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¡Descubre con Juddy Moody

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Page 1: ¡Descubre con Juddy Moody
Page 2: ¡Descubre con Juddy Moody

¡Descubre con Juddy Moodycuántos huesos hay en el cuerpo,cómo se hace una operación deverdad y qué puede llegar a pasarcuando tus amigos intentan clonaruna mascota!¡Por fin Judy Moody tendrá laoportunidad de ser doctora! El señorTodd ha propuesto hacer un trabajosobre el cuerpo humano, así queJudy pone su cabeza a funcionar.Para que se inspiren, elprofesor loslleva a visitar la sección deUrgencias del hospital, donde Judy ysu clase podrán verlo todo por

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dentro, escuchar su propio corazóny hasta observar un cerebro porrayos X. Las cosas parecen irgenial, hasta que un experimento declonación pone a Judy en unasituación delicada ¿Podrá sucederleaún algo más a Judy?

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Megan McDonald

¡Judy Moody EsDoctora!Judy Moody - 5

ePUB v1.0Staky 24.08.12

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Page 6: ¡Descubre con Juddy Moody

Título original: Doctor Judy MoodyMegan McDonald, 2004Traducción: AtalaireIlustraciones: Peter H. ReynoldsDiseño/retoque portada: Peter H.Reynolds

Editor original: Staky (v1.0)ePub base v2.0

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Para mi editora Mary LeeDonovan, que me apoya y anima en

los días negros, los múltiplesaplazamientos, los desmoramientos

y otros megadesastresM. M.

Para Maribeth Bush, cuyo espiritupositivo inspira a tantos

P. H. R.

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Quién es Quién

Judy

Primera niña doctora.

Papá

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Padre de Judy Cara Huevo.

Mamá

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Enfermera permanente.

Stink

Donante de órganos.

Mouse

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Buen crítico.

Ranita

¿Cobaya?

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Rocky

Nuevo mejor des-amigo de Judy.

Sr. Todd

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Llamar en caso de urgencia lapicera.

Frank

Gen-io.

Jessica

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Diagnóstico: microbios en lamédula.

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Un día negro

¡PLIP! Judy Moody se despertó. Tip,tip, tip, golpeaba la lluvia en el tejado.Blip, blip, blip, sonaban las gotas contrala ventana. ¡Otra vez no! Llovía sinparar desde hacía siete días. ¡Quérooollo!

Ella, Judy Moody, estaba ya harta dela lluvia. Le ponía enferma.

Metió la cabeza debajo de laalmohada. ¡Ojalá se pusiera enferma deverdad, era genial! Te quedabas en casa,y tomabas gaseosa para desayunar ytostadas cortadas en tiras especiales

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para comer. Veías la tele en tuhabitación. Te pasabas el día leyendolas novelas de misterio de Cherry Ames,la estudiante de enfermera, y tomandoricas pastillas Cherry, con sabor acereza, para la tos. ¡Eh! ¡A lo mejorCherry Ames se llamaba así por laspastillas!

El caso es que Judy buscó el viejolibro de Cherry Ames de su madre y setomó una pastilla para la tos.

—¡Vamos, mueve el esqueleto! —dijo Stink llamando a su puerta.

—No puedo —protestó Judy—.Llueve un montón.

—¿Qué?

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—Déjalo. Vete tú solo al colegio.—¡Mamá, Judy no quiere ir a clase!

—gritó Stink.La madre entró en la habitación de

Judy.—Judy, cariño, ¿qué te pasa?—Estoy enferma. De lluvia —le

susurró a Mouse.—¿Enferma? ¿De qué, qué te duele?—En primer lugar la cabeza, por

todo ese ruido que hace la lluvia.—¿Tienes dolor de cabeza?—Sí. Y me duele la garganta. Y

tengo fiebre. Y el cuello tieso.—Eso es por dormir con el

diccionario debajo de la almohada… —

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intervino Stink—. Para sacar buena notaen el examen de ortografía.

—No es por eso.—¡Sí es por eso!—Mira, mira. Tengo la lengua toda

roja —Judy le enseñó a Stink la lengua,teñida entera del color de las pastillas.

La madre le puso a Judy la mano enla frente:

—No parece que tengas fiebre.—¡Mentirosa! —protestó Stink.—Vuelve dentro de cinco minutos,

ya verás como para entonces tengofiebre.

—Mentirosa, mentirosa, mentirosa—insistió Stink.

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¡Si tuviera sarampión! O varicela.O… ¡PAPERAS! Las paperas te dabandolor de cabeza y de garganta. Laspaperas te dejaban el cuello tieso. Laspaperas te ponían mofletes de carahuevo, como Humpty Dumpty. Judy secolocó una pastilla en un lado de la bocae infló el moflete para tener cara dehuevo.

—¡Paperas! —dijo la doctora Judy—. ¡Creo que tengo paperas! ¡Deverdad!

—¡¿Paperas?! —repitió Stink—.Imposible. Te han puesto una vacunacontra eso. Nos la han puesto a los dos,¿a que sí, mamá?

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—Sí, Stink tiene razón.—Pero a lo mejor no ha hecho

efecto…—Ummm, parece que alguien no

quiere ir hoy al colegio —dijo la madre.—¿Puedo? ¿Puedo quedarme en

casa, mamá? Te prometo que voy a estarenferma. Todo el día.

—Vamos a ponerte el termómetro.—La madre lo sacó del estuche—.¿Pelos de gato? ¿Qué hacen estos pelosen el termómetro?

—Judy anda siempre haciéndolesacar la lengua a Mouse para tomarle latemperatura —se chivó Stink.

La madre meneó la cabeza y fue a

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limpiar el termómetro. Luego volvió yse lo puso a Judy.

—Tienes 36,5°C. ¡Normal!—¡Mentirosa, mentirosa! —exclamó

Stink—. No estás enferma, eres una granmentirosa.

—Menos mal que la temperatura esnormal, ya que mi hermano no lo es.

—Más vale que os vistáis si noqueréis llegar tarde a clase —advirtió lamadre.

—Stink, eres una rata de cloaca.Stink la Rata de Cloaca. A partir deahora te voy a llamar así.

—Pero tendrás que llamármelo en elcolegio, porque no has logrado quedarte

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en casa.Judy le sacó a Stink la lengua-sin-

paperas-color-cereza.Tenía el ánimo por los suelos y se

había pillado un enfado de los buenos.Tenía un humor muy Moody de lunes sinpaperas. ¡Ella, Judy Moody, se sentíaigual de cara huevo que HumptyDumpty! Humpty Dumpty sin fiebre,claro.

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Médulas y mandíbulas

Cuando Judy entró en clase (¡consiete minutos de retraso!) aquel lunes sinpaperas, habían comenzado ya con elhueso. Mejor dicho, con los huesos…¡Había huesos por todas partes!

El señor Todd había escrito en eltablón: «Nuestro fabuloso cuerpo de lacabeza a los pies». Al lado, habíacolgado un póster grande con los huesoshumanos y sus larguísimos nombrescientíficos, y en la pizarra se veía uncartel con los de un roedor. Parecían losde Peanut, el cobaya mascota de

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Tercero. Y… ¡sentado a la mesa delseñor Todd, sobre la silla del señorTodd y con el lápiz del señor Todd,había un esqueleto fosforescente!

¡La clase de Tercero se habíaconvertido en un museo de huesos!

Los huesos no hacían tip tip. Loshuesos no hacían ruido. Los huesos noeran aburridos. Los huesos estabansecos y callados y eran muy, pero quemuy interesantes.

Para ser un lunes sin paperas, lascosas parecían estar mejorando.

—Siento haber llegado tarde —sedisculpó Judy ante el señor Toddmientras le entregaba el justificante del

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retraso—. Casi tuve paperas.—Pues me alegro de que estés bien

y hayas podido venir. Vamos a empezarun nuevo trabajo sobre el cuerpohumano, de la cabeza a los pies.

—Vamos a saltar a la comba y acontar los latidos del corazón —dijoJessica Finch.

—¡Y a jugar al Enredos paraaprender los músculos! —añadió Rocky.

—Y a cantar una canción sobre loshuesos —continuó Alison S.

—¡No me puedo creer que hayáisempezado el cuerpo humano sin mí! —exclamó Judy—. Una persona se puedeperder muchas cosas en siete minutos.

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—No te preocupes, en seguida tepones al corriente —respondió elprofesor.

El señor Todd les enseñó unadivertida canción que decía: «El huesodel pie conecta con el hueso deltobillo…», y les leyó un libro tituladoEl hombre de los hielos, la historiaverídica e increíble de un cuerpomomificado hacía cinco mil años.

Luego apagaron la luz y utilizaron elesqueleto fosforescente, que se llamabaBonita, para contar los huesos que tieneel cuerpo humano. ¡DOSCIENTOSSEIS!

—Vamos a aprender muchas

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palabras nuevas en esta unidad. Losnombres científicos de los huesos y delas partes del cuerpo se dicen en latín,así que os pueden sonar algo raros.

—¿Como maxilar? —preguntó Judymirando al póster.

—Maxilar significa «mandíbula» —saltó Jessica.

Jessica Finch ya sabía deletrearmicrobios (curiosa palabra parareferirse a los gérmenes, ¡como lospiojos!) y médula (curiosa palabrarelacionada con el cerebro).

—¿Sabes cómo se escribe jaqueca?—preguntó Judy.

Frank Pearl soltó una carcajada.

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Más tarde el señor Todd lesdistribuyó pelotitas de vómitos de búho.Tenían que pincharlos con un lápiz paraencontrar huesos en ellos. Huesos deroedor. Judy y Frank se quedaronmirando la bolita gris que les habíatocado.

—¡Menuda suerte! ¡Figúrate, vómitode búho! —exclamó Frank.

—Pues es interesante. Puedesencontrar huesos de verdad. Cráneos,pelos… y cosas así.

—¿Pues por qué no lo pinchas tú?—sugirió Frank.

Judy utilizó su lápiz Gruñón.Encontraron una mandíbula, una costilla

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y un hueso que el señor Todd llamófémur. Pegaron los huesos en un papel y,finalmente, dibujaron las piezas quefaltaban para formar un esqueleto deroedor como el de la pizarra.

—¿Alguien puede decirme si hayotros huesos de roedor que se llamenigual que los nuestros? —preguntó elseñor Todd.

Judy levantó la mano.—Tibia —pronunció Jessica Finch

en voz alta, sin respetar el turno.—Muy bien.—Eso es lo que iba a decir yo —se

quejó Judy.Jessica era una rata de cloaca (¡igual

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que Stink!) por no haber levantado lamano. Una roedora de cloaca.

—Ahora vamos a hablar del trabajosobre el Cuerpo Humano —continuó elprofesor—. Tenéis dos semanas parahacerlo. Podéis elegir los huesos, losmúsculos, las articulaciones, elcerebro…

—¿Y las uñas de los pies? —preguntó Brad.

—Todo lo que nos pueda enseñaralgo sobre el Cuerpo Humano. Vamos aempezar por apuntar ideas en elcuaderno. Hagamos una «tormenta» deideas, quiero ver que os exprimís bien elcerebro.

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Judy tenía ya una verdadera tormentaen su cerebro.

Rocky quería hacer el trabajo sobreun cuerpo de hace tres mil años.¡Momias!

—¿Sobre qué lo vas a hacer tú? —preguntó Judy a Frank.

—Sobre clonación. Voy a ser uncientífico de novela o un novelistacientífico. Alguien que hace clones,como en Parque Jurásico. En esa peliutilizaban una gota de sangre demosquito para crear un dinosaurio.También lo hacen en la vida real:empiezan por una célula, como las de tuADN, y con ella hacen otro TÚ

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completo.—¡Mola! —exclamó Judy.—Yo voy a escribir un diccionario

—le dijo Jessica a Judy— con palabrasdel cuerpo humano, como apéndice yrótula (de donde viene la palabra«rodilla»).

Jessica Finch tenía microbios en lamédula si pensaba reescribir eldiccionario.

Judy volvió a mirar lo que habíaanotado. Mordió la goma de borrar. Semordió las uñas. Se mordió el pelo. ¡Sele acababa de ocurrir una idea brillante!Partes del cuerpo de verdad. Llamaría ala abuela Lou para ver si le podía dar

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algo mejor que costras para enseñar enclase. ¡Esa sí que era una gran idea!Apuntó: «Llamar a la abuela Lou», paraque no se le olvidara.

Gruñón, el lápiz de Judy reciénafilado, seguía volando cuando el señorTodd dijo que ya estaba bien deexprimirse el cerebro por ese día.

—Bien. Me duele el cerebro —sealegró Frank.

—Voy a daros los papeles deautorización para una excursión.

¡Una excursión!—¿A la Heladería Mimí? —

preguntó Judy—. ¡Porfa, porfa, porfitacon chocolate de marmita!

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—El padre de Max y Kelsey, de laotra clase, trabaja en el hospital. Asíque estamos invitados a ir con su clase ala sección de Urgencias del HospitalGeneral del Condado. ¡Es unaoportunidad! Allí aprenderemos muchosobre el cuerpo humano, y podremos veren acción a gente entregada a su trabajo.

¡URGENCIAS! ¡Eso era mejor quela Heladería Mimí! Judy Moody dejócaer su mandíbula, y también el lápizGruñón.

—Yo estuve allí cuando me rompí eldedo —explicó Frank mientrasgesticulaba con el meñique torcido—.Hay un enfermero que se llama Ron.

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—Yo fui cuando mi hermano semetió una pieza del Lego en la nariz —contó Brad.

—¿Podremos ver a los reciénnacidas? —quiso saber Frank—. Estántan arrugados…

—Bien… me alegro de tener unaclase tan entusiasta.

—¿Cuándo vamos? ¿Cuándo?¿Cuándo? —preguntaron todos.

—El lunes que viene. Dentro de unasemana. El doctor Nosier nos guiará enla visita.

—¡El doctor Nosé! —bromeóRocky, y todos se partieron de risa.

Ella, Judy Moody, y todos los de

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Tercero iban a visitar la sección deUrgencias de un hospital. Con sangre ytripas auténticas, partes del cuerpo deverdad.

Judy se agachó a recoger su lápizGruñón. Se le había roto la punta.

—¿Puedo sacar punta al lápiz,profesor Todd? —preguntó.

—¿Recuerdas lo que dijimos sobreafilar el lápiz diez veces al día?

—Pero, señor Todd… Es unaurgencia.

—¿Cómo?—¡Una urgencia lapicera! ¡Se le

acaba de romper la espina dorsal! —dijo Judy.

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Detective de misterios

El lunes siguiente la clase deTercero pasó el mejor día de toda suvida. A la hora del almuerzo, Judy seterminó en siete bocados el sándwich demantequilla de cacahuete y mermelada ydespués salió disparada al patio. Teníansólo un recreo de diez minutos antes dela excursión al hospital.

La madre de Judy se había ofrecidovoluntaria como conductora para llevara los niños, así que Rocky y Frankfueron en su coche… además de Jessica,pues Judy tuvo que invitarla a ir con

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ellos.—¿Sabíais que músculo procede de

una palabra que significa ratón? Cuandomueves un músculo, parece un ratón —les explicó Jessica mientras flexionabasu brazo.

Judy utilizó los cuarenta y tresmúsculos que eran necesarios parafruncirle el ceño a Jessica Finch.

* * *

Una vez en el hospital, el doctorNosier condujo a los de Tercero por unlargo pasillo.

—¿Por qué lleva un conejo esa

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doctora?—¡En un hospital no se permite la

entrada de animales! —dijo Jessica.—Es por una nueva terapia que

hemos llamado «Zarpas para Curar» —les explicó el doctor—. La gente traeanimales a los pacientes del hospitalpara ayudarlos a sentirse mejor. Abrazary acariciar a un animal puede disminuirla presión sanguínea de un paciente, eincluso le hace olvidarse de suenfermedad.

—¡Qué curioso! —exclamó Judy.El doctor N. los llevó a una sala que

había al fondo de la zona de Urgencias,donde ya los estaba esperando la otra

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clase de Tercero. ¡Había montones demáquinas, y muchas cosas con pinta deser importantes!

—¿Qué es lo primero que haríais enun caso de emergencia? —les preguntóel doctor Nosier.

—¡Llamar al 112! —contestarontodos.

—¿Llamaríais al 112 para averiguarcuánto se tarda en cocinar un pavo?

—Sólo si fueras un pavo… —respondió Frank.

Judy y él se partieron de risa.—¿Un crucigrama es una

emergencia?—Sólo para mi padre, que los hace

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a contrarreloj —dijo Judy.—Aunque no lo podáis creer, hay

gente que llama al 112 por cosas comoéstas. Pero vamos a hablar de unaemergencia de verdad, como unaccidente de tráfico o un ataque alcorazón. Aquí todo funciona súperdeprisa. En cuanto llega una ambulancia,los sanitarios, es decir el personalformado para intervenir en las urgenciasmédicas, empiezan a «dar el parte», acontamos lo que ha sucedido. Accidenteen cadena significa que el paciente sufremuchas lesiones. ¿Quién sabe lo quesignifica código azul?

—¿Pérdida de sangre?

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—¿Que toda la gente con camisaazul tiene que ayudar?

—No, significa que el corazón hadejado de funcionar —les explicó eldoctor Nosier.

—¿Ustedes arreglan corazonescuando se paran? —preguntó Alison S.

—¡Deben de atender a montones depersonas! —exclamó Erica.

—Todos los médicos hacen lapromesa de ayudar a la gente: se llamael Juramento Hipocrático, porHipócrates, que es el padre de laMedicina. En la Antigüedad, tenían quejurar por Apolo e Hygeia que atenderíana los enfermos lo mejor posible. Y si no

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sabían lo que le pasaba a un paciente,entonces debían decir «Lo ignoro».Como el juramento antiguo ahora nossuena gracioso, un médico llamadoLouis Lasagna lo ha reescrito.

—¿Louis LASAGNA? ¿Inventótambién la pizza? —bromeó Frank.

El doctor N. se rió.—¿Cómo saben siempre lo que

tienen que hacer? —preguntó Rocky aldoctor.

—Ser médico es como ser detective.Observas todas las pistas y procurasresolver el misterio. En Urgencias lohacemos a toda prisa. Imaginaos quecada uno de nosotros es un puzle

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gigante: bien, pues mi trabajo consisteen descubrir las piezas que faltan yrecomponer el puzle.

—¡Qué curioso! —susurró Judy.—Soy la mejor haciendo puzles —

presumió Jessica Finch—. ¡Hice yo solauno del Big Ben de quinientas piezas!

A veces, Judy preferiría que JessicaFinch cerrase la mandíbula.

—Ahora —les anunció el doctorNosier—, voy a enseñaros para quésirven algunas de estas cosas.

¡La doctora Judy pudo ponerse unestetoscopio para escuchar sus propioslatidos! Ba-bum, ba-bum. Luego le tomóla tensión (¡de verdad!) a Frank, le miró

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las anginas a Jessica Finch y observó elinterior de un ojo con un visor especial.Se turnaron para montarse en un carrito,caminar con muletas y sentarse en unasilla de ruedas.

Después el doctor N. apagó la luz yles mostró cómo actúan los rayos X.Vieron un cerebro (como de unfantasma), un perro atropellado por uncoche (bien espachurradito) y hasta unviolín (¡parecía muerto!).

—Los rayos X son una gran ayudapara descifrar el misterio —añadió eldoctor.

Vieron incluso un corazón vivito ycoleando en un monitor de televisión.

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—¡Esto es mejor que el Canal deOperaciones que vemos en casa! —dijoJudy emocionada.

También practicaron con unosmaniquíes de tamaño natural que sellamaban Pepe Pupas y Tomi Trauma.

—Yo también tengo una muñeca encasa para ensayar con ella —intervinoJudy—: tiene tres cabezas y se llamaSara Secura. Practico para ser doctora,como Elizabeth Blackwell.

—¿Te gustaría hacer de paciente conun brazo roto? Así enseñaré a todoscómo se pone una escayola.

Judy Moody no daba crédito a susoídos (internos, medios ni externos).

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—¿Me dejas, mamá?—Claro, si tú quieres.—Levanta el brazo, Judy Moody, la

primera niña doctora.Judy sonrió con los diecisiete

músculos necesarios para formar unasonrisa. Sostuvo el brazo en alto comosi fuera un muñeco de nieve. El doctorN. lo envolvió con algodón.

—Voy a emplear un vendaje deescayola especial que se endurece alsecarse, de manera que Judy no podrámover el brazo. Así el hueso estará ensu sitio y se soldará.

—¿Mi radio o mi cúbito?—¡Veo que conoces tus huesos!

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¿Puedes mover aún las falanges?Judy comenzó a juguetear con los

dedos y todos rieron.—¡Un brazo que no está roto es

mejor que uno roto! Ojalá no tuviera quequitarme nunca esta escayola.

—Escucha una cosa —dijo el doctorNosier—. Si a tu madre le parece bien,puedes llevártela puesta a casa. Leexplicaré cómo quitártela.

—¿Me dejas, mamá? ¿Me dejas?¡Puedo tomarle el pelo a Stink! ¡Porfa,porfa, porfita con tiritas!

—No veo por qué no. ¡De acuerdo!—¡GENIAL! —dijo Judy.Ella, Judy Moody, era un misterio:

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un puzle humano con un brazo roto…¡NO roto!

Judy estaba tan contenta con laexcursión al Hospital que sonreía hastacon las cejas. Se quedó mirando lasfirmas de la escayola. Hasta el doctorNosé había escrito en ella. Su firma eracomo un garabato, pero ¡era la suya! Semoría de ganas de llegar a casa paraenseñarle la escayola a su padre. A lomejor, hasta se libraba de poner la mesapor lo del brazo no-roto. ¡Y espera a quese lo contara a Stink!

Cuando regresaron a casa, Stinkestaba esperándola en la entrada. Judylevantó el brazo escayolado.

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—¿Te lo has roto? —preguntó Stink—. ¡Hala, qué bien!

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Un millón de dólares

¡Judy Moody se sentía con ganas deoperar! Nada más quitarse la escayola,le pidió a Stink que jugasen a Operando,un juego en el que le extraes a unmuñeco partes del cuerpo con unaspinzas procurando que NO suene eltimbre.

La doctora Judy efectuó una delicadaoperación para sacar unas mariposas delestómago del paciente y, después, elcorazón roto. Stink tocó el timbre.

¡Biiippp!—¡Eh, se le han puesto rojas las

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luces de la nariz! ¡Parece un payaso! —exclamó Stink.

—¡Lo has hecho aposta!—¡No es verdad!Stink intentó quitarle al muñeco el

lápiz que tenía en el brazo, pero volvióa sonar el timbre. ¡Biiippp! ¡Biiippp!¡Biiippp!

—Dame las pinzas, Stink. Cuandosuena el timbre, se cambia de jugador.

—Vamos a jugar mejor a otra cosa—propuso Stink.

—Ya sé… puedes ayudarme a hacerel trabajo de clase sobre el CuerpoHumano.

—Eso no es jugar, es hacer los

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deberes.—Pero son unos ejercicios

divertidos. Voy a hacer una operacióncon puntos de verdad y todo eso —Judysacó su maletín de médico—. Sólo mefalta alguien a quien operar.

—Pues no va a ser a mí, ya lo sabes.Ni cabestrillos ni parches en el ojo ninada de eso.

—¿Me dejas que te tome la tensión?—Bueno, eso sí.Judy puso un brazalete alrededor del

brazo de Stink y bombeó el aire.—Me temo que tienes la tensión alta,

Stink. El corazón te late súper deprisa.—¡Eso es porque me da miedo que

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me hagas algo!—Ah, tengo una idea mejor —dijo

Judy dirigiéndose al acuario de Ranita—. ¡Operación Ranita! Stink, tú lasujetas y yo hago la incisión.

—¿La qué?—El corte. ¿Entiendes? Es una o-pe-

ra-ción.—¡Estás como una cabra! No puedes

abrir a Ranita.—Luego la vuelvo a coser. Venga, si

es un cortecito chiquitín.—¡No, no! ¡Dámela!—Es la única manera de ver a una

rana por dentro. Reconócelo, Stink: teapetece ver las tripas de una rana.

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—Pero no las de ésta. —Stink corrióa su mesa y rebuscó en el cajón dearriba. Sacó una tarjeta en la que ponía«SPA. Sociedad Protectora deAnimales: Salvando Vidas desde1824»—. ¡Detenida! Es ilegal maltrataro herir a los animales. Hay querespetarlos y tratarlos bien. Siempre. Sesupone que no debes ni dejar que tuperro beba agua de un váter.

—Yo no tengo perro, ¡y Mouse nobebe del váter!

—Bien. Si no, irías a la cárcel.—Sólo iba a practicar con Ranita.

¡No a meterla en un váter!—Está prohibido hacer

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experimentos con animales. Se suponeque puedes hacerlos con habichuelas. Ocalabazas. Quienes fabrican jabón,champú o ropa interior prueban conanimales y éstos sufren heridas e inclusoalgunos mueren.

—Stink, nadie obliga a los animalesa probarse ropa interior.

—Ja, Ja. Pues sí que lo hacen. Esverdad. Me pone furioso y triste que lagente les haga cosas a los animales. Mepone tan furioso y tan triste que mepone… ¡furitriste!

—De acuerdo, de acuerdo. No tepongas furitriste. Te prometo por éstasque no le echaré champú a Ranita ni le

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haré llevar ropa interior ni nada de eso.Sólo quiero tener algo interesante quellevar a clase el día que toque la sesiónde Compartir. Algo que nadie haya vistonunca. Algo «humano».

—¿Cómo qué?—Como el cerebro de Einstein. Un

pelo de la barba de Abraham Lincoln. Ola piedra del riñón de la abuela Lou, sila hubiera guardado.

—Pues pon una habichuela en unfrasco y di que es el cerebro de Einstein,o la piedra de la abuela. Puedes decirque es una habichuela humana… ¿qué teparece?

—Ja, ja, ja, Stink.

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—Yo guardé algunos dientes deleche, ¡eso es algo humano!

—Todo el mundo ha visto dientes deleche, Stink.

—También hago colección de lasuñas de los pies.

—¡Vaya rollo!—Espera… ¡claro que tengo

guardada una parte del cuerpo deverdad!

—¿Cuál? ¿Cuál es? ¿Me la dejas?—No, no. No te la voy a enseñar,

que me la quitas.—¿No será un dedo? ¿O una oreja?—¡NO!—¿Un hueso?

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—Nooo.—¿Es piel? ¿La de cuando te pelas

por el sol?—No, no, no.—Venga, Stink. TIENES que

enseñármela.—De acuerdo… Pero prométeme

que no te la vas a llevar al colegio paraenseñársela a nadie. ¿Vale?

—Te lo prometo, por éstas.Stink se dirigió a su armario y sacó

una caja vieja de un estante. Una cajacon sus cosas de cuando era un bebé.

—¡Deprisa, no puedo aguantar ni unsegundo más! —exclamó Judy.

Stink la abrió y sacó un tarro de

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comida para bebés. Dentro tenía algo.Algo parecido a un gusano muertoencogido y arrugado.

—¡Buaj! ¿Qué es eso? ¿Un gusanopetrificado? ¿O un espagueti requemadode hace cien años?

—No, Einstein. ¡Es mi cordónumbilical!

—¿Tu cordón umbilical?—Ya sabes, esa cosa que se te cae

de la tripa cuando naces.—¿De verdad verdadera?—Sí, de verdad. Cuando mamá me

trajo a casa del hospital…—¡Pero si naciste en un todoterreno!—Ya me entiendes. Cuando vine a

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casa, tenía esa cosa en la tripa. Mamádice que fuiste tú quien la quisisteconservar.

—¿Yo? ¿Así que es mía?—¡NO! Es una parte de MI cuerpo.

Antes tenía el ombligo salido, ahora lotengo remetido. —Stink se remangó lacamisa—. ¿Lo ves?

—¡GENIAL! —dijo Judy—. Quéganas tengo de que mi clase… —Stinkle dirigió una mirada horrible y terrible— …NO se entere de esto. Nunca.

Stink dejó el frasco con el gusano-espagueti viejo y requemado encima dela mesa.

—¿Sabes lo mejor de este cordón

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umbilical?—¿Qué?—¡Que tú no tienes uno! —

respondió Stink con una risilla tonta—.Pero si me das un millón de dólares, tedejo llevarlo al colegio.

—¿Y qué tal cinco dólares?—Un millón de dólares, o no tocas

mi cordón umbilical en tu vida.

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Mucus Dermis

Miércoles. ¡Los miércoles eracuando tocaba en clase la sesión deCompartir! Para Judy iba a ser la mejorde su vida. Se moría de ganas depresentar en ella su trabajo sobre elCuerpo Humano. Ella, Judy Moody,enseñaría y hablaría a toda la clase delcordón umbilical de Stink. No tenía másque robárselo.

Judy esperó a que Stink bajara adesayunar a la cocina. Entonces, fue depuntillas a su habitación, sacó la cajadonde Stink guardaba las cosas de

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cuando era bebé y se hizo con su cordónumbilical. Después lo escondió en elbolsillo interior secreto de su mochila.

* * *

Tan pronto como sonó el timbre, elseñor Todd les pidió a todos queformasen un corro. Ese día también letocaba exponer su trabajo a Rocky. Y aJessica Finch. Jessica decía que habíaconseguido algo especial. ¡Pero Judysabía que su cordón umbilical iba a serLO MÁS ESPECIAL!

Primero habló Rocky. Había traídouna pieza de Lego. Judy pensaba que una

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pieza de Lego era un rollo aburrido,hasta que Rocky realizó su experimentocon ella. La puso en un plato y despuésle echó algo por encima. El plástico sepuso negro debido a todos los microbiosque tenía.

—¡Buajjj! ¡Microbios! —exclamóJessica Finch. Los microbios le poníanlos pelos de punta.

—Hay un hongo entre nosotros —dijo Frank.

—Yo he tenido piojos —intervinoBrad.— ¡En el pelo!

—¡Yo también! —exclamó Alison S.—¡Aggg! —Dylan se apartó del

corro con cara de asco.

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—Siempre llevamos con nosotrosmillones de bacterias —les explicóRocky—. En la cabeza, dentro de lanariz, entre los dedos de los pies…

—Así es. Cada uno de nosotros esun ecosistema —aclaró el señor Todd—. Llevamos millones de criaturas tandiminutas que ni se ven.

—¿Es como si fuéramos un bosquetropical humano? —preguntó Judy.

—Exacto. ¿Entendéis ahora por quéos insisto tanto en que os lavéis lasmanos?

—Yo tengo algo que no sonmicrobios —intervino Jessica—. Micobaya Chester era macho, pero resulta

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que al final es hembra y acaba de tenerhijitos. —Sacó una fotografía—. Soncuatro, como las Spice Girls, y las hellamado: Jazmín, Coco, Canela y Nuez.

—¡Ahhh! —dijeron todos a coro—.¡Qué nombres más bonitos!

Judy echó un vistazo. No veía másque bolas de pelo. ¡Los cordonesumbilicales eran más científicos que lasbolas de pelo!

—Y tú, Judy, ¿has traído algo paraCompartir? —preguntó el señor Todd.

—Sí. —Judy sacó de la mochila eltarrito de cristal—. Veréis, cuando eresun bebé tienes una cosa pegada alombligo. Luego se te cae, y el ombligo

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se te queda salido o remetido.—¡Yo soy un ombligo remetido! —

saltó Frank.—¡Oooh! ¡Pues menudo ombligo

salido soy yo! —exclamó Brad mientrasles enseñaba la tripa.

—De acuerdo… ¡Venga, todos!Volved a poneros las camisetas —lesreprendió el profesor—. Dejad que Judytermine su exposición.

—En este tarro tengo un auténticocordón umbilical vivo. Uno de verdad.Se llama Mucus Dermis. El nombreviene del latín: «dermis» significa«pellejo» y «mucus», «asqueroso».Pellejo asqueroso.

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—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Rocky.

—La verdad es que es de mihermano, Stink Moody.

—¡Qué requete asqueroso! —exclamó Jessica Finch retorciéndosecomo si fuera un gusano.

—¡Déjame verlo! —solicitó Frankemocionado.

Judy se lo pasó a Frank, y todos seacercaron a mirar.

—Sentaos cada uno en vuestro sitio:Judy irá pasando luego por las mesas —dijo el señor Todd.

—Todos tenemos ombligo, pero nohay dos iguales —continuó Judy—.

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Como los copos de nieve. A veces elombligo se llena de pelusillas, y por esoen Japón tienen limpiaombligos. Me loha contado mi padre. ¡De verdad!

—Gracias, Judy. Creo que todoshemos aprendido más de lo quepodíamos imaginamos sobre el ombligo—afirmó el profesor Todd.

—Los ombligos son mejores que loshuesos —opinó Rocky.

—¡Y que los piojos! —dijo Frank.—¡Y que las bolas de pelo! —

añadió Judy.—¿Sabe tu hermano que te has traído

su cordón umbilical a clase? —preguntóJessica.

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Señor Huesos Secos

Al terminar la clase, Judy salió alpasillo para dejar la mochila y allíestaba Stink, que había estadoescuchando detrás de la puerta.

—Dámelo —dijo Stink enfadadocon la mano extendida.

—¿Darte qué?—Sé que lo tienes. He venido a

decirte… ¡que te he visto! Ya me heenterado. Me lo robaste, ¿verdad? ¡¡Hasenseñado al MUNDO ENTERO micordón umbilical!!

—Qué va. Sólo a la mitad de

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Tercero.—Me debes un millón de dólares.—Stink, luego nos peleamos. Ahora

vuelve a clase.—No puedo, estoy enfermo. Me

duele la garganta. Creo que tengopaperas.

—¿Paperas de cuento?—No, de verdad —Stink estiró el

cuello como si le doliera.—¿Te duele la laringe o la faringe?—¿Eh?—Ve a la enfermería —le aconsejó

Judy.—Tengo miedo.—¿De qué? ¿De la enfermera, la

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señora Bell?—No.—¿De que te pinchen?—No.—¿De perderte?—No.—¿De las paperas de verdad? ¿De

las pastillas? ¿De vomitar?—No. No. Que no.—¿Entonces, de qué tienes miedo?—¡Del esqueleto! El de la

enfermería.—¡Stink, pero si no es de verdad!Stink puso cara de echarse a llorar.—Una señora me dijo que esperase

a que volviera la enfermera y me quedé

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allí solo. Con ÉL.—Te acompaño si me prometes no

enfadarte por lo del cordón umbilical.Judy pidió una autorización al señor

Todd y acompañó a su hermano hasta laenfermería. Stink señaló al esqueletoque había en un rincón.

—Tú haz como si no estuviera ahí,Stink. Siéntate en la camilla. Yo haré demédico mientras llega la señora Bell. Aver, dime, ¿cuál es el problema?

—Esta mañana al levantarme meentró hipo y se me movía un diente.Ahora me duele la garganta.

Judy cogió una linterna de la mesa yalumbró a Stink en los ojos.

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—¡Eh! ¡Ahora me duelen tambiénlos ojos!

—¿Te duele la cara?—No, no.—¡Es para partirse de la risa…!

Vamos a verte ahora la garganta —leexplicó Judy mientras le acercaba lalinterna a la boca—. ¡Di aaahhh!

—¡Gluuubb!—Gluuubb no. Di aaahhh. Otra vez.—¡Sluuugg!—Déjalo —dijo Judy.—¿Qué tengo?—Pues NO tienes ninguna rana en la

garganta. Sólo un gluuubb y un sluuugg.Judy ladeó la cabeza pensativa y

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miró a Stink de arriba abajo.—¿Qué pasa, a ti también te duele el

cuello? —le preguntó Stink.—Tú sí que eres un dolor —dijo

Judy riéndose otra vez—. ¡Eh, espera!¡Stink, ya lo tengo! ¡Ya sé qué tienes!

—¿Qué?—¡Esqueletitis! —afirmó Judy—.

La enfermedad del miedo a losesqueletos. La contraen sólo los deSegundo que tienen gluuubbs y sluuuggsen la garganta.

—No lo puedo evitar. ¡Me mira tanfijamente con esos ojos! Es peor que elojo de la pirámide de los billetes de undólar.

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—Stink, los esqueletos no tienenojos.

—¡Ya lo sé! Sólo unos agujerosgrandes y horribles como las personasmuertas. Y hacen clac-clac-clac.

Judy fue a por el esqueleto delrincón, y comenzó a jugar con él:

—¡Hola! ¡Soy el señor HuesosSecos! —improvisó mientras hacíachocar las mandíbulas del esqueleto—.Pero puedes llamarme George… ¿Loves? Te lo enseña todo sobre los huesos.

Judy hizo que George saludara aStink, pero éste no le devolvió elsaludo.

—Me estás poniendo la carne de

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gallina. Déjalo donde estaba antes deque nos la carguemos.

—Espera a que nos cuente algunoschistes. Mira, voy a practicar con unosque estoy aprendiendo para el trabajodel Cuerpo Humano. ¿Le gustan loschistes, verdad, señor Huesos Secos? —le preguntó Judy—. ¡Le hacen cosquillasen el hueso de la risa!

Stink soltó una carcajada.—¿Por qué toma un esqueleto

pastillas para la tos?—¿Por qué?—¡Porque están de muerte!—¿En dónde le sirven la comida a

un esqueleto?

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—Ummm…—¡En el omoplato!Stink no paraba de reír.—¿Qué es lo que no echan los

esqueletos al cocido?—¿El qué?—¡Carne! Y verás éste: ¿cuál es el

hueso más ruidoso del cuerpo humano?—No sé.—El radio.—¿Cuál es el hueso que no tiene ni

frío ni calor?—Déjame pensar…—¡La tibia!—¡Je, je, qué gracioso!—¿Y en qué huesos no deberías

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confiar jamás?—Ummm…—¡En las falsas costillas!Stink no paraba de reír. Parecía

como si no se acordase ya del dolor degarganta, ni de su esqueletitis.

—¡Ajá! —La señora Bell irrumpióde pronto y dejó el bolso encima de lamesa—. ¿Y sabes cuál es el dulcefavorito de un esqueleto?

—No lo sé, ¿cuál?—¡Los Huesos de Santo!—¡Muy bueno! —celebró Stink.Verdaderamente, se lo estaba

pasando en grande.—Veo que ya conoces a George —

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dijo la enfermera—. Esta mañana tuveque marcharme a otro colegio y hevuelto con los huesos molidos.

—¡Eh, ése sí que es bueno! Pues yoestaba haciendo compañía a Stink hastaque usted llegara.

—Al señor Huesos Secos le gustamontar el «húmero» —continuóbromeando la señora Bell—. Quierodecir, el «número». El húmero es estehueso largo del brazo.

—¡Qué gracioso, éste me lo apunto!—¡Ahhh! Ya lo pillo.—¿Lo ves, Stink? —comentó Judy

—. Ya te había dicho que no dabamiedo.

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—No te preocupes. A mucha gente leasustan los esqueletos. ¿Sabías que hastalos elefantes tienen miedo de ellos?

—¿Sí? —preguntó Stink.—La verdad es que el esqueleto

humano es muy interesante. Al nacer,tenemos más de trescientos huesos y demayores tenemos…

—¡DOSCIENTOS SEIS nada más!—terminó la frase Judy—. Lo hemosaprendido en la clase del señor Todd.

—¿Cómo perdemos tantos huesos?—quiso saber Stink.

—Unos se sueldan para sostenemosy hacemos fuertes —explicó laenfermera—. Si no, pareceríamos

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medusas. Las medusas no tienen huesos.Judy aflojó todo su cuerpo como

para imitar a una medusa.—¿Lo ves, Stink? ¿No te alegras de

no ser una medusa?—¡No, porque si lo fuera podría

picarte!—Bueno, ¿y cuál es tu problema,

jovencito? —le preguntó la señora Bella Stink.

—Que me duele el estómago.—¿Te duele el estómago? —se

sorprendió Judy—. Creía que te dolía lagarganta.

—Y me duele… pero ahora meduele el estómago de tanto reírme.

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—Me figuro que tu hermana haestado dándole a la sinhueso.

—¡Oiga, mejor no le dé más ideas!—dijo Stink.

—Se refiere a mi lengua…—Bueno, vamos a echar un vistazo a

esa garganta. Di aaahhh.—¡AAAHHH!—¡Eh! Ahora no dices gluuubb ni

sluuugg —protestó Judy.—Vaya, estás mal. Tenías razón.—¿De verdad está enfermo? ¿Puedo

verlo?—Sí. Tiene la garganta más roja que

un coche de bomberos. —Después laseñora Bell tomó a Stink la temperatura

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con un termómetro SIN pelos de gato—.Y también tiene fiebre: 37,7°C.

—¡¡Menuda SUERTE tienes, Stink!!

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Absolutamentedelicioso

¡No era justo! ¡Stink iba a ir almédico de verdad! Judy convenció a sumadre de que la llevara a ella tambiénpara poder aprender cosas.

La doctora McCaries le exploró aStink los ojos y los oídos, y para mirarlela garganta utilizó un depresor de lenguamorado. Les explicó que las anginas soncomo dos bolas rosadas, del tamaño deuna uva, que están en la parte final de lagarganta, y también que puedeninfectarse y aparecer en ellas manchas

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blancas que se inflaman y duelen.La doctora recetó a la señora Moody

unas medicinas especiales y lerecomendó que Stink durmiera mucho,bebiera gaseosa de jengibre y siguiera ladieta PLATÓN.

—¡Si se come siempre un «platón»enorme de comida desde que nació! —exclamó Judy.

La doctora McCaries se rió.—PLATÓN significa en este caso

PLátano, Arroz, TOstadas y Nueces.También le mandó que se quedara en

casa sin ir al colegio hasta que le bajarala fiebre y que se mantuviera lo máslejos posible de Judy.

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¡Esto último lo dijo de verdad!—Piénsalo —le dijo Judy a Stink—,

si tienes anginas tendrán que operarte yte pondrán una pulsera con tu nombre yun pijama muy gracioso y te pasarás eldía comiendo polos.

—Pues esperemos no llegar a eso —comentó la madre—. Serían demasiadospolos.

—Preferimos no quitar las anginas siestán bien.

—Pero… usted dijo que eran comouvas —insistió Judy—. ¡A lo mejortiene uvitis!

—COMO uvas, pero no son uvas —aclaró la doctora McCaries, entre risas

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—. Si se cuida bien las anginas, notendrá nunca uvitis.

—Señora McCaries… ¡Deberíahaber sido usted dentista! —bromeóJudy.

—¿Te gustan los chistes? ¿Sabes quéle dice el médico a un paciente conanginas?

—¿Qué?—¡Menudo mal trago!

* * *

¡Era totalmente injusto! Stink debíaquedarse en casa sin ir al colegio (deverdad), beber gaseosa de jengibre

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(para desayunar) y pasarse el díacomiendo tostadas de plátanomachacado (la dieta del platón). YENCIMA tenía que ver la tele en suhabitación, aunque la doctora McCariesno había dicho nada de tener la tele en lapropia habitación.

Judy no se apartó ni un momento deStink.

Le tomó la temperatura (muy alta) yle hizo una pulsera de hospital con sunombre (Stink). Le dejó utilizar su pajitaloca para tomar la gaseosa de jengibre.Le leyó los cómics del doctor RexMorgan y las novelas de misterios deCherry Ames, la estudiante de

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enfermera.Le extendió una receta en su

cuaderno de médico que decía así:

Stink Moody:Tome dos polos

y llámeme mañana.Dra. Judy Moody

Hizo incluso el juramentoHipopotámico de portarse bien conStink. Pero bien, bien. Médicamentebien.

—Stink —pronunció Judy muysolemne levantando la mano derecha—:juro por Neopolo, Higiene y Larry

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Lasagna que haré todo lo que pueda, elmáximo de mis posibilidades, paraayudarte a ponerte mejor. Toma.Acaricia un rato a Mouse.

Judy lanzó a Mouse encima delestómago de Stink.

—¡Auuu! ¡Me ha arañado!La gata saltó al suelo, pero Judy la

agarró de nuevo.—Stink, tienes que hacerle veinte

caricias. Esto se llama «Zarpas paraCurar». Te bajará la tensión, tú hazmecaso.

—¿Estás segura de que no se llama«Zarpas para Arañar»?

—Stink, inténtalo por lo menos.

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Judy volvió a tirarle a Mouse, queaterrizó en la cama pero vertió el vasode gaseosa de jengibre por el camino.

—¡Aaggg! ¡Me ha echado encima lagaseosa! —se quejó Stink.

Judy le trajo una toalla a Stink. Otrovaso de gaseosa. Y una pajita localimpia. Le puso una manta seca. Leacercó a Baxter y Ebert, su pingüino y sulobo de peluche.

* * *

Judy se encargó de darle de comer aRanita durante cuatro días. Le llevó aStink los deberes a casa durante cuatro

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días. Durante cuatro días, vio con Stinksus programas favoritos, aunque ellahubiera preferido el Canal deOperaciones.

Fue entonces cuando lo vio: en unanuncio de la tele apareció la única curasegura para Stink. El anuncio decía:«¿Estás siempre cansado?». Sí. (¡Stinkestaba dormido en ese momento!).«¿Estás enfermo? ¿Quieres estar sano?¿Vivir más?». Sí, sí, ¡SÍ!, le dijo Judy altelevisor. «Entonces tenemos un secretopara ti. ¡PASAS!», anunció la señora dela tele.

—¿PASAS? ¡Buajjj!Y continuó: «Muérdelas, mastícalas,

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no las rechaces. ¡PASAS DECALIFORNIA! El supertentempié llenode energía. ¡Absolutamente delicioso!¿Vas a subir hoy al Everest? ¡Llévateunas PASAS!».

Judy no pensaba que Stink fuera aescalar pronto el Everest… apenaspodía tumbarse sólo en la cama. Perovalía la pena probar. Bastaba conconvencer a Stink.

Judy bajó de puntillas a la cocina yabrió los armarios. Bolsitas de té,mantequilla de cacahuete, rosquillas,galletitas… tenían que estar por allí laspasas. Judy arrimó una silla para llegara los armarios más altos. ¡Ajá! ¡Una

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bolsa reluciente!¡¿Salsa?!No. Con salsa no subías al Everest.

Con salsa no te curabas las anginas. Consalsa no vivías más.

Pero de pronto vio un sol amarillobrillante en una bolsa morada y rosa.¡Por fin! Judy encontró dos bolasarrugadas: ¡las pasas eran asquerosas!Pegajosas. Estaban arrugadas como loselefantes y parecían excrementos debúfalo de hace ciento cincuenta años.Cordones umbilicales resecos de hacedoscientos años. Anginas de hacedoscientos cincuenta años. ¿Por qué hayque comer cosas malas para que pasen

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cosas buenas?Según Judy Moody, el mundo

funcionaba al revés.La doctora Judy subió de nuevo a la

habitación de Stink.—¡Stink! ¡Despierta!—¿Qué…?—¡Tengo el remedio para ti! Lo

llevo en la mano, se acabó la fiebre. Seterminaron las anginas de uva.

Judy le mostró las pasas.—¿Qué? ¿Qué es eso? —se extrañó

Stink.—Pasas. El secreto para no

enfermar. El secreto para escalar elEverest.

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—Parecen piedras lunares. Ociruelas petrificadas.

—O los vómitos de búho que trajoel señor Todd a clase de Ciencias…

—¡Vómitos de búho! Son bolaspeludas… asquerosas.

—Las pasas son sólo pasas —dijoJudy—. Vamos. Un mordisco.

—Nunca. Paso de tus pasas, Ciruelade Vil. No me voy a comer una bolapeluda. No me voy a comer un vómito.

—¿No quieres vivir más? ¿Noquieres volver a tener las anginaspequeñitas?

—De acueeerdooo. Entoncesayúdame, dime cosas buenas sobre las

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pasas.Judy olió una pasa.—Que no huelen como un

excremento de búfalo.—¡¿Eso es lo mejor que sabes decir

de una pasa?!—Ni son peludas.—Que no tengan pelos está bien —

opinó Stink.—Ya lo sé. Cierra los ojos. Cuando

cuente tres, LOS DOS nos comemos unapasa al mismo tiempo.

—Una…Stink apretó fuerte los ojos.—Dos…Judy tiró su pasa a la papelera.

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—Y tres…Stink se metió la suya en la boca.—¡Buaj! —Stink escupió la pasa,

que salió volando y acabó convertida enuna bola con pelusas del suelo.

—¡La he chupado! ¡Me ha tocado laspapilas gustativas!

—Se suponía que tenía un saborABSOLUTAMENTE delicioso. Esodijeron en la tele…

—Pues a mí me pareceABSOLUTAMENTE asqueroso. ¡Mehas engañado! —protestó Stink.

—Yo sólo quería ayudarte a que tesintieras mejor. Pero he resultado seruna mala doctora y nunca te curarás.

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—Me encuentro mejor sabiendo queno voy a comer esa pasa.

—¿Es que no lo ves, Stink? Ésa erala última pasa. Ahora está rebozada depelos de gato, polvo y escupitajos. ¿Quévamos a hacer?

Antes de terminar de decir«escupitajos», Mouse se había lanzadosobre la pasa polvorienta y peluda.

—¡No, Mouse! ¡Espera! —gritóJudy.

Demasiado tarde. ¡Glup! Mouse lamasticó y se la tragó: la bola de pelo,los escupitajos y todo. Judy y Stink setiraban por el suelo de la risa.

La gata se relamió zarpas, cara y

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bigotes.—Mouse —dijo Judy levantándola

por los aires—, vas a tener una vidamuy larga.

—Siete largas vidas —aclaró Stink.

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Doctora en Medicina

¡Tocaba hacer de doctora! Judy iba ahacer ese día de Elizabeth Blackwell, laprimera mujer médica. Efectuaría unaoperación DE VERDAD delante de todala clase. Una operación era la mejorocurrencia de su lista. El mejor trabajosobre el Cuerpo Humano de todos lostiempos. ¡Mejor incluso que jugar a losmédicos con Stink!

El paciente era especial: tenía lapiel verde y no le llevaba nunca lacontraria. El paciente no se quedaba conla tele en el cuarto ni se bebía toda la

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gaseosa de jengibre ni escupía lassanísimas pasas.

El paciente era perfecto. Se moríade ganas de operar, pero primero se diootra ducha.

Stink llamó a la puerta del baño.Toc, toc, toc.—¿Quién es?—Stink, sin su cordón umbilical.No hubo respuesta.—¡Mamá! Judy no me deja entrar en

el servicio, y ayer ella ya se dio unmillón de baños. —Stink aporreó lapuerta—. ¡Date prisa! ¡Necesito entrar!

Judy salió con una toalla en lacabeza y los pies y las manos arrugados.

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—Me gustaba más cuando estabasenfermo —dijo Judy.

—Y a mí cuando tú no parecías unapasa chuperreteada —le devolvió Stink.

—Los médicos tienen que cuidarmucho la higiene, Stink. ¡ElizabethBlackwell se duchaba tres veces al día!

—Elizabeth Blackwell no dejabatodo el suelo encharcado.

—Ja, ja, ja.Aquel iba a ser el día más

impresionante del Cuerpo Humano, de lacabeza a los pies. «El hueso de lacadera conecta con el hueso de lapierna…», canturreaba Judy mientras sevestía.

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Judy sintió un hormigueo constantedurante toda la clase de Lengua y ungusanillo en las rótulas-rodillas enMates. Hasta que, por fin, llegó la horade Ciencias y el señor Todd pronunciólas palabras mágicas:

—A ver, los trabajos sobre elCuerpo Humano. ¿Qué tal sicomenzamos por ti, Rocky?

Rocky se envolvió en papelhigiénico, igual que una momia, yexplicó que comer momias era buenopara la tripa. De verdad. Los médicoscreían, antiguamente, que con ellas sepodían curar cosas como el dolor deestómago. Así que las molían, con

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huesos y todo, y las utilizaban comomedicina.

—¡Qué asco! —dijeron casi todos.—¡Fascinante! —opinó Judy.Jessica escribió medipalabras en la

pizarra: palabras como intelichica (unachica realmente inteligente), cerebríaco(con cabeza de súper Einstein y no dechorlito) y caso cerebral (enfermo delcerebro), las cuales había ideado añadiral diccionario. A continuación repartióun ejercicio que consistía en buscarpalabras. Judy encontró todas lasmedipalabras a velocidad cerebríaca.

Finalmente el señor Todd la llamó aella, ¡la doctora Judy Elizabeth

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Blackwell! Se puso la bata de médica,un estetoscopio y un parche en el ojoizquierdo. Después forró sus zapatoscon bolsas de plástico y, por último, sepintó entre las cejas con un rotuladornegro y se pegó con cinta adhesivainsectos de mentira por el pelo.

—Hoy soy Elizabeth Blackwell, laprimera mujer doctora —se presentóJudy—. Voy a empezar con un poema.

Respiró hondo para que no le dieraun terrible ataque de nervios. O un fuerteataque de sudor.

Elizabeth Blackwellvivía en un ático

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donde nada eraautomático.Era la primera de laclase,¡no había quien laganase!La primera doctorallegó a ser(los chicos no se lopodían creer).Una clínica abrióy a muchos pobrescuró.Trajo niños almundo,vacunó a

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vagabundos (¡québien!).Su propia escuelaabrió.¿A que mola unmontón?Incluso escribió unlibro(y le costóescribirlo…)No sé cuándo nació,pero en 1910 murió.Seguid su ejemploahorapues fue una grandoctora.

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Todos aplaudieron.—¿Alguna pregunta antes de que

comience la operación?—¿Por qué vas en pijama? —

preguntó Hailey.—Por superlimpieza —aclaró la

doctora Judy—. Pero no es un pijama, esuna bata de médico. Los médicos tienenque ser muy, muy limpios y se dantoneladas de baños al día.

—¿Por qué tienes una sola ceja? —quiso saber Frank.

—Es una ceja única, como la quetenía Elizabeth Blackwell. Además mehace parecer más inteligente. Como unaintelichica que no es un caso cerebral.

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—¿Por qué llevas un parche depirata? —observó Brad.

—Elizabeth Blackwell sufrió unainfección en un ojo y se lo tuvieron quesacar. Por eso llevaba un parche.

—¡Ooh, qué asco!—¿Por qué te has puesto insectos de

mentira por el pelo? —fue la preguntade Jessica.

—Como no sabían cómo curarle elojo malo, le pusieron sanguijuelas en lacabeza. Creían que eso la sanaría.

—¡BUAJJ! —exclamaron varios dela clase.

—¿Has escrito tú la poesía?—¡No la iba a hacer un duende!

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—¿Por qué llevas bolsas de plásticoen los pies?

—Por si hay sangre.—A ver, todos, basta por ahora —

rogó el profesor—, que Judy tiene quemostrarnos su trabajo.

—¡Ahora toca una operación deverdad! —dijo Judy.

—¡Házmela a mí! —pidió Frank.—¡Eh, a mí no! —exclamó Rocky.—Puedes utilizar a Peanut —

propuso Jessica— si necesitas uncobaya.

—Gracias, pero ya tengo elegido ami paciente.

—¿Está muerto? —le preguntó Brad.

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—No, mi paciente está vivo, nomuerto. Mi paciente es mejor quepracticar con un hermano pequeño. Mipaciente tiene muchas tripas. ¡Tripasviscosas!

—¿Quién es?—¡Cuéntanos!—¿Tiene nombre?—Sí.—¡Oh, no! ¿Tiene la piel verde? —

Rocky creía que ya sabía de quién setrataba.

—Sí.—¿Es Ranita? —trató de adivinar

Frank.—Se llama… Cala —respondió

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Judy al fin, mientras les mostraba uncalabacín con la cara pintada conrotulador—. ¡Cala Bacín!

Toda la clase aplaudió.Frank se ofreció de ayudante y

sostuvo en alto un dibujo hecho por Judycon el interior de un calabacín visto porrayos X.

—Primero realizas una radiografíapara asegurarte de lo que estáshaciendo.

—¿Qué es esa gran mancha negra?—preguntó Rocky.

—Eso es lo que voy a extirpar: elapéndice. Nadie sabe aún con certezapara qué sirve, así que es bueno sacarlo.

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—A mí me lo quitaron —dijo AlisonS.

—Pues a mí —intervino Brad— melo han sacado dos veces.

—Bien. Antes de iniciar laoperación —prosiguió Judy—, no hayque olvidarse del juramento Hipo. Hayque jurar por el tal Hipo, padre de laMedicina, y por don Limpio y LouisLasagna, que uno va a hacer todo cuantoesté en su mano como médico. Despuéshay que comprobar que el paciente estélavado.

Judy dijo dirigiéndose a Frank:—¡Cepillo de dientes! —y frotó al

calabacín con él.

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—Aguja.Frank sacó una del maletín de

médico de Judy.—Pincha al paciente para dormirlo.

Pon vocecita dulce y dile que no va anotar nada. O haz un chiste para que sesienta bien, como «¿Qué hortaliza noestá llena por dentro? ¡El cala-vacío!».

Frank se partió de la risa.—¡Cuchillo! —Frank le alcanzó a

Judy uno de plástico.—Lo siguiente es realizar una

incisión.—I-N-C-I-S-I-Ó-N —deletreó la

intelichica Jessica Finch, la reina de lasmedipalabras—. Significa «corte, tajo o

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raja».—Ahora las tijeras —pidió Judy a

su ayudante, tras realizar el corte.Tris, tris, tris.—¡Sangre! —solicitó la doctora

Judy y señaló el bote de ketchup quehabía traído. Frank lo vertió por encimadel calabacín.

—En las operaciones sale muchasangre.

—Me están entrando ganas de comerperritos calientes y esas cosas con tantotomate —confesó Rocky.

—¡Las pinzas! —Y en voz bajaañadió—: las de la ropa. Bien, ahoraquitemos el apéndice.

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Judy extrajo un puñado de semillascon las pinzas.

—¡La esponja!Judy agarró el calabacín y comenzó

a limpiarle la sangre-ketchup; peroestaba tan pringoso, que se le resbaló delas manos y se le cayó al suelo.

¡OH, NOOO!Todos se levantaron de sus asientos

para ver qué había pasado. ¡Allí, enmedio del pasillo, estaba partido en dosy bañado en un charco de sangre-ketchup Cala Bacín, el pacienteperfecto!

—Regla número uno: mantener lacalma —dijo Judy—. ¡Reconocer que

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«ignoro» qué hacer!Pero de pronto se le ocurrió una

idea. Levantó del suelo las dos mitadesdel paciente y le dijo a Frank:

—¡Sutura! —y Frank le alcanzóaguja e hilo.

—Voy a coser al paciente de arribaabajo.

Judy mostró a sus compañeros cómoponer bien los puntos. «Dentro, fuera,dentro, fuera…».

—No se trata sólo de coser, porqueal paciente le quedaría una cicatrizmorada como a Frankenstein. O unacicatriz en forma de pizza, como la mía.

Les enseñó su abultada cicatriz en

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forma de pizza de cuando se cayópersiguiendo la furgoneta de loshelados. Judy y Frank se rieron hastaque les dolió el apéndice.

Finalmente, Frank ayudó a poner lastiritas al paciente.

—Hay que esperar una semana yluego quitar los puntos. Decirle quedescanse y coma pasas o muchoshelados de la Heladería Mimí. No,espera. Eso es para las anginas. ¡Bueno,da igual! Fin.

Todos aplaudieron con ganas.—Buen trabajo —la felicitó el señor

Todd—. Bonitos detalles. La verdad esque has pensado en todo. ¡Yo diría que

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ha sido una operación ALUCINANTE!

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Desastre médico

Al día siguiente de la OperaciónCalabacín, Frank Pearl llevó un muñecode cartón al colegio. Un muñeco decartón exactamente igual que él.

—¡Impresionante! —opinó Rocky—.¡Tienes un hermano gemelo!

—Es mi clon. Yo soy Frank. Él esStein. ¿Lo pilláis? ¡Somos Frank-y-Stein!

Judy deseó que el número de Frank-y-Stein no fuera mejor que el deOperación Calabacín.

Frank explicó a la clase cómo se

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pueden obtener muestras de ADN de unhueso o de un pelo:

—En una célula están todos tusgenes. Es posible crear otro tú,exactamente igual, por clonación. Nopuedes ver tus genes, pero están todosahí.

—Yo puedo verme los jeans —bromeó Brad—. Los llevo puestos.

—No he dicho jeans, sino G-E-N-E-S, genes. El ADN es lo que hace que túseas TÚ, te hace único.

—Muy listo —dijo Judy.—Los científicos han clonado ya una

oveja y la han llamado Dolly, y despuésde ella lo han hecho con ratones. Y aquí

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mismo, en Virginia, con cerdos.—¿Es verdad eso, señor Todd? —

preguntó Jessica Finch.—¡Eso es ciencia ficción! —

exclamó Alison S.—Como en Parque Jurásico —

comparó Rocky.—Es verdad —afirmó el profesor.—Si encuentran un mamut congelado

en el hielo —insistió Frank—, puedenclonarlo con su ADN; así dejarían deestar extinguidos. No miento.

—Gracias, Frank —dijo el señorTodd—. Muy interesante, aunquetodavía muchos de nosotros pensamosen la clonación como si fuera ciencia

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ficción.

* * *

El resto del día Frank Pearl noprestó ninguna atención a nada. Judy leescribió una nota, pero no contestó. Lecontó un chiste y no se rió.

—¿Qué te pasa, Frank? —quisoaveriguar Judy.

—Mi trabajo no era bueno.—¡Cómo que no! Eres un gen-io.—Mi trabajo era de cartón. Cartón

muerto. Nadie cree que sea de verdad.El tuyo, en cambio, tenía algo real. Algovivo. Fue genial.

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Frank se quedó observando a Peanut,el cobaya.

—¿Por qué estás mirando a Peanut?—Estaba pensando en que el pobre

debe sentirse solo.—Judy, Frank, ¿de qué habláis? —

preguntó el señor Todd.—Lo siento, señor Todd —se

disculpó Judy—. Frank está preocupadopor Peanut. ¿Se sienten solos loscobayas? ¿Por no tener amigos?

—Pues sí, los cobayas disfrutanmucho teniendo compañía.

—Yo tengo cobayas, y mi libro decobayas dice que nunca debes tener unosolo —dijo Jessica Finch.

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—Por eso nos turnamos para jugarcon él todos los días —continuó elprofesor—. Y le hemos hecho una jauladivertida, ¿os acordáis? Ahora, chicos,vamos a centrarnos en nuestro trabajo,¿de acuerdo?

* * *

En el recreo de la mañana, Frank sereunió junto a la fuente con Judy yRocky.

—Chicos, tenéis que ayudarme ameterme en un lío.

—¿Pero te has vuelto loco? —respondió Rocky.

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—¿Es que quieres ir a la Antártida?—le advirtió Judy.

—No. Lo que quiero es que el señorTodd me deje dentro del aula durante lahora de la comida. Necesito intentar unexperimento científico. Uno de verdad.

—¡Va de genio! —soltó Rocky.—¡Y de genes! —siguió bromeando

Judy—. ¿Qué clase de experimento?—Clonar a Peanut. Voy a crear otro

cobaya exactamente igual. Aquí mismo.Así tendrá un amigo. O varios. Uno deverdad, no de cartón. Si me sale bien,nadie pensará que la clonación esciencia ficción.

—La clonación sólo funciona con

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los extraterrestres.—También con los huesos —afirmó

Judy—. Y con las cosas congeladas.—¡Qué va! —exclamó Frank.—Pero es ilegal practicar con

animales, me lo ha dicho Stink. Tienesque utilizar un calabacín o algoparecido.

—Todo el mundo clona verduras yexperimenta con calabacines.

—¿Qué hay de malo en eso? Losmédicos de verdad practican los puntosde sutura con calabacines. Es científicototal.

—Clonar un cobaya sí que escientífico total.

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—¡Corta el rollo! —le mandó Judy—. No puedes convertirte en uncientífico clonador de repente.Necesitas equipo. Cosas raras, como lasque hay en los laboratorios.

—Es muy fácil. Sólo me hace faltael ADN (unos cuantos pelos de Peanut),un plato como el que empleó Rocky paralos gérmenes del Lego y electricidad.Bueno, y un poco de ayuda vuestra.

—¡ADN significa ANIMALESDAÑO NO! No puedes experimentarcon Peanut —dijo Judy—. Yo miraré,pero sólo para asegurarme de que no lehaces daño.

—¡Bien! Entonces vamos a

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preguntarle al señor Todd si podemosquedarnos en el aula durante el recreopara limpiar la jaula del cobaya. Asínadie se meterá en un lío.

—Perfecto —contestó Rocky.—Genial —añadió Judy.—¡Científico! —concluyó Frank.

* * *

Cuando sonó el timbre para ir acomer, Judy, Rocky y Frank se quedaronen clase. Pusieron papel de periódicosnuevo y paja limpia en el suelo de lajaula de Peanut. Rellenaron la botella deagua y le cambiaron el cartón de un rollo

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de papel higiénico por otro nuevo y sinroer para que pudiera esconderse.

En cuanto el señor Todd se marchó acomer, Frank dijo: «¡Deprisa!», y cogiólas tijeras puntiagudas del profesor.Rocky sostuvo a Peanut mientras Frankhada tris, tris, tris.

—Cuidado —le advirtió Judy—. Teestoy vigilando.

—¡Cortar el pelo no hace daño! —protestó Frank. Después puso condelicadeza los cuatro pelos en un plato—. Sólo nos falta la electricidad.

—¿Nos vale un microondas? —preguntó Rocky.

Frank asintió y puso los pelos del

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cobaya dentro del aparato.—¡Ahora voy a decir unas palabras

mágicas! —anunció Rocky—. Déjamepensar… ¿Qué tal así?:

«Cortar el pelo yenchufar.

¿Cuántos cobayasme saldrán?

Ini, mini, granHoudini,

due, tre, dodici,catorzini.»

¡Ding! Frank sacó el plato y lovolvió a meter en la jaula de Peanut.

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—Tápalo con un poco de paja —sugirió Rocky.

—¿Y ahora qué hacemos?—Esperar —dijo Frank.—No va a salir bien —opinó Judy

—. Debías haber practicado antes conun calabacín.

* * *

Cuando Judy llegó al colegio a lamañana siguiente, Frank estabaobservando la jaula del cobaya. ¡Nada!No había ninguno nuevo. Ni due. Ni tre.Ni catorzini. Sólo Peanut, que dormíaapoyada sobre una hoja de lechuga.

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—No ha funcionado. Clonar debe deser más difícil de lo que yo me pensaba.

—Ya te lo advertí —le contestóJudy.

—¡Pero no me voy a rendir! Todo elmundo sabe que la ciencia lleva tiempo.

Esperaron un poco más. El jueves yel viernes, desde bien temprano por lamañana, Frank se plantó delante de lajaula de Peanut para vigilar. Pero nada.Cero, cerillo, cerete. Peanut estaba ahísolo. Sin clonar. Frank Pearl tenía unproblemón.

* * *

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Sin embargo, el lunes por la mañanapor fin OCURRIÓ. Judy estabagarabateando clones de cobaya con sulápiz Gruñón mientras esperaba a quesonara el timbre, cuando alguienexclamó:

—¡Eh, Peanut tiene un amigo!A Judy se le cayó el lápiz y se

precipitó hacia la jaula. Peanut tenía unamigo. ¡De verdad! Pero no uno sólo,sino uno-dos-tres-cuatro amigos! Unclon por cada pelo que había cortadoFrank.

—¡LA CIENCIA FUNCIONA! —gritó Frank.

—¿Qué ha sucedido?

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—¿De dónde han salido todos esoscobayas?

—¡Conseguí clonar a Peanut! —explicó Frank—. Al principio nofuncionó. ¡Luego todo fue muy bien!¡Cuatro cobayas! ¡El doble-triple-cuádruple de mágico que Frank-y-Stein!

—¡No son clones! Los niños nopueden clonar cosas.

—¿Son de verdad?—¿Ha tenido crías Peanut?Judy Moody parpadeó una, dos y

tres veces. No podía creer lo que veíansus retinas, iris o pupilas. ¡Frank Pearlhabía clonado al cobaya! Lo estabaobservando con sus propios globos

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oculares. Los globos oculares nomentían.

—¡Lo conseguí! He clonado aPeanut. ¡Soy un niño científicomundialmente famoso! ¡La persona másjoven que jamás haya clonado uncobaya!

—¡Yo te he ayudado! —exclamóJudy—. No te olvides de mí: JudyMoody, la primera niña doctora. Lohemos conseguido juntos, ¿vale, Frank?Los dos somos famosos. ¡Seguro que yo(nosotros, quiero decir) entraré en Ellibro Guinness de los Récords! ¡Y en elRipley's: lo creas o no!

—¡O no! —dijeron una-dos-tres

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voces. Eran tres voces enfadadas, nadadivertidas… normalmente amigas.

Frank se reía con tantas ganas que sele caía la baba. Rocky igual. ¡Y lo peorde todo era que Jessica Finch se estabapartiendo la médula de risa!

—Son míos, son míos, son miscobayas —explicaba Jessica dandobotes—. ¡Chester tuvo crías y te hemosgastado una broma, Judy Moody!

—Has picado —dijo Frank.—Te lo has tragado todo —soltó

Rocky.¿Y qué estaba pensando Judy

Moody? Que ella ya no sería la primeraniña médica que había participado en

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una clonación. Todo había sido unabroma. Una trampa. Una tontería de piesa cabeza.

—¡Tendrías que haberte visto lacara! —exclamó Frank.

—Estábamos tomándote el pelo…—¿De veras creías —interrogó

Jessica— que lo habíais clonado?—Por supuesto que no.Buscó el plato debajo de la paja.

Allí seguían los pelos. Pero ya no habíacuatro, sino ocho, dieciséis, treinta ydos… Lo único que se habíamultiplicado eran los pelos de cobaya.

—¡Ja, ja! ¡Sí que te lo habías creído!A Judy le subió la tensión.

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¡Empezaba a tener fiebre! Ella, JudyMoody, se sentía igual que un payaso.

—Te presento a Jazmín, Coco,Canela y Nuez —dijo Jessica—. LasSpice Girls.

—¡Son horrorosas! —respondióJudy—. Y, por cierto, el señor Todd va allegar de un momento a otro. ¿Nodeberíais sentaros en vuestros sitios?

—Sí, para escribir una carta alRipley's: lo creas o no. «Querido señorRipley: Lo creas o no, hemos gastado anuestra amiga Judy Moody la mejorbroma de nuestra vida».

—¡GRRR!

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Cara Huevo

Al día siguiente, Judy se sentíaenferma cuando se despertó. No enfermade mentira. No enferma de estar furiosacon sus amigos, sino enferma de verdad.Enferma de dolor-en-el-cerebro.Enferma de dolor-de-cabeza. Enfermade notar un-nudo-en-la-garganta.

Judy corrió al espejo y se miró lalengua. Estaba roja, de acuerdo. Pero noroja como las pastillas Cherry: ¡rojacomo un coche de bomberos! Y vio dosbultos como bolas al fondo de lagarganta. Uno a cada lado. Ella, Judy

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Moody, tenía uvitis. ¡Tenía las anginascomo dos bolas de jugar a los bolos!

Los bultos le daban aspecto de perrode caza. Los bultos le daban aspecto declon de Peanut (con cara de ardilla). Losbultos le hacían una cara de huevo queni Humpty Dumpty.

Su padre vino a verla a lahabitación. Le vio la garganta muyinflamada y le tomó la temperatura.

—Estás enferma de verdad —le dijomirando el termómetro—. Es como loque tuvo Stink. Deben de ser anginas.

Stink entró a ver a Judy antes demarcharse al colé para ver si estabaenferma de verdad.

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—¡Stink! —gritó como pudo Judy—.¡Fuera de mi habitación!

Su voz sonaba muy rara por lasanginas.

—¿Que me vaya de la «estación»?—De mi «habitación». Fuera.—¿Y por qué?—¡No querrás pillar unas buenas

anginas!Mouse saltó a la litera de abajo.—¿Cómo es que Mouse puede estar

aquí y yo no?—¡Los gatos no tienen anginas!—Stink, no te acerques mucho a

Judy —le aconsejó la madre.¡No le dejaban entrar en su cuarto!

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¡Qué curioso!

* * *

Quedarse en casa enferma no era tandivertido como Judy se creía. Cuando sumadre le dio gaseosa de jengibre conuna pajita, se le metió por la nariz.Cuando su padre le dio una tostada conplátanos machacados, Judy la miró ydijo:

—Parecen las sobras de alguien.Y lo peor de todo era que los

programas televisivos estaban llenos debesos.

Su madre le tomó la temperatura con

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un termómetro nuevo y sin pelos de gato.Marcaba 38,8°C.

—Ya he llamado a la doctoraMcCaries —dijo—. Esto te mejorará.

Le dio una medicina. No una ricaaspirina infantil que se masticaba ysabía a naranja. No una deliciosamedicina para la tos que sabía a moras yse bebía. ¡¡Le dio una pastilla!! Pero nouna normal, sino una pastilla gigante.¡Una pastilla monstruosa! Una pastilladel tamaño de Nebraska. Su madre leindicó que se la tragara, sin masticarla ysin agua. ¡Que se la tragara! ¡Su madrequería que se tragara Nebraska!

Judy se llevó la mano a la garganta.

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—No me la puedo tragar —se quejócon voz de enferma.

—Pues bien que te has tragado lagaseosa de jengibre.

—¡La gaseosa no es Nebraska! —murmuró Judy con un hilo de voz quesalía por entre sus anginas como bolas.

—¿Alaska?—¡Ne-bras-ka! —silabeó Judy.—Inténtalo —insistió su madre—.

Te encontrarás mucho mejor.Judy cerró los ojos. Se tapó la nariz,

se puso la pastilla en la lengua y tragóun vaso de agua entero.

—Eso está mejor.Judy saco la lengua: ¡la pastilla

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seguía allí!—¿Judy, cómo vas a ser doctora si

no te tomas tus propias medicinas?—Cuando sea doctora, inventaré una

máquina para tragarlas.—De acuerdo. Da igual. Te la voy a

partir para que te la puedas tomar.—Ja zias.

* * *

Judy lo pasó fatal. Peor que situviera piojos. Más inflada que cuandose tienen paperas. Con más gérmenesque si tuviera lombrices.

¡Un día sin colegio era más largo

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que un mes entero! Un día sin colegioera igual que un año. Pero por lo menosella, la payasa, no tenía que ir a clase yver a sus amigos tan «graciosillos».

De todas formas, si hicieran laspaces, en estos momentos podía estarpasándole notas a Rocky. O contándolechistes a Frank Pearl. O haciéndolemuecas a Jessica Finch, la roedora decloaca. Pero todos estaban en clase, enclase, en clase. Aprendiendo cosasdivertidas, interesantes y fascinantes envez de tener dolor de cabeza. Cosascomo que en el oído hay una cadena dehuesecillos (no Huesitos). O aprender adecir maxilar (que no es «maquillar»,

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sino «mandíbula»).Judy deseaba clonar a un amigo para

tenerlo ahí en esos momentos. Encambio, estaba contando las tiritas de sucolección. Tenía trescientas treinta ysiete, más trece puestas en Sara Secura,su muñeca de jugar a los médicos. ¡Yuna caja nueva con treinta más que lehabía regalado esa mañana su madre!

337+13+30= es demasiado difícil desumar si no estás en el colegio.

Ensayó la firma, un garabato rápidocomo hacen los médicos de verdad.

Después dibujó cosas en sualmohada: Frank con bigote, Rocky conpelo de Frankenstein, Jessica Finch con

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cerebro de roedor y Stink con una telade araña.

A continuación, realizó una lista detodos sus peluches.

Tenía más, pero escribirlos todos ledaba calambres en sus anginas comobolas.

Se puso ella misma el termómetro,uno de esos que hacen bip-bip. Pasabaalgo raro. ¡No marcaba 37°C, sino87°C! Ahora, en cambio, ponía 0°C. Latemperatura de Judy era bip-bip-bip-bip-bip. ¡Ella, Judy Moody, tenía latemperatura de un extraterrestre!

Se fijó en las grietas del techo. LaOsa Mayor. Un perrito caliente

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gigantesco. Un cerebro (sin dolordentro).

Judy se puso otra vez el termómetro.¡Biiiiip! Otra vez 0°C.

—Mouse, saca la lengua.Le puso a la gata el termómetro

debajo de la lengua. La temperatura deMouse era… la letra M. Volvió aponérselo. La temperatura de Mouse eraERR. ¡Ni siquiera eran números! Latemperatura de Mouse ni siquiera erahumana. La pobre gata estaba másenferma que ella, la doctora JudyMoody.

—¡Pobrecita! —exclamó Judy.Así que le dio un trozo de tostada

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con plátano TYM (Todo Ya Masticado).A Mouse le encantaba el plátanomachacado.

Hojeó un libro de Stink sobre unashormigas malvadas, procedentes de unasteroide entre Marte y Júpiter, quequerían dominar el Universo.

Después se entretuvo con los cómicsdel doctor Rex Morgan que su padre lehabía recortado de los periódicos, yleyó tres capítulos de Cherry Ames hastaque los ojos empezaron a picarle.

Por fin, al cabo de cien años,regresó Stink del colegio. Y al cabo deotros cien años subió a verla a suhabitación.

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—¡Stink! ¡Lombrices! Haylombrices por todas partes. Más valeque te vayas.

—¿Lombrices?—Gérmenes, Stink. ¡Gérmenes! ¿No

has visto el cartel? —Judy señaló lapuerta—. ¡Cuarentena! ¡Eso significa«apártate»!

—Mamá me dijo que te trajera losdeberes, pero tengo además otras cosaspara ti.

—¿Como cuáles?—Una moneda de madera de parte

de Rocky. Se la dio Suzie la Maga.Tiene dibujado un conejo saliendo de unsombrero.

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—Estoy enfadada con él. Enrealidad estoy furitriste. Y no voy ahacer las paces por una moneda. Me daigual que sea de madera.

—Y aquí tienes una tarjeta de partede Jessica Finch: se supone que con unjuego de palabras.

En la tarjeta ponía:

Qué té mejor esQue esté mejorQue te remojesNinguna de las

anteriores:¡Que te mejores!

Tu amiga,

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Jessica Finch

—Tienes que mirar dentro larespuesta.

Judy la leyó:—Supongo que quería decir «Tu

des-amiga Jessica Finch».—Y… ¡tatatachán! Una carta de

amor de Frank Pearl.—Dámela —pidió Judy.—Yo también te he hecho hoy algo

en clase —dijo Stink mientras sacaba unpapel arrugado de la mochila.

—¿Un papel arrugado? Musasjazias.

—¡NO! ¡Es un cazabichitos! Puedo

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atrapar los gérmenes con él. ¿Lo ves?Stink se puso a dar saltos arriba y

abajo, como agarrando el aire.—¡Stink! No majaz deír.—Vale, vale. No taré deír. Pero

mira esto —Stink le enseñó elcazabichitos—: elige un número yadivina tu suerte.

Judy lo miró pero no vio ningúnnúmero, sólo palabras raras.

—¡Está en francés! —explicó Stink—. Hoy hemos aprendido los colores ylos números en francés. Venga, eligeuno.

Judy señaló el «quatre».—El cuatro —aclaró Stink—. Ahora

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cuentas cuatro: «un, deux, trois, quatre»,ahora elige un color.

—Si tú lo dices…Señaló el «bleu», es decir, el azul.—Azul. B-L-E-U —deletreó Stink

—. Elige otro color más.Judy señaló uno nuevo.—Rojo. R-O-U-G-E —y Stink

levantó el doblez del papel.—Ésta es tu suerte: «Il y a un dragon

dans mon lit».—¿Qué significa eso?—Significa «Hay un dragón en mi

cama».—¿Eh? ¿Ésa es mi suerte?—Eso, o «Mi caballo está loco».

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Son las dos únicas frases que me heaprendido hasta ahora.

—Yo me sé otra.—¿Sabes francés?—Oui —contestó Judy.Sacó su cuaderno de médico y

escribió una receta para Stink.

Stink MoodyFuera de mihabitacion-é

y ceggu-é la puegt-éDra. Judy Moody

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Sin ninguna duda

Judy Moody estaba de mal humor.Un humor de encontrarse harta de verseenferma. Ya no la animaban ni losdibujos con bolas de jugar a los bolosdel pijama. Le recordaban a las anginas,así que Judy se cambió ese pijama porotro que tenía postales de las ciudadesdel mundo.

La doctora McCaries le había dichoa la madre de Judy que tardaría unosdoce días en recuperarse.

¡Doce días! ¡Sólo de pensarlo lesubía la fiebre! ¡Se le disparaba la

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presión arterial! Doce días hablandocomo un gato debajo del agua. Docedías sin poder aprender huesos nuevos,sin decir omoplato y sin evitar ir a laAntártida.

Doce días más sintiéndose como unapayasa. Judy compuso una canción:«Doce días con anginas».

El primer día conanginas

me ha traído miherman-é

un cazabichosfrancés

y una carta de amor

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de Frank P.

Eso es todo cuanto escribió antes dequedarse dormida. Otra vez. El segundodía con anginas lo pasó enterodurmiendo.

Anginas, día 3: Judy dibujó su manovista por rayos X; Mouse y su pelucheNed vistos por rayos X; Mandíbulas, suVenus atrapamoscas, vista por rayos X.

Anginas, día 4: otra vez con ladoctora McCaries.

Anginas, día 5: ¡Qué rooollo! Judydibujó un plano de su cerebro.

Anginas, día 6: cuando fuera doctorainventaría un remedio para las anginas

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color coche de bomberos. Así lospacientes no tendrían que pasarse el díadibujando gatos vistos por rayos X.

Anginas, día 7: ¡Ding, dong! A lomejor era Stink de vuelta del colegio.Judy se arropó bien, metió la cabezadebajo de los peluches y se hizo ladormida.

—Toc, toc.—Estoy dormida.—Toc, toc —insistió Stink.—¿Has vuelto a hacer la dieta

PLATÓN, Stink?—Adivina quién es —dijo Stink.—¿Quién es?—¡¡NOSOTROS!! —contestaron

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Rocky, Frank y Jessica Finch.¡Sus tres mejores DES-amigos!—¿Qué estáis haciendo aquí

vosotros? —gruñó Judy—. ¿Habéisvenido a reíros de mi cara de ardilla,verdad? Os habéis enterado de quetengo unas anginas como dos bolas dejugar a los bolos y habéis venido adecirme que soy una Cara Huevo.

—¡No! —dijo Frank—. Hemos…—Espera, deja que lo adivine yo.

Habéis donado un oso hormiguero. ¡No,un armadillo! Un omitolobo. Ja, ja, sí,sois muy graciosos.

—Te hemos traído algo para hacerlas paces… o sea, para que te sientas

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mejor —explicó Rocky.—Nada puede hacerme sentir mejor.

Me siento horrible. Que rima con«terrible». Y con «peor imposible».

—Pero es que —insistió Frank—esto funciona.

—¿Es una pastilla? Espero que nosea una del tamaño de Nebraska.

—No.—¿Es una pasa? ¡Espero que no sea

la típica pasa!—Pues no.—¿Es una tirita? ¡Ya puede tener

letras por lo menos!—Nada de eso —dijo Jessica.—¿Chilla? ¡Oigo ruidos!

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—¡Sí! —afirmó Jessica.—¿Tiene piel, aletas o colmillos?—¡Sí! —gritó Stink.Rocky le enseñó una camiseta con

una frase escrita en ella.—Las camisetas no tienen piel ni

aletas ni colmillos.—Mira. —Frank le dio la vuelta a la

camiseta—. Te la hemos hecho en casade Rocky. Pone «Zarpas para Curar». Lehemos puesto huellas azules de cobaya.

—¡Pero una camiseta no chilla!—No —dijo Rocky—, pero las

mascotas sí. ¡Te hemos traído animalespara que los acaricies!

—Como nos contó el doctor Nosé

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—aclaró Frank.—Así te baja la presión arterial y no

te sientes tan mal.Rocky había traído a su iguana

Houdini; Frank, un pez rojo y morado ensu pecera y Jessica, a Chester y suscuatro crías, ¡las Spice Girls sin clonar!

Stink fue a su habitación y volviócon Ranita.

—¡Os habéis traído medio zoo! —exclamó Judy.

—Y yo te he conseguido una insigniaauténtica de Zarpas para Curar —dijoStink—. De la tienda de regalos delhospital.

Le enseñó un pin donde se leía

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«Llevo una mascota para curarme».—¡Mola! —dijo Frank.Judy se puso la camiseta de Zarpas

para Curar encima del pijama y seprendió el pin en la camiseta.

Rocky le pasó a Houdini.—Sostenla mientras le corto las

uñas de las patas.Tris, tris, tris.—¡Tiene las uñas más largas que

Stink! —se rió Judy.Frank dejó la pecera apoyada en la

mesa de Judy, junto a la colección degominolas.

—Mi tía me regaló este pez luchadorsiamés cuando yo estuve malo. Lo he

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llamado Judy.—¡Igual-igual!—Puedes quedártelo hasta que te

mejores. Ya sé que no lo puedesacariciar, pero se supone que es paradistraerte y que te sentirás mejor conmirarlo solamente.

—Prometo pasarme el tiempomirándolo.

—¡Fíjate! —exclamó Stink—. Elpez luchador está haciendo burbujas.

—¡Qué curioso! —dijo Judy.—Y puedes jugar con Ranita.

Siempre que no la operes.—De acuerdo, lo prometo.Jessica había traído un champú

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especial para sus cobayas, y cada unobañó a una.

—A Coco no le gusta nada el baño.Pero los cobayas tienen que estarlimpios.

—¡Como los médicos! —añadióJudy.

Cuando terminaron, les soplaronpara secarlos.

—¡Nuez está como para ir de fiesta!—celebró Judy mientras le acariciaba lapiel.

Jessica hizo dar dos volteretas aCanela y Coco le tiró de los bigotes aCopito, el peluche de Judy.

—Eso —explicó Jessica— significa

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«hola» en lenguaje cobayo. Coco estáintentando hacer amigos.

Todos se morían de la risaviéndolos.

Nuez se escapó de los brazos deJudy y comenzó a corretear por lahabitación.

—¡No, eso no!Pero Nuez ya estaba revolcándose

por un cojín que había en el suelo.Corrió alrededor del Ned, Ted, Fred, lapapelera y el maletín de médico de Judy.Dio vueltas y revueltas por laalfombrilla con dibujitos de Judy.

—¡Cogedla! —gritó Stink.Todos se pusieron a perseguir a

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Nuez, hasta Mouse. Pero la cobaya seescondió debajo de la alfombrilla, y porfin Judy consiguió cazarla con un envasede helado:

—¡Uf, menuda eres, chica! —le dijomientras le rascaba la tripa—. ¡Eh,mirad, le gusta que la rasquen!

—No, le gustas tú —le corrigióJessica.

—Ay, ojalá pudiera quedármela parasiempre. ¡Prometo no clonarla!

—Todavía es muy pequeña —lerespondió Jessica—. Pero cuando lasSpice Girls se hagan mayores, dice mipadre que podremos llevarlas alhospital para participar en Zarpas para

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Curar. Para ayudar a otros niños aponerse buenos.

—¡Genial! —exclamó Judy.

* * *

Cuando todos se marcharon, Judy serecostó en los peluches. Ya no se sentíatan enferma. No tenía las anginas tanhinchadas. Ella, Judy Moody, ya noestaba tan malhumorada. Los amigoseran mejores que las pasas. Los amigoseran mejores que las medicinas. Losamigos eran mejores que toda la gaseosade jengibre, todas las tostadas TYM ytodos los dibujos animados.

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Le estaban bajando la fiebre y lapresión arterial. Las anginas se encogíanpor momentos. ¡Las cosas iban bien porfin!

Judy Moody sacó su diario decuando se sentía inspirada. Escribió unpoema. Un poema con sentimiento. Unpoema sobre Cara Huevo.

Cara Huevo estabamuy hinchada,

Cara Huevo estabaenfurruñada.

Su hermano y susamigos han llegado,entre todos el huevo

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le han quitado.

Luego ella, la doctora Judy Moody,buscó su cuaderno de médico y seescribió una receta para sí misma:

PACIENTE: JudyMoodySostener a Houdini.Mirar un pez.Acariciar uncobaya. Si eso nofunciona,divertirte con tresamigos y llamarmepor la mañana.

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Dra. Judy Moody

Y por último, aunque no por eso lomenos importante, Judy firmó con ungarabato como los de los médicos deverdad.