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III Jornadas Nacionales de Historia Antigua –
II Jornadas Internacionales de Historia Antigua Página 86
¿DISCUTIR EL ORIGEN DEL ESTADO O DISCUTIR LAS
ESPECIFICIDADES DE LOS ESTADOS EN LA ANTIGÜEDAD? EL
CASO MESOPOTAMIA III Y II MILENIOS A.C.
Cristina Di Bennardis
Escuela de Historia, Centro de Estudios sobre Diversidad Cultural (CEDCU), Consejo
de Investigaciones (CIUNR), Universidad Nacional de Rosario
E-mail: [email protected]
RESUMEN
El presente trabajo se propone abordar la problemática de la especificidad -y por tanto
también de las diferencias- de los estados en las sociedades antiguas, en particular en la
Mesopotamia de los milenios III y II a.C., sobre la base de los indicios que surgen del
análisis crítico de las fuentes textuales y arqueológicas.
Esta preocupación tiene como eje desmitificar el carácter autocrático atribuido a los
estados orientales de manera explícita o sugerida, en contraposición con la democracia
griega, que sería el inicio de la más importante línea de desarrollo en Europa occidental.
El planteo es una postura crítica hacia el europeocentrismo, que está en la base de la
negación de la existencia de experiencias estatales para el recorte espacio-temporal
seleccionado, pero también a los límites analíticos del evolucionismo, aun en su forma
de neoevolucionismo, cuya postulación de etapas de complejización (en particular,
jefaturas previas a estados) no parecen corresponderse en el caso abordado.
EL ESTADO ANTIGUO COMO TEMA
La discusión acerca del origen del estado insumió gran parte de las décadas de los ‟60 a
los ‟80. Esta preocupación no era nueva, sino que llegó de la mano del evolucionismo
social y está presente en el siglo XIX tanto en Morgan como en Marx y Engels, por
mencionar solo una vía emblemática. El desarrollo del neo-evolucionismo y el impacto
del mismo en los estudios arqueológicos, antropológicos e históricos, hizo de la
antigüedad un campo de prueba de estas teorías, en la medida que era posible atisbar el
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surgimiento de estados “prístinos”1, aquellos surgidos por propia evolución interna.
Mesopotamia, la tierra de los dos ríos, fue un espacio asiduamente trabajado2.
Este camino llegó a un callejón sin salida, ya que, por un lado, fue cayendo el prestigio
del neo-evolucionismo como teoría que establecía etapas del desarrollo histórico –
aunque renovado respecto del originario evolucionismo social– y, por otro, porque
resultaba imposible encontrar acuerdos en cuanto a las causas del pasaje de las
sociedades no estatales a las estatales. Al mismo tiempo aparecen las teorías
antropológicas que plantean que la supuesta necesaria evolución hacia forma estatales
es negada por la existencia de sociedades etnológicamente registradas que se plantean
contra el estado, como algunos grupos de los Tupí-Guaraní de la Amazonía estudiados
por Pierre Clastres (1974, 1981)3.
A su vez, entrada la década del 90, el triunfo del escepticismo sobre los grandes relatos
históricos incitó a retraerse al particularismo. Por su parte, las condiciones del presente,
la reedición del enfrentamiento Oriente-Occidente hizo reaparecer planteos
eurocéntricos4 que están en la base de la negación del estado (y de las naciones), antes
del surgimiento del estado-nación moderno y reeditado la vía “europea” de desarrollo
que conectaría la democracia griega con la democracia moderna. Estos planteos han
tenido cierto desarrollo en la sociología histórica, que ha tomado como objeto de
análisis preferente el mundo clásico5. Sin embargo, el continuo acrecentamiento de
información proveniente de los estudios arqueológicos e históricos ha llevado, no solo a
no abandonar la búsqueda de las cualidades estatales en las sociedades antiguas, sino a
identificar aún más atrás (último cuarto del IV milenio a.C. en el caso de Mesopotamia)
sus primeras formaciones6.
El resultado de estos vaivenes es una razonable inclinación a recortar las imposiciones
teóricas, o flexibilizarlas a nuevos planteos, y a tratar de descubrir la especificidad de
cada estado en sus coordenadas de espacio y tiempo, con nuevas miradas sobre aspectos
1 Fried (1967, 1985). Concepto discutido en cuanto hay autores que consideran imposible el surgimiento
de un estado por factores endógenos; por el contrario sostienen que es la interacción la que los origina
(Kohl, 1987; Algaze, 2008). 2 Adams (1966), Adams y Nissen (1972), Johnson (1972; 1980), entre otros.
3 Cfr. Abensour (2007) para un estudio analítico del pensamiento de Clastres.
4 Huntington (1997).
5 Berent (1996), Sartori (2002).
6 Algaze (1989, 1993ª, 2008); Frangipane (1996); Glassner (2000).
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de la realidad social, ideológica, política, en sus contextos ecológicos7. A su vez no se
los visualiza como necesariamente secuenciales, ya que aparecen interceptados por
fenómenos de crisis y colapso de la centralidad política8 y surgimiento de nuevos
estados, con nuevas improntas, como los denominados por Liverani (1995a) “estados
étnicos”, o por Fleming (2004) “estados tribales”, en consonancia con los planteos
etnológicos que especialmente en la era poscolonial intentaron identificar nuevos
fenómenos estatales9.
Norman Yoffee (2005, 41) lo sintetizó diciendo:
“en los ´60 y las siguientes décadas, los arqueólogos estaban
obsesionados por identificar estados y desarrollar métodos para ese
propósito. En los ´90 los arqueólogos habiendo rechazado el proyecto
neo-evolucionista, se preguntaban no tanto qué eran los estados sino
lo que hicieron. En el nuevo milenio, los arqueólogos ahora estudian
más bien qué es lo que los estados no hicieron. Esto es, ¿Cuáles eran
los límites del poder en los estados tempranos? Cómo la gente
construía su vida en los estados tempranos?”10
ELUDIR LOS ORÍGENES
Por lo dicho, no entraré en la discusión acerca del origen del estado (aunque en alguna
ocasión haga falta referir a este proceso), sino que intentaré abordar las características
de los estados que las fuentes textuales y arqueológicas nos permiten reconstruir, en
parte, en Mesopotamia.
Comienzo por reconocer en el estado una forma de organización cualitativamente
distinta a otras formas de centralidad política: lo entiendo como el resultado de la
consolidación de las relaciones de dominación gestadas a lo largo del desarrollo
histórico en instituciones reconocidas por el conjunto social, que consolidan las formas
sociales vinculares entre sus miembros a partir de la sanción de las desigualdades
generadas e ideológicamente justificadas, lo que habilita la legitimidad del monopolio
de la coerción, la recaudación y disponibilidad de la población (leva militar o de
trabajo); en el estado antiguo la ideología es el mundo simbólico de la religión, por lo
cual, la institucionalidad estatal aparece generalmente sacralizada11
.
7 A modo de ejemplo no exhaustivo, valga el listado siguiente: Forest (1999); Stein (2001, 2005); Charvat
(2002); Fleming (2004); Cohen (2005); Bahrani (2008). 8 Tainter (1988), Yoffee (1988), Liverani (1995b), Ekholm Friedman (2005)
9 Connor (1998)
10 Esta y toda otra traducción son de la autora del artículo.
11 Todas estas apreciaciones requieren ser matizadas, en particular la cuestión del monopolio de la
coerción, que en los estados tempranos suele ser inestable y negociada.
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Como en tantos otros aspectos que intentamos reconstruir de las sociedades antiguas,
sabemos que no hay forma de identificar términos que expresen equivalencias con las
categorías modernas, en este caso, el estado; encontramos el sumerio kalam (en acadio
mātum), que podemos traducir como “la tierra”, “el país” que está bajo la égida de un
ensi, un lugal, un šarrum, en definitiva un gobernante, que se considera su dueño, o
simplemente el designado por los dioses para mantenerlo en orden, conservarlo y
ampliarlo; pero la reconstrucción del concepto debemos hacerla a partir de la
identificación y articulación de distintos datos diagnóstico. Por lo tanto, debemos
insistir en el carácter de herramienta analítica del concepto.
¿LA ARQUEOLOGÍA APORTA TEORÍAS?
Haré una breve referencia, al aporte de la arqueología para la identificación de las
formaciones estatales. La cita ineludible es el arqueólogo australiano-británico Vere
Gordon Childe12
, en la medida que ya en la década del ‟30 inaugura una forma de hacer
arqueología centrada no en el artefacto sino en quiénes producen, utilizan e
intercambian lo artefactual. Es decir, una arqueología social. Paleoetnólogo lo
denomina Liverani (2006, 13). Tan importante fue su obra que Bruce Trigger (1982)
tituló “La revolución arqueológica” a su libro sobre este autor. Gordon Childe, con las
herramientas del materialismo histórico intentó identificar en lo que denominó
“revolución neolítica” y “revolución urbana” en primer lugar las condiciones que dieron
lugar al surgimiento del excedente, en especial el cultivo de cereales, y luego, el
surgimiento de la ciudad, que una lectura cuidadosa permite identificar con el
surgimiento del estado –si se quiere el protoestado– la forma primera y aún incompleta
(al menos en el nivel de las fuentes) del estado13
. Imposible e innecesario por
suficientemente conocido recrear aquí el pensamiento de Gordon Childe, pero
retengamos su énfasis en los cambios tecnoecómicos que promueven la producción de
excedentes y la división del trabajo consecuente que sustentan en su planteos ambas
revoluciones.
12
En el libro de Trigger citado, se hace un recorrido completo de la obra de V. Gordon Childe. Si bien su
entera obra es importante, en un trabajo como el presente que toma como eje Mesopotamia. no puede
dejar de mencionarse su libro Los Orígenes de la Civilización (1954). 13
Gordon Childe usa el concepto de protoestado sin definirlo, por lo que se desprende que le otorga la
acepción convencional para el prefijo proto (del griego protos: primero), es decir, algo que está en sus
inicios, sin desarrollar.
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Más adelante (ya dijimos, desde los ‟60) los neoevolucionistas, la arqueología procesual
y la denominada postprocesual, a partir de los ‟80, intentarán también, desde distintas
perspectivas, combinar el estudio y clasificación del equipo ergológico, de los restos
materiales, con la interpretación de su significación y uso, tanto material como
simbólico, y su relación con lo ecosistemas.
La diferencia fundamental entre las teorías (aun las más sutiles) que surgen con el neo-
evolucionismo y sus sucesores y la de Gordon Childe es precisamente el término
“revolución”. Aquéllas hablan de un gradualismo, que necesariamente implica una serie
cada vez más abigarrada de etapas de transición hacia el estado, es decir una
continuidad. Por el contrario, Childe plantea una ruptura, una situación
cualitativamente diferente. Lo que se está marcando es la diferencia del modelo teórico
que guía la indagación.
El caso emblemático de aplicación de este modelo es el estudio e interpretación de
Mario Liverani (2006) del sitio de Uruk, en la baja Mesopotamia, ya que a través de los
sucesivos estratos de poblamiento es posible visualizar el proceso de transformación
social. Los períodos Uruk antiguo (3500-3200) y Uruk reciente (3200-3000), serían los
que permiten visualizar la “revolución urbana” y el surgimiento del “protoestado”, que
culmina con concentraciones urbanas importantes (Se han calculado para Uruk 100
hectáreas y alrededor de 20.000 habitantes14
), una imponente arquitectura religiosa (en
particular el área sagrada del Eanna de Uruk y el “templo blanco” dedicado al dios Anu,
ya sobre terraza, antecedente del zigurrat) y el inicio de la escritura, es decir, del registro
contable y la administración. Las excavaciones arqueológicas revelan a través del
análisis de la arquitectura, la organización territorial y las fuentes textuales15
, las formas
primarias de concentración de recursos que se sustraen a los productores, capaces de
generar excedentes, para canalizarlos en trabajos de valor social simbólico: en particular
la construcción del templo. El mismo es también almacén, administración central y
centro de organización y redistribución (al menos entre aquellos que no producen su
propio sustento). También se aprovecha el excedente para la realización de obras de
14
Nissen (2001, 43), citado por Yoffee, op cit. 2005. 15
En el sitio de Uruk, entre 1929 y 1930, un equipo de arqueólogos alemanes dirigidos por Julius Jordan
sacó a la luz numerosos ejemplos de registros (textos arcaicos de Uruk). Los textos, unos mil en total,
fueron analizados por vez primera por Adam Falkenstein y sus colaboradores. En la actualidad,
descubrimientos adicionales han incrementado el número total de textos de la propia Uruk y de otros
lugares, pero realizados al estilo de Uruk, hasta unos cuatro mil, y los esfuerzos pioneros de Falkenstein
han sido continuados por Hans J. Nissen, de la Universidad Libre de Berlín, y su colaboradora Margaret
W. Green. Ha sido en los ‟90 cuando el “equipo berlinés” ha develado y puesto a disposición esta
información.
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infraestructura administradas como los canales de riego sobre campos largos16
. Ha
aparecido lo que en palabras de Leo Oppenheim (1964: 95) será la “gran organización”,
o las “grandes organizaciones”, cuando un poco más adelante el palacio se desagregue
del templo como institución “laica”, aunque todavía no demasiado diferenciada.
Norman Yoffee (2005, 62), con una expresión que no podía ser más acertada, define el
surgimiento de la ciudad como la “explosión de una supernova”, con lo cual quiere
enfatizar que aparece algo totalmente diferente de lo anterior que cambia el ambiente
natural y social de forma drástica. Esto es coherente con la idea de relacionar el
surgimiento del estado, en algunos casos –tal como el de Mesopotamia– con el
surgimiento de las ciudades. Yoffee (2005:43) avanza sobre esta idea planteando que no
hay evidencias de ninguna jefatura anterior a la ciudad-estado y que la ciudad es el
ambiente de transformaciones sociales en que se gesta el estado en Mesopotamia y otros
lugares que analiza comparativamente17
.
No me extenderé en esto. Solo apuntaré que comparto la idea de Yoffee acerca de la
falta de evidencias de una secuencia jefatura-estados en Mesopotamia18
, aunque
lamento que no incluye en su análisis de este proceso de transformación la fundamental
cuestión de la apropiación del excedente19
. Me interesa por ello resaltar, siguiendo la
interpretación de Liverani, que el estado tal como se revela en Uruk muestra una
importante diferenciación respecto de lo conceptualizado como jefaturas, cacicazgos o
chiefdom: en estos últimos la estrategia de acumulación consiste en emplear los
excedentes para aumentar el consumo ostentoso del jefe y su familia y aumentar de ese
modo su prestigio personal y el de su clan. Simplificando mucho, a nivel arqueológico
se visualizan comunidades “igualitarias”, de casas modestas, donde lo más frecuente es
encontrar alguna vivienda mayor aunque no demasiado diferenciada y un grupo de
tumbas acompañadas de bienes suntuarios que corresponderían a la familia del jefe,
entre un conjunto de tumbas de ajuar pobre. Esto implica, siguiendo nuevamente a
16
Liverani (1996: 1-41) 17
En el contexto de discusión con el neo-evolucionismo acerca del significado de las ciudades, Yoffee
señala: “Whereas neo-evolucionists seem to have regarded cities as place-holders at the top of settlement
hierarchies they called states, I argued that cities were the transformative social environments in which
states were themselves created”. 18
De todos modos no se pueden ignorar trabajos como los de Gil Stein (1994) que atribuye el carácter de
chiefdom al período Ubaid, inmediato anterior al de Uruk. 19
En ese sentido entiendo que no aporta demasiado el planteo de Algaze (2008) cuando intenta ver
“desde el centro” lo que antes analizó desde “la periferia”. Si bien es necesario tomar en cuenta los
factores exógenos intervinientes (el intercambio de bienes), y es bueno pensar en términos de interacción
la relación endógeno-exógeno, no lo considero suficiente para abandonar la idea del crecimiento basado
en la diferenciación y jerarquización al interior de las sociedades que desarrollarían el urbanismo.
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Liverani, una relación bipolar: entrega de excedentes productivos o regalos suntuarios
al jefe, que a su vez redistribuye por “generosidad institucionalizada”, aunque no
necesariamente igualitaria.
La estrategia del protoestado y, podríamos decir en este caso, la ciudad, que seguirá
formas específicas en momentos posteriores (entre ellas, la diferenciación palacio-
templo) es, por un lado, la apropiación de excedentes de los productores para destinarlos
a fines colectivos además de individuales (obras de infraestructura agrícola, de defensa,
manutención de especialistas y administradores); por otra parte, la ostentación no tendrá
un carácter primordialmente personal sino “social”: construcción de templos expresión
de la comunidad toda, de su cohesión y de sublimación del proceso de diferenciación
social. Por tanto, la relación se transforma de bipolar en tripolar: las comunidades
locales entregan tributos al templo o palacio y trabajo a las tierras del templo o palacio,
que a su vez revierten luego en productos al templo o palacio. El templo o palacio
redistribuye servicios tanto efectivos (ya dijimos, ordenamiento del sistema de riego,
defensas, etc.), como simbólicos (intermediación con los dioses).
La capacidad de concentración de bienes del templo y su control sobre un vasto
territorio explicarían también el surgimiento de las denominadas por Guillermo Algaze
(1989; 1993b) “Colonias Uruk”, en el norte de Mesopotamia, por un lado “avanzadas
culturales”, por otro, asentamiento que habría tenido como fin garantizar el acceso a
materias primas raras en la zona (piedra, metal, madera).
Es importante tomar en cuenta que la arqueología, por la lógica de sus fuentes (los
restos materiales), ha hecho hincapié en el proceso de urbanización, pero otros autores,
en distintos momentos han resaltado que las ciudades constituían los centros políticos
de un mundo eminentemente rural (Earle 2002, Maeir 2003). El trabajo de Liverani ya
mencionado sobre “los campos largos”, la distribución de tierras y aguas en la baja
Mesopotamia, apunta en ese sentido. Comparto este análisis aunque no me extenderé en
esto20
, pero entiendo que ello hace aún más significativa la irrupción de la urbanización.
Más allá del hiatus del Protodinástico I (3000-2750), aún no demasiado comprendido, la
lógica de la relación entre organización socio-política y territorio conduce a observar
que estas primeras organizaciones estatales corresponden –siguiendo la tipología de
Mario Liverani (1995b)– a los estados comarcales, nominados por el uso académico
como ciudades-estado. Está bien estudiado el período denominado Protodinástico II –
20
De Bernardi/Di Bennardis (2006: 187-232)
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III (2750-2350) en el que puede reconocerse en la baja Mesopotamia un archipiélago de
pequeños estados con centro físico, político, administrativo y cultual en una ciudad: Ur,
Uruk, Girsu-Lagash, Umma, Badtibira, etc. Y aparecerá un nuevo indicador que sumado
a los anteriores hace más fiable el reconocimiento de la estatalidad: es el aportado por
las fuentes escritas: la aparición de la realeza, de las dinastías y su legado escrito en
inscripciones y tablillas.21
En el período acadio el estado alcanzaría, a su vez, carácter regional (2350-2200),
situación posibilitada por la acumulación de técnicas, saberes, formas de organización
social, que permiten un dominio más amplio del espacio (en ello no es nada desdeñable
la aceleración de invenciones generada por la guerra).
Vale señalar que tanto en el hiatus del protodinástico I como en la sucesivas
interrupciones dinásticas se presenta el problema del colapso estatal ya mencionado, es
decir, la pérdida de la centralidad política -que puede incluir un retroceso a formas de
organización y producción más simples- y podemos observar, por tanto, no un camino
unilineal hacia una complejidad cada vez mayor, sino situaciones diversas explicables
por la conjunción de procesos estructurales, situaciones coyunturales y “modelos de
estado” diversos que solo la investigación multidisciplinar (de arqueólogos,
historiadores, filólogos, geógrafos, etc.) puede desentrañar.
Yoffee (2005, 41) de modo pragmático y un tanto sarcástico propone lo que denomina
“la regla de Yoffee”: “si se puede argumentar acerca de si una sociedad es o no un
estado, entonces no lo es”. Pero más allá del intento de contabilizar “indicadores”
acerca de la existencia del estado, es necesario reconocer que identificarlos también
depende de las teorías que están en el sustrato de la búsqueda.
21
Considero que la ciudad-estado, es un estado -aunque este puede denominarse comarcal, como lo ha
hecho Mario Liverani-, porque posee todos los atributos característicos del mismo: órganos diferenciados
de gobierno (templo y palacio, el primero en un proceso subordinado al segundo); capacidad de
centralización de excedentes (las ofrendas se han transformado en tributo, exigible en especie, en trabajo
y en "sangre", o sea para la leva militar); sector social dominante, conformado en primer término por las
casas de templos y palacios, con toda clase de vínculos con otras casas "privadas"; monopolio de la
coacción (directa, a partir de la relación entre el palacio y la especialización para la guerra, e ideológica,
en tanto las relaciones de dominación quedan sacralizadas por el rol del gobernante como intermediario
de los dioses); dominio territorial, identificado con la “propiedad” del mismo, prerrogativa del dios
tutelar. Para la discusión de los conceptos incluidos en esta caracterización cfr. De Bernardi/Di Bennardis
(2006: 188-89)
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DESMITIFICAR EL CARÁCTER AUTOCRÁTICO DE LOS ESTADOS
“ORIENTALES”. ESTADOS, CIUDADES … Y TRIBUS.
Dejo así esa atracción por los orígenes, esa inefable sustancialidad del “cuándo y cómo
ocurrió”, para plantear la interesante apertura –que cobra fuerza hoy día– orientada a
romper con la visión de un omnipresente autocratismo estatal (sacralizado en la mayor
parte de los casos) y a buscar realidades específicas que demuestran no ser secuenciales.
Para Mesopotamia vale rescatar antecedentes a esta postura, como el planteo de
Thorkild Jacobsen que ya en 1943 se planteaba la existencia de una “democracia
primitiva en Mesopotamia”, sobre la base del análisis de fuentes míticas, donde
aparecían organismos colectivos de decisión, como era la “asamblea de los dioses”.
Jacobsen sostenía que esto no podía ser sino un reflejo de instituciones humanas, que
habrían existido en épocas anteriores al surgimiento de las monarquías autocráticas. En
este caso, alentaba a Jacobsen, en vísperas de la 2a Guerra Mundial, el interés por
mostrar que la “democracia” era una práctica “natural” de las sociedades humanas. Su
planteo fue criticado sobre la base de que las fuentes míticas no resultaban relevantes
para sustentar esta idea. Sin embargo, estudios posteriores basados en fuentes de
archivos, como fueron las cartas de Hammurabi (1792-1750) a sus funcionarios
mostraban al rey en más de una oportunidad ordenando que los problemas planteados
fueran resueltos por “la ciudad” y “los ancianos”, dando cuenta así de la existencia
efectiva todavía en esta época, de órganos colectivos de decisión, aunque tal vez
residuales y que solo decidían sobre problemas locales. Esta situación no pasó
desapercibida a los estudiosos tanto occidentales22
como de la entonces “escuela
soviética”23
quienes ligaron la existencia de esas “asambleas” (puḫ rrum), de los
ancianos (abbū) y de los hombres (guruš, eţlum), a la existencia de la libertad posible en
aquella época: la posesión del medio de producción: las tierras ancestrales, heredadas en
el ámbito de la familia, como se puede apreciar en la carta de Hammurabi a Shamash-
Hazir y Marduk-nasir (AbB 4.40) por un litigio sobre tierras 24
.
Otro aporte en la caracterización del estado en Mesopotamia fueron los trabajos
compilados por Andre Finet (1975, 1982), asiriólogo belga de reciente desaparición,
quien en dos coloquios realizados en la Universidad libre de Bruselas abordó la
22
Falkenstein (1954), Gelb (1969; 1979). 23
Diakonoff: (1970, 1975, 1982); Struve (1963). 24
Cfr. Kraus (1968). La misma forma parte de un lote que se encuentra en el Museo del Louvre y fue
registrada como AO 8582.
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problemática de “la voz de la oposición en Mesopotamia” (en el coloquio realizado en
1978) y “los poderes locales en Mesopotamia y sus zonas adyacentes” (en el de1982).
En ambos, prestigiosos asiriólogos (Bottero, Wilcke, Kupper), con criterios diversos
con respecto a la importancia y efectividad de dichas instituciones, sistematizaron la
mención de las mismas en las fuentes textuales, aportando una inflexión en la
caracterización de la realeza y el estado mesopotámicos hacia formas más realistas y
menos influenciadas por las fuentes de carácter palacial; aunque la mayoría de ellos
concluían que ni los poderes locales, ni la oposición podrían realmente hacer sombra al
poder real. Recientemente, Andrea Seri (2005) refresca y profundiza estos planteos,
remarcando la interacción entre los poderes locales (ancianos de la ciudad, asamblea y
gobernadores o delegados) y el estado. La autora centra su análisis en la baja
Mesopotamia (Babilonia), aunque toma también referencias importantes del Reino de
Mari, ubicado en el Éufrates medio.
Más allá de las diferencias en tiempo, espacio y condiciones históricas, no parece sino
que el prejuicio eurocéntrico pudo velar las analogías entre las formaciones estatales
urbanas de uno y otro lado del mediterráneo. El surgimiento de cuerpos colegiados, la
defensa de las autonomías urbanas, las identidades citadinas25
, son elementos
homologables, que requieren de un esfuerzo de colaboración entre “clasicistas” y
“orientalistas” en estudios comparados que clarifiquen el panorama político social más
allá de las barreras ideológicas que surgieron de las confrontaciones de la época y han
servido de base, en gran medida, a las actuales26
.
Precisamente, desde el descubrimiento (1933-34) por un equipo de arqueólogos
franceses de un archivo de tablillas cuneiformes (más de 20.000), en el sitio de Tell
Hariri (la antigua ciudad de Mari) al este de Siria, sobre las márgenes del Éufrates
medio, el continuo trabajo de traducción de estas tablillas ha permitido observar con
mucho detalle el carácter particular de estados como el que tiene su centro en la propia
25
Sobre e tema de la identidad con sentido de pertenencia a una comunidad colectiva cfr. De Bernardi/Di
Bennardis: 2003. 26
Es claro que la brecha se abrió entre esas mismas sociedades al entrar en competencia por el espacio y
los recursos, en momentos no equivalentes en el plano del desarrollo político e ideológico: los griegos se
enfrentan a los persas -luego de una larga convivencia de las colonias griegas en Asia menor con las
culturas “orientales”- cuando su organización basada en la ciudad-estado tenía aún vigencia y la
exaltación de sus valores fue fuente de cohesión y exaltación identitaria (aunque no unánime) frente a la
presión de los aqueménidas. Estos últimos representaban la máxima maduración de las formas imperiales
que habían comenzado ya a desarrollarse a mediados del II milenio a.C., con signo opuesto: la
concentración del poder. Sin embargo, las diferencias sustanciales quedarían barridas, a su turno, bajo las
imposiciones de Filipo de Macedonia (359-336 a. C.), el imperio de Alejandro (336-323 a.C.) y los
procesos históricos posteriores, en particular la conformación del imperio romano (27 a.C.- 476 d.C. si
contamos la caída del imperio romano de occidente)
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ciudad de Mari. Allí, el elemento tribal tiene un peso considerable, ya que los reyes de
origen amorreo (es decir de lengua semítico occidental) deben actuar en consonancia
con la dualidad de su súbditos: por un lado la población urbana denominada “acadia” en
las fuentes, y por otro las tribus “amorreas”, algunas parcialmente asentadas y otras
ligadas al movimiento estacional del ganado en búsqueda de pasturas. Los reyes, lejos
de posiciones despóticas o “teocráticas”, están en permanente negociación e incluso
concesión de derechos a ciertos grupos difíciles de controlar aunque formaban parte del
mātum, de la tierra o el país, su dominio, ya que habían jurado lealtad al rey, tal vez en
ceremonias de carácter religioso. Daniel Fleming, en su trabajo publicado en 2004, ya
citado, de provocativo título Democracy’s Ancient Ancestors. Mary, and Early
collective Governance, se dedica a revisar exhaustivamente las características del poder
en el estado de Mari y sus adyacencias, y siguiendo y perfeccionando lo ya planteado
por otros autores sobre la base del archivo de esta ciudad, analiza las interacciones y
negociaciones entre los poderes tribales y la ciudad, distintos roles que se actúan en
cargos que el gobierno de Mari debe considerar interlocutores, como los sugagum
(líderes locales tanto de tribus como de ciudades), los merḫ ūm (jefes de pasturas) y las
tradiciones de corporaciones colectivas representadas por “los qaqqadum” (los
“cabezas”, los prominentes, los líderes, considerados siempre en plural), así como las
asambleas (puḫ rum). En consonancia con lo que se viene sosteniendo, Fleming (2004,
xii), plantea lo siguiente:
“De hecho, los componentes colectivos de las políticas del
Cercano oriente, parecen ser muy antiguos y persistentes. No
podemos esquematizar la temprana historia política como el
desarrollo de sociedades cada vez más complejas, en las cuales
líderes individuales establecieron controles centrales cada vez
más efectivos, hasta que Grecia introduce un sistema
radicalmente diferente, sin relación con lo anterior. El mundo
político anterior a la democracia es por tanto de una gran
diversidad, con una serie de elementos constitutivos que no son
tan obvios en su diferencia respecto de varios de los que
constituyen la escena griega antes del proceso que conduce a la
democracia. En Siria-Mesopotamia, la región norte del
Creciente fértil, el carácter político colectivo de “la ciudad”,
provee un antecedente especialmente interesante del desarrollo
de la democracia ateniense, alrededor de la unidad denominada
“polis”, una vez más, una “ciudad”.
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CONSIDERACIONES FINALES
Para terminar este breve recorrido volviendo al punto desde donde partí, vale mencionar
que la arqueología tiene gran vitalidad para producir nuevas interpretaciones. Así,
Adams (2007), en su breve artículo “The Limits of State Power on the Mesopotamian
Plain”, retoma la discusión entre Diakonoff y Gelb en la XVIII Recontre assyriologique
realizada en Munich in 1970, donde el primero de los autores puso en tela de juicio la
efectiva dominación de las organizaciones estatales del III y II milenios sobre la entera
llanura aluvial mesopotámica. Adams, suma a estos planteos posteriores aportes como
los de Rowton –que permitieron ver la dinámica entre pastores y sociedad urbana, así
como diferentes modalidades de explotación de los recursos naturales-, y estudios
arqueológicos actuales que munidos de nuevas tecnologías (como las imágenes
satelitales de los sitios) demuestran que el control de los sistemas de irrigación fue
durante mucho tiempo local o regional (más allá de lo que la fraseología monárquica
puede dar a entender, o incluso creer); sólo serían coordinados a partir de mediados o
fines del ler milenio a.C. y recién durante el tardío período sasánida (226-651 d.C.) y
bajo condiciones excepcionales de lucha contra el imperio bizantino, se extendería el
control estatal a la entera planicie aluvial (Adams 2006: 2). De estas consideraciones
sobre una cuestión de valor estratégico en la sociedad mesopotámica, como es el recurso
hídrico (y en consecuencia el agrícola) el autor deduce:
“De este modo, es necesario ver a la antigua llanura
mesopotámica como una región de control estatal muy rara vez
unificada. Desde la perspectiva ecológico-ambiental, fue y solo
podía ser un mosaico de distintas combinaciones de subsistencia
y otros recursos. Así, algunos dependían de la irrigación
intensiva provista por el estado, otros en cambio explotaban
extensos pantanos con formas de asentamiento aisladas,
transitorias y una organización social similar a aquella de los
árabes de los pantanos de tiempos recientes27
. Y otros, más
pastoriles en sus actividades y su actitud, deben haber
concentrado su atención principalmente en zonas donde las
condiciones prevalentes eran parecidas a las de la estepa”.
Adams (Ibid.: 3) cierra su trabajo con la siguiente apreciación:
27
Los denominados “árabes de los pantanos” son habitantes de los pantanoso meridionales de Iraq, y si
bien construyen sus viviendas y tienen una forma de vida semejante a los habitantes de época
prehistórica, es falto de fundamento postular que haya desde aquella época a la actualidad, otra
continuidad que vaya más allá de la adaptación al ecosistema de la zona.
III Jornadas Nacionales de Historia Antigua –
II Jornadas Internacionales de Historia Antigua Página 98
“Será una responsabilidad primordial de los arqueólogos
futuros, no de los asiriólogos, descubrir la verdadera magnitud
así como los detalles de estos patrones de la vida
socioeconómica más diferenciados, de los cuales han llegado
solo indicios a los textos cuneiformes a través de la mirada
miope de los antiguos escribas de su propio Hinterland”.
Es claro que Adams desconfía de la información recogida en las fuentes textuales, ya
que parece no creer posible que los asiriólogos vayan más allá de la mirada miope de
los antiguos escribas. Independientemente de los sentimientos que su afirmación puede
provocar en nuestras sensibilidades académicas, debe reconocerse una vez más que es
necesario apelar a todas las informaciones disponibles, cotejar fuentes arqueológicas y
textuales y, a partir de esta práctica, producir las subsecuentes interpretaciones que nos
permitan atisbar, así sea parcialmente, aspectos de aquellas sociedades, como la
estatalidad, que tienen todavía gran vitalidad en nuestra propia existencia.
Lo expuesto me permite limitar a breves renglones las inferencias a profundizar que
surgen de este recorrido:
El estado, como institución de centralidad política no es un invento
europeo de la modernidad, sino que reconoce muy diversas formas de aparición,
transformación, colapso y reaparición, en función de realidades históricas
precisas.
Por ello es necesario:
Revisar la historia prejuiciada de eurocentrismo que aún nos condiciona.
Revisar y realizar nuevos estudios arqueológicos y filológicos, con un
marco histórico-social que posibilite ver más allá de lo explícito, una mirada
crítica que permita develar lo omitido (ya que son generalmente las élites las que
dejan trazas reconocibles), y autocrítica respecto de nuestra propia tendencia a
proyectar sobre las sociedades antiguas los modelos organizativos de las
sociedades actuales donde estamos insertos.
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