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De Oliveira, Manoel - El Cine y El Capital

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De Oliveira

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El cine y el Capital

Manoel de Oliveira

El cine es, de todas las artes, la más sujeta al capitalismo, por el coste enorme de su material y medios

técnicos, y además por la dependencia aplastante de un público mal orientado por una fuerte propaganda que

cuida demasiado de estrellas y astros, y nada de ideas y procesos artísticos.

En los E.E.U.U, por ejemplo, dónde la industria cinematográfica alcanzó una perfección técnica inigua-

lable, la organización comercial y la mecanización alcanzaron tal desarrollo que aplastan y subyugan por com-

pleto al hombre, o mejor - al artista. El dinero y la máquina lo  transformaron en un perfecto autómata. Bajo mi

parecer, para hacer una película en cualquier estudio de Hollywood, solo es necesario el habitual "On tourne ! ".

La máquina está preparada y basta meter un cerdo por un lado para que salga un chorizo por el otro. Duhamel

tiene razón cuando se subleva contra el cine norteamericano. Es cierto que hay excepciones; pero como siempre,

apenas sirven para confirmar la regla.

Vista una película norteamericana, vistas todas. El mismo fondo moral, la intriga anterior ligeramente

disfrazada; los artistas parecen todos gemelos, la misma estatura y rasgos semejantes, actuando siempre del mis-

mo modo. Todo es en serie: argumentos, realizaciones, procesos, artistas, etc.

Cuando una película es un éxito de taquilla sirve de modelo para decenas de películas semejantes. Igual

que en la industria del automóvil; después de haber estudiado un tipo de coche, se reproduce en serie por miles.

Traicionan los fines humanos, sociales y educativos de un arte utilizando sus medios para mera especu-

lación comercial, imprimiendo en celuloide vida falsificada en los estudios, la cual es tan  funesta para el espíritu

y la cultura de un pueblo como el aceite falsificado por el tendero lo es para el estómago de aquellos que incons-

cientemente lo ingieren.

Buscan hombres y mujeres cuya figura insinuante deja prever la futura adoración del público, y a fuerza

de carteles despampanantes, fotos y artículos que una colosal organización de publicidad hace llegar a las redac-

ciones de todas las revistas del mundo, los convierten en verdaderos ídolos. Así, Clark Gable, la última victoria

del galán americano, todavía no había estrenado una sola película en Portugal y ya las ingenuas cinéfilas le es-

cribían cartas apasionadas pidiéndole fotos dedicadas.

En vez de estudiar temas humanos, escogiendo después los intérpretes según las exigencias de esos te-

mas, se escriben y adaptan historias a propósito para esta o aquella artista, para poner en evidencia toda su belle-

za física y todo su "sex-appeal". Lo mismo parece suceder cuando se pretende lanzar un nuevo director. Un nú-

cleo de técnicos y artífices, a disposición de los cuales se ponen millones, son la garantía de su hacer, como un

sello de Paramount, M.G.M., o de cualquier otra empresa, es la garantía de su expansión mundial. Y tenemos la

impresión de que la principal función del director es precisamente firmar la obra para darle paternidad legíti-

ma; pues el público siempre se peleó por ídolos a los que adorar...

Estas películas que técnicamente resultan irreprochables por la perfección de la fotografía, por la preci-

sión matemática de los "travellings", por la grandiosidad de los dispendiosos "décors", etc., hablan casi siempre,

sino siempre, por debajo del punto de vista humano y artístico. Siendo un producto de la colaboración de mu-

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chos, no pueden tener nunca el carácter y la personalidad que tendrían en el caso de que fuesen dirigidos por

uno solo - pero competente; auxiliado, sí, por otros elementos, pero nunca subordinado a ellos.

Es sabido que al capitalismo de ningún modo le interesan temas que desarrollen problemas de orden psi-

cológico o social. Un único fin los atrae (y esto sucede en todos los países con excepción de la U.R.S.S.): el re-

sultado comercial de las películas. Teniendo como objetivo multiplicar millones, las empresas cinematográficas

son agentes de perniciosa propaganda de erotismo perverso, de falso optimismo, de una ficticia concepción de la

vida, como sol fabricado en el interior de los estudios.

En la U.R.S.S. donde el resultado de una película no se verifica en la taquilla sino a través de la acción

educativa que ejerza, el cine tiene como finalidad una enérgica propaganda política y social. Tampoco ahí es

plena la libertad del artista, dado que toda su actividad está limitada por el actual régimen político. Es necesario

que la personalidad del artista pueda exprimirse con plena libertad. ¡Nada de servidumbres ! Que ninguna opre-

sión limite su espontaneidad creadora.

René Clair después de la exhibición de "Á nous liberté", película que en sí misma era una crítica a la es-

clavitud del mundo capitalista, escribió en "Temps" un artículo en el cual combatía la  opresión del capital sobre

el cine. Otro martirizado ha sido el gran Pabst. Conscientes de su valor, ciertos capitalistas le han ofrecido su-

mas fabulosas para que haga una película a su gusto; pero cuando Pabst les presenta el argumento de una obra

sana y pacifista, inmediatamente le dan la espalda. Así ya no les agrada el negocio. Pabst, en esto, ha sido

de hierro, cediendo apenas en parte en sus dos últimas películas: "Atlantida" y "D. Quixote".

Su sueño, una película sobre la guerra futura, sobre la horrible catástrofe en la que el mundo será aniqui-

lado por el choque de intereses mezquinos y particulares y por los odios injustificados de las naciones y las ra-

zas, esa gran película que sería una gran lección para el mundo, esa nunca encontrará con toda seguridad capita-

les que la financien.

No está bien que el desarrollo de un arte permanezca así, dependiendo de una burguesía que bajo la capa

de la finalidad artística apenas explora un negocio rentable. (Y que nos vengan después a decir "el público quie-

re, el público pide", cuando este se limita a recibir pasivamente aquello que le presentan).

Siendo el cine, de todas las artes, la que mayor y más directa influencia ejerce sobre la mentalidad popu-

lar, sucede que se parte de la falsa y criminal opinión de que el espectador solo necesita y desea saborear, por un

precio mínimo y confortablemente instalado en su butaca, un espectáculo alegre y divertido que le haga olvidar

los cansancios y sinsabores de una vida extenuante. Y el público olvida que su vida es atribulada por una pésima

organización social y económica, aceptando por una cómoda y grosera cobardía aquella envilecedora compen-

sación que le ofrecen.

El cine precisamente podría, como ninguna otra arte, apuntar esos males y sus consecuencias tomando

como temas dominantes los múltiples problemas que el hombre afronta en su vida sexual, familiar, profesional,

económica y social.

Pero el público continúa buscando apenas distracción, inconscientemente influenciado por el falso y va-

cío espectáculo que le da la espalda al meollo. Así, algunos empiezan por dejarse  crecer un ridículo bigotito y

otros terminan por practicar actos criminales, en la vana ambición de ser como en el cine...

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Es por tanto necesario acabar con el cine-negocio. Es necesario arrancar la industria del cine de las ga -

rras nefastas del capitalismo. Es necesario que el cine sea apenas esto: un órgano de creación artística y de ac-

ción educativa y social.

Publicado originalmente en Revista Movimento, n°7, 1 de octubre 1933. Traducción de Pablo Caballero

Marcos, publicada en Margenes en Diciembre de 2014.