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Desde la Puerta del Sol
La Puerta del Sol madrileña, en la que se encuentra el punto kilométrico 0 de España, creemos es un buen enclave para formalizar un juicio de lo que pasa en el país, lo que podemos alargar a Hispanoamérica y al resto del mundo. Con esa idea nos hemos situado junto el oso y el madroño, desde donde saludar a nuestros amigos
so es lo que deben estar pensando por ahí fuera cuantos políticos se han ganado la estima personal tanto dentro como fuera de sus paí-
ses, a los que acompaña la valoración de sus conoci-mientos y el respeto de su hacer a lo largo de los años dedi-cados al estudio, trabajo y servicio público. Como lo están sus
equivalentes españoles que no salen de su sombro diario a la vista de los desmanes que están ocurriendo en España.
No hace falta que cada quién investigue por su cuenta, pues seguro que los diarios que tengan por costumbre leer les mantendrá perfectamente informados. Y no digamos de
aquellos que se suministren de los informes elaborados por las agencias oficiales, tales como la CIA, que mantendrán
algunos elementos en España como en el resto de los países del mundo.
En la España marrullera de ahora es fácil que cualquiera pue-
da estar informado al dedillo, pues son tan mensos que se les ve el plumero enseguida. Mienten mal, se hacen un lío entre verdades y mentiras, tratan
de engañar a los que son más avispados que ellos, ofrecen el oro y el moro y se les ve que no lo van a cumplir, legislan en contra de lo que han prometido cumplir y hacer cumplir, se les ve como tiran por la borda los bienes del país con tal de intentar acumular
méritos para seguir en el machito, pretenden imponer normas y conceptos que han que-dado obsoletos, que cualquier país normal ha repudiado hace tiempo. Y ahora han to-
mado el tema del «estado de alarma» a través del que quieren meter toda la morralla que de otra forma les resulta imposible, y les parece poco los plazos de 15 días que hasta
el momento han venido aplicando y este Pedro quiere dar el salto a de mes en mes para llegar, probablemente, hasta el año 2021 habiendo conseguido tomar todos los poderes del Estado mediante el nombramiento directo de amiguetes como está haciendo ahora
en los ministerios, sin importarle que hayan estado procesados, hayan rondado la cárcel,
Difícil de creer, Emilio Álvarez Frías
Historia de una maleta, Enrique de Aguinaga
Un país pobre e irrelevante, Jesús Cacho
Matar al Rey y a Santiago Abascal, Eduardo García Serrano
El prójimo y la humanidad, Juan Manuel de Prada
Un amante de Lenin para deconstruir España, Iñaki Garay
La pandemia en el país de las maravillas, Guadalupe Sánchez
Redes sociales: ¿pradera sin ley?, Fausto Heras Marcos
Sueltos
sean unos ineptos, etc. Eso a pesar de que se encuentre con sentencias como la del Tri-bunal Supremo de Justicia de Aragón que considera que Sánchez se ha excedido en los
límites de «estado de alarma», y con ello las restricciones de libertad de los españoles, aragoneses en este caso, manifestando que se trata de un régimen jurídico que «no contempla afectación alguna, mucho menos la suspensión del derecho de reunión y ma-
nifestación», limitación que está reservada al «estado de excepción». Todo ello con-tando, según dice Pedro, con asesores técnicos y científicos que nadie conoce porque se
niega a dar los nombres y enseñar sus caras; es más se niega a dar datos de casi todo lo que puede impedir como es el caso de a quién se le compran las mascarillas, los guantes, los test a precios elevadísimos cuando los tiene en España más económicos y
más cerca. Y la de los responsables en la tardanza en estar abastecidos de trajes y ele-mentos protectores para los sanita-
rios, elementos que hasta el momento todavía no se ha conseguido para cubrir todas las necesidades. Incluso
manteniendo la polémica de si guan-tes sí o guantes no, este tipo de mas-
carillas sí este otro tipo no, incluso dándose el caso de que todavía las farmacias están desabastecidas de
guantes y es difícil encontrarlos.
Todo ello sin tener en consideración el
problema económico que está aso-mando por todos los rincones del país. Empresas desaparecidas y otras que no conse-guirán volver a ponerse en marcha, autónomos que no saben cómo van a poder retomar
su actividad, trabajadores sujetos al ERTE que todavía no han recibido ni un céntimo de las promesas hechas a través de decretos ley y han de comer gracias a los centros de la
Iglesia que los dotan de lo necesario para evitar vivan de la mendicidad, una adminis-tración pública paralizada, los juzgados igualmente sin actividad, la operación de deses-
calada desacoplada de forma que unas actividades no pueden ponerse en marcha si no lo hacen otras complementarias, la enseñanza aletargada sin saber si van a funcionar los centros escolares en lo que queda de curso o pretenderán hacer tabla rasa aprobando
a todos los alumnos, establecer cuarentenas a quienes puedan llegar del extranjero sin pensar en algún procedimiento sustitutorio que permita controlar a esas personas en la
entrada y durante su estancia pues son necesarias para dar vida a la hostelería y comercio en general, restricciones generales a la libre circulación que, según Bruselas, «deberían reemplazarse por medidas más específicas y flexibles»…
Manejar los asuntos de un país no es como mover alocadamente a las masas. Es una empresa difícil no apta para principiantes novatos a los que únicamente les guía la
ideología. Por ello es lógico que los experimentados, los que saben de estas bregas, du-den de que estos mandarines puedan dirigir el timón de un país cuando se topa con alguna gran galerna y tengan que tomar decisiones en cuyo momento se nota la falta de
criterio y de seguridad de estos políticos en lo que hacen, y sobre todo en cómo mienten para tapar las carencias. Las apariciones de Pedro Sanchez en la televisión son lamen-
tables. No dice nada que sea cierto. Hace el canto del cisne dando lecciones de como su gobierno y expertos hubieran atacado el covid-19 de forma magistral, sin ningún error, anticipándose a todo y atendiendo a cuantas necesidades del material necesario para
afrontar la situación. ¡Qué hubiera sido de esta España nuestra si la sociedad civil no hubiera echado para adelante con su saber, valentía, honradez y desprendimiento para
atacar al virus! Los aplausos a esos españoles eméritos se van convirtiendo en cacerola-
das pidiendo la dimisión del Gobierno. Y este, tratando de protegerse un mes más tras la pantalla del «estado de alarma» con la esperanza de que en ese tiempo se vayan
solucionando los problemas y, de paso, ellos han conseguido todos los objetivos políticos pretendidos, en lo que anda muy atareado Pablo Iglesias.
Cuando acabe la pandemia, si no es posible antes, hay que tirar la línea de hasta aquí
hemos llegado, liquidando a toda esta horda que nos gobierna, haciendo limpieza por todo el país, encomendando que tomen las riendas los que
de verdad tienen conocimientos de economía, de finanzas, de educación y formación, de relaciones públicas dentro y fuera de las fronteras, del campo, de la medicina, y, puestos en el tiempo de la informática y la
comunicación, además de todos aquellos que hacen vivir a un país y lo llevan por las rutas del progreso. Será duro, pero nos lo hemos ganado
con los caminos que hemos tomado sin pensar a dónde nos llevaban.
Hoy traemos un botijo en cierta medida ilustrado echando mano del cubismo que, aunque no sabemos qué es lo que nos quiere decir, noso-
tros lo interpretamos con que hay que tener cuidado con qué ojo miramos, pues, posi-blemente, el resultado de lo que veamos sea absolutamente distinto si lo vemos con uno
o con el otro.
Catedrático emérito de la Universidad Complutense. Publicado en El Mundo (web), 7 de mayo de 2020
Andaba por la sierra de Guadarrama, buscando el nacimiento del rio Manzanares. A la altura del
Ventisquero de la Condesa, me encontré con un pastor y su rebaño de ovejas. Todo el tiempo
por delante, todo el mundo a los pies, hablamos sin prisas.
Dos asombros me regaló el pastor. El primero: que el pastor conociera, distinguiéndolas, una por
una, a sus ovejas, para mí todas iguales. El según-
do asombro: la explicación, tan simple y natural,
que me dio de esta habilidad, la misma por la que
los humanos distinguimos a nuestros semejantes,
la faz como principio de identidad. Una simpleza,
con sus complicaciones.
Por lo pronto, distinguir a nuestros semejantes
nos aproxima a una contradicción. Y me voy de
cabeza a la Biblia; «Dijo Dios: “Hagamos el hom-
bre a imagen nuestra, según nuestra semejanza…
Y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen
de Dios le creó; macho y hembra los creo» (Gé-
nesis, 1.26-27). La Biblia de Jerusalén anota que
«semejanza» atenúa el sentido de «imagen», excluyendo la igualdad. El término concreto de
«imagen» supone un parecido físico como el de Adán y su hijo.
La faz o el rostro, como principio de identidad, según confirma el desarrollo de las nuevas
técnicas de identificación, las otras huellas dactilares. Y, desde esta superficie, a las supremas
alturas. Se invoca a Yahveh en Los Salmos: «¡Alza sobre nosotros la luz de tu semblante!» (4.7).
Largo y enrevesado es el discurso de los filósofos sobre la identidad, desde Aristóteles a los
contemporáneos. «Insecto apenas volátil», como me definía jocosamente un maestro, ¿qué puedo
entender yo? Trapero de las ideas, merodeador de lo primario, pienso que, siendo el mismo, no
soy el que era hace treinta años. Con lo que escuché en el aula a Eduardo Nicol (Barcelona, 1907-
Méjico, 1990) me atrevo a repetir este aserto que he encontrado en la biblioteca: «Las
expresiones que designan una persona y su cuerpo no son lógicamente equivalentes»
¿Qué soy yo? ¿Quién soy yo? Dos preguntas distintas y, por supuesto, dos distintas respuestas.
En Julián Marías lo aprendí, en una tarde: «Cuando morimos desaparece lo que somos pero no
quienes somos». Lo que somos, ya se sabe, objeto de tanatorio. Lo otro, la persona, el espíritu,
más que el alma, ánima, común de los animales. Al modo orsiano, formas que pesan y formas que
vuelan. Según San Pablo, «Todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo» (Tesalonicenses I,
5.23).
¿Cómo una maleta a la deriva puede llegar a esta playa de los pensamientos encerrados en casa?
¿Qué rara asociación de ideas ha podido conectar dos nociones tan divergentes como la lubina
y la Quinta Sinfonía de la parábola de Flammarion? Nos queda la ensoñación.
La maleta estaba en el altillo de un armario con otras maletas. Algo revisable aprovechando las
circunstancias para darla una vuelta a la casa. Era la reina de las maletas, la maleta del padre,
que la compró cuando las maletas no tenían ruedas. Paralelepípedo perfecto, con embellece-
doras cantoneras en las esquinas, con sus caras de una especie de plástico suntuoso. Maleta de
lujo, que nadie usaba por la incomodidad de su tamaño, tan geométrico.
Maleta, símbolo de lo viajero en cuanto que la vida es viaje, según unos, a ninguna parte; pero
incesante. Imos indo se dice en gallego (vamos yendo). La maleta del padre, la maleta por anto-
nomasia, estaba en el altillo, olvidada, vacía y brillante. Maleta con rostro que no se confundía
con ninguna otra. Era la maleta. Las demás eran las maletas.
Con tal juego se creaba un orden caótico, una pintura abstracta adornada de atributos. También
un arte realista, como las maletas del pintor Cristóbal Toral o la escultura de Eduardo Úrculo en
la madrileña estación de Atocha. Como un remedo del pensamiento. Como una distorsión de la
mente enjaulada, fantasmas de mi cerebro.
Acostumbrados a jugar con garbanzos, ¿Por qué no jugar con maletas, al orbe de las maletas? He
jugado obsesivamente. Como en sueños. La maleta se ha ido agrandando más y más, hasta que
en su interior se han acomodado todas las maletas del mundo. Y me he acomodado yo mismo.
No es fácil salir; pero imperativamente hay que salir. Los ancianos tienen, tenemos, más trabas,
amén de mascarilla, guantes y bastón. Vuelta a la faz, ahora enmascarada. Vuelta a la maleta del
padre. El mundo encrespado nos espera. El mundo luminoso nos espera. Vamos.
(Vozpópuli)
as elites europeas llevan semanas enfrascadas en intensos juegos florales tratando de describir el mundo que viene después de la gran catástrofe. El mínimo común
denominador de esa hojarasca otoñal es la conclusión de que «ya nada será igual». Se habla del fin del monopolio de Occidente sobre la historia, la cultura y la economía del planeta. Y, dentro de ese monopolio, se apunta al fin del liderazgo que Estados Unidos
ha ejercido a nivel global desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con una tercera
pata referida a las exequias de la globalización desregulada o salvaje. Hay, sin embargo, quien piensa que el mundo cambiará muy poco, si por poco se considera la consolidación
de China como epicentro del mundo, suplantando un siglo de hegemonía norteamericana y reduciendo Europa a ese tópico lugar lleno de bellos museos y magníficos festivales de música veraniegos, al estilo de Salzburgo o Bayreuth. Nuestro mundo seguirá igual, pero
peor. Cuánto peor dependerá de la capacidad de cada país para enfrentar la recuperación sobre la base de unas instituciones sólidas, una sociedad cohesionada y un Gobierno con
probada capacidad de gestión. Sumida en una crisis de autocomplacencia desde hace tiempo, Europa afronta un futuro muy preocupante, probablemente con una UE a dos velocidades, los países del centro y del norte por un lado, y los países del sur, un poco
dejados de la mano de Dios, por otro.
El cambio más notable que el coronavirus ha puesto en evidencia es el descuelgue de
Francia del bloque de los países del norte, campeones del trabajo, el esfuerzo y la ortodoxia económica, y su inclusión de hoz y coz entre los países del área mediterránea, bloque del que había escapado a partir de 1945 gracias a la determinación de De Gaulle
y Pompidou por meter en cintura a los franceses. Y si Francia ha bajado varios peldaños, qué decir de España. España saldrá de la gran depresión causada por la covid-19
convertida en un país pobre e irrelevante. Un país marginal en el concierto del mundo desarrollado. La pandemia se ha comportado como un cedazo capaz de filtrar la riqueza entre las naciones, fortaleciendo a los fuertes y debilitando a los débiles. España lleva
muchos años sin proyecto de país. Vivió la borrachera de la burbuja inmobiliaria y el dinero barato pensando que esa fiesta, entreverada de corrupción galopante, iba a ser
eterna. El estallido de la burbuja y la consiguiente crisis financiera mandó a millones al paro, recortó el patrimonio de muchos y nos hizo a todos más pobres. De la crisis se
salió tras un ajuste doloroso, para en-
lazar después unos años de crecimien-to que no fueron aprovechados para
sanear de una vez las cuentas públicas. Sin proyecto de ninguna clase. Sin re-
formas, políticas o económicas. Sin una economía competitiva. Sin aparato in-dustrial. Sin inversión en investigación.
Sin un proyecto educativo centrado en la búsqueda del talento. Con los par-
tidos convertidos en estructuras pira-midales cerradas, mafias controladas
por un jefe con poder omnímodo.
De la cúpula de esos partidos ha salido en los últimos tiempos un idiota peligroso como Zapatero, un vago pusilánime como Rajoy y un aventurero sin escrúpulos con tendencias
autócratas como Sánchez. El peor Gobierno para hacer frente a la peor de las crisis. No es nada extraño que democracias consolidadas como las de Alemania, Suecia, Holanda, Corea del Sur o Taiwán, países con instituciones políticas respetadas, finanzas públicas
saneadas, una industria poderosa, una notable inversión en nuevas tecnologías y una fuerte cohesión social, hayan respondido mucho mejor en la lucha contra la pandemia
que países como España, Francia o Italia. El episodio de la negativa del Gobierno a permitir pasar de la fase 0 a la fase 1 a la Comunidad de Madrid, sin explicar quién ha tomado esa decisión y qué criterios científicos o sanitarios se han incumplido, demuestra
el grado de desvarío por el que atraviesa un país con un Gobierno jaleado por la mitad de la sociedad y denostado por la otra.
Si Francia está llamada a convertirse en una réplica de Italia, un país reacio a cualquier tipo de reformas, aferrado a un Estado del bienestar cuyo mantenimiento se traga
anualmente el 56% del PIB (41% en el caso de España), un país a merced de los mercados financieros a los que tendrá que pedir este año entre 700.000 y 800.000 millones, España, con la mitad del PIB francés, se dispone a afrontar la prueba con unos
niveles de déficit y de deuda injustificables tras años de expansión, situación agravada por el aumento del gasto público realizado por el Ejecutivo en los últimos dos años.
Nuestro país entra en la crisis sin margen de maniobra fiscal y con sus cuentas públicas abocadas a un creciente deterioro por culpa tanto de la caída de ingresos como por el incremento del gasto, discrecional y estructural, en buena parte generado por la nece-
sidad de combatir las consecuencias sociales de la pandemia. La hipótesis de una quiebra financiera del Estado no es en absoluto descabellada. Con los mercados poco proclives a
comprar bonos soberanos españoles dada la situación de nuestras variables macro, las únicas fuentes de financiación se reducen a dos: la compra de deuda pública por el BCE y los programas de ayuda que ponga en marcha Bruselas. Total dependencia del exterior.
De la caridad ajena. Con la evidencia de que cualquier línea de financiación comunitaria que se arbitre llevará inapelablemente aparejada la condicionalidad de un plan de ajuste
que supondrá recortes del gasto en todos los rubros del Presupuesto y pérdida genera-lizada del nivel de vida.
Una mente libre y un mercado libre
Un panorama que aún podría agravarse, y probablemente se agravará, si el Gobierno cayera en la tentación, que seguro caerá, de reducir el déficit mediante subidas de
impuestos, lo que no haría sino deprimir aún más la demanda agregada y retrasar la salida del túnel. En definitiva, aumentar el número de pobres, que tal vez es lo que per-siga el tándem Sánchez-Iglesias para apuntalar su poder en el horizonte de un país em-
pobrecido y privado de libertades. Es la alegría que transmite una ministra
de Trabajo, comunista ella, anuncian-do encantada que ya se ha alcanzado
«un total de 5.197.451 prestaciones pagadas, cifra histórica que revela el incremento de la protección social arti-
culada por este Gobierno», orgullosa de tener a no sé cuántos millones de
trabajadores, y los que vendrán, ma-mando de las ubres del Estado. Es la pasión de este Gobierno por regar con
subvenciones al mayor número de colectivos, por convencer a las víctimas de los planes educativos de que se puede malvivir con una renta mínima que te abona el Estado sin
dar palo al agua. Es la prisa por cambiar el censo para que los okupas puedan también cobrar su paguita. Es la ideología de un Gobierno que prohíbe los despidos, como si con ello fueran a evitar la escalada de las tasas de paro. Es la negación de la sentencia de
Ayn Rand según la cual «una mente libre y un mercado libre son corolarios mutuos».
Pero el dinero público no es infinito y tampoco pende de los árboles como las cerezas.
España, que lleva perdiendo peso específico entre el mundo desarrollado desde los atentados del 11-M, saldrá de esta gran crisis como un país irrelevante, una nación de segundo nivel, con paro crónico, deuda pública impagable y dependiendo casi en exclu-
siva de un turismo cuya recuperación será más difícil tras el aumento del proteccionismo, la caída de los intercambios comerciales y los problemas de las líneas aéreas. Es el
resumen de un tsunami en forma de pandemia que sorprendió a España con las defensas muy bajas: decenas de miles de muertos, centenares de miles de euros de desajuste
presupuestario y el peligro de un estallido social en el momento en que las expectativas de quienes pretenden vivir sin trabajar se vean defraudadas. Un riesgo a la vuelta de la esquina.
Hablar de que España necesitaría recuperar un cierto espíritu de la Transición, el estado de ánimo colectivo que hizo posible los Pactos de la Moncloa y un texto constitucional
que ha permitido el mayor periodo de paz y progreso de toda nuestra historia, podría sonar a música celestial en el punto muerto en que nos encontramos y con el Gobierno que nos mal gobierna. Resulta imposible hallar ahora los mimbres necesarios con los que
tejer un cesto siquiera parecido. Desolación. Al final, un Gobierno es reflejo de la socie-dad que lo elije, de los 6,8 millones que votaron a Sánchez el 20 de noviembre pasado,
y de los 3,1 que siguieron depositando su confianza en el marqués de los pobres instalado en las verdes praderas de Galapagar. El argumento vale también para los 7,94 millones que votaron Rajoy el 26 de junio de 2016, sabiendo desde noviembre de 2011 lo que
había en esa cabeza.
España saldrá de la pandemia con la herida emocional de sus miles de muertos a cuestas
y terminará saliendo también de la recesión, si bien irrelevante y empobrecida. Lo real-mente difícil será ganar el futuro con la sociedad conformista y anestesiada que comprar-timos, sociedad devota del estatismo, que aspira al aprobado general sin estudiar y a la
paga sin trabajar, y a la que importa un comino la libertad, su libertad, porque nunca ha pensado hacer uso de ella. Una sociedad así solo se levanta tras generaciones de gente
educada en la libertad del pensamiento crítico. Y eso, como ya sabían nuestros regene-racionistas, no es tarea fácil.
(El Correo de España)
s el sueño húmedo de la izquierda española, siempre mostrenca y acomplejada frente a los magnicidios y regicidios de los
jacobinos y de los bolcheviques. Sueños revolucionarios que se convirtieron en la pesadilla
de los pueblos que los padecieron. Más de dos-cientos años después de la Revolución Francesa, cien años después de la Soviética y dieciocho
lustros después de la proclamación de la II Re-pública, la zafia izquierda española proclama, sin
pagar las consecuencias por la expresión verbal (de momento) de sus criminales deseos, que sue-
ña con matar al Rey y a Santiago Abascal.
En 1931 el Rey se les escapó vivo. En 1936 no en-contraron a Gil Robles y consolaron su asesina
frustración en la nuca de José Calvo Sotelo y en el pecho de José Antonio Primo de Rivera, mientras
Alfonso XIII contemplaba la llaga de España jugando al golf y cazando en el exilio.
En 2020 les sigue faltando la cabeza de un Rey en sus metopas, y el líder natural de la derecha española, Santiago Abascal, tiene más escaños en el Parlamento que los comu-
nistas. La pandemia les llena de muertos y de miedo el escenario y les colma de munición las cartucheras para «cazar fachas» y «aplicar la justicia proletaria», no les ofrecerá la historia otra ocasión como esta para establecer la tiranía de la libertad con la que han
torturado siempre a los hombres y los pueblos sobre los que han gobernado como la soga gobierna el patíbulo, las tenazas el potro de tortura, y el hambre y el látigo el gulag.
Cuando los comunistas llegan al poder, solos o de la mano de sus tontos útiles preferen-tes: los socialistas, se arreglan la gorguera silbando y con las manos en los bolsillos y en el BOE, matan. Matan primero a sus adversarios, y después a sus aliados. Matan con
codicia, matan con lujuria, matan con saña y con método porque la Revolución apaga los remordimientos del crimen. Lo han hecho siempre, desde el Soviet de Petrogrado a
Caracas. Lo hacen siempre porque está en su naturaleza. Esa naturaleza que nace en la guillotina y se muscula de hielo, crueldad y precisión en la Rusia leninista para expandirse por todo el mundo como una pandemia de inmundicias. No hay en la naturaleza del
comunismo bajeza que le sea ajena ni obscenidad en la que no se deleite. De esos horrores y de esos crímenes surgen los imbéciles que se hacen llamar progresistas.
«Con las tripas del último Rey ahorcaremos al último cura», decían los jacobinos mien-tras Luis XVI holgaba confiado en Versalles. «Los burgueses nos venderán baratas las sogas de las que los ahorcaremos», decía Lenin mientras burgueses y aristócratas le
hacían cucamonas y le aplaudían desde sus balcones. No fueron baladronadas de matón de taberna ni amenazas huecas de matasiete. Lo dijeron y lo hicieron. Hoy proclaman
que quieren matar al Rey y a Santiago Abascal. Los comunistas nunca bromean, el sentido del humor no forma parte de su naturaleza.
(XL Semanal)
ay una afirmación grotesca, muy repetida entre cierto tipo de personas feroz-mente ideologizadas, que contrapone las virtudes de la justicia y la caridad,
considerando absurdamente que la caridad es mera beneficencia. Pero lo cierto es que justicia y caridad son inseparables, como muy bien enseña San Juan: «En esto
se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano» (1 Juan 3, 19). Y este método infalible para distinguir a los hijos de Dios de los hijos del diablo debe complementarse con esta
otra afirmación medular de San Juan, contenida en la misma epístola: «Si alguien dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su her-
mano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Juan 4, 20).
Así que San Juan nos enseña que justicia y caridad van cogidas de la mano; y también
que se puede decir «Amo a Dios» y ser un grandísimo hijo del diablo, si antes no se ama al hermano. Pero como el amor al hermano exige justicia y caridad, también se debe incluir entre la prole diabólica a quienes destinan al hermano una falsa justicia que no
está perfeccionada por la caridad, o bien una falsa caridad que no observa la justicia. Chesterton habló de «virtudes locas» para designar ese empeño tan moderno de desga-
jar las virtudes, aislándolas hasta hacerlas irreconocibles; y quizá no haya virtudes tan
locas como la justicia sin caridad y la caridad sin justicia, que incluso pueden adoptar ropajes muy solidarios y filantrópicos.
La filantropía moderna, para escaquearse de la distinción que establece San Juan, ha sustituido a ese Dios convertido en entelequia por otra entelequia mucho más «laica», la Humanidad. Proclama «Amo a la Humanidad» y nos hace creer que no se cuenta entre
esos hijos del diablo que sólo aman algo que no ven (Dios) y no aman al prójimo que ven. Pero la Humanidad es exactamente lo contrario del prójimo. A muchos filántropos
modernos les ocurre, en realidad, lo mismo que le ocurría a un personaje de Los herma-nos Karamazov, que decía: «Amo a la Humanidad, pero, para gran sorpresa mía, cuanto más amo a la Humanidad en general, menos amo a los hombres en particular, como
individuos. Con frecuen-cia, he soñado que sirvo
apasionadamente a la Humanidad y creo que, si hubiese hecho falta, hu-
biese subido al Calvario por ayudarla, pero sé por
experiencia que no pue-do convivir con otra per-sona dos días seguidos
en la misma habitación. Tan pronto como alguien
se acerca a mí, su per-sonalidad oprime mi amor propio y dificulta mi
libertad. En apenas vein-ticuatro horas, puedo co-
gerle ojeriza a la persona más buena: tal vez porque se queda demasiado tiempo sentada en la mesa, o porque
está constipada y no hace más que estornudar». Y, un poco más adelante, otro personaje de Los hermanos Karamazov confesará, revelándose como un prototipo del hombre moderno: «Debo confesarte una cosa: nunca he podido comprender el amor al prójimo.
¡Pero si el prójimo es precisamente la persona a la que no se puede amar! Salvo que esté a una cierta distancia, claro».
Dostoievsky se erige así en el mejor intérprete de San Juan. Amar a la Humanidad es la gran cortada del moderno hijo del diablo, que además se enfadará y se hará el digno si le pides que se deje de amar cosas que no pueden verse y se ponga a amar a su prójimo,
que lo acoja en su casa y lo meta en su misma habitación, que permita que se quede sentado durante largo rato en su mesa y aguante sus estornudos. Ese amor al prójimo,
que participa de la justicia y la caridad, es el más difícil de todos, porque nos impide evadirnos con pensamientos filantrópicos nebulosos. Ese amor al prójimo no se demuestra, por ejemplo, reclamando al Estado que las residencias de ancianos estén
mejor dotadas, sino asumiendo que somos cada uno de nosotros quienes tenemos que cuidar de nuestros ancianos (o sea, de nuestros padres). Y, para poder encargarnos de
ellos como merecen, tendremos que exigir a los gobernantes que hagan lo propio, favoreciendo una vida auténticamente comunitaria que proteja los vínculos familiares y mejore las condiciones laborales, de tal manera que dispongamos del tiempo necesario
para poder cuidar de nuestros padres con justicia y caridad.
La plaga coronavírica que estamos sufriendo es una oportunidad inmejorable para probar que aún somos capaces de amar al prójimo, en lugar de conformarnos con amar a la
Humanidad, como tanto les gusta hacer a los hijos del diablo. Ojalá no la dejemos pasar.
Director adjunto de Expansión
ue la avanzadilla de eso que se da en llamar mesa de la reconstrucción la lidere Patxi López y un abogado comunista, Enrique Santiago, cuya trayectoria se resume en haber asesorado a las FARC y participado en los casos Couso y Pinochet
va a suministrar a la sociedad española las mismas garantías de éxito que si un tío vestido con una bata blanca tuviera que realizarle a nuestra anciana madre una ope-
ración a corazón abierto con la única experiencia de haber destripado un grillo cuando era niño. Lamentablemente, salvo alguna excepción, con la idea de que esta pandemia nos ha pillado desprovistos de una clase política nos lo demuestra el hecho de que el
debate sobre la formación de la mesa de reconstrucción haya girado más en términos de cuota de poder político que de cualificación profesional. Como si aquí estuviera en
juego el reparto de unas subvenciones sectoriales y no el futuro de Las gene-
raciones presentes y futuras. Pero lo que realmente preocupa es se haya co-lado en la misma una ideología total-
mente reaccionaria. En una entrevista, Enrique Santiago, secretario general
del Partido Comunista y sorprendente vicepresidente de la Comisión del Con-greso para la Reconstrucción Social y
Económica de España, reivindica la fi-gura de Lenin como modelo para la
construcción de un Estado alternativo y llega a asegurar que si se dieran las condiciones de la Revolución de Octubre, él iría al Palacio de la Zarzuela como en su día los bolcheviques fueron al Palacio de Invierno. A
lo mejor es que cuando se dicen estas barbaridades estos chicos están siempre de broma y los simples mortales no compartimos los mismos códigos del humor. Hay una tendencia
entre los camaradas a creer que Lenin era el hombre bueno del comunismo soviético y que fue el travieso Stalin el que ennegreció la historia de la Revolución. Lo cierto es que de Lenin no conocemos todo su potencial porque cuando murió en 1924 llevaba sobre
sus espaldas un millón y medio de víctimas, la mayor parte en el contexto de una guerra civil. Todo el mundo atribuye a Stalin la responsabilidad en la criminal represión que
después se aplicó en la Unión Soviética y que se llevó por delante a millones de personas, pero pocos dicen que fue el propio Lenin antes de morir el autor intelectual del artículo que permitía declarar arbitrariamente a cualquier ruso enemigo de la revolución y, por
tanto, escoria. Stalin lo utilizó sin descanso incluso contra los suyos. Con estos antece-dentes es normal que ayer muchos se tomaran casi a broma el nombramiento de San-
tiago.
Un cunero que se denomina Chino de China aplaudía irónicamente la decisión de poner a un comunista de raza para la reconversión. No en vano, venía a decir, «en Cuba llevan
60 años reconstruyendo y va tienen el país niquelado». Fue un espejismo pensar que un Pablo Isla, un Josep Piqué, un Javier Sotana, un Carlos Solchaga o cualquier otro nombre
con una cierta trayectoria empresarial o de gestión libre de vehemencia política que es lo que menos se necesita ahora, pudiera haber tomado el timón para intentar encontrar una solución realista. Me temo que los encargados de hacerlo no piensan tanto en la
reconstrucción como en la deconstrucción. Un término que en el ámbito culinario consiste en hacer tortilla de patatas sin huevos ni pararas, un producto imposible al que luego
muy pocos tienen acceso. Y que en el terreno filosófico es heredero del vocablo alemán destruktion, que supone reducir todo a la nada para volver a construir. Vista la compo-sición de la mesa y las primeras propuestas en términos de ocupación y condiciones de
funcionamiento del tejido productivo es posible que alguien esté pensando en aprovechar el coronavirus para que las empresas vuelvan siendo más humanas, más solidarias,
más... Que se dejen de chorradas. Las empresas tienen que volver siendo rentables. Si no lo hacen, este país estará más que perdido.
(Vozpópuli)
ientras en Italia morían a diario cientos de personas por la covid-19 y su Gobierno confinaba a millones de ciudadanos, en España nos iba la vida en
asistir a una manifestación multitudinaria. Carmen Calvo, Irene Montero y el mismísimo Pedro Sánchez, cual conejo blanco, animaron a los españoles a colocarse tras
la pancarta de la igualdad y a seguirlos a través de un túnel que, súbitamente, se trans-formó en un pozo profundo. Como en el cuento de Carroll, hemos estado cayendo durante meses rodeados de oscuridad. En la caída solamente nos han acompañado los
medios de comunicación, que han bombardeado nuestro subconsciente para convencer-nos de que simplemente estamos transitando hacia una realidad mejor, llena de oportu-
nidades que se nos negaban en la antigua.
Versión oficial
Una vez aterrizados en la nueva normalidad, a aquellos que se empeñan en recordar que
es este Gobierno el que nos ha traído al fondo de este agujero, se les achaca un problema de percepción: el síndrome del
sesgo retrospectivo. Los críticos son unos desafectos que preten-den trasladar a la ciudadanía una
versión adulterada de la pande-mia que no se corresponde con la
realidad. Lo real no es ni lo que vimos ni lo que oímos antes de
precipitarnos al pozo, sino la ver-sión oficial emanada de sus ma-jestades reales, el presidente y
sus ministros, desde el palacio de La Moncloa.
Ustedes no escucharon a Fernando Simón, el epidemiólogo palaciego, sugerir pública-mente que el coronavirus no era más que una simple gripe. Tampoco afirmar que, si su
hijo le preguntase si podía ir a la manifestación del 8-M, le diría que hiciese lo que qui-siera.
También le negarán la nota de prensa emitida por el Departamento de Seguridad Nacional el 22 de febrero de 2020 sobre la covid-19, uno de cuyos párrafos rezaba: «(…) nuestro país está preparado para realizar la detección precoz de los casos y la
instauración temprana de medidas de prevención y control, lo que reduciría el riesgo de transmisión, y por tanto el impacto para la salud pública que en este momento se
considera bajo. En la situación actual, el riesgo global para la salud pública en España en nuestro país se considera bajo».
Nada de esto fue dicho o escrito, nada de eso pasó. Quien sostenga lo contrario está
deformando la realidad y poniendo en riesgo la salud colectiva. En el país de las mara-villas, se anuncia el repunte o descenso diario de los fallecidos como si de las fluctua-
ciones de la prima de riesgo se tratase. Nadie quiere hablar de los casi 30.000 muertos (oficiales). Todo el mundo sabe que están ahí, pero es como si
fuesen invisibles. Ya saben: ojos que no ven, corazón que no si-
ente. Para aplacar su mala con-ciencia por no querer saber qué está pasando, la gente se asoma
a sus balcones a aplaudir todos los días durante unos minutos, a
las ocho.
Los datos históricos de paro transmutan en una prohibición
de los despidos. La limitación de derechos y libertades funda-
mentales de la ciudadanía que conlleva el estado de alarma se transforma en «la manera más garantista, más democrática y más exigente para respetar derechos» (Calvo dixit).
La negativa del Gobierno a cumplir con su obligación legal de hacer pública las identidades de los miembros del comité que decide sobre nuestros derechos y libertades se convierte en un ejercicio de transparencia gubernamental sin precedentes. De estar
a la cola, pasamos a escalar a los primeros puestos en respuesta a la pandemia o en la realización de test según estudios de universidades de relumbrón, aunque algunos de
ellos ni existan. La incidencia del virus no se analiza atendiendo a la falta de previsión y a la carencia de material sanitario, sino echando mano de la perspectiva de género. Las críticas contra la actuación del Gobierno se convierten en un límite legítimo y necesario
a la libertad de expresión. La «desescalada» sanitaria da lugar a una escalada propagan-dística gubernamental.
Poderes narcotizados
Todo aquél que niegue esta nueva realidad será diagnosticado, como la Alicia del cuento, de un síndrome que distorsiona su percepción de la realidad. De toda esta ensoñación
maravillosa en la que lo más horrendo adopta la forma de una ventana de oportunidad, sólo pueden despertarnos los contrapesos del poder ejecutivo: el legislativo y el judicial.
De ahí que ambos yazcan plácidamente narcotizados con el pretexto de garantizar su salud. Nuestros derechos y libertades ya no están en manos del Parlamento o de los Tribunales independientes, sino de un comité de desconocidos designados por el Ejecu-
tivo. La arbitrariedad y la inseguridad jurídica pastan a sus anchas.
Y aquí seguimos los vivos, pensando que estamos venciendo al virus mientras disfru-tamos de nuestra hora diaria de paseo o bici y nuestros negocios o empresas
permanecen cerrados. Pero a este virus solo lo vencerá una vacuna y, mientras esta lle-ga, nuestra sociedad debe aprender a convivir con él. Esta nueva prórroga del estado de alarma debería emplearse para establecer medidas que compatibilicen nuestras liberta-
des con la salud (uso obligatorio de la mascarilla en espacios públicos, por ejemplo). Cuando niegan que tal cosa es posible, plantean una falsa dicotomía tras la que excusan
su inoperancia y su gusto por todo aquello que les evoque una sociedad teledirigida. Una vez irrumpa la ruina económica y se produzca el estallido social, será demasiado tarde para abrir los ojos y despertar de la ensoñación. Volvamos ya a nuestro lado del espejo,
porque en el otro sólo existe destrucción, imposición y miseria.
i lo que se pretendía en el nacimiento de las redes sociales era que sirvieran de cauce a relaciones sociales y personales más o menos lúdicas o de escasa
trascendencia, nos encontramos aquí y ahora con que se han convertido en medio de transmisión y divulgación de ideas y planteamientos que, rebasando ese plano de relaciones, son bandera de señales y altavoz de personas a quienes los medios de
comunicación al uso jamás publicarían una «carta al Director».
Y esto es lo que está produciendo desasosiego en los poderes políticos y plutocráticos
que, mediante prensa escrita y cadenas de televisión y radio, mantienen el oligopolio de la información en nuestra sociedad. Estos poderes ya están anunciando algún tipo de censura en redes sociales que impida que se transmitan las llamadas, en su libérrima
consideración, fake news, noticias falsas.
En consecuencia, se nos dice que por las
redes sociales, al igual que por las para-deras sin ley del Far West, galopan cua-treros, salteadores de diligencias y fora-
jidos de toda laya, mala gente sin duda. Pero algunos sabemos –y eso no se nos
dice– que también galopan los peligro-sísimos e irreductibles pieles rojas que se resisten a que los metan en una reserva
y los no menos irreductibles jinetes páli-dos, caballeros andantes que, cabalgan-
do hacia el sol poniente, pasan por encima de lindes y alambradas protectoras de tierras no siempre adquiridas de forma legítima. Así que los dueños de la tierra intentan por
todos los medios que sea su ley la que rija en la pradera, que para eso han gastado oro, tinta y pólvora en sobornar, falsificar y disparar contra el que se opusiera.
Y en eso estamos. Los intentos de poner alambradas a la pradera están a la vista. Se
nos quiere convencer, más o menos veladamente, de que sólo los medios oficiales o paraoficiales, constituidos en sociedades mercantiles que nos venden información, tienen
la alta misión y el exclusivo derecho de transmitirnos la verdad pues, como alardean, basan su actividad en muy exigentes códigos deontológicos que les vedan la mentira y
la manipulación. Es difícil que una mente libre y crítica se lo crea habiendo por medio, como hay, tanto poder, tanto dinero y tantos intereses.
El que paga manda, y la información se nos transmitirá desde esos medios con el sesgo necesario para favorecer su conveniencia, a fin de configurar una opinión pública que les sea favorable. Y eso sin hablar de los sucesos y acontecimientos que ocultan, que por
omisión también se miente.
En todo caso y frente a la verdad ocultada u omitida, una buena galopada por la pradera
sin ley nos llevará a conocer lo que nos quieren escamotear con alambradas.
Claro que los irreductibles comanches y jinetes pálidos, en su cabalgada, encontrarán los bulos, mentiras y tergiversaciones con los cuales cuatreros y forajidos degradan la
pradera y ante los cuales, los dueños de la información y las alambradas claman alar-mados, pretendiendo meter a todos los que la frecuentan en el mismo saco y ofreciendo
a las almas cándidas su protección, mediante censuras y definiciones de lo que se puede decir y de lo que no.
Pero a pesar de ello, sorteando obstáculos, renunciando a la mentira, desde la honradez
intelectual, debe continuar la galopada de los irreductibles, a quienes es de aplicación un párrafo del gran Ernst Jünger en su ensayo La emboscadura: «…en el seno de gris
rebaño se esconden lobos, es decir, personas que continúan sabiendo lo que es la libertad. Y esos lobos no sólo son fuertes en sí mismos; también existe el peligro de que contagien sus atributos a la masa, cuando amanezca un mal día, de modo que el rebaño
se convierta en horda. Tal es la pesadilla que no deja dormir tranquilos a los que tienen el poder».
Galopemos, pues. Que los del oro, la tinta y la pólvora no duerman tranquilos.
Adriana Lastra vuelve a recurrir al insulto y llama «cacatúa» al número 2 del PP. El mismo
PSOE de Pedro Sánchez que pide a la oposición desescalar la tensión política durante la
pandemia del coronavirus, recurre constantemente a los insultos para descalificar a su rival
político. Este miércoles, durante la prórroga del estado de alarma, ha vuelto a ser la portavoz
parlamentaria socialista, Adriana Lastra, la que ha bajado al barro político llamándole «cacatúa»
al secretario general del PP, Teodoro García Egea.
Lastra ha menospreciado al número dos de los populares mientras se dirigía al jefe de la
oposición, Pablo Casado, pidiéndole si «podría mencionarme usted, o la cacatúa que tiene atrás,
que no deja de hablar mientras yo estoy interviniendo, ¿en qué informe o estudio se basa usted
para decir que el confinamiento ya no tiene sentido?».
Adriana Lastra, que le ha insistido en varias ocasiones a Casado a que respondiese «a qué
científicos ha consultado para decir que ya no es necesaria [la prórroga] ?», ha acusado al presi-
dente del PP de difundir bulos «como el estudio que trajo hace quince días y resultó ser falso».
La Airef (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal) augura dos décadas para que la
deuda pública vuelva al nivel previo al coronavirus. El máximo anterior de déficit público se
alcanzó en el año 2009, cuando España incurrió en un desfase del 11% del PIB. Diez años después,
en 2019, sólo había conseguido cerrar esa brecha en 8 puntos de PIB, tanto por las medidas aus-
teras que impuso el Gobierno de Mariano Rajoy en los primeros años (recorte de gastos, conge-
lación de pensiones, subidas de impuestos, etc.), como por el robusto crecimiento de la economía
-al aumentar el PIB, el ratio de déficit sobre PIB disminuye–.
Ahora, para tapar este agujero del que no hay precedentes, la Airef advierte que será necesario
«realizar a lo largo de la próxima década un ejercicio de consolidación similar al realizado en la
década de pasada».
Sánchez e Iglesias, al banquillo: querella de familiares de 3.268 fallecidos por coronavirus
por homicidio imprudente. La querella presentada en la Sala Segunda del Tribunal Supremo va
contra todos los miembros «del Consejo de Ministros» (PD).
Ábalos adjudica un segundo contrato de 12'5 millones en mascarillas al desconocido
proveedor con actividad en Angola. El Ministerio de Transportes concede a Soluciones de
Gestión y Apoyo a Empresas S.L. la compra de otros
cinco millones de mascarillas. El Portal de Contrata-
ciones recoge la licitación, pero no aporta documen-
tos relacionados con el contrato (Vozpópuli).
Madrid desafía al estado de excepción del
Gobierno comunista con una estruendosa cace-
rolada al grito de ¡Sánchez dimisión! Ha vuelto a
ocurrir. Un bestial cacerolada ha hecho temblar las
paredes del corazón de Madrid en pleno barrio de
Salamanca. Su epicentro: la calle Núñez de Balboa,
misma calle donde los vecinos salieron a la calle este 10 de mayo de 2020 y plantaron cara a la
Policía (PD)
Illa hizo gestiones en plena pandemia para lograr el pacto PSC-CUP y que el PP no
gobernara Badalona. El ministro y secretario de Organización del PSC intentó convencer con
varias llamadas a dirigentes regionales del resto de la oposición para vetar a Albiol.