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Balbino Dávalos es, probablemente, el más universal de los intelectuales colimenses. Los es en muchos sentidos, y por el momento en el que vivió también es el fundador de esa estirpe. Como le sucedió a Rubén Darío en la tradición de la poesía hispanoamericana: si algún colimense quiere arrobarse con la figura del intelectual cosmopolita, debe aspirar, en algún momento, a Balbino Dávalos. Digo lo anterior, porque su retorno a Colima cierra esas cicladas itinerantes, que lo llevó a recorrer todo el mundo, mientras cerraba acuerdos diplomáticos, o escribía un poema; mientras databa a pulso de ministro exterior las rutas de las relaciones internacionales mexicana, o traducía una de esas ave raris de la literatura mundial; mientras dictaba cátedra en inglés, alemán o portugués, y continuaba con una su literatura que, en la medida que se muestra en público resulta más desconcertante. Desde el 2006, más o menos, investigadores, estudiantes, profesores y hasta funcionarios, en particular de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirigieron su mirada sobre este insigne colimense. Esta labor es la ramificación de aquello que cultivaron varios promotores del rescate de don Balbino, en su natal Colima: Verónica Zamora, José Miguel Romero de Solís y Victor Manuel Cárdenas, entre otros. Desde el 2006, los estudiosos unamitas de Dávalos, se cuentan por decenas: en el 2006, Luz América Viveros Anaya reeditó Panorama mexicano, 1890-1910 (Instituto de Investigaciones Bibliográficas) en el que se narran varias anécdotas davalianas en la finisecular Ciudad de México. El mismo año, Ignacio Díaz Ruiz dio a conocer El cuento mexicano en el modernismo (antología) (Instituto de Investigaciones Filológicas) donde destaca la participación de Dávalos en la literatura modernista como traductor de los grandes cuentistas franceses.

Dávalos para Interpretextos

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Balbino Dávalos es, probablemente, el más universal de los intelectuales colimenses. Los es en muchos sentidos, y por el momento en el que vivió también es el fundador de esa estirpe. Como le sucedió a Rubén Darío en la tradición de la poesía hispanoamericana: si algún colimense quiere arrobarse con la figura del intelectual cosmopolita, debe aspirar, en algún momento, a Balbino Dávalos.

Digo lo anterior, porque su retorno a Colima cierra esas cicladas itinerantes, que lo llevó a recorrer todo el mundo, mientras cerraba acuerdos diplomáticos, o escribía un poema; mientras databa a pulso de ministro exterior las rutas de las relaciones internacionales mexicana, o traducía una de esas ave raris de la literatura mundial; mientras dictaba cátedra en inglés, alemán o portugués, y continuaba con una su literatura que, en la medida que se muestra en público resulta más desconcertante.

Desde el 2006, más o menos, investigadores, estudiantes, profesores y hasta funcionarios, en particular de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirigieron su mirada sobre este insigne colimense. Esta labor es la ramificación de aquello que cultivaron varios promotores del rescate de don Balbino, en su natal Colima: Verónica Zamora, José Miguel Romero de Solís y Victor Manuel Cárdenas, entre otros.

Desde el 2006, los estudiosos unamitas de Dávalos, se cuentan por decenas: en el 2006, Luz América Viveros Anaya reeditó Panorama mexicano, 1890-1910 (Instituto de Investigaciones Bibliográficas) en el que se narran varias anécdotas davalianas en la finisecular Ciudad de México. El mismo año, Ignacio Díaz Ruiz dio a conocer El cuento mexicano en el modernismo (antología) (Instituto de Investigaciones Filológicas) donde destaca la participación de Dávalos en la literatura modernista como traductor de los grandes cuentistas franceses.

En el 2007, Libertad Menéndez Menéndez y Héctor Díaz Zermeño publicaron Los primeros cinco directores de la Facultad de Filosofía y Letras. 1924-1933. Semblanzas académicas (Facultad de Filosofía y Letras y Seminario de Historia), en el que se habla en un ensayo extenso de la actuación de Dávalos en la defensa de la Facultad de Filosofía y Letras unamita, durante más de una década con nombramiento de director honorario, enfrentando, por ejemplo, a Álvaro Obregón quien estaba decidido a cerrar la escuela, aduciendo, claro, la falta de presupuesto. Entre otras gestiones, Dávalos convenció a varios profesores para que, como él, trabajaran durante un año sin cobrar sueldo.

Pero hay más. En estos últimos cinco años, otros investigadores, no necesariamente unamitas, ni mexicanos, retomaron el nombre de Dávalos para alguno de sus proyectos. Jacinto Barrera Bassols, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Correspondencia de Ricardo Flores Magón, 2001); Rafael Olea Franco, del Colegio de México (Literatura mexicana del otro fin de siglo, 2001); Margarita Santos Zas, de la Universidad de Santiago de Compostela (Valle Inclán,

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1898-1998, 2001); Ignacio Betancourt, del Colegio de San Luis (Historia y literatura mexicana en el comienzo del siglo XX, 2002); Adela Eugenia Pineda Franco, de la Universidad de Pittsburgh (Geopolíticas de la cultura finisecular de Buenos Aires, París y México); Juan Antonio Hormigón, de la Universidad Autónoma de Madrid (Ramón Valle Inclán: Biografía cronológica y epistolario de Ramón del Valle Inclán , 2007); y José Emilio Pacheco, del Colegio Nacional (Paz y los otros, 2002).

Balbino Dávalos (1866-1957), uno de los escritores más importantes de México y uno de los personajes más sobresalientes en la historia de Colima. Como sucede con otros hombres ilustres del siglo XIX, es difícil distinguir su trayectoria biográfica de su producción literaria, y la suma de su vida nos conduce por distintos caminos que en este caso van de la poesía modernista a la política exterior del Porfiriato, de la Universidad Nacional Autónoma de México a la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente a la Real Academia Española.

La historia literaria ubica a don Balbino en el movimiento literario del modernismo, en particular al periodo conocido como el decadentismo, surgido en 1894, con la segunda generación de modernistas mexicanos, encabezada por José Juan Tablada en compañía de Jesús Urueta, Ciro B. Ceballos, Francisco M. de Olaguíbel, Amado Nervo y el mismo Balbino Dávalos, entre otros. Ellos formaron la cofradía modernista más destacada del siglo XIX, que seguía los pasos iniciados por Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón y Justo Sierra, quienes figuraron como modelos tutelares de los entonces jóvenes escritores.

Pero la importancia de Balbino Dávalos también se fundamenta en su participación en la política mexicana, particularmente en su labor como diplomático del Porfiriato, que comenzó alrededor de 1890, cuando ingresó en la carriére. Ahí conoció a destacados diplomáticos mexicanos, como Ignacio Mariscal, Joaquín D. Casasús y Manuel González Horns.

Con el paso del tiempo, se convirtió en uno de los hombres más significativos del servicio exterior, y entre sus logros se cuentan el haber participado en la primera reunión entre un presidente norteamericano, William Taft, y un mexicano, Porfirio Díaz; la firma de tratados sobre la delimitación jurídica del Río Bravo; y los derechos de extradición entre México y Estados Unidos. Además, su presencia en Inglaterra ayudó al restablecimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales con México, lo mismo que logró durante sus distintos periodos diplomáticos en Portugal, Alemania y Rusia.

Su prolífica carrera de diplomático también lo llevó a representar a nuestro país en Suiza, Suecia y España, y terminó sus labores hasta 1922. Se podría decir que ocupó todos los cargos de la diplomacia mexicana: oficinista, traductor secretario, encargado de negocios y Ministro Plenipotenciario. Incluso, en algún momento de su brillante trayectoria, se le ofreció la cartera de la Secretaría de Relaciones Exteriores, pero él declinó a favor de otros políticos.

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Por el contrario, don Balbino Dávalos procuró mantenerse vigente en el ámbito de la literatura, en el desarrollo del modernismo mexicano. El modernismo discutía el “poner al día” a la literatura nacional en el escenario de la cultura del mundo. En este proyecto, el poeta colimense participó al lado de otros traductores decimonónicos, al introducir a la tradición literaria del país, poemas de otras lenguas, principalmente francés, inglés y latín, pero también alemán, italiano y griego. Esta exigencia cultural por romper con los moldes del nacionalismo, que sería uno de los valores medulares heredados por el modernismo.

Precisamente se le ha llamado eclecticismo estético al proceder de los poetas modernistas en su afán por tomar iconos de belleza de cualquier referente, a condición de que simbolicen su “ideal artístico”, como llamaron a sus postulados estéticos. En ese sentido, se ha colocado a don Balbino como uno de los traductores más importantes de la literatura del periodo finisecular, ubicándolo en un sitio privilegiado dentro de la composición del modernismo hispanoamericano. Don Balbino atrajo al castellano poemas de distintas lenguas, porque ahí encontraba similitudes con su propuesta estética que era también el proyecto modernista.

Fue un traductor sumamente respetado por los poetas más significativos de su tiempo, quienes celebraron sus versiones de Lord Byron, Edgar Allan Poe, Swinburne, Théophile Gautier, Charles Baudelaire, Paul Verlaine y Aldo Muncio, entre otros, poemas que publicó en diversos medios impresos del siglo XIX y principios del siglo XX, como El País, El Siglo XIX, El Nacional, Revista Azul, Revista Moderna, Excélsior y Revista de Revistas, por mencionar algunos.

Años después, el escritor coleccionó sus poemas para editarlos en el formato de libro. De hecho, en la presente selección se han incorporado poemas de los dos tomos de traducciones más destacados de la bibliografía desarrollada por don Balbino, colecciones que se han reeditado de manera reciente: Musas de Francia (1913 y 2007, por la Universidad de Colima), donde recopiló sus paráfrasis de poetas francófonos, medianamente difundido por A editora limitada, de Lisboa, Portugal, que recibió reseñas laudatorias de Amado Nervo y Rubén Darío; y Musas de Albión (1930 y 2005, Colección Balbino Dávalos), publicado originalmente por la prestigiada editorial cvltvra, fundada por Julio Torri, y que reúne sus versiones de poetas anglosajones.

Don Balbino fue el introductor al castellano de varios libros de la literatura universal, como Afrodita (1898), de Pierre Louys; Relato de una hermana (1900), de Madame Craven; Monna Vanna (1902), de Maurice Maertelinck; y Odas (inédito) de Píndaro; además del estudio El México desconocido: cinco años de exploración entre las tribus de la Sierra Madre Occidental; en la tierra caliente de Tepic y Jalisco y entre los tarascos de Michoacán (1904, 1945), de Karl Sofus Lumholtz, traducido para la Secretaría de Relaciones Exteriores.

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Pero sobre todo, don Balbino Dávalos se asumió como poeta, uno de los más singulares de las letras mexicanas. La poesía fue el género literario predilecto por nuestro autor, por considerarlo el más completo de todos y cercano a una experiencia extrasensorial, pero también fue el que menos publicó. Como poeta, Dávalos fue comparado con los más importantes de su tiempo, al lado de Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, José Juan Tablada y Amado Nervo. Y al lado de ellos difundió su obra poética en los medios de la pléyade modernista a finales del siglo XIX; pero a diferencia de ellos, Dávalos apenas publicó un tomo de poesía.

Durante su vida, don Balbino sólo dio a la prensa Las ofrendas (1909, 1987 y 2001, por la Colección Balbino Dávalos), editado en principio a instancia de Amado Nervo en las imprentas de la editorial madrileña Revista de Archivos, en el que reunió todo lo que había escrito desde 1880, cuando trazó sus primeros versos a la edad de 14 años, hasta 1909 el año en que el libro se colocó en las estanterías. Para presentar aquél tomo, se celebró una velada literaria en la Casa del Archivo de Madrid, a la que acudieron las personalidades literarias más destacadas de la capital española.

A su manera, la publicación de Las ofrendas fue un acontecimiento para la poesía mexicana y un hito para la literatura colimense. En periódicos y revistas de Hispanoamérica, Rubén Darío, Jesús E. Valenzuela, Amado Nervo, José Juan Tablada y Mariano Miguel de Val, entre otros escritores, publicaron reseñas y comentarios para acompañar el éxito que alcanzó el debut poético de Balbino Dávalos, en su paso fugaz por las editoriales. De igual forma, antes y después recibió cartas de felicitación por parte de Miguel de Unamuno, Joaquín Arcadio Pagaza, Rosalía de Castro y Maurice Maetlerinck, entre otros de sus corresponsales. La recepción positiva de este libro consumó un cuarto de siglo dedicado con fruición al oficio poético, mientras el poeta diplomático viajaba por las capitales del mundo, de Washington a Lisboa, de Madrid a Londres, de Copenhague a París.

En uno de los forros de Las ofrendas, don Balbino anunció que tenía en prensa su segundo tomo de producción poética, Nieblas londinenses, el cual, sin embargo, nunca apareció las librerías. Se desconocen los motivos de ese silencio poético, pero es probable que influyera el hecho de la caída de Porfirio Díaz en 1910 y la llegada de la Revolución Mexicana, y con estos cambios socio políticos una nueva forma de construir la cultura nacional.

La literatura que habían cultivado los modernistas aparentaba desaparecer, y con ella sus posibles lectores. Dávalos debió sopesar la situación y prefirió guardar sus últimos poemas en su escritorio nómada, los cuales, finalmente, el año pasado publicó parcialmente la Universidad Nacional Autónoma de México, en el libro Nieblas londinenses y otros poemas.

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En esta antología se han incluido poemas provenientes de ambos libros, Las ofrendas y Nieblas londinenses y otros poemas. Como podrá apreciar el lector, la poesía don Balbino es, parafraseando la famosa cita de Rubén Darío, romántica, cosmopolita y moderna. Su principal preocupación fue un exquisito pulimento formal, pero también sobresalen las piezas dedicadas a su “costa nativa” y las constantes referencias a distintos iconos de la cultura universal, lo que remite a su literatura a la invariable búsqueda de perfección en cualquier sitio donde aparezca, su reiterado eclecticismo estético y el apetito por aprender un modelo universal de belleza.

Si en el área de literatura Balbino Dávalos ha sido ampliamente reconocido como traductor y poeta, ha sido poco frecuentado en su faceta de prosista, perfil que cultivó con el mismo cuidado que en el ejercicio de sus versos. Aunque sus tomos en prosa fueron breves, en la actualidad se trabaja para recuperar los diversos ensayos académicos y literarios que escribió, además de sus excelentes textos de memorias, publicados a partir de la segunda década del siglo XX en el periódico Excelsior.

Dávalos ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente a al Real Academia Española, desde 1894. Como académico, destacan sus textos Ensayo de crítica literaria (1901), Discurso de ingreso (1930), Luis G. Urbina (1935) y Joaquín Arcadio Pagaza, el poeta y el hombre (1939). Y como articulista, varias de sus colaboraciones se plasmaron en las páginas de El Siglo XIX, El Nacional y El Nacional.

La última de las facetas que falta por describir, es la de Dávalos como docente. Desde su época de seminarista en Colima, aún no cumplida la mayoría de edad, don Balbino fue instructor de inglés, y poco después de su llegada a la Ciudad de México en 1880, publicó el Curso primario del idioma inglés (1898). En 1894, cuando realizaba estudios simultáneos en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, también comenzó a impartir clases en las asignaturas iniciales de la Preparatoria, y pronto fue aceptado como maestro titular de Latín.

A partir de entonces no cesó en impartir cátedra, a lo largo de las distintas etapas de su vida. Entre 1917 y 1919 fue profesor de la Universidad de Minneapolis y del Colegio de la Ciudad de Nueva York. Y cuando regresó a México en 1920, alcanzó la rectoría de la Universidad Nacional, en un periodo aproximado de un mes, para ceder la rectoría a José Vasconcelos y así reincorporarse a la carrera diplomática.

Con todo, es probable que su momento más destacado en la Universidad, fue al ocupar de manera honoraria la dirección la Escuela de Altos Estudios, la actual Facultad de Filosofía y Letras. En contra de la política de Álvaro Obregón, que había inaugurado el Politécnico Nacional y varias escuelas para apoyar al exilio

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español, Dávalos trató de fortalecer los programas académicos de la Escuela de Altos Estudios, y así permitió que la institución sobreviviera frente al complicado periodo obregonista.

Dávalos comenzaba así sus últimos años de vida, que lo llevaron durante de manera esporádica de regreso a Colima, para ocupar la representación titular de la oficina de la Secretaría de Hacienda. Bordeaba la década de los treinta del siglo XX, y Dávalos llegó al terruño para vivir en su viejo barrio de infancia, ahora conocido como La España. Ahí instaló la oficina de Hacienda y escribió sus últimos poemas, rotulados con el título de “El árbol perdurable”. Veraneaba en su casa de Cuernavaca, asistía puntualmente a las sesiones de la Academia Mexicana y tomaba café con los amigos que sobrevivían a la turbulenta mitad del siglo. Por fin se decidió regresar a la capital del país para vivir sus últimos días, que lo alcanzaron en 1957, cuando murió de una extraña enfermedad atribuida a su vejez.