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1 Carlos López Hernández Homilía del Sr. Obispo Fiesta de Jesucristo Sacerdote 2017 La vocación al ministerio presbiteral es un don que Dios siembra en el corazón de algunos hombres a través de la acción evangelizadora de la Iglesia y que la misma Iglesia cultiva en un camino de formación para que llegue a dar frutos maduros. Los presbíteros sabemos por experiencia que nuestra vocación fue madurando en un camino de seguimiento de Jesús como discípulos que nos llevó a reconocerle con alegría como el centro y el Señor de nuestra vida. De este encuentro con el amor salvador del Señor surgió nuestro anhelo de configuración cada vez más profunda con él y nuestra disponibilidad para consagrar nuestra vida al ministerio sacerdotal en la Iglesia. Durante el tiempo de nuestra formación en el Seminario fuimos interiorizando en la oración personal y en la liturgia que la configuración con Cristo implica la entrega total sin reservas, como la que vivió Abraham al no reservarse a su propio hijo, dado por Dios y en el que estaban centradas todas las promesas. Abraham creyó que Dios le pedía renunciar a todo lo que le había prometido; y no dudó en obedecer y seguir confiando: Dios proveerá el cordero para el sacrificio. Y Dios le ratificó todas sus promesas. “Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz”. Esta promesa fue realizada en Jesús, el perfecto hijo de Abraham en la fe, que al entrar en el mundo confiesa a su Padre: “me formaste un cuerpo”, para ofrecértelo como oblación, hecha una vez para siempre, en orden a la santificación de todos. “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. Y esa decision la mantuvo con fidelidad hasta la entrega de su vida por amor y con absoluta libertad, en la tristeza, la angustia y el sudor de sangre, en la oración en Getsemaní: “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”. Y en esa dramática situación nos dejó a los discípulos la orientación decisiva para ser capaces de seguir sus huellas: “Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. A lo largo de nuestro ejercicio del ministerio hemos podido experimentar la máxima alegría cuando el amor y la obediencia a la misión encomendada por Jesús nos han hecho capaces de entregar la vida por las ovejas como lo hizo el Buen Pastor; es decir, cundo nuestra celebración de la Eucaristía no es solo la memoria del misterio pascual de Jesús, realizada en su nombre, sino el signo de nuestra propia entrega diaria y sin reservas: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Así la eucaristía será realmente la fuente y el culmen de nuestro ministerio sacerdotal y de la caridad pastoral.

Diócesis de Salamanca - Fiesta Jesucristo Sacerdote 2017 · 2019-02-14 · de los presbíteros, promover acciones pastorales que susciten un clima espiritual favorable al discernimiento

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Carlos López Hernández

Homilía del Sr. Obispo

Fiesta de Jesucristo Sacerdote 2017

La vocación al ministerio presbiteral es un don que Dios siembra en el corazón

de algunos hombres a través de la acción evangelizadora de la Iglesia y que la misma Iglesia cultiva en un camino de formación para que llegue a dar frutos maduros.

Los presbíteros sabemos por experiencia que nuestra vocación fue madurando en un camino de seguimiento de Jesús como discípulos que nos llevó a reconocerle con alegría como el centro y el Señor de nuestra vida. De este encuentro con el amor salvador del Señor surgió nuestro anhelo de configuración cada vez más profunda con él y nuestra disponibilidad para consagrar nuestra vida al ministerio sacerdotal en la Iglesia. Durante el tiempo de nuestra formación en el Seminario fuimos interiorizando en la oración personal y en la liturgia que la configuración con Cristo implica la entrega total sin reservas, como la que vivió Abraham al no reservarse a su propio hijo, dado por Dios y en el que estaban centradas todas las promesas. Abraham creyó que Dios le pedía renunciar a todo lo que le había prometido; y no dudó en obedecer y seguir confiando: Dios proveerá el cordero para el sacrificio. Y Dios le ratificó todas sus promesas. “Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz”. Esta promesa fue realizada en Jesús, el perfecto hijo de Abraham en la fe, que al entrar en el mundo confiesa a su Padre: “me formaste un cuerpo”, para ofrecértelo como oblación, hecha una vez para siempre, en orden a la santificación de todos. “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. Y esa decision la mantuvo con fidelidad hasta la entrega de su vida por amor y con absoluta libertad, en la tristeza, la angustia y el sudor de sangre, en la oración en Getsemaní: “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”. Y en esa dramática situación nos dejó a los discípulos la orientación decisiva para ser capaces de seguir sus huellas: “Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. A lo largo de nuestro ejercicio del ministerio hemos podido experimentar la máxima alegría cuando el amor y la obediencia a la misión encomendada por Jesús nos han hecho capaces de entregar la vida por las ovejas como lo hizo el Buen Pastor; es decir, cundo nuestra celebración de la Eucaristía no es solo la memoria del misterio pascual de Jesús, realizada en su nombre, sino el signo de nuestra propia entrega diaria y sin reservas: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Así la eucaristía será realmente la fuente y el culmen de nuestro ministerio sacerdotal y de la caridad pastoral.

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Carlos López Hernández

Homilía del Sr. Obispo

En el centro de nuestro ministerio debe estar hoy día la misión de cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio. Primero, exhortando a todos a escuchar la voz de Cristo, que nos manda rogar al dueño de los campos que mande operarios a su mies (Mt 9,38; Lc 10,2). Y, además, creando las condiciones necesarias para la escucha personal y orante de la llamada de Jesús en aquellos que van realizando el proceso catequético de la iniciación cristiana, en sintonía y participaciòn en los cauces de promoción y acompañamiento vocacional propuestos para toda la Diócesis. Es urgente tarea de toda la comunidad diocesana, en sus parroquias, familias y comunidades, y de forma especial de los presbíteros, promover acciones pastorales que susciten un clima espiritual favorable al discernimiento y a la acogida de la vocación sacerdotal. A este propósito, es oportuno recordar la exhortación del Papa Francisco: “Donde hay vida, fervor, ganas de llevara Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas… es la vida fraterna y fervorosa de la comunidad la que despierta el deseo de consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa comunidad viva ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración” (EvGa 107). Por nuestra parte, los presbíteros hemos de estar atentos a las cualidades de los adolescents y los posibles indicios de la vocación en su vida de fe, por ejemplo: el vínculo espiritual con un sacerdote, la asidua vida sacramental, la práctica inicial de la oración, la experiencia eclesial en una parroquia o en grupos, asociaciones o movimientos, la participación en el programa vocacional promovido por la Diócesis, el desempeño de un servicio en la comunidad eclesial de referencia. Y en su posible acompañamiento hemos de cuidar también, según su edad, la sinceridad y lealtad consigo mismos y con los otros, el progresivo desarrollo afectivo, la predisposición a vivir en comunidad, la capacidad para cultivar amistades fraternas, cierto nivel de responsabilidad en lo que respecta a los deberes personales y a las tareas que se les confían, la creatividad y el espíritu de iniciativa, el justo uso de la libertad, la disponibilidad a un camino de mayor intensidad en la oración y en el seguimiento de Cristo. Sabemos por experiencia que en la íntima amistad con Jesús, los adolescentes y los jóvenes aprendan a vivir y a desarrollar la fidelidad al Señor, sostenidos por la oración y por la fuerza del Espíritu Santo, de modo que crezcan en actitudes de humilde servicio, entendido como disponibilidad hacia los demás y como atención al bien común; obediencia, comprendida como confiada escucha; castidad juvenil, como signo de la pureza en las relaciones y en el don de sí mismos; y pobreza, como educación para la sobriedad en el uso de los bienes y para la sencillez de vida. La maduración de los adolescentes y los jóvenes en esta identidad cristiana es un reto educativo de tal dificultad que nos exige un grado muy elevado de testimonio del Evangelio y de capacitación pedagógica. También para lograr la implicación de las

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Carlos López Hernández

Homilía del Sr. Obispo

propias familias en el proceso vocacional de sus hijos. Es normal, sobre todo en las actuales circunstancias culturales, que el adolesente y el joven sea un “misterio para sí mismo”, en el cual necesitan armonizarse dos aspectos de su humanidad: por un lado, un conjunto de cualidades y riquezas, que son dones de la gracia; por otro lado, los límites y fragilidades. El acompañamiento vocacional ha de ayudar a integrar ambos aspectos, con el auxilio del Espíritu Santo. Y tiene que conducir a “salir de sí mismo”, para orientar sus pasos hacia Cristo y hacia los demás. Para ser capaces de llevar a cabo este acompañamiento vocacional, los presbíteros necesitamos crecer cada día en nuestra identidad presbíteral y en la configuración con Cristo, en todos los ambitos de nuestra existencia ministerial: humano, espiritual, teológico y pastoral. Desterrar toda apariencia de “funcionario eclesiástico” y no ceder a la tentación de buscar el reconocimiento afectivo y la admiración de la comunidad y de la ciudadanía. El camino de la configuración con Cristo, Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo, nos lleva a ser, en la Iglesia y en el mundo, un signo visible del amor misericordioso del Padre, en cercanía tanto a Dios como a los hombres. La gracia del sacramento del orden, diariamente renovada (cf. 2 Tim 2, 6), hace capaz al presbítero de reproducir las actitudes de Cristo en relación con la Iglesia y, por tanto, de “ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de "celo" divino, con una ternura que incluso asume los matices del cariño materno” (Pastores dabo vobis, 22). El cuidado pastoral de los fieles nos exige a los presbíteros una sólida formación permanente en todas sus facetas. Y, en particular, crecer en la unificación de nuestras tareas misteriales mediante la caridad pastoral. Esta caridad es fuente de una madurez interior, que no es una “simple apariencia de hábitos virtuosos” ni una obediencia exterior a principios abstractos, sino que consiste en actuar con la libertad interior del espíritu auténticamente evangélico. Creciendo en la caridad, podemos desarrollar una equilibrada y madura capacidad de relación con el prójimo: viviendo con serenidad humana y spiritual, que supera toda forma de protagonismo y dependencia afectiva; siendo hombres de comunión, de misión y de diálogo, capaces de entregarnos con generosidad y sacrificio a favor del Pueblo de Dios, con la mirada en Jesús, que entregó su vida por los demás. Para configurar nuestra vida y misión con el Evangelio de Cristo, necesitamos un gozoso y fiel cultivo de la vida espiritual, centrado prioritariamente en la comunión con Cristo a través de los misterios celebrados a lo largo del año litúrgico y alimentado en la oración personal y en la meditación de la Palabra de Dios. Así podremos aprender a “discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12,2). Es decir, ser hombres del discernimiento, capaces de interpretar la realidad

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Carlos López Hernández

Homilía del Sr. Obispo

de la vida humana a la luz del Espíritu, y así escoger, decidir y actuar conforme a la voluntad de Dios. El primer ámbito del discernimiento es la vida personal y el propio ministerio, orientados cada día hacia el Señor. El Papa Francisco nos ha recordado que la pregunta que los sacerdotes tenemos que hacernos muchas veces, cada día, cada semana, es: ¿A dónde se orienta mi corazón? (Francisco, Homilía para el Jubileo de los sacerdotes y de los seminaristas. 3 de junio de 2016). Queridos hermanos: El don de la vocación y del ministerio presbiteral es un gran regalo de Jesucristo a la Iglesia para que continúe su misión hasta que él vuelva. Es un gran tesoro que los presbíteros llevamos en la vasija de barro de nuestra existencia, afectada por las limitaciones propias de la condición humana. El Señor, que se humilló al asumir la condición humana, se humilla al hacerse presente y actuar en cada uno de nosotros, sus sacerdotes. Pero así nos muestra su amor, su entrega a nosotros, poniéndose en nuestras manos, en nuestras palabras, en nuestra mente y en nuestro corazón. El Señor nos alienta cada día con su declaración de amor: “No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis en mi nombre y déis fruto”. Quien a vosotros oye, a mi me oye. No tengáis miedo. Os basta mi gracia. Mi fuerza se realiza en vuestra debilidad. Y nos pregunta como a Pedro: ¿Me amas?. La respuesta de amor es la base sobre la que él reafirma cada día nuestra misión: “Apacienta mis ovejas”. Queridos hermanos laicos: Hoy nos encomendamos especialmente a vuestra oración y os pedimos la oración constante por las vocaciones al ministerio sacerdotal. Que Dios os lo pague.

Salamanca, 8 de Junio de 2017