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DEHESA GERMAN - La Musica De Los Años

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Diseño de la portada: Trilce ediciones Fotografía del autor: Ricardo Garibay Primera edición: septiembre de 1997 Edición: Juan Guillermo López

© 1997, Germán Dehesa© 1997, Plaza & Janés Editores, S. A. Enrique Granados 86-88, 08008, Barcelona, España

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del "Copyright', bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

ISBN: 968-11-0271-1

Composición tipográfica, diseño interior y formación: Grafitec, Pedro Luis García

Impreso en MéxicoPrinted in Mexico

Índice

1. Cuando tenía 20 años...............................................................9

2. Hoy que tengo 53 años .........................................................41

3. Cuando tenga 64 años (Sin Adriana).....................................63

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS la civilización cristiana tenía 1964 y me llevaba, por lo mismo, una enorme ventaja que yo intentaba compensar con una sólida ingenuidad, un rabioso apetito de lecturas, un cuerpo enteramente disponible y un copete que alguna vez aspiró a parecerse al de Elvis Presley y que ya para estos años daba claras muestras de languidez. ¿Fue así? ¿En verdad al-guna vez se tienen 20 años? Recordarme a esa edad es un ingrato ejercicio que en mucho se parece a querer recordar a un pariente lejano que lleva nuestro mismo nombre pero con el que tenemos muy pocas cosas en común. Conservo de él una fotografía donde se le mira delgado y luciendo con obvia petulancia su impecable bata blanca de laboratorista de Ingeniería Química. No se parece a mi padre; no se parece a mis hijos, no se parece a mí. ¿Quién demonios es ese sujeto? ¿En qué pensaba? ¿Por qué usaba calcetines de orlón fosforescentes? ¿Cómo le hizo para enamorarse de Angélica María? ¿Por qué se excitaba de

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manera tan desmedida cuando auditivamente descubría que las muchachas traían crinolina con campanitas? ¿Por qué pintó su Datsun 1962 de colores rojo y amarillo de modo que pareciera huevos con catsup? ¿Por qué pensaba que unos pantalones a la cadera, acampanados y de estam-pado escocés, eran el tope de la elegancia cuando la verdad era que se veía como un consumadísimo naco? ¿Por qué se excitaba indistintamente con Kim Novak y con Rosa Carmina? ¿Por qué agotó sus escasos ahorros en comprar una guitarra eléctrica descompuesta propiedad de su amigo El Peludo Palafox? ¿Por qué suponía que su más alto destino era llegar a formar parte de un grupo de rock que se llamara "Los Masters" o "Los Groovies" o alguna otra estupidez semejante? ¿Por qué dejó de oír a Haydn y a Mozart y decidió que la obra más alta de la música occidental era ¿ Quién puso el bomp?

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS..., cuando yo tenía 20 años el así llamado "Mundo Libre" tenía dos enormes preocupaciones: Cuba y Vietnam; la norteamericanización del mundo estaba en plena marcha y la feroz oposición de estos dos pequeños países alimentaba nuestros sueños, nuestro romanticismo y nuestras utopías. La clase media de los países periféricos (o No Alineados, como luego los llamaría el mamón de Echeverría) vivía la perfecta contradicción de detestar a los norteamericAÑOS y de consumir cuanto producto quisieran vendernos. A mí, por ejemplo, me parecía perfectamente lógico tener en mi recámara de interés social una fotografía del Che Guevara y otra de Elvis Presley. De día leía a Bertrand Russell que, en su momento, promovería un juicio histórico contra Estados Unidos por los crímenes de Vietnam y, llegada la noche, tomaba mi atesorado disco de Los Platters, me ponía mi chamarra roja de James Dean con el cuello levantado muy acá y, antes de zarpar rumbo a la fiesta y mientras depositaba en mis mejillas generosas porciones de Aqua-Velva, hacía conmigo un firme compromiso: Hoy, pase lo que pase y sin tener que declararme, voy a conseguir que La Pimpis baile

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conmigo de cachetito; mi estrategia será implacable: llego, saludo a la pinche señora (que me odiaba), me hago güey un rato (esto es lo que mejor me salía); pongo mi disco, me acerco a La Pimpis así como si nacho, comenzamos a bailar, le suelto una frase de Neruda para que afloje, le respiro fuerte en el pescuezo (eso las enloquece) y las mejillas que apetece el amor se reunirán inevitablemente cuando se oigan los primeros acordes de Only you.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS, ya lo comenté, era yo lector de Bertrand Russell, de Jean-Paul Sartre, de la Familia Burrón, de Jorge Luis Borges y de Juan José Arreola. Recuerdo ahora una inquietante paradoja que planteaba Russell y que podría formularse más o menos así: ¿Qué garantía tenemos de que el Universo, la realidad y nosotros no hayamos aparecido aquí y ahora, en este preciso instante, con nuestra edad exacta y con una memoria común perfectamente programada para que todos creamos recordar la existencia del Imperio Romano, las Guerras Mundiales, nuestros tíos ya muertos, los libros de historia perfectamente trampeados y la nítida y falaz memoria de Gustavo Díaz Ordaz? Piénsenlo; quizá

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mente ahora y que todo lo anterior fuera un falaz e ilusorio recuerdo compartido. A mí no me suena tan

mal; para mí sería un consuelo saber que no es, cierto que La Pimpis jamás quiso bailar de cachetito conmigo, que jamás tuve 20 años, que Televisa es una pesadilla cósmica, que el PRI es la invención de una deidad borracha, que María Félix ya nació de 80 años y que yo jamás me lancé alegremente a las pistas a bailar una canción tan babosa como Mi suegra llegó.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS, si es que alguna vez :los tuve, era yo infinitamente tímido y, aunque hubiera querido ser Aquiles o el Cid Campear, o Sandokan, o D'Artagnan, o el Conde de

Montecristo, mi verdadero arquetipo era el menso de Hamlet, siempre con su librito debajo del brazo y siempre preguntándose si hay que ser o no ser. Hamlet, que tuvo la muy molesta y psicoanalítica experiencia de que se le apareciera su padre que, no es por nada, pero era de lo peorcito, y le dijera que era

súper urgente que matara a su tío, y Hamlet, a quien

no le gustaba matar tíos, se puso a pensar y se tardó

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tanto que, al final, en lugar de matar a uno tuvo que matar como a 40 y

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dejó el castillo hecho una porquería y él mismo, nomás a lo pendejo, también se murió... Bueno, pues así era yo. Dice Paul Nizan: "Tengo 20 años y maldigo al que piense que es la edad más feliz de la vida". De acuerdo. A los 20 años hay que tomar decisiones y, si uno no es Presidente, esto es horrible: ¿Me levanto o no me levanto? ¿Me baño o no me baño? ¿Estudio Ingeniería Química, como quiere mi papá, o estudio Letras, como quiero yo? ¿Me gusta el rock en inglés o me decido por las mensísimas versiones en español? ¿Idolatro a Elvis o a Los Beatles, o me sacudo la menguante melena y me decido por Los Rolling Stones? ¿Por qué, se pregunta Cortázar, en este mundo todo tiene que ser esto o lo otro? ¿No habrá manera de que podamos tener esto Y lo otro? Mientras esto no se consiga, pensaba yo a los 20 años, y lo pienso ahora, no podremos ob-tener Satisfaction.CUANDO TENÍA 20 AÑOS mi país ya no se hallaba. Habiendo perdido su pasado rural, hispá-nico y campesino, ahora estaba terco en parecer urbano, sajón e industrializado. Como en un sueño, me recuerdo hablando por teléfono a un programa

que se llamaba "México canta y vive en sus canciones" para votar por Pedro Infante contra Jorge Negrete y para preguntar si me podían complacer con Cartas marcadas, del propio Pe-dro Infante. Ocho años después el programa había desaparecido y yo seguía hablando por teléfono, pero ahora a Radio 590, "La Pantera de la Juventud", para solicitar Eddy, Eddy o La Plaga o Agujetas de Color de Rosa, cuya letra podría haber sido escrita por André Breton después de la lobotomía. Fueron Los Beatles quienes pudieron darme un diagnóstico preciso de mi situación histórica' y espiritual; me había yo convertido en un Nowhere man.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS estaba en su es-plendor la década de los sesenta. Con los des-cuentos propios de la economía mexicana, esa década duró para mí cuatro años: de 1964 a 1968. Algún paralelismo creo atisbar entre esa década violentamente interrumpida y las fiestas a las que solía asistir en aquella época. Mi radio de acción abarcaba la colonia Nápoles, la del Valle, even-tualmente, y en un alarde de escalamiento social, las Lomas y, de vez en cuando, en un gesto de democrática condescendencia, Narvarte. La fiesta prototípica solía tener lugar en el garage de la casa. Para que esto pudiera ser, el señor de la casa tenía que dejar afuera, en la calle, el Chevrolet, el Ford o el Studebaker que con tantos sacrificios había adquirido. En el piso había grandes manchas de aceite que coadyuvaban a que los más audaces bailarines se rompieran la madre. La señora, que casi siempre se llamaba doña Lucha, preparaba desde el día anterior triangulitos de pan Bimbo con pathé Fud que, ya para la hora de la fiesta se habían abarquillado como babuchas de beduino. Alrededor del garage y en el breve jardín ponían sillas de diversas procedencias para que ahí se aposentaran los invitados, los chapero

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nes, las tías y unos malditos escuincles con corbata de moño que quién sabe de dónde salían pero que, esto sí me consta, pertenecían a esa mexicanísima especie conocida como "ladillas voladoras". A lo largo de la noche, uno de los espectáculos más bellos era contemplar cómo se iban hundiendo las sillas del jardín de modo que, hacia las 12, a la tía Enriqueta ya sólo se le veía el chongo. Si la fiesta era importante se contrataba a-un conjunto que podía llamarse "The black daarria" o algo así; si la fiesta era chafona, nos conformábamos con un tocadiscos marca Garrard que el señor de la casa cuidaba como si fuera su virginidad y la heterogénea música abarcaba desde Los Everly Brothers hasta María Eugenia Rubio. Las piezas se dividían en lentas y rápidas. Las lentas se bailaban agarrados y eran aprovechadas por las proyectas tías para iniciar tempranamente a sus sobrinitos con corbata de moño en los misterios de Eros, y las rápidas permitían a la juventud mostrar sus aptitudes para el contorsionismo. Una pieza lenta era el momento ideal para avanzar sobre la gacela. En los códigos de la época se consideraba como un absoluto fracaso el que la gacela no se rindiera durante la acompasada ejecución de All I have to do is dream.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS las fiestas siem-pre acababan antes. Para los umbrales éticos de aquellas épocas, el que un invitado consumiera subrepticiamente más de tres cervezas se consi-deraba el comienzo de una orgía y el señor de la casa decidía cortar por lo sano antes de que le vomitaran su Studebaker. Súbitamente la luz se interrumpía, el papá de la festejada aparecía con bata y piyama y avisaba que mañana había que trabajar (aunque fuera domingo). Los enAÑOS con corbata de moño, que estaban a punto de consumar con sus tías, se iniciaban en los horrores del coitus interruptus; los que estábamos a punto de declararnos a La Pimpis lo posponíamos para mejor ocasión; mi primo El Chilaquil, que estaba en el cuarto de la sirvienta, tenía que huir por las azoteas y, en general, todos sentíamos un anticipo de lo que, andando el tiempo, nos haría sentir el dueto cómico Salinas-Zedillo: I'm all shook up.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS dos patrias tenía yo: Cuba y la noche. Quizás alguno de ustedes recuerde la fallidísima, la estupidísima invasión a Bahía de Cochinos. Ya he dicho que yo era un ser bastante perplejo; no tanto como para no darme cuenta de qué lado había que estar. Todo fue leer la noticia y presentarme como voluntario en la Embajada Cubana. Éramos muchos. Cuando me tocó turno me miraron de arriba a abajo y muy cortésmente me dijeron que quizá sería mejor que permaneciera en México. O sea que mis muy escasas aptitudes bélicas están a la vista. Esto no es necesariamente una desgracia. Creo que mi ausencia fue fundamental para el triunfo cubano y para que la música de esa isla, cuyo sueño ya es casi pesadilla, siguiera siendo parte esencial de nuestros propios sueños. Aún hoy quisiera atisbar un Rabo de nube.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS llegó mi papá con un ejemplar de las últimas Noticias en cuya pri-mera plana aparecían Los Beatles con ese corte de pelo que tanto ofendía a los señores mexicAÑOS, sistemáticamente entrenados en los rigores del casquete corto. Mi papá me mostraba la foto como un clarísimo símbolo de la decadencia de Occidente y yo lo miraba como una nítida prueba de la decadencia de mi papá. ¿Será importante peinarse de este modo o de aquel otro? ¿Será importante llamar a Dios de ésta o de aquella manera? ¿Será importante hablar tal o cual idioma, comer carne o no comerla, ser blanco o verde, como un tío mío, consagrar tu vida a Buda o al numeroso lecho, ser feliz de pie o acostado? ¿Será importante? Quizá porque yo tuve 20 años cuando tuve que tenerlos, pienso que lo único importante es que la vida sea: Let it be.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS me daba por po-nerme intenso y pensar que podía cambiarlo todo. Venía de pronto una feliz ráfaga de verano que era como una carcajada y ya me conformaba con cambiar yo. Cuando tenía 20 años admití todos los sueños, me enamoré de todas las maneras, descubrí que podía tener amigos y entendí que mi país no era una carga, sino una dulce nube que se

encargara de humedecer todos mis años y de matizar todas mis luces. Lo admito: fui incohe-rente, pagué todos los tributos que le debía a mi pasado, compré todos los sueños, salí de mi casa y conocí lo que era ganar la calle y leí en la sangre de mis amigos ese horror que llaman razón de Estado; me enamoré de mujeres que, según su ancestral deber, me pidieron que no me arriesgara más que en su amor y aprendí que la sonrisa es nuestra última elegancia, nuestro único deber: Those were the days.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS, y si no fuera ya suficiente desgarramiento existencial tener que optar entre Los Beatles y Los Rolling Stones, aparecieron Los Beach Boys, requintado producto de la enigmática incultura californiana que no me parece excesivo calificar de pendeja. De in-mediato surge un enigma: ¿Se puede ser pendejo a tres voces? Porque, seamos honestos, Los Beach Boys cantaban impecablemente. Me parece razonable hacer un intermedio para meditar en estos abismos de las razones de la sinrazón: Herminio Blanco es así y ni siquiera canta bonito... Ni siquiera puede provocarnos el irrealizable deseo de una vida ajena al pensamiento (aunque la suya sea así), a las angustias laborales, bendecida por el mar, por el potente sol y por las olas que jamás cabalgaremos en una tabla que jamás tendremos; una vida que sólo se cumplía bajo la regadera de nuestro módico departamento de tierra adentro: Surfln' USA.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS hice muchas co-sas. Sigo haciendo muchas cosas. Cuando tenía 20 años daba clases de literatura en el Centro Universitario México y el destino quiso que un buen número de mis alumnos sean hoy figuras importantes de la política nacional. ¿En qué fallé?, me pregunto todas las noches y siempre me quedo dormido antes de encontrar una respuesta. Aquellas clases me permitieron entender que yo venía de un pasado lejano y que mis alumnos anticipaban un futuro posible. Yo quería hablarles de un Antonio Machado que había muerto en Colliure y ellos cantaban a un Antonio Machado que estaba vivo en la voz de Joan Manuel Serrat: Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Entre mis alumnos y yo no habría más de cinco o siete años de distancia, pero la brecha generacional era un abismo. Yo todavía pensaba en Agustín Lara y daba por supuesto que besar a una mujer me comprometía, por cuestiones de honor, a contraer nupcias con ella y con su familia, mientras

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mis alumnos experimentaban gozosamente con la mota y vivían en la absoluta permisividad sexual. Malditos. Y aleccionados por Los Rolling Stones podían, sin temor del fulminante castigo del Dios del Sinaí, decirle a una chava: Let's spend the night together.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS los códices del erotismo, establecidos desde la Baja Edad Media, valieron para puras vergüenzas. La píldora fue, para el machismo cursilón y autoritario, un arcángel exterminador. Ahora había que jugar en términos igualitarios. A los padres de la patria se les cuarteó el mármol; a los de la generación intermedia se nos desprogramó la vida y pronto comprendimos que ya no sería como la de nuestros padres, y a los menores de 20 años les tocó la única verdadera fiesta de este siglo. La libertad se nos presentaba como un insulto, como un reto, como un fantasma. Los lánguidos moteles se vieron súbitamente rebasados y todos fuimos aprendiendo a conocer los primeros kilómetros de la carretera a Toluca o de la carretera federal a Cuernavaca. Creo que el muy limitado escultor del monumento al caminero jamás soñó con que su obra se convirtiera en un símbolo de la inminen

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cia erótica. Quiero imaginar que aquí, entre el público, hay personas que me entienden y que, no sin melancolía, recuerdan la existencia de FM-FO Radio Sensación y que añoran la singular experiencia de regresar al respetable hogar oliendo a jabón chiquito. Y no digo más, porque aún en las formas más aparentemente liberadas del amor y sus festejos, siempre queda ese misterio que nombramos romanticismo; siempre queda algo: Something.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS vivía en la inmi-nencia del escándalo. Elvis, dijeron los insospe-chables periodistas mexicAÑOS, había declarado que prefería besar a dos negras que a una mexi-cana. Mi tía La Gorda estuvo a punto de desma-yarse y yo pensé que todo era cuestión de análisis y que habría que ver primero a las dos negras y a la mexicana para formarse un criterio al respecto. Los Beatles declararon que eran más populares que Cristo y a mi tía La Gorda le vino la hipoglucemia y yo pensé, y sigo pensando, que la popularidad es una estupidez y un malentendido y que, si leemos con cuidado su rigurosa doctrina, Cristo no tiene por qué ser popular. Pero todo esto era parte de la euforia y de la manipulación de los

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medios. Más allá de eso, el mundo cambiaba, Los Beatles iban muriendo lentamente ahogados en su popularidad y manifestaban su deseo de que alguien o algo se regresara por donde había venido: Get back.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS no podía cumplir más viajes que los libros, el cine, los abrazos cuerpo a cuerpo (rarísimos en el Altiplano: las capitalinas, en defensa de su virtud, abrazan con las clavículas y en esto hacen muy mal), la música, la imaginación y el metódico soñar despierto me podían proporcionar. Estos eran mis viajes, más unos cuantos desplazamientos a Acapulco con un tío que cantaba horrible y lo hacía todo el camino y una incursión al mismo puerto en compañía del licenciado Max Peniche que, aunque ahora goza de gran fama como abogado, permitió tranquilamente que la policía porteña nos entambara toda una noche a mí y a mi primo El Sugus, mientras él se fue con las mujeres del mal a pecar y a beber cerveza yucateca. Conocí también Monterrey, León, Guadalajara, San Luis de la Paz, Torreón, Chihuahua, Teapa, Oaxaca, Tepatitlán, San Cristóbal, Morelia, Guanajuato, San Miguel Allende, Ciudad Obregón, La Paz, Hermosillo ypuntos intermedios; pero yo, como buen jovenazo de los sesenta, lo que quería era ir a Londres y

extraviarme en los delirios de Carnaby Street o, más modestamente, llegar a San Francisco y mirar a las muchachas, flores ellas mismas, que traían flores en su pelo: Flowers in your hair.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS mis siempre difí-ciles relaciones con el Vaticano llegaron a su punto de quiebre. Egresado y profesor de escuelas maristas, hijo de una fervorosa opusdeísta y de un no menos fervoroso comunista, yo vengo a ser una especie de error ideológico o un inopinado producto genético sometido a una intensa pasteurización espiritual. Mi mamá me enseñó unacanción titulada Tú reinarás que ocupaba los pri-

meros lugares en el hit parade místico; mi padre me enseñó, con el puño en alto, a cantar La Internacional. Hasta la fecha me gusta más La Internacional, aunque ya nada más la canten los viejitos soñadores. A los 20 años decidí tomar mi propio camino. Ni siquiera puedo hablar de un dramático proceso que haya culminado con la pérdida de la fe. Simplemente un día desperté y decidí que el alto clero mexicano me caía gordísimo y que el clero a secas era de una ignorancia

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que hasta mareos producía. Mi madre pronto se percató de lo que ella llamaba "indiferencia en materia de religión", pues percibió que yo prefería quedarme a ver el Pumas-América a asistir a misa de 12 con el padre Cristóbal, que se aventaba unos larguísimos sermones en los que anunciaba la inminente desaparición de la colonia Nápoles. "Todo esto es el resultado de la masturbación -me dijo mi mamá, cuyo discurso era científico y no se andaba por las ramas-, sigue como vas y se te va a reblandecer la médula y vas a acabar loco, encuerado y tirando baba." Esto todavía no ocurre, quizá porque no tengo médula o porque me falta practicar más. Sea como fuere, ahí terminaron mis relaciones con Roma. Conservo la amistad y el cariño de muchos y muy buenos sacerdotes, y conservo intacta la dulce costumbre de rezarle no a "ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar": The fool on the hill.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS mis gustos, no he de negarlo, eran heterogéneos y hasta` contradic-torios. Ya mencioné mi doble y húmeda pasión por Kim Novak y por Rosa Carmina. El licenciado Peniche, que es naco maya, me pide que añada a Zulma Fayad argentina buenona que patrocinó sus primeros alzamientos en el sureste. Esta variopinta mescolanza gustativa abarcaba todos los órdenes de mi vida. Doy un ejemplo: en aquellos años sesenta todo mundo; se vestía raro y daba _rienda suelta a su imaginación autodecorativa. Los colores más chillantes y los diseños más extravagantes comparecieron por aquellos tiempos. Todo se valía. Bueno, pues aún así, yo me arreglaba para una fiesta, me presentaba ante La Pimpis y la muy desgraciada se tiraba de risa: ``¿Oyes, de dónde sacaste esos pantalones color mostaza, oyes? ¡Oyes, tus calcetines están nacos, pero nacos, oyes!" Muy desagradable y desmoralizante. ¡Cómo se ve que esta descerebrada no ha leído a Proust!, me decía yo a modo de triste consuelo. Como verán, a los 20 años se sufre. El minucioso odio que llegué a sentir por La Pimpis y por su familia, que era inalterablemente mamona ("¿Que plomero le cortó su saco, joven?, jo,

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jo, jo," me decía su pinche papá que se vestía como anuncio de Gayosso), es la única explicación para que aún hoy recuerde con ternura una canción bastante babosa pero que reflejaba mi drama existencial: Presumida.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS era yo proclive a la soledad, al encerramiento y a los abismos metafísicos (a esto mi madre lo llamaba tirar: baba). Venturosamente la vida me proporcionó dos amigos: El Calabaza y El Chavo García que compartían hondamente mi vocación contemplativa. Para mayor ventaja, El Calabaza poseía como herencia familiar un vetusto proyector de opacos que él, con sorprendente habilidad mecánica, logró restaurar. La sesión comenzaba a las 4 de la tarde con una visita a Hamburguesas Hollywood (cuatro para cada uno, una Coca familiar por cráneo y dos cajetillas de Raleigh con filtro). Ya con las provisiones, El. Calabaza le notificaba a su familia que teníamos que hacer un trabajo muy difícil y que no deseábamos ser molestados. Cerrábamos con llave la puerta del despacho, Calabaza accionaba el proyector y el techo era ínte-gramente ocupado por la vera efigie de Angélica María. Nadie hablaba; todos fumábamos, comía

34mos hamburguesas y nos rellenábamos de Coca Cola. En dos horas, más o menos, alcanzábamos a beatitud tibetana. A esas alturas, Chavo gateaba rumbo al tocadiscos y nos conducía al éxtasis con aquella melodía que llevaba por título: Be,cause.

CUANDO TENÍA 20 AÑOS, y por el mero echo de tenerlos, yo no podía entender que tener 20 años es de lo mejor que hay en la vida. Todo lo que ocurre es asombroso, sorpresivo, inaugural; el cuerpo afina todas sus voces y se inclina naturalmente por la belleza, el movimiento, el goce y el disfrute de los bienes de este mundo. Ese el momento exacto de la educación sentimental y es la oportunidad, quizá única, de aprender a amar bien; a amar al otro; a amar a la otra; a amar a la Patria y al Mundo que nos han tocado. A los 20 años esto no se sabe y uno quiere mol-dear al mundo de modo que desaparezcan sus fealdades. Tendrán que pasar -y esto no siempre ocurre- otros 20 años para entender que es el mundo el que nos moldea a nosotros y el que nos revela la secreta belleza que se recata detrás de sus fealdades. Y ésta no es una invitación a la renuncia, sino a la humildad. Dice Camus que la

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vida es más inteligente que nosotros. Por supuesto que es así. Nada puede ni debe cargar al mundo. Ya no es hora ni de caudillos ni de mártires; quizá ha llegado la hora de que todos seamos consuelo y dignidad para todos y que cada quien cultive apasionadamente su jardín y florezca y tenga hijos y les avise que no deben abrumarse, y que esto entre todos lo vamos a arreglar: Hey Jude.

CUÁNDO TENÍA 20 AÑOS, quizá por el ex-ceso de lecturas y el abuso de las sesiones con-templativas, yo, pero también millones de jóvenes como yo, creíamos por fin tener todas las respuestas. Por supuesto que esto era una pura ilusión; pero una pura ilusión puede ser poderosísima. En aquella década de los sesenta, que para mí -ya lo dije- duró de 1964 a 1968, esa ilusión de certeza absoluta provocó una fiesta planetaria plena de músicas, de abrazos, de flores y de voluntad de cambio. De pronto toda la juventud del mundo estaba unida y encontraba un lenguaje común para responder todas las interrogantes. Era necesario cambiarlo todo. Los adultos, en el peor sentido de la palabra, nos miraban y nos siguen mirando como unos perfectos ingenuos desconocedores de las sagradas leyes del poder y

36del mercado y de sus irrenunciables aliados: la

violencia, la represión, la guerra, la intolerancia, la explotación y la injusticia. A partir de 1968 nuestras respuestas fueron canceladas abrupta-mente. El poder y el mercado decidieron que ya estaba bueno de fiestas, de desorden, de flores y de insolencia. Los sueños de los jóvenes se volvieron una triste mercancía que hoy nos siguen vendiendo desde una nación cada vez más enfer-ma. A aquellos que no se resignaron al mercado el poder les asignó su cuota de violencia. En Tlatelolco se marchitaron las flores y se nos acabaron las respuestas... y sin embargo, sobrevivió el viento y ahí en el viento, tercamente, sigue volando esa luminosa respuesta que algún día vislum-bramos y que pronto vislumbraremos de nuevo: The answer is blowin' in the wind.

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la digna, la democrática, la indispensable, la amo-rosa Revolution.

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CUANDO TENÍA 20 AÑOS llega aparente-mente a su fin. Quizá este espectáculo no tuvo más sentido que recordar que tener 20 años no pasa de ser una fatalidad cronológica en la cual no intervenimos mayormente; pero convendrán conmigo en que los humAÑOS tenemos ciertos dones, ciertos privilegios como el amor, el arte, la música, el vino y la felicidad compartidas que nos permiten, aunque sea por unos escasos e intensos minutos, volver a tener 20 años y recuperar entera la esperanza. Aquí estuvimos Max Peniche, Juan Carlos Aldama, Ignacio Jaime, Armando Vega Gil, Ángel García, Adriana Landeros, nuestro director musical Ernesto Anaya y en la plática su amigo Germán Dehesa, que tiene dos veces 20 años y todavía le sobran 13. Hoy, aquí, con mis amigos, con mis amores, me permito tener 20 años y creer con toda mi alma que vamos a ganar, que vamos a cambiar la vida, que nos vamos a sacar de encima a tantísima alimaña y que a golpes de imaginación, de valentía, de palabras verdaderas, vamos a conseguir la revolución, la verdadera, no esa decrépita y emputecida revolución que sacan a orear cada 20 de noviembre. Esa ya se acabó. Comienza la florida, la justa, la pacífica,

38Danzón dedicado a Nelly Newland, a Sandra Martinelli, a Adriana Landeros, que me devolvió mis 20 años, a mis hijos y a mis compañeros de trabajo que esta noche, precisamente esta noche, cumplieron 20 años.

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Así que aquí estoy, por el camino de en medio, habiendopasado veinte años,

veinte años casi desperdiciados, los años l'entre deuxguerres;

tratando de aprender a usar palabras, y cada intento es un arranque completamente nuevo, y un diferente tipo de fracasoporque uno ha aprendido sólo a prevalecer sobre las

palabraspara aquello que uno no tiene que decir, o el modo como uno ya no está dispuesto a decirlo. Y así cada

intentoes un nuevo comienzo, una incursión en lo inarticulado con un desastrado equipo siempre deteriorándoseen la confusión general de la imprecisión del sentimiento, indisciplinadas escuadras de emoción. Y lo que hay que

vencerpor fuerza o sumisión, ya se ha descubierto

una vez o dos, o varias veces, por hombres que uno nopuede esperar

emular -pero no hay competiciónsólo hay la lucha por recobrar lo que se ha perdido y encontrado y vuelto y vuelto a perder; y ahora, en

condicionesque no parecen propicias. Pero quizá no hay ganancia

ni pérdida.Para nosotros, sólo está el intentar. Lo demás no es

asunto nuestro.

(T. S. Eliot. Fragmento de "East Coker". Trad. José Ma. Valverde).

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QUIZÁ SEA ÉSTE EL POEMA (y el fragmen-to) que hoy más me gusta de T.S. Eliot. Se justi-fica la precisión del hoy (agosto del 97) porque cuando tenía 20 años mi poema preferido era "La Tierra Baldía" y cuando tenga 64 años, si aún leo, creo que preferiré "Un canto para Simeón". Por lo pronto, aquí estoy, en la tierra de en medio con la doble convicción de que todo debe ser dicho otra vez y que lo nuestro es intentar. Finalmente estas palabras aspiran a ser eso: la bisagra que una dos intentos que, si bien ya probaron su eficacia escénica, ahora pretenden defenderse a puro y desnudo golpe de palabra. Faltará, por supuesto, la música cuya capacidad para evocar y edificar atmósferas supera por mucho a lo que el puro texto pueda lograr, y faltará también el público tumultuoso y vivo que, por afinidad o discrepancia, dota al hecho escénico de una temperatura y una inmediatez que la solitaria lectura difícilmente puede obtener. Pero tampoco es cosa de abrirse las venas (esto pude hacerlo a los 20 años y ya

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desde entonces me parecía bastante repulsivo). Mi maestra Rosario CastellAÑOS me aconsejaba que jamás escribiera para el lector tonto. Excelen-te consejo. Escribo para ti, lectora, lector inteli-gente, y doy por supuesto que, dada tu inteligen-cia, posees una excelente colección de discos de Los Beatles y de los grandes éxitos de los años sesenta. Así las cosas, nada te impedirá interrum-pir tu lectura cuando te venga el ansia y conse-guirte una pareja aceptable para cantar y bailar, evocar o invocar aquellas músicas que poblaron ese perdido paraíso de mi (nuestra) juventud y que poblarán esa ensoñada utopía de mis 64 años.

Así sea.

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EN EL ESCENARIO me ocurre en casi todas lasfunciones y supongo que contigo, lectora, lector querido, se presentará una situación similar. No bien acaba la función, cuando ya en la puerta me está esperando alguna señora o señor cuyas edades se aproximan a la mía: "Me gustó su espectáculo -me dicen- pero tengo algunas observaciones que hacerle." "¡Chin!", pienso yo mientras pongo cara de que estoy humildemente dispuesto a recibir sobre mi indigna cabeza una tromba de sabiduría. "¿No le parece, señor Dehesa, que la selección de canciones es un poco arbitraria y que faltan varios nombres fundamentales?" Yo me dispongo a responder, pero esa persona a quien he tenido confinada al silencio durante casi tres horas me dice velozmente: "'péreme, todavía no termino; a ver, explíqueme por qué siendo mexicano, casi todas las canciones que cantan son en inglés y explíqueme también por qué no incluyó boleros nacionales que son tan románticos, y deme una razón para haber dejado fuera a Los Doors que fueron un grupo fundamental; créame que si hubieran incluido Light my fire la gente se hubiera vuelto loca; ¡ah! y otra cosa: ¿cómo se atreve usted a cantar teniendo una esposa que

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canta tan bonito y un grupo que toca tan bien?" A estas alturas del interrogatorio y con el cansancio de la función a cuestas me resulta muy difícil articular una respuesta coherente y casi siempre termino pidiéndole perdón a mi interlocutor y ofreciéndole que tomaré muy en cuenta sus atinadas observaciones. Mi cansancio y mi congénita renuencia a discutir me hacen actuar así; pero ahora que estoy solo y bien instalado en mis 53 años, me permito confesar que no estoy de acuerdo con casi nada de lo que me dicen estos críticos instantáneos que suelen hablar con voz de "auto-ridades en la materia" y con la firme voluntad de impresionar a su acompañante. Ahora que dispongo de tiempo y espacio me gustaría responder a esas "observaciones" y razonar con calma mis desacuerdos. Lo primero que tendría que decir es que tanto "Cuando tenga 64 años" como "Cuando tenía 20 años" son dos espectáculos intensamente subjetivos; es decir, no pretenden ser una historia general o una antología de la música o de los acontecimientos que conmovieron a México en ésta o en aquella época. Ambos espectáculos, para bien o para mal, se atienen exclusivamente a mis edades tal como las viví, o como pienso vivirlas, y sólo responden a mis muy discutibles y distraídos gustos musicales que no son, ni. de lejos, los de un experto, sino los de alguien quesuele vivir alarmantemente ensimismado sin más pasiones en la vida que la vida misma y esas tres

plenitudes que la vida nos depara: leer, escribir y platicar con la gente de lo que he leído. En tan etéreas condiciones, ciertas músicas solicitaban mi atención porque las encontraba graciosas, o bien hechas, o tan mal hechas, en su melodía o en su letra, que se volvían memorables y, pasado el tiempo, rescatables no para enriquecer el acervo de la cultura universal, sino para mantener vivos mis recuerdos y así mantenerme vivo yo. "De las ansias de la memoria nacen los deseos" dice bellamente Balzac. Pues eso. "Cuando tenga 64 años" nace de un deseo que comenzaba ya a encamar: mi esposa estaba esperando un hijo que se llamaría Andrés y yo, por mi cuenta, me paso la vida esperando a otros tres hijos, Ángel, Juana Inés y Mariana (por orden de aparición) que ya andan por el mundo y tienen una idea bastante extra-vagante acerca del perfil moral y psicológico de su señor padre. Para el que venía y para los que ya estaban escribí esta carta que lo único que pretende es ofrecer algunas pruebas de descargo en ese inevitable momento en el cual los sujetos ya mencionados decidan someter a juicio a su papá. Más que una defensa pretende ubicar y matizar -y por esa vía propiciar un acercamiento- la opinión que esta cuarteta de recién llega

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dos puedan tener acerca de su Pedro Páramo par-ticular. Ellos son, pues, los primeros destinatarios de "Cuando tenga 64 años" (canción que, por cierto, Paul McCartney escribió para su padre). Sucede, sin embargo, que yo creo firmemente en la intersubjetividad y, por lo mismo, en las enormes similitudes que hay entre todas las existencias. A esto apela, en segundo término, el espectáculo. Yo pretendo decirle a mis hijos que cuando llegue la hora del juicio no sean demasiado rigurosos ni gratuitamente crueles, puesto que su padre, así de deteriorado como lo ven, también soñó y sigue soñando, también buscó el bien y la belleza y la justicia por más que, con harta frecuencia, se haya extraviado en el camino. Pretendo, asimismo, avisarles que la vida está bien y que es factible y hasta obligatorio obtener un grado razonable de felicidad. Todo esto entreverado con algunas canciones que se quedaron a vivir conmigo, aunque su letra estuviera en inglés. Me gustaría decir que desde mi más temprana infancia me interesé por la música vernácula, pero no es cierto; más allá de Lucha Reyes, Joaquín Pardavé, Agustín Lara, Pedro Infante y Jorge Negrete, la música mexicana me tenía absolutamente sin cuidado; esto por no hablar de los tríos que podían provocarme convulsiones con la pura ejecución de Gema o Tres

regalos. Salvo mi aver

50sión por los tríos, esto ha cambiado drásticamente; la persona que hoy se llama Germán Dehesa y tiene

53 años cultiva apasionadamente su amor por las mil maneras de la música mexicana y, sin ser autoridad en la materia, sabe lo suficiente como para haber montado ya seis espectáculos en honor y en amor de nuestra música; pero esto pertenece al ahora y no al ayer o al mañana que son los ámbitos temporales de estos textos que estás leyendo. Norbert Bilbeny, filósofo catalán aunque su nombre no lo indique, dice que está bien el esfuerzo que hacemos por hacer nuestra vida más larga; pero que es tan o más loable esforzarnos en hacerla más ancha. Según entiendo yo, esta ampliación de la vida implica adquirir cada vez más gustos y cancelar cada vez más aversiones; aprender a disfrutar de todo; aceptar lo inesperado y lo diferente; sonreír más y llorar menos; tener más juicios y menos prejuicios; amar más y concederle a muy pocos y escogidos mortales la onerosa dádiva de nuestro odio. En estas tareas ando a los 53 años y mi corazón acepta con parejo júbilo a Mozart, a Los Beatles y a José Alfredo. Si algún día me viniera la loquera de hacer un espectáculo sobre mi presente en fuga, tendría que incluir a los tres. Voy a poner punto y aparte para que no se me colapse el corrector de estilo.

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ESTABLECIDA LA CONDICIÓN LÍRICA de ambos numeritos, paso a reconocer que, en efecto, el repertorio musical es arbitrario e incompleto. Para escoger las canciones apliqué exclusivamente dos criterios: que a mí me gustaran y que estuvieran al alcance de la dotación musical con la que se realizaron ambos trabajos. Por supuesto que siempre podrán decirme que faltó ésta y que sobró aquélla. De acuerdo. Este podría ser un magnífico estímulo para que cada quien escriba sus propias recordaciones vivenciales y musicales y -dejen de estar succionándome la calceta. Sonará brutal, pero en este caso se trata de mis 20 años y de mis hipotéticos 64 años que, a pesar de las semejanzas, no tienen por qué ser exactamente iguales a las del espectador o, en este caso, a las del lector. Y por aquí aterrizo en el recurrente asunto de Los Doors, cuya ausencia me es reclamada casi todas las noches. Ahora abriré un poco mi corazón y os diré que Los Doors me caían en el pináculo de las gónadas y todavía, para documentar mi odio, decidieron venir a México y presentarse en un antro regenteado por Los HermAÑOS Castro llamado "El Forum". Por aquellos años yo pretendía a una exótica y tortuosa gacela

52que había desarrollado, así como se desarrolla un tumor, una devoción total por el grupo de Jim

Morrison. Mi calentura debe haber sido elevadísima porque accedí a invertir mis escasos ahorros en invitarla a ver a Los Doors. No saben. Salieron dos horas tarde y cuando lo hicieron venían cayéndose por los efectos de las diez mil psicotrópicas sustancias que se habían metido. No pudieron ni afinar, cantaron espantoso y en menos de media hora ya se habían retirado. Si ya me caían espeso, imagínense lo que sentí por ellos después de esta experiencia. Es más, esa noche se tronchó en flor el romance con la susodicha gacela porque la muy mensa intentó defenderlos diciendo que seguramente los había afectado la altura.

Como bien decía mi abuela: con los pendejos ni a misa porque se hincan en las escupitinas. Así soy de drástico. La dejé en su casa y hace poco me la volví a encontrar fané y descangayada víctima de sus abominables gustos musicales. Toda esta historia no puedo platicársela a mis airados espectadores que hablan de Los Doors como si fueran la Filarmónica de Berlín; pero te la cuento a ti para que veas que mi memoria no tenía por qué atesorar el recuerdo de Los Doors (o de Los Monkeys, o de Ray Coniff, o de Ricky Nelson, Pat Boone, Doris Day y otros pleonasmos ge-néticos).

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Sospecho, además, que el individuo no tiene ningún imperio sobre ese mutante territorio que llamamos pasado y que se puebla de recuerdos y olvidos que, día con día, como el mar, como el cielo, como todo paisaje exterior o interior, van recibiendo distintas luces que los modifican y así, cualquier día, tal recuerdo imborrable desaparece para siempre y aquel olvido se torna súbitamente nítido y presente. A los que duden de esta condición marítima y cambiante del pasado, yo les suplicaría que leyeran la obra de Proust, que lean su propia vida y que conozcan la trágica historia de Rocío Chávez.

¿Quién era Rocío Chávez? Rocío Chávez era una muchacha en flor: pies menudos, pantorrillas de hermoso gálibo, cintura pequeña, senos breves pero suficientes y sonrientes, pómulos altos y unos diazmironiAÑOS ojos verdes, ojos con aspecto de hojas. Ya sabrán lo que sintió the Black Charrou cuando la conoció. De inmediato emprendí una ofensiva implacable y paciente (el amor es una larga paciencia) que fue lentamente rin-diendo frutos. Mi tenaz astucia consiguió varios lánguidos paseos por el campus de la UNAM, la asistencia a conciertos, cines y representaciones teatrales. En este último rubro se encendió el primer foco de alarma: a Rocío le gustaban las obras de Manolo Fábregas. Yo, cerrando los ojos, dejé

54pasar este dato que tendría que haberme puesto sobre aviso. Ustedes ya conocerán esa etapa del

amor en la que hasta los defectos son virtudes. Tras seis meses de porfía, conseguí un avance que me pareció de primerísima importancia: Rocío me invitaba a comer a su casa el domingo. "Ya chingué -díjeme para mi coleto-; es muy po-sible que si me gano la confianza de su familia, Rocío afloje algo", porque he de decir que hasta ese momento la susodicha no había aflojado nada (a lo mejor tenía oxidada la cerradura o algo así). La comida en sí fue un éxito. Yo me pulí y llevé pastelitos de "El Globo" que mi probable familia política se zampó con notable aplicación. Lo malo vino después: al papá de Rocío le encantaba un juego de cartas que se llama Internacional, o Chinazo, o Tompiate o Continental. Rectifico: más que gustarle jugar, le gustaba ganar y si para eso tenía que hacer unas trampas espantosas, no se tentaba el corazón (que era lo que yo quería hacerle a Rocío). Después de cuatro domingos en los que fui despojado de mis escasos bienes monetarios, decidí hablar claramente con Rocío y díjele así: "Tu papá es un pinche tramposo". La esperable respuesta de la ojiverde fue fulminante: "Entonces, es mejor que ya no nos veamos; voy a tratar de olvidar lo que dijiste de mi papá y no guardarte rencor". Mucho tiempo tuvo que pasar

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para restañar la sangrante herida que me dejó Rocío entre pecho, espalda y madre. Años des-pués y siendo yo catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras se me acercó una joven y rolliza señora a pedirme que la aceptara como oyente en mi curso de Historia de la Cultura. "Con todo gusto, señora -respondí yo-, me puede dar su nombre, por favor". Por toda respuesta recibí un largo gimoteo y una tartamuda pregunta rebañada en lágrimas: "¿No que nunca me ibas a olvidar?" Era Rocío Chávez pero ahora en modelo Zepelín. He contado esta trágica historia para mostrar que la memoria trabaja por su cuenta, que el pasado es tan dúctil y tornadizo como el futuro y que el recuerdo y el olvido son vasos comunicantes cu-yas sustancias se mezclan constantemente. Ate-nido a esto he recordado músicas, anécdotas, re-flexiones que hoy, en plenos 53 años, la versátil memoria ha querido proporcionarme.

EL ESPECTÁCULO DE LOS 64 AÑOS así fue tramado y es una larga, jironeada y musicalizada carta dirigida a Bebeto nonato, a mis otros tres hijos y a todos los que tienen hijos o son hijos de alguien. Mucho le debe este texto a la Ética para Amador, de Fernando Savater, pero su mayor deuda es con mi propia vida y con mi gentil memoria que se esmera en no olvidar. Todo olvido es una pérdida y, por lo mismo, un anticipo de muerte, dice mi doberman favorito, Ricardo Garibay.

Supongo que por eso escribo; porque la muerte no me concierne, porque el olvido es una porquería y porque la vida, con sus horrores y sus plenitudes, es hermosísima.

Si esto fue válido para los 64 años, todavía lo fue en mayor grado en "Cuando tenía 20 años" que pretendió (y pretende) asomarse a la contrastada e intensa década de los años sesenta, pero no con ánimo académico o arqueológico, sino porque entiendo que todos aquellos sueños comunes que tuvimos los que entonces teníamos 20 años no murieron del todo y siguen gravitando pode-rosamente sobre nuestro presente. Pienso, por ejemplo, en aquella visita de Paul McCartney a la casa de John Lennon; John no estaba, pero Paul

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se encontró al pequeño Julián, el hijo de Lennon, y lo encontró totalmente abrumado y desconsolado por la noticia de que sus padres se divorciaban. Ahí nació Hey Jude, que hoy por hoy sigue siendo una canción que no ha perdido sus poderes terapéuticos y su capacidad de comunicar consuelo y alegría. Yo soy padre de tres seres que han pasado por la misma sensación de abandono y de tiniebla y pocas cosas me gustan más que avisarles que su padre ahí sigue y que ni ellos, ni nadie, tienen por qué cargar al mundo en sus espaldas. Y volvemos a lo mismo: lo intensamente subjetivo puede, por vía de una canción, un abrazo, algunas palabras amorosa y humorosamente dichas, convertirse en bien común. Esa es la tirada. Si esto se cumple ya no es asunto mío, sino de aquél que se acerca al espectáculo o a las presentes líneas.

EN UN CUENTO DE BORGES titulado "El Otro", el anciano narrador nos cuenta en un tono perfectamente realista (y aquí reside buena parte de la efectividad del relato) su milagroso encuentro, en una banca que mira al río (el tiempo), con un jovencito inteligente y petulante que, según se irá descubriendo a lo largo de la historia, no es otro que el narrador en su juventud. El diálogo es difícil y hasta ríspido, El joven encuentra al viejo escandalosamente conservador y reaccionario y

el viejo atisba la ingenuidad, el superficial ro-

manticismo, los dudosos gustos literarios y la gárrula condición del jovencito. A pesar de todo esto, el relato permite adivinar una secreta ternura que fluye entre el muchacho, que se cree inmortal, y el anciano, que se sabe mortal. Creo que cualquiera de nosotros, aún sin ser Borges (todos somos un poco Borges y un poco Dante y un poco Homero), experimentaríamos las mismas discrepancias y las mismas dificultades de comunicación, si nos fuera deparada la insólita experiencia de dialogar con aquel joven que fuimos. Esto es algo que está muy presente en el espectáculo de los 20 años. Un señor de cincuenta y tantos años con cuatro hijos, dos matrimonios, incontables

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quirófAÑOS y una módica popularidad, intenta con-versar con un joven de 20 años dedicado furiosa-mente a la lectura, tímido, introvertido, cáustico, idealista y convencido de que es capaz de morir por amor (y no por exceso de colesterol); sus criterios difieren casi en todo; algunas canciones los desunen, pero otras siguen siendo su lugar común. Con todo y discrepancias, el diálogo es posible porque hay una fecha definitoria para ambos: 2 de Octubre de 1968. El joven la vivió con enorme dolor, pues contempló a lo mejor de su generación asesinada, mediatizada o desalmada por obra y gracia de un presidente imbécil, auto-ritario y feo de cuerpo y feo de alma. Tanta y tan gratuita violencia fue paradójicamente leída por aquel joven como el principio de una esperanza; si el Sistema tenía que recurrir a gestos tan salvajes y desaforados, esto era señal de que tal Sistema estaba en franca descomposición y el cambio era posible. Así pensó el joven y así lo ha comprobado el cincuentón. Triste victoria la de Díaz Ordaz; tendría que habernos matado o corrompido a todos. Como no pudo, el 6 de Julio de 1997, sin violencia y con enorme alegría nos lo chingamos o, por lo menos, nos pusimos en camino para lograrlo.

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¡OH, AMIGOS! (estribillo muy usado por la lí-rica tezcocana o por sus traductores al español que, cada vez que encuentran un verso intraducible, ponen "¡ Oh, amigos!") no hay medida humana para el alegre agradecimiento que he experimentado por su asistencia a los espectáculos cuyo texto aquí se reproduce y, en su caso, por su presencia como lectores de este libro. Sólo así se cumple el milagro de que el aterido "yo" se transforme en el cálido "nosotros" (que nos quisimos tanto). Fueron mis 20 años y serán, Dios y los médicos mediante, mis 64 años; pero ahora, en este emocionante momento que permite vislumbrar un cambio para este país, comienzan a ser nuestros años, nuestras músicas, nuestros tiempos. Colocado aquí, contemplo el paraíso de la juventud y la utopía de la sabia vejez; son territorios que puedo imaginar pero que no me pertenecen. Lo mío (lo nuestro) son el aquí y el ahora. Creo adivinar que, en última instancia, tú, yo, él, ella (nosotros) hemos navegado por los mismos mares y compartido tiempos y espacios poblados por entusiasmos y desilusiones, amores contrariados y amores felices, por el ruido y la furia pero también por la música, por esperanzas que murie

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ron y resurgieron. Hoy es tiempo de una esperanza que fue construida mediante la acumulación de muchísimas desesperaciones. Sería una total indignidad dejarla morir. Si tienes 20 años, o tienes 53, o tienes 64 da la mismo: todos tenemos tareas que cumplir para que el árbol de la esperanza se mantenga firme. Un dramaturgo suizo llamado Max Frisch, escribió una conmovedora obra de teatro titulada en español Y ahora vuelven a cantar. La obra transcurre en un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial y nos muestra el iracundo asombro del director del campo al escuchar que, día y noche, de los sórdidos barracones donde están hacinados los judíos surge constantemente un canto. Llega a tal punto la desesperación del nazi que decide apresurar las ejecuciones; su exasperación estalla cuando ve que los prisioneros que forman una larga fila rumbo a la cámara de gases siguen cantando. El canto puede ser también una forma de la dignidad. Lectora, lector querido, se despide de ustedes un cincuentón que es con ustedes. Canten y no lloren. Lo nuestro es intentar.

Cuando tenga64 años

(Sin Adriana)

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QUERIDO BEBETO:Queridos hijos, querida gente que navega del

siglo XX al siglo XXI: el primero de julio del 2008 habré de cumplir 64 años. Me esforzaré en alcan-zarlos, pero pudiera darse el caso de que por problemas de plomería cardiovascular o atropellamiento de microbús, o asistencia a recital del grupo Caifanes, o arrebato de gatillero tamaulipeco, o linchamiento de lectores amotinados, no llegue a la cita. Si tan molesta situación se presentara, dejo a los varios porvenires (no a todos) esta carta que quisiera ser un jardín de senderos que se bifurcan. La puntual obligación de los jóvenes (los inmortales) es condenar a los adultos (los mortales). Día llegará, querido Bebeto, en que habrás -en la mejor tradición griega- de juzgar y condenar a tu padre y a su mundo; en que habrás de volverte contra tu madre y te sofocará la ternura con que ella te ha envuelto. Tiempo después vendrán el perdón y la reconciliación. Esta ceremonia es el amanecer del alma, la aurora

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de rosados dedos, el abrazo con la vida. Por eso te escribo, para ayudarte a tramitar la claridad; por eso en 1994 me reuní en un escenario con la invocada presencia, la brillante ausencia de tu madre, Adriana Landeros, que tiene y quizá tendrá el mundano sobrenombre de la Hillary; con Santiago Ojeda, jarocho apócrifo, refuerzo ob-tenido a cambio de un catcher y dos jardineros; con Max Peniche, litigante yucateco, procurador general de la amistad y gerente del más importante mol yucateco: el Chac Mol; con Ignacio Jaime, filarmónico chihuahuense, orgullo de Parral, y Pedro Martínez, adorador vertiginoso de Los Beatles; con Armándaro Vega Gil, el canelo mayor, baterista enérgicamente subversivo, y con mi amigo Ernest von Kánallan, Ernesto "El canalla" Anaya, el Mozart de Tacubaya, quien fungió como director de la banda no presidencial conocida como "El Cabús de Aguascalientes", que se encargó de complementar esta carta con el indispensable aderezo musical. En el 2008, cuando leas esto (tengo esperanza de que en el 2008 todavía se lea) tendrás 13 años y vas a estar insoportable; tu madre tendrá 50 y se habrá vuelto soportable, y tu padre dirigirá el grupo de teatro del INSEN y tendrá 64 años. Es muy posible que nos mires como a dos seres enormemente aburridos e incomprensivos. Escuincle pelado, no te imagi

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nas el relajo que echamos, los desmadres que patrocinamos, las sonrisas que habitamos y los sueños que tuvimos en tiempo compartido. Así es que, mi querido Bebeto, te me vas calmando. Déjame que te cuente y que te cante. Lo primero que habrás de saber con respecto a tu madre es que ella te ama, o como dirían en el idioma del imperio: She loves you.

"LLEVE REFORMA! ENTÉRESE.... Ya confesó Salinas... Ya nació Bebeto... Fue una acción concertada..." Me pregunto, mi querido Bebeto, cómo habrá de llegar esta carta a tus mAÑOS. No sé si el correo acepte envíos para el futuro; aunque según me consta, casi todas las cartas que se escriben en México llegan en un futuro hipotético y lejano. Quizá me valga de una virtual y blanquísima paloma mensajera que dé servicio de paquetería o quizá coloque todo este material dentro de un biberón Evenflo perfectamente sellado y lo deposite ya sea en el río Papaloapan (el río de las mariposas), que es el de tus ancestros, o en el no del tiempo, que es el de todos. Quisiera enviarte tantas cosas: un rizo de la cabellera de la noche; un frasquito de la emoción que sentí en 1968 al salir a las calles o en 1994 cuando volví a la calle

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a vender periódico porque no se me dio la gana dejarme avasallar y porque ya estaba harto de que unos cuantos bribones se sintieran dueños de mi país. Te enviaría también todos los aromas de todos mis abrazos; todas las iluminaciones que me ha traído la pena y todos los asombros que me ha regalado la vida. Te enviaría también un elec-troencefalograma de Raúl Velasco, para que co-nocieras la horizontalidad perfecta; las explica-ciones completas de Guillermo Ortiz, alias La Perica, para que conocieras el humor negro y el español impenetrable. Incluiría, sin duda, una fo-tografía de Fidel Velázquez, para que conocieras las formaciones rocosas del Valle de México. Aquí me detengo. Todo esto no cabe en un. biberón Evenflo. Más práctico y de efectos más inmediatos será enviarte desde el siglo xx, desde mi derogada juventud que no añoro y desde mis laboriosos 50 años, todo mi amor, o como diría Lady Di: All my loving.

68"Y USTEDES, ¿CÓMO SE CONOCIERON?"Mucho me temo que en el siglo xxi siga fun-

cionando esa empresa trituradora y de demolición que se llama Familia Mexicana S.A. de Capital Variable. Variable gracias a los arrebatos líricos de Serra Puche y su banda flotadora. Si esto ha de ser así, llegará el momento en el que nos hagas la consabida e intrusiva (metiche si es que no tienes vocabulario) pregunta: "Y ustedes, ¿cómo se conocieron?" Lo interesante de esto es la respuesta que varía año con año. Ahora puedo informarte que yo estaba muy tranquilo en una fiesta y de pronto escuché una voz que solicitó mi atención. Era tu madre que cantaba. En el centro de su voz estaba ella y, no sin alarma -¡peligro, peligro!-, percibí en mí el súbito deseo de estrechar su mano, o como dirian Ringo Stan, George Harrison, Paul McCartney y John Lennon: I wanna hold your hand.

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"¡LLEVE REFORMA! Ahora me lo pruebas y me los sostienes, dijo Pichardo... Entérese... Ya apareció el cerebro de Colosio... El que no aparece es el de Zedillo". Te pasará también a ti, mi estimado Bebeto voceador. Te ocurrirá el amor y descubrirás que es, en el mas dulce sentido de la palabra, un contratiempo. Julio Cortázar, un clásico del siglo xx que tendrías que leer, dice que nadie escoge el amor, que el amor nos escoge y que es un rayo que nos sorprende en la mitad del campo. Acéptalo, más te vale. Pierde menos el que se pierde en la pasión que el que se pierde la pasión. De la legalidad con tus amores, tus deseos y tus antojos, nacen todas las demás legalidades. De la plena aceptación del vértigo amoroso nace un árbol súbitamente poblado de pájaros que bailan su caligráfica coreografía, que cantan con canto no aprendido la música de las estrellas. Ese árbol habrá de guarecerte. No es lo mismo ser cobarde que ser valiente. De todas las valentías, la primera, la central: aceptar el amor entero con sus feroces galgos morados, con sus mieses, con sus pájaros. Ya tienes 13 años. De un momento a otro te ocurrirá lo que a mí. En mitad de los afanes y de las fatigas, irás a la plaza de toros de Aguas

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calientes sin saber que tenías una cita. Algo te obligará a voltear la cabeza y en tu mirada se cumplirá una inundación de enternecido asombro. Oseaqueyavaliste. "¿Por qué ya valí, papá?" ¿Sabes por qué? Porque la veras a ella que está allá, repentinamente única entre todas las criaturas; enigmática dueña de lo que sin buscar acabas de encontrar. Un ser transeúnte misteriosamente inmovilizado como sonrisa de Dios; como per-fecto mapa de las constelaciones; indescriptible baile de la rosa más profunda. Diría Shakespeare, si hubiera sido hippie: I saw her standing there.

¿QUIEN TE DICE TODO ESTO? Pues te lo digo yo; pero entiendo (como espero que tú también entiendas, mi buen Bebeto) que cuando se dice "yo" realmente se está diciendo "nosotros". En mi claudicante voz están mis montoneros antepasados; mis alaraquientos contemporáneos; mis numerosas amigas y amigos; mis aflictivas tías; mi desmadroso padre; mi primera mujer, llena de gracia; mis 3 hijos ya elaborados y con la tenencia pagada, mis tres hijos con los que tanto amo; mi devastado país; mi ciudad que no es chinampa, sino chinampina; sus elocuentes calles que no son propiedad de nadie; mis recuerdos

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que se congelan en una década -los años sesenta- que fue una larga fiesta que permitió la voz de Serrat, la fabricación de dionisíacas utopías, el recreo de la imaginación y el implacable asalto de la ternura. Después llegó Díaz Ordaz y todo chingó a su madre. Cuando te llegue la hora de juzgamos, trata de no ser como Díaz Ordaz, trata de no ser,cruel. La crueldad es un delito contra la vida; pero la crueldad es, además, la mayor de las estupideces. Desde 1957 te llegará la voz de un trailero de Memphis, Tennessee, que cantaba y se movía como si tuviera un orgasmo enclochado; él y yo te damos exactamente el mismo consejo: no seas cruel, Don 't be cruel.

No te des a las congojas, aunque la cosa ande mal; tú no aflojes el tamal aunque te jalen las hojas...

Sor Juana Inés de la Cruz(Es de su periodo fiusha.)

"¿DÓNDE EL AMOR? ¿Dónde la belleza?¿Dónde los lugares para ser y estar?", me preguntarás, te preguntarás. En 1995 era Zedillo, sólo tetengo una respuesta: todo está en la mirada. Paraque entiendas esto necesito que por el puro gusto,y jamás por obligación, leas El Quijote. Es una delas mejores maneras de darse de baja del PRI, detrascender la sangre derramada y de reunirte contigo mismo. Si decides hacerme caso -actitud

poco usual en los hijos adolescentes- descubrirás, esto es divertido, que hay ciertos seres que miran a una mujer y miran a alguien despreciable; que hay otros que miran a la misma mujer y miran a una princesa; que el ruin todo lo ve en ruinas; que los amorosos, los encantados, en cada edificación ven un palacio. Para ellos (y yo espero que seas uno de ellos) el amor, la belleza, el bienestar y el bienser se encuentran aquí, allá y en todas partes. Ánimo, Bebeto. El mal tiempo ocurre con frecuencia; con sexenal frecuencia; pero el encanto de tus ojos, la bravura de tu alma, un tupido muégano de cuates y un buen abrigo por sí o por no, te darán todos los días secretos paraísos.Here, there and everywhere.

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MI ESTIMADO BEBETO. Te nombro así por que ya pude comprobar que tienes la dicha inicua, la muy devaluada característica de ser hombre. Todo irá bien, siempre y cuando entiendas que la ternura también es tu territorio; siempre y cuando entiendas que la mujer tiene exactamente tu misma estatura y que hombre y mujer son indispensables para inaugurar el paraíso. Lo fundamental, hijo mío, la clave del éxito, el secreto alquímico para que sobrevivas en este país de mujeres cada vez más inteligentes y entronas, es que no te me apendejes y que no guardes venenos en el corazón. Esto yo lo aprendí en los sesenta y por eso, al filo de los noventa, me programé un infarto y una operación cardiovascular. Lo hice para que me extirparan todo apetito de poder y toda ansia de riqueza. El poder es una droga adictiva y mortal, un cáncer terminal llamado Salinemia. En cuanto al dinero, te diré que es el colesterol del alma: si no lo tienes se te aguada la sangre y nada más andas por ahí causando lástimas; si tienes demasiado se te infarta el ánimo, ya no te sube el agua al tinaco y te da angina de pubis. El amor no lo puedes comprar: Can 't buy me love.

COMO DIRÍA CARPIZO: "deja te platico". Querido Bebeto: un segundo consejo quiero dejarte: ten cuidado con el síndrome del Pípila. Jamás pienses que tú solito vas cargando al país entero. Esto sería dañino para ti y catastrófico para el país. Tú nomás pregúntale a todos los ex presidentes que padecemos. Cada uno de nosotros tiene su tarea. Hazla bien. Es lo mejor que puedes hacer por tu país. No te dejes, pero tampoco compres todas las broncas. Resuelve las que puedas resolver; aprende a distinguir las que no están a tu alcance y déjalas ser. Los viejos políticos mexicAÑOS decían: molestia que no te moleste, no la molestes. Dicen Los Beatles, en la singular interpretación de Armando, el canelo botellito: Let it be.

CONSEJOS PARA PRESERVAR EL AMORen los malos tiempos:

Jamás, jamás usar corbatas como las de Pérez Stuart. Esto es básico.

Evitar cuidadosamente la lectura de estos tres autores: Manuel Camacho Solís, Luis Pazos y Mario Ruiz Massieu. Los tres escri

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ben con las nalgas y probablemente no son las propias.

Conservar las amistades como quien protege sus noblezas. Por ningún motivo ingerir un alimento lla-mado Yakult que sabe como a semen de león... esto me lo comentó un Rotario. No comprar nada de lo que ofrecen en el canal cvc. Abofetear a todo el que te diga que le encantan los Lladrós o la música de Ray Coniff. No permitir que la costumbre carcoma al amor como la selva a las pirámides. Evitar, cual si fuera la peste bubónica, la cer-

canía de la legión de desencantados que por tu bien te anuncian todo tipo de males; que se mueren de envidia al ver que sonríes; que son tan razonables que jamás usan la razón; que descalifican desde su perfecta abulia cualquier acto generoso; que se sienten per-sonalmente ofendidos ante cada planta que florece, ante cada árbol que fructifica, ante cualquier premio que no les toca y ante cual-quier gabinete que no los incluye. Son los heraldos negros, los Caballeros del Zodíaco de la mamonería y los personeros de la muerte en sus más glamorosas presentaciones. Ten la prudencia, hijo mío, de mentarles la

madre en tu secreto corazón; de darles el avión con toda gentileza. No le creas nada a Televisa. No vivimos

en el mejor de los mundos posibles. La

felicidad no es fácil ni es gratuita. El mal tiempo ocurre con frecuencia, pero la bravura de tu alma, la hospitalidad de tu corazón y una ropita interior presentable -por sí o por no- te darán secretos paraísos, aquí, allá y en todas partes. Here, there and everywhere. Cuando vengan, y en lo que se largan, tú ponte mano sobre mano como aquél que nada debe (locución veracruzana). You've to hide your love away.

MI BUENO Y FINO BEBETO, antes de que llegue a tus mAÑOS este comunicado que se gestó en los sesenta y se escribió en los noventa, tu padre y casi subabuelo se puso un tacuche; un tacuche que es un híbrido perfecto de El Sargento Pimienta, el domador del circo Atayde y el que se robó a Pinocho y se juntó con una bolísima de cuates; algunos hicieron --espero que bien- el difícil papel de público y otros (entre los que se incluye tu augusta y embarazadísima madre) el papel de músicos para darle pública lectura, desde algún

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lugar de la selva urbana, al susodicho comunicado. En este punto de la lectura decido hacer un intermedio para que los actores que hacen el papel de público silencioso y atento platiquen del gabinete, hagan profecías sobre Zedillo, consuman algo y encuentren algún modo de alivio ante las múltiples catástrofes a las que sobrevivimos en el meneadísimo 1994. ¡Qué añito nos aventamos... ! Si nada más de recordar todo lo que pasó, y sigue pasando, hasta dan ganas de refugiarte en la cama y de que sólo te saquen de ahí haciéndole una cesárea al colchón. Si en tu vida te tocan tiempos así de espeluznantes, desde aquí y desde ya te doy permiso de que tú también hagas intermedio, pidas time y con toda la fuerza de tus pulmones grites: Help!

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YEITERDAY. Ayer en Inglaterra "ayer" se decía "yesterday"; hoy en Inglaterra "ayer" se dice "yesterday"... es una cultura muy tradicionalista.

Hoy en México "hoy" se dice "¿Cómo amaneció el dólar?", o sea que desde el extranjero nos tienen que decir cuánto valemos y si es que valemos. Así es, mi querido Bebeto, embajador del futuro en el presente, a golpe de crisis y devaluaciones, el hoy de México se va convirtiendo en ayer y queda casi intacto. Me explico: como vivimos al día, no sabemos, no queremos, vivir el día. Y así nos hemos ido convirtiendo en "El club de los espectadores muertos". Yo, frutito de mi vientre, pertenezco a una cultura que se solaza estúpidamente en la culpa y que encuentra particularmente meritorio el sufrimiento. Es decir: están orates, están como trepanados y no se dan cuenta de que la tan ponderada resignación es la celestina perfecta para que nada cambie; para que los ladrones, los corruptos, los saqueadores y los ineptos descansen felizmente en la impunidad.

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Un aviso te dejo, hijo mío: sufrir -me constaes una chinga. Evítala. Manéjala con cuidado. No le agarres gusto. Si te llega el sufrimiento, pídele que te dé su recado lo más pronto posible y que se largue; que se vaya mucho, pero mucho... De la misma manera, si te visita el gozo, si te toca disfrutar, si llegó la hora de darle su alfalfita a los conejos, el momento de sacar a pasear al háms-ter... tú me entiendes, o ya me entenderás, o favor de ver los anexos, entonces éntrale; no permitas que te arrebaten el hoy con la promesa de mañana; defiende tu felicidad como las queretanas su virtud. Disfruta, canta aunque no sepas, baila aunque se rían de ti, proclama tu dicha y que tu entusiasmo se oiga a la hora de pedir cuentas. Es tu única manera de vivir ahora y hoy; aquí, ahora son nuestros únicos territorios. No faltará quien te diga que gozar mucho no es decente; que ma-nifestar tu jubilo es propio de pelados. Con exquisita decencia mándalos a la chingada, donde de todos modos ya están. Si quieres que tus ayeres sean instrumentos útiles para fundar el futuro, tienes que decidirlo hoy con valentía e inteligencia. En caso de duda, pregúntale a tu madre, o como diría Clinton: Your mother should know.EITIMADO BEBETO: ¿Qué vas a hacer cuando seas grande? Haz lo que quieras, pero sólo lo que quieras, no lo que te impongan la tradición o la etnia, o la familia; no lo que te exija la cada vez más estúpida publicidad; no lo que te pidan los amigos o te demanden los enemigos. Haz lo que quieras; pero para saber lo que realmente quieres tendrás que ir a lo profundo de tu corazón y ahí

descubrirás -espero- que lo que quieres es vivir del mejor modo posible. Vivir no es lo mismo que durar; vivir no es lo mismo que tener; vivir no es un negocio; vivir es una amorosa pasión.

Pero basta de rollos, ya tendremos tiempo. Por lo pronto, en este momento magnífico de tu vida en el que tus deseos .y tus necesidades son exactamente lo mismo, no tienes más que dos tareas: retorcerte y berrear, o como diría Aunando que, por cierto, es igualito a mi tía Aurora: lo que te toca es Twist and shout.

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OYE, HIJO, ¿CREE! EN DIO!? En mi pregunta no hay ni malicia ni invasión de tu intimidad. Seriamente me preocupa el futuro de Dios. No lo veo por buen camino. Desde el siglo XVIII Dios salió del hit parade y apenas se ha ido defendiendo con milagros ya muy conocidos y con la brutal coacción de la muerte. Imbéciles ha habido que, arrogándose su representación exclusiva, se, han sentido con derecho para disponer de vidas o para legislar los cuerpos. No les creas nada. Son puros ayatolescos y prigionescos ojéis, que es una palabra griega que significa: descendiente en grado inmediato y directo de una mujer que gustosa y monetariamente emplea su cuerpo como condo-minio horizontal... (pausa para que reflexiones). De mí te sé decir que no creo en Dios; que soy en Dios, expresión que para mí significa que, extraviado como estoy en el infinito laberinto de los efectos y las causas, estoy consciente de la existencia del laberinto y vivo en el gozo de saber que alguien o algo impiden que me extravíe. A lo lejos se escucha una música que es una clave, un amanecer, una tibieza que me espera. ¿Quién canta? The fool on the hill.

84EN LOS SESENTA cuando todo era hoy, Bebeto, my dear, cuatro jovenazos de Liverpool, no par-ticularmente cultos, no especialmente refinados, se

encontraron con la gente. El lugar del encuentro fue la Avenida de las Voces esquina con el Boulevard de los Ritmos. Se puso de pelos. Si gobernar es transformar hábitos -¿me estás oyendo, Zedillo?-, la juventud de aquellos años (y espero que la de los tuyos) decidió gobernarse y mandar al desván los inútiles hábitos heredados. Como premio suplementario logramos, con nuestra pasión por Los Beatles, por Serrat y por la música folclórica, que el nuevorriquismo cultural estadounidense se fuera a la goma. En aquel entonces yo tenía pelo y tenía decoradas náuseas con las paranoias gringas. Según los yanquis, para que el mundo fuera feliz había que terminar con Rusia, con Cuba, con México y con todo lo que no supiera a hamburguesa. Hoy, ahogándonos con prestamos, están a punto de lograrlo. Eso creen. Somos correosones. Nada más por joder, y porque mi papá que, si tú no dispones otra cosa, era tu abuelo y fue comunista de los buenos y vio en el socialismo una esperanza que aún vive en mí (y espero que en ti), vamos a reírnos un poco

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(o un mucho) de Los Beach Boys y de sus arrebatos gregoriAÑOS que aprueban la 187, y vamos a irnos de regreso al Kremlin: Back in the U.S.S.R.

Y TODO ESTO ¿PARA QUÉ...? Pues no sé, mi pequeño saltamontes. Supongo que no hay un para qué claro. Habrá, quizá, algunos por qués. Escribimos y cantamos porque sí, porque te queremos, porque México, milagrosamente, ahí sigue (¿por cuánto tiempo más?). Porque el corazón tiene razón; porque algo hay que hacer para aliviarnos de Televisa, de los dinosaurios y de los otros modos de la tiniebla; porque como me dijo mi tía La Pingüica: "Mira, mijito, yo soy quedada, pero no con la duda." Hoy es un buen día para salir de dudas. Hoy, desde aquí, los integrantes de esta banda le enviamos un mensaje muy sencillo a la Hillary, pero también a cada uno de los seres que amamos: no puedo vivir sin ti, o como dirían los prestamistas cósmicos: Without you.

YA CERRAMOl... Aquí no hay momentitos... Ya cerramos: Miguel Mancera Aguayo. Tanto más me gustaría decirte. El sonoro silencio del tiempo me avisa que tu juvenil impaciencia está por decirme: tiempo transcurrido, para seguir hablando, deposite otro hijo. Ya no doy. Contigo mandé mi resto. Ya naciste en la mañana del 23 de febrero de 1995. Pesaste tres kilos y medio y nos diste mucha felicidad a todos los que no cotizamos en bolsa ni compramos dólares. Si el misterio nos es propicio, tendremos tiempo de platicar. Tengo que contarte de cabo a rabo lo que nos ocurrió a partir de 1994. Hagamos una cita formal para vemos el primero de julio de 2008. Un abrazo nos espera cuando yo tenga 64 años. He de advertirte que ésta es la única canción que los de la banda, temerosos de mi vacilante afinación y de mi inexistente cuadratura, me han permitido cantarte. De Lennon y McCartney: When I'm sixty four.

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When I get older losing my hair, Many years from now,Will you still be sending me a Valentine

Birthday greetings bottle of wine. If I'd been out till quarter to three Would you lock the door.Will you still need me, will you still feed me, When I'm sixty-four.You'll be older too, And if you say the word, I could stay with you.I could be handy, mending a fuse When your lights have gone.You can knit a sweater by the fireside Sunday morning go for a ride, Doing the garden, digging the weeds, Who could ask for more.Will you still need me, will you still feed me, When I'm sixty-four.Every summer we can rent a cottage, In

the Isle of Wight, if it's not too dear We shall scrimp and save Grandchildren on your knee Vera, Chuck & Dave Send me a postcard, drop me a line, Stating point of viewIndicate precisely what you mean to say Yours sincerely, wasting away Give me your answer, fill in a form Mine for evermore.Will you still need me, will you still feed me. When I'm sixty four.

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QUERIDO BEBETO: Pude escribirte esta carta porque a ella concurrieron múltiples voluntades. Sin la aportación del PRI, el humor mexicano prácticamente no existiría; sin CONACULTA, que no nos dio el menor apoyo, de lo contrario esta carta hubiera necesitado bibliografía y notas de pie de página; sin el público, que la oyó en el crepúsculo del siglo xx, todo sonaría vacío; pero en especial, no hay cuento que sobreviva sin el canto. Aquí estuvimos: en la batería Pedro Mar-tínez; mi tía Aurora: Armando Vega Gil; en el amor por Los Beatles y en todos los instrumentos y voces: Ignacio Jaime. Estuviste tú mismo mientras fuiste habitante de la presentísima ausente Adriana Landeros de Dehesa. Bajo, ruin, malévolo, en el bajo, en la guitarra de acompañamiento, en el requinto y en el abundante suministro de botanas: Max Peniche. Nuestro obsesivo director musical fue el oscuro objeto del deseo; el único Beatle que parece Buky: el Mozart de Tacubaya, Ernesto "El Canalla" Anaya. La redacción y lec

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tura de la carta misma corrió a cargo de tu mero padre: Germán Dehesa. Se termina la carta pero no se termina el agradecimiento por su grata com-pañía y por los mil modos de su afecto. Juntos tratamos de rescatar lo mejor de nuestros recuerdos para construir con ellos un futuro. Esto merece un abrazo, o como dirían Los Beatles: Hold metight.

Toda carta que se respete necesita una posdata. Posdata: te quiero; posdata: los queremos; posdata: es tiempo de quererse, es tiempo de abrazar:P. S. I love you.

Danzón dedicado a Bebeto, a todos los que van a ser, a Adriana, al Cabús de Aguascalientes y ex-traviados que lo acompañan.

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La edición consta de 10,000 ejemplares.Impreso en octubre de 1997 en Litoarte, S.A. de C.V.,

San Andrés Atoto No. 21-A, Col. Ind. Atoto,Naucalpan, 53519, encuadernado en

Sevilla Editores, S.A. de C.V.Vicente Guerrero No. 38,San Antonio Zomeyucan,

Naucalpan, 53750,Edo. de México.