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CUERPOS SIN RITO
Laura Orellana Trinidad
Hace algunos días, tuve la oportunidad de ver la cinta japonesa Departures, que el
año pasado resultó galardonada con el Óscar a la mejor película extranjera y que dentro de
unas semanas se exhibirá en la Muestra Internacional de Cine, aquí en Torreón. Es una
película conmovedora que trata sobre la importancia de dignificar la partida de los difuntos.
Se le despide mediante la realización de un ritual funerario, en el que el cuerpo es lavado,
maquillado y con movimientos suaves y sobrios, arreglado con vestidos propios para la
ceremonia. Todo esto ocurre frente a la familia --por lo general en un ambiente de silencio
y respeto— que en muchas ocasiones se acerca para acariciar a su ser querido y agradecerle
por todo lo que hizo en vida.
Y esta necesidad de homenajear el cuerpo de los seres queridos, es muy antigua y
forma parte de casi todas las culturas. De Grecia es conocido el pasaje de Héctor, el de la
Ilíada, que da muerte a Patroclo, el amigo de Aquiles. Éste, encolerizado, persigue a
Héctor alrededor de las murallas de Troya y venga la muerte de su amigo. Así, ata el
cuerpo de Héctor por los tobillos a su carro y lo arrastra para humillar a los troyanos.
Finalmente lo deja expuesto al sol y los animales. Aun cuando están en medio de la guerra,
Príamo, el padre de Héctor, acude a Aquiles con la ayuda de Hermes, y le pide que le
entregue el cuerpo de su hijo. Aquiles consiente, sobrecogido por el dolor del viejo rey y
permite un funeral adecuado para su investidura. Una tradición totalmente distinta, de otra
época y lugar, es la que se tiene en el sur y centro de México, al preparar cada día de los
difuntos, un altar para los que ya se fueron y regresen a saborear de los platillos y bebidas
que les gustaron. Los creyentes afirman que si bien los alimentos y bebidas parecen
intocados, no saben igual, porque ya los difuntos sacaron la sustancia.
No dar sepultura a los restos de un ser querido debe ser sumamente doloroso. Por
ello se desatan esas búsquedas angustiosas que no tienen fin, aquellas que incluso, pueden
parecer ridículas. Así lo mencionaban las viudas de Pasta de Conchos en una conferencia
que escuché hace como un año: no darían tregua para encontrar los cuerpos de sus padres,
sus esposos, sus hijos, sus sobrinos, aún cuando saben que con cada día acumulado, es más
difícil encontrar restos que puedan identificarse. Lo mismo se observa en quienes han
sufrido el secuestro de algún familiar o el robo de un hijo, que por la desesperación dejan
sus trabajos y la salud a cuestas para hacer sus propias investigaciones, aunque sea para
encontrar el cuerpo de su familiar. Se quiere encontrar el cuerpo para buscarle un lugar
apropiado en el que se pueda dejar flores, rezar, saber dónde está. Realizar un ritual para
que se vaya dignamente.
Y hoy observo las imágenes de Haití en el periódico: cuerpos, cuerpos, más cuerpos
amontonados, abandonados. No son diez, ni cien --si es que uno pudiera imaginar ese
horror— sino lo equivalente a toda la población de Matamoros, Coahuila, y aún más. Se
dice que hay tantos cuerpos en el hospital general, que están apilados hasta alcanzar una
altura de más de un metro y todo ello a la vista de los enfermos. Los entierros en una fosa
común es algo que ya se comenzó a plantear.
Sin embargo hay quienes, a pesar del momento de sobrevivencia que se experimenta
y en el que la urgencia principal es resolver el asunto de la comida y el techo, prefieren
buscan a sus padres, sus hermanos, sus hijos en esos montones para enterrarlos con un
ritual. Muchos de ellos practican el vudú, y precisamente, el máximo líder de esta religión
en Haití, Max Beauvoir (un bioquímico, con estudios en La Sorbona), le hizo señalamientos
al presidente René Preval en contra de los enterramientos masivos y anónimos: "No está en
nuestra cultura enterrar a las personas de tal manera".
En este sentido, el periódico electrónico español Publico.es, relata la historia de un
funcionario de este país, Fred Maniga, quien no podía aceptar que sus seres queridos fueran
enterrados en una fosa común. Por ello aseguró: "No me importa no comer, o no beber,
pero jamás permitiría que mi padre o mi hermana quedasen tirados en una cuneta. Ningún
haitiano debe tolerar esto", dijo.
Los psicólogos que han atendido a víctimas en situaciones críticas como ésta,
comentan que el duelo comienza a experimentarse cuando hay un cuerpo, un cadáver,
cuando se celebra el funeral o se pone una esquela. Sin embargo, la falta de cuerpo puede
retardar este proceso. De ahí que los retos para los haitianos no sólo será la recuperación de
la economía de su país, que hoy por hoy parece un trabajo imposible, sino también y menos
visible, la cicatrización de las profundas heridas que cada uno lleva consigo.
Quizá se equivocaba Maslow cuando aseguraba que primero habría que tener
satisfechas las necesidades básicas y luego las relativas a las relaciones afectivas. Habrá
que revalorizar nuestros ritos sobre la muerte, que finalmente dan sentido a la vida.
Columna: Las laguneras opinan.
El Siglo de Torreón
Publicado el sábado 23 de enero del 2010.