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«Descendió a los infiernos» El médico debe estar  junto a los enfermos. Dolores ALEIXANDRE* Si en un referendum imaginario se propusiera a los cristianos responder a esta pregunta: «¿Estaría usted a favor de la supresión de la fórmula del Credo: 'descendió a los infiernos'?», posiblemente en la Iglesia oriental se asombrarían de que se pusiera en cuestión un artículo de fe tan central en su fe y en su liturgia. En cambio, tengo la impresión de que bastantes católicos votarían a favor de su supresión, y los más ilustrados darían como motivos: «es un lenguaje mítico», «evoca aspectos superados», «no aporta nada a nuestra vida concreta»... La verdad es que la primera objeción acierta: estamos ante un lenguaje mítico, pero porque resulta imposible hablar de cualquier aspecto de la fe sin acudir al lenguaje analógico: «La mediación de los símbolos penetra y empapa todo el suelo de la teología (...) La teología se pone en marcha por experiencias simbólicas y no por análisis puramente racionales de datos neutros (...) Es absolutamente imposible para la teología cristiana trabajar sin conceptos analógicos: Dios, salvación, autoridad, vida eterna, resurrección, perdición... Irremediablemente, siempre nos encontramos con la necesidad de plantear analogías para exponer o interpretar lo cristiano»1. 1. En el principio existía el mito Uno de los primeros testimonios literarios que conserva la humanidad (2500 a 2000 a.C.) es un himno sumerio, «Descenso de Inana al infierno» en el que una divinidad femenina desciende al mundo inferior, lucha y vence al poder antidivino, que al final la deja en libertad a cambio de que ella envíe otra presa. En otro poema acádico es «Istar», la que desciende al infierno diciendo: «Quiero resucitar al que está muerto..., para que la vida supere a la muerte». Este mito de dioses o héroes que descendían a los infiernos para liberar a los muertos impregnó muchos mitos griegos, tuvo influencia en las regiones siro-palestina y antioquena y era conocido en lo s medios de los que surgieron el Nuevo Testamento y los apócrifos. Los nombres dados al «infierno» varían: los LXX traducen el sheol del AT por hades; en otros textos aparecen el tártaro, la gehenna, el abismo... 2. El lenguaje del Antiguo Testamento Para acercarse al sheol del AT hay que dejar atrás el imaginario que puebla nuestra mente a propósito del infierno: el sheol es el lugar de

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«Descendió a los infiernos» El médico debe estar junto a los enfermos.Dolores ALEIXANDRE*

Si en un referendum imaginario se propusiera a los cristianosresponder a esta pregunta: «¿Estaría usted a favor de la supresión dela fórmula del Credo: 'descendió a los infiernos'?», posiblemente en laIglesia oriental se asombrarían de que se pusiera en cuestión unartículo de fe tan central en su fe y en su liturgia. En cambio, tengo laimpresión de que bastantes católicos votarían a favor de susupresión, y los más ilustrados darían como motivos: «es un lenguajemítico», «evoca aspectos superados», «no aporta nada a nuestra vidaconcreta»...La verdad es que la primera objeción acierta: estamos ante unlenguaje mítico, pero porque resulta imposible hablar de cualquieraspecto de la fe sin acudir al lenguaje analógico: «La mediación delos símbolos penetra y empapa todo el suelo de la teología (...) Lateología se pone en marcha por experiencias simbólicas y no poranálisis puramente racionales de datos neutros (...) Es absolutamenteimposible para la teología cristiana trabajar sin conceptos analógicos:Dios, salvación, autoridad, vida eterna, resurrección, perdición...Irremediablemente, siempre nos encontramos con la necesidad deplantear analogías para exponer o interpretar lo cristiano»1.

1. En el principio existía el mito

Uno de los primeros testimonios literarios que conserva la humanidad(2500 a 2000 a.C.) es un himno sumerio, «Descenso de Inana alinfierno» en el que una divinidad femenina desciende al mundoinferior, lucha y vence al poder antidivino, que al final la deja enlibertad a cambio de que ella envíe otra presa. En otro poema acádicoes «Istar», la que desciende al infierno diciendo: «Quiero resucitar alque está muerto..., para que la vida supere a la muerte».Este mito de dioses o héroes que descendían a los infiernos para

liberar a los muertos impregnó muchos mitos griegos, tuvo influenciaen las regiones siro-palestina y antioquena y era conocido en losmedios de los que surgieron el Nuevo Testamento y los apócrifos. Losnombres dados al «infierno» varían: los LXX traducen el sheol del ATpor hades; en otros textos aparecen el tártaro, la gehenna, elabismo...

2. El lenguaje del Antiguo Testamento

Para acercarse al sheol del AT hay que dejar atrás el imaginario quepuebla nuestra mente a propósito del infierno: el sheol es el lugar de

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abajo, en contraposición a los cielos, que son la morada del Altísimo.Cuando alguien muere, el «alma» que, hace viva a la persona, vagacomo una sombra en el espacio subterráneo del sheol, en el que «nohay ni obra, ni pensamiento, ni saber, ni sabiduría» (Qo 9,10). Es ellugar del silencio, del olvido y de la perdición, lugar de tinieblas sin

sufrimiento y sin alegría. No hay retribución fuera de esta vida.Descender a los infiernos es hacer la experiencia de la muerte, de lainexistencia y de la nada; es el corte de todas las relaciones con losotros y con Dios en un lugar de ausencia donde no se puedecontinuar el diálogo con Dios ni la alabanza. Es estar sujeto a lasgarras del sheol, un monstruo insaciable que acecha constantementea sus presas. El movimiento de descenso aparece con frecuencia en elAT para expresar la asombrosa proximidad de YHWH, que, por sumisericordia, establece vínculos con los humanos.Más tarde aparece la idea de que YHWH puede arrancar a sus fieles

fuera del dominio del sheol, y se sugiere la existencia de una victoriade YHWH, que irá más allá de sus fronteras: «Tú sacaste mi vida delsheol, me llamaste a la vida de entre los caídos en la fosa» (Sal30,4). El creyente se ha sentido alcanzado por las fuerzas de lamuerte, que se ha introducido en su vida aproximándole a la esferadel sheol; pero la intervención de YHWH lo ha liberado de todoaquello que amenazaba su existencia.En la teología más cercana al NT, la Sabiduría ejerce su derecho depropiedad sobre el universo entero:

«Yo salí de la boca del Altísimo...y paseé por la hondura del abismo...» (Eclo 24,3-6)

En la antigüedad, la expresión «recorrer un ámbito determinado»pertenecía al lenguaje simbólico del derecho y designaba laratificación expresa o meramente declarativa de un acto jurídico:«Recorre el país a lo ancho y a lo largo, pues te lo voy a dar» (Gn 13,17).El tema del descenso a los infiernos se enraíza de alguna manera eneste tipo de representaciones.

3. El sheol se volvió «infierno»

En el judaísmo intertestamentario y en los apocalipsis judíos nocanónicos (Henoc, IV Esdras, Apocalipsis de Baruc...), se da uncontenido nuevo al tema: los muertos ya no son sombras sin vidareal, sino espíritus con existencia personal, capaces de experimentaremociones, sufrimientos, gozo..., y aparecen separados en doscategorías: buenos y malos. Hay juicio final sin posibilidad deconversión, la resurrección queda reservada para los justos, y elsheol es entonces lugar de castigo. Aparece la gehenna, un

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compartimento del sheol, lugar de castigo de los pecadores pararespetar el principio de la retribución de ultratumba. La visión delsheol se complejiza y se divide en compartimentos especializados: 1)para las almas de los justos; 2) para los pecadores que no hansufrido en su vida castigo por sus pecados; 3) para los justos

martirizados; 4) para los pecadores ya castigados en vida.El lenguaje del Nuevo Testamento retomará ideas judíasreinterpretadas desde la presencia salvífica de Jesucristo, juez devivos y muertos: la resurrección está condicionada por la de Jesús,primero de los muertos (1 Cor 15,20-23), y es signo de la victoriadefinitiva de su victoria sobre la muerte (1 Cor 15,26).En cuanto a la suerte de los espíritus de los difuntos entre la muertey la resurrección, el pensamiento del NT hace una presentacióndiversificada y no homogénea: el Hades sigue siendo morada de losdifuntos, situado en la profundidad de la tierra (Hch 2,27.31); es un

lugar situado en la profundidad de la tierra (Mt 11,23; Lc 16,23),cerrado por puertas (Mt 16,18; Ap 1,8); para Rm 10,7 es morada dedemonios. Aparece dividido en lugares diferentes: el Hades de lospecadores (cf. Mt 11,23) y el de Lázaro, que está «en el seno deAbraham» (Lc 16,19-31). Los justos están en el Hades, en el centrode la tierra (Ap 20,13), y algunos textos lo sitúan en el tercer cielo,en ese sector llamado paraíso (cf. Lc 23,43; 2 Cor 12,4; Ap 2,7).Está claro que no coincide con el infierno ni con el cielo de la teologíaposterior.

4. «Hemos visto su descenso»

El lenguaje del NT acude a estas representaciones como «vehículo»de expresión de la experiencia pascual: lo que intenta comunicar esla convicción de que la salvación aparecida en Jesús es capaz dealcanzar a todos, incluso a los que murieron antes de su venida:

«Cristo murió una vez por vuestros pecados, el justo por los injustos,para conducirnos a Dios; sufrió muerte en el cuerpo, resucitó por el

Espíritu, y así fue también a predicar a los espíritus encarcelados» (1Pe 3,19).

«Hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que,condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu segúnDios» (1 Pe 4,6).

«Por eso dice: Subió a la altura, llevando cautiva la cautividad, y diodones a los hombres. ¿Qué quiere decir 'subió', sino que tambiénbajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismoque subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Ef 4,8-10).

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«Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Él puso su mano derechasobre mí diciendo: 'No temas, soy yo, el Primero y el Último, el quevive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de lossiglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades'» (Ap 1,17).

«A éste [Cristo], Dios le resucitó librándole de las ataduras del Hades,pues no era posible que quedase bajo su dominio» (Hch 2,24).

«La justicia que viene de la fe dice así: 'No digas en tu corazón:¿quién subirá al cielo?, es decir: para hacer bajar a Cristo; o bien:¿quién bajará al abismo?, es decir: para hacer subir a Cristo de entrelos muertos'» (Rom 10,6-7).

Frente al fatalismo de lo irreversible, los textos afirman que la

historia del mundo tiene un sentido nuevo, que las puertas delinfierno retroceden y la buena noticia del Resucitado alcanza a todos.Los Padres lo entendieron bien: «¿No engloba Dios con su propia eincomprensible profundidad todas las profundidades del mundoinfernal, Él, que es más alto que todos los cielos y más profundotambién que el infierno, porque en su trascendencia lo reúnetodo?»2. «El Señor llegó a todas las partes de la creación..., a fin deque todos encuentren por todas partes al Logos, hasta el que se hallaextraviado en el mundo de los demonios»3.Los textos patrísticos, desde el siglo II, insisten en la solidaridad

compasiva de Cristo: su descenso consumó en los últimos tiempos suencarnación y su muerte, porque la meta de la encarnación es laparticipación en la suerte de los humanos: sólo lo sufrido quedacurado y redimido. Su estancia con los muertos significa que el Hijodebe ver de cerca lo imperfecto, informe y caótico de la creación(Ireneo). No es asombroso que Cristo descienda a los infiernos: elmédico debe estar junto a los enfermos (Orígenes).Dios soporta en Cristo, con su hondura inigualable, todos los horroresdel inframundo: «Antes de la redención, el fondo del mar era unacárcel y no un camino. Pero Dios convirtió el abismo en camino». El

mismo descenso se repite cada vez que el Señor baja al hondón delos corazones desesperados (Gregorio Magno).Él, por su compasión hacia nosotros, cargó con todo lo que provocatemor y horror: quiere asemejársenos habitando en las sombras de lamuerte donde las almas estaban aprisionadas con cadenasinsalvables (Andrés de Creta). «Puesto que él desciende al Hades,baja con él y conoce allí el misterio de Cristo»4.

5. La Escritura se hizo himno

Desde el tiempo apostólico, el domingo, día de la Resurrección de

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Cristo, fue día de asamblea litúrgica, y a lo largo de los primerossiglos genera una serie de himnos en los que aparecen constantesreferencias al descenso de Cristo a los infiernos:

«¿Qué ha sucedido? Hoy sobre la tierra hay un gran silencio y

soledad, porque el Rey duerme. La tierra ha temblado y se hacalmado, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado alos que dormían desde los orígenes: Dios ha muerto en la carne, y ellugar de los muertos se ha puesto a temblar. Dios se ha dormido porun poco de tiempo y ha despertado del sueño a los que moraban enlos infiernos. Va a buscar a Adán, nuestro primer padre, la ovejaperdida. (...) Adán respondió como si no lo conociera: '¿Quién es esteRey de la gloria?' Los ángeles le respondieron: '¡Un Señor fuerte ypoderoso, un Señor poderoso en la batalla!' A estas palabras, laspuertas de bronce quedaron reducidas a pedazos, y las barras de

hierro pulverizadas. Entró como un hombre el Rey de la gloria, ytodas las tinieblas de Adán se iluminaron. El rey de la gloria extendiósu mano y enderezó al primer padre Adán. Después se volvió a losdemás y dijo: '¡Poneos en pie delante de mí todos los que estabaismuertos a causa del árbol del que comisteis! He aquí que yo os hagoresurgir a todos por medio del leño de la cruz'. Entonces tomó a Adánde la mano, lo sacudió y le dijo: '¡Despierta, tú que duermes, yresurge de la muerte! Yo soy tu Dios, que a causa de ti me he hechohijo tuyo; que por ti y por estos que de ti han recibido el origen,ahora hablo y con mi poder ordeno a aquellos que estaban en las

cárceles: !Salid!; y a los que estaban en las tinieblas: !Venid a la luz!;ya los que estaban muertos: !Resucitad! A ti te ordeno: ¡Despierta, túque duermes! No te he creado para que permanezcas prisionero en elinfierno. Resurge de los muertos. Yo soy la vida de los muertos.Levántate, obra de mis manos. Levántate, imagen mía, hecha a miimagen. Levántate y salgamos de aquí. Por ti yo, tu Dios, me hehecho hijo tuyo. Por ti yo, el Señor, me he revestido de tu naturalezade siervo. Por ti, yo, que estoy más allá de los cielos, he venido a latierra y a lo más hondo de la tierra. Por ti he compartido la debilidadhumana, pero ahora estoy liberado entre los muertos. Por ti, que

saliste del jardín del paraíso, he sido traicionado en un jardín yentregado en manos de los judíos, en un jardín he sido puesto en lacruz. Mira en mi rostro los salivazos que he recibido por ti para poderdevolverte aquel primer soplo vital. Mira sobre mis manos las heridassoportadas para rehacer a imagen mía tu belleza perdida. Mira miespalda, que ha soportado la flagelacion para liberar la tuya del pesode tus pecados. Mira mis manos clavadas al leño por ti, que un díaalargaste la mano al árbol. Tiende la mano a Adán, porque a causa deél bajó a la tierra y, no habiéndolo encontrado, baja a los infiernos ensu busca'»5.

«Tu camino al Hades, Salvador mío, no es conocido más que por el

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Hades mismo, y por lo que ha visto y padecido experimentó tu poder.Por eso me propongo preguntarle a él qué es lo que ocurrió. Porquehe sabido por tus amigos cómo resucitaste, pero el que ama tiende aembellecer al amigo, pero el que odia dice la verdad aunque noquiera, como enseña la Escritura: 'La salvación viene de nuestros

enemigos y de los que nos odian' (Lc 1,71). Dime, Hades, enemigode mi raza, ¿cómo has podido tener en la tumba al que ha amado miraza? ¿Por quiénes lo has cambiado? Respondió el Hades: '¿Quieressaber cómo mi asesino vino contra mí? Estoy destruido y ni siquieratengo fuerza para rugir contra ti, me siento aniquilado. Me pareceque aún lo estoy viendo en el momento en el que lo comprendí,viendo que los restos del yacente se movían. Un momento después,con un movimiento vigoroso, se alzaron aquellas manos que yo habíaligado, agarraron mi garganta y vomité a todos los que habíatragado. Pero ¿por qué voy a llorar a los muertos que me fueron

arrebatados? Sé tú mismo mi lamento, por el modo como fuiengañado. Pero ¿quién no se habría dejado engañar al verlo envueltoen la sábana y puesto en el sepulcro? ¿Quién habría sido tan estúpidopara no darse cuenta de que estaba muerto, cuando me lo traíanembalsamado de mirra y áloe? ¿Quién habría negado su muerte alver la piedra delante de su sepulcro? ¿Quién habría podido imaginaralgo semejante?, ¿quién hubiera podido esperar que hoy seproclame: ¡Ha resucitado el Señor!?'A voces gritaba Sofonías a Adán: '¡Aquí está aquel de quien yoesperaba el día de su resurrección, como lo había predicho!' (So 3,8).

Después de él, Nahum anunciaba la buena noticia a los pobresdiciendo: 'Ha salido de la tierra soplando sobre tu rostro y te rescatade la opresión' (Na 2,2) Y Zacarías exultante exclamaba: '¡Sé bienvenido, Dios nuestro, con todos tus santos!' (Za 14,5). Y Davidcantaba el salmo: 'Se despertó como de un sueño el Señor' (Sal78,65).Mientras tenía el rostro cubierto de profecías, himnos y salmos, hastalas mujeres se levantaron a profetizar y danzaban insultándome. ¡Ay,de cuántos males fue madre una sola noche, de cuántos horrores fuepadre un solo amanecer! Una había generado mi sufrimiento, el otro

le ha dado el nombre: Resurrección, y así proclaman el día de micaída.Ésta fue la respuesta de Hades, y tengo una inmensa alegría porquehe adivinado el enigma propuesto por Sansón hace tanto tiempo: 'Deldevorador el Hades ha salido una sola palabra de dulzura: ¡El ─ ─   Señor ha resucitado!' (Jue 14,14)»6.

6. Y el himno se hizo imagen

En los evangelios se narra lo que ocurrió «de madrugada»; por esono hay representaciones de la Resurrección hasta el siglo XI y en

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Occidente. La iconografía bizantina lo expresa a través de dos iconos:el descenso a los infiernos y las mujeres en la tumba; y como éstaaparición se leía en el segundo domingo pascual, el icono deldescenso a los infiernos se convirtió para la Iglesia ortodoxa en elicono de la Resurrección o anástasis.

Hace de él un tratado de teología en imágenes, dando un resumen dela historia de salvación, la creación, la caída, la espera profética y lavictoria de Cristo sobre la muerte, y los pintores escogen unarepresentación dramática en vez de hierática: Cristo, revestido de unmanto blanco o dorado, símbolo de la realeza, lleva en la mano elchirógrafo del pecado. El manto, agitado por el viento, indica elmovimiento de descenso; en la corona lleva escrito en griego: «Elque es», y a sus pies se ven dos batientes destrozados, llaves,candados y cadenas. La mandorla representa el ingreso de Cristo enel mundo celeste, custodiado por querubines. Agarra literalmente por

las muñecas a Adán y Eva y los hace salir fuera de sus sepulcros.Suelen estar también en escena David (ya que en el salmo 15, segúnla tradición, predijo la resurrección de Cristo: «No abandonarás mialma al sheol»), Salomón, Juan Bautista y Daniel. A la derecha,Moisés, Abel (primer hijo de Eva que sufre una muerte injusta),Isaías y otros profetas. El Hades aparece dividido en dos puertasrotas, se abre a los pies de Cristo como una caverna negra,semejante a la gruta de la Natividad y a las aguas oscuras del iconodel Bautismo. Por la liberación de Adán y Eva, rodeados por unamultitud de justos y por el movimiento ascendente del Resucitado, el

icono de la anástasis revela la importancia cósmica de laResurrección. La divinidad ha vuelto a tomar todos sus derechos ymuestra el esplendor eterno del Hijo.

7. Habla la teología

La reflexión de los teólogos gira fundamentalmente en torno a estosaspectos:

poner en relación «los infiernos» con los lugares infernales de hoy ─ 

acentuar la solidaridad compasiva de Cristo con los que están en ─ 

 ellossubrayar cuál es la esperanza abierta por su descenso. ─ 

Cristo, al bajar al Hades, entra en la capa más profunda de larealidad del mundo, en el fondo que une radicalmente todo. Él sederramó sobre el mundo entero en el momento en que por la muertese quebró el vaso de su cuerpo y se convirtió, aun en su humanidad,en lo que ya era realmente por su dignidad: en el corazón del mundo,en el centro íntimo de toda la realidad creada. Siempre tenemos quever con esta profundidad última del mundo que Cristo tomó al bajarpor la muerte a lo más hondo del mismo. Al morir, él ha compartidocon nosotros este absurdo que llamamos muerte. El no problemático

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encuentran allí a Cristo; ésta es además la misión de la Iglesia» (P.Evdokimov)11.

«Jesús en medio de los hombres es el viviente puro, total, en relaciónplena y constante con el Padre; es una vida en la que no hay ni

sombra de muerte. Del pecado sólo conoce su reverso, el reverso dela angustia, todo su 'pasivo'. La vida de Cristo está hecha de nuestraspasiones, y en ningún momento del tiempo ni del espacio estáseparado de nosotros, porque su existencia es de comunión, lo quevive de nuestras pasiones es su forma de sombra, de nada, deangustia; toda su vida ha sido un descenso al infierno. El infierno esel lugar inventado por el hombre para que no haya Dios. Es el mundodel que Dios ha sido arrojado, donde Dios ha sido abandonado por elhombre y donde el hombre se siente misteriosamente abandonadopor Dios, puesto que él es la imagen de Dios y, quiera o no, tiende

hacia su modelo. Por solidaridad con nosotros, el Dios encarnadopuede entrar en ese lugar que es su propia ausencia y decir: 'Diosmío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?' En ese momento, todose revuelve, porque no puede haber separación entre Dios y Dios,entre el Padre y su Hijo encarnado. En ese momento, todo el abismodel odio, del rechazo, de la duda, del horror, se volatiliza en elabismo del amor sin límites del Padre y del Hijo. En una historia delos Padres del desierto, un alma que está en el Hades se dirige a unsanto monje y le dice: 'Ruega por nosotros porque aquí donde nosencontramos estamos atados espalda contra espalda y no podemos

vernos el rostro, no podemos ver al otro como un rostro'. Ésa sería lasituación infernal por antonomasia, y es a esas tinieblas de la muerte,sepultadas en nuestro fondo último, adonde Cristo desciende paraabrir todo lo cerrado e iluminar las sombras. Él se hace por suEncarnación 'el Dios que desciende siempre más abajo, por sucrucifixión está presente en la más honda desesperanza humana, ensu opacidad más infernal'» (Olivier Clément)12.

8. «Afectados» por el descenso a los infiernos

Si ahora nos preguntamos cómo poner en relación el seguimiento deJesús con el descenso a los infiernos, éstas podrían ser algunas de lasrespuestas:

* En una cultura que descarta la muerte y el sufrimiento, atrevernosa nombrar los infiernos de hoy.Lo que no se ve o no se pronuncia es como si no existiera, y de ahí elpeligro de ignorar o negar las «realidades infernales» de nuestromundo andando al olvido o a la represión, lo que evidencia la realidadde la que somos responsables. La «honradez con la realidad» de laque habla Jon Sobrino pasa por tener una visión real, y no

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domesticada o engañada, del mundo en que vivimos y de sus lugaresde muerte.Por eso se hace indispensable cultivar una actitud de oposición a lasredes de la mentira y, al abrir el periódico o poner la TV, conectar conel detector de basuras de nuestro sentido crítico para cultivar la duda,

no ser ingenuos, preguntarnos siempre por quién administra lasnoticias, darnos cuenta de qué valores, qué formas de vivir, quéimágenes de la «buena vida» se promueven, qué infiernos sesoslayan.Pero para hacer esto necesitamos buscar compañía, porque ningúnindividuo puede enfrentarse solo con la verdad de estos infiernos: esun tipo de «saber» que hay que soportar entre muchos. Necesitamoscomunidades, redes, grupos de trabajo en los que podamos «cargarcon la realidad juntos» y construir un nuevo tejido social alternativoen este tiempo de desarticulación de los movimientos y de la

resistencia. «Pasar de las pintadas en las paredes a Internet», saberponer la alta tecnología de la información al servicio de los pobres,ser más astutos que los «hijos de las tinieblas»13.

* En medio de un mundo que sólo valora a los que triunfan yascienden, asociarnos a Jesús en su descenso hacia los «lugares deabajo».

Dios, en su Hijo, no está ausente de ningún lugar, ni siquiera de

aquellos de los que la violencia, el odio o el sinsentido parecenexcluirle y que se manifiestan a escala mundial. El creyente puedebajar a esos ámbitos donde la muerte ha echado su firma, sabiendoque cuenta para ello con la gracia de su bautismo. Está injertado conCristo en su muerte y en su Resurrección, y también en su descensoa los infiernos, y en él encuentra la fuerza para resurgir de esemundo de sombras.La tradición cristiana habla de seguimiento de Cristo, identificacióncon él, imitación, compañía, conformidad, coincidencia, afinidad... Yes que el deseo de proximidad y participación en el camino de aquel a

quien se ama y de aquellos con quienes él «ha echado su suerte» esinseparable de la dinámica del amor.Así lo expresa alguien que «practica los descensos»:

«Por 'infiernos' entendemos (...) los lugares donde está el marginado,el que no llega a constituir un 'tú' y, a veces, ni un 'yo'. En eseinfierno malviven los 'otros': sin azufre, pero con bastantespretendientes oficiales al cielo deseosos de quemarlos, ahorcarlos,desterrarlos, alejarlos o, cosa de otros más piadosos, tratarlos, perode lejos, fuera de nuestra vista, por aquello de que lo que no se ve noexiste. Conocéis bien a los indeseables moradores del Averno:ancianos demenciados, turutas sin remedio, drogadictos, alcohólicos

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crónicos, gitanos, extranjeros no regularizados ni regularizables, ytodo un largo etcétera cada vez más completo y complejo. Eldescenso no está reservado a algunos privilegiados. Es camino arecorrer por todo el que de verdad se empeñe en alcanzar las huellasdel Nazareno. 'Fueron, vieron y se quedaron' (Jn 1,39)»14.

* En tiempos de individualismo e inmediatez, apostar por unafelicidad incluyente y «demorada».

Asistimos hoy a una resistencia generalizada a relegar a la exclusióna quienes no siguen el ritmo de los triunfadores, a considerarlos comouna rémora para los de la «primera velocidad». Cada vez hay másindividuos, grupos, pueblos o países enteros que se quedan

desenganchados del rápido ascenso de otros hacia las esferas deltener, el poder o el saber, y todo se justifica desde la necesidad decompetitividad o desde las exigencias del mercado. A eso se une unaexigencia de disfrutar de manera inmediata de aquello que se percibecomo «acrecentador del yo», en la línea del placer, el confort, laseguridad o el bienestar. La inquietud o la preocupación por losdemás se difumina o llega a desaparecer, relegada a la periferia deuna conciencia atrofiada por la ganga del egoísmo.Se trata de una dinámica perversa, en total contradicción con todo loque podemos saber del Dios que «lleva a cuestas a sus hijos» (Is

63,9) y que convoca a cada uno a ser «guardián de su hermano»:En la misma clave del Bodishatva del budismo, que renuncia a noentrar en el nirvana mientras no haya salvado la última brizna depolvo del universo, el descenso de Cristo a los infiernos se convierteen una metáfora de incorporación, de negativa a acceder a la propiafelicidad dejando atrás a otros. En expresión de Levinas, a causa dela responsabilidad infinita que hace a cada uno el «rehén» de suprójimo, «el retorno a sí se hace interminable rodeo, porque lohumano no respira más que en el inestable terreno de ese rodeo: unrodeo que no se parece a la desorientación pura del que se ha

perdido, sino que tiene muchísimo, todo que ver, con un exiliotraspasado por la esperanza de la tierra prometida»15.Podríamos preguntarnos por nuestra disposición a dar ese rodeo y ademorar la obtención de la propia felicidad mientras ésta no alcance atodos. Es una actitud que desaloja de uno mismo a ese «okupa» quees la búsqueda del propio bienestar, y deja libre ese espacio paraalbergar la solicitud y la preocupación por los otros. «Si no respondoyo de mí, ¿quién responderá de mí? Pero si no respondo más que demí, ¿sigo siendo yo?»16.

* En tiempos de «sábado santo», aprender a esperar y a permanecer.

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Cuando todo parece estar definitivamente bloqueado, cuando se tienela sensación de que todo está perdido y que ya no hay salida, laafirmación del Credo, «descendió a los infiernos», encierra unaenergía capaz de sostener nuestra permanencia y librarnos de la

tentación de desánimo y desesperanza. Nos ofrece el poder delResucitado y su mano tendida, para agarrarnos precisamente cuandonos parece que hemos llegado al límite de nuestras fuerzas.

«Con su muerte y resurrección, Cristo alcanzó las profundidades de lahistoria: morir le abrió las puertas de la profundidad, aquel lugarrecóndito donde cada cosa es lo que es. Las profundidades de lohumano han sido llenadas de luz por su muerte; el eje de la tierra, elcogollo de la historia, ha sido redimido. Los agujeros más negros deldolor humano han tenido ya la visita de su presencia. Y como lo que

le sucede a él nos sucede a cada uno de nosotros, jamás nosmeteremos en un agujero donde Cristo no haya estado, nuncallegaremos a un agujero desde el que no podamos volver siempreatrás y remontar la bajada con la bandera de la victoria en lasmanos»17.

* Amenazados por la oscuridad y el desánimo, dejarnos poseer ytransformar por la radical novedad del Resucitado.

Las actas de los mártires cuentan que los cristianos llevados a lamuerte, en vez de crisparse de manera estoica o de rebelarse, sedejaban sumergir en la fe, con una especie de humilde confianza enCristo crucificado. En aquel momento quedaban transformados,precisamente allí, en aquel infierno. «El Coliseo de Roma, ese enormecono que se hunde en la tierra, es realmente la imagen de los círculosdel infierno. Cuando eran arrojados en él y se dejaban deslizar hastael interior de Cristo crucificado, el Cristo presente en el infierno, sellenaban de la fuerza de su Resurrección, que les daba un gozo y unapaz inesperadas»18.

Gracias a la absoluta «ruptura de límites» que provoca la Pascua,sabemos que la muerte y cualquier lugar infernal han perdido sucalidad de encerramiento y definitividad. Confesar que «descendió alos infiernos» equivale a proclamar que no existe ninguna situaciónhumana, por catastrófica que sea y por cerrada que parezca, que nohaya quedado afectada por la Resurrección de Cristo. Cualquierpretensión humana de encerrarse o de encerrar a otros en ámbitosde exclusión y «perdición», sean del tipo que sean, quedadescalificada y privada de la posibilidad de tener la última palabra.Una parábola en la que Abel retorna para perdonar a un Caín ancianoy angustiado por la culpabilidad19, puede servirnos para entendermejor la dimensión subversiva que contiene el descenso de Cristo a

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los infiernos: el Caín que hay en cada uno de nosotros recibe la visitade Cristo-Abel, que representa a todas las víctimas de la historia yque desciende hasta el ámbito infernal donde nos encierra nuestracomplicidad con la violencia, para liberarnos con su perdón. Y alsabernos perdonados y reconocer que Dios no tiene nada que ver con

cualquier reciprocidad violenta, nos damos cuenta de que ni siquieranuestros pasos falsos pueden alejarnos de él, sino que él puedeservirse de ellos para atraernos a sí. Y sólo a partir de ahí podemossentirnos implicados dentro del movimiento reconciliador y solidariode Cristo.

NOTAS* Religiosa de Sagrado Corazón. Profesora de Sagrada Escritura en laUniversidad Comillas. Madrid.1. TORNOS, A., «Función simbólica y trabajo teológico»: Miscelánea

Comillas 42 (1984) 70-72.2. GREGORIO MAGNO, Moralia, 1.10, c.9 C: PL 928.3. ATANASIO, De incarnatione, 45: PG 25, 177, SC 18.4. GREGORIO NACIANCENO, Or. 45, In Sanctum Pascha, n.24: PG36,657A.5. EPIFANIO DE SALAMINA: PG 43,440-464.6. ROMANO EL MELODIOSO, Oda XXXVII: SCh 128,461-483.7. Sentido teológico de la muerte, Barcelona 1965, 72-74.8. Mysterium Salutis III, Madrid 1980, 739-761.9. «La descente du Christ aux enfers. Problématique théologique»:

Lumière et Vie 87 (1968) 61-62.10. Tod, Sttugart 1971, 121-144 (Citado por J. NOEMI, «El descensode Cristo a los infiernos»: Teología y Vida 35 [1994] 285).11. El amor loco de Dios, Madrid 1972, 89-90.12. Intervención en la TV francesa en un programa dedicado a «LaOrtodoxia», 26-IV-1992.13. «Propuestas para la coyuntura neoliberal», AgendaLatinoamericana 1998. Otra de ellas es ésta: «No dejar de creer quees posible organizar el mundo de otra manera. La 'imposibilidad'actual es simplemente fáctica: no hay voluntad de hacerlo, estamos

dominados por quienes no quieren hacerlo. Pensar que no hayalternativa o que es imposible, sería aceptar el 'final de la historia', elfracaso de Dios y la derrota de los humanos. No esperar a quefracase el neoliberalismo para atreverse a denunciar los estragos queprovoca y su carácter antiético esencial. La lucidez profética consisteen declararlo ahora, no cuando, quizá muy pronto, sean los mismosdirectores del FMI o del Banco mundial quienes reconozcan sufracaso. Cuando esto ocurra, no faltarán profetas oportunistas quecorearán lo que ahora, sumidos en un mar de perplejidades, nologran ver. Ser hoy, en ese sentido, continuadores de aquellasheroicas excepciones que se atrevieron a enfrentarse con el tráfico deesclavos de los siglos XVI-XIX cuando nadie, ni en la sociedad ni en

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las Iglesias, se atrevió a negar la supuesta legitimidad evidente delsistema esclavista dominante».14. J.L. SEGOVIA, «Descenso a los infiernos o las moradas de lamarginación»: Boletín CEMI 44, Octubre 1995, 10-14.15. C. CHALIER, Levinas. La utopia de lo humano, Barcelona 1995,

76.16. Op. cit., 61.17. A. OLIVER, Apuntes ciclostilados de su curso de Antropología.Fundación A. Oliver. Madrid.18. O. CLÉMENT, op. cit., 5.19. ALISON, J., «El retorno de Abel: la teología como elaboración dehistorias de vida»: Anámnesis V (1995) 2,5-19.