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1 Un análisis de las implicaciones trascendentales de la muerte dentro de la existencia humana: transformación, muerte, ciclos, cambio, interacción. Resumen Teniendo a la muerte como núcleo central de las preocupaciones humanas, el presente escrito tiene como finalidad discernir entre diversas posiciones que se utilizan comúnmente para confrontar los pensamientos en torno a la muerte, mirar diferentes perspec- tivas que den como resultado un acercamiento al pensamiento global de la muerte, enmarcando de esta manera su importancia para el fenómeno de la vida. Entendiendo la muerte como la con- clusión de un ciclo y el comienzo de otro, el concepto de muerte no solo como el fin de la vida y la descomposición de un cuerpo; sino como la conclusión de un proceso, una relación o simple- mente el finalizar de un día. Devenir

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Un análisis de las implicaciones trascendentales de la muerte dentro de la existencia humana:transformación, muerte, ciclos, cambio, interacción.

Resumen

Teniendo a la muerte como núcleo central de las preocupaciones humanas, el presente escrito tiene como finalidad discernir entre diversas posiciones que se utilizan comúnmente para confrontar los pensamientos en torno a la muerte, mirar diferentes perspec-tivas que den como resultado un acercamiento al pensamiento global de la muerte, enmarcando de esta manera su importancia para el fenómeno de la vida. Entendiendo la muerte como la con-clusión de un ciclo y el comienzo de otro, el concepto de muerte no solo como el fin de la vida y la descomposición de un cuerpo; sino como la conclusión de un proceso, una relación o simple-mente el finalizar de un día.

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Introducción

La muerte, su significado, la manera en que asumimos la desapa-rición de un ser querido, el pensamiento de una muerte repen-tina, son solo algunas de las dimensiones que contemplamos al ver el fin de la vida. A menudo la muerte se relaciona con emocio-nes y sensaciones negativas, pero al formar parte de la existen-cia tiene un valor tan grande como la misma vida. La vida puede cobrar más importancia cuando contempla la posibilidad de que en algún momento la muerte será un hecho, ya que esto hace del tiempo que tenemos en vida, algo no eterno, algo no inagotable, aumentando su valor y dándole un sentido.

Hay un punto en que la vida se agota, todo lo que la conforma y le da sentido deja de estar. En las leyes establecidas de la natura-leza del hombre y todos los seres vivos se encuentra la muerte, que a pesar de formar parte de lo cotidiano y ser natural muchas veces representa miedo y por lo mismo produce un sentimiento fuerte de incertidumbre. Es normal que exista el miedo a lo des-conocido, pues esto conlleva riesgo e implica que nos salgamos de nuestra zona de confort. Una gran analogía para ilustrar de lo que hablo está en las palabras de Zygmunt Bauman, quien en su libro “Miedo Liquido Mortalidad, inmortalidad y otras estrate-gias de vida” afirmó:

“La oscuridad no es la causa del peligro, pero si el hábitat natural de la incertidumbre” “En la oscuridad todo puede suceder, pero no hay forma de saber qué pasará a continuación” (Bauman, 2007, pág. 10)

Podemos hablar de la muerte como la oscuridad, incluso en va-rias representaciones de la misma vemos el concepto de lo oscu-ro, la fuerte presencia de las sombras,

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Ilustración para la Divina Comedia de Dante por Gustave Dore

pues es algo de lo que no se tiene certeza, es algo que descono-cemos y de lo que aún sabemos muy poco o nada. Sin embargo, Bauman plantea una única certeza frente a lo que se desconoce:

“Única certeza, la de que mañana no puede ser, no debe ser y no será como hoy; supone un ensayo diario de desapari-ción, disipación, borrado y muerte, lo que, indirectamente, significa también, por lo tanto, un ensayo del carácter (no definitivo) de la muerte, de resurrecciones recurrentes y reencarnaciones perpetuas.” (Bauman, 2007, pág. 9)

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Este planteamiento remite al concepto del permanente cambio, de lo perecedero y de la transformación; del mismo modo que la vida no es una constante, la muerte tampoco lo es. Esta es una afirmación que se puede dar a partir de la observación de la na-turaleza de las cosas, del equilibrio y lo cotidiano. A sí mismo po-demos hablar de la muerte como la conclusión de un ciclo y el co-mienzo de otro, el concepto de muerte no solo como el fin de la vida y la descomposición de un cuerpo; sino como la conclusión de un proceso, una relación o simplemente el finalizar de un día.

Por otra parte, existen múltiples casos literarios de ficción donde personajes que lograron la inmortalidad manifestaron desagra-do y agobio por la interminable vida que al carecer de la muerte y tornarse eterna, lleva a una sensación de estancamiento y vida sin sentido; por lo que en sus pensamientos hablan de la muerte como aquella amiga que les liberaría y les permitiría avanzar. Esta situación se retrata en el libro “Mortal Inmortal” de Mary She-lley, quien cuenta la historia de un joven llamado “Winzy” que se convirtió a los veinte años de vida en inmortal y decide contar su historia el día de su cumpleaños número trecientos veintitrés. Este suceso partió del sufrimiento que tenía por un desamor y pobreza, intentando solucionar ambos temas comienza a tra-bajar para un alquimista y en una oportunidad, esto lo arroja a beber una pócima que lo termina volviendo inmortal, pasan los años y todo lo que conlleva el no morir se torna en una tortura para el protagonista ya que tiene que ver morir a todos los que ama, entre esos la razón por la que tomo la pócima, su amada Bertha.

También es acusado de brujería por su inusual y permanente ju-ventud lo que le hace tener que huir de varios pueblos junto con el inacabable aburrimiento del sinsentido de su vida. Estos son algunos de sus pensamientos:

“Una nave acercándose, un destello de un faro lejano, po-drían salvarme; pero no tengo más guía que la esperanza de

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la muerte. ¡La muerte! ¡Misteriosa, hosca amiga de la frágil humanidad!¿Por qué, único entre todos los mortales, me has arrojado a mí fuera de tu acogedor manto? ¡Oh, la paz de la tumba! ¡El profundo silencio del sepulcro revestido de hierro! ¡Los pensamientos dejarían por fin de martillear en mi cerebro, y mi corazón ya no latiría más con emociones que sólo saben adoptar nuevas formas de tristeza! (…)Esparciendo y aniquilando los átomos que componen mi ser, dejaré en libertad la vida que hay aprisionada en él, tan cruelmente impedida de remontarse por encima de esta sombría tierra, a una esfera más compatible con su esencia inmortal.” (Shelley, 1833 , págs. 35, 40).

Donde se deja en evidencia que cuando se es inmortal, pero se es inmortal a solas, sin un acompañante para la eternidad, la ne-cesidad de amor comienza a pesar, lo que nos permite ver cómo la importancia del amor toma mucho peso al hablar del deseo de vivir. Sin embargo, es necesario comprender que el amor le da sentido a la vida cuando se entiende en su acepción más univer-sal, cuando se comprende como un vínculo que nos mantiene en equilibrio con todo lo que compone nuestros entornos.

Así, en los casos literarios en los que las personas no pueden ac-ceder a la muerte, es evidente la persistencia de la soledad, el sentimiento de estancamiento tras ver como todos los seres que le acompañan avanzan y continúan con su camino tornándose frustrante. La muerte entonces se convierte en un fenómeno que afecta lo social porque reconfigura los contextos, vivir eter-namente se traduce en una existencia constante de contextos alterados donde el inmortal comprende que la muerte -como fe-nómeno- escapa a cualquier aspecto evolutivo.

La muerte puede representar dolor no solo en el sentimiento de la incertidumbre y el miedo, sino en el cambio y en aquel proceso de adaptación que en muchos casos resulta complejo. Volviendo

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al caso del inmortal de Shelley, a pesar de todos sus pensamien-tos de repudio hacia la vida, el corazón de Winzy paradójicamen-te, no deja el sentimiento de miedo a la muerte y a la vejez, lo cual se explica cuando expresa:

“Sí, el miedo a la vejez y a la muerte repta a menudo fría-mente hasta mi corazón, y cuanto más vivo más temo a la muerte, aunque aborrezca la vida. Ése es el enigma del hombre, nacido para perecer, cuando lucha, como hago yo, contra las leyes establecidas de su naturaleza. Pero segura-mente moriré a causa de esta anomalía de los sentimientos; la medicina del alquimista no debe de proteger contra el fuego, la espada y las asfixiantes aguas.He contemplado las azules profundidades de muchos lagos apacibles, y el tumultuoso discurrir de numerosos ríos caudalosos, y me he dicho: la paz habita en estas aguas. Sin embargo, he guiado mis pasos lejos de ellos, para vivir otro día más” (Shelley, 1833 , págs. 37-38).

La muerte y las emociones que evoca, se encuentran estrecha-mente relacionadas a la manera en la que concebimos el motivo que le da sentido a nuestra existencia. Este sentido ha mutado en la medida en que las construcciones ideológicas sobre la rea-lización se reconfiguran, no obstante, el deseo humano por la acumulación de poder parece perseguirnos en cada ciclo históri-co; la muerte como acontecimiento nos despoja del poder, nos hace observadores del ocaso de los demás y presas temerosas de la llegada de nuestra muerte. En esa medida, estamos en un mundo en el cual creemos tener algún poder, pero que perece sin importar cuanto deseemos ejercer nuestra voluntad ante las situaciones.

A diario incluso, en nuestras rutinas cotidianas y sin siquiera per-catarnos, van muriendo pedacitos de nuestras realidad; se nos cae el cabello muriendo con el un número importante de células, la mosca que nos inquietó la noche anterior yace sobre el borde

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de la ventana, conservamos partes de cadáveres en la nevera, nuestro librero está plagado de letras huérfanas de sus escrito-res e incluso en ocasiones desayunamos con el conteo diario de las muertes del día anterior con las noticias en la radio; la muerte está tan presente en nuestra vida como la voluntad nuestra de evitarla y aun así sucede sin cuidado de nuestras intenciones.

Llevando el hilo de esta primera aproximación al tema de la muerte, dentro del desarrollo de mi obra utilizaré dos conceptos importantes: La unidad con el todo y la transformación.

Hablaré de cómo el ser humano es parte del universo y de cómo todo está unido e interactuando con todas las partes; y por otro lado me aproximaré al tema de la continua mutación en la cual nada se destruye ni deja de existir, todo está en permanente cambio.Esta reflexión parte de la observación de la naturaleza que nos revela infinitas formas de renovación a través de procesos de gestación, desarrollo y descomposición, en donde cíclicamente miles de fuerzas interactúan generando nueva vida y el ser huma-no hace parte de este engranaje.

Es oportuno recordar que desde una de las filosofías chinas, el Tao, es el orden natural de la existencia, junto con la unidad de todas las cosas y la forma en que funciona el universo; de esto surge el Yin Yang, la dualidad, los opuestos, de donde proviene y se crea cada cosa. Cada energía existente tiene su contra-fuerza, igual y opuesta. Para que cada cosa se comprenda e identifique es necesario el contrario, pues no hay luz sin oscuridad, ni calor sin frío y así mismo no hay vida sin muerte. Este concepto de opuestos es dinámico, es cambiante y cíclico; el Yin se convierte en Yang y el Yang luego se convierte en Ying. Así como un diente de león que al morir genera vida, pues de sus pé-talos secos surgen semillas que al ser llevadas por el viento harán que germine un nuevo ser. La muerte vista desde esta perspec-

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tiva adquiere un sentido positivo, pues es un paso adelante en el cambio de estado, nos ayuda a evolucionar y el mismo cuerpo al permanecer sirve de alimento a ciertos organismos, dando vida.

Buscando las formas adecuadas para manifestar estos procesos orgánicos de transformación y del uso que el hombre le ha dado a los bienes materiales sustraídos de la naturaleza, encuentro en el grabado y su calidad expresiva lo ideal para ilustrar estas temá-ticas; la madera, el papel, la cabuya, la tinta, son materiales que provienen de procesos naturales, orgánicos y artesanales.

Por ejemplo el MDF, uno de los materiales que más uso para dar cuenta de estos procesos, proviene de la descomposición de re-siduos de madera en fibras, para luego formar paneles con tem-peratura y presión; por su parte el papel es formado de fibras vegetales y pulpa de celulosa que junto con otros materiales, que pueden variar, forman los diferentes papeles que conocemos; por su lado la tinta se prepara con pigmentos muchas veces mi-nerales o vegetales, aceite de linaza y carbonato de calcio.

Estos procesos nos hablan de cómo el hombre crea a partir de la transformación de materias primas extraídas de la naturale-za. Incluso las técnicas de colografía e intáglio me han permiti-do usar materiales como hojas, pelo, ramas, que enriquecen la calidad expresiva a la que deseo llegar y me permiten expresar de forma más clara estos conceptos. La naturaleza se comporta en alto grado en forma de reciclador, reusando todos los seres, sus partes, el hábitat; hablando de cómo la transformación de las partes de un todo contribuyen, cada cual en su pequeña esca-la, a un avance colectivo, y es por ello que encuentro necesario el comprender nuestro lugar en este espacio como parte de un todo, y no como se ha percibido al hombre como externo a la naturaleza, a su habitad, arrogancia del hombre que ha traído grandes catástrofes y sucesos negativos para el resto de los se-res y partes del todo.

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La ubicación de las imágenes que manejaré también está pensa-da de modo que interactúen entre sí y manifiesten esta unidad de la que hablo, de modo que pueda verse una imagen total, el suelo, la tierra, las raíces, los seres, el agua, el viento, todo dentro de un mismo espacio, todas las partes interactuando y formando conexiones, hilos, canales de comunicación, que al transformar-se unas se unan a otras y formen nuevos seres o se hagan parte de otros, el permanente cambio.

Un referente clave que he venido estudiando es Ana María Devis, colombiana de Ibagué, que principalmente hace uso del grabado y dibujo en sus obras, construyendo y reconstruyendo objetos que al final se disuelven, pues habla de cómo la tinta se desvane-ce con el tiempo.

Una de las obras con las que más encuentro puntos de interés y aportes a mi obra, es la de “Infinito” 2016-18 en la que a partir de la investigación sobre la cultura de los peinados trenzados de pueblos afro-descendientes, los cuales fueron diseñados como mapas de fuga (en los tiempos de esclavitud), lenguaje no verbal y topográfico, Devis habla sobre cómo la identidad se encuentra presente en las huellas y los códigos.

Al igual que yo, Devis partió de dibujos de estos patrones que luego convirtió en grabados (sellos) para luego armar mapas de escape. Los conceptos que Devis maneja sobre los patrones y los códigos presentes en estos, me resultan importantes, pues encuentro una relación con los patrones que he venido usando presentes en las ramas, hojas, flores, fibras, pelo, y los códigos de información que pueden estar presentes en dichos patrones que son usados como canales conductores de información, de comunicación, por parte de los seres. Canales de información como los que usaron los esclavos para escapar.

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“Infinito”Ana María Devis

Xilografía2016-18

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El miedo a la muerte

La sensación de miedo a la muerte se sostiene en lo que experi-mentamos desde que lo pensamos hasta cuando debemos afron-tarlo, es entonces que el temor al cambio y a la incertidumbre que esto representa está compuesto por una amalgama de procesos de conciencia y concepción de la muerte. Cuando concebimos el morir como hecho venidero no pensamos en ello como una situación abstracta, tal como podría pasar con la existencia, si no que concebimos las implicaciones que tiene morir; nos pregun-tamos por lo que vamos a pensar y sentir, tememos por nuestra corporalidad, nos hacemos consientes del paso del tiempo y fi-nalmente nos detenemos a pensar el cómo de la muerte ya que nos angustia la ansiedad y el sufrimiento que la acompañan. (F.J. Gala León).

Ilustración de Harry Clarke para el cuento de “El entierro prema-turo” de Edgar Allan

Poe.

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Este temor al deceso guarda un vínculo con el reconocimiento de la propia vulnerabilidad, entendemos la muerte como una manera de verificar que el dejar de existir no va a deformar el curso del mundo, es un recordatorio del pequeño e insignificante lugar que ocupamos en el mundo cuando lo observamos desde dimensiones más universales. La aceptación de este miedo y la procura diaria por la conservación de la vida, sostienen muchas de nuestras prácticas humanas y un sin número de estructuras institucionales como las iglesias.

Desde mi opinión, el miedo a la muerte más que una emoción fru-to de un ejercicio racional de la valoración de la existencia, es una pulsión primaria – tal como el hambre o el frio- que se convierte en el móvil desde el que justificamos nuestras acciones en lo co-tidiano: comemos para cuidar nuestra salud y no morir, pasamos el semáforo en verde para no sufrir un accidente, evitamos luga-res y riesgos para conservar nuestra existencia.

El duelo

La pérdida de identidad ha escalado hasta la muerte, ahora le atribuimos razones distintas a las que recurríamos cuando nos enfrentábamos a la muerte de alguien cercano a nosotros. La me-dicina se ha vuelto la última razón a la hora de analizar la muerte desde las enfermedades y la constante exposición al riesgo a la que tanto nos enfrentamos, ocupando el lugar que protagoniza-ba la religión la que en el umbral de la voluntad de Dios justifica-ba cualquier fallecimiento.

Dentro del afán capitalista de consumo y producción, todo ritual para enfrentar la muerte ha corrido dos suertes: la invalidación absoluta o la comercialización de la práctica.Por un lado, muchas de las dinámicas alrededor del duelo de una muerte cercana que debemos aceptar se han reducido dado que representan en el sistema una baja para la producción de capital

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y esto es evidente en el caso del tiempo que laboralmente les es reconocido para quien a partir del momento debe enfrentar su existencia con la ausencia de un ser querido, por ejemplo, antes duraba todo un año de luto desde la indumentaria quien sufría una perdida vistiendo únicamente negro, esta práctica ha desa-parecido con los años. Ahora bien, existe una amplia oferta de consumo para el duelo que va desde los seguros funerarios, el costo de las urnas fúnebres el alquiler de espacio para las vela-ciones, hasta la venta de medicamentos y/o libros de autoayuda que mitiguen rápidamente las etapas del duelo. (Bustos, 2007).

Aun así las emociones que suscita el ver morir a las personas con las que hemos establecido vínculos emocionales no desapare-cen, los contextos que ocupaba y que nutria la persona ahora ausente siguen existiendo y ello es un recordatorio constante de esa pérdida ineludible. Esta confrontación a la muerte ajena afec-ta colectivamente también y así mismo existen maneras de eludir y prevenir el dolor.

Los hospitales además de tener una función médica, nos aíslan de enfrentar directamente el problema de la muerte cada vez que da un respiro de batallar directamente con la idea de que en cualquier momento tendremos que asumir la muerte de un ser querido que por causa de enfermedad o por algún accidente ha reducido sus expectativas de vida. El silencio se convierte en una herramienta personal de evitación y aislamiento personal que nos desliga de los duelos grupales, ya que en muchas ocasiones sentimos una co-responsabilidad abrumadora para contribuir con las etapas del duelo de quienes comparten nuestra perdida. (F.J. Gala León)

Kübler-Ross estuvo tan cerca a este proceso de duelo dado su trabajo con los moribundos y comprendido que el proceso de duelo se anticipa cuando la muerte es advertida a diario debi-do al desahuciamiento médico, ya que que se reducen las espe-ranzas de vida se hace inevitable entender que cada momento

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compartido con su ser querido puede terminar siendo el último. Elisabeth Kübler-Ross advirtió cómo se altera el comportamiento de quien debe asumir el duelo, en un primer momento las perso-nas experimentan una incapacidad para comprender la muerte y vuelven mecánicos sus comportamientos, luego experimentan una sensación de culpa y frustración ante la imposibilidad para evitar o realizar algo que aleje a la muerte, desdibujan su propia vida por permanecer todo el tiempo junto a su ser querido que se encuentra moribundo y finalmente acontece que las personas asumen la muerte como una realidad y organizan todo a la llega-da de la muerte. (Kübler-Ross, 1969)

Más allá de la validación emocional, es necesario entender qué implica el duelo, para Freud El duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc. Toda actitud que se descarrile de la intención real de la confrontación de esta idea de perdida no hace parte del proceso del duelo si no que es una aversión emocional que puede deformar la manera en la que concebi-mos la muerte, por lo tanto debe comprenderse que pese a las emociones fuertes que puede enfrentar quien pasa por un duelo no puede entendérsele como una alteración de su construcción personal sino como un devenir propio del enfrentamiento a este concepto.

En esta medida existe una necesidad por diferenciar las emocio-nes propias del duelo (negación inicial, frustración, ira, tristeza, sensación de abandono, soledad, etc.) y aquellas en las que se excede este proceso tales como la melancolía la cual Freud deli-mitaba como:

“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio.” (Freud)

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Pese a que la desesperanza se hace parte del fenómeno del due-lo, la melancolía prolongada como la advierte Freud es una alerta en el proceso cada vez que ya no hablamos de un devenir propio del confrontamiento a la idea de muerte si no de una alteración en la manera en que se percibe la vida y por ende un padecimien-to completamente distinto al normal proceso del duelo. Es en esta medida, de vital importancia familiarizarnos con la idea de la muerte como un acontecimiento cercano y distinguir las emocio-nes que pueden y suelen aparecer.

El duelo se convierte más que en una alternativa, en un acto in-evitable al que nos vemos enfrentados quienes debemos seguir tras el fallecimiento de un cercano, la muerte se convierte una vez más en una dimensión a la que debemos responder y en la que nuestra voluntad poco o nada importa. El duelo es la acepta-ción de nuestra dimensión humana ante la muerte.

Al inicio del texto incluí la imagen de la Ilustración de Harry Clarke para el cuento de “Morella” de Edgar Allan Poe con la intención de contrastar la relación humana y la muerte, este cuento es sin duda un reflejo de cómo la aceptación de la muer-te y las interacciones humanas se funden en la muerte como fenómeno.

Morella es la historia de una mujer conectada con el misticismo y las letras esto reconfigura la relación con su esposo y la vida (Poe). Su esposo amo a Morella, sin embargo sabe que causa un sinfín de sensaciones que se escapan a la manera en que conci-be las emociones, se encuentra al lado de una mujer con alma inmortal, una dama que logró desde las letras desafiar el fin de la existencia, aunque únicamente en su dimensión espiritual por lo que está condenada a ver perecer su cuerpo.

Morella decide desde la enfermedad y el confinamiento en su le-cho compartir con su marido toda una vida de secretos místicos y letras, confesándole que la muerte más que un pensamiento

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constante es un deseo.

“Y entonces, hora tras hora, permanecía al lado de ella, sumiéndome en la música de su voz, hasta que se infestaba de terror su melodía, y una sombra caía sobre mi alma, y palidecía yo, y me estremecía interiormente ante aquellos tonos sobrenaturales”…-Éste es el día de los días -dijo ella, cuando me acerqué-: un día entre todos los días para vivir o morir. Es un día hermoso para los hijos de la tierra y de la vida, ¡ah, y más hermoso para las hijas del cielo y de la muerte!Besé su frente, y ella prosiguió:-Voy a morir, y a pesar de todo, viviré.

Morella, que carga en su vientre el fruto de la consumación de su matrimonio descansa físicamente al dejar su cuerpo tras el par-to, pero dejando su esencia en el cuerpo de su hija, aun así en su último aliento le dice a su marido que pese a que nunca se sintió en vida amada por él, lo seria de la forma más pura una vez ella partiera.

“No han existido nunca días en que hubieses podido amar-me; pero a la que aborreciste en vida la adorarás en la muerte.”

Morella reposa en el cuerpo de su hija y cada día se hace más vi-sible, para el narrador – el esposo- parece hilarante y en momen-tos insoportable ver como su hija es el fiel reflejo de su esposa, la pequeña no tuvo un nombre por el simple hecho de que no sabía cuál ponerle.

“«Hija mía» y «amor mío» eran las denominaciones dictadas habitualmente por el afecto paterno, y el severo aislamien-to de sus días impedía toda relación. El nombre de Morella había muerto con ella”

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Cuando la niña va a cumplir diez años, él decide bautizarla para eliminar cualquier demonio que tuviera en su interior. El sacerdo-te le pregunta al padre de la niña por el nombre y acontece que:

“¿Qué espíritu perverso habló desde las reconditeces de mi alma, cuando, entre aquellos oscuros corredores, y en el silencio de la noche, musité al oído del santo hombre las síla-bas «Morella»? ¿Qué ser más demoníaco retorció los rasgos de mi hija, y los cubrió con los tintes de la muerte cuando estremeciéndose ante aquel nombre apenas audible, volvió sus” límpidos ojos desde el suelo hacia el cielo, y cayendo prosternada sobre las losas negras de nuestra cripta ances-tral, respondió: «¡Aquí estoy!»?

Muerta la hija la historia llega a su fin cuando la segunda Morella es depositada en el mismo sepulcro que su madre y homónima, a lo que el narrador agrega:

“Pero ella murió, y con mis propias manos la llevé a la tumba; y reí con una risa larga y amarga al no encontrar vestigios de la primera Morella en la cripta donde enterré la segunda“

El cuento de Poe puede interpretarse como un duelo intermina-ble que finaliza con la aceptación de la identidad de su esposa, el duelo no es solo el entendimiento de la muerte si no la com-prensión de quien perece y de las dimensiones que altera con su partida.

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Ilustración de Harry Clarke hecha para el relato de “Mo-

rella” de Edgar Allan Poe.1919

El Ilustrador irlandés Harry Clarke, se basó en este relato para ha-cer esta imagen en la que aparece Morella en su lecho de muerte y su esposo acompañándole. La forma en que Clarke retrata la muerte, que suele ser retratada de forma fea y tormentosa, llega a ser todo lo opuesto. Clarke muestra la muerte con un senti-do hermoso, apacible y tranquilo, donde a pesar de la oscuridad hay serenidad; una muerte en paz y aceptación que nos recuerda a la poética muerte de Ofelia, la naturaleza hace parte de este momento y parece tomar posición sobre ella fundiéndose con el mismo cuerpo, llegando a un punto donde no se sabe con exacti-tud que parte es Morella y que parte su entorno.

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La muerte como transformación: trascendencia

Es en el andar y en el desarrollo donde la vida cobra sentido, no es posible simplemente mantenerse dentro de la vida como un ser si esto no implica la transformación, es en esta parte donde Martin Heidegger ubica el dasein, definiéndolo como un ser tras-cendental observador y participe del fenómeno de la existencia, dando como resultado la posibilidad de contemplar la existencia como un constante transformar, como una ejecución del ser. El cual lejos de manifestar una definición exacta de los seres que se desarrollan en el mágico trasegar del tiempo, los convierte en entidades dinámicas, causando el analizar la vida y la existencia como si fuera una pintura observada desde afuera, esta se de-sarrolla como una constante transformación donde los mismos participes de la pintura se funden con los colores y las transfor-maciones a su alrededor relacionándose con ellos, mutando en entidades cada vez más y más complejas dependiendo de todo aquello con lo que se relacionen (Muñoz, 2015, pág. 94)

Cabría iniciar estas reflexiones, a propósito del problema que nos ocupa, aclarando que la muerte es más que un tema plástico de estudio, un icono representativo de varios periodos artísticos o el símbolo de una cultura en un momento dado, es decir, el foco de convergencia de ese agrupamiento conceptual a partir del cual uno podría desplegar con cierta facilidad unas verdades históri-cas, sociales, económicas, científicas, entre otras, sobre un pasa-do remoto: lo que equivaldría a afirmar ciertas verdades acerca de nuestro presente y, de paso quizá, y por esa misma razón, en afirmarnos a nosotros mismos desde la contingencia asumida de nuestra condición presente. Se trata ciertamente, aunque no es sólo eso, de convocar un punto de enfoque cultural a partir del cual se daría la posibilidad de un despliegue comprehensivo de esas formas abigarradas, conformando una cierta unidad en el pensar y en el vivir, de tal manera que puedan ponerse de relie-ve, en contraste con las variantes hipotéticas de unos sistemas de pensamiento siempre sometidos a los usos históricos, unas

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posiciones relativamente estables; e insistimos en esa relatividad puesto que lo que hemos convocado es, de hecho, un material antropológico (Paz, 1998).

El deseo de muerte

El deseo de muerte, como consecuencia de la libertad, surge como resultado de las capacidades humanas. El juicio, el pensa-miento y las inclinaciones permiten con facilidad que el ser huma-no se encuentre harto de su experiencia de la vida, permitiendo por tanto que las personas se vean incapacitadas para respon-der a las situaciones que les resultan vigentes dentro de su línea temporal, surgiendo con esto la intranquilidad y el hastío, y con ello el desdén por la existencia y por la sensibilidad que le resul-ta común a todo ser que pudiendo preguntarse sobre la razón de su existencia no encuentra fundamento suficiente para dicha pregunta.

No hay en el deseo de muerte nada antinatural, se da como con-secuencia de la capacidad que tiene el hombre interpuesta como parte del ejercicio racional de la vida tal y como lo defiende Kant (ferro, 2006, pág. 187), el deseo como enfoque hacia la realiza-ción de un acto mental, representa una forma de expresión dada sin actos preparatorios, que surge de un mal contacto, de una mala fuente, de información falsa o inclusive de la mera pereza que representa sentirse obligado a vivir dentro de los términos de una vida que carecemos en todo sentido de la capacidad de controlar.

Surgen así las cuerdas, esta vez traducidas en hilos que nos atan a la realidad, que nos obligan y nos presionan, que se imponen ante las situaciones del mundo dando como resultado obligacio-nes apremiantes de las cuales al menos en apariencia no pode-mos escapar, son estas cuerdas ideológicas, que nos mueven a voluntad las que en muchas ocasiones causan el error en la sen-sibilidad humana que fundamenta el deseo de muerte, permi-

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tiéndole al individuo desechar la totalidad de su libertad en un deseo secreto de quemar las naves, para así evitar el sentimiento indomable de la derrota. Las cuerdas están compuestas por esta complejidad de hilos que vinculan a nuestra existencia con cada una de las dimensiones de la realidad, no se trata entonces de conceptos separados si no la composición de un sinfín de ideas abstractas de las que nos es imposible escapar: la manera en que entendemos el mundo y nos entendemos en él por ejemplo.

Los hilos nos permiten comprender que la manera en que nos conectamos a la realidad es en ciertamente frágil, que es el com-puesto de esos hilos lo que fortalece la idea que nos mantiene atado a la vida. Es la comprensión del todo y no de cada factor lo que establece una lógica que permite que vivir tenga sentido, la abstracción permite desestructurar la idea que damos por senta-da que hace soportable el hecho de la existencia.

Esas mismas cuerdas se convierten para otros en seguros que los mantienen a salvo del mundo indeterminado de la muerte, es entonces que vivimos a través de cuerdas que justificamos de acuerdo a la manera en que entendemos el sentido de nuestra existencia y así mismo en el momento en que el sentido se pier-de, la necesidad de la soga desaparece y muta convirtiéndose en una angustia insostenible de la que deseamos deshacernos. Los seguros no son conceptos que se establezcan aislados de otras existencias, en ocasiones nuestras propias cuerdas están com-puestas por hilos comunes que le dan sentido a otras existencias: familia, amistad, amor, comunidad, etc.

Hay hilos comunes ineludibles en el desarrollo de nuestra vida, de hecho, existen cuerdas tejidas por las comunidades que nos abstraen del proceso de comprensión de nuestra propia cuerda personal. Creer que esa justificación de nuestra supervivencia en este planeta es siempre un proceso individual y personal, es eva-dir el hecho de que muchas personas voluntariamente se ausen-tan de los procesos consientes y que resultan surtiendo ese vacío

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a partir de cuerdas fabricadas en lo común. Es entonces que los hilos y las cuerdas obedecen a dos procesos que pueden conver-ger o anteponerse: los procesos de los individuos y los procesos de las sociedades. Los procesos de validación a la existencia, de-rivan del concepto de valor de la vida que le atribuye una socie-dad. Somos entonces resultado de hilos y cuerdas que existen en la medida en que nos entendemos socialmente.

No obstante, no se lea lo anterior con una cara baja, los deseos solo son deseos, y de manera similar a la muerte los deseos son fugaces y desaparecen, están hechos de la materia sencilla e in-material de la que se fabrican los pensamientos, de ahí que no valga la pena temerles. Los pobres deseos desesperados de los hombres no valen ni una milésima parte de su voluntad, solo son productos de momentos vacuos que carecen de valor por ser re-sultado de un análisis de un problema sin representar la respues-ta del mismo.

Todo es posible para el que piensa (incluso morirse pensando), pero dentro del pensamiento nada obliga a que todo salga bien, es evidente que dentro del desarrollo del pensamiento se desa-tan fuerzas incomprensibles en alguna medida, donde peligra la integridad de la vida, la estabilidad de la identidad y la fuerza con la que el individuo se encarga de confrontar el trasegar de la exis-tencia, el deseo de muerte entonces, nace a partir de la ausencia de un criterio claro sobre el ser individual, es fácil perder el cami-no, es fácil perderse, y la muerte resulta en estos casos en una carta mágica que permite en todo caso escapar de la situación que se vive, evadiendo con esto la responsabilidad de la vida.

Existen además otros individuos que desean la muerte, pero de una manera más ególatra, excretando sus sentimientos hacia los demás, causando con esto que el deseo se enfoque en la des-trucción de un ser que les es ajeno, ¡vaya grosería! es fácil desear sobre lo que no nos pertenece de la misma manera que es fácil juzgar situaciones en las que no estamos inmiscuidos. Para estas

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personas las cuerdas ganan una importancia sucinta, las cuerdas atan, marcan, limitan, obligan y estos individuos, llenos de grose-ría para con los demás desean las cuerdas como herramientas de contención, buscan limitar la libertad individual a través de fibras restrictivas.

Tampoco les es extraño el hilo conductor, maravillosa herramien-ta comunicativa que contribuye a la comprensión de los hombres, pero que esta vez se utiliza con la finalidad de limitar, haciendo que sus partícipes se vean envueltos en marañas de mentiras en redes comunicativas de contención. Esto hace palpable la sensa-ción que invade las mentes de quienes anhelan la muerte, ya que no se eliminan los elementos que componen la existencia (hilos, cuerdas) si no que se exacerban al punto de presentarse tan in-sostenibles que la muerte parece una salida lógica y necesaria.

El que sufre ve a la muerte como una liberación, y no quiere vol-ver jamás a repetir lo mismo; se desea repetir lo mismo si se trata de volver a repetir los momentos buenos, plenos, felices; si el “repetir” es entendido como recuperar lo perdido gratificante de la vida, abundante, generoso -como Kierkegaard relata en el caso de su “pensador privado” Job-,(Ver Kierkegaard, 1976). Pero Nietzsche habla de repetir lo mismo, y él era alguien que sufrió mucho, pero quería reprimir dentro de él todo sentimiento en contra de la vida. Su querer volver a repetir lo mismo implicaba al amor fati (amor al destino), y a la voluntad de poder que crea al superhombre, en un momento preciso; después de la muerte de Dios, y más allá de un nihilismo pasivo imperante.

Pero al final todo es interpretación, según cómo entendamos esta dialéctica vida-muerte, vivimos, vamos a vivir. Lo cierto es que no podemos entenderlas separadas, vida y muerte forman parte de lo mismo: la vida humana. Luego, nos podemos pregun-tar ¿por qué hemos de vivir cada segundo como si fuera el últi-mo? Quizás otros elijan, o ni siquiera lo elijan, ni siquiera lo pien-sen, que sólo se trata de pasar, así como pasan las estaciones,

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los días, las horas. No hacer nada, no poner ninguna intensidad, dejarse llevar. O más radicalmente, como dice Schopenhauer, suspender la voluntad de vivir, ya no desear, no proyectar, vivir o tratar de vivir sin deseo. Dejar pasar, descubrir que la voluntad es una ilusión que nos lastima, nos hace infelices, nos causa sufri-miento. Pero hay de cualquier manera aquí un deseo de no sufrir, cuando no hay que querer simplemente.

Todo este tema tiene que ver con la libertad, y en eso coinciden tanto Nietzsche como Kierkegaard: está en juego la libertad. ¿Está en nuestras manos querer algo? Parece que no, si todo pasa sin nuestro consentimiento y es irreversible. Nosotros diría-mos que lo que se puede cambiar, lo único que se puede cambiar es la mirada, no el mundo (y su finitud), como dice Wittgenstein al final de su Tractatus (Wittgenstein, 1989). Claro que cambiar la mirada acerca del mundo es cambiar el mundo; las ideas son sumamente poderosas, y no nos referimos solo a ideas como ar-gumentaciones, sino como pensamientos que pueden tener un fundamento, si se quiere, por demás irracional. “Lo que no me mata me hace más fuerte” dice Nietzsche en su Ecce homo. Todo depende a través del cristal por el cual se mire. Entonces, eso que queríamos que suceda, se transforma en otra cosa, en algo que fue, que pasó, pero forma parte de nuestro presente, que lo ha-cemos presente de tal manera que no nos lastime, que nos haga bien a pesar de todo su mal (Genis, 1999).

Estas reflexiones me las plantee al observar que estaba usando siempre cuerdas que ataban los cuerpos o lazos que se rompían y dejaban caer un cuerpo, ya que los dibujos iniciales de este pro-yecto surgieron de manera intuitiva. Empecé a comprender la manera en la que la complejidad de la existencia y los sentidos que le damos pude entenderse como un enorme tejido social, en el que se entrecruzan los hilos y las cuerdas de cada persona. Cuando comprendemos la existencia de estas, nos hacemos sen-sibles a las interacciones humanas y a los procesos de justifica-ción vital de cada individuo, es hasta ese momento que estos hi-

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los y cuerdas metafóricas se hacen visibles a nosotros y podemos no solo ver a las personas si no entender los tejidos y enredos que han acompañado su vida. Es necesario destacar que estas cuerdas e hilos no son siempre un proceso de orden y armonía, estamos compuestos también de nudos y entropía.

Las raíces, las fibras, los hilos, las cuerdas, los lasos, los cana-les, hablan de las conexiones, de la comunicación que tenemos como seres con nuestro hábitat, pero también hablan de forma más cotidiana y que se tiene más presente: de los lasos afectivos que creamos y construimos con estos seres a nuestro alrededor, desde nuestra familia biológica hasta animales que llegan a con-vertirse en parte de nuestra familia, lasos que en muchas ocasio-nes nos es difícil romper, pues nos cuesta que ese ser continúe con su camino y no solo hablo de las veces en las que debemos aceptar la muerte de un ser querido, sino de las veces en que debemos aceptar que es el momento de cerrar un ciclo, una rela-ción, y dejar que el otro siga en su caminar.

Para muchos llega a ser tan difícil este proceso y tienen tanto miedo que incluso acceden a formas alternativas para mantener a este ser a su lado, como los amarres hechos en la brujería, que prometen hacer que esa persona se mantenga contigo. En estos procesos se usan múltiples elementos dependiendo del amarre, se pueden utilizar sogas, hilos, objetos personales del implicado; en muchas ocasiones también hacen uso de la sangre de varios animales como vacas, gatos, perros, becerros, e incluso en algu-nos amarres en la santería mexicana hacen uso de colibríes, don-de amarran un colibrí macho con una hembra a través de ropa interior.

Un claro referente que me sirvió para ilustrar estos conceptos es Juan Antonio Roda, la forma en que maneja la técnica de agua-fuerte en los grabados donde usa cuerdas tiene una gran canti-dad de detalle, tonalidades oscuras y texturas que me resultan ideales para lo que quiero expresar.

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Las obsesiones de Roda en temas fijos, llegando a trabajar una imagen hasta por dos años, le permiten apropiarse y poseer el tema hasta su punto más agotable, llegar a una profundidad y límites que vuelven la imagen única:

Los cuadros que al principio son esquemáticos, se van car-gando y cargando progresivamente como si se les hicieran no retoques y añadidos, sino transfusiones de sangre; al fin respiran, articulan sonidos, gritan. (Laverde Toscano, M. pág. 197).

El nivel de profundidad y apropiación del tema al que llega Roda enriquece tanto la imagen que los mismos elementos que traba-ja, muestran componentes tan detallados que cuando uno toma el objeto y lo ve por sí mismo no logra notar, como es el caso de las cuerdas con texturas, fibras distintas con diferentes tamaños hacia diferentes direcciones y muchas tonalidades oscuras que fortalecen la forma de retratar el objeto de manera singular.

Haciendo énfasis en la serie de Amarraperros, que trabajó en 1976 y de la que produjo once grabados a partir de aguafuerte y resinas, encuentro muchos puntos de interés. Roda en esta serie muestra una obsesión por tres elementos que de forma insisten-te aparecen juntos en la mayoría de los grabados: cuerdas, pe-rros y partes de figura humana. Al relacionar estos elementos él habla de una “simbiosis” entre el perro y el humano, junto con una metamorfosis por parte de ambos donde el hombre se con-vierte en perro y viceversa, estos conceptos hablan claramente de transformación, muy a fin con la idea que planteo donde di-cho concepto habla de la unidad entre los seres y su constante comunicación y retroalimentación.

Por otro lado dentro de esta sugerencia donde ambos seres inte-ractúan a alto grado en una simbiosis, llega a evocar la pregunta sobre quién es el amo de quién, cuestión que se encuentra den-tro de mis intereses, pues propone la idea basada en la unión de

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todos los seres y su hábitat donde la posición de cada parte que conforma este entorno no es de mayor importancia que otra, un hombre que se integra a la naturaleza y no abusa de su poder tomando la posición de amo.Ahora, moviendo la mirada hacia las cuerdas de Roda, vemos como expresa la idea de perros aprisionados o liberados por estas, hablando de los lazos ambivalentes que atrapan pero también acarician, como esos lazos en la vida que en ocasiones nos resultan tan cómodos que no queremos romper para poder avanzar, enunciando miedo y riesgo.

Amarraperros No. 4Juan Antonio Roda

1976

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Amarraperros No. 6Juan Antonio Roda

1976

La muerte como cierre

La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arre-pentimientos y tentativas —obras y sobras— que es cada vida, encuentra en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de des-moronarse y hundirse en la nada, se esculpe y vuelve forma en inmutable: ya no cambiaremos sino para desaparecer. Nuestra muerte ilumina nuestra vida. La Muerte de un cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se la-mentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la vida.

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Aun así, estas relaciones entre el desarrollo de la vida y su fin no siempre parecen ser co-relevantes con las vivencias de quien se habla, esto es porque en la mayoría de situaciones no hemos podido contemplar la existencia de alguien en el esplendor de su vida si no en el ocaso de la misma. Tratamos de establecer un sentido de la muerte de las personas como un mecanismo para soportar la muerte, les atribuimos el sentido como una necesidad personal para solventar la sensación de impotencia que genera la muerte, se trata entonces de la manera en que reconstruimos la realidad que altera la partida de una persona y que a menudo llamamos duelo.

Deseo finalizar mi reflexión hablando de México y su peculiar manera de ver este tema ya que siento que es más cercano a mi sentir y la forma como percibo la muerte. María del Carmen Rodríguez Vudoyra nos comenta en su artículo “Representacio-nes de la Muerte en la cultura prehispánica” que México concibe la muerte de manera sagrada incluso antes de la conquista, la cosmología de los nativos entendían la muerte como un evento cíclico estrechamente relacionado con la vida. Esta veneración no desaparece con la conquista si no que se reconfigura mezclán-dose con la iglesia católica. (Vudoyra, 2017)

El día de los santos muertos como una exaltación por medio de ofrendas a la memoria del muerto compuesto por elementos como velas, incienso, licor, flores, fotografías, alimentos, objetos y sonidos de los que disfrutaba el muerto en vida. Se crea toda una estética alrededor de esta noche de conexión y se establece la noche como una ocasión para recordar. La noche de los muer-tos conserva un espíritu de la memoria, es un ritual para la recor-dación y un aliciente a los vivos de que tras su muerte los suyos se reunirán nuevamente a recordarlo.

La muerte como fin último es una manera en que las culturas pueden construir una identidad, la previsión de la suerte que co-rre cada miembro de esta sociedad después de morir da la sen-

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sación de pertenecer infinitamente a la identidad de ese pueblo. México ante el panorama occidental del miedo a la muerte esta-blece a partir de ella una festividad como una manera de llevar el dolor. (Bustos, 2007)

A pesar de lo folclórico que envuelve la visión mexicana de la muerte ha de contraponerse el hecho de que existe otra manera de entenderla como “la santa muerte”. En 1989 un grupo de “Narcosatanicos” cometieron varios asesinatos relacionados con rituales satánicos en la Ciudad de Matamoros en Tamaulipas, cuyo móvil era el narcotráfico y el secuestro extorsivo emplean-do armas y moviendo sus influencias políticas, lo que creó un cul-to alrededor de la criminalidad. Aun hoy en día en la Ciudad de México, Guadalajara, Matamoros, Ciudad Juárez y Culiacán, se han reportado rituales de este calibre.

De manera más cotidiana, el culto a La Santa Muerte se ha extendido en la Ciudad de México. Sobre todo entre los policías, delincuentes y políticos, quienes recurren al Merca-do de Sonora para rituales de limpia frente a la imagen de La Santa Muerte y adquirir algunos implementos para los altares en su casa. Un lugar recurrente para la práctica de la santería y el vudú tanto de los delincuentes y policías es el Centro Esotérico Fe y Energía ubicado sobre la Avenida Insurgentes Centro. (Alcalá, 2008)

Dentro de esta tradición la oposición entre muerte y vida no es tan absoluta como para nosotros. La vida se prolonga en la muerte. Y a la inversa. La muerte no es el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Para los antiguos Vida, muerte y re-surrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha.

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Es de recordar que el sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dio-ses, simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la primera (Paz, 1998, pág. 21).

Conclusión

A menudo, vemos a la muerte como un hecho aislado o contra-puesto a la vida, como una antítesis de la existencia compren-diendo parcialmente todo lo que acontece en nuestro ciclo vital. En realidad nos encontramos más interconectados de lo que so-mos capaces de entender, nuestra existencia hace parte de un proceso común en el que nacemos siendo parte de alguien más y morimos para ser uno solo con nuestro entorno.

La habitualidad de la muerte debería ser un acto del que entra-mos en conciencia, entender como la muerte de lo que nos ro-dea es una transmutación de la existencia y no el fin de la vida nos permitiría armonizar con el todo. La vida como la conocemos es resultado de muertes constantes, el big bang fue un gran ca-taclismo que hizo que miles de estrella chocaran y murieran y nuestro planeta se creó a partir de restos estelares, es así como nuestra existencia está destinada a los ciclos y la interconexión.Espacio de transición, solo estamos de paso, la muerte como paso de un lugar a otro, transmutación material.

Somos una etapa entre momentos distintos de la naturaleza, uno de los pasos en el mundo de la transformación de la naturaleza y es por ello que entendemos de manera limitada los conceptos trascendentales. Somos un momento consiente de la transfor-mación.

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