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1 “DEL ARANCEL A LA MODERNIDAD, PASANDO POR LAS TASAS Y DESPLAZAMIENTOS” (NOTAS HISTÓRICAS SOBRE EL MODELO DE OFICINA JUDICIAL ESPAÑOL) Pascual Ortuño Muñoz Magistrado “A Manuela Carmena, que descubrió la partida PSC en las tasas judiciales 1 Índice I.Introducción II.Los orígenes de la construcción de una administración de justicia en la edad moderna III.Los avatares del proceso de racionalización del funcionamiento en el siglo XIX IV.La configuración histórica de la oficina judicial: la primera mitad del siglo XX V.La configuración histórica de la oficina judicial: la realidad heredada VI.Breve historia de la reforma de 2009 VII.Los ejes del modelo de oficina judicial de la reforma BIBLIOGRAFÍA I.INTRODUCCIÓN Las cosas no son nunca “porque sí”, sino que responden a la ecología del sistema, utilizando en lenguaje moderno el axioma orteguiano de la prevalencia de las circunstancias. Parece oportuno por ello echar una mirada a la forma y elementos fácticos que tuvieron una especial incidencia en el viejo modelo, ante la perspectiva del importante cambio que se está produciendo en la forma de organizar la administración de justicia como consecuencia del más importante esfuerzo modernizador desde la Ley Orgánica de 1870. La conclusión es que los condicionantes históricos, especialmente la escasez de medios económicos y el desinterés de los poderes del Estado por la construcción de un modelo de justicia eficiente e independiente, han marcado hasta ahora el sistema. A pesar de la crisis económica en la que se produce este nuevo proyecto para el siglo XXI, y pese a la reacción adversa de importantes colectivos profesionales, existen elementos positivos para pensar que estamos ante un cambio de mentalidad, impuesta en parte por la necesidad social de disponer de un sistema de justicia que responda a las previsiones constitucionales. 1 Descubrió Doña Manuela, cuando era decana de Madrid, y tras muchas elucubraciones, que aquellas siglas en las liquidaciones de tasas judiciales no significaban otra cosa que: “por si cuela”. Durante muchos años estuvieron incluyéndose en las tasaciones de costas. A cambio, los jueces no se enteraban de lo que pasaba en la oficina. ¡¡¡Eran los tiempos en los que funcionaban bien las cosas …!!!

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“DEL ARANCEL A LA MODERNIDAD, PASANDO POR LAS TASAS Y DESPLAZAMIENTOS” 

(NOTAS HISTÓRICAS SOBRE EL MODELO DE OFICINA JUDICIAL ESPAÑOL) 

Pascual Ortuño Muñoz Magistrado 

 

“A Manuela Carmena, que descubrió la partida PSC en las tasas judiciales1” 

Índice 

I.‐ Introducción 

II.‐ Los orígenes de la construcción de una administración de justicia en la edad moderna  

III.‐ Los avatares del proceso de racionalización del funcionamiento en el siglo XIX 

IV.‐ La configuración histórica de la oficina judicial: la primera mitad del siglo XX 

V.‐ La configuración histórica de la oficina judicial: la realidad heredada 

VI.‐ Breve historia de la reforma de 2009 

VII.‐ Los ejes del modelo de oficina judicial de la reforma  

BIBLIOGRAFÍA

 

I.‐ INTRODUCCIÓN 

Las cosas no son nunca “porque sí”, sino que responden a la ecología del sistema, utilizando en lenguaje  moderno  el  axioma  orteguiano  de  la  prevalencia  de  las  circunstancias.  Parece oportuno por ello echar una mirada a la forma y elementos fácticos que tuvieron una especial incidencia  en  el  viejo  modelo,  ante  la  perspectiva  del  importante  cambio  que  se  está produciendo en la forma de organizar la administración de justicia como consecuencia del más importante esfuerzo modernizador desde  la  Ley Orgánica de 1870.  La  conclusión es que  los condicionantes históricos, especialmente  la escasez de medios económicos y el desinterés de los poderes del Estado por la construcción de un modelo de justicia eficiente e independiente, han marcado hasta ahora el sistema. A pesar de la crisis económica en la que se produce este nuevo  proyecto  para  el  siglo  XXI,  y  pese  a  la  reacción  adversa  de  importantes  colectivos profesionales,  existen  elementos  positivos  para  pensar  que  estamos  ante  un  cambio  de mentalidad,  impuesta en parte por  la necesidad social de disponer de un sistema de  justicia que responda a las previsiones constitucionales. 

                                                            1 Descubrió Doña Manuela, cuando era decana de Madrid, y tras muchas elucubraciones, que aquellas siglas en las liquidaciones de tasas judiciales no significaban otra cosa que: “por si cuela”. Durante muchos años estuvieron incluyéndose en las tasaciones de costas. A cambio, los jueces no se enteraban de lo que pasaba en la oficina. ¡¡¡Eran los tiempos en los que funcionaban bien las cosas …!!! 

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El objetivo de este trabajo es el de intentar clarificar los ejes de la reforma actual y las razones que la inspiran, con independencia de la mayor o menor bondad de la propuesta trasladada ya a  los  textos  legales,  del  acierto  del  esquema  que  está  en  la mente  del  legislador,  o  de  la persistencias de condicionamientos negativos estructurales e institucionales.  

No  desconozco  la  demanda  un  amplio  sector  de  la  carrera  judicial  que  se  rebela  contra  el proyecto de la nueva oficina, al entender que son necesarios cambios estructurales ineludibles para una auténtica y profunda modernización, y que éstos deben abordarse previamente  si existe verdadera determinación en optimizar el servicio público de  la  justicia como eje de  las garantías  de  los  derechos  de  los  ciudadanos.  Comparto  la  tesis  de  JIMÉNEZ  ASENSIO  al destacar que persisten factores que suponen un lastre importante para las reformas, como la cautividad  del  CGPJ  por  los  partidos  políticos  mayoritarios  ante  los  déficits  que  vienen produciéndose  en  la  designación  de  los  vocales  que  lo  integran,  la  cautividad  del  cuerpo judicial por un asociacionismo predominantemente  reivindicativo, y  la cautividad del cuerpo funcionarial por los sindicatos, que tienen sus miras puestas fundamentalmente en la defensa de  intereses  corporativos2. Mi propósito  se  limita a analizar  la  importancia de  la estructura económica que ha dado soporte a  la oficina  judicial desde el siglo XIX, que ha condicionado secularmente el diferente papel que los jueces han desempeñado en la misma.  

En el sentido que constituye el objeto de este  trabajo, cabe afirmar que  lo que entendemos hoy por oficina  judicial, término acuñado en  la postmodernidad que  jamás se había utilizado en  los  siglos  precedentes,  es  una  entidad  de  elaboración  histórica  y  de  conformación paulatina.  Sus  carencias  son  fruto  de  graves  errores  de  diseño  y  de  condicionamientos  del pasado. Su  funcionamiento conserva vestigios de estratos ancestrales que se han mantenido en  ocasiones  con  fundamento  en  principios  que  quedaron  obsoletos,  o  en  prejuicios  que fueron abandonados hace años por las generaciones precedentes. 

Una  constante  histórica  en  la  administración  de  justicia  ha  sido  el  desinterés  del  poder legislativo y de    los gestores políticos por modernizar el sistema. Probablemente  la razón ha sido  el  oscuro  deseo  de  ejercer  un  control mediato  de  los  tribunales  que  garantizase  una esfera de impunidad, especialmente ante la arbitrariedad del ejercicio del poder o la constante de la corrupción política en épocas de nulo o bajo nivel democrático.  

Es  de  resaltar  que  cuando  se  dota  de  un  armazón moderno  al  sistema  de  justicia,  como exigencia del proceso de codificación que ya arrastraba un retraso de casi un siglo en relación a Francia  o  a  Alemania,  España  atravesaba  uno  de  los momentos  de mayor  pobreza  de  su historia. No  existían  dotaciones  presupuestarias  para  darle  un  impulso modernizador,  y  se optó por los modos de administrar la justicia que han sustentado la base de la oficina judicial hasta épocas muy  recientes, en  torno a un  juez aislado, ubicado en un  tribunal unipersonal que  era  administrado por un  secretario  judicial que  controlaba  el  curso de  los procesos.  El 

 2 JIMENEZ ASENSIO, Rafael. En “El encaje constitucional de la NOJ”. Ponencia presentada en el curso  “La  nueva  Oficina  Judicial”,  CENDOJ,  2010,  señala  que  “Sin  embargo,  todas  estas reformas,  tardíamente  implantadas,  corren  serio  riesgo de no  suponer  un avance  real  en  el proceso de  innovación que exige el sistema  judicial español, puesto que no se puede  llevar a cabo una reforma sólo o predominantemente procesal del modelo de Oficina Judicial cuando el sistema judicial tiene profundos problemas abiertos de institucionalización y nunca resueltos de forma seria. La gobernanza del sistema judicial muestra unos déficit importantes, mientras que la demarcación y planta judicial está fuertemente imbuida por criterios decimonónicos y nada adaptada a las nuevas realidad social, así como el modelo de organización y gestión imperante en la Administración de Justicia bien se puede calificar de agotado e inoperante para asumir las exigencias de una sociedad como la española en pleno siglo XXI”. 

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modelo ha dado  lugar a  la fragmentación de  la  jurisdicción en pequeños núcleos autárquicos fácilmente controlables. CHARLES ESDAILE describe el último tercio del siglo XIX en una España esencialmente rural, como una época en la que la pobreza y la hambruna de la población, tras las guerras carlistas y  la pérdida de  las colonias, contrastaba con una oligarquía que  todo  lo dominaba y todo lo podía, protegida por los magistrados locales, de la misma extracción social que los propietarios de las tierras”3.  

En épocas más recientes el desinterés por la mejora estructural de la justicia ha provenido de su  escasa  rentabilidad  político‐electoral.  A  pesar  del  papel  que  la  justicia  desempeña  en nuestra  sociedad,  lo  cierto  es  que  mientras  la  administración  pública  en  general  ha experimentado un proceso notable de modernización (la sanidad, la gobernanza, el ejército, la educación o  la hacienda pública),  la  justicia ha seguido una dinámica de reformas parciales e insuficientes que no han logrado otra cosa que mantener remozadas unas estructuras arcaicas, insuficientes e inapropiadas para la sociedad del siglo XXI. 

Las conclusiones de este trabajo de  investigación histórica permiten sostener que en nuestro proceso histórico, el eje de la oficina judicial radicó desde mediados del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX en  la figura de un notario, en funciones de secretario  judicial, que dirigió, organizó e incluso pagó los gastos del servicio público en base al cobro del arancel, incluido los sueldos del personal administrativo y auxiliar, con excepción del de los jueces y los alguaciles. La gestión, como en el caso de  los  registradores y notarios,  fue privada,  lo que explica  la ya aludida peculiaridad nacional del juzgado como unidad celular, que no existe en los países de nuestro entorno, puesto que se constituyeron ya desde el XIX como tribunales colegiados de instancia,  gestionados  siempre  como  organismos  públicos.  Íntegramente  dependientes  del presupuesto del Estado.  

Existe otro  factor que ha  condicionado nuestra oficina  actual ha  sido  la  exacerbación de  la escrituridad en  la tramitación procesal,  justificada por  la desconfianza absoluta en  los  jueces del primer grado, y  la obsesión porque  los asuntos  llegaran a  la apelación o a  los  tribunales colegiados  sentenciadores.  Este  es  un  elemento  que  ha  favorecido  el  paralelismo  entre  la notaría y el juzgado. Cuando en el año 1985 se derogó el sistema de arancel y, especialmente, cuando desaparecieron otros devengos de administración directa por  los secretarios (y por el personal  delegado  del  mismo),  incluidas  las  famosas  astillas  y  gastos  de  locomoción  y desplazamiento,  la oficina decimonónica se deshizo, sin que fuera sustituida por otro sistema de gestión  racional,  lo que provocó un verdadero caos que se mitigó con el surgimiento del juez en un nuevo papel, como jefe de la oficina judicial.  

Hasta ese momento el juez se había dedicado a la función que le era propia: a la presidencia de los  actos orales,  y  al dictado de  las  sentencias  en  casos  contradictorios.  La desafección del funcionariado por  las  reformas  aludidas que motivaron  la pérdida de  su estatus económico (privilegiado por  los  complementos que percibía),  generó una  auténtica huelga de  celo que motivó  la necesidad de que el  juez saliera de su despacho y se pusiera al frente del  juzgado, auxiliado  en  ocasiones  por  el  secretariado  judicial  que,  desconcertado,  tardó  años  en encontrar su  lugar en el sistema, y se refugió en la antigua función notarial de “dar fé” de las actuaciones  con  su presencia  y  firma,  (en un momento  en  el  que  comenzaba  la  revolución tecnológica).  

 3 CHARLES ESDAILE, “Spain in the liberal age. From Constitution to civil war, 1808 ‐ 1939”, Edición de El País, 2007, tomo 17, página 360. 

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La  ausencia  de  reformas  estructurales,  o  la  tibieza  de  las mismas  (decanatos,  aparición  de oficinas  comunes  de  notificación),  han  permitido  el mantenimiento  de  un modus  operandi inapropiado, obsoleto, que no ha podido hacer frente al incremento de la litigiosidad que se ha producido  en  los  últimos  veinticinco  años. Durante  este  tiempo  la  imagen  de  la  justicia  ha alcanzado niveles  lamentables4, mientras que  los  jueces, que cada vez han soportado mayor carga  de  trabajo,  han  visto  degradada  su  función  al  tener  que  suplir  las  deficiencias  de  la ausencia de personal  judicial auxiliar suficientemente formado, y abrumados por  la exigencia de  la  inmediación en  la práctica  totalidad de  los  trámites procesales,  incluso aquellos en  los que  notoriamente  resulta  innecesario.  De  esta  forma  también  se  ha  generado  una  cierta frustración profesional en quiénes, preparados para dar una respuesta técnica a conflictos de relevancia  jurídica, han tenido que hacer de  jefes de personal, de formadores de  los cuerpos auxiliares  y  de  gestores  de  la  litigiosidad  impropia  que,  por  la  ausencia  de  los  filtros  que debieran  existir,  colocan  al  juez  en  el  rompeolas  de  todos  los  conflictos,  por  leves, intrascendentes o absurdos que puedan ser, como ponen de manifiesto los 9.567.280 procesos incoados  en  20095  en  todas  las  jurisdicciones,  de  los  cuales  un  porcentaje  inferior  al  20 % hubieran sido encomendados a un juez en sistemas anglosajones. 

 

II.‐ LOS ORÍGENES DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA EN LA EDAD MODERNA  

El  concepto de  “administración de  justicia”  es un  concepto propio de  la modernidad, de  la Ilustración.  En  el  antiguo  régimen  la  justicia  siempre  había  sido  un  atributo  del  poder económico y político. Como  tal  siempre ha  sufrido  los mismos avatares que éste:  la  justicia estaba  sumamente  fragmentada  en  el  nacimiento  de  los  estados  modernos,  pues  su administración estaba atribuida como  regalía o manifestación del poder a diversos  titulares: con  carácter  territorial  al  señorío,  a  los monasterios,  prioratos,  abadías,  obispados,  o  a  las ciudades  en  virtud  de  la  concesión  de  sus  fueros  o  privilegios6.  También  se  utilizó  como moneda  de  cambio  para  la  recaudación  de  impuestos  por  los  reyes  para  sus  necesidades militares, o para otorgar privilegios por servicios prestados. 

No obstante,  y hasta  finales del  siglo XIX,  la distribución  territorial de  la  competencia en  la administración de  justicia  tuvo unas  fuertes  limitaciones por  la coexistencia de  jurisdicciones paralelas  autónomas  “ad  personam”,  como  la  jurisdicción  eclesiástica  (y  dentro  de  ésta  la inquisición o  santo oficio),  la  jurisdicción militar, o  la de  las hermandades o gremios. Con el 

 4 AYUSO, Mercedes y Montserrat Guillén. “La mediación dentro de la pirámide de litigiosidad: los costos de la justicia”, Capítulo XV del Libro Blanco de la Mediación en Cataluña, pág 825 a 871. IDT‐Generalitat de Catalunya, Barcelona, 2010. (disponible en www.llibreblancdelamediació.com) 

5 “LA JUSTICIA DATO A DATO 2009”, página 30, publicado en la web “poderjudicial”. La estadística muestra que en el 2009 hubo un total de 9.567.280 de procesos incoados, respecto de los cuales hubo un total de 1.623.171 sentencias. Descontando la tasa de no resueltos, el porcentaje de sentencias con contradicción alcanza ligeramente el 23 %, que es todavía menor si se descuentan las sentencias penales “de conformidad” y los allanamientos civiles. 

6 La justicia, como competencia propia del “burgo”, de las ciudades, condados o comunas, no ha estado nunca  tan  desarrollada  en  España  como  en  Italia,  que  tenía  esta  fórmula  desarrollada  desde  el renacimiento, o el Reino Unido, que la implantó en la época de Cromwell, o en la Francia consecuente con el proceso de ilustración. 

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advenimiento de la casa de Borbón que importaba la burocracia francesa y el absolutismo (el despotismo  ilustrado), ya desarrollado por Luis XIV en el vecino país, se  inició a principios del siglo XVIII una clara tendencia a la consolidación de una jurisdicción real.  

Es también con el surgimiento del Estado moderno cuando aparece una administración pública centralizada  (o  centralizante),  coronada  por  un monarca  absoluto  que  ya  no  se  limitaba  a impartir  justicia como el viejo  rey medieval  sino que, además,  llevaba adelante un proyecto político y ejecutaba tareas difícilmente asimilables a la administración de justicia de hoy, como ha  sido  objeto  de  análisis  profundo  en  el  trabajo  colectivo  “La  Jurisdicción  Contencioso Administrativo  en  España:  Una  historia  de  sus  orígenes”,  en  los  Cuadernos  de  Derecho Judicial7.  Es  aquí  cuando  se  consolidan  las  “Audiencias  reales”,  en  las  que  se  ubicaban  los “oidores”, ante quiénes se trasladaban las denuncias, demandas y quejas que previamente se planteaban generalmente ante los ayuntamientos.  

Los problemas  en  el  siglo  XVIII  se  centraban  en  la delimitación de  las  esferas de  lo que  se conoce como gobernanza, y lo que se conoce como justicia. Qué es gobierno, y qué es justicia es una problemática no resuelta hasta bien entrado el siglo XX. El mecanismo que se implantó fue el de las denominadas “cédulas de discordia”, especialmente en el ámbito territorial de las Indias y los territorios de Ultramar, y las “apelaciones de actos de gobierno”8. Tampoco es un tema cerrado en nuestros días. 

También es de extraordinaria  importancia el  impacto en  la península e  islas adyacentes de  la implantación de los modelos de justicia en las colonias de ultramar, que se organiza de forma más coherente y racionalista, puesto que  los virreinatos son “de nueva planta”. Los  jueces y magistrados permiten contrarrestar el poder de los virreyes con una administración de justicia que mantiene  su vínculo  con el poder  real, y  con  la Suprema Corte de  las Españas y de  las Indias, que es el antecedente del Tribunal Supremo actual9.  

Durante  el  siglo  XVIII  la  organización  de  la  justicia  se  fue  desprendiendo  ya  de  algunos elementos  típicos  del  antiguo  régimen.  A  pesar  de  que  se  reitera  la  idea  de  que  nuestro modelo de oficina actual proviene del siglo XIX, la realidad es que tiene su anclaje en un siglo anterior,  como  señala  JAVIER  PAREDES  “La  institución  judicial,  en  la  manera  como  venía regulada en  la Novísima Recopilación, año 1805, no necesitaba de grandes  reformas”  10. Las modificaciones estructurales que se necesitaban entonces se centraban en  la  independencia gubernativa, la supresión de los señoríos y las jurisdicciones especiales, como la de la milicia y la de  la  Iglesia, pero  todavía no había  surgido ni  imaginado  siquiera el  concepto de  carrera judicial, si bien,  junto con  las numerosas personas que ostentaban  la competencia de  juzgar por tenerla atribuida por razón de fuero, privilegio o especialidad, en el ámbito de las ciudades 

 7 AGÜERO, Alejandro. “Herramientas conceptuales de los juristas del derecho común” en La Jurisdicción contencioso administrativa”, Cuadernos de Derecho Judicial. Editados por el CENDOJ. Tomo VII 2008. 

8 GARRIGA ACOSTA, Carlos.  “Gobierno y Justicia” en “La Jurisdicción contencioso administrativa”, opus cit. Págs. 47 a 113. Cuadernos de Derecho Judicial. Editados por el CENDOJ. Tomo VII 2008. 

9 MOLAS RIBALTA “Historia General de España y América”. 

10 PAREDES, Javier: “La Organización de  la  justicia en  la España Liberal”, CIVITAS, monografías, Madrid 1991. Pag 82. 

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se  fueron  implantando  los  “Alcaldes  de  Corte”  o  los  ya  citados  oidores  de  justicia,  cuya regulación se recoge en la Novísima Recopilación11.  

En el siglo XVIII se consolidaron las Reales Chancillerías, a las que, con respeto de los fueros y privilegios jurisdiccionales, iban los asuntos civiles de alguna importancia o las causas penales de mayor trascendencia pública –casos de corte‐, allí se instalaron las antiguas Audiencias, una suerte de  tribunales  reales que  tenían  competencias  gubernativas  y  judiciales, que  siempre tuvieron la facultad de avocar12. 

En cualquier caso, y en  lo que se refiere a  los costes del  los procesos, que en definitiva es el principal elemento que condiciona la estructura de las oficinas judiciales, se produjo en el siglo XVIII la introducción del  arancel (derechos de vista) como fórmula para sufragar los gastos que se derivaban de la tramitación de los juicios: también la novísima recopilación en 1805 recoge su funcionalidad13: “Todos los ministros y oficiales y cada uno de  los que al presente son y en adelante fueren, serán obligados a guardar y cumplir el arancel en todo y por todo, según en él se contiene mientras no se mandare otra cosa, han de tener en sus oficios una tabla en público, con el arancel que corresponde a cada oficio, de letra clara y legible, para que cada uno sepa lo que  ha  de  llevar,  y  las  partes  lo  que  han  de  pagar,  y  las  digan  y  pidan  enteramente  sus derechos en la cantidad señalada en él”.  Son frecuentes las órdenes reales advirtiendo de los abusos  en  el  cobro  del  arancel  que,  por  otra  parte,  compensaba  a  los  escribanos  de  las intervenciones en las que, por su naturaleza, nada podían cobrar. 

Con  la  revolución  francesa  y  la  recepción  en  España  de  los  ideales  de  la  nueva  era  que  se instauraba, la justicia estaba llamada a ser el tercer poder del Estado de Derecho. Sin embargo, y  a  pesar  de  las  proclamas,  leyes  de  bases,  comisiones  de  codificación  y  ensayos constitucionales,  la  instauración de un sistema eficaz de  justicia siguió siendo una asignatura en  la que una y otra vez se suspendía hasta  las  reformas que se produjeron ya a  finales del siglo XIX. 

 

III.‐  LOS  AVATERES  DEL  PROCESO  DE  RACIONALIZACIÓN  DEL  FUNCIONAMIENTO  DE  LA JUSTICIA EN EL SIGLO XIX 

El  Estatuto  de  Bayona  en  cuyo  artículo  98  se  suprimían  los  tribunales  especiales,  las jurisdicciones  especiales,  las  justicias  de  abadengos,  órdenes  y  señoríos,  así  como  la Constitución de 1812, que proclamó  la  jurisdicción unificada en todo el reino, representan el punto de partida respecto a  los principios o bases del sistema de  justicia, pero no  llegaron a materializarse nunca en derecho positivo. El repliegue de Fernando VII hacia el absolutismo y el  conservadurismo  dio  pié  a  que  se mantuvieran  las  jurisdicciones  especiales.  La  presión ejercida por determinados sectores para conservar los privilegios fue enorme en todo el siglo 

 11 Novísima Recopilación, 1805. Libro IV, Título XVIII, pág. 326. Fondo documental de la Universidad de Sevilla. "web: pixelegis.com” 

12 Novísima Recopilación. Id al anterior, pág 107. Mediante la avocación, cualquier persona con interés legítima podía solicitar de la Audiencia que recabase para sí el conocimiento de una causa que estuviese siendo enjuiciada por un  juzgado de otra corte de  inferior rango. Si  la Real Chancillería  lo consideraba oportuno, reclamaba para sí la avocación del pleito en el estado en el que se encontrase.  

13 Novísima Recopilación. Id al anterior. Pág 286. Libro IV, Título XVII, Ley IV. 

 

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XIX.  El  papa  Gregorio  XVI  amenazó  a  la  monarquía  española  con  la  ruptura  cuando  se pretendieron eliminar los fueros eclesiásticos, (incluso el Santo Oficio continuó su labor hasta la mitad del siglo). En consecuencia, una de  las principales preocupaciones permanentes del liberalismo decimonónico  fue  la unificación  jurisdiccional, corolario del principio de  igualdad, conectado con la tendencia centralizadora.  

Ostentando  Argüelles  el  ministerio  de  gracia  y  justicia,  y  debido  a  los  escasos  recursos económicos de los que se disponía, se optó por mantener el “estatus quo” en todo el territorio en  cuanto  a  la  administración  de  justicia,  pero  con  el  contrapeso  de  unas  Audiencias Territoriales  en  las  que  se  residenciarían  las  avocaciones  y  las  apelaciones.      En  1.814  se publicaron  los  Reglamentos  de  la  Suprema  Corte,    de  las  Audiencias  Territoriales  y  de  los Juzgados de Primera  Instancia  (en esta época  tanto  civiles  como penales,  inexistentes en  la mayoría del territorio), pero hasta 1834, siendo ministro Martínez de la Rosa, no se publicó la división territorial en las 15 Audiencias Territoriales, al tiempo que se suprimieron los Consejos de España y de las Indias y se estableció el Supremo Tribunal de España y de las Indias, con una sala de Ultramar14. 

Por  lo que  se  refiere a  la organización de  lo que podría denominarse una  incipiente oficina judicial,  el  Decreto  de  26  de  septiembre  de  1835  promulgó  el  Reglamento  de  la  Justicia Ordinaria, por el que  se atribuyó a  los alcaldes y  tenientes de alcalde el oficio de  jueces de primera instancia (artículo 32): “para todas las diligencias judiciales sobre asuntos civiles, hasta que lleguen a ser contenciosos entre las partes, en cuyo caso deberán remitirlas al juez letrado de primera instancia”, así como en materia penal (artículo 33): “en los casos de cometerse en sus  pueblos  algún  delito,  deberán  proceder,  de  oficio  o  a  instancia  de  parte,  a  formar  las primeras  diligencias  del  sumario  y  a  arrestar  a  los  reos”.  Igualmente  se  les  confiaban importantes competencias conciliatorias: “Cuantos más  litigios y querellas corten, mayor será el servicio que hagan al Estado”. 

El Decreto de 22 de septiembre de 1836 creó  la “Junta calificadora de magistrados y jueces”, “para preparar la organización judicial, para cuando sea dable hacerla sobre el principio de la inamovilidad”. No obstante el ministro de gracia y  justicia quedaba autorizado a suspender a los jueces por cuatro meses, y el consejo de ministros era el competente para su destitución, sin perjuicio de que lo hubiera sido en virtud de una sentencia ejecutoria. Lo establecido en el referido decreto quedó en agua de borrajas, puesto que nunca se llegó a implantar el sistema, y  los  nombramientos  continuaron  como  hasta  entonces,  al  arbitrio  del  ministro correspondiente, con el régimen típico de cesantías en cuanto a los demás cargos, en especial, los de escribanos reales, que ejercían de notarios para documentar los pleitos, habida cuenta de que el proceso de enjuiciamiento era esencialmente oral. 

Por Decreto de 1 de agosto de 1843  se crea  la Comisión General de Codificación, en  la que figuran  jurisconsultos  de  la  altura  de  Cortina,  Bravo  Murillo  o  Pascual  Madoz,  que  en legislaturas  posteriores  fueron  ministros  del  ramo.  Poco  después,  por  Decreto  de  9  de diciembre  de  1843,  se  suprimieron  las  cesantías,  lo  que  significó  un  importante  paso  en  la configuración de  las  profesiones  forenses  (jueces, magistrados,  forenses  y  escribanos),  y  se crean las “juntas gubernativas” de las Audiencias Territoriales.  Estos órganos tenían entre sus finalidades  las de procurar  la uniformidad de prácticas y usos protocolarios de  los Tribunales. Por este decreto  se  reguló, por ejemplo, el uso del birrete  y  se  intentó  la  racionalización  y 

 14 PAREDES,  JAVIER:  “La Organización de  la  Justicia en  la España  Liberal”. Asociación Profesional e  la Magistratura. Editado por CIVITAS, monografías, Madrid, 1991. Obra  imprescindible para  conocer  los orígenes de la carrera judicial en España, y a la que debo una gran parte de la información obtenida. 

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mayor eficacia del trabajo de los jueces y tribunales. Se inició una época de gran interés en el desarrollo de la justicia en España. Además del estímulo por una justicia de mayor calidad (se generaliza el aforismo de que “no existe diferencia entre un juez malvado y un juez ignorante”, que recoge  José María Trillo en su “Oración  Inaugural”), se crean  la Academia Matritense de Legislación y Jurisprudencia, y se ponen en marcha diferentes colegios de abogados. 

El Reglamento de  los Juzgados 1ª Instancia de 1 de mayo de 1844, fijó  las atribuciones de  los fiscales, escribanos, secretarios y alguaciles: “Los alcaldes sustituyen a los jueces por causa de enfermedad, o mientras  la  junta de  la  respectiva audiencia no  comisione  letrado a quien  se confíe  el  ejercicio  de  la  jurisdicción”.  “Si  existe más  de  un  juez  por  partido,  intervienen  por turno”.  Los  jueces utilizan a  los alcaldes y alguaciles  como  “policía  judicial”:  “Las diligencias judiciales que en virtud del artículo 32 del Reglamento Provisional para la administración de de justicia se puedan formar por los alcaldes, serán remitidas a los juzgados del partido en cuanto se hagan  contenciosas o haya necesidad de  conocimiento de derecho”.  La  citada norma  fija competencias, deslinda lo administrativo de lo jurídico y regula los deberes de los escribanos, secretarios y alguaciles. En cuanto a los fiscales, se dispone que ha de existir un solo individuo por cada  territorio, para evitar defender distintas orientaciones. Se regula  también el sueldo de cada uno de  los  funcionarios del  tribunal15. A partir del Real Decreto de 30 de marzo de 1846, en los discursos de apertura de los tribunales se consignan los datos estadísticos de cada Audiencia Territorial, lo que nos permite hoy tener una radiografía de la justicia en España y su evolución.  

El ministro  Francisco  Castro  Orozco,  constituyó  en  1847  la  comisión  para  la  redacción  del proyecto  de  ley  sobre  las  condiciones  para  el  nombramiento  de  los magistrados,  sobre  el principio  de  la  inamovilidad”:  RD  8  de  octubre  de  1947  “Nombramiento,  responsabilidad  e inamovilidad” Reformado por RO de  5 de  septiembre de  1850, que  fija de  una  forma muy rigurosa  y  perentoria  los  plazos  y  términos  procesales, mientras  se  promulga  un  código  de procedimiento. 

Es  interesante analizar  las medidas para el  fortalecimiento de  la administración que propuso Bravo Murillo en el proyecto de 15 de abril de 1844, entre las que se incluye la Ley Orgánica de Tribunales, como el acceso por oposición o concurso de méritos,  la jerarquía administrativa y los reglamentos. Para ser juez sería necesario disponer de “datos sobre experiencia o práctica del foro, sin cuyo requisito ninguno debe ser admitido al certamen público”. “El  ingreso en  la carrera  ha  de  comenzar  por  los  juzgados  de  instrucción,  con  un  sistema  cuidadosamente combinado, que concilie  la antigüedad y el mérito para ascender a  todos  los grados, porque adoptado  solo el de antigüedad faltaría el estímulo para sobresalir y distinguirse”. 

En pleno sexenio  revolucionario se promulgó el 11 de abril de 1868  la  ley de bases “para  la elaboración de una  ley  completa  y definitiva de  la ordenación  judicial  y  competencia de  los Tribunales del fuero común, con supresión de  los fueros de guerra, marina y extranjería en  lo respectivo  a  los  negocios  civiles;  también  de  los  juzgados  especiales  de  hacienda  y  los tribunales de comercio, devolviéndose el conocimiento de todos estos asuntos a la jurisdicción real  y  ordinaria”,  inmediatamente  después  se  pone  en marcha  la  unificación  jurisdiccional, 

 15 MADOZ,  PASCUAL.  “Diccionario  geográfico,  estadístico  e  histórico  de  España  y  sus  posesiones  de Ultramar”. Madrid, 1848‐1850. Recoge  los  sueldos de  los distintos profesionales del  foro.  Los  jueces cobraban, en 1855, 7.300, 8.600 o 11.500 reales anuales, según fueran de entrada, ascenso o término, mientras que  los magistrados cobraban 24.000. Los secretarios archiveros percibían 6.600 reales, y  los oficiales 4.100, frente a los 1.500 que percibían los alguaciles.  

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siendo ministro Montero Ríos, con la Ley Orgánica Provisional del Poder Judicial de 187016.  La consagración  absoluta  del  principio  de  unidad  de  fueros  implicaba,  por  su  propia  lógica interna,  el  triunfo  de  la  tendencia  judicialista,  como  pone  de  manifiesto  Rafael  de Mendizábal17.    Había  pasado  más  de  medio  siglo  desde  las  Cortes  de  Cádiz  y  desde  el Reglamento de Juzgados y Audiencias de 1812. Decía Pedro Gómez de la Serna en un artículo publicado  en  la  Revista  General  de  Legislación  y  Jurisprudencia  en  1871,  que  recoge ARGÚNDEZ, que “por una fatalidad que no se comprende, pero que se palpa, siempre que se ha tratado de grandes  reformas  en  la organización  judicial  y  en  los procedimientos  en materia criminal, se han encontrado dificultades  invencibles, creadas por  intereses de algunos, por  la apatía e  indolencia de otros y por  la flojedad de personas que debían haber mirado como un título de gloria unir su nombre al perfeccionamiento de nuestro derecho.18  

Tras  la  LOPJ  de  1870  se  sucedieron  los proyectos  de organización de  las  carreras  judicial  y fiscal, sin que ninguno de ellos cristalizase, hasta   el Proyecto de bases de  la organización de los  tribunales de 1880 de Alonso Martínez, preludio de  la  Ley Adicional a  la  LOPJ de 14 de octubre  de  1882,  que  introduce  el  ingreso  en  la  carrera  judicial  mediante  pruebas,  y  se establece la clara opción por los tribunales de primera instancia colegiados19. 

En cuanto a  la oficina  judicial, se va configurando de forma  imprecisa en torno a  la figura del escribano, que participa del  régimen  jurídico del notariado a cuyo colegio pertenecían, pues ostenta la fe pública, y administra el arancel que posibilita la documentación de los pleitos y el funcionamiento de los tribunales.  

Esta transformación de lo que era la base administrativa del tribunal, tiene su punto álgido en la  promulgación  del  primer  reglamento  notarial,  en  1862,  en  el  que  figuran  incluidos  los escribanos  judiciales como  fedatarios públicos, como antes se señalaba. Con ello se  inicia un periodo  de  desarrollo muy  extenso,  que  está marcado  fundamentalmente  por  factores  de carácter  económico,  puesto  que  las  reformas  que  se  estaban  produciendo  en  el  sistema requerían un aumento de gastos a cargo del entonces Ministerio de Gracia y Justicia, cuando este órgano gubernativo contaba con muy escasas partidas presupuestarias, razón por  la que se mantuvo la financiación basada en el arancel y en la figura de un notario/secretario que al tiempo que aportaba a sus escribientes y a  los medios materiales que resultaban necesarios, financiaba el sistema sin ningún gasto para las arcas públicas.  

El secretario judicial, como profesional independiente al servicio de los tribunales, surge en el último  tercio  del  siglo  XIX,  en  el momento  en  el  que  los  escribanos  reales  se  escinden  del notariado,  en  cuyos  colegios  estaban  integrados  originariamente,  cuando  las  necesidades judiciales  imponen  la  presencia  de  un  escribano  especializado  en  todas  las  actuaciones 

 16 En el discurso de presentación del proyecto de ley  MONTERO RIOS pidió el apoyo de la cámara: “Si se quiere que la institución judicial sea en nuestra patria un verdadero poder, y no un peligro” 

17 MENDIZÁBAL, RAFAEL. “Los órdenes jurisdiccionales. La determinación legal del juez”, en “LA JUSTICIA PROCESAL” (vvaa), Cuadernos de Derecho Judicial. CGPJ, nº VI, 2008. 

18  ARGÚNDEZ,  ANTONIO.  “Historia,  estructura  y  actividad  del  poder  judicial  en  España”.  Editora Nacional, Madrid, 1974. (página 126) 

19 Un  nuevo  proyecto  de  bases  para  la  reforma  de  la  organización  judicial,  de  9.11.1886  de  Alonso Martínez, prevé  la creación de tribunales municipales colegiados: un  juez de carrera y dos adjuntos;  la  separación civil y criminal; y el régimen  jurídico de  las profesiones de fiscal, abogado y  juez. Nunca se llevó a término, pero constituye un antecedente importante para el devenir futuro de la carrera judicial. 

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procesales, en una administración de justicia que era esencialmente oral, y que necesitaba ser documentada  debido  a  la  prevalencia  de  la  apelación  y  de  la  competencia  para  el enjuiciamiento de los delitos en las audiencias territoriales.  

La  Ley  Provisional  de  Organización  de  los  Tribunales  de  1870,    introdujo  determinadas disposiciones  transitorias  referidas  a  los  secretarios  judiciales,  que  a  partir  de  entonces quedaron  diferenciados  del  vetusto  escribano. No  obstante  su  primordial  función  continuó siendo  la  de  cobrar  y  administrar  el  arancel,  como  recuerda  RODRIGUEZ  TIRADO20  en  su interesante  trabajo sobre  la  figura del secretario.   La  institución del arancel, como medio de autofinanciación  en  una  España  debilitada  por  las  guerras  civiles  del  siglo  XIX,  las  guerras coloniales  y  las  sucesivas  crisis  económicas,  constituye  el  condicionante  esencial  del mantenimiento de una  justicia que solo se administraba gratuitamente a quiénes ostentaban la condición de pobres de solemnidad. La estructura  impuesta por  la necesidad de  recaudar fondos está en la raíz de algunos de los problemas históricos que inciden directamente en los déficits  de  la  administración  de  justicia  hoy.  Las  razones  son,  en  consecuencia,  netamente económicas. 

Una última Ley de Bases para la reforma de la justicia, de fecha 31 de marzo de 1900, adjunta a la de presupuestos generales del Estado, adelanta una  idea que, no obstante  su prematura formulación, no fue plasmada legislativamente hasta 1985, ya en el último tercio del siglo XX: la premisa que se quería establecer, similar a  la que ya estaba  implantada en toda  la Europa continental, es  la de que  “todos  los  secretarios, alguaciles  y demás escribanos, no  cobrarán derechos, sino sueldo solamente”.  

 

IV.‐ LA CONFIGURACIÓN HISTÓRICA DE LA OFICINA JUDICIAL: LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX 

Comienza el siglo XX con la Ley Fundamental de Tribunales (refundición de las de 1882 y 1892), que  aportó  la  implantación de  la  inamovilidad  judicial,  y  sentó  las bases para  establecer  la inspección  de  tribunales,  al  tiempo  que  los  jueces,  con  el  sistema  de  oposición,  ganaron prestigio personal y profesional. Eduardo Dato ocupaba el Ministerio de  Justicia y publicó el Decreto de 22 de diciembre de 1902, que modificó  la prueba de acceso a  la  función  judicial (dando mayor  importancia a  los ejercicios prácticos que al examen oral), y estableciendo  la adscripción  de  los  aspirantes  a  los  tribunales  por  un  periodo  de  tres  años  en  concepto  de auxiliares.  Al  mismo  tiempo  fijó  como  sistema  de  acceso  el  de  antigüedad  y  excluyó  los sistemas  de  elección,  por  cuanto  “da  origen  a  rápidas  carreras  y  origina  injustificadas postergaciones, acostumbrando a los funcionarios cuya constante de vida debe ser el derecho a esperar del  favor mejoras y ascensos”. Es en este momento en el que  también  se abroga el cuarto turno, que posteriormente ha sido restablecido en determinados periodos de la historia de la magistratura española21.  

Un nuevo proyecto de reforma de  la  Justicia, el de 1905, también de Eduardo Dato, crea  los tribunales de lo contencioso (abandonando el sistema de Consejo de Estado que había estado vigente durante el siglo XIX), crea los tribunales colegiados de la justicia municipal y establece algunas  directrices  respecto  de  la  carrera  judicial.  En  cuanto  a  la  oficina  judicial,  afianza  el 

 20 RODRIGUEZ TIRADO, Ana María. “Las Funciones Procesales del Secretario Judicial”,  Edit. J.M. BOSCH, Zaragoza, 2001, págs 18 a 23. 

21 ANTONIO ARGÚNDEZ, obra citada, página 150. 

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sistema  de  la  autofinanciación  por  arancel:  “Será  requisito  para  acceder  a  la  judicatura, pertenecer al cuerpo de aspirantes, o ser abogado con más de dos años de ejercicio o  juez o fiscal municipal; los jueces municipales cobrarán con cargo al arancel”. 

Antonio  Maura  elabora  un  nuevo  Proyecto  de  Bases  para  la  reforma  de  los  tribunales, mediante el Real Decreto de 2 de diciembre de 1914. En la discusión parlamentaria del mismo, Víctor  Pradera  propuso,  sin  éxito,  la  supresión  del  arancel,  que  en  consecuencia  continuó como forma de financiación de la administración de justicia. 

No  obstante  las  declaraciones  contenidas  en  los  proyectos  y  decretos  gubernamentales,  la administración de justicia alcanzó las cotas más bajas de su historia en el primer tercio del siglo XX. Roig  i Bergadá, ministro de gracia y  justicia, al exponer ante el congreso de  los diputados las  líneas de  su ministerio en 1918, narraba un panorama desolador22:  “la  justicia  es  lenta, cara, complicada, de escasos  rendimientos en  sus  resultados, dura y poco humana, viniendo sujeta a la influencia de la política, que si en las altas esferas es de escasa importancia, por el prestigio  y  la  elevada  preeminencia  de  los  primeros  puestos  de  la  magistratura, desgraciadamente en los puestos de inferior grado, sobre todo en los juzgados rurales, el juez sufre  la  influencia  directa,  cercana  e  inmediata  del  cacique  y  de  los  parlamentarios  de  la comarca, ya no tan grosera, ya no tan coactiva, pero no menos cierta”. 

Lo que hoy podríamos entender como oficina  judicial, estaba en el primer tercio del siglo XX sujeta a  los dictados de  la política  local, como muestra  la dependencia de  la ubicación de  los equipamientos  judiciales de  los municipios, pero en cuanto a  su  funcionamiento continuaba delegada a quien  la  sostenía económicamente, es decir, al  secretario  judicial que  tenía una categoría  social  superior  incluso  a  la  del  juez.  Los  jueces,  por  otra  parte,  dependían  de  los favores de  los políticos y de sus  influencias cerca del ministerio para cosas tan triviales como los  permisos,  o  tan  importantes  como  los  ascensos  y  traslados,  que  estaban  en manos  del ministerio de turno. Es interesante la lectura de la obra de Félix Gil Mariscal “La función judicial aplicada y los jueces” para tener una idea aproximada de lo expuestos que estaban los jueces, con unos sueldos mínimos, que provocaban “la  incompleta satisfacción de  los fines humanos primordiales, con la consiguiente aproximación al estado de necesidad jurídica23. 

El 20 de octubre de 1923  se  creó  la  Junta Organizadora del Poder  Judicial,  con una oficina Inspectora para  la depuración de  responsabilidades  civiles  y penales por prevaricación,  con efectos  retroactivos a  los  cinco años anteriores. El  sistema establecía el autogobierno de  la magistratura,  pero  no  llegó  a  consolidarse  a  pesar  de medidas  como  la  separación  de  las carreras  judicial y  fiscal y  la creación del Consejo  Judicial en 1926. Los  jueces y magistrados vieron con entusiasmo que los enunciados sobre la independencia judicial, fundamentalmente respecto  del  poder  ejecutivo,  podían  traer  grandes  ventajas,  pronto  comprobaron  que  la dictadura de Primo de Rivera diseñaba un modelo que ella misma no respetaba, restringiendo de  facto  la  autonomía  judicial  por  la  escasez  de medios  que  continuaron  dependiendo  del arancel y de la semiprivatización que venía instalada desde el siglo XIX, y por la consolidación de prácticas tales como la facultad del gobierno de suspender la eficacia y cumplimiento de las sentencias introducida por el Decreto Ley de 14 de octubre de 1926, imponiendo la vigilancia a 

 22 JOSEP ROIG I BERGADÀ, fue catedrático de derecho mercantil, presidente de la Academia catalana de legislación y jurisprudencia, y alcalde de Barcelona. Miembro del partido liberal, ocupó la cartera de Gracia y Justicia de la que dimitió por la posición contraria al estatuto de autonomía del ministro de la gobernación Alba Bonifaz, siendo presidente del gobierno Antonio Maura. 

23 GIL MARISCAL, Félix. “La Función Judicial Aplicada y los Jueces”. Editorial Reus, 1922, págs. 66‐68. 

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los jueces por la Guardia Civil o suspendiendo provisionalmente la inamovilidad judicial con el Decreto Ley de 22 de diciembre de 1928.  

El tema de la justicia seguía sin resolverse al advenimiento de la II República. Muy pronto, del 6 al  12  de  julio  de  1931  se  celebró  en  el  palacio  del  Senado  la  que  se  denominó  “Asamblea Judicial”, bajo la presidencia del presidente del Tribunal Supremo, y con Fernando de los Ríos como ministro de justicia. En la misma se redactaron las bases para la reforma, entre las que, en  lo  que  se  refiera  a  la  oficina  judicial,  se  fijaba  el  objetivo  de  unificar  las  funciones  del secretariado con el resto del personal al servicio de los juzgados24.  

Fernando de  los Ríos  impulsó con carácter urgente  los estudios previos para una reforma en profundidad de  la  justicia. Tal vez sea  la de mayor  importancia que nunca se ha producido a nivel teórico, que no práctico, puesto que  la mayor parte de sus propuestas no se tradujeron posteriormente  al  derecho  positivo  por  los  avatares  históricos  que  sucedieron.  Se  creó  la Comisión Jurídico Asesora que dictaminó, entre otras cosas, la mejora del ingreso en la carrera judicial  mediante  oposición,  seguida  de  un  periodo  de  prácticas  y  otro  de  adjuntías  y  la creación de una escuela  judicial25. Este dictamen dio origen al Proyecto de 1933 del ministro Sánchez  Albornoz,  que  preveía  la  configuración  de  la  carrera  judicial  con  ascensos  por antigüedad  acompañados  de  una  prueba  de  suficiencia  y  el  análisis  de  la  calidad  de  sus sentencias, el establecimiento del  sistema  inglés de  tribunales de  circuito y  la  supresión del arancel. La reforma contemplaba medidas de racionalización el trabajo por módulos de unidad y producción, una  justicia municipal con  jueces profesionales en  las capitales para descargar las materias  policiales  y  la  jurisdicción  voluntaria,  la  instauración  de  consultorios  jurídicos ciudadanos,  y  una  reorganización  del  personal  auxiliar  que  comenzó  a  producirse  con  el Decreto de 2 de junio de 1933. 

Jiménez  de  Asúa,  presidente  del  congreso  de  diputados, Quintano  Ripollés,  Felipe  Sánchez Román y tantos otros juristas que colaboraron con el proyecto de modernización de la justicia, terminaron  su  vida  en  el  exilio  después  de  que  la  II  República  fracasara  en  sus  primitivos propósitos de acometer  lo que hubiera sido una histórica reforma. El Presidente del Tribunal Supremo Diego Medina García, se expresaba así en su discurso de apertura de tribunales en septiembre de 1935: “Llevo más de cinco lustros asistiendo a esta solemnidad y pude aprender la  ineficacia de  los más excelentes programas, expuestos por altas mentalidades del foro y de la  tribuna,  todos malogrados,  ya  por  el  cambio  de  las  personas,  ya  por  el  agobio  de  las obligaciones del tesoro público. No vi jamás que se concediera a este importante servicio para la  vida  del  Estado,  ni  siquiera  igual  atención  a  la  obtenida  por  otros más  susceptibles  de aplazamiento. Así se malograron las legítimas esperanzas de mejora”.    

 

 24 ANTONIO ARGÚNDEZ, opus cit, menciona otras bases, como la autonomía del Poder Judicial en orden a la totalidad de los nombramientos, fijándose como criterio únicamente el de la antigüedad, incluso para las salas del TS, con la supresión también de las categorías. 

25 La Escuela Judicial (Centro de Estudios Jurídicos), no obstante, no se creó hasta la Ley de 26.4.1944. Su primer director, en 1947  fue Plaza Navarro, que  la calificó como “una prudente  reacción contra el ingreso por oposición;  la oposición puede  servir para  contener  los desmanes del  favor, pero no basta para  garantizar  la  formación  completa  de  los  futuros  titulares  para  una  función  que  exige  virtudes probadas. (DIEZ AÑOS DE LA ESCUELA JUDICIAL. Madrid, 1961. vvaa) 

 

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V.‐LA  CONFIGURACIÓN  VIGENTE  DE  LA  OFICINA  JUDICIAL:  LA  REALIDAD  OBJETO  DE TRANSFORMACIÓN. 

Como hemos visto ya, venimos de un diseño de OJ muy particular, deudor e hijo de una serie de  avatares  históricos  que  explican  nuestro  actual modelo.  Entre  ellos,  y  como  ya  se  ha apuntado, los condicionantes económicos.  

La más  reciente  configuración  de  la  oficina  judicial  se  desarrolla  a  partir  de  dos  decisiones legales escalonadas en el tiempo, y producidas en los últimos 50 años, que dan como resultado el actual modelo que se pretende superar. 

La primera decisión legal de extraordinaria importancia, es la que se produjo en 1947, cuando el conjunto del personal administrativo y auxiliar que  trabajaba en el despacho del  tribunal, incluido el secretario  judicial, pasaron a ser considerados funcionarios públicos dependientes en cuanto a su retribución del presupuesto general del Estado. La Ley de 8 de  junio de 1947, sobre organización del  secretariado y personal auxiliar y  subalterno de  la administración de justicia, creó  los cuerpos de oficiales, auxiliares y agentes  judiciales, y expropió al secretario judicial de  la administración y disfrute del arancel, aun cuando  le mantuvo como obligación principal la de liquidarlo y administrarlo (artículo cuatro). Hasta entonces, y de forma similar a como en la actualidad lo siguen haciendo los notarios y registradores, era el secretario el que lo  liquidaba y  lo cobraba, y con su  rendimiento procuraba el mantenimiento de  los servicios del juzgado. El personal que trabajaba en la oficina era dependiente del secretario, que pagaba su nómina y dirigía la organización del trabajo, la contratación y cese de los administrativos y agentes, incluida la previsión social de los mismos.  

No obstante, y pese a esta  importante  reforma,  la principal  función del  secretario  continuó siendo la de liquidar y cobrar el arancel y “dirigir la empresa”. Los jueces se incorporaban a una oficina que enteramente era gestionada por el secretario, que era el responsable de formar las causas, de  la  custodia de  los autos, de dar  la  fe pública, de mantener el edificio,  (la mayor parte de las veces de alquiler), y proveer del mobiliario y servicios, y que debía  procurar que todo estuviese preparado para que el juez pudiera realizar su cometido.  

Por otra parte, y como el procedimiento  judicial, primitivamente oral en sus orígenes, había devenido esencialmente escrito, era el  secretario,  con  sus empleados, quiénes  realizaban  la tramitación  íntegra,  desde  la  admisión  de  las  demandas,  querellas  y  denuncias,  a  las ratificaciones, la toma de declaraciones, el recibimiento de testimonios, que se solían tomar en la oficina judicial, y que una vez realizados se pasaban al juez para que diese el visto bueno o estampase su firma. En resumidas cuentas, al juez se le pasaban los autos cuando estaban ya conclusos para la celebración del juicio oral, si procedía, o directamente para sentencia.  

Los abogados jamás veían al juez hasta ese momento, pero tampoco al secretario, puesto que eran los oficiales judiciales quiénes se responsabilizaban del trámite.  

El personal judicial solía estar altamente cualificado, el oficio tenía un extraordinario prestigio y  en muchas  ocasiones  se  transmitía  de  padres  a  hijos.  Los modernos  formularios  son  un pálido reflejo de aquellas fórmulas que los oficiales llevaban en sus mentes y sabían recitar de memoria para que el escribiente, auxiliar administrativo después, los pasara a máquina.  

La preparación técnica de los oficiales era muy cuidadosa. Primero, y tras la escolarización,  se comenzaban a preparar los temarios con el Escriche o el Alcubilla bajo la supervisión de algún oficial  o  secretario  (preparador),  al  que  se  le  pagaba  una  pequeña  gratificación.  Al mismo tiempo se aprendía mecanografía. Después, y únicamente los más listos y esforzados, entraban en el juzgado, al servicio de un oficial, en calidad de “meritorios”, categoría ésta no reconocida 

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legalmente  en  la  plantilla  funcionarial,  pero  de  la  que  estaban  llenas  los  juzgados.  Se  les retribuía generalmente por los procuradores, que de esta manera pagaban las copias que para ellos hacían de  las resoluciones  judiciales (no existían  las fotocopiadoras). Pasados unos años podían optar a cubrir alguna vacante de agente o de auxiliar administrativo, previo el examen en  la Audiencia Territorial correspondiente. Sin su trabajo, el funcionamiento de  los  juzgados era  inimaginable.  Los abogados y procuradores despachaban directamente  con  los oficiales. Ante  el  secretario  únicamente  acudían  los  procuradores  para  pagar  los  aranceles,  gastos  y suplidos del juzgado. Entre éstos, curiosamente, estaba el papel de copia.  

Este modelo  de  oficina  judicial,  con  la  única  excepción  de  las magistraturas  de  trabajo26, pervivió hasta  la  Ley Orgánica  6/  1985, de  1  de  julio  y  las normas que  la  desarrollaron.  La reforma a este respecto consistió en  la  implantación del principio de gratuidad de  la  justicia, que conllevó la supresión absoluta de tasas y aranceles27, y la equiparación de los cuerpos de secretarios, oficiales, auxiliares y agentes al régimen jurídico de la función pública en cuanto a su  régimen  retributivo.  El  secretario  judicial  dejó  de  tener  como  principal misión  la  de  la liquidación de  las  tasas, y  se  suprimió el devengo de gastos que  la  secretaría presentaba al procurador mediante  la  correspondiente  tasación,  (o  fuera  de  ella  en  algunos  casos),  a  los procuradores de  las partes, que hasta entonces  seguía  constituyendo  la principal  fuente de ingresos de  los  funcionarios que prestaban  servicios en  la oficina  judicial28.     Es  importante consignar  que,  aun  cuando  desde  1947  ya  tenían  legalmente  tal  condición,  el  régimen retributivo era especial, puesto que  los aranceles y tasas permanecieron y, especialmente, el devengo de  gastos de muy distinto  signo que  se  cargaba a  las partes,  conocido en el argot forense como “astilla”.  

A cambio de este régimen de autofinanciación semipúblico, se habían mantenido altas cotas de  productividad,  y  una  distribución  del  trabajo  en  los  juzgados  en  virtud  de  la  cual  la secretaría asumía íntegramente toda la tramitación (no había inmediación judicial), incluida la redacción  de  sentencias  sin  contradicción,  y  se  reservaba  para  el  juez  el  dictado  de  las resoluciones en procesos con contradicción efectiva.   

 26 Las “magistraturas de trabajo” (jurisdicción especial), eran órganos que, por impartir justicia gratuita, estaban servidas por funcionarios del estado pagados con cargo a los fondos del ministerio de trabajo, que las financiaba con los recargos de la ejecución forzosa de las cuotas patronales a la seguridad social, que tenían atribuida. 

27 Se debe al ministro Fernando Ledesma la Ley 25/1986, de 24 de diciembre, de supresión de las tasas, que  justificó  la decisión en  la nefasta gestión que como recaudadores habían realizado  los secretarios judiciales, y  las perversiones que el sistema de cobranza en  los  juzgados se producían, al  tiempo que señalaba que suponía un grave perjuicio mantener a un cuerpo de profesionales  

28 Es preciso reflexionar  la razón por  la cual en 1947, es decir, en plena posguerra y en momentos de quiebra absoluta de las arcas del Estado, se produce la transformación del régimen de contratación del personal judicial por el secretario en la formación de cuerpos de funcionarios de justicia. Evidentemente fue una conquista social en cuanto al estatus, pero una pérdida económica considerable, por cuanto la mayoría de  los oficiales estaban en  régimen de  convenio  con el  secretario, es decir,  al  igual que  los oficiales  de  notarías  y  registros,  cobraban  un  porcentaje  de  lo  recaudado  por  el  arancel.  No  hubo protestas,  por  cuanto  el  sueldo  oficial  era  meramente  simbólico,  y  en  la  realidad  continuaron percibiendo los porcentajes recaudados por los conceptos de gastos, salidas, locomociones o incluso las más  audaces  de  “atenciones  con  el  juzgado”.  Prueba  de  ello  es  que  los  oficiales  continuaron manteniendo  a  su  cargo  a  los  “meritorios”,  y  sufragaron  a  sus  expensas  la  primera  fase  de  la informatización  de  los  juzgados,  a  los  que  dotaron  de  fotocopiadoras,  ordenadores  y máquinas  de escribir eléctricas que ellos mismos adquirían.  

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La quiebra del modelo se había producido ya con el Real Decreto 210/85, de 20 de febrero29, conocido como el decretazo del autobús,  en virtud del cual se suprimieron de forma drástica las  indemnizaciones por diligencias  realizadas  fuera de  la  sede del  juzgado.  Los  funcionarios tenían  derecho  a  percibir  de  la  administración  pública  únicamente,  y  con  los  controles  de intervención previa, el importe de los billetes del transporte público. A partir de este momento comenzó a configurarse  la oficina  judicial moderna que actualmente   conocemos. Habíamos salido del sistema de oficina judicial privada, y entrábamos en una oficina pública.  

Como  era  de  esperar  se  pusieron  de manifiesto  las  contradicciones  del  sistema.  Un  buen número de oficiales de  la administración de  justicia, que eran excelentes  juristas, algunos de ellos con  la carrera de derecho, pasaron a ejercer  la abogacía o a  trabajar en despachos de abogados. Los que se quedaron optaron por los destinos con menor carga de trabajo, como los juzgados de paz o los de instrucción, donde se retribuían las guardias. Obviamente se dejaron de despachar multitud de asuntos, puesto que los funcionarios que hasta entonces dominaban los  trámites  procesales,    esperaban  instrucciones  del  secretario  o  del  juez,  incluso  para despachar la ejecución y señalar la realización de los embargos30. En una reacción de carácter corporativo de los secretarios judiciales, se empezó a reivindicar por una parte significativa de este colectivo la importancia constitucional de la fe pública que ellos garantizaban, (y de la que hasta entonces no se habían percatado).  

A los efectos que aquí interesan, lo cierto es que se inició una nueva era en la administración de  justicia,  con  la  tara  de  una  estructura  de  la  oficina  judicial  arcaica,  concebida  para  un sistema semiprivatizado (al igual que los registros y las notarías), y autofinanciado, alejado de los  sistemas  de  eficiencia  y  modernidad  de  la  administración  pública  que  ya  habían  sido implantados en otros órganos del Estado y de la administración autonómica y local.  

En este modelo de oficina judicial, que es el que hoy todavía sigue implantado, el juez pasó a desempeñar papeles que nunca le habían correspondido, tanto como responsable de la oficina a efectos de personal, organización y medios materiales (en los numerosos casos en los que un secretariado  descontento  se  inhibía),  o  en  competencia  con  el  propio  secretario,  y  como responsable  y  garante  de  la  tramitación  procesal,  con  la  consiguiente  carga  de  trabajo burocrático y de gestión y  la  importante merma del tiempo suficiente para  la dedicación a su preparación técnica, al estudio de los litigios y a la función propiamente jurisdiccional. 

La oficina judicial a la que se han incorporado las tres cuartas partes de los actuales jueces, es la que, en grandes rasgos pero, sobre todo estructuralmente, continúa todavía instalada. Es la que se pretende reformar, y sobre la que podemos dirigir nuestra mirada crítica. La cuestión es responder a una pregunta elemental: ¿es su estructura adecuada para  las necesidades de  la sociedad del siglo XXI? 

                                                            29 BOE 21.2.1985. Es curioso analizar su contenido, puesto que con las indemnizaciones por transporte, a precio de taxis, y computando la mayor parte de las veces el transporte de una primera diligencia falida “de búsqueda”, se compensaba  la pérdida de otros devengos por gastos de tramitación que se habían suprimido. 

30  Este  extremo  fue  escandaloso,  hasta  el  punto  de  que  si  anteriormente  un  oficial  se  podía responsabilizar  en  un  día  de  hasta  una  treintena  de  emplazamientos  –con  sus  correspondientes embargos‐, para lo que era asistido de sus meritorios, a partir del “decretazo” no se hacía más que uno al  día,  y  con  la  presencia  siempre  del  secretario  judicial,  por  lo  que  en  menos  de  un  mes  los señalamientos para embargos se preveían con tres años de antelación. 

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Ya  son más de 500  jueces españoles  los que han podido  realizar  los  renombrados “Erasmus Judiciales”,  propiciados  por  la  EJTN,  y  la  Comisión  Europea.  Bastantes menos  los  que  han podido conocer otros sistemas, como el norteamericano o el canadiense. Pero es un número suficiente para adquirir conciencia de que  la oficina  judicial en  la que venimos trabajando es peculiar, “is diferent”, como se decía de España en la época de promoción del turismo que se acometió en los años 60. Si acudimos a los sistemas de nuestro entorno, ya sean de tradición “common law” o de tradición “code civil”, no se encuentra la estructuración de los tribunales en el panal de celdas autónomas que todavía caracteriza la estructura de la administración de justicia  en  España  (el  síndrome  de  “mi  juzgado”). Más  aún,  si  decimos  incluso  en  nuestro vecino  Portugal que  trabajamos  en  el  Juzgado número  37 de Madrid, nos miran  con  cierta extrañeza  y nos  suelen preguntar  con  curiosidad por el  significado de  la numeración de  los tribunales.  

Tampoco es un sistema que hayamos exportado a nuestras antiguas colonias, puesto que  las mismas  desarrollaron  sus modelos  a  partir  de  las  estructuras  españolas  del  siglo  XVIII,  que curiosamente preveían un sistema para las colonias diferente que el que estaba implantado en la metrópoli.  

Otro  tanto  ocurre  con  el  concepto  de  plaza  en  propiedad.  Vinculado  al  principio  de inamovilidad  judicial,  conquista  del  Estado  de  Derecho,  se  ha  generado  una  suerte  de atribución  perenne  de  órgano  funcional    que,  en  ocasiones,  crea  una  simbiosis  incluso enfermiza y es causa, acreditada, de múltiples patologías. En Francia o  Italia, sin  ir más  lejos, ningún magistrado  puede  permanecer más  de  diez  años  en  una misma  posición.  Se  ha  de cambiar por higiene mental, por evitar atribuciones exorbitadas de competencias. Aquí se ha venido adquiriendo el derecho in “eternum”, y no sólo los jueces, sino fundamentalmente los secretarios judiciales (por mimetismo de notarios y registradores), que ganaban con el tiempo un  precioso  tesoro,  un  juzgado  rentable  económicamente.  Y  es  que  este  apego  nunca  ha prevalecido la defensa de la inamovilidad o a la defensa de la independencia, sino mas bien la defensa de  la administración del “arancel”, causa, reitero, de tantas perversiones de nuestro sistema.  

VI.‐ BREVE HISTORIA DE LA REFORMA DE 2009 

La actual reforma tiene uno de sus principales hitos en la publicación de la LO 1/2009 y la Ley 13/2009, ambas de 3.11.200931 cuyos textos legales son de un importante calado, tanto en el aspecto  orgánico,  como  en  los  protocolos  de  actuación  procesal.  Estos  textos  legales  no contienen  una  definición  explícita  del modelo,  pero  tienen  una  coherencia  interna,  en  su conjunto, de la que debemos extraer, en gran medida por inducción, la racionalidad del nuevo sistema  organizativo.  Para  ello  es  necesario  situar  los  orígenes  de  la  reforma  en  el  “Libro Blanco de la Justicia” aprobado por el pleno del CGPJ en el mes de septiembre de 1997, en el “Pacto de Estado por  la  Justicia” suscrito por  las principales  fuerzas políticas en 2001 y en  la primera norma positiva que marca el camino de  la nueva estructura, que fue  la Ley Orgánica 19/2003,  de  23  de  diciembre,  que  abrió  el  camino  para  las  reformas  de  las  estructuras funcionariales en el nuevo marco de una administración de justicia de gestión compartida por diversas administraciones. 

                                                            31 BOE 4 de noviembre de 2009. La entrada en vigor de la primera fue el 5.11.2009, y de la segunda el 5.5.2009,  aun  cuando  su  efectiva  implantación  está  condicionada  en  diversos  aspectos,  a  procesos administrativos que pueden demorarse varios años. 

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Por primera vez en nuestra historia, la reforma es fruto del consenso entre los representantes políticos. No es obra de un gobierno en particular,  sino que ha  sido  impulsada en el mismo sentido  por  los  gobiernos  del  PP  y  del  PSOE,  sucesivamente,  y  ha  contado  con  el  respaldo parlamentario de  toda  la cámara. Lo mismo cabe decir de  la  firme decisión del CGPJ que ha situado  entre  las  líneas  de  actuación  fundamentales,  plenamente  consensuadas,  la  de  la modernización  de  la  justicia  con  el  apoyo  decidido  al  despliegue  e  implantación  del  nuevo modelo de oficina judicial.  

La paradoja, por otra parte, es que el modelo no está finalizado, sino que está en construcción, y  lo  que  es más  complicado  todavía,  que  las  autoridades  gubernamentales  que  tienen  la responsabilidad  de  diseñar  y  ejecutar  la  implantación,  son  en  una  importante  parcela heterogéneas:  Ministerio  de  Justicia,  CCAA,  CGPJ,  con  planificaciones  diferentes  en importantes  aspectos,  desigual  dotación  presupuestaria,  distintas  prioridades,  tiempos  y calendarios todavía por definir.  

La reforma, por otra parte, no está exenta de polémica. Cuando nos acercamos a un cambio de estas  características  surge  el  natural  recelo  sobre  el  acierto  en  las  soluciones  que  se  han previsto  por  el  legislador.  Son muchas  las  voces  que  alertan  de  que  es muy  probable  que estemos ante una nueva oportunidad  fallida. Desde  luego, cualquier  jurista con una mínima experiencia  en  el  funcionamiento  del  sistema  español  puede  encontrar  graves  errores  de diseño  y  temer mayores  calamidades en  su ejecución. Pero hay que  saber deslindar  lo que indudablemente puede  ser mejorable, de  la  resistencia  al  cambio que  surge  ante  cualquier proceso de  innovación. Hay que saber deslindar también  los  legítimos  intereses corporativos, del mejor interés de los ciudadanos. Por esta razón ha parecido de utilidad echar una mirada al pasado,  conocer  las  razones  por  las  que  tenemos  el  modelo  de  oficina  judicial  que pretendemos cambiar.    

 

VII.‐ LOS EJES DEL MODELO DE OFICINA JUDICIAL DE LA REFORMA  

La reforma de  la oficina judicial que  inspiran  las  leyes promulgadas en 2003 y 2009, así como los desarrollos reglamentarios ya en vigor y los que será preciso elaborar, anuncian un cambio de modelo en dos direcciones diferentes:  a) dotar  a  la  función del  juez de un  soporte más efectivo  que  el  que  ahora  tiene, mediante  la  reordenación  del  papel  que  desempeñan  las distintas profesiones  forenses  responsables del proceso;  y b)  instaurar una nueva  forma de gestionar  los  expedientes  judiciales.  Para  este  fin  se  escinden  las  funciones  propias  de  la tramitación  del  litigio  ante  el  tribunal,  de  aquel  otro  ámbito  que  puede  calificarse  más netamente  como  jurisdiccional,  que  es  el  de  la  celebración  del  juicio  y  la  decisión  de  la controversia mediante una resolución fundada en derecho: el dictado de la sentencia. 

Como  históricamente  ha  ocurrido  en  anteriores  reformas  en  el  sistema  de  justicia,  esta innovación de  los  instrumentos procesales ha venido acompañada de una cierta voluntad de modernización. En este sentido en los últimos años se han introducido determinadas palabras que  antes eran  ajenas  al mundo de  lo  judicial  y que  se han  ido  incorporando en  su  acervo semántico, tales como  “informatización de procesos”, “eficacia”, “transparencia”, “módulos”, “productividad”, “rapidez”, “trabajo cooperativo”, “servicios comunes” “operadores jurídicos” o  “unidades de gestión”. Esta terminología es más propia del mundo de la empresa, por lo que en ocasiones  genera  rechazo  en  el mundo de  los profesionales del derecho, puesto que  es difícil conciliar su significado con  la finalidad de  la “sagrada” función  judicial. No obstante, el objetivo es compartido: administrar recta justicia de calidad, con la garantía para el ciudadano 

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de  la debida  independencia  judicial,  con  la  solemnidad y  los  ritmos que necesita un  trabajo sosegado y responsable.  

El  diseño  legal  no  se  basa  en  ninguna  originalidad  excéntrica.  Como  ocurre  en  sistemas judiciales ya  implantados desde antiguo en el derecho comparado, se pretende que el papel del juez se dignifique al quedar centrado en la función jurisdiccional, en el proceso deliberativo y resolutivo del asunto32, en tanto que se responsabiliza a la secretaría judicial, en un sentido amplio, de las tareas típicas de la gestión del proceso que, sin perjuicio de los mecanismos de avocación ante el  juez en caso de discrepancia entre  las partes, quedan residenciadas en  las manos de los otros actores que conforman un tribunal de justicia, que son:  

a. Los secretarios, en su nueva configuración profesional, que se emancipan de un solo juez  y  de  un  solo  juzgado  después  de  más  de  un  siglo  de  tener  un  juzgado  en propiedad,  y  adquieren el protagonismo que  les pertenece por  su  gran preparación técnica, diversificando y especializando, así mismo, las funciones a realizar en la nueva organización, dejando en el archivo de la historia otras que habían quedado obsoletas. 

b. El  personal  administrativo,  que  la  nomenclatura  había  relegado  a  una  masa desmotivada de “funcionarios” a la sombra de un juez y de un secretario, sin ninguna perspectiva de progreso en  la organización, adquiere otra consideración profesional.  Estos  cuerpos  de  funcionarios  asumen  ahora  nuevas  responsabilidades  y  pasan  a integrase en las nuevas categorías de gestión procesal o de tramitación, y se ubican en unidades operativas de diverso  signo que, bien  son de apoyo directo a  los  jueces, o tienen  como  objetivo  funciones  de  tipo  transversal.  En  cualquier  caso  pierden  la adscripción exclusiva y excluyente a un único juzgado que tenían antes. 

c. Las  gerencias  de  medios  personales,  materiales  y  económicos,  que  se  habían  ido introduciendo para posibilitar  la distribución de competencias entre el ministerio de justicia y  las comunidades autónomas con competencias  transferidas, cuya acción se intenta  sistematizar,  perfilando  sus  funciones  y  los  mecanismos  de  ensamblaje  y colaboración con las diversas esferas de responsabilidad en la oficina judicial. 

d. La  generalización  de  un  concepto  genuino  de  tribunal,  que  ha  de  superar,    por obsoleto, el concepto de “juzgado” como unidad de adscripción funcional, construido históricamente por razones económicas según un modelo celular autárquico, en torno a  un  único  secretario  y  a  un  único  juez.  Este  nuevo  concepto  ya  se  introdujo  con nitidez por la Ley 1/2000, de reforma de la Ley de Enjuiciamiento Civil33. Es el esquema generalizado en  todo el mundo occidental: el de un  tribunal homogéneo y único en cada  demarcación  (o  por  jurisdicciones),  que  está  organizado  con  criterios  de eficiencia,  al  que  están  adscritos  un  número  de  jueces  proporcional  a  la  carga  de litigiosidad,  que  trabajan  en  base  a  principios  de  colegiación,  con  un  alto  grado  de coordinación  gracias  a  un  reparto  de  competencias  organizativas  y  de  gestión, 

 32 Es un proceso similar al que se ha vivido en otros ámbitos de  la  función pública, como el sanitario, donde para optimizar los recursos y elevar la calidad, se ha transformado la práctica médica que giraba en  torno a un doctor de prestigio  responsable de  todo, al  trabajo en  centros hospitalarios en el que ubican  equipos  de  especialistas,  con  una  gestión  especializada  y  la  utilización  de  alta  tecnología compartida.  

33  Faustino  Cordón  Moreno  destacaba  en  la  primera  edición  comentada  de  la  LEC  publicada  por Aranzadi,  (Pamplona),  2000,  la  importancia  de  la  utilización  de  la  referencia  al  tribunal  en  todas  las secuencias procesales.  

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compatible  con  la  salvaguarda  rigurosa de  la  independencia  judicial  individual  en  el ámbito de mayor trascendencia constitucional, que es el de juzgar. La coordinación de criterios  queda  de  esta  forma  garantizada,  al  tiempo  que  desaparecen  los desequilibrios entre unos y otros  juzgados, puesto que se suplen con normalidad  las bajas, ausencias o fluctuaciones de entrada de asuntos. El sistema es el que también ha  hecho  propio  el  Tribunal  de  Justicia  de  las  Comunidades  Europeas  y  está generalizado en toda Europa y en el mundo anglosajón34.  

Precisamente uno de  los aspectos en el que más  se ha  criticado  la  reforma es que no haya apostado claramente por el tribunal único por partido judicial (o por especialidad jurisdiccional provincial), y se haya quedado a medio camino en este objetivo, aun cuando ciertamente el camino está abierto y permite un grado de flexibilidad suficiente para que las administraciones autonómicas puedan modular sus esfuerzos presupuestarios.  

Recientemente, el  informe que ha emitido  la comisión especial constituida para  los  trabajos preparatorios del nuevo diseño de planta  judicial, aconseja claramente este  sistema, que ya fue  barajado  en  anteriores  reformas  de  la  justicia  operadas  en  nuestra  historia35.  Esta  comisión concluye con cinco recomendaciones: 1) la superación del partido judicial como base del modelo; 2) la extensión de la organización colegiada; 3) la creación de juzgados de base o de primer grado; 4) la creación de tribunales de instancia y 5) la atribución de la instrucción al Ministerio Fiscal. El  informe, de extraordinario valor como propuesta de bases de  la reforma de la justicia, incide claramente en el modelo de oficina judicial, por lo que es lamentable que en vez de ver su luz en el mes de marzo de 2010 no hubiera servido de base para las reformas de  2003  y  2009.  No  obstante,  la  práctica  opinión  unánime  respecto  de  la  bondad  de  las propuestas, y  la esperada reacción urgente del gobierno con  la formulación de  los proyectos de  ley  que  hagan  posible  las  reformas,  pueden  dar  un  impulso  a  la  implantación  de  las modificaciones orgánicas, procesales y organizativas que están en curso. 

En  conclusión, el objetivo que  se pretende  con  la  reformulación del andamiaje de  la oficina judicial no es otro que la adaptación de los esquemas de trabajo propios del enjuiciamiento, a los criterios organizativos actuales de eficiencia y calidad. A pesar del caos organizativo que presenta  la  actual  distribución  competencial  entre  las  diversas  administraciones,  destacado por  JIMENEZ ASENSIO36, puede mantenerse  la opinión de que con ello  se va a conseguir un mejor aprovechamiento, en beneficio de  la  justicia, de    las  tecnologías del  siglo XXI  y de  la administración  de  los  recursos,  puesto  que  la  competitividad  entre  las  administraciones 

 34 Por otra parte el modelo tribunal permite la especialización de todo el colectivo funcionarial, incluidos los propios secretarios y  jueces.   Nótese que en el  iter formativo también este sistema tiene enormes ventajas, puesto que los nuevos jueces se integran como adjuntos en un tribunal que les ofrece mucha más  seguridad,  y  van  accediendo  a  esferas  de  mayor  responsabilidad  según  la  experiencia  que adquieren.  

35 La Ley de bases de 1880, de Alonso Martínez (preludio de la reforma de 1882), optaba por el sistema de  tribunal  francés,  como  también  lo  hizo  en  1933  el  proyecto  de  Álvaro  de  Albornoz, ministro  de justicia  en  el  gobierno  de  la  segunda  república,  que  pretendió  también  introducir  el  sistema  de tribunales de circuito propio del sistema anglosajón. 

36 JIMENEZ ASENSIO, Rafael. En “El encaje constitucional de la NOJ”. Ponencia presentada en el curso “La nueva Oficina Judicial”, CENDOJ, 2010, (ya citada), destaca que la dispersión de la responsabilidad en la gestión de la administración de justicia entre el Ministerio de Justicia, el Consejo General del Poder Judicial y las Comunidades Autónomas, que mantienen una pugna todavía no resuelta por acaparar mayor grado de competencias, sin órganos comunes de coordinación, sitúa la reforma al borde del caos. 

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autonómicas por conseguir un mayor nivel de eficiencia en  la gestión, puede ser un aliciente para  la  optimización  del  sistema  que,  en  cualquier  caso,  dependerá  de  la  prioridad  que  se otorgue a  la  justicia en  la distribución presupuestaria de  los recursos económicos de  los que disponen  las  administraciones  responsables  de  la  implantación  y  desarrollo  de  la  oficina judicial.  

No obstante, bajando del terreno de los principios, en la práctica cotidiana de los juzgados, la novedad  inmediata de mayor trascendencia en  la reforma ha sido  la de colocar al secretario judicial  en  un  papel  activo  en  la  gestión  del  trabajo  ordinario  de  los  tribunales,  con  la reubicación del juez en el rol que le es más propio, que es el de juzgar y garantizar la ejecución de  lo  juzgado. Las  reformas procesales promulgadas desarrollan el esquema que  facilitará  la introducción de los nuevos métodos de trabajo en un periodo de tiempo que está todavía por determinar, puesto que depende de muchos factores.  

Mas  lo  significativo  ha  sido  el  reto  de  abordar  una  cuestión,  como  la  de  la  reforma  de  la justicia,  que  históricamente  representa  una  asignatura  pendiente  para  todos  los  gobiernos, que van añadiendo modificaciones parciales desde principios del siglo XIX. Siguen vigentes hoy las palabras de Fernando de los Ríos al presentar los proyectos de su mandato como ministro de  justicia en  los albores de  la  II República, puesto que, a pesar del  incremento de medios humanos y materiales experimentado,  la  reforma estructural  siempre  se ha venido dejando para el  futuro37:  “lo más urgente, es acometer  la  reforma de  la administración de  justicia”, empeño que ante la crisis económica que padecemos, sitúa los planes de modernización en un objetivo difícil de conseguir, a no ser que confluyan las voluntades políticas y corporativas que lo hagan posible.  

Que  la  reforma de  la  justicia  constituya un elemento básico de  la  “política de estado”, que cuente con el más amplio consenso posible,  lo empezamos a vislumbrar con el “pacto por  la justicia”  de  2001,  que  debería  ser  objeto  de  reafirmación  ante  las  nuevas  contiendas electorales que  se avecinan. Que  los  cuerpos de  funcionarios  judiciales  comprendan que  su adaptación a los cambios es una exigencia del servicio público que desempeñan es algo con lo que podemos  contar de  antemano, puesto que  ya en  anteriores  retos de  la historia  lo han demostrado. Únicamente piden, pedimos, de los gestores políticos que trabajen con seriedad, profesionalidad y coherencia.  

 

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La  nueva  oficina  judicial  y  el  nuevo modelo  procesal:  Un  estudio  sobre  la  organización  y funciones en la oficina judicial y los procesos judiciales tras la reforma de la legislación procesal operada por la Ley 13/2009. Revista jurídica de la Comunidad Valenciana  AYUSO, Mercedes.  “Los  Costes  de  la  Justicia”.  En  “En  el  libro  blanco  de  la mediación  en Cataluña”. Edita IDT (Institut Dret i Tecnología) – Departament de Justicia. 2010. (Acceso libre en la web www.llibreblancdelamediació.com).  

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