Dean R. Koontz - La Máscara

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  • 8/14/2019 Dean R. Koontz - La Mscara

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    DEAN R. Koontz

    La Mscara

    Este libro est dedicado a Willo y a Dave Roberts y a Carol y DonMcQuinn cuyo nico defecto es vivir demasiado lejos de nosotros.

    Un canto fnebre por la de doble cabeza, que muri tan joven.EDGAR ALLAN POE.Lenore

    Y mucho de locura, y ms de pecado y horror en el espritu de la

    intriga.EDGAR ALLAN POE.El gusano conquistador.

    El terror extremo nos devuelve el aspecto denuestra niez.CHAZAL

    PROLOGO

    Laura trasteaba por el stano haciendo limpieza general y cada minuto

    que pasaba aborreca ms esa tarea. El trabajo en s no la fastidiaba,era una joven de naturaleza dinmica y le gustaba tener algo quehacer; lo que ocurra es que el stano le daba miedo.

    Cuatro angostas ventanas, apenas ms anchas que arpilleras, filtrabanuna luz dbil y turbia a travs de sus polvorientos cristales. Pese al parde candiles que colgaban del techo la gran sala se aferraba tercamente

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    a sus sombras como si se resistiera al desnudo de sus paredes. Lavacilante luz ambarina de los quinqus revelaba la humedad de losmuros; esa clida tarde de mayo la estufa de carbn estaba apagada,ajena a su utilidad domstica.

    Correctamente alineados en estanteras, unos tarros de cristalirradiaban fragmentarios haces de luz mientras que sus contenidos -conservas caseras de fruta y verdura que se haban almacenadodurante los ltimos nueve meses- permanecan en penumbra. Losrincones de la habitacin tambin estaban a oscuras y en el techo bajoy de vigas mal ajustadas las sombras se cruzaban como las largasbandas de un crespn funerario.

    Adems, el stano posea una pestilencia caracterstica, un hedor arancio como el de las cuevas cavadas en la roca. En primavera yverano, cuando ms humedad haba, aparecan en los rincones unasmanchas gris-verdosas de hongos, una costra extraa y repugnantemoteada por miles de esporas de un blanco sucio que recordaban lashuevas de los insectos y aportaban su toque grotesco y asqueroso a laya de por s desagradable hediondez de la estancia.

    Sin embargo, lo que ms asustaba a Laura no era lo lbrego del lugar

    ni su ofensivo olor ni los hongos, eran las araas. Araas que corranpor el stano a sus anchas, las haba pequeas, marrones y raudas;otras de un gris oscuro, un poco mayores que las marrones pero igualde veloces que sus primitas y tambin unas azules, enormes y grandescomo el pulgar de Laura.

    Cuando le tocaba quitar el polvo y las telaraas de los tarros deconserva -siempre atenta a los movimientos precipitados y huidizos delas araas-, Laura notaba cmo la rabia contra su madre creca en su

    interior. Ya podra haberle permitido que, en lugar del stano, limpiaraalgunas de las habitaciones de arriba, mxime cuando ni a ta Rachelni a ella les importara limpiar el stano porque no les tenan miedo alas araas. Pero mam lo saba y la haba mandado al stano paracastigarla.

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    ltimamente estaba de un humor de perros. Aunque eso no era nuevo,ni mucho menos. Con el paso de los aos cada vez era ms frecuenteque mam estuviera de uas y cuando eso ocurra esa mujer cantarinay sonriente se transformaba en una persona completamente distinta. Y

    aunque Laura la quera, esa mujer irritable y mezquina en la que seconverta su madre le disgustaba. A esa mujer odiosa que la habamandado al stano no la quera.

    Mientras limpiaba el polvo de los tarros de melocotones, peras,tomates, remolacha, judas y calabacines en vinagre -tensa ante lainevitable aparicin de alguna araa- deseaba ser mayor, estar casaday ser independiente. De pronto un ruido inesperado y agudo cruz elaire hmedo y malsano del stano.

    Al principio pareca el lejano y desesperado graznido de un pjaroextico, pero se fue haciendo ms intenso y acuciante.

    Dej de limpiar, levant la vista hacia el techo oscuro y oy que elhorripilante aullido proveniente del exterior se acercaba. De prontocomprendi que era la voz de su ta Rachel y que aqul era un grito dehorror.

    Se escuch inmediatamente el estrpito de algo al caerse.Son a porcelana rota. Deba de ser el jarrn del pavo real de mam ysi lo era mam iba a estar de un humor espantoso durante el resto dela semana.

    Cruz por entre las estanteras de conservas y a medio subir laescalera el grito de mam la detuvo en seco. Eso no era un grito derabia por la prdida de un jarrn, en ese grito haba una nota de

    terror.Resonaron unos pasos en el suelo del recibidor, frente a la puerta de laentrada. Escuch el chirrido familiar de los goznes de la puerta alabrirse y cmo se cerr despus con un portazo.

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    Ahora poda or a ta Rachel gritando palabras ininteligibles queexpresaban su miedo.

    Laura oli a humo.

    Subi el resto de la escalera a toda prisa y en el ltimo peldao setop con dbiles llamaradas. El humo no era espeso pero desprendaun hedor acre.

    Salt al rellano con el corazn palpitando. Las vaharadas de calor laobligaban a entrecerrar los ojos y no consegua ver el interior de lacocina. Haba un autntico muro de fuego y slo se poda cruzar atravs de un angosto pasillo a cuyo final se hallaba la puerta del

    porche trasero. Se subi la falda larga a la altura de las caderas y se laenroll entre los muslos, sostenindola con ambas manos para evitarque atrajera las llamas.

    Subi cautelosamente por los peldaos que el fuego iba alcanzando yque crujan bajo su peso pero, antes de que pudiera abrir la puerta desalida, la cocina estall en una llamarada azul-amarillenta querpidamente adquiri tonalidades anaranjadas. La habitacin enteraera un infierno, el fuego iba de pared a pared y del techo al suelo; no

    haba ni un solo paso libre.Caprichosamente, el acceso flamgero hasta la puerta evoc la imagende un parpadeante ojo de una calabaza en la mente de Laura.

    Las ventanas de la cocina explotaron y el fuego se arremolin y dio ungiro repentino en direccin a la puerta del stano arremetiendo contraLaura. Retrocedi asustada y dando un paso en falso sobre el peldaose cay de espaldas. Dio un brinco e intent agarrarse a la barandilla

    pero se desplom en el primer tramo de la escalera y su cabeza choccontra el duro suelo de piedra.

    Not que perda conciencia, como una nadadora exhausta arrastradapor la corriente. Esper a estar segura de que no iba a desmayarse yse puso en pie. Notaba un dolor martillendole en la parte superior del

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    crneo. Se llev la mano a la ceja y toc un hilo de sangre y unapequea herida. Estaba mareada y confusa.

    Durante los breves instantes en que haba permanecido en el suelo, el

    fuego se haba extendido por todo el piso y ya estaba alcanzando elprimer peldao.

    No consegua enfocar la vista. Los peldaos y el fuego descendente seconfundan en un resplandor anaranjado.

    Espectrales columnas de humo se desviaban hacia el hueco de laescalera y sus largos y etreos brazos parecan querer abrazar a Laura.

    Se llev las manos a la boca en forma de bocina:--Socorro! --exclam.

    No hubo respuesta.

    -Estoy en el stano! Que alguien me ayude!

    Silencio.

    -Ta Rachel! Mam! Por el amor de Dios, que alguien me ayude!

    La nica respuesta era el creciente rugido del fuego extendindose.

    Jams se haba sentido tan sola. A pesar de la corriente abrasadoraque vena de arriba, Laura sinti fro. Se estremeci.

    El dolor de cabeza haba aumentado y la herida que tena junto al ojo

    derecho sangraba an, pero ya no tena tanta dificultad para enfocar lavista. El problema estaba en que lo que vea no le gustaba.Permaneca en pie, erguida como una estatua, paralizada ante elespectculo letal de las llamas. El fuego reptaba tras ella como unlagarto, deslizndose hasta los barrotes de la barandilla yarrastrndose por ella con un ruidito crepitante. La superficie de lospeldaos estaba oculta bajo el humo. Tosa y la tos agravaba su dolor

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    de cabeza y aumentaba su vrtigo. Se apoy en la pared para noperder el equilibrio.

    Haba sucedido todo tan deprisa... La casa era ahora una pira de

    enormes llamas. Aqu me muero.

    El pensamiento la sac del trance en que se hallaba sumida.

    No estaba preparada para morir, an era demasiado joven. Tena todauna vida por delante, muchsimas cosas maravillosas que ver y hacer,cosas que haba soado hacer algn da. No era justo. Se neg a

    morirse.El humo la amordazaba. Se volvi de espaldas a la escalera en llamas yse cubri la nariz y la boca con una mano pero fue en vano.

    Vio aparecer las llamas al fondo de la estancia y por un momento sesinti rodeada y pens que ya no le quedaba posibilidad alguna de salircon vida. Grit, desesperada, y repar de pronto en que las llamas nohaban alcanzado an la otra salida, al fondo de la habitacin, por el

    otro lado. Los fuegos que le haba parecido ver slo eran losresplandores de las lmparas de aceite con las que se iluminaba. Ahoralas llamas de esas lmparas de aceite parecan inofensivas ytranquilizadoras encerradas en sus pequeos receptculos cilndricosde cristal.

    Tosi de nuevo convulsivamente y el dolor de cabeza baj hasta losojos. Le costaba concentrarse, sus reflexiones eran como gotitas demercurio que resbalaban unas encima de otras y cambiaban de forma

    con tanta rapidez que no poda retener su sentido.Rezaba silenciosa y fervorosamente.

    Sobre su cabeza, el techo cruji y pareci venirse abajo.

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    Aguant la respiracin y apret los dientes con los brazos pegados alcuerpo, durante unos segundos esper a que los escombros lasepultaran. Pero el techo no se vino abajo, todava no.

    Se desliz temblorosa y lloriqueando hasta la ventana ms cercana.Era alta, rectangular, con una abertura de unos veinte centmetrosentre el antepecho y el techo y de un par de palmos de ancho;demasiado pequea para que pudiera escapar a travs de ella. Lasotras tres eran idnticas a sta, inspeccionarlas de cerca hubiera sidointil.

    El aire se estaba haciendo irrespirable por momentos. Las fosasnasales le dolan como si le ardieran. El repugnante y amargo sabor

    del humo le llenaba la boca.Permaneci inmvil al pie de la ventana, frustrada y absorta en la luzdbil y mortecina que penetraba a travs de la suciedad y de la cortinade humo que se pegaba contra el cristal. Estaba segura de queolvidaba la salida obvia, la correcta. Haba una salida y no eran esasventanas aunque segua abstrada en ellas igual que minutos antes lohaba estado en la visin del avance de las llamas. La cabeza y lafrente le dolan cada vez ms y la confusin aumentaba con cada

    agnico latido. Aqu me muero.

    Una horripilante visin cruz por su mente. Se vio ardiendo, con elpelo negro flameante, una llamarada rubia sobre su cabeza como si sucabellera fuera la mecha de una vela.

    Vio su cara fundirse como la cera, burbujeando, vaporizarse, licuarse.

    Vio que los rasgos de su rostro dejaban de ser los de un ser humano,que se convertan en el rostro horrible y deforme de un demonioimpdico con las cuencas de los ojos vacas.

    No!

    Sacudi la cabeza ahuyentando esa visin.

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    Estaba mareada, cada vez ms mareada. Necesitaba un poco de airefresco para limpiar sus pulmones contaminados, pero con cadabocanada tragaba ms humo. Le dola el pecho.

    Muy cerca de ella empez un martilleo rtmico; el ruido era tan ntidocomo los latidos de su corazn que bombeaba ensordecedoramente ensus odos.

    Empez a dar vueltas sobre s misma, tosiendo, con las manostendidas al vaco, buscando el origen de aquel martilleo, luchando porconservar el autocontrol, esforzndose en pensar.

    El martilleo ces.-Laura...

    Por entre el rugido incesante del fuego oy que alguien la llamaba.

    -Laura...

    -Estoy aqu, en el stano -grit ella y el grito son como un crujido

    susurrante. Tena la garganta agarrotada y spera por culpa de laatmsfera enrarecida y de ese humo trrido.

    El esfuerzo por mantenerse en pie empezaba a resultarle insoportable.Cay de rodillas contra el suelo de piedra, se apoy en la pared y sedesliz lentamente hasta quedar sentada.

    -Laura. . .

    El martilleo de nuevo, como si alguien llamara a la puerta.Laura descubri que a ras de suelo el aire estaba ms limpio. Respirhondo, agradeciendo el alivio de su sensacin de ahogo.

    Por un momento pareci que su dolor de cabeza desapareca y pudoreflexionar, record que en el muro norte de la casa haba una

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    trampilla que comunicaba con el stano, una especie de puertasinclinadas que se cerraban por dentro. Por eso nadie haba acudido arescatarla! En el pnico y la confusin se haba olvidado de laexistencia de esa salida. Ahora ya slo tena que agudizar su ingenio y

    podra salvarse.-Laura... -Era la voz de ta Rachel.

    Se arrastr hasta la pared norte de la sala donde se hallaban lastrampillas, al final de un corto tramo de escalera. Levant primero lacabeza y respir el aire viciado aunque an respirable que haba a rasde suelo. Las asperezas del suelo de cemento le rasgaban la ropa y learaaban las rodillas. A su izquierda, la escalera ya era pasto de las

    llamas y el fuego iba ascendiendo hacia el techo de madera. Elresplandor del fuego, emborronado y difuso en la nebulosa de humo,le produca el extrao efecto de que se estaba arrastrando por un tnelde llamas. En cuanto el fuego se extendiera, esa ilusin se convertiraen una realidad.

    Tena los ojos hmedos y lacrimosos y avanzaba vacilante hacia lasalida enjugndose las lgrimas con el dorso de la mano. No vea muybien. La voz de ta Rachel era como un reclamo que Laura segua

    instintivamente.-Laura... -La voz estaba cerca. Justo encima de su cabeza.

    Palp la pared hasta dar con el hueco en el muro. Se meti en elinterior, subi el primer peldao y asom la cabeza pero no pudo vernada, la oscuridad era absoluta.

    -Laura, nia, contesta, ests ah?

    Rachel estaba histrica, gritaba tan alto y golpeaba las puertas con talinsistencia que no habra odo la respuesta de Rachel aunque stahubiera podido contestarle.

    Dnde est mam? Por qu no est tambin ah, golpeando esapuerta? Por qu no se preocupa por m?

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    Laura se estir, agazapada, en ese espacio incmodo, oscuro y trrido,y consigui tocar una de las trampillas que se hallaban encima de sucabeza. Las pesadas puertas temblaban y vibraban bajo el impacto delos pequeos puos de Rachel.

    Laura palp a ciegas, buscando el picaporte. Sinti el tacto tibio delobjeto metlico y de algo ms. Algo que se retorca, algo vivo.Pequeo pero vivo. Apart la mano sobresaltada y la sacudifrenticamente. La cosa haba agrandado sus dominios pasando delpicaporte a su piel y cuando retir la mano se la haba llevado consigo.Salt del pulgar a la mano y la cruz en direccin a la mueca y lamanga antes de que Laura pudiera sacudirla.

    Una araa.No la vea pero saba qu era. Una araa. Una de sas, grandota comoel pulgar, con el cuerpo negro y rechoncho que se deslizaba como unagota de aceite negruzca y repugnante. Sinti que se le helaba lasangre, incapaz hasta de respirar.

    Notaba que la araa se mova por su brazo y que ese avance temerarioreclamaba su actuacin inmediata. Se sacudi la manga de un

    manotazo pero fall. La araa le pic en el pliegue del codo y elestremecimiento del dolor la distrajo mientras el bicho seguaescurrindose por su hombro. Le pic de nuevo y Laura se sinti comoen una pesadilla. Tema a las araas ms que a cualquier otra cosa eneste mundo -ciertamente ms de lo que le tema al fuego porque ensus desesperados intentos por matar a la araa se haba olvidado deque sobre su cabeza se estaba derrumbando una casa en llamas- y elpnico la haca debatirse, perder el equilibrio y dar tumbos por elstano hasta que se cay y golpe el suelo con la cadera. La araa

    continu arrastrndose por el interior del corpio hasta su seno. Gritpero no consigui articular sonido alguno. Se apret el seno con unamano, notaba los furiosos retortijones de la araa contra la palma desu mano a travs de sus ropas y senta sus frenticas convulsionescontra el pecho desnudo donde la tena apresada. Sigui presionandohasta que sinti de nuevo que algo la amordazaba aunque en estaocasin no slo era el humo. Se qued unos minutos tumbada en el

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    suelo tensa, en posicin fetal, estremecindose violenta ydescontroladamente. El amasijo repugnante y pegajoso de la araa sedeslizaba lentamente por la curva de su seno. Quera hurgar en elinterior de su corpio para sacar de ah esa bolita asquerosa pero no

    se atreva porque la asaltaba un temor irracional de que por algnmotivo resucitara y la picara de nuevo.

    Not el sabor de la sangre. Se haba mordido el labio.

    -Mam...

    Era mam la que le haba hecho eso. Mam la mand abajo sabiendoque haba araas. Por qu era siempre tan eficaz e impaciente

    castigando?Cruji una viga, cedi. Se hundi el suelo de la cocina. Era como estaren el infierno. Llovan chispas. Sus ropas prendieron y se chamusc lasmanos sacudindoselas.

    Esto me lo ha hecho mam.

    Tena las palmas y los dedos quemados y chamuscados y no podra

    reptar sobre ellas durante mucho rato ms. Se puso en pie pese a queesa determinacin le cost ms esfuerzo del que crea poder realizar.Se tambale, sudorosa y mareada.

    Fue mam la que me mand aqu abajo.

    Laura ya no vea ms que intermitentes resplandores anaranjados quese arremolinaban y estallaban en nebulosas de humo. Se arrastrhasta el corto tramo de escalera que conduca a las puertas de salida

    del stano, pero haba avanzado unos metros cuando comprendi quese haba equivocado de direccin. Volvi por el mismo camino -o por elcamino por el que crea haber ido- y unos pasos ms all choc contrala caldera que estaba justo al lado de las puertas de salida. Estabacompletamente desorientada.

    Me lo ha hecho mam.

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    Cerr sus destrozadas manos en puos speros y sangrientos.Descarg su rabia pegndole puetazos a la caldera y a cada golpedeseaba fervientemente que el horno fuera su madre.

    Arriba, la casa en llamas retumb y tembl. A lo lejos, por entre unainmensidad de humo, le llegaba la obsesiva voz de ta Rachel:

    -Laura..., Laura...

    Por qu mam no estaba tambin ah para ayudar a ta Rachel aromper las puertas del stano? Dnde diantre se haba metido sumadre? Es que estaba echndole lea al fuego?

    Jadeando, sofocada, Laura se alej de la caldera e intent seguir elseuelo salvador de la voz de ta Rachel.

    Se desprendi una viga y la golpe en la espalda arrojndola contra laestantera de las conservas. Los tarros se cayeron rompindose en milpedazos. Laura qued sepultada bajo una lluvia de cristales. Oli avinagreta, a melocotones.

    Antes de que pudiera determinar si se haba roto algo, antes de que

    pudiera siquiera limpiarse la comida que le haba salpicado en la cara,cay otra viga y le aplast las piernas.

    Le dola todo tanto que, simplemente, opt por bloquear el dolor. Anno haba cumplido los diecisis aos, poda soportarlo casi todo. Enlugar de sucumbir a l, arrincon el dolor en un oscuro rincn de sumente y se retorca y agitaba nerviosamente negndose a aceptar esedestino y maldiciendo a su madre.

    Senta un odio irracional hacia su madre, era tan intenso que ocupabael lugar que no poda permitirle ocupar al dolor.

    El odio la inundaba y le proporcionaba una energa demonaca, capazcasi de mover la pesada viga que le apresaba las piernas.

    Vete al infierno, mam.

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    El techo se vino abajo y el estrpito son como un caonazo.

    Te odio, mam, te odio.

    Los dos pisos en ruinas ardiendo se derrumbaron a travs del techoabierto.

    Mam...

    Primera parte

    LLEGA ALGO MALIGNO...

    Por las punzadas en mis pulgares, siento que llega algo maligno.branse las puertas al que llame!SHAKESPEARE.

    MacbethLa luz se abra paso a dentelladas a travs de los nubarrones grisoscuro, como brechas en una vasija de porcelana china.

    Los coches aparcados en el patio de la oficina de Alfred O'Brianbrillaban tenuemente y reflejaban la mortecina luz de la tormenta. Elviento soplaba a rachas, azotando la copa de los rboles y la lluviaarreciaba furiosamente contra las tres ventanas de la oficina y

    resbalaba por los cristales enturbiando la visin al exterior.O'Brian estaba sentado de espaldas a la ventana. Cuando empez aleer la solicitud que Paul y Carol Tracy acababan de someter a suaprobacin, los truenos retumbaban en el firmamento y sacudan loscimientos del edificio.

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    "Es un hombrecito muy aseado -pens Carol mirando a O'Brian-. As desentado y quietecito parece un maniqu."

    Era excesivamente atildado. Su pelo cuidadosamente peinado pareca

    haber pasado por las manos de un buen barbero una hora antes.Llevaba el bigote tan bien recortado que las dos mitades parecansimtricas. Llevaba un jersey gris, la raya del pantaln recta y tiesacomo el filo de una espada y los negros zapatos relucientes. Las uasde las manos delataban la manicura y sus rosadas manosescrupulosamente limpias parecan esterilizadas.

    Cuando, algo menos de una semana antes, le haban presentado aO'Brian a Carol, sta pens que era remilgado y hasta un poco repip y

    presinti que no iba a gustarle, pero sus buenas maneras y su sincerodeseo de ayudarles a Paul y a ella se ganaron su simpata.

    Mir a Paul, que estaba sentado en la silla de al lado, su cuerpo magroy normalmente gil acusaba las tensiones de los ltimos tiempos. Paulestaba escuchando atentamente a O'Brian, pero cuando not que Carolle estaba mirando volvi la vista hacia ella y le sonri. Su sonrisa eraincluso tan bonita como la de O'Brian y, como siempre Carol sinti quecontemplarla le levantaba el nimo. Su amado tampoco estaba jams

    hurao o agobiado, era casi transparente, el enorme atractivo de surostro resida en esa franca armona que reflejaba abiertamente sugentileza y sensibilidad. Sus ojos rasgados eran capaces de expresarmil sutiles grados de emocin. Seis aos antes, durante el simposiouniversitario titulado "Psicologa de lo Anormal y Ficcin AmericanModerna" en el que Carol conoci a Paul, lo primero que ella capt deste fueron esos ojos clidos y expresivos que con el paso del tiempo

    jams haban dejado de intrigarla. Ahora le estaban haciendo un guiocon el que parecan querer decirle: "No te preocupes, O'Brian est de

    nuestro lado, aceptar nuestra solicitud y todo ir bien. Te quiero."Le devolvi el guio de complicidad pese a que estaba segura de quel poda leer en su frente como si fuera un libro abierto

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    Dese que fuera cierto que haban conseguido la aprobacin del seorO'Brian. Saba que para que O'Brian no tuviera motivo alguno pararechazar su solicitud deba aparentar confianza

    Eran jvenes y sanos. Paul tena treinta y cinco aos y ella treinta yuno; edades excelentes para que triunfaran en la aventura que seestaban proponiendo realizar. Ambos eran personas de xito en susrespectivos trabajos, eran solventes e incluso prsperoseconmicamente. Se les respetaba en su comunidad y constituan unmatrimonio feliz y sin problemas que estaba atravesando su momentode mayor serenidad en los cuatro aos que llevaban casados. Endefinitiva, sus mritos para poder adoptar un nio eran mucho msque satisfactorios. Pese a lo cual, no obstante, Carol estaba

    preocupada.Le gustaban los nios y haban estado intentando tener uno o dos. Enel transcurso de los ltimos catorce aos -durante los cuales habaobtenido tres licenciaturas universitarias y se haba establecidoprofesionalmente- haba postergado muchos placeres sencillos y habapasado por alto otros tantos. Su educacin y su promocin habanestado siempre en primer lugar.

    Se haba perdido un montn de fiestas y por ende innumerablesvacaciones y fines de semana fuera de la ciudad. Adoptar un nio erauno de los placeres que no estaba dispuesta a posponer por muchoms tiempo.

    Senta una autntica necesidad psicolgica -casi fsica- de ser madre,de guiar y formar a un nio, de darle su amor y comprensin. Era lobastante inteligente y se conoca suficientemente bien a s mismacomo para ser consciente de que esa necesidad tan profundamente

    arraigada naca, al menos en parte, de su incapacidad para concebir aun hijo de sus entraas, carne de su carne y sangre de su sangre.

    "Lo que ms deseamos -pensaba- es siempre aquello que no podemosobtener."

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    La avergonzaba su esterilidad porque era el fruto de una inolvidableestupidez que haba cometido mucho tiempo antes y, naturalmente, laculpabilidad la haca menos llevadera que si hubiera sido la Naturaleza-y no su propia inconsciencia- la que la hubiera maldecido con un tero

    estril. Haba tenido una infancia cruel y atormentada, hija de unospadres violentos y alcohlicos que solan pegarle y someterla aconsiderables dosis de tortura psicolgica. A los quince aos era unautntico demonio que emprendi una furiosa rebelin contra suspadres, y que ms tarde hizo extensiva al resto de la Humanidad.

    Por aquel entonces odiaba a todo el mundo, especialmente a s misma.En las sombras horas de su adolescencia se haba quedado en estado.

    Atemorizada, presa del pnico y sin nadie a quien acudir, intent

    ocultar su estado vistiendo ropas poco femeninas, enfundndose enuna faja elstica y comiendo con frugalidad para perder peso. Sinembargo, surgieron complicaciones a consecuencia de su intento porocultar su preez y estuvo a las puertas de la muerte. El beb naciprematuro aunque sano. Lo dio en adopcin y durante un par de aosno lo record, excepto algunos das en que, al pensar en l, deseabaque, a pesar de todo, se hubiera decidido a quedarse con l.

    Asimismo, el hecho de que esa experiencia dolorosa la hubiera dejadoestril no la entristeca porque no consideraba la posibilidad de que

    jams se le volviera a ocurrir quedarse embarazada.Con todo, la vida de Carol cambi completamente gracias a la ayuda yel cario de una psicloga infantil llamada Grace Mitowski querealizaba una labor humanitaria entre los jvenes del Tribunal deMenores. Aprendi a gustarse a s misma y, con el paso de los aos,lament esa locura que la haba dejado estril.

    Afortunadamente, consideraba que la adopcin era una solucin ms

    que adecuada para su problema. Saba que poda tratar a un nioadoptado con el mismo amor que si fuera un vstago suyo. Eraconsciente de que poda ser una madre buena y cariosa y anhelabaprobarlo. No probrselo al mundo sino a s misma; jams habanecesitado el asentimiento de nadie ms que de s misma, puesto queella era su crtico ms exigente.

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    El seor O'Brian levant la mirada de la solicitud y sonri.

    Sus dientes eran deslumbrantemente blancos.

    -Esto tiene una pinta excelente -dijo sealando el formulario queacababa de leer-. Es ms, magnfico. No todos los que acuden anosotros presentan unas credenciales como las suyas.

    -Es usted muy amable -le respondi Paul.

    O'Brian neg con la cabeza.

    -En absoluto, es la pura verdad. Me han dejado impresionado.

    -Gracias -terci Carol.

    O'Brian se apoy sobre el respaldo de su butaca y, cruzando las manossobre el estmago, dijo:

    -Yo tambin tengo un montn de preguntas que hacerles. Como estoyseguro de que son las mismas que me har el comit derecomendaciones podra hacrselas a ustedes ahora y ms tarde nos

    ahorraramos un montn de idas y venidas.Carol se puso rgida de nuevo.

    O'Brian pareci notar su reaccin porque aadi rpidamente:

    -Oh, no es nada serio ni terrorfico. No, de verdad. No les har ni lamitad de preguntas que a las otras parejas que vienen a vernos.

    Carol permaneca tensa pese a las garantas de O'Brian. Afuera, el cielo de ese atardecer, negro por la tormenta, se oscurecapor momentos virando del gris al negro azulado, encapotndose yacercndose a la tierra.

    O'Brian bascul en su silla encarndose a Paul.

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    -Doctor Tracy, est usted de acuerdo con la afirmacin de que esusted un hombre desbordado por el trabajo?

    La pregunta pareci sorprender a Paul. Parpade y dijo:

    -No s a qu se refiere.

    -Es usted catedrtico del Departamento de Lengua y Literatura Inglesade la Universidad, no es as?

    -S. Estoy de semestre sabtico y el vicecatedrtico se est ocupandode mis funciones. Por lo dems hace un ao y medio que elDepartamento est a mi cargo.

    -No es usted un hombre muy joven para desempear este cargo?

    -Algo joven s -admiti Paul-. Pero no es por mritos personales. Esuna posicin poco agradecida, sabe?, mucho trabajo y poca gloria.Mis colegas veteranos del Departamento me colaron descaradamenteen el puesto porque ninguno de ellos quera cargar con l.

    -Est siendo modesto.

    -No, le aseguro que no -respondi Paul-. Sencillamente, es as.

    Carol saba que, efectivamente, estaba siendo modesto. La presidenciadel Departamento era una posicin privilegiada, un honor. Aunquetambin saba por qu Paul estaba minimizndolo, el uso que O'Brianhaba hecho de la expresin "desbordado por el trabajo" le habainquietado. A ella tambin: hasta el momento no haba pensado queesa larga e inusual lista de xitos podra volverse en su contra.

    Al otro lado de las ventanas el sol zigzagueaba en el firmamento. El daparpade y, durante unos segundos, las luces elctricas de la oficinahicieron otro tanto.

    -Tambin es usted escritor -continu O'Brian dirigindose a Paul.

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    -S.

    -Ha escrito un libro de texto de mucho xito, un manual de literaturaestadounidense. Ha impartido docenas de monogrficos sobre temas

    distintos y ha estudiado la historia local del Condado. Y adems haescrito dos libros para nios y una novela...

    -La novela tuvo aproximadamente el mismo xito que un caballo conpretensiones de funambulista -brome Paul-. El crtico del New YorkTimes dijo que era "un perfecto ejemplo de la actitud academicista,rebosante de temas y simbolismos, totalmente carente de sustancia ydestreza narrativas e imbuida en la ingenuidad propia de los que vivenen torres de marfil... "

    O'Brian sonri. -Es habitual que los escritores memoricen las malascrticas?

    -Supongo que no. Sin embargo, sta la tengo grabada en mi crtexporque hay en ella un incmodo cmulo de verdades.

    -Est escribiendo otra novela? Es se el motivo de que haya pedidoel semestre sabtico?

    A Paul no le sorprendi la pregunta. Comprendi claramente por qu lahaba formulado O'Brian.

    -S, efectivamente, estoy escribiendo otra novela. sta tieneargumento y todo. -Y ri con franco desprecio de s mismo.

    -Tambin colabora usted en labores humanitarias.

    -No mucho.-Bastante -le corrigi O'Brian-. La Fundacin del Hospital Infantil, laComunidad de Cofrades, el programa de relaciones entre losestudiantes de la Universidad..., adems de todo su trabajo normal yde su tarea de escritor. E insiste usted en decirme que no es unhombre sobresaturado de trabajo?

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    -No; sinceramente no me considero como tal. Mis tareas humanitariasno conllevan ms de un par de reuniones mensuales. No es gran cosa.Considerando mi buena suerte es lo menos que puedo hacer. -Paul seirgui en la silla-. Tal vez le preocupa que no tenga tiempo libre para el

    nio pero puede usted estar tranquilo al respecto. Fabricar tiempo.Esta adopcin es de una importancia capital para nosotros, seorO'Brian.

    Ambos deseamos encarecidamente a ese nio y cuando lo tengamosseremos tan felices que jams abandonaremos sus cuidados.

    -Oh, de eso estoy seguro -se apresur a contestar O'Brian haciendo ungesto apaciguador con las manos-. No era mi intencin sugerir nada

    parecido, les aseguro que no. -Se volvi hacia Carol-. Doctora Tracy,otro doctor Tracy -subray-. Y usted qu? Se considera una mujersobrecargada de trabajo?

    Con ms intensidad que nunca, la luz de un relmpago rasg elamasijo de nubes y se le escuch muy cerca, a unas dos manzanas. Elconsecuente estruendo de un trueno retumb en las altas ventanas.

    Carol aprovech la interrupcin del trueno para reflexionar sobre su

    respuesta y decidi que O'Brian aceptara mejor la franqueza que lamodestia.

    -S, soy una mujer sobrecargada de trabajo. Colaboro en dos de lastres labores humanitarias a las que se ha entregado Paul. S que soyalgo joven para tener una consulta psiquitrica con tanto xito como elque tiene la ma. Tambin soy lectora invitada en la Universidad en laque presto colaboraciones regulares, en rgimen abierto. Estoyhaciendo una investigacin de posdoctorado sobre nios autistas, en

    verano intento cultivar mi propio huerto y durante los meses deinvierno suelo hacer ganchillo adems de cepillarme los dientes tresveces al da, a diario y sin falta.

    O'Brian se ri.

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    -Tres veces al da, eh? S, creo que definitivamente es usted unamujer ms que sobrecargada de trabajo.

    La calidez de su risa le infundi seguridad a Carol y la anim a aadir

    con renovada confianza:-Creo que entiendo lo que le est pasando por la cabeza. Se preguntasi Paul y yo no vamos a esperar demasiado de nuestro hijo.

    -Exactamente -replic O'Brian. Vio un hilo suelto en la manga de suchaqueta y lo sacudi rpidamente-. Los padres sobrecargados detrabajo tienden a exigir demasiado de sus hijos, demasiado rpido ydemasiado pronto.

    -Ese problema slo puede presentarse si los padres no son conscientesde ese peligro. Aun en el caso de que Carol y yo estemossobrecargados de trabajo, cosa que por otra parte an no estoy segurode admitir, no presionaremos a nuestros hijos para que hagan ms delo que ellos puedan hacer. Cada uno debe encontrar su lugar en lavida. Carol y yo somos de la opinin de que un nio debe ser guiado,no machacado en un molde.

    -Naturalmente -replic Carol.O'Brian pareci complacido.

    -No esperaba menos de ustedes...

    Les ilumin de nuevo el resplandor de un rayo. Esta vez haba sonadoan ms cerca, apenas a una manzana de distancia.

    Retumb un trueno y otro ms. Las luces del exterior perdieronintensidad y parpadearon, reticentes a volver a encenderse.

    -A lo largo de mi experiencia psiquitrica he tratado con una granvariedad de pacientes aquejados de todo tipo de problemas pero meespecialic en desrdenes mentales y trastornos emocionales en niosy adolescentes. El sesenta o setenta por ciento de mis pacientes no

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    llega a los diecisis aos. He tratado a muchos nios que habansufrido agresiones psicolgicas considerables de manos de unos padresque haban sido demasiado exigentes con ellos demasiado insistentesen sus deberes escolares o en todos los aspectos de su desarrollo

    intelectual y personal. Les he visto heridos, seor O'Brian, y heintentado atenderles lo mejor que he podido. A consecuencia de esasexperiencias, creo que sera totalmente imposible que me comportaracon mis hijos igual que sus padres se comportaban con ellos. No digoque no pueda equivocarme, seguramente lo har. Les cuidar y s quelo que usted est pensando jams ser una carga para ellos.

    -Eso es muy vlido -asinti O'Brian-. Vlido y muy bien planteado.Estoy seguro de que cuando les repita sus palabras a los del comit de

    recomendaciones se sentirn muy satisfechos respecto al particular.-Se quit otra hebra de la manga y se sacudi como si en lugar de unsimple hilo espantara menudencias-.

    Hay otra pregunta que me veo en la obligacin de plantearles:supongamos que el nio que adoptan no slo revela ser un nio depoco xito sino que adems es, en fin, menos inteligente que ustedes.Estn seguros de que no les resultara algo frustrante tener un nio

    de mediana y puede que incluso ligeramente inferior a la mediana,inteligencia?

    -Bueno, en realidad, aunque hubiramos podido tener un .hijo nuestro-dijo Paul-, eso no hubiera garantizado que tuviera que ser un prodigioo algo as. Naturalmente, si hubiera sido... lento le hubiramos queridoigual. Y obviamente eso es extensible a un nio adoptado.

    -Creo que tiene usted una concepcin demasiado alta de nosotros -dijo

    Carol dirigindose a O'Brian-. Por el amor de Dios, aqu no hay ningngenio. No somos ms que el fruto de la tenacidad y del trabajo durono somos superdotados. Ojal hubiera sido as aunque le aseguro queno.

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    -Adems -aadi Paul-, no se quiere a las personas por su inteligencia.Lo que cuenta es la personalidad, el conjunto de los factores quecontribuyen a ella, y son muchos elementos adems del intelecto.

    -Bien -dijo O'Brian-, me complace orles hablar as. El comit tambinreaccionar positivamente ante esta respuesta.

    Durante unos instantes Carol se qued absorta escuchando el aullidolejano de las sirenas. Se estaban aproximando unos coches debomberos y sus sirenas se oan cada vez ms cerca y mas alto.

    -Parece que los ltimos rayos han causado algunos daos -dijo Paul.

    O'Brian orient la butaca hacia la ventana central que estaba justodetrs de su escritorio.

    -Ha sonado como si hubiera cado aqu al lado.

    Carol mir por las ventanas pero no vio humo en ninguna de lasazoteas de los alrededores. Los regueros de lluvia y la cortina gris quese agitaba, se debata y se ondulaba tras el cristal, seguanemborronando y reduciendo la visibilidad.

    Las sirenas aullaron.

    -Hay ms de un coche de bomberos -dijo O'Brian.

    En esos momentos los coches de bomberos estaban pasando pordelante de la oficina -haba dos, quiz tres- y siguieron su camino endireccin a la manzana contigua.

    O'Brian desliz su butaca hasta una de las ventanas. Cuando el sonidode las primeras sirenas fue menguando por el fondo de la calle,aullaron algunas ms.

    -Debe ser serio -coment Paul-. Suena como si hubieran movilizado ados cuerpos de bomberos.

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    -Veo humo -aadi O'Brian.

    Paul se levant de la silla y se acerc a las ventanas para ver mejor.

    Algo va mal.La advertencia estall por la mente de Carol y la sobresalt como si elchasquido de un ltigo le hubiera cruzado la frente.

    Un intenssimo e inexplicable pnico se apoder de ella, la electrific.Se agarr al respaldo de su silla con tanta fuerza que se rompi unaua.

    Algo va... mal, muy... mal.De pronto el aire se hizo pesado y opresivo, espeso, como si sehubiera convertido en un gas amargo, venenoso. Intent respirar perono poda. Senta un peso invisible y aplastante en el pecho.

    Apartaos de las ventanas

    Intent gritar, advertirles, pero el pnico le haba bloqueado la voz.

    Paul y O'Brian se hallaban en ventanas distintas y ambos le daban laespalda, as que ninguno de ellos vio el miedo en su rostro, el terrorque la haba inmovilizado.

    "Miedo de qu -se preguntaba a s misma-. Dios mo, qu es lo quetanto me asusta?"

    Luchaba contra el terror que le haba agarrotado los msculos, lasarticulaciones. Cuando ocurri estaba levantndose de la silla.

    Una mortfera cortina de rayos estall como fuego de mortero, siete uocho tremendas rfagas, tal vez ms -no las cont, no pudo-, queexplotaron una tras otra sin pausa y se superpusieronvertiginosamente las unas a las otras y sonaron cada vez ms fuertes,tan fuertes que los dientes y los huesos le vibraban.

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    Las rfagas se distinguan cada vez ms cerca ms cerca de lasventanas de dos metros y medio de altura de sas ventanas brillantes,relampagueantes, tableteantes, ora opacas, ora traslcidas, orablancas, ora plateadas o cobrizas...

    La violencia del estallido de esa lluvia prpura provoc una sucesin deimgenes compulsivas y estroboscpicas que quedaron grabadas parasiempre en la memoria de Carol: las siluetas de Paul y O'Brianrecortadas contra esos fuegos artificiales de la Naturaleza, sus perfilespequeos y vulnerables; afuera, la lluvia que caa como en unaparente titubeo; las copas de los rboles azotadas por el viento conhachazos de rabia luminosa- un relmpago que se estrell contra unode los tres rboles un enorme arce, y una siniestra silueta surgi del

    centro de la explosin, algo como un torpedo que irrumpi por laventana central.

    Todo transcurri en apenas un segundo o dos pero bajo el resplandorde los relmpagos pareci mucho ms lento y extrao y ese efectopersisti aun bajo la luz elctrica que sigui parpadeando. El gesto deO'Brian al cubrirse el rostro con un brazo pareci coordinar mediadocena de movimientos desconexos; Paul se volvi hacia O'Brian y leagarr por la manga, las siluetas de los dos hombres en la pantalla de

    un cine cuando la pelcula resbala y trastabillea en el proyector;O'Brian sali despedido y Paul tir de su jersey e intent sacarle de enmedio y ponerle a salvo slo un segundo despus de que el relmpagoastillara el arce; una descomunal rama de arce irrumpi por la ventanacentral justo en el momento en que Paul intentaba sacar a O'Brian deen medio; una frondosa rama agujere la cabeza de O'Brian, se lesaltaron las gafas y salieron despedidas por los aires.

    Su rostro, pens Carol. Sus ojos! Y Paul y O'Brian se cayeron de

    bruces desapareciendo de su vista; la enorme rama del arce caysobre la mesa de O'Brian en medio de una profusin de lluvia,cristales, fragmentos de parteluz y humeantes pedazos de corteza; laspatas de la mesa se rompieron vencidas por el brutal impacto del rbolcado.

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    Carol se encontr de pronto en el suelo, junto a una silla tumbada. Norecordaba haberse cado.

    Los tubos fluorescentes se encendan y apagaban.

    Estaba tumbada boca abajo, postrada sobre un lecho de cristales yhojas de arce que sembraba la alfombra. Los relmpagos seguanapualando el cielo turbulento y el viento ruga a travs de lasventanas rotas arrastrando a las hojas en una danza frentica y salvajeacompaada de la msica cacofnica de la tormenta y las haca girar yarremolinarse por toda la oficina hasta que se detenan en la hilera dearchivadores verdes. Un calendario golpeaba la pared y se precipitabaen rachas de enero a diciembre, aleteaba vertiginosamente como si

    tuviera un murcilago preso entre las hojas y luchara por liberarse.Dos cuadros repiqueteaban en sus clavos intentando soltarse. Habapapeles por todas partes -documentos, formularios, trocitos de notas,boletines, un peridico-, se haban escapado de sus sitios y vagaban,flotaban y chocaban entre s resbalando hasta el suelo con un siseoviperino.

    Carol tena la escalofriante sensacin de que la actividad que se estabadesarrollando en la habitacin no era slo producida por el viento sino

    que la provocaba algo ms, una... presencia. Algo amenazador. Unmaligno fenmeno paranormal. Algo as como si en aquel momento laoficina estuviera ocupada por espritus demonacos que flexionabansus musculaturas, tiraban los objetos que colgaban de las paredes y,en definitiva, se corporeizaban en un montn de hojas y trocitos depapel arrugado.

    Era una sensacin absurda, algo que normalmente jams se le hubieraocurrido.

    Se senta sorprendida y desconcertada por ese temor estremecedor ysupersticioso que se estaba apoderando de ella.

    Destell otro relmpago, y otro ms.

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    La intensidad del estallido la hizo estremecer de dolor y, temiendo queel relmpago penetrara en la habitacin por alguna de las ventanasabiertas, sepult la cabeza entre sus brazos buscando proteccin.

    El corazn le lata a toda velocidad y tena la boca seca.Pens en Paul y los latidos de su corazn se hicieron an msfrenticos. Segua bajo las ventanas, al otro lado del escritorio, fuerade su ngulo de visin, cubierto de ramas de arce.

    No crea que estuviera muerto. No se hallaba exactamente en latrayectoria del rbol. O'Brian s puede que estuviera muerto dependade por dnde se hubiera hundido en su cabeza esa rama enorme, de la

    suerte que hubiera tenido, porque quizs alguna ramita le habaperforado el cerebro o un ojo cuando las gafas haban salidodespedidas; pero no Paul seguramente estaba vivo. Sin embargo podaestar herido sangrando...

    Carol se irgui sobre sus manos y se puso de rodillas ansiosa porencontrar a Paul y socorrerle. Una nueva racha de relmpagosdeslumbrantes y ensordecedores retumb junto al edificio y el miedoconvirti sus msculos en gelatina. No tena fuerzas ni para

    arrastrarse; le indignaba su debilidad, siempre se haba sentidoorgullosa de su fuerza, de su determinacin, de su inquebrantableentereza. Se desplom sobre el piso, maldicindose a s misma.

    Algo est intentando impedir que adoptemos un nio.

    Ese asombroso pensamiento irrumpi en su mente con la mismaintensidad y contundencia con que minutos antes haba presenciado laimplosin de la ventana antes de que la impresionante cortina de

    relmpagos estallara en el jardn Algo est intentando impedir que adoptemos un nio

    No. Eso es ridculo. La tormenta y los rayos no eran sinomanifestaciones de la Naturaleza. Era absurdo pensar que haban

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    atacado al seor O'Brian porque les estaba ayudando a adoptar unnio.

    "Ah, s? -pens mientras el estruendo de un trueno y la espeluznante

    luz de la tormenta inundaban la habitacin-. Manifestaciones de laNaturaleza, eh? Cundo has visto t relmpagos como stos?"

    Se aplast contra el suelo, temblorosa helada ms asustada de lo quese haba sentido desde que era una nia. Intentaba convencerse a s misma de que lo que la asustaba no eran ms que relmpagos, unmiedo mucho ms legtimo y racional, aunque saba que se estabamintiendo. No eran slo los relmpagos lo que la aterrorizaban. Enrealidad eso era lo de menos. Era algo mas, algo que no consegua

    identificar, algo sin nombre ni forma definida que estaba en lahabitacin y cuya presencia real, fuera lo que diablos fuese,desencadenaba el detonante de su pnico ah, en sus entraas, en susubconsciente en sus niveles ms primarios. se era un miedo muyarraigado, era instintivo.

    Un torbellino de hojas y papeles ferozmente azotados por el vientocruzaba la habitacin y se diriga directamente hacia ella. Era enorme,un espiral de medio metro de dimetro y metro sesenta o metro

    noventa de alto formado por ms de cien pedacitos de los objetos msdiversos. Se detuvo justo junto a ella, retorcindose, agitndose,silbando, metamorfosendose y despidiendo destellos plateados ytenebrosos bajo la parpadeante luz de la tormenta.

    Carol sinti que el torbellino la amenazaba. Tena la disparatadaimpresin de que la derribara si intentaba ponerse en pie.Transcurrieron unos instantes y el torbellino se desplaz algunoscentmetros a la derecha, volvi atrs, se detuvo de nuevo frente a

    ella, vacil, se precipit hacia la izquierda pero regres una vez ms,asomndose por encima de ella como si intentara calibrar susposibilidades de atacarla, precipitarse sobre ella, hacerla pedacitos ybarrerla junto con todas aquellas hojas, papeles de peridico, sobres yotros desechos que lo integraban.

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    "No es ms que un torbellino de desperdicios inertes!", se dijo a s misma furiosa.

    El fantasma con forma de viento se alej de ella. "Lo ves? -se dijo

    despectiva-. No eran ms que desperdicios inertes. Qu me pasa?Me estar volviendo loca?"

    Recurri al viejo axioma que poda confortarle en momentos comoaqul: Si piensas que te ests volviendo loca es que ests sana, puestoque un luntico jams pone en duda su cordura. Como psiquiatra sabaque esa sabia y ancestral mxima era una simplificacin de complejosprincipios psicolgicos aunque esencialmente cierta. De modo quedeba estar sana.

    Aunque con todo, esa espeluznante e irracional idea segua acudiendoa su mente inesperada, automticamente: Algo est intentandoimpedir que adoptemos un nio.

    Si el estropicio sobre el que se hallaba tendida no era obra de laNaturaleza, entonces, de quin era obra? No creera que elrelmpago haba sido enviado con la intencin consciente detransformar al seor O'Brian en un montn de carne carbonizada?

    Vaya una idea de bombero! Quin poda utilizar un rayo como sifuera una pistola? Dios? Dios no estaba sentado en el cielo apuntandoal seor O'Brian y disparndole rfagas de rayos slo para boicotear elproceso de adopcin de Carol y Paul Tracy. El demonio? El demonioderrotando al seor O'Brian desde las profundidades del infierno? Esos que era un disparate! Jess!

    Nunca haba estado muy segura de creer en Dios aunque de lo que s estaba definitivamente convencida era de que no crea en el demonio.

    Implosion otra ventana y la salpic de cristales.

    Y entonces cesaron los relmpagos.

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    Los truenos fueron escampando y de un rugido se convirtieron en unrumor, menguando como el traqueteo de un tren de mercancas quese aleja.

    Le lleg un intenso olor a ozono.El viento segua soplando a travs de las ventanas rotas, si bien enapariencia con menos fuerza de la que haba manifestado momentosantes, porque la espiral de hojas y papeles yaca en el suelo,amontonado, estremecindose y palpitando como si estuvieraexhausto.

    Algo...

    Algo...

    Algo est intentando impedir...

    Ese pensamiento inconsciente palpitaba en su mente como si fuerauna arteria hiperexcitada. Maldita sea, era una mujer culta. Debarecurrir a su sentido comn y a su sensatez. Era inadmisible quesucumbiera a esos miedos perturbadores, inslitos y totalmente

    supersticiosos.El mal tiempo; sa y no otra era la explicacin de los relmpagos. Elmal tiempo. Cuntas veces lo habra ledo en el peridico? Mediopalmo de nieve en Beverly Hills. Dieciocho grados de temperatura unbuen da del helado invierno de Minnesota. Un rpido chaparrn quecaa de un cielo que aparece azul y despejado. Por otra parte, qududa caba de que un relmpago de esa magnitud e intensidad no eramuy corriente...

    Probablemente habra ocurrido alguna vez en el pasado, en algunaparte, puede que hasta en ms de una ocasin, claro que s. Enrealidad, incluso era cabal pensar que si buscara en el captulodedicado al clima de uno de esos libros de rcords encontrara unapartado "Rayos" cuya impresionante relacin de cortinas derelmpagos convertira la que acababa de presenciar en un juego de

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    nios. El mal tiempo. Eso. Nada ms que eso. Nada extrao, nadamalo.

    Carol consigui, al menos por un rato, descartar los pensamientos

    sobre demonios, fantasmas, fenmenos extraos y dems tonteras.La intensidad de los truenos disminuy, e inmersa en la quietud que lesucedi, Carol pudo recuperar sus fuerzas. Se puso de rodillas. Con untintineo de campanillas suavemente mecidas por el viento se lecayeron algunos fragmentos de cristales de su blusa verde y su faldagris. No se haba cortado, ni un rasguo. Estaba un poco mareada, esos, y por un momento tuvo la sensacin de que el suelo se balanceabacomo si fuera la cubierta de un barco.

    En la puerta de al lado se oyeron los gritos histricos de una mujer.Eran gritos de alarma, alguien llam al seor O'Brian.

    Nadie haba entrado en la oficina a ver qu haba ocurrido, lo quesignificaba que apenas haban transcurrido unos segundos desde quecayeran los rayos aunque a ella le pareca que haban pasado unminuto o dos.

    Alguien gimi dbilmente bajo las ventanas.-Paul? -pregunt Carol.

    Si hubo respuesta fue la nueva rfaga de viento que precipit elrevoloteo de hojas y papeles.

    Record el golpe que la rama haba asestado en la cabeza de O'Brian yse estremeci. Aunque a Paul no le haba alcanzado, no le haba

    rozado siquiera. O s?-Paul!

    El miedo volvi a apoderarse de ella. Se puso en pie de un salto y atoda velocidad, pisando ramas de arce astilladas y el contenido de lapapelera tumbada, borde el escritorio.

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    Esa tarde de mircoles, Grace Mitowski se dispona a echarse en elsof de su estudio y dormir una horita despus de haber almorzadouna sopa de verduras "Campbell's" y un bocadillo caliente de queso.

    Jams se iba a la cama a echar la siesta porque en cierto modo eso laformalizaba y pese a que durante el ltimo ao haba estado haciendola siesta unas cuatro tardes por semana, se resista a admitir quenecesitaba ese descanso meridiano. Consideraba que la siesta era paralos nios o los viejos, para la gente consumida, acabada. Ya no estabaen la infancia -no, ni en la primera ni en la segunda, muy amable- yaunque vieja s lo era, ciertamente no estaba ni consumida ni acabada.Estar en cama a primera hora de la tarde la haca sentirse perezosa ysi la pereza era algo que no soportaba en los dems, mucho menos la

    aceptaba de s misma. As que dorma la siesta en el sof, de espaldasa las ventanas ajustadas, acunada por el montono tictac del reloj depared.

    A sus setenta aos, Grace segua asistida por la misma agilidad mentalque la haba caracterizado a lo largo de toda su vida.

    El proceso degenerativo de su materia gris no se haba iniciado nimucho menos; sus nicos achaques y frustraciones provenan de su

    cuerpo traicionero. Tena las manos artrticas y cuando haba muchahumedad -como aquel da-, tambin la aquejaba un sordo aunquepersistente dolor de bursitis en la espalda. A pesar de que realizabatodos los ejercicios que le haba recomendado el doctor y de queandaba ms de tres kilmetros cada da, cada vez se le haca msdifcil mantener el tono muscular. Durante su juventud, yprcticamente durante toda la vida, haba disfrutado enormemente delplacer de la lectura y poda pasarse todo el da leyendo sin que se lecansara la vista ahora, sin embargo, en cuanto estaba un par de horas

    leyendo le escocan los ojos como si les hubiera entrado arenilla.Soportaba todas esas enfermedades con indignacin y se maldeca a s misma pese a que saba que sa era una guerra que estaba destinadaa perder.

  • 8/14/2019 Dean R. Koontz - La Mscara

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    Ese mircoles por la tarde haba decretado tregua en la batalla, unbreve perodo de descanso. Dos minutos despus de haberse echadoen el sof ya estaba profundamente dormida.

    Grace no sola soar y era muy raro que la torturaran las pesadillas. Noobstante, esa tarde de mircoles su sueo en el estudio de paredestapizadas de libros estuvo plagado de ellas.

    Permaneca en una duermevela sobresaltada y se despertrepetidamente sofocada por el pnico. Hubo un momento en que,ahuyentando una visin escalofriante y amenazadora, escuch supropia voz aterrada gritando palabras sin sentido y se sorprendigolpeando la almohada, retorcindose y maltratando su espalda

    dolorida. Intent despertar completamente pero no pudo; haba algoen su sueo, algo misterioso y amedrentador que, con manos heladasy pegajosas, tiraba de ella hacia el fondo del sueo, hacia lo mshondo, hacia un lugar tenebroso donde una criatura innombrablefarfullaba, murmuraba y susurraba con voz hmeda y viscosa.

    Cuando finalmente consigui despertarse e intentaba apartar esesueo angustiante de su mente, volvi en s de pie en medio de la salaen penumbra, bastante lejos del sof, aunque no recordaba haber

    llegado ah por su propio pie. Se senta aturdida, baada en sudor.-Tengo que decrselo a Carol Tracy.

    -Decirle qu?

    -Tengo que prevenirla.

    -Prevenirla de qu?

    -Se acerca. Oh, Dios mo...!

    -Qu es lo que se acerca?

    -Es como en el sueo.

  • 8/14/2019 Dean R. Koontz - La Mscara

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    -Qu pasa con el sueo?

    De pronto el recuerdo del sueo se desvaneci y slo quedaronfragmentos, imgenes inconexas que se fundan despacito como si

    fueran cubitos de hielo. Todo cuanto poda recordar era que Carolformaba parte de l y que se hallaba en grave peligro. Por algnmotivo, saba que ese sueo haba sido algo ms que un simple sueo.

    Superada la pesadilla, Grace tuvo la desagradable sensacin de que suestudio estaba demasiado oscuro. Haba apagado todas las luces antesde la siesta. Haba cerrado las contraventanas y por entre los listonesde madera slo se colaban unos dbiles haces de luz. Tena laimpresin irracional pero ineludible de que algo del sueo le haba

    seguido a la vigilia, algo viscoso y demonaco que haba operado unametamorfosis mgica transformndose de una criatura de laimaginacin en un compuesto de carne slida, algo que ahora estabaagazapado en un rincn espindole, esperando...

    -Basta! -Pero si el sueo era...

    -Slo un sueo!

    En los vrtices de las contraventanas los afilados haces de luz crecan ydecrecan de pronto y aumentaban despus como si afuera estuvierarelampagueando. A continuacin se escuch el hondo retumbar de untrueno y ms relmpagos, un sinfn de relmpagos que se siguieronunos a otros en una sucesin de explosiones azuladas. Durante por lomenos medio minuto se vieron los relmpagos por las rendijas de laventana como si fueran chispazos elctricos, chispas calientes de unacorriente cegadora.

    Amodorrada, atontada por el sueo, Grace segua de pie en el centrode la habitacin a oscuras dando tumbos de un lado para otro oyendoel viento y los truenos y contemplando la intensidad de losrelmpagos. La extremada violencia de la tormenta pareca irreal ysupuso que segua drogada por el sueo y que estaba exagerando laintensidad de lo que vea. Era imposible que fuera tan salvaje comopareca...

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    Grace...

    Le pareci or que algo la llamaba desde la estantera superior de loslibros, justo detrs de ella. A juzgar por la forma distorsionada y

    sibilante con que pronunciaba su nombre quienquiera que fuese, debatener la boca muy deforme

    No hay nada detrs de m! Nada!

    Sin embargo no se volvi a mirar.

    Cuando por fin cesaron los relmpagos y persisti el "crescendo" detruenos largamente sostenido, el aire pareca ms espeso que minutos

    antes y la habitacin ms oscura.Grace...

    La claustrofobia se tendi sobre ella como una capa tangible. Lasparedes apenas visibles parecieron ondular y acercarse entre s comosi la habitacin se cerrara en torno a ella hasta convertirseexactamente en un atad de su medida.

    Grace...Se dio de bruces contra la ventana ms cercana, golpe el escritoriocon la cadera y casi se enganch con el cable de la lmpara.Manoseaba el pestillo de las contraventanas a tientas, senta los dedoslacios, no le respondan. Finalmente abri de par en par los porticonesy una luz opaca pero benefactora inund la habitacin. Con los ojosentrecerrados, Grace se sinti aliviada cuando la claridad irrumpi en lahabitacin. Se apoy en las contraventanas y mir el cielo encapotado

    resistindose a la urgencia enfermiza de girar tras de s paracomprobar si realmente haba algo monstruoso acechndola conexpresin feroz en el rostro. Respir hondo convulsivamente como si laconfortara ms la mera luz del da que el aire fresco.

    La casa de Grace estaba situada sobre un pequeo promontorio, alfinal de una calle tranquila, rodeada de altos pinos a la sombra de un

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    enorme sauce llorn; desde las ventanas de su estudio poda ver lascataratas del Susquehanna. A pocos kilmetros de distancia seaglomeraba solemnemente Harrisburg, la capital del Estado, unaciudad aburrida que discurra a lo largo del ro y hacia donde las nubes

    se inclinaban entonces transportando sucias barbas de niebla queocultaban los pisos superiores de los edificios ms altos.

    Cuando se hubo sacudido los ltimos resquicios de sueo de los ojos ysus nervios dejaron de desafinar, se dio la vuelta para examinar lahabitacin. La invadi un sentimiento de alivio y sinti que susmsculos se relajaban.

    Estaba sola.

    La tormenta haba escampado temporalmente y se oa el reloj depared. Era el nico sonido que se oa.

    "S, maldita sea, ests sola -se repiti con desdn-. Qu esperabas sino? Un duende verde con tres ojos y una bocaza de colmillosafilados? Ser mejor que te mires a ti misma, Grace Louise Mitowski, oacabars en una casa de reposo sentada en una silla de ruedas enanimada charla con los fantasmas mientras sonrientes enfermeras te

    limpiarn las babas."Grace haba mantenido una intensa actividad intelectual durantemuchos aos y le preocupaba ms que ninguna otra cosa el avance dela senilidad. Saba que segua siendo tan aguda y perspicaz comosiempre pero, y maana? Y pasado? Gracias a su experiencia mdicay a sus lecturas relacionadas con el campo de la psiquiatra saba que,segn los ltimos estudios, la senilidad slo afectaba a un quince porciento de la poblacin anciana y que ms de la mitad de dichos casos

    podan tratarse con la alimentacin y el ejercicio adecuados. Lo quevena a significar que sus posibilidades de convertirse en una ancianamentalmente minusvlida eran muy pocas, apenas una entre ochenta.Sin embargo, y a pesar de que era consciente de que estabademasiado sensibilizada con el tema, no por ello dejaba depreocuparse. se era el motivo de que estuviera tan, en apareciencia

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    incomprensiblemente, trastornada por esa extraa sensacin de queminutos antes haba algo en el estudio, algo hostil y... sobrenatural.

    Una escptica de toda la vida como ella con poca o ninguna paciencia

    para con los astrlogos, mdiums y gente de esa ralea no poda justificar ni el asomo de una creencia en esas sandeces supersticiosas;esas tonteras no entraban en sus esquemas, le parecan,simplemente..., debilidades mentales.

    Aunque, la verdad, vaya una pesadilla que haba tenido!

    No recordaba haber tenido jams un sueo tan horripilante.

    A pesar de que no haba retenido los detalles ms espeluznantesrecordaba perfectamente la tnica general: el terror, el pnico cervalque se desprenda de cada horrible imagen, de cada tintineo.

    Se estremeci.

    Sinti que el sudor que le cubra la piel se converta en una fina capade hielo.

    Lo nico que recordaba de la pesadilla, adems del pnico, era queCarol apareca en ella. Gritando, llorando y pidiendo ayuda.

    Hasta la fecha ninguno de los espordicos sueos de Grace habaincluido a Carol, e interpretar su aparicin en ste como un peligro, unpresagio, poda no ser ms que una simple tentacin.

    Naturalmente, no tena por qu sorprenderse de que Carol aparecieraen sus sueos, siendo las situaciones de peligro relacionadas con los

    seres queridos uno de los temas recurrentes de las pesadillas.Cualquier psiclogo dara fe de ello y Grace era psicloga, una buenapsicloga a pesar de que haca ya tres aos que se haba jubilado. Letena muchsimo cario a Carol. De haber sido hija suya no la hubieraquerido ms.

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    Cuando conoci a la muchacha, diecisis aos atrs, Carol era unadelincuente de quince aos, huraa, obstinada y protestona queacababa de dar a luz a un beb que casi la mat. Por si ese traumticoepisodio fuera poco, la haban mandado a un centro de proteccin de

    menores acusada de posesin de marihuana y de una larga retahla decargos ms. Por aquel entonces Grace, adems de atender unaconsulta privada, dedicaba ocho horas semanales a aconsejar alexhausto equipo de educadores del reformatorio en que estabainternada Carol. Era incorregible, capaz de asestar una patada en losmorros como respuesta a una sonrisa aunque su inteligencia y subondad innatas tambin estaban presentes, a la vista de quien laobservara con la finura necesaria para superar esa apariencia tanferoz. Grace lo hizo y qued profundamente impresionada e intrigada.

    El lenguaje obstinadamente feroz de la chica, su temperamento viciosoy su conducta amoral no eran ms que mecanismos de defensa,escudos con los que haba aprendido a protegerse de los abusos fisicosy psquicos a los que la haban sometido sus padres.

    Grace iba desenterrando lentamente la horrenda historia de lamonstruosa vida familiar de Carol y paulatinamente comprenda que elreformatorio no era el lugar adecuado para esa muchacha. Utiliz suascendente sobre el Tribunal para liberarla de la tutela de sus padres y

    ms tarde arregl lo necesario para convertirse en madre adoptiva deCarol. La chica respondi con amor y respeto y pudo comprobar cmoesa adolescente autodestructiva, egocntrica y taciturna setransformaba en una tierna, sensata y admirable jovencita con sussueos y esperanzas, una mujer de carcter, una mujer sensible.Seguramente, formar parte de esa emocionante metamorfosis habasido una de las cosas ms agradables que Grace haba hecho.

    Lo nico que se reprochaba en su relacin con Carol era el papel que

    haba desempeado en la adopcin de su hija. No exista alternativarazonable. Carol era sencillamente incapaz econmica, emocional ointelectualmente de hacerse cargo de la nia. Con el peso de esaresponsabilidad sobre sus espaldas jams hubiera tenido laoportunidad de crecer y cambiar. Habra seguido siendo una miserabledurante el resto de su vida y, a su vez, hubiera hecho de su hija unamiserable ms. Por desgracia, Carol, diecisis aos despus, segua

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    sintindose culpable por haber donado el beb. Su culpabilidad seagudizaba especialmente en los aniversarios del nacimiento. En ese dasiniestro Carol se suma en una profunda depresin y estabaextraamente poco comunicativa. La desesperada angustia que la

    torturaba durante todo el da era la evidencia de la culpabilidadenraizada y latente que Carol arrastraba consigo, en menor grado,durante el resto del ao. Grace deseaba haber previsto su reaccin,deseaba poder hacer algo ms para aliviar el sentimiento deculpabilidad de Carol.

    Despus de todo era psicloga, se deca. Debera haberlo previsto.

    Tal vez cuando Paul y Carol adoptaran el hijo de otro, Carol sentira

    que la balanza estaba por fin equilibrada. Con el tiempo, la adopcinpaliara esa sensacin de culpabilidad.

    Grace as lo esperaba. Quera a Carol como si fuera su hija y deseabalo mejor para ella.

    Era obvio que la idea de perderla le resultaba insoportable, de modoque el hecho de que Carol apareciera en su pesadilla no tena nada demisterioso. Y ciertamente no era un presagio de nada.

    Empapada de sudor y encogida por el fro se acerc de nuevo a laventana del estudio en busca de calor y luz, pero el da se haba vueltogris, se haba tornado fro y hostil. El viento azotaba el cristal ybuscaba refugio bajo el alero del piso superior.

    En la ciudad, junto al ro, por entre la lluvia y la niebla, searremolinaba un penacho de humo. No haba reparado en l a pesarde que minutos antes ya deba estar ah, era demasiado humo para

    que hubiera aparecido en un momento. A pesar de la distancia, en labase de la columna de humo poda verse una llamarada.

    Se preguntaba si habra sido una bromita de los relmpagos.

    Recordaba el relampagueo y el rugido de la tormenta cuando sedespert de la siesta. En esos momentos, confusa y con la visin

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    enturbiada por el sueo haba pensado que sus sentidos amodorradosle estaban gastando una mala jugada y que la extremada violencia delos relmpagos era ilusoria y puede que hasta imaginaria. Era posibleque despus de todo esa salva hubiera sido real?

    Le ech una ojeada a su reloj de pulsera.

    Dentro de pocos minutos su emisora favorita dara el parte informativode cada hora y tal vez dijeran algo acerca del fuego y los relmpagos.

    Orden los cojines del sof y sali del estudio. Aristfanes estaba alfondo de la sala de abajo, frente a la puerta delantera.

    Estaba erguido, con la cola enroscada en las patas delanteras y lacabeza altiva como diciendo: Los gatos siameses son una de lasmejores cosas de este mundo y yo soy un maravilloso ejemplar dedicha especie.

    Grace tendi la mano hacia el gato y chasque repetidamente losdedos pulgar y corazn de su mano derecha:

    -Minino, minino, minino!

    Aristfanes ni se movi.

    -Minino, minino, minino! Ven aqu, Ari. Ven, guapo.

    Aristfanes se levant y entr en el oscuro recibidor a travs del arcoque tena a su izquierda.

    -Maldito gato testarudo -le ri cariosamente.

    Entr en el aseo del piso de arriba a peinarse y lavarse la cara. Elgesto cotidiano de arreglarse distrajo su mente del recuerdo de lapesadilla. Sinti que se relajaba. Tena los ojos hmedos e irritados yse los lav con unas gotas de "Murina".

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    Cuando sali del bao, Aristfanes estaba de nuevo en el zagun y lemiraba.

    -Minino, minino, minino! -susurr.

    Permaneci imperturbable.

    -Minino, minino, minino!

    El gato se irgui sobre sus cuatro patas, levant la cabeza y la observcon ojos curiosos y brillantes. Grace dio un paso en direccin a l y

    Aristfanes se dio la vuelta, se alej echndole una mirada lnguidapor encima del hombro y desapareci de nuevo en el recibidor.

    -Muy bien -replic Grace-. Muy bien, to. T vers, desprciame. Veremos si esta noche encuentras "Meow Mix" en tu plato.

    Encendi las luces de la cocina y conect la radio. La seal de laemisora se reciba limpiamente a pesar de que el crepitar continuo dela electricidad esttica la haca carraspear.

    Mientras escuchaba el relato de crisis econmicas, balances de

    incontables secuestros areos y rumores de guerra, Grace le puso unfiltro nuevo a la cafetera y prepar una mezcla con abundante cafcolombiano y media cucharilla de achicoria. Hacia el final del noticiarialudieron brevemente al incendio. El locutor slo tena noticia de queun par de edificios del centro haban sido daados por los rayos y queuno de ellos, una iglesia, estaba en llamas. Prometieron informacinms detallada en el siguiente noticiario.

    Cuando estuvo listo, Grace se sirvi una taza de caf. Se la llev a la

    mesita cercana a la ventana de la cocina, apart una silla y se sent enella.

    En el jardn, la mirada de rosas -rojas, rosas, amarillas, blancas ynaranjas- parecan brillar artificialmente, casi fosforescentes sobre elfondo cenizoso de la tormenta.

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    Haban llegado dos publicaciones de psicologa con el correo de lamaana. Grace abri uno de los dos sobres con satisfaccin anticipada.

    Estaba tomando su segunda taza de caf y enfrascada en la lectura de

    un artculo sobre los ltimos avances de la criminologa cuando secort el programa musical de la radio y hubo unos minutos de silencio.En esa breve quietud oy un movimiento furtivo a sus espaldas. Se diola vuelta y vio a Aristfanes.

    -Vienes a disculparte? -le pregunt.

    Entonces not que el gato estaba como si le hubieran soplado, visto defrente pareca congelado, la gil musculatura de su cuerpecillo estaba

    tiesa y tena el pelo de su arqueada espalda completamente erizado.-Ari, pero, qu te pasa? Ests tonto, gato?

    El gato se dio la vuelta y sali corriendo de la cocina.

    Carol estaba sentada en una silla metlica de flamantes cojines devinilo negro y sorba lentamente un whiskey en un vaso de papel.

    Paul se haba derrumbado en la silla contigua. l no sorba el whiskey,se lo haba tomado de un trago. Era un bourbon excelente, un "Jack Daniel's Black Label" que le haba ofrecido un abogado llamado MarvinKwicker cuyo despacho se hallaba en el piso inferior al de AlfredO'Brian y que comprendi que haba que reconfortarles urgentemente.Cuando le sirvi el bourbon a Carol, Marvin exclam:

    -El ms rpido con el licor!' -brome con su apellido comoprobablemente haba hecho cien veces antes aunque por lo visto la

    broma segua resultndole divertida-. El ms rpido con el licor! -repiti cuando le sirvi el doble lingotazo a Paul.

    Paul no era un gran bebedor, pero en esos momentos necesitabahasta la ltima gota de lo que le estaba sirviendo el abogado. An letemblaban las manos.

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    Aunque la sala donde estaba instalada la oficina de O'Brian no era muyespaciosa, se haba reunido ah una multitud para comentar elincidente del rayo que haba sacudido el edificio, a maravillarse de queno se hubiera prendido fuego, a expresar su sorpresa de que el

    suministro de luz elctrico se hubiera restablecido tan pronto y aesperar la vez para echarle una ojeadita al desastre y a los destrozosdel interior del despacho privado de O'Brian. El consiguiente rumor delas conversaciones no contribua demasiado a tranquilizar los nerviosde Paul.

    Aproximadamente cada treinta segundos una rubia teida repeta lasmismas expresiones de asombro con voz chillona:

    -Es increble que no haya matado a nadie. Y cada vez que abra la boca, estuviera lejos o cerca de Paul, su vozestridente le provocaba una mueca de dolor.

    -Es increble que no haya matado a nadie. -Y lo deca como si estuvieraun poco enfadada.

    Alfred O'Brian estaba sentado en el escritorio de recepcin.

    Su secretaria, una mujer de impecable presencia que llevaba el pelorecogido en la nuca en un moo apretado, intentaba aplicarmercurocromo a la media docena de araazos que le surcaban la caraa su jefe. A pesar de que O'Brian pareca ms interesado en losdesperfectos que se pudieran haber ocasionado en su habitculo queen su propio estado. Se sacuda y cepillaba la arenilla los hilos y lostrocitos de corteza de rbol que le colgaban de la chaqueta.

    Paul termin su whiskey y mir a Carol. An pareca muy afectada. Laextrema palidez de su rostro contrastaba con el marco negro de supelo liso.

    Su expresin mostraba inters. Tom la mano de Paul, la apretsuavemente y le sonri tranquilizadora. La sonrisa le sali forzada, letemblaban los labios.

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    Se acerc a ella y Carol pudo or por encima de la excitada chcharade los dems:

    -Te sientes con fuerzas para que nos vayamos?

    Carol asinti.

    Un joven ejecutivo que estaba mirando por la ventana exclam:

    -Eh, atencin todos! Moveos, que los de la "TVNews" estn llegandopor la puerta de delante.

    -Si nos enganchan los periodistas -coment Carol- nos tendrn una

    hora aqu.Se marcharon sin despedirse de O'Brian. Antes de cruzar la puerta desalida se pusieron los chubasqueros. En la calle, Paul abri el paraguasy la abraz por la cintura.

    Atravesaron rpidamente el resbaladizo suelo del aparcamiento,poniendo cuidado en bordear los inmensos charcos que lo sembraban.Las rfagas de viento eran inusualmente fras para principios de

    septiembre, soplaba en fuertes rachas y un brusco cambio de sentidoles volvi el paraguas del revs. La lluvia helada arreci con fuerzacontra el rostro de Paul. Cuando finalmente llegaron al coche llevabanel pelo chorreando, aplastado sobre la cabeza y el agua que se habadeslizado por el cuello del chubasquero les haba empapado la piel.

    Paul casi esperaba que la onda expansiva del rayo les hubiera averiadoel "Pontiac", pero afortunadamente lo hallaron intacto. El motor sepuso en marcha sin protestar. Al salir del aparcamiento iba a torcer a

    la izquierda, pero la calle estaba cortada por los coches de bomberos ylos de las patrullas que se habian atravesado frente al edificio contiguoy Paul apret el pedal del freno. La iglesia segua en llamas a pesar dela abundante lluvia y de las mangueras de agua con las que losbomberos la apuntaban constantemente. Penachos de humo negro seelevaban sobre el fondo del da gris y a travs de las ventanas rotaslas llamas se precipitaban al exterior.

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    Evidentemente la iglesia iba a ser pasto de las llamas.

    Se decidi por la derecha y condujo hasta su casa por las callescolapsadas por la lluvia, por entre sumideros de cloacas que rebosaban

    y enormes lagos que se haban ido formando en los ligeros declives delpavimento y que deba sortear cautelosamente para evitar que se lecalara el coche.

    Carol se hundi en el asiento y se acurruc contra la puerta delacompaante. Pareca tener fro a pesar de que llevaban la calefaccinpuesta.

    Paul advirti que le castaeteaban los dientes.

    Ninguno de los dos abri la boca durante los diez minutos que dur eltrayecto hasta su casa. Los nicos sonidos audibles eran el rechinar delas ruedas sobre el pavimento hmedo y el metronmico comps dellimpiaparabrisas. El silencio no les resultaba incmodo ni extrao apesar de que tena una singular intensidad, como un aura de unaenerga potentsima y reprimida. Paul tena la sensacin de que sihablaba, la sorpresa lanzara a Carol hacia el fondo del coche.

    Vivan en una mansin estilo Tudor que haban restauradocuidadosamente y, como sola ocurrirle, Paul sinti que la mera visinde aquel camino empedrado, los portalones de roble flanqueados porantiguos faroles de carruaje, las ventanas con cristales emplomados yel tejado de caballete le confortaba y que el clido sentimiento de queaqul era el lugar al que perteneca le inundaba. La puerta automticadel garaje se levant y Paul aparc su "Pontiac" junto al "VolkswagenGolf Rabbit" rojo de Carol.

    Siguieron guardando silencio en el interior de la casa.Paul tena el pelo hmedo, las perneras de los pantalones pegadas alas piernas y la espalda del jersey empapada. Pens que si no se ponaropa seca iba a pillar un buen resfriado. Al parecer Carol se hizo lamisma reflexin porque lo primero que hicieron ambos fue subir laescalera rumbo a la habitacin de matrimonio. Carol abri las puertas

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    del armario y encendi la lmpara de la mesilla de noche. Se deshizotemblando de sus ropas hmedas.

    Estaban casi desnudos cuando se miraron entre s. Sus miradas se

    cruzaron largamente.Seguan sin hablarse. No lo necesitaban.

    Paul la rode con sus brazos y la bes primero con delicadeza, conternura. Su boca era suave y clida y saba ligeramente a whiskey.

    Se apret contra l, pegndose a su piel y recorriendo los msculos dela espalda con las yemas de los dedos. Apret su boca contra la de l y

    desliz la lengua entre sus labios profunda, muy profundamente. Depronto sus besos se hicieron ms clidos, ms imperativos.

    Algo haba estallado en su interior, el deseo se estaba revelando enellos con una urgencia animal. Se respondan hambrientos, de unmodo casi frentico. Se despojaron de las ropas que an les cubrancon precipitacin, a manotazos, acaricindose, lacerndose. Ella leclav los dientes en el hombro y l asi sus nalgas y las manose conbrutalidad inslita pese a lo que ella no intent zafarse ni retrocedi. Al

    contrario, se aferr con ms fuerza contra su cuerpo y apret sussenos contra el pecho de Paul oprimiendo sus caderas contra las de l.Los suaves susurros que se le escapaban no eran expresiones de dolorsino del deseo y del ansia ineludible. En la cama, les dominaba suenerga manaca y su potencia. Eran insaciables. Se retorcan ydebatan, y sus cuerpos se tensaban y se flexionaban en perfectaarmona, como si no estuvieran juntos sino fundidos, como si fueranun slo organismo sacudido por un nico estmulo.

    Desapareci de ellos todo vestigio de civilizacin y durante largo ratoslo articularon sonidos animales: jadeos, gemidos, guturales gruidosde placer, cortos y graves gritos de excitacin. Por fin Carol emiti laprimera palabra desde que se marcharon de la oficina de O'Brian y fueun "s". Y repiti arqueando su cuerpo gil y grcil y sacudiendo lacabeza sobre la almohada: "S, s." No slo asenta a un orgasmo,asenta a un doble clmax y lo anunciaba con su respiracin

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    entrecortada y sus suaves jadeos. Asenta a la vida, a que siguieranexistiendo y no fueran una masa carbonizada y rezumante de carneinanimada; al milagro de que hubieran sobrevivido al relmpago y a lasletales y afiladas ramas de la copa del arce. Su incansable y

    apasionado apareamiento era una bofetada a la cara de la muerte, unanegacin poco racional aunque no por ello menos gozosa de la severaguardiana. de sus das. Paul repeta la palabra como si estuvierapronunciando un conjuro: "S, s, s", como si se saciara por segundavez, como si con esas palabras desterrara su miedo a la muerte.

    Extenuados, se quedaron tumbados boca arriba uno junto al otro en lacama deshecha. Durante largo rato estuvieron escuchando el sonidode la lluvia en el tejado y los persistentes truenos cuya intensidad ya ni

    haca temblar los cristales de la ventana.Carol yaca con los ojos cerrados y el rostro completamente relajado.Paul la estudiaba y, como en tantas otras ocasiones durante losltimos cinco aos, se preguntaba por qu habra accedido a casarsecon l. Era bonita. l no. Podra usarse el dibujo de su rostro parailustrar la definicin de "sencillo" en los diccionarios. En una ocasin enque expres jocosamente esa opinin sobre su aspecto fsico, Carol seenfad con l por hablar de s mismo en esos trminos. Sin embargo,

    la verdad era sa y lo cierto es que no ser Burt Reynolds no lepreocupaba habida cuenta de que Carol no haba notado la diferencia.Su sencillez no pareca ser el nico detalle en el que Carol no habareparado; tampoco era consciente de su propia belleza, insista en queera del montn o que, como mucho, era "un poco bonita o no, nisiquiera bonita, era mona aunque del tipo mona-simptica". Sucabellera oscura, incluso entonces, empapada de lluvia y sudor, eraespesa y lacia, preciosa. Su piel era impecable y sus pmulos tan bienesculpidos que era difcil creer que fueran obra de la torpe mano de la

    Naturaleza. En definitiva, Carol era el tipo de mujer a la que unoimagina del brazo de un Adonis alto y broncneo, no del de alguiencomo Paul Tracy. Y sin embargo ah estaba y l se sentacomplacidsimo de tenerla a su lado. Jams haba dejado desorprenderle lo compenetrados que estaban en todos los sentidos:mental, emocional, fsico.

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    Entonces, con la lluvia tamborileando con renovada intensidad en eltejado y las ventanas, Carol not su mirada fija en ella y abri los ojos.Eran de un marrn tan oscuro que desde una distancia algo mayor deunos centmetros parecan negros.

    Sonri.

    -Te quiero.

    -Yo tambin -le respondi Paul.

    -Pensaba que habas muerto.

    -Pero no fue as.-Cuando todo hubo pasado te llam muchas veces pero no mecontestaste.

    -Es que estaba ocupado llamando a Chicago -brome

    -En serio...

    -Vale, era a San Francisco.-Estaba asustada.

    -Es que no poda contestarte -repuso con dulzura-. Te recuerdo que elviento haba tumbado a O'Brian justo encima de m. No parece unhombretn pero es slido como una roca.

    Supongo que hace msculos quitndose las hebras del jersey y

    cepillndose los zapatos nueve horas al da.-Lo que has hecho ha estado muy bien.

    -El qu? Hacerte el amor? No tiene importancia...

    Le dio un cachete juguetn y le corrigi:

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    -Ya sabes a lo que me refiero. Le has salvado la vida a O'Brian.

    -Qu va!

    -S, se la has salvado. Y l tambin lo piensa.-Por el amor de Dios! No situ mi precioso cuerpecillo delante delsuyo con la intencin de protegerle del rbol! Slo lo saqu de enmedio. Cualquiera hubiera hecho lo mismo.

    Carol neg con la cabeza.

    -Te equivocas, no todo el mundo tiene tu rapidez mental.

    -Un pensador rpido, eh? Bueno, eso s que lo admito. Ser unpensador rpido pero de hroe nada. No dejar que me cuelgues laetiqueta porque entonces esperaras que me comportara como tal. Teimaginas qu vida ms amarga hubiera tenido Supermn si se hubieracasado con Lois Lane? Hubiera esperado tanto de l!

    -Aunque no te d la gana admitirlo, O'Brian sabe que le salvaste lavida y eso es lo importante.

    -Por qu?

    -Bueno, ya era casi seguro que la agencia de adopciones aceptaranuestra solicitud pero ahora ya no existe ni la sombra de una duda.

    -Siempre existe una pequea posibilidad...

    -No -le interrumpi Carol-. O'Brian no va a fallarte despus de que le

    hayas salvado la vida. No existe ni la ms remota posibilidad, se va allevar de calle a los del comit de recomendaciones.

    Paul parpade y esboz una sonrisa.

    -Estaba en peligro, no me plante todas estas cosas.

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    -Por lo tanto eres un hroe, pap.

    -Bueno..., igual lo soy, mam.

    -Creo que prefiero "mami".-Y yo prefiero "papi".

    -Y qu tal "pa"?

    -"Pa" no es un nombre. Suena como cuando se descorcha una botellade champn.

    -Ests insinuando que podramos celebrarlo? -terci Carol.-Podramos ponernos el batn y bajar a la cocina a prepararnos unamerienda-cena. Si es que tienes hambre, claro.

    -Estoy desfallecida...

    -Puedes preparar una ensalada de championes y yo har mis famososfettuccini Alfredo. Tenemos un par de botellas de "Mumm's Extra Dry"

    que guardbamos para una gran ocasin. Podramos abrirlas, poner losfettuccini Alfredo y los champinones en unas bandejas y cenar en lacama.

    -Y ver las noticias de la tele mientras cenamos.

    -Y luego pasarnos la noche leyendo novelas policacas y tomndonos elchampn a sorbitos hasta que se nos cierren los ojos.

    -Hummm..., suena maravilloso, pecaminosamente perezoso.Generalmente Paul se pasaba las noches corrigiendo y releyendo sunovela. Y rara era la noche en que Carol no tena algun informe querepasar.

  • 8/14/2019 Dean R. Koontz - La Mscara

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    -Deberamos empezar a tomarnos ms noches libres -coment Paulmientras se ponan las batas y las zapatillas-. Habr que dedicarse alnio, nos deberemos a l.

    -O a ella.-O a ellos -aadi.

    A Carol le chispearon los ojos.

    -Crees que nos permitiran adoptar a ms de uno?

    -Claro que s, en cuanto comprueben que podemos atender a uno,

    por qu no? Al fin y al cabo -dijo socarrn-, soy o no soy un hroeque le ha salvado la vida al viejo O'Brian?

    Camino de la cocina se detuvieron en mitad de la escalera yvolvindose hacia l y abrazndole, Carol dijo:

    -Tendremos una autntica familia.

    -Eso parece.

    -Oh, Paul, jams haba sido tan feliz. Dime que siempre ser as.

    La estrech entre sus brazos, feliz. En el fondo, el afecto poda llegar aser mucho mejor que el sexo; sentirse amado y necesitado era mejorque hacer el amor.

    -Dime que todo va a ir bien -le pidi Carol.

    -Todo va a ir muy bien y sers siempre as de feliz y yo lo ser contigo.Muy bien, y ahora, qu ms?

    Carol le bes en el mentn y en la comisura de los labios y l lerespondi mordindole la punta de la nariz.

  • 8/14/2019 Dean R. Koontz - La Mscara

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    -Vale -repuso Paul-. Podramos pasar a los fettucci? antes de queempiece a morderte una pierna?

    -Qu romntico!

    -Los romnticos tambin tenemos hambre.

    Acababan de pisar el ltimo peldao cuando un ruido sbito y remotoles detuvo. Era constante y arrtmico.

    Toc, toc, toc-toc, toc, toc-toc...

    -Qu diablos ha sido eso? -pregunt Carol.

    -Viene de afuera, de arriba. -Estaban parados al pie de la escaleramirando el techo y el segundo piso de donde pareca provenir el ruido.

    Toc, toc-toc, toc, toc...

    -Maldita sea -dijo Paul-. Me apuesto algo a que es una contraventanaque se ha descolgado y ha quedado a merced del viento. -Escuchatentamente y asinti-: Tendr que ir a sujetarla.

    -Ahora? Con esta lluvia?

    -Debe estar colgando y el viento puede arrancarla. O peor an, si sequeda colgando nos va a dar la noche y no dormiremos ni nosotros nila mitad del vecindario.

    Carol frunci el ceo.

    -Pero, y los rayos, Paul? Despus de lo que ha pasado hoy no creoque debas arriesgarte a trepar por una escalera con lo que estcayendo.

    Paul tampoco estaba entusiasmado. La idea de subirse a lo alto de unaescalera en plena tormenta de rayos y truenos le pona los pelos depunta.

  • 8/14/2019 Dean R. Koontz - La Mscara

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    -No quiero que salgas si...

    El martilleo ces.

    Esperaron.El viento. El tamborileo de la lluvia. Las ramas de un rbol que rozabansuavemente una de las paredes exteriores...

    -Demasiado tarde -concluy Paul-. Si era una contraventana debe dehaberse desprendido ya del todo.

    -No la he odo caer.

    -Si se ha cado en el csped o entre los arbustos no debe de haberhecho mucho ruido.

    -Bueno, as no tendrs que mojarte -dijo Carol cruzando el vestbulo endireccin al zagun de la cocina.

    Paul la sigui.

    -S, pero ahora la reparacin ser ms complicada. Al entrar en la cocina se escuch el eco de sus pasos que sonaban ahueco sobre