeza que intentaba romper el estrangulamiento del hielo. Pensé en

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todos los viajeros que habían muerto entre el hielo de los mares. Tuve la necesidad de volver con ella, el

frío entumecía mis dedos, la visión desaparecía paulatinamente y la sangre dejaba de circular. Aspiré el

aliento caliente que salía de mi propia boca, rompí los cristales y nadé buscando a mi protectora. Fue

después de mucho tiempo que sentí su olor y supe que era ella. El hielo, bajo su cuerpo, era un delicado

almohadón traslúcido, su piel tenía un bello tono azulado y sus brazos yacían extendidos unos sobre

otros. Ahora era yo quien podía alcanzarla y tenerla entre mis brazos. Pero ella estaba tranquila, ya no

sentía mi cercanía, ya no sentía mi respiración ni la suya, la sangre había escapado de ella y el mar la

había escupido a la superficie. Quise que hubiera una gran explosión que deshaga mis huesos, quise

descender hasta el azul profundo del fondo del mar, donde vería de nuevo a mi medusa merodeando los

corales.

Cuando desperté, ella se llevaba las sábanas a un cuarto del fondo que parecía ser el baño.

Caminaba a pasos lentos, como si sus anchas caderas le pesaran. Un martillo fantasma me golpeaba la

cabeza y un líquido amargo luchaba por salir de mi boca. Sonó el timbre y llegó papá. Mientras él

esperaba a que me vistiera, ella le decía que la economía está en crisis, que el futuro se viene difícil y

que hoy en día es tan difícil encontrar gente que tuviera cualidades y bondades al mismo tiempo.

El frío de la mañana traspasaba la delgada camisa y el arrugado pantalón. Me antojaba un

cigarrillo. Había olvidado la corbata en su cuarto y el peso de la mochila me provocaba punzadas en los

hombros. Pensé en la corbata como una buena excusa para volver los pasos. Toqué su puerta, ésta no se

abría, quería un cigarrillo. Un hombre se detuvo a mi lado. Ambos frente a su puerta, pero fue él quien

entró. Para él hubo los mismos dedos, la misma oscuridad. Recordé sus furtivos besos y su áspera risa

que para mí fue la más risueña. Mi saliva aún conservaba su sabor a naftalina, a ceniza, a cera. Mi

estómago tembló y deseé volver a tocar su puerta y vomitar encima de ella, aunque en el fondo, muy en

el fondo, a quien quería vomitar era a mí mismo.

TRIS MUJERES

Ya iban a dar las tres hora dela reunión. Donde tres mujeres conversaran una de

ellas es Elena cuyo aspecto es pensativo distando. La alegre y exitosa Mariana.

La viuda y sola Virginia las tres amigas se reunían a juagar y comer. Ya que las

tres mujeres contaban sus intimidades y quejase de la vida en pareja.

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Comenzó Virginia saben lo doloroso que es vivir solas querida amigas hace cinco

años que vivo así. De que te quejas amiga. Consíguete amante, al escuchar eso

Elena las mira a las dos pensando como seria no depende de un hombre .ya que

ella no soportaba su matrimonio lleno de amargura y grita basta Mariana y Virginia

ustedes no pueden entender lo que vive una mujer casada sin Esperanza mi

marido no toma en cuenta ni mi ve como mujer ase tiempo amigas .esto las puso

pesar sus miradas conversación y el tema de conversación más incómodo para

Elena ambas amigas, cavaron de conversación entre risa iban girando los numero.

De pronto mariana que espeso presumiendo su trabajo, ropa, joya obsequiadas

por su amante y jefe provocando molestia entre Virginia y Elena la cual izo estalla

la discusión. Al término de la misa se fueron Elena comenzó a pensar en cómo

era conseguir un amante y tener a alguien que la viera como mujer.

Más adelante Virginia sollozando repetía le nombre del marido fallecido como

pidiendo irse con él. Mariana encavo filis sin acongojarse

Balón de oro

Las horas pasan volando, estoy muy a gusto aquí con mis amigos. Aunque al mirarlos de

tan cerca me transportan al pasado, la nostalgia se apodera de mis pensamientos. Recuerdo

con claridad aquellos días en que el tiempo estaba paralizado, un momento en el que ya

nada tenía sentido para mí. Lo que más me fastidiaba eran las palabras de mi padre, aquel

hombre que a cada instante me decía que yo era lo más ridículo que le había pasado en la

vida, que cuando me miraba se llenaba de asco y le quitaba el apetito. Y yo me sentía un

insignificante niño con el cuerpo relleno más de lo normal. Sus palabras eran muy duras,

llegaban al fondo de mi corazón. Cada día sentía que debía morir, cada bocado era cada

lágrima que derramaba. Era una verdadera lástima que mi madre no estuviera ahí para

decirme por lo menos que era un niño lindo, al menos su “barrigoncito”. Nadie tiene idea

de cómo odiaba a mi padre, quería irme de casa, pero yo sabía que era un cobarde para huir

de esas palabras tan humillantes. Sabía que no podía aguantar sin comer, a pesar de que yo

mismo me lo prohibía. Un día mi padre se hartó de verme en ese estado, me agarró muy

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fuerte de las manos, me miró fijamente a los ojos y me dijo que aún tenía remedio, que aún

podía ser un niño normal como cualquier otro, sencillo, sin ninguna carga pesada que

llevar. Así que decidió inscribirme a una escuela de futbol, ahí conocí a varios niños, uno

de ellos mis dos amigos que ahora me acompañan. Solo ellos dos me hablaron por primera

vez y nunca se burlaron de mi físico. En cambio, los demás niños tenían la misma mirada

de mi padre, en sus ojos se dibujaban asco. Yo al verlos a ellos tan flacos, hasta desnutridos

me sentía aún peor. Entonces le dije a mi padre que olvide aquella escuela, que lo mejor

sería ir a un gimnasio si realmente quería que me deshaga del grande equipaje que llevaba

dentro. Pero no, mis palabras eran tontas y ridículas para él. Sin si quiera escucharme con

atención recibí un no como respuesta. Me dijo que era imposible que yo fuera a faltar si

quiera un día a esa escuela. De esa manera solo me quedó resignarme a obedecerlo.

Ya la primera semana de entrenamiento me había ido muy mal, pero las próximas semanas

me fueron peor aún. El entrenador no se cansaba de decirme que yo era el peor de sus

alumnos, que el deporte era lo último que yo debía de elegir en la vida. Sus palabras eran

duras como las de mi padre, pero por una extraña razón no tenían el mismo peso. Muchas

veces deseaba reventar todas las pelotas que tenía el entrenador en un grande y viejo bolso.

Desaparecer por lo menos un día a aquellas pelotas que no eran de mi agrado, que de

alguna manera me hacían la vida imposible. Eso de correr tras una pelota era para mí lo

más ridículo y aburrido que podía haber. Me era imposible creer que solo por correr tras ese

objeto redondo e introducirlo justo en un espacio delimitado, se podía recibir mucho dinero

a cambio. Cómo odiaba a ese objeto. Pero todos los niños se emocionaban tanto con el, y

yo no entendía por qué se emocionaban tanto con una cosa redonda y conmigo no que

tambien era una cosa redonda, pero que se movia por si sola y que respiraba al igual que

ellos. No entendía por qué preferían a un simple balón, ¡lo querían más que a un cuerpo con

vida¡ Miraba a esa balón y no entendía cómo es que ese simple objeto inflado puede causar

tanta alegría, energía en los demás. Incluso el entrenador corría tras el con una sonrisa

incomparable. Pero yo no podía correr era muy pesado mi cuerpo. El entrenador me tenía

por estorbo en la cancha. Poco a poco me dejaron en la banca, pero cuando mi padre se

enteró de ello, decidió ir conmigo a todos los entrenamientos, seguirme a cada paso. El

entrenador desde entonces nunca más me puso en la banca. Cada partido era un martirio

para mí. Cada día sentía que mi cuerpo no daba más, sentía que mis ligaduras se estaban

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rompiendo, que mi sangre estaba muy caliente y apunto de quemar toda mi piel. Poco a

poco me fui desganando más y más. Me pedía perdón a mí mismo, acariciaba mi cuerpo, lo

frotaba y con lágrimas en los ojos pedía perdón a todas mis partes, sobre todo a mis piernas

que eran las que más trabajaban. Cada día era un martirio, era peor que ir a la guerra. Me

sentía realmente castigado por los demás, los ejercicios azotaban todo mi cuerpo, y todo

tan solo por no dejar que mi padre, el entrenador y los demás compañeros insulten a mi

cuerpo. Cada mañana rezaba para que la hora pase volando, para que se haga de noche y así

pueda descansar mi cuerpo, reposarlo. Cada noche acurrucaba a mi cuerpo en la cama, le

decía que todo aquel sufrimiento iba a valer la pena, pues todo aquel gran peso que lo

cansaba a un más se estaba hiendo poco a poco, era como si una bolsa grande derramara

lentamente la arena que lleva dentro. Entonces, poco a poco fui moldeando mi cuerpo,

deshaciendo aquel bulto que era una gran vergüenza para mi padre, y que de uno u otro

modo era aquello que maltrataba más a mi organismo, lo que no lo dejaba respirar en paz.

Desde entonces me sentí bien conmigo mismo. Aquella cosa redonda ya no era mi rival,

sino mi compañero, aquel que ayudó a mi cuerpo a sentirse en forma, a quererse a sí

mismo. Y más que todo a darle vida a cada tejido, a cada hueso y entender que la sangre

caliente que este me ocasionaba valió la pena.

Ahora que veo un partido junto con mis amigos, y además veo a esos niños tan glotones me

dan ganas de decirle que ahí, en ese espacio que parece un lugar en el que se pierde el

tiempo, es un lugar único e inolvidable que no solo es un sitio de diversión momentáneo,

sino un lugar en el que te llenas de mucha vitalidad, y lo mejor que te llena de mucha

pasión, pero no solo por un juego, sino por una pasión de tratar a tu cuerpo, de cuidarlo, de

conservarlo, pues es por el único medio por el que existimos, sin este se hace presente la

inexistencia. Además lo más bello de todo esto es que no llevas una vida repetitiva y

pesada. Cada juego, cada partido, cada correr detrás de ese objeto es un momento en el que

huyes de la amargura, de la vida nefasta que te llena de preocupaciones y no te deja vivir en

paz. Ahora entiendo, ahora siento las palabras de mi padre, siento que él es la única persona

que se ha preocupado más por mi cuerpo, por mi vida. Volvería a vivir una y mil veces este

encuentro corporal si se me diera la oportunidad. En pocas palabras me digo a mi mismo

que un balón a fortalecido mi manera de vida y estoy seguro que las de mis amigos y las de

muchos también. ¡Brindo por todos los balones del mundo!

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Vestigios de amor

Ella es muy linda.

Sólo que a veces le digo mentiras.

Creo que se está dando cuenta.

El sol sale sin nubes tampoco hay indicios de lluvia en el pronóstico.

Afuera, el caos de la ciudad es como si mil campanas sonaran a la vez.

Entre Marcel y Marie existe una muy fuerte conexión y pensamientos similares. Nada es fortuito entre ambos, habían construido esto durante mucho tiempo pero él ayer se había encontrado con algo a lo que nunca podía decir: -“no”. El alcohol, tan placentero como insidioso. Ella se da cuenta que Marcel fue a beber.

- ¿Fuiste a beber anoche? Te dejamos en la avenida para que tomes el transporte a tu casa y tú fuiste a otro lugar.

- Si fui. Sólo que esta mañana encontré a mi compañero en la biblioteca y traía un poco de licor. Hacía mucho frío me dijo si quería un poco y lo hice.

- Dijiste que ya no volverías a beber cambias de actitud y eso no es agradable.

- Lo siento amor. ¿Cómo estás?- No muy bien.- Tranquila se te pasará y estarás mejor.

Ella está desahuciada.

- Si lo estaré.- Te llamaré en la noche ¿ok?- Ok.

Me siento mal estoy haciendo lo mismo de nuevo.

Espera sentado en la casa mirando al suelo.

No quiere mentirle más porque sabe que la ama.

Sentado en el sofá de su casa piensa que necesita comer algo.

Prepara alitas con vinagre.

En la noche la llama. Hablan largo.

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Marcel es un chico muy seguro y guapo. Su familia es muy buena que lo apoya esta vive en Suiza. Ellos estudian en Canadá y viven en lugares separados.

Él decide irse de Suiza porque le interesan mucho las relaciones exteriores.

Marcel tiene un gran sentido del humor, es un hombre que por razones que afectaron a su novia no bebe como antes. La razón es porque el padre de Marie murió por un incendio y esto la afectó mucho. Todas las cosas que tienen relación con aquello, la estresan. Motivo por el cual también contrajo un mal llamado cáncer.

Marcel está cantando en la ducha. Una canción que trata de una persona que se encuentra tan lejos de sí misma y que intenta recuperar con un canto espiritual que le enseñó su madre.

Él es una persona simple que decidió de tan buena manera acompañar a su novia hasta que la muerte se la llevara. Pero la verdad es que él fue a beber la noche que lo dejaron en la avenida con su ex mejor amigo, Gutav.

Tiene un problema y una adicción que no puede superar todavía pero que la compañía de su novia hacen que se detenga y no beba por días encerrado con otros amigos como antes lo hacía.

Ella no sabe de este pasado.

Marcel bebía mucho y muy seguido.

Se encuentra solo en la casa.

Ansía con mucha voluntad dejar de pensar en lo que hizo anoche.

La oficinista

Emily se encuentra muy temprano en un oscuro pasillo, de pie apoyada de

espaldas contra la pared, es la única que espera, está nerviosa y lleva puesta una

blusa que aparenta ser formal, el frío le molesta, pero no le importa porque esa

blusa le queda bien. Muchos minutos más tarde el secretario llega al pasillo y gira

la llave que conduce a las oficinas, pocos minutos después este le muestra la

oficina improvisada que ahora pertenece a Emily, el secretario no dice nada más y

se retira a sus actividades. Al cuerpo de Emily le arrebata un pequeño escalofrío al

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que acompaña su piel de gallina, el azul oscuro presente en el color institucional

se encuentra en los muros y en el escritorio, estos le disgustan a ella en

sobremanera. Se sienta y mira la hora como si le debiera devoción, mientras

siente como su presencia no ha ocasionado ningún cambio en esa locación que

permanece quieta y silenciosa ante su llegada.

¿A qué hora llegará la Ingeniera?, se pregunta, y pronto escucha otras voces que

saludan al secretario. Desde la esquina en que ella se encuentra intenta ver algo

pero sólo logra ver las espaldas de quienes ingresan, le atemoriza el que alguna

de esas personas voltee y la salude, aunque siente que sería mejor sí sucediera

de esa forma. Emily se inquieta porque la espera por instrucciones se hace larga,

a la vez que teme que la actividad que vaya a realizar realmente no le agrade, al

menos espera que lo que sea que vaya a hacer no le desagrade mucho. Pasa otra

persona de la que ve su espalda y tampoco voltea, Emily comienza a perderse en

sus pensamientos, piensa en que tal vez no debió de comprar aquellos tacones en

los que ahora sus pies reposan y en su lugar debió de comprar aquellos más

formales, también piensa en como combinan esos tacones con el pantalón que

usa y mirándolos se dice a sí misma: la oficinista.

Emily siente que debe moverse para sentir que está haciendo algo, ir al baño sería

una buena opción, pero el pensar en tener que preguntarle a alguien dónde

queda, le pone lo suficientemente nerviosa que la paraliza, “así nomás son los

nervios de las primeras veces” se dice y decide postergarlo. Su tensión puede

sentirla hasta en la punta de sus cabellos, los nuevos colegas que tiene no notan

su existencia, pero para ella es muy distinto, tanto que se abre una brecha

inmensurable entre su mente y la de quienes la rodean, se pierde mirando unas

hojas en el escritorio que no tiene idea de qué van, pero las mira como si fuera a

descifrarlas y encontrar ahí la cura a su desesperación. La interrumpe el escuchar

los buenos días del secretario los cuales no tienen respuesta, pero sí escucha un

caminar femenino, se trata de la Ingeniera, la máxima autoridad de aquellas

oficinas y también la persona que contrató a Emily.

La Ingeniera no mira hacia donde Emily está y se pierde en alguna oficina que

Emily no alcanza a ver, pero de la cual escucha la puerta cerrarse, ella se

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encuentra aún más intranquila. Guarda su inseguridad en la creencia de que la

Ingeniera está apurada o peor aún, malhumorada; así que mejor es no hacer nada

y simplemente espera sentada. Siente como el tiempo pasa, abre una de las

libretas de su cartera para fingir que lee o piensa algo importante. Si alguien le

pregunta en que piensa, puede inventarse la enfermedad de algún familiar y

justificar con aquello su actitud. De pronto Emily escucha la llamada del secretario,

y apresurada va a darle encuentro, él le dice que si tiene tiempo para ir por unas

salteñas, a lo que la voz de la Ingeniera interrumpe diciendo que hay manzanas

que mejor picara eso y lo sirvieran con limonada. El secretario le indica dónde se

encuentra la jarra de limonada a Emily, la cual solamente trata de parecer lo más

segura que puede, a pesar de eso su caminar se torna ruidoso y sobre todo

desbalanceado, pero le sirve para alejarla de la vista del secretario. Llega a ver las

manzanas y piensa que de ser suyas las habría tirado todas, pero en este lugar en

el que se siente tan extraña es su deber el hacer lo que le habían ordenado.

Con escalofríos intermitentes se pone a cortar las manzanas, junto a la jarra de

limonada, piensa que tal vez así no más es la vida, ella había crecido creyendo

que la educación estaba llena de macanas irrelevantes en la vida laboral y bajo

esa lógica era obvio que la mandaran a realizar este tipo de tareas porque ahora

se encontraba “detrás de la cola del perro”. Una punzada en el dedo la sorprende,

se había cortado, maldiciendo Emily busca algo para limpiarse la sangre, mira de

nuevo hacia abajo y puede ver como su sangre se mezcla con la limonada, a la

que inmediatamente comienza a batir apresurada, pero la limonada no tarda en

empezar a tomar un color azul oscuro, ella piensa que eso no tiene ningún

sentido, pero ni modo, así no más es.

Mi predadora personal

El primer roce con las sábanas siempre le producía ese vibrar de cada célula,  de pies a punta de cabellos, frio. Sólo un pequeño bulto tibio enroscado en sí mismo rompía el horizonte de la  blanca cama. Cada noche el mismo ritual,  ella lo sentía deslizar su cuerpo, entonces se pegaba más y más hasta estar perfectamente unida a él. La abrazaba, y los  cabellos sueltos de su compañera le picaban la nariz.  Esa noche todo era más

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blanco aún y  ella era casi una muñeca de pálida cera.La mañana siempre complicada,  el  mal humor matutino, era como la taza de café,  lo obligaba a despertar. En el desayuno, la cocina era un  conjunto de ruidos que desorejados tenían una sinfonía propia, Ana y Junior hablando casi a gritos, cuadernos y mochilas listas para la salida,  Horacio de traje café,  aunque si se ve con cuidado otra tonalidad más de café,  Matilde de pantalón rojo marcando curvas, caminando siempre un paso delante de todos, apurando al uno, y llevando en sus manos la cartera, la mochila,  al pequeño de la mano,  un espacio mínimo para él,  y a veces era casi otro niño más.¿Cuál fue el motivo del reproche ese día?  No lo recuerda, son tantos y tan continuos,  todos parecen uno, aunque ella trata de cambiar algún detalle   que justifique ese nuevo registro de agudeza en el  chillido. Era el pan, la factura de la luz, el goteo de la pila, que no revisó la tarea de los chicos,  que nunca la toma de la mano. Como fuera él responde siempre lo mismo, que lo olvidó, que lo hará mañana,  que no tiene tiempo, que trabaja demasiado y a lo último quisiera gritarle: !Matilde,  estas loca!  pero se abstiene aunque la mira  con cierta furia; sale tan pronto como puede  y en un acto de rebeldía tira la puerta pero tras escuchar !Qué pasa con esa puerta! Atina a responder, ¡Fue el viento!Los papeles se amontonan en el escritorio de Horacio, teléfono en mano realiza acuerdos con el proveedor, hace señales a la secretaria para que busque un recibo, mientras chasquea los dedos en señal de apuro, su jefe pasa veloz, saluda haciendo un gesto con la mano y él responde con una cordial sonrisa. Como todos los días saldrá máximo a las 6:30 de la noche pero como siempre esperará tres horas antes de volver a casa.Horacio podría aprovechar para tantas cosas ese tiempo libre, incluso para tener una amante, pero prefiere tomar algo caliente en la cafeteria de la calle Colón y rumear  sus pensamientos suspendidos durante el día.Siempre volvía a ella: Es la mujer mas irritante del mundo, la inconforme de la vida, " doña perfecta", ¡en que maldita hora me fije en esta loca!, sino fuera por los chicos la dejaba de una ¡ahí sabría que es bueno!Después del segundo café pensaba: No, dejarla no  es suficiente, hay que librar al mundo de ese pájaro carpintero taladrador de  sesos con sus constantes quejas y su voz nasal, ponerle una almohada en la cara hasta  que deje de respirar o tirar por accidente la secadora mientras toma una ducha,  muerte por electrocutamient,  mínimo acto de justicia para una torturadora personal.No faltaba la noche que por  casualidad se encontraba con alguien en el Angelo Colón interrumpiendo su perorata mental.- Hermano,  que gusto verte- De tanto tiempo Joaquín- Y ¿cómo esta la Matildita y los chicos?

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- Los chicos cada día mas grandes y mi esposita, bien gracias a Dios- Me alegro mucho, debemos reunirnos pronto, y Matilde ¿sigue siendo el alma de las fiestas?- Ya sabes amigo, ¡ella como siempre!- Qué gusto escuchar eso, bueno un saludo en casa.Tras terminar la charla y las forzosas sonrisas, esas que provocan makurka, da por terminado ese tiempo de paz y regresa a la realidad.El departamento  a las diez de la noche solo es la sombra de muebles a medio iluminar. Los niños dormidos y Matilde en cama, el saludo obligatorio y la respuesta consabida: " hay cena en el refri, te calientas". Comer algo en santa paz, es un regalo tras el día de trabajo, la indiferencia en ella es algo natural, lo que no pasaría si en lugar de su esposo fuera un potencial cliente de algún perfume de moda que promociona, y que este año seguramente le hará ganar un crucero por el caribe, pues el auto ya lo tenía, ¡Maldita hasta eso hacia bien!Cuchara tras cuchara el plato vacio, ella tenía una mano espectacular para preparar la sopa de maní, eso era innegable. Escuchar las noticias  antes de dormir el  pretexto perfecto para encontrar al dragón dormido, o volvería a preguntar si ya pagó esto y encargó lo otro y...Finalmente uno debe dormir se dijo, y entró a la habitación,  silencioso empezó a desnudarse, ella con los ojos cerrados repasaba en su cabeza cada movimiento hasta sentirlo cerca. En el borde de la cama miró  la almohada, todo era tan fácil, se agachó y cogió con ambas manos el arma homicida, hizo un movimiento brusco que extrañamente no la despertó estaba muy cerca de una indefensa Matilde y  entonces la miró.Sintió el frio de las sábanas y se deslizó,  aspiró profundo el aroma de su cabello, dejó que las puntas le provocarán casi un estornudo y la abrazó, ella buscaba  su cuerpo, por unas horas él la tendría para si, en silencio, una vieja  frase le vino a la memoria ... " me gustas cuando callas..."

Una tarde en el parque

Era una tarde gris y fría, mientras caía una lluvia menuda y persistente

Irene estaba recostada adormecida en el sofá y recordaba ¿o soñaba? aquella

otra tarde luminosa en el parque que estaba lleno de jóvenes, familias y niñas que

jugaban corriendo de un lado a otro, acariciados por un suave viento que

correteaba a las hojas y las hacía volar.

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–Yo quiero subir a ese columpio rojo- “Ese me pertenece, es el que yo

quiero. Esa niña que está ahí tiene que bajarse… es el columpio que más quiero y

no puedo dejar que otra lo ocupe.”

–Pero está ocupado por la niña que tiene los zapatos blancos- “Esta mi hija

solo quiere lo que otros tienen, pero tal vez le pertenezca. Aunque también es

necesario que aprenda”.

–Yo quiero ese- “Si no quiere dármelo no importa. Allí hay también un

balancín rojo. Voy rápido allí. Seguiré jugando. No importa que no quieran darme

mi columpio rojo”.

Más allá estaba otra niña sentada con los ojos que le bailaban de aquí para

allá y sonreía. No se podía mover pero disfrutaba de todo lo que veía.

Mientras Irene se acerca al tobogán rojo un enorme perro negro corre hacia

ella. Su enorme cabeza tiene unos dientes que chispean. Irene se asusta y

comienza a correr, no sabe para dónde ir. El corazón comienza a latir y latir,

parece que quiere salírsele por la boca.

El perro de pelo corto brilloso sigue su carrera, hada lo detiene, salta

avanza y se acerca.

Irene asustada piensa que es el mayor monstruo que ha conocido y que la

quiere devorar, trata de llegar a esa pequeña casita que está cerca, allí se

esconderá y no pasará nada… Mira hacia atrás para ver cuánto le separa, pero no

ve nada.

El perro ya está junto a Irene y la empuja. Irene cae y se lastima, ya no

puede escapar, ha sido atrapada y siente que le oprimen en el cuello. El perro se

acerca juguetón y con su lengua babeante le lame la oreja.

Irene da un grito espantable para ahuyentar a todos los perros que existen

en el mundo y se despierta.

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Espejo solitario

El sol se ocultaba a lo lejos y ella iba conduciendo desde el mediodía por la

carretera sin problemas cuando de repente la movilidad dejó de funcionar. La

rapidez con la que decidió viajar hizo que olvidara su celular y solo le quedaba

aguardar la ayuda de alguien.

Pasaron horas sin que transitara algún ser vivo por aquella carretera y el cielo

completamente estrellado empezaba a cubrirse de nubes. La calidez del verano ya

había abandonado sus mejillas cuando la primera gota se precipitó en el

parabrisas. En el momento en que la impotencia estaba por abrazarla vio no muy

lejos prenderse una luz, entonces su instinto hizo que sin dudar saliera en ese

instante del vehículo y se dirigiera a donde el calor envuelva su cuerpo.

Al acercarse distinguió una casa simple y pequeña, llegó a ella justo antes de que

la lluvia se transformara en granizo. Nadie respondió a la puerta, pero notó que no

estaba con llave. Me disculparé y explicaré mi situación si aparece el dueño se

decía mientras pasaba dentro.

A pesar de no hacer frío, en el interior solo había un cuarto que estaba

completamente vacío a excepción de un espejo, ubicado en el centro de la

habitación, que miraba en dirección contraria a la puerta. La muchacha quedó

sorprendida al percatar que la luz de la casa provenía de aquel espejo. Y este

objeto hacía que la intriga se apoderase de todo su ser, le pareció inalcanzable e

intangible. Trató en vano de aproximarse a él, pues para su sorpresa sus piernas

no le obedecían y se dio cuenta que el miedo la ataba y no la dejaba acercarse.

En su desesperación se acurrucó en una de las esquinas del cuarto donde hizo

que la lluvia de su alma compitiera con la que caía afuera de la casa.

Cuando pasaron horas y el amanecer estaba cerca logró reunir toda la valentía de

su ser. Con las piernas algo adormecidas se levantó y despacio se acercó al

espejo ya con la certeza y seguridad de que aquel objeto era solo un espejo

ordinario. Pero al ponerse frente a él todas sus células de su cuerpo se

congelaron.

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Nada.

No había nada.

No pudo ver las ventanas verdes de su ser que siempre vio reflejadas en todos los

espejos, ni el pelo café que trenzó hace un día. Ella no aparecía en el espejo. Era

como si este la ignorara por completo, como si rechazara su existencia absoluta.

En ese momento todo el terror y la desesperación de su mente salieron a flote, la

muchacha empezó a gritar desde lo más profundo de su ser, gritó y gritó hasta

que los rayos solares tocaron la casa…

Y al salir el sol del nuevo día hubo un abrupto silencio, en el cuarto del espejo la

soledad regresó.

UN DESCUBRIMIENTO INUSUAL

Hace años me enviaron a una población para investigar la existencia de oro. Fueron días de intensa investigación, pero no encontré oro alguno. Entonces, decidí marcharme por la noche, pero antes de hacerlo, me llamó la atención que la tierra brillara. Así que me animé a buscar una vez más el oro con la esperanza de encontrarlo. Caminé varias horas siguiendo el brillo y sin darme cuenta, anocheció y la tierra dejó de brillar, no tenía idea por donde seguir, estaba perdido. De pronto, tropecé con una piedra, y cuando quise levantarme caí al suelo, mi tobillo estaba sangrando y mi pierna derecha estaba lastimada. Una vez más intenté levantarme y sentí que alguien me ayudó a hacerlo. Cuando volteé para agradecerle, quedé sorprendido, era una joven de estatura mediana, pero muy hermosa. Entonces, le conté que me había perdido y estaba lastimado, pero ella no dijo nada, incluso cuando le pregunté su nombre tampoco respondió. Sin embargo, la joven me ayudó a caminar hasta llegar a un pequeño río. Ahí pude limpiar mi herida y también pude observar cómo ella bebía un poco de agua y luego se secaba sus labios con delicadeza. Acepto que me impresionó aún más su belleza, pero no dije nada. Aun no amanecía, así que seguimos caminando y nuevamente me tropecé y la joven gritó:” ¡Cuidado! ¡Una piedra!”. Entonces vi que la estatura de la joven disminuyó cuando pronunció aquellas palabras, pero cuando calló regresó a su tamaño normal. Aunque estaba lastimado aún más por la caída, estaba mucho más sorprendido por la extraña enfermedad que la muchacha padecía. No había encontrado oro, pero si a ella.

Cuando llegamos al pueblo, la convencí de que me acompañara a la ciudad, pero antes le puse el nombre de Ana. Ya en la ciudad, les comenté a unos amigos que en una población había encontrado a Ana y a la extraña enfermedad que padecía. Pronto, todo el país empezó hablar de ella como si fuera un fenómeno, pero después de un tiempo, noté que Ana se

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sentía incómoda con las fotografías que le tomaban y las preguntas que los periodistas le hacían acerca de su comunidad, pero ella no decía nada. Un día, la encontré enferma en su habitación y me asusté, tenía miedo de perderla. En ese momento, la llevé a varios hospitales, pero ninguno quiso atenderla por miedo a que su extraña enfermedad sea contagiosa. Entonces, decidí llevarla a su población en mi auto para pedir ayuda a los comunarios, pero en el camino nos perdimos. Pronto anocheció, no podía recordar el lugar donde la había encontrado la primera vez hasta que la tierra empezó a brillar con intensidad y también la luna. Limpié mis ojos mojados, creo que era por el brillo. De repente, Ana se levantó y empezó a caminar. Al verla en ese estado me alegré y mientras me iba, escuché la voz de Ana que decía:” ¡Gracias!”

Tiempo después volví a aquella población, pero para mi sorpresa nadie conocía a Ana.

Sueños

De niña soñaba con ser una gran cantante, y hasta mis catorce años hice

de todo para llegar a esa meta, siempre colaborada por mi mamá, que impulsaba

ese sueño.

Pero una no siempre consigue culminar sus metas, y más cuando de niña

pasas a ser mujer, y todo cambia. Las metas ya no están en tu cabeza te revelas

contra quien te impulsa a seguir esos sueños, es decir tu mamá. Por darle te vas

de discoteca, primero con las amigas del colegio, que siempre están dispuestas a

compartir la joda, después conoces chicos que te empiezan a hacer sentir cosas

que no sentías antes, es como un llamado desde tu interior, y siempre buscando

el más simpático. Y de a poco pierdes esa timidez de niña y te conviertes en la

que empujar a tus amigas a desobedecer a tus papas y te vas con permiso o sin

permiso de disco en disco.

Al principio no quería tomar nada, no me sentía la chica rebelde, sino la

chica curiosa, que quiere conocer otras cosas. No tomaba, pero si no tomas no

eres parte de ese mundo que te empieza a gustar y del cual quieres ser parte.

Hasta mis quince años, casi cumplidos los dieciséis, ni una gota de alcohol y, puro

baile sin nada más, en una discoteca de onda allí en la Ceja de El Alto. Lo mejor

de esa época mi fiesta de “quince” fue como sentir que eras la chica más

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importante, primero de tu casa, pero todavía más de tu colegio, todas y todos

tratando de conseguir que les invites: me sentía tan importante.

Ya llegando a los dieciséis, la primera farra en una discoteca, con chicas y

chicos del colegio, no me acuerdo nada, solo que estaba ahí bailando y me borre.

Más bien que algunas de mis amigas me llevaron a mi casa, mi mamá casi me

mata en la mañana estaba furiosa, y con razón, pero yo al contrario de aceptar sus

regaños, más rebelde: le grite: que te importa, que era mi vida y que no me

jodiera, un griterío tremendo, mis hermanitos tratando de calmarnos, pero yo

furiosa, enojada, casi golpeo a mi mamá. Luego salir a escondidas algunos fines

de semana, siempre a bailar, y volviendo todavía de noche. De a poco le fui

agarrando el gustó a todo eso, porque me gustaba estar con los chicos, me reía

de todo y de nada. Pero en la “promo” me embarace, no sé cómo, pero pasó,

estaba borracha y cuando me di cuenta estábamos en un alojamiento, a él lo

conocí unos meses antes en la misma discoteca, me gustaba mucho, pero no

quería llegar hasta ahí. Luego él se negó, dijo que no era suyo el encarguito, que

era mi problema y que no le hiciera líos, porque iba a venir con los “q’par” y me

golpearía a mí, a mi hijo, a mis hermanos y a mi mamá. Me asuste tanto que me

no dije nada, solo mi hermanita me ayudaba a esconder mi barriga, pero en unos

meses ya no se podía y, una noche al llegar del colegio mí mamá me agarro la

barriga y me dijo: “estás embarazada”. Ese fue el fin, ya que ella era la única que

nos mantenía y nos quería: mi papá nos dejo cuando mi hermanito menor tenía 2

años, en aquel tiempo ya tenía 5, mi mamá era padre y madre para nosotros y yo

con mi panza. Ella casi se muere, me dijo de todo, se puso furiosa porque no

sabía que pasaría conmigo, con mi hijo, con nosotros, toda mi rebeldía de los

últimos años desapareció, no le pude contestar como las primeras veces, solo me

puse a llorar. Finalmente, después de un griterío grande: acepto la situación y no

le quedo otra que ayudarme. Yo ya no salí de casa, más que para ir al colegio, y

en el colegio me empezaron a decir “ñoña”, porque estaba como para reventar,

mis amigas ya no me hablaban, solo la Teresita me ayudaba en lo que podía,

todos me hicieron a un lado. Mi mamá tuvo que trabajar más, para conseguir más

dinero.

Page 32: Cuentos TIPO Lispector

Mis metas infantiles, se metieron en mi barriga y después de nueve meses

nació lo único que me impulsa. Todos mis sueños se destruyeron.

Mañana empiezan las clases

Mañana empiezan las clases y tengo que empezar a programar los horarios y dividir las clases por bimestre. Las tardes del domingo son siempre las mismas, con lluvia frio o calor, yo siempre paso las tardes de domingo en este viejo escritorio de mi padre y cerca a esa ventana. El silencio es casi rotundo y el bolígrafo al rayar las hojas parece sisear algún secreto. La superficie del escritorio no es totalmente lisa por eso siempre utilizo un viejo cuaderno para apoyar mis hojas. Cada vez que termino de revisar exámenes o trabajos del colegio guardo las hojas revisadas y abro el cuaderno para escribir en ella algunas ideas personales al azar. Pero esto es cada vez menos frecuente. Lo único que hago ahora es ver la portada y la primera hoja donde mi madre escribió mi nombre para que no perdiera el cuaderno. Ella es la que me enseño a leer y escribir, todas las tardes después de que ella acabara la mayoría de las cosas por hacer en la casa me enseñaba. Recuerdo practicar mucho para igualar la letra de mi mamá porque era muy bonita…

Los días, las horas, los segundos pasan siempre abandonándome a un futuro incierto. Pero mientras mantenga este trabajo podré vivir con la tranquilidad y estabilidad económica que necesito. Lo único difícil de aguantar son las vacaciones, aun no puedo encajar fácilmente a mi limitado entorno familiar. Cuando trabajo la rutina del hogar se limita en el “buenos días” por la mañana y el “buenas noches por la noche”. Mi padre y yo cumplimos esta rutina por mucho tiempo precisamente desde la muerte de mi madre. No pretendo quejarme por falta de atención. Yo tampoco tengo tiempo para hablar con mi padre porque trabajo en diferentes turnos. Creo haber encontrado un estado cómodo en el cual puedo desenvolverme sin miedos provocados por la incertidumbre.

Todos los días llego a tiempo al trabajo. Preparo mis clases adecuadamente y mi eficacia ha aumentado considerablemente. Ya no me preocupo mucho por entender el mundo y descubrir sus misterios. Ahora me dedico específicamente a mis asuntos de trabajo. De alguna forma el memorizar fórmulas básicas de algebra, geometría y otros, el calificar trabajos, el clasificar a los alumnos, el cuantificar notas me ha dado una salida cómoda al remolino de ideas revolucionarias que un día llenaban mi cabeza y que siempre me mantenían en la incertidumbre. Además mi padre siempre quiso que yo sea un profesor de matemáticas como lo fue él.

Mañana empiezan las clases de esta gestión académica. Mañana se repetirá lo mismo que se repitió desde que decidí ingresar en el círculo temporal infinito que se detendrá solo el día de mi muerte. Y mientras me preparo para el inicio del ciclo escolar un cálido aire somnoliento cae con todo su peso en mí…

…Creo escuchar el despertador… con los ojos todavía entrecerrados creo ver: 7:00, pero mi cara cae sobre el cuaderno donde solo veo: Carlos… y el sueño que todavía pesa en mí me hace decir: un rato más.

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La diferencia entre una sombra y una metáfora.

Mira cómo se ve a través.

Y allí hay unas flores amarillas y las abejas buscan allí el polen, luego una abeja muere a mis pies…

Puedo darle miel... pero… ¿para qué? Igual volverá a trabajar la pobrecita. Y en una semana morirá…

¡Vaya fachas las mías, y vaya el esmalte desgarrado y chorreado, como residuos de un almíbar negro dentro de un pote! ¡Cuántos desvelos, inútiles, impúdicos, canallas!

Ahora me voy a mirar las rosas del atardecer, y a los viandantes obscenos que vuelven del trabajo… Ahora me voy a arrojar en el arroyo tibio - ¡claro!, como si en La Paz hubiese arroyos tibios – aquí sólo hace frío, un frío que te hace querer huir y ante la imposibilidad de huir sólo queda la posibilidad de arrojarse en la cama y quedarse sola y triste… pero es que a mí me gusta sentirme sola y triste, a condición, claro, de estar muy, muy, triste.

Ahora hago girar mi bata cual tornasol, mientras siento esa extraña resaca que se siente cuando se ha abandonado el cuerpo totalmente… y ya van no sé cuántos días que no entro a la regadera… Mira mi pelo en un moño recogido, es un moño de princesa, la bata suspendida, los pies desnudos y rojos por el frío…

Voy a tomar un vaso de ron para despertar… no me paso nada del otro mundo, ojalá hubiese pasado, pero no… no pasó un carajo.

Simplemente me desconecté del mundo y descubrí que me encanta estar a la deriva, como en un naufragio, como en una balsa en medio de un atardecer generoso, con los ojos cerrados, escuchando el rumor de las olas, extrañando algo que no se qué es… A la sombra de un algodón que pasa por el cielo…

Hoy ya me acaricié tres veces y estoy yendo por la cuarta… ¿mucha ociosidad?... y qué quieres, Dios, no encuentro ganas de nada…

Pero llegan las facturas y ésas sí que son un golpe concreto, es el agua salina, el naufragio mismo al borde de la muerte, los labios resecos…

Tienen la mirada seca, torva, de acero, de cuchillo, de mano cortada… allí están sonriendo sus cifras, empujándome a levantarme, a ganarme la vida, refulgen con maldad, acumuladas ya por tres meses son suficiente motivación… pero una motivación destructiva… ¡Déjenme fumar el último cigarrillo, mover mi melena, echarme, hojear unas páginas más!

¿Qué mal te hice, Dios mío, para no poderme quedar aquí?

A la sombra de una metáfora.