Cultura Chicha y Su Influencia Leer Bibliografiaaaaa

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    Para los amantes del tango, Enri-que Santos Discpolo (1901-1951) es el mximo creador dela msica portea. Para ellos, Santos hapasado a la historia de la cancin lati-noamericana por Yira, Yira, Camba-lache, Uno, Soy un Arlequn oAlma de Bandonen, entre otras com-posiciones, presentes siempre en toda

    verdadera antologa del cancionero rio-platense. Sin embargo, para el gusto desus viejos y nuevos seguidores, Cam-balache es la obra cumbre de Discpolo,por ser una composicin que rebas lapropia definicin del autor sobre el tan-go: pensamiento triste que se baila, alretratar los intersticios de un mundo que,al llegar al siglo XX de su existencia ha-ba creado un reino de impudicia al tras-tocar el orden de los valores ticos exis-tentes.

    Hoy resulta que es lo mismo/ser derecho que traidor,/ignorante,sabio, chorro,/generoso estafador./

    CAMBALACHE CULTURALDE FINES DE SIGLO

    ALBERTO MOSQUERA MOQUILLAZA *

    RESUMENEl autor explora el panorama cultural peruano contemporneo

    descubriendo un cuadro de desorden, confusin y mezcla y relacionn-dolo con los fenmenos de la globalizacin y el neoliberalismo.

    CULTURA PERUANA

    ...nadie puede pedir a lahistoria un producto tan puro(pero tambin tan aburrido)como un cono o una sinusoide

    Ernesto Sabato1

    * Antroplogo, con estudios de Maestra en Historia de la Filosofa. Profesor dela Facultad de Ciencias Econmicas de la UNMSM, miembro del Instituto deInvestigaciones Econmicas. E-mail: [email protected]

  • Todo es igual;/nada es mejor;/lo mis-mo un burro que un gran profesor/reza el tango. No hay diferencias, todossomos iguales, porque vivimos revol-caos en un merengue/ y en un mismolodo todos manoseaos/. Es el sigloXX, problemtico y febril, donde alIgual que en la vidriera irrespetuo-sa/de los cambalaches/se ha mezclaola vida,/.

    Es la mezcolanza, la confusin,el cambalache, en el plano de la moral ylas costumbres, lo que resalta el autoren los aos 30, cuando se cant porprimera vez Cambalache, en un climade incertidumbre e inestabilidad econ-mica y social. El tango, que naciera enlas ltimas dcadas del siglo XIX en losarrabales de Buenos Aires, animado porinmigrantes y desarraigados, rufianes,delincuentes y prostitutas2, se habaconvertido en proclama de marginados,en filosofa de vida, en el grito de la ca-lle, en un contexto de cambios, trastor-nos sociales y cruces culturales provo-cados por las corrientes migratorias delcampo hacia la ciudad, los flujos deinmigrantes europeos hacia el ro de LaPlata y las consabidas contradicciones yexclusiones de la modernizacin capita-lista.

    El tango mismo es un productode esos entrecruzamientos culturales.Influenciado por el candombe, lahabanera, el tango andaluz y la milonga,la nueva expresin musical se ir apode-rando de cafetines y burdeles de las ori-

    llas de Buenos Aires, con letras impro-visadas, que van incorporando expresio-nes francesas o italianas al lunfardo bo-naerense3. Para luego, afinando letra yritmo, reemplazando la flauta por el ban-donen, ingresar a los salones, cabaretsy hogares burgueses y clasemedieros dela gran ciudad, dar el salto a Pars y Lon-dres y terminar, hacia los aos 60 delpresente siglo, bajo el influjo de AstorPiazolla y otros innovadores, converti-do en un ritmo, para muchos hertico,marcado por la fuerza instrumental mo-derna. Es el nuevo tango, en el que elpropio Carlos Gardel no ha escapado alos arreglos instrumentales de nuestrostiempos, superiores para algunos, al so-nido metlico de las guitarras con las queel Zorzal Criollo sola acompaar susrecordadas interpretaciones4.

    Volviendo a Cambalache, elprximo 2000 se cumplirn 65 aos desu estreno en el teatro Maipo de Bue-nos Aires, en la voz de la actriz SofaBozn. Pese al tiempo transcurrido elviejo tango no ha perdido vigencia, por-que la hediondez moral del mundo esahora mayor, en tanto todo est, comodice Eduardo Galeano, patas arriba:El mundo al revs premia al revs:desprecia la honestidad, castiga el tra-bajo, recompensa la falta de escr-pulos y alimenta el canibalismo5. Eneste sentido, Cambalache sigue sien-do una cancin emblemtica y urtican-te, grito y anhelo de quienes se resistena ser blanco de los dardos almibaradosde la corrupcin y la deshonestidad.

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    NUESTROS CAMBALACHES

    No obstante, la trascendencia deese tango no hay que medirla slo a par-tir de sus efectos morales. Como el ob-servador de vidrieras de las que nos ha-bla el tango, hoy somos testigos de cunrpido se desestabiliza la vida cotidiana.La expansin de las brutales leyes delmercado, bajo el paraguas de la globa-lizacin capitalista y la revolucin de lascomunicaciones, han terminado por que-brantar aislamientos, fronteras y au-

    tismos culturales. El cambio aceleradoes la gran constante de nuestros tiem-pos, con sus vueltas y revueltas de cos-tumbres, hbitos, patrones de existenciay sistemas de creencias, y en cuyos es-pacios la prdida de las delimitacionesculturales de los pueblos y los hibridajesde todos los colores, han sembrado con-fusin y desorden, inclusiones y exclu-siones, en pocas palabras, un verdaderocambalache que se disimula con losefluvios supuestamente mgicos de lamodernizacin capitalista.

    Inkawasi (Foto: Elba Vsquez Vargas)

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  • Todo el mundo hoy cabalga, tra-mos cortos o largos, en mayor o menormedida, sobre los caballos de Troya deOccidente: el imperio de las transna-cionales, el consumo a ultranza, laadiccin al dlar, los alcances planetariosde la radio y TV, la extensin de losservicios de Internet, y concomi-tantemente la consolidacin del idioma

    ingls, en desmedro de otras len-guas, el uso de la telefona mvil,etc.; expresiones claves de la nue-va oleada modernizadora, que hanpuesto contra las cuerdas lasmticas tradiciones y costumbresde muchos pueblos, la sacrosantavida familiar o sexual, las hipocre-sas, pudores, vicios y complejoscelosamente guardados por las vie-jas sociedades, colocadas comoestn frente a los espejos influ-yentes de la rutilante y embriagantevida occidental, que televisin depor medio y con nuestra compla-cencia violan, sin escrpulo algu-no, la intimidad hogarea.

    La sensualidad de esos es-pejos han encandilado a millonesde migrantes latinoamericanos, afri-canos y asiticos (un milln y me-dio de peruanos salieron del pasentre 1993 y 1995), que desarrai-gados de sus realidades van de unlado a otro, arrastrando sus pobre-zas e ilusiones, convencidos de queson otros, aunque sobrevivan enlos bordes del sistema, marginados

    por su tez oscura, sus miserias, o senci-llamente por sus costumbres. Sus afa-nes por asimilarse culturalmente a susnuevos lares, en la mayora de los ca-sos, han sido infructuosos. Siguen sien-do los otros, los diferentes, los encar-gados de las tareas sucias, las vctimasreales o potenciales de la xenofobia, tan-tas veces denunciada, tantas vecescamuflada.

    Lachaqui, Canta (Foto: Elba Vsquez Vargas)

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    El Per no est al margen de esastransformaciones desiguales. En la d-cada de los noventa las banderas de lamodernidad han sido alzadas al tope porquienes han hecho del neoliberalismouna religin. La palabra modernidad haterminado siendo algo as como un abra-cadabra, cuya sola invocacin bastarapara resolver todos los males econmi-cos y sociales del pas. La economa debeas modernizarse, la poltica tambin, deigual manera las relaciones entreempresarios y trabajadores, lacultura y el arte, las relaciones depareja, el lenguaje y la moda, losservicios educativos y de salud,la recreacin, etc. Para los msextremistas, nuestra historia co-mienza en los 90, lo anterior estiempo perdido.

    La verdad de los hechosnos indica otra cosa. Bajo el ro-paje de la modernizacin del pashay muchos aspectos de la vidaeconmica y social que se hanrearcaizado. El slo hecho de se-guir siendo bsicamente una eco-noma primario exportadora, conserios retrocesos y destruccionesen nuestro aparato industrial y unaagricultura abandonada a sussuerte, no son precisamenteindicadores de progreso. El cre-ciente desempleo, la prdida dederechos sociales y laborales, lapobreza de millones de hombresy mujeres de la ciudad y el cam-po, su desatencin en aspectos tan

    primordiales como el de la salud, la cul-tura de menesterosos que se ha implan-tado, tampoco son manifestaciones deadelanto6, sobre todo si de capital hu-mano hablamos.

    Lo mismo sucede en los escena-rios polticos. Es cierto, como dijo elGeneral Manuel A. Odra, en los aos

    Lachaqui, Canta (Foto: Elba Vsquez Vargas)

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  • 50, para justificar su dictadura, que lademocracia no se come, pero no se po-dr negar que pese a sus limitaciones yvicisitudes, es uno de los grandes apor-tes de la civilizacin occidental, opuestocomo sistema a las dictaduras y autori-tarismos de todo color y que, en nuestropas, por responsabilidad directa de susclases dominantes, siempre ha sido fic-cin para las mayoras nacionales. ElPer actual, en este campo, tampoco esun dechado de virtudes, pues en la lti-ma dcada se han agudizado problemasde larga data como la inexistencia de unverdadero ejercicio democrtico, que nopuede ser reducida nicamente al actodel sufragio, o el centralismo poltico queagobia a las provincias del interior; mien-tras se vuelve al caudillismo providen-cial de principios de siglo y a la forma-cin de claques sin ms norte que el lo-gro de sus mezquindades personales.

    Los avances en otros terrenos nopueden examinarse al margen de sus li-mitaciones y exclusiones. Por ejemplo,si de comunicaciones se trata, es impor-tante consignar que en el Per existenms de un milln y medio de lneas tele-fnicas y 39 685 telfonos pblicos ins-talados, mientras que la telefona celularest al alcance de ms de 400 000 habi-tantes y 250 000 acceden a Internet; 2212 022 hogares, por su parte, cuentancon televisor, el 93,7% de hogares a ni-vel nacional tienen radio ocurriendo lomismo con el 95, 4% de los hogares enLima Metropolitana. Claro est que lasexclusiones tambin son notorias. Se se-

    ala as que entre los sectores ms po-bres (sector D), slo el 13% contabacon una sola lnea telefnica, en con-traste con el sector A, donde el 100%tiene ese servicio7. A menores posibili-dades econmicas ms restricciones aservicios como los de Internet, conside-rado como el smmun de la tecnologacontempornea.

    Asimismo, la red vial, incremen-tada y refaccionada, aunque no cubretodo el territorio nacional (la Costa si-gue siendo privilegiada y los pueblos msalejados no salen de perdedores), alcan-za los 73 000 km, dividida en rutas na-cionales (22%), departamentales (20%)y vecinales (58%)8, permitiendo el acer-camiento de regiones, departamentos,provincias y distritos a los centros eco-nmicos y culturales ms dinmicos delpas, involucrados, en mayor o menormedida con la ltima etapa de moderni-zacin.

    PARCELA DE OCCIDENTE

    Debe quedar en claro, sin em-bargo, que nuestras vinculaciones conOccidente no son nuevas, ya que se re-montan a 1532, ao del inicio de la con-quista espaola y que en el desarrollo denuestra historia republicana no hemossido ajenos a otras oleadas moder-nizadoras provenientes del exterior, comolas que se han dado a lo largo del pre-sente siglo. Realmente, cada impulso delcapitalismo en el Per acarre cambiossociales y culturales significativos. Las

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    influencias inglesas y francesas en lascostumbres del alto mundo limeo du-rante las primeras dcadas del siglo XXfueron consustanciales a los nuevos brosde nuestro enclenque capitalismo; pro-ceso de cambios que mayormente secircunscribi a la capital de la Repbli-ca, con reflejos particulares en el inte-

    Monsef

    rior del pas, especialmente en aquellasreas relacionadas al modelo primarioexportador impuesto por el capital ex-tranjero, en tanto que otros espacios geo-grficos, atenazados por el latifundio yla servidumbre quedaban prcticamenteal margen de esas nuevas circunstancias.

    En ese contexto de expansin delmercantilismo, los arrieros que relacio-naban comercialmente la Sierra con laCosta o localidades apartadas con algu-nas vas importantes del interior del pas,el ferrocarril de penetracin hacia lasminas de la Sierra Central o el que vin-cul Arequipa con las altiplanicies gana-deras de Puno, los camioneros en su in-

    cesante ir y venir por las maltratadascarreteras del Per, y la propia cons-truccin de pistas carrozables, han sidotodos ellos factores importantes de im-pulso a una siempre contradictoria mo-dernizacin econmica e interaccin cul-tural durante la primera mitad del pre-sente siglo, aunque con las limitacionespropias de las desigualdades productivas

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  • del capitalismo semicolonial y sus polti-cas de enclave.

    En esa misma lnea, la migracindel campo hacia la ciudad, especialmen-te a Lima, el reclutamiento militar y losenganches laborales para el trabajo enlas minas o en las haciendas costeas, laexpansin de la educacin formal y laalfabetizacin y el ingreso al campo desectas religiosas ajenas a la religin ofi-cial provocaron tambin trastornos en lasantiguas costumbres y tradiciones, inclu-yendo el uso de sus idiomas por losquechuahablantes o aymarahablantes,por ejemplo; o mezclas creativas que hanenriquecido el acervo popular, sin me-noscabo de la identidad con los pagosde origen.

    Mencin aparte merece el influjomodernizador de las organizaciones gre-miales, polticas y culturales, en las ur-bes y en el campo, que desde las pro-pias demandas de sus adherentestrastocaron la rutina conservadora y se-orial del Per oligrquico en el impulsoy organizacin de grandes movimientospopulares en pro de la conquista de li-bertades democrticas y derechos labo-rales tradicionalmente conculcados. Laaccin del anarco sindicalismo, del so-cialismo marxista y el aprismo auroral,estos ltimos comprometidos en la or-ganizacin de sendos partidos polticos,con idearios, programas y parmetrosorganizativos realmente renovadores dela vida poltica peruana, no puede pasar

    inadvertida si de modernizacin culturalhablamos.9

    No debe pensarse entonces quees la primera vez que asistimos a un pro-ceso de modernizacin de factura occi-dental. Ya en los aos 20 del presentesiglo, Jos Carlos Maritegui sostena queel Per contemporneo era una parcelade la vasta realidad mundial. Y polemi-zando con quienes, por motivaciones decarcter poltico, se oponan al desarro-llo de lo que ellos consideraban exo-tismos occidentales, se preguntabaExiste hoy una ciencia, una filoso-fa, una democracia, un arte, existenmquinas, instituciones, leyes, genui-na y caractersticamente peruanos?El idioma que hablamos y que es-cribimos, el idioma siquiera, es acasoun producto de la gente peruana? 10

    El quid del asunto estaba, comoahora, en entender que las races de laperuanidad no estn en Occidente11.Nuestra matriz histrica y cultural esten nuestras tierras, tiene un origen mile-nario y expresiones tnicas diversas quedatan desde antes de la llegada de losespaoles; sobre esa base se han idoasentando y combinando todos los ele-mentos occidentales forneos y los apor-tes africanos o asiticos que han colo-reado nuestra cultura. En esa diversidadradica hoy nuestras fortalezas, desdedonde podemos aspirar a ser universa-les, asimilando, sin las exclusiones deahora, todo aquello que provenga de

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    Occidente, como tambin de Oriente ode otros confines planetarios.

    En otros trminos el desafo esten no extraviarse en los vericuetos de laoccidentalizacin y el desarraigo. Se pue-de ser moderno y cosmopolita sin dejarde ser peruano. El mismo Mariteguipona como ejemplos, en el campo de laliteratura, a Abraham Valdelomar y aCsar Vallejo. Del primero dijo que suamor snobista a las cosas y modas eu-ropeas no atenu ni sofoc en l su cari-o a las rsticas y humildes cosas desu tierra y de su aldea. Por el contra-rio, contribuy tal vez a suscitarlo yexaltarlo12. Poda as, segn el Amau-ta, ser atrado por Nueva York como porla yerba santa de los caminos de su in-fancia, sin dejar de lado su sensibilidadde hombre moderno13. En esa mismaperspectiva, en Vallejo, deca Maritegui,atrae el fondo autctono de su arte, esmuy nuestro, es muy indio, escribi-ra en su texto sobre Nacionalismo yVanguardismo.

    MODERNIZACIONES PROPIAS

    No son, sin embargo, las nicasexperiencias. En otros planos de la vidaeconmica y social, el valle del Mantaro,es un buen referente. En sus 90 kilme-tros de largo, que comprenden las pro-vincias de Huancayo, Jauja, Concepciny Chupaca, desde el siglo pasado se hanprocesado cambios econmicos muy sig-nificativos, que han hecho del rea, enespecial de su parte baja, una de las ms

    promisorias del pas. Sin embargo, pesea que la modernidad, desde sus propiasparticularidades, ha anclado en esos lu-gares no pocas de las costumbres tradi-cionales (fiestas, danzas, etc.), asocia-das a las actividades econmicas y so-ciales de sus habitantes siguen recren-dose, al ser asumidas como parte insos-layable de sus prcticas comunales yde su identificacin con la tierra que losvio nacer. La comunidad campesina si-gue siendo el gran escenario de esosacontecimientos y, por supuesto, el entepropulsor por excelencia.14

    Dichas costumbres se han ido de-sarrollando y enriqueciendo en los mar-cos de los mismos cambios que genera-ban la mayor integracin del valle a laeconoma nacional y a las innovacionestecnolgicas. En el campo de la msica,por ejemplo, la incorporacin de saxo-fones y clarinetes a la orquesta tpica,encargada de la interpretacin de melo-das regionales en las fiestas del valle,sumndose a los violines y arpas (de ori-gen colonial); y el uso de trompetas,trombones, tubas, tambores y platillospor la banda de msicos, con licenciapara tocar pasodobles, y otros ritmosbailables, indican a las claras la adapta-bilidad de los msicos del valle, en estecaso a los instrumentos modernos, paradarle mayor acstica a las interpretacio-nes en sus fiestas costumbristas.15

    De igual forma, los msicos y can-tantes del valle, hicieron suyas las ven-tajas que en su momento les brind la

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  • industria discogrfica, multiplicando suinfluencia por doquier, rebasando losmrgenes de los Coliseos de la gran ca-pital y convirtiendo a los intrpretes enverdaderos dolos del cancionero popu-lar. Segn Jos Mara Arguedas, los Co-liseos eran sus palacios, mientras quesus reinos estaban constituidos por susmillones de oyentes de discos y radios.16

    Ese proceso de adaptabilidad y re-creacin musical se sigue dando en nues-tros das. Tanto los artistas del valle delMantaro como de otros lugares del pas,han encontrado en los casettes de ma-nufactura local, formales e informales,un excelente medio de difusin, mien-tras algunos, conscientes del avancearrollador de la msica chicha, asumenese desafo, ingresando tambin a estemercado. Para ello, han creado unanovedosa combinacin instrumental en-tre arpa, batera y rgano electrnico, oentre los dos primeros, de mucho efectomusical entre los seguidores de esos rit-mos. Como si esto no bastara se hanintroducido en los complejos renglonesdel marketing, comenzando con losatractivos nombres de los innovadores:Los Matadores del Arpa, El Chapulndel Arpa, etc.

    El giro que ha tomado el arpa, eneste caso, es muy especial. Recurdeseque la guitarra, el arpa y el violn fuerontrados por los espaoles; pero mientrasque a los indios se les prohibi tocar gui-tarra, por ser considerado como un ins-trumento sensual, autorizado slo para

    el goce de los seores, en cambio se lesconcedi licencia para tocar arpa y vio-ln, percibidos como celestiales17. Conlas vueltas y revueltas de la vida, la gui-tarra andina se convirti en un excelentevehculo de expresin de los sentimien-tos seoriales e indios; mientras que elarpa ha ingresado a esta ltima etapa demodernizacin a reforzar la chicha, mix-tura musical elaborada sobre la base dela cumbia y el huayno, pero donde seadvierte tambin la influencia del rock.

    Dnde est lo tradicional y dn-de lo moderno en esas manifestaciones?Objetivamente, las fronteras se van di-luyendo conforme los espacios bucli-cos se agrietan bajo la pica de la moder-nidad, dando como resultado una com-binacin muy peculiar, donde lo tradi-cional se recrea bajo nuevas formas,conservando el espritu, el sentimiento,de sus protagonistas, aunque los girosmusicales se renueven (como sucede conlos huaynos tropicalizados bajo la influen-cia del llamado technohuayno, al igualcomo se han tropicalizado los san-juanitos ecuatorianos, transformadosahora en cumbias sanjuaneras por lainiciativa y creatividad de varios conjun-tos piuranos). Transicin que se da sinviolentar las diferencias generacionalesen los gustos al manejarlas con bastanteflexibilidad.

    Esto es lo que sucede, para sea-lar casos, en lugares como Pariamarca,Canta. La festividad del Seor de losAuxilios, que se celebra durante tres das

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    del mes de octubre, congre-g este ao a la Banda Or-questa Show Santa Ceci-lia de Chilca, a la orquestatpica Juventud Amablesde Huancayo, a la orques-ta tropical huarochiranaNueva Ilusin y a la can-tante Flor de Huancayo.Viejos y jvenes gozaron,cada cual mayormente ensus respectivos ambientesmusicales o tambin, en nopocos casos, indistintamen-te. En la misma comuni-dad, por esos mismos das,la herranza de ganado, in-cluidos sus prolegmenos,se hizo a los acordes de unaorquesta tpica; mientrasque, kilmetros arriba, enHuaros, en das posteriores,con motivo de la festividaddel agua y de la cruz se tra-taba de recuperar una tra-dicin casi olvidada: la dan-za de los kivios, aves quehabitan en las lagunas dedicho distrito, muy vistosasen la poca de lluvias. Pre-viamente, la banda de m-sicos haba alegrado el am-biente interpretando airesdiversos, incluyendo los cl-sicos pasodobles, tan sonados durantelas corridas de toros, como tambin lamodernsima chicha.

    EPLOGODesde las modernizaciones im-

    pulsadas desde afuera, como las propi-ciadas por las necesidades de nuestras

    Valle del Mantaro (Foto: Elba Vsquez Vargas)

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  • propias poblaciones (no hay que olvidaraqu el papel innovador de los migrantesprovincianos a Lima) se ha creado uncuadro de desorden, de confusin y cam-balache, slo posible de ser superado enlos marcos de una sociedad que no hagaprecisamente de los privilegios y exclu-siones su constante principal. En ese sen-tido, el neoliberalismo vigente en el cursode la globalizacin capitalista propicia esedesorden econmico y cultural que he-mos comentado. Se hace necesario en-tonces un cambio de rumbo, sostenidoy de largo alcance, que ponga a disposi-cin de las mayoras todos los benefi-cios de la modernizacin occidental,aprendiendo de nuestras propias moder-nizaciones que es posible combinar lopropio con lo universal, ser peruanos yuniversales.

    Como dijo Octavio Paz, en 1990,al recibir el Premio Nbel de Literaturaen Estocolmo: En mi peregrinacinen busca de la modernidad me perdy me encontr muchas veces. Volv ami origen y descubr que la moderni-dad no est afuera sino adentro denosotros. Es hoy y es la antigedadms antigua, es maana y es el co-mienzo del mundo, tiene mil aos yacaba de nacer. Habla en nahuatl, tra-za ideogramas chinos del siglo IX yaparece en la pantalla de televisin.18Este es el desafo.

    NOTAS1 SABATO, Ernesto, Hibridaje

    http://www.cbc.med.umn.edu/~ernesto/Proa_Sabato.html

    2 LOPEZ Quesada, Mara, Tango, intrprete

    de una ciudad http://www.matrix.com.ar/almargen/sitio/secciones/cultura/tango/tango.htm

    3 El lunfardo es un habla popular, cuyo reper-

    torio de voces combina trminos importa-dos por los miles de miles de migrantes eu-ropeos que llegaron a Argentina desde elsiglo XIX, con expresiones de origen local.Muchas de estas palabras son parte de unajerga que incluso se habla en Lima: bacn(hombre que viste bien o con lujo), bobo(reloj, corazn), mancar (fracasar en unrobo), mango (unidad monetaria), tira(agente de polica) etc.

    4 Un buen ejemplo de lo que decimos lo cons-

    tituyen las interpretaciones de Gardel porAlberto Cortez con la colaboracin de AstorPiazzolla o las reconstrucciones tcnicas delas canciones del Zorzal criollo por laorquesta de Alfredo de Angelis que datande 1974.

    5 GALEANO, Eduardo, Patas Arriba, Buenos

    Aires, Catlogos, 1998, p. 5.6 La falta de atencin mdica es clamorosa.

    En el mes de noviembre del ao en curso,24 nios de la comunidad de Taucamarca,en el distrito de Cay Cay, provincia dePaucartambo, a 80 kilmetros del Cusco,murieron fundamentalmente por falta deatencin mdica. A tan pocos kilmetros deun centro turstico mundial dicha comuni-dad no tiene agua potable, desague, luzelctrica, carretera ni posta mdica. Enigual situacin de pobreza extrema o po-breza se encuentran, adems del Cusco, losDepartamentos de Apurmac, Ayacucho,Hunuco, Cajamarca, Puno, Amazonas,Loreto, San Martn, Ucayali, Madre deDios, Pasco y Ancash.

    7 NAJAR, Rosario, Aproximacin cuantitativa

    a la problemtica de los medios de comuni-

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    cacin en el Per y MANRIQUE, Nelson,Los Andes a las puertas del nuevo milenio.El Per y la sociedad de la informacin.En: DEGREGORI, Carlos y GonzaloPortocarrero (Editores), Cultura y Glo-balizacin, Lima, Red para el Desarrollode las Ciencias Sociales en el Per, 1999,pp. 359 y 225.

    8 TERAN, Renzo, Infraestructura de Transpor-

    tes y Comunicaciones en el Per. En: ElDorado, Lima, Promper, p.63

    9 La crisis actual de los partidos polticos, el

    agotamiento de las perspectivas de sus di-rigentes y el marcado inters por promoverel pragmatismo y los movimientos de in-dependientes supuestamente apolticos, nopueden hacernos olvidar el rol progresistaque han jugado en nuestro quehacer pol-tico. Con anterioridad al PC fundado porMaritegui y al APRA, organizada porHaya de la Torre, las organizaciones pol-ticas, al estilo del Partido Civil, no pasa-ban de ser simples clubes de amigos,emparentados incluso entre s, que toma-ban decisiones sobre el futuro del pas sien-do el referente principal sus intereses par-ticulares.

    10 MARIATEGUI, Jos Carlos, Lo nacional y

    lo extico. En: Peruanicemos el Per, Lima,Editora Amauta, 1978, p.26.

    11 En el Per, como en otros pases latinoame-

    ricanos, las burguesas y pequeas bur-guesas, enriquecidas al amparo de la libe-ralizacin de nuestras economas, han de-sarrollado exclusivos estilos de vida, conlos que pretenden parangonarse con losmillonarios norteamericanos. Sus casas, susbarrios exclusivos, sus costumbres, etc., seorientan a asimilar los moldes forneos. Sedesplazan slo en automviles, sus callesno tienen veredas y salen de sus domiciliosslo para ir de compras (hacer shopping),Estn en el Per, pero sus referentes deexistencia estn en Miami, Los Angeles oHouston. Con la nica diferencia de queviven prcticamente acuartelados ante elojo vigilante de sus guardaespaldas, o cer-

    cados por cinturones de miseria, como su-cede en La Molina.

    12 MARIATEGUI, Jos Carlos, Nacionalismo y

    Vanguardismo. En: Peruanicemos el Per,Lima, Editora Amauta, 1978, p.79.

    13 MARIATEGUI, Jos Carlos, 7 Ensayos de

    Interpretacin de la realidad peruana,Lima, Ed. Amauta, 1968, p.228.

    14 La comunidad campesina tiene potenciali-

    dades todava no lo suficientemente valo-radas. En las primeras dcadas del presentesiglo, Hildebrando Castro Pozo, un granconocedor de ellas, revelaba cmo dichasorganizaciones se incorporaban a la mo-dernizacin. Muquiyauyo, ubicada en elvalle del Mantaro, era su ejemplo: habainstalado una planta elctrica con la queproporcionaba luz a los pueblos vecinos.Recientemente, en el propio Congreso dela Repblica, el antroplogo Enrique Mayerrevel cmo, desde 1918, la comunidad deLaraos, en la provincia de Yauyos, hacaesfuerzos por incrementar la agricultura yla ganadera ante el encarecimiento de lassubsistencias y artculos de primera nece-sidad ocasionadas por la conflagracinmundial, como reza en sus actas, adop-tando medidas de privatizacin sin debili-tar su estructura comunal. En la actuali-dad, la incorporacin de las comunidadesalpaqueras al mercado mundial de la fibrade alpaca demuestra a las claras el granvigor e iniciativa existentes en esas organi-zaciones agrarias.

    15 ROMERO, Ral, Cambio musical y resisten-

    cia cultural en los Andes Centrales del Per.En: Romero, Ral (Editor), Msica, Dan-zas y Mscaras en los Andes, Lima, PUC,1993, p.21.

    16 ARGUEDAS, Jos Mara, Nuestra Msica

    Popular y sus intrpretes, Lima, Mosca AzulEditores, 1977, p.28.

    17 ARGUEDAS, Jos Mara, Ibid, p. 24.

    18 PAZ, Octavio, Bsqueda Continua. http://

    www.etcetera.com.mx/273/po20273.htm.

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