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Nueva época, No. 62 Guatemala, febrero de 2008 Genocidio y terrorismo de Estado en Guatemala “Gloriosa victoria”, 1954 Temple sobre tela Diego Rivera Colección Museo Pushkin

Diálogo 62 Nueva Época / Genocidio y terrorismo de Estado en Guatemala

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Genocidio y terrorismo de Estado en Guatemala / Publicación mensual de FLACSO-Guatemala

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Nueva época, No. 62 Guatemala, febrero de 2008

Genocidio y terrorismode Estado en Guatemala

“Gloriosa victoria”, 1954Temple sobre tela

Diego RiveraColección Museo Pushkin

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Secretario general de FLACSOFrancisco Rojas Aravena

San José, Costa RicaCONSEJO ACADÉMICO DE FLACSO-GUATEMALA

Isabel Rodas N.- directora Virgilio Álvarez / Oscar López / Santiago Bastos

Paola Ortiz / Virgilio Reyes / Luis Raúl Salvadó / Simona V. Yagenova

Publicación mensual de FLACSO-Guatemalay elPeriódico

Edición y corrección de estilo: Mario Maldonado;

Coordinación y diagramación: Hugo de León P.

Tel. PBX (502) 24147444 Fax: (502) 24147440Correo electrónico: [email protected]

Página web: http://www.flacso.edu.gt

Esta publicación es posible gracias al apoyofinanciero de

ASDI/SAREC

30,000 ejemplares

1 Sociólogo, profesor investigador del Posgrado de sociología del Instituto de CienciasSociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma dePuebla, México.

Introducción

Carlos Figueroa Ibarra1

El caso guatemalteco es paradigmático por las enormescapacidades de violencia que puede generar un Estado y ungrupo dominante cuando se ven amenazados por la rebelión. A

diferencia de países como Colombia, en los cuales los victimarios sondiversos, en Guatemala fueron las agencias del Estado las principalesresponsables de la ejecución extrajudicial y desaparición forzada deaproximadamente 200 mil guatemaltecos (ODHA, 1998; CEH, 1999; Ball etal., 1999). Si comparamos el caso de Guatemala con los crímenes contrala humanidad que se observaron en otros países de América Latinadurante el siglo XX, en términos absolutos y proporcionales, este pequeñopaís centroamericano tiene el dudoso honor de ocupar el primer lugar.No se trata de reproducir el síndrome que ha señalado un estudioso delgenocidio armenio: la victimización genocida convierte al propio genocidioen una experiencia única para la víctima (Dadrian, 2005:75). En mediode su atrocidad, el genocidio en Guatemala palidece, no digamos anteel genocidio armenio y judío, sino ante las experiencias de la segundamitad del siglo XX: Irak (1988-1991) con 180 mil; Uganda (1972-1979/1980-1986) con entre 400 y 500 mil víctimas; Sudan (1956-1972) yVietnam del Sur (1965-1975) con similares cantidades; Pakistán (1971)con la muerte de entre uno y tres millones de personas; Ruanda (1994)con entre 500 mil y un millón; y, Kampuchea (1975-1979) con entre dosy tres millones (Harff, 2005: 179).

Ante lo estremecedor de estas cifras, puede convenirse, sinembargo, que con un territorio de 108 mil kilómetros cuadrados y unapoblación que osciló entre 2 millones y 10 millones de habitantesdurante el tiempo que duró el conflicto interno (1954-1996) 200 milvíctimas resultan ser una cifra considerable. La más alta de AméricaLatina. He aquí una de las motivaciones del autor para reflexionar sobreGuatemala y una causa poderosa para que dicha reflexión seanecesaria.

Legalidad, legitimidad e ilegitimidaddel terrorismo de Estado en

Guatemala

Un Estado puede ejercer la violencia de manera legal y, por tanto,legítima, si se apega al Estado de Derecho. Si lo hace recurriendo amétodos que la ley prevé y apegado a las convenciones jurídicasnacionales e internacionales de respeto a los derechos humanos, elEstado, según la teoría del derecho y la ciencia política, puede recurrira actos de violencia que son legales y, por ello, generalmenteconsiderados legítimos. Resulta, además, una regularidad, que unEstado que enfrenta momentos de insubordinación de partessignificativas de la sociedad, fácilmente cae en la ilegalidad en lo que serefiere al ejercicio de la violencia.

En tanto que un Estado apegado a la legalidad conserva lalegitimidad interna y externa, la violencia ejercida de manera ilegal,haciendo uso del terrorismo de Estado, se convierte fácilmente enuna violencia clandestina. En el caso guatemalteco, el país se ubicabaen una región del planeta donde la democracia era un valorcomúnmente aceptado. La democracia se convirtió en el recursoideológico blasonado por el occidente capitalista, contra su adversariocomunista en el contexto de la guerra fría. La violencia ilegal, elterrorismo de Estado, no podía ejercerse de manera abierta. Para noperder legitimidad nacional e internacional, el Estado guatemalteco sevio precisado a ejercer la represión predominantemente de maneraclandestina.

Terrorismo abierto, terrorismoclandestino, terror selectivo y terror

masivo

El terror estatal de carácter abierto tuvo siempre más posibilidades deejercerse en el campo que en la ciudad. Ello se debió a que, durantetodo el siglo XX, la capital del país fue el epicentro de la lucha política Enésta se determinaron los hechos políticos decisivos en la historia másreciente del país. En general, fueron las ciudades puntos neurálgicosque el Estado reprimió, pero tendiendo a hacer uso del terrorismo estatalclandestino y, por tanto, manteniendo la escenografía democrática conlos propósitos legitimadores antes mencionados.

Fue la necesidad estatal de una fachada democrática lo queexplica que el asesinato, el secuestro y la tortura lo hayan ejercido engran medida los llamados escuadrones de la muerte. Éstos, que habíansurgido entre 1966 y 1967, no fueron más que grupos ultraderechistasprotegidos por la dictadura o el Ejército y los aparatos policíacos, los

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Foto Miguel Ángel Zetina

que, vestidos de civiles, realizaban las más grandes ignominias contraobreros, campesinos, estudiantes, empleados e intelectuales. Así lascosas, estas organizaciones clandestinas y los cuerpos represivosregulares asesinaron en siete meses (comprendidos entre 1966 y1967) a más de cuatro mil personas (Maestre, 1969: Aguilera, 1969:125). He aquí la causa de que el Estado guatemalteco haya hecho loque se ha llamado “la ruptura de su propia legalidad”.

El terrorismo de Estado, sea abierto o clandestino, persigue crearpor múltiples vías, un determinado efecto psicológico en el seno de lapoblación. Este efecto psicológico aparece como un profundo temor,el cual incluso puede devenir en paranoia, como una sensación deimpotencia y debilidad ante la poderosa y terrible maquinaria represiva,un sentimiento de conformidad para no intentar cambiar lo que deantemano se sabe que no se puede cambiar, pasividad ante ladesigualdad y la opresión y, finalmente, una aversión hacia todas lasorganizaciones políticas o sociales que niegan o se oponen al sistemaestablecido.

A la distinción entre terrorismo abierto y terrorismo clandestino,cabe agregar la de terrorismo selectivo y terrorismo masivo. El terrorde carácter selectivo se sustentó en una cuidadosa selección de lasprobables víctimas de la ejecución extrajudicial y la desapariciónforzada. Viejas listas de comunistas o filocomunistas elaboradas porel Comité de Defensa contra el Comunismo, probablemente, sirvieronpara elaborar las listas de la muerte. A ello se agregaron registrospoliciacos, listas de antecedentes penales, informes elaborados poragentes de las distintas corporaciones policiacas. Lo anterior fuecombinado con una labor de inteligencia que llevó a los diseñadoresde la contrainsurgencia a elegir a las víctimas con un alto grado deprecisión.

En las postrimerías del régimen de Kjell Laugerud (1974-1978) ya lo largo del gobierno de Lucas García, el terrorismo de caráctermasivo, paulatinamente, se fue convirtiendo en la forma preponderantede terror. A diferencia del selectivo, el terrorismo masivo operó demanera relativamente indiscriminada. Las masacres de campesinosindígenas, realizadas en el marco de la política contrainsurgente detierra arrasada, fueron un ejemplo conspicuo delterror masivo. Pero aun en medio de su ejercicioindiscriminado, el terror masivo tuvo unavinculación con la selectividad. Las masacresfueron realizadas con base en una selecciónprecedida por labor de inteligencia, quedictaminaba cuáles eran las regiones en las quetenía mayor influencia la insurgencia. Presenteen diversos momentos de la historia recientede Guatemala, el terror masivo se desplegócomo nunca antes durante los diecisiete mesesdel gobierno de facto del general Efraín RíosMontt (marzo de 1982-agosto de 1983) cuandoel terror masivo se llevó a su máxima expresión(Figueroa, 1991; ODHA, 1998; CEH, 1999).

A primera vista, puede observarse que elEstado guatemalteco se sintió más cómodoejerciendo el terrorismo clandestino en lasciudades y el terrorismo abierto en el campo.Se ha expresado que esto se debió a quecualquier acto represivo en las ciudades eramás visible, tenía más resonancia y, por tanto,más repercusiones negativas sobre la legiti-midad. Por la misma razón, el terror selectivotendió a prevalecer en la ciudad, mientras queen el campo –sobre todo en los grandes

momentos represivos– fue más fácil para el Estado ejercer accionesde terror masivo. Finalmente, los medios de comunicación nacionalese internacionales no tenían acceso real a lo que estaba aconteciendoen las remotas áreas rurales. Por ello, en esos lugares actuaronpolicías como la Guardia de Hacienda, secciones del Ejército como latropa regular, cuerpos de élite de las mismas fuerzas armadas, comolos kaibiles, o población civil organizada desde el Estado como lasPatrullas de Autodefensa Civil (PAC). En general, los diversos agentesrepresivos del Estado pudieron realizar, de manera desembozada ysin ningún prurito, las violaciones más atroces a los derechoshumanos.

Finalmente, también cabe formular la hipótesis de que hubo, entérminos generales, una suerte de división del trabajo en la represión.Mientras las diferentes corporaciones policiacas se dedicaron a ejercerla contrainsurgencia en los cascos urbanos, el Ejército hizo lo propioen las áreas rurales. Esto debido, entre otras causas, a las propiasnecesidades operativas que el conflicto armado interno imponía. Porotra parte, la insurgencia tuvo sus bastiones más fuertes en las áreasrurales. También pudo haberse debido a las propias necesidades dela legitimación: mantener el Ejército desplegado permanentementeen las áreas urbanas hubiera creado una percepción de crisis extremade ingobernabilidad, hubiera evidenciado de manera más clara quese vivía bajo la égida de una dictadura militar, hubiera contradicho eldiscurso oficial de que la paz se mantenía y de que eran las “extremas”las que la querían perturbar.

Ejecución extrajudicial y desapariciónforzada. Campo y ciudad

Puede decirse que el fenómeno social que posibilitó el despliegue de lacontrainsurgencia como un terrorismo de Estado de notablesmagnitudes, fue la cristalización en el Estado guatemalteco de una culturadel terror que, a su vez, fue el resultado de la combinación de diversoshechos históricos. Entendemos por cultura del terror a aquella culturapolítica que concibe a la dominación como el ejercicio indisputado e

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2 Cabe mencionar que uno de los autores de Aguilera y Romero et al., 1981, el sociólogoJorge Romero Imery, fue en 1982 una de las víctimas de la ejecución extrajudicial en Guatemala.

Foto Miguel Ángel Zetina

incuestionado de la gestión estatal, que piensa la solución de lasdiferencias de cualquier orden fundamentalmente a través de laeliminación del otro, que imagina a la sociedad como un espaciohomogéneo en lo que se refiere al pensamiento y, al mismo tiempo,como un ámbito heterogéneo, en el cual clase y raza marcan lasdiferencias legítimas, que razona a la ciudadanía como una formalidadque encubre una realidad estamentaria que es necesario conservar y,que finalmente, como consecuencia, considera a la violencia represivacomo un recurso legítimo para preservar el mundo conformado deacuerdo con dicho imaginario (Figueroa, 2005).

La permanente inestabilidad estatal hizo devenir al terrorismo deEstado en categoría económica, puesto que al ser costumbre ancestral,se convirtió en necesidad actual, en tanto que era recursoimprescindible para dar continuidad a un modelo económico decarácter excluyente. Esta exclusión se expresaba en las dos caras deuna misma moneda: un Estado débil e inestable y una sociedad civilcon tendencias a la insubordinación. La combinación de estos dosfactores fue la raíz última del terror estatal como fenómeno estructuralpermanente. Las crisis cíclicas de dicha combinación fueron, a suvez, la raíz última del terrorismo de Estado como hecho coyun-turalmente masivo.

Fueron, entonces, la ejecución extrajudicial y la desapariciónforzada, los recursos fundamentales de los cuales se valieron el Estadoy los grupos dominantes en el país para hacerle frente a lainsubordinación, que provocaron un régimen dictatorial y un modelocapitalista de carácter excluyente. La ejecución extrajudicial estuvovinculada con el terror selectivo (asesinato o desaparición de individuoso pequeños conglomerados de personas considerados como objetivosespecíficos), pero también lo estuvo con el terror masivo. Perversidadesaparte, la ejecución extrajudicial tuvo la ventaja de eliminar a personasque eran activas o presumiblemente activas en la subversión uoposición a la dictadura militar. Ejecutar a dicha persona eliminabaasí un factor de desestabilización.

En lo que se refiere a las desapariciones forzadas, puede decirseque, cuando se observan las estadísticas del terror, las oscilacionescuantitativas de la desaparición forzada en general coinciden conperíodos y regiones del país caracterizados por una gran confrontaciónsocial. Puede deducirse que esto fue así en la mayoría de los casoscontabilizados como desaparición forzada de carácter político. Con ladesaparición forzada de individuos, e inclusive de colectivos deindividuos, el régimen político obtuvo varios objetivos: disponer delcuerpo y del espíritu del desaparecido, evitar desprestigio internacionaly convulsión interna provocados por la existencia de presos políticos,

evitar ese mismo desprestigio al aumentar las cifras declaradas demuertos por razones políticas y, finalmente, sembrar el terror en elseno de la población y obtener, de esa manera, la aniquilación en ellade una voluntad de transformación. El objetivo fundamental delterrorismo de Estado –fuera a través de la ejecución extrajudicial o ladesaparición forzada– fue conseguir un consenso pasivo en vista dela imposibilidad de obtener un consenso activo.

En lo que se refiere a la ejecución extrajudicial y la desapariciónforzada como mecanismos contrainsurgentes operando en el campoy la ciudad, resulta sorprendente ver cómo las referencias empíricascon respecto a la segunda son abrumadoramente mayoritarias en laciudad. En relación con ello, es posible pensar que los actos dedesaparición forzadas resultaban más notorios para los medios decomunicación que los efectuados en las remotas áreas rurales. Pero,independientemente de que esto pudo haber generado un sesgo en lainformación empírica con la que se cuenta, cabría formular unahipótesis que nuevamente tiene que ver con la legitimidad. Si resultaraplausible la hipótesis de que, en la ciudad, cualquier actocontrainsurgente que implicara el terror tenía un costo político mayorque el que pudiera efectuarse en el campo, la desaparición forzadapodría haber sido más rentable políticamente. Una de las ventajas dela desaparición forzada para el Estado que la perpetra, es que puedealegar inocencia o puede esgrimir muchas causas en la desapariciónde una persona, no necesariamente como resultado de una accióncontrainsurgente.

La dinámica general de la insurgenciaen Guatemala. Los ciclos del terror

A finales de los años 70 y principios de los años 80 del siglo XX, las cifrasdel terror estatal nos indicaron que regiones que antes no habían sidoafectadas por la violencia de Estado, fueron el escenario privilegiadode ella. No resultó acertado afirmar que un menor desarrollo capitalistageneraba un conflicto de clases menos pronunciado y, por lo tanto, queun desarrollo pronunciado del mismo generaba una mayor confrontaciónsocial (CIDCA, 1979, Aguilera, 1980: p. 40; Aguilera y Romero et al, 1981).2

Lo que se observó en los años ochenta, más bien permitióconfirmar que la represión del Estado es algo que, en términosgenerales, tiene una relación directamente proporcional con el nivelde desobediencia o rebelión que encuentra en el seno de la sociedadcivil. De donde podemos sacar una conclusión que acaso sea unaregularidad válida más allá del caso guatemalteco y centroamericano:cuanto más enconado sea el conflicto, cuanto mayor sea la resistenciade aquellos que llevan la peor parte en la sociedad, mayor será laviolencia que provenga del Estado. Aunque entre las víctimas delterrorismo de Estado en Guatemala se encontraron personas ajenasa la rebelión, sería una injusticia histórica el postular que, en lo esencial,fueron pasivos objetos de la crueldad dictatorial. Las grandes olas deterror de la segunda mitad del siglo XX fueron la respuesta necesaria eineludible, desde la lógica contrainsurgente, a manifestacionesnotables de insubordinación y ascenso popular.

Desde 1954, la sociedad guatemalteca ha vivido dos grandesciclos insurgentes (1962-1967; 1973-1982) y tres grandes olas de terror(1954; 1966-1972; 1978-1983). La primera ola de terror masivo seobservó en los meses posteriores al derrocamiento del gobierno deJacobo Arbenz en 1954. Aparte de las miles de víctimas que dejó (sehabla de tres mil muertos y desaparecidos) tuvo un poderoso efecto

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3 Esta gráfica se encuentra en Figueroa 2004; 2006. Fue elaborada con base en registroshemerográficos, los cuales deben tomarse como una muestra.

4 Esta gráfica se encuentra en Figueroa 1999. Fue elaborada con base en la recopilación dedatos en fuentes hemerográficas y testimonios orales. La base de datos es la misma que usanque Ball et al., 1999.

que habría de ser muy útil en los años venideros: la difusión de laparanoia anticomunista.

La segunda ola de terror habría de observarse entre fines de 1966hasta 1971-1972, que dejó un saldo de miles de muertos ydesaparecidos, y, con ello, la derrota y casi desarticulación del primerascenso guerrillero. No existen registros elaborados del número demuertos y desparecidos en aquel momento, pero hay quienes afirmanque el terrorismo de Estado asesinó en aquellos años a 18 milguatemaltecos, con el propósito de aniquilar a algunos centenares dealzados (Torres-Rivas, 1980). Las características del terror en aquellosmomentos y crónicas del horror pueden encontrarse en los textos deAguilera (1969) y Maestre (1969). La segunda ola se registra en lasiguiente gráfica, la cual ilustra lo acontecido durante aquellos años.En ella puede observarse que las cifras de muertos y desaparecidoscomienza a aumentar en 1966, llega a su clímax en 1967, para empezara declinar en 1969. En lo que se refiere a la ejecución extrajudicial,este clímax parece alargarse hasta 1968, pero igualmente empieza adeclinar al año siguiente.3

Gráfica 1

aprecian dos grandes cúspides en materia de terror contrainsurgente.La primera de ellas se encuentra entre 1966 y 1968, que se alargahasta 1972 y 1973, para luego ir declinando hasta 1977. En 1978,cuando se inicia el gobierno del general Romeo Lucas García, lascifras del terror contrainsurgente empiezan a ascender hasta llegar aalturas verdaderamente notables durante los años del gobierno delgeneral Efraín Ríos Montt durante 1982 y 1983.

Gráfica 2

La tercera ola de terror comenzó en 1978, tuvo su clímax duranteel gobierno de Efraín Ríos Montt (1982-1983), y amainó en 1984.Confirmando la regularidad antes apuntada, la tercera ola de terror fuela respuesta a la emergencia de un segundo ciclo revolucionario quecomenzó con las huelgas magisteriales de 1973. Las grandes luchaspopulares, urbanas y rurales, observadas entre 1973 y 1978, las cualesfueron drásticamente abatidas por la primera fase de la gran ola deterror que se inició en 1978. Esta primera fase de terror, sustentadasobre todo en el terror selectivo, fue dirigida contra las luchas populares,abiertas y pacíficas, de carácter reivindicativo. La generalización de lalucha armada de contenido revolucionario, tuvo una respuesta en elascenso del terrorismo de Estado en una segunda fase, la del terrormasivo, el cual, combinado con un recambio político significativo en elseno del Estado que se empezó a observar a partir del derrocamientodel Gobierno en marzo de 1982, logró hacer entrar al movimientorevolucionario en una nueva etapa de reflujo a partir de ese año. Unindicador del comportamiento de la contrainsurgencia en materia deterrorismo de Estado puede observarse en la gráfica 2.4 Dicha gráficaindica que, en materia de desaparición forzada (todo señala que similarcomportamiento se puede advertir en la ejecución extrajudicial), se

A partir de ese momento, los números de la desaparición forzadaempiezan a declinar, lo cual no quiere decir que desaparezcan. Latercera ola de terror bajó a partir del gobierno de Vinicio Cerezo Arévalo(1986-1991) pero decir esto es relativo. Las cifras del terrorcontrainsurgente declinaron en el período de gobierno de Cerezo, peroesto sólo es verdad si comparamos las cantidades de desaparecidosen ese momento con las de los gobiernos precedentes, el de RíosMontt y del general Humberto Mejía Víctores. Esto indica que cuandolas olas de terror amainan, no implica que en los intervalos entre ellasno hubiese habido hechos significativos de terror. Tampoco quiere decirque en los gobiernos posteriores a la tercera ola de terror, éstedesapareció significativamente. En materia de desaparecidos, porejemplo, las cifras del gobierno del temible general Carlos Arana Osorio(1970-1974) en los años 70, son muy parecidas a las de los gobiernosciviles de Vinicio Cerezo Arévalo y Jorge Serrano Elías (1991-1993).

Genocidio, etnocidio y terrorlegitimado en Guatemala

Lo ocurrido en Guatemala entre 1954 y 1976 puede ser calificado comoun genocidio. Sin embargo, si nos atenemos a la definición jurídica queadoptó la Convención de la Organización de la Naciones Unidas sobreGenocidio, los abogados de los genocidas guatemaltecos pueden argüirque lo sucedido en Guatemala no califica como tal. No hubo ningúngrupo nacional, étnico, racial o religioso que fuera destruido como taltotal o parcialmente de manera intencional (Harff, 2005: 172).Precisamente, el caso de Guatemala revela que es cierto lo que algunosespecialistas afirman: que el concepto se vuelve elusivo y problemático(Bjorlund et al, 2005: 21-23). Como la definición jurídica es exclusivista,en el caso guatemalteco a veces los que han argumentado el genocidiolo han hecho desde la perspectiva de que la matanza estuvo dirigida adesaparecer a las distintas etnias mayas que existen en el país. Seargumenta que la mayoría de los muertos y desaparecidos por elterrorismo de Estado guatemalteco fueron personas que pertenecían adichas etnias (Bjorlund et al, 2005: 47). El argumento puede ser refutadocon dos hechos igualmente ciertos. En primer lugar, una enorme cantidadde víctimas fueron personas que no pertenecían a ninguna de estasetnias, es decir fueron ladinos, como en Guatemala se ha llamado a losmestizos. En segundo lugar, del lado de los perpetradores, hubo

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entusiastas victimarios indígenas en los más distintos niveles del aparatogenocida. Ciertamente, sucedió en Guatemala lo que se observó en elgenocidio armenio, judío y rwandés (Dadrian, 20055: 75-121). Lamatanza fue precedida por la construcción de una otredad negativaque creó las condiciones de legitimidad necesarias para perpetrarla(Feierstein, 2000: 36-40). En el caso de la región que abarca Chiapas yCentroamérica, la construcción de una otredad negativa expresada enel racismo hacia los pueblos indígenas fue indispensable en lalegitimación de la expoliación y el terror. Pero, en la Centroamérica delsiglo XX, especialmente después de la insurrección de El Salvador en1932, surgió una nueva otredad negativa: el comunismo. La paranoiaanticomunista que la guerra fría desató en todas partes, encajóperfectamente con la lógica maniquea y de pretensiones totalitarias dela cultura del terror. Indios y comunistas encarnaron esa otredad que yaera intolerable desde antes de iniciar la guerra fría (Figueroa, 2004;2006).

El exclusivismo de la definición jurídica de genocidio ha llevado aalgunos autores a construir otras categorías como politicidio (Harff,2005) o generocidio (Jones, 2005). Pero si salimos de la definiciónjurídica y adoptamos una perspectiva inclusivista, el genocidio es fácilde detectar. La agregación de los grupos políticos y sociales (Bjorlundet al, 2005: 34) a los nacionales, étnicos, raciales y religiosos, ubicaríafrancamente a Guatemala en el listado de países en los cuales elgenocidio es claramente perceptible. Además, consolidaría estaperspectiva si partimos del hecho de que el grupo victimizado nonecesariamente tiene que existir como tal: basta con que haya sidoconstruido en la subjetividad del perpetrador (Bjorlund et al, 2005: 40).Lo que sucedió en Guatemala parecería ser una combinación entre laexistencia real del grupo al que se buscó destruir (indios y comunistas)con una construcción subjetiva de los mismos: el término comunistafue aplicado con gran flexibilidad a muchos individuos y sectoressociales los cuales difícilmente calificarían como tales.

En páginas anteriores se ha planteado que, cuando un Estadorealiza prácticas de violencia que devienen ilegales, corre el riesgo deperder legitimidad; es decir, la aceptación, el consenso de la sociedadcivil, del conjunto de los ciudadanos. Pero, ¿qué sucede cuando esteconsenso no se pierde o no se pierde totalmente? ¿qué sucede cuandoal menos una parte de la sociedad interviene activamente confinanciamiento y apoyo político a dichas acciones?En efecto, habrá que convenir que el terrorcontrainsurgente no solamente fue obra de un grupode altos militares sino también hubo involucramientode un sector del empresariado. Pero, más allá deeste involucramiento, ¿qué sucede cuando unsector de la sociedad justifica que una personasea ejecutada extrajudicialmente o desaparecidade manera forzosa porque es subversivo ocomunista?

He aquí el punto en el que se encuentra lasociedad guatemalteca, es el lugar de donde tendráque arrancar el largo camino que queda por andar.

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Foto Miguel Ángel Zetina

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