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ERRANCIA LITORALES MARZO 2014
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DEVENIR NIÑO: ANOTACIONES SOBRE LA
EXPERIENCIA DE LO INTEMPESTIVO EN UN CASO DE
“DISCAPACIDAD SEVERA”
OCTAVIO PATIÑO GARCÍA
Resumen: Se abordan fragmentos de un caso clínico de discapacidad severa,
invitando a pensar la importancia del rasgo unario como inscripción de un
porvenir. Se sugiere la experiencia de lo intempestivo como irrupción de un
acontecimiento que anuncia el devenir niño, contra los diagnósticos que declaran
la muerte del cuerpo. Se interroga si en los casos diagnosticados como
“discapacidad severa” es posible pensar la constitución subjetiva remitiéndonos
a la experiencia del estadio del espejo y la identificación.
Palabras clave: rasgo unario, identificación, discapacidad severa, intempestivo,
devenir niño.
Daniel no recibía “atención psicológica” desde hacía más de un año, sólo se le daba
“orientación” a sus padres por parte de la psicóloga a quien correspondía llevar el caso.
Cuando ésta dejó de estar a cargo del proceso de Daniel, llegué a suplirla, entonces lo
conocí, él tenía 8 años.
Según las últimas notas del expediente, Daniel era “candidato a no asistir a ningún tipo de
escuela”. El diagnóstico médico decía: “Síndrome dismórfico en estudio, probable
síndrome de Emmanuel, secuelas de hipoxia perinatal (síndrome de aspiración de meconio,
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hiperbilirrubinemia), disgenesia cerebral (hipoplasia de cuerpo calloso, polimicrogiria,
heterotopias con IRM), cromosomopatía (cariotipo 47 xy mas marcador), luxación
congénita de cadera resuelta a tratamiento conservador, micro pene, orquidopexia bilateral
por criptorquidia bilateral, epilepsia parcial secundariamente generalizada, sintomática en
control clínico farmacológico, comunicación interauricular (cateterismo fallido), rasgos
autistas, déficit cognitivo a determinar, enfermedad por reflujo gastroesofágico + hernia
hiatal, gastritis, retraso de lenguaje mixto, otitis media serosa bilateral, desnutrición de
moderada a severa, lesión de plexo braquial derecho por electromiografía con lesión de
cordón posterior en remisión, deficiencia de IgA.” Diagnóstico múltiple de “discapacidad
severa” que determinaba la casi imposibilidad de construir un provenir en Daniel a no ser
de su sola ligazón como apéndice atrofiado de los padres, al que tendrían que soportar
hasta donde se pudiera.
La primera vez que lo recibí en consulta fue llevado casi arrastrado por su madre. Reacio al
contacto de cualquier índole, retiraba sus manos; las alejaba de toda posibilidad de
acercamiento, permanecía en huida. Mostraba estereotipias de las que se decía “no había
nada que hacer”. Difícilmente fijaba la mirada en el rostro del adulto, más ocurría que
dirigía sus ojos a sus propios pies, se jalaba los pants y procuraba una posición de sentado,
con las piernas dobladas al estilo de la meditación de yoga, posición que efectuaba
frecuentemente, sobre todo en las sillas al interior del consultorio. Cuando llegaba a mirar,
sus ojos eran penetrantes, como punzones; y realizaba a la par muecas parecidas a las de un
rostro atormentado. Daniel era perturbador para su familia y para algunos miembros del
equipo médico y terapéutico, realizaba una especie de aullidos, gritos que a su madre le
causaban pena, también hacía muecas, que hasta ese momento no eran pensadas más que
como movimientos involuntarios, muertos, sin sentido; decía su madre, “me dijeron que
eso era involuntario”, entonces Daniel para su familia no mostraba sonrisas, Daniel, por lo
tanto, no jugaba; para ellos, sólo estereotipaba.
Daniel era en extremo delgado, un chico de piel muy blanca, la saliva le escurría por las
comisuras de la boca, mojándole el pecho y dejando algunos charcos entre sus pies. La
madre me comentó aquella primera vez refiriéndose a él:“¿es necesario que venga? No sé
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si usted necesite verlo, de todos modos no hace nada, esto que ve es lo que es”. “Esto que
ve, es lo que es”, “esto” una expresión remitida a lo extraño, a lo ominoso, un objeto que
“es lo que es”. Objeto que se traduce en constatación de ser-este-objeto, petrificación en la
mirada que no libidiniza, que sólo “ve lo que ve”. Daniel es capturado por una mirada que
lo arrincona en un lugar de objeto, “es lo que es”, petrificación del organismo, la carne
grave que está enferma.
La madre cercó a Daniel en la coagulación de lo meramente orgánico, haciendo serie con
los diagnósticos médicos, lo mostraba como la carne viviente que “era lo que era”, como el
sólo fluir de intensidades tendientes a la abolición, flujos de una carne enferma destinada a
la muerte, negada para la vida. Había en la madre un tono lacónico, plano; un
apresuramiento respiratorio; un “no querer estar ahí”. “Se lo dejo”, dijo; lo sentó en la silla
y salió, me quedé a solas con él.
Daniel subió sus piernas, las cruzó, y comenzó a jalarse el pants, dando una especie de
pellizcos a la tela, sus dedos semejaban unas pinzas, jalaba y soltaba. Mientras lo hacía,
permanecía agachado. Le hablé por su nombre, pero ni se inmutó, su movimientos eran
repetitivos, se tocaba los pies, se arremangaba el pants, lo tomaba con los dedos en pinza.
Me acerqué a tocarle la mano, la retiró inmediatamente. “Daniel”, le decía yo, “Daniel”,
para llenar el silencio que su huida dejaba y que me provocaba incertidumbre. Un
sentimiento de aislamiento me angustiaba. Entonces hablé a sus manos “hola manos, hola,
¿qué están haciendo?” Le hablé a sus pies, “¡pies de Daniel¡, ¡pies de Daniel¡, ¡hola¡,”.
Llevé mis manos a hacer lo mismo que él, me senté frente suyo similarmente y jalé mis
pantalones, luego jalé los de él de la misma manera como él lo hacía; Daniel quitaba sus
manos. Advertí que ese era un modo posible de atravesar la huida, de darme ahí en el
construir del lazo transferencial, hallarme en el trayecto que él procuraba con alguna cosa
del mundo, aun así siendo sus pies y manos, cosas del mundo, tendría yo que arreglármelas
para acercarme a ellos, entrometerme en la inercia de ese goce primordial de órgano
revolcado en la repetición.
El cuerpo real como cero, el cero-órgano, ser-órgano, la carne grave no parecía transitar a
un mínimo de imaginarización, atisbar un rasgo de juego, pero sobre todo, no poder ligar
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sus miembros en función dado que la imagen corporal no está aún constituida. Recordemos
con Lacan que la imagen se constituye en la experiencia del espejo, por identificación. Es el
suceso en que el “infans”, se anticipa desde su insuficiencia, para jubilosamente situarse en
el marco formativo de la mirada del Otro, mera exterioridad, que le conforma en su devenir
precipitado.…el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la
insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación
espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del
cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad, y a la armadura por
fin asumida de una identidad enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo su
desarrollo mental..1
La precipitación de la insuficiencia a la anticipación ocurre en un armado ficcional que
produce el Otro, una ortopedia, una prótesis que coagula la imagen, pero que es
fundamental como constitutiva de la subjetividad. Trayecto de la imagen fragmentada del
cuerpo, o mejor dicho, de la experiencia de la fragmentación, a la imaginarización de
ligaduras.
Sin embargo esto no es sin la introducción del rasgo unario. El rasgo unario es de antes del
sujeto, “en el principio fue el verbo”, esto quiere decir, en el principio fue el rasgo
unario(…) singularidad del rasgo: esto es lo que hacemos entrar en lo real, lo quiera éste
o no2. Y quiera o no lo real de cuerpo, rasgo que atraviesa la carne afirmándose en ella
desde la exterioridad que le confirma el Otro a partir de su carencia. Hacerlo entrar en lo
real de la carne, in-corporarlo. Sin embargo ¿cómo pensar el ingreso del rasgo unario en lo
orgánico cuando hay un daño en lo real? ¿Cómo comenzar a contar para otro si aún no hay
Uno que posibilite el dos, el tres, la diferenciación de no ser lo otro? El momento de Daniel
estaba en el cero de su carne, de su biología trastocada en lo real y sentenciada a muerte ya
por el diagnóstico que no hacía contar a Daniel para un devenir niño.
1Lacan J. (2005).El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la
experiencia psicoanalítica. En Escritos I. México Ed. Siglo XXI. p. 87.
2Lacan, J. Seminario La Angustia, clase 2 del 21, nov. 1962.
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Durante varias sesiones que siguieron después de esa primera, llevaba a cabo yo
intervenciones similares, pero casi siempre a partir de lo que Daniel realizaba, intentaba
arrancarle algo parecido a una demanda. Invertí la demanda, una inversión, una versión
distinta para posibilitar alguna variación, una ruptura, un pliegue, un resplandor posible
ante la inercia del goce primordial. Introducir algo del orden del significante, un rasgo.
Pero obtener un cuerpo por la incorporación del lenguaje se paga a un precio alto pues
esta operación negativiza el goce primero, goce original y “real”, goce que suponemos
reino sin límites en el “cuerpo-organismo” de antes del lenguaje.3 El trabajo clínico con
Daniel, no sería sin angustia…
Daniel continuaba jalándose las mangas de los pants, mojándose el pecho con la saliva que
le escurría de la boca, encharcando el suelo bajo suyo, balanceándose hacia sus costados
con sus piernas recogidas sobre la silla, dándose golpes con la mano en la boca, haciendo
muecas…
En alguna de las sesiones posteriores, comencé a balancearme con él, me vi llevado con su
movimiento a pensar “construyamos un ritmo”, una melodía; en suma, ¡faltaba música!4
Tararee una canción que surgió de no sé donde, intempestivamente me sorprendió el estar
cantando y meciéndome con él dentro de una melodía que tenía su nombre: “Daniel quiere
bailar ahí, Daniel canta lalala, ¿dónde está Daniel?, ¿dónde está Daniel?” En ese momento
Daniel hizo un cambio en su modo de mirar, me miró distinto, hizo una mueca que advertí
sonrisa, y seguí la canción, ahora cantando “Daniel me mira, Daniel ríe,
3Monribot Patrick ¿Qué curación del cuerpo en análisis? Revista Freudiana # 37, Barcelona 2003
4El trabajo clínico de Esteban Levin, es el fundamento para pensar estas líneas que escribo. Agradezco su
generosidad, su compartir la experiencia del trabajo clínico con niños con plurideficiencias. La transmisión de
su trabajo ha dado frutos en mi práctica clínica cotidiana con niños diagnosticados con “discapacidad severa.”
Agradezco también a Erika Patricia Ciénega, me haya mostrado la ventana para asomarme al quehacer clínico
de Esteban. Cito a Esteban: “Me he dado cuenta que al trabajar con niños con severos problemas en la
estructuración subjetiva y el desarrollo psicomotor, al querer o intentar relacionarme con ellos,
espontáneamente e inesperadamente lo hago con una cierta musicalidad, un canturreo, una melodía que
sostiene y sustenta el intento de un decir, una mirada, una gestualidad que acompaña esa sonoridad cómplice e
intensa, la cual bordea el decir, la palabra se torna tierna, seductora, erógena, hasta llegar a desaparecer como
letra en sí para dar paso a un recorrido rítmico-pulsional y en este sentido evidentemente relacional.” En: El
despertar de la subjetividad: plasticidad simbólica, Errancia… Revista de psicoanálisis, teoría crítica y
cultura. FES Iztacala UNAM, Núm. 8 Marzo 2014
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ah,ah,ah…ah,ah,ahhhh”, volvió a hacer la mueca, que entonces yo le demandé como “dame
tu sonrisa”, “sonríe Daniel, sonríe Daniel, ah,ah,ah,ah,ah,ah”, comenzó a moverse con
mayor intensidad mientras me miraba; se asomaba el gesto de mirar, de sonreír, de bailar.
La escena se había construido para alojar los gestos por venir.5 Esto no ocurrió en una sola
sesión, sino en lapsos de tiempo variables al fluir de las sesiones, en tiempos que pueden
llamarse con Lacan, lógicos. Le decía a Daniel cuando lo recibía en la puerta, “¡Hola
Daniel, vamos a jugar otra vez!” o “¡Vamos a cantar, a bailar¡”, etc. Él se dirigía hacia la
silla mientras yo lo sostenía de su mano, apoyándolo a caminar.
Llegó el momento que cuando él llegaba me extendía la mano y se impulsaba al
consultorio. Ahí advertí más claramente una demanda, me estaba convirtiendo en alguien
que existía para él. Un día se me ocurrió poner música en una grabadora de juguete que
traía melodías integradas y continué el juego, Daniel repentinamente extendió las manos
hacia la grabadora, seguía yo acompañando sus movimientos con canciones, sus
movimientos ahora ya hospedados por mí como gestos, como acontecimientos de escritura
del cuerpo, escritura en el tiempo del porvenir de lo que sería, un más allá del cero.
“Daniel quiere la grabadora ah, ah, ah, ah, ha...”, etc. Se la acerqué y la coloqué sobre sus
piernas, la tocó, la tomó, hizo un gesto y la arrojó al piso, la levanté, y la hice funcionar
nuevamente, Daniel se movía con la música, bailaba, bailábamos, la volvió a tomar y la
arrojó al piso nuevamente, la volví a in-corporar, es decir, la trasladé al plano de su cuerpo
mientras le decía, “se ha ido la música, ahora regresa”, comenzó a reír. Cuando él la
arrojaba, él gritaba, cuando yo se la regresaba él reía, advertí algo en el orden del fort-da.6
5 Esteban Levin (1995) La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor. Buenos Aires.
Nueva Visión.
6 Freud nos dice: “Ahora bien, este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones, de arrojar lejos de sí, a
un rincón odebajo de una cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, de modo que no
solía ser tarea fácil juntar sus juguetes. Y al hacerlo profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuerte
y prolongado «o-o-o-o», que, según el juicio coincidente de la madre y de este observador, no era una
interjección, sino que significaba «fort» {se fue}. Al fin caí en la cuenta de que se trataba de un juego y que el
niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que «se iban». Un día hice la observación que
corroboró mi punto de vista. El niño tenía un carretel de madera atado con un piolín. No se le ocurrió, por
ejemplo, arrastrarlo tras sí por el piso para jugar al carrito, sino que, con gran destreza arrojaba el carretel, al
que sostenía por el piolín, tras la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel desaparecía ahí dentro, el
niño pronunciaba su significativo «o-o-o-o», y después, tirando del piolín, volvía a sacar el carrete] de la
cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso «Da» {acá está}. Ese era, pues, el juego completo,el de
desaparecer y volver. Las más de las veces sólo se había podido ver el primer acto, repetido por sí solo
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Recordemos que Freud en “Más allá del principio del placer”, en el juego de su sobrino con
el carretel, logró advertir que el juego anunciaba el pasaje del niño por la experiencia de la
renuncia a la satisfacción pulsional de la madre, es decir, el juego del fort-da, permitió la
aceptación de la partida de la madre. El carretel era jugado como sustituto de la madre, lo
que retornaba era la experiencia de la gozosa reaparición de la madre, ahora metaforizada
en el (da). Hacerlo desaparecer, alejarlo, para regresarlo implicaba una experiencia afectiva
que articulaba la experiencia de construcción subjetiva, fort-da, se fue - acá está, delineaba
la experiencia que Lacan enunciaría como la experiencia con el objeto a. Ahora bien en
Daniel el juego se hacía presente, tener el objeto musical, arrojarlo, verlo regresar para
bailar, y arrojarlo otra vez. Algo del orden del objeto se hacía presente ahí, algo del orden
de la presencia del objeto que no sólo causaba angustia, sino que ahora podía separarse,
para poder ser regresado jubilosamente. Daniel gritaba y hacía caer la grabadora, el sonido
podía irse y venir, su grito acompañaba la caída, la voz caía con el objeto, y regresaba con
la música propiciando baile y sonrisa. Lo intempestivo del gesto de arrojar el objeto
anunciaba algo de otra dimensión que estaba enlazado a una cierta demanda en acto. Daniel
marcaría un nuevo tiempo de ahí en adelante, otra rítmica, una variabilidad en la intensidad
de sus efectuaciones, advertencias de un acontecer, movimientos del armado del espejo.
El rasgo unario como significante musical. Era ese rasgo musical el que Daniel introdujo
como fragmento mío, articulado en el juguete musical. Retroactivamente pensé que yo me
había hecho existir como Uno para él, que armé la escena para que algo del orden del rasgo
unario pudiera atisbarse y en el porvenir lo hiciera contarse. Ser para otro es una manera de
decir hacerse Uno para el otro, Uno que se juega dándose para que el rasgo se pueda
inscribir. Lacan en 1961 nos dice …nada es pensable propiamente sin partir de esto que
formulo: el uno como tal es el Otro.7
incansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo."La
interpretación del juego resultó entonces obvia. Se entramaba con el gran logro cultural del niño: su renuncia
pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre. Se resarcía,
digamos, escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar.” En: Más allá
del principio de placer, (1920) Obras completas. Amorrortu Editores, Buenos Aires. p. 14-15
7Lacan, J. Seminario La identificación, clase 3 del 29 de noviembre de 1961
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Siendo Otro para armar uno, pero también armaje de uno para inscribir lo Uno del trazo.
Guadalupe Trejo, quien realiza un maravilloso trabajo clínico con niños lo escribe de esta
manera: Es el Otro con su cuerpo y mirada quien sostendrá al cuerpo y la mirada del que
advendrá Uno. 8
Daniel, podía demandarme la música, separarla de su cuerpo, hacerla venir otra vez, y en la
separación la sonrisa era más clara, su mirada miraba, ya era mi rostro un rostro a ser
mirado, un rostro a quien demandar, y su rostro, el de un niño que demandaba jugar.
¿Por qué no habría de pensarse el devenir niño, más allá de la discapacidad, en lo que el
psicoanálisis nos ha mostrado como los tiempos para constituirse sujeto? El psicoanálisis
puede dar cuenta de cómo la materialidad de la letra se imbrica con la materialidad de lo
orgánico en el surgimiento del deseo y la constitución del sujeto que lo implica. Las leyes
que rigen esta imbricación –y léase aquí, privilegiadamente, la ley de prohibición del
incesto–, cuando el material orgánico viene con alguna falla más o menos importante, no
son diferentes a las habituales.9
Quizá habrá que pensar en la materialidad del significante también en su rítmica, en su
musicalidad. Lo musical como significante que se introduce como rasgo unario, lo que hace
contarse a Daniel como niño del juego, del baile, de la suma de ahí en más.
Continué el trabajo en sesiones individuales, Daniel ahora se dirigía a mi consultorio
jalando a su mamá, se soltaba de su mano y me daba las suyas, me miraba el rostro, sonreía,
comenzaba a bailar.
Sesiones más adelante lo involucré en un taller con 6 niños más que tenían diagnósticos de
igual manera múltiples, pero coincidían por la referencia médica de “rasgos autistas”.
Daniel comenzó las sesiones con angustia, advertía la presencia de los otros como amenaza,
8Trejo Guadalupe, (2012) ¿Autismo infantil? Clínica de intervenciones subjetivantes. México Ed. Trillas. p.
118
9Coriat, Elsa. En línea: Psicoanálisis y discapacidad.© Copyright ImagoAgenda.com / Letra Viva.
http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=292
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se retraía en su silla para no ser tocado. En una de las sesiones me buscó parándose de su
silla, intencionalmente me dirigí a otra niña del taller y le día la pelota con la que alguna
vez jugamos Daniel y yo. Me impresiono la reacción de Daniel, que enfureció y se dirigió a
golpear a la niña, quitándole la pelota, luego se sentó y me ignoró cuando me dirigí a él, yo
le hablaba y el giraba la cabeza hacia otro lado, miraba a la niña. Recordemos que la
rivalidad implica el reconocimiento del espejo como alienación, puesto que hay deseo de
separación, ¿o tú o yo?, el niño ya se cuenta como uno distinto a otro que se sitúa como
amenaza, además de experimentar la amenaza de una mutilación del objeto amado, in-
corporado. Esa niña de la cual hablé hace un momento, quien no es especialmente feroz, se
dedicaba muy tranquilamente- en un jardín de la campiña donde se había refugiado, a una
edad en que apenas caminaba- a darle en la cabeza con una piedra bien grande a un
vecinito compañero de juegos con el cual precisamente, realizaba sus primeras
identificaciones. El gesto de Caín, para realizarse del modo más espontáneo, hasta diría
del modo más triunfante, no requiere gran culpabilidad. Ella no experimentaba ningún
sentimiento de culpa: Yo romper cabeza a Francisco. Lo decía con seguridad y
tranquilidad. No por ello le auguro el porvenir de una criminal. Sólo manifestaba la
estructura más fundamental del ser humano en el plano imaginario: destruir a quien es la
sede de la alienación.10
Advertí que Daniel experimentaba la envidia, la rivalidad, la disputa, que había la
agresividad que el espejo producía. La organización pasional de su yo podía atisbarse Esa
forma se cristalizará en efecto en la tensión conflictual interna al sujeto, que determina el
despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el concurso primordial se
precipita en competencia agresiva; y de ella nace la triada del prójimo, del yo y del
objeto.11
Es así como advierto que Daniel está en el proceso de hacerse de las marcas significantes
en el proceso subjetivante. Algo del orden del don se muestra aquí, de la musicalidad
10
Lacan J.Seminario Los escritos técnico de Freud, Clase 13, 5 de mayo de 1954 11
Lacan J. (2005) La agresividad en psicoanálisis. En: Escritos I, Editorial Siglo XXI, México, p. 106
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significante del involucramiento, que lo toca, transmisión de mi deseo en la libidinización
de los objetos en su trayecto a hacerse juguetes, el despertar de una demanda de juguete y
no sólo la repetición mortificante del goce de la cosa. Con Lacan podemos decir que el
deseo viene del Otro, mientras que el goce está de lado de la Cosa.12
Daniel puede transitar
del goce de la cosa al atisbo de deseo de jugar, y digo atisbo porque es una progresión, está
implicado en el tiempo lógico. El rasgo unario trasciende al cero, inscribe su canto en la
carne grave, pulsiona al dar la palabra, la musicalidad. Ellos no se imaginan que las
pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir, pero que este decir, para
que resuene, para que consuene es preciso que ahí el cuerpo sea sensible, y que lo es, es un
hecho. Es porque el cuerpo tiene algunos orificios de los que el más importante es la oreja,
porque no puede cerrarse, por esa causa responde en el cuerpo lo que llamé la voz”. 13
Lo orgánico es una superficie a escriturar, una gran oreja que no puede cerrarse, abierta a
las inscripciones, la inscripción es de palabra, el cuerpo es apalabrado, “te doy mi palabra”
justo con su vacío, el agujero, la cavidad que hace la resonancia del eco. Las pulsiones dice
Lacan siguiendo a Freud, son nuestros mitos, mitifican lo real, mienten en el sentido de que
son el pasaje imposible entre lo real del organismo y el cuerpo escriturado, están
apalabradas, y como la palabra, entrañan una imposibilidad, la de su objeto. Por ello
mienten sobre lo real, son un montaje.
El fulgor, lo intempestivo
Un corte en la inercia, alojar el torbellino del órgano y trazar rutas que devengan demanda
no se logra sin crear la escena14
, dispositivo para el espejo, en el plano de las intensidades
donde el sujeto pueda devenir, que no sólo emane el cacho de carne agujerada, mala,
12
Lacan J. (2005) Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista, En: Escritos II, Editorial Siglo XXI,
México.p. 832
13Lacan, J. Seminario Le Sinthome clase del 11 de mayo de 1976
14 “Nuestra observación y trabajo con niños recién nacidos, lactantes y niños con transtornos psicomotores,
nos ha llevado a considerar y rescatar lo sensorio-motor desde otra posición, donde el sujeto aparece en su
dimensión dramática, escénica y subjetivante… Nos planteamos sustentar lo sensorio-motor como escenas
estructurantes de la motricidad, la gestualidad y el cuerpo de un sujeto durante la primera infancia” Esteban
Levin (2003) Discapacidad. Clínica y educación. Los niños del otro espejo. Buenos Aires. Nueva Visión, p.
20-21.
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deformada. La primera castración, la primera pérdida es la del cuerpo, ese que no puede ser
lo que satisface, el velo fálico del cuerpo que completa a la madre. En Daniel advertí un
“¿no soy yo?” Cuando lo cambié por Luz en el grupo de niños, su enojo, su violencia me
mostró que había él ya reconocido la importancia de las presencias y el dolor de las
pérdidas, pero además la experiencia de sufrir lo demasiado presente; sí reconocía a un
tercero es porque ya contaba, se advertía el pasaje del Otro, en que me jugaba yo como
Uno, al Uno que era él.
Freud en 1925, nos dice que el juicio de atribución es el que hace posible el
reconocimiento, que sólo ocurre cuando lo percibido fue afirmado primordialmente
(Bejahung) por el principio de placer y a la par, algo de ello fue rechazado (Ausstossung)
en lo real. La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones que adoptar. Debe
atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia
de una representación en la realidad…Lo no real, lo meramente representado, lo subjetivo,
es sólo interior; lo otro, lo real, está presente también ahí afuera… El fin primero y más
inmediato del examen de realidad (de objetividad) no es, por tanto, hallar en la percepción
objetiva {real} un objeto que corresponda a lo representado, sino reencontrarlo,
convencerse de que todavía está ahí.15
Reconocer lo que está ahí, ya es el eco de un decir, el rasgo unario ya hace función de
resonancia. Es por ello que Lacan acude a la idea de trazo o rasgo unario, significante
primordial que es afirmado, para luego ser buscado en el retorno identificatorio. El trazo
unario es el soporte de aquello de lo que yo partí bajo el nombre de estadio del espejo, es
decir de identificación imaginaria.16
La incorporación del rasgo, significante que es unidad con resonancia y no unificación,
posibilita la inscripción de una huella, rasgo a contarse y a diferenciarse. Este rasgo, hace
posible que el sujeto cuente, es el sustento de la identificación. Huella que hace eco del
15
Freud, Sigmund, (1925) La negación. En Obras completas. Amorrortu Editores, Buenos Aires. p.255
16
Lacan J. Seminario Ou pire…clase 9 del 10 de mayo de 1972
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porvenir, el niño se cuenta entre los otros desde una diferencia. Daniel rivaliza, porque ya
demanda jugar, rivaliza porque ve amenazado su objeto de amor. Daniel puede jugar, busca
las pelotas, las golpea con ritmo, la arroja y las festeja en su regreso, toca mi rostro, sonríe.
A más de 2 años de que trabajo con él, Daniel ubica donde está el consultorio dentro del
enorme Centro de Rehabilitación, aún no esté yo ahí, dice su madre, trata de abrir la puerta,
quiere pasar. Cuando lo llego a encontrar en los pasillos, se detiene si me mira, me da la
mano, sonríe.
Daniel puede mirar, hay furor en su mirada, sonríe, toma una pelota y juega, Daniel ¡puede
jugar! he insisto en ello cuando le habían declarado todo lo contrario; Daniel juega, quita
las pelotas a otros niños. Busca, busca, no sólo encuentra como antes a los objetos-mano-
pants-saliva, en la volcadura del trayecto que era su inercia, ahora busca, se dirige a…,
El trabajo clínico con niños con “discapacidad severa”, no sólo es construcción, sino
deconstrucción, ¿de qué? del movimiento ciego, del goce ciego de la estereotipia, de la
muerte misma sobre la carne que lleva encima el diagnóstico como juicio del Amo, es
escuchar el canto del ritornelo, es sorprenderse ante lo intempestivo de lo que anuncia un
devenir niño, se hace obra. Pensemos con Deleuze, No sólo la escultura, sino toda obra de
arte, así la obra musical, que implica estos caminos o andaduras interiores: la elección de
tal o cual camino puede determinar cada vez una posición variable de la obra en el
espacio. Toda obra comporta una pluralidad de trayectos, que sólo son legibles y sólo
coexisten en el mapa, y cambia de sentido según los trayectos que se eligen. Esos trayectos
interiorizados no son separables de unos devenires.17
Llevamos al organismo a mentir, a introducir ahí un mito, a poetizar en lo que conduce a
una verdad singular. El cuerpo pregunta, ¿cómo escuchamos a la carne? Habrá que
responder que guardando silencio, que la sonoridad del cuerpo atraviesa la carne y hace
emerger el fulgor, el relámpago que deviene canto, mirada que busca, mano que se extiende
demandando tocar, caricia que provoca al infinito. En el darse ahí y regresar sin nada se
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Deleuze, G. (1996) “Lo que dicen los niños”, En: Crítica y clínica. Editorial Anagrama, Barcelona
ERRANCIA LITORALES MARZO 2014
http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v8/litorales_10.html
posibilita lo imposible, ahí en el aleteo del sueño del colibrí, ahí se inscribe el tiempo del
devenir niño, ahí, en lo intempestivo que el amor produce.
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