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  • Esbozo para una etnografa del vagabundo

    Marcelo Berh C. Antroplogo.

    Resumen

    Este es un intento por revelar; en los trminos ms cercanos a la realidad,, el mundo de las diferen- cias (y las semejanzas) de lo que pueden llamarse esti- los de vida vagabunda. A travs de tal acercamiento se pretende dilucidar la condicin sociocultural de lasper- sonas vagabundas de la ciudad de Temuco y abrir una discusin en torno a las tonalidades y los diversos con- tornos que proyectan distintas clases de personas va- gabundas, sugiriendo que la etiqueta -de vagabundo- encierra un universo de vivencias y signzj?cados muy heterogneo que puede revelarse y hacerse inteligible a la luz de la investigacin y el trabajo etnogr$co.

    slo la sangre, el nacimiento y las hazaas te- nan derecho a la historia)), Michel Foucault

    Cuando el etngrafo de campo desarrolla investigacin en contextos urbanos y cuando se aboga al estudio sustantivo del estilo de vida de una clase mar- ginal de personas como pueden ser los vagabundos est, casi por encanto, ante una tarea tan densa como cuando debe enfrentarse a una cultura extraa.

    Quisiera exponer, como modo de acerca- miento hacia un punto de vista que est todava por construirse, algunas notas, derivadas de una investiga- cin etnogrfica exploratoria relativa a la condicin sociocultural del vagabundo en Temuco teniendo como teln de fondo las vicisitudes de la prctica etnogrfica desplegada y aquellas que impone el proceso mismo de escritura como contexto en el que se hace inteligible la densidad de la vida social de los grupos humanos. Aqu,

    como en otras partes, se deben usar las grafas de la conducta modelada antes que las convencionales de re- presentacin sonora. En este esfuerzo, la empresa etnogrfica cobra pleno sentido pues brinda acceso a respuestas dadas por otros a la vez que proporciona una base sobre la cual interpretar lo que otros dicen, piensan, sienten y hacen.

    Despus .de alrededor de seis meses de in- vestigacin de campo uno puede estar en condiciones relativas -al menos as se siente- de poder dar cuenta de algunas constantes en la vida cotidiana de aquellos con quienes uno ha entrado en contacto. En este caso, se trat principalmente de 10 que puede haber de comn en las experiencias y vivencias, las rutinas y todo un cortejo de signos que bullen detrs de las vidas de los vagabundos, o travs de las mismas en el contexto ur- bano de Temuco, en la IX regin de la Araucana -ciu- dad de apenas ms de cien aos ms o menos turbqlen- tos, una mezcla de vida pueblerina marcada por el rpi- do crecimiento econmico de los ltimos decenios, pero a la vez tremendamente atravesada por los estilos de vida rurales y las relaciones intertnicas y las prcticas de dominacin propias de las sociedades asimtncas: as, en Temuco, y en general en la regin, confluyen elementos culturales diversos y tnicamente diferencia- dos, productos de todo un proceso de relaciones ms o menos tradicionales que hoy da -y desde el inicio mis- mo de los contactos- comienzan a transformarse.

    En particular, los elementos que identifica- r a continuacin corresponden al comportamiento sim- blico habitual de un gmpo de vagabundos de la ciu- dad, con los que comenc a tener contactos desde Ene- ro de este ao -con algunos durante todo este tiempo (unos siete meses)-, vindolos lo ms estrechamente li- gados a las circunstancias contextuales, a las atrnsfe- ras escnicas y a los tonos de la interaccin que estable- cen. A la vez, estos contextos de observacin servirn

  • de contextos para la interpretacin de algunos trazos significativos del tejido etnogrfico, contribuyendo as a dar forma a una etnografa del vagabundo.

    Las principales vicisitudes que se derivan de una investigacin etnogrfica del vagabundo -y que son pis- tas que sirven para caracterizar al mismo- son simult- neamente del orden de una sensibilidad social que les aplica etiquetas y los acoge o los excluye (en el caso particular de esta investigacin, varias son las institu- ciones y organizaciones que los acogen y les brindan algn tipo de apoyo, pero ms abmador es el nmero de las mismas que los excluyen o marginan), y de una diferenciacin interna casi imperceptible a no ser de que estemos ah. Estas dificultades de orden emprico lle- van consigo aparejado un problema conceptual -y no meramente tednolgico-. De modo que uno de los esfuerzos ms significativos aqu estar enderezado a distinguir clases de vagabundos y, por 10 tanto, a una categorizacin de los mismos.

    En pocas palabras, ese indiferenciado mundo que parece contener la categora del vagabundo hoy en da puede ser tanto ms heterogeneo cuanto ms se indaga en las particularidades mismas que hacen la diferencia entre un sujeto y otro. As, qu tienen en comn -si es que tienen algo en comn- las personas que a la vez son vagabundos, indigentes, mendigos, adultos de la calle, borrachines inveterados, peregrinos y unos que otros enfermitos? (Obviamente, aunque no siempre podamos advertirlo) cada una de estas etiquetas hace referencia a una que otra condicin del sujeto: a veces desde el pun- to de vista de la posicin del mismo en el sistema del trabajo y los vnculos con la sociedad y las normas lega- les de la misma, otras desde la ptica de los problemas sociales y la salud mental -al menos como la propia so- ciedad y sus instituciones lo interpreta. Sin embrago, sigue en pie sabe; quin es aquel cuyo rostro se desdo- bla segn quien se dirige a l.

    En esta dialctica entre lenguaje y realidad consi- dero irremplazable la intensidad con que fulguran las existencias de los propios sujetos, a travs de sus vo- ces: c... somos todos de los mismos negros, la ver- dad, hermanito, somos todos unos torrantes, todos an- damos torranteandon, en la calle hay que ser como perro, bruto, no se cmo no me he vuelto loco o me

    he muerto, caiuncapens que llegara a estar como estoy ahora, cagao, como animal t irao~;

  • hasta la noche y el da siguiente ... La bsqueda de pololos, de comida, de alcohol y de abrigo son aqu faenas por excelencia sociales, sobre todo si ciertos sig- nificados compartidos se expresan a travs de ellas: en general un sentimiento de exclusin mezclado con in- fortunio, derrota y obcecacin. Una nota de campo re- ferida al contexto del Comedor permite advertir esto ltimo a lo que me refiero:

    En el comedor estn los que hablan en esta- do de plena intemperancia como Ran hoy da (515) mantiene un altercado de palabras estruendosas con Estrada; los que, como Epul o don Manuel, resignados slo comen su comida; los que abandonados a la espera de una pensin o de una herencia -como Dickinson-, callados todava esperan; en fin, aquellos que, como los pajaritos -y Pelayo parece uno de ellos-, simplemente han llegado hasta ac por la comida.. .

    En otras circunstancias es relevante el he- cho de que quienes conocen o (eventualmente) se en- cuentran en el sistema de vida de la calle, faciliten la entrada al mismo de quienes son recin llegados y an no se encuentran famiiiarizados. Las invitaciones a lu- gares donde .ir a dormir, a comer, a buscar pololos o a beber es un modo de compartir la experiencia vivida por el que lleva ms tiempo en la calle con aquel recin llegado, y de solidarizar con el mismo dndole a cono- cer el stock de posibilidades y estrategias para po-

    Don Carlos-no se junta con los dems del Hogar. Las conversaciones que llega a sostener con los asis- tentes de all son enteramente fortuitas y en todo caso casi inentendibles. Tampoco suele beber o llegar bebido al almuerzo -faena comnmente grupal-. El es ms bien solo. Anda solo. Duerme solo. Almuerza solo. Pide solo. Recolecta solo. Hasta habla solo ...

    O, trayendo a colacin otra nota de campo en la que se expresa con relativa elocuencia la proyeccin de la vida aislada y en 'soledad del vagabundo alucinatorio:

    En el tambor de basura de Millahue -frente a la rotonda de Caupolicn, en la salida sur de la ciudad, cerca de los mrgeners de la misma- encontr a Clin, recolector de materiales)) por ttulo propio, estaba com- pletamente sumido all, en medio de un hedor de vina- gre y pudricin. Al acercarme a l advert que eso le produjo una especie de temor: quin sabe quien pueda ser)), dira Clin posteriormente.. . Al estrecharle la mano para saludarlo, l se demor un poco y finalmente tam- bin lo hizo pero de un modo tan sutil y liviano que me pareci que en esa timidez se sedimentaba mucho tiem- po sin que Clin estrechara manos ... A medida que ba- mos estrando en conversacin sobre el don de las extremediades)), las prohibiciones de su tradicin, o res- pecto de sus dotes y virtudes de poeta, dibujente, me-

    dio atleta y de los der sobrevivir como vagabundo, lo que de al& modo muestra la capacidad de reproductibilidad de un estilo propio de hacer las cosas y tambin de ver- las -a m que me dejen vivir as ... si uno tiene su ideologa personal no va a aceptar que venga otro y le imponga otra ideologa)), dice Erwin, un antiguo caminante, anclado hace aos en Temuco.

    Sin decir que el grupo de los vagabun- dos alucinatorios o psiquitncamente deteriora- dos no tienda tambin a reproducir un estilo -muy marcado por una esttica del hedor y la suciedad-, este se halla de todas maneras constituido a partir de otros medios. Estas personas prefieren ante todo la soledad, al punto de no comprometerse en situa- ciones sociales ms o menos establecidas en las que tienden a proyectarse determinados roles e identi- dades -tanto respecto de sus pares como del comn de la gente-.

    cantares)), y a me- dida que se me iba haciendo dificil en- tender qu deca pues hablaba en un tono muy bajo, yo me iba acercando a l -para oir'mejor qu deca- y l, a su vez, se iba alejando de m de tal modo de mantener siem- pre una distancia ... De los muchos as- pectos de su vida que Clin me cont esa vez en relacin a SUS creencias - como gitano y medio extranjero

  • que soy no puedo vivir en casa, como que empiezo a ahogar dentro de la casa- y, segn las observaciones hechas en terreno, las personas de este grupo prefieren estar y andar solas que en compaa, recolectar (comi- da, dinero, restos y desperdicios) que pedir, divagar antes que embriagarse. En este grupo no parecen compartirse, pues, estrategias de sobrevivencia: aqu cada cual se las inventa, del mismo modo que cada cual construye su mundo. Hace unos aos, cuenta Clin, sufr un descambio de fisonoma ... empec a desarrollar el don de las extremidades -desde entonces l lleva amarrado al cuello y muecas un collar de cadenas y brazaletes de metal, levanta rocas y vive en el ro-. Otro informante - Pelayo- cuenta que todava no est completo y que tie- ne partes de su cuerpo cambiadas, conoce y maneja el cdigo de espina -por medio del que puede saber mentalmente todo 10 que desea, por ejemplo como hizo con mi nombre y el de un acompaante, en una ocasin, o como diariamente lo hace para determinar cualquier inquietud que le sale al paso-. Sin duda estos son mun- dos de acceso privilegiado slo quien as lo va de- terminando. Aqu el mundo de las normas sociales de accin y el mundo de los objetos externos cede paso al de las construcciones privadas y subjetivas, canalizadas por medio de cdigos y significados excntricos: cada cual da rienda suelta a los poderes de la imaginacin y el delirio.

    Si quisiera, por otro lado, caracterizar el tipo de contextos en los cuales poder constatar vvidamente aspectos de la vida de estas personas, tendra que partir reconociendo las diferencias anteriores. En el primer caso, la tendencia a cierta gregariedad toma evidente la presencia de vagabundos en sitios como la Feria Pinto, los bares y las pics de all, el Hogar de Cristo y los Traperos de Emaus. En tanto que para el segundo gru- po, lo habitual es encontrar individuos solos merodean- do cerca de algn basurero, sentados en algn banco de plaza pblica, o simplemente caminando con o sin nin- guna direccinprefijada. Ambos tipos de comportamien- to habitual son slo la superficie de estructuras de ac- cin simblica de las cuales todos -aunque, por supues- to, no faltan los incorregibles- llegamos a sentir su fuer- za como dispositivos de accin modelada. El contraste de superficie recin caracterizado muestra a un nivel ms profundo las formas sociales que entran en cues- tin cuando la participacin no se desarrolla segn los esquemas socialmente legitimados de accin social y

    dentro de los espacios positivamente percibidos. Las categoras como

  • en el campo yo era rico, tena animales, comida, no me faltaba nunca nada, era electromecnico y me queda- ba tiempo para tocar la guitarra, tena mi vehculo, una camioneta, arreglaba motos y llegu a tener la ma propia, una BMW; cuantas mujeres no tuve, era director de una escuelita~, todos me queran, mi fami- lia, mis padres, mis hermanos ...-; aun as, no hay que confundir a estas personas con la totalidad de los vaga- bundos. De hecho, este es un grupo que se distingue del resto prin~ipalmente en que no existe tanto alcoholis- mo -algunos no beben y los que lo hacen no son viejos en eso: lo hacen ms bien con propsitos estratgicos como para poder domiir a la intemperie, o de vez en cuando se les convida-; todava se conserva una pre- ocupacinpor la buena presentacin y el aseo perso- nal y, de manera muy especial, se ponen en prctica ver- daderas reglas de buen proceder, lo que se hace ms evidente por el hecho de tener ms preparacin en el sistema de educacin formal y haber tenido una familia bien constituida.

    Con este grupo, el de los alcohlicos y ctorrantes~ -como varios si no la mayora se han definido a s mis- mos- deja de ser un grupo cuya posicin est al otro extremo del continuo vagabundo, para establecerse ms bien como grupo intermedio entre los alucinatorios y los ms sobrios de todos, los que con especial intensi- dad y carcter conservan ms rasgos del hombre co- mn y corriente. Una nota personal permite captar el significado de estas diferencias.

    Me pareci muy reievante el que Diclunson se preocupara tanto de su aseo y presentacin personal - no tolero andar todo c o c h o , con las manos mugrientas y las uas negras ... y ms encima borracho, no, dijo Diclunson refirindose a los peregrinos que van a al- morzar al Comedor del Hogar de Cristo-. De hecho, Dickinson me habl de sus cuando de usar algn sanitario se trata: los del IIQ son los ms lim- pios y adems no cobran nadan. Los baos de la plaza estn inmundos, al igual que los de Emausn. Al comparar la presentacin fsica y el cuidado de la apa- riencia -junto con el del cuerpo (Dickinson hace dieta)- de Dickinson con el de Estrada se pueden descubrir di- ferencias estilsticas muy profundas: en el primero, la preocupacin por andar bien, limpio y bien presen- tado seala un valor cuyo significado ltimo tiene que ver con una definicin del yo distinta a la que tiene el sudoroso y beodo de Estrada -que, como me ha dicho,

    ha pasado meses sin tocar ni ve; siquiera el agua.

    Mantener una imagen decente y proyectarla como tal expresa un deseo por no desvirtuarse a nivel de la identidad del yo social; desdibujarse es, a la inversa, proyectar una imagen estigamatizante -por medio del mal olor, el mal aliento, la suciedad y el desgreamiento- del s mismo social, a la vez que tener ms acceso al nivel de lo que los interaccionistas simblicos entien- den como el self espontneo. Al lado de ambas identi- dades -y esta es la situacin de muchos all- late aquella que todava no ha creado del todo inconsistencias entre una vida infame y llena de desgracias y la que an se halla movida por disposiciones socialmente comparti- das y culturalmente interiorizadas.

    Por 10 tanto, una caracterizacin de los contextos de accin e interaccin de los vagabundos corresponde a una caracterizacin diferencial segn no slo por que en cada uno (de los contextos) se presenten distintas clases de vagabundos sino porque el lugar en que cada uno escenifica sus rutinas se encuentra -de un modo que hay que todava conocer- ligado a las identidades de cada clase. Muy burdamente dira que dependiendo del vagabundo los contextos se pueden perfilar como:

    1) aquellos en los que slo los alucinatorios divagan -como calles, sitios eriazos, puentes, cerros basureros -escenarios en los cuales la vida solamente puede transcurrir, como los transeuntes que pasan, la brisa que atraviesa, el agua debajo de los puentes y los desechos que durante la semana se acumulan-;

    ' 2) los tugurios o bajos fondos en los que reinan las jornadas sin gloria, el detalle sin importancia, el vi- cio y todo un enjambre de pequeas desviaciones de conducta -los bares y cantinas del barrio Estacin en los que la vida se va daando, los puestos de la Feria, la lnea del tren, un auto viejo, etc. en los que el cuerpo se va deteriorando-;

    3)aquellos en que slo se permite a quienes lucen un rostro todava sin desvirtuar -como establecimien- tos pblicos, tiendas y negocios y lo que equivale al sector ms cntrico de la ciudad -donde la vida consiste en un constante mantener ciertas reglas de juego vli- das para todos, incluso para los esposos engaados o abandonados, los de fortunas dilapidadas y los exiliados;

  • 4) aquellos escenarios como Emaus, el Hogar de Cristo y una que otra iglesia en los que, independiente- mente de quien especficamente se trate, se proporcio- nan algunos servicios y se brinda apoyo a todos quienes lo requieran -sitios en que la vida infame tiende a repro- ducirse o al menos en los que bulle con una intensidad de fatalismo e infortunio.

    As, pues, una etnografa del vagabundo corres- ponde a un examen fino que parte de los aspectos y conductas que las personas excluidas y ms o menos desarraigadas de sociedades como la nuestra presentan en diversos escenarios de accin e interaccin. Este examen permite, junto con el cuestionamiento sistem- tico de la presencia misma del vagabundo -y de uno mismo- en la vida cotidiana y el paisaje urbano, una entrada al mundo' de las identidades y las diferencias de y entre clases de personas; es, por otra parte, la puerta de acceso para el reconocimiento de contextos de ac- cin e interaccin profundamente marcadas por la mi- seria y la desventura, cuando no por la locura y la obse- sin. Un esfuerzo de este tipo requiere un seguimiento inagotable de las personas en sus propios ambientes naturales; requiere tomar consciencia de las mismas, indagar en sus biografas personales y en las fuerzas a las que constantemente se hallan expuestas las perso- nas, visualizar los lmites de las mismas en el espacio, marcar sus contornos, referirlas a sus contextos; apre- hender las atmsferas y el significado de las conductas que all se despliegan. Pero, sobre todo, requiere de una paciente y activa observacin comunicativa con las per- sonas reales, con los infames, los desarraigados, los in- sensatos, los excluidos, vale decir, un trabajo sistemti- co en torno a las asimetras de la conducta simblica verbal y no verbal de aquellos socialmente desacredita- dos. All donde el pensamiento y la emocin confluyen por medio de la violencia de las palabras -si tengo que morir como los perros, morir como los perros ... -, el etngrafo -al menos uno mismo- trata de ubicarlas y hacerlas inteligibles dentro de cuadros ms o menos completos de conducta simblica en eicenarios no me- nos dramticos -el fatalismo de las palabras anteriores fue expresado por Estrada, un alcohlico inveterado, maloliente y tonante, mientras esperaba que abrieran la puerta del Comedor del Hogar de Cristo, encontrn- dose l visiblemente en un estado de angustia y deses- peracin obstinada -no hay nada que me haga cam- biar ... -, nostlgico y consciente del papel de su s mis-

    mo en lo que le ocurre -sufko porque yo mismo me lo he buscado, dira en ese momento- ... estaba saludando , alegremente a uno que otro amigo del ambiente, des- pus de haber pasado seis das hospitalizado debido a un fierrazo que le dieran unos cauros, por doscientos pesos ... -todava con una benda, esta vez limpio y afei- tado -vengo recin saliendo, hermanito, haba dicho ...

    Cada detalle tiene en este caso un significado equivalente a un fragmento de sentido en el que diver- sos signos llegan en un momento detenninado a vincu- larse produciendo efectos de accin (as pueden ser los das de Estrada y de muchos otros como l) y de dis- curso (as pueden ser expresadas realidades como las vividas por Estrada y otros de su estirpe -y que slo por su intermedio he podido conocer y ahora compartir). Las circunstancias que envuelven, como invisible nie- bla, la puesta en escena del vagabundo -un srdido bar, un basurero putrefacto, un oscuro cuartucho o una ca- lle interminable-, ms las fachadas, los gestos, postu- ras y palabras, junto con la persistencia, vehemencia e intensidad con que alfi se proyectan, manifiestan y pro- nuncian dan pie a una lectura a la vez que a una escritu- ra consistentes con lo mismo. La percepcin y consta- tacin del infortunio, la desventura, el desarraigo, la desesperanza, la obstinacin, la insensatez y la locura que revisten las vidas de estas personas obliga a la uti- lizacin de una retrica que, sin glorificar los desrde- nes de la conducta inmediata y la desvinculacin so- cial sedimentada, los interprete como tales -es decir, como los grados ms bajos y persistentes de lo real. Entender la vida de estas, 'personas es aprender a en- tender la violencia de sus palabras, lo descarnado de sus actos y la vehemencia de su intransigencia.

    BIBLIOGWIA

    FOUCAULT, M. (1994). ' ~ i s t o r i a de la locura, Torno I y II, C.E.

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    CUHSO Vol. 4(1) - 43