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ARTES Y LETRAS E7 DOMINGO 7 DE SEPTIEMBRE DE 2014 Primera Guerra Mundial cés. Se despidieron amablemente, dán- dose la mano, y después de tomar un poco de distancia volvieron a la refriega. La muerte adquiría un sello impersonal, una relación con lo inevitable, con el destino humano. Jünger detectaba el sil- bido de una granada o de descargas de ametralladoras y se preguntaba si esta- ban destinadas a terminar con su vida. Pero sabía que en general no se alcanzan a escuchar las balas, los obuses, las gra- nadas que terminan con uno. Casi todos sus acompañantes en la guerra murie- ron o fueron gravemente heridos. So- brevivir era una sorpresa desconcertan- te, y él fue uno de los casos de longevi- dad mayores de su siglo. Poco antes de morir le dijo a un amigo que sentía que ya le había llegado el momento de “atra- vesar la Laguna Estigia”, la que conduce en los libros y en la pintura del romanti- cismo alemán a la Isla de los Muertos. Su experiencia de la Primera Guerra, sus cuadernos, sus papeles, sus dibujos, le sirvieron para escribir la novela “Tem- pestades de acero”, muchas veces revisa- da y mejorada en su lenguaje. Jünger era un escritor artífice de la palabra, un per- feccionista que nunca descansaba. Es una novela de la memoria, del horror, de una belleza de lenguaje que nunca decae. Tu- vo un éxito inmediato, y que se expandió por toda Europa, desde su publicación en la Alemania en crisis de 1920. Fue cele- brada por André Gide en Francia y por un joven publicista que después adquiriría un rol siniestro en la Alemania nazi, Jo- seph Goebbels. Goebbels quiso publicar textos de Jünger en las primeras revistas del nazismo, pero el joven escritor com- prendió las cosas con la mayor claridad y no le entregó una sola línea. Fue muy ata- cado después de la segunda guerra, don- de actuó como oficial de reserva del Ejér- cito Alemán y dejó un diario de París ocu- pado y de la guerra en el frente del Este, pero nunca consiguieron demostrar la menor colaboración suya con los nazis. Por el contrario, tuvo que esconder su diario para no ser arrestado. En algún momento, Himmler le sugirió a Hitler que tomara medidas contra Jünger, lo cual habría significado su muerte en la horca, pero se sabe que Hitler contestó que a Jünger “no se lo tocaba”. El fuerte tono de nacionalismo de sus escritos de la Primera Guerra lo había salvado. En los diarios de la Segunda Guerra se descubre a otro hombre: un entomólogo acucioso y un lector de la Biblia, interesado en el te- ma de la paz a través de un pensamiento cristiano. Sus reflexiones sobre la barbarie hitleriana son implacables y no habrían sido perdonadas por el Führer, a quien nombra en sus diarios como “Niébolo”. No sólo porque lo denunciaba en su bru- talidad, sino porque sabía de antemano que la guerra estaba perdida. El “Diario de Guerra”, que se ha publi- cado y traducido en los últimos dos o tres años, es un contraste interesante, a menu- do fascinante, con la novela de 1920. Es la experiencia cruda, cotidiana, horrenda, anotada con extraña tranquilidad, de los episodios que después fueron llevados a la ficción novelesca, ficción siempre ali- mentada por las más estrictas realidades. Jünger anotaba todo y a menudo, a causa de la densidad y la aceleración de los su- cesos, tenía que abreviar las palabras o saltarse la sintaxis. Había instantes de res- piro, de alivio y hasta de borracheras mo- numentales. El joven alférez del Regi- miento 73 de fusileros Hannoverianos, cuerpo histórico y de orígenes monárqui- cos ingleses, tenía una mezcla de espíritu de grupo, de buen camarada, y de perso- naje solitario, que podía concentrarse en la lectura o en la contemplación extasiada de un insecto. Corre para evitar una salva de la artillería enemiga y se dice: “Qué cuernos, adelante, una muerte mejor no se encuentra otra vez en cien años” (ano- tación del 27 de junio de 1916, página 84 de su cuaderno 5). Es una lectura que de repente cuesta, pero no por su lentitud sino por lo con- trario: su intensidad incesante, su carác- ter desgarrador. Hay cadáveres, in- mundicias, peligros mortales por todos lados. La guerra cambió la historia mo- derna y destruyó muchas cosas para siempre. Quizá destruyó la gran cultura de Occidente y Ernst Jünger fue uno de los primeros testigos cercanos de la ho- rrorosa destrucción. A la vez, supo sal- var, con enorme sacrificio, lo que toda- vía era posible salvar. De ahí los home- najes que recibió en vida y que ahora si- gue recibiendo. LOS MUERTOS de 1914 y ¿Fin de Occidente? La guerra cambió la historia moderna y destruyó muchas cosas para siempre. Quizá destruyó la gran cultura de Occiden- te y Ernst Jünger fue uno de los primeros testigos cercanos de la horrorosa destrucción. Jünger, en las trincheras de 1914. Ahí leyó a Alfonso Daudet y a Laurence Sterne.

de 1914 y LOS MUERTOSimages.elmercurio.com/.../sep/07/MERSTAT007OO0709_3g.pdf · 2014-09-07 · No sólo porque lo denunciaba en su bru-talidad, sino porque sabía de antemano que

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Page 1: de 1914 y LOS MUERTOSimages.elmercurio.com/.../sep/07/MERSTAT007OO0709_3g.pdf · 2014-09-07 · No sólo porque lo denunciaba en su bru-talidad, sino porque sabía de antemano que

ARTES Y LETRAS E 7DOMINGO 7 DE SEPTIEMBRE DE 2014Primera Guerra Mundial

cés. Se despidieron amablemente, dán-dose la mano, y después de tomar unpoco de distancia volvieron a la refriega.La muerte adquiría un sello impersonal,una relación con lo inevitable, con eldestino humano. Jünger detectaba el sil-bido de una granada o de descargas deametralladoras y se preguntaba si esta-ban destinadas a terminar con su vida.Pero sabía que en general no se alcanzana escuchar las balas, los obuses, las gra-nadas que terminan con uno. Casi todossus acompañantes en la guerra murie-ron o fueron gravemente heridos. So-brevivir era una sorpresa desconcertan-te, y él fue uno de los casos de longevi-dad mayores de su siglo. Poco antes demorir le dijo a un amigo que sentía queya le había llegado el momento de “atra-vesar la Laguna Estigia”, la que conduceen los libros y en la pintura del romanti-cismo alemán a la Isla de los Muertos.

Su experiencia de la Primera Guerra,sus cuadernos, sus papeles, sus dibujos, lesirvieron para escribir la novela “Tem-pestades de acero”, muchas veces revisa-da y mejorada en su lenguaje. Jünger eraun escritor artífice de la palabra, un per-feccionista que nunca descansaba. Es unanovela de la memoria, del horror, de unabelleza de lenguaje que nunca decae. Tu-vo un éxito inmediato, y que se expandiópor toda Europa, desde su publicación enla Alemania en crisis de 1920. Fue cele-brada por André Gide en Francia y por unjoven publicista que después adquiriría

un rol siniestro en la Alemania nazi, Jo-seph Goebbels. Goebbels quiso publicartextos de Jünger en las primeras revistasdel nazismo, pero el joven escritor com-prendió las cosas con la mayor claridad yno le entregó una sola línea. Fue muy ata-cado después de la segunda guerra, don-de actuó como oficial de reserva del Ejér-cito Alemán y dejó un diario de París ocu-pado y de la guerra en el frente del Este,pero nunca consiguieron demostrar lamenor colaboración suya con los nazis.Por el contrario, tuvo que esconder sudiario para no ser arrestado. En algún

momento, Himmler le sugirió a Hitlerque tomara medidas contra Jünger, locual habría significado su muerte en lahorca, pero se sabe que Hitler contestóque a Jünger “no se lo tocaba”. El fuertetono de nacionalismo de sus escritos de laPrimera Guerra lo había salvado. En losdiarios de la Segunda Guerra se descubrea otro hombre: un entomólogo acucioso yun lector de la Biblia, interesado en el te-ma de la paz a través de un pensamientocristiano. Sus reflexiones sobre la barbariehitleriana son implacables y no habríansido perdonadas por el Führer, a quien

nombra en sus diarios como “Niébolo”.No sólo porque lo denunciaba en su bru-talidad, sino porque sabía de antemanoque la guerra estaba perdida.

El “Diario de Guerra”, que se ha publi-cado y traducido en los últimos dos o tresaños, es un contraste interesante, a menu-do fascinante, con la novela de 1920. Es laexperiencia cruda, cotidiana, horrenda,anotada con extraña tranquilidad, de losepisodios que después fueron llevados ala ficción novelesca, ficción siempre ali-mentada por las más estrictas realidades.Jünger anotaba todo y a menudo, a causade la densidad y la aceleración de los su-cesos, tenía que abreviar las palabras osaltarse la sintaxis. Había instantes de res-piro, de alivio y hasta de borracheras mo-numentales. El joven alférez del Regi-miento 73 de fusileros Hannoverianos,cuerpo histórico y de orígenes monárqui-cos ingleses, tenía una mezcla de espíritude grupo, de buen camarada, y de perso-naje solitario, que podía concentrarse enla lectura o en la contemplación extasiadade un insecto. Corre para evitar una salvade la artillería enemiga y se dice: “Quécuernos, adelante, una muerte mejor nose encuentra otra vez en cien años” (ano-tación del 27 de junio de 1916, página 84de su cuaderno 5).

Es una lectura que de repente cuesta,pero no por su lentitud sino por lo con-trario: su intensidad incesante, su carác-ter desgarrador. Hay cadáveres, in-mundicias, peligros mortales por todoslados. La guerra cambió la historia mo-derna y destruyó muchas cosas parasiempre. Quizá destruyó la gran culturade Occidente y Ernst Jünger fue uno delos primeros testigos cercanos de la ho-rrorosa destrucción. A la vez, supo sal-var, con enorme sacrificio, lo que toda-vía era posible salvar. De ahí los home-najes que recibió en vida y que ahora si-gue recibiendo.

LOS MUERTOSde 1914 y

¿Fin de Occidente? La guerra cambió la historia moderna y destruyó muchas cosas para siempre. Quizá destruyó la gran cultura de Occiden-te y Ernst Jünger fue uno de los primeros testigos cercanos de la horrorosa destrucción.

Jünger, en las trincheras de 1914. Ahí leyó aAlfonso Daudet y a Laurence Sterne.