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Anuario de Estudios Americanos, 63, 1, enero-junio, 19-50, Sevilla (España), 2006 ISSN: 0210-5810 El laberinto religioso de Juan Manuel de Rosas Roberto Di Stefano CONICET- Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires La historiografía tradicional argentina consolidó la imagen de Juan Manuel de Rosas como el restaurador de la tradición católica colonial, muy debilitada durante la experiencia rivadaviana en la década de 1820. Este trabajo cuestiona tal posición. Nuestra hipótesis central es, por el contrario, que Rosas trató de implementar una política religio- sa inspirada en elementos provenientes de distintas tradiciones ideológicas. Este intento lo condujo a un callejón sin salida. PALABRAS CLAVE: Juan Manuel de Rosas, Política religiosa, Reforma eclesiástica. Argentine traditional historiography consolidated the imagen of Juan Manuel de Rosas as the Restorer of the colonial Catholic tradition strongly weakened during the Rivadavian experience on the decade of 1820. This work discusses this assumption. Our central hypothesis is, on the contrary, that Rosas tried to carry out a religious policy inspi- red in distinct elements taken of different ideological traditions. This attempt conducts him to a dead-end. KEYWORDS: Juan Manuel de Rosas, Religious Policy, Ecclesiastical Reform. En 1820, incapaz de resistir los embates de la guerra civil, terminó de desmoronarse el Directorio que gobernaba —o más bien intentaba gobernar— a las Provincias Unidas del Río de la Plata, aún insurrectas contra España. Lo que emergió de sus ruinas fue un conjunto de estados provinciales soberanos que a partir de entonces buscaron ejercer plena jurisdicción sobre los habitantes que poblaban sus geografías. De todas esas experiencias de gobierno provincial la más exitosa fue sin dudas la de Buenos Aires, ciudad que había alcanzado ya a fines del siglo XVIII las dimensiones de una urbe española de segundo orden, gracias a su intenso dinamismo demográfico y a su activo comercio, y que desde 1776 osten- taba el rango de capital virreinal. Las profundas transformaciones que se produjeron en las instituciones eclesiásticas y en la vida religiosa porteñas AEA, 63, 1, enero-junio, 2006, 19-50. ISSN: 0210-5810 19

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  • Anuario de Estudios Americanos, 63, 1,enero-junio, 19-50, Sevilla (Espaa), 2006

    ISSN: 0210-5810

    El laberinto religiosode Juan Manuel de Rosas

    Roberto Di StefanoCONICET- Facultad de Filosofa y Letras,

    Universidad de Buenos Aires

    La historiografa tradicional argentina consolid la imagen de Juan Manuel deRosas como el restaurador de la tradicin catlica colonial, muy debilitada durante laexperiencia rivadaviana en la dcada de 1820. Este trabajo cuestiona tal posicin. Nuestrahiptesis central es, por el contrario, que Rosas trat de implementar una poltica religio-sa inspirada en elementos provenientes de distintas tradiciones ideolgicas. Este intento locondujo a un callejn sin salida. PALABRAS CLAVE: Juan Manuel de Rosas, Poltica religiosa, Reforma eclesistica.

    Argentine traditional historiography consolidated the imagen of Juan Manuel deRosas as the Restorer of the colonial Catholic tradition strongly weakened during theRivadavian experience on the decade of 1820. This work discusses this assumption. Ourcentral hypothesis is, on the contrary, that Rosas tried to carry out a religious policy inspi-red in distinct elements taken of different ideological traditions. This attempt conducts himto a dead-end.

    KEYWORDS: Juan Manuel de Rosas, Religious Policy, Ecclesiastical Reform.

    En 1820, incapaz de resistir los embates de la guerra civil, terminde desmoronarse el Directorio que gobernaba o ms bien intentabagobernar a las Provincias Unidas del Ro de la Plata, an insurrectascontra Espaa. Lo que emergi de sus ruinas fue un conjunto de estadosprovinciales soberanos que a partir de entonces buscaron ejercer plenajurisdiccin sobre los habitantes que poblaban sus geografas. De todasesas experiencias de gobierno provincial la ms exitosa fue sin dudas la deBuenos Aires, ciudad que haba alcanzado ya a fines del siglo XVIII lasdimensiones de una urbe espaola de segundo orden, gracias a su intensodinamismo demogrfico y a su activo comercio, y que desde 1776 osten-taba el rango de capital virreinal. Las profundas transformaciones que seprodujeron en las instituciones eclesisticas y en la vida religiosa porteas

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  • durante el pasaje del orden colonial a la vida independiente han sido ana-lizadas por diferentes autores y siguen siendo motivo de estudio y debate.1Sin embargo, los estudios de historia colonial y del primer siglo XIX rara-mente se han aventurado ms all del ao 1830, cuando sin duda la vidade la Iglesia experimenta un giro, por lo que las dcadas centrales de lacenturia permanecen prcticamente vrgenes en cuanto a lo que investiga-cin se refiere.

    El presente artculo intenta esa aventura: se centra en la experiencia degobierno de Juan Manuel de Rosas durante la dcada de 1830, perodo queabarca su primera gestin como gobernador de la provincia (1829-1832) yel primer tramo de su segundo mandato (1835-1839). La crisis en que seprecipit el gobierno federal a partir de 1838 marc un viraje en diferentesplanos, incluido el eclesistico, por lo que los aos sucesivos debern serobjeto de un ulterior estudio. La hiptesis central de este trabajo es queRosas intent implementar durante el perodo examinado una poltica reli-giosa inspirada en elementos provenientes de tradiciones ideolgicasincompatibles: heredero por un lado de la tradicin galicana consagrada enla Ley de Reforma del Clero de 1822 y, por otro, de convicciones intransi-gentes incompatibles con ella, el gobernador busc conservar el andamiajeinstitucional reformista introduciendo en l modificaciones que por su mis-ma naturaleza estaban destinadas al fracaso. Esa poltica eclesistica con-dujo al gobierno federal a un laberinto del que no logr nunca encontrar lasalida. Su voluntad de conservar en sus lineamientos esenciales el modeloreformista de la dcada de 1820 era no slo contradictoria sino inconcilia-ble con las modificaciones que intent introducir en l, en particular latransferencia de recursos del clero secular a la nica orden religiosa quelogr sobrevivir a la reforma los franciscanos y a las que Rosas hizoresucitar entre 1835 y 1836 (dominicos y jesuitas). El progresivo desinte-rs que desde 1839 el gobernador parece manifestar por la Iglesia comoinstrumento para la conservacin y la reproduccin del orden federal esindicio, tal vez, del peso de ese fracaso. Secundariamente y en otro regis-tro, el artculo intenta poner en discusin una imagen de Rosas que la his-toriografa, desde la obra pionera de Adolfo Saldas hasta algunos aportesrelativamente recientes como los de John Lynch, ha transmitido de genera-

    1 Entre los estudios recientes ms especficos cabe sealar Peire, J.: El taller de los espejos,Iglesia e imaginario, 1767-1815, Claridad, Buenos Aires, 2000, y Di Stefano, R.: El plpito y la pla-za. Clero, sociedad y poltica de la monarqua catlica a la repblica rosista, Siglo XXI, Buenos Aires,2004.

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  • cin en generacin: la de Rosas como restaurador de la tradicin catlicacolonial debilitada durante la experiencia rivadaviana de la dcada de 1820.En este segundo plano, el trabajo sintoniza con la obra de otros historiado-res que han sealado antes que su autor el carcter errneo de esa interpre-tacin, que lo es adems por el hecho de que tiende a considerar al rgimende Rosas como un bloque, cuando es claro que ese rgimen segn la felizexpresin de Jorge Myers fue construyndose gradualmente y por par-ches.2 Puesto que el marco inicial en el que Rosas acta es el diseado porla reforma de 1822, ofrecer antes que nada un breve anlisis de la ingenie-ra eclesistica plasmada en ella. Explicar y analizar luego los motivosque movieron a Rosas a respetar ciertos rasgos de esa poltica y a introdu-cirle algunas significativas modificaciones, dando forma a una polticaeclesistica destinada al fracaso.

    El sueo reformista

    En cierto sentido, durante la poca colonial no existi una Iglesia enel sentido que actualmente se da al trmino, sentido que implica, por unlado, la existencia de una institucin dotada de un grado suficiente de auto-noma en la formulacin de sus objetivos y sus estrategias y en la elabora-cin de su discurso y, por otro, su estructuracin a partir de un nico cen-tro de autoridad capaz de lograr que la totalidad de sus miembros acatensus directivas por medio del consenso o por medio de la coaccin.3 La lla-mada Iglesia colonial, lejos de ello, era un conjunto heterogneo de ins-tituciones muy diferentes, en muchos casos demasiado dependientes de losintereses de familias especficas y redes de la elite, y sus objetivos y estra-tegias eran formulados en muy buena medida por la Corona espaola a tra-vs del ejercicio del derecho de patronato. En Buenos Aires la construccinde una institucin eclesistica, proceso contemporneo y estrechamente

    2 T. Halperin Donghi seal significativas continuidades entre la poltica de Rosas y la delpartido rivadaviano, incluso en el plano eclesistico, en: Halperin Donghi, Tulio: De la revolucin deindependencia a la confederacin rosista, Paids, Buenos Aires, 1972. Ms recientemente, J. Myers haadvertido acerca del lugar secundario que los temas religiosos ocuparon dentro del universo discursivodel rosismo Myers, J.: Orden y virtud. El discurso republicano en el rgimen rosista, UniversidadNacional de Quilmes, Bernal, 1995.

    3 Vase la voz Istituzione en Esposito, R. y Galli, C. (dir.): Enciclopedia del pensiero poli-tico. Autori, concetti, dottrine, Laterza, Roma-Bari, 2000. Estas ideas han sido presentadas por prime-ra vez en Di Stefano: El plpito y

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  • vinculado al de la formacin del Estado provincial que tiene lugar luego de1820, tendi a separar a las instituciones eclesisticas coloniales y al clerodel universo de intereses familiares que los sustentaba y reproduca, ascomo a centralizar sus mltiples instancias de toma de decisiones subordi-nndolas a la autoridad diocesana. El momento crucial en ese camino fuela Ley de Reforma del Clero sancionada por la Legislatura en diciembre de1822, parte fundamental del programa ms general de reformas con el queel elenco gobernante buscaba moldear diferentes mbitos de la vida porte-a, ponindolos, como se dice, a la altura de los tiempos.4 Esa reformaeclesistica, siguiendo a grandes rasgos el modelo de la Constitucin Civildel Clero de Francia de 1790, confiri por un lado a las instituciones ecle-sisticas una organizacin unitaria y, por otro, al incorporarlas a la estruc-tura poltico-administrativa del Estado en formacin, busc introducir unacua entre ellas y la sociedad que las haba creado y reproducido hastaentonces. Subrayo el carcter tendencioso de esa poltica: no afirmo sinms que la participacin de las familias de elite en la vida de la Iglesia des-apareci desde entonces, ni que se haya eliminado completamente lapoliarqua eclesistica, sino simplemente que en tal sentido obraba el pro-yecto reformista. Mientras el xito fue completo en relacin con la cons-truccin de un polo nico de la toma de decisiones, la participacin de lasfamilias en las instituciones trasladadas al mbito del Estado mud su natu-raleza: a partir de entonces ellas perdieron la posibilidad de incidir demanera determinante en las decisiones cruciales para la vida de parroquias,conventos y otras instituciones.

    De manera esquemtica puede decirse que los ejes fundamentales dela Reforma del Clero implicaban la transferencia de recursos humanos ymateriales del clero regular al secular, pensado como clero de la provinciay no ya de la entera dicesis, que comprenda adems las provincias deEntre Ros, Santa Fe, Corrientes y la Banda Oriental, que en 1828 se inde-pendiz polticamente como Repblica Oriental del Uruguay. Ejemplos deesa transferencia son la promocin de las secularizaciones de frailes, o lasconfiscaciones de instalaciones de los conventos por parte de la dicesis ydel Estado. La reforma implicaba adems la ruptura o, al menos, el debili-tamiento de los lazos de dependencia de las instituciones eclesisticas con

    4 Sobre el programa general de reforma, Ternavasio, M.: Las reformas rivadavianas enBuenos Aires y el Congreso General Constituyente (1820-1827), en Goldman, N. (dir.): Revolucin,Repblica, Confederacin (1806-1852), vol. III de Nueva Historia Argentina, Editorial Sudamericana,Buenos Aires, 1998, pgs. 159-197.

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  • respecto a familias muy concretas. Conllevaba la centralizacin de la tomade decisiones en el ordinario, en este caso el cabildo eclesistico, rebauti-zado con el ttulo algo pomposo de Senado del Clero. Importaba, por lti-mo, la sujecin del sistema entero a los poderes del Estado provincial. Setrataba de la construccin de una Iglesia de base provincial adaptada almodelo de Estado republicano que en esos mismos aos se intentaba ins-taurar. Iglesia y Estado no fueron en el Ro de la Plata, como en ningn otrositio, entidades atemporales en lucha desde tiempos inmemoriales, sino dosestructuras que se construyeron histricamente. En el caso rioplatense almenos, esa construccin se verific ms bien en estrecha relacin e inter-accin entre ambas partes que como el resultado de la pugna entre dosmbitos con finalidades opuestas.

    El grupo reformista busc remodelar la vida eclesistica dentro de lahorma republicana. La transferencia de recursos del clero regular al secu-lar tena el sentido de homogeneizar al clero, eliminando en lo posiblela estructura estamental eclesistica heredada del antiguo rgimen e inten-tando, a la vez, que la totalidad de las actividades cultuales y pastoralesfuesen confiadas a los clrigos. stos, por sus caractersticas, podan asi-milarse poltica y conceptualmente mucho mejor a la sociedad jurdica-mente igualitaria soada por el crculo rivadaviano. La eliminacin delfuero eclesistico obraba en el mismo sentido. Un artculo de El Centinelade 1822 explicaba que todo eclesistico se presenta a nuestra vista bajodos aspectos: como ciudadano y como ministro del altar. Adems, comopor la naturaleza misma del poder temporal, las excepciones del cleroresisten a la autoridad de aquel, la eliminacin del fuero permitira elrenacimiento de aquel espritu de igualdad que animaba a los primerosfieles.5

    La existencia de rdenes religiosas comportaba en cambio una frag-mentacin de la obediencia que el nuevo elenco gobernante y sus partida-rios juzgaban intolerable. Cada una de ellas posea sus sbditos, ligadosa sus superiores por un lazo de obediencia sancionado solemnemente comovoto religioso, en contradiccin con la imagen del ciudadano libre para ele-gir y ser elegido en la arena poltica moderna. Por otra parte, la existen-cia de rdenes implicaba la existencia de una fragmentacin devocional, esdecir, la convivencia de diferentes sensibilidades y representaciones quesancionaban en el plano mental la fragmentacin de la obediencia. La eli-

    5 El Centinela, 11 de agosto de 1822.

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  • minacin de los conventos implicaba la de la poliarqua espiritual delAntiguo Rgimen. Con el modelo de Iglesia propuesto, el gobierno busca-ba centralizar la vida devocional y vincularla al imaginario republicano. Lareduccin a la unidad en ese plano se refleja, por ejemplo, en la celebracinconjunta de la fiesta de Corpus Christi y el primer aniversario de laRevolucin luego de la reforma.6 Si hasta 1821 los gastos haban corridopor cuenta del Cabildo, la eliminacin de la corporacin que superponasu jurisdiccin a la del naciente Estado provincial permiti que desdeentonces se considerase a la fiesta como primera funcin del Estado.7 Lamisma tendencia se advierte en la poltica utilitarista seguida en relacincon el Santuario de Lujn, que a los ojos del gobierno no tena mas obje-to que el culto de una imagen que le permita a su parroquia recaudar unacantidad de emolumentos superior la de casi todas las parroquias de cam-paa.8 O en la creacin del cementerio pblico que elimin la fragmenta-cin de los espacios de la muerte.9 La centralizacin de la Iglesia republi-cana aconsejaba reducir al mnimo la pluralidad de expresiones dedevocin coloniales, reflejo espiritual de antiguas vinculaciones y obedien-cias sobre las que se haban sustentado las tradicionales instancias delpoder poltico-religioso.

    La centralizacin adems, como se ha dicho, implicaba el debilita-miento de los vnculos entre familias e instituciones eclesisticas, que conla reforma pasaron a considerarse sin ms estructuras administradas por elEstado. Las parroquias fueron consideradas patrimonio de las comunida-des de fieles en su conjunto, y la designacin del prroco y de los sndi-cos dej de ser (al menos en las intenciones) el fruto de un acuerdo entreel poder civil y las familias que haban construido y mantenan el templo(a veces se trataba del patronato de una nica familia).10 En 1822 los sn-dicos pasaron a ser nombrados exclusivamente por el gobierno, si bien en

    6 Vase el intercambio de cartas entre el presidente interino del senado del clero y el gober-nador en mayo de 1823 en Archivo General de la Nacin, Estado de Buenos Aires (en adelante AGN),Culto, X 4-8-4: 1823.

    7 As lo expresa Andrs F. Ramrez en carta al ministro de gobierno de 8 de junio de 1824,en AGN, Culto, X 4-8-5, 1824-1826.

    8 Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1822, decreto 376 del 1 de julio de 1822.9 Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1821, decreto 109 del 13 de diciembre

    de 1821.10 Existen varios casos que he documentado en Di Stefano: El plpito y la plaza, cap. 2. Las

    leyes de Indias establecan que si algun particular fundare Iglesia, u obra pia, tenga el Patronazgo deella, y los Prelados la jurisdiccin que les da l derecho. Recopilacin de Leyes de los Reynos deIndias, t. I, Libro I, Ttulo VI, Ley xxxxiij, Consejo de la Hispanidad, Madrid, 1943.

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  • la prctica se acostumbr pedir a los prrocos que sugirieran un nombre.11Si en la poca colonial haba sido intensa la influencia de esas familiassobre aspectos centrales de la vida de las instituciones religiosas, al serstas incorporadas a la rbita del poder pblico, esa incidencia tenda adebilitarse o a reformularse en trminos mucho ms mediatizados. Conello se daba cumplimiento a un antiguo anhelo borbnico, expresado, porejemplo, en la prohibicin de los entierros en las iglesias y la formacinde cementerios fuera de ellas; independientemente de los motivos sanita-rios aducidos, sin duda atendibles, la medida apuntaba a lograr una mayordistincin entre la Iglesia y la sociedad. En la reforma portea de 1822, laeliminacin de los diezmos y el proyecto de que la totalidad de los minis-tros del culto y los prrocos pasaran a cobrar sueldos del Estado obrabaen el mismo sentido: desvincular, cortar o al menos debilitar al mximolos lazos de dependencia que mutuamente ligaban al clero a las institucio-nes eclesisticas y a la sociedad. Por eso es que a partir de esos aos seconsider subversiva la mendicidad de los religiosos, ms all de quesirviera, de paso, como elemento de presin para obligarlos a optar por lasecularizacin.

    El sistema de gobierno de esa Iglesia republicana quedaba en manosfundamentalmente del Senado del Clero, instancia colegiada que reflejaba,en el plano eclesistico, el poder soberano que ejerca la legislatura provin-cial. El prelado gobernador de la dicesis, que permaneca en sede vacan-te desde 1812, funcionaba como una especie de Poder Ejecutivo que ejer-ca sus poderes como delegado del Senado. ste, a su vez, detentaba unasuerte de soberana religiosa que naca del pueblo cristiano porteo,obvia aplicacin al plano eclesistico de las ideas vigentes en la esfera pol-tica en relacin con la soberana popular. La centralizacin de la obedien-cia barra con la poliarqua eclesistica propia del antiguo rgimen. Lasujecin de todas las autoridades religiosas al ordinario diocesano obrabaen ese sentido, as como la eliminacin (en la prctica) de las rdenes yotras instituciones, como la Vicara General Castrense, abolida por tratarsede una institucin, que tanto perjudica las ventajas de la uniformidad.12Esa reduccin a la unidad se deba dar en todos los niveles, incluso dentro

    11 Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1822, decreto 318 del 18 de marzode 1822. Vase Tambin el decreto N. 345 de 13 de abril del mismo ao, en que se establece queno reconocern cargo alguno contra los ramos de su administracin, sin declaracion especial delgobierno.

    12 Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1822, decreto 750 del 1 de julio de 1822.

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  • de las mismas parroquias, en las que se elimin la antigua prctica de quecoexistieran dos curas con idnticas o paralelas jurisdicciones.13

    La Iglesia portea se conceba como espacio de vida espiritual de losnuevos ciudadanos que el Estado buscaba formar a travs del ejercicio dela vida poltica y de la participacin en una esfera pblica que simultnea-mente se intentaba crear desde el Estado mismo. La nueva Iglesia porteadeba ser el mbito en el que los ciudadanos del nuevo Estado celebraran elculto al Ser Supremo y las gestas libradas en la lucha por la libertad de larepblica. Los considerandos del decreto que en 1821 orden la reedifica-cin de la catedral comienzan haciendo alusin a la gratitud que la repbli-ca debe a Dios por la conquista de la independencia.14 Esta concepcin seexpresaba en signos exteriores que podan resultar irritantes tanto a los cris-tianos de tendencia liberal catlicos o protestantes como a los catli-cos ms intransigentes. La Iglesia republicana ostentaba como trofeos lasarmas capturadas por sus ciudadanos a los opresores derrotados. El autoringls de Cinco aos en Buenos Aires dej sentado su disgusto por el hechode que los emblemas pacficos de los altares estuviesen oscurecidos porlas insignias guerreras ubicadas en la parte superior de la nave. Penden deltecho cerca de veinte banderas capturadas a los espaoles en varias ocasio-nes: Montevideo, Maip, etc. El nombre de Fernando VII est inscripto encasi todas.15 Esa catedral, cuyo interior haba comenzado a construirse en1791 con otro estilo, fue dotada en esos mismos aos de una fachada quele otorgaba la apariencia de un templo de la antigedad clsica y que ha lle-gado hasta nuestros das con pocas modificaciones.16 Las doce columnas

    13 Antes an de la reforma el Provisor Valentn Gmez se haba expresado al respecto en lossiguientes trminos: Bastaria la idea general de que en un cuerpo no pueden hallarse sin monstruosi-dad dos cabezas, para conocer que en una Parroquia no deben haber dos Parrocos con igual dignidad,igual carcter, igual jurisdiccion, iguales prerrogativas, y derechos. Seria menester que la investiduraque le da la institucion de sus beneficios los sacase de la condicion comun de todos los hombres, paraesperar que a la larga no resultasen desavenciones, y discordias, que rompiendo los vinculos de launion, y buena inteligencia entre los pastores, los hiciese menos recomendables o menos utiles para laGrey. AGN, Culto, x 4-8-3, 1822. J. V. Gmez al ministro de gobierno, 18 de diciembre de 1821.

    14 Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1821, decreto N. 70 del 10 denoviembre.

    15 Un ingls: Cinco aos en Buenos Aires, 1820-1825, Hyspamrica, Buenos Aires, 1986,pg. 30.

    16 Aliata, Fernando: Cultura urbana y organizacin del territorio, en Goldman, N. (dir.):Revolucin, repblica, confederacin (1806-1852), t. III de Nueva Historia Argentina, EditorialSudamericana, Buenos Aires, 1998, pgs. 226-227. La satisfaccin del cabildo eclesistico con el fron-tis queda manifiesta en carta al gobierno del 7 de diciembre de 1821 al ministro de gobierno. Los can-nigos, llenos de gozo dan gracias a Rivadavia p[o]r su zelo, y p[o]r el afecto especial q[u]e mani-fiesta esta Igles.a. AGN, Culto, X 4-8-2, 1818-1821.

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  • que sostienen el frontis fueron pensadas para transmitir la imagen de la plu-ralidad de las Iglesias del orbe, claro reflejo arquitectnico de las convic-ciones galicanas del grupo poltico rivadaviano y del clero que apoyaba sumodelo de Iglesia.

    De la Iglesia del orden a la Iglesia federal

    Los intensos debates que desat la reforma del clero produjeron unafractura en la elite portea, que el congreso de 1824-1827 proyect haciael resto de las provincias y que guarda relacin con el surgimiento de lospartidos unitario y federal y la guerra civil. En efecto, esa confrontacinpoltica se expres tambin en encontradas posiciones en materia religiosa:mientras el partido federal fue gradualmente identificndose con la orto-doxia, el unitario no logr nunca desvincularse del todo a pesar de losdenodados esfuerzos realizados en ese sentido por algunas de sus ms pro-minentes figuras de la identificacin de su causa con las novedades encuestiones eclesisticas. En ese contexto de progresiva polarizacin de lasposiciones polticas y de las controversias entre posiciones incompatiblesen materia religiosa, Rosas debi hacerse cargo del gobierno de la provin-cia en diciembre de 1829. Entre sus opciones polticas ms importantesfigura el apoyo otorgado al grupo catlico intransigente que se conformaraen oposicin a la reforma del clero, grupo que en la segunda mitad de ladcada se haba ido acercando cada vez ms claramente al partido federal.Con ese apoyo Rosas buscaba desactivar el poder del Senado del Clero,cuyas figuras ms conspicuas el den Diego Estanislao Zavaleta, elcannigo Jos Valentn Gmez se hallaban vinculadas en mayor o menormedida al partido unitario. Vencedor de la pulseada en la arena poltica,Rosas logr ganarla en la religiosa por decreto, por medio del traspaso delgobierno de la dicesis de manos del Senado del Clero a las del obispoMariano Medrano y el crculo intransigente que giraba en torno a su figu-ra. Al hacerlo, Rosas dio el primer paso para realizar en el plano eclesis-tico una concentracin del poder anloga a la que a partir de su segundomandato operara en el terreno poltico: de las instancias colegiadas (laLegislatura en el plano poltico, el Senado del Clero en la Iglesia) la tomade decisiones tendi a concentrarse en las instancias ejecutivas (el gober-nador en el plano poltico, el obispo en la Iglesia). As, Rosas reforz latendencia a la concentracin del poder religioso que constitua la base del

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  • modelo reformista, pero abandonando la lgica que en ese modelo asigna-ba el ejercicio del poder al Senado del Clero en el marco del Estado.

    En tanto, en el plano de la vida pastoral y litrgica, Rosas se demos-tr ms activo que sus antecesores. Entre su primer mandato (1829-1832)y la primera fase del segundo (1835-1839) se advierte un significativo cam-bio de tono, cuyo anlisis constituye el objeto central de este apartado.Como esbozo de una posible explicacin de este cambio de actitud podra-mos pensar que, luego del asesinato del caudillo riojano Juan FacundoQuiroga en 1835, Rosas adopt una postura de progresivo endurecimientopara con sus enemigos en el segundo mandato.17 Pero existen otros elemen-tos que vale la pena destacar, porque ponen en evidencia las contradiccio-nes en que se debata la poltica eclesistica del Restaurador. Veamossomeramente el desarrollo de los acontecimientos.

    En 1829 las laceraciones de la guerra civil haban dejado sobre eltapete el problema de la movilizacin de una campaa que hasta entonceshaba desempeado un papel ms bien pasivo en las contiendas polticas.A la preocupacin por hacer algo con ella se sumaban la indignacin queen el antiguo partido federal urbano haba provocado la prdida de su lder,el gobernador Manuel Dorrego, y las posibles derivaciones de los triunfosque estaba cosechando el General Paz en el interior.18 Ese contexto turbu-lento explica los esfuerzos que durante su breve gobierno (de agosto adiciembre de 1829) Juan Jos Viamonte realizara para pacificar el mun-do rural, cuya radicalizacin constitua, a sus ojos, el ingrediente ms peli-groso de una frmula explosiva. Entre los pocos instrumentos con los quecontaba el gobierno para apaciguarla figuraba, por supuesto, el clero rural,segmento del personal del Estado dotado de adecuados recursos discursi-vos para aconsejar el orden, as como de un tradicional influjo que lastormentas posrevolucionarias haban mellado pero no extinguido. Dadoque la causa federal triunfante era considerada a la vez popular y devota,la prdica del clero se vislumbraba como un instrumento potencialmenteeficaz en la tarea de devolver a esa campaa el orden perdido. Ya a finesde octubre de 1829, al llamar la atencin del gobernador del obispado enrelacin con la influencia que sobre la moral de los pueblos ejercan lascostumbres de los prrocos, el ministro de gobierno le expres su convic-cin de que tal principio

    17 Para el relato y anlisis del proceso poltico remito al lector a Halperin Donghi: De la revo-lucin, pgs. 338-379.

    18 Halperin Donghi: De la revolucin, pgs. 301-303.

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  • es hoy de una particular aplicacion en la camp[a]a por el desorden q[ue] aundomina en ella; consecuencia deplorable de los vaivenes [ilegible] pasados....19

    Esa conviccin subyace tambin en la orden con que se oblig al pre-lado a trasladar el mismo da al cura de San Fernando a la parroquia de SanVicente, amonestndolo de paso para que no volviera a descuidar el exac-to cumplimiento de los deberes sagrados que le impone su ministerio.20 Larespuesta que el gobernador de la dicesis elev para dar cuenta de su aca-tamiento es tambin elocuente por su referencia al

    laudable objeto que se proponia el Superior Govierno, para que los Seores Curas[] se contragesen unicamente al desempeo de su alto ministerio, exortando susfieles al cumplimiento de sus deberes, la Paz, y buena armonia que deben obserbarentre si, y la obediencia y respeto las autoridades constituidas, sin mesclarse enfomentar partidos que tanto degradaban un eclesiastico, y asunto tan ageno de unverdadero Parroco.21

    Entre la voluntad de capitalizar la movilizacin poltica y los resque-mores que aconsejaban ponerle algn tipo de lmite, al asumir el cargo endiciembre de 1829, Rosas apostar a la posibilidad de controlarla y encau-zarla. En los escritos que datan de los aos de su primer mandato es habi-tual encontrar la idea de que la recuperacin del orden en el campo conlle-va el devolverle a la religin el lugar primordial del que los unitarios lahaban despojado. Esa obsesin es la que inspira a Rosas, por ejemplo,adoptan una fugaz actitud permisiva con relacin a las opiniones polticasde los prrocos, as como manifestar un llamativo desvelo por el vigor delas prcticas religiosas. Sera errneo interpretar esa actitud y ese desvelocomo muestras de un deliberado apoyo a la Iglesia, como quiere la inter-pretacin de generaciones de historiadores, desde Adolfo Saldas hastaCayetano Bruno y John Lynch.22 La idea de que Rosas apoya a la Iglesiapierde de vista que esa Iglesia para l, como gobernador, no representaba

    19 AGN X 15-3-3, varios 1829, borrador de nota del gobierno del 29 de octubre de 1829.20 AGN X 15-3-3, varios 1829, nota al provisor del 29 de octubre de 1829.21 AGN X 1-3-3, nota del provisor al ministro de gobierno del 2 de noviembre de 1829.22 Saldas, A.: Historia de la Confederacin Argentina, t. I, Eudeba, Buenos Aires, 1968 [1..

    ed. 1892], por ejemplo pg. 211; Bruno, C.: Historia de la Iglesia en la Argentina, vol. IX, Don Bosco,Buenos Aires, 1974, pgs. 374 y ss.; Lynch, J.: Juan Manuel de Rosas, 1829-1852, Emec, BuenosAires, 1984, pgs. 176-179. Propusieron sustancialmente la misma interpretacin Gutirrez, J. M.: Lasrestauraciones religiosas en 1835-1841-1875, Revista del Ro de la Plata, t. XI, 1875, pgs. 399-433;Mansilla, L. V.: Rozas: ensayo histrico-psicolgico, Garnier, Paris, 1898; Ramos Meja, J. M.: Rosasy su tiempo, Buenos Aires, 1907; Ingenieros, J.: Las ideas coloniales y la dictadura de Rosas, Revistade Filosofa, V, 1916, pgs. 256-299.

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  • ms que uno de los segmentos del aparato del Estado ms eficaces para dis-ciplinar la campaa y normativizar las conductas. Rosas no apoya a laIglesia: simplemente pone ese segmento del Estado al servicio de su pol-tica de orden.

    El inters que en esa primera etapa muestra el gobernador por lareconstitucin de la disciplina y de los lazos de obediencia predomina cla-ramente por sobre las exigencias de fidelidad partidaria. Es verdad quealgunos de los curas que hace colocar en las parroquias del norte de la pro-vincia el rea a la que presta mayor atencin por haber sido ms afecta-da por la guerra civil se declaran incondicionales a su gobierno, como elnuevo prroco de San Pedro, Mariano Espinosa, que se declara sin amba-ges federal y alaba la honrosa marcha, que lleva el Govierno Federal en loPolitico, en lo Moral, y en todos sus pasos.23 Es cierto tambin que duran-te esos mismos aos el gobierno toma cuidadosa nota de las conviccionespolticas de los vecinos importantes de la campaa, incluyendo por supues-to a los curas.24 Es altamente probable, incluso, que algunos de los prro-cos depuestos lo hayan sido no slo por sus actitudes negligentes sino tam-bin a causa de sus preferencias partidarias. Pero en el discurso delgobierno no se les exige, como ocurrir a partir de 1835, una incondicionalidentificacin con el rgimen: cuando Rosas le pide a su padrino JosMara Terrero, a la vez representante en la legislatura y provisor del obis-pado, la separacin de los curas de Baradero y del Fortn de Areco, solici-ta su reemplazo por sacerdotes idneos, aunque no necesariamente federa-les.25 El tipo de efecto que Rosas espera de estos nombramientos quedaclaro cuando se discute el de un nuevo sacerdote para el Fortn de Areco.El gobernador expresa explcitamente en esa ocasin que no le interesan lasopiniones polticas del candidato propuesto por Terrero, el Dr. FelicianoMartnez, porque le han dicho que es retirado, moral y virtuoso sin hipo-cresa, y esto me basta.26 Retirado significa que Martnez no es propen-so a participar de las lides polticas y que no ha de agregar turbulencias auna campaa que en los ltimos aos las ha tenido de sobra. Las recomen-daciones que el gobernador dirige a los curas en estos aos apuntan ms

    23 AGN X 4-8-6, carta del cura de San Pedro Mariano Espinosa a Rosas, 20 de abril de 1831.24 AGN X 26-6-5. Jueces de Paz. Informes sobre unitarios y federales [1830-31 y 1851].25 Saldas: Historia de la Confederacin, pg. 211. En la carta Rosas recomienda a Terrero:

    Estimule usted, por Dios, a esos santos padres para que sirvan a su patria ahora que deben ser venera-dos como ministros del culto.

    26 Ibdem.

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  • bien al desempeo del ministerio pastoral que a la prdica poltica: el 19 demayo de 1830 Rosas le escribe a su padrino que

    El cura de Rojas no rezaba el rosario por la noche; tampoco echaba sus plticas. Yole hice ver que no era indispensable decirlas de memoria; que tanto vala escribirlasy leerlas en el plpito. l alegaba falta de velas, y yo lo allan todo.27

    El deseo de orden signa tambin las instrucciones de carcter pastoralque enva el 3 de junio al cura de Arrecifes:

    El moralizar las clases de los pueblos, el hacer gustar los fieles las preces y alaban-zas que por su antiguedad y melodia son insinuantes al Corazon el acostumbrar lajuventud de ambos sexos los actos de piedad, entonando reunidos en el templo can-siones sensibles, me han movido recordar el uso que en la Casa de Dios y en las defamilia se frecuentaba antes diariamente en un rato del dia o de la noche. Me compla-cera de qe reviviese esa cristiana practica, de modo qe en todas las Iglesias parroquia-les despues de rezado el rosario, se oyesen entonar las buenas noches, y en los saba-dos la Salve, como se acostumbrava antiguamente.

    Aunque la doble tarea de moralizar las clases de los pueblos y deinculcarles prcticas religiosas provechosas no est reida necesariamen-te con un encauzamiento litrgico de la prdica poltica, el tono del discur-so no posee en esos aos la agresividad que adquirir ms tarde:

    Tambien la memoria del Gefe de la Provincia asesinado el trece de Diciembre de1828, y la de los qe han fallecido en defensa de las leyes y en desagravio del aten-tado cometido contra la autoridad, seria muy conveniente recordarla diariamente des-pus del Rosario, rezandos en pblico un Padre nuestro con este objeto. Este recuer-do ayudaria afirmar en los fieles el odio necesario las sediciones, y el respeto las leyes.28

    Lo mismo puede decirse de una serie de medidas tendientes a la recu-peracin edilicia de los templos que toma Rosas durante esa suerte de reco-rrida poltico-pastoral por el norte de la provincia.29 En su carta del 15 de

    27 Ibdem.28 AGN, Secretara de Rosas, X 23-9-4: 1830. Carta de Rosas al prroco de Arrecifes fechada

    el 3 de junio de 1830. Vase tambin Glvez, M.: Vida de Don Juan Manuel de Rosas, Tor, BuenosAires, 1949, pg. 121.

    29 Incluso ms all de la frontera norte de la provincia: el 19 de junio de 1832 Rosas mandaentregar al cura de Santa Fe en moneda corriente, el equivalente doscientos pesos metalicos destina-dos beneficio dela Iglesia Matriz de dha Ciudad, pr ser uno delos compromisos contrahidos pr elinfrascripto enel tiempo desu autorizacion como Comand.te Gral enla Campaa pa la restauracion delasLeyes. AGN, Secretara de Rosas, X 43-1-1: 1826-32.

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  • abril de 1830 a Terrero, tras expresarle al provisor su voluntad de hacercuanto le fuera posible por mejorar nuestras iglesias y las costumbres reli-giosas, Rosas manifiesta su indignacin por el estado en que se hallaba laparroquia de San Pedro.30 Pocos das ms tarde advierte que el templo deSan Nicols es incapaz de albergar a la feligresa del curato y decideampliarlo, pero como las entradas de la fbrica son insuficientes y el teso-ro de la provincia es incapaz de subvenir en las circunstancias [presentes] este objeto cristiano concluye en que no es posible hacerlo sino con laayuda de las limosnas a q[u]e el corazon de los Fieles piadosos se presta-rn.31 Para recogerlas el gobernador inventa una institucin en BuenosAires que tendr una larga historia: las comisiones de vecinos. En un buennmero de parroquias rurales, Rosas conforma esas comisiones integradaspor sujetos de su eleccin y presididas por el prroco local, dotadas de lafacultad para recaudar limosnas en todo el territorio de la provincia. Lasreformas alcanzan tambin, habitualmente, al cementerio y a la casa habi-tacin de los curas. En algunos casos, como en San Nicols, se autoriza laventa de bienes inmuebles. Anlogas medidas toma Rosas respecto deotros pueblos e iglesias de la provincia, como Areco, Lujn, Baradero, SanPedro, Salto, Rojas, Pergamino y Arrecifes: traslacin del cementerio,reparacin y/o ampliacin de la iglesia y de la casa del cura, formacin decomisiones presididas por el prroco para recaudar limosnas y financiar lostrabajos, de acuerdo con el Departamento de Ingenieros.32

    Pero tampoco la recuperacin edilicia de las estructuras parroquialescumple finalidades slo religiosas: el 30 de abril de 1830 Rosas ordena des-de San Nicols que los decretos de la autoridad, que como se sabe sontan desconocidos los habitantes de la campaa, como ignorados comun-mente por los Magistrados en ella, sean fijados por los jueces de paz enlos puntos de mas concurrencia y ledos en la Parroquia perceptiblemen-te al tiempo de las misas que en ella hubiere, de suerte qe alcance a todosla luz necesaria sobre los decretos y disposiciones que se publiquen para suobservancia y cumplimiento; no pueda pretestarse ignorancia, y se consi-gan los efectos de bien publico que forma los desvelos del Gobierno.33 El

    30 El templo de San Pedro era un chiquero. El cura lo haba dejado cerrado, y le pido a ustedque lo destituya en vista de que el tal cura se ha dado tiempo para edificar casas propias, y no para ase-ar siquiera el templo. Saldas: Historia de la Confederacin, t. I , 1968, pg. 211.

    31 AGN, Secretara de Rosas, X 23-9-1:1830, nota de 26 de abril de 1830.32 AGN, Secretara de Rosas, X 23-9-1: 1830.33 AGN, Secretara de Rosas, X 23-9-1: 1830.

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  • hecho de que las medidas en favor de las reparaciones de iglesias suelan iracompaadas de otras referidas al mejoramiento del servicio de postassugiere la conveniencia de interpretarlas como parte de la ms general pre-ocupacin de Rosas por aceitar el sistema de comunicaciones provincialpara ponerlo al servicio de su poltica de orden. El hecho de que la recorri-da poltico-pastoral tenga lugar en el norte de la provincia, el rea que hasido ms afectada por la guerra civil, es igualmente revelador de una preo-cupacin por el orden que excede el marco estrictamente religioso.

    Por otra parte, Rosas intent fijar como propietarios a los prrocosque servan sus curatos interinamente, dejando de lado la celebracin delos concursos prescriptos por las leyes cannicas y civiles, y que en sedevacante no era posible realizar. En 1830 Rosas se pronunci a favor de laestabilidad de los prrocos, alegando que la alta rotacin de los curas noayudaba precisamente a recuperar los espacios que la religin habaperdido:

    La colocacin de Curas Cristianos idoneos, i virtuosos, sin abusos, al frente de lasIglesias de campaa resarcira en gran parte los quebrantos de que se resiente la obrade la moral santa del Evangelio. Mas como los Curatos provistos interinamente, o enComisin no ofrescan sin la propiedad aliciente solido para servirlos, y contraerse los adelantamientos de las Iglesias con constancia y con aquel esmero qe excita la pie-dad de los fieles, S. Ex.a ha tocado la importante necesidad de qe las provisiones inte-rinarias cesen alli, adonde se encuentren Pastores que llenen las calidades que serequieren para ser nombrados Curas en propiedad quienes se les confiera colacioncanonicamente del Curato.34

    En ese primer perodo de gobierno la poltica eclesistica permanecefirmemente anclada en los parmetros definidos por la reforma de 1822.Rosas recorre las iglesias del Estado y pone al clero del Estado al ser-vicio de su poltica pacificadora. Se trata por supuesto del clero secular,incrementado desde 1822 con un significativo nmero de regulares secula-rizados. La transferencia de recursos del clero regular al secular haba sidolograda con xito suficiente y slo haba quedado en la provincia un cortonmero de franciscanos, prcticamente atrincherado en el convento. Lareduccin a la unidad haba dado los resultados esperados. Rosas descon-fa de ese clero secular, por otra parte cada vez ms escaso a causa de lasmuertes de los ancianos y la cada del reclutamiento, por su tradicionalindocilidad en relacin con las autoridades tanto civiles como religiosas y

    34 AGN, Secretara de Rosas, X 23-9-4: 1830.

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  • sobre todo porque muchas de sus ms conspicuas figuras en algunos casoshan apoyado la gestin rivadaviana primero y la causa unitaria despus. Poreso es que, ahora s, en los primeros aos de su segundo mandato Rosasinterviene drsticamente para modificar la composicin del clero de la pro-vincia por medio de una purga bastante extendida de prrocos y capellanesacompaada de una limpieza ms general de los empleados del Estado.35

    Simultneamente se intenta clericalizar al clero de la provinciaacercndolo lo ms posible al modelo ideal predominante en el universomental intransigente. Claro ejemplo de este regreso a la disciplina es la car-ta pastoral que a comienzos de noviembre promulga el obispo sobre el usodel hbito talar.36 All se explica que durante las turbulencias de los ltimosaos

    algunos de nuestro clero comenzaron variar de su antigua moderacin y decen-cia en el hbito y vestido que habian llevado anteriormente

    El obispo, tras haber soportado esa psima costumbre durante aos,est decidido ahora a erradicarla de una vez, aprovechando el cambio pol-tico que ha acaecido en la provincia:

    felizmente nuestra situacin ha variado, y no hay ya cosa alguna que nos eximade responder Dios y al pblico de nuestro silencio, cuando vemos y somos testigosde la infraccin de los Sagrados Cnones, de la disciplina de la Iglesia, y de la cos-tumbre mas autorizada que oculta su principio en la mas remota antigedad. Tales sonlas que prescriben los sacerdotes y dems clrigos inferiores, el hbito talar y decen-te que hoy se mira por algunos del clero con tanto desprecio, que parecen hacer alar-

    35 Entre las primeras medidas que toma en el mismo mes de abril de 1835 figuran la de sepa-rar a Justo Jos Albarracn del curato de Santo Domingo, a Ramn Olavarrieta de la Merced y a ManuelJos Albario de la capellana de gobierno. El 18 se separa a Vicente Arraga de Pilar en la campaa; el20 a Nicols Herrera de la capellana del presidio y a Matas Chavarra de la capellana del hospital dehombres. El 22, por ltimo, Rosas pide al obispo la separacin de Julin Segundo de Agero, uno desus ms conspicuos enemigos polticos, del curato de la Merced. Luego de esa catarata de deposicio-nes la represin amaina, pero en junio vuelve a la carga ordenando desvincular a Santiago Rivas delcurato de Quilmes. El obispo no da curso a estas rdenes con demasiado entusiasmo, en parte porqueve caer a algunos miembros del clero ms afn a Roma (como Vicente Arraga), pero sobre todo porquese le hace cada vez ms difcil encontrar quien suplante a los curas depuestos, en particular en la cam-paa. As es que el 13 de octubre de 1835 Medrano escribe una carta al ministerio de gobierno para lla-mar la atencin sobre la alarmante falta de clero que padece la provincia, que se conserva en AGN,Culto, X 4-9-4: 1835-1851.

    36 El texto completo se encuentra en Digesto eclesistico argentino. Recopilacion de leyes,decretos, bulas, pastorales, constituciones, etc. que se refieren a la Iglesia nacional, ImprentaEspecial de Obras, 1880, Buenos Aires, pgs. 168-171: Pastoral sobre uso de traje eclesistico del 1de noviembre de 1835.

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  • de en denigrar su respetable estado y carcter sacerdotal; para remediar este mal quees mirado an por los mismos libertinos con asombro y escndalo, hemos determina-do lo siguiente, en conformidad de lo que ordena el Santo Concilio de Trento

    Medrano intenta, a travs de la imposicin de ese signo distintivo quees el hbito talar, disciplinar al clero secular, que la purga gubernamental ylos destierros ms o menos voluntarios han dejado en la provincia. Pero elviraje ms importante se produce en otro plano: Rosas y Medrano intenta-rn invertir las prioridades de la reforma rivadaviana, transfiriendo esta vezrecursos materiales y simblicos del clero secular al regular. Uno delos motivos que animan esta decisin se relaciona con el hecho de que, traslos golpes recibidos en la dcada anterior, los religiosos sobrevivientes hanabrazado con fervor la causa intransigente promovida por Roma, por el cr-culo de Medrano y por varios de los ms influyentes colaboradores deRosas. El viraje introduce una modificacin significativa de la poltica ecle-sistica portea predominante desde la reforma de 1822.

    Es interesante que a partir de la purga de clrigos de 1835 Rosas aban-done la preocupacin por la estabilidad en el servicio de los curatos quemanifestara en 1830, un resultado adicional debido a su opcin por unanueva modalidad de intervencin eclesistica basada en la accin del cleroregular y en las misiones rurales. El viraje aparece lmpidamente en losdocumentos posteriores a 1835. Rosas se declara ms seguro de la eficaciade las fugaces misiones de los regulares que de la estable presencia deprrocos seculares, que a menudo se han demostrado poco dignos de suconfianza. En 1837, en su carta dirigida al superior de los jesuitas, elRestaurador responde en los siguientes trminos a un comentario del reli-gioso en relacin con la necesidad de establecer sacerdotes permanentes enlos pueblos visitados durante la misin:

    En orden a los Sacerdotes que faltan en algunos Pueblos de campaa bien lo sabe, ylo tiene S.E., sobre su corazon; pero agrega que no vasta desear las cosas mas preci-sas para conseguirlas obtenerlas satisfaccion de modo que el remedio nosea peorque el mal. Que poco a poco se va adelantando, y poco poco con el favor de Diosnuestro Seor todo se ha de ir remediando.37

    Los mismos resquemores haban sido manifestados unos meses antesen una carta en que el obispo haba expresado su deseo de destinar a algu-

    37 AGN, Culto, X 4-9-4: 1835-1851, Manuel Corbaln a Mariano Berdugo, 15 de noviembrede 1837. Las cursivas son mas.

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  • nos sacerdotes extranjeros al servicio de parroquias rurales vacantes. Rosasle haba recomendado entonces la mayor prudencia, porque

    ...es sabido las desavenencias que generalmente se susitan entre los curas, y feligre-ses del campo en cuya virtud, menos malo es que no haya cura en un Pueblo de cam-paa, que el qe lo haya en desabenencia con su feligrecia. En fin luego qe tome losconosimientos que necesito contestare V.S. Iltma por el organo del Seor MinistroArana.38

    El viraje a favor de los religiosos y las misiones volantes se acompa-a de una significativa transferencia de recursos del clero secular, personalde base del modelo reformista de 1822, hacia el clero regular que el expe-rimento rivadaviano haba casi extinguido. A mediados de octubre de 1835Medrano solicita que se permita a los franciscanos abrir un noviciado, paralo cual cree preciso suspender por 10 aos o ms la Ley de Reforma ydevolverles un claustro que haba pasado a ser ocupado por laUniversidad.39 Con ello apuntaba a dotar a la dicesis de una estructura parala educacin del clero bajo el control de una orden que tras la experienciareformista haba confirmado y fortalecido sus convicciones intransigentes.Rosas deja caer en el vaco, significativamente, la alusin a la derogacinde la Ley de Reforma, pero acepta la idea del noviciado y le transfiererecursos de la universidad.

    El intento de revertir la opcin rivadaviana se explica adems por unfenmeno ajeno a las vicisitudes rioplatenses: en 1835 estn recalando enBuenos Aires religiosos expulsados por las reformas que introduce enEspaa la regente Mara Cristina para no desperdiciar la colaboracin deesos hombres imbuidos en general de un espritu intransigente rabioso. Lapoltica desamortizadora que a partir de 1834 implement el ministroFrancisco Martnez de la Rosa, si bien similar a la que se puso en marchaen otros estados catlicos, se vio acompaada por una oleada de inusitadaviolencia anticlerical.40 El 17 de julio de 1834 la creciente tensin deriv entragedia con los motines de Madrid, durante los cuales se atacaron las casas

    38 AGN, Culto, X 4-9-4: 1835-1851, Rosas a Medrano, 25 de abril de 1837.39 AGN, Culto, X 4-9-4: 1835-1851, Medrano al Oficial Mayor del Ministerio de Gobierno,

    13 de octubre de 1835.40 El proceso espaol ha sido abordado por una amplia bibliografa. Por ejemplo, Callahan, W.

    J.: La destruccin de la Iglesia del Antiguo Rgimen, 1833-1843, Iglesia, poder y sociedad enEspaa, 1750-1874. Las lneas generales de la relacin entre los estados catlicos y los regulares enRocca, G.: Istituti religiosi in Italia tra Otto e Novecento, en M. Rosa, Clero e societ nellItalia con-temporanea, Laterza, Roma-Bari, 1992, pgs. 208-221.

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  • de los regulares y se asesinaron 78 jesuitas, franciscanos, dominicos y mer-cedarios.41 Vistos desde Buenos Aires, esos acontecimientos abran la posi-bilidad de incorporar a algunos de los religiosos que huan del desastre parael servicio de la provincia. El 19 de agosto de 1836 Medrano le explicabaal nuncio en Ro que con motivo delas oscilaciones politicas dela EuropaEspaola han llegado esta Capital varios religiosos de las Ordenes de Sto.Domingo, San Francisco, San Agustin, Carmelitas, y Cartujos.42 Esa ole-ada de inmigracin clerical de mediados de la dcada de 1830 trae a la pro-vincia un nmero difcil de calcular de religiosos espaoles que en algunoscasos se incorporarn a los conventos locales. Algunos, incluso, sern des-tinados al servicio de parroquias por las que los clrigos nativos sentanirremediable aversin. As es como en San Pedro en 1837 resida un sacer-dote extranjero que segn los jesuitas apenas entendia el romance caste-llano.43 Otros probablemente vuelvan a Espaa al apaciguarse las turbu-lencias polticas, como desde el principio le confiesan al obispo Medranoque es su intencin (piensan volver a la religin luego que en la Espaa seaquieten las cosas). En 1835 el presidente del convento franciscanoescribe al ministro de gobierno que un pequeo contingente de francisca-nos que aguarda en Montevideo ha conseguido en Espaa el permiso delgobierno para seguir viaje a Buenos Aires.44

    Escapados de las convulsiones peninsulares, esos regulares llegan alRo de la Plata animados por una indestructible fe antiliberal que sintonizabien con la guerra que Rosas ha declarado a sus enemigos polticos.Revelador de esa voluntad es el sermn de accin de gracias de JuanAntonio Argerich en ocasin de la restauracin del convento dominico en1835. Los religiosos, dice el orador, estn llamados a actuar en la persecu-cin de los enemigos del orden tal como su fundador Santo Domingo deGuzmn persigui sin tregua a los herejes:

    si hoy no existen Albigenses que convencer y convertir, existe un blanco mas fijo,al que debeis dirigir los tiros de vuestro celo piadoso: es preciso toda costa desen-

    41 Callahan: Iglesia, poder y sociedad, pgs. 152-154.42 Carta de Medrano al nuncio fechada el 19 de agosto de 1836, Archivio Segreto Vaticano (en

    adelante ASV), Archivio della Nunziatura del Brasile (en adelante ANB), fasc. 268, cartella 3,ff. 127-128v.

    43 Archivum Romanum Societatis Iesu (en adelante ARSI), Argentino-Chilensis 1001-I,Relatio anonyma de annis 1836-1839, f. 25.

    44 N. Aldazor al ministerio de gobierno, 5 de noviembre de 1835, en AGN, Culto, X 4-9-4:1835-1851.

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  • mascarar el vicio y combatir la falsa sabidura que nada dice al corazn: perseguirla irreligin y la impiedad, por los males que ha producido, y desorden que hacausado

    Los regulares, que se han distinguido por su tesn en la lucha contra laimpiedad y la heterodoxia, no deben cejar ahora en su deber de segundarlos esfuerzos de un Gobierno piadoso. Por eso Argerich se dirige tambin alos hijos de Francisco de Asis presentes en el templo para recordarles laresistencia que hubieron de oponer al Gobierno impio de los rivadavianospara no correr la misma suerte de los ahora redivivos. Ambas rdenes estnllamadas a sellar una estrecha alianza contra la impiedad que reproduzcaaquel tierno y fraternal abrazo que se dieron los dos Santos Patriarcas,cuando caminaban un mismo objeto, animados del mismo celo.45

    Como resultado de esa poltica de rescate de los regulares, el obispoy el gobierno cuentan a fines de 1835 con dos rdenes regulares, la francis-cana y la dominica, bien dispuestas a apoyar esa proclamada restauracinde los principios religiosos y polticos que encarna a la vez el sistema fede-ral, exitoso adems en la tarea de convertir discursivamente a sus enemigosen representantes de todas las depravaciones y escndalos. A ellas sesuman al ao siguiente los jesuitas. La posibilidad de concretar por fin elregreso de la Compaa, soado en el seno de no pocas familias durantecasi 70 aos, pareci por fin realizable al producirse la segunda expulsinde los jesuitas de Espaa en 1835. Mientras acaecan sangrientos episodiosen Espaa, en Buenos Aires se verificaban condiciones favorables para elretorno que el partido de la intransigencia no tard en advertir: ese mismoao, en el sermn panegrico pronunciado el da de San Ignacio de Loyola,Mariano Escalada prepar el terreno llamando la atencin de sus oyentessobre las ventajas que adqui[ri]ra nuestra Patria, si volviese a recibir ensu seno a esta Santa Sociedad....46 Un ao ms tarde, desde el mismo pl-pito, el mismo orador declaraba realizada la profeca de Zacaras:

    45 Oracion pronunciada el domingo 8 de Noviembre de 1835, en la fiesta de accion de graciasque con asistencia del Ilmo. Obispo Diocesano celebraron los religiosos dominicos por el restableci-miento de su convento en esta ciudad por el presbitero Juan Antonio Argerich, Imprenta del Estado,Buenos Aires, 1836, pgs. 35-36.

    46 Escalada, M.: Sermn de Accin de gracias por el restablecimiento de la Ilustre Compaade Jess en la Ciudad de Buenos Ayres, y pronunciado el Domingo 6 de Noviembre de 1836, en laIglesia Catedral, por Mons. Dr. Mariano de Escalada, en F. Actis, El clero argentino. Oraciones fne-bres, panegricos y discursos inditos de Dr. Julin Navarro, Dr. Mariano Jos de Escalada, y Dr. JosMara Terrero, 1817-1854, Semanario San Isidro, San Isidro, 1927, pg. 152. El sermn del ao ante-rior debe haber sido pronunciado el 31 de julio de 1835.

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  • El ngel del Seor dijo: Seor de los ejrcitos, hasta cundo no te apiadars deJerusalem? Este ao es ya el septuagsimo. Por tanto esto dice el Seor: me volverhacia Jerusalem con misericordia, y mi casa ser edificada en ella. Mis ciudades aunabundarn en bienes.

    En el septuagsimo ao desde la expulsin decretada por Carlos IIIlos jesuitas haban vuelto a Buenos Aires: Dios se haba apiadado deJerusaln y se restableca el orden en su casa, poniendo de tal modo reme-dio a la llegada a tan remotas regiones del funesto contagio de la impie-dad nacida en Europa para desgracia del mundo entero.47 Con el regresode los jesuitas, hecho de enorme impacto simblico por el carcter emble-mtico de los ignacianos como defensores de las posiciones catlicas msintransigentes y ms romanas, el dispositivo restaurador religioso basa-do en el clero regular cobraba su mayor solidez. En los padres de laCompaa, ms que en los franciscanos y dominicos, depositarn su con-fianza tanto el gobierno de la dicesis como el de la provincia. En sucesi-vos decretos se transferirn a la orden los recursos necesarios para un efi-caz desempeo de las tareas pastorales y educativas que Rosas y Medranotenan en mente confiarles.

    Entre ellas descuellan las misiones rurales volantes, que entre 1836 y1839 realizan jesuitas y franciscanos como complemento de las visitas pas-torales del obispo Medrano a distintos pueblos de campaa.48 El objetivopara la religin y para la causa federal es asegurar a esas almas rsticas anno inficionadas o no afectadas tanto como otras por la impiedad ypor la filosofa del siglo. A esos predicadores de fugaz presencia peroms dignos de confianza se les exigir adems que prediquen sin ambagesahora s las virtudes del gobernador y de la causa federal.

    Las misiones rurales

    Las misiones rurales siguen ms o menos un mismo esquema. Seaprovecha para realizarlas la primavera, cuando han concluido los fros, loscaminos se secan y los campesinos no estn todava tan ocupados como loestarn en enero con la cosecha del trigo. La que visit el norte de la pro-

    47 Escalada: Sermn de Accin de gracias, pgs. 136-137.48 Cesreo Gonzlez a Francisco Javier de Lara, Buenos Aires, 19 de agosto de 1836, en

    ARSI, Arg-Ch., 1001, 1836-1847, II, 6.

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  • vincia en 1837-1838, por ejemplo, estaba compuesta por tres jesuitas elsuperior Mariano Berdugo, el predicador Francisco Majest y el PadreMiguel Cabezas, a los que acompaaban en algunos tramos el obispoauxiliar Escalada y otros sacerdotes del clero secular. Era comn ademsque a los misioneros y al prroco del pueblo se sumaran los sacerdotes resi-dentes en el curato y a veces los curas de los pueblos vecinos.49 En SanFernando, donde la misin dura 14 das, tomaron parte el cura interino delpueblo Toms Gomensoro antiguo combatiente de la guerra revoluciona-ria, el de San Isidro Cipriano Goneli religioso secularizado durante lareforma y los presbteros Francisco Ferreira de la Cruz, Jos AntonioPicazarri y Jos Letamendi.50 La presencia del obispo Escalada permitaadministrar el sacramento de la Confirmacin, lo que en los pueblos decampaa no haba ocurrido desde los tiempos de la visita del ltimo obis-po nombrado por la Corona, Benito de Lue y Riega, en 1803-1805.

    Las actividades relacionadas con la misin se desarrollaban con elmayor boato posible y reproducan una secuencia ritual. El primer actoconsista en el recibimiento de los sacerdotes por parte de los vecinos msrespetables, que salan a caballo a buscarlos antes de que entraran en elpoblado, generalmente en la frontera del partido, para desde all escoltar lacarroza hasta la entrada del pueblo. A veces los visitantes reciban impor-tantes agasajos antes de llegar al ncleo urbano, como en San Pedro, don-de Escalada y los jesuitas fueron invitados a comer un asado con cuero enuna estancia.51 Ese recibimiento fuera del poblado tena lugar tambin enocasin de las visitas episcopales: en esos mismos meses la del obispoMedrano a San Andrs de Giles fue escoltada desde la frontera del partidohasta el pueblo por

    49 El juez de paz de San Isidro a Rosas, San Isidro, 14 de octubre de 1837, en La GacetaMercantil, 16 de octubre de 1837: Cre el infraescrito que // faltara un deber de justicia sino elo-giase debidamente el celo con que ha cooperado esta Santa Mision el respetable Cura Vicario de estaParroquia, pudiendo decirse que por su asidua asistencia al confesonario ha trabajado la par de los PP.Misioneros. Tambien han prestado interesabtes servicios los Sres. Presbteros D. Francisco Ferreira dela Cruz y D. Narciso Mansilla residentes en este Pueblo, y ltimamente al Sr. Presbtero D. JosAntonio Picazarri, que en el coro, y confesonario ha contribuido al decoro de las funciones y consuelode los fieles. La restante informacin sobre la visita a San Isidro, salvo indicacin contraria, provienede la misma fuente.

    50 El juez de paz de San Fernando a Rosas, San Fernando, 2 de noviembre de 1837, en LaGaceta Mercantil, 4 de noviembre de 1837. La restante informacin sobre la visita a San Fernando, sal-vo indicacin contraria, proviene de la misma fuente.

    51 El juez de paz de San Pedro a Rosas, San Pedro, 21 de diciembre de 1837, en La GacetaMercantil, 26 de diciembre de 1837. La restante informacin sobre la visita a San Pedro, salvo indica-cin contraria, proviene de la misma fuente.

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  • 98 vecinos caballo de los mas lucidos del partido, federalmente vestidos, y el Sr.Comandante de la Compaa de Milicias D. Pascual Rodriguez, con 40 de sus mili-cianos en caballos blancos, trayendo todos sus divisas federales colocadas al ladoizquierdo frente al corazon, y con testera y colera punz todos los caballos. 52

    La comunidad de ciudadanos/feligreses, representada por sus mslucidos exponentes, acompaaba a los misioneros o al obispo en visita pas-toral hasta el punto en que se produca la recepcin por parte del pastorlocal, con lo que se daba comienzo oficial a la misin o visita episcopal. Elprroco, acompaado de lo ms granado de su grey, sala a pie del templocargando la cruz parroquial a recibir a los misioneros o al obispo a las puer-tas del poblado. En San Isidro

    hicieron los Padres su entrada en este pueblo pie, en su trage propio deMisioneros, con cruces altas en las manos y un pendon que representa la SagradaImagen de la Sma. Virgen. El Sr. Cura Vicario con una gran parte de su feligresa sali recibirlos procesionalmente, llevando la devota efigie del Seor Crucificado. El P.Superior lo recibi arrodillado la distancia en que se encontraron, y desde alli sedirijieron la Iglesia cantando con todo el pueblo las letanias de los santos, y conclui-das, tuvo lugar la apertura de la Misin.53

    El prroco otorgaba su consentimiento para la realizacin de las acti-vidades propias de la misin delegando la cruz parroquial, smbolo delmandato pastoral, al responsable de la expedicin misionera. Tan impor-tante era ese gesto que cuando no haba prroco otro sacerdote tena quehacer sus veces. En ocasin de la visita de Medrano a San Andrs deGiles, donde la parroquia estaba vacante, uno de los acompaantes del pre-lado abandon la carroza antes de llegar al pueblo y se adelant a caballohasta la iglesia para revestirse y representar al cura durante la recepcindel obispo.

    Normalmente la misin duraba entre 10 y 15 das, aunque en algncaso excepcional, como lo fue el de la ciudad de San Nicols de losArroyos, poda extenderse hasta alrededor de un mes. La duracin guarda-ba relacin con la entidad demogrfica del pueblo visitado. Durante esosdas los misioneros se ocupaban bsicamente de confesar, ensear la doc-

    52 El juez de paz de San Andrs de Giles al oficial mayor del ministerio de gobierno Garrigs,12 de diciembre de 1837, en La Gaceta Mercantil, 14 de diciembre de 1837. La restante informacinsobre la visita a San Andrs de Giles, salvo indicacin contraria, proviene de la misma fuente.

    53 El juez de paz a Rosas, 14 de octubre de 1837, en La Gaceta Mercantil, 16 de octubrede 1837.

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  • trina cristiana a los nios, participar de recitaciones colectivas del Rosarioy predicar. En San Fernando, luego de las confesiones que tenan lugar des-de antes del alba y hasta el almuerzo, cada da por la tarde

    a la doctrina segua el santo Rosario, despues la Pltica doctrinal y moral; y en segui-da, el recuerdo devoto y piadoso a las cinco sagradas llagas de Jesu-Cristo, conclu-yendo con un elocuente Sermon, teolgico y moral, alusivo los diez Mandamientosdel declogo, preceptos de nuestra Santa Madre Iglesia, y deberes del hombre enSociedad.54

    La misin se conceba como restauracin de un orden moral, polticoy religioso. La restauracin de las leyes con que se haba puesto remedioa la accin subversiva de los unitarios se complementaba con la recupera-cin de los valores tradicionales y religiosos perdidos. La concordia en elseno de las familias era a la vez base y figura de la armona social. El juezde paz de San Fernando consigna que los misioneros

    han cooperado unir todos los matrimonios que estaban desunidos, y casar todoslos que estaban viviendo escandalosamente; a ensanchar y ratificar la opinion Federalde este vecindario, demostrando moralmente los indecibles bienes que a proporciona-do a todos los estados en general. Ellos han edificado los espritus de este vecindarioen las sagradas mximas de nuestra religion santa.55

    En igual sentido se pronuncia el juez de paz de San Nicols de losArroyos, que da fe de que el obispo Escalada ha desobligado infinitosinfelices, ha unido algunos matrimonios, y ha hecho se casen infinitos, quevivian escandalosamente.56

    Al finalizar la misin, antes de abandonar el pueblo, los misioneroserigan una cruz en las afueras, en el cementerio o en la misma plaza, conel objeto de que al verla, los fieles recordasen la visita, los sacramentosrecibidos y los contenidos de las predicaciones. Esos contenidos, a diferen-cia de los que Rosas haba propuesto durante su primer mandato, adquirie-ron durante el segundo claras connotaciones facciosas. Rosas parece msconvencido que antes, en esta nueva etapa, de que las plticas y sermonesconstituyen valiosas herramientas para la construccin del orden federal y

    54 El juez de paz a Rosas, 2 de noviembre de 1837, en La Gaceta Mercantil, 14 de noviembrede 1837. El subrayado es mo.

    55 Ibdem.56 El juez de paz de San Nicols de los Arroyos a Rosas, 20 de enero de 1838, en La Gaceta

    Mercatil, 29 de enero de 1838. La restante informacin sobre la visita a San Nicols de los Arroyos,salvo indicacin contraria, proviene de la misma fuente.

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  • el combate de sus enemigos. Vale la pena introducir una breve digresinsobre este punto.

    Rosas, en efecto, imparte en esos aos reiteradas instrucciones a lasautoridades religiosas de la dicesis o directamente a algunos prrocos paraque el plpito no permanezca ocioso. En 1836 el ministro de gobiernoGarrigs curs al obispo una nota dedicada enteramente al tema. All seinformaba al prelado que el gobierno consideraba que para hacer frente deun modo completo las prfidas sugestiones de los impios unitarios, y paraque cada dia se arraigue mas y mas en los corazones de los porteos suadhesion al rgimen federal de la Repblica esperaba que el obispo tuvie-se a bien

    expedir un decreto, que seria conveniente se fijase en las sacristias de todas las igle-sias, mandando los individuos del clero secular y regular, que cuando menos, al finde todas las plticas y sermones, aunque sean panegricos, dirijan al pueblo unaexhortacion para que se mantenga firme en el sosten y defensa de la expresada cau-sa, por las muy justas, morales y religiosas razones que van indicadas; y que le haganentender en ella la obligacion en que est cada uno de propender en cuanto pueda alcrdito y lustre de esta gran causa nacional, no solamente prestando por su partesumisa obediencia a las leyes, y sincero respeto a los magistrados, sino tambien cui-dando de llenar pblica y privadamente los deberes que segun su estado y condicinle imponen la moral y la religion cristiana.57

    En los aos sucesivos Rosas volvi a intervenir con instrucciones rela-tivas tanto a la frecuencia como a las modalidades y contenidos de la pre-dicacin. En julio de 1837 el edecn informaba al juez de paz de Pilar sobreuna nota que se cursara al obispo para que enviase a los curas

    una circular, respe[c]to de exhortaciones (que algunos descuidan faltando lo man-dado) a los fieles sobre el uso de la divisa, y muy especialmente las mugeres, comotambin sobre un padre nuestro por el alma del finado Exmo. Seor Gen[ra]l. D. JuanFacundo Quiroga, luego de rezarse el q[u]e tiene lugar por la del finado nuestroGob[erna]dor. el Ex[celentsimo]mo. Sor. D. Man[ue]l Dorrego

    Mientras tal medida arrojaba los resultados esperados, se ordenaba aljuez de paz que

    lo vea V. al Seor vicario del punto de parte de SE y le muestre esta nota para quese persuada de la necesidad de una y otra cosa p[ero] con especialidad de asustar

    57 Garrigs al obispo, 7 de diciembre de 1836, Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires.Libro decimo-quinto. 1836, Imprenta del Estado, 1836, Buenos Aires, pgs. 165- 167 (el subrayadoes mo).

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  • las mugeres con que en ultimo resultado, no se permitira entrar en la Iglesia las quese obstinaren en hacerlo sin la divisa.58

    Digamos de paso que esa fijacin de Rosas con la predicacin logrincluso atraer la atencin de las autoridades romanas, que no tardaron enasociarla a otras rarezas suyas, interpretadas todas como indicios preocu-pantes de la incipiente insania mental de la que pareca prisionero. En unanota dirigida al Secretario de Estado, el nuncio en Ro de Janeiro asegura-ba que el gobernador porteo se encontraba en gran peligro de volverseloco y loco furioso, lo que resultaba evidente en la prctica de exponer suretrato en las iglesias, pero tambin en la obligacin de que

    en el Plpito los Predicadores, al exhortar a la obediencia de las Leyes, y de losMagistrados, no se limiten a dar recomendaciones generales, sino que hablen de l,como del benemrito de la Patria, al cual todos deben todo tipo de reverencia y sumi-sin.59

    Los pocos datos con que contamos sobre los contenidos predicados enlas misiones rurales resultan por dems elocuentes. En las de 1837-1838 elsacerdote designado para la predicacin diaria fue el jesuita FranciscoMajest, que ganara fama a partir de entonces por su elocuencia y por suadhesin al rgimen federal, en la que persever hasta las postrimeras delrgimen. El ltimo da de la misin en San Isidro Majest

    pronunci un elocuente discurso el mas anlogo al objeto, tomando de aquel intere-sante acto, un fuerte argumento para demostrar a tan numeroso auditorio los bienesque resultan esta Provincia del paternal Gobierno de V.E. y las ventajas que ha oca-sionado nuestra Santa Religion, la Nacional, y justa causa de la Federacion. Estasideas que habia anunciado ya en sus anteriores sermones con un vivo interes, la exten-di brillantemente en este, pues que los buenos resultados de la mision que cerrabaen aquel acto, y el augusto monumento que acababa de erigirse con tanta gloria de laReligion, como humillacion de la impiedad, solo han podido verificarse bajo la ben-fica influencia del sistema Federal. sta es una verdad que est gravada en los cora-zones de estos habitantes quienes bendecirn siempre la Federacion y V.E. porque

    58 Borrador de nota de julio de 1837, AGN, Juzgado de Paz de Pilar, X 21-4-1: 1830-1851.Idntica nota se envi al Juez de Paz de San Isidro el 7 de julio de 1837: AGN, Juzgado de Paz de SanIsidro, X 21-6-4: 1828-1840 (el subrayado es mo).

    59 ARSI, Arg-Ch., 1001, 1836-1847, VII, 22, 24 de diciembre de 1841. La primera cita en ita-liano dice textualmente que Rosas se encuentra in gran pericolo di diventar pazzo e pazzo furioso. Lasegunda, que obliga a que sul Pulpito i Predicatori, in raccomandar lobbedienza alle Leggi, ed aiMagistrati, non si tengano sulle generali, ma parlin di Lui, come di benemerito della Patria, a cui si deb-ba da tutti ogni riverenza e sommessione.

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  • amas de los innumerables bienes con que los ha favorecido, les ha proporcionado elinmenso bien espiritual de esta Santa Mision.60

    El mismo sacerdote abri la misin de San Fernando pronunciando unelocuente Sermon moral en el que hizo alusin

    al vivo deseo de este Pueblo, y pedido para la venida de la Santa Mision, en cuyobrillante discurso sobresalieron los clsicos argumentos del paternal Gobierno deV.E., y su piedad religiosa del deber primario de todo buen patriota Federal y mora-lidad santa como el nico medio de sostener esta Causa Santa y justa.61

    Asimismo, la inauguracin de un nuevo cementerio por parte de losmisioneros al finalizar la visita le otorg una nueva oportunidad de predicar

    convincentemente los palpables beneficios obtenidos por todos los habitantes dela Provincia, del actual paternal Gobierno de V.E., de sus trabajos incesantes desve-los por el bien general, propagacion de nuestra Santa religion, y sosten de la justa cau-sa Nacional de la Federacin, que con tanta dignidad han proclamado los pueblos dela Repblica Argentina.62

    En ese mismo discurso, esgrimiendo razones cientficas e incontes-tables, el jesuita se demostr capaz de mostrar incluso que federacin yreligin no eran ms que una misma cosa. Si por un lado solo en el actualsistema federal, y bajo la influencia de un Gobierno piadoso y religioso,podian haberse obtenido bienes de inconmensurable importancia, y eltriunfo completo de nuestra sagrada religion, por otro, era imposiblepoder ser un verdadero patriota federal, separndose de los principios reli-giosos, y de la luminosa senda del santo evangelio.

    Senderos que se bifurcan

    El hecho de que Majest residiera en Buenos Aires haca apenas unao y tal vez poco ms que se haba enterado de su localizacin exacta,e incluso de su existencia no constituy un obstculo para que abrazaseardorosamente la causa federal del Restaurador de las Leyes. Pero debajo

    60 El juez de paz a Rosas, 14 de octubre de 1837, en La Gaceta Mercantil, 16 de octubrede 1837.

    61 El juez de paz a Rosas, 2 de noviembre de 1837, en La Gaceta Mercantil, 14 de noviembrede 1837.

    62 Ibdem.

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  • del plpito improvisado en la plaza, el superior de la comunidad alimenta-ba recelos y malestares que en breve haran estallar las discordias que con-duciran al fin de la experiencia. En esa ruptura se expresa la contradiccinbsica que condujo al fracaso de la poltica eclesistica de Rosas: la resu-rreccin de los regulares, que implicaba la re-fragmentacin de la obedien-cia y del imaginario religioso, se verificaba en el marco de la vigencia deuna ley que sealaba los lmites dentro de los cuales el nuevo clero habrade actuar y el fallido viraje intransigente habra de verificarse. La reintro-duccin de lazos de dependencia respecto de las autoridades residentes fue-ra de la provincia y la recuperacin de los vnculos que ligaban a segmen-tos de la feligresa portea con las rdenes religiosas eran inconciliablescon el modelo de base. Ese viraje naufraga por lo tanto por las contradic-ciones que introduce el intento de Rosas de realizar esa operacin de res-cate sin renunciar a los rasgos generales del esquema rivadaviano de reduc-cin a la unidad. Es sugestivo que tambin en las dems rdenes se hayanproducido desrdenes y rupturas. Tal vez un indicio de ello sea el malestaranlogo que habit a una parte de la comunidad jesutica por el decreto del12 de febrero de 1838 con el que el gobierno orden la expulsin de un gru-po de franciscanos espaoles que, recibido aos atrs con los brazos abier-tos, ltimamente haba intentado expulsar de la provincia.63 Lo cierto es quelos religiosos que escapaban de las reformas y violencias de la Pennsulaencontraban en Buenos Aires una poltica eclesistica en algunos puntosdemasiado cercana a la que haba dado origen a sus persecuciones y desdi-chas. En cualquier caso, es claro que si las comunidades de franciscanos ydominicos lograron sobrevivir a las presiones del rosismo, fue gracias a sucapacidad para adaptarse a las exigencias del gobierno.

    Los lmites de la poltica eclesistica de Rosas pueden advertirse tam-bin en los conflictos que alejan a monseor Mariano Escalada y a una par-te de la comunidad jesutica de las simpatas del Restaurador y de su entor-no ms inmediato. Las convicciones intransigentes de Escalada o delsuperior Berdugo chocan con las ambigedades de Rosas con relacin a losejes fundamentales que caracterizaban las convicciones de galicanos e

    63 En abril de 1837 el gobierno tiene que intervenir para garantizar la disciplina del conventode San Francisco y en septiembre de 1838 le toca hacerlo en Santo Domingo. En ambos la llegada dereligiosos europeos ha producido agudos conflictos, por lo que el gobierno debe advertirles que estdispuesto a extender a lo interior del claustro el brazo de la autoridad que le esta confiada pa la con-servacion del orden social. Los documentos se encuentran en AGN, Culto, 4-9-4: 1835-1851. El decre-to de expulsin de los franciscanos est en Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, 1838,pgs. 17-20.

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  • intransigentes. El superior de la Compaa estaba equivocado cuando en1837 interpretaba que

    ...nos hemos colocado en una posicion ventajosa en medio de los dos partidos [unita-rio y federal, RD], que no nos miran sino como ministros de una religion que por nues-tra conducta han conocido (dicen) que es independiente de los sistemas politicos.64

    En 1841 esa ilusin se haba evaporado, como atestigua, entre otrosdocumentos, la siguiente carta del mismo Padre Berdugo:

    Por la otra Carta que remito adjunta ver VR el termino fatal que ha tenido la aver-sion de nimo que contra nosotros empez concebir muchos meses hace elPresidente de la Republica de Buenosaires, porque no accedamos a ser unos vilesinstrumentos de su tortuosa politica: unido en miras e intereses con alguna parte deaquel clero que se muestra poco adicta la Silla Apostolica, nada menos pretendiaque obligarnos profanar el altar del Seor y a separarnos de nuestra inmediatadependencia de Roma [] Nuestro Colegio y nuestro Seminario de educacinse cerraron el dia 10 del pasado Octubre; y no es mi animo describir aqui las vilesmaquinaciones de que los agentes de uno y otro partido adverso se valieron para con-citar los animos de la poblacin contra nosotros, para sublevar la plebe y para ame-drentarnos con amenazas de muerte, con griterias alrededor de nuestra casa, y coninsultos y oprobios de toda especie: parecia que se habian propuesto repetir la horri-ble escena del famoso dia 17 de Julio de 1834 en Madrid.65

    La percepcin de Berdugo, que ve a Rosas unido en miras con algu-na parte de aquel clero que se muestra poco adicta la Silla Apostolica,refleja la ambigedad del gobernador respecto de las posiciones intransi-gentes que haba alentado aos atrs. El conflicto nace de las presionespara alinear a los jesuitas polticamente, por un lado, y por otro de la cre-ciente renuencia de las autoridades civiles y religiosas a aceptar las conse-cuencias concretas de la reintroduccin en la Iglesia portea de un modelode obediencia fragmentada. El problema con Berdugo, segn sus propiaspalabras, no atae especficamente a su persona sino a su carcter de cabe-za del cuerpo. El cuestionamiento apunta a imponer a la comunidad elmodelo de Iglesia de Estado, lo que implicaba el cercenamiento de su auto-noma como cuerpo y la ruptura con las autoridades extraterritoriales.Berdugo se refiere en la misma carta a un eclesistico

    64 ARSI, Arg-Ch., 1001, 1836-1847, IV, 3: copia de carta de Berdugo al P. Morey, BuenosAires, 30 de abril de 1837.

    65 ARSI, Arg.-Ch., 1001, 1836-1847, VII, 19: copia de carta de Berdugo, sin destinatario,fechada en Montevideo el 12 de noviembre de 1841 (el subrayado es mo).

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  • a quien sorprend envolviendo al pobre Obispo, y abusando de nuestra afliccion eldia 5 estrechando las cosas para que yo y los mos reconocisemos su jurisdiccin ynos separsemos de la Unidad de VRR....66

    En suma, para Rosas, en tanto que gobernador, la Iglesia es Iglesia delEstado, un segmento de su aparato poltico-administrativo, y los eclesisti-cos son empleados pblicos como todos los dems. Esta herencia rivada-viana pesa en Rosas mucho ms que cualquier otra consideracin. Por esosu poltica religiosa resulta incomprensible o contradictoria cuando se lapiensa en trminos de apoyo a la Iglesia o de relaciones entre el Estadoy la Iglesia: Rosas considera a la Iglesia portea en el marco poltico-ins-titucional que ha creado la reforma de Rivadavia de 1822. Las interpreta-ciones que desde la vertiente catlica recogen el affaire jesuita de esos aosomiten este dato insoslayable y proponen la imagen de un Rosas que pare-ce enloquecer, que deja de pronto de proteger a la Iglesia para comenzara atacarla a causa de su tendencia a confundir con la poltica los sacrosan-tos derechos de la religin.67 Se pierde de vista en esa mirada que los jesui-tas, como los franciscanos o dominicos espaoles, han sido invitados a laprovincia de Buenos Aires para incorporarse a su clero como empleadosdel Estado; es esto lo que Rosas piensa y Berdugo no entiende; es esto loque lleva a la ruptura de Berdugo con Rosas y con el padre Majest, que scomprende, asimila y acepta la invitacin que el Restaurador ha dirigido ala entera comunidad ignaciana.

    El gobernador de la provincia no se convierte en un perseguidor de laIglesia, no transmuta de Constantino a Dioclesiano: simplemente exige aquienes ha invitado a incorporarse al clero del Estado, a quienes ha conce-dido el uso de un establecimiento del Estado, a quienes ha decidido sub-vencionar con fondos del Estado, que sirvan sin ambages a ese Estado. Elrechazo de Rosas de la idea de la Iglesia como sociedad perfecta, comoentidad diferenciable y diferenciada del Estado, se revela en su negativa aderogar la ley de reforma del clero, que tantas voces cercanas le sugieren,y en el plano simblico en su desinters en la propuesta de Medrano de

    66 Ibdem (el subrayado es mo). 67 Prez, R.: La Compaa de Jess restaurada en la Repblica Argentina y Chile, el Uruguay

    y el Brasil, Henrich y Ca, Barcelona, 1901; Hernndez, P. La Compaa de Jess en las repblicas delsur de Amrica, Barcelona, 1914; Tanzi, H.: Relaciones de la Iglesia y el Estado en la poca de Rosas(Estudio de antecedentes constitucionales del Derecho de Patronato en nuestro pas), Historia, 30,1963, pgs. 5-28; Castagnino, R. H.: Rosas y los jesuitas, Pleamar, Buenos Aires, 1970; Avell Chfer,F.: El uso de la divisa punz en la Confederacin Argentina. Aspecto eclesistico, Nuestra Historia,9, 1970, pgs. 143-150; Bruno: Historia de la Iglesia en Argentina...

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    AEA, 63, 1, enero-junio, 2006, 19-50. ISSN: 0210-581048

  • modificar la fachada de la catedral, que expresaba arquitectnicamente lasconcepciones de los reformistas rivadavianos, para acercarla ms a loscnones estticos del catolicismo intransigente. El proyecto inclua el agre-gado de dos campanarios y de nichos con imgenes que atenuaran suaspecto de templo griego.68 Ese rechazo refleja los lmites de la apertura delRestaurador a los planteos y a las concepciones de la corriente intransigen-te, su negativa a considerar a la Iglesia provincial como una entidad dife-rente del Estado mismo.

    La gran contradiccin que atraviesa la transferencia de recursos delclero secular al regular, reversin opuesta a la que haba constituido el meo-llo de la poltica rivadaviana, estriba en que esa operacin tiende a recons-tituir un andamiaje de obediencias fragmentadas y una concomitante des-centralizacin devocional que instalan un elemento de tensin con elmodelo de Iglesia republicana, centralizada e incorporada al Estado, al queRosas no ha renunciado de ninguna manera. Los sucesivos conflictos conlos jesuitas, con los dominicos y con los franciscanos revelan el malestarque genera esa tensin, que Rosas trata de resolver, en el caso de los pri-meros, estimulando la ruptura de la comunidad y desplazando a los religio-sos ms reacios a incorporarse sin ms al clero de la provincia; es decir,deshacindose de aquellos que guardaban obediencia al padre Berdugo. Lasituacin interna de la comunidad no es, sin embargo, responsabilidadexclusiva de Rosas: en su seno habitaban ya tensiones entre algunos de susmiembros, celos y recelos personales que se expresaron a la postre en unadiferente recepcin de la poltica del Restaurador. Las diferencias entre elsuperior Mariano Berdugo y el Padre Francisco Majest estaban animadaspor cuestiones que iban ms all de las meramente polticas, como revelanlos documentos que custodia el archivo de la Compaa. La segunda expul-sin de la Compaa de Buenos Aires es el resultado de esa incomprensin:

    Los Padres de la Compaia de Jesus, sin embargo de sus virtudes cristianas y mora-les, reunidos en comunidad y sugetos a la obediencia de un Superior opuesto a losprincipios polticos del Gobierno, no han correspondido las esperanzas de laConfederacion, consignadas valientemente en el decreto de su restitucion- Su marchade fusion opuesta al sentimiento federal, desagradaba altamente mucho ha la opinionpblica, contenida por los respetos del Gobierno- Pronuncise despues fuertemente,y los Padres de suyo dejaron el Colegio.69

    68 Aliata: Cultura urbana 69 Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, 1841, pg. 157. (1523): Mensage a la

    Decima-Nona Legislatura, 27 de diciembre de 1841.

    EL LABERINTO RELIGIOSO DE JUAN MANUEL DE ROSAS

    AEA, 63, 1, enero-junio, 2006, 19-50. ISSN: 0210-5810 49

  • A partir de 1838-1839, con el bloqueo francs, la sublevacin de losLibres del Sur en la que participan varios eclesisticos y las muer-tes de los Maza, Rosas muestra cada vez menos paciencia a los miembrosdel clero que no comprenden lo que de ellos se espera.70 Esa prdida depaciencia, a la vez, parece ir acompaada de una paralela decepcin delgobernador respecto de la eficacia de ese segmento del Estado laIglesia en la coyuntura mucho ms violenta que se va instalando. Si en1829 o en 1835 Rosas se propona a s mismo como Restaurador de lasLeyes, del orden y de la religin, en 1839 los discursos que ms aprecia elgobernador se radicalizan demasiado como para ser digeridos por hombresde la mesura de Escalada o Berdugo. En ese ao para el cura de SanNicols de los Arroyos, los enemigos de Rosas lo son tambin, sin media-cin alguna, del poder de Dios, y el gobernador es semejante a aquellacolumna de fuego que, segn la historia, guiaba por el desierto al pueblo deDios.71 En ese contexto no hay margen para la ms mnima ambigedad,y los jesuitas espaoles ms intransigentes, que tan slo cuatro aos antesRosas haba juzgado tiles agentes del orden, le parecen ahora ms un pro-blema que una solucin. La escasez de documentos referidos a cuestioneseclesisticas de la dcada de 1840 y el carcter rutinario y burocrtico delos que han llegado a nosotros, salvo pocas excepciones, no nos ayudanmucho a interpretar la etapa que se abre desde entonces. Pero es significa-tivo que a partir de esos aos el gobierno deje de promover las misionesrurales y de tomar medidas tendientes a fortalecer al clero regular conrecursos materiales y humanos. Tal vez otros segmentos del Estado pien-so en el ejrcito hayan resultado a los ojos de Rosas ms eficaces o con-fiables para garantizar la defensa del orden federal.

    Recibido el 17 de octubre de 2005Aceptado el 15 de enero de 2006

    70 Vase los interesantes datos sobre la participacin de clrigos en la sublevacin y sobrealgunas de sus derivaciones polticas en Carranza, .: Bosquejo histrico del Doctor Crlos Tejedor yla conjuracion de 1839, Imprenta de Juan A. Alsina, Buenos Aires, 1879, en particular pgs. 17, 43-44, 46, 150-162, 171-173, 191 y 194-195.

    71 El discurso en Saldas: Historia de la Confederacin, pg. 120. Luego de las frases cita-das la exhortacin contina de manera por dems elocuente: ste es Rozas. [] Corramos a recibirrdenes de nuestro magistrado e impartindonoslas, grabemos en nuestros corazones este lema: Odioeterno a los parricidas unitarios vendidos al inmundo oro francs! Odio y venganza en el pecho fede-ral contra los incendiarios esclavos de Luis Felipe!.

    ROBERTO DI STEFANO

    AEA, 63, 1, enero-junio, 2006, 19-50. ISSN: 0210-581050