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Paseo número uno en la combi Es de noche. Las bocinas de los carros arrasan con la ciudad. Las calles se tornan amarillas. Pálidas. Veo pasar a la gente. Hay cada tipo, por dios, me digo. Mira, por ejemplo, a ese señor, el de la bufanda amarilla. Observa cómo camina. Su trote minúsculo, su brisa despistada. No se imagina que se le observa, se le analiza, se le implora que no pretenda sentirse relevante. Oh, esta bufanda empieza a volverme loco. No importa, empiezo a impacientarme, detengo mi cabeza, dejo de asfixiarla. Estoy abrumado. Estoy desprotegido, eso es todo. Enteramente deshecho, compuesto en orfandad, naturalizado en caída. Tengo la cabeza agazapada, enroscada, en todo el asiento. Acabo de acostumbrarme al temblor del motor. A la irregularidad de la ventana. Empiezo a sentir frio, cambio de posición. Paseo número dos fuera de ella Es un amanecer claro. Mi calle está vacía. Únicamente los vecinos de abajo, los recolectores de basura, están esparcidos, buscando alguna botella, alguna caja. Estoy fumando un cigarrillo, desde la ventana de mi departamento, en el quinto piso, como un romántico, como un donnadie. Mis brazos se lastiman cuando estoy apoyado por mucho tiempo en el barandal. No me importa mucho. Es más, me gusta tocar morbosamente las marcas que me dejan esos dientes, no encuentro otra manera de decirlo, paralelos y contundentes. Me gusta tocar los huecos de mi cuerpo, sentir sus diferentes texturas, repasar una y otra vez las protuberancias que se presentan rojizas,

Dia

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Page 1: Dia

Paseo número uno en la combi

Es de noche. Las bocinas de los carros arrasan con la ciudad. Las calles se tornan amarillas. Pálidas. Veo pasar a la gente. Hay cada tipo, por dios, me digo. Mira, por ejemplo, a ese señor, el de la bufanda amarilla. Observa cómo camina. Su trote minúsculo, su brisa despistada. No se imagina que se le observa, se le analiza, se le implora que no pretenda sentirse relevante.

Oh, esta bufanda empieza a volverme loco.

No importa, empiezo a impacientarme, detengo mi cabeza, dejo de asfixiarla. Estoy abrumado. Estoy desprotegido, eso es todo. Enteramente deshecho, compuesto en orfandad, naturalizado en caída.

Tengo la cabeza agazapada, enroscada, en todo el asiento. Acabo de acostumbrarme al temblor del motor. A la irregularidad de la ventana. Empiezo a sentir frio, cambio de posición.

Paseo número dos fuera de ella

Es un amanecer claro. Mi calle está vacía. Únicamente los vecinos de abajo, los recolectores de basura, están esparcidos, buscando alguna botella, alguna caja.

Estoy fumando un cigarrillo, desde la ventana de mi departamento, en el quinto piso, como un romántico, como un donnadie.

Mis brazos se lastiman cuando estoy apoyado por mucho tiempo en el barandal. No me importa mucho.

Es más, me gusta tocar morbosamente las marcas que me dejan esos dientes, no encuentro otra manera de decirlo, paralelos y contundentes. Me gusta tocar los huecos de mi cuerpo, sentir sus diferentes texturas, repasar una y otra vez las protuberancias que se presentan rojizas, resueltamente enfermizas: todos estos accidentes epidérmicos me saben a belleza.