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DEMOCRACIA Y CULTURA POLÍTICA EN CUBA Fernando Martínez Heredia 1. Dos comentarios previos Las dificultades conceptuales de la democracia son más obvias en cuanto a Cuba que en cuanto a cualquier otro país de América Latina y el Caribe. Las experiencias sociales conmocionantes suelen marcar retos decisivos al conocimiento social, y las sucedidas desde fines de los años 50 en el país más extenso y poblado del Caribe insular son demasiado perturbadoras para el manejo académico usual del tema. Además, durante casi cuatro décadas Cuba ha sido una anomalía en relación con las ideologías sucesivas sobre la democracia que han predominado en América en ese período. Ambos escollos son muy fuertes. Cierto número de estudios ha logrado trascender esos obstáculos, desde puntos de partida y tipos de análisis diversos, con resultados positivos para el conocimiento. Pero han sido usuales la primacía de la tendencia a forzar los hechos cubanos a entrar en las abstracciones sobre la democracia preferidas de cada analista, y una presencia muy evidente de las pasiones --que de modos más sutiles casi siempre acompañan o influyen a los actos de conocimiento social-- en los juicios y valoraciones sobre la democracia en Cuba 1 . La producción cubana --que es grande y, como suele suceder, está mucho mejor dotada que las foráneas para analizar a fondo el propio país-- arrastra un peso de defensismo explicable, pero también de dogmas, prejuicios y maniqueísmo, que muchas veces han lastrado sus resultados. Frente a unas y otras realidades, trataré de situar el problema --y de situarme-- de manera que favorezca al empeño de obtener conocimientos y preguntas fructíferas. Aclaro, eso sí, mi convicción opuesta al tratamiento "objetivista" de los asuntos de investigación: en vez de disimular una toma general de posición --o de ignorar que la tengo, lo cual es peor--, hago 1 ? Ya en 1971 Nelson P. Valdés y Edwin Lieuwen publicaron quizás la primera guía de materiales para los estudiosos, con 3 839 ítems (The Cuban Revolution: a research-study guide, 1959-1969. Albuquerque, University of New Mexico Press, 1971, 230 pp.) 1

Democracia y Cultura Politica en Cuba

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Las dificultades conceptuales de la democracia son más obvias en cuanto a Cuba que en cuanto a cualquier otro país de América Latina y el Caribe. Las experiencias sociales conmocionantes suelen marcar retos decisivos al conocimiento social, y las sucedidas desde fines de los años 50 en el país más extenso y poblado del Caribe insular son demasiado perturbadoras para el manejo académico usual del tema. Además, durante casi cuatro décadas Cuba ha sido una anomalía en relación con las ideologías sucesivas sobre la democracia que han predominado en América en ese período. Ambos escollos son muy fuertes. Cierto número de estudios ha logrado trascender esos obstáculos, desde puntos de partida y tipos de análisis diversos, con resultados positivos para el conocimiento. Pero han sido usuales la primacía de la tendencia a forzar los hechos cubanos a entrar en las abstracciones sobre la democracia preferidas de cada analista, y una presencia muy evidente de las pasiones --que de modos más sutiles casi siempre acompañan o influyen a los actos de conocimiento social-- en los juicios y valoraciones sobre la democracia en Cuba.

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DEMOCRACIA Y CULTURA POLÍTICA EN CUBA

Fernando Martínez Heredia

1. Dos comentarios previos

Las dificultades conceptuales de la democracia son más obvias en cuanto a Cuba que en cuanto a cualquier otro país de América Latina y el Caribe. Las experiencias sociales conmocionantes suelen marcar retos decisivos al conocimiento social, y las sucedidas desde fines de los años 50 en el país más extenso y poblado del Caribe insular son demasiado perturbadoras para el manejo académico usual del tema. Además, durante casi cuatro décadas Cuba ha sido una anomalía en relación con las ideologías sucesivas sobre la democracia que han predominado en América en ese período. Ambos escollos son muy fuertes. Cierto número de estudios ha logrado trascender esos obstáculos, desde puntos de partida y tipos de análisis diversos, con resultados positivos para el conocimiento. Pero han sido usuales la primacía de la tendencia a forzar los hechos cubanos a entrar en las abstracciones sobre la democracia preferidas de cada analista, y una presencia muy evidente de las pasiones --que de modos más sutiles casi siempre acompañan o influyen a los actos de conocimiento social-- en los juicios y valoraciones sobre la democracia en Cuba1.

La producción cubana --que es grande y, como suele suceder, está mucho mejor dotada que las foráneas para analizar a fondo el propio país-- arrastra un peso de defensismo explicable, pero también de dogmas, prejuicios y maniqueísmo, que muchas veces han lastrado sus resultados. Frente a unas y otras realidades, trataré de situar el problema --y de situarme-- de manera que favorezca al empeño de obtener conocimientos y preguntas fructíferas. Aclaro, eso sí, mi convicción opuesta al tratamiento "objetivista" de los asuntos de investigación: en vez de disimular una toma general de posición --o de ignorar que la tengo, lo cual es peor--, hago expresos mis criterios; pero las valoraciones que enuncio tratan de sujetarse o concordar con los hechos que manejo, y, sobre todo, intento con todo rigor que mi selección de hechos atienda al tema investigado y no a mis valoraciones previas o a mi posición general.

Paso al segundo comentario. El mundo de hoy vive una dramática paradoja entre los logros alcanzados por la Humanidad y la manera de vivir que sufren las mayorías; el contraste es muy agudo también cuando relacionamos los avances del conocimiento social y las promesas contenidas en el pensamiento y la investigación humanos, con la creencia generalizada de que nada esencial del orden vigente puede ser cambiado. Las formidables revoluciones técnicas y científicas del siglo XX benefician muy poco a las mayorías del mundo, al no aportarles bienestar material ni acercarlos al ejercicio de sus derechos y la satisfacción de sus expectativas. Y parecería que al final de un siglo de tremendas luchas políticas y sociales que multiplicaron los sentidos de la libertad, los Estados, las identidades organizadas de las mayorías, los estados de derecho y las instituciones de la democracia, no es posible hablar de triunfos, ni de futuro. Los fundamentos de la vida social y del pensamiento de la época que se ha conocido como “moderna” han caído en una profunda crisis. Toco solamente tres aspectos de ella:

1    ? Ya en 1971 Nelson P. Valdés y Edwin Lieuwen publicaron quizás la primera guía de materiales para los estudiosos, con 3 839 ítems (The Cuban Revolution: a research-study guide, 1959-1969. Albuquerque, University of New Mexico Press, 1971, 230 pp.)

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a) Hoy es un lugar común que los Estados no pueden mantener políticas sociales ni “intervenir” en la economía, porque perjudicarían “el libre juego” de esta y las posibilidades (abstractas) del país de “integrarse” o “recibir ayuda internacional”. Se aceptan como inevitables cesiones puntuales de la soberanía, y se disimulan otras. En realidad los Estados siguen utilizando la palanca decisiva de las políticas económicas —-aunque estas suelen ser aplicaciones de los dictámenes que reciben--, favorecen a ciertos sectores incluidos en el sistema, cumplen todas sus funciones coercitivas y represivas, y mantienen fuera del control ciudadano las decisiones sobre la mayor parte de las cuestiones importantes;

b) Sólo en el curso del último medio siglo se impuso la democracia en toda Europa y se extendió su exigencia a casi todo el mundo. Y en tan breve plazo ya se ha desgastado como vehículo eficaz para hacer fructífera la promesa de sus clásicos, sus jornadas revolucionarias y dos siglos de formas y prácticas. La institucionalidad y cierto pluralismo son conservados por el Estado y la elite dominante, pero “el gobierno del pueblo” no es mucho más que sistemas partidarios para alternancias electorales, operados por camarillas de profesionales, con participaciones ciudadanas decrecientes. Como ideología, la democracia privilegia la sujeción a las reglas de juego del sistema, no da espacio a la justicia social como precondición y divorcia a la libertad de la igualdad;

c) Después de 1945 se generalizó la idea de la autodeterminación y casi se eliminó el colonialismo. En la lucha entre neocolonialismo y liberación muchas veces triunfó la segunda. Hoy persisten las entidades políticas, pero desde la dimensión económica está sucediendo una recolonización “pacífica” del mundo, y la idea de acciones conjuntas de defensa y de articulaciones del Tercer Mundo va siendo abandonada y sustituida por la de relaciones bilaterales subordinadas con los centros del capitalismo.

Después de cinco siglos de expansión mundial, en la que fueron instrumentos fundamentales el pillaje del colonialismo primero y la expoliación neocolonial después, el capitalismo se ha universalizado a tal punto que parece natural referirse a un ámbito planetario más o menos homogéneo. Pero eso no es cierto. Cada aspecto que se observe contiene realidades diversificadas por la pertenencia a los polos dominante o dominado del sistema. El polo “subdesarrollado” enfrenta agresiones, desventajas, extorsiones, desilusiones, explotación, préstamos forzados, exigencias, y está obligado a imitaciones, violentaciones, angustias, fingimientos. A la vez, cada aspecto contiene instancias y rasgos unificantes de ambos polos, de general aplicación, y también tiene que ver con las formas de dominio ideológico del “centro” sobre la “periferia”.2

2. La política en el largo siglo XX cubano

He incluído un comentario parcial acerca del mundo actual porque no es posible atender al tema que nos convoca, desde un país, sin inscribirlo en la situación mundial. Sigue siendo cada país, naturalmente, la dimensión fundamental: me opongo a la ideología en boga que sugiere el fin próximo de los Estados nación, entre otros sofismas3. Pero los

2 Fernando Martínez: “Memoria y proyectos. Gramsci y el ejercicio de pensar”, Puebla, febrero del 2000 (inédito). 3 La globalización ocupa un lugar central en su neolengua. Ella alude a esa situación, pero no expresa lo esencial, que es la dominación, y mucho menos las consecuencias funestas que acarrea a las mayorías del mundo. Cuando se le llama "inevitable" es peor, porque parece una fatalidad externa, como la lluvia, la sequía o la muerte.

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procesos de mundialización —con su carga básica de colonizaciones para la mayoría del mundo— han marcado a fondo la vida y la historia de países como Cuba.

Al mirar el marco global del problema de la democracia en el caso cubano, dos cuestiones me saltan de inmediato, ambas atinentes al tiempo. La primera, es inevitable partir de los profundos cambios en el Estado y la política —y ante todo en las relaciones sociales principales y en la manera misma de vivir de la población— sucedidos entre 1959 y los años 60, como parte y a consecuencia de una gran revolución social. Lo sucedido desde entonces a hoy es muy importante —y ha introducido modificaciones notables a aquella nueva situación--, pero no lo ha sido a tal punto que pueda afirmarse que relegó a los hechos de 1959-años 60 a ese lugar que al investigar una materia social convenimos en llamar, no sin cierta comodidad, el pasado.

La segunda cuestión es de futuro: ¿cómo hacer conclusiones sobre un proceso que no ha concluido? Aquí la aclaración sobre el peso de las nuevas variables se torna muy diferente a la de la primera cuestión. Realmente, el peso de nuevas circunstancias desde hace una década es extraordinario, tanto que algunos autores hemos usado la palabra “reinserción” y otros han usado “transición”, para caracterizar tendencias actuales, sin que ni unos ni otros hayamos podido aclarar del todo lo que implican nuestros términos. No pretendo hacer historia, y mucho menos predecir, pero de manera inevitable me coloco ante las reflexiones que he hecho durante décadas, y ante unas interrogantes que me involucran de modo personal y no sólo intelectualmente. Trataré de organizar una aproximación de ciencia social a estas cuestiones, y por tanto unir a la exposición que se acostumbra considerar positiva, la de los proyectos y otros materiales subjetivos, y mis opiniones.

En busca de componentes profundos en las motivaciones y actitudes —cuyos papeles jamás son desdeñables— hacia el poder y sus relaciones con la democracia y la ciudadanía, encontramos en Cuba un siglo largo que comienza en 1895, con la segunda revolución de independencia. Ese esfuerzo autóctono enfrentó con éxito una guerra muy sangrienta, que llegó a ser total en 1896-98, mediante una insurrección generalizada que creó y asumió una institucionalidad. La República en Armas se dió una Constitución en 1895 --renovable cada dos años, y lo hizo en 1897--, organizó a los combatientes, los mandatarios civiles y la población bajo su control a base de su legalidad, y los revolucionarios llevaron ese orden a la práctica a un grado muy notable, con inmensa energía y sistematicidad. La modernidad había elaborado un mundo de esclavitud masiva y castas durante el siglo XIX cubano; la revolución que creó un ejército realmente plurirracial instituyó la calificación de ciudadano para todos, con prohibición de toda otra, incluida la raza. La noción de democracia tuvo siempre un lugar central o importante en el discurso libertador, y fue muy exigida en la práctica; su idea se asoció a igualdad racial, gobierno por representaciones, república y justicia social. La política en Cuba hace un siglo tenía más desarrollo que en la mayoría de los países de América4.

4    ? Decenas de miles de documentos conservados en el Archivo Nacional y otros recogen las Actas de Reuniones del Consejo de Gobierno, las Leyes Orgánicas que rigieron, el Despacho de las Secretarías de Gobierno, las dos Asambleas Constituyentes, la Asamblea de Representantes de 1898-99, los poderes civiles provinciales (Distritos) y municipales (Prefecturas), etc. Se celebraron elecciones para los órganos correspondientes en 1895, 1897 y 1898. La legalidad civil y penal estaba organizada y cumplía exigencias establecidas; dejó una huella documental muy copiosa. Los documentos oficiales y personales (cartas, diarios, memorias, etc.) tienen innumerables referencias a lo anterior y a la democracia, la ciudadanía, el carácter y los límites del Gobierno y otros temas afines.

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La ocupación norteamericana (1898-1902) y la república burguesa neocolonial tuvieron que reconocer lo alcanzado en la gesta nacional como un deber ser del nuevo orden, para que fuera viable su régimen postrevolucionario. El Gobierno militar se combinó con altos funcionarios nativos que llevaron el peso de una administración de medidas civilizatorias con fondos de Cuba, que llegó a convertir cuarteles en escuelas, y permitió el inicio de un sistema de partidos políticos y eventos electorales. La república de 1902 implantó la igualdad formal, división de poderes, voto universal de varones y estado de derecho. El liberalismo económico imperó, se mantuvieron los códigos Civil y Mercantil, pero el personal político principal procedía de la Revolución del 95, la política se profesionalizó en corto plazo, sus eventos periódicos concitaban gran participación y miltancias, y esa actividad y sus instituciones se volvieron permanentes. El acceso a la tierra fue negado a las mayorías en el campo, pero las sobrevivencias del sistema colonial en lo político fueron eliminadas en un plazo breve.

La Constitución de 1901, liberal y bastante avanzada, fue complementada con leyes favorables al ordenamiento de poderes y administrativo, al municipio y a la materia electoral. Esta fue objeto de debates, leyes e iniciativas muy notables durante toda la época republicana. A pesar de todos los profundos males de esa época, el ejercicio de la ciudadanía fue generalizado y tutelado, y las experiencias e ideas asociadas a él y a la democracia tuvieron gran difusión. El liberalismo y sus instituciones no eran una meta, sino una realidad compartida o criticada, sujeta a desgaste; la democracia fue una materia de consumo popular y un ideal asociado a la gesta revolucionaria. Y esta era, a los ojos de todos, la madre de la nación.

En las tres décadas que duró la primera república, los enormes recortes sufridos por la soberanía nacional, los ideales de la revolución y el ejercicio de la democracia eran bastante percibidos por la población, por lo que era usual referirse a la frustración republicana. La unión de la vitalidad de la política y de ese malestar tan extendido legitimó las ideas de proyecto y de necesidad de realizar cambios radicales, pero estas eran sólo un horizonte ideal: las prácticas políticas eran muy diversas pero resultaban funcionales al sistema; una minoría expresaba protestas o alternativas, pero sin fuerza apreciable. La crisis de legitimidad política desde 1927, y las luchas sociales y políticas y la crisis económica que siguieron, dieron lugar a la Revolución llamada del 30. Entonces la cultura política partió de los límites previamente alcanzados, y exigió el fín de la república liberal, del semiprotectorado, del autoritarismo que ahogaba los movimientos sociales populares y de la vigencia misma del viejo sistema político.

Aunque la Revolución del 30 no logró los objetivos de sus alas más radicales, no es posible exagerar la relevancia de sus resultados en las relaciones entre el poder, la ciudadanía y la democracia. Lo esencial del orden económico de dominación y explotación permaneció. Pero la suma de derechos civiles y políticos y la nueva institucionalidad a los que abrió paso la postrevolución fueron logros extraordinarios. En esta segunda república, el Estado y lo político experimentaron una extrema modernización y ampliaron su ámbito. Se reorganizó la idea de proyecto alrededor de lograr el cumplimiento de los ideales de la Revolución del 30, muy centrados en la honestidad y eficiencia administrativas, y la independencia y bonanza económicas con “justicia social”, ambos campos garantizados por el intervencionismo estatal. En la primera república la lucha de clases, reivindicada abiertamente por los anarcosindicalistas, no tenía viabilidad política. Después de las grandes jornadas de los primeros años 30, la lucha de clases era dejada a un lado cuidadosamente por todos los representativos de clases en la segunda república, quizás porque todos intuían sus riesgos y consideraban que podían avanzar sin

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ella.

Desde el inicio del largo siglo XX, el poder en Cuba tuvo que atender permanentemente al ejercicio de la ciudadanía y el reclamo de democracia. La reformulación de la hegemonía después de cada revolución cubana exigió una complejización consecuente com el carácter de los eventos revolucionarios y los papeles y actitudes de las clases dominantes. Obtener “mejores” consensos fue imprescindible en cada caso, y correr los riesgos del potencial de rebeldía que la nueva hegemonía llevaba implícita. Las dos repúblicas postrevolucionarias integraron en sus sistemas elementos de la cultura popular y sus usos y representaciones políticas, con los elementos propios de las clases dominantes. La alternancia en el gobierno, el nacionalismo y la legalidad como vehículo y promotor de los cambios fueron rasgos constantes, pero el orden de la segunda reformulación fue realmente muy lejos en esos tres aspectos. En esos años de auge de las prácticas ciudadanas se creyó más que nunca en la aptitud de la vía legal para obtener cambios profundos que beneficiaran a sectores muy amplios. La ruptura de la institucionalidad en 1952, y el empecinamiento de una camarilla en no franquearle un retorno satisfactorio, fue el error del siglo en la política de la dominación capitalista.

3. Revolución, poder popular y democracia

En pocos años todo cambió, con la densidad que adquiere el tiempo en las revoluciones. He escrito algunos cientos de páginas de reflexiones acerca de lo que sucedió en ese proceso cubano, y no trataré de sintetizarlas aquí. Llamo sí otra vez la atención sobre la necesidad de que ese proceso sea objeto del conocimiento, ya que por lo general ha estado librado a las pasiones. Yendo a los resultados de su primera etapa para nuestro tema, puede afirmarse que a mediados de los años 60 ya había sucedido una transformación trascendental: no quedaba nada del sistema político previo, ni parecía quedar nada del mundo espiritual que le correspondía. Pero ningún orden social, por muy novedoso que sea, surge de la nada. La acumulación cultural que he venido exponiendo sufrió impactos determinados por la revolución, y a la vez le dejó su huella.

Lo primero fue la apelación a una realización práctica de la democracia como gobierno del pueblo, ejecutor de las grandes tareas, y como comunidad de iguales. La revolución es fuente de derecho, fue el lema de la gente culta, que presidía la fundamentación de las medidas legales y el nuevo ordenamiento estatal. Los lemas de la gente sencilla eran más directos, y se referían a las antinomias de las luchas de clases y de liberación (por ej., “patria o muerte”), a las grandes tareas o jornadas (por ej., “la reforma agraria va”) o a la gran igualación, que era una tendencia práctica y una representación dominante (por ej., “a comer parejo”). El peso de la actividad y las motivaciones de las mayorías era sumamente influyente en todo el ámbito público. He calificado a esta época por la conjunción de los impactos libertario y de poder revolucionario, un rasgo que entiendo común a la etapa crucial de las revoluciones, y que tiene en ellas una duración variable. En el caso cubano esa conjunción fue muy prolongada, lo que a mi juicio fue decisivo para el régimen emergente, las creencias y actitudes políticas generalizadas y legitimadas, y también para la etapa vivida por el país en esta última década.

En la idea predominante de que la revolución era un hecho insólito y un parteaguas de la historia nacional, pronto se incluyó el rechazo contra todo el sistema político previo, tanto la dictadura como la institucionalidad que la precedió. La causa más visible de esa deslegitimación fueron las acusaciones de Estados Unidos contra Cuba, tachándola de antidemocrática, y su exclusión del sistema interamericano. Primero se argumentó con

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fuerza que era Cuba la democrática, a base de la justicia social, el armamento general del pueblo, el involucramiento de este en todas las grandes campañas de la revolución y las formas de consulta directa5. Otra causa de mucho más peso se sumó a aquella. Las agresiones desde el exterior y las duras y dolorosas confrontaciones internas de los primeros anos llevaron a reducir los derechos de los opositores directos, hasta límites marcados más por la moral y la estrategia revolucionarias que por un estado de derecho. La coerción social fue por lo menos tan fuerte como la estatal, y entre ambas fijaron límites políticos a los derechos (por ej.: “la calle es de los revolucionarios”). Nación y socialismo se unieron, hasta el punto de la exclusividad: sin los dos, no se era cubano. Estas contraposiciones fueron otro factor de cambio en las ideas y representaciones que se tenían acerca de la democracia y la ciudadanía.

Pero también se había producido una transformación intensa en la visión del orden social considerado justo y deseable. Los actos revolucionarios eran el origen de los logros, las oportunidades y las nuevas expectativas que afectaban a las mayorías. Gran parte de la población realizó prácticas políticas contínuas, de importancia visible sobre el orden y la vida sociales, incluida la cotidianeidad, y en general tomó una conciencia muy fuerte de sus papeles políticos. La referencia a un proyecto trascendente prendió en un terreno muy fértil, y pronto condicionó la mayoría de las ideas y actitudes compartidas acerca de lo público. Prácticamente todo se politizó. La democracia—como casi todo lo demás—fue sometida a ese nuevo aparato de medir y valorar que se utilizaba sin descanso ni dudas. Y no pasó la prueba.

¿Qué parte tuvo la cultura política previa de los cubanos en la formulación del nuevo régimen, en los modelos y la capacidad de organización, planeación y proyección del Estado, el sistema político, los sindicatos y las nuevas organizaciones (Milicias, CDR, etc.)? Ayudó a qué la plasmación práctica de la nueva sociedad tuviera mayor efectividad y rasgos específicos más o menos lejanos a los de otros modelos de socialismo? Cómo y en qué medida influyó esa cultura previa sobre las instituciones e ideas del socialismo cubano? Las nuevas realidades y necesidades fueron tan fuertes que requirieron una nueva institucionalidad y un nuevo orden social. Lo mismo sucedió con las ideas. Al inicio del proceso tenían gran influencia planteos tales como pagar la deuda contraída con “el campesino” y otras nociones civilizatorias, y hacer cumplir la avanzadísima Constitución de 1940; pero esas fórmulas resultaron transicionales y pronto fueron superadas por otras que referían las acciones de cambio al triunfo de la justicia y al socialismo. Sin embargo, me parece una buena línea de estudio la que sugiero con las preguntas al inicio del párrafo. La riqueza y aptitud de la calificación de “pueblo” adoptada por el socialismo cubano para identificar a su protagonista me parece un buen ejemplo.6

Anado sólo algunos comentarios acerca del período precedente a los anos 90. Desde temprano el régimen político reconoció la procedencia de excluir la vía electoral para la

5    ? Las “nacionalizaciones” y demás “medidas” de justicia social, y campanas como la de alfabetización, se llevaron a cabo con participación masiva; en realidad no hubiera podido ser de otro modo. Unas mil leyes fueron promulgadas en los primeros tres anos. El 21 de enero de 1959 comenzó la práctica de las “concentraciones” populares, que pronto se hizo usual. Las Milicias Nacionales Revolucionarias fueron una gigantesca organización de masas revolucionaria. En un discurso de entonces, Fidel Castro decía: "Democracia es esta, que le da un fusil a un obrero..., a un campesino..., a un negro..., a una mujer..."

6 Ver Fernando Martínez: “La fuerza del pueblo”. Temas núm. 15/16, La Habana, junio de 1999

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alternancia en el poder, y poco después, la alternancia misma. No se basó, a mi juicio, en determinada doctrina, sino en el consenso expreso de las mayorías y en la voluntad de ejecutar un proyecto nacional y planes de acción que identificaba como de muy largo plazo. La exclusión se extendió a toda actuación o discurso que no partiera expresamente de aceptar ese punto de partida. Se constituyó así una noción de poder que se ha mantenido a través de los cambios institucionales del período. El cuadro que he tratado de sintetizar, y la inculpación o exigencia externa hechas a Cuba desde un concepto muy reduccionista de democracia, reforzaron mucho durante largos anos el descrédito en Cuba de la democracia en general.

En la segunda mitad de los anos 60 se identificaba el régimen político como una “democracia de los trabajadores”.7 En el seno del régimen revolucionario se efectuaron entonces los mayores intentos de adoptar un orden social que profundizara en lo que se consideraba la posición marxista acertada de transición hacia el comunismo. Ante la difícil situación creada en 1970, Fidel Castro lanzó una campana política bajo la consigna de “el poder del pueblo, ese sí es poder”, bajo la cual se reconstituyeron los sindicatos y comenzó una reorganización del Estado y del Partido comunista que culminaron en un proceso llamado de institucionalización. Esta incluyó la discusión y aprobación de la nueva Constitución de 1976, y la puesta en vigor de un nuevo sistema institucional en diciembre de ese ano. La “legalidad socialista” era el nuevo principio que debía sustituir a aquel de la revolución como fuente de derecho. Pero los resultados fueron híbridos. Junto a prácticas democráticas como las discusiones masivas de los proyectos de ley y de la Constitución, y la implantación de poderes municipales muy participativos, se produjo una fuerte burocratización del sistema y una ausencia de mecanismos de control popular. Fue la época también de mayor sujeción a la Unión Soviética, dentro de una historia muy complicada de relaciones.

A mediados de los anos 80 la nación fue convocada desde la máxima dirección a emprender una lucha política que se llamó de “rectificación de errores y tendencias negativas”. Esta “primavera de Cuba” que alejó al país de la naciente Perestroika y trató de movilizar políticamente los recursos de la sociedad, no terminó con una acción del Pacto de Varsovia sino con su liquidación y la de los regímenes de Europa oriental, lo que precipitó a Cuba en una agudísima crisis económica y una delicada situación de seguridad. El desprestigio mundial del socialismo también afectó duramente a sus ideas, sentimientos e imagen en Cuba.

4. En el horno de los noventa

Entre 1971 y 1991 el país había madurado en cuanto a servicios sociales, bienestar en consumos, calidad de la vida y niveles educacionales, alcanzado ciertos logros económicos y generalizado ciertas prácticas ciudadanas. La mayoría de la población ya carecía de vivencias del hecho revolucionario original, y tenía nuevas expectativas, pero seguía siendo muy influída por la acumulación cultural de la revolución, desde la cultura política hasta costumbres arraigadas en la vida cotidiana. La transición socialista había confrontado graves

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? Decía Fidel Castro, en su discurso del 26 de julio de 1965: “Democracia es esta democracia revolucionaria, ...obrera. Nosotros no decimos que existe democracia para todos; existe democracia para los trabajadores! Existen derechos, propiamente políticos, para los trabajadores! (...) un partido constituido por los trabajadores de vanguardia... tiene el derecho a gobernar, como legítimo representante de la clase obrera!

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límites y distorsiones. Mezclas de burocratismo y mercantilismo lo evidenciaban, uno y otro en nombre del socialismo; la relación principal internacional del país no podía favorecer su desarrollo autónomo, y mucho menos el político y espiritual. A pesar de sus vicios y fuertes limitaciones, el sistema político evidenció su base social, su legitimidad y sus reservas en la década de 1986-95, cuando sucedían cataclismos y las explicaciones no solían ir más allá de frases como “los cambios mundiales”, “nueva época” o “fín de la historia”.

No hay que subestimar la activación que se produjo en la política en esos diez anos, de modos parcialmente novedosos y en parte convencionales, pero siempre específicos. Se pusieron en juego y se cuestionaron los contenidos del poder y del ejercicio de la ciudadanía, las ideas sobre la democracia, pero también un arco de cuestiones amplísimo: la soberanía nacional, el socialismo, el nacionalismo, las reglas de la vida económica, la política social que forma parte de la base del pacto político, las relaciones entre la unidad –y la unanimidad—políticas y la diversidad social existente, la emergencia de diferenciaciones sociales nuevas y erosionantes del modo de vida anterior y de la estructura y comportamientos sociales. Otra vez en la historia cubana la política se enfrentó a la economía. Ahora contó con una acumulación cultural verdaderamente notable, y es imprescindible tenerla en cuenta para comprender la situación actual y avizorar sus tendencias.

La “rectificación” y la política adoptada frente a la gran crisis mostraron las fuerzas y los límites de la dimensión política cubana. Los análisis parciales pueden escoger sus acercamientos y temas para llegar a conclusiones disímiles, pero sólo los esfuerzos totalizantes podrán aportar algo a la comprensión. Mis comentarios se limitan a llamar la atención sobre algunos aspectos. El cuestionamiento parcial, pero muy extendido, de las profundas deficiencias del orden social respecto a las normas, la eficiencia y el proyecto socialista, llegó a su ápice político con el documento del partido comunista de marzo de 1990, que promovió un intenso debate nacional8. El modo como ese debate cesó abruptamente también da una idea de la falta de mecanismos en el sistema político cubano. Pero es un hecho que las jornadas prácticas del período—desde la exaltación del internacionalismo a la aplicación de la justicia a personas de alto rango y la denuncia de métodos erróneos o perversos en la administración y otros medios públicos--, más el aflojamiento del cierre a la expresión y publicación de criterios de revolucionarios que no se consideraran “oficiales” después de 1986,9 contribuyeron a aquella reactivación política

8 El “Llamamiento al IV Congreso del PCC” (Granma, 16-3-1990) fue en ese período el texto más profundo puesto en debate, en materia de crítica de la sociedad cubana y sus instituciones, incluido el propio PCC. Más de 70 000 asambleas discutieron el Llamamiento, en un ambiente de absoluta libertad de criterios.9

? F. Martínez en el Congreso de ALAS, La Habana, abril de 1991: “...se van poniendo a la orden del día los problemas de la multiplicación y profundización del control popular sobre el Estado, del funcionamiento efectivo de los poderes de este y sus especificaciones, del ejercicio de los derechos de los individuos, de la democracia como garantía efectiva de la permanencia y justeza de la distribución de las riquezas, de dar más poder real a los que desempenan cargos por elección, más funciones y autonomía a las instituciones de base e intermedias, más conocimiento de los procesos y problemas sociales a toda la población. Acciones y criterios van reivindicando una participación más calificada de la sociedad civil en las decisiones importantes, más autocontrol de sus propias estructuras y más influencia de ellas en el conjunto de la sociedad” (...) Si un proceso revolucionario se detiene, termina o decae, puede suceder que se garantice la existencia de un ordenamiento jurídico, electoral y de representaciones correspondiente a un grado determinado de realización democrática ...la

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previa a los anos recientes de crisis y de reinserción en la economía internacional.

Entre agosto de 1991 y 1992 el poder político reforzó su situación legal haciéndose conceder atribuciones extraordinarias y produciendo una profunda reforma de la Constitución10; pero mantuvo la moderación en el uso de aquellas atribuciones y en el ejercicio general de sus facultades e instrumentos —como procede en el campo amplio en que ejerce su arbitrio-—, lo que sigue siendo uno de los rasgos distintivos del ejercicio del poder en Cuba. El marco legal de la reforma constitucional se adelantó a las “medidas” que debían adoptarse a partir de la identificación de necesidades y de la tendencia internacional predominante y algunas posiciones cubanas de los anos previos y siguientes. En la práctica, las medidas que reordenan relaciones e instituciones económicas y sus conexas sociales en los anos 90 tienen al menos dos rasgos interesantes: a) se toman con lentitud, se aplican con parsimonia y flexibilidad, y no son objeto de propaganda; b) se combinan con prácticas paralelas, administrativas o de otros tipos, que las complementan, o a veces las contradicen.

La elección directa de los diputados a la Asamblea Nacional desde 1992, el trabajo de sus Comisiones permanentes, la conservación del prestigio del Poder Judicial, son factores de peso; pero el grado de concentración práctica del poder del Estado no permite que la clásica división de poderes desempene funciones como las que tiene para el buen funcionamiento del sistema y para la hegemonía en los regímenes capitalistas con democracia representativa. Y nunca se ha logrado sustituir la ausencia de aquel tipo de división por fórmulas creativas y eficaces que favorezcan el desarrollo de un Estado equilibrado y controlado, y de un poder político más promotor de la participación y sucesivos cambios liberadores. En general, la forma de gobierno no ha conseguido desarrollarse tanto como la acción y la conciencia sociales, los cambios estructurales y espirituales y la cultura política acumulada. Además, la intangibilidad del sistema político es una pieza central en la resistencia nacional, dados los términos en que se conducen las presiones internacionales sobre Cuba, y eso pesa contra la valoración interna de opciones. Los análisis acerca de Cuba harán bien en tener muy en cuenta que la idea de unidad es central no solamente en el discurso oficial: también lo es en las representaciones políticas de la mayor parte de los cubanos.

La nacional tiene un peso inmenso entre las identidades apreciables en Cuba; su origen fue sobre todo político, como apuntamos arriba. A partir del triunfo de 1959 se realizó el sueno de la liberación nacional, mediante la unión de las luchas y proyectos socialista y nacional, del anticapitalismo y el nacionalismo revolucionario. Esto enriqueció mucho la noción de identidad nacional. Las diversidades sociales se modificaron realmente, pero además la cohesión social se agigantó y pareció abarcarlo todo. Desde entonces la nación socialista se abroqueló en la unión de sus ciudadanos y en el poder revolucionario para poder resistir y actuar. Esta fórmula sigue vigente hoy ante la cuestión de la defensa de la soberanía nacional frente a los Estados Unidos, un valor que sigue teniendo un altísimo consenso, a pesar de cierta erosión experimentada por el nacionalismo. El poder cubano se muestra capaz de desempenar bien su papel en ese terreno, y en general de representar bien los intereses del

sociedad há avanzado, pero la función principal de esa forma de gobierno será legitimar y hacer permanente la dominación postrevolucionaria establecida, a la vez que marcarle límites y procedimientos ante los derechos de una parte más o menos grande de la población.” En: “Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia”. En: Cuadernos de Nuestra América núm. 17, La Habana, jul/dic de 1991.10 Ver Hugo Azcuy: “Cuba: reforma constitucional o nueva constitución?”. En: Cuadernos de Nuestra América núm. 22, La Habana, ene/jun 1994, ps. 41-52

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país en sus relaciones internacionales, y la mayoría así lo identifica. Ante los profundos cambios y complicaciones experimentados por estas –y las percepciones sobre ellas--, esa confianza resulta muy importante.

“El principal fenómeno político masivo de los 90 es el predominio de la cohesión, la disciplina y la actividad social en apoyo a la manera de vivir que ha regido más de tres décadas. Esto es, lo decisivo para la política ha sido ese comportamiento social, y no tanto las actividades políticas mismas. La mayoría de la población expresa así, desde su conducta social, tanto su apoyo a que continúen predominando relaciones socialistas, como los rasgos actuales de sus representaciones del socialismo. La identificación política expresa con el proyecto socialista no es una actitud tan generalizada...”11

Esa actuación consciente de la sociedad le ha dado al sistema un grado muy amplio de autonomía política para manejar la crisis y tomar iniciativas, generar y aplicar prácticas o disposiciones legales, enérgicas o permisivas, puntuales o trascendentes, congruentes o no con las tendencias prevalecientes. El apoyo social deja manos libres a la conducción de la economía, que opera las grandes transformaciones en curso sin oposiciones de la sociedad o de instituciones, recibe la anuencia de los más y cuenta con una disciplina social que acepta sin mayores contratiempos las modificaciones de la situación, incluidas las que perjudican a mayorías. Individuos, sectores, grandes grupos sociales, han cambiado paulatinamente sus comprensiones de la economía, sus tipos de actividad y sus expectativas. La actitud conciente de la sociedad ha permitido mantener los lazos entre la economía y la política, que de otro modo probablemente se habrían roto.

El protagonismo de lo social es un hecho. ¿Qué relaciones tiene con la estructura actual de la sociedad? ¿Se corresponde con autoidentificaciones de sus actores, con cambios en la participación y el peso de las organizaciones de la sociedad en el sistema cubano? Buscar respuesta a estas cuestiones nos asomaría a la estructura social y los movimientos sociales actuales, pero también a las prácticas y las instituciones políticas, y a la situación y las tendencias del sistema en su conjunto. Este trabajo no es tan ambicioso: intenta apenas aportar ciertos datos, así como criterios y valoraciones propios, que ayuden a desplegar los problemas aludidos por esas preguntas.

El otro aspecto central de la década ha sido la decisión y la actuación eficaz del poder político en favor de la continuidad del régimen vigente. Ha conservado el orden social y el dominio sobre sus instrumentos, y ha sostenido la soberanía nacional. El mantenimiento de la paz y el orden en estos años no ha descansado en el predominio de la represión. Ese rasgo general tan positivo es esencial para la convivencia, y facilita mucho el curso económico; el régimen ha sostenido la confianza de millones en que el proceso no terminará avasallándolos y excluyéndolos. Es visible el papel central del poder político en la ejecución de la transición económica, y el alto grado de control que ejerce sobre el proceso de cambios económicos y de asociaciones con extranjeros, algo que es tan complejo y difícil. Sus diversas instancias controlan de un modo u otro las decisiones importantes.

11 F. Martínez: “Sociedad, transición y socialismo en Cuba”, La Habana, septiembre de 1999. Aparecerá en Democracia emergente en el Caribe. CIICH-UNAM, México DF, y en Espana. La mayor parte de este texto, desde aquí hasta el final, procede de ese trabajo.

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El poder político garantiza, de una forma u otra, toda la transición de la vida económica. Sus actuaciones prácticas y las medidas legales que toma mantienen de manera efectiva el control sobre los recursos, la decisión sobre su asignación y la posición del país como actor y como parte o socio en los nuevos vínculos internacionales. Ello le permite importar energéticos y otros productos para los consumos productivo y de la población, en medio de la dura carencia de divisas; impulsar la producción de alimentos; facilitar canales diversificados para la oferta a la población; acudir en ayuda de regiones afectadas por desastres o menos favorecidas, etc. Los actos del poder político abren camino al crecimiento de las actividades económicas privadas en numerosos campos, y a las ideas y valores que las acompañan. Pero a la vez, mantienen con gran energía la política social y otras numerosas prácticas propias del régimen de transición socialista que ha existido, un control muy fuerte sobre las instituciones y medios que reproducen las ideas, y la intangibilidad de las instituciones. Se proclama la continuidad socialista, y que el propósito de todos los esfuerzos y políticas en curso es remontar la situación actual en defensa del socialismo12.

El poder político es hoy la bisagra de la situación. Su capacidad para manejar los elementos diversos y las tendencias implicadas sigue siendo muy notable.

El sistema se muestra eficaz para llevar adelante de modo paulatino una estrategia económica de cambios y de ajuste, en medio de una gran crisis que provocó escaceses dramáticas, sin liquidar ni dejar que desaparezca la ejemplar política social que ha caracterizado durante décadas al proceso socialista y al régimen cubano13. El Estado ha mantenido el monopolio de los servicios de educación y salud, que son gratuitos y universales, la más abarcadora seguridad social del continente y su sistema de venta de cuotas de ciertos productos a precios subsidiados a toda la población. Esos rubros, la atención a la infancia y personas con limitaciones físicas, y otras atenciones sociales, siguen siendo excepcionales para la región latinoamericana, como aseveran organismos internacionales. El gasto social no fue sacrificado a la corrección del enorme defícit presupuestario de 1993 --como es usual en el mundo actual--14, ni se ha supeditado a los pagos de la deuda y los gastos de defensa y orden interno15. Los gastos sociales --y su parte en el total-- han aumentado durante la década16.

12    ? Es ejemplar en ese sentido la campaña del presidente Fidel Castro. Cito su Informe al V Congreso del Partido Comunista (8-10-1997), en su carácter de Primer Secretario: "No puede haber economía revolucionaria sin una política revolucionaria (...) Ningún interés puede predominar por encima del interés de la nación (...) nos piden que liquidemos el socialismo. El capitalismo produce bestias y el socialismo seres humanos. La patria es independencia, justicia social, socialismo."

13    ? Según CEPAL: "...no se descuidó el contenido social de la política económica, y se procuró minimizar los efectos adversos del ajuste sobre los trabajadores." Agregan que Cuba ha pospuesto la lucha por la reconversión industrial, en defensa del empleo. Cuba: evolución económica durante 1994. 1 de agosto de 1995, p. 12.

14    ? Que ha sido controlado: "el balance presupuestario para 1999 prevé un defícit de 720 millones, equivalente al 3% del PIB, es decir, un rango aceptable". George Carriazo: “La economía cubana en 1999”. En Cuban Review, Amsterdam/La Habana, feb. 1999

15    ? En 1989-95 los gastos totales del presupuesto se redujeron en un 6%. Defensa y orden interior se redujeron, de un 10,2% del total en 1989, a 5,75% en 1996.

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Sin olvidar el notable papel que juegan nuevas actividades y relaciones sociales en la satisfacción de necesidades, el sistema libra en la práctica una dura lucha para solventar los problemas de servicios. Los de salud han confrontado graves penurias materiales, asociados a problemas nutricionales y otros; la escasez afectó mucho a las escuelas, pero además los cambios erosionan el interés por la enseñanza media en sectores determinados; el inmenso esfuerzo de mantener las pensiones que crecen en número --subsidiando centralmente incluso la contribución de muchas empresas a la seguridad social-- ha sido saboteado por la gran caída registrada por la capacidad adquisitiva del peso. Las consecuencias sociales de los cambios tienden a aumentar el número de personas con deterioro en su calidad de vida, y a reagruparlas. El papel del sistema socialista cubano como redistribuidor sistemático de la riqueza social y facilitador de oportunidades está siendo retado de manera cotidiana.

El poder político ha tomado diversas medidas diferenciales de protección de ciertas capas de la población, ante el alza del costo de la vida, los efectos del dólar sobre la economía popular, las crecientes desigualdades sociales y la necesidad de incentivar determinados tipos de trabajo. La asistencia social aumentó sus prestaciones a las personas más desvalidas, política que corrige actualmente17; los municipios también ofrecen alimentos a precios módicos, y otras facilidades. Los sistemas de estimulación al trabajo en divisas, en venta de productos a precios diferenciados y otros incentivos favorecían a 1 125 000 trabajadores (30% de la PEA) a fines de 1998. Hubo recientes aumentos de salarios de los maestros y del personal de salud.

El grado en que los resultados son positivos no sería explicable sin tener en cuenta los logros acumulados de la política social durante décadas y la calidad de la vida consecuente, los altos niveles culturales de la población, que permiten o facilitan iniciativas y esfuerzos colectivos, la abnegación manifestada por cientos de miles de técnicos y trabajadores implicados en los servicios sociales, y la solidaridad y la colaboración internacionales.

El cuadro aludido nos muestra uno de los aspectos centrales de la renovación del consenso. Los efectos de la crisis económica y del descrédito mundial del socialismo atacaron la confianza en el proyecto y en las instituciones y el discurso oficiales; el desgaste del régimen, iniciado antes, sin duda se agravó. Pero el vínculo entre gobernantes y gobernados no se deslegitimó, a pesar de la erosión de la credibilidad. Creo que eso se debe, además de a la firmeza que muestra el poder en sus actos y al hecho innegable de la lucha por mantener el tipo de sociedad que ha existido, a la acumulación cultural previa de valores socialistas y libertarios y la persistencia de la tradición revolucionaria. La esperanza y el interés de mantener la manera de vivir que ha regido durante tantos años se representa como socialista en las imágenes del mundo más extendidas, y sobre todo es excluyente respecto al capitalismo. Estimo que la

16    ? A educación y salud se destinó en 1996 el 21,6% del total de gastos del Estado; en 1999, el 39%. Los gastos de seguridad y asistencia social, multiplicados por 2,4 entre 1980 y 1993, pasaron de 1 630 millones de pesos ese año a 1 910 en 1998. Recibieron pensiones 1 363 731 personas. Fuentes de los datos: Manuel Millares: "Informe de presentación a la Asamblea Nacional del Poder Popular del Proyecto de Presupuesto del Estado para 1996". Granma, 28-12-1995, ps. 4-5; George Carriazo: ob. cit.; "La justicia social cuesta cara". Revista Mensual, IPS, La Habana, agosto/98, p. 11; "Balance del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social". Granma, 4-3-1999, p. 4

17    ? En 1998 disminuyó en 3 400 los beneficiarios, al lograr mayor responsabilidad familiar, reconocimiento de paternidad, empleos a madres solas y otras acciones. Se hace más énfasis en la protección en especie. "Balance del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social". Ob. cit.

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mayoría no se representa al capitalismo como algo deseable, aunque parte de ella siente el temor, o percibe, que el capitalismo se volverá inevitable. Por último, cuentan también la usual inercia y la renuencia a los cambios.

En las nuevas condiciones creadas, las relaciones entre lo legal, la necesidad y lo ilegal se enturbiaron mucho, y las fronteras se movieron varias veces en uno u otro sentido, dentro de la tradicional permisividad hacia el mercado negro. Pero también aumentaron mucho la prostitución y el delito contra la propiedad con violencia, muy bajos en Cuba en las décadas anteriores. La defensa de la seguridad y la tranquilidad ciudadanas ha sido reforzada, y el combate enérgico al delito y la prostitución es un tema muy ampliamente apoyado por las mayorías. A pesar de la presencia de variables en contra, la paz y la seguridad son valores masivamente respaldados. De paso señalo la lejanía que existe entre las preocupaciones expresadas en el exterior por las leyes aprobadas en febrero de 1999 y la percepción popular de simpatía hacia sanciones más rigurosas a los delitos comunes relacionados18.

La dirección política del país ha sido capaz de regir, darle cauces y alentar la resistencia del pueblo en los años 90. Dentro de ella tiene gran relevancia el reconocimiento vigoroso, reiterado y explícito que hace Fidel Castro del carácter decisivo de esa resistencia, su tenaz referencia a la superioridad del socialismo y a la lucha por mantener un rumbo socialista; también sus claras menciones del carácter capitalista de cierto número de hechos, relaciones y actitudes vigentes en Cuba hoy, y sus admoniciones sobre lo nefasto que sería volver al capitalismo. La conducción política e ideológica ejercida por Fidel Castro está asociada no sólo a su origen revolucionario sino a su papel en las grandes opciones del proceso, en las que ha sido identificado siempre como el líder del país y como una fuerza a favor de un socialismo entendido como régimen favorable a los amplios sectores populares19; en otro plano, es importantísima la comunicación del líder con la gente común.

Quiero resaltar la tranquilidad reinante en el terreno de la actividad política, que no se ha vuelto a turbar por la erosión social desde el "verano caliente" de 1994. Decisiones, medidas, cambios y continuidades transcurren sin alterar de manera visible la institucionalidad ni el sistema político. Las elecciones, municipales y de diputados a la Asamblea Nacional, registran una participación altísima del electorado, en un país en el que la ley no exige votar pero la coerción social es enorme. En las municipales se eligen, siempre de entre varios candidatos

18    ? La Ley 87 agrava sanciones a delitos que son repudiados, y crea algunas figuras delictivas que no existían en Cuba pero sí en la mayoría de los países. La otra Ley, que agrava sanciones a ciertos delitos que en Cuba resultan políticos, no tiene gran resonancia para la mayoría de la población, como no la tienen los llamados disidentes. Para posiciones oficiales, ver: Discurso del Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón, al cierre de la Sesión de la V Legislatura, 16-2-1999, en Granma, 19-2-1999, ps. 4-5; "Quiénes son los disidentes y los presos de conciencia en Cuba", en Granma, 4 de marzo de 1999, ps. 1-3

19    ? Del discurso en el 40 aniversario de la Ley de Reforma Agraria: "No hemos vendido el país ...es nuestro, absolutamente nuestro y para el futuro de nuestro pueblo (...) El Estado no vendió esos casi 3 millones de hectáreas organizadas actualmente en Unidades Básicas de Producción Cooperativa, sino que se las entregó a los trabajadores... en usufructo a colectivos de trabajadores muchas de las mejores tierras que poseían las grandes empresas estatales". En Granma, 25-5-1999, p. 5.

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propuestos por la comunidad, más de 14 000 miembros de las 169 Asambleas Municipales del país, y a los presidentes de estas. Sin entrar en detalles, a mi juicio ellas siguen expresando, además de su valor democrático intrínseco, una continuidad en la actitud de la mayoría de la población respecto a sus instituciones. Sin duda es enorme el papel de la conciencia política en las motivaciones y actuaciones individuales y organizadas de una gran parte de los cubanos. Reitero sin embargo mi opinión de que ella no ha sido decisiva en la Cuba actual; hay mucha más cohesión y disciplina sociales que formulaciones y luchas políticas.

5. El reino de ‘todavía’?

La emergencia de los movimientos de la sociedad puede convertirse en un factor básico de la cultura política cubana. Los principales siguen siendo los que existen dentro de canales constituidos. Entre ellos, los sindicatos podrían resultar cruciales para la defensa de las conquistas obtenidas por los trabajadores, y la defensa del socialismo; ambas han estado ligadas entre sí durante casi 40 anos. Las bases sindicales suelen ser muy democráticas, pero los hábitos de sujeción a las orientaciones recibidas y las decisiones administrativas son un peso negativo fuerte contra sus posibilidades de actuar con autonomía, iniciativa y creatividad, tres rasgos muy necesarios en un escenario de cambios trascendentes.

Los otros movimientos estructurados como organizaciones de masas, aunque tienen sus especificidades, contienen rasgos positivos y negativos análogos a los de los sindicatos. Sería erróneo, sin embargo, despreciarlos. Son formidables canales organizativos que la población se dio a sí misma siguiendo a la conducción revolucionaria; han sido escuela de actuación cívica, de promoción de liderazgos en las bases, y demostraciones prácticas del inmenso valor de la actuación organizada, sistemática y con propósitos solidarios. Podrían ser instrumentos inapreciables para las necesidades actuales y las que vendrán, si encuentran los modos de hacerse más dueños de sí mismos, de tener unas relaciones más fructíferas con la dimensión política de la sociedad, y de combinar las actividades cotidianas y las de mayor alcance en una integración real, desde ellos mismos.

Los municipios tienen una antigua y rica tradición en Cuba. La revolución los desarrolló mucho, especialmente después de 1976; hoy son una forma de organización social que cumple funciones importantísimas ante la crisis y la situación. En muchos lugares de la isla ellos han organizado, o han brindado el espacio a formas organizadas de sobrevivencia y de reestructuración de las actividades económicas del mayor interés para las comunidades, y han pasado también a atender otros muchos aspectos de la vida social. Los niveles más cercanos a las bases, y las bases de las organizaciones de masas tradicionales, encontraron en estas instancias un campo de acción que muestra en muchos casos las potencialidades que siguen teniendo.

En los últimos años ha surgido una multitud de formas asociativas, y otras se han fortalecido mucho. Un sector alberga el enorme aumento de la religiosidad, y su mostración pública. Las iglesias y los movimientos que tienen su centro o encuentran su sentido en la religiosidad ocupan un espacio notable en la sociedad civil. El absurdo ateísmo cayó en total descrédito. La tercera edad mantiene sus "círculos", creados sobre todo en la década anterior. Muchas asociaciones persiguen fines culturales, hay clubes de los que hacen huertos familiares, otros buscan alguna mejora comunal. Existe un terreno poco conocido de organizaciones sociales "informales", de acomodos o encuentros de intereses, ideas e identidades.

El tejido social cubano, es obvio, siempre fue complejo. Lo que caracteriza a la circunstancia actual es que ese tejido se complejiza cada vez más; que la diversidad social se muestra, frente al ideal de homogeneidad que reinó durante décadas; que se diversifican los contenidos y las formas de organización social; que ellos tienen, en muchos casos, nuevos

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efectos sociales; y que tienen más incidencia que antes en la totalidad social. Sería erróneo creer que permanece intangible el sistema reductor y empobrecedor de las iniciativas sociales que se fue imponiendo en el curso del proceso; también sería erróneo subestimar a la cultura política revolucionaria acumulada, que con su actuación podría influir en la naturaleza y el alcance de los cambios que se están registrando.

La sociedad civil puede ayudar decisivamente en darle un sesgo socialista a la descentralización y rearticulación de la sociedad que los cambios en curso ponen a la orden del día. Puede ser vehículo de la diversidad social no sólo para la satisfacción de necesidades insoslayables, sino a la vez como enriquecedora de una identidad nacional ligada a la justicia social, una diversidad de gente que ha ejercitado masivamente la solidaridad y posee fuertes sentimientos de comunidad. Puede cubrir con su cultura de organización y su cultura política espacios que está dejando vacíos el Estado, no para competir con él, sino para participar en pie de igualdad en un proceso en el cual el Estado debe ser un instrumento. Quizás se impulsaría así por necesidad lo que debe ser natural a toda transición socialista.

No es fácil la comprensión de esas posibilidades. Ha habido una tensión y hasta oposición latente entre socialismo y sociedad civil. El socialismo que privilegia el poder del Estado tiende a descalificar a lo que llama sociedad civil por “no ser confiable”, al creerla germen de una oposición política o fuente de desunión “nacional”. La debilidad de la teoría de la transición socialista ante los problemas del poder y la dominación en el socialismo contribuye mucho a eso, y también los intereses de grupos en el poder en esos regímenes. Ellos confunden el poder con el socialismo, y reducen el poder al que detenta el Estado. En Cuba esa confusión es grande en el discurso y hace dano en la práctica.

La mayoría de la población cubana se ubica y guía su actuación a partir de un saber que sintetizo en tres aspectos: la unidad de todos es vital; el régimen vigente defiende la vida que se ha vivido, y la soberanía nacional frente a los Estados Unidos; y el triunfo de la economía del dólar significaría la vuelta a un sistema de desigualdades y explotación, y además marginaría a una gran parte de los cubanos. La fuerza de esa convicción viene de la acumulación cultural. El pueblo cubano no ha sido derrotado, y ese hecho es básico; además, se le convirtieron en costumbre ejercitar muchos derechos laborales y ciudadanos, la pérdida del respeto a la propiedad privada y el reparto sistemático de la riqueza social como un derecho, algo que es muy superior a una política social. El orgullo nacional tiene un componente importantísimo de justicia social. El deterioro de ese orgullo, la despolitización del nacionalismo, o incluso su conservatización, son variantes opuestas al socialismo que tienen posibilidades ciertas en la situación actual. Otra variante opuesta es la disminución en curso de la politización; durante una larga etapa ella abarcó en demasía la vida social, pero hoy se extiende un apoliticismo cuyo saldo es negativo para el sistema vigente.

Desde hace unos 25 años se redujo la intensa movilidad social que caracterizó la primera etapa del proceso. En los planos privados, relaciones "de frontera" predominaron entre los individuos de los distintos grupos sociales20. Ahora ese cuadro está siendo alterado por los fuertes cambios que están sucediendo, sin que yo pueda describir satisfactoriamente lo que sucede, y menos aún sus tendencias. Pero no albergo dudas sobre su trascendencia, ni sobre la influencia que tienen estas aguas profundas de lo social.

Sin embargo, los procesos que involucran o afectan a la sociedad en su conjunto siguen siendo predominantemente conducidos "desde arriba". Forma parte de la cultura política el hábito de controlar también de ese modo el contenido político de la discursividad. La falta de espacios suficientes o eficaces de participación en el sistema político es una debilidad del sistema, aunque la realidad horade de mil modos la homogeneidad que esa actitud pretende defender. En Estados Unidos se publican sin rubor los esfuerzos y recursos invertidos para subvertir el sistema cubano desde dentro. Eso es escandaloso, pero no es nuevo: lo han hecho 20    ? Mayra Espina y otros: Tendencias de la reproducción socioclasista en Cuba (1976-1988). Informe de Investigación. Fondos del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana.

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durante cuatro décadas. Fue sumamente peligroso en los años 60 y, de otro modo, vuelve a serlo ahora. Ese "otro modo" exige que las respuestas necesarias tengan la sagacidad de no contribuir indirectamente a los objetivos del adversario. La sagacidad puede coincidir con la necesidad y con lo más conveniente para movilizar las fuerzas con que sí cuenta el país para la defensa y el desarrollo del socialismo.

Una grave debilidad que confronta la defensa de la manera de vivir socialista es caer en la confusión extrema de absolutizar el aspecto económico; eso llevaría al triunfo del capitalismo en Cuba y al intento consecuente de legitimarlo. Ningun proceso de "recuperación" de la economía --por demás dilatado en el tiempo-- traerá aparejado un nuevo florecimiento espontáneo del socialismo: eso no es posible ni ha sucedido nunca en ninguna parte. Por otro lado, la conservación de la soberanía nacional frente a los Estados Unidos sólo será viable con un fuerte poder que represente efectivamente la voluntad de la nación, y en Cuba ese mandato está anudado desde 1959 a la existencia de una sociedad de equidad y justicia social. Es indispensable que la representación social dominante sea anticapitalista, para que la cultura nacional pueda ser realmente una fuerza actuante y efectiva de unidad y de defensa de la sociedad y la nación. La renovación de los ideales y las ideas socialistas se convierte pues en una necesidad.

En Cuba, la carta del capitalismo es a mediano plazo. En la lucha cultural, la aceptación de las ideas y el lenguaje que el gran capitalismo trata de imponer en todo el mundo busca apoyarse aquí en las relaciones y el ambiente de la reanimación y la reinserción económicas, y en las influencias variadas que llegan de muchas formas. Son innegables los avances del conservatismo en nuestro país, e incluso la credibilidad que alcanzan mensajes reaccionarios. Pero nada está decidido aún. Ante todo, es necesario derrotar la sugerencia de aceptar la generalización de relaciones y representaciones capitalistas como algo de origen externo e inevitable. La disminución de la confianza en las fuerzas propias justificaría toda concesión, al considerarla ineluctable. Hay que cerrarle el paso a formas nacionales de hacer que sean ‘naturales’ las diferencias sociales y las jerarquizaciones a partir del poder del dinero. Ambos procesos tienen como fin (aunque no se tenga conciencia de ello) dar lugar a una transición al capitalismo. Ellos no son tan fuertes en la actualidad, porque carecen de legitimidad política, y hasta ahora carecen también de legitimidad social.

Es erróneo creer que un nuevo capitalismo cubano estaría entre los más atrasados y desvalidos. En realidad implicaría: 1) un hecho muy favorable a la ideología capitalista en su guerra cultural mundial por impedir toda posibilidad de pensar en rebeldías; 2) un caso de modernización mediante el socialismo como parte del avance del capitalismo en un país del Tercer Mundo; 3) un evento sumamente perjudicial y peligroso para la seguridad, la capacidad negociadora, la autoconfianza y el prestigio del resto de América Latina y el Caribe; 4) la necesidad de un posible acomodo en el seno del capitalismo desarrollado o un reto a las contradicciones existentes entre sus centros actuales; y 5) la perpetuación de la subordinación neocolonial de Cuba. A lo interno, exigiría todo un proceso de represiones y de cooptaciones, hasta que se lograra alguna de las variantes del orden que son típicas en los países capitalistas llamados subdesarrollados.

Es muy improbable el escenario de que en los años próximos se vaya saliendo paulatinamente de la dura situación económica sin cambios relevantes de la sociedad cubana. La lógica económica y las experiencias históricas suelen negar esa posibilidad. Para que existan excedentes económicos y seguridad nacional suficientes, es necesaria una perspectiva de cambios en la estructura de la economía, que la haga menos dependiente. ¿La estrategia actual tiende a acumular en esa dirección? ¿Que posibilidades hay de integrar la dura lucha cotidiana con aquel objetivo? Una respuesta efectiva no puede ser sólo "económica". Además, el reparto equitativo del producto y los demás elementos que constituyen el predominio de la justicia social en Cuba sólo podrán encontrar garantías suficientes en el fortalecimiento de un régimen en el que la mayoría de la población controle y fiscalice efectivamente la economía, la política y la reproducción de las ideas, y tenga parte determinante en las decisiones importantes.

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El sistema resiste con gran organicidad, utiliza enérgicamente sus medios y controles, y depende sobre todo de su defensa de la manera de vivir que ha predominado. Sin embargo, le es demasiado difícil modificar hábitos inaceptables o anticuados, que además de portar defectos intrínsecos, perjudican su eficacia en la contienda cultural. No será positivo aferrarse a una nación sin apellidos, porque ese tipo de nación resulta siempre a la postre un dominio burgués. Ni a un socialismo impermeable y autoritario, porque ese es el camino hacia o el ropaje del mercantilizado-burocratizado, que se “moderniza” yendo hacia el capitalismo.

Un rasgo muy positivo para las perspectivas cubanas es la preeminencia que ha tenido entre nosotros la exclusión de la violencia como recurso de la lucha política. Que la paz siga siendo la norma, para las permanencias y para los cambios, para los conflictos y las negociaciones, es un bien inapreciable. En ese marco, es necesario partir de las realidades cubanas y de sus condicionamientos para analizar y resolver los problemas de la democracia. Pero partir es sólo eso; no es llegar, sino comenzar.

Opino que sólo marchando hacia adelante en el camino del socialismo, y no retrocediendo, puede salvarse el modo de vivir y el proyecto en la sociedad cubana. Para ello es necesaria una mayor actividad y creatividad sociales, con una multiplicación de participantes que encuentren no sólo espacio sino integración satisfactoria en la política, práctica social imprescindible. Será necesario elaborar un proyecto socialista más avanzado, más capaz, más participativo, más integrador de las libertades públicas e individuales, del predominio de los vínculos de solidaridad sobre los egoistas e individualistas, con más conciencia de la riqueza que aporta la diversidad social y vías más justas y eficaces para los géneros, la pluralidad racial, la defensa de la naturaleza, etc. Para esos fines la política tiene que avanzar, no sólo enfrentar los problemas del día, ni conformarse con resistir. Las interacciones y los vínculos entre aquella sociedad organizada y la política serían decisivos para avanzar en una dirección socialista.

Para lograr esos objetivos tan ambiciosos se exigen grados suficientes de libertades y organización social, de equilibrios y contrapesos en las instituciones, y en el ejercicio práctico del poder. Se exige el desarrollo de la democracia de transición socialista.

Sao Paulo, 20 de mayo de 2000.

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